La Guerra Como Acto Racional

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Sincronía

ISSN: 1562-384X
sincronia@csh.udg.mx
Universidad de Guadalajara
México

La guerra como acto racional y constructor


de subjetividades: un posible pasaje de la
biopolítica a la necropolítica
Aloy, Jorge
La guerra como acto racional y constructor de subjetividades: un posible pasaje de la biopolítica a la
necropolítica
Sincronía, núm. 72, 2017
Universidad de Guadalajara, México
Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=513852524036

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
Miscelanea

La guerra como acto racional y


constructor de subjetividades: un posible
pasaje de la biopolítica a la necropolítica
War as a rational act and constructor of subjectivities: a
possible passage from biopolitics to necropolitics
Jorge Aloy * jorgealoy@yahoo.com.mar
Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Argentina

Resumen: Las guerras, como acto racional planificado, son una extensión de la política
que, en los tiempos actuales, se presentan como el instrumento para prometer, no la paz
perpetua sino la democracia y la libertad en determinadas regiones del mundo. En este
trabajo vamos a pensar en primer término el concepto de las guerras sin guerra del siglo
XXI y cómo la violencia, desde su difuso papel entre medio y fin, revela la planificación
Sincronía, núm. 72, 2017 de su racionalidad. A continuación revisaremos la idea de biopolítica, probablemente
insuficiente para estos tiempos en donde se vislumbra un corrimiento teórico hacia la
Universidad de Guadalajara, México
conceptualización denominada necropolítica.
Recepción: 27 Enero 2017 Palabras clave: Violencia, Guerras sin guerra, Derechos, Verdad.
Revisado: 22 Febrero 2017
Aprobación: 29 Mayo 2017 Abstract: Wars, as a planned rational act, are an extensión of politics, that nowadays,
are present like an instrument to promise, no the perpertual peace, but democracy and
freedom in certain regions of the world. In this work we are going to consider in the
Redalyc: https://www.redalyc.org/
articulo.oa?id=513852524036 first place, the idea of wars without war in the XXI century, and how violence, from its
vague rol between mean and end, reveals the plannification of its racionality. en, we
will revise the idea of biopolitics, which is probably insufficient for these times, where a
theoretical shi towards the conceptualization called necropolitics is perceived.
Keywords: Violence, Wars without war, Rights, Truth.

Guerras sin guerra

Las guerras y los exterminios del siglo XX, a pesar de la connotación


de irracionalidad que podrían sugerir, ejercieron los mayores actos
de racionalidad que la mente alcanzaría admitir. Lo que llamamos
irracional es, en concreto, aquello que nuestro entendimiento no alcanza
a dimensionar. Es aquello inimaginable, pero inimaginable porque es
desmedido, hiperbólico y definitivo. Consecuentemente, si estamos
habituados a aceptar que las guerras se desarrollan a través de estrategias
inherentes a la optimización de su funcionamiento, debemos descartar
hasta el más mínimo destello de irracionalidad en su ejecución, pues cada
paso está milimétricamente planificado. Ya lo leímos en la Ilíada y la
Odisea, nada es azaroso: desde el orden jerárquico de los héroes hasta la
elaboración del caballo de madera para conseguir el triunfo en Troya. En
este sentido, Alain Badiou (2005) afirma que
Cuando se dice con ligereza que lo que hicieron los nazis (el exterminio) es
del orden de lo impensable o lo inabordable, se olvida un punto capital: que lo

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pensaron y lo abordaron con el mayor de los cuidados y la más grande de las


determinaciones. (P. 15)

