Amor y Odio en Pulsiones y Sus Destinos

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Amor y Odio en Pulsiones y sus Destinos de Freud 1915 2016

Amor y Odio en Pulsiones y sus Destinos de Freud (1915)


por Esteban Salpeter
esteban.salpeter@yahoo.com.ar

Lectura presentada en Sendas Analíticas (Buenos Aires, Argentina)


Conversaciones de Fin de Año 4

En este trabajo me propongo abordar “Pulsiones y destinos de pulsión” con una


lectura de ciertos detalles, recortes, que me resultan problemáticos, difíciles de
definir y hasta diría que me dejan cierta insatisfacción respecto de lo que uno
podría esperar, en otro ámbito, del texto de un maestro: definiciones,
explicaciones, esquemas abordados sistemáticamente y sin fisuras conceptuales.
Pero sabemos que no es así en Psicoanálisis, no es así con Freud. Este maestro
nos pide que lo acompañemos en sus esfuerzos por tratar de teorizar sobre la
experiencia del inconsciente que ha descubierto, y por qué no, también nos invita
a continuar su camino.

Freud inicia el texto con una clara y concisa exposición epistemológica, que hasta
podríamos decir que se adelanta a su propia época. Allí comparte con nosotros,
sus lectores, lo que él entiende respecto de cómo van tomando forma los
conceptos con los que están hechas las incipientes ciencias.

Comienza el texto así:

“Muchas veces hemos oído sostener el reclamo de que una ciencia debe
construirse sobre conceptos básicos claros y definidos con precisión. En realidad,
ninguna, ni aún la más exacta, empieza con tales definiciones. El comienzo
correcto de la actividad científica consiste más bien en describir fenómenos que
luego son agrupados, ordenados e insertados en conexiones. Ya para la
descripción misma es inevitable aplicar al material ciertas ideas abstractas que se
recogieron de alguna otra parte, no de la sola experiencia nueva.”

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Yo me pregunto si alguna vez una ciencia, se trate de cualquiera de entre todas


ellas, llega a ese ideal de concepto básico claro y definido con precisión, o si más
bien no se trata de una aproximación que se va logrando a medida que se produce
un alejamiento cada vez mayor de las fuentes de las cuales provienen aquellas
ideas, las que sirvieron inicialmente para ser aplicadas al material nuevo. Y luego
irán ganando autonomía, a partir del entramado logrado en el desarrollo de la
disciplina.

Rescato esta introducción epistemológica de Freud porque me gustaría tener


presente este matiz particular en torno de la idea de concepto, para pensar
respecto al amor y al odio como se los aborda en esta obra.

Podemos comenzar señalando que los llama sentimientos y no pulsiones, si bien


destaca que están entramados con la vida sexual. Si hiciéramos una suerte de
comparación del grado de conceptualización, podríamos decir que “pulsión” está
más cerca de llegar a ser un concepto que “sentimiento”. Por ello justamente, si
tratamos de ir precisando más las ideas que nos hacemos de amor y odio, la
conceptualización de “pulsión” viene en nuestro apoyo.

Los intentos de dar forma de concepto a la idea de “pulsión”, tal como los lleva a
cabo Freud en este texto, toman varios caminos.

Intenta ubicarlo en las fronteras del ámbito psi, lo que hace que la pulsión tenga
sus determinaciones en otros campos, siguiendo un cierto ordenamiento de las
ciencias en función de la complejidad de fenómenos que se abarcan (física, luego
química, más allá biología, y después ¿psicoanálisis?). Recorre allí la metáfora
fisiológica del arco reflejo y su complejización al diferenciar el estímulo que
proviene del mundo exterior, del que proviene del interior del cuerpo mismo en
calidad de pulsiones, que además de no poder cancelarse mediante la huída (por
ser interiores), poseen la característica de ser un estímulo constante. Pone a la
cuenta del sistema nervioso, una tendencia a librarse de los estímulos.

Llega finalmente a la definición de pulsión como “concepto fronterizo entre lo


anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que

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provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la
exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón
con lo corporal.”

Recuerdo haber asistido a varias clases en la facultad, donde se presentaban las


cuatro características de la pulsión, como si se tratara de un concepto preciso y
acabado. Veamos el contraste con el modo de enunciarlas en Freud, dice: “Ahora
podemos discutir algunos términos que se usan en conexión con el concepto de
pulsión, y son: esfuerzo, meta, objeto, fuente de la pulsión.”

No voy a dedicarme a cada una de ellas, sino a una dificultad con el uso que hace
del objeto, en los intentos de articular las pulsiones con el amor y el odio.

Comienza a ocuparse de amor y odio al abordar lo que presenta como el único


caso en que se manifiesta el trastorno en lo contrario (como destino de la pulsión).
La dificultad podría consistir en tomar a amor y odio como pulsiones, cuando en
realidad Freud los llama el contenido de la pulsión. Además, observa que amor y
odio pueden presentarse coexistiendo dirigidos simultáneamente al mismo objeto,
y aplica aquí la idea de ambivalencia de sentimientos.

Le resulta complejo articular pulsión y amor, porque si en el amor se tratara de una


“aspiración sexual como un todo”, entonces no quedaría tan claro que el odio
pudiera ser su opuesto, su contrario. Es decir, según nos detengamos en cada
uno de esos términos, o en la frase completa, podríamos obtener varios opuestos
sin que ninguno de ellos se asimile del todo a una definición del odio.

Amar no es una pulsión, y el odio no es su único opuesto, también se le opone el


ser amado (polaridad activo-pasivo) y en conjunción con el odio, el amor se opone
a la indiferencia.

