Principios de Dialectica - Agustín de Hipona

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AGUSTÍN DE HIPONA

PRINCIPIOS DE DIALÉCTICA

EDICIÓN BILINGÜE

CON UNA INTRODUCCIÓN Y ESTUDIO COMPLEMENTARIO


DE FELIPE CASTAÑEDA

GRUPO DE TRADUCCIÓN DE LATÍN

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U NIVERSIDAD DE LOS A NDES


BOGOTÁ, 2003
Agustín ele Hipona: Principios de Dialéct ica / con una int roducc ión y
estudio complementario ele Felipe Castaiiecla ; trad ucción y edición pre-
parada por e l Grupo de Traducción de Latín de la Universidad de los
Andes. Ed ición Bilingüe. Bogotá: Ed iciones Uniandes, c 2003.

170 p. l 4.5x2 l.5 cm.

ISBN: 958-695-096-4

1. Ag ustín, Santo, Obispo de Hipo na. 354-430. Crítica e int e rpre tación.
2. Dialéctica l. Agustín, Santo, Obispo de Hipona, 354-430 JI. Castaüeda
Salamanca. Felipe.

CDD 146.32 SBUA

Primera ed ición, ju lio de 2003

© Felipe Castaüeda

© Universidad de los Andes. Facu ltad de Ciencias Sociales,


De partame nto de Filoso fía ;
Fac ultad de Artes y Humanidades,
Departame nto de Humanidades y Lite ratura, 2003.
Teléfonos: 3394949 - 3394999. Ext. 2530/2501

© Edic iones Uniandes


Ca rre ra 1 Nº 19-27. Ed ificio AU 6
Apartado Aéreo 4976
Bogotá OC, Co lombia
Te lé fonos: 3394949 - 3394999. Ext. 2 181 - 2071 - 2099. Fax: Ext. 2158
Correo electrónico: infcduni @ uniandes.edu.co - libreria @ uniancles.edu.co

ISBN: 958-695-096-4

Di ag ramación electrónica y diseüo de cubierta: Édite r Estrategias Educativas Ltda.


Bogotá, calle 66 Nº7-56. Te l. 2557251. ctova rleon@ya hoo.com.mx
Impresión: Corcas Editores Ltda.

Ilustración de carátu la: San Agustín lee la Epístola de San Pablo


La Conversió n / Benozzo Gozzoli ( 1465)

Impreso en Colombia / Printed in Colo mbia

li.idos los de rechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni e n su todo
ni en sus partes, ni registrada en o trasmitida por un sistema de recuperación de información,
e n ninguna forma o po r ningún otro medio, sea mecánico, fotoquímico , electrónico,
magné tico, electroóptico, po r fot ocopia o por cualquier otro,
sin el permiso previo po r escrito de los editores.
TRADUCCIÓN Y EDICIÓN PREPARADA
POR EL GRUPO DE TRADUCCIÓN DE LATÍN
DE LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FELIPE CASTA ÑEDA, EMPERATRIZ CHIN CHILLA, A NA MARÍA DíAZ,


A NA MARÍA MORA, CARLOS ANDRÉS P ÉREZ , JUA N PABLO QUI NTERO,
ELSA RAMOS, JOHN ALBERT RENDÓN, MANUEL ANTONIO ROMERO,
JUAN FELIPE SARMIENTO .
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14() . 3 2.,
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e.ro

ÍNDICE

Los PRINCIPIA DIALECTICAE y EL PROBLEMA DE CÓMO


HACERSE Y MANTENERSE CREYENTE 1
F ELIPE C ASTAÑEDA
I Consideraciones preliminares 3
11 La dialéctica antes de la conversión 4
III La dialéctica en Contra los Académicos 10
IV La dialéctica en los Soliloquios 18
V El contexto de los Principia Dialecticae 27

PRESENTACIÓN FILOLÓGICA DEL TEXTO 33


EMPERATRJZ CHINCHILLA

SANcTI AuRELII AuGUSTINI. PRINCIPIA DIALECTICAE 41


CAPUT PRIMUM. De simplicibus verbis 43
CAPUT 11. Verba coniuncta 43
CAPUT 111. Quae simplices sententiae, quae coniunctae 44
CAPUT IV Coniunctas sententias subdividit 45
CAPUT V Quomodo de rebus verbis, dicibilibu s,
dictionibus, tractetur in logica. Differunt dicibil e, et dictio 46
CAPUT VI. De origine verbi. Verbum unde dictum
Stoicorum de origine verbi opinio 49
CAPUT VII. De vi verbi 53
CAPUT VIII. Obscurum et ambiguum. Differentiae
obscuri et ambigui. Tria genera obscurorum 55
CAPUT IX. Ambiguitatum genera duo 58
CAPUT X. Ambiguitas ex aequivocis varia 60

AGUSTÍN DE HIPONA. PRINCIPIOS DE DIALÉCTICA 67


CAPÍTULO PRIMERO. Sobre las palabras simples 69
CAPÍTULO II. Palabras complejas 70
CAPÍTULO III. Las que son oraciones simples,
las que son complejas. 70
CAPÍTULO IV. Subdivide las oraciones complejas. 71
CAPÍTULO V. De cómo se trata en lógica sobre.
los asuntos de las palabras, los decibles y las dicciones
Lo decible y la dicción difieren. 72
CAPÍTULO VI. Del origen de la palabra.
De dónde proviene que se diga «palabra». Y la opinión
de los estoicos acerca del origen de la palabra. 75
CAPÍTULO VII. De la fuerza de la palabra. 81
CAPÍTULO VIII. Lo oscuro y lo ambiguo. Diferencias
de lo oscuro y de lo ambiguo. Tres géneros de lo oscuro. 83
CAPÍTULO IX . Dos géneros de ambigüedades. 86
CAPÍTULO X. Diferentes ambigüedades a partir
de equívocos. 88

AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN 95


F ELIPE C A STA ÑEDA

El Agustín de Wittgenstein 97
II Ambigüedad y o:;curidad en los Principia Dialecticae 101
III Consideraciones generales sobre la ambigüedad
en los Principia Dialecticae 108
IV Breve excursus sobre Confesiones I, 8 112
V Ambigüedad y dialéctica 116
VI Ambigüedad en d De Doctrina Christiana 121
VII La esclavitud de los signos 133
VIII Concepción de las cosas 136
IX Criterios para la solución de ambigüedades 142
X Conclusiones generales 148
XI Bibliografía 149

ANEXO BIBLIOGRÁFICO 151

RESEÑAS BIOGRÁFICAS 161

VI
Los PRINCIPIA DIALECTIC AE
Y EL PROBLEMA DE CÓMO HACERSE
Y MANTENER SE CREYENTE

FELIPE CASTAÑEDA
1 CONSIDERACIONES PRELIMINARES

Parece que Agustín escribió los Principia Dialecticae en el año 387,


entre los meses de marzo y abril, antes de su bautizo.1 Se trata de un
momento decisivo en la vida de Agustín, si se considera que algo así
como un año antes se había convertido al cristianismo, después de
haber pasado por un período de fuertes dudas en relación con su
punto de vista religioso. La vida de Agustín hasta ese entonces se
caracterizó por no pocos bandazos entre diferentes escuelas filosó-
ficas y doctrinas. Se puede decir que su decisión en favor del cristia-
nismo se dio en un ambiente en el que se le presentaban diferentes
opciones ideológicas. Ahora bien, cuando se estudia por encima la
situación de Agustín previa a su conversión, parece que se trata de
un período caracterizado por disputas entre tendencias maniqueas,
académicas, platónicas y cristianas, en la que la discusión y la falta
de convencimiento por las posiciones en juego caracterizan su acti -
tud. Si se quiere, nuestro africano profesor de retórica, no sólo par-
ticipa de todo tipo de lances verbales, sino que no parece llegar a
encontrar respuestas definitivas en relación con lo que en el fondo
deba asumir por lo correcto y verdadero. A medida que pasan los
días, comienza a manifestar una actitud favorab le por el cristianis-
mo, así como la necesidad de una especie de autoridad que efectiva-
mente le permita salir de su incertidumbre y acceder a piso firme.
Dicho de otra manera, va cuestionando de hecho que por medio ele
la mera discusión de posiciones encontradas se pueda acceder a la
verdad. Es decir, si por 'dialéctica' se entiende la «Ciencia de discu-
tir bien», este saber no resulta suficiente para lograr determinar,
identificar y satisfacer sus anhelos de acceder a la verdad. Visto des-
de otro ángulo: se abre paso la idea según la cual, la determinación
de la verdad y del bien es en el fondo un asunto de fe, de autoridad,
de religión, y no algo que se logre meramente por medio del ejerci-
cio de la razón. Precisamente por esto es significativo que poco tiem-
po después de su conversión y antes de su bautizo, decida comenzar
a escribir un texto sobre dialéctica: ¿para qué? Si se supone que
Agustín no desligaba su actividad académica de sus asuntos vitales,

1 Cf. Ruef, Hans: Agustin iiber Serniotik und Sprache-Sprachtheoretische Ana/ysen Zll A11gusti11s Schriji
«De Dialectica» mit einer deu1sche11 Übersetzung, Bern ) 1981 , p. 12.
FELll'E CASTA~E IJA

debe haber algún tipo de relación entre sus planteamientos sobre la


di aléctica y el momento de casi recién convertido por e l que estaba
pasando. E n otras palabras, el desarrollo de planteamientos sobre
la dialéctica de algun a manera se hizo necesario , o venía siendo ne-
cesa rio , pensando en su condición de convertido cristiano.

Esta presentación de los Principia Dialecticae pretende hacer un rá-


pido recuento de la vid a de Agustín hasta antes de su bautizo, con el
fin de intentar determin ar cómo pudo haber concebido la dialéctica
en general, atendiendo no sólo a sus propios testimonios en rela-
ción con e l mom e nto vital por el qu e estaba pasa ndo, sino también
a algunas referencias que se encuentran en los Soliloquios y los Con-
tra Académicos sobre el tema en cu estión . D e esta manera, la falta
de indicaciones explícitas en los Principia Dialéctica sobre el vínculo
entre dialéctica y creencia, eventualme nte se podría cubrir con este
rastreo.

II LA DIALÉCTICA ANTES DE LA CONVERSIÓN

Posidio, primer biógrafo de Agustín, describe as í su vida hasta el


mom ento previo a su co . versión:

Nació San Agustín en provincia africana, e n la ciudad de Tagaste,


de padres cristianos y nobl es, pe rte necientes a la curia municipal.
A su esmero, diligencia y cuenta corrió la formación del hijo, e l
cual fu e muy bien in struido en tod as las letras humanas, esto es, en
las que ll aman artes libera les. E nse fíó prim eramente gramática en
su ciud ad, y después ret órica en Cartago (capital de África), y e n
tiempos sucesivos, en u ltramar, en Rom a y Milán , donde a la sa -
zó n estaba establecida la corte de Valenti ano el Menor. En la mis-
ma ciudad eje rcía entonces su cargo episcopal Ambrosio, sacerdote
muy favorecido de Dios , fl o r de proceridad e ntre los más egregios
va ron es. Mezclado con d pueblo fi e l, Agustín acudía a la iglesia a
esc uchar los se rm o nes, frec ue ntísimos e n aquel di spe nsador de la
divina palabra, y le seguía abso rto y pendiente de su palabra. En
Ca rtago le hab ían co ntagiado los maniqu eos por algún ti empo con
sus erro res, siendo adolesce nte; y por eso seguía con mayo r interés
todo lo relativo al pro y contra de aque lla herejía. Y se industrió la

4
Los P HJNCtPJA D1.r1LECTJc.-1i:- Y EL PROnt .El\ I,\ DE CÓJ\ JO HACERSE Y J\ I A~TENl-:l<SE CREYE'.'ITE

cl emencia libertadora de Di os con suave toque en el corazón de su


prelado para que le resolviese todas las cuestiones tocantes a la ley
con que luch aba ; y de este modo adoct rinado, con la divina ayuda,
suave y paul atinamente se desvaneció de su espíritu aqu ell a here-
jía, ( .. .).2

Seguramente no fue tan «suave y paulatino» el proceso de adoctrina-


miento de Agustín. No se debe olvidar que el futuro santo es por el
momento una especie de docerite, algo advenedizo, tratándose de afir-
mar en su profesión en un medio ajeno. Cuenta el mismo Agustín lo
siguie nte:

Así que cuando la ciudad de Milán escribi ó al prefecto de Roma


para que la proveye ra de maestro de re tó rica, con fac ultad de usa r
la posta pública, yo mismo so licité presuroso, por medio de aq ue-
llos e mbriagados con las va nidades maniqueas -de Jos qu e iba a
separarme, sin saberlo e ll os ni yo-, que, mediante la presentación
de un discurso de pru eba , me enviase a mí el prefecto a la sazón,
Sisímaco. 3

Dos notas aclaratorias de l padre Angel Custodio sobre e l as unto


pe rmite n afinar la informac ión:

El haber sido [Sisímaco J prefecto de l África explica que sinti ese


ci e rta predilección por los a fricanos. Los maniqu eos de R oma
parece tenían cierta influ encia con él, al se rvirse el Santo de e llos
para su inte nto. Si sím aco ap robó a Agu stín, co nfirié nd o le la cá -
tedra de retó rica de la ciud ad impe ri al. Mucho debieron de in-
te rve nir e n e ll o las reco me nd ac io nes d e los m an iqu eos, e l
africa ni smo de Si sím aco y hasta los plan es políticos de éste e n-
via nd o al joven africa no como bue n ri va l del ob ispo Ambros io ,
pe ro no cabe duda que la ra zón prin cipal fue su va lo r pe rso nal,
qu e, no obstante, su ace nto africa no , Je hizo digno de se mejante
distinción. 4

2 Sa n Posidio: Vida de San Agu.wín. e n O/mis Completas de San Ag11S1ín, Tomo l. BAC. Madri d. 1994.
p. 30.
3 Ag ustín: Las Confcsionn, en Obras Co111ple1as de San Ag11srí11. Tomo JI , Madrid. 199 1, p. 216, (V,
13. 23) .
.¡ Íbide m, p. 227.

5
FELIPE C\STANEOA

Téngase en cuenta que en Roma, como en todas las grandes capi-


tales, sobraban retóricos y que muchos se morían de hambre, y
que Agustín, todavía sin renombre, joven, de poca figura y por
añadidura africano, tenía que luchar con ímprobas dificultades, no
vencibles en un día.'

Sea como fuere , tenemm; al joven Agustín, más bien maniqueo que
cristiano, presentándose en Milán como nuevo profesor de retórica,
apoyado, no precisamente, por un amigo de Ambrosio. Fuera de las
contingencias laborales mencionadas, probablemente no desligadas
de algo de tráfico de influencias, de hecho la posición ideológica de
Agustín tenía que ser ba~;tante lábil y de pasiones encontradas:

Mas no por eso me parecía que debía seguir el partido de los cató-
licos, porque también d catolicismo podía tener sus defensores
doctos, quienes elocuentemente, y no de modo absurdo, refutasen
las objeciones, ni tampoco por esto me parecía que debía conde-
nar lo que antes tenía porque las defensas fu esen igual es. Y así, si
por una parte la católica no me parecía vencida, todavía aún no me
parecía vencedora .6

Observaciones de este tipo pueden dar cuenta de parte de los pro-


blemas que ocupaban a Agustín por ese entonces: por un lado, el
cristianismo le llama la atención pero no lo convence, aunque even-
tualmente Je parezca, en parte, razonable; por el otro, el maniqueís-
mo sigue siendo su referente, pero , por cierto, siéndole infiel,
flirteando con los que en principio deberían ser sus opositores. Y
conviene subrayar esto último, puesto que de alguna manera sugie-
re que Agustín se vea obligado a tomar una posición: se trata de un
maniqueo, recomendado por otro, en una situación de juego de po-
der político y de influencias, pero en un medio, en el que influyen
fuertemente figuras cristianas como la de Ambrosio, quien perso-
nalmente no lo tiene en mucha estima 7 . Dicho de otra manera, efec-

Íbidc m, p. 224.
6 Cunfesiu11es, op.cit. , p. 21 8, (V, 14, 25).
7 Come nta e l padre A nge l Custodio >:obre las re laciones e ntre Agustín y Ambrosio: «San Ambrosio,
en efecto, no parece preocuparse ni mucho ni poco de este joven nümida, pendenciero y discuti-
dor impenit ente, y por mús se1ias maniqueo.( ... ) Jamüs le admitió en su amistad ». (Confesiones,
o p. cit. , p. 227).

6
Los PlllNCll'IA DJALECTICAE y EL PROBU.:~·1A DE CÓMO HACERSE y MANTENEHSE CH.EYENTE

tivamente Agustín debió verse enfrentado a lo que él mismo llama-


ría una oscura ambigüedad, es decir, a una circunstancia en la que
no es claro ni qué camino seguir entre dos alternativas, pero tampo-
co, cómo poder seguir cualquiera de ellas por falta de claridad en su
trazado. No sólo intuye algo de oscuridad o de niebla en las posibi-
lidades de decisión de sus opciones ideológicas, puesto que no son
contundentes los argumentos que avalan uno u otro camino, sino
que tampoco hay un convencimiento pleno frente a ninguno, como
para aventurarse en él, así sea dando palos de ciego.

Parece que Agustín asumió, por ese entonces, la dialéctica como


una especie de actividad preparatoria previa a la toma de una deci-
sión definitiva. Esta disciplina la entendió, según lo ya mencionado
y en términos generales, como «la ciencia de discutir bien» (Dialectica
est bene disputandi scientia). 8 Ese discutir apunta al enfrentamiento
de posiciones encontradas, en las que por principio está en tela de
juicio quién tenga la razón o qué sea lo correcto o verdadero. La
dialéctica podría proveer elementos de juicio para ir aclarando ideas
en medio de la «inextricable selva». Van y vienen argumentos en
pro y en contra del cristianismo y del maniqueísmo. Agustín le da
un aval de duda al primero, pero todavía falta estar plenamente con-
vencido.

Sin embargo, los elementos de juicio que va aportando la mera dis-


puta racional de posiciones no le permiten de por sí el paso de la
duda al convencimiento. De alguna manera, se podría pensar que
comienza seriamente a poner en tela de juicio que por algún tipo de
vía racional se pueda acceder al conocimiento de lo «vitalmente»
verdadero. La discusión permite defender tanto los puntos de vista
de unos como de otros. Y lo que es más grave para una persona que
pretende buscar fundamento sólido: aunque algunos argumentos
en favor del cristianismo le parezcan válidos, en todo caso no le
mueven sus convicciones. Es más, aunque ciertas posiciones

8 Cf. , Alfonso Rincó n: Signo y lenguaje en San Agustín, Bogotá, 1992, p. 5 1: «De hecho, Agustín nos
dice que él apre ndió la dial éclica en los libros de los esto icos. La idea que Agustín se fo rma de la
dialéctica correspo nde, en realidad, a la definición estoica de la misma( ... ) Es la ciencia de dirigi r
correc tamente una discusión, bene di~pwandi scientia. Si no se encuent ra Ja defini ción de A gustín
en los autores latinos anteri ores, sí se encuentran fórmula s parecidas».

7
FELIPE CA STA ~ EDA

maniqu eas le parezca n poco justificab les, en todo caso no le ve sen-


tido a abando narlas. Dicho de o tra manera, el problema de hacerse
a algo en qu é creer con fe es un asu nto que no está necesariamente
e n funci ón de su racionalidad. Esto da piso para suponer que, por
ese entonces para Agustín, la racion alidad de un a posición comien-
za a asumirse como algo neutral a su asentimiento o no asentimien-
to por parte de la voluntad.

E n el Ca pítul o VIII del De la utilidad del creer, Agustín señala otras


opciones de procedimiento, por ll amarl as de alguna manera, qu e se
le fueron prese nta ndo:

C uando me separé de V1)so tros y atravesé el mar, andaba ya irreso-


luto y dudando de cuáles eran las cosas qu e debía retene r y cuáles
las que debería abandonar; esta irreso lució n mía aumentaba co n
los días desde aq uel en que o í al hombre [a Ambrosio]( ... ) Cuan-
do ya me hall aba en Italia, refl exioné conmigo mismo y pensé, no
en si continuaría en aq e ll a secta en la que estaba arrepentido de
habe r caído, sin o e n cuál se ría el método para hall ar la verdad
(quonam modo verum inveniendum esset) ( ... )A veces, ( ... ), posa n-
do la consi deración en la me nte hum ana, su acuidad , su sagacid ad,
su pe rspicacia, me inclinaba a creer que lo que se nos ocultaba no
era la verdad, sino el modo de dar con ell a, y que ese modo debería
venirnos de algún poder divino. Faltaba definir cuá l era esa autori-
dad ( ... ) Ante mí se abría una selva inextricable, y vacil aba y me
fa ltaba decisión para penetrar e n e lla; mi alm a se agitaba sin des-
canso e n med io de todas estas cosas, con ansias de enco ntrar la
ve rd ad. ( .. .) Me había decidido ya a continuar como catecúme no
e n la iglesia en qu e fui inscrito por mis padres hasta tanto que
diera con lo que andaba buscando. De habe r habido alguien que
me hubiera adoctrinado, en mí hubiera encontrado un discípulo
muy a propósito y muy dócil ento nces.'¡

De algun a forma, las continuas discusiones de posiciones no sólo


llevaron a Agustín a desconfiar qu e por medio de la razó n se pudie-
se llega r a satisfacer su anhelo de verdad, sino qu e le generaron un

9 San Ag ustí n: De la wilidad de cree1; n: Obras co111¡;/e111s de San Ag11s1í11. T IV, BAC, Madrid , 1948,
p. 863s .

8
Los PRI.VCJPIA D1.-11.Ec n c.1¡.; Y EL PROllLEi\.-tA DE t:Ó!\tü llACEHSE Y MA:\'TENE RS E CHEYE'.\'.TE

estado de completa indecisión, es decir, que le fueron minando has-


ta los propios puntos de vista que tenía por válidos. 10 En una situa-
ción de éstas, comienza a hacerse a la idea de que efectivamente
tiene que haber algo como la verdad, pero de una tal que el hombre
no está en capacidad de descubrir por sí mismo. Se trata de un mo-
mento evidentemente anti-d ialéctico, por ll amarlo de alguna mane-
ra. El ejercicio de la razón, la discusión argumentada, cede su espacio
frente a la esperanza de alguna insta ncia trascendente y de autori-
dad que le determine el camino. La forma como asume el discurso
racional adquiere un carácter paradójico: parece que sólo sirve para
sugerir por qué no se lo debe tener en cuenta, por qué resulta insu-
ficiente, es decir, para autolimitarse y para abrirle espacio a otras
posibilidades de acceso a convicciones. En vez de la discusión, se
abre paso la alternativa del adoctrinamiento por medio de la autori-
dad. Unos comentarios del propio Agustín al respecto:

Es imposible encontrar la religión verdadera sin someterse al yugo


pesado de una autoridad y sin una fe previa en aq ue llas verdades
que más tarde se llegan a poseer y comprender, si nuestra conduc-
ta nos hace dignos de e llo. / Acaso estás deseando que se te ofrezca
sobre esto alguna razón que te convenza de que no es la razón ,
sino la fe , el medio para comenzar el adoctrinamiento. No es e llo
difícil ( ... ). 11

Lo anterior permite dar cuenta, en términos generales, de un esta-


do de predisposición favorable para una conversión: el ejercicio de
Ja razón se encuentra entre agotado y minado, aunque todavía sirve
para argumentar en favor de su propia impotencia. Las riend as de
la situación las va tomando un convencimiento firme no racional en
algo superior, a lo que hay que subordinarse, a lo que hay que
adecuarse y a lo que en principio se debe ordenar y condicionar
cualquier intento de comprensión.

1O Comenta Victorino Capánaga al respecto: «La cri siscomenzó con el fracaso de la ideología maniquea;
la consiguic n1e conmoción inte rna debi litó los impulsos vita les y las fu erzas dialécticas del espíritu.
Agust ín pe rdió la confianza en sí mismo y convirtió e n proble mas insolubles la creencias que había n
sido el norte en su vida. ( ... ) altame nte se le asentó e n la memoria lo que muchas veces predicaba el
gran sacerdote de Cristo [Sa n Ambrosio]: La letra mata. el espíritu vivi fica». (Obras Completas de
San Ag11stí11, T 11!, BAC, Madrid. 1982, p.11 , Introducción a Comra los Académicos.
11 De la utilidad del crce1; p. 865.

9
FE l.IPE CASTAÑE DA

111 LA DIALÉCTICA EN CONTRA LOS ACADÉMICOS

El tiempo va pasando y, fin almente, Agu stín se co nvierte en el año


1
386. Su estado me ntal parece que se altera notable mente. " Unas
palabras de Capánaga al :respecto:

( ...) la tradición ha sosten id o siempre que San Agustín se convirtió


al cristi anismo en abril del año 386 y que su vida de Casicíaco no es
la de un escéptico que and a con tanteos, sino la de un neófito fer-
vo roso, asido a un núcleo de certezas re ligiosas e intelectu ales que
se rán las estre llas fijas de su espíritu para siempre. 11

Por el mes de noviembre del mismo año escribe Agustín su Contra


los Académicos, en el que es posible e ncontrar referencias explíci-
tas a la dialéctica. El texto es llamativo e n la medid a en que permi-
te determinar cuál pudo haber sido la función qu e nuestro fervoroso
recié n conve rtido le adjudicó a la dial éctica, no ya como una perso-
na que no sabe en qu é creer, sino como alguien qu e cuenta, por lo
me nos y e n principio, co e l co nve ncim iento de verdades sólidas y
firmes. Afirma e l mismo Agustín sobre el sentido genera l de la
obra:

Con este fin escribí tres volúmenes al principio de mi co nversió n,


para quitar el estorbo de las objeciones (de los acadé mi cos) que,
como en la puerta misma, me impedían el acceso. Era forzoso aca-
bar co n la desespera nza de hall ar la ve rdad, que parecía rob usteci-
da con los argumentos de los académicos. 1'

Estos comenta rios de Agustín no son plenamente compatibles con


la visión del neófito fe rvoroso que plantea Capánaga. Continuando
co n Agustín :

12 El asunto no es tan claro. co mo lo sugiere indirectamente el mismo Ca pánaga: «( ... ) W. Thi me,
( ... ).sostiene que desde e l a1io 386 hasta el 39 1 San Agustín luchó por ve ncer e l escepticismo de la
Nueva Academia con un a co ncepción racional idea lista del mundo. En Casicíaco se inicia el ínti-
mo combC:1te, el gran náufrago no e cent ró allí el puerto de reposo que solicitaba. Todavía luchaba
con las olas y lus vientos. si n haber saltado a tierra firm e» . Introducció n a Contra los Académicos,
p. 13.
13 Introd ucción a Contra los Académicos, p. 14.
14 Capú naga citando a Agu stín , Ench i•ülioll, 20, 7. In troducción a Comm los Académicos , p. 18.

10
Los PRINCIPIA DIALF:CTICAR y EL PROBLEMA UE CÓMO HACERSE y i\JANTENERSE CREYENTE

( ... ) escribí primero los libros Contra los Académicos o acerca de


ellos, con el fin de apartar de mi ánimo, con cuantas razones pu-
diera, los argume ntos que todavía me hacían fuerza, con los cuales
quitan ellos a muchos la esperanza de hallar la verdad y no permi-
ten ciar asentimiento a cosa alguna, sin consentir ni al sabio que
apruebe verdad alguna, como si fu era manifiesta y cierta, pues todo,
según ell os, está envuelto en tinieblas e incertidumbre (Del libro
de «Las Revisiones» I, 1). 15

Los pasaj es traídos a cuento son altamente significativos, en la me-


dida en que permiten plantear una serie de relaciones entre la acti-
vidad racional discursiva y la fe. El Agustín reci én co nvertido no es
una persona que se sienta plenamente sa tisfecho con su nueva con-
dición, parece que aú n en esta nueva situación se requiere de los
servicios de la razón. El punto es el siguiente: si no se logra rebatir
argumentativamente el escepticismo de los académicos 16, no resulta
viable atravesar el umbral de la creencia 17 :

Si, pues, yo no logro convencerme de la posibilidad de descubrir lo


verdadero tan fu ertemente como los académicos estaba n conven-
cidos dí! lo contrario, no me atrevo a ind agar nada ni hallo cosa
que defender. 18

Obviamente, hay diferencias considerables entre el Agustín previo


a la conversión y el presente: ya sabe, por lo menos, cuál es la puerta
que debe tratar de franquear, y el saber que soporta esta verdad le
viene dado por la fe . E n esta medida, ya no se trata de la mera cons-
tatación de una selva inextricable de opiniones y parece res encon-
trados y poco fiabl es: hay claridad sobre el camino a seguir, pero
todavía fa lta comenzarlo a andar. Y para esto se hace necesaria la
discusión racional.

15 Co111ra los Académicos, p. 65.


16 Cf., Co111ra los académicos, p. 135: «( .. .)segú n los académ icos, elsabi~ debe desplega r todo su
conato en husca rla [la verdad] , y su acción debe ordenarse a semejante f1n; mas como la ve rdad se
halla oculta o cubicn a, o es confuso e indiscern ible, para ordenar su vida , el sabio debe atenerse a
lo que le parezca probable o verosímil ".
17 Cf. , Contra los Académicos, p. 109s: «Pues yo mismo ahora no hago otra cosa sino limpiarme de las
va nas y fu nestas opiniones. ( ... ) Precaveos ( ... ) de cree r que en filosofía no habéis de conocer
ninguna verdad o que de ningú n modo puede conocerse».
18 Co1111-a los Académicos, p. 126.

11
FELIPE C\STAN EDA

Como sea, la situación que ahora se plantea sería la siguiente: pri-


mero, hay planteamientos argumentados que indican que no es posi-
ble poder llegar a conocimientos ciertos y evidentes de lo verdadero.
En el mejor de los casos se accede a lo probable o verosímil. 19 Si bien
es sensato mantenerse buscando, en todo caso no hay que ser tan
ingenuo como para creer que en el fondo se va a lograr lo pretendido.
Segundo, este punto de vista le suena a Agustín. 20 Tercero, ya está
convencido por fe de que hay verdades absolutas, que la sabiduría es
posible. En consecuencia, se puede suponer algo así como una espe-
cie de disociación neurótica ideológica latente en la mente de Agustín:
por un lado, lo mueve una nueva fe aceptada, por el otro, su posición
racional le dice que el asunto no es, ni pueder ser, así.

Lo anterior supone que se debe distinguir entre lo que podría ser la


posesión del fin creído y el fin creído todavía no poseído, es decir,
meramente pretendido. En otras palabras y como ya se mencionó,
su nueva fe le indica hacia dónde ir, pero todavía le falta llegar. Y
para llegar, requiere de la razón. La pregunta sería, lpor qué?

Se podría afirmar que Agustín no puede renunciar a su concepción


del hombre como un ser racional2 1, o si se quiere, que no puede
negar o reprimir toda su educación y trayectoria como persona que
ha venido siendo estructurada en función de discutir y argumentar
sus puntos de vista. Por suerte o por desgracia, algo de esto es lo que
hace la diferencia entre un mero fanático y alguien que llegó a ser
uno de los pilares del pensamiento medieval.

19 «Llaman los académicos probable o verosímil lo que sin asentimiento form al ele nuestra part e,
basta para movernos a obrar. Digo sin ase ntimiento, de modo que sin tomar por verdadero lo que
hacemos, consc ientes de nuestra ignorancia de la ve rdad. no obstante, obramos.» Íbidem, p. 129.
20 <e( ... ) que la verdad no puede ser liallada, no sólo es convicción arraigada en mí, como has pod ido
advertir siempre. sino lo prueba la autoridad de grandes y excele ntes íilósoíos ( ...).» Íbidcm, p.
133 .
21 Cí. , Contra los Académ icos, p. 77: «¿Quién dudó ja111{1s ... que lo mús noble del hombre es aquell a
porción del únimo a cuyo domini0 convie ne que se sometan todas las demás que hay en él? Y esa
porción, para que no me pidas nu evas defini ciones, puede ll amarse mente o razón. » O en Solilo-
q11ios , 1, 2, 7, p. 443: «Hombres so n y no los amo po r ser animales, sino por ser hombres, esto es,
porqu e ti enen almas racionales, que yo aprecio hasta en los ladrones. Porqu e puedo amar la razón
en cada uno, aun cuando abo rre1ca justamente al que usa mal de lo que amo en ellos». (Obras
Com plews de San Agustín, To mo 1, BAC, Madrid, 1994).

12
Los PRINCIPDI DIALECTICAE y EL PROBLEJ\11A UE CÓ l\•10 HACERSE y MANTENERSE CREYENTE

La apuesta de Agustín sería que la razón debe lograr rebatir las


posiciones escépticas, en el sentido de hacer racionalmente viable
la postulación de verdades incuestionables, aunque de por sí no las
logre determinar, ya que para ello es necesario ir por el camino de
la fe. De esta manera, la discusión racional se asume como un expe-
diente que por lo menos debe estar en capacidad de refutar lo que
no es, es decir, de identificar el error. Por otro lado, su labor de
limpieza, a la vez y de alguna manera, le debe abrir el espacio a
consideraciones que sean compatibles y que hagan posible la misma
fe. Si se quiere, la función de la dialéctica sería la de predisponer
favorablemente al neófito creyente, en la medida en que lo predis-
ponga negativamente frente a posibles objeciones u obstáculos que
impidan el tranquilo ejercicio de la fe.

En términos más concretos, el asunto se puede plantear así: los aca-


démicos no sólo tenían por válido que no es posible tener acceso a
la verdad, sino que relacionaban esta posición escéptica con una
determinada actitud práctica de suspensión sobre cualquier asenti-
miento.

Si nada hay de cierto, ni es propio del sabio el opinar, ni nada


aprobará nunca el sabio. [Agustín citando a Cicerón del Hortensia .
frag. 100].22

( ... )el sabio no da su asentimiento a ninguna cosa, porque necesa-


riamente yerra -y esto es impropio del sabio- asintiendo a cosas
inciertas. 23

Dos afirmaciones hacen los académicos contra las cuales nos he-
mos propuesto luchar aquí: Nada puede percibirse; A ninguna cosa
se debe prestar asenso .24

Si para poder tener fe es necesario dar asentimiento a ciertas pro-


posiciones con base en la voluntad, es decir, aceptar y asumir deter-
minadas verdades como incuestionables porque de eso se está
convencido y así se lo quiere, se hace claro por qué se presenta una

22 Col/Ira los Académicos, p. 174.


23 Contra los A cadémicos, p. 11 3.
24 Contra los Académicos, p. 174.

13
FELIPE CASTAÑEDA

incompatiblidad tan significativa entre las tendencias académicas


que Agustín necesita combatir y su propia condición de recién con-
vertido: mientras que una parte de su mente suspende sistemáti-
camente la posibilidad y el eventual sentido del cualquier
asentimiento, la otra, se esctructura fundamentalmente en el asen-
timiento incondicionado a ciertos contenidos de fe. La suspensión
del juicio implica no sólo que se asuma como poco razonable te-
ner fe en cualquier cosa, sino que conlleva calificar al creyente
como ingenuo, o si se quiere, como alguien que necesariamente
está en el error. De esta manera, se intensifica la oposición entre
el ser creyente y la actitud académica: la duda y la incertidumbre
que promete evitar y superar la fe, por un lado, la va motivando y
fortaleciendo, por el otro y de una manera proporcional, la mina y
obstaculiza.

Además, parece que Agustín se ve enfrentado a otro inconveniente


colateral: el escepticismo académico puede tener como consecuen-
cia justificar un estado de inercia «pantanosa», por llamarla de al-
guna manera:

( .. .)parecía consecuente que el que nada afirma, nada haga. Y por


esta causa, parecían pintar los académicos a su sabio ( ... ) como
condenado a perpetua soñolencia y abandono de todos sus debe-
res. 25

( ... )si a nada se debe prestar asentimiento, el sabio debe abando-


narse a una total inercia. 26

Lo anterior permite determinar de una forma más específica la


concepción de la dialéctica en una circunstancia de éstas. Si los
argumentos discursivos no logran refutar el punto de vista escépti-
co, no parece razonable que Agustín pueda rescatar la parte racio-
nal humana como algo compatible con el hecho de poder tener fe
y mantenerse como creyente. Así, no podría avalar como ser pen-
sante y en cuanto tal, ningún tipo de verdad. En consecuencia, le
tocaría obrar, desde el punto de vista racional, tratando de no caer

25 Contra los Académicos, p. 114.


26 Contra los Académicos, p. 184.

14
Los PRINCIPIA DIAl.ECTICAE y EL PROHLEMA DE CÓMO HACEHSE y MANTENERSE CHEYENTE

en el error, pero con la conciencia de nunca estar en el acierto. De


ahí que no sorprenda el valor que le da al papel de las discusiones
que están en juego:

( ... )no quiero que esta discusión se lleve a cabo por el simple pru-
rito de discutir; dejemos ya los ensayos que hemos tenido con los
jóvenes, en que la filosofía se ha mostrado como chancéndose. ( ...)
Se trata del destino de la vida, de las costumbres, de nuestra alma,
la cual confía en vencer la dificultad de todos los sofismas ( ... ). 26

En concordancia con lo anterior, Agustín se pone en el trabajo de


encontrar verdades, que desde el punto de vista de la razón se pue-
dan considerar como incontrovertibles y, por este camino, llega de
nuevo a la dialéctica. En este caso, no se trata meramente de una
disciplina que hace las veces de servicio de aseo mental, sino que se
concibe como un cuerpo de proposiciones y de reglas de inferencia
que de por sí refutaría el escepticismo académico. De esta manera,
la dialéctica como disciplina entra a formar parte del argumento
dialéctico mayor que Agustín va proponiendo para ponerle coto a
sus propias tendencias académicas:

Estas y otras muchas proposiciones (Si el sol es único, no hay dos,


No es a la vez día y noche, Ahora estamos o despiertos o dormidos,
(... )]28, que sería larguísimo enumerar, por la dialéctica aprendí que
eran verdaderas, en sí mismas verdaderas, sea cual fuere el estado
de nuestros sentidos. Ella me enseñó que si, en las proposiciones
enlazadas que acabo de formular, se toma la parte antecedente,
arrastra consigo la que la lleva aneja; y las que he enunciado en
forma de oposición o disyunción son de tal naturaleza, que, si se
niega una de ellas o más, queda algo afirmativo en virtud de la
misma exclusión de las restantes. 29

27 Contra los Académicos, p. 125.


28 Cf. íbidem, p. 163: «Igualmente sé que este nuestro mundo está dispuesto así o por la naturaleza de
los cu erpos o por alguna provide ncia, y que o siempre existió y ha de existir o que habiendo
comenzado, no aca bará nunca; o que no tu vo principio temporal , pero que tendrá fin ; o qu e
co menzó a subsisti r y su pe rmane ncia no será perpetua . Yo poseo una suma innum erabl e de
esta clase de co nocimie nt os( ... ).» Un poco más adelante, p. 165: «( ... ) pe ro que tres po r tres son
nueve y cu adrad o de números inteligibles, es necesariamente verd adero, aun cuando ronqu e todo
el género humano».
29 Con tra los académ icos, p. 170.

15
FEUl 'E C:\S"J"..\ 5./E IM

Todas las proposicio nes ev identes de por sí o, si se qui ere, tautológi-


cas, co mo tambi én las reglas de infe re ncia lógica co nform arían el
cuerpo de co nocimi entos de la di aléctica . De es ta manera, es ta dis-
ciplin a cubre lo qu e norma lme nte se e ntie nde como lógica. Incluye
ade más, como resulta explícito por ciertos pasajes de los Soliloquios,
e l «arte de definir, dividi r y distribuir».3º Sin embargo, la preocupa-
ció n de nu estro catecúme no no se enfoca principalmente e n el de-
sarro llo sistemático de inguna de estas ramas. Sus intereses van
po r o tro lado: el tipo de noción de verdad qu e parece n represe ntar.

Ta nto las verd ades de la lógica, como la de las defini cio nes, no tie-
ne n pa ra Agustín un ca rácte r re lativo, puesto qu e no depend en ni
de di ferencias individuales, ni de la existe nci a de suj etos qu e estén
habilitados para percibirlas, es decir, que no están condicio nadas
por su parecer. Por o tro lado, se trata de conocimie ntos necesarios,
en el se ntido en qu e no resultan susceptibles de duda alguna. D e
cierta man era, Agustín co mi enza a intui r com o razonable que, des-
de el punto de vista del entendimi ento, puede tener sentido hablar
de la verd ad co ncebida como algo qu e es acces ible a la razón huma-
na, qu e es necesa ria y universa l, y qu e se manifiesta en un a gran
ca ntidad de conocimie nt os. No es del caso entrar sobre las argu-
me ntaciones de Agustín al respecto. Lo que sí vale la pena resaltar
es la preocupació n manifi esta de l autor po r justificar el punto, puesto
qu e la indubitabilidad de los conocimientos dialécticos está en es-
trecha re lació n co n la refutació n del escepticismo, como ya se ha
ve ni do mencio nando . D icho de otra ma nera, e l ca rácte r absoluto y
necesa ri o de la ve rd ad dia léctica se asum e co mo uno de los pilares y
garantías para pode r atravesar el umbra l de la fe.

