Semiologia Del Discurso Literario Introduccion 1215179
Semiologia Del Discurso Literario Introduccion 1215179
Semiologia Del Discurso Literario Introduccion 1215179
Semiología
del
discurso literario
(Una crítica científica del arte verbal)
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■3 EDICIONES CÁTEDRA, S. A. Madrid
Traducción de José Antonio Millán
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táctico, el semántico y el pragmático o verbal, según se atienda a las
relaciones de los signos entre sí, de los signos con sus denotata, o de
los signos con sus usuarios, respectivamente; se han precisado teóri
camente unidades como «función», «secuencia», «actante», etc.; se
ha tomado de la lingüística transformacional la oposición «estructura
profunda/estructura superficial», equivalente, en líneas generales a
las de «trama/argumento», «historia/discurso», que viene utilizando
la teoría del relato, etc. Pero cuando el investigador se enfrenta con
el texto literario y pretende verificar esos conceptos, encuentra difi
cultades prácticas para señalar de modo objetivo lo que es sintáctico,
lo que es semántico y lo que es pragmático, y se han propuesto, como
investigaciones intermedias, una semántica sintáctica, o una pragmá
tica sintáctica; se ha comprobado la dificultad de llegar a delimitar
objetivamente la trama, o las funciones en un relato, aunque esos con
ceptos estén definidos con relativa precisión. En la obra literaria
se presentan simultáneamente, en unidad de forma y de significado,
todos los niveles y todos los elementos que la teoría ha diferenciado
y ha definido discursivamente, el problema estriba en identificarlos
objetivamente en el uso y, en todo caso, en formalizarlos para poder
operar con ellos en una crítica científica que esté a salvo de cualquier
deslizamiento hacia un impresionismo o subjetivismo arbitrarios.
Hendricks no aborda en su Semiología un estudio sistemático
y completo de la semiolingüística como ciencia: presupuestos de que
parte, método que emplea, objeto de estudio, fines de la investiga
ción, valor de los resultados..., sino que su propósito queda limitado
a precisar la situación en que se encuentran algunos de los problemas
planteados a la semiolingüística, cuando trata de aplicar los principios
teóricos generales al análisis de los textos literarios concretos y autó
nomos en su significado.
Y en cualquier análisis, y no sólo de textos, el primer problema
con que se enfrenta todo método científico, es el de lograr un crite
rio objetivo que permita delimitar y definir unidades para pasar a
una fase taxonómica de la investigación, previa a cualquier generali
zación científica. En base al estructuralismo, el método semiológico
intenta establecer en el texto literario unidades mínimas, aplicando
el procedimiento de la segmentación. Hay ya una extensa bibliografía
sobre las dificultades y las posibilidades del método semiológico en
esa primera aproximación al texto para señalar unidades.
El formalismo ruso mantuvo la tesis de que era posible descubrir
un mismo significado bajo formas diferentes, o tomándolo desde otro
ángulo, que era posible investir un mismo hecho con unidades perte
necientes a diferentes sistemas de signos, con lo que la apariencia for
mal será diferente. Las relaciones lingüísticas, los hechos lingüísticos
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estudiados por la ciencia lingüística, pueden servir de modelo a las
relaciones literarias y a los hechos literarios.
Se ha discutido ampliamente la posibilidad de admitir para el
análisis literario las mismas unidades que la lingüística ha identificado
ya en el texto funcional, y concretamente se ha propuesto la oración
gramatical o sentencia, como unidad mínima de significado y relación,
válida en el sistema lingüístico y en el sistema literario. Puesto que
el objeto inmediato, tanto de la gramática funcional como de la gra
mática textual, es el lenguaje, y en este sistema semiótico la unidad
más ampliamente reconocida por los distintos métodos de análisis es
la Oración (los morfemas y los fonemas se consideran subunidades),
parece lógico que la gramática del texto literario pueda adoptar como
unidad de análisis la misma unidad que la gramática funcional ha defi
nido tradicionalmente.
Sin embargo, esta solución parece estar en contra de un principio
generalmente aceptado: en la obra literaria el lenguaje tiene, además
de su significación y valor lingüísticos, un significado y un valor
añadidos, el literario, para el que las formas lingüísticas sirven sólo de
expresión, de vehículo de objetivización, y sólo alcanzan su pleno
significado por relación al conjunto de la obra completa, como signo
autónomo que es. Las unidades de que puede partir el análisis lite
rario parece que han de trascender el valor formal, funcional y semán
tico de los signos lingüísticos.
Parece conveniente que la investigación literaria intente buscar
unidades de análisis aplicando criterios específicos, que, sin negar los
valores lingüísticos, sean de carácter literario. Conceptos como «régi
men», «concordancia», «función sintáctica» u otros conceptos mor
fológicos o sintácticos válidos para caracterizar la oración gramatical,
carecen acaso de virtualidad para caracterizar unidades literarias.
Autores como Enkvist, Hallidav, Loos, Windburne, etc., han pro
curado señalar unidades «más allá de la oración», pero se han basado
también en conceptos gramaticales como «concordancia interoracio
nal», «cohesión gramatical», «enlace oracional», v han estudiado sus
objetivaciones en el texto en determinados signos lingüísticos, como
los pronombres y elementos anafóricos en general, los artículos, los
verbos, etc., que se condicionan de una oración a otra y pueden ser
criterios para establecer conjuntos más extensos que la oración gra
matical.
Es evidente que estos investigadores se mueven en el ámbito lin
güístico que toma como unidad mínima la oración, aunque busquen
el modo de justificar conjuntos más amplios, formados por varias
oraciones.
Es posible analizar en el texto literario esas mismas unidades (ora
ciones, conjuntos de oraciones o partes de oraciones), como variantes
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de un mismo contenido (Levin), o como variantes de distribución
(Harris), cuando se repiten sobre estructuras abstractas más amplias.
Por este camino parece que pueden encontrarse algunos rasgos dife
renciales entre el lenguaje funcional y el literario, ya que la lengua
literaria tiende a usar recurrencias de todo tipo (fonéticas, morfoló
gicas, sintácticas y semánticas), como han advertido muchos críticos,
y en particular R. Jakobson, que ha definido el verso como figura
fónica recurrente.
V. Pickett, Scott, Powlison, etc., han aplicado al análisis de los
relatos literarios las teorías lingüísticas, de raigambre behaviorista,
de K. Pike. Parten del tagmema, o «unidad de comportamiento lin
güístico», que puede manifestarse en el texto (oral o escrito) en forma
de pregunta, respuesta, descripción, etc., independientemente de su
extensión oracional. El análisis tagmémico permite segmentar el texto
en unidades sucesivas: discurso, enunciado, oración, cláusula..., o va
lorarlo como un conjunto de relaciones jerarquizadas: núcleos obli
gatorios frente a elementos marginales opcionales, etc. Queda así supe
rada la unidad «oración», definida con criterios exclusivamente lin
güísticos, por la unidad tagmema, que puede dar razón del texto
(lingüístico o literario) poniéndolo en relación con una realidad extra
lingüística, la conducta humana, base de todo relato. Aunque por
«conducta» en tagmémica no se entiende «acción», sino sólo conducta
verbal, el camino hacia una posible autonomía de los valores litera
rios, queda abierto. El hecho de que el tagmema sea unidad común
para el análisis lingüístico y el literario, supone que no se niegan las
explicaciones que el texto literario puede fundamentar en la lingüís
tica, sino que no es imprescindible el criterio exclusivamente lin
güístico, e incluso que la lingüística v la crítica pueden tomar con
ceptos de otros sectores de la investigación y compartirlos.
Es posible proceder a un análisis literario desde el conjunto del
texto hasta las partes, desde la comprensión global hasta la descrip
ción de las unidades mínimas. Es decir, de dentro a fuera, del signi
ficado a la forma o de la función a la forma (Jespersen), pero en este
tipo de análisis distan mucho de estar claras las relaciones, las equi
valencias y los valores de términos como «forma», «sentido» y «fun
ción» comunes a la lingüística y a la crítica.
Todas estas posibilidades de análisis, y quizá otras que surgirán,
son de indudable raíz lingüística, ya que, en resumen, consisten en
tomar como unidad del texto literario la oración, o grupos de ora
ciones relacionadas «más allá de la oración», o el tagmema (como
unidad de conducta verbal), o bien unidades de contenido o de fun
ción traducidas a formas determinadas. Es interesante, antes de seguir
con otros problemas, poner de relieve que tales procedimientos de
análisis no se contradicen entre sí. El investigador puede partir de
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cualquiera de ellas y verificar si explica o no el texto concreto que
pretende estudiar y conocer. Sin embargo, la actitud más frecuente
ha sido no sólo la de centrarse en una y rechazar a priori todas las
demás, sino incluso se ha impuesto un tono de polémica desde situa
ciones de oposición radical.
Por otra parte, el utilizar las unidades lingüísticas en el análisis li
terario no conlleva la renuncia a otros caminos más decididamen
te literarios. El método semiológico, tanto en lo que se refiere a la
definición de unidades, como a su clasificación posterior (nivel taxo
nómico de la investigación científica), puede considerarse de momento
como un conjunto de presupuestos más o menos generales, de posi
bilidades teóricas, de modelos explicativos, entre los que el investi
gador puede elegir el más adecuado (en conjunto o en partes deter
minadas) para el texto que analice, o para el aspecto que quiere cono
cer. Si la obra puede definirse como un signo autónomo en el que
las unidades (delimitadas con el criterio que sea) son partes que se
subordinan al conjunto y significan en él; si la significación de las
partes se alcanza para explicar la del conjunto; y si estos dos princi
pios se aceptan como presupuestos generales de la investigación se-
miológica estructural, el investigador puede elegir los modelos que
propone la teoría semiolingüística v que expliquen su texto; la única
limitación que puede admitirse en esa libertad de elección proviene
de los fines de la investigación: es válido el modelo que explica íge
nera) el texto, y no lo es el que no puede aclarar nada. /
La semiología tiene como objetivo final el precisar el significado
de los signos, tanto en los sistemas generales como en los usos con
cretos, y para llegar al significado es lícito partir de las formas, de
su distribución o posibilidades de distribución, de sus relaciones teóri
cas o textuales, de sus funciones, o de cualquier otro hecho observa
ble objetivamente en el texto que se analice.
En la semiología literaria, la naturaleza del objeto de estudio tiene
unos condicionamientos concretos. El texto ofrece unidades de dife
rente orden, distribuidas en unas formas determinadas, y unas fun
ciones específicas, todo lo cual resulta significativo en el conjunto
autónomo de la obra. El investigador busca en las partes el significado
de la obra, y no tienen otra razón de ser los análisis: si el texto se
ofreciese en su conjunto a un conocimiento intuitivo sobraría la seg
mentación, pero sería preciso admitir como científico el método intui
tivo. Si se pretende un conocimiento científico, la semiología literaria
puede proceder como cualquier otra ciencia de la cultura, y aceptar
la segmentación del conjunto que analiza: el texto literario, como
medio para llegar a conocer su estructura. El texto puede admitir o
rechazar en la praxis de análisis alguna de las posibilidades teóricas
de la segmentación, pero el rechazo no puede proceder del investi-
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gador, a priori. Insistimos en la idea de que la segmentación y el
consiguiente establecimiento de unidades está justificado por la posi
bilidad de abrir caminos a la captación del significado, y, por tanto,
cualquier modelo que se siga para realizar esas operaciones, será
válido, si explica el texto, y será rechazable, si no lo explica. Es un
medio, no un fin en sí mismo.
No obstante, y sin negar en absoluto esas posibilidades de ex
plicación que el análisis lingüístico puede ofrecer a la crítica semio-
lógica, parece que el valor literario no se agotará mediante tal aná
lisis, ya que hay ciertos aspectos del significado del texto literario
que no están en el terreno lingüístico. J. Kristeva dirá expresamente
que la descripción del funcionamiento específico de los enunciados
de los textos literarios, exige un proceder translingüístico (El texto
de la novela).
Los folkloristas han mantenido también el principio de la inde
pendencia entre la estructura textual y el medio lingüístico en que
se manifiesta (Fischer, Dundes, etc.), y, por tanto, admiten la posi
bilidad de una semiología del relato independiente de la semiología
lingüística, o de la lingüística simplemente.
Efectivamente, la semiología del relato viene perfilándose desde
la publicación de la obra de W. Propp, Morfología del cuento, en
1928 (aunque la difusión no la alcanza hasta la edición en inglés,
en 1958).
Para este autor son fundamentales en la narración las funciones,
o unidades mínimas, que pueden definirse como un acto o un carácter
interpretado desde el punto de vista de su significado en el desarrollo
de la intriga.
Propp ha demostrado que las funciones constituyen verdaderas
unidades (invariantes) del relato. Al definirlas como unidades de
acción, pudiera interpretarse que no se ha superado el enfoctue gra
matical, puesto que se identifican con una categoría morfológica, el
«verbo». Las funciones narrativas podrían identificarse así formal
mente por medio de los verbos (unidad morfológica), y semántica
mente por su significado de acción (unidad semántica).
Aunque así fuera, es decir, aunque las funciones puedan expre
sarse mediante verbos, sin embargo, ni todos los verbos que incluye
un relato son funciones, ni todas las funciones se manifiestan por
medio de verbos. Las funciones no se corresponden unívocamente
con la categoría lingüística «verbo», puesto que no es el significado
o la forma verbal los que proporcionan el rasgo relevante para su
definición, sino que se identifican por su funcionalidad en el relato.
El verdadero rasgo relevante para su definición es su funcionalidad
en el relato, no su forma (verbo), o su significado (acción), en el
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sistema lingüístico, ni siquiera su funcionalidad lingüística (predi
cado).
Si se definen por su funcionalidad en el relato, queda superada
la significación «semántica» del verbo como unidad lingüística, y se
pasa al ámbito extralingüístico de «acción». Gleason afirma a este
respecto que en «la línea de acontecimientos» (o sintaxis narrativa,
podemos decir) de un relato, pueden distinguirse dos tipos de uni
dades semiológicas: «acciones» y «conexiones», y no hay por qué
identificar las primeras con la secuencia de verbos de un texto.
Una función puede estar expresada por medio de un verbo, y
también por medio de otra unidad lingüística: sustantivos, perífrasis
verbales, oraciones enteras, etc., por ejemplo, la función «Engaño»
puede estar manifiesta a nivel verbal mediante el verbo «engañar»,
o mediante el sustantivo «engaño», o mediante la oración «el golfín
embaucó al rey», o por expresiones en las que ni siquiera aparezca
el semantema «engañ-», como ocurre en el exemplo de El Conde
Lucanor titulado «De lo que conteció a un rey con un omne quel
dixo quel faría alquimia», en el que la función «Engaño» está con
tenida virtualmente, aunque no lo esté expresamente, en la expresión
«fazer alquimia», sobre ía que todos saben a qué atenerse.
La función no es una unidad lingüística, aunque ocasionalmente
en el porcentaje que sea, alto o bajo, pueda coincidir en la forma
con una unidad lingüística; es una unidad literaria, independizada
de la forma que puede adoptar en el discurso del relato, y definida
en términos de su papel en el relato.
No obstante, la polémica sobre la independencia entre estruc
turas lingüísticas y estructuras literarias, especialmente estructuras
narrativas, no ha clarificado suficientemente las diferentes posiciones
y constituyen el tema de los artículos II (Tendencias actuales en el
análisis del discurso, particularmente en su parte final), y III (La
lingüística y la ciencia del folklore), aunque atiendan particularmente
a la literatura que se transmite oralmente, es decir, el folklore.
Las teorías de Propp creemos que han sido decisivas en este
punto, pues han logrado fijar una unidad literaria mediante criterios
no-lingüísticos, independizándola de la forma e incluso del signi
ficado en el sistema lingüístico, y definiéndola exclusivamente por
su funcionalidad en el relato.
Al estar Propp encuadrado en el grupo de los llamados «forma
listas rusos», en ocasiones se ha querido identificar su teoría con
una metodología formal. A pesar de su denominación, los formalistas
rusos no siguen un método formal, y concretamente Propp en su
Morfología del cuento, no es formalista. Lévi-Strauss considera la
obra de Propp como una sintaxis narrativa, o conjunto de normas
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que regulan la disposición de las proposiciones en el relato, prescin
diendo de un lexicón, o conjunto de unidades significativas.
Ahora bien, la sintaxis no tiene por qué ser exclusivamente for
mal; es evidente que en el fondo de esa apreciación pueden descu
brirse conceptos procedentes de la metodología de la gramática trans-
formacional, y aun en el transfondo podría descubrirse la teoría de
los «modelos» de Max Weber. La obra de Propp se interpreta desde
este punto de vista como una especie de indicador sintagmático, o
conjunto de normas de relación y de distribución de las unidades más
o menos abstractas (funciones) que constituyen las estructuras bá
sicas de los cuentos maravillosos. Es sabido que los indicadores sin
tagmáticos tienen en la gramática transformacional el valor de «mo
delos generativos», y que para explicar los usos (generar las cadenas
terminales) es preciso contar con las unidades de un lexicón sobre
las que podrán aplicarse las reglas selecciónales, y contar con unas
reglas de transformación, obligatorias u opcionales, que explicarían
los usos gramaticales.
