Revolucion Francesa
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Si bien después de que la Primera República cayó tras el golpe de Estado de Napoleón
Bonaparte, la organización política de Francia durante el siglo xix osciló
entre república, imperio y monarquía constitucional, lo cierto es que la revolución marcó el
final definitivo del feudalismo y del absolutismo en el país,2 y dio a luz a un nuevo régimen
donde la burguesía, apoyada en ocasiones por las masas populares, se convirtió en la fuerza
política dominante. La revolución socavó las bases del sistema monárquico como tal, más allá
de sus estertores, en la medida en que lo derrocó con un discurso e iniciativas capaces de
volverlo ilegítimo.[cita requerida]
Antecedentes ideológicos
Los escritores ilustrados del siglo xviii, filósofos, politólogos, científicos y economistas,
denominados comúnmente philosophes, y a partir de 1751 los enciclopedistas, contribuyeron
a minar las bases del derecho divino de los reyes. La filosofía de la Ilustración ha desempeñado
pues un rol significativo en el giro que tomaron estos eventos históricos pero su influencia
debe relatarse de modo más matizado: acordarle demasiada importancia a los preceptos
filosóficos nacidos durante ese siglo se revelaría como una carencia mayúscula de fidelidad
historiográfica.
Causas
Los historiadores generalmente ven las causas subyacentes de la Revolución Francesa como
impulsadas por el fracaso del Antiguo Régimen para responder a la creciente desigualdad
social y económica. El rápido crecimiento de la población y las restricciones causadas por la
incapacidad de financiar adecuadamente la deuda pública, dieron lugar a una depresión
económica, desempleo y altos precios de los alimentos.4 Combinado con un sistema fiscal
regresivo y la resistencia a la reforma de la élite gobernante, el resultado fue una crisis
que Luis XVI no pudo manejar.56
Bajo Luis XIV, la corte de Versalles se había convertido en el centro de la cultura, la moda y el
poder político. Las mejoras en la educación y la alfabetización a lo largo del
siglo xviii significaron audiencias más grandes para los periódicos y revistas, con logias
masónicas, cafeterías y clubes de lectura que proporcionaron áreas donde la gente podía
debatir y discutir ideas. El surgimiento de esta llamada "esfera pública" llevó a París a
reemplazar a Versalles como centro cultural e intelectual, dejando a la Corte aislada y con
menos capacidad de influir en la opinión.78
El otro gran lastre para la economía fue la deuda estatal. Las visiones tradicionales de la
Revolución francesa a menudo atribuyen la crisis financiera de la década de 1780 a los grandes
gastos de la guerra anglo-francesa de 1778-1783, pero los estudios económicos modernos
muestran que esto es incorrecto. En 1788, la relación entre la deuda y la renta nacional bruta
en Francia era del 55,6 %, en comparación con el 181,8 % en Gran Bretaña. Aunque los costos
de los préstamos en Francia eran más elevados, el porcentaje de los ingresos fiscales
dedicados al pago de intereses era aproximadamente el mismo en ambos países.10
Sin embargo, estos impuestos los pagaban predominantemente los pobres de las zonas
urbanas y rurales, y los parlamentos regionales que controlaban la política financiera
bloquearon los intentos de repartir la carga de manera más equitativa. El impasse resultante
frente a la angustia económica generalizada llevó a la convocatoria de los Estados Generales,
que se radicalizaron por la lucha por el control de las finanzas públicas. Sin embargo, ni el nivel
de la deuda estatal francesa en 1788, ni su historia previa, pueden considerarse una
explicación del estallido de la revolución en 1789.11
Los Estados Generales estaban formados por los representantes de cada estamento. Estos
estaban separados a la hora de deliberar, y tenían solo un voto por estamento. La convocatoria
de 1789 fue un motivo de preocupación para la oposición, por cuanto existía la creencia de
que no era otra cosa que un intento, por parte de la monarquía, de manipular la asamblea a su
antojo. La cuestión que se planteaba era importante. Estaba en juego la idea de soberanía
nacional, es decir, admitir que el conjunto de los diputados de los Estados Generales
representaba la voluntad de la nación.