Por lo tanto, es de imaginar que ningún Estado entrega armas a un


ejército si junto a ellas no emite las consignas políticas con las que va a
delinear sus estrategias militares. Ya lo señala Walter Benjamin (2007):
“El militarismo es la obligación del empleo universal de la violencia como
medio para los fines del Estado” (p. 120). Por este motivo, en el siglo
XX pudo apreciarse que la aplicación desorbitante de la racionalidad en
la creación de estrategias llevó sistemáticamente, luego de la caída del
muro de Berlín, a una forma de conflagración inédita: Las guerras sin
guerra. Slavoj Zizek (2010) señala con esos términos a la doctrina de
Colin Powell, el secretario de Estado de George W. Bush, que propugnaba
“Una guerra sin bajas (de nuestro lado, naturalmente)” (p. 33). ¿Cómo es
posible conseguirlo? A través de la explotación al máximo de habilidades
que combinen la propaganda y la acción bélica. La propaganda se ejerce
hacia el interior, infundiendo miedo y estigmatizando al Otro. En este
caso, se ubica en un primer plano la violencia simbólica que ejerce
el lenguaje, no sólo por su disposición para reproducir los discursos
dominantes que llevan a generar alteraciones en la subjetividad, sino
también por su aparente capacidad neutral que oculta sus efectos. La
acción bélica, por supuesto, se ejerce hacia el exterior.
René Girard (2005) sostiene que “Decimos frecuentemente que la
violencia es ‘irracional’. Sin embargo, no carece de razones; sabe incluso
encontrarlas excelentes cuando tiene ganas de desencadenarse” (p. 10).
En concordancia con Girard, creemos que las razones de las guerras sin
guerra surgen de un modo naturalizado, y muchas veces se las escucha
como en un coro desafinado que repite: “Estado que debemos atacar es un
peligro para la humanidad en su conjunto, y nos sentimos en el deber de
combatirlo antes de que ese Estado lo haga con nosotros”. Y, como una
trampa del lenguaje, ese nosotros nos incluye, ya que es a través del miedo
cómo se busca el consenso de la población, no ya para invadir un país sino
para poner en funcionamiento la incesante maquinaria armamentista.
En otras palabras, la conjunción del miedo “de nosotros” y el efectivo
ataque a “los Otros” es producto de un acto racional en donde pareciera
que es imposible escapar a la lógica binaria entre buenos y malos. El
discurso, consecuentemente, debe construir un silogismo que oculte su
propia paradoja, pues su enunciación pretende decir que el ataque es en
legítima defensa; es decir que no esconde que se ataca para no ser atacado,
sino que esconde de qué modo, cuándo y con qué hubiera sido atacado. No
se trata, en este caso, de dilucidar si la violencia es un medio para alcanzar
determinados fines, pues Walter Benjamin (2007) ya señaló que
si la violencia es un medio, podría parecer que el criterio para su crítica está ya
dado, sin más. Esto se plantea en la pregunta acerca de si la violencia, en cada caso
específico, constituye un medio para fines justos o injustos. (P. 113)

En consecuencia, y siguiendo a Benjamin, en vez de pensar cuándo


es legítimo hacer uso de la violencia, en el caso de que esa legitimidad
fuese posible, o establecer criterios que la justifiquen, como si estos fueran

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plausibles, aún conviene pensar en la violencia disociada de la justicia que


le confieren para ejercerla. Por lo tanto, si pensáramos en la violencia
como un medio, sería conveniente plantearnos otros interrogantes, como
por ejemplo: ¿Qué se hace cuando se domina ese medio? ¿Cuáles son los
modos en que ese medio construye subjetividad?