No se puede considerar la obra de Propp como una sintaxis de
este tipo, y además es imposible que lo sea, porque aplica un método
inductivo que parte del uso, por tanto de una realización concreta
de unas reglas sintácticas en unidades significativas, y con una serie
de variantes que son los cien cuentos analizados. Por otra parte, el
método transformacional no admite la posibilidad de partir de un cor-
pus, como hace la gramática estructural clásica (es decir, la europea),
ya que contrastaría frontalmente con su sentido dinámico de la len
gua. La gramática generativo-transformacional pretende descubrir los
mecanismos que llevan a las realizaciones concretas, no describir és
tas; su objeto de estudio son las normas que explican los usos, y no
los usos de cuyo análisis puede inducirse una estructura estática.
Propp estudia un corpus de cien cuentos tradicionales rusos y, a
partir de ellos, como realizaciones concretas, induce las estructuras
básicas que los explican. No pretende una teoría generativa (impen
sable en la epistemología cultural de la época), ni un modelo que
tenga validez para el análisis del relato en general, como más tarde
intentará Tz. Todorov en su Gramática del Decamerón. El interpre
tar el modelo que Propp descubre para explicar los cuentos maravi
llosos rusos como un modelo general, válido para explicar todo tipo
de relatos, es sacar las cosas de quicio; ni Propp se lo propuso, ni,
desde luego, lo ha hecho. Un modelo generativo es previo al análi
sis de las secuencias, y su validez está sometida al test de la praxis:
es válido si explica el texto, y no lo es, si no puede dar razón de él;
y, por si fuera poco, esa validez o no-validez queda limitada a ese
texto concreto, ya que un modelo puede ser válido para un texto y
no para otro.
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Propp no parte de un modelo general, ni el que descubre en su
análisis lo propone como un modelo sintáctico (equivalente a un in
dicador sintagmático, en un grado de abstracción general, por tanto)
para explicar unos usos, como variantes más o menos diferenciadas;
por el contrario, parte de unos usos, de unas realizaciones concretas,
en las que, como es habitual, las estructuras sintácticas se manifies
tan ya revestidas de unidades significativas, y sometidas a unas va
riantes de relación y de distribución (orden, presencia/ausencia de
algunas funciones). Por medio del análisis de cien cuentos tradicio
nales establece el modelo válido para ese corpus: un total de 31 fun
ciones y un orden rígido que se repite en todos. Las variantes se ex
plican por la presencia repetida de algunas funciones, o por la omi
sión de alguna de ellas, si bien en el conjunto hay un número limitado
y un orden establecido. Las funciones así determinadas y el orden
descubierto constituyen el modelo que explica los cuentos maravillo
sos rusos. Esto no significa que sea imposible pensar en otras fun
ciones y en otro orden, significa solamente que ese conjunto de cuen
tos se explica con ese modelo.
La gran aportación de Propp a la investigación literaria no con
siste en haber descubierto un modelo general de explicación de re
latos, sino en el concepto «función» del relato, paralelo al de función
lingüística, pero definido con criterios literarios. Su mayor interés
consiste en abrir caminos a una investigación autónoma del relato,
al señalar sus unidades. Sin que esto implique una negación de las
posibilidades de la lingüística para explicar el texto literario, como
hemos afirmado más arriba, se ha demostrado la posibilidad de una
autonomía de la ciencia literaria, al menos sobre el relato.
Hay autores que muestran cierto escepticismo por la aplicabili-
dad de las teorías de Propp al relato en general. Chatman, por ejem
plo, afirma que para el crítico literario carece de interés el compro
bar si en una novela hay ejemplos o no de la función «Agresión», de
la función «Venganza», o de cualquier otra función, ya que lo verda
deramente interesante para el crítico es la estructura de la obra, y
ésa cambia de una a otra.
Efectivamente, puede admitirse que el objetivo de la investiga
ción crítica, o al menos uno de sus objetivos, es determinar la es
tructura de la obra literaria, y ésta cambia de una novela a otra. Sin
embargo, conviene tener en cuenta que la estructura no se descubre
de golpe, se alcanza a partir de unidades, de sus relaciones y de sus
funciones. Y, como ya hemos afirmado, las funciones pueden consi
derarse como las verdaderas unidades literarias del relato. Si se
determinan las unidades válidas y constantes de un relato, si se des
cubre cómo se relacionan entre sí en el conjunto que forman, se puede
acceder inmediatamente a la estructura del relato.
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La Morfología del cuento es un análisis práctico sobre un corpus
concreto, no un tratado de metodología o una propuesta de modelos
generales, y no puede esperarse, en una lógica, aunque sea elemen
tal, que los resultados obtenidos sean válidos para cualquier otro
conjunto de relatos. Sin embargo, reduciendo la validez a sus límites
propios, la praxis de análisis puede aplicarse con probabilidad de
éxito a otro corpus. La ciencia del relato irá logrando así, de modo
inductivo, sus principios y modelos válidos para determinados con
juntos de relatos, y podrá formar modelos de mayor abstracción, y,
por tanto, de más amplia aplicabilidad, con los elementos comunes
de los modelos parciales.
Efectivamente, ya se ha intentado esta experiencia por doble vía:
intensificando en el análisis de las funciones, o aplicando el mismo
procedimiento de análisis a otros elementos del relato. Lévi-Strauss
propone analizar los personajes que encarnan las funciones y en la
misma dirección trabaja A. J. Greimas: Propp había señalado como
constantes siete personajes que actúan de sujetos de las 31 funcio
nes; Greimas ha visto la posibilidad de desvincular a los actores de
sus rasgos personales y lograr un nivel de abstracción mayor, los
actantes, o personajes definidos desde el punto de vista de su parti
cipación en el relato, y con un valor general: «si los actores pueden
ser instituidos en el interior de un cuento, los actantes, que son cla
ses de actores, no pueden serlo sino a partir del corpus de todos los
cuentos: una articulación de actores constituye un cuerpo particular,
una estructura de actantes, un género».
Insistiendo en el estudio de las funciones, destacan los trabajos
de los neoformalistas franceses: Bremond, Greimas, Todorov, Barthes,
Genette..., que han precisado algunos conceptos y han descubierto
otros nuevos, así como nuevos enfoques. Barthes ha sugerido que se
atienda también a los valores paradigmáticos, o como dice Lévi-
Strauss, a la «lectura vertical» del texto, para buscar las semejanzas
entre los elementos narrativos fuera de la sintaxis de la obra.
El estudio sintagmático supone el polarizar la atención en los
valores distribucionales y de composición; el enfoque paradigmático
se ocuparía de la estructura de los temas, de los motivos. Dundes
insiste también en el interés por los valores paradigmáticos y pro
pone el término «motivema» para sustituir al de «función» porque,
según él, ofrece una doble ventaja: evitaría las connotaciones lin
güísticas, y quedaría desvinculada de todo contenido concreto; pa
ralelamente al fonema sería una unidad abstracta, que se realizaría,
paralelamente a los alófonos, como alomotivos. Si se trata de evitar
connotaciones lingüísticas, no se consigue mucho con ese sufijo -ema,
tan profusamente usado por el estructuralismo europeo; en cambio,
sí puede ser convincente la segunda razón, pues proporciona un tér
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mino para denotar la unidad abstracta: motivema, y otro para deno
tar las variantes de uso: alomotivos, con una relación semántica y
formal evidente.
En realidad, los dos enfoques, sintagmático y paradigmático, es
tán ya en la obra de Propp: las funciones son las unidades paradig
máticas que constituyen la materia organizable en un relato, mien
tras que el orden en que se distribuyen y las relaciones que estable
cen entre ellas, constituyen la cadena sintagmática. Tanto las fun
ciones como el orden pueden constituir rasgos diferenciadores en la
estructura del relato, y, en último término, en el estilo de un autor,
o de un conjunto de relatos, o de una cultura determinada a través
de sus relatos tradicionales. Todorov caracteriza el Decamerón por
los motivos que recurrentemente son funcionales en los cuentos.
Bremond ha revisado las posibilidades que las teorías de Propp
sobre el orden de las funciones en el relato pueden ofrecer para una
metodología general de la narratología. Si bien es un hecho que en
el cuento ruso las funciones se suceden con una doble implicación:
una función supone otra, y ésta supone la primera (el malvado es
castigado por haber cometido un daño, y el daño se comete para
poder castigar al malvado, y que haya relato), puede admitirse teó
ricamente otro orden y otro tipo de implicaciones, que puedan ex
plicar otros conjuntos de relatos.
En los cuentos rusos hay, a veces, acciones virtuales, caminos
que se cierran por no ser funcionales; por ejemplo, el héroe corre
peligro de ser vencido por el malvado, o llegan noticias de su de
rrota, pero el peligro se supera y las noticias son invariablemente
falsas, de modo que el cuento sigue su camino hacia otra función,
que no puede ser otra que la implicada en la anterior: a la función
«Lucha» (héroe-malvado) no puede seguir más que la función «Vic
toria» del héroe. El relato discurre hacia su desenlace a través de
las funciones encadenadas, o se retrasa y remansa por medio de ac
ciones virtuales, o mediante la reiteración de alguna función. Propp
ha destacado la línea de funciones que conducen al desenlace, frente
a cualquier acción virtual o real, pero secundaria, y a las funciones
se refiere cuando habla de un orden rígido.
Bremond, en una concepción dinámica del relato, tiene en cuenta
también esas acciones virtuales y las bifurcaciones que se han aban
donado, como posibilidades de transformación del relato. Si Propp
estudia lo realizado (posición epistemológica del estructuralismo clá
sico), Bremond ofrece la oportunidad de un modelo en el que los
nudos narrativos se caracterizan por ofrecer varias opciones al autor,
lo que permitirá explicar conjuntos más amplios de relatos. Un mis
mo modelo explicará mayor número de relatos, si la secuencia de
las acciones de éstos ofrecen variantes dentro de una misma función.
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Si para Propp la función «Lucha» no puede estar seguida más que
de la función «Victoria», es porque en el conjunto de cuentos que
analiza ocurre así invariablemente, de modo que se puede afirmar
que esa implicación Lucha Victoria, es un rasgo de estilo de ese
Corpus. En todo caso, el modelo general podría establecerse tenien
do en cuenta otras posibilidades teóricas de relación, que resume el
esquema siguiente:
Para Bremond las funciones, tal como las entiende Propp so
metidas a un orden rígido, suponen un retroceso para el modelo
general, ya que han perdido la movilidad de los «motivos» de Ve-
selovski. Para alcanzar un modelo de validez más general puede
admitirse que si bien algunas funciones exigen un orden (no puede
haber ni Victoria ni Derrota, si previamente no hay Lucha), otras
admiten una independencia que ofrece al autor libertad para mover,
ordenar y relacionar de modo muy variado las funciones o los gru
pos de funciones. Las funciones que componen un conjunto de im
plicación constituyen lo que se llama una secuencia. Una de las más
elementales, desprovista de un significado concreto, puede estable
cerse sobre el siguiente modelo:
a) virtualidad de una acción;
b) realización de la acción;
c) desenlace.
La función y la secuencia quedan desvinculadas de una signi
ficación semántica concreta y resultan más abstractas y, por tanto,
con mayores posibilidades para servir de modelo general.
La mayor abstracción y generalización de las teorías de Propp
es posiblemente la que propone Burke. Las funciones, vacías de
contenido, siguen un orden que puede ser el de la llamada «progre
sión silogística»: en un relato cualquiera, si se parte de los elemen
tos A, B, C.... como premisas, debe llegarse a un resultado deter
minado, como conclusión. En realidad, al representar las funciones
por medio de signos abstractos (función «Fechoría», se designa con
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A; función «Carencia», se designa con a...). Propp había llegado
también a un nivel de abstracción semejante. En la misma línea
puede considerarse también el trabajo de Tz. Todorov sobre el De
comerán, cuya aspiración final consiste en alcanzar un modelo abs
tracto por medio de una formalización total de funciones, de per
sonajes y de modos.
En el estado actual de la investigación semiológica, tal como
hemos ido exponiendo, el método práctico de Propp está enrique
cido por las precisiones y aportaciones de autores posteriores, y
constituye un conjunto de modelos de distintos órdenes que pueden
ser aplicados, con mayor o menor eficacia, a todo tipo de relatos.
Así lo viene demostrando la Morfología del cuento de Propp sobre
un conjunto de cien cuentos tradicionales rusos; la Gramática del
Decamerón, de Tzvetan Todorov, sobre cien cuentos de autor en la
Italia medieval; The morphology of Morth American Indian folkta-
les, sobre cuentos tradicionales, como los elegidos por Propp, pero
pertenecientes a otra cultura, y multitud de análisis sobre corpus
más limitados.
Si se combina un número limitado de elementos paradigmáticos
fácilmente reconocibles (llámense funciones o motivemas, secuen
cias o progresiones silogísticas), es posible construir modelos de si
tuaciones y de conductas literarias de complejidad ilimitada. Esta
mos ante un método generativo capaz de explicar mediante un
número limitado de elementos, unas realizaciones con variantes ili
mitadas.
En general, podemos afirmar que los análisis llevados a cabo
hasta la fecha siguen dos procedimientos prácticos diferentes: a), el
que parte directamente de la trama, como sucesión de secuencias
o de funciones, que constituyen el resumen del relato, y se establece
de modo intuitivo, como han hecho Propp y Todorov; y b), el que
intenta una normalización del texto para conseguir un punto de
partida objetivo.
En el primer caso, las funciones se determinan como acciones
funcionales en el conjunto y se ponen en relación con los actantes,
atendiendo al sentido global del relato. Todorov afirma expresa
mente que trabaja con sinopsis de las historias y no con las historias
completas, con lo que hace teoría del relato no del discurso. Pero
lo decisivo en esta oposición es que esas sinopsis las establece en
forma intuitiva. Se pasa por alto el problema de conseguir un punto
de partida aceptable científicamente y jutificado de alguna manera
por relación al texto que se analiza.
El segundo procedimiento se encuentra en algunos de los aná
lisis que Hendricks incluye en su Semiología. En Una rosa para
Emily, de Faulkner, en Aceite de perro, de A. Brice, y en La feria
19
de las tinieblas, de R. Bradbury, aplica, al menos parcialmente, un
proceso de formalización del texto, además de contrastar la signi
ficación última con algunos de los esquemas de Cl. Lévi-Strauss.
Lo verdaderamente diferencial de estos análisis de relato frente
a los que se han hecho desde la Morfología del cuento —e insisti
mos que sólo se aplica parcialmente y no por igual a todos los cuen
tos analizados— es la práctica inicial de normalización del texto
a fin de conseguir un inventario de elementos extraídos del texto,
simplemente yuxtapuestos, que luego pueden estructurarse mediante
una relación causal, temporal o lógica, en un conjunto semántico.
Se excluye así la posibilidad de resumir arbitraria o subjetiva
mente el relato, ya que se parte del texto mismo y por sucesivas
operaciones se alcanza una estructura narrativa subyacente, o cadena
de acontecimientos funcionales del argumento, junto con los perso
najes que son sujetos de las acciones. Científicamente, esta práctica
es más adecuada que partir de un resumen propuesto por el crítico,
sin posibilidad de verificar objetivamente su valor.
Para llegar a la normalización hay que distinguir en el texto, ade
más de los pasajes narrativos, o relato propiamente dicho, los pasa
jes de exposición y descripción que remansan la narración, y también
el metadiscurso, o comentarios del autor sobre su propio discurso;
es preciso considerar también que en el diálogo puede haber elemen
tos narrativos, tanto en una posible presentación escénica como pa
norámica. Teniendo en cuenta todos estos modos de discurso, para
llegar a la normalización, son necesarias las operaciones siguientes,
algunas de las cuales pueden efectuarse casi mecánicamente:
1. Dejar sólo lo narrativo, sacando lo descriptivo, lo exposi
tivo y el metadiscurso, pues estos tres modos no hacen avanzar el
relato, más bien lo detienen; aunque tengan una significación a nivel
de discurso, son elementos opcionales.
2. Reelaborar el diálogo en forma de narración para que dé
cuenta de las acciones funcionales que pueda incluir.
3. Condensar la narración cuando se ofrece demasiado minu
ciosa y detallada, reduciéndola a los elementos funcionales del relato.
4. Expandir la narración panorámica, si es necesario para la
adecuada interpretación.