El tercer impacto de los Estados Generales fue de gran tumulto político, particularmente por la
determinación del sistema de votación. El Parlamento de París propuso que se mantuviera el
sistema de votación que se había usado en 1614, si bien los magistrados no estaban muy
seguros acerca de cuál había sido en realidad tal sistema. Sí se sabía, en cambio, que en dicha
asamblea habían estado representados (con el mismo número de miembros y con un solo
voto) el clero (Primer Estado), la nobleza (Segundo Estado) y el resto de la población (Tercer
Estado, principalmente la burguesía y el campesinado). Inmediatamente, un grupo de liberales
parisinos denominado «Comité de los Treinta», compuesto principalmente por gente de la
nobleza, comenzó a protestar y agitar, reclamando que se duplicara el número de asambleístas
con derecho a voto del Tercer Estado (es decir, los «Comunes»). El gobierno aceptó esta
propuesta, pero dejó a la Asamblea la labor de determinar el derecho de voto. Este cabo
suelto creó gran tumulto.
El rey Luis XVI y una parte de la nobleza no aceptaron la situación. Los miembros del Tercer
Estamento se autoproclamaron Asamblea Nacional, y se comprometieron a escribir una
constitución. Sectores de la aristocracia confiaban en que estos Estados Generales pudieran
servir para recuperar parte del poder perdido, pero el contexto social ya no era el mismo que
en 1614. Ahora existía una élite burguesa que tenía una serie de reivindicaciones e intereses
que chocaban frontalmente con los de la nobleza (y también con los del pueblo, cosa que se
demostraría en los años siguientes).
La Asamblea Nacional Constituyente (1789-1791)
La monarquía, opuesta a la Asamblea, cerró las salas donde esta se estaba reuniendo. Los
asambleístas se mudaron a un edificio cercano, donde la aristocracia acostumbraba a jugar el
juego de la pelota, conocido como jeu de paume. Allí es donde procedieron con lo que se
conoce como el Juramento del Juego de la Pelota el 20 de junio de 1789, prometiendo no
separarse hasta tanto dieran a Francia una nueva constitución. La mayoría de los
representantes del bajo clero se unieron a la Asamblea, al igual que 47 miembros de
la nobleza. Ya el 27 de junio, los representantes de la monarquía se dieron por vencidos, y por
esa fecha el rey mandó reunir grandes contingentes de tropas militares que comenzaron a
llegar a París y Versalles. Los mensajes de apoyo a la Asamblea llovieron desde París y otras
ciudades. El 9 de julio la Asamblea se nombró a sí misma Asamblea Nacional Constituyente.
Toma de la Bastilla
El 11 de julio de 1789, el rey Luis XVI, actuando bajo la influencia de los nobles conservadores
al igual que la de su hermano, el conde D'Artois, despidió al ministro Necker y ordenó la
reconstrucción del Ministerio de Finanzas. Gran parte del pueblo de París interpretó esta
medida como un autogolpe de la realeza, y se lanzó a la calle en abierta rebelión. Algunos de
los militares se mantuvieron neutrales, pero otros se unieron al pueblo.
El 14 de julio, el pueblo de París respaldó en las calles a sus representantes y, ante el temor de
que las tropas reales los detuvieran, asaltaron la fortaleza de la Bastilla, símbolo del
absolutismo monárquico, pero también punto estratégico del plan de represión de Luis XVI,
pues sus cañones apuntaban a los barrios obreros. Tras cuatro horas de combate, los
insurgentes tomaron la prisión, matando a su gobernador, el marqués Bernard de Launay. Si
bien solo cuatro presos fueron liberados, la Bastilla se convirtió en un potente símbolo de todo
lo que resultaba despreciable en el Antiguo Régimen. Retornando al ayuntamiento, la multitud
acusó al alcalde Jacques de Flesselles de traición, quien recibió un balazo que lo mató. Su
cabeza fue cortada y exhibida en la ciudad clavada en una pica, naciendo desde entonces la
costumbre de pasear en una pica las cabezas de los decapitados, lo que se volvió muy común
durante la Revolución.