Por o tro lado, la dialéctica no se reduce me ramente a la disciplina


qu e estudia cuesti ones de lógica y de definici ones, sino qu e presen-
ta un lado emin entemen te práctico y de aplicación. Los principios
de infe rencia, as í co mo d uso correcto de las expresiones cobran
sentido e n el arte de discutir, en la ciencia de discutir bien:

La di aléctica igualme nte me enseñó que, cuando hay armo nía so-
bre las cosas de que se disputa, no debe porfi arse acerca de las

30 Soliloq11i0>. p. 499.

16
Los I'RINC/l' /A DIALHCTIC4E y EL PROBLEMA DE CÓMO HAC ERSE y MANTEN ERSE CREYENTE

palabras, y el que lo haga, si es por ignora ncia, debe ser ense ñado,
y si por terquedad, debe ser abando nado ( ... ) Para los discursos
capciosos y sofísticos hay un precepto breve: si se introd ucen por un
mal raciocin io que se haya hecho, debe volverse al examen de todo
lo concedido; pero si la verdad y la fa lsedad se chocan en una misma
concl usión, tómese lo que se puede comprender, déjese lo que no
puede explicarse. ( ... )Todas estas y otras muchas cosas, que no es
necesario mencionar, son objeto de enseñanza de la dialéctica. 31

Agustín no se preocupa, en estos pasajes, por ofrecer criterios ace r-


ca de cómo distinguir e ntre los disputantes que en principio com-
parten puntos de vista comunes y los qu e no. No es claro que se
pueda presentar consenso acerca de las concepciones de las cosas
de las qu e se habla y que, a la vez, se tenga que discutir sobre las
palabras que las deben referir. Si esta circunstanci a se da, entonces,
probablemente, hay disenso sobre las definiciones de las mismas y,
en consecuencia, sobre las concepciones de las cosas de las que se
está hablando. Como sea, la dialéctica en todo caso se entie nde, o
bien como un procedimiento educativo, en la medid a en que permi-
te introducir o unificar el uso de palabras y de conceptos, o bien,
como uno de exclusión, cuando no es posible lo anterior. Este es un
lado que vale la pena resaltar: la dialéctica cumple la función de
ge nerar un lenguaje común comparti do, de tal manera qu e sea posi-
ble identificar qui én lo habla y quién no. Por otro lado, se trata de
una práctica discursiva que opera con base en concesiones y asuntos
que en principio se comprenden o no. Aunque esto es obvio por lo
ya mencionado en relación con su carácter lógico y con el tipo de
proposiciones que maneja, es conveni ente insistir en qu e se trata de
una actividad en la que se pueden alterar, condicionar o afi rmar
concesiones, es decir, en la que se ponen en juego la va lidez de pun-
tos de vista y lo que se da o no se da por comprendido. Así, la di aléc-
tica cumple también con la funci ón de cuestionar, o de ava lar, o de
alterar la fo rma de asumir lo que en principio se da por racional-
mente conocido . Finalmente, no deja de ser llamativo que Agustín
asum a estos preceptos prácticos como verd ades de carácter incues-
tionable, es decir, como argume ntos suficienteme nte válidos para

3 1 Comra los académicos, p. l 70s.

17
F1·:Lll'E C ASTA:'<EllA

enfrentar a los académicos. Esto sugiere que ni el mismo escepticis-


mo de los unos, ni el feivor de recién convertido, son lo suficiente-
mente extremos como para no encontrarse en una concepción común
mínima de lo que debe ser la discusión racional.

IV LA DIALÉCTICA EN LOS SOLILOQUIOS

Aunque no haya pasado mucho tiempo entre los libros Contra los
Académicos y los Soliloquios 32 , se constata un llamativo cambio de
presentación y estructuración entre ambos textos: mientras que en
los primeros se comienza con el recuento de una serie de diálogos
entre diferentes personajes amigos de Agustín, que termina con una
intervención relativament1; extensa del propio autor, ya por fuera
de la forma de diálogo y con tono de disertación, el segundo escrito
se trata de un soliloquio, como su título lo indica33, en el que curio-
samente Agustín se desdobla en dos personajes, él mismo y la ra-
zón.34 De alguna manera , el proceso de introversión del recién
convertido se intensifica: se pasa de la consideración de puntos de
vista externos, relacionado:; con situaciones afectivas e intereses pro-
pios, a lo individual excluyente de otras instancias, aunque en todo
caso se mantenga algo de disociación.

Las siguientes afirmaciones podrían dar cuenta de la intención bási-


ca de Agustín al escribir Ja obra:

Pues muchos hablan copiosamente de lo que no saben, como yo


mismo las cosas que expn:sé en la pl egaria ( ... ). 35 Saqué tantos con-

32 «Los compuso e n Casiciaco a fines del año 386 o a principios de l siguiente. ( ... ). » (Capánaga , Y. :
Jn1 rod ucción (a los Soliloquios) en Soliloq11ios, p. 429.
33 Soliloq11ios. p. 49 1: «Se ll aman Soliloquios (estas co nversacio nes), y con este nombre quiero desig-
na rl as. porque hablamos a solas. ( ... ) sie ndo e l mejor mé todo de investigación de la verdad e l de
las preguntas y respu esta s, apenas se halla alguno que no se ruborice al ser vencido en la discusión
( ... ) por eso, con ple na ca lm a y tranquilidad, plúgome a mí investiga r la verdad con Ja ayuda de
Dios, preguntándome y respondié ndome a mí mismo ( ... )».
34 Cf. Retractacio11es, p 656: «Escribí tambié n e ntonces dos volúmenes, siguie ndo mi interés y e l
amor qu e tenía por indagar la verdad sob re lo que más deseaba saber, interrogándome y respon-
di éndome. como si fu ésemos dos, la razó n y yo. siendo uno solo>) . En Obras Co111ple1as de San
Ag11stí11. T XL, BAC, Madrid , 1995.
35 Cf. Soliluq11ios, l, l , 2, p. 436ss.

18
Los PRJNCll'JA DJALECTICAE. y EL PROBLEMA DE CÓMO HACERSE y MANTENERSE CREYENTE

ceptos sin comprenderlos, recogidos de aquí y allá, depositados en


la memoria y armonizándolos con la fe, según me era posible; pero
el saber es otra cosa. 36

( ... )pero ahora busco el saber, no la fe. Y lo que sabemos decimos


37
bien que lo creemos; mas no todo lo que creemos lo sabemos.

La fe permite tener acceso a una serie de conocimientos que se asu-


men por verdaderos precisamente porque se cree en ellos. De esta
forma, el fundamento de los contenidos de la fe radica en el convenci-
miento individual, en el querer creer que se trata de cosas ciertas. En
consecuencia, no parece ser necesario tener que apelar ni al pensa-
miento corriente, ni a conocimientos de ninguna disciplina específica
para tener que justificar la verdad de aquello en lo que se tiene fe. Sin
embargo, Agustín constata, por lo menos, dos circunstancias que per-
miten cuestionar que con la mera fe recién adquirida pueda bastar:

Por un lado, su fe implica aceptar una serie de conceptos y de afir-


maciones que no tienen ni un orden claro, ni que resultan obvia-
mente comprensibles. No es del caso ir sobre este lado del credo
cristiano, pero se puede decir que el entendimiento de proposicio-
nes como la unidad de la trinidad, la creación a partir de la nada, la
compatibilidad entre la omnipotencia, la omnisapiencia, la suma
bondad y justicias divinas con el mal en el mundo y la libertad huma-
na, la necesidad del autosacrificio divino, etc., no son precisamente
asuntos que resulten manifiestos para el entendimiento del creyente.
Es más, si bien la fe permite asumir como correctos esos puntos de
vista, en todo caso no garantizan que el creyente pueda tener algo de
certeza sobre qué es lo que en el fondo cree. Dicho de otra manera, la
posibilidad de especificar el contenido de la fe no queda logrado por
el mero hecho de afirmar que se trata de asuntos en los que se quiere
creer. La situación se complica si se piensa que se podría cuestionar
hasta la posibilidad misma de establecer qué es aquello en lo que
propiamente se tiene fe: si este dios es a la vez uno y trino, entonces,
¿se cree en un dios o en tres? Y, si se cree que se trata de una entidad
en la que a la vez se dé la unidad y la trinidad, entonces ¿qué pasa con

36 Soliloquia>; p. 445.
37 Soliloquios, p. 444.

19
F 1·: u PE C ASTA ÑEDA

principios como el de no co ntradicción, que de alguna manera sirven


co mo criterios básicos para hacer posible la determin ación de cual-
quier objeto, hasta los de la misma voluntad? En otras palabras, si
puede ser a la vez uno y trino, l por qué no puede ser sum a bondad y,
a la vez, suma mald ad, etc.'? Como el mismo Agustín advie rte, él trata
de «armonizar» todos estos conceptos qu e le impone su credo, de la
mejor manera posible por med io de la fe , pero en todo caso, esta
estrategia no conll eva de por sí compre nsión. Llevando el problema a
un extremo, no resulta obvio distinguir entre aqu el qu e no compren-
de lo que cree y el qu e ignora qu é es lo que cree.

Y lo anterior permite introducir la otra cara del inconveniente: un a


cosa es saber y la otra creer, y «ahora lo que busco es saber». Agustín
no parece tener recatos para sostener qu e uno de hecho cree e n
todo lo que sabe, pero que no tie ne qu e saber todo lo que cree. Vale
la pena resaltar el punto: si hay co nocimientos qu e estén fund amen-
tados en la razó n, sin importar po r ahora qué quiera decir esto, re-
sultaría sorprend ente qu e Ja voluntad se negara a aceptar su validez,
es deci r, que se presen tara una oposició n entre lo qu e ofrece el en-
tendimi ento como cierto y lo qu e la vo luntad desea que sea la ver-
dad . Por lo ya dicho en relación con los Contra los académicos, esta
circunstancia implicaría una suerte curiosa de bestialización: se ne-
garía sistemáticamente qu e la facultad hum ana por excelencia, la
que representa lo propio del hombre y qu e lo distingue de los ani-
males, como ya se mencion ó, pueda tener alguna injerenci a sobre
las co nductas. Por o tro lado, si uno de los obstáculos importantes
para poder acceder a la fe consistía justamente en la refutación del
escepti cismo, mostrando la realidad de toda una cantidad de cono-
cimientos racionales universales y necesarios, la negació n por parte
de la voluntad de los mismos, tendría por efecto alejar aún más la
pos ibilidad de acceder al credo. Lo que sería bastante paradójico.
Por lo tanto, resulta co mprensible que Agustín afirm e que norm al-
mente se cree en todo aquello qu e se co noce, es decir, qu e la volun-
tad asum a co mo válid o lo ue la razó n plantea como tal. D e esto se
despre nd e un a consecuencia que co nvi e ne resa ltar: el cuerpo de
co nocimie ntos racionales tiene que constituir de por sí una especie
de credo, puesto qu e no resulta viable qu e la voluntad se niegue a
asumirl os como correctos. Yendo un poco más all á: el credo que

20
Los P RINCIPIA DIALECTIC4E y EL PROBLE1\ IA DE CÓ1\ IO HACE RSE y 1\ IANTENERSE CREYENTE

rebasa los conocimientos de la razón, de alguna manera tendrá que


poder integrarlos. Visto desde otro lado, el credo no podrá oponer-
se, sin más, a las verdades de la razón.

Y esto explica, en alguna medida, el sentido de la segunda parte de


la afirmación: «mas no todo lo que creemos lo sabemos». Efecti-
vamente hay un problema: una cosa es creer y otra saber. Y así como
la creencia parece acoplarse naturalmente a lo que se sabe, lo contra-
rio, no. Y como no necesariamente se tiene que saber lo que se cree,
la parte racional del hombre no participaría integralmente en los asun-
tos de la fe. El asunto deviene paradójico: por un lado, el hombre
tiene que creer, pero, por el otro, no lo podría hacer como tal.

Se puede sugerir que la interrelación entre un credo bastante poco


compatible con las capacidades y criterios aceptados de compren-
sión y la necesidad de integrar la razón en las conductas y fines de-
seables, es uno de los motivos principales que animan los Soliloquios:
un diálogo entre un Agustín, fervoroso pero confundido creyente, y
su razón, que parece que no se deja excluir de la nueva situación.
Un diálogo interno, de preguntas y respuestas, una nueva forma de
asumir la dialéctica. Ya no precisamente como la que debe hacer el
aseo en el portal de la fe , sino como la que debe sentar las bases del
injerto de la razón en la fe misma.

La tarea de Agustín cubre, por lo menos, dos caras de una misma


moneda:

Primero, debe lograr mostrar que por medio de la razón se puede


llegar al conocimiento de verdades sostenidas por la fe.

Para lo anterior, y en segundo lugar, debe plantear una concepción


tal del conocimiento racional que, en principio, se fundamente y sea
plenamente armónico con el de la fe. Esta es una condición necesa-
ria, no sólo para poder suponer que nunca la razón llevará a la
postulación de verdades incompatibles con el credo, sino también,
para garantizar que el adecuado ejercicio de la razón sea siempre
algo ordenado a la fe .38

38 «La ra zón es la mirada de l alm a; pe ro como no tocio e l que mira ve, la mirada bue na y pe rfecta,
seguida de la vi sión, se llam a virtud, que es la recta y perfecta razón. Con todo, la misma mi ra da

21
FE LIP E C ASTA:\'EDA

Conviene resaltar que en ningún momento parece qu e Agustín piense


renunciar a puntos de vista básicos de su fe en aras de logra r su
compre nsión racional. La neces idad de lograr ll egar a saber aqu ello
qu e se cree no cuestio na e n ningún mo mento su vo luntad de co nti-
nu ar teni endo fe. Así, la estrategia básica no consiste en orde nar la
fe a la razón, de tal fo rma que lo qu e no sea compatible entre una y
otra , redunde e n un a alteració n de la primera. Por el co ntrari o, la
idea se ría po ner la razón en fun ció n de la fe , de ta l manera que
únicamen te se avale un a concepción de la razón fi deizada, po r lla-
marl a de algun a manera, o si se qui ere, un a fe no menología de la
razó n co n fund amento en los principios de la fe. La dialéctica se
ente nde ría, desde este punto de vista, co mo el di álogo interio r qu e
permi tiría darle form a concreta a ese proyecto.

E n lo qu e sigue se mostrará có mo se va concretando esta idea, a


partir de un análisis breve de la demostración de la inmo rtalid ad del
alm a.

Agustín supo ne que e l hecho de qu e se pueda habl ar de caracterís-


ti cas específicas e n las cosas depend e de la posibilidad de postul ar
esas mismas característi cas, pero como entes aislables y qu e de al-
gun a manera subsisten de po r sí:

( ... ) no hace el casto a léi castid ad, sino la cas tidad a l casto. Igua l-
mente, todo lo verd adero lo es po r la ve rd ad. 09

As í, las cosas concretas no se asume n como la razón de se r de las


propiedades qu e permiten caracteri zarl as, sino qu e, por lo co ntra-
rio, so n lo qu e son po r las propiedades mismas. E n co nsecuenci a,
cuando se habla, por ejempl o, de conocimientos verd aderos, no es
e l conocimie nto mi smo el qu e da cuenta de su propia verdad, sino
qu e es ésta la qu e hace qu e se lo pueda asumir como tal: no es lo

de los ojos ya sanos no puede vo lvcr:;c a la luz. si no perm anecen las tres virtudes: la re, haciéndole
cree r que en el objeto el e su visión e~ t á la vid a fe liz; la esperanza , confia ndo en lo que verá, si mira
bien; la cariclacl. queri endo co ntemplarl o y goza r de él. » Soliloqu io~, p. 45 1.
«Hay ojos tan sa nos y vigorosos que, después de abri rse, pueden mira r de hito en hito sin parpad ear
la lumbre de l sol. ( ... ) Otros, a l contr ario, se deslumbran con la misma luz que desean contemplar
tan ardientemente. y sin conseguir lo que quieren, muchas veces se Loman a la sombra con dele ite.»
Soliloquios. p. 464.
.W Soliloquios. p. 469.

22
Los PRINCIPIA DIALECTICAE y EL PROBLEMA IJE CÓMO HACERSE y MANTENEl{SE CREYENTE

verdadero lo que hace la verdad, sino la verdad lo que hace lo ver-


dadero. Por lo tanto, Agustín supone que es la participación de la
verdad en determinados conocimientos o entidades lo que tiene por
efecto que se los pueda concebir como conocimientos o entidades
verdaderos. El punto es importante, porque significa para casos como
el de la dialéctica, que esta disciplina no constituye desde sí las condi-
ciones de lo que se va a entender como validez lógica o como defini-
ción correcta, sino que la verdad de sus proposiciones dependerá de
la verdad como tal, que de una u otra manera hace parte y se mani-
fiesta a través de la dialéctica misma, haciéndola algo verdadero.

Como sea, la verdad que hace que todo lo verdadero sea tal, se
entiende asimismo como algo incondicionado temporalmente o
inmortal:

Y si el mundo ha de perecer, después de su ruina, ¿no será verdad


que ha perecido? Mientras es verdadera la proposición: el mundo
ha fenecido, realmente continúa existiendo; pero hay una contra-
dicción en decir: el mundo se ha acabado, y no es verdad que se ha
acabado el mundo.( ... ) Luego la verdad subsistirá, aunque se ani-
quile el mundo. ( ... ) Luego de ningún modo puede morir la ver-
dad.40

El argumento es llamativo: puesto que se pueden establecer propo-


siciones verdaderas tanto sobre estados de cosas inexistentes como
de cosas existentes, la verdad de estos conocimientos no puede de-
pender ni de la existencia ni de la no existencia de esas situaciones.
El mundo mismo puede desaparecer, pero no la verdad de la pro-
posición que dé cuenta de esa circunstancia. En consecuencia, lo
que hace que esos conocimientos sean verdaderos es algo indepen-
diente de las eventualidades de lo que vaya aconteciendo. Así, para
Agustín resulta razonable afirmar que la verdad no es algo que ten-
ga un condicionamiento temporal. Dicho de otra manera: la verdad
en cuanto aquello que hace que los conocimientos verdaderos sean
tales, no es algo que tenga origen, fin o duración en el tiempo. De
esta forma, la verdad comienza a pensarse más bien corno algo eter-
no, que no sufre alteraciones en sí misma, etc.

40 Soliloquios, p. 4 77.

23
FEl.ll'E CAST.-\NEUA

Sin embargo, aunque no se vea afectada por las contingencias del


devenir de lo concreto, en todo caso se tiene que tratar de algo que
debe ubicarse en algún lugar:

¿Aceptas por verdadero aquel dicho: Todo lo que existe, en alguna


parte existe? / No hallo nada que oponer a él. 41

Por lo tanto, aunque la verdad no dependa de la existencia misma


de las cosas, en la medida en que en todo caso se trata de algo y
como todo lo que es algo debe estar en alguna parte, entonces tam-
bi é n debe haber algún lugar para la verdad. Obviame nte para
Agustín, el lugar de la verdad no puede ser uno que no resulte com-
patible con el tipo de ser de la verdad misma. Es decir, si la verdad
en cuanto propiedad que hace que lo verdadero sea verdadero es
algo inmortal, entonces no podría encontrarse en un lugar condicio-
nado por el tiempo. El razonamiento es el siguiente: la verdad tiene
qu e estar en algún lugar, en el sentido en que no es posible que la
verdad se pueda desubicar del mismo. Dicho de otra manera, el
lugar de la verdad no es separable de la verdad. Por lo tanto, si las
características del lugar no son compatibles con las determinacio-
nes de la verdad, ésta misma no podría darse. Pero como resulta
manifiesto que hay algo así como la verdad inmortal, entonces debe
haber un lugar asimismo inmortal donde se dé:

( ... ) lo que está en un sujeto no puede subsistir si no subsiste el


mismo sujeto. Es así que hemos concluido que la verdad subsiste,
aun pereciendo las cosas verdaderas. No está, pues, e n las cosas
que fenecen. Existe la verdad, y no se halla en ningún lugar. Luego
hay cosas inmortales. 42

La pregunta sería, entonces, por un lado, cuál es el sujeto de la verdad.


Y, por el otro, cómo se manifiesta esa verdad desde su lugar propio.

Sobre lo último: según Agustín, todas las disciplinas del saber re-
quieren de la dialéctica para poderse estructurar. El asunto es claro
si se admite que todas suponen definiciones y que están sometidas a

4 1 Soliloq11ius. p. 470.
42 Suliluq11ius, p. 471.

24
Los I'RJNCJPIA DJALECTICAE y EL PROBLEMA OE CÓMO HACERSE y l\IANTENEHSE CREYENTE

las reglas de la lógica. Pero como este andamiaje de definiciones y


de argumentos lógicos se asume de por sí como verdadero, como ya
se ha venido mencionando, entonces la verdad de las disciplinas par-
ticulares parecen depender de la verdad de la dialéctica misma. En
consecuencia, las disciplinas particulares no serían propiamente ver-
daderas por sí mismas, sino por la dialéctica. Es decir, la verdad
dialéctica haría verdad lo verdadero de los otros saberes. Por lo tan-
to, la dialéctica no sólo se asumiría como disciplina de las discipli-
nas, sino también como la manifestación propia de la verdad que
hace verdad a las otras verdades:

Si, pues, a la dialéctica pertenece tal oficio (definir, dividir y distri-


buir), es por sí misma disciplina verdadera. ¿Quién se maravillará,
pues, de que aquella misma ciencia por la que son verdaderas las
demás sea por sí misma y en sí misma verdadera? 43

Ahora bien, las verdades de la dialéctica no parecen estar condicio-


nadas por el tiempo, y su carácter es necesario y universal. Dicho de
otra manera, Ja verdad dialéctica resulta compatible con las carac-
terísticas ya mencionadas sobre la verdad en general: a la vez que
hace posible la verdad de las otras disciplinas del saber, se trata de
algo «inmortal». La consecuencia, se impone:

( .. .)la verdad siempre subsiste y la dialéctica es la verdad. 44

Retomando el otro hilo de la argumentación:

Una vez que se ha determinado la forma de manifestación básica de


la verdad, su ubicación se hace patente:

¿Qué necesidad, pues, tenemos ya de investigar más sobre el arte


de la dialéctica? Porque ora las figuras geométricas estén en la
verdad, ora la verdad en ellas, nadie duda de que se contienen en
nuestra alma o en nuestra inteligencia, y, por tanto, se concluye
necesariamente que en ella está la verdad. 45

43 Soliloq11ios, p. 500.
44 Soliloq11ios, p. 507.
45 Soliloq11ios, p. 516.

25
FELIPE C-1STANEIM

Y de esta manera queda abierto el camino de la conclusión final:

Y si por una parte toda disciplina está en nuestro ánimo adherida


inseparablemente de él y por otra no puede morir la verdad, ¿por
qué dudamos de la vida imperecedera del alma ( ... )? 46

Retomando el tema de la dialéctica:

De manera similar a lo que sucede en el Contra los Académicos, en


los Soliloquios esta disciplina no sólo se entiende como una activi-
dad discursiva que debe mediar entre el credo y otros puntos de vista
en aras de cumplir una función específica, sino que entra a formar
parte integral de los argumentos mismos. En el primero, ella misma
se consituye en una especie de bastión decisivo contra el escepticismo
de los académicos; en el segundo, como un paso de monta para poder
lograr demostrar la inmortalidad del alma. Obviamente, esta circuns-
tancia permite que la dialéctica se pueda definir siempre según una o
la otra consideración, o si se quiere, que se haga significativa desde
órdenes distintos pero mutuamente complementarios.

Si se piensa ya concretamente en la relación que plantea Agustín en-


tre dialéctica e inmortalidad del alma, se puede decir lo siguiente:

La dialéctica no se concibe tan sólo como el mero arte de discutir bien,


sino que se asume como garante de uno de los aspectos claves del
credo: la fe cristiana en la inmortalidad del alma. En consecuencia, el
cultivo de esta disciplina en este contexto se hace altamente significa-
tivo: al discutir bien, se haría explícito el carácter de ser trascendente
que tiene el hombre mismo. Realizarse como ser humano inmortal y
dedicarse a la discusión racional serían actividades equivalentes.

Además, puesto que la dialéctica y la verdad parecen confundirse,


esta disciplina genera que el alma inmortal humana se conciba, a la
vez, no meramente como el lugar de la verdad, sino su habitáculo.
Si se quiere, la dialéctica convierte al hombre como en una especie
de santuario de la verdad, con todas las consecuencias que eso pue-
da tener.

46 Soliloq11ios. p. 516.

26
Los Pu1NCIPIA DIALECT!CAE y EL PROULE!\'tA UE CÓMO HACERSE y f\.'IANTENEH SE CHEYENTE

Asimismo, puesto que solamente, según Agustín, la verdad hace que


lo verdadero sea verdad, la verdad que se le manifiesta al hombre
por medio de la dialéctica hace que todo lo que pueda saber sea
también verdad. Ahora bien, Agustín no afirma que el hombre mis-
mo determine o constituya la verdad de la dialéctica, sino que mera-
mente se trata del «lugar» en el que se manifiesta, en el que se da.
El hombre, de alguna manera, por medio de la instrucción encuen-
tra este saber en él mismo, en su memoria. 47 Esto indica que el fun-
damento de la verdad no sería el hombre mismo con su alma
inmortal, sino que ésta tan sólo se entiende como una suerte de
vehículo de la verdad, lo que da pie para una consideración ulterior:

Puesto que la verdad que el hombre encuentra en él mismo no de-


pende de él, esa misma verdad a su vez debe ser tan sólo la partici-
pación de una verdad aun superior. En otras palabras, la dialéctica
misma indica que debe haber algo como una verdad no humana
superior y a la que debe ordenarse.

V EL CONTEXTO DE LOS PRINCIPIA DIALECTICAE

En las Retractaciones, 1, 6, Agustín da algunas indicaciones sobre


este texto:

Por el mismo tiempo en que estuve en Milán para recibir el bautis-


mo, intenté escribir también los libros de Las Disciplinas, pregun-
tando a aquellos que estaban conmigo, y a quienes no disgustaban
de estos estudios, deseando llegar o proseguir con paso seguro por
las cosas corporales a las incorporales. Pero de estas Disciplinas,
únicamente pude acabar el libro de La Gramática( ... ) y los seis de
La Música ( .. .)/En cuanto a las otras cinco disciplinas, comenza-
das igualmente allí: La Dialéctica , La Retórica, La Geometría , La
Aritmética , La Filosofía, sólo quedaron los principios que, con todo,
también perdí; pero creo que los tiene alguno. 48

47 «Tales son los que están bien instruidos en las artes libe rales, las cuales, al aprenderlas, las extraen
y desentrañan, en cierto modo, de donde estaban soterradas por el olvido, y no se contentan ni
descansan hasta contemplar en toda su extensión y plenitud la hermosa faz de la verdad que en
ellas resplandece.» Soliloquios,519.
48 Retractaciones, e n Obras Co111ple1as de San Agustín, Tomo 40, BAC, Madrid, 1995, p. 661 s.

27
FE l .l l'E C.\~TA ,': EJ ),\

A pesar de lo escueto de este pasaje, po r lo menos, permite, avanzar


lo sigui ente en relación co n el se ntido ge ne ral de la dia léctica: pri-
mero, justo antes de su bautismo, Agustín seguía bastante ocupado
co n las artes libera les. Segundo, la d iá lectica se co ncibe co mo un a
ele las disciplin as que efectivamente debe permitir el tránsito de lo
tempo ral a lo eterno. Tercero, no queda claro de qu é manera lo pu-
diese lograr, no sólo porque el proyecto genera l qu edó inconcluso,
sino porque el texto en cuestión quedó únicam ente en sus inicios, y
en ellos no se e ncuentra ningun a refe rencia explícita al respecto. E s
más, si se lo lee haciendo abstracc ió n de su eve ntu al relació n con
otras obras, se podría pensar, sin ningún problema, qu e se trata de
un mero manu al de di a léctica, de ca rácter neut ra l a cualquier posi-
ció n frente a asuntos ligados co n el credo o co n la crítica de cual-
qui er ideo logía en particul ar. En efecto, propo ne algun as tes is qu e
hacen referenci a básicamente a poblemas de ambigüedad y de oscu-
rid ad en la determinación del significado de expresio nes, ligá ndolo
con un a cierta concepció n de l lenguaje, sin tocar ni mencio nar aplica-
ciones específicas re lacionadas con su situación co mo convertido pre-
vi o a l mo mento de su aceptació n fo rm al al cri sti anismo . D e esta
manera, lo inconcluso del texto, las pocas refere ncias explícitas de
Agustín en relación co n su sentido general y lo particul ar del momen-
to por el que estaba pasa ndo, motiva n considera r algun as posibles
explicacio nes sobre la intención principal de esta obra y de la concep-
ció n ge neral de la di aléctica que habría supu esto.

U na primera hipótesis qu e podría dar cue nta ele esta situació n, po-
d ría se r la qu e señala Teodo ro C. Madrid en la Nota Complementa-
ria 42 de l Volum en XL de las Obras Completas de San Agustín. Ci to
algun os apartes de la mi sma, ya que se trata de una posición qu e, ele
acu erdo co n lo qu e se ha venido sugiriendo, va le la pena po ner e n
cuestió n o po r lo menos acota r:

( ... )Sa n Agustín no se creyó nunca obligado a renunciar a la cultu-


ra antigua y paga na, si bien la purifica de sus fa lsedades y peligros.
Poco a poco va dejando hábitos adqui ridos en e l eje rcicio de su
profesión, para dedicarse cada vez con mayor empei'l o a la lectura
de autores cristianos( ... ). Pero no reprueba la ve rdadera cultura
tradicional; y, como él dice, se aprovechará de las artes auténticas

28
Los PRJNCJJ>/A DIALECTICAE y EL PROBLEMA DE CÓ~10 HACER SE y MANTENERSE CREYENTE

llamadas liberales como método para ascender de lo corporal a lo


incorpóreo. Además, le parece necesario que una vida renovada y
nueva, como la suya de un recién convertido, debe comenzar desde
ese momento, y antes del bautismo, también como abjuración de los
errores y devaneos de su vida pasada, y testimonio del cambio radi-
cal de su vida con la sincera profesión de la fe cristiana./ Estos libros
de las Disciplinas liberales son, por tanto, un testimonio de la despe-
dida de Agustín de todo su pasado, y a la vez un proyecto ambicioso
para desarrollar ordenadamente; y que, como se ve, lo comenzó con
los libros sobre Gramática , la Música, y que luego otras ocupaciones
se lo impidieron terminar. Por eso únicamente escribió unos esque-
mas o apuntes sobre Dialéctica, Retórica ( .. .).49

Este tipo de planteamiento permite suponer que la escritura de tex-


tos como el de los Principios de dialéctica, justamente en el momen-
to previo a su bautizo, se podría asumir, algo así, como la constancia
de aquello que quiere negar explícitamente y que ya no le es signifi-
cativo. De esta manera, para poderse «despedir de todo su pasado»,
emprende un vasto proyecto en el que se ocupa de hacer conciencia
sobre lo que ya no constituye su identidad. Por otro lado, asume
como necesario dejar un testimonio escrito del asunto. En conse-
cuencia, se podría esperar que Agustín en el proyecto general de su
Dialéctica, hubiese expuesto el desarrollo pagano de la disciplina
hasta entonces, haciendo claridad sobre qué aspectos, principios,
aplicaciones o desarrollos de la misma pudiesen ser utilizables des-
de su nueva condición de convertido y sobre cuáles no. Solamente
esto podría hacer justicia al hecho de que en todo caso algo de las
artes liberales resulte rescatable. Así, este adiós consistiría en una
especie de separación de bienes una vez rota la relación con su pro-
fesión y cultura anteriores. Si esta lectura es acertada, entonces la
dialéctica se podría concebir, para el Agustín de entonces, como
una disciplina que hay que purificar, seccionándole sus falsedades y
peligros. Obviamente, sólo se purifica lo que se concibe como man-
chado, pero con esperanza de limpieza. Por lo tanto, textos como la
Dialéctica obedecerían principalmente a una especie de intención
higiénica con cierto tinte inquisitorial: Agustín ya tiene certeza acerca

49 Íbide m, p. 929.

29
FELIPE C\STANEIJA

de lo correcto, y se propone juzgar la disciplina en función de esos


criterios, para ver qué puede quedar útil y rescatable, con el fin de
facilitar su ascenso de las cosas corporales a las que no lo son, zan-
jando, a su vez, las cuentas con su pasado. Si esto fuese así, entonces
resultaría factible suponer que Agustín hubiese podido hablar de la
falsa dialéctica frente a la correcta, de la buena frente a la culposa y
rechazable, etc. Además, dado el carácter testimonial de este proce-
so, también se podría afirmar que Agustín estaría adelantando, en
ese enjuiciamento de las artes liberales, algo así como un ejercicio
de confesión pública de sus malos pasos. De esta forma , los Princi-
pios de dialéctica se deberían leer desde el punto de vista de unas
retractaciones dialécticas, por llamarlas de algún modo.

Lo ya dicho en relación con la concepción de esta disciplina en Con-


tra los Académicos y los Soliloquios , invita a formular unas conside-
raciones alternativas frente a la propuesta por Madrid.

Según lo previamente visto, a la escritura de los Principios de dialéc-


tica le preceden una serie de textos en los que se presenta una rela-
ción orgánica entre fe y dialéctica. Esta disciplina es necesaria para
refutar el escepticismo académico y así poder cruzar el umbral de la
fe , se requiere para lograr acceder a la comprensión de aquello que
se cree y, además, se la considera como manifestación de la verdad,
de su eternidad e incondicionalidad, entre otros aspectos. Por lo
tanto, sería bastante sorprendente que esa relación íntima entre fe y
discusión racional se hubiese perdido. Obviamente, puesto que se
presentan variaciones en la función que le asigna en su proceso de
conversión en los escritos anteriores, no es factible determinar con-
cretamente cuál pudo haber sido el papel específico que le habría
atribuido en los Principios. Sin embargo, es razonable afirmar que
Agustín no sostuvo por ese momento una especie de fideísmo neu-
tral a consideraciones de índole racional. En consecuencia, no se
pudo haber tratado de un escrito desvinculado de asuntos propios
del credo, punto éste que el mismo Agustín resalta explícitamente
en el pasaje de las Retmctaciones ya referido, al dar cuenta de sus
intenciones al emprender su proyecto sobre las artes liberales:«( ... )
deseando llegar o proseguir con paso seguro por las cosas corpora-
les a las incorporales».

30
Los PRJNCl/'IA DIA LECTICIE y EL l'l!OllLEMA l)E CÓMO HACERSE y MANTENEllS E CREYENTE

Como sea, en todo caso sí se presentan diferencias notables por el


lado de la forma entre estos inconclusos Principios y los Contra los
Académicos y los Soliloquios. Efectivamente, como ya se mencionó,
se trata de un texto en el que no se hace ninguna alusión a asuntos
religiosos, ni por el lado de los ejemplos y problemas que analiza, ni
por aquel en el que da cuenta de los temas generales que aspira a
tratar. Y precisamente esta circunstancia invita a formular una pri-
mera hipótesis alternativa: Agustín vio la necesidad de desarrollar
más la dialéctica por sí misma para aplicaciones posteriores. Y tenía
que hacerlo porque ya intuía tanto su importancia como también su
estado medio precario, en el siguiente sentido: las alusiones a la
dialéctica en sus propios tratados anteriores son bastante generales,
poco articuladas y no permiten dar razón de la disciplina como un
cuerpo coherente de conocimientos.

Una consideración ulterior puede ayudar a afinar el punto: no se


puede olvidar que, a partir de lo planteado en los Soliloquios, la
dialéctica ya estaba en lo fundamental domesticada, en el sentido
de inscrita en el sistema de su pensamiento y de su actitud como
creyente. Así, podría dedicarse a elaborarla de una manera más sis-
temática, sin que le generara problemas de conciencia, ni eventua-
les cuestionamientos frente a su condición de convertido convencido.
Si lo anterior es razonable, entonces se podría decir que la dialécti-
ca ya tenía y se había ganado para Agustín su espacio propio: dedi-
carse a esta disciplina de por sí ya implicaba continuar, de alguna
manera, en su ascenso a lo divino.

Aventurando un poco más, asimismo se podría suponer que así como


se presenta, en los textos anteriores, una relación marcada entre el
tipo de desarrollo que se hace de la dialéctica y el tipo de aplicación
específica que se le adjudica, en el nuevo proyecto algo de esto se
debía haber mantenido. Concretamente: si gran parte del interés de
los Principios se centró en el análisis de problemas ligados con la
oscuridad y la ambigüedad del significado de expresiones, entonces
se puede pensar que Agustín ya entreveía la importancia del trata-
miento de este tipo de inconvenientes semánticos en función de la
aclaración de problemas específicos del credo. La relevancia que
Agustín le adjudicó a este tipo de asuntos en textos como el De Doc-

31
FEurE C\STANEUA

trina Christiana, podrían confirmar el punto, o por lo menos, indicar


que no se trata de una propuesta sin fundamento.

Finalmente, no sobra anotar, como ya se mencionó, que, si se consi-


dera el papel de la dialéctica en Contra los Académicos y los Solilo-
quios, se constata que se trata de una disciplina útil para hacer posible
un determinado proceso de introversión: de lo externo a lo interno,
por medio de la crítica del escepticismo académico; de lo interno
temporal a lo interno eterno y con visos de trascendencia, a partir
de la demostración de la. inmortalidad del alma como lugar propio
de la dialéctica, asumida como manifestación propia de la verdad
racional. En consecuencia, la dirección, a la que apunta este movi-
miento, sería a la del salto del alma humana inmortal hacia la intui-
ción de la trascendencia divina misma. Asunto éste, poco viable, si
no se está en capacidad ele especificar en qué se cree, o hacia dónde
disparar el alma con sus anhelos de absoluta incondicionalidad, ade-
más de ejercitarla, remotivarla, avituallarla y purificarla de todo tipo
de eventuales lastres para poder dar tamaño y peculiar salto. Por lo
tanto, este tipo de contexto no se debería obviar al considerar el
proyecto de dar cuenta de las artes liberales, en el que se incluyen
también los sugestivamente inconclusos Principia Dialecticae.

32
PRESENTACIÓN
FILOLÓGICA DEL TEXTO

EMPERATRIZ CHINCHILLA
Cada trabajo responde a una necesidad o a un compromiso. En efec-
to , el oficio del filólogo es fijar e interpretar escritos de autores an-
tiguos. Su misión es ayudar a la comprensión de esos textos y
contribuir a su perdurabilidad. También la labor del traductor se
ajusta en parte a esa realidad.

Por tal razón, el grupo de traducción de la Universidad de los An-


des interesado en divulgar textos clásicos de autores latinos estudia,
no sólo a los ilustres representantes ele la edad de oro de las letras
latinas, sino también a aquellos que escribieron en épocas posterio-
res y dejaron importantes obras que merecen ser conocidas. Apar-
tándose de la antigüedad grecolatina ha centrado su atención en la
época medieval por ser un período de gran productividad en distin-
tas áreas del conocimiento y muchas veces desconocido. No obstan-
te, en esta ocasión el grupo eligió a san Agustín pues, a pesar de que
es un autor cuyas obras son difundidas y estudiadas, algunas aún no
han sido divulgadas. La obra seleccionada es Principia Dialecticae.
A propósito conviene hacer una breve reflexión.

Asumir la traducción de un texto impone ante todo una exigencia


irrefutable: comprenderlo enteramente si se pretende traducir a
cabalidad. Para llenar este requisito es importante leerlo cuidado-
samente, analizarlo detalladamente, tener la seguridad de que se ha
captado completamente su sentido asimilando matices, intenciones,
ordenamiento lógico, cuidando de no tergiversar ninguna palabra,
ninguna frase, ningún giro esbozado por el autor. Y particularmen-
te en los textos antiguos es más factible equivocarse, produciendo
contrasentido o falseando el estilo.

Otra exigencia del trabajo filológico y por ende la de lograr bien una
traducción es la exactitud. Se debe conservar estrictame nte el pen-
samiento del autor respetando, hasta donde es posible, el estilo, re-
produciendo expresiones y giros que sustenten fielmente las ideas
planteadas, es decir, no despojar la palabra originaria de su sentido,
de su valor preciso. Es indispensable por tanto que el traductor ten-
ga una gran familiaridad con la lengua que traduce, que esté com-
penetrado con el pensar y sentir de la gente que la habló, que esté
situado en el momento histórico que dio origen a tal escrito. Según
esto es necesario tener en cuenta a qué período sincrónico de la
EMPERATRI Z Clll NClllLLA

lengua latina corresponde el estilo del autor y precisar las caracte-


rísticas de la lengua que convienen a ese período, pues aunque los
cambios fonéticos , sintácticos y lexicales no son profundos entre la
época clásica y la de san Agustín, sí hay diferenci as de sentido.

La frase clásica latina, por la estructura flexible de la lengua, posee


una construcción en hipérbaton que permite disponer y agrupar las
palabras de formas muy diversas, de acuerdo con el efecto que se
quiere producir. Sin embargo, posee un orden regular sustentado por
unas normas sintácticas cuyas características más importantes son:

• Tendencia marcada ele empezar la frase por un sujeto y termi-


narla con el verbo, insertando entre éstos los complementos a
que haya lugar:
Quis item asperitatem non et ipso nomine asperam judicet? Cap.
VI, p. 1412.
Qui autem non solum vocis, sed et significationis verbi expertes
erant. Cap. VIII, p. 1415.
Ea, quae una definitio potest includere, univoca nominantw: Cap.
IX, p. 1416.
• En general, el determinante precede a la palabra que determi-
na, salvo los adjetivos posesivos:
Nam et isla omnino vicinitas late patet, et per multas partes secatur.
Cap. VI, p. 1412.
Instat atque exigit unde istud sit vitis nomen. Cap. VI, p. 1413.
Nunc ambiguitatum genera videamus. Cap. IX, p. 1416.
Utrum autem conatum meum haec fa cultas sequatw; tu judicabis.
Cap. X, p. 1416.
• Las características mencionadas se aplican tanto a la frase sim-
ple como a la compleja. Las oraciones causales, concesivas, con-
dicionales, finales, temporales, preceden generalmente a la
oración subordinante:
Quamvis enim unum verbum sit, non habet lamen simplicem
significationem, .. . Cap . I, p. 1409.
!taque, si quis ex me efflagitet, ut definiam quid sit Tullius, cuiuslibet
notionis explicatione respondeo. Cap. IX, p.1417.

