COMUNICACIÓN Y ARGUMENTACIÓN - TAREA - Alex Valverde Baca
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POSTURA Está dentro de los usos de la democracia que los ciudadanos se alisten en
acciones cívicas en defensa de sus convicciones, y es natural que los católicos
españoles lo hayan hecho con tanta beligerancia, en un tema que afecta sus creencias
de manera tan íntima. En cambio, quienes estaban a favor del cuarto supuesto en teoría,
la mitad de la ciudadanía permanecieron callados o se manifestaron con extraordinaria
timidez en el debate, trasluciendo de este modo una inconsciente incomodidad. También
es natural que sea así. Ocurre que el aborto no es una acción que entusiasme ni
satisfaga a nadie, empezando por las mujeres que se ven obligadas a recurrir a él. Para
ellas, y para todos quienes creemos que su despenalización es justa, y que han hecho
bien las democracias occidentales -del Reino Unido a Italia, de Francia a Suecia, de
Alemania a Holanda, de Estados Unidos a Suiza- en reconocerlo así, se trata de un
recurso extremo e ingrato, al que hay que resignarse como a un mal menor. La falacia
mayor de los argumentos antiabortistas, es que se esgrimen como si el aborto no
existiera y sólo fuera a existir a partir del momento en que la ley lo apruebe. Confunden
despenalización con incitación o promoción del aborto y, por eso, lucen esa excelente
buena conciencia de "defensores del derecho a la vida".
ARGUMENTO 3 La clave del problema está en los derechos de la mujer, en aceptar si,
entre estos derechos, figura el de decidir si quiere tener un hijo o no, o si esta decisión
debe ser tomada, en vez de ella, por la autoridad política. En las democracias
avanzadas, y en función del desarrollo de los movimientos feministas, se ha ido abriendo
camino, no sin enormes dificultades y luego de ardorosos debates, la conciencia de que
a quien corresponde decidirlo es a quien vive el problema en la entraña misma de su
ser, que es, además, quien sobrelleva las consecuencias de lo que decida. No se trata
de una decisión ligera, sino difícil y a menudo traumática. Un inmenso número de
mujeres se ven empujadas a abortar por ese cuarto supuesto, precisamente: unas
condiciones de vida en las que traer una nueva boca al hogar significa condenar al nuevo
ser a una existencia indigna, a una muerte en vida. Como esto es algo que sólo la propia
madre puede evaluar con pleno conocimiento de causa, es coherente que sea ella quien
decida. Los gobiernos pueden aconsejarla y fijarle ciertos límites -de ahí los plazos
máximos para practicar el aborto, que van desde las 12 hasta las 24 semanas (en
Holanda) y la obligación de un periodo de reflexión entre la decisión y el acto mismo-,
pero no sustituirla en la trascendental elección. Ésta es una política razonable que, tarde
o temprano, terminará sin duda por imponerse en España y en América Latina, a medida
que avance la democratización y la secularización de la sociedad (ambas son
inseparables).
REFLEXIÓN Se impone una última reflexión, a partir de lo anterior, sobre este delicado
tema: las relaciones entre la Iglesia Católica y la democracia. Aquélla no es una
institución democrática, como no lo es, ni podría serlo, religión alguna (con la excepción
del budismo, tal vez, que es una filosofía más que una religión). Las verdades que ella
defiende son absolutas, pues le vienen de Dios, y la trascendencia y sus valores morales
no pueden ser objeto de transacciones ni de concesiones respecto a valores y verdades
opuestos. Ahora bien: mientras predique y promueva sus ideas y sus creencias lejos del
poder político, en una sociedad regida por un Estado laico, en competencia con otras
religiones y con un pensamiento a-religioso o anti-religioso, la Iglesia Católica se aviene
perfectamente con el sistema democrático y le presta un gran servicio, suministrando a
muchos ciudadanos esa dimensión espiritual y ese orden moral que, para un gran
número de seres humanos, sólo son concebibles por mediación de la fe. Y no hay
democracia sólida, estable, sin una intensa vida espiritual en su seno.
Pero si ese difícil equilibrio entre el Estado laico y la Iglesia se altera y ésta impregna
aquél, o, peor todavía, lo captura, la democracia está amenazada, a corto o mediano
plazo, en uno de sus atributos esenciales; el pluralismo, la coexistencia en la diversidad,
el derecho a la diferencia y a la disidencia. A estas alturas de la historia, es improbable
que vuelvan a erigirse los patíbulos de la Inquisición, donde se achicharraron tantos
impíos enemigos de la única verdad tolerada. Pero, sin llegar, claro está, a los extremos
talibanes, es seguro que la mujer retrocedería del lugar que ha conquistado en las
sociedades libres a ese segundo plano, de apéndice, de hija de Eva, en que la Iglesia,
institución machista si las hay, la ha tenido siempre confinada.
© Mario Vargas Llosa. 1998. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas
reservados a Diario El País, SA, 1998.