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Chapter Title: DEL ACUERDO CALLES-MORROW A LA REACTIVACIÓN DEL

NACIONALISMO (1928-1936)

Book Title: La marca del nacionalismo


Book Author(s): Lorenzo Meyer
Published by: El Colegio de Mexico

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW
A LA REACTIVACIÓN DEL NACIONALISMO
(1928-1936)

DE LOS ALEGRES VEINTE A LA GRAN DEPRESIÓN

Los nueve años comprendidos entre 1928 y 1936 son un periodo de


cambios rápidos, bruscos, desestabilizadores, en el que las contradic-
ciones entre los principales actores del sistema internacional fueron
en un ascenso vertiginoso hasta alcanzar los límites de la capacidad
para absorber el cambio del orden establecido en Versalles. En los
años treinta los triunfadores de la Gran Guerra intentaron acomodar
sus intereses -los del statu qu(}-- a los de aquellas potencias que
demandaban cambios sustantivos en la distribución mundial del po-
der. Al final, el compromiso sería imposible y la paz estallaría en
pedazos.
Las potencias antagónicas al equilibrio creado al final de la Gran
Guerra -Alemania, Japón, Italia- se mostraron crecientemente
impacientes frente a un estado de cosas que consideraban a la vez
inaceptable y susceptible de cambio. Y en el interior de ellas, las fuer-
zas políticas se realinearon o consolidaron de manera decisiva en
favor de quienes deseaban usar la fuerza para modificar la estructura
del entorno internacional.
En la Unión Soviética -en principio el país con vocación para
trastocar de raíz el orden mundial-, y a los cinco años de la muerte
de Lenin, la pugna entre los líderes se resolvió en favor de Stalin y en
contra de León Trotsky, quien se vio precisado a abandonar la Unión
Soviética en enero de 1929. Con la derrota de Trotsky -el creador
del Ejército Rojo- las fuerzas que en el país de los soviets favorecían
concentrar las energías del nuevo régimen en llevar adelante la revo-
lución mundial, perdieron la partida frente al realismo de los estalinis-

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74 LA MARCA DEL NACIONALISMO

tas que optaron por consolidar el socialismo en un solo país. La tesis


de Stalin se impuso a pesar de su contradicción con la teoría marxista,
que hacía de la revolución mundial un requisito indispensable para que
sobreviviera el socialismo en un país determinado, especialmente si,
como era el caso de Rusia, se trataba de un país en el que el capitalis-
mo aún no se había desarrollado en toda su extensión. 1
Como parte del proyecto estalinista de construir el socialismo en
un solo país, la URSS de Stalin decidió concertar alianzas con algu-
nas potencias capitalistas para enfrentar las amenazas inmediatas
procedentes de otras. Ante los justificados temores que despertó en-
tre los dirigentes soviéticos la inconformidad de Alemania con el
statu quo internacional, la URSS decidió ingresar en 1934 a la Socie-
dad de Naciones en busca de la seguridad colectiva que suponía la
existencia de tal organización y al año siguiente suscribió con Fran-
cia y Checoslovaquia un pacto de asistencia mutua cuya razón de ser
era la defensa ante la amenaza de la Alemania de Hitler.
El ataque frontal contra el statu quo internacional lo inició Japón
con la invasión de Manchuria en 1931. De esta invasión surgió un
nuevo Estado --el Manchukúo--, formalmente independiente pero
en realidad dirigido por los japoneses por medio de un gobierno tí-
tere. El objetivo de los dirigentes japoneses --en particular de los
militares- era ambicioso: transformar primero a China y después a
todo el llamado Lejano Oriente en una zona de influencia denomi-
nada Gran Esfera de Coprosperidad Asiática. Se trataba de una co-
prosperidad bastante unilateral, ya que el objetivo era beneficiar bá-
sicamente a una de las partes -Japón- en detrimento de las otras
--el resto de los países asiáticos- para llevar adelante el proceso de
industrialización de las islas del archipiélago japonés.
La imposición de la hegemonía japonesa en esa vasta zona asiática
tenía que afectar negativamente no sólo los intereses de los pueblos
conquistados o sometidos a la hegemonía japonesa, sino también
los de las potencias occidentales que de tiempo atrás habían forjado
sus propias zonas de influencia en Asia. Cuando el gobierno chino
1 La bibliograña sobre este tema es abundante. Una de las mejores obras sobre

las razones y el significado del triunfo de Stalin sobre Trotsky es la de Isaac Deuts-
cher, en particular, Stalin: biogrefía política, 2a. ed., México, Ediciones Era, 1965,
pp. 277-320.

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pidió la intervención de la Sociedad de Naciones para condenar y


repeler la agresión japonesa, se encontró con la falta de voluntad
política de los países occidentales para aplicar sanciones económicas
a Japón, y por ello el gobierno de Tokio pudo ignorar al organismo
internacional sin temor a sufrir represalias.
La potencia occidental más afectada por la agresividad japonesa
en el Pacífico fue Estados Unidos. Sin embargo, aunque la invasión
de China fue vista por el gobierno de Washington como una amena-
za directa a sus intereses, terminó por decidir que lo más convenien-
te era solidarizarse con el gobierno chino pero sin llegar a emprender
acciones efectivas contra el agresor. El resultado final fue un éxito
del militarismo japonés, lo que le alentó a seguir avanzando en la
consolidación de su gran proyecto imperialista. 2
Mientras Japón imponía sus condiciones en China, la Italia de
Mussolini inició la construcción de su propia esfera de coprosperi-
dad, pero en África. Era el principio de lo que se suponía podría
llegar a ser la recreación de una especie de segundo Imperio Roma-
no. Y, en efecto, en 1935 el gobierno fascista italiano inició la con-
quista de Etiopía, que no fue otra cosa que la continuación de su
intento de 1896 por subordinar a ese único país africano que había
logrado retener su independencia mientras el resto del continente
era objeto de reparto entre las potencias europeas. Esta vez la em-
presa italiana tuvo éxito y, de nueva cuenta, la Sociedad de Naciones
condenó la invasión, pero en realidad Francia e Inglaterra decidie-
ron aceptar la transformación de Etiopía en una colonia italiana,
con la esperanza de calmar así la agresividad internacional de Mus-
solini, il Duce.
La siguiente intervención de Mussolini contra el orden internacio-
nal tuvo lugar en unión de Hitler y el escenario fue España y su
guerra civil, que se desarrolló entre 1936 y 1939. Mientras tanto, la
República Española, es decir, el gobierno legítimo, contó únicamen-
te con la ayuda limitada de la Unión Soviética, de las brigadas inter-
nacionales y, en menor medida, de México. Los rebeldes encabeza-
dos por el general Francisco Franco tuvieron el apoyo de la mayor
parte del ejército español y recibieron una ayuda externa -prove-

2 Pratt, op. cit., ·pp. 576-590.

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niente de Alemania e Italia- mucho mayor que sus adversarios. Las


potencias occidentales mantuvieron una neutralidad que, a la larga,
perjudicó su causa.
En Alemania, el año de 1930 fue decisivo, pues en medio de la
incertidumbre creada por el inicio de la Gran Depresión económica,
se llevaron a cabo las elecciones para el F.eichstag y de ellas surgió ya
como un actor político importante el Partido Nacional Socialista di-
rigido por Adolfo Hitler, que recibió 6 millones de votos y 107 curu-
les; un par de años más tarde los nazis eran ya la principal fuerza
política, con 230 legisladores. En enero de 1933 el presidente de la
República, el mariscal Von Hindenburg, ofreció a Hitler el puesto de
canciller. A partir de ese momento los nazis usaron todos los instru-
mentos a su disposición -incluidos la violencia y el terror- para
consolidar su poder. Pronto suspendieron la Constitución para go-
bernar por decreto y la forma democrática de gobierno desapareció.
La persecución de comunistas y socialdemócratas fue sistemática,
despiadada y efectiva. La creación y consolidación de un sistema de
gobierno totalitario fue rápida. La ideología del nuevo se basó, entre
otras cosas, en el concepto de la pureza racial, en el antisemitismo, en
la recuperación de los supuestos valores originales de Alemania
-'-Valores surgidos del idealizado pasado bárbaro- y en la idea de
un líder extraordinario -Hitler- que era la encarnación e intérpre-
te de esos valores fundamentales.
La energía de la Alemania nazi que surgió de las cenizas de la Re-
pública de Weimar se concentró no sólo en la eliminación de sus
oponentes políticos y en las purgas dentro del nacionalsocialismo,
sino también en la destrucción del sistema internacional impuesto
por los vencedores en 1918. Hitler retiró a Alemania de la Sociedad
de Naciones y reactivó la deprimida economía alemana por la vía del
rearme abierto, sin importar que violara los términos del Tratado de
Versalles. En 1936 las tropas alemanas ocuparon la zona desmilitari-
zada del Rhur sin que las potencias afectadas -Francia e Inglate-
rra- se opusieran.
La acción de las potencias enemigas del statu quo no fue la única
fuerza que transformó profundamente la situación internacional en
el cuarto decenio del siglo XX. En efecto, se desató entonces otra
fuerza global tan destructiva o más que aquella que comandaban los

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dictadores de las naciones totalitarias, y sus efectos se sintieron en


toda la comunidad internacional, aunque con intensidad diferente.
Esta fuerza fue económica, y se le conoció muy pronto como la
Gran Depresión.
El proceso, que afectó negativamente a todo el sistema económico
mundial, se inició en Estados Unidos. Entre 1921y1929-mientras
Europa intentaba con relativo éxito reponerse de los estragos de la
guerra- la producción industrial norteamericana prácticamente se
duplicó. Con base en una prosperidad que hasta 1929 parecía sólida-
mente afianzada -la producción anual de las fábricas de Detroit fue
de 5.3 millones de automóviles-, el mercado de valores se disparó y
en una sola sesión ciertos bonos llegaron a aumentar su valor en 1O o
20%. Los trusts de inversión se multiplicaron y la euforia de quienes
hacían grandes fortunas de papel no parecía tener límite. Sin embar-
go, para 1929 la demanda de los bienes y servicios producidos por la
gran maquinaria económica estadounidense empezó a ser inferior a
la que se requería para mantener el ritmo de expansión; fue entonces
cuando la burbuja bursátil se rompió de manera espectacular y el pá-
nico empezó a cundir entre los inversionistas. El 20 de octubre la
prensa norteamericana anunciaba operaciones masivas de venta de
valores en la Bolsa de Nueva York y luego en las del resto del país.
El pánico financiero saltó rápidamente el Atlántico y se dejó sentir en
Londres y en el resto de las bolsas del continente europeo. El mundo
entró en el periodo de la Gran Depresión.
Enormes fortunas se perdieron de la noche a la mañana en las
economías centrales. A la caída de las acciones siguió la quiebra de
bancos, el cierre de empresas, y sobrevino el desempleo en gran es-
cala. Para 1932, el año en que la depresión tocó fondo, la maquinaria
industrial estadounidense apenas si producía la mitad de los bienes
que había manufacturado en 1929. Al año siguiente, los desemplea-
dos estadounidenses constituían un ejército de 13 millones de perso-
nas, es decir, la cuarta parte de la fuerza de trabajo. Sin embargo, el
peor golpe se reservó para Europa, en particular para Alemania,
donde la falta de trabajo afectó ni más ni menos que a 40% de las
personas que en 1929 habían tenido empleo. La consolidación del
nacionalsocialismo en Alemania y el triunfo de Franklin D. Roose-
velt y los demócratas en Estados Unidos están íntimamente relacio-