Hay además otras operaciones previas, de tipo exclusivamente
gramatical, como la de sustituir todas las expresiones anafóricas por
sus referentes textuales.
Nos cabe la duda de si realmente se consigue así un punto de
partida objetivo, porque si bien la operación primera puede efec
tuarse mecánicamente, es difícil asegurar una objetividad verificable
en las otras tres operaciones; nos parece que el resumen, o sinopsis
de la historia total, como lo usa Todorov, procede de operaciones
20
semejantes, aunque no estén explicitadas, a las que llevan a la nor
malización. La diferencia, en todo caso, estaría en la conservación
de los mismos enunciados de narración, como resultado de la ope
ración primera.
Hendricks no llega a realizar todas estas operaciones en los cuen
tos que analiza, y no lo hace en ninguno para todo el texto; ofrece
lo que llama normalización informal. Sin embargo, el simple enun
ciado creemos que tiene una importancia metodológica manifiesta.
Sobre el texto así normalizado, se aplican los modelos de Bre-
mond, de secuencias de valor general (de mejora o degradación), y
el esquema funcional de Propp, y resulta un procedimiento de aná
lisis perfectamente explicativo para La feria de las tinieblas, aunque
no parece tan eficaz para Aceite de perro. Para explicar este cuento,
además de la normalización, se aplica una formalización en símbolos
a las funciones de la cadena sintagmática, y se interpreta mediante
una oposición tomada de Lévi-Strauss: «natural/cultural», a través
de pasos intermedios basados en teorías de diversos autores.
El método va configurándose a través de teorías y de análisis y
de ello son testimonio los trabajos de Hendricks, tanto los artículos
que resumen la situación epistemológica en un momento dado y
sobre un problema concreto, como los que aplican el método de
análisis a relatos concretos.
21
Prólogo
23
tancia: se han corregido los errores tipográficos, se ha igualado el
estilo de todos los ensayos, se han puesto al día todas las entradas
bibliográficas; también ha habido algunas adiciones aisladas o cam
bios de contenido. El único ensayo que se ha revisado extensamente
(aunque más en organización que en contenido) es «La lingüística
y la ciencia del folklore».
El hecho de que estos ensayos se hayan escrito en diferentes
ocasiones quiere decir que no presentamos aquí un tratamiento sis
temático ni completamente uniforme del enfoque semiolingüístico
del arte verbal. De hecho, el término semiolingüística no aparece co
mo tal en ninguno de los ensayos. En los primeros ensayos, sobre
todo, se hace hincapié en la extensión «ascendente» de la lingüística
de modo que llegue a dar cuenta de las relaciones «más allá de la ora
ción». La introducción del término semiolingüística indica, en parte,
el logro de la necesidad de desarrollar una disciplina nueva, aunque
con evidentes raíces en la lingüística propiamente dicha.
A continuación figura, por el orden en que fueron escritos, el
lugar donde fueron publicados por primera vez los ensayos. «Sobre
la noción 'más allá de la oración’» apareció en Linguistics 37 (1967),
páginas 12-15. «El folklore y el análisis estructural de los textos
literarios» apareció en Language and Style, 3 (1970), págs. 83-121;
en el Tercer Simposio Internacional sobre el análisis de estructuras
narrativas, celebrado en la Universidad de Urbino (Italia), en sep
tiembre de 1969, se presentó una versión preliminar de este trabajo.
La versión original de «La lingüística y la ciencia del folklore»
apareció en el volumen 12 de Current Trends in Linguistics, editado
por Thomas A. Sebeok (La Haya, Mouton). «Tendencias actuales
en el análisis del discurso» apareció en Current Trends in Stylistics,
editado por Braj B. Kachru (= Papers in Linguistics díonographs).
«El estudio estructural de la narración» se publicó en Poetics, 3
(1972), págs., 100-123); en la comisión Análisis estructural en las
artes, durante la reunión anual de la American Society for Aesthetics,
University of Southern California, en octubre de 1971, se presentó
una versión abreviada. «Metodología para el análisis estructural de
la narración» apareció en Semiótica, VII (1973), págs. 167-188; en
el Linguistic Institute de 1971, State University of New York at
Buffalo, durante la Semana del Análisis de la Narrativa, en agosto
de 1971, se presentó una versión preliminar de este ensayo bajo
el título «Análisis lingüístico de la estructura superficial de la na
rración».
La mayoría de estos ensayos fueron escritos durante el disfrute
de mi beca (study fellow) del American Council of Learned So-
cieties, o el año después. Deseo expresar aquí mi gratitud por esta
ayuda.
24
I
Sobre la noción “más allá de la oración”
25
en común. En primer lugar, y, sobre todo, se ocupan más de la
«actuación» lingüística que de la «competencia». Generalmente, se
reconoce el siguiente aspecto de la primera: la mayor parte del dis
curso real es agramatical en el sentido de que en él se dan oraciones
inacabadas, faltas (en la pronunciación o en la gramática), etc. Sin
embargo, hay un aspecto mucho más importante, que generalmente
no ha sido tan considerado. Como ha señalado Harris (1964 [1952]:
357), «la lengua no aparece en palabras u oraciones aisladas, sino en
un discurso relacionado...»; «es decir, las oraciones habladas o es
critas en sucesión por una o más personas en una sola situación».
Sin embargo, si uno sólo se ocupa de la competencia lingüística,
bastará con tratar de las «acumulaciones arbitrarias de oraciones...
como comprobación de una descripción lingüística». (Ibid.) Esta
distinción entre oraciones «relacionadas» y «acumulación arbitraria»
necesita una aclaración, y ésta es en esencia la primera tarea que
emprende el tipo de investigación que vamos a revisar aquí.
Bajo el término «discurso relacionado» podríamos incluir las con
versaciones habladas, pero los estudios se han ocupado casi exclu
sivamente del lenguaje formal (no casual), según se manifiesta en
textos de distintos tipos, aunque más específicamente en los litera
rios. En esta ocasión, «literario» se debe interpretar en sentido am
plio, de modo que incluya la literatura popular, como cuentos de
hadas, proverbios, etc.2. Dado que este tipo de literatura no es
«literatura escrita» en el sentido corriente de la expresión, no se
puede hacer una simple dicotomía entre discurso hablado y discurso
escrito, sino que se puede decir que la lengua hablada no casual
(típicamente la poética) comparte con la lengua escrita esta impor
tante característica: no se dan los frecuentes elementos agramaticales
como los fenómenos de duda) que aparecen en la lengua «realizada».
La siguiente observación de Hockett refuerza lo anterior: «tanto en
una sociedad iletrada como en una letrada se requiere frecuentemente
que el discurso literario se caracterice por la excelencia del habla. El
narrador de cuentos debe ser un hablante fluido y efectivo...» (1958:
555). Del mismo modo, en el caso de la literatura popular existe una
2 Cfr. Hymes (1965:316): «En América se está volviendo a unir de manera
efectiva el estudio de la estructura de la lengua con el estudio de su uso, tras
un período de relativa separación. La gama completa de las estructuras lin
güísticas y su función en un contexto social es algo que se está comenzando a
investigar por medios estructuralmente adecuados y funcionalmente significati
vos. Como parte de esto, a menudo tiene interés la unión del método lingüís
tico y el contenido de los textos: interés que se encuentra, tanto en los textos
en cuanto documentación para la lingüística como en la lingüística como fuente
de comprensión de los textos. Tal unión de intereses recibe distintos nombres
y vástagos por diferentes fuentes, pero en lo que atañe a la antropología des
taca el estudio estructural del mito y la existencia de un movimiento de aten
ción hacia la estilística y la poesía.»
26
presión por parte de los miembros de la sociedad para que el dis
curso se repita en forma esencialmente idéntica (554).
El análisis más allá de la oración se ha equiparado ahora más o
menos con un interés por el análisis de los textos (primariamente de
naturaleza literaria). Se puede ser incluso más específico, y afirmar
que en la mayoría de los casos el análisis se ocupa de la descripción
estructural de un texto. El término «descripción estructural» puede
significar muchas cosas diferentes; sin embargo, todos los tipos de
este análisis tienen ciertas características en común que los diferen
cian de un sistema atomístico de análisis. Por definición, cualquier
tipo de análisis estructural comporta la descripción de las subunidades
de un todo dado y el enunciado de sus ínterrelaciones (su organización
en un todo); cfr. Armstrong (1959:155). En relación con lo anterior
está el hecho de que en cada sistema habrá ciertas unidades máximas
para las cuales no se puede definir ninguna noción de aparición en
el sistema.
Para la lingüística propiamente dicha, la unidad máxima es la
oración, y los morfemas son sub-unidades. Como ha señalado Harris,
«... casi todos los resultados [del análisis lingüístico convencional]
hacen referencia a una extensión relativamente corta, que podemos
llamar oración. Esto es, cuando podemos enunciar una restricción de
la aparición del elemento A con respecto a la aparición del elemen
to B, será casi siempre en el caso de que consideremos a A y B pre
sentes dentro de Ja misma oración» (1964 [1952]: 358).
En el caso del análisis textual, la unidad máxima es el texto dado
en sí mismo. Una vez fijado el límite superior, surge el problema de
determinar el límite inferior, es decir, separar los elementos con
objeto de emprender una descripción estructural. Evidentemente, aquí
se presenta una amplia gama de posibilidades, y éste es el principal
aspecto en el que difieren entre sí las distintas aproximaciones a la
extensión más allá de la oración. Como se verá más adelante, muchas
aproximaciones trabajan con unidades inferiores a la oración.
Otro aspecto importante en el que difieren las distintas aproxi
maciones es en la naturaleza que se postula para las interrelaciones
entre unidades. Se suelen reconocer dos tipos principales de orga
nización estructural: «orgánico» y «universal» 3. El primero hace re
ferencia a un todo compuesto de partes de tal modo interrelacionadas
que no se puede quitar una sin destruir el todo. Cuando se habla
de que un todo es mayor que la suma de sus partes, es en este
sentido. Esto implica que la relación entre las partes no es solamente
de contigüidad en el espacio y en el tiempo. Por ejemplo: el orga
nismo humano es un todo compuesto de partes (órganos como el
3 Véase Wells (1958). Estos dos tipos se remontan, realmente, hasta Aristóte
les y Platón, respectivamente.
27
corazón, pulmones, etc.) que lo mantienen, y no se puede quitar
ninguna sin romper el todo. Estructura, en un sentido «universal»,
hace referencia a un «universal» con cierto número de realizaciones
o manifestaciones concretas; en otras palabras, hay una recurrencia,
o repetición, de entidades o propiedades equivalentes (no necesaria
mente idénticas).
Así, los distintos intentos de extender la lingüística más allá de
la oración difieren no sólo por cuestión del tamaño o la inclusión de
las unidades mínimas del análisis, sino también por el tipo de orga
nización, orgánica o universal, postulada. Estas dos dimensiones pro
porcionan las bases esenciales para una taxonomía, pero a lo largo
de la discusión, la noción de relación tendrá que ser examinada con
mayor detalle, y se tendrán que introducir distinciones ulteriores.
4 Hablando en rigor, esto significa que de hecho estamos tratando con uni
dades suboracionales, pero la cuestión de que nos ocupamos es cómo pueden
servir estas unidades para establecer una conexión o interrelación entre dos
(o más) oraciones completas, en cuanto unidades en sí mismas.
5 Del cuento «The best man», de Ralph Maloney, Atlantic Monthly, mayo
1966, pág. 51.
28
viamente) se emplea normalmente el artículo indefinido o el nombre
propio; sin embargo, en las oraciones siguientes se usaría el artículo
definido o un pronombre personal; por ejemplo: Un león se ha
escapado del zoológico... El león fue capturado finalmente ayer con
ayuda de la policía6.
Aunque a menudo se ha sugerido la posibilidad de analizar el
discurso en estos términos, la mayor parte de los intentos de extender
la lingüística más allá de la oración no han supuesto una auténtica
atención a estas relaciones. De hecho, estas relaciones se consideran
generalmente como algo trivial desde el punto de vista de la estilísti
ca o el análisis de los textos literarios. Levin ha señalado (1962:3) *:
«Las relaciones existentes entre distintos elementos lingüísticos a
lo largo de un determinado texto, no conducen necesariamente a
conclusiones de interés para el análisis estilístico...» Con respecto a
la relación del pronombre con su antecedente en oraciones anteriores,
dice claramente que «estos [...] tipos de relaciones no revisten
significación alguna para nuestro propósito». (Cfr. también Scott
1965: 7; Enkvist 1964: 26-27.)
La aplicación de la lingüística al análisis de textos literarios que
efectúa Halliday representa una excepción a esta actitud 7. Para Halli-
day (1964), la descripción de un texto literario abarca, en parte, lo
que él llama cohesión gramatical. Este concepto incluye ciertas cate
gorías gramaticales cuyos exponentes son coherentes con otros ele
mentos del texto, por ejemplo: éste ése, él, posesivos y pronombres
personales. Elalliday estipula que los deícticos y los pronombres son
coherentes sólo cuando hacen referencia a oraciones precedentes, no
cuando apuntan a un modificador o calificador posterior.
Comparable a la cohesión gramatical de Halliday es lo que Loos,
en un estudio (tagmémico) ** de la estructura de los relatos Capana-
hua, ha llamado enlace oracional. Un enlace oracional se define como
«la parte de la oración que, además de tener una función dentro de
ella, sirve para relacionar una oración con otra» (1963: 703). El enlace
indica: «(1) cambio de la referencia del sujeto de una cláusula a
6 Hemos tomado este ejemplo de Scott (1965:3). Para un estudio de la vio
lación de esta convención por parte del autor, véase Backus (1965).
* Citamos por la traducción española de esta misma editorial. Véase la Bi
bliografía final. [N. del T.J
7 Dado que las relaciones como las que se establecen entre un pronombre
y su antecedente son claramente gramaticales (y se pueden discutir fácilmente
en términos convencionales), estas relaciones caen dentro del campo de interés
de Halliday, ya que su postura es que «la estilística lingüística debe ser una
aplicación, y no una extensión, de la lingüística; éste es el único modo de
asegurar la validez teórica de las tesis que se sostengan» (1964:302).
** Para una introducción a la tagmémica, accesible al lector español, véase
Tendencias actuales de la gramática, de Ofelia Kovacci, Buenos Aires, Colum
ba, 1966, págs. 141-152. [N. del T.J
29
otra, o (2) secuencia dei tiempo de un predicado a otro» (702). Por
ejemplo, en la secuencia ¿ínó hawí. masó-ri? bi hawí. masó riótíkin
«tigre vino. Opossum-también vino. Opossum (él) mató», la apari
ción de opossum como objeto del verbo (él) mató indica que tigre
es sujeto. Veamos un segundo ejemplo, la secuencia hawí. hawí.
ba?in-ska hawí «Vino, vino, por el sendero-entonces vino» ( = siguió
viniendo, [y finalmente] vino por el sendero). Aquí el locativo ba?in-
ska, «además de indicar lugar, funciona como un enlace que indica
que el tiempo del verbo final vino sigue a los dos primeros...» (703).
Además de este tipo de enlace gramatical, Loos reconoce también
una relación nocional (no gramatical) entre oraciones, particularmen
te una relación estímulo-respuesta entre oraciones contiguas. El «es
tímulo» (o tipo de oración inicial) siempre está en forma de cita
directa.
Esta noción de relación estímulo-respuesta entre oraciones tam
bién ha sido usada por Powlison en un análisis (tagmémico) a nivel
de párrafo de los cuentos populares Yagua. Hace notar que un párrafo
dado presenta «un modelo bastante fijo de estímulo-respuesta... en
el que cada respuesta [es] en sí un estímulo para una respuesta pos
terior...» (1965: 112). La última respuesta de un párrafo puede
incluso ser el estímulo cuya respuesta sea el principio de la siguiente
cadena (el siguiente párrafo). La mayoría de las respuestas, afirma,
representan la actividad verbal de los individuos en respuesta a los
estímulos 8.
Por último, R. A. Sayce ha hecho algunas sugerencias interesantes
para el análisis de textos que, en efecto, incluiría la consideración de
las relaciones entre oraciones en cuanto unidades mínimas. Por ejem
plo, afirma que «más allá de la sintaxis de la oración... se sitúa lo
que podríamos llamar la sintaxis de la obra...» (1957:128-129). Y
habla de «la expansión de los modelos lingüísticos de la oración a
modelos estructurales de la obra» (130). Por ejemplo, las descripcio
nes de tiempo y escenario corresponden a sintagmas adverbiales y
adjetivos, y las transiciones son los equivalentes de las conjunciones.
Sin embargo, la proposición de Sayce es básicamente bastante figu
rativa, y no se basa firmemente en la sintaxis de la oración, como se
demuestra por su observación (129) de que el héroe de una novela
30
puede ser considerado como el «nombre sujeto»; la trama, el «verbo»;
y el mundo externo y los otros personajes el «objeto» o «comple
mento» 9.