36
PRESEl'°IACIÓ N FILOLÓGICA DEL TEXTO

Cum enim definio quid significat nomen, possum hoc ipsum


exempli gratia supponere, quod dico nomen, utique nomen est. Cap.
X, p. 1417.
• No obstante tal estructura se altera cuando se quiere destacar
una idea o subrayar un estilo específico. En tal circunstancia se
descompone ese orden establecido en las palabras de la frase
ocupando el primer lugar aquello que se desea enfatizar:
Declinatione igitur ambiguitas orta est. Cap. X, p. 1418.
Consuetudine movetur sensus, cum offenditur cum audit quiddam.
Cap. VII, p. 1413.
Impedit auditorem ad veritatem videndam in verbis, aut obscuritas
aut ambiguitas. Cap. VIII, p. 1414.

Cuando se elige hacer la traducción de un texto escrito por un autor


como san Agustín, no sólo se tiene la conciencia de observar las
indicaciones antes mencionadas sino que se parte del hecho de que
es un escritor versátil, culto, de temperamento apasionado, de un
estilo propio muy singular en el que fluctúan construcciones contra-
puestas. En efecto, siendo san Agustín un converso, se ha estudiado
su lengua desde el punto de vista de las diferencias que se encuen-
tran en sus escritos cercanos o remotos a esa conversión. Así pues,
sus obras resultan un ejemplo interesante ya que abarcan distintas
épocas, desde el estilo puramente clásico hasta el cambio que expe-
rimenta por la influencia del cristianismo. Las que corresponden a
la primera época se ciñen más al estilo de la lengua clásica, como se
puede observar en los ejemplos citados anteriormente tomados de
Principia Dialecticae.

Y aunque gramático, retórico y gran orador, su estilo de hombre es-


tudioso, conocedor de la naturaleza humana, varía según a quién va-
yan dirigidas sus obras. Como maestro de retórica, tanto en Cartago
como en Roma, desarrolló una gran capacidad para atraer la aten-
ción de su auditorio. Amigo de jugar con los sonidos y con las pala-
bras deja ver esta habilidad en sus Principia Dialecticae. En esta obra
expone sus planteamientos con un lenguaje sencillo, corriente:

Ergo cum dicimus, vim, sonus verbi, ut dictum est, quasi validus
congruit rei, quae significatur. Cap. VI, p. 1413.

37
EJ\·1PEHATHJZ C111 NCJllLL\

Lene est auribus, cum dicimus voluptas; asperum est, cum dicimus,
crux. Cap. VI, p. 1412.
Tullius inauratus in Capitolio stat; Tullius, tibi totus legendus est.
Cap. X, p. 1417.
Dialectica est bene disputandi scientia. Disputamus autem verbis.
Cap. 1, p. 1409.
Deus est quod neque c01pus est, neque animal est, neque sensus
est, neque intellectus est, neque aliquid quod excogitari potest. Cap.
V, p. 1410.
Res est quidquid intelligitur ve! sentitur ve! latet. Cap. V, p. 1410.

Es característica también y un giro propio de la lengua clásica latina


la subordinación de acusativo con infinitivo utilizado varias veces
en Principia Dialecticae:

Hoc autem volunt esse bombum. Cap. VI, p. 1412.


Perspicis enim haec verba ita sonare. Cap. VI, p. 1412.
Fac enim eos qui aderant et satis sensu accepisse vocem magistri,
et illum verbum enuntiasse, quot esset omnibus notum. Cap. VIII,
p. 1415.
Diximus enim aequivoca esse, quae non ut uno nomine, ita tamen
una definitione possunt teneri. Cap. X, p.1417.

La subordinación con la conjunción ut y el modo subjuntivo es una


construcción frecuente en la estructura clásica latina, empleado tam-
bién por san Agustín en la obra en mención:

Haec quasi cunabula verborum esse crediderunt, ut sensus rerum


cum sonorum sensu concordaren!. Cap. VI, p. 1411.
Ut enim si diceretw; Omnis miles bipes est, non ex sequeretur, ut
cohors ex militibus bipedibus tata constaret. Cap. IX, p. 1415.
!taque si quis ex me effiagitet, ut definiam quid sit Tullius, cujuslibet
notionis explicatione respondeo. Cap. X, p. 1417.

En Principia Dialecticae, san Agustín apenas manifiesta rasgos


estilísticos del latín eclesiástico. Podemos apreciar en él una sensi-
bilidad educativa al utilizar un lenguaje simple, directo, claro, muy
didáctico:

38
PRES ENTAC IÓN FIWLÓGICA DEL TEXTO

Verba igitur aut sirnplicia sunt, aut conjuncta. Cap. 1, p. 1409.


Narn res definitione illustratur. Cap. 1, p.1409.
Quae de sirnplicibus, vocatur de loquendo. Cap. III, p. 1410.
Vulcanus Aeneae fabricatus est. Cap. III, p. 1411.

Expone sus ideas con frases cortas, definiendo términos, ilustrándo-


las con abundantes ejemplos:

Sirnplicia sunt, quae unurn quiddarn significet. Cap. 1, p. 1409.


Aut enirn sic sententia cornprehenditur, ut vero aut fa/so teneatur
obnoxia, ut est, ornnis horno arnbulat; aut, ornnis horno non
arnbulat; ... Cap. II, p. 1409.
Ergo, ut coeperarn dicere, ornne verburn sonat. Cap. V, p. 1410.

Usa giros propios del lenguaje familiar olvidando las normas tradi-
cionales .

... aut horno festinans in rnontern arnbulat, si quid tale. Cap. 11, p.
1409 .
... et si quid hujusrnodi. Cap. II, p. 1409.

Al analizar el estilo empleado por san Agustín en Principia Dialecticae


me he limitado a mirarlo de manera general y he podido observar
que en esta época de su vida predomina su gusto por las estructuras
propias de la lengua clásica y sólo se encuentran en él algunos ras-
gos del latín medieval.

B IBLIOGRAFÍA

Devoto, Giacomo. S10rü1 def/¡¡ LinguEJ di Roma, Licinio Cappelli Editore, Bologna, 1940.

Laurand, L. MEJnuel des É!Udes Grecques el LEJlliles,Tome TY, Éditions A. Et J. Picard,


Paris, 1949.

Marouzeau, J. liwié de S1y/is1ique LEJ!ú1e, Les Bel les Lettres, Paris, 1946.

Kühner, Raphael. GrnmmEJlik der /¡¡/eú1ischen Sprnche. Hahnsche Buchhandlung,


Hannover, l 878.

39
.
,
SANCTI AuRELII AucusTINI
PRINCIPIA DIALECTICAE

El texto base de la traducción de Principia Dialecticae es el establecido


por J. P. Migne en la edición Bibliothecae Cleri Universae de 1877, Tomo
XXXII de la Patrologí,a Latina . Utilizamos también la versión de Pinborg-
Jackson, Dordrecht. Boston. 1975, para elegir variantes de esa edición
cuando el sentido de alguna expresión lo exigió.
Al hacer la selección de las variantes sólo se tuvo en cuenta aquellas
que cambian considerablemente el sentido del texto. Se han indicado
entre paréntesis [ ] y destacado en negrita.
Asimismo se han introducido las siguientes convenciones para facilitar
la lectura:
ad. = adicionado; om. = omitido; r. = rectificado.
En la parte izquierda exterior se mantuvo la paginación de Migne, in-
mediatamente a su derecha, la de Pinborg-Jackson.
La ortografía se ajustó a la clásica convencional.
CAPUT PRIMUM. DE SIMPLICIBUS VERBIS

1409 [5] Dialectica est bene disputandi scientia. Disputamus


autem [ad. utique] verbis. Verba igitur aut simplicia sunt,
aut coniuncta. Simplicia sunt, quae unum quiddam
significant: ut cum dicimus horno, equus, disputat, currit.
Nec mireris quod , disputat , quamvis ex duobus
5 compositum sit, tamen inter simplicia numeratum est./
Nam res definitione illustratur. Dictum est autem [r.
enim] id esse simplex, quod unum quiddam significet.
!taque hoc includimus [r. includitur] hac definitione,
quod [r. qua] non includimus [r. includitur] cum dicimus,
loquor. Quamvis enim unum verbum sit, non habet tamen
simplicem significationem, siquidem sign ificat etiam
personam quae loquitur. Ideo iam obnoxium est veritati
aut falsitati ; nam et negari et affirmari potest. Omnis
itaque prima et secunda persona verbi quamvis singillatim
enuntietur, tamen inter coniuncta verba numerabitur,
quae [r. quia] simplicem non habent [r. habet]
10 significationem . / Siquidem quisquis dicat [r. dicit],
ambulo, et ambulationem facit intellegi et seipsum qui
ambula t. Et quisquis dicit, ambulas; similiter et rem quae
fit, et eum qui facit significat. At vero qui dicit, ambu lat;
nihil a liud quam ipsam significat ambu lation em.
Quamobrem tertia persona verbi semper inter simplicia
numerabitur [r. numeratur]: et nondum aut affirmari
aut negari potest, nisi [ad. cum] talia verba sint [r. sunt] ,
quibus necessario coh a eret personae significatio
consuetudine loquendi, ut cum dicimus pluit aut [r. vel]
ningit [r. ninguit], etiamsi non addatur quis pluat aut
15 ningat [r. ninguat], tamen / quia intelligitur, non potest
inter simplicia numerari.

CAPUT 11. VERBA CONIUNCTA

Coniuncta verba sunt, quae sibi connexa [r. conexa] res


piures significant, ut cum dicimus, horno ambu lat, aut
horno festinans in montem ambulat et si quid talé. Sed
S A:-ILT I A URELll A UGUSTI NI

co niun cto rurn ve rbo rurn a li a sunt , qu ae se nt e nti a rn


co rnpre hendunt, ut ea quae dicta sunt ; alia qu ae non
cornprehe ndunt, sed exspectant aliquid [r. <alia quae>
expectant aliquid ad <completionem sententiae>]; ut
[6] ea dem / ipsa quae [ad. nunc] dixirnu s, si subt ra has
verburn quod positurn est, arnbulat: quarnvis enirn verba
coniuncta sint, horno festin ans in montern ; tarnen adhuc
pendet oratio. Separatis igitur his [ad.coniunctis] verbis
quae non implent sententi arn , restant ea verba coniuncta
quae se nte nti a rn co rnpre he ndunt : ho rurn ite rn du ae
species sunt. Aut enirn sic sententia cornprehenditur, ut
vero aut falso te nea tur o bnoxia, ut est, omnis ho rn o
5 arnbul at; a ut, o rnnis horno no n ambula t; / e t si quid
huiusrnodi [ad. est]. Aut sic [r. ita] irnpletur, se n ten ti a,
ut licet pe rfici at propositurn anirni , affirrn a ri tarnen
negarive no n possit: ut curn irnperarnus, curn optamus,
curn exsecramur, e t his [om. bis] sirnilia. Narn si quis
dicat [r. Nam quisquis dicit] perge ad vill arn , vel utinarn
pe rga t a d vill a rn , a ut [r. vel], dii illurn pe rd a nt [r.
perduint] : non potest argui quod mentiatur, aut credi
quod verurn di ca t. Nihil enirn affirm avit ve l [r. aut]
negavit: ergo nec tales sententiae in quaestionern veniunt,
aut [r. ut] disputatorern requirunt [r. requirant].

CAPUT III. Ü UAE S IMPLICES SENTENTIAE, QUAE


CONIUNCTAE

10 Sed illae quae requiruntur [r. requirunt], aut sirnplices /


sunt , a ut co niunctae . Simplices sunt , qu ae sine ull a
copulatione sententi ae alterius e nunti antur: ut est illud
quod dicirnus, omnis horno ambulat. Coniunctae sunt de
qu a rurn co pul a ti o ne iudicatur : ut es t, si a rnbul a t,
movetur. Sed curn d e coniuncti o n e sent e nti a rum
iudiciurn fit, tarndiu est donec pe1veniatur ad surnrn arn.
Surnrna aute rn es t [r. est autem] qu ae co nficitur ex
concessis. Quod dico tale est, Quidicit [r. qui dicit] , Si
ambulat, rnovetur, probare vult aliquid, ut [ad.cum] hoc
concesso [r. concessero], verum esse restet ill i dicere [r.

44
PJU NCJPIA DIALECTICAE

15 docere], quod ambulet: et summa / consequatur, quae


iam negari non potest, id est quod movetur [r. moveatur]:
[ad. -aut restet illi docere quod non moveatur, ut
consecuator summa] quae ítem non potest [ad. non]
1410 concedí [ad., id est] quod non ambulet. Rursus si// hoc
modo velit dicere, horno iste ambulat, simplex sententia
est: quam si concessero, et aliam quae aliquid exspectat
ad completionem sententiae [om. quae (... ) sententiae]
adiunxerit: quisquis autem ambulat, movetur. Et hanc
etiam si [om. si] concessero, ex hac iunctione [r.
coniunctione] sententiarum quamvis singillatim
enuntiatarum et concessarum, illa summa sequitur, quae
iam necessario concedat [r. concedatur], id est, igitur
20 horno iste / movetur.

CAPUT IV. CoNIUNCTAS SENTENTIAS suBDIVIDIT

His igitur [om. igitur] breviter constitutis, singulas par-


tes consideremus. Nam sunt primae duae, una de iis [r.
bis] quae simpliciter dicuntur, ubi est quasi materia
dialecticae; altera de iis [r. bis] quae coniuncta dicuntur,
ubi iam quasi opus apparet. Quae de simplicibus [ad.
est] , vocatur de loquendo. Illa vero quae de coniunctis
[7] est, in tres partes dividitur. /Separata enim coniunctione
verborum quae non implet sententiam, illa quae sic
implet sententiam, ut nondum faciat quaestionem vel
disputatorem requirat, vocatur de eloquendo. Illa vero
[om. vero] quae sic implet sensum [r. sententiam], ut de
sententiis simplicibus iudicetur, vocatur de proloquendo.
Illa quae sic comprehendit sententiam, ut de ipsa etiam
copulatione iudicetur, donec perveniatur ad summam,
5 vocatur de proloquiorum summa. Has ergo singulas / par-
tes diligentius explicemus.

45
S ,\ .\lTI ALl<El.11 AUGU ST I NI

CAPUT V Ü UOMO DO DE REBUS VERBIS,


DICIBILIBUS, DICTIONIBUS, TRACTETU R IN LOG ICA .
D IFFERUNT DICIBILE, ET DICTIO

Verbum est uniuscuiu sq ue rei signum, qu od ab audiente


possit intell egi, a loquente prol atum. Res est quidquid
intelligitur ve l se ntitur ve ! la te t. [Sciuntur e nim
corpora li a, inte lliguntur spiritu ali a; latet vero ipse Deus,
et info rmi s materi a. D eus est qu od nequ e corpus est,
neque an im al est, neque se nsus est, neq ue inte llectus est,
nequ e aliquid quod excogitari potest. Info rmis materi a
es t mut a bilita s mutabilium re rum , cap ax omnium
fo rm arum .] [om . Sciuntur enim ( ... ) o mnium fo rmarum]
Signum est e t quod seipsum sensui , et praeter se aliquid
animo oste ndit. Loqui est articulata voce signum ci are.
Articulata [r. Articulatam] au tem dico quod [r. quae]
co mpre he ndi litteris potest. H aec autem [om. autem]
om ni a quae definita sunt, utrum recte definit a sint, et
10 utrum hactenu s verba definitionis aliis / definitionibus
proseq uen da [r. persequenda]fu erint, ill e indicabit locus
in [om. in] quo definiendi disciplina tractatur. Nunc quod
in sta t, accipe intentus. Omne verbum so nat. Cum enim
est in scripto, no n verbum, sed verbi signum est. Quippe
inspecti s a lege nte litteris, occu rrit a nimo, quod [r. quid]
voce pro rumpat. Quid enim aliud litterae scriptae qu am
se ipsas [r. se ipsa s] oculis, et [om. et] praeter se anim o
voces ostendunt? [om. ?] Q uia [om. Quia] et paulo ante
diximus, signum esse qu od se ipsum se nsui , et prae ter se
anim o aliquid osten dit: quae legimu s igitur, non verb a
15 sunt, sed signa ve rborum. Sed ut ipsa lit / tera, cum sit
pars minima vocis articulatae, abutimur ta men hoc
vocab ul o ut appelle mus litterarn , eti am cum scriptam
videmus; qu amvis omnino tacita sit, neque ull a pars vocis,
sed sig nurn parti s vocis ap pa rea t: it a e ti a m verburn
appe llatur cum scriptum est, quamvis verbi signum [ad.
id est signum] significantis vocis non [ad. <verbum>]
eluceat. E rgo, ut coeperam dicere, omne verbum sonat.
Sed quod sonat, nihil ad di alecticam . De so no enim ve rbi
ag itur, cum quaeritur, vel anim advert itur, qu anta [r.

46
P1uNC1P1A D1ALEcncAE

qualiter] vocalium vel dispositione leniatur, vel


20 concursione dehiscat; item con / sonantium vel
interpositione nodetur, vel congestione asperetur; et quot
vel qualibus syllabis constet, ubi poeticus rhythmus
accentusque [ad. <quae>] a grammaticis so lo [r.
solarum] aurium tractatur negotio [r. tractantur
negotia]. Et tamen cum de his disputatur , praeter
dialecticam non est: haec enim scientia disputandi est.
Sed tune [r. cum] verba sunt [r. sint] signa rerum, quando
1411 [8] de ipsis / // obtinent vim [om. vim]: verborum autem , illa
de quibus hic [r. bis] disputatur. Nam cum de verbis loqui
nisi verbis nequeamus, et cum loquimur non nisi de
aliquibus rebus loquiamur[r. loquimur], occurrit animo
ita esse verba signa rerum, ut res esse non desinant. Cum
ergo verbum ab [om. ab] ore procedit, si propter se
procedit, id est ut de ipso verbo aliquid quaeratur aut
disputetur, res est utique disputationi quaestionique
5 subiecta. Sed ipsa res verbum vocatur. Quidquid autem /
ex verbo non auris [r. aures], sed animus sentit, et ipso
animo tenetur inclusum, dicibile vocatur: cum vero
verbum procedit, non propter se, sed propter aliud
aliquod [r. aliquid] significandum, dictio vocatur. Res
autem ipsa, quae iam verbum non est, neque verbi in
mente conceptio, sive habeat verbum , quo iam [om. iam]
significari possit, sive non habeat, nihil aliud quam res
vocatur proprio iam nomine. Haec ergo quattuor distincte
[r. distincta] teneantur, verbum , dicibile, dictio, res. Quod
dixi verbum, et verbum est, et verbum significat. Quod
10 dixi dicibile, verbum est; nec / tamen verbum , sed quod
in verbo intelligitur et in [om. in] animo continetur,
significat. Quod dixi dictionem verbum est, sed tale [om.
tale] quo [r. quod] iam illa duo simul, id est [ad. et] ipsum
verbum, et quod fit in animo per verbum , significantur
[r. significat] . Quod dixi, rem, verbum est, quod praeter
illa tria , quae dicta sunt, quidquid restat, significat. Sed
exemplis haec illustranda esse perscipio 1• Fac igitur a

1 Así en el original.

47
SA~CTI A UREl.11 AllG USTI NI

quodam [r. quoquam] grammatico puerum interrogatum


hoc modo : «Arma , quae pars orationis est?» Quod
dictum est, Arma, propter se dictum est, id est verbum
15 propter ipsum verbum: / caetera vero quod ait, qu ae pars
orationis est [ om. est], non propter se, sed propter
verbum, quod arma dictum est, ve! animo sensa, ve! voce
prolata sunt. Sed cum animo sensa sunt, ante vocem
dicibilia sunt [r. erunt] ; cum autem propter id quod dixi,
proruperunt in vocem , dictiones factae sunt. Ipsum vero
arma quod hic verbum est, cum a Virgilio [r. Vergilio]
pronuntiatum es t, dictio fuit: non en im propter se
prolatum est, sed ut eo significarentur ve! bella quae
gessit Aeneas, ve! scutum, ve! caetera arma [om. arma],
quae Vulcanus Aeneae [r. heroi] fabrica tus est. Ipsa vero
20 bella ve!/ arma, quae gesta sunt aut ingesta ab Aenea;
ipsa, inquam , qu ae cum gererentur adqu e [r. atque]
essent, videbantur, quaeque si nunc adessent, ve! dígito
monstrare possemus, aut tangere , quae eti a msi non
cogitarentur [r. cogitentur], non eo tamen fit ut non
fuerint: ipsa ergo per se nec verba sunt, nec dicibilia, nec
dictiones; se d sunt [om. sum] res , qu ae iam proprio
nomine res vocantur. Tractandum est igitur nobis in hac
parte dialecticae de verbis, de dictionibus, de dicibilibus,
de rebus: in quibus omnibus cum partim verba
significentur, partim non verba (nihil est enim [r. tamen]
25 / de quo non verbis disputare necesse sit); itaque de his
primo di sput a tur , p e r quae de caeteris disputare
conceditur. [ad. CAPUT VI]. Igitur verbum quodlibet,
excepto sono, de quo bene disputatur [r. disputare], ad
facultatem dialecticae [r. dialectici] pertin et, non ad
dialecticam disciplinam. Ut defensiones Ciceronis sunt
quidem rhetoricae facultatis, sed non his docetur ipsa
rhetorica.

48
PRINCIPIA DIALECTICAE.

CAPUT VI. D E ORIG INE VERBI. VERB UM UNDE


DICTUM STOICORUM DE ORIGINE VERBI OPINIO

Ergo omnes 2 [r. omne] verbum propter [r. praeter] id


quod sonat, quattuor quaedam necessaria [r. necessa-
rio] vocat in qu aes tionem , origin e m su a m , vim,
[9] declination e m , ordinationem. / D e origine ve rbi
quaeritu r, cum qu aeritur unde ita dica tur : res m ea
sententia nimis curiosa, et non [om. non] nimis [r. minus]
necessaria . Neque hoc [ad. eo] mihi placuit dicere, quod
sic [om. sic] Ciceroni quoque idem videtur; quamvis [om.
quamvis] quis [ad. enim] egeat auctoritate in re tam
perspicua? Quod si omnino multum iuvaret explicare
originem verbi , ineptum esset aggredi, quod persequi
profecto infinitum est. Quis enim reperire possit, quod
5 [om. quod] quid [r. quidquid] dictum / fuerit , unde ita
dictum sit ? Huc acced it , quod ut so mniorum
interpretatio, ita verborum origo pro cuiusque ingenio
praedicatur [r. iudicatur] . Ecce enim verba ipsa quispiam
ex eo puta [r. putat] dictat [r. dicta] , quod aure m quasi
verbere nt: Imo, inquit alius, quod aerem. Sed [ad. quid]
nostra non magna lis est. Nam uterq ue a verbera ndo
huius vocabuli originem trahit. Sed e [r. de] transverso
1412 tertius, vide, quam rixam inferat. Quod enim verum, //
ait, nos [r. nos ait] Io qui oporteat [r. oportet] ,
odiosumque si t, natura ipsa iudica nte, mendacium;
. verbum a vero cognom inatum est. Nec ingenium quartum
10 / defuit. Nam sunt qui verbum a vero quidam [r. quidem]
dictum puten t [r. putant] , se d prima syll aba sa ti s
animadversa, secundam negligi non oportere. Verbum
enim cum dicimus, inquiunt, prim a eius syll aba verum
significat, secunda sonum . Hoc autem [r. enim] volunt
esse bombum [r. 'bum'] . Unde Ennius sonum pedum ,
bombum pedum dixit: et f3oaO"m [r. f3oijam] Graeci
clamare; e t Vi rgilius [r. Vergilius], «Reboant silvae»
(Georg. Lib. 3, v. 223). Ergo verbum dictum est quasi a

Así en el origi nal.

49
ve ro [r. verum] boando, hoc est ve rum so na ndo. Quod
si ita est praescribit quide m hoc no me n, ne cum ve rbum
15 fac ia mus [r. facimu s], me nti a mur: / sed vereor ne ipsi
qui d ic unt ist a, me nti a ntur. Ergo ad te ia m p e rtine t
iudi ca re, utrum ve rbum a ve rbera ndo, an a vero solo, a n
a vero [r. verum] boando dictum pute mus: a n po tius unde
sit dictum no n curemus; cum quod [r. quid] significet,
inte lli ga mus [r. intellegamus] . B rev iter t a me n hunc
locum no tatum esse [r. hoc est] de o rigin e ve rbo rum ,
vol o pa ulispe r accipias, ne ull a m pa rte m suscepti o pe ris
praete rmisisse videamur. Sto ici a utum a nt, qu os Cí cero
in hac re [ad. ut Cicero] irride t, nullum esse verbum ,
cuius no n ce rta ra tio [r. origo] explicari possit. E t quia
20 hoc mo do , sugge re re [r. eos urguere] / fac il e fuit , si
di ceres hoc infinitum esse; quibu s ve rbis alte riu s [r.
alicuius] verbi o riginem inte rpre taveris [r. interpretaris] ;
[10] eorum rursus / a te origin e m [r. origo] quaerenda m [r.
quaerendum] esse donec pe rve nia tur eo ut res cum sono
ve rbi aliqu a similitudin e co ncin at, ut cum dicimus, aeris
tinnitum , equ o rum hinnitum , ovium balatum , turba rum
cl a ngo re m, strid o re m ca te narum . Pe rspici s e nim haec
ve rb a ita so na re , ut [ad. ipsae] res qu ae hi s ve rbi s
significantur. Sed qui a sunt res, qu ae non so na nt ; in hi s
similitud inem tactus vale re, ut si lenite r ve! aspe re sensum
5 t a ng unt , le nit as ve ! / as p e rit as litte ra rum ut t a ng it
auditum , sic eis no min a pe pe re rit. E t [r. ut] ipsum le ne
cum dicimus, le nite r son at. Qui s íte m aspe ritate m no n
e t ipso no mine asperam iudicet? Le ne est a uribus, cum
dicimus voluptas; aspe rum est [om. est], cum dicimus,
crux. Ita res ipsae afficiunt , sicut [r. ut] verba sentiuntur.
Me !, qu a m suavite r res ipsa gustum , ta m suavite r [r.
leniter] no min e t a ng it a uditum . A cr e , in ut ro qu e
aspe rum est: la na e t ve pres, ut audiuntur ve rba, sic illa
tan g untur. H aec qu as i cun a bul a ve rb o rum e sse
credide runt, ut [r. ubi] sensus re rum cum sono rum sensu
10 con / co rdar e nt. Hinc ad ip sa rum ínt e r se re rum
simil itudine m processisse licentiam no mina ndi : ut cum ,
verbi ca usa, cru x propte rea dicta sit, quod ipsius verbi

50
PIUNCIPIA Ül.-\LEC l"IC..\E

asperitas cum doloris, quem crux efficit asperitate


concordat: crura tamen non propter asperitatem doloris,
sed quod longitudine atque duritia [r. duritie] ínter
membra caetera sint ligno crucis similiora, sic appellata
sint. lnde ad abusionem ventum est [om. est], ut
usurpetur [ad. nomen] non tam [om. tam] rei similis,
sed qu asi vicinae. Quid enim simile inter [r. habet]
significationem [r. significatio] parvi et minuti , cum
15 possit parvum esse, quod non modo nihil / minutum sit,
sed etiam aliquid creverit? Dicimus tamen propter
quandam vicinitatem, minutum pro parvo. Sed haec
abusio vocabuli in potestate loquentis est: habet enim
parvum, ut minutum non dicatur [r. dicat]. Illud magis
pertinet ad id quod [ad. nunc] volumus ostendere, quod
cum piscina dicitur in balneis, in qua piscium nihil sit,
nihilque piscibus simile habeat, videtur tamen a piscibus
dicta propter aquam, ubi piscibus vita est. Ita vocabulum
non translatum similitudine, sed quadam vicinitate
ursurpatum est. Quod si quis dicat homines piscibus
similes natando fieri , et inde piscinae nomen esse natum ;
20 stultum est hoc [om. hoc] refutare [repugnare], / cum
abre neutrum abhorreat, et utrumque lateat. Illud tamen
bene accidit, quod [ad. hoc] uno exemplo dilucidare [r.
diiudicare] iam possumus, quid distet origo verbi , quae
de vicinitate arripitur, ab ea quae [ad. de] similitudine
ducitur. Hinc facta est [om. est] progressio usque ad
contrarium. Nam lucus [ad. eo] dictus putatur, quod
minime luceat; e t bellum, quod res bella non sit; et
foederis nomen , quod re s foeda non sit: quod si a
[11) foeditate porci dictum est, ut non / nulli volunt, redit ergo
[r. origo] ad illam vicinitatem, cum id quod fit , ab eo per
quod fit nominatur. Nam et [om. et] ista omnino vicinitas
1413 late patet, et per multas partes secatur. Aut per efficien- //
tiam, ut hoc ipsum a foeditate porci, per quem foedus
efficitur [r. efficiatur]; aut per effectum [r. efl'ecta], ut
puteus, quod eius effectus [r. effectum] potatio est,
creditur dictus ; aut per id quod [r. quo] contine t [r.
continetur], ut urbem, ab orbe appellatam volunt, quod

51
S.-1 .~cn Ac1n:1.11 Au<;USTI NI

5 auspicato loco [r. locus] circumduci aratro / so let: cu ius


re i et Virgilius [r. Vergiliu s] meminit , ubi Aeneas urbem
designat aratro (Aeneid. Lib. 5, v. 755): aut per id quod
continetur [r. continet] , ut si quis horreum muta ta d [om.
d] litt e ra affi rm e t a b bo rd eo no min a tum: a ut p e r
abusio nem, ut cum hordeum [r. horreum] dicimu s, et
ibi triti cum co nd itur; ve ! a parte to tum , ut muc ro ni s
nomin e, quae summ a pa rs est gladi i, to tum [om. totum]
gladium vocant [r. vocamus] ; ve! a to to pars, ut capillus
qu asi cap itis pilus. Quid ul tra provehar? Quidquid aliud
annum era ri [r. adnumerari] po test, aut similitudine
10 rerum e t so no rum , aut sim ilitudine / rerum ipsarum , aut
vicini tate, aut co ntrario, contineri videbis originem verbi,
qu a m prose qui [r. persequi] no n quid em ult ra so ni
similitudinem poss umu s; sed hoc no n se mpe r utiqu e
possumus. Innumerabilia e nim sun t verba, quorum [ad.
origo, de qua] ra tio redd i no n [om. non] poss it : aut no n
est, ut ego arbit rar; aut latet, ut Sto ici contendunt. Vide
ta me n pa ululum , qu omodo perve ni r i put a nt ad ill a
verboru m cunabula, ve! ad [om. ad] stirpem potiu s adque
adeo se mentum , ultra quod qu ae ri o riginem vetant, nec
s i qui s [r. qui s quam] ve lit , p o t es t qui d qu a m [r.
15 quicquam] invenire. Nemo ambigit [r. abnuit] / syllabas,
in quibus v littera locum obtinet consonantis, ut sunt in
hi s verbis [ad. primae] ven te r [om. venter], vafe r, ve lum ,
vinum, vomis, vulnus, crassum et qu asi va lidum sonum
edere. Quod appro bat eti am loquend i consuetudo, cum
[ad. de] quibusdam verbis eas subtra himus, ne onere nt
aure m. Nam inde [r. unde] est qu od amas ti libentiu s
dicimus qu am amavisti , et abiit; no n abivit; et in hunc
modum innum erabilia. Ergo cum dicimu s, vim, sonus
verbi, ut dictum est, qu asi validus congruit re i, quae [r.
quam] significatur [r. significat]. Iam ex illa vicinitate
20 per id quod / efficiunt , hoc est qui a vio le nti a [r. violenta]
sunt, dicta vincul a possunt videri, et vimen quo aliquid
[1 2] vinciatu r. Inde /vites, quod adminiculis [r. adminicula]
quibu s vinciantur [r. innituntur] nexibus pe ndent [r.
prendunt] . Hinc etiam [r. ia m] propter similitudinem,

52
PIU NC ll'IA ÜIALECTI CAE

incurvum senem victum [r. vietum] Terentius appellavit.


Hinc tena, quae pedibus itinerantium flexuosa et trita
est, via dicitur. Si autem via, quae [r. quod] vi pedum
trita est, [ad. magis] creditur dicta, redit origo ad illam
vicinitatem. Sed faciamus a similitudine vitis ve! viminis,
hoc est a flexu esse dictam: quaerit ergo me quispiam,
5 quare / vía dicta est [ad. ?] : respondeo, a flexu , quia [r.
quod] flexum velut incurvum victum [r. vietum] veteres
dixerunt: unde victos [r. vietos] quod [r. etiam quae]
cantho ambiantur, rotarum Iigna vocant. Persequitur
quaerere, unde victum [r. vietum] flexum dicatur: et hic
respondeo , a similitudine vitis. Instat atque exigit unde
istud [r. ita] sit vitis nomen: dico quia [r. quod] vincit [r.
vinciat] ea quae comprehenderit. Scrutatur, ipsum
vincere [r. vincire], unde dictum sit: dicemus, a vi. Vis
quare sic appellatur, requiret: redditur [r. reddetur] ratio,
quia [r. quod] robusto et [ad. quasi] valido sono verbum
rei , quae [r. quam] significatur [r. significat] , congruit.
10 Ultra quod requirat /non habet. Quot modis autem origo
verborum corruptione vocum varietur , ineptum est
prosequi [r. persequi] i: nam et Iongum, et minus quam
illa quae dicta sunt, necessarium est [om. est].

CAPUT VII. DE VI VERBI

Nunc vim verborum, quantum res patitur [r. patet],


breviter consideremus. Vis verbi est, qua cognoscitur
quantum valeat: valet autem tantum, quantum audientem
movere potest. Porro movet audientem, aut secundum
se, aut secundum id quod significat, aut ex utroque
communiter. Sed eum [r. cum] secundum se movet, aut
15 ad solum / sensum pertinet, aut ad artem , aut ad
utrumque . Se nsus autem [om. autem] aut natura
movetur, aut consuetudine. Natura movetur in eo, quod
[om. in eo, quod], [ad. cum] offenditur si quis nominet
Artaxerxem regem, ve! mulcetur cum audit Euryalum.
Quis enim etiamsi nihil utique [r. umquam] de his
hominibus audierit, quorum ista sunt [r. sint] nomina,

53
SA~lTI Á Cl<El.11 Á UG USTl~l

non tamen [add. et] in illo asperitatem maximam, et in


hoc iudicet esse lenitatem? Consuetudine movetur
sensus, cum offenditur [ad. si quis verbi causa vocetur
Motta', et non offenditur, cum audit Cottam'] cum audit
quiddam [om. cum audit quiddam]: nam hic ad
20 suavitatem soni [r. soni suavitatem] vel insuavitatem /
nihil interest; sed tamen [r. tantum] valent aurium
penetralia movere [om. movere], utrum per se
transeuntes sonos quasi hospites notos , an ignotos
recipiant. Arte autem movetur auditor, cum enuntiato
1414 [13] sibi verbo, at // tendit quae sit pars orationis, vel /si quid
aliud in his disciplinis, quae de verbis traduntur, accepit.
At vero ex utroque, id est et sensu et arte de verbo
iudicatur, cum id, quod aures metiuntur, ratio notat, et
nomen ita ponitur [r. ponit]; ut [ad. cum] dicitur,
optimus: mox ut aurem longa una syllaba et duae breves
huius [r. huiusce] nominis percusserint, animus ex arte
statim pedem dactylum agnoscit. Sensum [r. Iam] vero
non secundum se, sed secundum id quod significat
5 verbum movet, quando per / verbum accepto signo,
animus nihil aliud quam ipsam rem intuetur, cuius illud
signum est quod accepit: ut cum, Augustino nominato,
nihil aliud quam ego ipse cogitur [r. cogitor] ab ipso [r.
eo], cui notus sum: aut quilibet hominum menti occurrit,
si forte hoc nomen, vel qui me ignorat audierit, ve! qui
alium novit, qui Augustinus vocetur. Cum autem simul
et secundum se verbum movet audientem, et secundum
id quod significat; tune et ipsa enuntiatio, et id quod ab
eo [r. ea] enuntiatur [r. nuntiatur], simul advertitur.
Unde enim fit [om. fit] quod non offenditur aurium
10 castitas, cum audit, / Manu, ventre, pene, bona patria
laceraverat [ad.?]; offenderetur autem si obscrena pars
corporis sordido ac vulgari nomine appellaretur? [om.
?], [ad. cum res eadem sit cuius utrumque vocabulum
est, nisi quod in illo turpitudo rei quae significata est
decore verbi significantis operitur] in hoc autem sensum
animumque utriusque deformitas offenderet [r. feriret],
nisi illa turpitudo rei quae significata est, decore verbi

54
PRI NCIPIA DIAL ELTICAE

s ignificanti s operiretur, cum re s eadem s it , cuiu s


utrumque vocabulum est [om. nisi illa (... ) vocabulum
est] : veluti non ali a meretrix, sed aliter tamen videtur eo
cultu, quo ante iudicem stare assolet, aliter eo quo in
luxuriosi cubiculo iaceret [r. iacere] . Cum igitur tantam
15 vim tamque multiplicem appareat esse / verborum, quam
breviter pro tempore summatimque attigimus; duplex hic
[r. hinc] ex consideratione sensus nascitur: partim propter
explicandam veritate m, partim propte r se rva ndum [r.
conservandum] decorem , quorum primum ad
dialecticum, secundum ad oratorem maxime pertinet.
Quamvis enim nec disputationem deceat ineptam, nec
eloquentiam oporteat esse mendacem; tamen et in illa
saepe atque adeo pene semper audiendi delicias discendi
cupido contemnit, et in hac imperitior multitudo quod
ornate dicitur, etiam vere dici arbitratur. Ergo cum
20 appareat quid sit uniuscuiusque proprium, mani / festum
est et d isput a torem , si qua ei delectandi cura es t,
[14] rhetorico colore aspergendum; et oratorem, si veri / tatem
persuadere vult, di alecticis quasi nervis atque ossibus esse
roborandum , quae ipsa natura [ad. in] corporibus nostris,
nec firmitati virium subtrahere potuit, nec oculorum
offensioni patere permisit. [ad. CAPUT VIII] Itaque
nunc propter veritatem diiudicandam , quod dialectica
profitetur, ex hac verborum vi, cuius quaedam se mina
sparsimus, quae impedimenta nascantur videamus.

CAPUT VIII. ÜBS CURUM ET AMBIGUUM.


DIFFERENTIAE OBSCURI ET AMBIGUI. TRIA GENERA
OBSCURORUM

5 Impedit [ad. enim] auditorem ad veritatem / videndam in


verbis, aut obscuritas aut ambiguitas. Inter obscurum et
ambiguum hoc interest, quod in ambiguo plura se
ostendunt, quorum quid potius accipiendum sit ignoratur;
in obscuro autem nihil , aut parum quod a ttendatur,
apparet. Sed ubi parum est quod apparet, obscurum est
ambiguo simile: veluti si quis ingrediens iter, excipiatur

55
SA ~n1 A uKEUJ A uc;usn:"1

aliquo bivio, ve! trivio, ve! etiam, ut ita dicam, multivio


loco, sed [r. ibique] densitate nebulae nihil viarum quod
est, eluceat: ergo a pergendo, prius obscuritate tenetur [r.
1O terretur]. At ubi aliquantum rarescere nebulae / coeperint,
videtur aliquid, quod utrum via sit, an terrae proprius et
nitidior color incertum est: hoc est obscurum ambiguo
simile. Dilucescente [ad. autem] coelo qu antum oculis
satis sit, iam omnium viarum deductio clara est; sed qua
sit pergendum, non obscuritate, sed ambiguitate dubitatur.
Item sunt obscurorum genera tria: unum est quod sensui
patet, animo clausum est; tanquam si quis malum punicum
1415 pictum videat, qui ne // que viderit aliquando, nec omnino
quale esset audierit; non oculorum est, sed animi, quod
15 cuiusce [r. cuius] rei pictura sit, nescit. Alterum / genus
est ubi res animo pateret, nisi sensui clauderetur, sicut [r.
sicuti] est horno pictus in tenebris : nam ubi oculis
apparuerit, nihil animus hominem pictum [ad. esse]
dubitabit. Tertium ge nus est , in quo et ia m sensui
absconditur, quod tamen si nudaretur, nihil [r. nihilo]
magis animo e mineret: quod genus est omnium
obscurissimum, ut si imperitus malum illud punicum
pictum etiam in tenebris cogeretur agnoscere. Refer nunc
animum ad verba, quorum istae sunt [r. sunt istae]
similitudines constitutae. [r. similitudines. Constitute
20 animo ... ]. Pone [om. pone] quempiam grammaticum, /
convocatis discipulis, factoque silentio suppressa voce
dixiss e, Te me tum: quod a b eo dictum , qui prope
assidebant, satis audierunt; qui remotius, parum; qui autem
remotissime nulla omnino voce perstricti sunt. Horum
autem partim sciebant, illi scilicet qui nescio quo casu
remotiores erant, quid esset temetum: reliquos prorsus
latebat : omnes obscuritate impediebantur. [r. Horum
autem illi qui remotiores erant nescio quo casu partim
sciebant, quid esset temetum, partim ignorabant; illos
vero, qui magistri vocem nec acceperant, quid esset
temetum prorsus latebat; omnes obscuritate
impediebantur]. Et hic iam perspicis omnia illa genera
obscuritatum. Nam qui [add. de] auditu nihil dubitabant,

56
PKJ NCJl'IA DIALEC rl CAE

25 primum illud / genus patiebantur, cui simile est, malum


punicum ignorantibus, sed in luce pictum. Qui noverant
verbum, sed auribus aut parum aut omnino non acceperant
vocem; secundo illo genere laborabant, cui similis est
hominis imago, sed non in conspicuo [r. perspicuo], sed
[r. aut] omnino tenebroso [r tenebricoso] loco. Qui autem
non solum vocis, sed et significationis verbi expertes erant;
tertii generis, quod omnino deterrimum [r. taeterrimum]
[15] est, caecitate involvebantur. Quod autem dictum / est,
quoddam [r. quiddam] obscurum ambiguo simile, in his
perspici potest, quibus verbum erat quidem notum, sed
vocem [ad. nec] penitus nullam aut [om. aut] non [r. nec]
omnino certam perceperant. Omnia igitur obscura [r.
obscure] loquendi genera vitabit, qui et voce quantum satis
est clara , nec ore impedito [r. impedita] , et verbis
notissimis utetur. Vide nunc in eodem grammatici
exemplo, quam longe alias [r. aliter] impediat ambiguitas
5 quam obscuritas verbi. Fac enim eos qui aderant et satis /
sensu accepisse vocem magistri, et illum [ad. id] verbum
enuntiasse, quod esset omnibus notum; ut puta, fac eum
dixisse, Magnus, et deinde siluisse: attende, quid [r. quae]
incerti [r. incerta], hoc audito nomine, patiantur. Quid si
[ad. enim] dicturus est, Quae pars orationis est [om. est] ?
Quid si de metris quaesiturus, qui sit pes? Quid si historiam
[r. de historia] interrogaturus [r. rogaturus] , ut puta,
magnus Pompeius quot bella gesserit? Quid si
commendandorum carminum gratia dicturus est, Magnus
et pene [r. paene] so lus poeta Virgilius? Quid si
obiurgaturus neglegentiam discipulorum, in haec deinde
10 verba / prorumpat [r. prorumpet], Magnus vos ob [r. erga]
studium [r. studia] disciplinae [om. disciplinae] torpor
invasit? Videsne remota nebula obscuritatis, illud quod
supra dictum est quasi eminuisse multivium ? Nam hoc
unum quod dictum est, magnus, et nomen est, et pes
chorius est, et Pompeius est, et Virgilius est [om. est], et
neglegentiae torpor. Et si qua alía vel innumerabilia non
commemorata sunt, quae tamen per hanc enuntiationem
verbi possunt intelligi [r. intellegi].