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nadas con los desajustes sociales que produjo el desempleo masivo


en las economías capitalistas industrializadas en esos años.
En las economías periféricas, como era el caso de la mexicana, la
Gran Depresión no llegó por la vía de un crac bursátil, sino por la dis-
minución de las exportaciones de sus productos primarios: petróleo,
azúcar, cobre, henequén, algodón, etc. Así, en Cuba, la caída de
la producción de azúcar llevó al desempleo masivo, al hambre y a la
intranquilidad social. Algo muy parecido ocurrió en Chile con la dis-
minución de las exportaciones de cobre y en Bqlivia con las del esta-
ño. En México, el embate de la magna crisis hizo que el índice de
exportaciones cayera casi a la mitad entre 1929 y 1932 y que el pro-
ducto interno bruto (PIB) fuera inferior en 16% en 1932 respecto de
lo que había sido cuatro años antes. Empero, el desempleo fue me-
nor que en otros países porque la mayor parte de la agricultura esta-
ba dedicada al consumo interno y no a la exportación, y esa agricul-
tura tradicional fue capaz de absorber a una buena parte de la mano
de obra que expulsó la minería -principal actividad exportadora-
y actividades relacionadas -los ferrocarriles-, así como a la que
llegó repatriada de Estados Unidos. Para 1934 los índices de impor-
taciones y exportaciones de México eran prácticamente los mismos
que se habían tenido en vísperas de la crisis económica y al año si-
guiente ambos se habían sup_erado. Para México la Gran Depresión
ya casi era historia en 1934, aunque ése aún no era el caso para el
resto del mundo. 3

LA POLÍTICA INTERNA: DEL MAXIMATO AL CARDENISMO

En la primera mitad de 1928 la política nacional mexicana pareció


deslizarse dentro de la normalidad y sin mayores problemas. El ge-
neral Álvaro Obregón, después de lograr que sus partidarios en el
Congreso modificaran la Constitución para permitir su reelección y
alargar el periodo presidencial de un cuatrienio a un sexenio, fue
elegido nuevamente presidente en julio de 1928 con 100% de los
sufragios válidos emitidos. Sin embargo, apenas iniciada la celebra-
3 Lorenzo Meyer, Historia de la Revolución Mexicana, periodo 1928-1934: el conflicto
socialy los gobiernos del maximato, México, El Colegio de México, 1977, pp. 12-25.

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ción de la victoria sin sorpresa alguna, Obregón --el gran y último


caudillo de la Revolución Mexicana- fue asesinado el 17 de julio
por un militante católico decidido a vengar así los muchos agravios
que los creyentes mexicanos consideraban haber recibido de manos
de los revolucionarios norteños.
Con la desaparición del presidente electo, la cúpula del sistema
político revolucionario entró en crisis. Calles se movió entonces con
celeridad e inteligencia para capear el temporal. Por un lado, negó
categóricamente su deseo de prolongar su mandato constitucional y
dejó en manos de los obregonistas la investigación del asesinato para
librarse de toda sospecha. Por el otro, exigió a los militares en activo
hacer a un lado cualquier pretensión de buscar la presidencia y dejar
en sus manos la decisión de quién debería ser el nuevo mandatario.
Lograda formalmente la aceptación del alto mando militar de la so-
lución a la crisis política, no le fue difícil a Calles conseguir del Con-
greso la designación del hombre fuerte de Tamaulipas, Emilio Portes
Gil, un civil, como presidente provisional encargado de organizar las
próximas elecciones (noviembre de 1929) para elegir al presidente
constitucional que completara, a partir de 1930, el sexenio para el
que originalmente se había elegido a Obregón.4
Tras designar a Portes Gil como presidente provisional, Calles se
dio a la tarea de crear una institución nacional que permitiera llenar
el vacío político creado por la repentina desaparición del general
Obregón. De esta manera, y sin que el grueso de la clase política se
diera cuenta de su verdadera importancia, en una convención cele-
brada en Querétaro en marzo de 1929 nació el Partido Nacional
Revolucionario (PNR). Habría de pasar algún tiempo antes de que
la nueva institución pudiera asumir plenamente el papel de partido
de Estado que le habían asignado sus creadores. Como sea, desde el
inicio el PNR fue un instrumento político muy efectivo en manos de
Calles, quien por los siguientes siete años lo usó para seguir siendo
4 La naturaleza del proceso político mexicano entre 1928 y 1935 se encuentra

analizada con más detalle en Lorenzo Meyer, Rafael Segovia y Alejandra Lajous,
Historia de la &volución Mexicana, periodo 1928-1934: los inicios de la insti111cionalización
política del maximato, México, El Colegio de México, 1978; véase también Tzvi Medin,
El minimato presidencial, historia política del maximato, 1928-1935, México, Cal y Arena,
1989, pp. 109-175.

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desde fuera de la presidencia el verdadero factotum de la política mexi-


cana. 5
No todos los miembros de la élite revolucionaria se mostraron
dispuestos a aceptar a Portes Gil como presidente provisional y a
Calles como el poder tras el trono. Mientras se llevaba a cabo la pri-
mera asamblea del PNR, de la que habría de salir la candidatura presi-
dencial del general e ingeniero Pascual Ortiz Rubio, una parte del
ejército encabezada por el general José Gonzalo Escobar se sublevó.
De acuerdo con los términos del llamado Plan de Hermosillo, los
rebeldes justificaron su movimiento denunciando las intenciones de
Calles -"el Judas de la Revolución"- de perpetuarse en el poder
mediante el manejo de presidentes débiles, como suponían que sería
el caso de Ortiz Rubio. De inmediato Calles se puso al frente de las
tropas leales para batir a los rebeldes en 1O estados. Para fines de
abril todo había acabado con un triunfo total del gobierno. La posi-
ción de Calles como "Jefe Máximo de la Revolución Mexicana" se
consolidó, tal y como los rebeldes escobaristas lo habían sospecha-
do: hasta 1935 todos los ocupantes de la presidencia resultarían ac-
tores secundarios en el drama político mexicano.
Como era previsible, Pascual Ort!iz Rubio, en su calidad de candi-
dato oficial, salió triunfante en unas elecciones en las que el candidato
opositor nombrado por el Partido Nacional Antirreeleccionista fue
José Vasconcelos. Se trató de unas elecciones en que la sospecha del
fraude quedó como una marca indeleble. Una vez en la presidencia,
Ortiz Rubio siguió una política relativamente conservadora en mate-
ria agraria y laboral que no se apartó de los lineamientos de aquella
que en ese momento favorecía Calles, y que pronto se haría más con-
servadora como resultado de la Gran Depresión y sus inevitables
efectos negativos en el erario. Su fidelidad a Calles no pondría al ge-
neral e ingeniero michoacano a salvo de las constantes presiones por
parte del Jefe Máximo en asuntos de la pequeña política, como fueron
los constantes cambios de funcionarios, resultado de las incesantes
luchas de grupos dentro de la gran coalición revolucionaria. El 2 de
septiembre de 1932, Ortiz Rubio, incapaz ya de controlar a políticos
5 La historia de la formación del PNR y su significado se encuentra en Luis Javier
Garrido, Elpartido de la revolNción instihlcionalizada (medio siglo de poderpoHtico en México):
la formación del m1evo Estado (1928-1945), Méñco, Siglo XXI Editores, 1982.

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y políticas, decidió presentar su renuncia al cargo, misma que le fue


aceptada por Calles primero y por los legisladores después.
A instancias de Calles, el Congreso nombró entonces presidente
sustituto a una persona que se dedicó exclusivamente a conducir los
asuntos administrativos del país y dejó en manos de Calles las decisio-
nes de alta política: el general y gran empresario Abelardo L. Rodrí-
guez. En términos generales, el tono conservador en materia de polí-
tica social que venía del ortizrubismo se mantuvo durante la corta
administración de Rodríguez, aunque la estrechez del presupuesto dis-
minuyó un tanto. Al poco tiempo de haber asumido Rodríguez la pre-
sidencia, el calendario electoral desató dentro de la clase política la in-
evitable pugna por la sucesión. Esta vez fueron dos los precandidatos
que abiertamente buscaron la candidatura del PNR: los generales Ma-
nuel Pérez Treviño y Lázaro Cárdenas. El primero era ni más ni menos
que el presidente del PNR y un incondicional de Calles; el segundo tam-
bién había sido por corto tiempo presidente de ese partido y había
hecho su carrera político-militar a la sombra de Calles, pero en la gu-
bernatura de Michoacán, y en una época en que los vientos de la polí-
tica nacional soplaban en dirección contraria, Cárdenas había mostra-
do rasgos de independencia al favorecer una política de movilización
social, organización de masas y redistribución de la tierra. Finalmente,
y tras cierto sondeo de la opinión en la cúpula revolucionaria, Calles se
pronunció por la candidatura del general Cárdenas, con lo cual el mi-
choacano ya no tuvo ningún problema en conseguir el espaldarazo
formal del PNR y en obtener, luego, el triunfo en las urnas en 1934.
Durante su campaña electoral, el general Cárdenas usó como pla-
taforma política el llamado Plan Sexenal. En ese documento --ela-
borado en parte bajo la supervisión de elementos identificados con
Calles pero que actuaron con inesperada independencia y ánimo re-
novador- se encontraba delineada una política nacionalista, favora-
ble a la reactivación de la reforma agraria y partidaria de identificar
aún más la acción del gobierno con los intereses de la clase obrera.
Es muy probable que el auditorio del candidato presidencial no le
haya puesto mucho interés al documento o a los discursos de su
campaña, suponiendo que en última instancia la verdadera toma de
decisiones políticas se seguiría haciendo donde se encontrara el ge-
neral Calles y que éste se movía cada vez más hacia posiciones con-

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82 LA MARCA DEL NACIONALISMO

trarias al sindicalismo, a la reforma agraria y a la confrontación con


el capital extranjero.
Al iniciarse 1935, con un gabinete y un conjunto de gobernadores
claramente adictos a Calles, el presidente Cárdenas empezó a dar los
primeros pasos de lo que sería una política de masas, apoyando las
peticiones de un movimiento obrero en pleno proceso de reorgani-
zación y militancia, y reactivando la creación de ejidos y redistribu-
ción de la tierra. En junio de ese año, y alarmado por el crecimiento
de los movimientos huelguísticos, Calles chocó abiertamente con
Cárdenas, pero esta vez, y gracias al control presidencial sobre el
ejército y a la movilización de las organizaciones sindicales, el presi-
dente se impuso y Calles dejó de ser el factotum político que había
sido hasta ese momento. En 1935 la presidencia recuperó su posi-
ción de primera fuerza política en el país y al año siguiente Calles y
un grupo de allegados fueron forzados a salir de México a un exilio
en Estados Unidos y que duraría el resto del sexenio. Ya sin el Jefe
Máximo como rector de la vida política, el general Cárdenas se lanzó
de lleno a una política que lo llevaría a apoyar de manera sistemática
las demandas del trabajo sobre el capital y a la entrega de una parte
sustantiva de las mejores tierras a los campesinos. A cambio de estas
acciones gubernamentales, se obtuvo la organización política de
obreros, campesinos, militares y burócratas y su subordinación a las
directrices y necesidades de un presidencialismo en ascenso. 6

EL ACUERDO CALLES-MORROW

A partir de que disminuyó la tensión de las relaciones mexicano-


norteamericanas, el objetivo central de la política exterior del general
Calles fue la concertación de un acuerdo fundamental con Estados
Unidos para que, al entregar la presidencia al general Obregón a fi-