Hasta ahora sólo hemos discutido en esencia un sentido de «más
allá de la oración», el que supone tomar las oraciones como unidades
mínimas y describir sus relaciones con otras unidades mínimas del
mismo tipo (oraciones). Hemos indicado dos tipos principales de
relación: la gramatical (que, para ser más específicos, está constituida
por relaciones de dependencia, ya que la elección de un elemento dado
depende de uno precedente) y la nocional (estímulo-respuesta). Pero
ambos tipos tienen algo en común: incluyen de manera esencial el
sentido táctico (combinatorio) del término relación. Sin embargo, este
término también se interpreta en el sentido de «sistemático». Por
ejemplo, se puede hablar de la relación entre los fonemas en el sistema
de los sonidos de una lengua dada; es decir: un fonema es un elemento
del sistema de los sonidos de una lengua que presenta un conjunto
de ( inter Relaciones con cada uno de los otros elementos de ese
sistema.
Un ejemplo de análisis más allá de la oración que hace uso de
las relaciones —en el sentido sistemático— entre oraciones en cuanto
unidades mínimas es el que aborda parcialmente la obra de Lévi-
Strauss sobre el mito 10. Mientras reconoce que el mito, como cualquier
otro producto del lenguaje, está compuesto de unidades constituyen
tes —fonemas, morfemas, etc.—, Lévi-Strauss (1955) afirma que sus
propiedades específicas sólo se encuentran por encima de los niveles
lingüísticos ordinarios. Así, dice, debemos buscar los constituyentes
del mito a nivel de oración. La oración, pues, es para Lévi-Strauss la
unidad mínima de análisis, y se refiere a ella como la «unidad cons
tituyente general».
Sin embargo, Lévi-Strauss sigue argumentando que las auténticas
unidades constituyentes del mito no son las oraciones individuales,
aisladas, sino más bien las clases de oraciones, en el mismo sentido
que decimos que los fonemas son clases de variantes (alofónicas). Las
oraciones, en efecto, están fuera de la dimensión temporal, ya que
las que están juntas pueden aparecer a intervalos remotos sobre el
eje sintagmático. Esto clarifica la distinción fundamental entre los
31
sentidos táctico y sistemático de relación: el primero abarca a las
oraciones adyacentes./
Las oraciones que aparecen juntas exhiben algunos rasgos comu
nes de significación. Esto implica que ninguna oración aislada puede
recibir una interpretación significativa hasta que se determine su
lugar dentro de la estructura total. En esencia, la técnica de análisis
de Lévi-Strauss supone la agrupación —por el sistema de prueba y
error— de oraciones en columnas y la determinación del rasgo de
significación que comparten las oraciones de cada columna. Lo que
evita que el procedimiento sea enteramente ad hoc es que se basa
parcialmente en un principio de simetría comparable al que opera
en el análisis fonológico. Por ejemplo, el breve análisis ilustrativo
que realiza Lévi-Strauss (1955) sobre el mito de Edipo termina con
cuatro «paquetes» (clases) de oraciones, cuyos elementos comunes
de significado son, respectivamente, sobrevaloraciones de relaciones
de sangre; infravaloraciones de relaciones de sangre; negación del
origen autóctono del hombre; persistencia del origen autóctono del
hombre.
Todas las teorías revisadas hasta el momento tienen la caracterís
tica común de que la oración es la unidad básica de análisis. Se puede
reconocer también otro tipo de investigación que se diferencia del
anterior en que se utilizan para el análisis estructural unidades me
nores que el texto, pero mayores que la oración. La mayor parte de
esta labor se ha desarrollado dentro del marco de la teoría tagmémica
de Pike, modificada por Velma Pickett (1960), que en un análisis
del zapoteca del istmo postula una jerarquía gramatical de seis ni
veles estructurales: discurso, enunciado, oración, cláusula, frase v
palabra. Cada estructura de nivel superior está constituida potencial
mente por una secuencia de estructura de nivel jerárquico inferior.
Dicho de otro modo: un enunciado completa una casilla dentro de
un discurso; una oración completa una casilla dentro de un enuncia
do, etc. (Cfr. también Scott, 1965:66-68.)
Scott ha utilizado este modelo de descripción en un estudio sobre
las adivinanzas árabes y persas. La adivinanza se considera una unidad
de discurso, y se analiza como consistente en una casilla obligato
ria de proposición, ocupada por un enunciado p, y una casilla obliga
toria de respuesta, ocupada por una respuesta r. En otras palabras, se
considera que una adivinanza consta de dos constituyentes inmedia
tos, cada uno de los cuales puede tener más de una oración (69).
Resulta evidente que esta aproximación difiere de las discutidas an
teriormente no solamente por el tamaño de las unidades utilizadas,
sino también por la naturaleza de la relación que se postula: rela
ciones jerárquicas frente a relaciones de coaparición entre elementos
sucesivos, como un pronombre y su antecedente. El análisis de estruc
32
tura oracional, o en constituyentes inmediatos, comprende la relación
«es un» o «está compuesto de», que no entra en las relaciones de
coaparición.
El modelo jerárquico de Pickett ha sido también utilizado por
Powlison en su análisis de la estructura paragráfica en los cuentos
populares Yaguas. Para él, el párrafo es la mayor unidad de la je
rarquía gramatical, y lo describe en términos de un núcleo obliga
torio y elementos marginales opcionales, constituyentes del nivel in
mediato inferior (109-111). Éstos, a su vez, se describen en términos
de sus constituyentes inferiores. El núcleo está compuesto por un
centro obligatorio (el enunciado de una acción) y elementos margi
nales al centro (que sirven para fijar el tiempo, lugar, etc., de la
acción). Los elementos marginales opcionales (que normalmente si
guen al núcleo) consisten en el enunciado de la razón de la acción;
una unidad que enuncia una acción subsecuente, que surge de la ac
ción y de la razón; por último, una unidad que enuncia la razón de
la acción consiguiente.
Cada una de estas unidades puede ser simple o compleja (de más
de una oración); por ejemplo, la razón inicial puede consistir en la
pregunta de un personaje y la respuesta de otro. Powlison reconoce
también la posibilidad de la inclusión recursiva de un párrafo en el
interior de otro. Por ejemplo, la acción central obligatoria se puede
analizar en una acción y una razón; esta acción de sub-párrafo se
puede analizar a su vez en una acción y una razón, etc.
Nada dice Powlison sobre las relaciones entre párrafos en un
cuento popular determinado (aparte de las relaciones estímulo-res
puesta entre la oración final de un párrafo y la inicial del siguiente,
que discutimos más arriba). Sin embargo, Loos en su estudio sobre
la estructura narrativa hace notar que en capanahua «cada párrafo
que en una narración sigue al inicial contiene un tagmema introduc
torio, el indicador de párrafo, que sirve para delimitar el párrafo
y relacionarlo con el precedente en términos de tiempo y de refe
rente del sujeto» (701). Un ejemplo es ha-ska-ska ha-? i-ya, «ser-así-
va ser-tiempo presente-cuando» (de este modo era cuando).
Hasta el momento hemos discutido los dos medios más evi
dentes de extender la lingüística más allá de la oración: trabajar
con la oración como unidad básica de análisis o hacerlo con unidades
mayores que la oración u. Sin embargo, estos dos modos de abordar
la cuestión no agotan las posibilidades del análisis de textos. La
noción de «estilística» propuesta por Hill (1958: 406) sugiere im-
33
plícitamente varías vías de extensión: el estudio de «todas las rela
ciones constatables, o que puedan serlo, entre entidades lingüísticas,
en términos de extensiones más amplias de las que caen dentro de
los límites de la oración».
La expresión no especializada «entidades lingüísticas» se puede
interpretar de muchas formas diferentes. La oración se puede con
siderar entidad lingüística, pero está a su vez compuesta de unida
des; en otras palabras: las «entidades lingüísticas» aparecen en la
estructura lingüística a varios niveles. Como ha señalado Scott, «si
el estilo consiste en relaciones entre entidades lingüísticas defini
bles en términos de unidades más amplias que la oración, habría
que esperar niveles comparables en el dominio del estilo, y tipos
de estructuras estilísticas comparativamente distintos» (4).
Es evidente que dentro de un interés por ampliar el ámbito de
la lingüística, el tratar de las unidades suboracionales lleva consigo
una interpretación de «más allá de la oración» (o de «extensión más
amplia que la abarcada por una oración») distinta de la que hemos
propuesto hasta el momento. Ahora podríamos entender la expre
sión, aproximadamente, como el hecho de considerar más de una
oración a la vez. De esto se sigue un interés por la recurrencia de
unidades suboracionales a lo largo de las oraciones que constituyen
un texto. Sin embargo, no basta la repetición de ciertas entidades
lingüísticas, porque —como ha observado Scott (1965)— «dado un
texto apropiado, no es difícil ver que las [entidades] lingüísticas
deben repetirse (recur) en varios puntos a lo largo del texto» (5).
Por tanto, es necesario imponer la condición de que tales recurren
cias respondan a un cierto modelo.
Un tipo de modelo es la aparición de unas entidades lingüísticas
muy próximas a otras, porque la relación «táctica» lleva consigo
simplemente la combinación, sin especificar el grado de proximidad
de los elementos o combinados. Se necesita, por tanto, hacer explí
cita la «relación» de contigüidad, y además reconocer explícita
mente otro tipo de relación entre entidades contiguas, especialmente
la de identidad. (Todo esto, por supuesto, va implícito al hablar de
la recurrencia de elementos). Sin embargo, esta exigencia de iden
tidad es bastante restrictiva. En la investigación actual, los elemen
tos recurrentes no deben ser necesariamente idénticos, sino simila
res. Esa es la relación de equivalencia 12. La equivalencia puede ser
12 La repetición exacta y literal de los elementos —frente a la recurren
cia de elementos sólo similares— es una característica primaria de la lite
ratura primitiva (oral), que la separa precisamente de la literatura occiden
tal (escrita). Franz Boas señaló que «la investigación de la narrativa primi
tiva, así como de la poesía, demuestra que la repetición —sobre todo la
repetición rítmica— es un rasgo fundamental» (1940:491). Señala además
que la repetición al pie de la letra se lleva a menudo a un extremo que el
34
semántica, gramatical, fónica, etc. Esta forma de considerar la es
tructura del texto está esencialmente de acuerdo con la acción de
Jakobson (1960: 358) de la proyección de elementos del eje de
selección (paradigmático) en el de combinación (sintagmático).
Un modo de abordar esta aproximación —que sirve precisamen
te para diferenciarla del análisis lingüístico convencional— es con
siderarla como un intento de lo que podríamos llamar «restricciones
ad hoc» (nonce constrains). Con referencia a la lengua considerada
como un todo (por ejemplo: la lengua inglesa), se puede hablar de
aspectos opcionales y obligatorios. Decir que no todo aspecto de la
lengua es obligatorio equivale a decir que el hablante es libre para
elegir, en ciertas circunstancias. El análisis del texto en términos de
recurrencia de las unidades suboracionales se puede considerar como
un intento de tratar la selección que realiza el usuario. Se debe sub
rayar que dentro del contexto de un texto único, estas elecciones
no son libres o, por lo menos, hay una restricción que surge tras
una elección inicial o de «alto nivel». De lo contrario, el texto care
cería de unidad o coherencia.
Un ejemplo de este tipo de aproximación, a nivel morfológico
o de palabra, es el análisis de textos que propugna Halliday, en
términos de lo que llama «cohesión léxica»: «dos o más apariciones,
muy cercanas, de un mismo elemento léxico, o de elementos en rela
ción paradigmática, en el sentido de que pertenecen a un mismo
conjunto léxico» (1964:304). Señala, por ejemplo, que un párrafo
de una obra de Leslie Stephen termina: I took leave and turned to
the ascent ot the peak [me despedí y emprendí el ascenso del pico].
El siguiente párrafo comienza: The climb is perfectly easy [la esca
lada es sumamente sencilla]. En este caso climb [escalada] «es cohe
rente» con ascent [ascenso]. Después, señala Halliday, aparecen
inountain [montaña] y summit. [cima] en «cohesión» con peak
[pico].
Próxima a la «cohesión léxica» de Halliday se encuentra la no
ción de «enlace oracional» (sentence attachement) de Winburne
(1964), aunque este último se diferencia del primero en que Win
burne es más concreto en lo que respecta a la relación de contigüi
35
dad. No se limita a hablar de «estrecha proximidad», sino que se
ñala explícitamente que cada oración se une a la de antes y a la de
después mediante palabras que pertenecen a la misma clase semán
tica; es decir: un miembro de una clase dada de elementos semán
ticamente equivalentes aparece en oraciones sucesivas. Otra diferen
cia es que las clases semánticas de Winburne no contienen, en rigor,
elementos en relación paradigmática; no es necesario que los miem
bros de una clase dada sean sustitutos gramaticales. Así, en un aná
lisis estructural de Lineólas Gettysburg Addtess *, Winburne agru
pa en la misma clase semántica elementos como «aquí» y «campo
de batalla».
Con estas líneas generales hay otras aproximaciones al análisis
de textos, aunque difieren de los dos ejemplos que acabamos de dis
cutir en que el «modelo» de recurrencia va más allá de las simples
relaciones de contigüidad y equivalencia (semántica). Un ejemplo de
esto es la obra de Leech (1965), aplicada al análisis del poema de
Dylan Thomas «This bread I break». Leech hace algunas observa
ciones preliminares sobre la cohesión léxica y gramatical1314 . Señala,
por ejemplo, que ciertas palabras: bread [pan], break [presente de
«romper»], oat [avena], aparecen más de una vez; también apare
cen palabras que tienen una clara relación semántica con otros ele
mentos: bread, oats, crops [pan, avena, cosechas]; day, night, sum-
mer, sun [día, noche, verano, sol]; etc. Sin embargo, concluye que
tales observaciones son superficiales, porque también podrían apa
recer en un análisis de otro tipo cualquiera de texto. Su posición es
que la obra literaria contiene más aspectos complejos, o rasgos es
tructurales, que los que se encuentran en el discurso casual (no poé
tico). Así, concluye: «El aparato de la descripción lingüística es una
herramienta insensible para el análisis literario, a menos que sea
adaptado al manejo de estas relaciones extremadamente complejas» u.
Estas «relaciones extremadamente complejas» son resultado de
la puesta en primer plano (foregrounding), concepto que desarrolló
la escuela de Praga, que consiste en destacar las «anormalidades»
lingüísticas (elecciones lingüísticas inesperadas). El tipo de «puesta
en primer plano» del que más se ocupa Leech es el que presenta
secuencias (elementos léxicos próximos o contiguos) poco habitua
* Discurso pronunciado por el presidente Lincoln en la inauguración del
cementerio de Gettysburg, situado sobre lo que fue campo de batalla durante
la guerra civil. (N. del T.J
13 Leech define la cohesión como «la forma en que elecciones indepen
dientes en puntos distintos de un texto se corresponden y presuponen mu
tuamente, formando una red de relaciones secuenciales»(67).
14 Cfr. Halliday: «Todo texto, incluyendo aquellos que, en prosa o en ver
so, caen dentro de la definición de «literatura», son accesibles al análisis por
medio de los métodos lingüísticos existentes» (1964:302).
36
les: por ejemplo, en rompí la alegría de la vid hay una clara oposi
ción entre rompí y alegría y entre vid y alegría.
Una dimensión distinta de análisis es la que Leech llama cohe
sión de la puesta en primer plano: un modelo (recurrente) de pa
recidos entre las secuencias léxicas anómalas del poema. En el
poema de Thomas Leech descubre este modelo: los nombres ina
nimados aparecen junto con elementos que denotan estados psi
cológicos; y los verbos de acción violenta aparecen en entornos
inesperados; por ejemplo: pulled [pasado de «empujar»] aparece
en el contexto «...the wind down» [es decir, «derribó al viento»].
Se puede señalar de pasada que, aunque el interés de Leech
por las secuencias anómalas parece comparable al que siente Levin
(1964) por las expresiones «agramaticales» que aparecen en poesía
(por ejemplo, el he danced bis did [literalmente, «bailó su hizo»]
de Cummings), hay, sin embargo, algunas diferencias esenciales.
Primero: los lingüistas ingleses consideran a la secuencia un aspecto
del léxico, más que de la gramática. Notaron que se puede impo
ner un límite a la descripción de las restricciones gramaticales;
no todo se puede reducir a la gramática, y por esta razón se pos
tuló el léxico como parte integrante de la descripción de la lengua.