La fundación y la conservación de derechos

Si bien la caída del Muro de Berlín, en 1989, marcó un cambio en


el eje de la política militar mundial, no introdujo novedades sobre los
modos de ejecutar la violencia. La guerra sin guerra, efecto de este
cambio, ya había hecho su aparición durante la Segunda Guerra Mundial
a través de los bombardeos aéreos. No nos referimos a los bombardeos
tácticos en apoyo a las demás fuerzas en una batalla, sino a las sorpresivas
ofensivas desde el cielo a la población inerme, como fueron los ataques
nucleares a Hiroshima y Nagasaki en 1945, o las bombas incendiarias
de 1943 en Hamburgo, y las de 1945 en Dresde. La Masacre de Dresde,
tal como se la conoce a esta destrucción, marcó un extraño modo de
construcción de la subjetividad, ya que no sólo EEUU, en su momento,
ocultó información sobre el desastre que habían producido, sino que los
alemanes también hicieron silencio sobre las más de cien mil personas
calcinadas. Para los alemanes fue la oportunidad de un nuevo comienzo,
de olvidar el recuerdo. En este sentido, W. G. Sebald (2003) señala
que “[…] la destrucción total no parece el horroroso final de una
aberración colectiva, sino, por decirlo así, el primer peldaño de una eficaz
reconstrucción” (p. 15-16). El norteamericano Kurt Vonnegut, por ese
entonces un incipiente escritor, había sido un prisionero de guerra en
Dresde que sobrevivió a las bombas ígneas debido a que, por azar, se
hallaba trabajando en un sótano. Al regreso a casa, y decidido a escribir su
obra cumbre acerca de lo vivido, se encontró con un silencio apabullante.
Recuerda esta situación en un reportaje publicado en e París Review en
donde señaló que al regreso de la guerra fue a averiguar qué había sobre
Dresde en las oficinas del periódico News de Indianápolis, y se encontró
con que “Había un extracto como de un centímetro, donde decía que
nuestros aviones habían sobrevolado Dresde y se habían perdido dos. Así
que me imaginé que, bueno, aquélla debía de haber sido la anécdota más
insignificante de la Segunda Guerra Mundial” (Echeverría, 2007: 183).
Mientras en Alemania el silencio se apoderaba de los sobrevivientes, en
EEUU el silencio había sido impuesto para negar la cobarde estrategia.
En la actualidad, como en otros tiempos, sigue sucediendo lo que
Benjamin ya refería cuando indicaba que, en las guerras, el vencedor se
apropiaba de las posesiones del vencido: esta situación genera nuevas
relaciones que producen nuevos derechos. “Y si es lícito extraer de la
violencia bélica, como violencia originaria y prototípica, conclusiones
aplicables a toda violencia con fines naturales, existe por lo tanto
implícito en toda violencia un carácter de fundación jurídica” (Benjamin,
2007: 120). La proclama imperialista que aboga por las bondades de
la democracia y su necesidad de trasplantarla a todos los rincones del