6 La complejidad y naturaleza del cardenismo, en particular la relación entre las

masas y el presidente, se encuentra muy bien analizada en la obra de Arnaldo Cór-


doba, La política de masas del cartlenismo, México, Ediciones Era, 1975; Tzvi Medin,
Ideologíay praxis política de Lázaro Cártlenas, México, Siglo XXI Editores, 1981; W. Ja-
mes Wilkie, La Revolución Mexicana: gasto federal y cambio social desde 1910, México,
Fondo de Cultura Económica, 1978.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 83

nes de 1928, la relación entre el México posrevolucionario y el mun-


do externo estuviera normalizada, Para lograr esa meta era necesario,
en primer lugar, resolver el problema creado por la Ley Petrolera de
1925 y luego enfrentar los surgidos alrededor de las reclamaciones
por daños causados por la guerra civil, .d pago de la deuda externa,
las expropiaciones agrarias y el conflicto religioso.
La decisión de Calles --compartida por Obregón- de resolver
de raíz el problema con Estados Unidos, cuadró muy bien con la
posición adoptada por el embajador Morrow, que deseaba llegar a
la misma meta haciendo a un lado el legalismo que había prevalecido
hasta entonces en la relación mexicano-norteamericana y sustituirlo
por la idea de que el interés nacional mexicano era enteramente com-
patible con el de Estados Unidos. En efecto, el antiguo banquero
transformado en embajador deseaba convencer a la dirigencia revo-
lucionaria mexicana de que una política que atrajera de nuevo al ca-
pital externo era el medio más eficaz para acelerar el proceso de
modernización material de México. 7
El tiempo apremiaba, así que al iniciarse el mes de noviembre de
1927, el embajador Morrow tuvo un par de entrevistas con el presi-
dente Calles para explorar las posibilidades de encontrar solución a
los problemas de la agenda bilateral. Tras acompañar al presidente a
una gira por el norte del país (donde Calles puso de manifiesto ante
el representante norteamericano el lado positivo de la Revolución
con la inauguración de obras de riego), el embajador y el mandatario
mexicano abordaron directamente el tema petrolero. 8 Tras escasa

7 Stanley Ross, "Dwight Morrow and the Mexican Revolution", Hispani& Amer-

ican Histori&al &view, vol. XXXVIII, 1958, pp. 509-510.


8 Desde la perspectiva de las empresas, y según lo informaron al embajador nor-

teamericano, la Ley Petrolera, para ser aceptable, debería modificarse en seis puntos:
1) la limitación de las concesiones confirmatorias a un periodo de 50 años, 2) desva-
necer la inseguridad de esas concesiones en la llamada "zona prohibida" a lo largo
de costas y fronteras, 3) definir el "acto positivo" de manera más liberal, 4) quitar la
"Cláusula Calvo" (prohibición de pedir protección diplomática) de las concesiones,
5) determinar que las manifestaciones de terrenos hechas de acuerdo con una orden
de Carranza en enero de 1915 eran un "acto positivo", y 6) esclarecer los dere-
chos de las empresas a todos los tipos de terrenos que poseían antes de mayo de
1917. NAW, memorándum de Morrow al Departamento de Estado del 12 de sep-
tiembre de 1930, 81.6363/2698.

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84 LA MARCA DEL NACIONALISMO

hora y media de diálogo, llegaron a un acuerdo: echando mano de un


fallo favorable a las demandas de las empresas contra la Ley Petrole-
ra dada por un juez de Tuxpan --que en su momento había sido
rechazado por las autoridades federales- y usando también el pre-
cedente sentado por los fallos de 1922 en contra de las disposiciones
de Carranza, la Suprema Corte se declararía en contra de la Ley Pe-
trolera y abriría el camino legal para su modificación. Dada la tradi-
cional falta de independencia del poder judicial, Calles logró que el
17 de noviembre se emitiera un fallo justamente en el sentido de lo
acordado entre el presidente y el embajador. El documento en cues-
tión tenía cuatro puntos centrales: 1) los derechos de las empresas
petroleras sobre el subsuelo anteriores a 1917 no eran meras expec-
tativas, sino derechos adquiridos; 2) la fijación de un límite a esos
derechos, aunque fuera de 50 años, tenía un carácter retroactivo y,
por tanto, ilegal; 3) en esas circunstancias, la negativa de las empresas
a cambiar sus títulos originales por concesiones confirmatorias no
era una acción ilegal y, por lo mismo, no podían ser sancionadas;
4) en nuevas condiciones, las empresas deberían solicitar al gobierno
mexicano el intercambio de sus títulos de propiedad originales por
concesiones confirmatorias. 9 La decisión de la Suprema Corte --que
en realidad era del presidente- fue bien recibida por el gobierno
estadounidense y por el británico, aunque no por las empresas, cuyo
vocero insistió en que se debía evitar cualquier cambio en el carácter
de los títulos de propiedad originales, es decir, no deseaban verlos
transformados en concesiones, aunque a éstas se les denominaran
confirmatorias. 10 En este punto la diplomacia norteamericana siguió
su propio camino y ya no apoyó a los petroleros.
Un día después de navidad, el presidente Calles envió al Congreso
un pioyecto de reforma de los artículos 14 y 15 de la Ley Petrolera
de ~ 925 y el 3-.de enero de 1928 entraron en vigor esas reformas. De
acuerdo con los cambios, los derechos petroleros adquiridos antes
de 1917 y sustanciados por un "acto positivo" serían confirmados
a perpetuidad y no podrían ser cancelados en el futuro. 11 Modificada
9 Boletín del Petróleo, vol. XXV, enero-junio de 1928, pp. 256 y ss.
10 The Wall S free! ]ournal, 11, 12 y 13 de diciembre de 1927.
11 El texto enviado por el presidente al Congreso puede verse en la publicación

citada en la nota 10.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 85

la ley, sólo restaba adecuar los reglamentos. La embajada norteame-


ricana y la Secretaria de Industria trabajaron conjuntamente durante
varias semanas en la preparación de esa nueva legislación. Cuando
finalmente el proyecto se presentó al Congreso, la definición de
"acto positivo" era ya muy amplia y se había retirado la necesidad
de incorporar la Cláusula Calvo al cuerpo de la concesión. 12 El llama-
do Acuerdo Calles-Morrow se había concretado en una reforma
constitucional.
Tanto el Departamento de Estado como el candidato oficial a la
presidencia de México --el general Obregón- se mostraron satis-
fechos con el nuevo estado de cosas. 13 Las empresas no, pues sus
directivos insistieron en su derecho a mantener inalterados sus títu-
los originales. Sin embargo, ante la ausencia de respaldo del Depar-
tamento de Estado a esta posición intransigente que pretendía negar
a México lo que, de hecho, era una gananda simbólica, a los petrole-
ros no les quedó más remedio que iniciar el trámite del cambio de
títulos por concesiones confirmatorias. Desde entonces y hasta prin-
cipios de 1938, cuando el proceso se suspendió, México extendió a
las empresas extranjeras concesiones petroleras confirmatorias que
amparaban 6 940 568 hectáreas, y aún había demandas pendientes.
De esta manera, en 1928 el grueso de los campos petroleros se man-
tenían, de hecho y de derecho, en una situación muy similar a la
prerrevolucionaria. Como sea, para 1928 fa enorme presión estado-
unidense, respaldada por la ejercida a su vez por las potencias euro-
peas, casi había anulado la reforma petrolera que el legislador revo-
lucionario intentara en 1917.

EL MUNDO EXTERNO COMO APOYO


Y NO COMO AMENAZA

En su último informe de gobierno, en septiembre de 1928, el presi-


dente Calles pudo afirmar ante el Congreso:

12 Diario Oficial, 28 de marzo de 1928.


13 NAw, secretario de Estado a Morrow, 31 de .marzo de 1928, 812.6363/2537a y
Exce/sior, 29 de marzo de 1928.

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86 LA MARCA DEL NACIONALlSMO

Me causa profunda satisfacción... al concluir el periodo de mi gobierno,


que dejo del todo normalizada, y sin ningún problema que en estos mo-
mentos pueda causar ansiedad ni trastornos, la situación internacional
de México. Quizá por primera vez, desde hace más de veinte años, por
circunstancias conocidísimas, el Ejecutivo puede hacer este anuncio a la
Representación N acional. 14

Lo que el presidente llamó la normalización de la relación de Méxi-


co con el mundo significaba, básicamente, la normalización de la re-
lación entre la Revolución Mexicana y las grandes potencias. Esa nor-
malización había sido lograda a un precio muy alto: mellar, hasta casi
hacerlo desaparecer, el filo de los principios nacionalistas de la Cons-
titución de 1917. El otro lado de la moneda fue que ese pago generó
interés en las grandes potencias por la preservación del gobierno y del
régimen al que hasta hacía poco habían combatido. Tal y como había
sucedido tras los Acuerdos de Bucareli casi cinco años atrás, el Acuer-
do Calles-Morrow hizo que la preservación de la estabilidad del siste-
ma político fuera un asunt<;> que interesara al mundo externo, particu-
larmente a Estados Unidos. Y al principiar 1928 la amenaza principal
a esa estabilidad era la guerra cristera, de ahí que resultara natural que
el embajador norteameriqmo buscara contribuir a poner fin al con-
flicto mediante la concertación de un acuerdo definitivo entre el go-
bierno de Calles y los líderes de la Iglesia católica. 15
Desde la perspectiva norteamericana, la solución del problema
religioso mexicano requería lograr que las partes en pugna cedieran
respecto a sus posiciones originales pero preservando los principios
que consideraban esenciales a sus intereses institucionales. 16 Morrow
consiguió que al principiar 1928 un norteamericano, el padre John J.
Burke, iniciara, con la aceptación de Roma, discretas negociaciones
con los obispos mexicanos y con Calles tendientes a definir las bases
del posible arreglo entre la Iglesia y el Estado mexicanos. Cuando ya
14 Excelsior,
2 de septiembre de 1928.
15Un análisis y una evaluación detallados del papel de Morrow en la solución
del conflicto religioso mexicano se encuentra en L. Echan Ellis, "Dwight Morrow
and the Church-State controversy in Mexico", Hispanic American Historical Review,
vol. XXXVIII, núm. 4, noviembre de 1958, pp. 482-505.
16 Jean Meyer, La cristiada, vol. III, México, Siglo XXI Editores, 1973-1974,

pp. 333-335; Ross, op. cit., pp. 515-516.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 87

casi se había logrado el acuerdo --el gobierno mexicano aseguró que


su objetivo no era destruir las instituciones eclesiásticas en México,
sino simplemente lograr la aceptación de los principios constitucio-
nales sobre culto religioso por parte de la jerarquía católica-, un
hecho imprevisto dio al traste con todo: el asesinato del general
Obregón por José de León Toral, un militante católico. Las negocia-
ciones se suspendieron y el gobierno mexicano responsabilizó de
manera indirecta a la Iglesia del asesinato, y sólo la intervención del
embajador Morrow impidió que el padre Burke hiciera declaraciones
públicas antigubernamentales que habrían dificultado aún más la re-
anudación de las negociaciones. 17
Cuando finalizó 1928, la guerra cristera seguía con toda su fuerza
en el centro del país y el gobierno estadounidense encontró que el
Vaticano había perdido algo de su interés por la paz negociada, con-
fiando, quizá, en un posible triunfo militar de los católicos en ar-
mas.18 Cuando en 1929 el gobierno federal se mostró capaz de sofo-
car rápidamente la rebelión que estalló dentro de las filas de su propio
ejército con motivo de la sucesión presidencial -la rebelión escoba-
rista- y cuando también se hizo evidente que las acciones militares
de los cristeros tampoco lograrían la caída del gobierno, la volun-
tad de negociar retornó a los representantes de los obispos mexica-
nos, y esa disposición fue aprovechada por la embajada norteameri-
cana. Esta vez la mediación estadounidense logró su objetivo.
El 20 de junio los representantes de la Iglesia declararon pública-
mente su deseo de reanudar el culto dentro de los márgenes de la ley.
Por su parte, el presidente Portes Gil afirmó que no era el objetivo
del gobierno federal destruir la identidad de la Iglesia católica ni in-
terferir con sus funciones espirituales y que, por lo tanto, la educa-
ción religiosa podría continuar dentro de los templos, y que el regis-
tro de los ministros del culto en las oficinas gubernamentales sólo
incluiría a aquellos designados para el cargo por las autoridades ecle-
siásticas competentes. 19
17Jean Meyer, La &ristiada, op. cit., vol. 11, pp. 319-321; David C. Bailey, Viva Cristo
~: The Cristero &bel/ion and the Church-State Conflict in Mexico, Austin, The Urúversity
of Texas Press, 1974, pp. 196-220.
18 Bailey, op. cit., pp. 223 y 248.