La noche del 4 de agosto de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente, actuando detrás de los
nuevos acontecimientos, suprimió por ley las servidumbres personales (abolición
del feudalismo), los diezmos y las justicias señoriales, instaurando la igualdad ante el impuesto,
ante penas y en el acceso a cargos públicos. En cuestión de horas, los nobles y el clero
perdieron sus privilegios. El curso de los acontecimientos estaba ya marcado, si bien la
implantación del nuevo modelo no se hizo efectiva hasta 1793. El rey, junto con sus seguidores
militares, retrocedió al menos por el momento. Lafayette tomó el mando de la Guardia
Nacional de París y Jean-Sylvain Bailly, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, fue
nombrado nuevo alcalde de París. El rey visitó París el 27 de julio y aceptó
la escarapela tricolor.
Sin embargo, después de estos actos de violencia, los nobles, no muy seguros del rumbo que
tomaría la reconciliación temporal entre el rey y el pueblo, comenzaron a salir del país, algunos
con la intención de fomentar una guerra civil en Francia y de llevar a las naciones europeas a
respaldar al rey. Estos fueron conocidos como los émigrés (emigrados).
La revolución se enfrentó duramente con la Iglesia católica, que pasó a depender del Estado.
En 1790 se eliminó la autoridad de la Iglesia de imponer impuestos sobre las cosechas, se
eliminaron también los privilegios del clero y se confiscaron sus bienes. Bajo el Antiguo
Régimen, la Iglesia era la mayor terrateniente del país. Más tarde se promulgó una legislación
que convirtió al clero en empleados del Estado. Estos fueron unos años de dura represión para
el clero, siendo comunes la prisión y masacre de sacerdotes en toda Francia. El Concordato de
1801 entre la Asamblea y la Iglesia finalizó este proceso y establecieron normas de convivencia
que se mantuvieron vigentes hasta el 11 de diciembre de 1905, cuando la Tercera
República sentenció la separación definitiva entre la Iglesia y el Estado. El viejo calendario
gregoriano, propio de la religión católica, fue anulado por Billaud-Varenne, en favor de un
«calendario republicano» y una nueva era, que establecía como primer día el 22 de
septiembre de 1792.
Composición de la Asamblea
Honore Gabriel Riqueti, conde de Mirabeau (1749-1791).
En una Asamblea que se quería plural y cuyo propósito era la redacción de una constitución
democrática, los 1200 constituyentes representaban las diversas tendencias políticas del
momento.
La derecha representaba a las antiguas clases privilegiadas. Sus oradores más brillantes
eran el aristócrata Cazalès, en representación de la nobleza, y el abad Jean-Sifrein
Maury, en representación del alto clero. Se oponían sistemáticamente a todo tipo de
reformas y buscaban más sembrar la discordia que proponer medidas.13
En ese primer periodo constituyente, los líderes indiscutibles de la Asamblea eran Mirabeau y
el abad Sieyès.13
El 27 de agosto de 1789, la Asamblea publicó la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano inspirándose en parte en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y
estableciendo el principio de libertad, igualdad y fraternidad. Dicha declaración establecía una
declaración de principios que serían la base ineludible de la futura Constitución.
Camino a la constitución
El movimiento de los monárquicos para bloquear este sistema fue desmontado por el pueblo
de París, compuesto fundamentalmente por mujeres (llamadas despectivamente «las Furias»),
que marcharon el 5 de octubre de 1789 sobre Versalles. Tras varios incidentes, el rey y su
familia se vieron obligados a abandonar Versalles y se trasladaron al palacio de las Tullerías en
París.
