Este documento discute tres temas principales: 1) La vida humana es sagrada desde su concepción y nadie puede quitar la vida de un ser humano inocente. 2) El aborto es un crimen grave porque quita la vida a un ser completamente inocente. 3) La eutanasia es una violación a la ley de Dios ya que elimina deliberadamente a una persona, aunque sea para eliminar el dolor.
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
6 vistas5 páginas
Este documento discute tres temas principales: 1) La vida humana es sagrada desde su concepción y nadie puede quitar la vida de un ser humano inocente. 2) El aborto es un crimen grave porque quita la vida a un ser completamente inocente. 3) La eutanasia es una violación a la ley de Dios ya que elimina deliberadamente a una persona, aunque sea para eliminar el dolor.
Este documento discute tres temas principales: 1) La vida humana es sagrada desde su concepción y nadie puede quitar la vida de un ser humano inocente. 2) El aborto es un crimen grave porque quita la vida a un ser completamente inocente. 3) La eutanasia es una violación a la ley de Dios ya que elimina deliberadamente a una persona, aunque sea para eliminar el dolor.
Este documento discute tres temas principales: 1) La vida humana es sagrada desde su concepción y nadie puede quitar la vida de un ser humano inocente. 2) El aborto es un crimen grave porque quita la vida a un ser completamente inocente. 3) La eutanasia es una violación a la ley de Dios ya que elimina deliberadamente a una persona, aunque sea para eliminar el dolor.
Descargue como DOCX, PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 5
Trabajo Práctico
Materia: Teología.
Nombre Profesor: Juan Pablo Cravero.
Nombre Alumno: Juan Pablo Celada.
DNI: 43.132.301.
Curso: 3er Año.
1) La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta "la acción creadora de Dios" y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente. En efecto, la Sagrada Escritura impone al hombre el precepto «no matarás» como mandamiento divino. Dios se proclama Señor absoluto de la vida del hombre, creado a su imagen y semejanza. Por tanto, la vida humana tiene un carácter sagrado e inviolable, en el que se refleja la inviolabilidad misma del Creador. Precisamente por esto, Dios se hace juez severo de toda violación del mandamiento «no matarás », que está en la base de la convivencia social. Dios es el defensor del inocente. También de este modo, Dios demuestra que « no se recrea en la destrucción de los vivientes ». Sólo Satanás puede gozar con ella: por su envidia la muerte entró en el mundo Satanás, que es « homicida desde el principio », y también « mentiroso y padre de la mentira », engañando al hombre, lo conduce a los confines del pecado y de la muerte, presentados como logros o frutos de vida. Explícitamente, el precepto « no matarás » tiene un fuerte contenido negativo: indica el límite que nunca puede ser transgredido. El precepto « no matarás », asumido y llevado a plenitud en la Nueva Ley, es condición irrenunciable para poder « entrar en la vida ». En esta misma perspectiva, son apremiantes también las palabras del apóstol Juan: « Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él». Hay situaciones en las que aparecen como una verdadera paradoja los valores propuestos por la Ley de Dios. Es el caso, por ejemplo, de la legítima defensa, en que el derecho a proteger la propia vida y el deber de no dañar la del otro resultan, en concreto, difícilmente conciliables. Sin duda alguna, el valor intrínseco de la vida y el deber de amarse a sí mismo no menos que a los demás son la base de un verdadero derecho a la propia defensa. El mismo precepto exigente del amor al prójimo, formulado en el Antiguo Testamento y confirmado por Jesús, supone el amor por uno mismo como uno de los términos de la comparación: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (Mc 12, 31). Por tanto, nadie podría renunciar al derecho a defenderse por amar poco la vida o a sí mismo, sino sólo movido por un amor heroico, que profundiza y transforma el amor por uno mismo, según el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas (cf. Mt 5, 38-48) en la radicalidad oblativa cuyo ejemplo sublime es el mismo Señor Jesús. La decisión deliberada de privar a un ser humano inocente de su vida es siempre mala desde el punto de vista moral y nunca puede ser lícita ni como fin, ni como medio para un fin bueno. En efecto, es una desobediencia grave a la ley moral, más aún, a Dios mismo, su autor y garante; y contradice las virtudes fundamentales de la justicia y de la caridad. « Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Cada ser humano inocente es absolutamente igual a todos los demás en el derecho a la vida. Esta igualdad es la base de toda auténtica relación social que, para ser verdadera, debe fundamentarse sobre la verdad y la justicia, reconociendo y tutelando a cada hombre y a cada mujer como persona y no como una cosa de la que se puede disponer. Ante la norma moral que prohíbe la eliminación directa de un ser humano inocente « no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los miserables de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales ». 2) Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como «crímenes nefandos». La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta cuando se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Es un delito abominable porque quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. En la decisión sobre la muerte del niño aún no nacido, además de la madre, intervienen con frecuencia otras personas. Por lo que además de la madre, pueden haber otros culpables. puede ser culpable el padre del niño, no sólo cuando induce expresamente a la mujer al aborto, sino también cuando favorece de modo indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los problemas del embarazo. No se pueden olvidar las presiones que a veces provienen de un contexto más amplio de familiares y amigos. No raramente la mujer está sometida a presiones tan fuertes que se siente psicológicamente obligada a ceder al aborto: no hay duda de que en este caso la responsabilidad moral afecta particularmente a quienes directa o indirectamente la han forzado a abortar. También son responsables los médicos y el personal sanitario cuando ponen al servicio de la muerte la competencia adquirida para promover la vida. Pero la responsabilidad implica también a los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto y, en la medida en que haya dependido de ellos, los administradores de las estructuras sanitarias utilizadas para practicar abortos. Una responsabilidad general no menos grave afecta tanto a los que han favorecido la difusión de una mentalidad de permisivismo sexual y de menosprecio de la maternidad, como a quienes debieron haber asegurado -y no lo han hecho- políticas familiares y sociales válidas en apoyo de las familias, especialmente de las numerosas o con particulares dificultades económicas y educativas. Finalmente, no se puede minimizar el entramado de complicidades que llega a abarcar incluso a instituciones internacionales, fundaciones y asociaciones que luchan sistemáticamente por la legalización y la difusión del aborto en el mundo. En este sentido, el aborto va más allá de la responsabilidad de las personas concretas y del daño que se les provoca, asumiendo una dimensión fuertemente social: es una herida gravísima causada a la sociedad y a su cultura por quienes deberían ser sus constructores y defensores. Además, desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida. La vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, desde el seno materno, pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya escrita en el «libro de la vida». La vida humana es sagrada, porque «desde que aflora, ella implica directamente la acción creadora de Dios. Ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia. 3) Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. Hoy en día prevalece la tendencia a apreciar la vida sólo en la medida en que da placer y bienestar, el sufrimiento aparece como una amenaza insoportable, de la que es preciso librarse a toda costa. La muerte, se convierte en una «liberación reivindicada» cuando se considera que la existencia carece ya de sentido por estar sumergida en el dolor e inexorablemente condenada a un sufrimiento posterior más agudo. El hombre desde una postura totalmente egoísta y olvidando su relación con Dios y el regalo más hermoso y precioso que él nos regaló que es la vida piensa tener el derecho de desprenderse de ella cuando el considere que ya vivió lo suficiente o que está sufriendo demasiado. La eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio. No hay que olvidar que el suicidio el rechazo del amor a sí mismo y la renuncia a los deberes de justicia y de caridad para con el prójimo, para con las distintas comunidades de las que se forma parte y para la sociedad en general. En su realidad más profunda, constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la muerte. Además, el que presta ayuda al suicidio se hace colaborador, y algunas veces autor en primera persona, de una injusticia que nunca tiene justificación, ni siquiera cuando es solicitada. La eutanasia a medida que va siendo analizada se hace más perturbadora todavía, ya que, en la mayoría de los casos, los familiares están a favor, cuando en realidad ellos deberían ser los que más tendrían que brindar su amor y ayuda, para que la persona quiera seguir disfrutando del tesoro más precioso que es la vida. También es un acto que contradice la profesión de los médicos, que deberían cuidar al enfermo incluso en las condiciones terminales más penosas. Si vivimos, para él Señor vivimos; y si morimos, para él Señor morimos, morir para el Señor significa vivir la propia muerte como acto supremo de obediencia al Padre aceptando encontrarla en la «hora» querida y escogida por El, que es el único que puede decir cuándo el camino terreno se ha concluido.