De acuerdo con Hallidav (1961:275):
37
Sin embargo, otras investigaciones publicadas por Levin repre
sentan un intento de alcanzar este objetivo, así como de lograr la
descripción estructural de un texto en concreto. La aportación de
Estructuras lingüísticas en la poesía (1962) * se incluye en el tipo
de extensión de que estamos tratando: la que se ocupa del análisis
de relaciones supraoracionales (en el sentido de «recurrencia según
un modelo») entre entidades suboracionales. Sin embargo, a dife
rencia de la obra que acabamos de discutir, el análisis de Levin se
centra más en el nivel sintáctico que en el morfológico. Las rela
ciones supraoracionales estudiadas a este nivel comprenden lo que
Levin, siguiendo a Jakobson, ha denominado repetición sintagmá
tica o paralelismo. Incidentalmente, Levin considera esto como un
tipo de puesta en primer plano en el que el escritor incluye una
uniformidad anormal allí donde uno esperaría normalmente encon
trar diversidad.
El concepto básico de Levin (y al tiempo su unidad estructural)
es el apareamiento (coupling), especie de combinación de repetición
sintagmática y cohesión léxica, en lo que se refiere a la aparición,
en posiciones sintácticamente equivalentes. Así, se puede ver que,
aunque trate con unidades suboracionales, la propuesta de Levin
va más allá de la oración, ya que un apareamiento exige, como mí
nimo, dos oraciones; la relación entre las oraciones no es necesa
riamente de contigüidad, sino que puede ser de similitud (grama
tical o de construcción).
Como ejemplo de esta estructura, Levin analiza el siguiente frag
mento de un poema de William Carlos Williams:
If the Muses
choose the young ewe
you shall receive
a stall-fed lamb
as your reward,
but if
they prefer the lamb
you
shall have the ewe for
second prize **
.
38
P NL'. Además, los elementos léxicos que aparecen en posiciones
equivalentes son semánticamente equivalentes; por ejemplo: choose
y prefer [escoger y preferir], young ewe y lamb [oveja y corde
ro]; etc.*16.
La condición de que los elementos semánticamente equivalen
tes aparezcan en posiciones sintácticamente equivalentes es más es
tricta que la simple condición de contigüidad que subyace a la
cohesión léxica. La relación de contigüidad no es una condición sine
qua non para la estructura de apareamiento.
Otro ejemplo de análisis más allá de la oración basado en rela
ciones entre entidades en nivel sintáctico es el análisis del discurso
de Harris (por ejemplo, Harris 1964 [1952]). Existe un parecido
fundamental entre este enfoque y el análisis en apareamiento de
Levin (véase Hendricks 1966). La diferencia primaria radica.en la
naturaleza de las clases de equivalencia: para Levin, los miembros
de una clase de equivalencia son semánticamente equivalentes (si
nónimos o antónimos) con respecto al mundo exterior; o, como
Levin parafrasea, «Puede decirse que dos formas son semántica
mente equivalentes en tanto que coinciden en su parcelación de
esta masa amorfa [de pensamiento]» (1962:45). Para Harris, las
clases de equivalencia se establecen internamente con referencia
al texto en concreto que se analiza, es decir, con base en la dis
tribución. Esto quiere decir que las secuencias de morfemas equi
valentes aparecen de esta forma no sólo en posiciones sintáctica
mente equivalentes (desde la perspectiva de la gramática conside
rada como un todo), sino también en contextos formados por se
cuencias idénticas de morfemas (que aparecen en el texto dado)17.
A pesar de esta diferencia en lo que respecta a la formación de
las clases, en ambos casos nos encontramos con clases de equiva
lencia. A este respecto, los dos enfoques son idénticos a los que
examinamos antes, que se ocupaban de las unidades suboracionales;
a saber: la cohesión léxica de Halliday, los enlaces oracionales de
x’ Esto aparece escrito como una sola oración, pero realmente representa
la unión de dos oraciones completas. En cualquier caso, el concepto de «apa
reamiento», tal y como lo formula Levin, no está restringido a dos oracio
nes, aunque Levin se centre principalmente en «apareamientos» que apare
cen en dos oraciones. Hablando estrictamente, mercury is quicksilver [el
mercurio es azogue] se podría considerar como un tipo de «apareamiento».
16 Se puede señalar de pasada que algunos de los análisis de poemas que
ha hecho Hill tienen. un cierto parecido con los análisis de Levin mediante
«apareamientos» (aunque generalmente Hill presta más atención que Levin a
la progresión de un texto); véase, por ejemplo, Hill (1964).
17 También están previstas las cadenas de equivalencias que no aparecen
en contextos absolutamente idénticos. Por ejemplo, dada la secuencia de mor
femas AB : AC : ZB, «podríamos decir que Z equivale secundariamente a A, ya
que ambos aparecen ante B, pero sólo A ante C» (Harris, 1964 [1952] :383).
39
Winburne, la cohesión de la puesta en primer plano de Leech. To
dos ellos son enfoques basados en las similitudes entre elementos
léxicos. Sin embargo, como ha argumentado Jakobson, éste no es
más que uno de los tipos de relación semántica entre palabras que
se pueden encontrar en un texto. Otro tipo importante de relación
semántica es la relación de contigüidad, que tiene su expresión más
condensada en tropos como la metonimia y la sinécdoque. De acuer
do con Jakobson, «las metonimias se pueden caracterizar como pro
yecciones desde la línea del contexto habitual hasta la de sustitu
ción y selección: un signo (como tenedor) que suele aparecer junto
a otro (como cuchillo) [caso de «cuchillo y tenedor»] se puede
utilizar en vez de este último signo» (Jakobson y Halle, 1959: 69).
Ya que los términos relacionados por contigüidad semántica
pueden ser miembros de la misma clase gramatical, podrían apa
recer teóricamente en posiciones sintácticas equivalentes (como las
que define Levin). Ruwet (1963:52) ha señalado que tales apa
riciones juegan un papel importante en la poesía de Baudelaire.
Véanse, por ejemplo, los versos 5 y 6 de su poema «Le cadre»:
40
Tant que mes yeus pourront espandre larmes à regretter
l’heur passé avec toy
Et (tant) qu(e)
ma voix pourra resister aux sanglots et soupirs
et fair entendre un peu
Tant que ma main pourra tendre les cordes du Lut
mignart pour chanter tes graces
Tant que l’esprit se voudra
contenter
de ne
vouloir comprendre rien fors
que toy *
* En tanto que .mis ojos podrán derramar lágrimas para lamentar la hora
pasada contigo, / y en tanto que mi voz podrá resistir los sollozos y suspiros
y hacer entender un poco, / en tanto que mi mano podrá tañer las cuerdas
del delicado laúd para cantar tus gracias, / en tanto que el espíritu se querrá
contentar con no querer comprender nada fuera de ti. fN. del T.J
41
pequeño número de oposiciones, es decir «componentes» patentes o
«rasgos distintivos» del significado. El mismo Ruwet hace algunas
tentativas en esta dirección. Por dar un breve ejemplo: Ruwet señala
que los tres primeros términos del soneto de Labe que discutimos
antes (yeus, main, voix) se oponen al cuarto (esprit) como corporal
frente a espiritual18. La meta ideal sería representar la estructura
semántica completa de un texto mediante una matriz con ras
gos + o —, algo parecido a las representaciones fonológicas en
rasgos distintivos de Jakobson19.
Hasta el momento hemos ejemplificado la extensión de la lin
güística más allá de la oración (en el sentido de describir la recu
rrencia sistemática de entidades suboracionales) únicamente con re
ferencia a los niveles morfológicos y sintácticos. Queda la posibilidad
de describir estas relaciones a nivel fonológico. Podemos, por ejem
plo, examinar la rima bajo este prisma. En este caso no sólo hay
recurrencia de «entidades» fonológicas en estrecha proximidad, sino
todavía más: recurrencia en entornos lingüísticos comparables, de
los cuales el ejemplo más típico es la posición del final de línea. Así,
Levin (1962) trata la rima, así como la métrica, como «apareamien
tos» a nivel fonológico. También se puede aplicar la noción de puesta
en primer plano en el nivel fonológico, como ha señalado Leech al
analizar el poema de Thomas. Señala (71) que el 95 por 100 de las
palabras de este poema son monosilábicas, y casi todas de sílaba
cerrada (consonante-vocal-consonante).
Acabamos de revisar los principales exponentes de las obras cuyo
objetivo expreso es extender la lingüística más allá de la oración. No
sólo se ha intentado poner de manifiesto la diversidad que se oculta
a menudo bajo el empleo común de la expresión «más allá de Ja
oración», sino también clasificar estos distintos enfoques en un pe
queño número de categorías. Hemos basado principalmente esta cla
sificación en la variación del tamaño de las unidades mínimas de
análisis; aunque diferenciamos ulteriormente los distintos enfoques
según el tipo de relación que se daba entre Jas unidades estructurales.
Sin embargo, no se ha hecho ninguna referencia a los dos tipos
principales de organización estructural (la orgánica y la universal) que
discutimos brevemente al principio del presente trabajo, que consti
tuyen la segunda dimensión principal en torno a la que giran los
42
distintos intentos de extensión. Sin embargo, se pueden emplear para
recapitular la clasificación anterior.
El análisis estructural de los textos, en sentido orgánico, supone
la descripción mediante relaciones tácticas entre oraciones, que cons
tituye la unidad mínima de análisis (por ejemplo: las relaciones gra
maticales de concordancia interoracional, como la relación entre un
pronombre y su antecedente en oraciones sucesivas; también las re
laciones estímulo-respuesta entre las oraciones de un párrafo, etc.), y
también entre unidades mínimas mayores que la oración, aunque
menores que el texto (por ejemplo, el análisis que realiza Scott de
las adivinanzas árabes y persas, basándose en una estructura de
proposición en constituyentes inmediatos y respuesta).
En sentido universal, el análisis estructural de los textos supone
considerar las relaciones sistemáticas entre oraciones como unidad
mínima de análisis (sacado del estudio del mito de Lévi-Strauss), así
como las relaciones tácticas entre unidades suboracionales. Además
de la recurrencia de las unidades equivalentes, este enfoque puede
incluir o no la aparición de estas últimas en un contexto de oposición
sintáctica particular (es decir, la diferencia entre la cohesión léxica de
Halliday y la estructura de apareamientos de Levin).
Ya que las relaciones tácticas entre unidades suboracionales no
sólo suponen la combinación de elementos, sino también la condición
de que estos elementos sean miembros de clase —en otras palabras,
que estén relacionados sistemáticamente— podría parecer que «uni
versal» es más o menos sinónimo de «sistemático», y «orgánico» de
«táctico». Pero hay varias razones que aconsejan separar ambas se
ries de términos. Para empezar: el término táctico es en sí mucho
más amplio, y no tiene las mismas connotaciones que el término
orgánico; se ha empleado sólo por la conveniencia de dar una visión
general. Además, incluso la relación táctica entre un pronombre y
su antecedente supone, en rigor, relaciones sistemáticas en las que el
pronombre forma parte de una clase particular del sistema de la
lengua, la de nombre-antecedente. Pero aquí, como en el caso de
las relaciones entre unidades suboracionales (a nivel fonológico, mor
fológico, y sintáctico), parece preferible reservar el término sistemá
tico sólo para aquellos casos en los que el análisis se ocupa de crear
clases únicas, y no simplemente de realizar una aproximación a las
clases de la lengua considerada como un todo.
Una complicación ulterior de la clasificación precedente Ja supone
el hecho de que ciertos enfoques del análisis textual muestran ambos
sentidos de estructura: el orgánico y el universal. Por ejemplo, la
descripción de Scott de un texto determinado (una adivinanza) es
orgánica por su naturaleza, pero su proceso analítico global es uni
43
versal, porque se ocupa de definir el género de las adivinanzas árabes
y persas, es decir: de un grupo de textos en los que están presentes
los mismos rasgos estructurales.
20 No todos los análisis serían del mismo valor desde este punto de vista;
por ejemplo, un análisis de concordancia interoracional sería más útil para una
interpretación semántica posterior que, por ejemplo, un análisis de cohesión
léxica.
44
de una lengua determinada, y los significados de este caso, como la
indicación de posesión, etc.
Como ha señalado Jespersen (1924), siguiendo en esencia a
Sweet, puede existir una alternativa de análisis gramatical que es
precisamente la inversa del proceso precedente; especialmente aquel
en que el gramático parte del significado y averigua cómo se halla
expreso en la forma (I O, en vez de O —> I). Insiste Jespersen
en que ambos enfoques son legítimos, mientras se atienda (o se
explique) la relación entre los dos, y no se los trate por separado.
Los fenómenos de la gramática son los mismos; sólo la perspectiva
varía.
Si todos los enfoques del análisis de textos que hemos revisado
son del tipo «de fuera a dentro» (O —> I), y si otra alternativa legí
tima es de «dentro a fuera» (I —> O), entonces la conclusión evidente
es que, en el caso del análisis de textos, también sería posible teóri
camente ir de dentro a fuera. En otras palabras, queda sugerida una
nueva posibilidad para la extensión más allá de la oración.
Stephen Ullman (164:116-117) ha reconocido que ambos enfo
ques del análisis gramatical son aplicables por igual al estudio del esti
lo literario. Señala que se puede tomar un determinado dispositivo sin
táctico o gramatical e investigar los efectos que puede producir; por
ejemplo, eligiendo la inversión sintáctica y luego determinar sus conno
taciones o armonías estilísticas en una obra determinada. También
se puede comenzar por un efecto específico del estilo e investigar los
dispositivos disponibles para su producción. Pero Ullmann señala que
este último procedimiento es menos popular que el primero.
La última parte de este capítulo la dedicaremos a explorar la posi
bilidad de una extensión de la lingüística más allá de la oración de
modo que incluya procedimientos «desde dentro hacia fuera». La dis
cusión no será enteramente programática en el sentido de que alguna
investigación publicada, aun no reconociéndolo explícitamente, se pue
de interpretar, sin embargo, como ejemplo de tal extensión. Antes
de examinar los análisis completos, sin embargo, debemos introdu
cir algunas consideraciones teóricas.
Primero, esta nueva posibilidad de extensión más allá de la ora
ción no se debe considerar la inversa de las que acabamos de ver.
Lo que proponemos aquí no es un modo de análisis del texto que
vaya de la exégesis crítica a la descripción lingüística. Parece razona
ble aplicar, a nivel de estructura textual, el conocido aserto lingüís
tico de que la forma (de la oración), o la estructura, determinan el
significado; que se debe aprehender (al menos intuitivamente) la es
tructura gramatical de una oración antes de poderla interpretar semán
ticamente. De este modo, cualquier modo de exégesis crítica de un
45
texto dependerá de una aprehensión previa (quizá intuitiva) de su
estructura (supraoracional) .
Si rechazamos el método de avanzar desde la interpretación hasta
la descripción lingüística puede parecer que no queda ninguna alter
nativa real para los primeros procedimientos revisados más arriba;
sin embargo, esta impresión sólo proviene de que los puntos de vista
de Jespersen se han simplificado en exceso hasta el momento. En
la actualidad, Jespersen hace una triple distinción entre forma, sentido
y función. Por ejemplo, con respecto al final -r de los verbos ingleses,
se puede ver que esta forma sirve a la función de «tiempo presente»,
que, a su vez, indica varios significados en la lengua inglesa, como,
por ejemplo, la generalidad (acción reiterada), universalidad (propo
siciones «atemporales»), tiempo futuro, etc. *: Así, cuando Jespersen
habla del análisis de dentro a fuera (I —> O), se refiere en realidad
a dos posibilidades distintas: ir del significado a la forma o de la
función a la forma. Esta última posibilidad es la que abre un nuevo
camino para la extensión de la lingüística más allá de la oración.
En el contexto del análisis de textos, el término función no tendrá
evidentemente el mismo significado que en el análisis lingüístico con
vencional; de otra forma no podríamos hablar legítimamente de la
extensión de la lingüística. Lo que queremos indicar aquí por función
es algo semejante a lo que la crítica literaria podría muy bien con
siderar como «recurso» de la técnica o de la ficción. En ciertos casos,
«función» puede corresponder a los «mecanismos» del crítico lite
rario: un conjunto de términos o conceptos para tratar la «compo
sición» o «estructura» de una obra literaria, considerados como algo
distinto de su tema o significado.
Desde el punto de vista de la crítica, los recursos de la ficción
son «formales», o medios para un fin; pero desde el punto de vista
de la lingüística los únicos medios «formales» son los lingüísticos, los
recursos morfológicos o sintácticos de la lengua. Así, hablar de una
extensión de la lingüística que va de la función a la forma es hacer
referencia a un modo de análisis que toma como punto de partida
los medios «formales» de la crítica (que, desde una perspectiva lin
güística, son «funciones») e intenta relacionarlos con recursos sin
tácticos o gramaticales específicos.