19Jean Meyer, La cristiada, op. cit., vol. 11, pp. 339-342; Bailey, op. cit., pp. 273 y 281.

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88 LA MARCA DEL NACIONALISMO

El acuerdo entre el gobierno y los obispos que puso fin a la huel-


ga de cultos declarada por la Iglesia católica en 1926, origen .de la
rebelión de los cristeros, fue producto de la acción diplomática nor-
teamericana y de iniciativas tomadas por las cúpulas gubernamental
y eclesiástica, pero se hizo sin haber llevado a la mesa de las negocia-
ciones a representantes del actor principal: los combatientes campe-
sinos. Sin embargo, sin el apoyo político del Vaticano o de los obis-
pos, los rebeldes encontraron difícil continuar solos su desigual
combate y a partir de ese momento la acción de las fuerzas cristeras
que ya habían perdido la iniciativa disminuyó hasta prácticamente
desaparecer.
Si bien en la solución del conflicto religioso la acción externa en
apoyo del gobierno mexicano fue importante, lo fue aún más duran-
te la breve pero intensa crisis político-militar desatada por la rebelión
encabezada por el general Gonzalo Escobar y otros generales obre-
gonistas, descontentos con el papel político que estaba asumiendo
Calles, al que ya se hizo referencia.
Al iniciarse el movimiento rebelde, en marzo de 1929, las tropas
comandadas por los desafectos sumaban 30 000 efectivos; sin embar-
go, su dispersión y sus errores llevaron a que en poco más de un mes
los signatarios del Plan de Hermosillo hubieran sido batidos por las
columnas encabezadas por los generales Juan Andrew Almazán y Lá-
zaro Cárdenas. Un factor no decisivo pero sí importante en el triunfo
del gobierno sobre sus enemigos fue la rápida respuesta norteameri-
cana a las demandas del gobierno mexicano para adquirir en ese país
armas y municiones y su capacidad de negárselas a los rebeldes.
Al iniciarse el levantamiento de Escobar y sus seguidores, el pre-
sidente Hoover, a petición expresa del presidente Portes Gil, declaró
un embargo a la exportación de materiales de guerra a México, con
excepción de los destinados a cubrir las necesidades del gobierno
mexicano. Sin embargo, ya desde antes del estallido formal de la re-
belión, y gracias a la insistencia del embajador Morrow, los departa-
mentos del Tesoro y de Justicia habían recibido la petición del De-
partamento de Estado de vigilar e impedir el embarque de armas y
municiones que no hubieran sido solicitadas directamente por el go-
bierno mexicano, especialmente si tal material estaba destinado a
Sonora, cuyas autoridades se habían hecho sospechosas de desleal-

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 89

tad al gobierno central. Por eso, cuando se declaró formalmente el


embargo de material de guerra, la maquinaria para hacerlo efectivo
estaba ya en su sitio y fue echada a andar sin mayores dificultades.
A partir de ese momento, toda exportación de armas a México tuvo
que ser avalada por el Departamento de Estado que, a su vez, la dio
sólo tras comunicarlo a la embajada de México en Washington. 20 A la
vigilancia de las autoridades norteamericanas para impedir el contra-
bando de material de guerra se añadió la que directamente ejercieron
los consulados mexicanos en Estados Unidos. Todo este aparato bi-
nacional de inteligencia resultó relativamente eficaz, aunque no im-
pidió que los rebeldes encontraran formas de introducir algunos
pertrechos de contrabando, incluidos varios aviones con su tripula-
ción mercenaria. 21
Cuando un representante de las empresas petroleras norteameri-
canas, aún descontentas con los términos del Acuerdo Calles-Mo-
rrow, sugirió al secretario de Estado que la política adecuada a seguir
por el gobierno de Estados Unidos en el caso mexicano no sería la
de apoyar al gobierno de ese país y declararse neutral, sólo encontró
la indiferencia como respuesta. Para los petroleros, la rebelión esco-
barista abría la posibilidad de la derrota de Portes Gil y Calles y, de
ser ése el caso, los nuevos gobernantes mexicanos tendrían que ne-
gociar una vez más su reconocimiento por parte de Estados Unidos.
En ese hipotético momento se podría condicionar el restablecimien-
to de relaciones al repudio total de la legislación petrolera vigente y
el retorno a la que existía antes de 1917.22 Para el Departamento de
Estado, con una visión política más amplia, resultaba absurdo arries-
gar lo logrado en aras de una ganancia sólo probable, mínima y más
simbólica que sustantiva, así que Washington continuó con su apoyo
abierto a la línea de acción trazada por Morrow, que era favorecer la
derrota de los rebeldes.

20 NAW, Morrow a Departamento de Estado, 11 de febrero de 1929, y Departa-


mento de Estado a los de Justicia y Tesoro el 12 del mismo mes, 8-12. 113/10446;
Morrow a Departamento de Estado, 4 de marzo del mismo año, 812.00 Sono-
ra/48.
21 Meyer, Segovia y Lajous, op. cit., pp. 205-206.
22 NAW, Guy Stevens, de la Asociación de Productores de Petróleo en México a
Departamento de Estado, 25 de marzo de 1929, 812.00/29438.

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90 LA MARCA DEL NACIONALISMO

Para combatir a los escobaristas, el gobierno mexicano adquirió en


Estados Unidos -a veces directamente del ejército norteamericano
y no de los fabricantes- siete millones de cartuchos, más obu-
ses y bombas para la artillería y la fuerza aérea, varios miles de fusiles,
algunas ametralladoras y piezas de artillería, morteros, vehículos de
transporte, aviones y repuestos, más caballada, uniformes y otros ma-
teriales necesarios para la campaña contra los rebeldes. Al concluir
abril, el gobierno federal mexicano había gastado un millón y cuarto
de dólares en compras de material de guerra en Estados Unidos. 23
El apoyo de Washington al gobierno de Portes Gil en la situación
de emergencia de marzo y abril de 1929 no se limitó a la venta de
armas y al embargo de las mismas contra los rebeldes, sino que tam-
bién incluyó la negativa de las autoridades estadounidenses a tener
trato alguno con el enviado escobarista a Washington, Gilberto Va-
lenzuela. Al principio del movimiento, los rebeldes no hicieron nin-
guna denuncia del apoyo norteamericano al gobierno federal, pero
conforme la situación se tornó crítica para ellos, el general Escobar
buscó, como antes lo habían intentado los delahuertistas, capitalizar
en su favor el sentimiento nacionalista denunciando primero la con-
fabulación entre el embajador Morrow y Calles y luego la administra-
ción misma del presidente Hoover por apoyar a un gobierno "ilegí-
timo" en México. 24 El resultado práctico de tales denuncias fue nulo
tanto en México como en el exterior.

RECLAMACIONES Y DEUDAS

Como ya quedó asentado, uno de los resultados de los Acuerdos de


Bucareli fue la creación de dos comisiones mixtas de reclamaciones
para que los ciudadanos de Estados Unidos. y México presentaran
sus respectivas quejas contra los gobiernos del otro país. El trabajo
de los comisionados fue lento, pero para fines de 1931, la Comisión
General de Reclamaciones había admitido 2 751 casos de norteame-
ricanos contra México y 832 de mexicanos contra Estados Unidos.
La Comisión Especial de Reclamaciones -la que examinaría única-
23 Meyer, Segovia y Lajous, op. cit., pp. 203-205.
24 Ibid., pp. 206-207.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 91

mente las quejas de norteamericanos afectados por la turbulencia


revolucionaria- aceptó 3 158 casos. Al principio, los reclamantes
estadounidenses demandaban al gobierno mexicano indemnizacio-
nes por casi 945 millones de dólares contra 246 millones reclamados
por mexicanos al gobierno norteamericano. 25
La labor de las dos comisiones no sólo fue lenta sino conflictiva,
particularmente en el caso de la Comisión Especial, donde Estados
Unidos se negó a presentar más casos después de que el árbitro bra-
sileño se rehusó a aceptar la reclamación por el asesinato de 15 mi-
neros norteamericanos por tropas rebeldes villistas en 1916. El em-
bajador Morrow en realidad se interesó poco en acelerar el proceso
de la Comisión General, donde México se negaba a aceptar la res-
ponsabilidad por actos cometidos en tiempos y zonas dominados
por gobiernos ilegítimos, como el de Victoriano Huerta. 26 De esta
manera, para 1934, la Comisión General se disolvió cuando apenas
había examinado y decidido sobre una fracción de los casos que se
le habían presentado. El problema, pues, siguió pendiente.
Estados Unidos no era el único país interesado en buscar la com-
pensación de sus ciudadanos por supuestas fallas de las autoridades
mexicanas antes, durante y después de la guerra civil, sino también las
potencias europeas. Y fue aquí donde finalmente se encontró el prin-
cipio de la solución a este problema. Al finalizar 1926, se había firma-
do una convención especial de reclamaciones mexicano-británica,
pero sólo fue ratificada por los dos gobiernos al principiar 1928.
Francia, Bélgica, España, Alemania e Italia habían seguido o seguirían
el mismo camino, pero los trabajos de todas las comisiones encontra-
ron el obstáculo que había impedido el progreso de las mexicano-
norteamericanas: muchos casos y grandes conflictos entre los comi-
sionados para resolver cada uno. La respuesta fue cortar de tajo el
nudo gordiano: dejar de discutir cada caso en particular y proceder a
la liquidación del conjunto pero, suponiendo una gran inflación en las
sumas demandadas, se aceptó sólo una pequeña fracción del monto
originalmente demandado: 2.74%.27 Siguiendo estrictamente este pre-

25Dulles, op. cit, pp. 290-291.