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orbe permite ver, por un lado, no sólo el desinterés por el Otro sino
también el modo de construir subjetividades a través de la propaganda
que impulsa la guerra sin guerra; y por otro lado, cómo la victoria ya
prevé la aniquilación de los derechos existentes para imponer nuevos
derechos. En otras palabras, es a través de la violencia del discurso que
se pretende legitimar la violencia de la acción. Jacques Derrida (2008)
afirma que “Pero es, en el derecho, lo que suspende el derecho. Interrumpe
el derecho establecido para fundar otro. Ese momento de suspenso,
esta epoché, ese momento fundador o revolucionario del derecho es, en
el derecho, una instancia de no-derecho” (p. 92). Derrida se refiere al
momento fronterizo en que se elimina un derecho y se asigna otro ¿qué
sucede con ese vacío? En la guerra sin guerra, el derecho no se negocia,
la justificación de la guerra se basa en la imposición de derechos. Por
lo tanto, esa instancia de no-derecho funciona con tal naturalidad que
ocupa el lugar del derecho. En consecuencia, no hay vacío. Benjamin
consideraba dos momentos de violencia como una oposición: la instancia
de fundación de derechos y la instancia de la conservación de esos
derechos. En cambio, Derrida (2008) deconstruye esas oposiciones: “Yo
propondría la interpretación según la cual la violencia misma de la
fundación o de la posición del derecho (rechtsetzende Gewalt) debe
implicar la violencia de la conservación (rechtserhaltende Gewalt) y no
puede romper con ella” (p. 97). En otras palabras, la violencia posiciona
nuevos derechos pero debe, a su vez, prometer la permanencia de ellos.
Por eso, para Derrida (2008) no presenta ninguna contradicción ni
paradoja la fundación y la conservación de derechos, a tal punto que
lo denomina como una “contaminación diferenzial (différantielle)” (p.
98). La conservación, por lo tanto, es complemento y continuación de la
fundación.
¿Qué pretenden fundar y conservar las guerras sin guerra, los ataques
por aire a las desarmadas poblaciones? Como sabemos, el siglo XXI se
inició con el ataque a las Torres Gemelas, aunque sería mucho más preciso
decir las imágenes con el ataque a las Torres Gemelas, ya que todos
vimos cómo el Imperio puso en funcionamiento un virtual contador de
visualizaciones del horror que superó el millar de millones de visitas. Estas
imágenes, cuasi pornográficas, que muestran los aviones penetrando en
las torres, fueron tomadas azarosamente por transeúntes en una época
en que aún no proliferaban los teléfonos celulares con cámaras. La
espectacularidad de estas imágenes permitió al gobierno norteamericano
construir un discurso hacia el interior de esa nación y hacia el resto
de occidente, en donde primaba la oposición nosotros o ellos, yo o
los otros. George W. Bush, aprovechando esta circunstancia, insistía en
que Irak poseía armas de destrucción masiva, y a pesar de que nunca
fueron halladas, EEUU encabezó en el año 2003 la invasión a ese país.
Simultáneamente a los ataques, y sin ruborizarse, Bush le prometía la
libertad al pueblo iraquí. Sin embargo, el círculo iniciado con las imágenes
de las Torres Gemelas se cerró con la ausencia de imágenes de la guerra
sin guerra en Irak. El resultado final no fue una declaración de perdón
a los iraquíes porque no poseían armas de destrucción masiva, sino que

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trocaron aquella prometida libertad por la apropiación de las reservas


de petróleo y el establecimiento de un nuevo statu quo en el orden de
la política mundial. De ese modo, impulsados por la construcción del
discurso atravesado por las imágenes o la abstención de ellas, fundaron el
nuevo derecho, tal como lo afirmaba Derrida (2008) de modo categórico:
“Tras la ceremonia de la guerra, la ceremonia de la paz significa que la
victoria instaura un nuevo derecho” (p. 100).
El papel que cumplen las imágenes tiene que ver, por un lado con
lo que se anhela mostrar y lo que se pretende negar; pero por otro
lado se relaciona con la construcción de los consumidores de esas
imágenes. Michel de Certeau (2010) estudia las representaciones y los
comportamientos sociales para identificar el uso que de ellos realizan
individuos o grupos.
Por ejemplo, el análisis de las imágenes difundidas por la televisión
(representaciones) y del tiempo transcurrido en la inmovilidad frente al receptor
(un comportamiento) debe completarse con el estudio de lo que el consumidor
cultural “fabrica” durante estas horas y con estas imágenes. Ocurre lo mismo
con lo que se refiere al uso del espacio urbano, los productos adquiridos en el
supermercado, o los relatos y leyendas que distribuye el periódico. (De Certeau,
2010: XLII)