Los medios lingüísticos (que, contemplados desde la perspectiva
de su aparición en un discurso conexo, tienen «funciones» específi
cas) pertenecerán al dominio de la sintaxis tal como se considera en
los análisis lingüísticos convencionales. Así, este tipo de extensión
no significa literalmente ir más allá de la oración en ninguno de los
* Igual ocurre con el presente castellano, con sus funciones de «presente
habitual» (por esta calle pasa el autobús), «universal» o «atemporal» (el que
a buen árbol se arrima...), «futuro» (mañana voy al dentista), etc. fN. del T.J
46
sentidos que antes hemos examinado. No interesa per se descubrir-
nuevas estructuras gramaticales, sino nuevas funciones para estas es
tructuras.
Como ha señalado Hymes (1.964 b : 44), el investigador se ha
acostumbrado desde hace largo tiempo a buscar la función como co
rrelativa de una estructura ya establecida. «Fundamentalmente, sin
embargo, la función no es sólo correlativa y secundaria.» Realmente,
«en principio, el establecimiento de una relevancia funcional es lo que
permite un reconocimiento válido de la estructura». Y, como ha seña
lado Greenberg (1957:84), «es patente, en cualquier nivel de la
lengua, que dada la estructura es imposible predecir la función».
Aunque en este tipo de investigación sólo se pueden extraer los
resultados de una descripción lingüística convencional, representa, sin
embargo, una extensión de la lingüística más allá de la oración, ya
que, como consecuencia de la función primaria más que de la secun
daria se pueden obtener nuevos grupos de estructuras que saldrían
de un análisis lingüístico convencional. De acuerdo con Hymes, «cuan
do los elementos de la estructura [en los distintos niveles de la len
gua] se examinan a la luz de la función en un nivel o fase distinta,
surgen nuevos agrupamientos y relaciones estructurales. Esto sucede
especialmente cuando la función es de un nivel o fase «superior», y
se buscan todos los elementos que la sirven o manifiestan, que se
organizan o ponen en marcha en función de ella» (44)2l* .
En este contexto, «nivel superior» hace referencia al texto en
que aparecen las oraciones; es decir, las oraciones se consideran desde
la perspectiva de su función en el texto; o, más exactamente, la pers
pectiva es un recurso crítico o concepto particular. Decir que del
análisis surgirán nuevas agrupaciones (más que nuevas estructuras)
es decir que se clasificarán juntos como equivalente en función
(desde la perspectiva del texto) varios tipos de oraciones (mode
los estructurales a nivel sintácticco) o rasgos gramaticales que se
reconocen en el análisis lingüístico normal, pero que se consideran
distintos o sin relación. En otras palabras, habrá una relación
multívoca, más que biunívoca, entre los recursos críticos y los
medios sintácticos. En términos de la teoría de estratificación de
Lamb, hay una relación de di versificación: un elemento de un es
trato dado puede venir representado por más de un elemento en
21 Cfr. la siguiente observación de Halliday: «Al tiempo que insistimos en
que los estudios estilísticos emplean los mismos métodos y categorías que las
descripciones no literarias, debemos señalar que tales estudios pueden reque
rir nuevas alineaciones o agrupamientos de categorías descriptivas, a través
de las cuales se puedan reconocer las propiedades específicas de un texto.
Esto puede abarcar tanto el agrupamiento de las categorías y elementos des
critos a diferentes niveles como su distribución en la descripción de cual
quier nivel» (1969:304).
47
el estrato inmediato inferior (Vid. Lamb, 1964) 22. Una consecuen
cia importante del hecho de postular tal tipo de relaciones multí-
vocas es que se exige proceder de dentro (función) a fuera (forma).
Como señalamos antes, no existe ninguna investigación que se
proclame como ejemplo de extensión más allá de la oración en el
sentido que está siendo discutido. Sin embargo, alguna investiga
ción ya publicada se puede interpretar en estos términos. Como
ejemplo específico consideremos el estudio gramatical de Morton
Bloomfield (1963) sobre la alegoría de personificación. En la ter
minología antes propuesta, la alegoría de personificación es la «fun
ción». El propósito del que lleva a cabo el análisis es investigar
los medios lingüísticos mediante los que se realiza.
Aun sin emplear la terminología anterior, el mismo Bloomfield
traza una distinción entre el análisis gramatical, como fin en sí
mismo (o con un fin puramente lingüístico) y el análisis gramatical
usado para clarificar la alegoría de personificación. Señala que la
mayor parte de los análisis gramaticales de la alegoría de personi
ficación en la literatura inglesa se han ocupado principalmente del
problema del género y, de este modo, son más bien contribuciones
a la historia del género que a la comprensión de la alegoría (162).
De hecho, lo que dice Bloomfield es que intenta dar primacía a la
función (estética).
Los resultados del análisis de Bloomfield confirman claramente
el postulado de una relación multívoca entre función y forma, por
que reconoce un conjunto de medios lingüísticos para realizar la
alegoría de personificación. Estos comprenden el uso de nombres
comunes como denominaciones de seres vivientes: el uso de pro
nombres personales animados (con género natural en una lengua
como la inglesa); el uso de who en vez de which. La personifica
ción se puede realizar ocasionalmente mediante la ausencia de una
forma lingüística dada; por ejemplo, en inglés no se usa the con
un nombre propio de ser animado. El medio más importante, sin
embargo, lo constituye el uso de verbos animados (o predicados)
con nombres inanimados.
Una implicación de estas características, especialmente la últi
ma, es que al analizar la alegoría de personificación se debe con
siderar la oración como unidad, y no sólo los nombres personifica
dos. Para recalcar este punto, Bloomfield compara La verdad es una
virtud con La verdad siempre pisotea al error. Sólo este último es23
48
un ejemplo de alegoría, pero esto no es patente hasta que se llega
al predicado.
Bloomfield señala:
Si, de acuerdo con la gramática generativa, consideramos «animado»
e «inanimado» como regla gramatical de inglés, podemos decir que
en la personificación violamos la gramática inglesa en este punto.
Los poetas y escritores violan con frecuencia la gramática inglesa
por efecto artístico, pero en la alegoría de personificación la regla
gramatical que se viola es la de «animado» (165).
49
4
de ésta en ninguno de los sentidos discutidos anteriormente (es
decir, describiendo las relaciones tácticas ya fuera entre oraciones
como unidades mínimas del análisis o entre unidades mayores de
la oración; o señalando la recurrencia de las unidades suboracio
nales, etc.).
Sin embargo, hay un aspecto de la obra de Bloomfield que puede
parecer similar al tipo de extensión que toma en cuenta la repetición
dentro de un texto. Señala Bloomfield que hay que tener cuidado
para identificar la alegoría de personificación en términos de mar
cadores gramaticales. Por ejemplo:
Cuando decimos «la tormenta brama en el exterior» podemos du
dar de que estemos personificando el nombre, a pesar de la natu
raleza animada del verbo... El problema surge principalmente cuando
nos encontramos con una personificación singular con fines estéti
cos, porque si la alegoría de personificación se extiende a lo largo
de todo un texto, la evidencia gramatical se hace dominante (164).
50
el sentido «superior» de una oración alegórica se halla oculto en el
verbo. El análisis gramatical (formal) de la (función) alegoría de
personificación revela la importancia de los verbos animados em
pleados con nombres inanimados. El análisis lingüístico no se ocupa
de los verbos específicos utilizados (ni de sus significados), sino sólo
de su característica gramatical general (no semántica) de inanimados.
Así, por recalcar este punto, se debe distinguir la forma, la función
y el significado.
Para terminar, se puede señalar que este enfoque gramatical de
la alegoría de personificación la define de forma explícita y no subje
tiva. El valor de esto se puede apreciar viendo cómo cierto crítico
ha distinguido la alegoría de personificación del simbolismo. Bloom
field señala que C. S. Lewis ha caracterizado a la primera como un
modo de expresión y al segundo como un modo de pensamiento. El
autor de las alegorías parte de lo inmaterial (pasiones, etc.), y las
materializa. El simbolista parte de la materia y la dota de un signi
ficado inmaterial. La principal objeción a esta caracterización, como
apunta Bloomfield, es que hace referencia a la intención y procesos
internos del poeta: «es en extremo difícil determinarlo exactamente,
y los procesos mentales podrían ser los mismos tanto en la alegoría
de personificación como en el simbolismo. Los medios lingüísticos
respectivos, sin embargo, difieren, y difieren objetivamente en tér
minos de su transformación de oraciones» ( 169) 2425.
Hay otros estudios que podemos considerar que extienden la
lingüística más allá de la oración, yendo de la función a la forma.
Entre éstos se encuentran los que investigan los medios lingüísticos
mediante los cuales los autores reflejan el habla y los pensamientos
de los personajes de la ficción. En este caso, la representación del
habla es la función, y la forma son los rasgos gramaticales que reali
zan esta función. El análisis se resuelve en un agrupamiento de carac
terísticas gramaticales que no resultarían ordinariamente del análisis
lingüístico convencional.
Tradicionalmente se han reconocido dos subgrupos de medios lin
güísticos para la representación del habla; se suelen denominar estilo
directo e indirecto 2°. El primero viene indicado por los siguientes
medios, principalmente grafológicos: el enunciado recogido viene en
tre comillas * y a veces precedido o seguido de un verbo «dicendi».
24 Dado que el analista comienza con la alegoría de personificación y con
tinúa determinando sus características lingüísticas, está claro que esto supone la
captación intuitiva previa de qué es la personificación, así como la habilidad
para distinguirla —también intuitivamente— del simbolismo.
25 La siguiente discusión ha sido tomada principalmente de Gregory (1965).
Véase también el capítulo XXI de Jespersen (1924).
* Se trata más que nada de una convención tipográfica. En las publica
ciones españolas (así como en las del francés, etc.) el diálogo aparece prece
51
Cuando este verbo va delante suele aparecer separado del resto me
diante una coma o dos puntos. El habla de las diferentes personas
se dispone en párrafos separados2627 .
El estilo indirecto, considerado una «transformación» del estilo
directo, aparece con las siguientes características gramaticales: los
verbos que en estilo directo estarían en presente en el indirecto se
ponen en pasado; los que están en pasado se ponen en perfecto (por
usar la terminología tradicional). Las preguntas del estilo directo se
reordenan como enunciados de preguntas en estilo indirecto. La pri
mera y segunda persona del pronombre y de los adjetivos posesivos
pasan a tercera persona, si el habla está recogida por una tercera per
sona. Los adverbios de tiempo tienden al pasado en el estilo in
directo 87.
La dicotomía tradicional directo-indirecto ha sido objeto de crí
ticas, aunque el objeto de la crítica nunca ha sido la caracterización
lingüística. Esa dicotomía se considera más bien como una simplifi
cación excesiva de las alternativas de que dispone el escritor para
representar el habla y los pensamientos. Un ejemplo radical de esto
es la innovación conocida como de la corriente de conciencia o mo
nólogo interior. Esta ha de ser estudiada todavía desde el punto de
vista lingüístico (para un comienzo sugestivo, vid. Spencer, 1965).
Se han establecido dos nuevas categorías: estilo directo libre y estilo
indirecto libre. El primero tiene normalmente algunos rasgos del
estilo indirecto —por ejemplo, el tiempo verbal y los pronombres
personales— pero tiende a no mostrar subordinación con respecto a
un verbo «dicendi» y a conservar en las preguntas el habitual orden
interrogativo. En el estilo directo libre el escritor pasa de la narrativa
a lo que llamaríamos normalmente estilo directo, con la diferencia
de que no se emplean verbos «dicendi» introductorios ni las conven
ciones grafológicas usuales.
Sobre estas categorías «libres», Gregory (1965: 55) ha dicho que
dido de guiones, que también enmarcan a las oraciones con verbo «dicendi».
(N. del T.]
26 El hecho de ocuparse del agrupamiento en párrafos representa un inte
rés por las unidades mayores que la oración, y por ello este tipo de análisis
ejemplifica uno de los sentidos de «más allá de la oración».
27 Algunas de estas relaciones entre estilo directo e indirecto se pueden
usar para describir las relaciones tácticas entre oraciones (concordancia inter
oracional); cfr. la primera parte de este capítulo.
52
precisos y categorías con otros bastante imprecisos quiere decir que
el marco categorial para la discusión del «discurso» escrito no es
satisfactorio del todo (incluido el énfasis).
53
aquí se extraen las «acciones» de los personajes que constituyen las
unidades estructurales básicas del cuento maravilloso que Propp llama
funciones. Las funciones se conocen por un nombre, por ejemplo,
«fechoría», «combate», etc.
Para ser más exactos: cada función hace referencia a una clase
de acciones, más que a una acción específica. En la terminología de
Propp, cada acción es un género con cierto número de especies. Sin
embargo, en cuanto a su lugar (papel) en la narración, las distintas
acciones son funcionalmente equivalentes. Por ejemplo, «fechoría»
es el medio por el que se inicia el movimiento real del cuento de
hadas (la progresión de la trama); abre el camino a las siguientes
funciones de la cadena. Desde esta perspectiva, no importa exacta
mente de qué acto específico se trate —puede ser un rapto, un
robo, la pérdida de una cosecha, etc.—, en cuanto que conduce a
una petición de auxilio.
Las manifestaciones concretas, como actos particulares, de las
funciones no son los únicos rasgos variables del cuento. También
varían los caracteres específicos, incluyendo sus atributos y motiva
ciones (que, de hecho, aparecen raramente).
Quizá la conclusión más asombrosa que extrae Propp de su aná
lisis es que todos los cuentos maravillosos (rusos) tienen la misma
estructura: cualquier relato se puede representar en términos de un
pequeño número de funciones, que siempre aparecen en el mismo
orden (relativo). No todos los cuentos mostrarán todas y cada una de
las acciones, pero la ausencia de una función en concreto no cambia
el orden de las restantes. A este respecto, el tipo de descripción es
tructural de Propp es similar a la representación de la estructura
sintáctica en términos de «clases de orden» (vid. Gleason, 1961,
páginas 142-147). Una diferencia importante, sin embargo, es que
Propp reconoce la posibilidad de la incrustación: un relato dado puede
contener más de una secuencia argumentai.
De esta breve exposición de los procedimientos del análisis de
Propp parece claro que existen ciertas afinidades con algunos de los
trabajos que hemos examinado. La función, por ejemplo, es una
especie de clase de equivalencia. Sin embargo, a diferencia de las
clases de Harris, no se constituye por medio de la distribución formal.
No se pone tanto una clase de verbos como de «acciones», es decir,
las clases se establecen primariamente de forma semántica. A este
respecto, se parecen más a las clases con las que opera Levin. Sin
embargo, las funciones de Propp no son realmente unidades subora
cionales. Es cierto que en un punto determinado Propp equipara los
verbos de las oraciones a los aspectos constantes de los relatos, y
los sujetos, objetos, etc., a los aspectos variables, pero la denomina
ción de las funciones implica de hecho un «actor» (sujeto gramatical)
54
y un «receptor» (objeto gramatical) de la acción. Por ejemplo, la
función «victoria» hace referencia en realidad a la «victoria del héroe
sobre el agresor» (el héroe derrota al agresor), donde «héroe» y
«agresor» son personajes-tipo genéricos de manifestación variable.
Parece que las funciones corresponden a unidades oracionales, más
que suboracionales.
La insistencia de Propp en que el orden de las funciones es cons
tante —y, como tal, parte integrante de la organización estructural—
aumenta el interés de la relación interoracional considerada como
producto de una necesidad (crono-)lógica, porque, como señala
Propp, el robo no puede tener lugar antes de la violación de la
cerradura. Estas relaciones son de algún modo comparables a las re
laciones interoracionales de estímulo-respuesta de Loos y Powlison.
Sin embargo, la comparación de sus análisis con el de Propp muestra
una diferencia fundamental. Dijimos antes que la función de Propp
parece corresponder a la oración (más que a las unidades subora
cionales), pero Propp en realidad, a diferencia de Loos y Powlison,
no especifica, o intenta caracterizar gramaticalmente, las oraciones
individuales del texto: se ocupa de las «acciones», no de las ora
ciones. Es decir, no sólo la relación es nocional (cronológica), sino
que las entidades que se relacionan son también nocionales (acciones,
más que oraciones).
Realmente, como sugiere Powlison, la relación existente entre las
«acciones» de los cuentos populares y las oraciones individuales no
es biunívoca. Es decir, que una acción determinada puede estar
representada de hecho por varias series de oraciones. Además, como
señala el mismo Propp, un cuento de hadas no está sólo compuesto
de acciones (funciones), hay también componentes no funcionales,
que componen la escena, resumen la acción pasada cara a nuevas
entradas en la acción, etc.