26Schmitt, op. cit, pp. 168-169.
27 La convención de reclamaciones mexicano-británica, ejemplo de la forma

como se solucionó el problema de reclamaciones con los países europeos, se en-

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92 LA MARCA DEL NACIONALISMO

cedente, en 1934 Estados Unidos y México decidieron adoptar el


mismo procedimiento. El acuerdo final volvió a retrasarse, y no sería
sino hasta 1941 cuando se firmara el documento en virtud del cual se
aceptó por ambas partes que México pagaría como indemnización a
los ciudadanos norteamericanos una suma global de 40 millones de
dólares, monto que liquidaba todas las reclamaciones que habían sido
presentadas ante las dos comisiones a partir de su creación. 28
La energía que la diplomacia norteamericana ahorró en el caso de
las reclamaciones, la invirtió, apoyada por la de británicos y france-
ses, en la búsqueda de la solución final al problema de la deuda ex-
terna; después de todo, ése era un tema que tocaba muy de cerca al
antiguo miembro de la casa de J.P. Morgan: el embajador Morrow.
En mayo de 1928, dos expertos norteamericanos, Joseph E. Sterret
y Joseph S. Davis, pusieron en manos de las partes interesadas un
informe sobre las finanzas mexicanas y su capacidad para hacer fren-
te a la reanudación del pago de su deuda. El estudio mismo era parte
de un acuerdo entre el gobierno mexicano y el Comité Internacio-
nal de Banqueros (crn), cuyo objetivo era llegar a un monto y una
forma realista de pago. La esencia del proyecto de los expertos era
tan simple como ortodoxa: el gobierno federal mexicano debería
disminuir drásticamente su gasto militar, que absorbía casi un tercio
del presupuesto, pero también su inversión en obras de infraestruc-
tura y gasto social, y con lo así ahorrado, pagar las anualidades de la
deuda pendiente y los intereses acumulados. Al finalizar ese año, el
secretario de Hacienda informó a los representantes del crn que su
gobierno estaba dispuesto a iniciar negociaciones para llegar a un
acuerdo realista y aceptable para ambas partes. 29
Las deudas del gobierno mexicano -internas y externas- fue-
ron calculadas al iniciarse el año de 1929 en 1 700 millones de pesos,
de los cuales 1 071 -63%- correspondían a la deuda externa titu-
lada (que, a su vez, se dividía en 40% de principal y 60% de intere-
ses). Esta deuda estaba muy concentrada por nacionalidades: las tres
cuentra en Diario Oficial, 19 de mayo de 1928. Todos los documentos relacionados
con las prórrogas, los casos y la solución final se encuentran en AREM, VI/64 (7242)
(03)/1, 14-15-5 y Vl/42/102.7 (72 42)/1, 41-5-26.
28 Schmitt, op. cit., p. 169.

29 NAW, Montes de Oca a Lamont, 10 de septiembre de 1928, 812.51/1502.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 93

cuartas partes de las obligaciones estaban en manos de inversionistas


británicos, franceses y norteamericanos. 30 El gobierno mexicano
buscaba llegar a un acuerdo exclusivamente con el CIB, que controla-
ba el grueso de la deuda pero no toda. Los gobiernos de Estados
Unidos, Inglaterra y Francia deseaban un arreglo general que tuviera
en cuenta también el pago a los tenedores no organizados y dejados
de lado por el poderoso CIB. Sin embargo, México -para maximizar
sus recursos escasos- no deseaba desembolsar más dólares de los
que era políticamente indispensable, por ello buscó limitarse a satis-
facer las demandas del crn, que era el principal grupo financiero de
presión y posible llave para volver a abrir a México las puertas de las
bolsas de valores que se le habían cerrado desde 1914. Por su parte,
los acreedores marginados buscaron crear su propia organización
para tener algún peso político frente a México, pero aunque dieron
forma a esa segunda organización de acreedores, ésta nunca llegó a
compararse al crn, y el gobierno mexicano simplemente la ignoró. 31
Confiado en su buena relación con el crn, el presidente Ortiz Rubio
supuso, al iniciar su gobierno, que podría lograr del CIB nuevos prés-
tamos hasta por ¡450 000 millones de dólares! El objetivo presiden-
cial era, ni más ni menos, crear con recursos externos una serie de
instituciones bancarias oficiales que le sirvieran de base financiera
para acelerar el Programa de Modernización Económica de Méxi-
co. 32 La negativa de los banqueros a prestar una cantidad tan grande
como la que pretendía Ortiz Rubio -muy similar a la que se les
debía- fue rotunda.
Pese a lo anterior, a mediados de 1930 el secretario de Hacienda,
el señor Luis Montes de Oca, viajó a Nueva York para concertar lo
que sería el tercer acuerdo con el crn, conocido como el Montes de
Oca-Lamont. En virtud de este arreglo, los banqueros internaciona-
les aceptaron cancelar en favor de México 211 millones de dólares
de intereses acumulados a la deuda desde 1914; a cambio de ello, el
gobierno mexicano haría una emisión especial de bonos por valor
de 267 millones de dólares que se canjearían por los títulos origina-
30 NAW, Morrow a Departamento de Estado, 31 de diciembre de 1929,
812.51/1708.
31 Se trató de la Mexican Preferred Debts Internacional Protected Association.

32 Meyer, Segovia y Lajous, op. cit., pp. 215-218.

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94 LA MARCA DEL NACIONALISMO

les de la deuda, y que pagarían anualidades variables hasta vencer en


un plazo de 45 años. 33 A cambio del acuerdo, el secretario de Ha-
cienda intentó obtener un préstamo mucho más modesto del que se
había entendido originalmente --de apenas 20 millones de dóla-
res-, pero la Gran Depresión ya estaba causando sus enormes es-
tragos y ningún gran banco estadounidense o europeo estuvo dis-
puesto a prestar algo, aunque fuera poco, a México.
A final de cuentas, el acuerdo de 1930 siguió la misma suerte de
los que le precedieron: no fue cumplido. Ante las críticas internas
de que fue objeto el acuerdo, Montes de Oca se vio forzado a pedir
en enero de 1931 al crn una modificación en los términos de! acuer-
do original para posponer por un par de años la emisión de los nue-
vos títulos; ante la falta de opciones, los banqueros no tuvieron más
remedio que aceptar. Pero todo resultó inútil, y en 1932 el gobierno
mexicano anunció que se posponía la entrada en vigor del acuerdo
hasta 1934. Pero cuando llegó esa fecha el presidente Abelardo Ro-
dríguez declaró terminada la relación de su gobierno con el crn y, en
cambio, anunció que en el futuro se pasaría una nueva legislación que
determinaría la forma de pago a todos los acreedores. Medio millar
de acreedores británicos se separaron del crn y formaron su propio
comité; el gobierno mexicano tomó nota de su existencia y les ase-
guró que pronto propondría una fórmula para llegar a un arreglo del
problema. 34 Para entonces el gobierno mexicano ya estaba compran-
do parte de los viejos bonos de su deuda en el mercado abierto y a
sólo una fracción de su precio original, pues ante la prolongada mo-
ratoria los documentos se habían depreciado mucho. 35
En realidad no fue el gobierno mexicano sino la Gran Depresión
la que mató al Acuerdo Montes de Oca-Lamont, y por cuatro moti-
vos principales. En primer lugar, porque la baja en las exportaciones
afectó de manera drástica la principal fuente de ingresos del fisco
mexicano y antes de 1934 no hubo ningún excedente para pagar a los
acreedores externos. En segundo lugar, porque dada la crisis en el
mercado de capital mundial, ni aunque México cumpliera puntual-

Bazant, op. cit., p. 208.


33

Se trató del British Committee of Mexican Bondholders, que representaba a


34

tenedores de bonos por valor de 6 millones de libras esterlinas.


35 !bid., pp. 210-212; Diario de los Negocios, 8 de septiembre de 1934.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 95

mente su compromiso con los banqueros internacionales, éstos po-


drían prestarle el capital fresco que necesitaba. En tercer lugar, para
esos momentos muchos países, entre ellos prácticamente todos los
latinoamericanos, habían suspendido el pago de sus deudas y el mun-
do entraba a una gran moratoria; así, de ser excepción, la falta de
pago mexicana pasó a inscribirse en la regla. Finalmente, las relacio-
nes del gobierno mexicano con los petroleros mejoraron un poco
después de 1929, y tres de las principales empresas en ese ramo ac-
cedieron a darle en 1932 un préstamo al gobierno federal por 7 mi-
llones de dólares, garantizados con el pago de los propios impuestos
petroleros.36
En 1936 la prensa informó de algunos detalles de un nuevo plan
mexicano para el pago de la deuda externa. De los 267 millones
reconocidos por el acuerdo de 1930, el nuevo únicamente aceptaría
liquidar 130 millones, y los amortizaría a largo plazo al 4% de inte-
rés anual. 37 La crisis que surgiría al principiar 1938 con motivo de la
expropiación petrolera echaría por tierra este proyecto. No sería
sino hasta principiar el siguiente decenio -y en circunstancias mu-
cho más favorables para México- que sería posible al gobierno
federal proceder finalmente a liquidar sus añejas deudas con sus
cansados y frustrados acreedores internacionales, pero la forma y
los motivos de ese arreglo corresponden ya al periodo que será tra-
tado en otra parte.

LAs EXPUISIONES DE WS INDESEADOS: MÉXICO COMO VÍCTIMA


Y VICTIMARIO

Hasta principios del siglo XIX México fue un país que no había expe-
rimentado entradas o salidas masivas de población. Tras la indepen-
dencia, los gobiernos mexicanos hicieron varios intentos por atraer
inmigrantes, pues consideraron que la falta de población era uno de
los principales obstáculos para la modernización y el desarrollo eco-
nómico de México. El éxito de esta política fue más bien pobre: po-
36 NAW, agregado militar a Departamento de Guerra, 16 de noviembre de 1932,
812.51/1897.
37 The Times, 24 de diciembre de 1936.

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96 LA MARCA DEL NACIONALISMO

cos extranjeros decidieron venir a México y algunos de los que vinie-


ron no fueron precisamente los que las autoridades mexicanas
deseaban.
La creación de una red ferroviaria que ligó a México con Estados
Unidos y los efectos de la revolución industrial en ese país, junto con
la inexistencia de obstáculos físicos o legales al cruce de la frontera
mexicano-norteamericana, llevaron a que al finalizar el siglo pasado
se iniciara un modesto pero sistemático movimiento migratorio de
mexicanos hacia Estados Unidos en busca de trabajo. Al principiar el
siglo XX, se calculaba que la colonia mexicana en Estados Unidos la
formaban ya 300 000 almas, y estaba concentrada en los estados
fronterizos con México.
La Revolución Mexicana aceleró notablemente la corriente migra-
toria de sur a norte y con ello surgieron fuerzas en Estados Unidos
contrarias al aumento de la presencia de mexicanos en ese país.
En 1917 la llamada Ley Burnett, y luego en 1924 la creación de la
Patrulla Fronteriza, erigieron ya los primeros obstáculos reales al li-
bre flujo de mexicanos hacia Estados Unidos, pero de ninguna ma-
nera estas medidas impidieron que dicho flujo continuara.
La guerra civil mexicana combinada con el notable crecimiento de
la economía norteamericana entre 1910 y 1929, llevaron, entre otras
cosas, a que para 1929 hubiera más de un millón de mexicanos resi-
diendo en Estados Unidos, empleados básicamente en actividades
agrícolas (70%). En algunas regiones de México, las remesas de estos
trabajadores empezaron a ser parte sustantiva de la economía local.
La crisis económica que estalló en Estados Unidos a fines de 1929
vino a alterar drásticamente la situación, pues casi de golpe el factor
que había atraído a los trabajadores mexicanos al país del norte dejó
de existir: la oferta de trabajo agrícola. El desempleo masivo que se
produjo en la economía norteamericana a partir de 1930 llevó a que
el presidente Hoover decretara que toda la inmigración quedara su-
jeta a cuota, incluida la procedente de México. Sin embargo, lo ver-
daderamente importante no fue tanto el cierre legal de la frontera al
paso de trabajadores mexicanos, sino la repatriación de los que ya
estaban en Estados Unidos. En efecto, se calcula que en 1930 aban-
donaron el país vecino 70 000 mexicanos; la cifra aumentó a 125 000
al año siguiente, para quedar en 80 000 en 1932 y en 36 000 un año