57
SA."t'Tl Ac1u:1.11 Auc usTL\'I

CAPUT IX. A MB I GUITATUM GENERA DUO

!taqu e rectissim e a dialecticis dictum est, amb iguum esse


15 omne verbum . Nec moveat quod apud Cice / ronem
calumniatur Hortensius, hoc modo: Ambigua se aiunt
audire [r. audere] acute [om. acute], explicare dilucide:
item [r. idem] omne verbwn ambiguum esse dicunt,
quomodo igitur ambigua ambiguis explicabunt ? nam hoc
est in tenebras estinctum lumen infe1re. Faci/e [r. Facete]
quidem atq ue ca llide dictum. Sed hoc es t quo apud
eumdem Cicero nem Scaevolae dicit Antonius: Denique
ut sapientibus diserte, stultis etiam vere videaris dicere. Quid
enim aliud Joco ill o fac it [r. fecit] H o rte nsiu s, ni si
20 acumine ige nii et/ lepo re sermonis, quasi meraco et suavi
poculo imperiti s ca ligin em offundit [obfudit] ? Quod
(1 6] enim di ctum est, omn e verbum / ambiguum esse, de
singulis verbis dictum est. Explicantur [ad. autem] am-
bigua disputando, et nemo u tique verbis singulis disputa t.
Nemo igi tur ambigua ve rba verbis ambiguis explicabit.
Et tamen cum omne verbum ambiguum sit, nemo verbum
[r. verborum] ambiguum [r. ambiguitatem] nisi verbi s,
sed etiam [r. iam] coniunctis, quae iam [om. iam] ambi -
gua non sunt [r. erunt], exp licabit. Ut enim si diceretur
[r. dicerem] , Omnis mil es bipes est, non ex eo sequ eretur,
141 6 ut cohors ex militibus [ad. utique] bipedi // bus tota [r.
5 ita] / consta ret. Ita cum dico ambiguum [ad. esse] omne
ve rbum , no n dico se nt e nt iam, non di sputa ti o ne m
quamvis ve rbi s ista texa ntur. Omne igitur ambiguum
ve rbum non ambigua disputatione explicabit ur. Nunc
ambiguitatum ge nera videam us. Quae prima duo sunt:
unum in iis [r. bis] etiam, quae dicun tur; alte rum quod
in iis [r. bis] solis, qu ae scribuntur, dubitationem fac it.
Nam [add. et] si quis audierit, Acies, et si quis legerit,
poterit [r. potest] incertum habere, nisi per se nte nti am
clarescat, utrum acies militum, an ferri , an oculorum dicta
10 vel scripta sit. / At vero si quis inve ni at scriptum , verbi
causa Jeporem, nec appareat qua se ntenti a positum sit,
profecto dubitabit, utrum penultima huius verbi syll aba
producenda sit, ab eo quod est Jepos; an ab eo qu od est

58
PRI NCIPIA DIALEl.TICAE

lepus corripienda. Quam scilicet non pateretur ambagem


[r. ambagionem], si accusativum huius nominis casum
voce loquentis acciperet. Quod si quis dicat, [ad. etiam]
loquentem male pronuntiare potuisse; iam non
ambiguitate, sed obscuritate impediretur auditor. Ex illo
tamen genere quod ambiguo simile est, quia rnale latine
15 pronuntiatum verbum , / non in diversas rationes [r.
notiones] trahit cogitantem, sed ad id quod apparet
impellit. Cum igitur ista duo genera inter se plurirnurn
distent , prirnum genus rursus in duo dividitur: narn
quidquid dicitur, et per plura intelligi potest, eadern
scilicet plura aut uno [r. non solum] vocabulo et [r. sed]
una [ad. etiam] interpretatione [r. definitione] [ad.
contineri queunt]; aut tantum uno [r. communi] tenentur
vocabulo , sed diversis expeditionibus explicantur. Ea
quae una definitio potest includere, univoca norninantur:
illis autem quae sub uno nomine necesse est definire
diverse, aequivoci [r. aequivocis] nomen est. Prius ergo
20 / considerernus univoca, ut quomodo [r. quoniam] genus
hoc iam [ad. definitione] patefactum est, illustretur [r.
ilustrentur] exemplis. Horninem curn dicimus , tarn
puerum dicimus quam iuvenem, quam senem , tam
stultum quarn sapientem, tam magnum quam parvum ,
tam civem quam peregrinum , tam urbanum quam
agrestem , tam qui iam fuit quam qui nunc est, tam
sedentem quam stantem, tam divitem quam pauperem,
tam agentem aliquid quam cessantem, tam gaudentem
quam moerentem [r. maerentem] ve! neutrum . Sed in
25 his omnibus dictionibus nihil est, quod non ut hominis /
nomen accepit, ita etiam hominis definitione claudatur:
[17] nam definitio hominis est, Animal rationale, / mortale:
non [r. Num] ergo quisquam potest dicere animal
rationale mortale iuvenem tantum , non etiam senem et
puerum, [r. puerum aut senem esse] etc., aut sapientem
esse [om. esse] tantum , non etiam stultum; imo et ista et
caetera, quae numerata sunt, sicut hominis nomine, ita
etiam definitione continentur: nam sive puer, sive stultus,
sive pauper, sive etiam dormiens, si animal rationale

59
SANLTI A t; HEJ.11 AUGUSTJ N I

mortale non est; nec horno est. E st autem horno; illa igitur
5 [ad. etiam] definiti one contineatur / necesse est. E t de
caete ri s quid e m nih il ambigitur [ad. ambigetur] : de
pu ero aute m parvo aut stulto, sive [r. sen] prorsus fa tuo,
aut de dormi ente, vel ebrio, vel fure nte dubitari po test,
quomodo possunt [r. possint] esse animalia ratio nalia,
eti am si poss it [r. potest omino] defe ndí , sed ad alí a
prope rantibus longum est. Ad id quod agitur illud satis
est [om. est] , non esse istam definition em hominis rectam
[ad. et ratam], nisi et o mnis horno eadem continea tur,
e t praeter hominem nihil. Haec sunt igitur univoca, qu ae
non solum nomine uno, sed una etiam eiusde m nominis
10 definitione clauduntur: qu amvis e t ínter se pro / priis
nominibus et definitionibus distinguí possunt [possint].
Dive rsa enim nomina, pue r, adolescens, dives et pauper,
líbe r et servus, et si qu od [r. quid] aliud differentiarum
est, e t [om. et] ínter se ideo [ad. diversas] proprias
definiti o nes habebunt [r. habent]: sed ut illis unum
commune nomen est horno, sic [ad. et] animal ratio nale
mortale definitio una communis est.

CAPUT X. AMBI GU ITAS EX AE QUIVOC IS VARI A

Nunc ae quivoca vide a mus , in quibu s a mbiguita tum


perplexio prope infinita silvescit: conabor tamen ea [r.
eas] in ge nera certa distinguere. Utrum autem co natum
meum haec [om. haec] facultas sequatur, tu iudicabis.
15 Ambiguitatum / igitur, qu ae ab aequivocis ve niunt, pri -
mo [r. prima] genera tria sunt: unum ab arte, alte rum
ab usu, tertium ab utroque. Arte [r. Artem] nunc dico,
propte r no mina qu ae in ve rbo rum di sciplinis ve rbi s
impo nuntur. Aliter enim definitur apud gramma ticos
1417 quid sit aequivocum , al // iter apud di alecticos [om. aliter
apud dialecticos] ; et tamen hoc unum quod dico, Tullius,
et nomen est, et pes dactylus, et aequivocum. Itaque si
qui s ex me effl agit e t, ut de fini a m quid sit Tullius,
cuiuslibet notionis explica tio ne respondeo. Possum enim
recte dice re, Tullius nomen est, quo significatur horno

60
PRI NCI PI A DtALECTICAE

20 summus / quidam orator, qui Catilinae coniurationem


consul oppressit. Subtilite r a tte nde m e nomen ipsum
defini sse: nam si mihi Tullius ipse, qui si viveret, digito
m o n s tr a ri [r. demostrari] p o tui sse t [r. pos s et] ,
definiendu s fo ret, non dice rem , Tullius est nome n, quo
significatur horno; sed dice re m, Tullius est horno , et ita
caetera adiungere m. Ite m respondere possem, H oc no-
me n [r. hoc modo] Tullius est [ad. pes] dactylus, his
litteris consta ns: quod [r. quid] e nim eas litteras habeat,
opus est innue re. Licet e nim illud dicere, [quod ... dicere
r. quid enim nunc opus est litteras enumerare? Licet
etiam illud dicere:] Tulliu s es t verbum , p e r qu o d
aequivocantur [r. aequivoca] inter se [ad. sunt] omnia
25 cum hoc ipso, / quae sup ra dicta sunt, e t si quid aliu d
inve niri potest. Sed dico, [om. sed dico] cum e rgo [r.
igitur] hoc nomen [r. unum] quod dixi, Tullius, secundum
artium vocabula tam varie mihi licuit [r. licuerit] definire;
quid dubita mus esse a mbiguorum genus ex aequ ivocis
venie ntium, quod me rito d ici possit ex arte continge re?
D iximus e nim aequivoca esse, quae no n ut uno nomine,
ita etiam un a definiti one possunt te neri. Unde [r. Vide]
nunc alte rum genus est [om. est], quod ex loquendi usu
venire me moravimus. U sum nunc appello illud verbum
[r. ipsum] , propter quod ve rba cognoscimus. Quis e nim
30 verba pro pter / ve rba conqui rat et colligat? Itaque ia m
co nstitue alique m sic audi re, ut notum ei sit, nihil de
[18] partibus orationis, / a ut de metris quaeri, aut de verborum
aliqua disciplina : tamen adhuc potest cum dicitur, Tullius,
aequivocorum ambiguita te impediri. H oc e nim nomine
e t ipse qui fuit summus orator, et e ius picta imago ve!
statua, et codex quo eius litte rae continentur, e t si quid
est in sepulcro eius cadaveris, significari potest. Diversis
e nim ra ti o nibus [r. notionibus] dicimu s, Tulliu s ab
in teritu pa tri a m liberavit ; e t, Tullius in auratus in Capi-
5 tolio sta t; e t /, Tullius, ti bi totus legendus est; e t, Tullius
hoc loco sepultus est: unum e nim nome n est [om. est],
sed diversis haec omnia definiti onibu s explicanda sunt.
Hoc igitur genus aequivocorum est, in quo iam null a de

61
SAscn ArnE 1.11 AcG UsT1~ 1

disciplina ve rbo rum o ritur a mbiguitas, sed de ipsis rebu s


quae significa ntur. At si utrumque confundat a udientem
ve! lege nte m, sive quod ex arte, sive quod ex loq ue ndi
usu dicitur, nonne tertium genus recte a nnumerabitur
[r. adnumerabitur] ? Cuius exemplum in se ntentia
qu idem apertius appare t, ut si quis dicat, Multi dactylico
10 metro scripserunt, ut est / Tullius: na m hic incertum est
[om. est] utrum Tullius pro exe mpl o dactyli pedis, a n
dactylico [r. dactylici] poetae positum sit: quorum illud
ex a rte, hoc ex usu loq ue ndi accipitur. Sed in si mplicibus
etiam verbis contingit, lice t tantum vocem huiu s verbi
[licet...verbi r. tamquam si hoc verbum] gra mm aticus
audientibus discipulis e nuntie t, ut supra oste ndimus.
Cum igitur haec tria genera manifestis [ad. ínter se]
rationibus inte r se [om. ínter se] differant , rursum
primum genus in duo dividitur. Quidquid e nim ex a rte,
ve rborurn faci t ambiguita te rn , partim sibi pro exemplo
15 esse potest, partim / non potest. Cum e nim definio [r.
definiero] quid significa t [r. significet] nomen , possum
hoc ipsum exempli gra tia supponere, [ad. Et enim hoc]
quod dico no me n, utique nomen est: hac enim lege per
casus flectitur dice ndo [r. cum dicimus] nome n, no minis,
nomini , e tc [r. et cetera]. Item cum definio quid significat
[r. significet], dactylu s [ad. pes], hoc ipsum potest pro
exernplo esse: ete nim cum clicimus, dactylu s, unum [r.
unam] sy ll aba m lo n ga m e t clu as deincle breves
enuntiamus. At vero cum definitur aclverbium quid
significe t, no n potest [r. potes] hoc ipsum pro exemplo
dici [r. in exemplum dicere] ; e te nim cum aclve rbium
20 clicimus, / haec ipsa e nunti atio nome n est. Ita secunclum
ali a rn no tio ne rn adve rbium utiqu e adve rbium est, et no-
men non est; secunclum aliam vero aclve rbium no n est
adverbiurn, quia nome n est. Item pes creticus, quanclo
quid significet clefinitur, non potest hoc ipsum pro [om.
pro] exernplo esse: haec enim ipsa [om. ipsa] e nuntia tio
qu a ndo clicimus, creticus, prim a longa syll a ba, cl e ind e
cluabus brevibus constat; quod a utem significat, longa
syllaba et brevis et longa est; ita et hic secundum al iam

62
PRI NCl l'IA DIAl .ECTICAE

notionem , creticus nihil aliud est quam creticus, et


25 dactylus non est; secundum aliam / vero creticus non est
1418 creticus, quia dacty // lus est. Secundum igitur [r. item]
genus, quod iam propter [r. praeter] disciplinas verborum
ad loquendi usum dictum est pertinere, duas habet for-
mas. Nam aequivoca dicta [r. inde] sunt, aut ex eadem
origine venientia [om. venientia], aut ex diversa . Ex
eadem origine appello, quando [r. quae quamvis] uno
nomine ac non sub una definitione teneantur, uno tamen
[19] quasi fonte dimanant [r. demanant], ut est / istud, quia
[r. illud quod] Tullius et horno et statua et codex e t
cadaver intelligi potest: non possunt quidem ista una
definitione concludi, sed tame n unum habent fontem,
ipsum scilicet verum hominem , cuius et illa statua, et ille
líber [r. illi libri] et illud cadaver est. Ex diversa origine
[om. Ex diversa origine], ut [r.at] cum dicimus, nepos,
longe ex diversa origine filium filii et luxuriosum
significa t. Haec ergo distincta teneamus, et inde [r. vide]
illud genus, quod ex eadem origine appello, in quae item
5 [r. iterum] / dividatur: nam dividitur in duo, quorum
unum translatione, alterum declin a tione contingit.
Translationem voco, cum ve! similitudine unum nomen
fit multis rebus, ut Tullius, et ille in qua magna eloquentia
fuit , e t statua eius dicitur. Ve! ex tato , cum pars
cognominatur, ut cum cadaver illius [r. eius] Tullius dici
potest: ve! ex parte totum, ut cum tecta dicimus tatas
domus [r. domos]. Aut a genere species; verba enim
principaliter [ad. omnia] dicunt [r. dicuntur] Romani
[om. Romani] , quibus loquimur; sed tamen verba proprie
nominata sunt, quae per modos et tempora declinamus:
10 aut / ab [r. a] specie genus; nam cum scholastici non
solum proprie, sed et primitus dicantur ii [r. hi] qui adhuc
in schola [r. scholis] sunt; [ad. in] orones tame n qui in
litteris vivunt, nomen hoc usurpant [r. usurpatum est].
Aut ab efficiente effectus [r. effectum], ut Cicero est liber
Ciceronis: aut ab effectu [r. effecto] efficiens, ut terror
quia [r. qui] terrorem fecit [r. facit]. Aut a continente
quae [r. quod] continentur, ut domus etiam qui in domo

63
SA.'\'<T I Anu:u1 Al caJsT1\ 1
1

sunt dicuntur: aut a conve rsa vice, ut castanea [ad. etiam]


arbor dici tur quae et fru ctus [om. quae et fructu s] : ve l si
quod [r. quid] aliud inve niri potest, qu od ex eadem o ri-
gine quasi transferenclo cognominetur. Vicies, ut arbitror,
15 / quid [r. quam] fac iat in verbi s ambiguitatem. Quae
aut em ad ea md em ori gin em pertin e nti a co nditi o ne
declinati oni s ambi gua esse dicimu s [r. diximus], talia
sunt. Fac verbi ca usa quemque [r. quemquam] dixisse,
pluit. Et haec di ve rse utiqu e defi ni end a sun t. ltem
scribe re cum [r. qui] dicit, incertum est utrum infi nitivo
acti vi, a n imperat ivo pass ivi pro nunti a tum sit [r.
pronuntiaverit] . Horno cum [r. quamvis] unum nomen
sit, et una enuntiatio, tamen fit aliud ex nominat ivo, aliucl
ex vocativo. Quin [r. quomodo] doctius [r. doctus] et
docte verbi [r. ubi] enuntiatio qu oque diversa est. Doctius
20 aliud est cum dicimus doctius mancipium / ; aliud cum
clicimus, doctiu s illo [add. iste] disputavit. Declinatione
igitur ambi guit as o rta es t: nam declin ati o ne m nunc
appell o, quidquid sive per voces sive per signi fica tiones
fl ectenclo verba contingit. Hic doctus [ad. enim] et [ad.
o] docte, tantum [r. etiam] per voces fl exum est; hic horno
[ad. autem] et [ad. o] horno, secundum [r. per] solas
signifi ca ti o nes. Se d huiu smodi [r. hoc] ge nu s
ambiguitatum minutatim co ncidere ac proseq ui pene
fi nitum [r. infinitum] est. Itaqu e locum ipsum hactenu s
notasse suffecer it, inge ni o praesertim tu o. Vicie nunc ea,
qu ae ex [om. ex] diversa origine veniun t: nam [ad. et]
25 ipsa divi / duntur adhuc in cluas primas fo rmas, qu arum
un a est, qu ae co ntingit diversi tate linguarum ; ut cum
dicimus, iste [r. tu] , haec una vox aliud apucl Graecos,
aliucl apud nos significat. Quocl genus tamen non omnis
[20] novit [tamen ... novit r. notandum omnino fuit] ; non / enim
unicuique perspicuum [r. praescriptum] est, nisi [om.
nisi] qui [r. quot] linguas nosset, aut qui [r. quot] linguas
[r. linguis] disputaret. Altera fo rm a es t, quae in un a
quid em lingua facit ambiguitatem, diversa tamen eorum
origine, qu ae [ad. in] uno vocabulo significantur, quale
est illud, qu od de nepote supra posuimus. Quod rursus

64
P HINCIPIA D IALECTICAE

in du o sci11ditur. Aut [ad. enim] sub eodem genere partis


orationis, sicut [r. fit- tam] nomen est [ad. enim] nepos,
cum filium filii , et [r. quam] cum luxuri osum significat;
5 aut sub diversis [r. diverso] /, [ad. Nam non solum aliud
est cum dicimus qui] ut dictum est a Terentio [om. a
Terentio],

Qui scias [r. seis] ergo istuc nisi periclum feceris?


(Terent.Andr. Act. 3, scen. 3, v. 33 .)

se d e ti a m istu c [r. illud] pro no me n , istu c [r. hoc]


adverbium. Iam ex utroque, id est [ad. ex] arte et [ad.
ex] usu verbo rum , qu ocl in aequ ivocis te rtium genus
posueramus, tot ambiguitatum for mae possunt existere,
q u ot in du o bu s s up er io ribu s p os uera mu s [r.
enumeravimus]. R esta t e rgo [om. ergo] illud ge nu s
1419 ambiguum, // quod in scriptis solis reperitur. Cuius tres
10 sun t sp ec ies: a ut e nim sp a ti o / sy ll aba rum fit ta le
ambiguum, aut acumine , aut utroque. Spatio autem, ut
cum scri bitur, venit, de tempore incertum est, propter
occultum primae syllabae spatium. Acumine autem, ut
cum scribi tur, pone, utrum ab eo quod est pono, an ut
dictum [ad. est]:

1420 /! Pone sequens, namque hanc dederat Proserpina legem.


(Georg. liv. 4, v. 487.)

incertum est pro pter latentem acuminis locum. At vero


ex u troque fit, ut in superiaribus [r. ut est quod superius]
de lepare d iximu s; 11a m 11 011 sa lum pro du ce11da sed
acue11da est eti am pae11ultima syll aba huius verbi, si ab
15 ea quad est lepas, 11a n ab ea quad / est lepus, defl exum
est.

65
AGUSTÍN DE HIPONA
PRINCIPIOS DE DIALÉCTICA
CAPÍTULO PRIMERO - SOBRE LAS PALABRAS
SIMPLES.

1409 (5] La dialéctica es la ciencia de discutir bien. Ahora bien,


discutimos con palabras. Las palabras, en efecto, o son
simples o son complejas. Son simples las que significan
una sola cosa, como cuando decimos «hombre», «Caba-
llo», «discute» , «Corre» . Y no te asombres de que 'discu-
te', aunque está compuesta de dos cosas1, sin embargo,
5 se cuente entre las simples. / En efecto, el asunto es ilus-
trado por la definición. Sin embargo, se dijo que es pala-
bra simple la que significa una sola cosa. Y así incluimos
esto en esta definición, lo que no incluimos cuando deci-
mos «hablo». Aunque, en efecto, es una sola palabra, sin
embargo, no tiene significación simple, puesto que tam-
bién significa la persona que habla. Por esto está ya suje-
ta a verdad o falsedad ; en efecto, puede tanto ser negada
como ser afirmada. Así, toda primera y segunda persona
del verbo, aunque se enuncie aisladamente 2, sin embar-
go, se contará entre las palabras complejas, las que no
1O tienen significación simple. JEn verdad, si cualquiera dice
«Camino», hace que se entienda tanto el caminar, como
que él mismo es quien camina. Y cualquiera que diga
«caminas», similarmente significa tanto la cosa que se
hace, como aquel que la hace. Pero, en verdad, quien
dice «camina » no significa nada distinto del caminar
mismo, porque la tercera persona del verbo siempre se
contará entre las simples; y aún no puede ser negada o
afirmada, a menos que tales verbos sean de aquellos en
los que la significación está ligada necesariamente a la
persona por la forma corriente de hablar, como cuando
decimos «llueve» o «nieva»; sin embargo, aunque no se
15 añada quién llueve o nieva, puesto que Jse sobreentien-
de, no pueden ser contadas entre las simples.

1 En latín el verbo dispware [discutir] está compuesto del prefijo 'dis' y el verbo 'putare '.
2 La enunciación de los ve rbos e n latín se hace con la primera y segunda persona del singular del
prese nte indicati vo, el infinitivo presente, la primera persona del perfecto indicativo y el supin o.
Así, la primera y la segunda persona del verbo se refieren tanto al que efectúa la acción como al
verbo que se enuncia.
AG USTÍ i\ DE HJPONA

CAPÍTULO II. P ALABRAS COMPLEJA S .

Las palabras compl ejas son las que conectadas entre sí


significan varias cosas, como cu ando decimos «un hom-
bre camina» o «un hombre apresuránd ose camina hacia
el monte» o cu alquier cosa por el estilo. Pero de las pa-
labras compl ejas un as son las que conform an oració n,
com o las que fue ro n dichas; o tras las que no co nform an,
[6] sino qu e requi eren de algo, como esa / misma qu e men-
cion amos, si sustraes la palabra 'camin a' qu e fue usada.
Aunq ue, e n efecto, sean palabras complejas «un ho m-
bre apresuránd ose hacia el monte», sin embargo, aquí
queda suspendida la o ración. Por lo tanto, al dejar de
lado estas palabras que no completan o ración, restan
aqu e llas pal abras complej as qu e co nfo rm an oraci ó n.
Igu alm e nte , hay dos tipos de éstas. En efecto, o bie n la
oración está confo rm ada de modo que está suj eta a ser
considerad a a partir de lo ve rdadero o a partir de lo fa l-
5 so, como «todo hombre camin a» / o «todo ho mbre no
camina» o cu alquier cosa por el estilo. O bien, la oración
se co mpleta de modo que, aunque co nsiga el propós ito
del alm a, sin embargo, no puede ser negad a o afirm ada,
co mo cu a ndo ord e namos, cuando desea mos, cu a ndo
ma ldecimos y similares a éstos. E n efecto, si alguien dice
«idirígete a la vill a !», «iojalá se dirija a la quinta !» o «ique
los dioses lo maldigan! »; no se puede decir que mi ente o
creer que di ce la verdad. E n efecto, no afirm ó ni negó
nada. Po r lo tanto, ni ta les oraciones entran en conside-
ración, ni requieren quién las discuta.

CAPÍTULO III. L AS QUE SON ORACIONES


S IMP LES, LAS QUE SO N COMPLEJAS.

10 Pero aquellas que requieren quién las discuta / o son sim-


ples o son complejas. Son simples las que se enuncian
sin unión alguna a otra oración, como cu ando decimos
«todo hombre camina». Son complej as [aquellas] de las
que se juzga acerca de su uni ón, como en «Si camin a, se

70
P RJNCIJ>/OS /JE D IAL!iCTICA

mueve». Pero no se hace juicio ace rca de la unión de


oraciones mientras no se llegue a la co nclusión. Ahora
bien, la co nclu sión es lo que está constituido a partir de
lo admitido. Lo que digo es: si alguien dice «Si camina,
se mueve», quiere probar algo. AJ admitir yo esto, le res-
ta afirm ar que es ve rdad que camin a. Y se consigue la
15 conclusión / qu e ya no puede ser negada, esto es, qu e se
mueve; igualmente, la conclusión que no puede se r ad-
mitid a, esto es, qu e no camin a. Si , por e l co nt ra ri o,
1410 11 alguien quiere decir de este modo «este hombre cami-
na», la oración es simple. Si yo la admito y si adjuntase
otra, la que se requiere para completar la oració n, esto
es, «pero cu alquiera que camina, se mueve», y si tam-
bién la admito, de esta unión de oraciones enunciadas y
aún admitidas una a una, entonces se sigue esta conclu-
sión, la que ahora necesariamente se admite, esto es, «por
20 lo tanto, este hombre / se mueve».

CAPÍTULO IV S UBDIVID E LAS ORACIONES


COMP LEJAS .

Así pues, un a vez establecido esto brevemente, co nside-


remos las partes un a a una. E n efecto, hay dos principa-
les. Una de ell as, [l a que se refiere a] las qu e se expresan
de ma nera simple, donde está algo así como los materia-
les de la di aléctica; otra de ellas, [l a que se refiere a] las
que so n llamadas complejas, donde aparece ya algo así
como la obra. La [parte que trata] sobre las simples se
ll ama 'sobre el e nunci ar palabras' [de loquendo ]. Empe-
ro, aquell a [que trata J sobre las complejas se divide en
[7] tres partes. / E n efecto, habiendo separado la conjun-
ción de las palabras qu e no completa oración, aquella
que completa oración de modo qu e no gene re pregunta
o requiera qui én la discuta, se llama 'sobre el e nunciar
fr ases ' [de eloquendo ]. Pero la que completa el sentido,
de tal modo que se juzgue acerca de las oraciones sim-
ples, se llama 'sobre el enuncia r proposiciones' [de
proloquendo ]. Aquella qu e de este modo co nfo rm a ora-

71
AGUSTÍN ()E HlPO NA

ción, de modo que se juzgue sobre la conjunción mis-


ma hasta llegar a la conclusión, se llama 'sobre la con-
clusión de proposicion es enunciadas' [de proloquiorum
summa]. Expliquémoslas, entonces, una a una más dili-
5 gentemente. /

CAPÍTULO v. DE CÓMO SE TRATA EN LÓGICA


SOBRE LOS ASUNTOS DE LAS PALABRAS, LOS
DECIBLES Y LAS DICCIONES. Lo DECIBLE Y LA
DICCIÓN DIFIEREN.

'Pal abra' es el signo de una cierta cosa que puede ser


entendida por el que escucha y proferida por el que ha-
bla. 'Cosa' es todo aquello que se entiende, que se perci-
be o que se oculta. [S e conocen, en efecto, las cosas
corpóreas, se entienden las espirituales, pero se oculta
en verdad Dios mismo y la materia informe. Dios es Jo
que ni es cuerpo, ni es animal, ni es sensación, ni es inte-
lecto, ni algo que puede ser pensado. La materia infor-
me es la mutabilidad de las cosas mutables, capaz de todas
las formas]. 'Signo' es tanto el mostrarse del signo mis-
mo a la percepción, como el mostrar algo distinto de sí
al alma. 'Hablar' es producir un signo con voz articulada.
Sin embargo, llamo 'voz articulada' Jo que puede ser
comprehendido con letras. Sin embargo, si todas estas
cosas que fueron definidas fueron definidas rectamente
y si hasta ahora las palabras de la definición han de ser
10 seguidas por otras / definiciones, esto lo indicará el lu-
gar en el que se trata sobre la disciplina del definir. Aho-
ra lo que amenaza, espéralo atento.

Toda palabra suena. En efecto, cuando está escri ta no es


una palabra sino el signo de una palabra. Es claro que
examinadas las letras por el lector, se hace presente al
alma aquello que prorrumpe con voz. ¿Qu é otra cosa,
en efecto, muestran las letras escritas, sino ellas mismas
a los ojos y, aparte de sí, voces al alma? Porque poco
antes dijimos que el signo es tanto el mostrarse del signo

72
PRJNC/l'IOS DE D1t1LÉ(71CA

mismo a la percepción como el mostrar algo distinto de


sí al alma. Por lo tanto, lo que leemos no son palabras,
15 sino signos de las palabras. Sin embargo, / usamos
impropiamente este vocablo 'letra' para apelar a la le-
tra, incluso cuando la vemos escrita, aunque la letra mis-
ma sea la parte mínima de la voz articulada, aunque sea
muda y no sea parte de la voz y aunque, en general, el
signo aparezca de parte de la voz. Así también se llama
'palabra' cuando está escrita, aunque el signo de la pala-
bra, [signo] de la voz que significa, no se haga manifies-
to. Por lo tanto, como empezaba a decir, toda palabra
suena. Pero lo que suena nada es para la dialéctica. En
efecto, se trata sobre el sonido de la palabra cuando se
pregunta o se reflexiona sobre cuántas vocales se eliden
por la disposición o se separan por su concurrencia; del
20 mismo modo, sobre cuántas con- / sonantes se asimilan
por interposición o sobre cuántas se hacen disímiles por
entrar en correlación con otras. Y sobre cuántas o de
cuáles sílabas consta, cuando el ritmo poético y el acen-
to es tratado por los gramáticos, debido al solo oficio de
los oídos. Y, sin embargo, cuando se discute sobre esto,
no se está fuera de la dialéctica. Ésta, en efecto, es la
ciencia de discutir.
Pero, entonces, las palabras son signos de las cosas cuan-
1411 [8) do de las cosas mismas / 11 adquieren fuerza. Sin embar-
go, son signos de las palabras [cuando] se discute acerca
de ellas con ellas. En efecto, como no podemos hablar
sobre palabras sino con palabras, y como no hablamos a
menos que hablemos de alguna cosa, sucede en el alma
que las palabras son de tal manera signo de las cosas,
que no dejan de ser cosas. Luego, cuando la palabra sale
de la boca en función de sí misma, esto es, si sale de
manera que sobre la misma palabra se inquiera o se dis-
cuta algo, la cosa ciertamente está sujeta a discusión y a
cuestión. Pero la cosa misma se llama 'palabra'. Sin em-
5 bargo, / aquello que perciba a partir de la palabra, no el
oído sino el alma, y lo que se tiene contenido en el alma
misma, se llama 'decible'. Por su parte, cuando se da la

73
AG USTÍN DE I-llPO NA

palabra, no en función de sí, sino porque debe significar


algo distinto, se llama 'dicción'. Sin embargo, la cosa
misma que ahora no es palabra, ni una concepción de la
palabra en la mente, bien se tenga la palabra con la que
puede ser significada, o bien no se tenga, no es nada dis-
tinto de lo que se llama 'cosa', ahora en sentido propio.
Por lo tanto, se tienen estas cuatro de forma distinta:
' palabra', 'decible', 'dicción', 'cosa'. Lo que llamé 'pala-
bra' tanto es palabra como significa la palabra. Lo que
10 llamé 'decible' es palabra; sin embargo, / no significa la
palabra sino significa lo que se entiende por la palabra y
se concibe en el alma. Lo que llamé 'dicción' es palabra
pero de manera tal que con ésta se significan aquellos
dos a la vez, esto es, la palabra misma y lo que se genera
en el alma por la palabra. Lo que llamé 'cosa' es palabra,
que significa aquello que resta exceptuando a aquellas
tres que fueron dichas. Pero observo que estos asuntos
deben ser ilustrados con ejemplos.
Por consiguiente, imagina que un niño fue interrogado
por un gramático de este modo: «¿Qué parte de la ora-
ción es armas'?» 'Armas', palabra que fue dicha, fue di-
cha en función de sí, esto es, la palabra por la palabra
15 misma. / Por su parte, las otras cosas que dijo, «qué par-
te de la oración es», que no fueron dichas en función de
sí, sino por la palabra 'armas', o bien fueron percibidas
por el intelecto, o bien fueron proferidas por la voz. Pero
cuando fueron percibidas por el alma son decibles antes
de [ser dichas] ; sin embargo, por esto que dije, cuando
prorrumpieron en voz, fueron hechas dicciones. Por su
parte, esta misma palabra 'armas', que aquí es palabra,
cuando fue pronunciada por Virgilio se hizo dicción; en
efecto, no fue proferida en función de sí sino por aque-
llas cosas que se significaban, o bien las guerras que gestó
Eneas, o bien el escudo o las demás armas que Vulcano
fabricó para Eneas. Ciertamente, [se significan] las gue-
20 rras o / las armas mismas que fueron gestadas o soporta-
das por Eneas. Afirmo que estas mismas, en la medida
en que se generaron y se dieron, se veían cual si ahora

74
PRINCIPIOS DE DIALÉCTICA

estuviesen presentes, y podríamos mostrarlas con el dedo,


o bien tocarlas, aunque nadie las tuviese en cuenta. Sin
embargo, no por esto ocurre que no hubiesen existido.
Por lo tanto, estas mismas de por sí ni son palabras, ni
son decibles, ni son dicciones, sino que son cosas que
ahora se llaman 'cosas' en sentido propio. Por lo tanto,
debemos tratar en esta parte de la dialéctica acerca de
las palabras, de las dicciones, de los decibles y de las co-
sas. En todas éstas, como en parte significan palabras,
25 como en parte no las significan -en efecto, nada hay /
sobre lo que no sea necesario discutir con palabras- así
pues, en primer lugar se discute sobre éstas, por las cua-
les es posible discutir sobre las demás. Por lo tanto, ex-
ceptuado el sonido, cualquier palabra sobre la cual se
discute bien, atañe al ejercicio de la dialéctica, no a la
disciplina dialéctica. Así como los discursos de Cicerón
pertenecen sin duda al ejercicio de la retórica, pero con
éstos no se enseña la retórica misma.

CAPÍTULO VI. DEL ORIGEN DE LA PALABRA.


DE DÓ NDE PROVIENE QUE SE DIGA «PALABRA».
Y LA OPINIÓN DE LOS ESTOICOS ACERCA DEL
ORIGEN DE LA PALABRA.

