Amor y Odio en Pulsiones y Sus Destinos
Amor y Odio en Pulsiones y Sus Destinos
Amor y Odio en Pulsiones y Sus Destinos
Freud inicia el texto con una clara y concisa exposición epistemológica, que hasta
podríamos decir que se adelanta a su propia época. Allí comparte con nosotros,
sus lectores, lo que él entiende respecto de cómo van tomando forma los
conceptos con los que están hechas las incipientes ciencias.
“Muchas veces hemos oído sostener el reclamo de que una ciencia debe
construirse sobre conceptos básicos claros y definidos con precisión. En realidad,
ninguna, ni aún la más exacta, empieza con tales definiciones. El comienzo
correcto de la actividad científica consiste más bien en describir fenómenos que
luego son agrupados, ordenados e insertados en conexiones. Ya para la
descripción misma es inevitable aplicar al material ciertas ideas abstractas que se
recogieron de alguna otra parte, no de la sola experiencia nueva.”
Los intentos de dar forma de concepto a la idea de “pulsión”, tal como los lleva a
cabo Freud en este texto, toman varios caminos.
Intenta ubicarlo en las fronteras del ámbito psi, lo que hace que la pulsión tenga
sus determinaciones en otros campos, siguiendo un cierto ordenamiento de las
ciencias en función de la complejidad de fenómenos que se abarcan (física, luego
química, más allá biología, y después ¿psicoanálisis?). Recorre allí la metáfora
fisiológica del arco reflejo y su complejización al diferenciar el estímulo que
proviene del mundo exterior, del que proviene del interior del cuerpo mismo en
calidad de pulsiones, que además de no poder cancelarse mediante la huída (por
ser interiores), poseen la característica de ser un estímulo constante. Pone a la
cuenta del sistema nervioso, una tendencia a librarse de los estímulos.
provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la
exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón
con lo corporal.”
No voy a dedicarme a cada una de ellas, sino a una dificultad con el uso que hace
del objeto, en los intentos de articular las pulsiones con el amor y el odio.
Todo parecería indicar que amor y odio se nos presentan como opuestos sólo en
un caso señalado por Freud en términos de apariencias: “Cuando el vínculo de
amor con un objeto determinado se interrumpe, no es raro que lo reemplace el
odio, por lo cual recibimos la impresión de que el amor se muda en odio.”. Se
trataría de una regresión a la etapa sádico-anal, cuyo tinte erótico mezclado con
los caracteres del odio aseguran, por otra parte, la continuidad del vínculo con el
objeto.
Entonces, tras hacer esta diferenciación entre el objeto de la pulsión y el objeto del
yo, pienso que es preciso ubicar al amor en el terreno del narcisismo y no de la
pulsión, aún cuando la pulsión participe en la expresión de ese sentimiento. Es
decir, el objeto del yo, un semejante amado, de algún modo será portador del
objeto pulsional aportador de placer. Mientras que, a nivel de la pulsión, ella puede
amar a su objeto en tanto se fija a él.
Primero, sigamos a Freud en que no se sabría decir qué es que una pulsión odie a
su objeto. Segundo, el objeto del que se tendería a huir, a agredirlo o aniquilarlo,
sería el objeto del yo, el que puede ser odiado. Y sin embargo, más adelante en el
texto, con total seguridad nos dice Freud que lo primero es el odio, más originario
que el amor, “brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el
comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos.”. ¿En qué tiempo el yo
narcisista repele al mundo exterior?
Ahora, ¿cómo entender a nivel pulsional el odio al objeto del yo? ¿El objeto del yo
odiado sería un semejante que porta un objeto pulsional displacentero?
Freud mismo ubica que amor y odio no son aplicables a las relaciones de las
pulsiones con sus objetos, sino que aquellos están reservados “a la relación del
yo-total con los suyos”. Incluso ubica amor y odio, junto a otros términos plenos de
sentido en el lenguaje común: “me gusta, lo aprecio, lo encuentro agradable”.
Ubica al odio dirigido a destruir los objetos (del yo-total) “que se constituyen para
él en fuente de sensaciones displacenteras, indiferentemente de que le signifiquen
una frustración de la satisfacción sexual o de la satisfacción de necesidades de
conservación.” ¿Cómo pensar esto a nivel pulsional? La primera alternativa, la
frustración de la satisfacción sexual, podríamos pensarla con el “Fort” del juego del
“Fort-Da”: ella se fue llevándose consigo el objeto de mi satisfacción (oral). Por lo
tanto, la odio por hacerme presente la ausencia del objeto de la pulsión. Y en
cuanto a la otra alternativa, la frustración de la satisfacción de necesidades de
conservación, considero que habría que dedicar un apartado a la relación de la
represión con el narcisismo, es decir, las pulsiones que no han entrado en la
síntesis del yo. Así, odio a aquellos que portan objetos que operan reavivando en
mí unas satisfacciones que ya no puedo sentir como tales, sino que las siento
Creo que aquí se abre el resquicio por el cual podemos introducir la posibilidad de
un yo que logre sobreponerse al odio primordial. Un yo que advierta que hay
pulsiones que no fueron incorporadas a él, pero que cohabitan con las que sí lo
conforman, podrá fortalecer su autoafirmación sin necesidad de recurrir a los
intentos siempre fallidos de restituir un estado originario que complete algún tipo
de totalidad, porque habrá logrado dimensionar su propia extranjeridad en el
deseo que alguna vez un otro le brindó para alojarse y desear, en un tiempo en el
que desear era desearse.
Esa relación del yo al otro, que incluye a la pulsión articulada al deseo, bien puede
llamarse un amor que no sea narcisista.