Si es posible estudiar qué se hace con determinadas imágenes, pareciera


más sencillo y lineal aún imaginar qué se puede hacer con las imágenes que
no tenemos: Nada.
El horror que provocaron y aún provocan las imágenes de la destrucción
de las Torres Gemelas es necesariamente unilateral y utilitariamente
victimizador. La negación de las imágenes sobre la invasión a Irak permite
sospechar un ataque indiscriminado sobre la población civil que, si se
mostraran, producirían no sólo el mismo efecto de victimización que
lograron las imágenes de las torres, sino también que exhibirían su
estrategia violenta.
A riesgo de caer en una tautología, seguimos preguntándonos sobre si la
violencia cumple su papel como medio para alcanzar ciertos fines o es una
finalidad que corona sus propósitos a través de determinados entramados.
Por ende, para el análisis debemos tener en cuenta, en todo caso, que la
violencia como medio es constante y permanente. Consiguientemente,
podemos pensar en que más que un medio, sugiere ser un fin. Por su
apariencia parece ser el medio por excelencia para llevar adelante los
propósitos imperialistas, y porque en el horizonte no se vislumbra cómo
luchar contra ello. Es más: funciona como un medio porque nos arrincona
en un callejón sin salida en donde ni siquiera podemos evaluar si algún tipo
de lucha aún es posible. Sólo deberíamos discernir si este arrinconamiento
no es su finalidad. Seguiremos pensando en ello.

La voz y el logos

En la séptima tesis, Walter Benjamin (2007) señala que “[…] los


amos eventuales son los herederos de todos aquellos que han vencido.
Por consiguiente, la compenetración con el vencedor resulta cada vez

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ventajosa para el amo del momento” (p. 68). Ser el dominador implica
mucho más que establecer nuevos derechos: implica acreditarse todos los
derechos, incluso aquéllos que se decretan en nombre de la libertad y
el bienestar del derrotado. El dominador debe naturalizar su accionar,
pues subrepticiamente se apropia de la historia. El vencedor usurpa la voz
narrativa para construir un relato que contará al Otro silenciado, y se
narrará a sí mismo como el redentor que debió actuar filantrópicamente
a causa de un llamado que podríamos denominar divino, ya que nadie
puede palpar concretamente quién adjudica ese derecho. En definitiva, ser
el dominador incluye el monopolio del logos, de la palabra. Esto se debe
a que el imperialismo parte del presupuesto que el mundo se halla en un
estado de emergencia permanente y, por lo tanto, se siente evocado ante
esa necesidad. A partir de ello, queda justificada su participación en todas
las acciones.
Obtener la palabra no sólo es un ejercicio confiscatorio, sino que
además marca una diferencia entre quiénes la tienen y quiénes no.
Consecuentemente, es necesario que establezcamos la diferencia entre
palabra y voz. La voz (phoné) es lo que todos poseemos, incluso el resto de
los animales. Un grito de dolor después de un golpe puede ser expresado
por cualquier animal, pero discernir sobre el bien o el mal, sobre las causas
o consecuencias de ese golpe, a través de la palabra (logos) sólo lo puede
hacer el ser humano. Por lo tanto, poseer la palabra (en este caso, lo que
denominamos voz narrativa) significa también que hay una distinción
entre humanos y animales, entre los que pueden hablar y los que no. En
este sentido, Mladen Dolar (2007) señala que
Existe una inmensa división entre phoné y logos, y todo parece seguirse desde aquí,
pese al hecho de que el logos mismo sigue aún envuelto en la voz, que es phoné
semantike, la voz significativa que relega la mera voz a la prehistoria. Existe una
división crucial entre la palabra y la voz, un nuevo avatar de nuestra división inicial
entre el significante y la voz, la cual tiene consecuencias políticas inmediatas y
contundentes. (P. 130)

La primera consecuencia política puede encontrarse en aquella


afirmación que, de forma ligera, habitualmente sostiene que existen
ciudadanos de primera y de segunda clase. Esto es discutible. En todo caso,
hay ciudadanos o no los hay. La cuestión, como ya sospechamos, es de
fondo: existen dos tipos de vida. Giorgio Agamben (2006) las llama zoe
y bios. Para ello se basa en la interpretación que los griegos realizaban
de la palabra vida, pues no poseían un único término para mencionarla:
“z##, que expresaba el simple hecho de vivir, común a todos los seres
vivos (animales, hombres o dioses) y bíos, que indicaba la forma o manera
de vivir propia de un individuo o un grupo” (Agamben, 2006: 9). En el
mundo antiguo la zoe no participaba de la polis, en cambio en el mundo
actual la zoe cumple un papel necesario en las especulaciones del Estado:
Es un ser vivo que se encuentra a merced de la política y sus decisiones.
En consecuencia, es una vida animal que espera la decisión del humano
sobre su vida. A esta relación Foucault la denomina biopolítica. En ella, la
zoe desnuda, pero no como un propósito preestablecido, las relaciones de
poder. El biopoder, bajo la pátina del ordenamiento y el beneficio común,