Pues toda palabra, por el hecho de que suena, pone en


cuestión estas cuatro cosas necesariamente: su origen,
[9] su fuerza, su declinación, su disposición. / Se inquiere
acerca del origen de la palabra cuando se inquiere de
dónde se da que se diga así, asunto a mi juicio demasia-
do curioso y no demasiado necesario. Y no me agrada
decir esto porque lo mismo le parece también a Cicerón;
aunque ¿quién necesita de autoridad en una cosa tan
evidente? Pues, si explicar el origen de la palabra ayuda-
ra mucho, sería necio acometerlo, porque ciertamente
es perseguir lo infinito. En efecto, ¿quién podría encon-
5 trar de dónde se dijo / así cualquier cosa que se dijo?
Sucede de tal manera que como se establece la interpre-
tación de los sueños, así mismo el origen de las palabras

75
AG USTÍ N DE H IPONA

se establece por el ingenio de cu alquiera. E n efecto, he


aquí que alguien piensa que las [palabras] m ismas son
ll amadas 'palab ras' [verba ] por aque llo de que casi azo-
tasen [verberent] el oído; igualme nte, alguien dice que
[azota n] el a ire . Pero para nosotros no es mayor pro ble-
ma . E n efecto, una y otra extraen el o rigen del vocablo
'azota ndo ' [verberando ]. Pero mira qu e se involucra un
1412 tercero qu e provoca otra querella. Dice, e n efecto, // que
nos convie ne habla r de lo verd adero y que, sie ndo la
na tura leza misma juez, es od iosa la me ntira. [Po r esto],
fu e ll am ada 'palabra' [verbum] por 'verd ad ' [vero]. Y no
10 ha fa ltado una cuarta ocurre ncia./ E n efecto , existen cie r-
tos hombres qu e pie nsan que ' palabra' es dicha a p a rtir
de 'verd ad ', pero habie ndo pu esto suficiente a te nción
sobre la primera síl aba, la segunda no de be ser desate n-
did a. E n efecto, afirm an qu e cua ndo decimos «palabra»
[verbum ] su pri mera síl aba significa 'verdad ' [verum ] y Ja
segund a 'so ni do' [sonum]. Pero prete nde n que éste sea
un ru ido seco [bombum ]. D e do nde E nni o ll a mó al soni-
do de los pies «ruido seco de los pies» [bombumpedum ];
y los gri egos «boasai» a 'cl a ma r'; y Virgilio dij o «Resue-
na n los bosques» [reboant silvae] (Georg. Lib 3, v. 223).
Po r lo ta nto, la palabra fu e nombrada casi a partir de la
ve rd ad reso na ndo, esto es, a pa rtir de 'verdad so nando'
[verum boando ]. Si esto es así, de hecho este nombre
15 prescribe que cuando use mos 'p alabra' no minta mos. /
Pero me temo que los mismos que dice n esto m iente n.
Por consigui e nte, te correspo nde a hora juzgar si consi-
deramos que 'palabra ' fue dicha a pa rtir de 'azo tando ', o
solam en te a pa rtir de 'verdad', o a pa rti r de 'verdad so-
na ndo ', o si es mejor que no nos ocupemos de dónde se
origina qu e se diga [así], mientras e nte ndamos aque llo
que significa . Sin emba rgo, q uie ro qu e aceptes qu e este
te ma sobre el o rige n de las palabras sea examin ado bre-
ve me nte un poco más, para que no parezca que he mos
pasado por alto algun a pa rte de la ta rea e mpre ndi da .
Los estoicos, de quie nes C icerón se burl a e n esta ma te-
ria, afirm an que no hay palabra cuyo origen cierto no

76
P!IJNCll'IOS DE DlALi'.'CTIC4

20 pueda ser explicado. / Y porque fue fácil plantearlo de


este modo, si dijeras que esto es infinito, lcon cuáles
palabras interpretarías el origen de otra palabra? De
[10] nuevo / ha de ser buscado por ti el origen de ellas, hasta
que se alcance tal punto que la cosa armonice por algu-
na similitud con el sonido de la palabra, como cuando
decimos: «tintineo de bronce» [aeris tinnitum], «relincho
de caballos» [equorum hinnitum ], «balido de ovejas»
[ovium balatum] , «grito de la multitud» [turbarum
clangorem], «estridor de cadenas» [stridorem catenarum ].
En efecto, ves claramente que estas palabras suenan así
como las cosas que son significadas por estas palabras.
Pero puesto que existen cosas que no suenan, ves que en
éstas es válida la similitud del tacto, como si suave o ás-
5 peramente tocaran el sentido: Así como Ja suavidad o /
la aspereza de las letras toca el oído, así les generó nom-
bres. La misma [palabra] 'suave' [lene] suena suavemen-
te cuando la decimos. Igualmente, lquién no juzgaría
que la aspereza [asperitas] es áspera por su nombre mis-
mo?
Es suave para los oídos cuando decimos «placer»
[voluptas ], áspero cuando decimos «Cruz» [cnLX]. Tal como
son sentidas las palabras, así las cosas mismas nos afec-
tan . 'Miel ' [mel] , cuan suavemente toca la cosa misma al
gusto, así suavemente el nombre al oído. 'Agrio' [acre] es
áspero en uno y otro. Como se oyen las palabras 'lana '
[lana] y 'zarza ' [vepres ], así se sienten al ser tocadas. Cre-
yeron que esto sería como las cunas de las palabras, de
10 modo que la sensación de las cosas concor- / daba con la
sensación de los sonidos. De aquí, [creyeron] que Ja li-
cencia de nombrar se extiende hasta la similitud de las
cosas mismas entre sí, como, por ejemplo, cuando fue
llamada «Cruz» [cnLX] porque la aspereza de Ja palabra
misma concuerda con la aspereza del dolor que produce
la cruz. Sin embargo, 'piernas' [crura] serían llamadas
así, no a causa de la aspereza del dolor, sino porque, por
la longitud y por la dureza, son entre los demás miem-
bros los más similares a los maderos de la cruz. De allí se

77
AG USTÍ N !JE H1P01'A

ha llegado al abuso que se sirve, no tanto de la cosa se-


mejante, sino de la que le es como vecina. En efecto,
¿qué es lo semejante entre la significación de 'pequeI1o'
y 'disminuido', cuando puede ser 'pequeño' lo que no
15 sólo / no ha disminuido en nada, sino que también ha
crecido? Sin embargo, a causa de alguna proximidad de-
cimos «disminuido» en lugar de «pequeño». Pero este
abuso del vocablo está bajo el dominio del que habla,
pues dispone de 'pequeño' para no decir 'disminuido'.
Esto es más pertinente para lo que queremos mostrar:
cuando se dice «piscina» [piscina] en los baI1os públicos,
en la que no hay pez [piscium] alguno y que nada similar
tiene con Jos peces [piscibus], entonces parece, sin em-
bargo, que es llamada a partir de los peces a causa del
agua, donde se da la vida de los peces. De esta manera,
el vocablo no fue trasladado por semejanza sino que se
hizo uso de cierta proximidad. Porque si alguien dijera
que los hombres al nadar se hacen semejantes a los pe-
ces, y que de ahí nació el nombre de 'piscina', es estúpi-
20 do refutar esto, / porque ni una ni otra [afirmación] se
aparta del asunto y ninguna es clara. Por otro lado, que
esto sucede válidamente, [es decir), que el origen de Ja
palabra que se toma de la proximidad difiere de aquél
que se afirma por semejanza, lo podemos mostrar ahora
con este único ejemplo. Aquí se hizo progresión hasta lo
contrario: en efecto, se piensa que se llama 'bosque'
[lucus] porque de ningún modo brilla [luceat]; y que se
dice 'guerra ' [bellum ], porque no es cosa bella [res bella].
Y [que se dio] el nombre de 'alianza' ífoederis], porque
no es cosa fea [res foeda ]. Porque si fue llamada por Ja
[11) fealdad del puerco, como algunos / creen, se vuelve por
lo tanto hacia esta vecindad: cuando aquello que se hace
se nombra a partir de aquello que es hecho. En efecto,
esta vecindad también es completa y extensamente evi-
dente, y se divide en muchas partes: o por la capacidad
1413 de producir efectos, // como en este mismo caso a causa
de la fealdad ífoeditate] del puerco, por el que se genera
la alianza ífoederis ]; o por el efecto, como en el caso de

78
PR!NCl/'IUS /JE DW.ÉCflCA

'pozo' [puteus ], que se cree que es nombrado porque su


efecto es el beber [potatio ]; o por aquello que contiene,
como con 'ciudad' [urbem ], que creen que ha sido llama-
da por 'círculo' [orbe], porque, hechos los auspicios del
5 lugar, suele ser marcado en círculo por el arado,/ lo que
también menciona Virgilio cuando Eneas delimita la ciu-
dad con el arado (Eneida, Lib. 5 v.755); o por lo que se
contiene , como si alguien afirmara que 'granero'
[hOJreum] es nombrado a partir de 'cebada' [hordeum]
al cambiar la letra d; o por abuso, como cuando decimos
'cebada' y allí se encuentra trigo; o por la parte el todo,
como cuando con el nombre de 'hoja' [mucronis] , que es
la parte anterior de la espada, llaman toda la espada; o
por el todo la parte, como en 'cabello' [capillus] que es
como el pelo [pilus] de la cabeza. lA qué seré llevado
más adelante? Cualquier otra cosa puede ser enumera-
da. Verás que el origen de la palabra puede radicar, o en
10 la similitud de las cosas y los sonidos, o en la similitud /
de las cosas mismas, o en la vecindad, o en lo contrario.
Origen que, sin embargo, no podemos llevar más allá de
la similitud del sonido. Pero no siempre podemos [ha-
cer] esto completamente. En efecto, son innumerables
las palabras cuyo origen no puede ser hallado. O no se
da, a mi parecer; o está oculto, como piensan los estoi-
cos. Sin embargo, mira brevemente de qué manera con-
sideran que se llega a la cuna de las palabras, o a la estirpe,
o mejor hasta la semilla, más allá de lo cual prohiben
que se busque el origen, y si alguien no quiere [seguir
esta restricción] , puede encontrar cualquier cosa. Nadie
15 discute / las sílabas en las que la letra 'v' mantiene el
lugar de una consonante, como se da en estas palabras
que producen un sonido craso y algo fuerte: Vientre
[venter] , sutil [vafer], vela [velwn], vino [vinum] , reja
[vomis], herida [vulnus ]. Lo que también aprueba el uso
corriente de hablar, cuando las sustraemos de algunas
palabras para que no fatiguen el oído. En efecto, de ahí
se da que decimos «amasti» con más gusto que «amavisti»
[amaste], y «abiit», no «abivit» [fue] . Y de este modo,

79
AGUSTiN DE H11'0Nt\

innumerables. Por lo tanto, cuando decimos «fuerza»


[vim ], el sonido algo fuerte de la palabra, según se dijo,
concuerda con la cosa que se significa. Ahora, parece
que se pueden llamar 'cadenas' [vincula] y 'junco' [vimen]
20 con lo / que algo es amarrado [vinciatur], a partir de aque-
lla vecindad que se da por lo que producen, esto es, por-
[12] que ejercen fuerza. Por eso se dice / «vides» [vites], porque
cuelgan de los juncos [vimen] con los que se amarran
[vinciantur] a los rodrigones. De ahí que también, a cau-
sa de la similitud, Terencio llamó al anciano encorvado
'vencido' [victum]. De ahí que la tierra tortuosa que es
aplanada por los pies de los que viajan sea llamada 'vía'
[via]. Sin embargo, si se cree que es llamada 'vía' la que
es aplanada por la fuerza de los pies, el origen se esta-
blece a partir de esa vecindad. Pero supongamos que es
llamada por similitud con 'vid ' [vites] o 'junco' [vimen ],
esto es, por la curvatura. Alguno me pregunta entonces,
5 ¿por qué/ es llamada 'vía'? Y a esto respondo que por la
curvatura, porque los antiguos llamaron a la curvatura,
por así decirlo, 'encorvado vencido ' [incwvum victum ].
De ahí que llamen 'vencidos' [victos] a los maderos de
las ruedas que están rodeadas por el canto. Si se insiste
en preguntar de dónde a lo encorvado se le llama 'venci-
do' [victum ], aquí respondo que por la similitud con 'vid '
[vitis]. Si se requiere y además se exige de dónde viene
este nombre de la 'vid ', digo que se da porque rodea
[vincit] lo que comprende. Se indaga de dónde es llama-
do el rodear [vincere] mismo, diremos que por 'fuerza'
[vi]. Y si se pregunta por qué 'fuerza ' es llamada así, se
retoma el argumento: porque una palabra por su sonido
fuerte y grave concuerda con la cosa que se significa. Lo
10 que se pregunte más allá,/ no lo hay. Por otra parte, ¿de
cuántos modos el origen de las palabras es cambiado por
la corrupción de las voces? Es inútil proseguir. En efec-
to, es tan extenso como menos necesario que las cosas
que fueron dichas.

80
l'RJNC/l'/OS J)J; DIAu!CTIC.1

CAPÍTULO VII. DE LA FUERZA DE LA PALABRA.

Consideremos ahora brevemente la fuerza de las pala-


bras, en tanto que el asunto lo permita. La fuerza de una
palabra es por la que se conoce de cuánto es capaz. Sin
embargo, es capaz tanto cuanto pueda mover al oyente.
Por cierto, mueve al oyente, o bien según sí misma, o
bien según lo que significa, o bien por una y otra conjun-
tamente.

15 Pero cuando mueve según sí misma / concierne o bien


solamente al sentido [del oído], o bien al arte, o bien a
uno y otro. Sin embargo, el sentido se mueve, o bien por
naturaleza, o bien por costumbre. Se mueve por natura-
leza en el caso en el que [el sentido] se afecta, como si
alguien dijera «rey Artaxerxes», o se deleita como cuan-
do escucha «Eurylano». En efecto, lquién, aunque cier-
tamente no haya oído nada de estos hombres cuyos
nombres son estos, no juzgaría, sin embargo, que tanto
en aquél se da la máxima aspereza como en éste la sua-
vidad ? El sentido es movido por la costumbre cuando es
afectado al escuchar cualquier cosa. En efecto, aquí nada
importa en relación con la suavidad o la aspereza del
20 sonido, / mas sin embargo, son capaces de mover lo más
profundo de los oídos si reciben como huéspedes, o bien
conocidos o bien desconocidos, los sonidos que transi-
tan a través de ellos. Por el arte, sin embargo, se mueve
el oyente cuando habiendo enunciado para sí una pala-
1414 (13] bra,// establece qué parte de la oración es, o / si toma en
cuenta alguna otra cosa en estas disciplinas que tratan
sobre las palabras. Pero, ciertamente, se juzga sobre la
palabra a partir de uno y otro, esto es, tanto por el senti-
do como por el arte, cuando la razón nota lo que los
oídos miden y así se pone un nombre, como cuando se
dice «Óptimo» [optimus ]. Tan pronto como una sílaba
larga y dos breves de este nombre hayan tocado el oído,
el alma reconoce inmediatamente, por el arte, un pie
dáctilo. Ciertamente, la palabra mueve el sentido no se-
5 gún sí misma, sino según lo que significa cuando,/ toma-

81
Ac; usTiK DE HIPo:<..1

do e l signo por un a palabra, e l alm a no co nsidera nada


distinto qu e la cosa misma cuyo signo es aq uello que re-
cibe. Como cua ndo al decir «Agustín », nada di stinto es
pensado por qui en me conoce que yo mismo , o cualquier
persona que se presente a la mente, si por casualid ad
este nombre lo ha escuch ado el que no me conoce o el
que conoce a otro qu e se ll ame Agustín.

Sin embargo, cuando la palabra mueve a l oyente según


sí mism a y al mismo tiempo según lo qu e significa, e n-
tonces se advie rte al mismo ti empo tanto la enunciación
misma co mo lo qu e por e lla es enunciado. E n efecto,
¿de dónde sucede que la castidad de los oídos no se ofen-
10 da cuando oye / «había malgastado los bienes paternos
con la mano , con e l vientre y con el pene?» 3 ¿sería ofen-
dida , sin embargo , si la parte obscena del cuerpo fu ese
llamada por un nombre vulgar y sórd ido? En este caso,
no obstante, la fealdad de ambas ofendería al alm a y al
sentido, si la fea ld ad de la cosa que fue significada no se
ocultara con la belleza de la pa labra qu e la significa, cuan -
do es la misma cosa cuyo vocablo es uno y otro. Así como
la meretriz no es otra, sino que parece de un a ma nera
con el vestido con el que suele estar a nte e l juez, y de
otra con e l qu e yace en su lujosa alcoba. Por lo tanto,
15 como parece que la fu erza de las/ palabras, la cual toca -
mos por breve tie mpo y sumariam e nte, es tanta y tan
variada, a partir de esta cons ideració n se origina n dos
enfoques: po r una parte, con respecto a la verdad que ha
de ser expl icada; por la otra, con respecto al decoro que
ha de ser co nservado, de las cuales la primera concierne
principa lme nte al dialéctico y la segunda al o rador. Aun-
que, en efecto, no le corresponde a la discusión ser necia
ni a la e locuenci a se r falaz, no obstante, con frecuencia y
casi siempre, tanto en aquella el deseo de aprende r me-
nosprecia los placeres de escuchar, como en ésta la mu-
chedumbre m ás ignora nt e juzga qu e lo qu e se dice
adornadamente tambié n se dice con verdad. Por lo tan-

3 Salustio, Cmili11a 14. 2.

82
PRINCIPIOS DE DIALÉCTIC I

20 to, como se presente lo que es propio de cada una, / es


evidente que tanto el que disputa, si en esto lo que pro-
cura es deleitar, debe rociarse con tinte retórico; como
[14] el orador, si / quiere que la verdad persuada, debe ro-
bustecerse con lo dialéctico como [si fueran] sus huesos
y sus músculos, los cuales la naturaleza misma no pudo
ni substraer de nuestros cuerpos para firmeza de las fuer-
zas, ni permitió mostrarlos para ofensa de los ojos. Así,
por la verdad que ha de ser juzgada, veamos ahora lo
que propone la dialéctica y qué obstáculos se originan
de esta fuerza de las palabras, de la cual unas semillas
esparcimos.

CAPÍTULO VIII. Lo oscuRo Y Lo AMBIGUO.


DIFERENCIAS DE LO OSCURO Y DE LO AMBIGUO.
TRES GÉNEROS DE LO OSCURO.

5 O bien la oscuridad, o bien la ambigüedad impide / que


el oyente vea la verdad en las palabras. Entre lo oscuro y
lo ambiguo se da esta diferencia: que en lo ambiguo se
muestran muchas cosas, de las cuales se ignora cuál ha
de ser preferida; en cambio en lo oscuro no aparece nada
o muy poco que se muestre. Pero donde es poco lo que
aparece, lo oscuro es semejante a lo ambiguo, como si
alguien que emprende un viaje es recibido por un lugar
bifurcado o trifurcado o también , por llamarlo así,
multifurcado, pero por la densidad de la niebla no hay
nada de las vías que sea cl aro, entonces, antes de caminar,
es detenido por la oscuridad. Pero cuando la niebla em-
10 pieza a desvanecerse un poco,/ se ve algo que no es claro
si es un camino o el color propio y nítido de la tierra. Esto
es lo oscuro semejante a lo ambiguo. Al aclararse el cielo
cuanto sea suficiente para los ojos, ya es claro el trazado
de todos los caminos, pero se duda por cuál se debe cami-
nar, no por oscuridad, sino por ambigüedad.

Igualmente, hay tres géneros de lo oscuro. Uno es el que


es patente para la percepción [pero] cerrado para el alma;

83
AGU!)TÍN DE HIPONA

1415 como si alguien viera una imagen de una manzana roja //


y nunca hubiera visto una [manzana], ni hubiera oído en
absoluto qué es. No es [oscuridad] de los ojos, sino del
15 alma, porque desconoce de qué cosa es imagen. Otro /
género se da cuando la cosa es patente para el alma, aun-
que esté cerrada para la percepción, así como lo es la
imagen de un hombre en las tinieblas: en efecto, cuando
haya aparecido a los ojos, el alma no dudará en nada
que es la image n de un hombre. El tercer género es en el
que también se esconde para la percepción lo que no
sobresaldría para el alma aunque se descubriera. Este
género es el más oscuro de todos, como si se esperara que
alguien que no conoce una manzana reconociera aquella
imagen de la manzana roja, incluso en las tinieblas .

Ahora dirige tu alma a las palabras de las cuales las an-


20 teriores son analogías. Supón que cierto gramático,/ ha-
biendo reunido a sus discípulos y hecho silencio, hubiera
dicho con voz baja «vino». Al ser esto dicho por él, quie-
nes se sentaron cerca lo oyeron suficientemente; quie-
nes más lejos, poco; en cambio, quienes [se sentaron]
lejísimos no fueron afectados por ninguna voz en abso-
luto. Sin embargo, de los que estaban más lejos, una par-
te sabía qué era vino, ignoro por qué razón; la otra parte
no lo sabía. Verdaderamente, a aquellos quienes bien
habían captado la voz del maestro se les ocultaba com-
pletamente qué era vino. Todos estaban impedidos por
la oscuridad. 4 Y aquí ya captas todos aquellos géneros
de oscuridad. En efecto, quienes no dudaban nada de lo
25 escuchado, padecían de aquel primer género,/ al cual es
análogo [el ejemplo de] la manzana roja para los que no
la conocen pero [está] pintada en la luz. Quienes cono-
cían la palabra pero no habían captado totalmente la voz
por los oídos [o la habían captado] poco, padecían de
aquel segundo género, al cual es análoga la imagen del
hombre, pero no en lo visible, sino en un lugar totalmen-

4 En la traducción del fragm ento comprendido entre las línas [14], 22 y [1 4], 24 se utilizó la fuente
alterna de Pinborg. Véase texto latino.

84
PRINCIPIOS DE DIALÉCrICA

te oscuro. Pero quienes no sólo eran desconocedores de


la voz, sino también de la significación de la palabra, es-
taban envueltos por la ceguera del tercer género, que es
[15] en general el peor. Sin embargo, / ese cierto oscuro se-
mejante a lo ambiguo que fue mencionado, puede cap-
tarse en aquellos discípulos por quienes la palabra era
ciertamente conocida, pero no habían percibido ningu-
na voz en absoluto, o no del todo clara. Por lo tanto,
evitará todos los géneros oscuros de hablar, quien use
tanto una voz suficientemente clara, como una pronun-
ciación no confusa y palabras muy conocidas.
Mira ahora en el mismo ejemplo del gramático hasta qué
punto son impedimento de distinto modo la ambigüe-
dad de la palabra y hasta qué punto la oscuridad. En
5 efecto, imagina que aquellos que estaban presentes / per-
cibieron también suficientemente la voz del maestro y
que aquel enunció una palabra que era conocida por to-
dos; por ejemplo, haz de cuenta que él ha dicho «gran-
de» [magnus] y que después hizo silencio. Atiende qué
incertidumbre padecen habiendo oído este nombre.
lQué si [el maestro] ha de decir: «l Qué parte de la ora-
ción es? »? lQué si ha de indagar de la métrica: «lQué
pie es? »? lQué si ha de interrogar acerca de la historia,
por ejemplo: «lCuántas guerras gestó el gran Pompe-
yo ?»? l Qué si ha de decir: «por su don para inmortali-
zar cantos, Virgilio es casi el único gran poeta»? lQué si
tiene la intención de censurar la negligencia de los discí-
10 pulos y enseguida pronuncia estas palabras: / «Üs inva-
dió una gran pereza para el estudio de la disciplina.» ?
Disipadas las nieblas de la oscuridad, l acaso no ves aque-
llo que se dijo arriba, como si se mostrara una multifur-
cación? En efecto, esta sola [palabra] que se dijo, esto
es, 'grande' [magnus], tanto es nombre, como es pie tro-
queo, como es Pompeyo, como es Virgilio y como la pe-
reza de la negligencia. Y si algunas otras o innumerables
cosas no fueron señaladas, sin embargo, éstas pueden
ser entendidas por aquella enunciación de la palabra.

85
AGUSTÍN IJE Hll'ONA

CAPÍTULO IX . Dos GÉNEROS DE AMBIGÜEDADES.

Y así fue dicho muy correctamente por los dialécticos que


15 toda palabra es ambigua. No se deje de lado que / Hor-
tensia en Cicerón critica de esta manera: «Ellos afirman
que se atreven a explicar las cosas ambiguas claramente.
Del mismo modo dicen que toda palabra es ambigua,
por lo tanto, ¿de qué manera explicarán las palabras
ambiguas con palabras ambiguas? Pues esto es llevar una
luz extinta en las tinieblas». Fue dicho, sin duda, fácil y
astutamente. Pero esto es lo que en el mismo Cicerón
dice Antonio a Escévola: «En fin, parece como si habla-
ras elocuentemente a los sabios y verdaderamente a los
necios» (Cicerón, De Gratare, 1-10, 44). En efecto, ¿qué
20 otra cosa hace Hortensia en el pasaje aquel, sino / derra-
mar la oscuridad como una mera y suave bebida a los
ignorantes, con la agudeza del ingenio y el donaire del
[16] discurso? En efecto, lo que fue dicho, que toda palabra /
es ambigua, se afirmó sobre las palabras tomadas aisla-
damente. Sin embargo, se explican las palabras ambi-
guas discutiendo y nadie en verdad discute con palabras
tomadas aisladamente. Por lo tanto, nadie explicará las
palabras ambiguas con palabras ambiguas. Y, sin embar-
go, como toda palabra sea ambigua, nadie explicará una
palabra ambigua sino con palabras, pero ahora entrela-
zadas, las cuales ya no son ambiguas. En efecto, como si
se dijera: «Todo soldado es bípedo», no por esto se se-
1416 s guiría que todo el escuadrón de soldados // bípedos / se
constituye así, [es decir, bípedo]. Así, cuando afirmo que
toda palabra es ambigua, no afirmo que la oración ni la
discusión lo sean, aunque éstas estén tejidas con pala-
bras. Por lo tanto, toda palabra ambigua será explicada
con una discusión que no es ambigua.

Ahora veamos los géneros de ambigüedades, que en pri-


mer lugar son dos: uno que causa duda entre las pala-
bras que sólo se escriben; el otro, entre las palabras que
además se dicen. Pues si alguien escucha «agudeza» , y si
alguien lo leyera, podrá tener incertidumbre a no ser que

86
PRJNCIPIOS DE DIALÉCTICA

lo aclare por la oración, bien haya sido escrita o dicha la


agudeza del escuadrón o la agudeza de la espada o de
10 los ojos. / Pero, en verdad, si alguien encuentra escrita,
por ejemplo, 'leporem' [donaire/ liebre] , y no aparece en
qué oración ha sido puesta, dudará realmente si la pe-
núltima sílaba de esta palabra deba ser prolongada a
partir de 'lepos' [donaire] , o abreviada de esta que es
'Iepus' [liebre]. A saber, no aparecerá ambigüedad, si el
caso acusativo de este nombre se percibe en la voz del
hablante. Porque si alguien dice que el que habla pudo
haber pronunciado mal, ya no es por ambigüedad, sino
por oscuridad, que el oyente estaría impedido. Sin em-
bargo, a partir de aquel género que es similar a lo ambi-
guo, puesto que la palabra fue pronunciada en mal latín,
15 /ésta no lleva al que piensa a diversas nociones, sino lo
impele a aquello que se le presenta.
Por lo tanto, como estos dos géneros se distinguen entre
sí de muchas formas, el primer género vuelve a estar di-
vidido en dos. Pues si se dice cualquier [palabra] y pue-
de entenderse por diversas cosas, estas mismas se
entienden, a saber, o bien por un solo vocablo y por una
interpretación, o bien se aprehenden tan sólo por un
vocablo, pero se explican por diversas aclaraciones.
Aquellas que puede incluir una sola definición se llaman
unívocas; sin embargo, las que es necesario definir de
manera diversa bajo un solo nombre tienen el nombre
20 de equívocas. Por consiguiente, / consideremos primero
las unívocas. Ilústrese con ejemplos de qué manera se
ha puesto ahora en claro este género. Cuando decimos
«hombre», decimos tanto niño como joven como ancia-
no, tanto necio como sabio, tanto grande como peque-
ño, tanto ciudadano como peregrino, tanto citadino como
campesino, tanto el que ya existió como el que ahora
existe, tanto el sentado como el que está de pie, tanto el
rico como el pobre, tanto el que hace algo como el ce-
sante, tanto el feliz como el melancólico, o ni lo uno ni lo
otro. Pero en todas estas dicciones no hay nada que no
25 reciba el nombre de hombre, / aunque también esté en-

87
AGUSTi N DE Hll'ONA

cerrado por la defini ción de hombre. E n efecto, la defi-


[17] nició n de hombre es «anim al racional / mortal»; por lo
tanto, cualqui era no pu ede decir que tan só lo el jove n es
animal racional mortal y qu e no tambi én el viejo y el
nifi o, etc. O qu e tan sólo lo es el sabio y no tambi én el
necio. Por cierto, tanto éstas corn o las demás que fue ron
enunciadas, así corn o [están contenid as] en el nombre
de hombre, así tambié n están contenidas en la defini-
ción. E n efecto, sea púber, sea necio, sea pobre o aun
durmie nte, si no es anim al racion al mortal, tampoco es
homb re. Pero como es hombre, entonces es necesario
5 que esté contenido en aquella definici ón. / Y sin duda
nada sobre las otras es ambiguo. Sin embargo, pu ede
dud arse del nifio pequefi o o necio, o del enteramente
tonto, o de un durmiente, o de un ebrio o arrebatado,
cóm o pu eden ser animales racion ales. Aunque se puede
defender esto, sin embargo , es demorado para alguien
afan ado por otros asuntos. Frente a lo que se trata, esto
es suficiente. Esta definici ón de hombre no es correcta,
a menos que tanto todo el hombre esté contenido e n
ell a, co mo nada excepto el hombre. Por lo tanto, son
unívocas estas palabras que no sólo están cubiertas bajo
un único nombre, sino también bajo un a sola definición
del mismo nombre, aunqu e tambi én pu edan ser distin-
10 guidas entre sí, / tanto por los nombres propios como
por las definiciones. E n efecto los nombres ' púber', 'ado-
lesce nte', ' rico' y 'pobre', 'libre' y 'escl avo ' - y si se da
algun a otra de las dife rencias- son dive rsos, y por esto
tendrán definicion es propias entre sí. Pero como éstos
tienen un nombre común que es 'hombre', así también
la definición animal racional mortal es la única [defini -
ción] común.

CAPÍTULO X. DIFERENTES AMB IG ÜEDA DES A


PA RTI R DE EQU ÍVOCOS.

Veamos ahora los equívocos en los que el enredo casi


infinito de las ambigüedades form a un a selva. Intentaré,

88
PRINCJ/' IOS /JE DIALÚTICA

sin embargo, distinguirlos en géneros determinados. Mas


tú juzgarás si mi talento logra mi propósito. En primer
15 lugar se dan tres géneros de las ambigüedades / que se
originan, entonces, a partir de equívocos: uno a partir
del arte, otro a partir del uso, el tercero a partir de am-
bos. Hablo ahora [de las ambigüedades que se originan]
a partir del arte, por causa de los nombres que se ponen
a las palabras en las disciplinas que tratan de las pala-
bras. En efecto, qué es equívoco se define de una forma
1417 entre los gramáticos y de otra // entre los dialécticos. Y
sin e mbargo, este solo nombre que digo «Tulio», es tan-
to nombre, como pie dáctilo, como equívoco. Así pues,
si alguien me pide que defina qué es 'Tulio', contesto
con la explicación de cualquier noción. Puedo, en efec-
to, decir correctamente que 'Tulio' es el nombre con el
20 que se significa a cierto hombre, el más grande / orador,
quien siendo cónsul oprimió la conjuración de Catilina.
Atiende con sutileza que yo haya definido el mismo nom-
bre. En efecto, si el mismo Tulio, si viviera, hubiera po-
dido serme mostrado con un dedo, habría sido definido,
y yo no diría «Tulio es el nombre con el que se significa
un hombre», sino que diría «Tulio es un hombre» , y así
añadiría lo demás. Igualmente, podría contestar que este
nombre 'Tulio' es el dáctilo que consta de estas letras.
En efecto , conviene aceptar el hecho de que tiene estas
letras. En efecto, es válido decir que 'Tulio' es una pala-
bra por la que todas las que fueron dichas antes, y si algo
distinto se puede encontrar, se hacen equívocas entre sí
25 en relación con esta misma. / Si me fue posible, en con-
secuencia, definir este nombre que dije «Tulio» en for-
ma tan variada según el léxico de las artes, por esto
pregunto: ¿podemos dudar que hay un género de ambi-
güedad que proviene de los equívocos, que puede decir-
se con razón que procede del arte? Dijimos, en efecto,
que son equívocas las que no se pueden tener bajo un
solo nombre, así como tampoco bajo una sola definición .

Ahora mira el otro género que afirmamos que viene del


uso corriente de hablar. Llamo 'uso', entonces, a aquella

89
AG USTÍ N DE HIPONA

palabra por la que conocemos las palabras. En efecto,


30 ¿quién inquiere y reflexiona sobre las palabras a causa de /
[18] las palabras? Imagina pues, ahora,/ que alguien [la] es-
cuche de tal modo que le sea conocida. Aunque nada
indague sobre las partes de la oración, o sobre las canti-
dades métricas, o sobre alguna disciplina de las palabras,
sin embargo, cuando se dice «Tulio», puede ser todavía
detenido por la ambigüedad de los equívocos. En efec-
to, con este nombre puede significarse, tanto aquel mis-
mo que fue el más grande orador, como su imagen
pintada o su estatua, así como el libro en el que se guar-
dan sus escritos, y aun si hay algo de su cadáver en el
sepulcro. En efecto, decimos por diversas razones «Tulio
5 liberó la patria / de la destrucción» y «El Tulio de oro
permanece en el capitolio» y también «Todo Tulio debe
ser leído por ti» , así como «Tulio fue sepultado en este
lugar». En efecto, es un solo nombre, pero todos estos
asuntos deben ser explicados con diferentes definicio-
nes. Por lo tanto, éste es el género de los equívocos en el
que ya ninguna ambigüedad se origina a partir de la dis-
ciplina de las palabras, sino a partir de las cosas mismas
que son significadas.

Y si ambas confunden al oyente o al lector, o bien lo que


se dice a partir del arte, o bien a partir del uso corriente
de hablar, ¿no será conveniente enumerar un tercer gé-
nero? Cuyo ejemplo, sin duda, aparece claramente en la
[siguiente] oración, como si alguien dijera: «Muchos es-
10 cribieron en metro dactílico, como / Tulio». Pues es in-
cierto aquí si 'Tulio' fue puesto como ejemplo de pie
dáctilo o como ejemplo de poeta épico5, de los cuales el
primero se da a partir del arte, el segundo a partir del
uso corriente de hablar. Pero en las palabras simples tam-
bién sucede [lo mismo], aun cuando el gramático enun-
cie sólo la voz de esta palabra [Tulio] a los discípulos que
escuchan , como mostramos arriba. Por lo tanto, así como
estos tres géneros difieren entre sí por evidentes razo-

5 El poema épico se escribe en metro dactílico.

90
PRtNCll'IOS DE DtALÉ(TI G I

nes, el primer género se divide, a su vez, en dos. En efec-


to, cualquier cosa que genera ambigüedad de las pala-
bras a partir del arte puede tomarse en parte como
15 ejemplo de sí y en parte / no. En efecto, cuando defino
qué significa 'nombre', puedo poner esto mismo como
ejemplo, porque cuando digo «nombre» ciertamente es
nombre. En efecto, se declina con esta norma por casos,
al decir «nombre» [nomen], «del nombre » [nominis] ,
«para el nombre» [nomini] , etc.

Igualmente, cuando defino qué significa 'dáctilo', esto


mismo puede darse como ejemplo, y sin duda cuando
decimos «dáctilo» enunciamos una sílaba larga y luego
dos breves. Sin embargo, en verdad, cuando se define
qué significa 'adverbio', no puede decirse esto mismo
como ejemplo, pues, en efecto, cuando decimos «adver-
20 bio» /, esto mismo que se ha enunciado es un sustantivo.
Así, según un sentido, 'adverbio' es ciertamente adver-
bio y no es sustantivo; en verdad, según otro, 'adverbio '
no es adverbio, ya que es sustantivo. Igualmente, cuan-
do se define qué significa 'pie crético', no puede este
mismo darse como ejemplo. En efecto, esto mismo que
se enuncia cuando decimos «Crético» consta de una pri-
mera sílaba larga y luego de dos breves. Sin embargo, lo
que esta palabra significa es que hay una sílaba larga,
una breve y una larga. Y así se da aquí según un sentido
25 que 'crético' no es nada salvo crético, y no es dáctilo; / en
1418 verdad, según otro, 'crético' no es crético, ya que es //
dáctilo.

Por lo tanto, el segundo género, que como ya se dijo tie-


ne que ver con el uso de hablar, ahora independiente de
la disciplina de las palabras, tiene dos formas. Pues los
equívocos mencionados provienen o del mismo origen o
de diverso. Digo que son del mismo origen cuando están
contenidos en un solo nombre y no bajo una sola defini-
ción. Sin embargo, manan como de una sola fuente, como
[19] lo es / el que 'Tulio' pueda ser concebido como hombre y
estatua y códice y cadáver. Ciertamente, estas [palabras]

91
AGUSTÍN DE H1PONA

no pueden estar cubiertas bajo una sola definición; pero,


no obstante, tienen una sola fuente, a saber, el hombre
real mismo de quien es tanto aquella estatua, como aquel
libro y aquel cadáver.

Afirmo que son de origen diverso, como cuando deci-


mos «nepos» [nieto/ derrochador], que por causa de tan
diverso origen significa hijo del hijo y derrochador.

Así pues, mantengamos esto separado, y fíjate en aquel


5 género que llamo del mismo origen, el cual también /
está dividido: efectivamente se divide en dos, uno de los
cuales sucede en la traslación y el otro en la declinación.
Llamo ' traslación' cuando: O bien un nombre se da a
muchas cosas por similitud, como por ejemplo 'Tulio',
que se dice tanto de aquel en quien se dio gran elocuen-
cia, como de su estatua. O bien cuando la parte es nom-
brada a partir del todo, como cuando se puede llamar a
su cadáver «Tulio». O bien a partir de la parte el todo,
como cuando llamamos «techos» a todas las casas. O por
el género la especie; en efecto, los romanos llaman «pa-
labras» principalmente a aquellas con las que hablamos;
mas, sin embargo, son propiamente nombradas «pala-
bras» aquellas que declinamos según modos y tiempos.
10 O / por la especie el género; en efecto, cuando se llaman
«escolásticos» no sólo propiamente, sino también pri-
meramente, los que todavía están en la escuela y, no
obstante, todos quienes viven de las letras utilizan este
nombre. O de la causa el efecto, como «Cicerón» que es
un libro de Cicerón; o del efecto la causa, como 'terror'
porque produce terror. O por lo que contiene aquello
que es contenido, como se llama también «casas» a los
que están en la casa; o viceversa, como cuando se llama
«Castañas» al árbol y a sus frutos. O si se puede encon-
trar cualquier otro que sea nombrado a causa del mismo
15 origen, como por traslación. Ves qué genera,/ a mi pare-
cer, la ambigüedad en las palabras. Pero las palabras que
pertenecen al mismo origen, que decimos que son ambi-
guas por la naturaleza de su declinación, son éstas: Haz

92
PRJNCIPIOS DE DIALÉCTIC I

de cuenta, por ejemplo, que alguien dijera <<pluit» [llue-


ve, llovió o ha llovido] Y verdaderamente estas palabras
han de ser definidas de diversa manera. Igualmente,
cuando [alguien] dice «Scribire» [escribir] es incierto si
ha sido pronunciado un infinitivo activo o un imperativo
pasivo. 6 'Hombre', aunque sea un solo nombre y una sola
expresión, no obstante, es una cosa a partir del nomina-
tivo y otra a partir del vocativo. Es más, la enunciación
de la palabra 'doctius' [más sabio que] y 'docte' [sabia-
mente] es diferente. Una cosa es 'doctius' [más sabio
que] cuando decimos «un esclavo más sabio que
20 [doctius ]... » / y otra cuando decimos que «discutió más
sabiamente [doctius] que aquél». Por consiguiente, la am-
bigüedad se origina por la declinación, pues ahora llamo
'declinación' todo lo que sucede al hacer flexión de las
palabras, ya sea por medio de las voces o por las signifi-
caciones. 'Este sabio' [lúe doctus] y 'oh, sabio' [docte] está
flexionado solamente por las voces. 'Este hombre ' [hic
homo] y 'oh hombre' [homo] según sus meras significa-
ciones. Pero discutir y perseguir minuciosamente el gé-
nero de esta clase de ambigüedades es casi infinito. Así
pues, hasta aquí bastó haberte dado a conocer este pun-
to, en especial para tu entendimiento.

Observa ahora aquellas que provienen de diverso ori-


25 gen, pues ellas mismas están divididas, / además, en dos
formas principales, de las cuales una es la que atañe a la
diversidad de las lenguas, como cuando decimos «ese»
[iste ]. Esta expresión significa una cosa entre los griegos,
otra entre nosotros. 7 Sin embargo, es un género que no
[20] todo [hombre] conoce, puesto que / no es claro para cual-
quiera, salvo para alguien que haya conocido las lenguas
o que discutiera sobre lenguas. Otra forma es aquella

6 El verbo scribo, es, ere, ipsi, iplllm [escribir] tiene la misma forma para el infinitivo activo y el
imperativo pasivo: sC1ibere.
7 Jste en latín corresponde al nominativo singular masculino del pronombre demostrativo de segun-
da persona [iste, ista, istu ]. En griego corresponde foneticamente al imperativo presente de la
segunda persona en singular del verbo ei µ l [í a ee sé.J,

93
AG USTi N OE HIJ>ONA

que, en efecto, genera ambigüedad en una lengua, pero


por el origen diverso de aquello que es significado por
un solo vocablo, como aquel de ' nieto ' que expusimos
arriba. Este de nuevo se divide en dos. O bajo el mismo
género gramatical, así como 'nieto', que es sustantivo
cuando significa hijo del hijo y cuando significa derro-
5 chador; o bajo diversos / [géneros gramaticales], como
cuando fue dicho por Terencio

«lCómo sabes entonces tú de esto [istuc] si no lo has


experimentado?» (Terencio, Andrónico, Act.3 , ese 3,
v. 33)

'Esto' [istuc] es pronombre y también 'esto' [istuc] es ad-


verbio. Ahora bien, es por uno y otro, por el arte y por el
uso de las palabras, que habíamos establecido un tercer
género en los equívocos; tantas formas de ambigüeda-
des pueden existir como habíamos establecido en las dos
anteriores. Por consiguiente, resta aquel género de lo
1419 ambiguo // que se encuentra sólo en la escritura, del cual
se dan tres especies. En efecto, tal género de lo ambiguo
10 se da, o bien por la cantidad / de las sílabas, o bien por su
acento, o bien por los dos. Por un lado, por la cantidad,
como cuando es escrito «venit» [viene]. Es incierto en
relación con el tiempo gramatical, debido a que la canti-
dad de la primera sílaba está oculta. Por el otro, por el
acento, como cuando se escribe 'pone' [detrás/pon]. Es
incierto por el lugar oculto de su acento si viene de lo
que es 'pon', o como cuando se dice:

1420 // «Siguiendo detrás [pone], porque Proserpina impuso


esta ley» (Geó1gicas. Lib. 4, v. 487).

Y en realidad se da a partir de los dos, como dijimos


arriba sobre 'lepare', pues no sólo la penúltima sílaba de
esta palabra está alargada, sino también acentuada por
el hecho de que está declinada a partir de 'donaire' [lepas]
15 y no/ de 'liebre' [lepus].

94
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN:
EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

FELIPE CASTAÑEDA
1 EL AGUSTÍN DE WITTGENSTEIN

Las referencias a la filosofía del lengu aje de Agustín en las In vesti-


gaciones Filosóficas cumplen la función de servir como ejemplo de
lo qu e sería el modelo de concepción del lenguaje y del significado
que Wittgenstein pretende criticar. 1 D e esta forma, mal se podría
pensar que se pueden entender como el resultado de un «estudio»,
por llamarlo de alguna manera, de los planteamientos de Agustín
sobre el lenguaje. Parece que Wittgenstein se apoyó principalmente
en algunos apartes de las Confesiones, que muy probablemente no
consideró al De Magistro 2 , ni al De Doctrina Christiana , como tam-
poco a los Principia Dialecticae, por mencionar tan sólo algunos tex-
tos de Agustín pertinentes al tema. Esto indica que no tiene mayor
sentido cuestionar la posición de Wittgenstein en relación con
Agustín, alegando que presenta una visión sesgada y parcial del asun-
to. Sin embargo, en todo caso se puede afirmar que en Wittgenstein
se encuentra una interpretación de los planteamientos de Agustín
sobre el lenguaje, y qu e se trata no de una cualquiera, sino de un a
versión que ha hecho carrera en función tanto de la profunda in-
fluencia de las Investigaciones como del relativo desconocimiento
de Agustín.

Uno de los aspectos notables de esta lectura tiene que ver, visto por
encima, con el siguiente razonamiento:

El significado de las palabras se establece por algún procedimiento


de aprendizaje ligado con la ostensión de objetos. 3 D e lo anterior se
infiere que el significado de las palabras tiene que ver principal-

Wittgenstein, L. , 111 vestigacio11es filosóficas (IF), UNAM, Editorial Crítica, México, 1988, num . 1:
«En estas palabras (Agustín, Confesiones !, 8] obtenemos, a mi pa recer, un a determinada figura
de la esencia del lenguaje humano».
2 Von Savigny, Eike: Wirrge11stei11s «Philosophische U111ers11ch1111ge11". Ei11 Kommentar fiir Lesei: Tomo
1, Frankfurt am Main, 1994, PU. 37: «En relación con la pregunta acerca de si Wittgenste in le
hace justicia a Agustín, confrontar Burnycat 1987 (pg. 9-1 4, 22-24) fWillgenstein ami A11g11stine De
Magistro, Proc. A risl. Soc. Suppl. 6 1, 1-24] , as unto éste que es irrelevant e para la inte rpretación
[del primer numera l de las In vestigaciones] , porque Wittgenstein, evidentemente, no conoció la
teoría del lenguaje del De Magistro.
3 IF, num. 1: «[Wittgenstein cita ndo a Agustín en Confesiones !, 8] Cuando ellos (los mayores)
nombraban algun a cosa y consecuentemente con esa ape lación se movían hacia algo, lo veía y
comprendía que con los sonidos que pronunciaban llamaban e llos a aq uella cosa cuando preten·
dían señalarla».
FELIPE C ASTAÑEDA

mente con los objetos que les son asociados, es decir, que el signifi-
cado de una palabra es el objeto por el que está la palabra. 4

De esta forma, las oraciones se pueden concebir, a su vez, como


interrelaciones de palabras. 5 Dicho de otra manera, primero se van
aprendiendo palabras y después cadenas de palabras. En consecuen-
cia, entender una oración presupone comprender el significado de
cada una de sus palabras componentes. Y también: la posibilidad
de entender una oración depende de la comprensión que se tenga
de las palabras que en principio la constituyen. Por lo tanto, si no se
comprenden aisladamente las palabras que componen una deter-
minada oración, no se puede comprender la oración misma.