Por supuesto, sería posible resumir el argumento de un cuento
de modo que a cada acción correspondiera una sola oración, propor
cionando de este modo una relación directa entre la unidad estruc
tural y la unidad sintáctica. Esto es lo que aparentemente hace Lévi-
Strauss (de modo intuitivo) como preliminar a este tipo de análisis
estructural. Por esta razón, escogimos antes la obra de Lévi-Strauss
como ejemplo parcial de una aproximación que toma a las relaciones
(sistemáticas) entre oraciones individuales como unidades mínimas
del análisis. Las oraciones individuales, o «unidades estructurales ge
nerales», hacen referencia más a la sinopsis que al texto en sí mismo.
No se especifica la relación exacta entre sinopsis y texto, en términos
de constituyentes oracionales, etc.39.
a9 Discuto de una forma más completa este aspecto de la obra de Propp
y de Lévi-Strauss en mi estudio «La lingüística y el análisis estructural de los
55
Para concluir la revisión que estamos llevando a cabo sobre la
obra de Propp (y también, aunque haciendo menos hincapié, sobre
la de Lévi-Strauss) vemos que este primero no acierta a especificar
la relación exacta entre su unidad estructural, la función y la mani
festación lingüística de ésta (en términos de constituyentes oraciona
les, etc.). En realidad, una de las variables presentes en los cuentos,
de acuerdo con el mismo Propp, es la elección de los medios lingüís
ticos para realizarlo. Esto difrencia radicalmente la obra de Propp de,
por ejemplo, el análisis tagmémico, en el que las unidades «superiores»
se relacionan directamente con las constituyentes de nivel inferior;
es decir, se especifica claramente la constitución de las unidades ma
yores que la oración por medio de los modelos sintácticos básicos y
de las unidades de la lengua dada.
Hemos aislado una característica que, evidentemente, separa o
distingue la aportación de Propp de las demás aproximaciones discu
tidas anteriormente. En todas las extensiones más allá de la oración
que hemos examinado, existía claramente una relación específica entre
la unidad estructural o clase descriptiva, independientemente de su
tamaño, y los constituyentes de la lengua. Por tanto, podemos pro
poner que la línea divisoria entre lo que constituye una extensión
legítima de la lingüística más allá de la oración y la que no la
constituye no venga determinada por este criterio: donde quiera que
exista una discontinuidad entre las unidades estructurales y las uni
dades básicas (fonológicas, morfológicas y sintácticas) de la lengua,
no ha habido una extensión de la lingüística, sino una deserción. Este
criterio determina también de forma efectiva la tarea relevante de
una aproximación lingüística al análisis de textos especialmente los
literarios: anular esa discontinuidad, sobre todo la que existe entre
las unidades mayores de la oración y las de «nivel inferior» de la
lengua. Esto se puede considerar como un interés por la «superficie
textual», las formas oracionales que constituyen un texto en concreto.
Se trata así de «dotar al crítico de... modelos superiores sin olvidar
su composición lingüística o, por lo menos, sin ninguna solución de
continuidad» (Sayce, 1957: 130)* 30.
Esta tarea, sobre todo en relación a los textos literarios, es más
compleja de lo que la discusión que hemos llevado a cabo podría
sugerir. Las siguientes observaciones presentan un problema impor
tante:
textos literarios» (tesis inédita de la universidad de Illinois). En esta obra
traté de modificar el tipo de análisis de estos autores de modo que tuviera
en cuenta las oraciones individuales que constituyen un texto (específicamente
de la historia de Faulkner Una rosa para Emily). (Véase un resumen del mé
todo en el capítulo VII de la presente obra).
30 En el contexto de su estudio está claro que Sayce no quiere decir exac
tamente lo que se propone aquí; cfr. la primera referencia a Sayce.
56
Podemos, entonces, suponer, con ligerísimas reservas, que la litera
tura y la lengua son inseparables. Pero queda la cuestión de si tam
bién son idénticas. Somos conscientes de las experiencias literarias
que parecen trascender la lengua: argumento, carácter, personajes, for
ma (en sentido amplio)... Aunque todas estas experiencias se co
munican por medios lingüísticos. Ésta es la paradoja a la que esta
mos enfrentados. ¿Cuál es la relación entre la materia lingüística y las
experiencias máximas de la literatura? (Sayce, 1957:120).
57
mínimo, entre oraciones completas a relato» (I960: 442)3t. Además,
asegura que la estructura global del relato no tiene una conexión
necesaria con la estructura a niveles sintácticos y fonológicos. Como
apoyo a esto, señala que si se traduce un texto, oración por oración,
de una lengua a otra, cambiará necesariamente la estructura de las
oraciones individuales mientras que la estructura global permanecerá
igual.
Estos puntos de vista suponen ciertamente un correctivo válido
para los intentos demasiado entusiastas de reducir todos los aspectos
del análisis de textos a la lingüística; sin embargo, debemos repetir
que la lingüística hace normalmente una distinción cuidadosa entre
descripción lingüística e interpretación crítica. Uno de los puntos que
más se discuten actualmente quizá sea el de si una descripción lin
güística previa (que explique las relaciones supraoracionales) pro
porciona una base suficiente para una interpretación ulterior. Es de
cir, se podría argüir que hay ciertos aspectos del significado de un
texto que no están en terreno lingüístico. Aunque esto supone pasar
por alto el hecho innegable de que los únicos medios de que dispo
ne el escritor son los recursos de su propia lengua.
Con respecto a los puntos de vista de Oison, podríamos decir que
está «equivocado». Mclntosh (1963:70) ha dicho: «No deberíamos
perder de vista una cosa: que todo lo que 'sabemos’ sobre Celia y
Rosalinda * depende en último extremo del texto de As You like It
y de nuestra habilidad para interpretarlo. Es necesario elaborar este
punto porque es fácil caer en el error de decir que tenemos algún
tipo de conocimiento de estas viejas amigas que no se derivase del
texto».
Este «error» se debe en parte a la innegable verdad de las pala
bras de Oison: «tan pronto como aprehendemos el significado gra
matical de una expresión, empezamos a sacar deducciones...»3". La
mente del lector extrae toda una continuidad de experiencias de las
palabras del texto. Este es el fenómeno de lo que podríamos llamar
desaparición del medio, o de la superficie textual, y se relaciona con
el complejo problema de si se intenta comprender o interpretar un
texto. Parece razonable abordar este problema por medio de un
estudio detallado de la superficie textual y de sus relaciones con
modelos superiores. Afirmar la independencia de los últimos con res
58
pecio al primero, como hace Olson, apelando a la noción de «extrac
ción de deducciones», es simplemente eludir la cuestión.
Con respecto a los puntos de vista de Fischer, parecería que Jos
intentos de extender la lingüística más allá de la oración dentro del
marco de la tagmémica, tomando en consideración unidades mayores
que la oración pero menores que el texto, representa una respuesta a
su alegato de que la estructura global es independiente de la sintác
tica. Se recordará que la virtud de la aproximación tagmémica es
proporcionar una especificación exacta de los constituyentes de nivel
inferior de las unidades de nivel superior. Es decir: existe una con
tinuidad desde el nivel inferior al superior.
Sin embargo, esto sólo significa desviarse del problema principal,
y no supone una auténtica respuesta a Fischer. El análisis en términos
de jerarquía gramatical, en el que las unidades de nivel superior (enun
ciado, discurso) se componen de la concatenación de oraciones indi
viduales (relaciones sintagmáticas entre oraciones) sigue dejando la
puerta abierta a la observación de que las unidades superiores son
independientes de las inferiores porque las primeras, pero no las
segundas, permanecerían intactas al ser traducidas. Por ejemplo, la
construcción en forma de proposición de una respuesta, sería carac
terística de las adivinanzas árabes si se tradujeran al inglés o a
cualquier otra lengua. La observación de Fischer, que hace hincapié
en el nivel inferior, sólo se puede rebatir a este mismo nivel. Tendría
que ser, o una refutación del hecho de que el nivel inferior no
cambia (y este no es el caso, evidentemente), o una demostración de
que esto está fuera de la cuestión, o que significa simplemente la
ignorancia de algo más fundamental. La única salida real debe
abordar necesariamente el estudio de las oraciones individuales; es
decir, debe ser un tipo de análisis que no suponga literalmente ir
más allá de la oración.
Antes de sugerir dos posibilidades dentro de esta línea, debemos
señalar que Fischer nunca aclara exactamente lo que quiere decir
cuando señala que no hay una conexión «lógicamente necesaria» entre
la estructura superior y la inferior. No hay una conexión lógicamente
necesaria entre la sustancia fónica de una palabra y su significado;
y es evidente que una secuencia de sonidos completamente distinta
puede tener el mismo significado en una lengua diferente, pero esto
no excluye la posibilidad —e incluso la necesidad— de analizar el
sistema fónico de una lengua dada (mediante el análisis fonológico).
Una forma de analizar el nivel inferior podría ser mediante el
uso de la noción «opción sintáctica». Cada lengua posee una cierta
variedad de medios sintácticos para expresar, más o menos, el «mismo»
significado. (Bien puede darse el caso de que lo que es opcional para
el sistema de la lengua sea obligatorio en un tipo dado de texto o de
59
discurso.) Por ejemplo, Scott (1965:36) señala que en persa las
preguntas se pueden formular bien mediante el empleo de palabras
específicas y la aparición del final de cláusula /# / o bien mediante
un ascenso de tono /||/, sin embargo, en las adivinanzas persas
todas las preguntas se formulan por el primer medio 33. Sobre las
adivinanzas persas se pueden formular varias observaciones valiosas,
a pesar del hecho de que la estructura global de proposición de una
respuesta sobreviviría a la traducción, mientras que la estructura
sintáctica de las interrogativas sería claramente diferente en cualquier
otra lengua.
Otra posibilidad sería el tipo de análisis que hemos discutido
antes, que va de la función (dentro) a la forma (fuera). Las oraciones
individuales se verían desde una perspectiva «superior», con el po
sible resultado de que ciertos modelos oracionales, o rasgos grama
ticales, se podrían agrupar como funcionalmente equivalentes. Así,
el agrupamiento sería sistemático (paradigmático) más que táctico
(sintagmático), como en el caso del enfoque tagmémico.
Fischer, al declarar la independencia de la estructura global con
respecto a la sintáctica, parece indicar una relación biunívoca entre
«función» y «forma». Si, por el contrario, el análisis revela una rela
ción multívoca, entonces nuestro interés no recaerá ya sobre la es
tructura sintáctica de las oraciones individuales (que cambiará, indu
dablemente, en la traducción), sino más bien sobre los grupos de
estructuras oracionales. Aunque un texto traducido puede requerir
un nuevo agrupamiento (es decir, un nuevo análisis de dentro a fuera),
el hecho es que este análisis es posible. Ignorar el nivel inferior
(superficie textual) por el solo hecho de que no sobrevive a la traduc
ción equivale a cerrar los ojos ante problemas muy reales y signi
ficativos.
Para abundar sobre esta segunda proposición, examinaremos y
reinterpretaremos bajo esta luz la investigación del folklorista Alan
Dundes, que ha asegurado explícitamente la independencia de la
estructura textual con respecto al medio lingüístico. De acuerdo con
Dundes (1962a: 36) se pueden aplicar tres métodos al análisis de
materiales folklóricos: 1) formal o estructural; 2) el nivel del con
tenido; 3) el nivel lingüístico (del texto). Afirma que los dos primeros
niveles son independientes del tercero. Como prueba Dundes cita
dos versiones de la misma adivinanza: ¿Qué tiene ojos y no puede
33 Este tipo de observaciones se relaciona (salvando las diferencias) con
el sentido de «más allá de la oración» en el que entra la secuencia obligatoria
de elecciones sintácticas normalmente opcionales. En el caso de las adivinan
zas, la recurrencia no se presenta en un sólo texto, de modo que no forma
parte de la coherencia de un texto determinado. Sin embargo, es un rasgo
recurrente en una clase de textos, por lo que constituye el rasgo distintivo
de un género.
60
ver? y Tiene ojos y no puede ver (la respuesta es: «una patata»).
Desde una perspectiva lingüística, de acuerdo con Dundes, hay una
diferencia sintáctica entre los dos textos, pero desde el punto de
vista del folklore, los dos pertenecen al mismo modelo estructural.
Además, los dos primeros niveles quedan intactos tras la traducción
mientras que el tercero no (cfr. también Georges y Dundes 1963: 117).
Antes de comentar específicamente esta presunta independencia
de la estructura del texto y la estructura lingüísica debemos decir algo
sobre el uso que hace Dundes del término «nivel». Primero, Dundes
equipara la forma a lo que es constante y el contenido a lo que es
variable (1962a: 36). Tomando prestado de Pike los términos étnico
y ético dice que las unidades émicas aparecen a nivel estructural y
las unidades éticas a nivel de contenido (Dundes, 1962b: 101).
Scott concluye que la distinción de Dundes entre lo traducible
términos, señalando que en la lingüística (estructural) las unidades
éticas son simplemente la manifestación, en entornos predecibles, de
las unidades émicas de cualquier nivel dado de estructura; esto es,
el ético no es un «nivel» distinto del émico. Por ejemplo, los fonemas
(las unidades émicas a nivel fonológico) se manifiestan mediante aló-
fonos (unidades éticas al mismo nivel fonológico).
Scott concluye que la distinción de Dundes entre lo traducible
y lo no traducible representa la dicotomía tradicional entre el plano
del contenido y el plano de la expresión. Así, asegura, que no hay
realmente dos niveles de análisis, sino sólo dos planos; además, ya
que el plano de la expresión y el plano del contenido se pueden expre
sar en términos de forma y sustancia y ya que el plano de la expresión
incluye al del contenido, entonces, de acuerdo con Scott (20) el estu
dio de Dundes es una forma de análisis del contenido: intenta de
terminar las unidades estructurales del contenido (la forma del con
tenido). Lo que llama el nivel del contenido es, de este modo, sola
mente la manifestación ética (sustancia) de esta forma.
La discusión de Scott de la obra de Dundes logra en gran parte
los mismos objetivos hacia los que se dirige la presente discusión:
la refutación de la afirmación de que la estructura del texto es inde
pendiente de la estructura lingüística (en los niveles inferiores). Como
se indicó antes, Scott demuestra que la distinción de Dundes entre
lo traducible 5' lo no traducible no representa realmente la dicotomía
entre el plano del contenido y el plano de la expresión y las estruc
turas de contenido de ningún modo son independientes de la lengua.
Sin embargo, la conclusión de Scott de que Dundes se ocupa prin
cipalmente del análisis de contenidos (o de lo que aquí se ha llamado
interpretación) no es aceptable. El plano de la expresión y. el plano
de contenido corresponden a lo que hemos llamado «forma» y «sig
nificado», respectivamente; pero esta dicotomía ignora lo que hemos
61
denominado «Función», que se sitúa entre la forma y el significado.
La función es esencialmente un Jano bifronte.
Si examinamos el análisis de Dundes de los proverbios (ecuacio-
nales) en términos de esta tricotomía forma-función-significado, se
verá que este análisis incluye implícitamente un movimiento desde la
función hasta la forma. El «proverbio ecuacional» es una función y el
propósito del análisis es determinar los medios sintácticos mediante
los cuales se realiza esta función.
Para empezar, y considerando el análisis en los propios términos
de Dundes él postula una unidad estructural que denomina «elemento
descriptivo», que se dice consistente en un «tema» y un «Comenta
rio». Señala (1962a: 77) que dentro del marco general del tema-
comentario se pueden distinguir tipos estructurales muy delimitados
de proverbios. El que discute en particular es el que denomina pro
verbios ecuacionales, cuya fórmula generalizada es A = B.
Nótese que mientras la fórmula anterior es en realidad indepen
diente de cualquier lengua en particular, los textos nativos en sí
mismos (los proverbios de una cultura dada) no se expresan de esa
manera. Para su expresión utilizan los recursos sintácticos de su
lengua. El hecho de que un conjunto dado de proverbios pueda ser
traducido a otra lengua queda fuera de la cuestión. Podemos pre
guntar legítimamente qué medios lingüísticos se usan en particular
para actualizar las adivinanzas de tipo ecuacional.
De hecho, el mismo Dundes hace esto implícitamente, en cuanto
que proporciona ejemplos de adivinanzas actualizadas por medio de
una variedad (restringida) de medios sintácticos. En lo que fracasa
es en abstraer de estos ejemplos los dispositivos formales (sintácticos)
subyacentes. Dundes asegura que la estructura de los productos fol
klóricos (la estructura global de Fischer) es independiente del medio
lingüístico aparentemente a causa de que hay cierto número de me
dios lingüísticos (una relación multívoca entre función y forma).
Entre los ejemplos que Dundes da de proverbios ecuacionales
están los siguientes: el tiempo es oro; el único indio bueno es un
indio muerto. Estos casos, evidentemente, tienen la forma grama
tical SN + cópula + SN. Sin embargo, Dundes afirma explícitamente
que «la estructura ecuacional no es dependiente de la presencia de la
cópula» (1962a: 37). Otros ejemplos son: good hand, good hire;
out of sigbt, out of mind; tbe more, the merrier; forewarned, forear-
med
.