Cuando se requirió que el clero jurara lealtad a la Constitución Civil en noviembre de 1790,
menos del 24 % lo hizo; el resultado fue un cisma con los que se negaron, el "clero que no
jura" o el "clero refractario". Esto endureció la resistencia popular contra la injerencia del
Estado, especialmente en áreas tradicionalmente católicas como Normandía, Bretaña y
Vendée, donde sólo unos pocos sacerdotes prestaron juramento y la población civil se volvió
contra la revolución. La negativa generalizada dio lugar a nuevas leyes contra el clero, muchos
de los cuales fueron obligados a exiliarse, deportados o ejecutados.19
A principios de 1791, la Asamblea consideró introducir una legislación contra los franceses que
emigraron durante la Revolución (émigrés). Se pretendía coartar la libertad de salir del país
para fomentar desde el extranjero la creación de ejércitos contrarrevolucionarios, y evitar la
fuga de capitales. Mirabeau se opuso rotundamente a esto. Sin embargo, el 2 de marzo de
1791 Mirabeau falleció, y la Asamblea adoptó esta medida draconiana.
El 20 de junio de 1791, Luis XVI, opuesto al curso que iba tomando la Revolución, huyó junto
con su familia de las Tullerías. Sin embargo, al día siguiente cometió la imprudencia de dejarse
ver; fue arrestado en Varennes por un oficial del pueblo y devuelto a París escoltado por la
guardia. A su regreso a París, el pueblo se mantuvo en silencio y, tanto él como su
esposa, María Antonieta, sus dos hijos (María Teresa y Luis-Carlos, futuro Luis XVII) y su
hermana (Madame Elizabeth) permanecieron bajo custodia.
Tras esta masacre, las autoridades cerraron varios clubes políticos, así como varios periódicos
radicales, como el que editaba Jean-Paul Marat. Danton se fugó a Inglaterra y Desmoulins y
Marat permanecieron escondidos.
Mientras tanto, la Asamblea había redactado la Constitución y el rey había sido mantenido en
custodia, aceptándola. El rey pronunció un discurso ante la Asamblea, que fue acogido con un
fuerte aplauso. La Asamblea Nacional Constituyente cesó en sus funciones el 29 de
septiembre de 1791.
Bajo la Constitución de 1791, Francia funcionaría como una monarquía constitucional. El rey
tenía que compartir su poder con la Asamblea, pero todavía mantenía el poder de veto y la
potestad de elegir a sus ministros.
La Asamblea Legislativa se reunió por primera vez el 1 de octubre de 1791. La componían 264
diputados situados a la derecha: feuillants (dirigidos por Barnave, Duport y Lameth),
y girondinos, portavoces republicanos de la gran burguesía. En el centro figuraban 345
diputados independientes, carentes de programa político definido. A la izquierda 136
diputados inscritos en el club de los jacobinos o en el de los cordeliers, que representaban al
pueblo llano parisino a través de sus periódicos L´Ami du Peuple y Le Père Duchesne, y con
Marat y Hebert como portavoces. Pese a su importancia social y el apoyo popular y de la
pequeña burguesía, en la Asamblea era escasa la influencia de la izquierda, pues la Asamblea
estaba dominada por las ideas políticas que representaban los girondinos. Mientras los
jacobinos tenían detrás a la gran masa de la pequeña burguesía, los cordeliers contaban con el
apoyo del pueblo llano, a través de las secciones parisienses.
Este gran número de diputados se reunían en los clubes, germen de los partidos políticos. El
más célebre de entre estos fue el partido de los jacobinos, dominado por Robespierre. A la
izquierda de este partido se encontraban los cordeliers, quienes defendían el sufragio
universal masculino (derecho de todos los hombres al voto a partir de una determinada edad).
Los cordeliers querían la eliminación de la monarquía e instauración de la República. Estaban
dirigidos por Jean-Paul Marat y Georges-Jacques Danton, representando siempre al pueblo
más humilde. El grupo de ideas más moderadas era el de los girondinos, que defendían
el sufragio censitario y propugnaban una monarquía constitucional descentralizada. También
se encontraban aquellos que formaban parte de «el Pantano», o «el Llano», como eran
llamados aquellos que no tenían un voto propio, y que se iban por las proposiciones que más
les convenían, ya vinieran de los jacobinos o de los girondinos.