Sin embargo, no es viable pensar que se pueda establecer el signifi-


cado de una palabra de una manera inequívoca o no ambigua mera-
mente por medio de ostensiones, puesto que en toda ostensión
siempre parece haber Ja posibilidad de indeterminación en relación
con el eventual referente. 6

Siendo así las cosas, como la comprensión de la oración depende de


la posibilidad de comprender el significado de las palabras por sí
mismas, como éste tiene que ver con la determinación de los obje-
tos que en principio representan y, puesto que la ostensión no pue-
de garantizar fiabilidad del objeto que en principio debe ser referido,
este planteamiento sobre el significado parece desafortunado. 7 Di-
cho de otra manera, el expediente de Ja ostensión resulta insuficien-

4 IF, num. 1: «Cada palabra tiene un significado. Este significado está coordin ado con la palabra. Es
el objeto por el que está la palabra».
5 IF, num . 1: «Las palabras del lenguaje nombran objetos -las oraciones son combinaciones de esas
denominaciones» .
6 IF, nurn . 33: «« iNo es verdad que ya te nga uno que dominar un juego de lenguaje a fin de entender
una definición ostensiva, sino que sólo tiene -evidentemente- que sabe r (o conjeturar) a dónde
señala el que explica! Si, por ejemplo, a la form a del obj eto, o a su color, o al número, etc., etc.»
-l Y en qué consiste eso- 'sefialar la forma ', 'señalar el color'? iSeñala un trozo de papel! - iY
ah ora se ñala su forma, ahora su color, ahora su número (esto suena ra ro)! »». También en IF, num.
28: «E igu almente, cuando explico ostensivamente un nombre de persona, él podría considerarlo
como nombre de un color, como designación de una raza e incluso corno nombre de un punto
cardinal. Es decir, la definici ón ostensiva puede en todo caso ser interpretada de maneras diferen-
tes». (Las cursivas son de Wittgenste in).
7 IF, num 30: «Se podría, pues, decir: La definición ostensiva explica el uso -el significado- de la
palabra cuando ya está claro qué papel debe jugar en general la palabra en el lenguaje» .

98
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AG USTÍN

te, de por sí o de manera aislada, para dar cuenta del significado de


las palabras, puesto que implica ambigüedad en la determinación
del objeto que en principio debería estar en capacidad de referir.
En conclusión, se lo debe rechazar como criterio principal para dar
cuenta del significado de las palabras8 . En los casos en los que even-
tualmente tenga sentido afirmar que juega algún papel se lo debe
acompañar y complementar con otras consideraciones -previo do-
minio de parte del lenguaje, conocimiento de algunas de sus reglas,
etc. Además, la comprensión de oraciones no depende principal-
mente de la comprensión del significado de las palabras de manera
aislada, o si se quiere, la comprensión de una jugada sólo es posible
en el contexto de la comprensión del juego como tal.

Agustín obviamente no leyó a Wittgenstein, pero sí se dio cuenta de


que sus planteamientos acerca del significado ligados a la represen-
tación de objetos implicaban amb igüedad en la determinación de
los referentes, al punto que es éste uno de los asuntos a los que más
le dedica espacio en sus Principia Dialecticae y a los que más impor-
tancia le da en su De Doctrina Christiana. Esto da pie para plantear
las siguientes preguntas: lcómo hizo compatible Agustín sus plan-
teamientos básicos acerca del significado de las palabras con la am-
bigüedad que necesariamente parecen implicar? lHasta qué punto
resulta válido afirmar en Agustín que la comprensión de un lengua-
je, o de un texto, o de una frase depende en últimas de la compren-
sión de palabras aisladas? lEn qué medida se puede sostener que el
procedimiento de determinación de referentes por ostensión juega
un papel principal en su concepción general del significado?

Por otro lado, si efectivamente es posible, desde Agustín, superar


los problemas de comprensión generados por la ambigüedad pro-
pia de todo significado que de alguna manera suponga referencia,
len qué medida se puede afirmar, a título de hipótesis, que en las
consideraciones de Agustín ya se presentaban propuestas asimilables
a las de Wittgenstein? O dicho de otra manera, lhasta qué punto se
puede hablar del Wittgenstein de Agustín ?

8 IF, num. 40: «Es importante hacer constar que Ja palabra «Significado» se usa ilícitamente cuando
se designa con ella Ja cosa que 'corresponde' a la palabra» .

99
Finalmente, ya que en Agustín se presenta una relación importante
entre creencia y la posibilidad de comprender proposiciones, así
como de distinguir entre significación propia y figurada, habría sido
altamente interesante encontrar referencias de Wittgenstein al res-
pecto, entre otras razones, por la importancia que él mismo le dio al
vínculo entre comprensión de lenguaje, aceptación de verdades e
imagen de mundo, especialmente en su De la certeza. Obviamente,
esto habría permitido completar el cuadro de la lectura de Witt-
genstein sobre Agustín. Como no hay referencias explícitas de este
último al respecto, habrá que contentarse con notar ese vacío. En
todo caso, los planteamientos de Agustín en relación con este asun-
to pueden ayudar a intentar contestar las preguntas ya mencionadas
de una manera más completa e integral, puesto que, como se mos-
trará más adelante, la confusión entre significación propia e impro-
pia genera o presupone cierto tipo de ambigüedad.

E l ensayo seguirá el siguiente orden: en los num erales 11 a IV se estu-


diará el tema de la ambigüedad según los Principia Dialecticae. Pri-
mero se distinguirá entre ambigüedad y oscuridad y se adelantarán
algunas indicaciones sobre la definición de 'palabra', en el contexto
de la manera como Agustín entiende el proceso de la comunicación.
Después se pasará propiamente al asunto de la ambigüedad, expli-
cando la tesis de Agustín según la cual toda palabra es ambigua, con
la intención de indicar posibles implicaciones de este planteamien-
to. A continuación se llevará a cabo una aplicación de estas ideas en
relación con la interpretación del pasaje Confesiones, I, 8. Para con-
cluir esta primera parte, se considerará la relación entre ambigüe-
dad y dialéctica, para de esta forma pasar a los problemas de
comprensión y ambigüedad en el De Doctrina Christiana -numera-
les V a VIII. Conviene advertir que se trata de un texto posterior. 9
Este trabajo no atenderá a las eventuales variaciones en las posicio-
nes filosóficas de Agustín durante ese lapso, sino que tan sólo pre-
tenderá adelantar un rastreo del problema en cuestión pasando de

9 El Principia Dialccricae fue escrito hacia el año 387. Cf. Ruef, Hans: Ag11sti11 iiber Semiotik 111"/
Sprache - Sprachtheoretische Analysen zu Augustins Schriji «De Dialectica» mir ein er deutschen
Übersetzung, Be rn, 198 1, pg. 12. El De Doctrina Christiana en los años 396-7. Cf. Agustín: Del
orden, en Obras Completas de San Agustín, Tomo !, Madrid, 1994, pg. 385, Apéndice lll, Cuadro
cronol ógico de las obra s de San Agustín.

100
A,\'1BIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

una obra a otra. Primero se expondrá la manera como Agustín en-


tendió, en términos generales, la ambigüedad en este otro escrito,
centrando la atención en la distinción entre sentido propio y meta-
fórico o trasladado. Después se esbozarán las distinciones generales
entre signo y objeto a partir de las nociones de lenguaje natural y
convencional. Sobre esta base, se mostrarán los problemas de com-
prensión concretos que se desprenden de la confusión entre sentido
propio y trasladado: la «esclavitud de los signos». Para esto será
necesario ir sobre la concepción general de las cosas. Finalmente,
se trabajará sobre las reglas que Agustín propone para resolver este
tipo de dificultades.

11 AMBIGÜEDAD Y OSCURIDAD EN LOS PRINCIPIA


DIALECTICAE 10

Antes de entrar propiamente al tema de la ambigüedad, de la rela-


ción entre concepción del significado y ambigüedad, así como al de
las eventuales estrategias para evitarla según la mencionada obra,
conviene introducir el asunto de la oscuridad de las palabras, no
sólo porque Agustín se preocupa por distinguir entre una y otra,
sino porque permite sentar una base acerca de la manera como con-
cibió el significado de las palabras.

En términos generales se puede decir que la ambigüedad y la os-


curidad difieren por lo siguiente: esta última tiene que ver con
obstáculos de comprensión que se generan bien sea por proble-
mas de percepción de signos emitidos 11 , bien sea por desconoci-
miento o ignorancia del significado de los signos emitidos y
adecuadamente percibidos 12 , bien sea porque a Ja vez se presentan
tanto problemas de percepción como de entendimiento de su sig-

JO Se to ma como referencia Ja ed ición de J. P. Migne, Bibliothecae Cle ri Uni versae de 1877, Tomo
XXX II de la Patrología latina, abreviat ura PD.
1 l «Alterwn genus est ubi res animo pateret, nisi sensui clauderetw; sicut est ham o pictus in tenebris: nam
ubi oculis appa111erit, nihil animus ho111i11e111 pic111111 dubitabit. • PD, 14 15.
12 «... wzttm est quod sensui pater, animo c/ausum est; tanquam si quis malum punicum pictum videat,
qui neque viderit aliquando, nec omnino qua/e esset audieril; non oculorwn est, sed animi, quod
cujusce rei pictura sir, nescit.» PO , 1414s.

101
FELll'E CASTAÑEDA

nificado 13. La ambigüedad hace referencia a la incomprensión que


se puede dar por la dificultad de determinar adecuadmente el sig-
nificado del signo frente a múltiples posibilidades de significación:
... en lo ambiguo se muestran muchas cosas, de las cuales se ignora
qué ha de ser más aceptado; en cambio, en lo oscuro no aparece
nada, o muy poco que se muestre. 1.¡

En consecuencia, cuando se habla de «ambigüedad» no se incluyen


factore s que indiquen ignorancia del lenguaje por parte de los
hablantes, ni aspectos circunstanciales ligados con dificultades
perceptivas. Dicho de otra manera, la ambigüedad supone tanto
hablantes competentes como situaciones de percepción adecuadas
frente a la emisión y recepción de signos emitidos.

Sin embargo, la diferencia también se podría plantear así: en la os-


curidad se ve demasi ado poco, en la ambigüedad se ve más de lo
requ erido. Siguiendo la metáfora de los caminos de Agustín: mien-
tras que un caminante no puede encontrar la senda que pretende
seguir porque sencillamente no se le presenta alternativa alguna, se
puede pensar en otro, que tampoco la encuentra, pero porque se le
aparecen demasiadas. Agustín lo plantea en términos de la tiniebla
o de la niebla, que puede tener por efecto que se suspenda el cami-
no, pero también suponiendo cruces de caminos o multifurcaciones
que pueden llevar a lo mismo. 15 Esto mismo visto más en términos
del proceso de comunicación y de la concepción de las palabras, se
puede plantear de la siguiente manera:

'Palabra' es el signo de una cierta cosa que puede ser entendida


por el que escucha y proferida por el que habla. 16

13 (( Tertiwn genus est, in quo etiam sensui absconditw; quod tamen si nudaretw; nihil magis animo
emineret: quod genus est omnium obscurissinwm, llf si imperitus malwn illud punicw n pictum etiam
in tenehris cogeretur agnoscere.» PO , 1414.
14 «( .. ) i11 a111biguo plum se oste11du111, quorum quid potius accipie11du111 sit ig11oratur (... ).» PO , 1414.
15 «Sed ubi parwn est quod apparet, obscumm est ambiguo simile: velwi si quis i11gredie11s ite1; excipiatur
aliquo bivio, ve/ trivio, ve/ etiam, ut ita dicam, multivio loco, sed densitate nebulae nihil viarum quod
es1 eluceat: ergo a pergendo, prius obscuritate tenetw:»
1

16 «Verbum es/ uniuscujusque rei sig11u111, quod ab audie111e possit intelligi, a loque/1/e prolatum.» PO,
14 10.

102
AMBIGÜEDAD .y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

Según esto, las palabras no son meramente signos de cosas, sino


también algo que debe poder ser expresado por el hablante y enten-
dido por el oyente. Este es un rasgo del planteamiento de Agustín
que vale la pena resaltar: las palabras se conciben como parte de los
actos de habla, es decir, como algo que emite un hablante y que en
principio es comprensible para el oyente, y no solamente, insisto,
como la relación abstracta que se pueda plantear entre un signo y su
significado. De ahí que la relación palabra-cosa significada se deba
inscribir en el acto de comunicación, por llamarlo de alguna mane-
ra, y ser comprendido desde éste. Sobre esto se volverá cuando se
enfoque directamente el tema de la ambigüedad.

Ahora bien, una vez que una palabra es emitida, se pueden dar dos
posibilidades básicas desde el punto de vista del oyente: o que efec-
tivamente la oiga o que no. En el último caso se hablaría de la pri-
mera oscuridad ya mencionada y el proceso de comunicación
pretendido quedaría interrumpido.

En el primer caso se abren las siguientes alternativas: el oyente per-


cibe la palabra como algo que refiere meramente a la palabra mis-
ma, o como algo que puede referir a algo diferente de ella. Si se da
lo primero, la palabra es a la vez el signo y lo significado:

Luego, cuando la palabra sale de la boca en función de sí misma,


esto es, si sale de manera que sobre la misma palabra se inquiera o
se discuta algo, la cosa ciertamente está sujeta a discusión y a cues-
tión. Pero la cosa misma se llama 'palabra'. 17

Según Agustín, cuando se presenta esta situación, como el significa-


do de la palabra no refiere a algo distinto de sí misma en cuanto
percibida por el oído, entonces no es necesario apelar propiamente
al alma para entender qué se quiera decir con ella. Si esto es así, no
es claro si en este caso se podría hablar de la posibilidad de que se
diera el segundo tipo de oscuridad mencionado -asunto que se de-
jará tan sólo aludido: como ya se elijo, la otra oscuridad tiene ver

17 "Cum e1go verbwn ab ore procedir, si proprer se procedir, id esr 111 de ipso verbo aliquid quaerarur
aut diJputetw; res est utique disputationi quaestionique subjecta. Sed ipsa res verbwn voca tu n>. PD ,
141 l.

103
FELIPE CM>rAÑEDA

con Ja ignorancia acerca del significado de un signo en razón de que


no se sabe a qué refiere. Pero si el signo se usa de tal manera que
se hable de él mismo como su significado, entonces, si se lo oye,
necesariamente se lo debería tener presente, y en este sentido,
conocer. Por lo tanto, parece que no puede darse este tipo de os-
curidad frente a casos de este tipo. Sin embargo, si se acepta que
se pueda dar eventualmente -una persona oye bien la palabra, pero
no entiende que se esté hablando de ella, ni sabe a qué otras cosas
podría referir-, entonces el significado de los signos en estos casos
deberían tener una contrapartida en el alma, es decir, no se podría
afirmar que Ja palabra oída y lo significado coinciden sin necesi-
dad de Ja mediación de un decible, concepto que se definirá a con-
tinuación.

Cuando la palabra se puede entender como algo que refiere a algo


distinto de sí misma, y se piensa en los eventuales contenidos men-
tales que se pueden despertar en el oyente, previamente a que de
hecho la oiga, entonces se habla de «decibles»:

Lo que llamé 'decible' es palabra; sin embargo, no significa lapa-


labra sino significa lo que se entiende por la palabra y se concibe
en el alma.18

De esta manera, cuando se piensa en los eventuales contenidos


mentales que se pueden hacer presentes en el oyente asociables a Ja
palabra por emitir, se tiene un segundo sentido de 'palabra'. Es im-
portante advertir que no se trata ni de las imágenes perceptuales
que se generan en el oyente a partir de su sentido auditivo una vez
que oye la palabra, a lo que alude el primer sentido de 'palabra' ya
tratado, ni a las imágenes que de hecho se despiertan cuando efecti-
vamente oye lo que oye. Se trata más bien de Jos contenidos menta-
les concebidos por sí mismos, es decir, en abstracción de lo que
eventualmente puedan representar o de su función referencial al
estar ya ligados con los signos percibidos:

18 «Q1wd dixi dicibile, verbum est; nec lamen verbum, sed quod in verbo intelligitur et in animo continetw;
signij/cal. » PD , 1411.

104
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

Pero cuando fueron percibidas por el alma son decibles antes de


[ser dichas] ( ...) 19

Sobre la relación entre decibles y oscuridad se puede decir lo si-


guiente:

Primero, ya que los decibles tienen que ver con contenidos menta-
les, entonces no se puede presentar en principio oscuridad del pri-
mer tipo que los incluya. Aunque parezca una afirmación obvia por
lo dicho, no deja de ser curioso que Agustín no haya determinado
algún tipo de oscuridad por percepción interna frente a estos conte-
nidos mentales: el olvido, la falta de claridad mental, o disturbios en
la memoria y en la atención podrían haber explicado el punto. Si
esto es válido, el planteamiento de la oscuridad del primer tipo se
podría ampliar y complementar teniendo presentes todas aquellas
circunstancias que pueden obstaculizar que la misma mente tenga
acceso a sus propios contenidos mentales. Sin embargo, nada de
esto se encuentra mencionado en Agustín, por lo menos en su Prin-
cipia Dialecticae.

Segundo, el otro tipo de oscuridad se podría explicar si se supone


que un determinado oyente sencillamente no dispone de los decibles
que en principio son correspondientes con los signos emitidos. Este
caso se podría dar, o bien porque el oyente sencillamente no cuenta
en su memoria con el decible que en principio corresponde con el
signo emitido, o bien porque no sabe que lo debe asociar con algún
decible que se encuentra en su alma. Pensando en el ejemplo de la
pintura de la manzana 20 , una persona puede presentar oscuridad, o
bien porque nunca ha conocido una manzana real, o bien porque no
logra establecer algún tipo de relación figurativa entre la pintura y
sus imágenes sobre las manzanas, de tal manera que entienda que el
cuadro representa una.

Tercero, si esto es así, la incomprensión, por ejemplo, de un idioma


desconocido, se puede explicar principalmente por oscuridad del
segundo tipo.

19 «Sed cum animo sensa s11111 / verba}, ame vocem dicibilia s1111t (. ..).» PD, 14 11.
20 Ver p. de pág. 12.

105
FE u PE C 1sTANrnA

Volvie ndo sobre el proceso de la comunicación: el hablante emite


un a palabra. Si no es correctamente oída por el oyente, no sólo se
da oscurid ad del primer tipo, sino que el proceso se interrumpe. Si
es oída, la palabra puede referir a sí misma, caso en el que parece
excluirse la posibilidad del segundo tipo de oscuridad y la comunica-
ción puede continuar. Si la palabra no refiere a sí misma, entonces el
oyente debe contar co n los decibles que en principio sea n asociables
a la palabra emitida. Si no dispone de ellos por alguna razón, enton-
ces se da oscuridad del segundo tipo y la comunicación no tiene lugar.
Si dispone de ellos, ento nces al oír al palabra y al asociarl a con los
decibles correspondient es, la palabra se hace dicción:

Lo que llamé 'dicción' es palabra pero de manera tal qu e con ésta


se significan aq uellos dos a la vez, esto es, la palabra misma y lo
que se genera e n el alm a por la palabra.21

Es característico de las palabras en cuanto dicciones que no se conci-


ba n como signos de ell as mismas, ni como concepciones mentales,
sin o como signos que efectivamente lleva n a algo distinto de sí. E n
este sentido, se podría decir que solamente cuando la palabra se hace
dicción, se puede asumir como signo propiamente dicho en el proce-
so de la comunicación. Efectivamente, la dicción implica que cierta
expresión es emitida y oída, qu e despierta algún o algunos decibles en
el oyente, y que en la conjunción de la palabra percibida y de los
contenidos mentales correspondient es logra refe rir a algo. Este «re-
fe ri r a algo» se puede entender casi en su sentido literal: vo lver a
portar, volver a ll evar consigo, es decir, volver a hacer presente. E l
decible, actu alizado por medio de la palabra percibida, genera que el
oyente de alguna manera entienda que determ inadas cosas le sean
presentes por medio de las imágenes mentales correspondient es. E n
este caso, los decibles dejan de asumirse como meras imágenes men-
tales y cobran el sentido de imágenes de algo, de concepciones men-
tales que están po r determinadas cosas, es deci r, que las representan.

Por su parte, esta misma palabra 'armas', que aqu í es palabra, cuan-
do fu e pro nun ciada por Yirgilio se hizo dicción; en efecto, no fue

21 «Quod diri dictio11em, verb11111 es1, sed tale qua j11111 illa du o simul, id es1ipsum verbum, et quod fil i11
animo per verbwn , sig11iflc a11tw: » PO, 14 11.

106
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN : EL WITTGENSTEIN DE AGUSTi N

proferid a en función de sí, sino por aquellas cosas que se significa-


ban: o bien las guerras qu e gestó Eneas, o bien el escudo o las
demás armas que Vulcano fabricó para Eneas.22

Precisamente en el paso de los decibles a las dicciones se hace posi-


ble un lugar para la ambigüedad: si Ja palabra percibida despierta
múltiples decibles y si no se sabe cuál es el qu e propiamente le co-
rresponde, entonces se genera la indeterminación de significado por
múltiples posibilidades de significación .

Para concluir con el punto de la diferencia entre ambigüedad y os-


curidad se puede decir Jo siguiente:

Ambas se entienden como obstáculos al proceso de comunicación ;


es decir, una y otra se conciben como interrupciones de una misma
cadena que en principio debe llevar a que un oyente entienda lo que
le pretende transmitir un hablante por medio de palabras.

Ambas presuponen una circunstancia en Ja que hay tanto una ins-


tancia que funciona como hablante y otra como oyente, esto es, un a
situación de comunicación. No se trata, ni en el caso de Ja ambigüe-
dad ni en el de la oscuridad, de impedimentos que se puedan definir
en abstracto o por fuera de un eventual acto de comunicación.

La posibilidad de la ambigüedad presupone qu e de alguna manera


ya se superó Ja oscuridad en general, bien sea Ja de percepción o Ja
que tiene que ver con la disponibilidad de decibles. Sin embargo, y
como el mismo Agustín lo advierte, parece haber un terreno difuso
en el que una y otra se pueden encontrar: cuando no se sabe qué
decible corresponde con la palabra emitida, justamente porque no
se puede establecer si es porque se carece de la concepción mental
correspondiente, o porque no se puede determinar cuál concepción
le deba ser asociada. En este caso se podría hablar de oscura ambi-
güedad, o de ambigüedad oscura.

22 «lpswn vero arma, quod lúe verbwn est, cum a Virgilio pronwlliatwn est, dictio fui1: 11011 enim propter
se prolatwn est, sed ut eo sig11ificarentur ve/ bella quae gessit AeneaJ~ ve/ scutum, ve/ cae/era an1w1

quae V11/ca1111s Aeneae fabrica/tis es/.» PD, 14 1l.

107
F ELIPE CASTANEDA

111 CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AMBIGÜEDAD


EN LOS PRINCIPIA DIALECTICAE

E n efecto, imagina que aquellos que estaban presentes percibie-


ro n suficientemente la voz del maestro y que aquel enunció una
palabra que era conocida por todos; por ejemplo, haz de cuenta
que él ha dicho «grande» [magnus] y qu e despu és hizo si lencio.
Atiende qué incertidumbre padecen habiendo oído este nombre.
¿Qu é si [el maestro] ha de decir «¿ Qué parte de Ja oración es?»?
¿Qué si ha de indagar de la métrica «¿Qué pie es? »? ¿Qué si ha de
interrogar acerca de Ja historia, por ejemplo «¿Cuántas guerras
gestó el gran Pompeyo ?»? ¿Q ué si ha de decir «por su don para
inmortalizar cantos, Virgilio es casi el único gran poeta»? ¿Qué si
tiene la intención de censurar la negligencia de los discípulos y
enseguida pronuncia estas palabras: «Os invadió una gran pe reza
para el estudio de Ja disciplina»? Disipadas las nieblas de la oscu-
ridad, ¿acaso no ves aquello que se dijo arriba, como si se mostrara
una multifurcación? E n efecto, esta sola [palabra] que se dij o, esto
es, 'grande' [magnus ], tanto es nombre, como es pie troqueo, como
es Pompeyo, como es Virgilio y como es Ja pereza de la negligen-
cia. Y si algun as otras o innumerables cosas no fu eron señaladas,
sin embargo, éstas pueden ser entendidas por esta enunciación de
la palabra .23

Agustín plantea una situación concreta de acto de habla: el profesor


le está hablando a sus alumnos, dice «Magnus» y hace silencio. El
punto es importante por vari as razones:

Primero, y como ya se ha venido mencionando, la ambigüedad no se


introduce como una dificultad de comprensión que se determina
con independ encia de las situaciones concretas de comunicación.

23 «Fac en im eos qui aderant et smis sensu accepisse vocem magistri, et u/han verbw n em1111iasse, quod
esset om nibus notum; ut puta , fa c ewn dixxisse, !vlagnus, et deinde si/uisse: allende quid incerti, hoc
audito nom in e, patiantw: Quid si dicturus est, Quae pars orationis est? Quid si de m etris quaesitwus,
qui sit pes? Quid si historiam interrogaturus, ut pwa, magnus Pompeius quot he/la gesserit ? Quid si
commendandomm canni1111111 gratia dict11rt1s est, Mag1111s et pene so/11s poeta Vigilius? Quid si
obj11rga111rus negligenliam discip11/on11n, in haec deinde verba prom mpal, Magnus vos ob studi11m
disciplinae 1m77or invasi1? Videsne remorn nebula obsc11rirn1is, il/11d quod supra dict11111 esl esl quasi
enúnuisse m ultiviwn ? Nam hoc unum quod dictum est, magnus, et nom en est, el pes chorius est, et
Pompeius es1, et Virgilius es/, el negligemiae 1017701: El si qua a/ia ve/ innwnerabilia non commemorarn
sulll, q1we lamen per hanc enu111ia1ionem verbi possunt in1el/igi. » PO, 14 15.

108
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

Segundo, si bien la ambigüedad se define para las palabras, se debe


entender sobre las palabras, pero en situaciones de comunicación.
De ahí que no se piense la ambigüedad como algo que hace referen-
cia, en primer lugar, ni a frases ni a conjuntos de ellas. Sin embargo,
no se trata meramente de la ambigüedad de las palabras tomadas
de por sí, sino en la medida en que forman o pueden formar parte
de frases, es decir, de las palabras como componentes de frases in-
completas.

Tercero, esto último permite resaltar la importancia del expediente


del silencio en el ejemplo traído a cuento: se trata efectivamente de
una situación de comunicación interrumpida. El oyente queda a la
espera de algo más. El asunto es curioso en la medida en que permi-
te entender este silencio como un tipo adicional de factor que impi-
de la adecuada comprensión de lo que se pretende decir: así como
se puede dar cierto género de oscuridad porque no se oye adecuada-
mente lo que se dice, también se puede presentar porque sencilla-
mente el hablante deja de emitir palabras, justamente cuando se espera
que lo haga. En este caso, se puede afirmar que este silencio está
ligado al primer tipo de oscuridad. Sin embargo, parece tener efectos
diferentes: el acto de comunicación queda incompleto, y precisamen-
te esta incompletitud, este vacío de comunicación, por llamarlo de
alguna manera, da lugar a la ambigüedad. Esto permite decir que la
ambigüedad se puede concebir como efecto propio de actos de co-
municación incompletos, y que se da en el oyente independientemen-
te de eventuales problemas de oscuridad. Obviamente, esta lectura
adeuda una aclaración sobre qué sea un «acto de comunicación com-
pleto», asunto que por ahora sólo se dejará mencionado y que se in-
tentará ir aclarando paulatinamente en lo que sigue.
Lo dicho permite plantear algunas indicaciones en relación con el
tema del significado de las palabras tomadas aisladamente:

Parece que las palabras emitidas de manera aislada y sin cumplir el


papel de frases no logran comunicar nada propiamente dicho. Di-
cho de otra manera, y aunque parezca paradójico, no comunican
nada porque comunican demasiado. Es decir, pueden tener dema-
siados significados sin permitir, a partir de ellas, determinar cuál
sea el que les deba corresponder.

109
FELIPE CASTAÑEDA

Eso lleva a otra consecuencia: sólo en la medida en que las palabras


forman parte de frases, y de unas completamente emitidas y oídas,
parece que es posible determinar su significado propio y, en este
sentido, entenderlas y afirmar que comunicaron algo.

De ahí que no tenga mucha validez afirmar que el significado de


una palabra se establezca y se conciba solamente a partir de la gene-
ración de una relación asociativa entre palabra y objeto a partir de
Ja mediación de imágenes mentales. Esta visión simplista del apren-
dizaje de las palabras parece desconocer que por este procedimien-
to necesariamente no se podría hacer un uso comprensivo del
lenguaje, ya que las palabras, aprendidas meramente por este pro-
cedimiento, serían siempre susceptibles de ambigüedad.

Esto también permite plantear que no tiene mucho sentido decir


que para Agustín primero se aprende y se establece el significado
de palabras aisladas, una a una, para después ligarlas con otras y, de
esta forma, acceder a frases. Juntando ambigüedades difícilmente
se podría llegar al sentido claro y específico de las frases y se que
llegue a constituir. Dicho de otra manera, parece que desde Agustín
no tiene mayor justificación imaginarse la adquisición de un lengua-
je así: aprender primero su diccionario, para después ir sobre
contrucción de frases y cadenas de las mismas, pensando que así se
acceda a un uso comprensivo del mismo.

Por otro lado, el pasaje traído a cuento es especialmente llamativo


por lo siguiente: no sólo indica la posible ambigüedad de las palabras
al ser entendidas a partir de actos de habla interrumpidos, sino que lo
hace en función de múltiples tipos diferentes de frases en las que las
palabras podrían aparecer, o, si se quiere, de la eventual complejidad
del lenguaje del que se esté haciendo uso. Como ya se mencionó, la
comprensión de una palabra supone que se efectúe una relación en-
tre la palabra percibida y los decibles que en principio le correspon-
dan. Pero éstos últimos tienen que ver con las concepciones mentales
de las que dispongan los hablantes. Ahora bien, como se trata de imá-
genes ligadas al conjunto total de las palabras de un lenguaje, según
los diferentes tipos de frases en las que puedan aparecer y los signifi-
cados que puedan llegar a tener, las posibilidades de ambigüedad
pueden ser increíbles, o como diría Wittgenstein, «infinitas»:

110
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEI DE A GU STÍN

El maestro dice <<Magnus» y hace silencio. 'Magnus' se puede referir


a una eventual parte de alguna oración, o a la palabra misma pero en
función de establecer su métrica, o acerca de Pompeyo, o de Virgilio
y su producción poética, o a la negligencia de los estudiantes, o a
«inmumerables otras cosas que no fueron mencionadas».

Desde este punto de vista, el significado posible de una palabra tie-


ne que ver con todos los lugares que pueda ocupar en la totalidad
de las frases posibles de un determinado lenguaje. En consecuencia,
la ambigüedad hace relación a la circunstancia en la que no es via-
ble determinar el significado específico de una palabra, precisamente
porque se tiene presente su comprensión posible o, si se quiere, la
diversidad de significados que podría tener según Ja multiplicidad y
diversidad de frases en la que podría aparecer.

Anota Agustín como continuación del pasaje que se está comentando:

Y así fue dicho muy correctamente por los di alécticos que toda
palabra es ambigu a. 24

La ambigüedad parece que se entiende no sólo como una caracte-


rística eventual del significado de las palabras, sino algo así como
uno de sus rasgos esenciales. Si esto es así, entonces también se pue-
de decir que únicamente de manera excepcional se podrán encon-
trar palabras no ambiguas, al ser tomadas de manera aislada pero
como partes de oraciones. Dicho de otra manera, Agustín era cons-
ciente de que las palabras por sí mismas pueden aparecer en múlti-
ples tipos de frases y que, en consecuencia, podían ser susceptibles
de tener múltiples significados. Por lo tanto, se refuerza la idea de
tener que ir sobre unidades semánticas mayores, como, por ejem-
plo, las frases o conjuntos de ellas, para poder acceder a expresio-
nes no ambiguas.

Por lo mismo, también se puede argumentar que si se aprende el


significado de una determinada palabra, lo que en el fondo se capta
es uno de sus significados posibles al concebirla como parte de una
determinada frase completa. Este es un punto importante que ya se

24 <<Itaque rectissim e a dialecticis dictwn est, ambiguum esse omn.e \'erbum .» PO, 1415.

111
FELIPE C1s1AÑEDA

había mencionado: si toda palabra es ambigua, entonces no es posi-


ble aprender su significado tomando la palabra de forma aislada y
como eventual elemento para llegar a constituir una frase. Por el
contrario, de alguna forma primero se deben aprender frases, o pa-
labras-frase, para de esta manera llegar a captar el significado pro-
pio de cada uno de sus elementos constitutivos.

IV BREVE EXCURSUS SOBRE CONFESIONES I, 8


Curiosamente éste es un aspecto que Wittgenstein parece dejar com-
pletamente de lado en su apreciación del expediente del aprendiza-
je de las palabras por ostensión según Agustín. Sin pretender ofrecer
una interpretación completa del famoso pasaje, pero con el ánimo
de resaltar algunos de sus aspectos relevantes para el tema, me per-
mito traerlo a cuento:

( ... ) cómo aprendí a hablar, advertílo después . Ciertamente no


me enseñaron esto los mayores, presentándome las palabras con
cierto orden de método, corno luego después me enseñaron las
letras; sino que yo mismo, con el entendimiento que tú me diste,
Dios mío, al querer manifestar mis sentimientos con gemidos y
voces varias y diversos movimientos de los miembros, a fin de
que satisfaciesen mis deseos, y ver que no podía todo lo que yo
quería ni a todos lo que yo quería. Así, pues, cuando éstos nom-
braban alguna cosa, fijábalo yo en la memoria, y si al pronunciar
de nuevo tal palabra movían el cuerpo hacia tal objeto, entendía
y colegía que aquel objeto era el denominado con la palabra que
pronunciaban cuando lo querían mostrar. / Que ésta fuese su in-
tención deducíalo yo de los movimientos del cuerpo, que son corno
las palabras naturales de todas las gentes, y que se hacen con el
rostro y el guiño de los ojos y cierta actitud de los miembros y del
tono de la voz, que indican los afectos del alma para pedir, rete-
ner, rechazar o huir de alguna cosa. De este modo, de las pala-
bras, puestas en varias frases y en sus lugares y oídas repetidas
veces, iba coligiendo poco a poco los objetos que significaban y,
vencida la dificultad de mi lengua, comencé a dar a entender mis
quereres por medio de ellas. / Así fue corno empecé a usar los
signos comunicativos de mis deseos a aquellos entre quienes vi-

112
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

vía y entré en el proceloso mar de la sociedad, pendiente de la


autoridad de mis padres y de las indicaciones de mis mayores. 25

Afirma Agustín que no aprendió el lenguaje de sus mayores en la


medida en que le «presentaron las palabras con cierto orden de
método». El punto es importante porque ya desde un comienzo in-
dica que no se aprenden, por decir algo, primero los sustantivos,
después los verbos, etc., para de esta forma, con el tiempo, comen-
zar a hacer oraciones y así llegar a conocer el lenguaje.
El inicio radica más bien en un desajuste de voluntades, en el que es
necesario para el niño lograr que los mayores entiendan lo que va
sintiendo y le ayuden a satisfacer sus requerimientos. Nos podemos
imaginar al pequeño llorando y a los padres sin saber por qué: algo
así como una situación en la que el niño expresa dolor o insatisfac-
ción porque siente sed, y los padres no le dan agua ni entienden qué
le pasa. Entonces lo acarician, etc., pero él continúa llorando. Ob-
viamente, el llanto lo asume Agustín como parte del lenguaje natu-
ral de todas las gentes -concepto éste sobre el que se volverá
posteriormente, y los padres alcanzan a captar que algo no está bien
con su hijo. Este aspecto del asunto es relevante, porque de entrada
se parte de una situación comunicativa entre hijo y padres que es
tanto parcialmente fallida como parcialmente lograda: se logra co-
municar el estado de dolor, se sabe que algo hay que hacer, pero no
se puede establecer concretamente qué. Dicho de otra manera, el
inicio del aprendizaje del lenguaje de los mayores es precisamente
una situación de ambigüedad en el uso del lenguaje natural.
Es justamente en esa circunstancia donde se da comienzo al apren-
dizaje del lenguaje articulado por medio de ostensiones. Creo que
es legítimo, desde la posición de Agustín, imaginarse a los padres
señalando el agua, la leche, el pan, o la cama, y al niño haciendo
algún tipo de gesto afirmativo o negativo propio del lenguaje natu-
ral, es decir, dejando de llorar, sonriendo, o manifestando indife-
rencia. Resulta claro que si los mayores, en una circunstancia como
ésta, dicen «Agua» y la señalan, es factible pensar no sólo que el
niño de alguna manera altere su comportamiento significativo des-

25 Agustín: Las Confesiones, en Obras Completas de San Agustín, Tomo ll , Madrid, BAC, 1991, p. 84 .

113
FELIPE CASTAÑEDA

de el punto de vista del lenguaje natural, sino que 'agua', lejos de ser
meramente una palabra, indica más bien algo así como «¿Quieres
agua? », «¿Tienes sed?», «¿Quieres que te la alcance?», «iNo se
puede, no seas tonto, no más agua!», o lo que sea. Como dice Agustín,
no sólo el gesto de ostensión forma ya parte del lenguaje natural, en
la medida en que ayuda a fijarle la atención al niflo sobre un objeto,
sino que viene acompaflado de toda una gama de conductas que a
su vez son comunicativas desde ese mismo lenguaje natural : los pa-
pás hacen determinados gestos de asentimiento, de negación, de
contento, de rechazo, etc.
Continuando con esta situación ficticia del niflo sediento, si los pa-
dres Je alcanzan el agua, una vez que han dicho «Agua», acompa-
flando esto de ciertos gestos de asentimiento, pero también de ciertos
movimientos significativos del cuerpo, fuera de la ostención del agua,
eventualmente el niflo no sólo comienza a bebérsela, sino que deja
de llorar. Es decir, se logró encontrar un expediente de lenguaje
articulado que se inscribió en un acto de comunicación fuertemente
permeado por el lenguaje natural: en una nueva situación de llanto,
y si el asunto funciona, Jos papás dicen «¿Agua?», el niflo asiente al
suspender brevemente su llanto, y las voluntades se lograron ajus-
tar, como diría Agustín. Por cierto, para explicar de una manera
adecuada qué quiere decir «y si el asunto funciona », habría que ir
sobre Ja manera como entendió Agustín el entendimiento y Ja me-
moria, complementando el asunto con su concepción del «lenguaje
natural» acá apenas esbozada. Sin embargo, esto es otro asunto.
Retomando el hilo: es importante advertir que el niflo en esta cir-
cunstancia todavía no aprendió propiamente palabra alguna, sino,
en el mejor de los casos, una especie de palabra-frase que Je permi-
te ajustar la voluntad de sus mayores a Ja propia. Como dice Agustín,
el tiempo pasa, el niflo vuelve a oír esa expresión, probablemente en
circunstancias semejantes y ligadas a Ja expresión de otros signos
articulados, e iría «paulatinamente coligiendo poco a poco los obje-
tos que significaban» las palabras. Dicho de otra manera, haciéndo-
se el niflo a una experiencia mayor y corrigiendo en lo posible
ambigüedades por medio del lenguaje natural, pasaría del conoci-
miento de palabras-frase que expresan básicamente estados anímicos,
a captar expedientes de comunicación más complejos. Continuan-

114
AMBIGÜEDAD Y COM PRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

do con el ejemplo del agua, de «Agua» en cuanto frase que expresa


la sed y el deseo de que le traigan agua inmediatamente, podría
entender y hacer uso de expresiones como «Agua rica», «Agua fea»,
«Agua no», etc. Y de esta forma podría hacerse a una idea de la
expresión 'agua' como palabra, es decir, como un signo que puede
aparecer en distintas frases y que, efectivamente, sirve para indicar
al objeto agua. Por cierto, no para meramente señalarlo, sino como
parte de una situación en la que requiere de sus mayores, en la que
siente sed, en la que él no puede alcanzar el agua por sí mismo, en la
que está sujeto a su autoridad e indicaciones.
Para concluir con este excursus, Agustín insiste en que el punto de
partida para explicar el aprendizaje de la lengua materna es una
circunstancia de acto parcialmente fallido del lenguaje natural, en
el que se expresan principalmente estados anímicos y que se da en-
tre hablantes y oyentes con el fin de ajustar voluntades, de satisfacer
deseos, etc. Precisamente, para paliar esta situación se va introdu-
ciendo el lenguaje articulado, de tal manera que el lenguaje natural
puede ir funcionando como parámetro para corregir lo que se va
entendiendo por los expedientes de comunicación del articulado,
para ir fijando su significado .
Con el tiempo, el aprendiz debe lograr manifestar sus deseos de
forma comprensible para los adultos a partir principalmente del len-
guaje articulado, lo que equivale, según Agustín, a «entrar en el pro-
celoso mar de la sociedad» . Según esto, el lenguaj e que aprende el
niño cumple una función socializadora. Pero como el punto de par-
tida fue precisamente un desajuste de voluntades, esta socialización
se debe entender como el logro de un ajuste entre voluntades, pero
desde el punto de vista de los adultos y de la voluntad del infante,
mediado y hecho posible precisamente por el aprendizaje del len-
guaje articulado. En consecuencia, el expediente de la ostensión en
Agustín, como explicación para la fijación del significado de las pa-
labras, debe ponerse en contextos de este tipo, lo que implica que,
en primer lugar, no se aprenden palabras, y que cuando se accede a
su comprensión ha sido porque ya se entienden diversas frases y se
las puede comparar y se puede hacer abstracción de las palabras
como partes de las mismas. Por otro lado, se va sugiriendo que el
lenguaje en general no sólo se debe entender como algo que se ins-

115
FELIPE CASTAÑEUA

cribe en un ámbito social, sino que es justamente uno de sus facto-


res básicos de cohesión, asunto éste sobre el que se tendrá que vol -
ver, al tocar el tema de la función del lenguaje según del De Doctrina
Christiana. Como sea, si las ostensiones se efectúan precisamente
para hacer posible la socialización del que aprende el lenguaje,
resultaría bastante llamativo que no se presentase una relación es-
trecha entre la ostensión y el contexto social en el cual se realizan
y a partir del cual cobran sentido. Dicho de otra manera, parece
poco viable exponer el procedimiento de la ostensión de manera
completamente indepe ndiente del condicionamiento social para
el cual se da.