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 97

después. 38 Desde una perspectiva formal, el retorno de estos 311 000


mexicanos entre 1930 y 1933 no fue producto de ninguna acción del
gobierno estadounidense, sino más bien resultado de una: repatria-
ción ''voluntaria", pero detrás de esa supuesta ''voluntad de retorno"
estaba la acción de varias asociaciones privadas norteamericanas que
presionaron a los mexicanos a volver a su país con el fin de otorgar
a los desempleados de Estados Unidos los trabajos desempeñados
por los mexicanos y que hasta antes de 1929 no les habían interesado
a los nativos por lo magro de la paga y lo difícil de la labor. 39 En
vista de lo anterior, el gobierno mexicano no tuvo elementos para
protestar por la expulsión, y menos aún cuando la propia legislación
laboral mexicana ponía límites al número de trabajadores extranjeros
que podían ser contratados por una empresa. Esta disposición legal
afectó directamente a alrededor de 40 000 norteamericanos que esta-
ban ocupados en México por empresas petroleras, mineras, eléctri-
cas y ferrocarrileras. 40
La repatriación de los mexicanos puso en la frontera con Estados
Unidos a miles de personas sin recursos y lejos de sus lugares de
origen. En principio, el gobierno mexicano declaró que se haría car-
go del traslado al interior del país de aquellos recién llegados que no
pudieran hacerlo por sus propios medios, p~ro los recursos guberna-
mentales destinados a ese efecto fueron notoriamente insuficientes.
El Comité Nacional de Repatriación -una organización formada
por representantes de los sectores público y privado-- trató de ali-
viar las deficiencias de la acción gubernamental y de crear colonias
agrícolas que dieran ocupación a los recién llegados en un momento
en que los sectores modernos de la economía mexicana también su-
frían de desempleo. De nueva cuenta, los recursos resultaron inferio-
res a las necesidades, y apenas 5% de los repatriados aceptó ir a las
colonias, aunque a final de cuentas un buen número de ellos termi-
naron por abandonarlas. De acuerdo con los cálculos disponibles,
84% de los repatriados optó por volver a sus pueblos pero con el
38 Mercedes Carreras de Velazco, Los mexicapos r¡11e devolvió la crisis, 1929-1932,

México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974, pp. 173-174.


39 NAW, E.J. O'Shaughnessy, del Departamento de Trabajo al Departamento de
Estado, 17 de abril de 1934, 312.504/1455.
40 Ex&elsior, to. de marzo de 1930.

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98 LA MARCA DEL NACIONALISMO

propósito de retornar a Estados Unidos en cuanto las circunstancias


lo permitieran.41
La primera repatriación masiva de mexicanos en Estados Unidos
no sólo tuvo efectos entre los directamente afectados, sino que tam-
bién hirió el sentido de dignidad nacional por la forma en que los
norteamericanos organizaron su salida -su expulsión- y por po-
ner de manifiesto una de las debilidades de la economía mexicana: la
dificultad de dar a todos los mexicanos en edad de laborar la posibi-
lidad de obtener un empleo adecuado en su propia tierra. En su in-
forme del lo. de septiembre de 1931, el presidente Ortiz Rubio se-
ñaló que habían sido las intrigas de ciertos grupos estadounidenses,
más que la falta de trabajo, lo que había producido la expulsión ma-
siva de los compatriotas residentes en Estados Unidos. 42 En la pren-
sa de la época aparecieron artículos y declaraciones de las autorida-
des en las que, en medio de frases grandilocuentes y patrióticas, se
advertía a los posibles futuros inmigrantes sobre los peligros, humi-
llaciones y actitudes discriminatorias que les esperaban en el país
vecino si volvían a intentar la salida, y que lo mejor era permanecer
en México y no volver a emprender el camino al norte. Sin embargo,
de poco valieron advertencias y llamados al sentimiento nacionalista
ante la disparidad salarial, producto de las grandes diferencias en el
proceso de desarrollo de México y Estados Unidos; en cuanto pasó
lo peor de la crisis económica en Estados Unidos, el éxodo de traba-
jadores mexicanos se reanudó. 43
En materia de expulsión de inmigrantes, México no sólo fue víc-
tima sino también victimario, aunque en menor escala. El grupo
extranjero que más sufrió entonces en México los efectos de una
política de expulsión en la que predominaron las humillaciones e
indignidades similares a las que muchos mexicanos sufrieron en
Estados Unidos, fue el de los chinos. Desde la época prerrevolucio-
naria, había ingresado a México un grupo de trabajadores chinos
contratados por las empresas constructoras de los ferrocarriles. Pos-
41Carreras de Velazco, op. cit., pp. 92-128.
42México, Congreso de la Unión, Los presidentes de México ante la nación: infor-
mes, manifiestos y documentos, México, Imprenta de la Cámara de Diputados, 1966,
pp. 1048-1049.
43 Carreras de Velazco, op. cit., pp. 135-143.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 99

terior_mente, un número de estos inmigrantes dejaron México para


tratar de residir en Estados Unidos. Sin embargo, muchos de los
ciudadanos chinos que habían venido como trabajadores permane-
cieron en México cuando el trabajo original se acabó, pero dejaron
su condición de asalariados para transformarse en comerciantes o
prestadores de servicios en zonas urbanas. Su presencia en esta cali-
dad no tardó en generar tensiones y resentimiento entre algunos co-
merciantes mexicanos que los consideraban competidores, y tam-
bién de su clientela, que con frecuencia los vio como explotadores.
Cuando la Gran Depresión provocó el retorno de los mexicanos
repatriados por Estados Unidos, en México se dejaron oír voces que
exigían la expulsión de los ciudadanos chinos por razones similares a
las dadas por los norteamericanos en relación con los mexicanos:
por ocupar lugares que legítimamente les correspondían a los nacio-
nales. Puesto que la mayoría de los miembros de la colonia china se
encontraban en el norte, fue ahí donde mayor fuerza adquirieron las
actividades de organizaciones xenófobas como la Liga Nacional An-
tichina o el Comité Pro Raza, ambos apoyados abiertamente por fi-
guras públicas de la época, y que desarrollaron una feroz campaña
contra los chinos, de la que no escapó su familia, aunque ya fuera
mexicana.
Es posible que en los primeros años del decenio de los años trein-
ta, 11 000 personas de origen asiático hayan abandonado México
ante la presión social generada en su contra, y no todas las que se
fueron -la mayoría rumbo a Estados Unidos- lo hicieron por pro-
pia voluntad. Se considera que las autoridades mexicanas expulsaron
por la fuerza a cuando menos ocho centenares de ciudadanos chinos,
y muchas de estas expulsiones se llevaron a cabo mediante procedi-
mientos tan ilegales como inhumanos. Dado lo costoso del viaje de
México a China, las autoridades sonorenses optaron simplemente
por obligar a los expulsados a cruzar en la noche la frontera hacia
Estados Unidos por puntos pocos vigilados y dejar que el gobierno
norteamericano corriera con el costo del pasaje hasta China en caso
de que descubrieran al ilegal. Tanto el gobierno de China como el de
Estados Unidos protestaron repetidas veces ante el de México por
su política hacia los ciudadanos chinos; las autoridades de Pekín
amenazaron incluso con romper relaciones diplomáticas con México

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100 LA MARCA DEL NACIONALISMO

y las de Washington con regresar a México a aquellos ciudadanos


chinos que se probara que habían ingresado a Estados Unidos pro-
cedentes del país vecino del sur y obligados por sus autoridades.
Ninguna de las protestas tuvo realmente efecto, y sólo la pérdida del
poder de Plutarco Elías Calles en 1935 -y la consiguiente desapari-
ción del panorama político de su hijo Rodolfo, el alma de la campaña
anti.china-'- puso fin a esta penosa etapa de las relaciones entre Méxi-
co, China y Estados Unidos. 44

Los PRINCIPIOS

Las relaciones sustantivas de México en esta época fueron con las


grandes potencias, en particular con Estados Unidos, pero también
hubo otras más de carácter simbólico, mas no por ello poco impor-
tantes. Mientras la Sociedad de las Naciones buscaba la paz, los ejér-
citos de las potencias se preparaban para la guerra.
Como ya se señaló, México no fue invitado a participar original-
mente como miembro de la Sociedad de Naciones porque la actitud
de los gobiernos revolucionarios ante los intereses de los inversionis-
tas de las grandes naciones industriales en su territorio y la neutrali-
dad que mantuvieron durante la Primera Guerra Mundial no conta-
ron con la aprobación de las potencias triunfadoras en 1918. No
sería sino hasta 1927, con motivo de un oscuro Congreso Interna-
cional de Estadística, cuando por primera vez la Sociedad de Nacio-
nes se dirigiría oficialmente al gobierno mexicano para extenderle
una invitación a participar. En 1930 fue México el que solicitó a la
Sociedad de Naciones que se le admitiera como observador para
mantener contacto con sus organismos especializados. Finalmente,
en septiembre de 1931, y tras haber sido presentada su candidatura
por Alemania, Francia, Inglaterra, Italia, España y Japón, México fue
formalmente admitido como miembro de la Sociedad de Naciones
con plenos derechos y obligaciones.
La llegada de México a la organización mundial se dio justamente
en el momento en que el organismo iba a entrar en su etapa de fran-

44 Meyer, Segovia y Lajous, op. cit., pp. 244-246.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 101

ca declinación por su incapacidad para hacer frente a los desafíos de


las potencias insatisfechas con el statu quo. En cualquier caso, México
aprovechó el foro que le brindaba el organismo internacional para
pronunciarse claramente en contra de la invasión japonesa de China
y de la invasión italiana de Etiopía. Más tarde usó a la SDN para de-
fender a la República Española de la agresión de que era objeto por
parte de los nazifascistas alemanes e italianos.
Es obvio que las posibilidades de México para ir más allá de la
condena moral de los agresores en todos los casos citados eran limi-
tadas -la ayuda a España- o simplemente nulas -los casos de la
defensa de los derechos de China o Etiopía-, pero era del interés
mexicano no dejar pasar ni una sola oportunidad para reiterar públi-
camente su apego a los principios básicos de su política internacio-
nal: la solución pacífica de las controversias, la no intervención de un
país en los asuntos internos de otro y la autodeterminación. 45 La va-
lidez de ese conjunto de principios era indispensable como marco de
las relaciones fundamentales de México: las establecidas con Estados
Unidos y con las potencias europeas.
Las dificultades experimentadas por los gobiernos revoluciona-
rios mexicanos en sus relaciones con las grandes potencias dieron
por resultado hacer de la no intervención y la autodeterminación los
fundamentos de la llamada Doctrina Carranza. De ahí que en la
VI Conferencia Internacional Americana celebrada en La Habana a
principios de 1928, México, en unión de Ecuador y Colombia, se-
cundara firmemente la propuesta de El Salvador en el sentido de
modificar radicalmente el sistema panamericano, haciendo que una
de sus bases fundamentales fuese el principio propuesto por la Co-
misión Panamericana de Jurisconsultos el año anterior y que conte-
nía una cláusula que explícitamente prohibía a cualquier Estado
miembro del sistema intervenir en los asuntos internos de otro u
otros. La delegación norteamericana, encabezada por el propio se-
cretario de Estado, Charles Hughes, se negó a aceptar incondicional-
mente ese principio porque limitaba la posibilidad de defensa de los
intereses y las vidas norteamericanas en un país latinoamericano en

45 México, Secretaría de Relaciones Exteriores, Políti&a exterior de México: 175 años

de historia, vol. 1, México, Secretaria de Relaciones Exteriores, 1985, pp. 271-273.