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adquiere sobre sus súbditos la capacidad de transformarlos. Foucault


(2001b) sostiene que “El ejercicio del poder no es solamente una relación
entre partes, individuales o colectivas: es una manera en que ciertas
acciones modifican otras” (p. 252). Sin las implicancias que el poder
puede dejar en los cuerpos, el poder carecería de toda razón de ser, pues
debe mostrar una constante actualización de los modos de colonización,
de injerencia sobre los otros. Foucault (2014) indica que el biopoder
fue para el capitalismo una herramienta indispensable, y que “éste no
pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos
en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de
población a los procesos económicos” (p. 133). Dicho de otro modo, es
la administración y la economía de los cuerpos que dieron forma a las
jerarquizaciones de las sociedades, los dominios de unos sobre otros y los
desiguales repartos del capital a través de estamentos o instituciones que
naturalizaron este proceso. Slavoj Zizek (2009) en consonancia con esta
idea, se pregunta: “Ahora bien, ¿y si los humanos superan a los animales
en su capacidad para la violencia precisamente porque hablan?” (p. 79).
El poder, con minúsculas o mayúsculas, sólo es plausible estudiarlo
en sus relaciones, pues no está dado como algo preconcebido por la
naturaleza ya que, como indica Foucault, en el siglo XVIII la vida ingresó
en la historia y en el campo de las técnicas políticas. No quiere decir que la
vida no haya tenido, con anterioridad, impacto en la historia; sino que los
modos de impactar fueron otros, ya alejados de lo biológico que siempre
tuvo su preeminencia sobre la vida. De lo que Foucault (2014) habla es de
la relación entre poder y saber que se daba en un nuevo contexto histórico
que superaba lo precedido al Siglo de las Luces.
[…] la era de los grandes estragos del hambre y la peste –salvo algunos brotes
esporádicos– se cerró antes de la Revolución Francesa; la muerte dejó, o comenzó
a dejar, de hostigar directamente a la vida. Pero al mismo tiempo, el desarrollo de
los conocimientos relativos a la vida en general, el mejoramiento de las técnicas
agrícolas, las observaciones y las medidas dirigidas a la vida y a la supervivencia
de los hombres, contribuían a ese aflojamiento: un relativo dominio sobre la vida
apartaba algunas inminencias de muerte. (P. 134)

El saber y el poder, en una conjugación novedosa a partir del siglo


XVIII, pasan a transformar las vidas, a tener injerencia sobre los sujetos.
En concreto, de ese modo se configuró la biopolítica, como la relación
que tiene por objetivo alcanzar el control de los cuerpos, el dominio
de las vidas. Por lo tanto, los seres humanos dejaron de depender de
los peligros aleatorios que atentaban sus vidas y pasaron a depender de
aquellas técnicas del dominio planificado.