En los primeros meses de funcionamiento de la Asamblea, el rey había vetado una ley que
amenazaba con la condena a muerte a los émigrés, y otra que exigía al clero prestar juramento
de lealtad al Estado. Desacuerdos de este tipo fueron los que llevaron más adelante a la crisis
constitucional.
Mientras tanto, dos potencias absolutistas europeas, Austria y Prusia, se dispusieron a invadir
la Francia revolucionaria, lo que hizo que el pueblo francés se convirtiera en un ejército
nacional, dispuesto a defender y a difundir el nuevo orden revolucionario por toda Europa.
Durante la guerra, la libertad de expresión permitió que el pueblo manifestase su hostilidad
hacia la reina María Antonieta (llamada la Austriaca por ser hija de un emperador de aquel país
y Madame Déficit por el gasto que había representado al Estado, que no era mayor que la
mayoría de los cortesanos) y contra Luis XVI, que casi siempre se negaba a firmar leyes
propuestas por la Asamblea Legislativa.
La Convención (1792-1795)
Masacres de septiembre.
Guerra de la Vendée.
El mismo día en el que se reunía la Convención (20 de septiembre de 1792), todas las tropas
francesas (formadas por tenderos, artesanos y campesinos de toda Francia) derrotaron por
primera vez a un ejército prusiano en Valmy, lo cual señalaba el inicio de las llamadas guerras
revolucionarias francesas.
Sin embargo, la situación económica seguía empeorando, lo cual dio origen a revueltas de las
clases más pobres. Los llamados sans-culottes expresaban su descontento por el hecho de que
la Revolución francesa no solo no estaba satisfaciendo los intereses de las clases bajas, sino
que incluso algunas medidas liberales causaban un enorme perjuicio a estas (libertad de
precios, libertad de contratación, Ley Le Chapelier, etcétera). Al mismo tiempo se comenzaron
a gestar luchas antirrevolucionarias en diversas regiones de Francia. En la Vandea, un
levantamiento popular fue especialmente significativo: campesinos y aldeanos se alzaron por
el rey y las tradiciones católicas, provocando la llamada guerra de Vandea, reprimida tan eficaz
y cruentamente por las autoridades revolucionarias parisinas que se ha llegado a calificar
de genocidio. Por otra parte, la guerra exterior amenazaba con destruir la Revolución y la
república. Todo ello motivó la trama de un golpe de Estado por parte de los jacobinos, quienes
buscaron el favor popular en contra de los girondinos. La alianza de los jacobinos con los sans-
culottes se convirtió de hecho en el centro del gobierno.
Los jacobinos llevarían en su política algunas de las reivindicaciones de los sans-culottes y las
clases bajas, pero no todas sus reivindicaciones serían aceptadas, y jamás se cuestionó
la propiedad privada. Los jacobinos no pusieron nunca en duda el orden liberal, pero sí
llevaron a cabo una democratización del mismo, pese a la represión que desataron contra los
opositores políticos (tanto conservadores como radicales).
Se redactó en 1793 una nueva Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y una
nueva constitución de tipo democrático que reconocía el sufragio universal. El Comité de
Salvación Pública cayó bajo el mando de Maximilien Robespierre y los jacobinos desataron lo
que se denominó el Reinado del Terror (1793-1794). No menos de 10 000 personas
fueron guillotinadas ante acusaciones de actividades contrarrevolucionarias. La menor
sospecha de dichas actividades podía hacer recaer sobre una persona acusaciones que la
llevarían a la guillotina. El cálculo total de víctimas varía, pero se cree que pudieron ser hasta
40 000 los que fueron víctimas del Terror.
El Directorio (1795-1799)
El Consulado (1799-1804)
Escarapela tricolor.
Los colores azul, blanco y rojo eran ya frecuentes en diversos pabellones, uniformes y
banderas de Francia antes del siglo xviii. El azul y el rojo eran los colores de la villa de París
desde el siglo xiv,23 y el blanco era en aquella época el color del reino de Francia, y por
extensión de la monarquía borbónica.