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102 LA MARCA DEL NACIONALISMO

que el orden interno hubiese desaparecido como consecuencia de


circunstancias extraordinarias.46 La conferencia de La Habana termi-
nó con una abierta diferencia entre Estados Unidos y América Lati-
na en relación con las normas básicas de convivencia entre los esta-
dos de la región.
En la siguiente conferencia de los estados americanos -la sépti-
ma-, que tuvo lugar en Montevideo a finales de 1933, México volvió
a la carga con el tema de la no intervención. Para ese momento, el pre-
sidente Franklin D. Roosevelt ya había propuesto a sus vecinos del
continente su política de "Buena Vecindad". Allí, en Montevideo, el
secretario de Estado Cordell Hull aceptó por fin comprometer a su país
a aceptar como guía de su conducta en el continente los principios de
la Convención de Derechos y Deberes de los Estados, cuyo artículo
VII señalaba expresamente que ningún Estado tenía derecho a inter-
venir en los asuntos internos o externos de otro Estado. Sin embargo,
Hull hizo dos reservas importantes: a) que el compromiso norteame-
ricano frente al principio de no intervención se limitaba al tiempo que
durara la administración del presidente Roosevelt, y b) que Estados
Unidos se reservaba en ese campo los derechos que le correspondían
según "la ley de las naciones". 47
La satisfacción de la delegación mexicana en Montevideo fue
enorme no sólo por haberse logrado, aunque con condiciones, la
aceptación del principio de no intervención por parte de Estados
Unidos, sino porque también se aceptó en materia de reconocimien-
to diplomático algo muy cercano a la llamada Doctrina Estrada. Esta
doctrina, enunciada el 27 de septiembre de 1930 por el canciller
mexicano Genaro Estrada (y que inicialmente se denominó Doctri-
na Ortiz Rubio), declaraba que México se oponía a que cada vez que
ocurriera un cambio imprevisto de gobierno, los países con los
que se mantenían relaciones se pronunciaran sobre la legitimidad del
nuevo. Para México, el otorgamiento explícito de reconocimiento
diplomático o el retiro del mismo al nuevo gobierno era un acto de
intervención en los asuntos internos del país en cuestión. Para evitar
esa variante del intervencionismo, México se proponía mantener o
46 ]. Lloyd Mecham, The United States and Inter-American Security 1889-1960, Austin,

The University of Texas Press, 1965, p. 104.


47 !bid., pp. 114-116.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 103

retirar a sus enviados diplomáticos en el país en que ocurriera el


cambio imprevisto pero sin manifestarse oficialmente sobre la legiti-
midad del mismo. Cuando el canciller Estrada anunció este nuevo
principio de la política mexicana, acababan de producirse cambios
imprevistos de gobierno en Argentina, Perú, República Dominicana
y Bolivia, pero la raíz profunda de la actitud mexicana en este campo
había sido el uso del reconocimiento diplomático como instrumento
de presión de los norteamericanos y europeos contra los gobier-
nos de Carranza y Obregón.48 La siguiente conferencia panamerica-
na tuvo lugar en Buenos Aires en diciembre de 1936, y fue resultado
de una iniciativa estadounidense. Para entonces, a Estados Unidos le
interesaba sobremanera coordinar su política continental con el res-
to de sus vecinos del sur para enfrentar la agresividad internacional
de las potencias enemigas del statu quo. A cambio de obtener la co-
operación de los países latinoamericanos para la creación de un me-
canismo colectivo de defensa frente a las amenazas extracontinenta-
les, Washington se vio obligado a aceptar de manera incondicional el
principio de no intervención. 49 Fue de esta manera como se logró
uno de los objetivos centrales de la política exterior mexicana por lo
que a los principios se refiere.

LA POLÍTICA EXTERNA MEXICANA SE TORNA CONSERVADORA

Tras el Acuerdo Calles-Morrow, la política exterior de México se tor-


nó un poco más convencional de lo que había sido hasta ese mo-
mento para evitar la repetición de los choques con la potencia hege-
mónica. El cambio más importante en América Latina se dio en la
relación con Nicaragua y, fuera de la región, con la Unión Soviética.
Hasta 1927, la política mexicana hacia Nicaragua había sido un
punto de conflicto con Estados Unidos. En ese año, el presidente
Coolidge había enviado al turbulento país centroamericano 5 000 ma-
rines y 11 destructores y cruceros para implantar por la fuerza cierta
estabilidad en el complicado proceso político de ese país centroame-
48 Para un análisis de la naturaleza de la Doctrina Estrada, véase, entre otros,

Daniel Cosío Villegas, Enst!JOSY notas, vol. 11, México, Hermes, 1966, pp. 169-212.
49 Mecham, op. cit., pp. 133-134.

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104 LA MARCA DEL NACIONALISMO

ricano, marcado por la violenta lucha entre liberales y conservadores.


Además, los marines tenían como misión secundaria contrarrestar la
supuesta ayuda que México estaba dando a los liberales.
Ante el empate político-militar de los bandos en pugna, Estados
Unidos buscó llevar a los adversarios a una negociación que los com-
prometiera a aceptar los resultados de unas elecciones supervisadas
por la potencia ocupante. Uno de los generales liberales, César Au-
gusto Sandino, se negó a aceptar los términos del compromiso e ini-
ció por sí mismo una lucha contra el gobierno y contra las fuerzas
norteamericanas. Mientras para los estadounidenses la acción de San-
dino y su pequeño grupo de rebeldes de no más de 150 hombres no
era otra cosa que bandidaje, para buena parte de la opinión pública
latinoamericana -la mexicana, desde luego-- se trataba de una ma-
nifestación admirable y digna de apoyo del antiimperialismo y nacio-
nalismo nicaragüense. La acción de Sandino coincidió con el momen-
to en que Calles y Morrow llegaron a su famoso entendimiento, y por
tanto el gobierno mexicano decidió ya no tomar posición en esa nue-
va etapa del conflicto nicaragüense. Sin embargo, no le fue tan fácil a
México cortar del todo su liga con el proceso nicaragüense.
En 1928, y como resultado del proceso electoral patrocinado por
los ocupantes, los liberales llegaron al poder bajo el liderazgo del
general José María Moneada, antiguo jefe de Sandino. En estas cir-
cunstancias el guerrillero decidió abandonar Nicaragua y exiliarse en
un país amigo; con este propósito, se puso en contacto con el go-
bierno mexicano. El presidente Portes Gil aceptó la petición de asilo
y el 25 de junio de 1929 Sandino llegó a México; seis meses más tar-
de Moneada tomó posesión como presidente de Nicaragua. 50
De acuerdo con el testimonio de Portes Gil, su gobierno aceptó
con agrado al nuevo asilado, pero no así la sugerencia del embajador
Morrow para que México reanudara sus relaciones diplomáticas con
el gobierno de Managua como parte de un esfuerzo internacional
para legitimar a Moneada y ayudar de esa manera al proceso de con-
solidación del nuevo régimen nicaragüense. Portes Gil consideró que
si bien México tenía simpatías por los liberales ahora en el poder, no
50 Para un recuerdo más detallado de este incidente véase Gregorio Selser, El pe-

queño gército loco: optración México-Nicaragua, La Habana, Imprenta Nacional de Cuba,


1960.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 105

podía reconocerlos mientras las tropas estadounidenses, aunque en


menor número que en el pasado, continuaran en suelo nicaragüen-
se.51 Lo que sí hizo el gobierno mexicano en favor de Moneada fue
mantener a Sandino aislado en el interior del país y sin muchas posi-
bilidades de organizar su reingreso a Nicaragua para continuar su
lucha antiimperialista, pues Sandino había jurado no deponer las ar-
mas mientras un solo soldado norteamericano permaneciera en sue-
lo nicaragüense. En este sentido, el exilio estrechamente vigilado del
guerrillero nicaragüense ..en México -lo vigilaban agentes mexica-
nos, nicaragüenses y estadounidenses- fue bien visto por el gobierno
norteamericano, aunque resultó incómodo tanto para los gobernan-
tes mexicanos como para el guerrillero. 52
Sandino abandonó México en 1930 para continuar su lucha en
Nicaragua. Dos años más tarde, los liberales, con Juan Bautista Saca-
sa a la cabeza, volvieron a ganar las elecciones. Poco antes de que se
iniciara el nuevo gobierno, el 1o. de enero de 1933, los marines norte-
americanos abandonaron Nicaragua y poco menos de tres meses
después, el 24 de marzo, los gobiernos de México y Managua reanu-
daron unas relaciones diplomáticas que habían estado en suspenso
por siete años. Al año siguiente, Anastasio Somoza, el jefe de la
Guardia Nacional creada por los estadounidenses durante la ocupa-
ción, asesinó a Sandino y preparó así el principio de lo que sería a
partir de 1936 una larga dictadura encabezada primero por él y luego
por sus hijos.
En ese año de 1933, México también reanudó o reactivó las rela-
ciones diplomáticas que se habían suspendido o enfriado por diver-
sos motivos políticos, con Perú, Venezuela y Argentina. Pero si por
un lado el gobierno mexicano entraba en una etapa de normaliza-
ción de sus relaciones políticas con otros gobiernos, hubo una ex-
cepción: las que entabló con la Unión Soviética.
Como ya quedó registrado, casi al final de su periodo presidencial
el presidente Obregón decidió establecer relaciones diplomáticas
con la Unión Soviética; fue el mexicano el primer gobierno del con-
tinente que lo hizo. Las relaciones entre los dos gobiernos producto
51 Emilio Portes Gil, Quince años de política mexicana, 2a. ed., México, Ediciones

Botas, 1941, pp. 356-362.