De la bio a la necropolítica

Foucault indica que para alcanzar una cabal comprensión de la biopolítica


debemos identificar que su fuerza se percibe en el sistema gubernamental
denominado liberalismo. Como todo sistema, el liberalismo debe mostrar
su verdad gubernamental para establecerla como regla de sus propias
prácticas. “Ese lugar de verdad no es, claro está, la cabeza de los

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economistas, sino el mercado” (Foucault, 2007: 46). Pero la referencia


al mercado no es la monstruosa imagen que poseemos hoy, sino la más
laxa concepción de mercado que predominó durante la Edad Media y los
siglos XVI y XVII. El mercado era un lugar de justicia, según Foucault, en
donde estaba reglamentado qué productos se fabricaban y qué productos
se podían vender, qué procedimientos debían cumplirse y qué precios se
debían fijar. El mercado garantizaba un precio justo, “es decir, un precio
que debía tener una relación determinada con el trabajo realizado, con
las necesidades de los comerciantes, y por supuesto, con las necesidades
y las posibilidades de los consumidores” (2007: 46-47). El mercado era
un lugar de circulación en donde ricos y pobres compartían el espacio y
podían adquirir la misma mercadería al mismo precio, bajo el resguardo
de cualquier tipo de fraude. Estos elementos conformaban un sistema
que “hacía por consiguiente que el mercado fuera en esencia y funcionara
realmente como un lugar de justicia, un lugar donde algo que era la justicia
debía aparecer en el intercambio y formularse en el precio” (Foucault,
2007: 47-48).
A partir del siglo XVIII este espacio sufrió mutaciones. El mercado dejó
de ser un lugar de justicia. Aquel precio justo pasó a ser un precio formado
a través de arbitrariedades que el mismo mercado producía. Dicho de
otro modo, comenzó a funcionar con reglas propias y, necesariamente,
debió mostrar su verdad e influir en las prácticas gubernamentales. El
mercado se convirtió a partir de ese momento en el nuevo actor que
accionaría sobre los sujetos. Se pasó de la jurisdicción a la veridicción. Por
supuesto, no se trata de enarbolar una verdad dada, sino de los modos en
que una verdad pasa a conectarse con las prácticas gubernamentales. En
este sentido, Foucault (2007) advierte que “Lo que políticamente tiene
su importancia no es la historia de lo verdadero, no es la historia de lo
falso, es la historia de la veridicción” (p. 55). En consecuencia, a partir del
siglo XIX la razón gubernamental no sólo se apoya en el mercado sino que
además surge una nueva arista: la utilidad. La utilidad en todo el esplendor
del término, utilidad como ganancia y como cualidad de lo útil desde
el enfoque de la veridicción del ejercicio gubernamental. La limitación
de la gubernamentalidad estaría dada, entonces, por el intercambio y la
utilidad.
Para no extendernos en un recorrido histórico de las relaciones del
mercado y la razón gubernamental, detengámonos aquí, pues el mercado
liberal en el siglo XXI, tras la premisa del progreso ilimitado de otros
tiempos, no deja de ejercer su poder sobre los cuerpos para configurar
subjetividades. El siglo XX se cerró con la desintegración de la Unión
Soviética y la denominada caída del Muro de Berlín; por ende, todos
sabemos quiénes fueron los derrotados de la Guerra Fría, pero aún
desconocemos los rostros de quienes salieron triunfadores. En este
sentido, los hijos de la vigésima centuria son las autoproclamas del fin de
la historia y el pensamiento único que se sostienen en el mercado de las
ideologías que fueron dadas por muertas. La exageración de la creencia en
que era posible, a partir de la desintegración del comunismo organizado,
un capitalismo salvaje sin oposiciones ideológicas llevó a la conformación

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de aporías en el sistema. Esta situación permite un virtual pasaje desde la


biopolítica a la necropolítica, en donde el ejercicio del gobierno ya no se
conforma con la utilidad que podría conseguir con la administración de
la violencia, sino que admite a la violencia como un fin en sí mismo. En
este razonamiento podemos encontrar la respuesta acerca de si la violencia
es un medio o un fin, tan sólo discernible a partir del momento en que
historizamos la pregunta.
La conceptualización de necropolítica, propuesta por Achille Mbembe
(2011) y pensada a partir de la biopolítica, sugiere una nueva forma de
control en donde se diluyen los límites entre la vida y la muerte.
¿La noción de biopoder acaso da cuenta de la forma en que la política hace hoy
del asesinato de su enemigo su objetivo primero y absoluto, con el pretexto de la
guerra, de la resistencia o de la lucha contra el terror? (Mbembe, 2011: 20).