Todo parecería indicar que amor y odio se nos presentan como opuestos sólo en
un caso señalado por Freud en términos de apariencias: “Cuando el vínculo de
amor con un objeto determinado se interrumpe, no es raro que lo reemplace el
odio, por lo cual recibimos la impresión de que el amor se muda en odio.”. Se

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trataría de una regresión a la etapa sádico-anal, cuyo tinte erótico mezclado con
los caracteres del odio aseguran, por otra parte, la continuidad del vínculo con el
objeto.

En este caso en que parece ponerse de manifiesto la ambivalencia de


sentimientos, nos resulta familiar la mudanza de amor en odio, pero sin embargo
resulta muy difícil encontrar casos en que el odio se mude en amor. En todo caso,
nos resulta más fácil aceptar su coexistencia, en la medida en que no hay
contradicción en lo inconsciente para las tendencias que colaboran en una y otra
dirección.

Ahora quisiera detenerme a observar que no hay un único objeto en juego en el


texto: por un lado, el objeto de la pulsión, “aquello en o por lo cual puede alcanzar
su meta”, puede ser una parte del cuerpo propio o del ajeno, y cuando se trata del
órgano puede coincidir con la fuente de la pulsión. Y por otro lado, se encontraría
el objeto que se opone al yo, el que participa en el hallazgo de objeto guiado por
las pulsiones del yo.

En el párrafo dedicado a comparar la oposición amor-odio con placer-displacer, se


pone de manifiesto el uso ambiguo del término objeto. Comienza la oración así:
“Cuando el objeto es fuente de sensaciones placenteras, …”, entonces podemos
inferir que se trata más bien del objeto de la pulsión. La oración prosigue: “… se
establece una tendencia motriz que quiere acercarlo al yo, incorporarlo a él;
entonces hablamos también de la «atracción» que ejerce el objeto dispensador de
placer y decimos que «amamos» al objeto.”, y aquí más bien deberíamos decir
que nos encontramos con el objeto del yo.

Entonces, tras hacer esta diferenciación entre el objeto de la pulsión y el objeto del
yo, pienso que es preciso ubicar al amor en el terreno del narcisismo y no de la
pulsión, aún cuando la pulsión participe en la expresión de ese sentimiento. Es
decir, el objeto del yo, un semejante amado, de algún modo será portador del
objeto pulsional aportador de placer. Mientras que, a nivel de la pulsión, ella puede
amar a su objeto en tanto se fija a él.

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Y en cuanto al odio: “cuando el objeto es fuente de sensaciones de displacer…”,


¿qué objeto es ese? Si el objeto está definido como en o por lo cual se obtiene la
satisfacción, ¿cómo es que podríamos adscribir al objeto una sensación
displacentera?

Primero, sigamos a Freud en que no se sabría decir qué es que una pulsión odie a
su objeto. Segundo, el objeto del que se tendería a huir, a agredirlo o aniquilarlo,
sería el objeto del yo, el que puede ser odiado. Y sin embargo, más adelante en el
texto, con total seguridad nos dice Freud que lo primero es el odio, más originario
que el amor, “brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el
comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos.”. ¿En qué tiempo el yo
narcisista repele al mundo exterior?

Ahora, ¿cómo entender a nivel pulsional el odio al objeto del yo? ¿El objeto del yo
odiado sería un semejante que porta un objeto pulsional displacentero?

Freud mismo ubica que amor y odio no son aplicables a las relaciones de las
pulsiones con sus objetos, sino que aquellos están reservados “a la relación del
yo-total con los suyos”. Incluso ubica amor y odio, junto a otros términos plenos de
sentido en el lenguaje común: “me gusta, lo aprecio, lo encuentro agradable”.

Ubica al odio dirigido a destruir los objetos (del yo-total) “que se constituyen para
él en fuente de sensaciones displacenteras, indiferentemente de que le signifiquen
una frustración de la satisfacción sexual o de la satisfacción de necesidades de
conservación.” ¿Cómo pensar esto a nivel pulsional? La primera alternativa, la
frustración de la satisfacción sexual, podríamos pensarla con el “Fort” del juego del
“Fort-Da”: ella se fue llevándose consigo el objeto de mi satisfacción (oral). Por lo
tanto, la odio por hacerme presente la ausencia del objeto de la pulsión. Y en
cuanto a la otra alternativa, la frustración de la satisfacción de necesidades de
conservación, considero que habría que dedicar un apartado a la relación de la
represión con el narcisismo, es decir, las pulsiones que no han entrado en la
síntesis del yo. Así, odio a aquellos que portan objetos que operan reavivando en
mí unas satisfacciones que ya no puedo sentir como tales, sino que las siento

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como displacer, porque las he reprimido y ya no forman parte de mí, en la medida


en que pretenda reconocerme como un yo-total.

Creo que aquí se abre el resquicio por el cual podemos introducir la posibilidad de
un yo que logre sobreponerse al odio primordial. Un yo que advierta que hay
pulsiones que no fueron incorporadas a él, pero que cohabitan con las que sí lo
conforman, podrá fortalecer su autoafirmación sin necesidad de recurrir a los
intentos siempre fallidos de restituir un estado originario que complete algún tipo
de totalidad, porque habrá logrado dimensionar su propia extranjeridad en el
deseo que alguna vez un otro le brindó para alojarse y desear, en un tiempo en el
que desear era desearse.

Esa relación del yo al otro, que incluye a la pulsión articulada al deseo, bien puede
llamarse un amor que no sea narcisista.

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