V AMBIGÜEDAD y DIALÉCTICA

Volviendo sobre el asunto de la ambigüedad en los Principia


Dialecticae:

E n efecto, lo que fu e dicho, que toda palabra es ambigua, se afirmó


sobre las palabras tornadas aisladamente. Sin embargo, se explican
las palabras ambiguas discutiendo y nadie en verdad discute con pa-
labras tornadas aisladamente. Por lo tanto, nadie explicará las pala-
bras ambiguas con palabras ambiguas. Y, sin embargo, corno toda
palabra sea ambigua, nadie explicará una palabra ambigua sino con
palabras, pero ahora entrelazadas, las cuales ya no son ambiguas. 26

Si tod as las palabras son ambiguas, entonces tratar de aclarar lo


ambiguo por medio de palabras aisladas implicaría intentar aclarar
lo ambiguo por lo ambiguo. En consecuencia, tan sólo se lograría
pasar de unas ambigüedades a otras. De ahí que la ambigüedad no
se pueda evitar en la mera sustitución de unas palabras aisladas por
otras. Esto parece sugerir, además, que no hay palabras cuyo signi-
ficado se conozca más que el de otras, como si el problema fuese el
de pasar de términos menos claros a los más claros. Si esto es así,
también se puede decir que las palabras por sí mismas y en cuanto

26 «Quod enim dictum est, omne verbum ambiguum esse, de singulis verbis dictum est. Explicn111ur am -
bigua dispwa11do, et nenw wique verbis singulis tlispwat. Nema igilllr ambigua verba verbis ambiguis
explicabit. Et tamen cwn omne verbum mnbiguum sit, nemo verbum nmbiguwn nisi verbis, sed etiam
co11ju11c1is, quae jam ambigua non sw lf, erplicabit.» PD , 14 15.

116
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

posibles partes de oraciones, pero sin llegarlas a constituir, no son


propiamente comunicativas. En este sentido, una especie de diálo-
go de meras palabras por fuera de frases necesariamente tendría
que adolecer de ambigüedad sistemática.

Según Agustín, la ambigüedad se evita «disputando». Y como nadie


disputa con meras palabras, hay que pasar al nivel de las frases o de
las cadenas de frases para encontrar un ámbito para superar los pro-
blemas de ambigüedad. Ahora bien, puesto que la dialéctica se de-
fine como la «ciencia de discutir bien» («Dialectica est bene disputandi
scientia.»), entonces será precisamente en la discusión de tipo dia-
léctico donde se logre establecer el sentido propio de las expresio-
nes en la medida en que presenten indeterminación frente a varios
significados posibles.

Esta indicación sobre la relación entre dialéctica y posibilidad de


superar la ambigüedad permite sentar unas consideraciones preli-
minares:

Primera, las frases de por sí no aclaran necesariamente el sentido de


las palabras. Dicho de otra manera, afirmaciones del tipo «Sólo como
parte de una proposición tienen las palabras significado específico»
no tendrían por qué ser siempre aceptadas por Agustín. Parece cla-
ro que si el maestro tan sólo dice «Magnus» y hace silencio, las posi-
bilidades de significación de este término resultan innumerables y
que, en parte, se habrían evitado si hubiese enunciado una frase
completa, como, por ejemplo, «Virgilio es un gran poeta». Sin em-
bargo, si bien la frase ya limita bastante el sentido de «gran», en
todo caso se podría seguir preguntando qué se debe entender por
'un gran poeta', si tal cosa o esta otra, etc.

Segunda, si las frases son susceptibles de ser afectadas eventual-


mente por la ambigüedad propia de toda palabra, entonces sola-
mente en frases en las que haya acuerdo sobre su verdad, es posible
afirmar que se presentan palabras no ambiguas. Dicho de otra ma-
nera, solamente a partir de procesos para establecer lo que se consi-
dera como verdadero o a partir de nociones generales acerca de lo
que se entiende como verdadero, es posible evitar la ambigüedad
de las palabras. De esta forma, cuando se puede afirmar que en una

117
Fl'.: Lll' E C .-\ STA:\1ED,\

frase e l significado de sus palabras compo nentes es no ambiguo, de


hecho se está suponiendo que se aceptan una se rie de proposiciones
en las que se defin en sus términos compone ntes y algún tipo de pro-
ced imie nto que puede indicar qu e hay correspo ndencia entre lo qu e
se pretend e decir co n la frase y las defini cion es menci o nadas.

Co nsidero qu e esto se pu ede afir mar para Agustín , justificá ndol o


e n lo siguien te (lo qu e da lugar a la tercera co nsideració n): si la
ambigüedad de las palabras se evi ta discutiendo, y si el discutir bien
ti e ne que ver co n la dialéctica, e ntonces la ambi güedad se evita, en
últim as, determina ndo la verd ad de las frases, ya que éste es e l fin
principal de la dialéctica . Pero para de te rmin ar la verd ad de algo es
necesa rio ir sobre las defi niciones de los términos en cuestió n, así
como sobre la correcció n de las frases do nde se prese ntan términ os
ambiguos. E n consecuenci a, si se prese nta un a frase en la qu e no
hay neces id ad de clarificar el significado de ninguna de sus palabras
compone ntes, de hecho se está suponi endo que no es necesa rio re-
currir a la di aléctica, lo que implica qu e ya hay acue rdo, tácito, su-
puesto o previo, sobre la corrección de la frase as í co mo sobre la
defi nición de los términos que invo lucre.

C uarta, lo anteri or motiva a ir breve mente sobre la fo rma genera l


co mo Agustín entendió la di aléctica, específica mente sobre su ra-
dio de aplicació n, para de esta fo rm a darle un piso más firm e a las
afi rm acio nes ya ave nturadas :

U na vez establecido esto [qué so n las sente ncias simples y las co m-


plejas], conside re mos las partes un a a un a. En efecto, hay dos prin -
cipa les. U na de ell as, [l a que se refie re a] las que se expresa n de
ma nera simpl e, do nde está algo así como los materiales de la dia-
léctica; otra de ell as, [la que se refie re a] las que son llamadas com-
plejas, do nde aparece ya algo así como la obra. La [parte que tra ta]
sobre las simples se llam a 'sobre el enunciar palabras' [de loquendo ].
E mpero, aque ll a [que tra ta] sobre las complejas se divide en tres
partes. En efecto, habiendo separado la conjunción de las palabras
que no completa oración, aquell a que completa oración de modo
que no genere pregunta o requiera quién la discuta, se llama 'sobre
e l enunciar frases ' [de eloquendo ]. Pero la que completa el sentido
de tal modo que se juzgue ace rca de las oraciones simples, se llama

118
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

'sobre el enunciar proposiciones' [de proloquendo ]. Aquella que de


este modo conforma oración, de modo que se juzgue sobre la con-
junción misma hasta llegar a la conclusión, se llama 'sobre la con-
clusión de proposiciones enunciadas' [de proloquiorum summa ]. 27

Este análisis de las palabras en función de su composición se ade-


lanta así: se tendrían primero las palabras en la medida en que no
están en conjunción con otras y en que podrían formar parte de fra-
ses, pero que no llegan a conformarlas. En este caso, si se trata de
palabras por fuera de su unión con otras, se habla de «enunciaciones
de palabras» («loquendo»). Según Agustín, en ellas radica algo así
como la materia de la dialéctica, es decir, se trata precisamente de los
elementos que darán lugar a frases, haciendo posible de esta manera
encontrar expresiones susceptibles de ser discutidas en función de su
verdad o falsedad. Por otro lado, y como ya se mencionó, estas enun-
ciaciones de palabras son el lugar propio de las ambigüedades. Así,
estas enunciaciones de palabras son, tanto el material básico para cons-
truir la obra dialéctica, como uno sus objetos de aplicación.

Puede darse el caso de uniones de palabras que no llegan a consti-


tuir frases, posibilidad a la que hace referencia Agustín, pero a la
que no le da ningún nombre en particular.

En el caso en que la unión de palabras constituya frases , se abren


dos alternativas: las oraciones comprendidas no dan lugar a discu-
sión en función de su verdad o falsedad, ya que se trata de expresio-
nes de estados internos, órdenes, etc. En este caso, se denominan
estos conjuntos de palabras con el término de «enunciar frases »
(«eloquendo»). El hecho de que no se discuta normalmente sobre
ellas, puesto que no tiene sentido cuestionar su verdad o falsedad,
no implica que no puedan dar lugar a ambigüedades, ya que «toda
palabra es ambigua». Esto se podría explicar afirmando que, cuan-

27 ((His igitur breviter constitwis fquae sunt simplices senten riae, quae conjunctae/, singulas panes
consideremus. Na m sunl primae duae, una de iis quae simpliciter dicu111111; ubi est quasi materia
dialecticae; altera de iis quae co11ju11cta dic1111tw; ubi jam quasi opus apparet. Quae de simplicibus,
vocaturde /oq11e11do. Il/a vero quae de conju11ctis est, in tres partes dividitw: Separata enim conj1111ctio11e
verbon1m quae 11011 implet sentellfiam, il/a quae sic implet se11te111ia111, w 11011dum facial quaestionem
ve! disputa torem requirat, vocatur de elor¡uendo. lila vero quae sic implet senswn, 111 de senrentiis
si111plicib11s j11dicet111; vocatur de proloquendo. llla quae sic comprehendit selllentiam, ut de ipsa etiam
copularione judicetw; donec pe1veniawr ad summam, vocatur de proloquiorwn swnma.» PO, 14 1O.

119
FELIPE CASTA NEIJA

do por alguna razón el acto de comunicación de este tipo de frases


se hace fallido, en función de impedimentos de comprensión liga-
dos con dificultades para la determinación del significado de sus
expresiones, se hace necesario pasar de la expresión de estados in-
ternos, órdenes, etc, a consideraciones ya de carácter dialéctico en
las que se discute acerca de los términos en cuestión, pero ya aten-
diendo a la corrección de las definiciones, etc. De esta forma, si
bien expresiones del tipo «Quiero agua» no forman directamente
parte de eventuales discusiones dialécticas, sí lo pueden hacer de
forma indirecta, al presentarse cuestionamientos acerca de lo que
es debido querer o no, qué sea 'agua ', qué sea ' querer algo ', por
mencionar algunas posibilidades.
La otra alternativa hace referencia a las frases que pueden ser o
verdaderas o falsas, la que a su vez presenta dos subdivisiones posi-
bles: si se consideran este tipo de frases de manera aislada, entonces
Agustín denomina estas uniones de palabras como «enunciación de
proposiciones» ( «proloquendo »); si se las tiene en cuenta en la me-
dida en que constituyen argumentos, entonces las denomina «con-
clusión de proposiciones enunciadas» ( «proloquiorum summa »). El
primer caso representa algo así como el lugar inicial donde propia-
mente es viable hablar de actividad dialéctica, en la medida en que
se discute acerca de la verdad o falsedad de proposiciones concretas.
Este tipo de discusión se puede orientar acerca de la verdad de la
proposición, independientemente de la discusión acerca del signifi-
cado de las palabras que involucre, pero también podría ser precisa-
mente acerca de ese asunto. En el segundo caso, la discusión tendría
que ver más con la relación entre conclusión y premisas; es decir, con
asuntos propios de la forma de adelantar inferencias y de su validez.
Lastimosamente, en los Principia Dialecticae no se especifica mayor
cosa acerca de la manera de adelantar las discusiones dialécticas
propiamente dichas. Con lo anterior, tan sólo quedaría mencionado
su radio de aplicación: se discute sobre la verdad y falsedad de pro-
posiciones, ya sea de ellas tomadas de manera aislada, o de argu-
mentos. En consecuencia, si por medio de la dialéctica se pueden
dirimir discusiones acerca de la ambigüedad de las palabras, en-
tonces estas disputas deben centrarse en proposiciones suscepti-
bles de verdad o de falsedad , o de Ja validez de argumentos. Dicho

120
AMBIGÜEDAD Y COMPRENS IÓ N: EL WrrTGENSTE IN DE AGUSTÍN

de otra manera, cuando no se sabe qué se puede qu erer decir co n


un a determinada palabra, puesto qu e se presentan múltiples alter-
nat ivas de significaci ó n po sible, entonces el as unto debe se r
parafraseado en discusiones acerca de si es verdad o no que deter-
minada palabra se debe entender de qué forma en el contexto de
cierto acto de comunicación, bien sea porque se profirió una pala-
bra aislada como parte de un a even tual frase interrumpid a, bien sea
porque se presenta confusión acerca de cómo se la debe entender
formando parte de una frase completamente enunciada, ligada o no
a otras.

Esta circun stancia motiva ir sobre textos como el De Doctrina


Christiana en el que se señalan estrategias para enfrentar proble-
mas de interpretación ligados precisamente con ambigüedad, sin
necesidad de entrar directamente sobre el tema de la concepción de
la verdad en Agustín.

VI AMBIGÜEDAD EN EL DE DOCTRINA CHRISTIANA 28

Agustín mantiene, en parte, la defi nición de 'ambigüedad' plantea-


da en los Principia Dialecticae:

Muchas veces el intérprete se engaña por la ambigüedad de la len-


gua original, pues no calando bien en el pasaje traduce dando una
significación que está muy lejos de la del autor. Así algunos códices
traducen «agudos pies para derramar la sangre». Y en griego o.rys
( ...) significa agudo y veloz. Por lo tanto, comprendió el sentido el
que trad ujo «veloces son sus pies para derramar la sangre», y el otro
erró al ser llevado al otro sign ificado de aquel signo. DC 133, II, 18

E l caso traído a cuento es interesa nte porque muestra explícitamen-


te que, aunque la ambigüedad se defin a principalmente para pala-
bras aisladas, en todo caso llega a afectar la comprensión de frases.
Dicho de otra manera, la posibilidad de tener múltiples significados
de las palabras no se pierde necesariam ente al unirse a otras consti-
tuyendo frases. Por otro lado, el caso mencionado involucra facto-

28 Agustín: De la doctrina cristiana, en Obras Completas de San Agustín. Tomo XV, Madrid, BAC,
1957, abreviatura OC.

121
FELIPE CASTA ÑEDA

res adicionales que señalan otro tipo de dificultades para enfrentar


problemas de significación múltiple: se trata de una traducción del
griego al latín en la que la palabra propiamente ambigua forma par-
te del lenguaje por traducir. No es pertinente ir acá sobre la manera
como concibió Agustín las traducciones en general. Sin embargo, se
puede señalar, muy por encima, que entrevió la posibilidad de dife-
rencias culturales marcadas entre hablantes de uno y otro idioma,
lo que invitaría a pensar que traducir no puede consistir meramente
en ajustar palabras de distintos lenguajes a decibles o concepciones
mentales que en principio pueden ser comunes.

Cuando los ignorantes de las costumbres ajenas leen tales hechos,


si la autoridad no los refre na, los juzgan torpezas; no son capaces
de caer en la cuenta de que toda su propia conducta, en el matri-
monio, en los convites, en el vestido y en todo lo demás pertene-
ciente al sustento y adorno humano, pudiera parecer torpeza a otras
gentes y a otros tiempos. DC, 219, III, 22

Como se puede ver, es posible que hablantes de diferentes lengua-


jes no sólo se diferencien por los signos que utilizan para referirse a
una realidad común, sino que la conciban de manera diferente. Y
esto es notable: si las concepciones mentales son diferentes, dado
que, por ejemplo, valoran de manera diferente las costumbres y la
organización social, entonces traducir no puede ser entendido como
una especie de ejercicio de rebautizo de objetos. Obviamente, no se
puede reducir a pensar que lo que los alemanes llaman «Milch », los
que hablan español lo denominan «leche», aunque pueda haber algo
de esto. Dicho de otra manera, un sentido de 'palabra' tiene que ver
precisamente con el de 'decible', y en casos en los que las costum-
bres son distintas, los decibles que tienen que ver con valores no
parecen mutuamente reducibles entre culturas que sencillamente
conciben estos asuntos de manera diferente. En situaciones de este
tipo, las traducciones tienen que incluir expedientes que de alguna
manera logren establecer mediaciones entre las diferentes concep-
ciones mentales, es decir, explicaciones que no sólo señalen las dife-
rencias, sino que traten de dar cuenta de ellas. Ampliando un poco
la idea, si para cierto grupo social se entiende por el valor supremo
algo que no corresponde con los propios valores, entonces la tra-

122
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

ducción tiene que lograr lo siguiente: advertir sobre la diferencia,


porque efectivamente los decibles no corresponden y se podrían
entender mal por parte de las personas que acceden a la traducción.
Pero también, dar cuenta acerca de por qué la forma propia de en-
tender los propios decibles es la válida. Creo que es posible argu-
mentar estos dos puntos desde Agustín; sin embargo, y como ya se
mencionó, no sólo es otro asunto, sino que nos alejaría de la cues-
tión por trabajar.

Volviendo sobre el asunto de las ambigüedades: cuando éstas se dan


a partir de traducciones, se presentan inconvenientes que tienen que
ver no sólo con las posibilidades de significación múltiple de las pa-
labras del propio lenguaje, sino también con las del lenguaje por
traducir, sumándole además eventuales problemas por diferencias
entre los decibles propios de cada lenguaje. Todo esto bajo el su pesto
de que se puedan superar obstáculos relacionados con el dominio
del lenguaje por traducir, así como con la pertinencia de los textos
que haya que volcar en el propio idioma, lo que puede añadir otro
tipo de dificultades en casos como el de la comprensión debida de
textos como la Biblia 29 : lhasta qué punto todos los textos que en
principio conforman las Sagradas Escrituras se deben considerar
como parte del corpus bíblico? lSe trata de adendas lícitas?

No obstante, estas preocupaciones no son las que básicamente lla-


man la atención de Agustín en relación con el tema de la ambigüe-
dad, sino las que se pueden dar entre «signos propios» y «metafóricos».
Justamente esta distinción representa una complementación impor-
tante frente a la manera de entender las ambigüedades en general,
pensando en la interpretación «correcta» de textos como la Biblia.
En palabras de Agustín:

( ... )la ambigüedad de las Escrituras está en las palabras propias o


en las metafóricas o trasladadas( ... ) DC,195, III, l.
Así, pues, lo que más nos interesa averiguar es si la locución que se
desea entender es propia o figurada . DC, 231, III, 34.

29 Cf., por ejemplo, el Capítulo VIII , Parte JI , acerca de cúales son los libros canónicos.

123
FE u PE c.\STAÑE DA

Más adelante se indicará por qué Agustín considera este tipo de


ambigüedad el más relevante a la hora de explicar posibles mal com-
prensiones de las Escrituras, al tratar acerca de su relación con la
muerte del espíritu. Por ahora, se irá primero sobre la manera de
entender la diferencia entre signos propios y metafóricos, atendien-
do a sus indicaciones sobre la naturaleza de los signos en general y
de la función del lenguaje.

Por dos causas no se e ntie nde lo que está escrito: por la ambigüe-
dad o por el desconocimiento de los signos que velan el sentido.
Los signos so n o propios o metafóricos. Se llaman propios cuando
se emplean a fin de denotar las cosas para los que fueron instituidos;
por ejemplo, decimos «bovem», buey, y entendemos el an imal que
todos los hombres conocedores con nosotros de la lengua latina de-
signan con este nombre. Los signos son metafóricos o trasladados
cuando las mismas cosas que denominamos con sus propios nom-
bres se toman para significar alguna otra cosa ( .. .). DC, 129, II, 15.

La distinción propuesta supone que hay signos de objetos, objetos


éstos que, a su vez, pueden ser signos, y signos de objetos que sólo se
toman como tales. Ahora bien, se sugiere que la distinción entre
objetos significados que se toman meramente como objetos y los
que se asumen de nuevo como signos, es algo que depende del fin
para el que fueron instituidas las expresiones con las que se los de-
nomina. De esta manera, la distinción entre signos en sentido pro-
pio y en sentido metafórico no se fundamenta en algún tipo de
característica que los objetos tengan de por sí, sino más bien en lo
que pretenda indicar el hablante: si por medio del uso de un deter-
minado signo quiere hacer referencia meramente al objeto que nor-
malmente se significaría según su designación habitual para los
conocedores del lenguaje, entonces el signo se toma en su sentido
propio. Pero, si pretende hacer referencia a otra cosa justamente
por medio del objeto que normalmente se significaría, entonces se
hablaría de un signo tomado en sentido trasladado o metafórico. En
consecuencia, esta distinción no se debe confundir con la que se
puede dar entre un lenguaj e que habla de objetos y otro que signifi-
ca al primero. En este caso, los significados del metalenguaje son
los signos del lenguaje y no los objetos, a los que por medio de éste

124
AM BI GÜE DAD Y C0 .\1PRENSIÓI\ : EL WITTGENSTEI N DE AG UST ÍN

se podría hacer referencia. Más bien se trata de una distinción que


apunta a lo qu e se podría llamar «significación directa» e «indirec-
ta» en el siguiente sentido: si la relación entre signo y objeto vie ne
mediada por otros signos, entonces se afirm a qu e el primer signo se
toma en se ntido metafórico, etc.

De esta forma, es te tipo de ambigüedad propuesta d ifie re de la


mencion ada en los Princip ia Dialecticae, puesto qu e no se defin e a
partir de la relación entre signo y múltiples obj etos significables,
sino entre signo y otros posibles signos y sus obj etos significables.
Por lo tanto, se podrían suponer casos en los qu e se presente algo
así como una ambigü edad doble: primero, no se sabe si con «buey»
se está haciendo meramente referencia al buey qu e co me pasto e n
los potreros y que ayuda a mover el arado, o si este animal se está
usando, a su vez, como signo de otra cosa. Pero tampoco se puede
establecer qu é se quiera significar con esta alternativa: si su fo rtale-
za, si su humildad, si su docilidad, si su tenacidad, si su dueño, o lo
qu e sea. Segundo, no se sabe qué se quiera decir propiamente con
«buey», pero tampoco, si dentro de estos significados posibles estos
objetos se deben tom ar meram ente como tales o a su vez com o sig-
nos de otros objetos.

Retomando el hilo: la distinción entre sentido propio y metafórico


o trasladado supon e difere nciar entre objetos, obj etos qu e a su vez
pueden ser signos y signos que sólo se asumen como tales. E n pala-
bras de Agustín, la distinción general se puede plantear así:

Toda instrucción se reduce a enseñanza de cosas y signos, pero las


cosas se conocen por medio de los signos. Por lo tanto, de nomin a-
mos ahora cosas a las que no se emplean para significar algo, como
son una vara, un a piedra, un a bestia y las de más por el estilo. ( ... )
De ahí se deduce a qué llamo signos, es decir, a todo lo que se
emplea para dar a co nocer alguna cosa. DC, 63, l, 2

Esta cita confirma que la distinción principal entre signos y cosas no


tiene qu e ver tanto con características propias de las cosas conside-
rad as por sí mismas, sino más bien atendiendo al empl eo que se les
dé como parte del acto de comunicación: si por medio de una deter-
minada cosa se da a conocer algo diferente, entonces se trata de un

125
FELIPE CASTANEOA

signo, en caso contrario, de una mera cosa. Así, un objeto se podría


definir como algo que funciona meramente como lo referido, es decir,
como lo hecho presente en el acto de comunicación, mientras que
signo sería todo aquello que de una u otra forma sirve para referir,
para hacer presente.
Llama la atención que Agustín afirme que las cosas no se conocen
por sí mismas, sino por medio de signos. Si esto es así, nada se le
manifiesta al hombre por sí mismo, sino a través de sus eventuales
signos. Pero también, lo único a lo que el hombre puede acceder de
forma inmediata es tan sólo a signos. En consecuencia, el hombre
accede a las cosas siempre de una manera mediada por signos, lo
que implica, a su vez, que la concepción general de las cosas está de
alguna manera prefigurada o condicionada por sus signos. Este es
un punto decisivo en la interpretación de la concepción de la rela-
ción entre signos y objetos en Agustín: no se accede a las cosas como
si fuesen algo neutral a nuestra forma de ser, sino tan sólo en la
medida en que nos dicen algo, es decir, en que nos llevan y nos
refieren a otras cosas, o en la medida en que son objetos posibles de
lenguaje ya adquirido o disponible.
La distinción entre signos naturales y convencionales ayuda a com-
prender el punto. Sobre los primeros:
Ahora al tratar de los signos advierto que nadie atienda a lo que en
sí son, sino únicamente a que son signos, es decir, a lo que signifi-
can. El signo es toda cosa que, además de la fisionomía que en sí
tiene y presenta a nuestros sentidos, hace que venga al pensamien-
to otra cosa distinta. ( ... ) Los signos, unos son naturales, y otros
instituidos por los hombres. Los naturales son aquellos que, sin
elección ni deseo alguno, hacen que se conozca mediante ellos otra
cosa fuera de lo que en sí son. DC,113, II, 1-2.

Se puede complementar el asunto con el siguiente caso, como ejem-


plo de signo natural: «cuando vemos una huella, pensamos que pasó
un animal que la imprimió (113, 11, 1)».

La huella es signo del animal, porque permite «pensar» en este últi-


mo. El tipo de relación supone experiencia, en el sentido de haberse
hecho al conocimiento de que los animales al movilizarse, bajo cier-

126
AMBIG ÜE DAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTiN

tas circunstancias, dejan o pueden dejar determinadas huellas. De


esta forma, si se efectúa una generalización, se puede afirmar que
en cualquier tipo de relación causal - en sentido amplio y coloquial,
que se pueda constatar o que se pretenda conocer, la causa puede
ser signo de su efecto o viceversa. En consecuencia, todo el orden
natural, en la medida en que responda a regularidades causales, se
puede concebir como una especie de texto, en el que cualquier cosa
puede ser signo de otra. Otro ejemplo:

El humo es señal del fuego ( ... ) nosotros con la observación y la


experiencia de las cosas comprobadas reconocemos que en tal lugar
hay fuego, aunque allí únicamente aparezca el humo. DC, 113, II, l.

Ahora bien, Agustín no profundiza sobre eventuales problemas que


se puedan presentar en estos tipos de relaciones, por ejemplo, cuan-
do un efecto puede responder a varias causas, o cuando una causa
puede llevar a muchos efectos, o cuando sencillamente no se sabe
en absoluto cúal sea el efecto de una cierta causa o viceversa. Sin
embargo, todos estos casos podrían permitir hablar de oscuridad y
de ambigüedad en los signos que obedecen al mero orden natural.
De esta manera, cuando no se puede establecer si la huella del ejem-
plo es de un ciervo o de un jabalí, porque podría ser de ambos, se
tendría un caso de ambigüedad. Pero, si la huella está muy borrosa
y es difícil saber si se trata más bien de algún accidente del terreno,
se podría pensar en oscuridad.

Independientemente de lo anterior, para Agustín es básico, en la de-


terminación de este tipo de relaciones, que el vínculo entre causa y
efecto no sea voluntario, en el siguiente sentido: aquello que da cuen-
ta del signo, ni pretende ni elige que mediante su signo se haga presen-
te algo distinto al pensamiento de quien lo constate o conozca. En este
sentido, ni el fuego quiere significar, por medio del humo que produ-
ce, su propia presencia, ni el animal la suya por las huellas que va
dejando. De esta manera, el vínculo entre el signo y lo significado obe-
dece a patrones extravoluntarios, o si se quiere, a la mera necesidad
natural. De ahí que Agustín llame a este tipo de signos «naturales».

Esto implica una situación comunicativa particular: aquello que fun-


ciona como hablante, por llamarlo de alguna manera, ni pretende

127
FELll'E CASl'AÑEIJ:\

ni elige comunicar nada en especial. Sin embargo, en todo caso emite


signos, porque da lugar a determinadas cosas que llevan a otras, y
que pueden ser constatadas por la instancia que hace el papel de
oyente. Este se asume como alguien habilitado para constatar esas
relaciones por medio de su conocimiento. Así, lo que caracteriza
principalmente las relaciones entre signo y lo significado es que no
estén condicionadas por aspectos que se puedan considerar volun-
tarios desde el punto de vista del emisor.

Siendo así las cosas, los signos naturales no se tienen que reducir
necesariamente a la constatación de regularidades en el orden na-
tural, sino que pueden incluir productos propiamente humanos o
de otros agentes que se puedan entender como dotados de voluntad
en algún sentido, y que de alguna manera, pero sin pretenderlo, den
lugar a signos, bien sea por sus conductas, o por el resultado de sus
acciones, etc. Afirma Agustín:

A este género de signos pertenece la huella impresa del animal


que pasa; lo mismo que el rostro airado o triste demuestra la afec-
ción del alma aunque no quisiera significarlo el que se halla airado
o triste; como también cualquier otro movimiento del alma que
saliendo fu era se manifi esta en la cara aunque no hagamos noso-
tros para qu e se manifieste. DC, 113, TI, 2.

Volviendo sobre Ja distinción entre signo y objeto a partir de lo di-


cho sobre los naturales:

En la medida en que todo esté conectado con todo a partir de rela-


ciones causales que puedan ser cognocibles, entonces se puede afir-
mar que toda cosa puede ser tanto signo como objeto. Así, no tiene
mucho sentido afirmar que hay algo así como el mundo de los obje-
tos, por un lado, y por otro, el de los signos. Este punto se refuerza
si se considera que las posiciones de signo y de objeto resultan mu-
tuamente intercambiables: así como el efecto puede ser signo de su
causa, asumida como objeto, la causa también se puede entender
como signo de su efecto, asumido como objeto. Por otro lado, ya
que la relación entre signo natural y su significado se establece por
medio del conocimiento en función de la regularidad natural, y pues-
to que el conocimiento depende de alguien que se asume en cierto

128
AM BI GÜEDAD Y COM PRENS IÓN: EL W ITTGENSTE IN DE AGUSTÍN

sentido como oyente del peculiar acto comunicativo del signo natu-
ral, entonces tanto sus intereses como sus capacidades de conocimiento
condicionarán, en alguna medida, qu é se deba entender por el objeto
referido por el signo natural. Así como una huell a puede interesar en
función de la determinación del tipo de animal, bien sea para intentar
cazarlo, o para determin ar la existencia de fu entes de alimentación o
de agua, o para constatar que hay una cerca rota, también puede ll a-
mar la atención, pero pensando en la calidad de la tierra, etc.

Sobre los convencionales:

Los signos convencionales son los que mutu amente se da n todos


los vivien tes para manifes tar, en cuanto les es posible, los movi-
mi en tos del alma como las sensaciones y los pe nsamie ntos. DC,
115, II, 3.

Como ya se mencionó, un signo se entiende como natural principal-


mente porque lo que eventu almente llegue a comunicar es compl e-
tamente independiente de la instancia que funci one como hablante,
o qu e genere o dé cuenta de lo qu e se asum a como signo. En conse-
cuencia, si hay algo de vo luntad o de apetenci a de por medio en la
generaci ón del signo en cuestión, entonces se hablaría de «s igno
convencional». De esta manera, el rasgo decisivo para establecer si
un signo es natural o no, no tiene qu e ver mera me nte con el grado
de necesidad qu e se pueda constatar en la relación qu e se presente
entre el signo y lo significado: el humo es signo natu ra l del fu ego, no
sólo porqu e siempre qu e se constate humo se haga presente el co-
nocimiento de la existencia de fu ego, sino en la medid a en qu e lo
qu e dé cuenta de la existenci a del humo para referir al fu ego no
haya obrado por voluntad. De esta manera, si algui en hace hum o de
tal manera qu e otras perso nas se de n cuenta de que con el hum o
quie re significar el fu ego, el humo deja de ser signo na tural, y se
asume como conve ncional. Esto es claro , ya qu e alguie n podría
introducir por convenci ón el signo del humo para significar la nie-
ve o cualquier otra cosa, por lo tanto, también el fu ego mismo. E n
otras palabras, puede haber signos convencion ales qu e correspon-
dan en las relaciones signo-obj eto con los naturales. Creo qu e esto
le permite reconocer a Agustín uso de signos convencionales a los
anim ales:

129
FELIPE CASTAÑEDA

También los animales usan e ntre sí de esta clase de signos por los
que manifiestan el apetito de su alma. E l gallo, cuando encuen-
tra alimento, con el signo de su voz manifiesta a la gallina que
acuda a comer; el palomo con su arrullo llama a la paloma ( ... )
DC, 115, II, 2.

No es el caso intentar establecer cómo se imaginó Agustín propia-


mente el lenguaje de las palomas y de las gallinas. Sin embargo, el
asunto permite rescatar algunas observaciones: primera, el lenguaje
convencional no se reduce al humano. Segunda, no todo lenguaje
convencional se tiene que explicar por ostensiones, bajo el supuesto
de que el gallo no se pone a enseñarle a sus pollitos sus signos rela-
cionados con la comida. Tercera, lo que se ha venido llamando «len-
guaje natural», se puede entender como una posibilidad de
comunicación, en la que de alguna forma se hace uso voluntario, o
por alguna facu ltad apetitiva, de signos naturales. En este sentido,
se puede suponer que el palomo no tiene que establecer por con-
vención la re lación significativa que se dé entre sus arrullos particu-
lares y el llamado de su paloma, sino que de por sí, es decir, de
forma natural, se da el vínculo entre uno y otro. Sin embargo, la
emisión «voluntaria» del arrullo pone en funcionamiento ese vín-
culo natural, y al hacerlo, permite que la situación comunicativa
se conciba como convencional. Algo así podría pasar cuando el
bebé hace uso del lenguaje natural para comunicar sus afectos y
voliciones a los adultos: eventualmente llora sin quererlo ni pre-
tenderlo, de tal manera que en todo caso significa un estado de
dolor a los adultos. En este caso, se tendrían una serie de signos
naturales y los adultos conocerían del estado de dolor del emisor
por medio de su experiencia, etc. Pero también se podría suponer
que el niño intencionadamente se pone a llorar, que activa o que
permite el llanto a voluntad. En este otro caso, se mantiene la re-
lación causal natural entre el signo 'llanto' y el objeto 'estado de
dolor', pero formando parte de un lenguaje ya convencional. Cuar-
ta, la convencionalidad del lenguaje no tiene que ver principal-
mente con el hecho de que se presente una relación no necesaria
entre signo y objeto, es decir, la contingencia de ese vínculo no se
asume como criterio para determinar si un signo es natural o con-
vencional.

130
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEI N DE A GUSTÍN

Como sea, el lenguaje convencional no se reduce al que se pueda


dar entre el gallo y la gallina. Agustín rescata particularmente la
importancia del lenguaje articulado:

Las palabras han logrado ser entre los hombres los signos más prin-
cipales para dar a conocer todos los pensamientos del alma, siem-
pre que cada uno quiera manifestarlos. DC, 117, II, 3.

El pasaje es particularmente interesante porque señala de manera


explícita la función general del lenguaje convencional: dar a cono-
cer a voluntad los pensamientos del alma. 30 De este punto de parti-
da se desprenden una serie de consecuencias que hacen referencia
tanto a la manera de concebir criterios de comprensión, como tam-
bién a la concepción de objetos y signos.

Sobre lo primero: si el lenguaje tiene por función principal permitir


que el oyente pueda acceder a los pensamientos que el hablante le
quiera manifestar, entonces el lenguaje se concibe básicamente como
un medio de comunicación. En este sentido se trata de algo que se
piensa en relación con el grado de cumplimiento del fin que se le
asigna. De esta manera, se pueden establecer criterios de compren-
sión correcta cotejando el fin que se le determina al uso del lengua-
je con el grado de cumplimiento del mismo. En este caso, el fin
ideal consistiría en que el oyente acceda plenamente a los pensa-
mientos que el hablante quiera dar a conocer. Por otro lado, este fin
presupone que se presente un desfase entre las almas de los hablantes
así como el interés de superarlo. 31 Dicho de otra manera, si cada
quien no pudiera pensar diferente, si cada uno no pudiera querer

30 Cf. De Magistro: «Recuerdo que lo prim ero qu e hemos buscado dura nte algún tiempo es el por
qué del hablar, y hemos encontrado que hablamos para enseñar o para recordar ( ... )» (633, 19
(VII)). Y más adelante: «Hasta aquí han tenido valor las palabras. Aun concediéndol es mucho,
nos incitan solamente a bu scar los objetos, pero no los mu estran para hacé rnoslos conocer. ( ... ) y
con mucha ve rd ad se dice que nosotros, cuando se art iculan las palabras, sabemos qué significan
o no lo sabemos: si lo primero, más qu e aprender, recordamos; y si no lo sabemos, ni siquiera
recordamos, se nos incita a buscar su significado». (657s, 36 (XI)).
3 1 Cf. De Ordin e: «( ... ) por un vín culo natural está ligado el hombre a vivir en sociedad con los que
ti enen en común la razón , ni pu ede unirse firmísim ament e a otros. sino por el lenguaje, comuni-
cando y como fu ndi endo sus pensa mientos con los de ellos. Por eso vio la necesidad de pone r
vocablos a las cosas, esto es, fijar sonidos que tu viesen una significación , y así, superando la impo-
sibilidad de una comu nicación directa de espíritu a espíritu , valióse de los sentidos como intenne-
diarios para unirse con los otros» .(!! , 12, 35, pg. 671).

131
F EJJP E C:\ST:\1\'E DA

difere nte, y si no fu era necesario co nt ar con el o tro, no tendría


se ntido generar lenguaje co nve ncio na l. E n co nsecuencia, es te le n-
guaje no só lo pres upone a los habla ntes concebidos ese ncialmente
corn o seres do tados de vo lunt ad y de cap acidad de pe nsa mi e nto,
sin o qu e asum e qu e la info rm ación a la qu e es te le nguaje apunta
tie ne q ue ve r con lo qu e las pe rsonas voluntar ia me nte pie nsa n, o
co n cualquie r cosa qu e esté li gada a es te tipo de pe nsa mi ento . D e
ahí que el uso co mprensivo del le nguaje pe rmita en principio ac-
cede r al otro desde lo que le es propio y específico, a la vez qu e
logra supe rar la siempre prese nte posibilidad de difere ncia en re-
lac ión co n lo que se qui e re y se pie nsa . E n otras palabras, el le n-
guaje co nve ncio na l qu e efectivame nte se compre nde, facu lta ría ser
asumid o po r e l o tro y qu e el otro sea asumido po r un o, e n e l se nti-
do e n q ue se puede estar «e n la cabeza de l o tro», po r decirlo de
algun a manera:

No tene rn os otra razó n para seña lar, es decir, pa ra dar un signo,


sino e l sacar y trasladar al ánimo de otro lo que te nía en el suyo
aquel que dio la señal. DC, 115, JI, 3.

Sobre lo segundo: si el lenguaje convencional apunta precisamente


a lo que los hab lantes quieren y piensan, entonces los objetos a los
que este lenguaje se ñale, es decir, las cosas que pueda hacer presen-
te o qu e refi e ra, se te ndrán qu e concebir a p artir de lo qu e los
hablantes qui era n y pie nse n. No tendría sentid o qu e el lenguaje hi -
ciera referencia a obj etos concebidos de manera neutra l fre nte a las
co ndi cio nes y actitudes ge nerales propias de los hablantes: los obje-
tos del le nguaje tie nen que ser entendidos en la medid a en qu e sea n
algo para su voluntad según co mo se los e nti enda. Este asunto se
retomará más adelante.

Vo lviendo sobre e l te ma de la ambigüedad: en térmi nos generales


se puede afirm ar qu e se prese nta este inconveni e nte, e n el le nguaje
co nve nciona l, cuando se da la posibilidad de significados diversos
en fun ció n de lo qu e el hablante quiera y pie nse sin co ntar con crite-
ri os para decidir por e l correcto . E n o tras palabras, cuando no se
puede establecer qué es lo qu e quiere voluntari ame nte dar a co no-
cer el hablante de su pe nsamie nto, porqu e se da más de una posibi-
lidad de significación.

132
AMBIGÜEDAD Y COM PRENS IÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

Lo anterior aplicado al tema de la interpretación de la Biblia quiere


decir lo siguiente: si se supone que estos textos expresan el parecer
de Dios en relación con los humanos, entonces hay ambigüedad
cuando en el fondo no se puede determinar qué es lo que Dios pro-
piamente piensa y quiere manifestarle al hombre, porque no se sabe
si es una cosa u otra. Obviamente, si se da por válido que las Sagra-
das Escrituras tienen carácter de ley, el hecho de que se presente
ambigüedad implica que el creyente no puede definir cuál sea la
voluntad de Dios para con él, es decir, qué sea lo debido, cuál deba
ser su conducta correcta. En efecto, la Biblia se entiende, en lo bási-
co, como un caso de uso específico de lenguaje convencional:

Los que la leen (Ja divina escrituraJ no apetecen enco ntrar en ell a
más que el pensamiento y la voluntad de los que la escribi eron , y
de este modo llegar a conocer la voluntad de Dios según la cual
creemos que hablaron aqu ellos hombres. DC, 117, II, 6

Fuera del inconveniente de comprensión traído a cuento, se puede


presentar otro adicional: una cosa es que se presenten casos en los
que no se sabe qué es lo que se quiera significar con determinada
expresión, puesto que se presentan diferentes posibilidades de sig-
nificación, pero otra consiste en que el oyente no se dé cuenta ni
siquiera de que hay efectivamente ambigüedad, cuando de hecho se
presenta, y qu e considere que comprende de man era adecuada de-
terminado mensaje, porque opta por una posibilidad incorrecta de
significación . Este problema nos remi te al asunto de la servidumbre
de la palabra como muerte del alma.