Cuando Luis XVI visitó a la recién creada Guardia Nacional en el Ayuntamiento de París el 17 de
julio de 1790, aparece por primera vez la escarapela tricolor, ofrecida al Rey por el
comandante de la Guardia, el marqués de La Fayette. Unía la escarapela de la Guardia Nacional
que llevaba los colores de la capital, con el color blanco del reino. No fue sin embargo hasta
el 20 de marzo de 1790 que la Asamblea Nacional mencionó en un decreto los tres colores
como "colores de la nación: azul, rojo y blanco".24 Pero la escarapela no era aún un símbolo
nacional, y el primer emblema nacional como tal fue la bandera diseñada para la popa de los
buques de guerra, adoptada por decreto de la Asamblea Nacional el 24 de octubre de 1790.
Constaba de una pequeña bandera roja, blanca y azul en la esquina superior izquierda de una
bandera blanca. Esta bandera fue modificada posteriormente por la Convención republicana el
15 de febrero de 1794, a petición de los marineros de la marina nacional que exigieron que se
redujera la predominancia del blanco que simbolizaba todavía la monarquía.25 La bandera
adoptó entonces su diseño definitivo, y se cambió el orden de los colores para colocar el azul
cerca del mástil y el rojo al viento por motivos cromáticos, según los consejos del pintor Louis
David.
El himno «La Marsellesa», con letra y música de Rouget de Lisle, capitán de ingenieros de la
guarnición de Estrasburgo, se popularizó a tal punto que el 14 de julio de 1795 fue
declarado himno nacional de Francia; originalmente se llamaba «Chant de guerre pour l'armée
du Rhin» («Canto de guerra para el ejército del Rin»), pero cuando los voluntarios del general
François Mireur que salieron de Marsella entraron a París el 30 de julio de 1792 cantando
dicho himno como canción de marcha, los parisinos los acogieron con gran entusiasmo y
bautizaron el cántico como «La Marsellesa».
El lema Liberté, égalité, fraternité («Libertad, igualdad, fraternidad»), que procede del lema no
oficial de la Revolución de 1789 Liberté, égalité ou la mort («Libertad, igualdad o la muerte»),
fue adoptado oficialmente después de la Revolución de 1848 por la Segunda República
Francesa.
Bande
ra de Francia.
Uno de los acontecimientos con mayor alcance histórico de la revolución fue la declaración de
los derechos del hombre y del ciudadano. En su doble vertiente, moral (derechos naturales
inalienables) y política (condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos naturales e
individuales), condiciona la aparición de un nuevo modelo de Estado, el de los ciudadanos,
el Estado de Derecho, democrático y nacional. Aunque la primera vez que se proclamaron
solemnemente los derechos del hombre fue en los Estados Unidos (Declaración de Derechos
de Virginia en 1776 y Constitución de los Estados Unidos en 1787), la revolución de los
derechos humanos es un fenómeno puramente europeo. Será la Declaración de Derechos del
Hombre y del Ciudadano francesa de 1789 la que sirva de base e inspiración a todas las
declaraciones tanto del siglo xix como del siglo xx.
Las mujeres ocuparon las calles durante las semanas precedentes a la insurrección y tuvieron
un papel protagonista en el inicio de la Revolución. El 5 de octubre de 1789 fueron ellas
quienes iniciaron la marcha hacia Versalles a buscar al rey. Sin embargo, cuando las
asociaciones revolucionarias dirigen el alzamiento las mujeres quedan excluidas del pueblo
deliberante, del pueblo armado —la Guardia Nacional—, de los comités locales y de las
asociaciones políticas.
Al no poder participar en las asambleas políticas toman la palabra en las tribunas abiertas al
público y crean los clubes femeninos en los que leen y debaten las leyes y los periódicos. Entre
los más reconocidos estaba la Sociedad Patriótica y de Beneficencia de las Amigas de la
Verdad (1791-1792), fundada por Etta Palm, en el que se reclamaba educación para las niñas
pobres, divorcio y derechos políticos.