Como si fuera la confirmación de los presagios teóricos, la necropolítica


necesita del estado de excepción, y éste es, finalmente lo que ya
señalábamos como el estado de emergencia permanente. Este panorama
permite dibujar la idea de guerra sin guerra que, a su vez, necesita
ficcionalizar al enemigo. En líneas generales, no hay relación de fuerzas
entre aquel poder que debe construir discursos de veridicción y aquellos
enemigos creados. Esto se debe a que no es posible el cruce de potencias:
el enemigo debe contar con un potencial desproporcionadamente menor,
pues la victoria tiene que estar asegurada de antemano.
Así como Foucault (2001a) invierte el aforismo de Carl von Clausewitz
y dice que “la política es la continuación de la guerra por otros medios” (p.
29), hoy podemos afirmar que la política no sólo administra las reglas y las
estrategias de las guerras, sino que administra las fuerzas de la racionalidad
que hacen de la economía de la violencia una economía de la muerte.
Mbembe (2011), en este sentido dice que “Los pueblos y ciudades sitiados
se ven cercados y amputados del mundo. Se militariza la vida cotidiana.
Se otorga a los comandantes militares locales libertad de matar a quien les
parezca y donde les parezca” (p. 53).
En síntesis, cuando al inicio nos preguntábamos por la interrupción
del derecho existente para fundar un derecho nuevo a partir del triunfo
en la guerra, lo habíamos hecho sin tener aún en cuenta que, finalmente,
el derecho que está por encima de todos los derechos es el derecho de
dar muerte. En consecuencia, si la producción de discursos de veridicción
encuentra su telos en el allanamiento de los caminos de la muerte,
podemos considerar que los denominados efectos colaterales, en realidad,
son efectos previstos y deseados. Por lo tanto, las migraciones, producto de
las guerras sin guerra y proclamadas como efectos colaterales, confirman
la imposibilidad del sujeto autónomo. Foucault (2001b) señala que “Hay
dos significados de la palabra sujeto: por un lado, sujeto a alguien por
medio del control y de la dependencia y, por otro, ligado a su propia
identidad por conciencia o autoconocimiento” (p. 245). Las migraciones,
matanzas invisibles de los brazos extensivos de la guerra, generan la
desintegración de sujetos a través de lentas ejecuciones que incluyen la

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Jorge Aloy. La guerra como acto racional y constructor de subjetividades: un posible pasaje de la biopolítica a la necropolítica

segregación, el desprecio y la culpabilidad de todos los males propios y


ajenos.
De tarde en tarde tropezamos con los medios de comunicación masivos
que muestran sorpresa ante el hallazgo de algún niño muerto en las playas
mediterráneas y, a medida que repiten una y otra vez la imagen, llaman a
la cordura ante tanta irracionalidad. El mar Mediterráneo, otrora objeto
de poesías, hoy ya es un planificado cementerio de expulsados de la tierra,
expulsados de la vida; y con ello, un símbolo de las guerras sin guerra.

Referencias

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Pre-Textos.
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______. (2009). Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Buenos Aires.
Paidós.

Notas de autor

* *Adscrito a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad


Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ). Argentina. Profesor
en Letras y Licenciado en Letras. Actualmente estudia la
Maestría en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad
en Universidad de Buenos Aires (UBA). Argentina. Profesor
Ayudante de Primera en la Cátedra Taller de Lectura y Escritura

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Sincronía, 2017, núm. 72, Julio-Diciembre, ISSN: 1562-384X

(UNLZ). Co-director del proyecto La recepción de la literatura


norteamericana en el sistema literario y cultural argentino en la
segunda mitad del S. XX (1950-2000). (UNLZ).
jorgealoy@yahoo.com.mar

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