VII LA ESCLAVITUD DE LOS SIGNOS

Co mo ya se mencionó, para Agustín el problema principal de ambi-


güedades que presenta la interpretación bíblica, consiste en el he-
cho de tomar como el significado pretendido de un a determinada
expresión su sentido propio en lugar del metafórico o trasladado,
o viceversa. De esta manera, se puede presentar el caso de expre-
siones que en principio refieren a determinados objetos o asuntos
que representan su sentido propio, pero que, a su vez, estos obje-
tos o asuntos pueden ser signos de otros significados. Cuando el

133
FELIPE CAS'J'AÑEU,\

significado pretendido de una expresión consiste en su sentido tras-


ladado, pero el oyente lo confunde con lo significado en sentido
propio, entonces se caería en la «esclavitud de los signos», con even-
tual muerte del alma:

Es esclavo de los signos el que hace o venera alguna cosa significa-


tiva [rem significantem ], ignorando lo que signifique. El que hace o
venera algún signo útil instituido po r Dios, entendiendo su valor y
significación , no adora lo que ve y es transitorio, sino más bien
aquello a que se han de referir todos estos signos. Un hombre así
es libre y espiritual( ... ) DC, 209, III, 13.

De una manera más explícita:

Las ambigüedades proveni entes de las palabras matafóricas o tras-


ladadas ( ... ) requie ren un cuidado y diligencia no medianos. Lo
primero que hemos de evitar es tomar a l pie de la le tra la senten-
cia figurada ; por eso el Apóstol dice : la letra mata, e l espíritu
vivifica. Cuando lo dicho figuradamente se toma como si hubiera
sido dicho en sentido litera l, conocemos sólo según la carne. Nin-
guna cosa puede llamarse con más exactitud mu erte del alma,
que el so mentimiento de la inteligencia a la carne siguie ndo la
letra, por cuya facultad el hombre es superior a las bestias ( ... ).
En fin , es una miserable servidumbre del alma tomar los signos
por las cosas mismas, y no poder elevar el espíritu por encima de
las criaturas corpóreas el ojo de la mente para percibir la luz eter-
na. DC, 205 , III, 9.

Un análisis adecuado de estos pasajes no es posible sin entrar sobre


la concepción general de las cosas para Agustín. Como ya se dijo,
cuando se hace uso de lenguaje convencional, se pretende dar a co-
nocer al oyente parte de lo que se piensa a voluntad. Ahora bien,
aquello que se pretenda significar con las expresiones se tiene que
entender en la medida en que sea algo para la voluntad y el pensa-
miento del hablante. En consecuencia, para poder entender el men-
saje divino, pensando en el caso de la interpretación de la Biblia,
habría que establecer cómo se pueden entender las cosas en general
desde la óptica divin a. Dicho de otra manera, habría que establecer
cómo se conciben los posibles referentes del lenguaje divino según

134
A.'11BIGÜEDAIJ Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTiN

su voluntad y pensamiento, o por lo menos, según el credo. Sin em-


bargo, antes de pasar a este asunto, se pueden adelantar en todo
caso algunas observaciones provisionales:

Primera, en el caso de la interpretación de la Biblia , se supone que


el hablante es, en últimas, Dios mismo. En este sentido, si no se cree
en la existencia de este dios, si no se acepta que él mismo es el que
se comunica por medio de sus profetas, si no se lo asume según las
características del credo, etc., de por sí no será viable acceder a la
comprensión «Correcta» del texto en cuestión. Es un punto impor-
tante: si se desconoce de por sí la condición del hablante, no es po-
sible de entrada la comprensión de su lenguaje . Como ya se
mencionó: «No tenemos otra razón para señalar, es decir, para dar
un signo, sino el sacar y trasladar al ánimo de otro lo que tenía en el
suyo aquel que dio la señal.» Ahora bien, como el que en principio
genera la señal que da lugar al texto bíblico es el dios cristiano mis-
mo, si no se cree en él, no es posible pensar que se pueda entrar en
su ánimo. Reformulando el asunto : desde el punto de vista de
Agustín, no se puede entender la Biblia de la misma forma indepen-
dientemente de si se cree o no se cree en Dios.

Segunda, captar de una manera adecuada el mensaje divino es algo


en lo que el hombre parece que se juega la vida o la muerte, la
esclavitud o la libertad, la espiritualidad o la carne y el bestialismo.
Y precisamente, lo anterior tiene que ver con la posibilidad de que
se presente ambigüedad entre los sentidos propios y metafóricos de
eventuales expresiones del texto sagrado. El asunto es llamativo:
por alguna razón, si el oyente no trasciende en su comprensión el
plano de los objetos directamente referidos por las expresiones bí-
blicas, las implicaciones prácticas parecen ser bastante negativas, lo
que supone una cierta concepción del hablante: se trata de un ser
que puede conocer según la carne o el espíritu, que se puede salvar
o condenar, que puede ser libre o esclavo. En términos generales, se
podría afirmar que la posibilidad de comprensión de lenguajes con-
vencionales, como el de la Biblia , condiciona de por sí la forma de
entender al oyente. Dicho de otra manera, el oyente no se puede
asumir como una especie de instancia neutral en el acto de comuni-
cación: para poder entender adecuadamente textos como el de la

135
FE l .IP E c..\ST:\ r\1El >A

Biblia, parece que hay qu e creer e n Dios co n todo Jo que eso impli-
ca, es decir, hay qu e acepta r qu e hay pecado o rigin al, qu e se presen-
ta posibilidad de sa lvación, qu e se cuenta con cuerpo y alm a, pero
ta mbié n, qu e D ios es omnipote nte, que el homb re es criatu ra, etc.
D icho de otra mane ra, los lenguajes co nve ncio nales no parecen es-
ta r desligados de un a determin ada preco ncepción o prefiguración
del tipo de oye nte adecuado , para qu e se logre un a co municació n
comprensiva.

VIII CONCEPCIÓN DE LAS COSAS

U nas cosas sirve n pa ra gozar de ell as, o tras para usarlas y algunas
para goza rl as y usa rl as. Aque ll as co n las que nos goza mos nos ha-
cen fe lices; las q ue usa mos nos ay ud a n a te nde r hacia la bi e nave n-
tura nza y nos sirve n co mo de apoyo para pode r co nseguir y unirnos
a las que nos hace n felices( .. .) pero si qu ere mos goza r de las q ue
debemos usa r, tras to rn a mos nuestro tenor de vida y algun as veces
tam bié n lo to rcemos( ... ). D C, 65 , I, 3.

Ya se habl ó de un a form a general de e nte nd er las cosas en cua nto


aq ue ll o qu e, e n últim as, es refe rido por los signos. Desde este punto
de vista, po r 'cosa' se piensa todo aq ue ll o q ue no es signo . Sin
e mb argo, e n la medid a e n qu e las cosas so n aquell o que se hace
prese nte a la me nte de l oyente por medi o de los signos qu e e l ha-
blante emite co n el fin de da rl e a conocer vo luntariamente lo que
p iensa, las cosas no se pueden as umi r me ramen te como algo neu-
tral a l ámbito de intereses, co nocimie ntos, deseos, etc., de las per-
so nas qu e hacen uso del lenguaje. De ahí que res ulte espec ialme nte
ll amativo qu e, cuand o Agustín se propone definir qu é en tie nd e
por 'cosa' en la med ida e n que se las co nsidera po r sí mismas, ll e-
gue a este tipo de pl a ntea miento, emin entemente práctico, po r ll a-
ma rl o de algun a man era. Las cosas no se está n determin and o e n
relación co n lo qu e se enti enda, en términ os generales, por e l ser o
por la na da; ta mpoco se las asume como algo qu e te nga algún tipo
de caracteri zació n espacio temporal, entre o tras posibilidades. Más
bie n se las co ncibe en funci ó n de l ámbito de inte reses de las perso-
nas: 'cosa ' es todo aqu ell o, o que se usa, o que se goza, o qu e se usa
y se goza . E n co nsecue ncia, un desa rroll o de l co ncepto de cosa

136
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

implicaría ir sobre la manera como se está entendiendo Ja felici-


dad , los medios para alcanzarla, el fin en el que se concreta, las
capacidades humanas para lograr realizarla, y los inconvenientes
en los que puede caer el hombre en esa búsqueda, entre otros
aspectos.

Lo anterior permite señalar adicionalmente lo siguiente: las cosas


se están concibiendo esencialmente a partir de una forma de enten-
der las conductas humanas ligada a una idea del bien, de lo correc-
to, de lo que se debe hacer y de la forma de llevarlo a cabo. No es
del caso entrar sobre este tipo de asuntos, pero por lo menos sí ha-
cer explícitas algunas ideas básicas de Agustín al respecto, para des-
pués retomar el asunto de las ambigüedades y, en especial, las que
se generan por la confusión entre sentidos propios y trasladados.

Unas cosas cobran realidad en Ja medida en que sirven para alcan-


zar otras. Estas serían aquellas que se usan .32 Son medios. En conse-
cuencia, de por sí no se deberían pretender. Por lo tanto, buscarlas
por sí mismas, es decir, como si tuviesen un valor implícito en sí,
supone comportarse indebidamente.

Otras cosas se hacen presentes en la medida en que generan placer, o


bienestar, o gozo en las personas. 33 Se puede afirmar que este tipo de
cosas tiene más valor que las que tan sólo se deben usar, puesto que
estas últimas únicamente cobran realidad en función de las primeras.
Por lo tanto, se comienza a sugerir la posibilidad de establecer algo así
como categorización general de las cosas a partir de una escala de
valores: en la medida en que una cosa genere más gozo, se determina-
rá como un fin mayor, y las otras se entenderán como meros medios,
que sólo cobran sentido a partir de ese objetivo mayor. Ahora bien, es
importante resaltar que ese objetivo mayor es lo que hace posible que
las otras tengan realidad, es decir, que sean algo, que cobren existen-
cia. Además, ese fin mayor es, a la vez, el criterio que sirve para orde-
nar las relaciones que se deban presentar entre las anteriores, de tal
manera que efectivamente se logre lo propuesto. Así, las intermedias

32 «Usa r es emplea r lo que estú en uso pa ra conseguir lo que se ama, si es que debe se r amado.» OC,
65s, 1, 4.
33 «G ozar es adherirse a un a cosa por el amor de ella misma.» OC, 65, l , 4.

137
F ELIPE CASTAÑEDA

se piensan y se conciben a partir de la última, es decir, al pensar en


ellas ya está implícita la referencia a la última. Dicho de otra manera,
las cosas que se usan, o que se usan y se gozan, de hecho y en principio
llevan al pensamiento de las que sólo se gozan.
Precisamente este punto permite retomar el asunto de las ambigüe-
dades: las cosas que se usan, o que se usan y se gozan, siempre se
pueden concebir como signos de las que sólo se gozan, pero también
como meras cosas. Es decir, este tipo de entidades implican de por sí
ambigüedad: las expresiones que permiten hablar de ellas pueden
significar de manera directa las cosas mismas y, en sentido traslada-
do, el fin al que en principio están ordenadas.
Ahora bien, lo anterior indica, en términos generales, que los
hablantes de un determinado lenguaje convencional prefiguran los
objetos de sus signos en función de ciertas categorías que de alguna
manera permiten determinar un sistema, en el siguiente sentido:
aquello de lo que habla se ordena a partir de los fines que se preten-
dan , teniendo en cuenta consideraciones sobre las cosas en la medi-
da en que se puedan entender como medios. Se sugiere, entonces,
que los lenguajes convencionales no significan meramente objetos,
sino objetos a partir, y en la medida en que sean significativos para
la determinada concepción práctica de las cosas en general de los
hablantes.

Agustín aspira a que se tome por válida una cierta ordenación de las
cosas a partir de un cierto planteamiento de lo que debe ser el fin
último, el hombre y sus relaciones frente a este fin de fines:
El compendio de todo lo expuesto desde que comenzamos a tratar
de los objetos o cosas, es entender que la esencia y el fin de toda la
divina escritura es el amor de la Cosa que hemos de gozar y de la
cosa que con nosotros puede gozar de ella ( ... ). DC, 105, 1, 40.

No se debe olvidar que esta forma de entender los objetos de un


lenguaje se desprende del problema de la interpretación de la Bi-
blia. En consecuencia, se trata de un lenguaje convencional especí-
fico, justamente el que utilizan los profetas para transmitir el
pensamiento y la voluntad de Dios. Así, la postulación de Dios como
fin último, es decir, como cosa que debe ser amada de por sí, no sólo

138
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

se debe entender como una especie de principio práctico, sino como


uno de los fundamentos del sistema de cosas de las que puede ha-
blar este peculiar lenguaje. En otras palabras, la afirmación de Dios
como fin último, se constituye como la determinación del sentido
trasladado que en principio debe tener cualquier otro objeto, bien
sea que meramente se lo use, o se lo goce y se lo use. Si esto es así,
entonces cualquier cosa de la creación siempre puede significar a su
creador, ya que justamente por él tendría no sólo existencia sino
sentido.

Sin embargo, antes de pasar de nuevo al asunto de las ambigüeda-


des en los textos bíblicos, conviene ampliar brevemente lo expuesto
acerca del papel de Dios como criterio de ordenación de los objetos
desde un punto de vista práctico.

No puede encontrarse persona alguna que crea que Dios es algo


mejor de lo que es. Por lo tanto, todos piensan unánimemente que
Dios es lo que se antepone a todas las cosas. DC, 71, I, 8.

Este dios no se asume meramente como fin de fines, sino como el


valor supremo. Por lo tanto, todo lo otro no sólo queda entendido
como de menor valor, sino como algo cuyo valor es relativo en la
medida en que lleve o que represente el del dios propuesto. Al ir
concretando Agustín la naturaleza de Dios, va atribuyéndole una
serie de características que lo ubican más allá del mundo temporal y
corporal. Obviamente, esto tiene por consecuencia que todos los
objetos que constituyen la creación en general se conciban esencial-
mente como medios, que se deben utilizar para llegar a alcanzar el
fin final. Por lo tanto, todas las cosas diferentes de Dios quedan
asumidas como cosas que sólo tienen sentido en la medida en que
se las ordene en función de este fin último. En palabras de Agustín:

(... ) siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en esta vida mor-
tal, si queremos volver a la patria donde podemos ser bienaventu-
rados, hemos de usar de este mundo, mas no gozarnos de él, a fin
de que por medio de las cosas creadas contemplemos las invisibles
de Dios, es decir, para que por medio de las cosas temporales con-
sigamos las espirituales y eternas. DC, 67, I, 4.

Algunas conclusiones parciales:

139
El conjunto de los objetos creados, es decir, «este mundo», se debe
concebir como algo que refiere a Dios, en el sentido en que sólo
tiene valor en la medida en que se lo use para llegar a él.

Por lo tanto, amar lo que tan sólo se debe usar resulta bastante incon-
veniente desde un punto de vista práctico, puesto que impide gozar de
la posibilidad de eternidad, espiritualidad, etc.
( .. .)si la amenidad del camino y el paseo en el carro nos deleitase
tanto que nos entregásemos a gozar de las cosas que sólo debimos
utilizar, se vería que no querríamos terminar pronto el viaje ;
engolfados en una perversa molicie, enajenaríamos la patria, cuya
dulzura nos haría felices. DC, 67, I, 4.

De ahí que finalmente resulte tan perverso e importante el tema


para Agustín de la confusión entre sentido propio y figurado en la
lectura de las Escrituras:
Si todo signo es signo de algo, y si todo algo puede tomarse tanto
por sí mismo como en la medida en que se lo ordene a la «cosa de
cosas», entonces siempre es factible que el oyente del mensaje divi-
no se pueda eventualmente confundir, dándole más valor a lo signi-
ficado de manera directa, que a aquello por lo cual esa cosa tiene
existencia, sentido y un lugar en la creación.
La misma idea expresada desde una consideración más extrema:
por lo dicho, todo en la creación de una u otra manera representa a
su creador, es decir, en últimas, a Dios. En consecuencia, toda cosa
está habilitada para referir a Dios. Por lo tanto, «Si nos deleitamos
tanto en el camino» que no sólo se nos olvida la patria buscada, sino
que nos queremos mantener como eternos peregrinos, necesaria-
mente se caería en idolatría o en algún otro tipo de infidelidad. Lo
curioso del asunto consiste en que esta situación se puede explicar
como el resultado de una peculiar confusión semántica: el ser hu-
mano al estar inscrito en la creación, se ve enfrentado a todo un
texto mayor que se concreta en la creación misma. Al intentar des-
cifrar ese mensaje de su oculto hablante divino, le da un valor erra-
do a las cosas: en vez de trascender las cosas mismas a lo que en
principio representan, considera que son valiosas por sí mismas. Y
de esa manera, les atribuye el valor que sólo debería ser dado al

140
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

«Dios de dioses». Las siguientes afirmaciones de Agustín permiti-


rían dar cuenta de la manera como se entiende la infidelidad desde
este punto de vista, pero también de la relación entre cristianos e
infieles enfocada hacia una especie de reeducación lingüística:

( ... ) la libertad cristiana libró de la servidumbre a los que halló


sometidos a los signos útiles como a gente que estaba más cerca de
ella, interpretándoles los signos a que estaban sujetos, y elevándo-
los a realidades representadas por ellos; y de estos libertados se
formaron las iglesias de los santos israelitas. Mas a los gentiles que
halló bajo el yugo de los signos inútiles no sólo los sacó de la servi-
dumbre de aquellos signos, sino que removió y extirpó estas vani-
dades, para que de aquella corrupción de venerar a infinidad de
falsos dioses( ... ) se convirtiesen al culto del único Dios, no ya para
seguir bajo la esclavitud de signos útiles, sino más bien para ejerci-
tar su alma en el conocimiento espiritual de ellos. DC 209, 111, 12.

La distinción entre signos útiles e inútiles tiene que ver con lo si-
guiente:

La servidumbre que conservó a los signos el pueblo judío era muy


distinta de la que acostumbraban a seguir las demás naciones, pues
de tal modo estaban sometidos a las cosas temporales que en to-
das ellas se les recomendaba un solo Dios. Y aunque tomasen los
signos de las cosas espirituales por las mismas cosas, por no saber
lo que representaban, sin embargo, tenían grabado en su alma que
con tal servidumbre agradaban al único Dios de todas las cosas a
quien no veían. DC, 205, III , 10.

Según esto, habría pueblos que confunden los objetos referidos por
los signos como su significado último, pero que en todo caso lo ha-
cen en función de algo mayor, de una instancia que los trasciende,
aunque no la puedan identificar con el dios cristiano. La servidum-
bre a este tipo de signos genera infidelidad, ya que se le da culto a
ciertas cosas que no son el dios mismo, aunque sean útiles, puesto
que habilitan o disponen favorablemente para después lograr en-
tender los signos de una manera adecuada. Por el contrario, los gen-
tiles confundirían a la instancia divina con algún objeto de la creación,
o la entenderían a partir de una multiplicidad de dioses que estarían

141
FELIPE CASTAÑEI)¡\

representados por distintos aspectos de la misma. De esta forma,


por ejemplo, o confundirían el mar con un dios, o podrían pensar
que el mar es signo de un determinado dios que cumple una función
determinada junto con los responsables de otros elementos, etc.
También se podría dar el caso que identificaran a Dios con una per-
sona concreta, o con una cierta obra humana. Obviamente, todo
este tipo de signos serían inútiles, en la medida en que alejan e im-
piden la comprensión adecuada de la creación puesta en función de
un único dios trascendente y eterno.

Lo anterior permite dar cuenta de la importancia que podía tener


para Agustín el problema de las ambigüedades que se generan por
las eventuales confusiones entre sentido propio y metafórico o tras-
ladado. Desde su óptica, resulta claro que este tipo de inconvenien-
te puede tener por consecuencia la muerte del alma, puesto que
impide la posibilidad de salvación eterna, pero también, su esclavi-
tud, ya que lo temporal primaría sobre lo eterno.

IX CRITERIOS PARA LA SOLUCIÓN DE AMBIGÜEDADES

La regla general es que todo cuanto en la divina palabra no pueda


referirse en un sentido propio a la bondad de las costumbres ni a
las verdades de la fe, hay que tomarlo en sentido figurado. La pu-
reza de las costumbres tiene por objeto el amor de Dios y del pró-
jimo; y la verdad de la fe, el conocimiento de Dios y del prójimo.
OC, 211 , lII , 14.

En la medida en que la Biblia se puede entender como un caso de


uso de lenguaje convencional, cualquier tipo de ambigüedad o de
oscuridad se debería poder resolver consultando la intención del
hablante, que en esta circunstancia serían los profetas, y en últimas,
Dios mismo. Ya que esto no es posible, se busca una estrategia al-
ternativa: identificar cuál es el mensaje básico del texto, que expre-
sa la intención principal del hablante, para de esta manera sentar un
criterio que haga posible ordenar la información que constituye la
totalidad del texto. Como ya se mencionó, los lenguajes convencio-
nales tienen por función lograr manifestar los pensamientos de los
hablantes según su voluntad. De esta manera, si se logra determinar

142
AMBIGÜEDAD Y COMPRENS IÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

qué era lo que el hablante principalmente deseaba manifestar con


su texto, se logra fijar una pauta de interpretación: el sentido de las
expresiones que confirma esa pauta, dará lugar a la significación
correcta, el que no, se debe reformular o rechazar.

Agustín concreta la intención básica del mensaje divino en lo que


llama la «doble caridad»: amor de Dios y, a la vez, amor del próji-
mo. Lo primero lleva al ámbito de cuestiones propiamente religio-
sas : la creencia en determinada naturaleza divina o la fe , pero
también, la voluntad de disponer todos los asuntos de la vida en
función de hacer posible la unión con esa entidad, o la caridad, con
la esperanza de encontrar ahí la felicidad plena. Anteriormente se
aludió a la concepción general de las cosas que propone Agustín
como compatible con este punto de vista, por lo que no vale la pena
volver sobre este lado del asunto. Sin embargo, es conveniente sub-
rayar lo siguiente: este primer aspecto de la regla para determinar
el sentido adecuado de las expresiones de la Biblia directamente
hace referencia a una serie de principios y de actitudes, que de en-
trada se asumen como incuestionables e indispensables para que se
pueda dar una comprensión adecuada del lenguaje en cuestión.

El segundo aspecto de la caridad lleva a consideraciones que tienen


que ver con el ámbito social y de las costumbres: el amor del próji-
mo se concreta en el seguimiento de determinadas normas que ha-
cen posible la convivencia, pero también las conductas virtuosas y
justas. De esta forma, la creencia religiosa en mandamientos como
el de «amar al prójimo», etc., deviene en la afirmación y aceptación
de preceptos que atañen más a la organización social y política. Este
aspecto de la regla también resulta llamativo: no se comprende co-
rrectamente este lenguaje convencional si el oyente de por sí no com-
parte cierto tipo de normas sociales y de conducta. En otras palabras,
la comprensión de lenguajes convencionales parece implicar que los
hablantes estén adecuadamente inscritos en determinado sistema de
valores sociales, o si se quiere, que compartan cierta forma de vida.

Otras formulaciones de la misma regla:

Las cosas que a los ignorantes les parecen delitos, ya se trate de


palabras o hechos que la Escritura aplica a Dios o a los hombres,

143
FELIPE CASTANEDA

cuya santidad nos recomienda ella misma, se han de tener todas


ellas por locuciones figuradas, que encierran secretos, los cuales
deben esclarecerse para sustento de Ja caridad. DC, 215, III, 18.
( ... )se ha de observar en las locuciones figuradas Ja regla siguien-
te, que ha de examinarse con diligente consideración lo que se lee,
durante el tiempo que sea necesario para llegar a una interpreta-
ción que nos conduzca al reino de la caridad. Mas si la expresión
ya tiene este propio sentido, no se juzgue que allí hay locución
figurada . DC, 221, III, 23.
Si Ja locución es preceptiva y prohíbe Ja maldad o vicio, o la iniqui-
dad y crimen, o manda Ja utilidad o Ja beneficiencia, entonces Ja
locución no es figurada. Pero si aparenta mandar la maldad o la
iniquidad, o prohibir la utilidad o beneficiencia, en este caso es
figurada. DC, 221, III, 24.

De estas variantes de la regla general se puede inferir lo siguiente:

Primero, en los casos en que se presenta ambigüedad en textos o


lenguajes como el de la Biblia, la determinación del sentido adecua-
do es algo que de alguna manera se debe construir: se tienen los
preceptos de la caridad y las normas sociales que en principio se
asumen como válidas, se presentan expresiones cuyo sentido pro-
pio no parece compatible con estos preceptos, y se genera una espe-
cie de contradicción, por lo que se hace necesario «buscar» algún tipo
de sentido de las expresiones en cuestión que permita superar el in-
conveniente. Ahora bien, este otro sentido que se le debe atribuir a
esas expresiones es un sentido que rebasa el que en principio les es
propio, por lo tanto, se trata de un ejercicio que redefine o redetermina
la manera habitual y corriente de entenderlos. Dicho de otra manera,
la comprensión de lenguajes no opera meramente a partir de la acti-
vación de un sistema de asociaciones, o si se quiere, de forma auto-
mática: el oyente se asume como una instancia activa en el proceso de
comprensión.

Esto nos lleva a una segunda consideración: la comprensión se con-


cibe en estos casos como el resultado de un proceso. Es algo que de
una u otra manera se hace, se busca, se construye. Por lo tanto, no
se puede tratar meramente de una especie de estado anímico.

144
AMBIGÜEDAD Y COMPRENS IÓN: EL WITTGENSTEI N DE AGUSTÍN

Tercero, Ja regla de Ja doble caridad no es algo que el texto mismo


pueda eventualmente cuestionar, puesto que es, precisamente, lo
que hace posible su comprensión básica. Así, no tiene sentido pen-
sar que el texto la pueda contradecir: si se da el caso, entonces Ja
expresión que dé lugar al inconveniente se tiene que reformular en
aras del principio, pero no lo contrario. Por lo tanto, la doble cari-
dad funciona como una especie de regla de juego o de proposición
gramatical, parafraseando a Wittgenstein. Se trata de algo que per-
mite constituir y a la vez dar sentido a la totalidad del texto, a esa
manifestación de lenguaje convencional. Afirma Agustín:

El que juzga haber entendido las divinas Escrituras o alguna


parte de ellas, y con esta inteligencia no edifica este doble amor
de Dios y del prójimo, aú n no las entendió. Pero quien hubiera
deducido de ellas un a sentencia útil para edificar la doble cari-
dad, aunque no diga lo se demuestra haber se ntido en aquel
pasaj e el que la escribió ni se engaña con perjuicio, ni miente.
DC, 105 , l , 40.

Fuera de la regla general para Ja aclaración de ambigüedades rela-


cionada con la distinción entre sentido propio y trasladado, Agustín
menciona otras que hacen referencia a problemas de comprensión
ligados.

Si alguno afirma temerariamente lo que no dice el autor a quien


lee, incurrirá muchas veces en distinta sentencia qu e no podrá con-
cordar con la del autor; y si concede que es verdadera y cierta la
divina Escritura, no podrá ser verdadero lo que él afirmaba ( ... )
DC, 107, l, 41.

La Biblia se concibe como un texto que en principio debe poderse


entender de una manera coherente, ya que obedece a una serie de
principios que le dan orden y que sirven como criterios para la de-
terminación del sentido de pasajes que suscitan inconvenientes de
comprensión. En este sentido, si se acepta la validez de fundamen-
tos como el de Ja doble caridad, entonces toda proposición de las
Escrituras se debe asumir igualmente como verdadera, ya que debe
poderse desprender de ese principio. Si esto es así, Ja Biblia se asu-
me como un caso de uso de lenguaje que necesariamente expresa

145
FELIPE CASl'AÑEDA

verdades. En consecuencia, la interpretación de la misma no puede


arrojar como resultado el que se considere como falsas una serie de
proposiciones de la misma. Dado el caso que algunas resulten ma-
nifiestamente erradas o falsas, se debe recurrir a la distinción entre
sentido propio y metafórico, o a la identificación de algún otro ex-
pediente que permita redefinir el sentido de las expresiones en cues-
tión para hacerlas corresponder con los principios ejes del discurso.
Además, si el oyente considera falso algo que de por sí concuerda
con la doble caridad, de hecho se asume su interpretación como
errada, ya que no responde a los criterios de comprensión adecua-
dos. De esta manera, la Biblia cobra el carácter de algo así como un
texto de textos, o de un lenguaje de lenguajes: los discursos que ge-
nere como interpretaciones suyas, como ampliaciones o intentos de
extensión, deben estar sujetos a los parámetros de válidez que ella
misma fija, es decir, en ningún caso la deben contradecir o preten-
der falsear. Dicho de otra forma, no es un tipo de lenguaje que per-
mita la falsación de sus puntos de vista.

Fuera de este criterio que sugiere que este texto de por sí sólo se
puede entender si se lo asume como válido, se añaden otros que
permiten resolver dificultades por contradicciones u oscuridades
aparentes, o mejor dicho, necesariamente aparentes:

En los pasajes más claros se ha de aprender el modo de entender


los obscuros. DC, 235, III, 37.

La coherencia interna mencionada supone que este lenguaje está


estructurado en función de un hilo conductor que le da unidad y
sentido a todas sus afirmaciones y expresiones. De esta forma, el
sentido de pasajes oscuros se puede determinar en función de aque-
llos en los que es claro. En principio, se supone que se trata de un
mismo texto porque obedece, en términos generales, a una misma
intención. Lo anterior tiene por consecuencia lo siguiente:

Cuando de las mismas palabras de la Escritura se deducen no uno,


sino dos o más sentidos, aunque no se descubra cuál fue el del
escritor, no hay peligro en adoptar cualesquiera de ellos, si puede
mostrarse por otros lugares de las Santas Escrituras que todos con-
vienen con la verdad. DC, 235, 111, 38.

146
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

Esto se explica por lo ya dicho en relación con la función del lengua-


je convencional: si este tipo de lenguaje es operativo, en la medida
en que permita comunicar el parecer del hablante, entonces se lo
respeta plenamente si de una u otra forma se logra este objetivo.
Así, si se presenta la posibilidad de multiplicidad de sentidos en
relación con determinado pasaje o expresión, se puede adoptar cual-
quiera que respete los principios, sin importar si esa interpretación
corresponde de manera precisa con el sentido que le quiso dar el
autor. Curiosamente, si varios sentidos corresponden con la inten-
ción del hablante, entonces no es relevante hacer referencia de ma-
nera exacta al sentido específico al que este último apuntó, puesto
que con cualquiera se logra el tipo de comprensión esperado.

A lo anterior se le puede sumar esta acotación y aclaración ulterior:

Cuando se deduce un sentido cuya certeza no puede aclararse por


otros pasajes ciertos de las Santas Escrituras, queda el remedio de
aclararlo con razones, aunque el autor de quien pretendemos en-
tender las palabras quizás no les dio tal sentido. Este modo de
proceder es peligroso, pues es más seguro caminar por las Escritu-
ras divinas. Por lo tanto, cuando intentemos desentrañar los pasa-
jes que se hallan oscuros por sus locuciones metafóricas, hay que
investigar de suerte que el sentido hallado allí no ofrezca contro-
versia; y si la ofrece, debe zanjarse con testimonios hallados y adu-
cidos procedentes de cualquiera parte de la misma Escritura. DC,
237, III, 39.

Es curioso que Agustín advierta sobre la inconveniencia de resolver


problemas de multiplicidad de sentidos haciendo uso de «razones»,
y no centrándose en lo que el mismo texto bíblico haga posible o
permita. Y el asunto es llamativo porque de alguna manera sugiere
que se trata de un lenguaje que se debe asumir como autosuficiente
o pleno en sí mismo. Si se presenta una dificultad de comprensión,
el mismo lenguaje debe ser apto para dar razón de ella, sin necesi-
dad de recurrir a otro tipo de lenguajes o de criterios de compren-
sión. De alguna manera se señala que los huecos o vacíos de
especificidad de sentido de algunas de sus expresiones se deben sub-
sanar desde el texto mismo. Dicho de otra forma, esas carencias del
texto hay que concebirlas como asuntos que se deben superar a par-

147
tir de un desarrollo ulterior del mismo. Algo así como si el texto
estuviese incompleto y hubiese que terminarlo de escribir. El texto
bíblico se asume así como una especie de lenguaje autorreferencial:
en la Biblia misma se encuentran todos los recursos semánticos, si
se me permite la expresión, para dar cuenta de todas sus propias
necesidades de determinación de significado. Parafraseando a Witt-
genstein: «El lenguaje debe hablar por sí mismo».

X CONCLUSIONES GENERALES

Si bien el significado de una expresión se concreta en el objeto refe-


rido, conviene advertir que la noción general de objeto está condi-
cionada por las creencias y formas de asumir la realidad por parte
de los hablantes. En este sentido, los objetos no se entienden como
una especie de conjunto de referentes posibles, neutrales y a la vez
disponibles para los lenguajes articulados convencionales de tal
manera que fijen y determinen por sí mismos los significados de las
expresiones de los hablantes.

Además, todo lenguaje implica la posibilidad de ambigüedades, no


sólo porque para Agustín tod a palabra es ambigua en relación con
la determinación de su sentido propio, sino porque toda expresión
puede significar tanto de man era propia como trasladada. Desde
este punto de vista, la ambigüedad parece algo propio y natural de
todo lenguaje. Si esto es as í, el problema de la determinación del
significado de las expresiones de un lenguaje en uso no apunta a la
necesidad de construir o inventar lenguajes más perfectos, por lla-
marlos de alguna man era . En este sentido, el planteamiento de
Agustín no parece compatible con la postulación de lenguajes idea-
les, que eviten de por sí cualquier posibilidad de ambigüedad.

Por otro lado, la ambigüedad inmanente a cualquier lenguaje pare-


ce implicar una serie de consideraciones en relación con la forma
general de entender el lenguaje: este último no se puede concebir
principalmente como un conjunto de expresiones cuyos significados
se puedan establecer de manera independiente unos de otros. Un
texto o un caso específico de uso de lenguaje no se puede llegar a
entender por su descomposición en frases y, ulteriormente, en sus

148
AMBIGÜEDAD Y COMPRENSIÓN: EL WITTGENSTEIN DE AGUSTÍN

términos, para de esta manera, por una especie de recomposición a


partir del significado aislado de cada uno de sus componentes, lle-
gar al sentido del caso de uso de lenguaje en cuestión. De alguna
manera, se presupone la comprensión del lenguaje como un todo,
para así poder acceder a la comprensión de los casos de uso especí-
ficos del mismo. En otras palabras: el sentido de un término conlle-
va tener en cuenta el sentido general de la frase en que aparece, y el
de la frase, el del contexto mayor en el que tenga lugar.

Finalmente, la ambigüedad natural del lenguaje también trae consi-


go que este último no se pueda concebir por fuera de las relacio-
nes con el medio en el cual se da y se hace uso del mismo: el lenguaje
no es una instancia separable de las creencias y sobreentendidos
del grupo social en el cual se inscribe. Agustín señala no sólo la
importancia de las intenciones de los hablantes para la determina-
ción del sentido de las expresiones, sino también de la necesidad
de tener en cuenta, por lo menos para el caso de la interpretación
de la Biblia, del sistema de creencias aceptado en principio, así
como de las costumbres sociales vigentes. Es un punto importan-
te: si se pretende determinar el sentido de un cierto lenguaje en
abstracción del ámbito social en el cual se inscribe, no es posible
evitar la ambigüedad, por lo que, en consecuencia, el lenguaje se
hace inoperante.

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Verbeke, G. Augustin et le stoicisme. Recherches augustiniennes l. Pa-


rís, 1958.
Viano, C.A. La dialettica stoica. Revista di Filosofi, L, 1958.

w
Wald, L. La terminologie sémiologique dans l'ceuvre de Aurelius
Augustinus. Actes de la XIIe Conférence internationale d'Etudes
classiques «Eirene», Bucuresti/Amsterdam 1975, 89-96.
Walker, Margaret Urban. Augustine's Pretence: Another Reading of
Wittgenstein's Philosophical Jnvestigations l. Philosophical-
Investigations. 1990; 13 (2): 99-109.
Wienbruch, Ulrich. <Signum>, <significatio> und <illuminatio> bei
Augustin. Albert Zimmermann (Hrg. ), Der Begiiffder repraesentatio
im Mittelalter, Stellve1tretung, Symbol, Zeichen, Bild. Berlin, 1971:
76-93. (Miscellanea mediaevalia, Bd. 8).

159
RESEÑAS BIOGRÁFICAS

EMPERATRIZ CHINCHILLA

Licenciada en filología e idiomas de la Universidad Nacional de


Colombia. Especializada en lenguas clásicas, por la misma institu-
ción. En el momento se desempeña como profesora de lenguas clá-
sicas en las universidades de los Andes y Nacional. Coordina el Grupo
de Traducción de Latín desde 1998. Coeditora y cotraductora de
Fragmentos sobre Filosofía del Lenguaje. Anselmo de Canterbury ,
Ediciones Uniandes, Bogotá, 2001.

ANA MARÍA DÍAZ

Estudiante del programa de literatura de la Universidad de los An-


des de VIII semestre. En el momento escribe su trabajo de mono-
grafía «De dónde son los cantantes. Juego caleidoscopio abierto: la
perspectiva sarduyana de la identidad cubana». Adelanta la opción
en Lengua y Cultura Francesa. Publicó el poema Desde el génesis en
Verano Encantado , Centro de Estudios Poéticos, Madrid, 2002.

ANA MARÍA MORA MÁRQUEZ

Filósofa y matemática de la Universidad de los Andes, donde se des-


empeña como profesora de cátedra del Departamento de Matemática.
Coeditora y cotraductora de Fragmentos sobre Filosofía del Lenguaje.
Anselmo de Canterbury, Ediciones Uniandes, Bogotá, 2001.

CARLOS ANDRÉS PÉREZ

Filósofo de la Universidad de los Andes, con la monografía de gra-


do «La refutación Kantiana del idealismo», Documentos CESO N.
26, Bogotá, 2001. Actualmente trabaja como profesor de la Facul-
tad de Humanidades de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
R ESEÑAS BIOGRAFICAS

JUAN PABLO QUINTERO GUZMÁN

Estudiante de antropología de la Universidad de los Andes de X


semestre. En el momento escribe su trabajo de monografía «Estruc-
turas de poder en la sociedad escandinava» . Adelanta Opción en
Historia General y en Historia de Colombia

ELSA RAMos

Psicóloga de la Universidad de los Andes, con el trabajo de grado


«El debate analógico-proposicional: la validez de la imagen men-
tal». También es estudiante de filosofía de la misma institución. En
el momento adelanta su trabajo de monografía «Los modos de la
propiedad e impropiedad del Dasein ».

ALBERT RENDÓN Ríos

Estudiante de último semestre de literatura de la Universidad de los


Andes. Próximo a comenzar su monografía sobre Reinaldo Arenas.

MANUEL ANTONIO ROMERO DE LA TORRE

Estudiante de filosofía de la Universidad de los Andes de X semestre.


En el momento escribe su trabajo de monografía «El concepto de
error en la filosofía cartesiana.» Adelanta Opción en Matemáticas.

JUAN FELIPE SARMIENTO ESPINOSA

Estudiante de filosofía en la Universidad de los Andes de VII se-


mestre. Adelanta opción en Lenguas Clásicas.

FELIPE CASTAÑEDA

Profesor asociado y director del Departamento de Filosofía de la


Universidad de los Andes. Publicaciones: Anselmo de Canterbury y
el argumento ontológico de la existencia del demonio, en Ideas y

162
R ESEÑAS lll OGR,\FI CAS

Valores, No. 105, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1997.


lCómo pensar la libertad a finales del siglo XI? El caso de Anselmo
de Canterbury, en Doppelte Identitdt, Mainz, Schriften der Johannes
Gutenberg-Universitat, Cuaderno 11, 1998. Publicado también en
Historia Crítica , 18, 1999. La cruz y la espada: filosofía de la guerra
en Francisco de Vitoria, en Historia Crítica, 22, 2001. Comprensión
del indio americano en Francisco de Vitoria: una lectura desde Witt-
genstein en Concepciones de la Conquista /Aproximaciones
interdisciplinarias, F. Castañeda y M. Vollet, editores, Ed. Uniandes,
2001. Ver un pato y ver un pato como liebre: Wittgenstein y la inter-
pretación, en E l pensamiento de Wittgenstein , Ed. J. J. Botero, Uni-
versidad Nacional de Colombia, 2001. Introducción a la Filosofía
del Lenguaje en Anselmo de Canterbury, en Anselmo de Canterbwy
«Fragmentos sobre Filosofía del Lenguaje», F. Castañeda et al. edito-
res, Ed. Uniandes, 2001. El Indio: entre el bárbaro y el cristiano.
Ensayos sobre filosofía de la conquista en Las Casas, Sepúlveda y
Acosta, Alfaomega, 2002. Arbitrariedad y posibilidad de alteración
de lenguajes en Wittgenstein, en Ideas y Valores, 118, 2002. La apo-
logía de la guerra en Sánchez de Arévalo, en Ideas y Valores, 119,
2002. El Indio Gallina: el problema de la cobardía en Sepúlveda, en
Revista de Antropología y Arqueología, Vol. 13, 2002. Sobre la posibi-
lidad de la guerra justa entre fieles y paganos en Tomás de Aquino,
en Revista de Estudios Sociales , No. 14, 2003.

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