52 Selser, op. tit., p. 346.

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106 LA MARCA DEL NACIONALISMO

de sendas revoluciones no fue fácil, sobre todo porque las relaciones


entre el Partido Comunista Mexicano (PCM) y el gobierno fueron de
mal en peor hasta culminar en la ilegalización del partido entre 1929
y 1935.53
Las tensiones entre el gobierno y los comunistas mexicanos des-
encadenaron una serie de acontecimientos que culminaron con la
ruptura diplomática entre México y la Unión Soviética. En efecto, a
raíz del fusilamiento en 1929 en Durango y por orden del goberna-
dor, del líder agrario y miembro del Comité Central del PCM Guada-
lupe Rodríguez y 14 de sus compañeros, la Tercera Internacional
organizó una serie de protestas en diversas ciudades de América La-
tina y Europa en contra del gobierno de Portes Gil. Varias represen-
taciones diplomáticas y consulares mexicanas fueron objeto de ma-
nifestaciones en apoyo de los comunistas mexicanos perseguidos
por su gobierno. Esos incidentes, aunados a la crítica contra el go-
bierno mexicano aparecida en la prensa soviética, llevaron a la canci-
llería mexicana a presentar una protesta diplomática en Moscú. Las
autoridades soviéticas rechazaron la posición mexicana argumentan-
do que las acciones en el exterior de las organizaciones comunistas
internacionales no podían ser atribuidas al gobierno soviético. Los
contactos entre los gobiernos de México y Moscú entraron entonces
en una etapa de notorio enfriamiento. 54
La relación soviético-mexicana, ya de por sí mala, empeoró al fi-
nalizar 1929 cuando, a raíz de un incidente en la frontera sino-sovié-
tica, México hizo saber al Comisariado de Asuntos Extranjeros de
Moscú, presidido por Maxim Litvinov, su deseo de que las diferen-
cias entre los dos países vecinos se solucionaran ajustándose a las
normas previstas en el recién firmado Tratado de Renuncia a la Gue-
rra, o sea, el Pacto Briand-Kellogg. Litvinov recibió con disgusto la
sugerencia mexicana y no se cuidó en hacer patente el desagrado de
su gobierno por la intervención mexicana en el asunto. En respuesta,
la Secretaría de Relaciones llamó a México a Jesús Silva Herzog, su
53 Para una visión sintética de las tensiones y choques entre las autoridades y el PCM

entre 1929 y 1932, véase Marcela Neymet, Cronología del Partido Comunista Mexicano:
primera parte, 1919-1939, México, Ediciones de Cultura Popular, 1981, pp. 66-124.
54 Jesús Silva Herzog, Una vida en la vida de México, México, Siglo XXI Editores,

1972, pp. 113-114.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 107

ministro en Moscú.ss El 23 de enero de 1930 quedaron rotas las re-


laciones entre los gobiernos revolucionarios de México y la Unión
Soviética. De nueva cuenta, algunas de las representaciones mexica-
nas en el exterior fueron objeto de manifestaciones de protesta por
parte de los comunistas y sus simpatizantes y el gobierno mexicano
respondió expulsando a varios militantes comunistas asilados en
México.
El rompimiento diplomático con la Unión Soviética fue una deci-
sión tomada por Calles en su calidad de Jefe Máximo, pero antes de
indicar a Portes Gil que procediera a hacerlo efectivo, Calles informó
de su decisión al embajador Morrow. Contra lo que pudiera creerse,
el representante estadounidense no aplaudió la decisión, sino que
aconsejó al hombre fuerte de México reconsiderar su decisión, ya
que la tendencia mundial en ese momento era a incorporar a la Unión
Soviética a la comunidad internacional y no a excluirla. En opinión
de Morrow, era probable que en poco tiempo Washington y Moscú
establecieran relaciones formales; en esa situación, la decisión mexi-
cana iría contra la corriente y sin tener un fundamento legal sólido. s6
Calles no escuchó el consejo del norteamericano y siguió adelan-
te con su decisión original. Desde la perspectiva de Calles, la relación
con los soviéticos era decepcionante: el esperado comercio con la
URSS no se había materializado, y los contactos que la legación so-
viética mantenía con las organizaciones de izquierda mexicanas eran
de tiempo atrás muy molestas para un gobierno mexicano que se
había vuelto cada vez menos tolerante con las acciones de un PCM
que consideraba que se había llegado a una etapa histórica en la que
se iba a escenificar la lucha final de la izquierda contra el régimen
burgués mexicano. s7

55 /bid, p. 117.
56 NAW, Herschel Johnson, encargado de negocios, a Departamento de Estado,
24 de enero de 1930, 812.52/1592.
57 Silva Herzog, op. cit, p. 118.

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108 LA MARCA DEL NACIONALISMO

EL RETORNO DEL ESPÍRI1U NAOONALISTA


Y ANTIIMPERIALISTA

El esperado triunfo del general Lázaro Cárdenas en las elecciones de


1934 no fue considerado inicialmente por los países que tenían inte-
reses en México como otra cosa que un cambio rutinario y sin tras-
cendencia. Así, la legación británica, por ejemplo, informó a sus su-
periores en Londres que el joven general michoacano sería
simplemente otro "hombre de paja" más al servicio de los proyectos
políticos de Calles, quien en realidad era ya el "dictador de factrl' de
Mé~co. 58 Sin embargo, hubo excepciones. Unos cuantos observado-
res agudos, como fue el caso del presidente de la empresa petrolera
anglo-holandesa El Águila, no se mostraron tan confiados en que
todo seguiría como hasta entonces. Desde la perspectiva del ejecuti-
vo petrolero, no era imposible suponer que el general Calles estuvie-
ra empezando a perder fuerza política y, desafortunadamente, eso
podría ocurrir justo en los momentos en que el Plan Sexenal, que
constituía el proyecto del PNR para la siguiente administración, abría
la posibilidad de que se volviera a iniciar una ola de nacionalismo
económico.59
Los temas centrales del Plan Sexenal que preocuparon al directivo
de El Águila no debieron de sonar bien a los oídos de ninguno de los
empresarios y diplomáticos de las grandes potencias, pues de llevarse
a cabo serían el fin del supuesto termidor en que había entrado la
Revolución Mexicana con el Acuerdo Calles-Morrow. El objetivo úl-
timo de México, según ese documento aprobado por el PNR como
plataforma electoral, debería ser la modificación sustancial de las
condiciones económicas en el país en beneficio de las clases trabaja-
doras para que éstas pudieran finalmente disfrutar de una vida dig-
na. 6º· En el Plan Sexenal y en los discursos de Cárdenas como candi-
dato oficial aparecieron como temas dominantes los siguientes: la

58 PRO, FO 871, O'Malley a la Foreign Office, 19 de enero de 1938, vol. 21482

A. 1975/1975/26.
59 PRO, FO 871, J.A. Assheton de El Águila a J.B. Body, en Londres, 20 de octu-

bre de 1933, vol. 17710A. 7711/1/26.


60 Ramón Beteta (ed.), Programa económicoy social de México (una controversia), Méxi-

co, s.p.i., 1935, p. 210.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 109

unificación y revigorización de las organizaciones obreras, la reacti-


vación de la reforma agraria hasta hacerla el elemento central de la
vida rural, la construcción por parte del Estado de la infraestructura
física necesaria para el-desarrollo económico (presas y carreteras), la
expansión de la educación según los cánones de la "educación socia-
lista", y la independencia económica de México. En relación con este
último punto, se admitió que si bien México no podía pretender ais-
larse del resto del mundo, sí debía buscar dentro de sus fronteras el
predominio de los intereses nacionales por encima de los extranje-
ros. 61 Esto se proponía como meta nacional en una circunstancia en
que, directa o indirectamente, el capital externo controlaba 99% de
la actividad petrolera, 79% del sistema ferroviario y tranviario, 100%
de la producción eléctrica y 98% de la minera. 62 El plan de gobierno
proponía concretamente la nacionalización efectiva del subsuelo pe-
trolero y un aumento de la participación estatal en las ganancias de
las empresas dedicadas a la explotación de los recursos naturales,
como eran las petroleras y las mineras.
Desde fines de 1934 y a principios del año siguiente, las empresas
petroleras expresaron ante el gobierno norteamericano su temor de
que el gobierno mexicano estuviese considerando la posibilidad
de echar por tierra el acuerdo Calles-Morrow. Para evitarlo, pidieron
que se concertara una entrevista entre Calles y su representante, el ex
embajador J. Reuben Clark Jr. (que había sucedido a Morrow cuando
éste dejó la embajada), para reafirmar la validez de lo acordado en
1928.63 La entrevista finalmente tuvo lugar, pero no sirvió de mucho,
pues casi inmediatamente después ocurrió la crisis Calles-Cárdenas,
con la consecuente derrota política del otrora muy poderoso Jefe
Máximo.
El Plan Sexenal y el nacionalismo económico que expresaba co-
menzaron a preocupar a la prensa estadounidense. A lo anterior se
debe añadir el hecho de que al concluir el año de 1936 México con-

61 Gilberto Bosques, The National &110mtionary Par!J ef Mexico and the Six Year Plan,

México, Partido Nacional Revolucionario, 1937, pp. 164-166.


62 NAW, estudio de la Association of Producers of Petroleum in Mexico, 1935,
812.6363/2763; Alfredo Navarrete, "La inversión extranjera directa en México", en
El Mercado de Valores, octubre de 1966.
63 Meyer, México y los Estados Unidos..., op. cit., pp. 308-309.

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11 Ü LA MARCA DEL NACIONALISMO

taba ya con una flamante Ley de Expropiación que, en principio,


permitía al gobierno tomar cualquier tipo de propiedad cuando así lo
requiriera la utilidad pública. Los afectados por la medida serían
compensados, pero sólo con el valor fiscal de la propiedad --que
siempre era muy inferior a su valor de mercado- y no de manera
inmediata sino en un plazo de 1O años. Al Departamento de Estado
y a las cancillerías europeas les preocupó sobremanera esta "casi ili-
mitada extensión del derecho de expropiación" en manos de un pre-
sidente que, para ese momento, se encontraba libre de las ataduras
que Calles le había impuesto en aras de la moderación.
Ante la alarma del Departamento de Estado y de una buena parte
de los intereses extranjeros en México, el presidente Cárdenas res-
pondió que la Ley de Expropiación no tenía por objeto afectar a
ninguna de las industrias extranjeras en actividad, sino otro más mo-
desto: dar al gobierno un instrumento para tomar bajo su control
aquellas empresas que, siendo necesarias al bienestar colectivo, hu-
bieran cesado en sus actividades. Por tanto, y según el presidente, los
petroleros o los mineros deberían desechar los temores que abriga-
ban respecto de las intenciones del gobierno. 64
Las seguridades dadas por el presidente mexicano al embajador de
Estados Unidos no debieron tranquilizar mucho a la comunidad de in-
versionistas extranjeros. Ya desde la derrota política de Calles, algunos
de sus voceros vaticinaron que se iba a iniciar en México una nueva
ola de radicalismo y, por ende, de problemas. 65 Al concluir 1936, el
Times de Londres señalaba a su lectores que de no actuar pronto, las
fuerzas conservadoras de México ya no tendrían capacidad para evi-
tar que Cárdenas llevara a su país a algún tipo de socialismo. The Eco-
nomist, por su parte, fue más específico: se ahondaba el conflicto
obrero-patronal que se había iniciado en la industria petrolera y el
gobierno mexicano podría verse tentado a usar la nueva Ley de Ex-
propiación para resolver el problema.66 En un tiempo muy corto, Cár-
denas había pasado de ser un "hombre de paja" a ser, a ojos de los
intereses extranjeros, un adversario potencial formidable.
64 Edmund David Cronon,Joseph11s Danieis in Mexico, Madison, The University of

Wisconsin Press, 1960, pp. 123-125.


65 The Times, 17 de junio de 1935.
66 The Times, 4 de noviembre de 1936; The Economist, 28 de noviembre de 1936.

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DEL ACUERDO CALLES-MORROW 111

Al finalizar 1936, todas las piezas estaban en su lugar para dar


principio a una nueva confrontación entre el gobierno mexicano y
los intereses extranjeros.
El conflicto obrero-patronal en las empresas petroleras se convir-
tió en el preludio de la gran confrontación entre el gobierno y los
intereses extranjeros. En la presidencia había ya no sólo un general
sin la tutela de Calles, sino un líder con un proyecto político naciona-
lista y que había logrado iniciar la movilización y organización de las
masas. Existían también los instrumentos para proceder a poner en
marcha el proyecto, especialmente la Ley de Expropiación de 1936.
Finalmente, estaban los motivos: la búsqueda de mayores recursos
provenientes de las actividades dedicadas a la explotación de los re-
cursos naturales --casi todas ellas propiedad del capital externo--
para financiar las actividades de un Estado activo que buscaba el
cambio social y la modernización económica.

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