* Aquí aparecen dos sintagmas gramaticalmente idénticos, se
62
parados en la escritura por una coma (que, presumiblemente, corres
ponde a algún elemento suprasegmental del habla). Aunque no son
todos sintagmas nominales, pueden funcionar potencialmente como
sujeto o como complemento.
Otras variedades de proverbios ecuacionales son las de la for
ma Ap B: service is no heritage. Dado que no es un modificador de
heritage, es parte del sintagma nominal; por esta razón la estructura
gramatical, a un cierto nivel, no se diferencia de la del primer grupo,
es decir SN +cópula+ SN. Se podría señalar secundariamente que
SN puede estar compuesto de no + N. Otra variedad es aquella en
que una mitad de la ecuación puede «sobrepasar» a la otra, como en
two heads are better than one or a taleteller is worse iban a thief
[dos cabezas son mejor que una o un cuentista es peor que un ladrón].
En este caso la forma gramatical es SN + cópula+ Jmelor Jque + SN-'.
Se puede ver que para realizar los proverbios ecuacionales sólo se
utiliza un número restringido de las posibilidades sintácticas de la
lengua. Los proverbios se pueden agrupar como funcionalmente equi
valentes desde la perspectiva del texto M. Se pueden resumir del si
guiente modo las posibilidades gramaticales del proverbio inglés:
rsN "SN
Sintagma Sintagma
Preposicional Preposicional
Participio Participio
63
adoptar la expresión «más allá de la oración», debemos recalcar que
no ha sido nuestra intención afirmar la superioridad de cualquiera
de los enfoques, sino solamente sugerir las distintas posibilidades y
agruparlas en categorías. Es necesario respetar esta intención porque
la última sección de este trabajo podría parecer un argumento a favor
de la superioridad de proceder de la función a la forma, por ejemplo,
con unidades mayores que la oración, como en la aproximación tag-
mémica. Realmente, desde el punto de vista de lo que constituye un
análisis estructural plenamente adecuado, se necesitan muchos en
foques; esto es, no se trata de escoger entre las distintas posibili
dades, sino más bien de utilizar, idealmente, varias en la descripción
estructural (completa) de un texto. La organización de un texto es
extremadamente compleja y tiene muchas facetas 3°. En la práctica
real, desde luego, el investigador normalmente se centra en una, con
exclusión de las otras.
64
II
Tendencias actuales en el análisis del discurso
65
5
tivos, los adverbios de lugar y otros elementos deícticos pueden con
tribuir también a la coherencia del texto. Aunque se suele discutir la
deixis en términos del entorno espacio-temporal (no lingüístico) en
que aparecen los enunciados, su función intratextual (la de apuntar
a algo previamente dicho) fue pronto reconocida Otro tipo de de
pendencia es la que resulta de la deixis que es particularmente fre
cuente, pero no exclusiva, en la conversación. Por ejemplo, como
respuesta a ¿De quién es este libro? puede aparecer el siguiente
enunciado de dos palabras: De Juan.
Aunque dependencias como las anteriores son conocidas desde
hace largo tiempo, la mayoría de los lingüistas han limitado su aten
ción, hasta muy recientemente, a la oración y sus partes. Su actitud
era que más allá de la oración no había más que otras oraciones. Para
usar una figura de Barthes (1966 c: 3), una vez que el botánico ha
estudiado la flor, no necesita examinar el ramo. Distintas estrategias
les permitían considerar la oración como, en palabras de Bloomfield
(1933:170), «una forma lingüística independiente no incluida en
ninguna superior por medio de ninguna construcción gramatical».
Por ejemplo, Lyons (1968: 176), en una discusión sobre la definición
de Bloomfield, diferencia las oraciones «abstractas» (distribucional-
mente independientes) de las «derivadas» (dependientes desde el pun
to de vista distribucional). De acuerdo con Lyons, la gramática genera
directamente sólo el primer tipo de oraciones. Sugiere un conjunto de
reglas gramaticales secundarias que transformarían las oraciones en
la forma dependiente que tienen en el discurso real. Sus ejemplos
incluyen al pronombre y la elipsis. Otra estrategia consiste en recurrir
a nociones como contexto situacional y presuposición, nociones que,
como sugiere Dressler (1970), a menudo ocultan las regularidades del
discurso. Además, las regularidades del discurso pueden quedar rele
gadas a distintos factores «realizativos». Por ejemplo, Bloomfield
(1933:250) habla de la «utilidad práctica» de sustitutos tales como
los pronombres: «El sustituto se usa más frecuentemente que nin
guna de las formas de su dominio: consecuentemente, es más fácil
de pronunciar y reconocer. Además, los sustitutos son a menudo
formas breves y, como en el inglés, átonas, o, como en el francés,
adaptados de otra forma a un enunciado fácil y rápido.» Tal apela
ción al «mínimo esfuerzo» implica unas bases no lingüísticas para
este aspecto de las relaciones supraoracionales, y de esta forma con
firma la decisión de considerar la oración como la mayor unidad del
análisis lingüístico.
4 Por ejemplo, Paúl en sus Prinzipien der Sprachgeschichte, citado por
Baumann (1969:275-6), que supone una excepción a la afirmación de Harweg
de que el objeto de «la forma más antigua de lingüística» no trasciende el
límite oracional.
66
Un número creciente cíe lingüistas se están convenciendo progre
sivamente de que las distintas estrategias ideadas para abordar (más
bien de pasada) las interdependencias terminan en una distorsión o
empobrecimiento del fenómeno en cuestión. Están convencidos de que
fenómenos como la deixis, la anáfora, la pronominalización, etc., no
se pueden tratar adecuadamente a menos que el análisis lingüístico
se extienda más allá de la oración. Reconocen interdependencias entre
la oración y el discurso que justificarían tal extensión.
Consideremos, por ejemplo, la «economía de esfuerzo» a la que
apela Bloomfield. En la fonología se reconoce que no son adecuadas
las apelaciones a lo similar; por ejemplo, distintos tipos de asimila
ción cuyo resultado es una aparente facilidad de articulación no son
ni mucho menos universales. Los sistemas fonológicos, arbitrarios, se
superponen sobre un espacio acústico invariante que contiene todos
los sonidos físicamente posibles. Como éstos, existen sistemas arbi
trarios de sustitución, etc.: la combinación de oraciones en conjuntos
mayores no es sólo una cuestión de azar individual o de restricciones
lógicas o cognitivas. Como ha señalado Gleason (1968:40), «Po
demos presumir... que el análisis del discurso puede ser sometido
con provecho al análisis comparativo».
Consideremos el uso de los pronombres como sustitutos de sin
tagmas nominales; en términos de análisis del discurso esto es una
especie de identificación de los participantes (dramatis personas).
Gleason (1968) ha comparado un texto káte con otro adamawa fulani
bajo este punto de vista. En el primero, cada participante se repre
senta en su aparición mediante un sintagma nominal y después por
una anáfora cero. En el segundo, un participante (hyerta) está repre
sentado dos veces por un nombre, catorce veces por un pronombre
y una vez por la anáfora cero; el segundo participante (anteater)
está representado once veces mediante un nombre y dos por la aná
fora cero. Como señala Gleason estas dos lenguas no sólo difieren
entre sí considerablemente a este respecto sino que también se dife
rencian del inglés. (La cuestión de la identificación de los partici
pantes, así como la de los aspectos específicamente lingüísticos en
la estructura del discurso será retomada más tarde.)
Señalamos antes que uno de los tipos de dependencia oracional
es la elipsis. Dressler (1970) ha señalado recientemente que algunas
de las condiciones bajo las que aparece la anáfora elíptica son espe
cíficos de una lengua. Por ejemplo, en inglés la pregunta Did John
give the book to a friend? se puede responder Yer, he did. Pero,
señala Dressler, si esta pregunta se enuncia en alemán sin acento de
contraste o enfático sólo es posible la «anáfora explícita» (uso de
pronombres, etc.); así: Hat Hans das Ruch dem Freund gegeben?
Ja, er hat es ihm gegeben.
67
Koen, Becker y Young (1967), en un estudio de las ligaduras
formales que dividen grupos de oraciones en párrafos, señalan que,
aunque la continuidad del tiempo bien puede ser una importante li
gadura estructural para la división de los párrafos, no es de ningún
modo universal, y lenguas diferentes tienen diferentes sistemas. Por
ejemplo, en thai y burmés, los marcadores del tiempo no son obliga
torios. Sin embargo, los estudiantes anglohablantes de estas lenguas
tienden a usar de forma continua marcadores de tiempo en el discur
so, lo que resulta de un claro efecto altisonante.
Además de los estudios comparativos, muchas investigaciones ac
tuales elaboran dependencias, ya reconocidas tradicionalmente, del
siguiente modo. Tomemos, por ejemplo, la «regla» aparentemente
simple de que la primera mención de un objeto, individuo, etc., re
quiere el uso de un artículo indefinido, pero que las referencias su
cesivas utilizan el definido (o un pronombre). Sin embargo, las si
guientes se-cuencias no son coherentes (es decir, son agramaticales):
a) Bill no tiene un coche. El coche es negro.
b) Bill puede construir una cometa. La cometa tiene una cuerda larga.
Estos ejemplos, y muchos más, son los que discute Karttunen (1969),
que intenta descubrir aquellos aspectos de la estructural oracional que
determinan si la aparición de un sintagma nominal indefinido esta
blece un «referente del discurso», es decir, si justifica la aparición
de un pronombre o un sintagma nominal definido más adelante en
el texto. Karttunen señala que este estudio fue inspirado por la noción
de Chomsky de los «índices referenciales», introducido para asegurar
la formulación adecuada de ciertas reglas transformacionales. Por
ejemplo, como señala Chomsky (1965: 145 [ed. española: 137]) en
una oración tal como El muchacho hirió al muchacho, los dos sintag
mas nominales fonéticamente idénticos se interpretan como distintos
en referencia; si fueran correferenciales se habría tenido que aplicar
la regla de reflexivización. Los reflexivos (a sí, se, etc.), son anafó
ricos, pero sólo dentro de los límites de una oración aislada. Lo que
estudia Karttunen (1969:6) «se pueden considerar como restricciones
ulteriores de correferencialidad que se extienden más allá del nivel
oracional».
Una noción particularmente interesante introducida por Karttunen
es la de «referente cercano» (short-term referent). Un sintagma no
minal indefinido que no establece un referente para el equilibrio de
un texto puede permitir la aparición de sintagmas nominales correfe
renciales dentro de un dominio limitado; por ejemplo, en el caso de
los modales se puede continuar discutiendo acerca de una cosa que
todavía no existe, siempre y cuando el texto continúe con el mismo
modo; por ejemplo: Debes escribir una carta a tus padres. Se debe
68
mandar por correo aéreo. La carta debe llegar allí mañana. (Karttunen
1969: 19). Dressler (1970), al comentar la noción de referente cer
cano, sugiere que el modo pertenece al nivel del discurso más que
al oracional.
Volvamos ahora a considerar la sugerencia de Dressler (1970) de
que nociones como «presuposición» pueden ocultar las regularidades
del discurso. Jacobs proporciona un buco ejemplo de tal ocultamien-
to (1969). Aunque se ocupa directamente de la relevancia de la
lingüística para la enseñanza de la composición, Jacobs fundamenta
su enfoque casi exclusivamente en la gramática oracional. De acuerdo
con esto, define la presuposición en términos no lingüísticos como
«lo que se supone que es conocido o aceptado tanto por el escritor
como por el lector, o por el hablante y el oyente» (187), sin tener
en cuenta aparentemente la posibilidad, reconocida por Dressler, de
que la presuposición pueda incluir lo que el lector conoce por las
partes anteriores del mismo discurso. Consideremos, por ejemplo, la
discusión de Jacobs del efecto de la transformación de escisión (cleft)
sobre la presuposición. Esta transformación, que opera sobre la es
tructura subyacente El bulldozer destruyó la granja produciría tanto
Lo que destruyó la casa fue el bulldozer como Lo que el bulldozer
destruyó fue la granja. La primera versión, de acuerdo con Jacobs,
presupone que algo destruyó la granja, mientras que la segunda que
el bulldozer destruyó algo. Jacobs no llega a eludir la posibilidad
de que la elección de una versión pueda venir «condicionada» por lo
que ha precedido en el discurso (granja o bulldozer como «tema» del
discurso).
La noción de presuposición representa uno de los pocos intentos
de explicar por qué las oraciones tienen una estructura de superficie
en particular y no otra. La discusión que hace Chomsky del problema
se realiza generalmente en términos de las dificultades de la actua
ción, aunque en Aspectos alude brevemente a los «rasgos "icónicos”
del discurso que incluyen relaciones entre un orden temporal en la
estructura superficial y el orden de importancia, etc.» (1965: 225) 5.
Pero la noción de iconicidad es extralingüística más que intratextual.
Puede ser que la elección de estructuras superficiales alternativas esté
condicionada por los requerimientos de la cohesión textual (conexión
interoracional), como se sugirió antes para el caso de las construccio
nes escindidas.
El uso de las pasivas proporciona un ejemplo más. Los gramáticos
transformacionales han formalizado la relación entre activa y pasiva,
pero han dicho poco o nada acerca de la cuestión de por qué aparece
5 Citado por Watt (1970), quien, sin embargo, no aclara las consecuencias
que comporta para el análisis del discurso; apela, más bien, a la noción de
«estilo».
69
en el uso real una pasiva, y no su correspondiente activa. Una expli
cación tradicional del uso de la pasiva es que supone un medio para
evitar la mención explícita de agente. Pero no todas las pasivas pre
sentan la elición del agente. Enkvist (1967) ha sugerido que tales
pasivas pueden contribuir a la ligazón oracional. Es decir, resultan
del deseo de preservar aquello de lo que se habla como objeto formal.
Da las siguientes dos secuencias para comparar 6*lo
:
(i) Los leones son carnívoros y es sabido que se alimentan de
cualquier tipo de carne. La historia de Roma no es la única
fuente de información de que los leones se comían a los
cristianos.
(ii) Durante el reinado de Nerón, los cristianos fueron perse
guidos con más fiereza que nunca. La historia de Roma no
es la única fuente de información de que los cristianos eran
comidos por los leones.
Otro fenómeno superficial es la variabilidad en el orden de pa
labras. Dressler (1969) ha sugerido que la posición de las palabras
puede ser un aspecto de la dependencia oracional. Su investigación
en este aspecto se ha centrado en las lenguas indoeuropeas arcaicas.
En la mayoría de estas lenguas, de acuerdo con Dressler, la posición
inicial del verbo es anafórica (o, con mayor frecuencia, catafórica),
esto es, limitada a las oraciones que forman un todo mayor: un texto.
En las oraciones homónimas textuales (por ejemplo, una oración ais
lada que forma un discurso completo, como una inscripción), la po
sición inicial del verbo no está permitida.
Hasta ahora nos hemos ocupado exclusivamente de los aspectos
sintácticos de la dependencia o conexión oracional'. Aunque éste ha
sido el centro de muchas investigaciones recientes, crece cada día
el número de investigadores, trabajando más o menos independien
temente uno de otro, que han reparado en que la sintaxis en último
extremo es incapaz de proporcionar la solución al problema de la
cohesión textual.
6 De forma parecida, Jacobs (1969) discute dos versiones de un mismo
pasaje que se diferencian por el empleo de la pasiva. La versión activa com
porta una ruptura de la unión interoracional, pero Jacobs no alude explícita
mente a esto, sino que habla de la «ampliación del foco en la pasividad,
que es el efecto normal de la transformación pasiva».
~ Esta revisión no es ni mucho menos exhaustiva. Podríamos mencionar de
pasada las conjunciones (y, pero, aunque, etc.), los conectores oracionales (por
lo tanto, por ejemplo, etc.) y los subordinadores 'porque, dado que, etc.) y el
papel que desempeñan en la conexión; véase Morgan (1967). Cfr. la noción
de Harris (1963:40) sobre los elementos del metadiscurso. Véase Van Dijk
(1961) sobre la discusión de algunas obras a las que no he podido acceder.
Véase Fríes (1971) para la distinción tema-rema en la lingüística del texto.
Para una discusión del campo, véase Hendricks (1967).
70
Consideremos la siguiente secuencia, citada por Baumann (1969:
286): Das Kind weint. Es hat zwei senkrecht aufeinander stehende,
gleiche Diagonales. En este caso el es (neutro) de la segunda oración
parece al principio hacer referencia a Kind (neutro también), pero esta
interpretación está desechada por el conjunto de la oración. Este es
el aspecto semántico del problema de la conexión, que, como Bau
mann señala, es inevitable. Afirma este autor que las ligaduras tex
tuales anafóricas se definen mejor como referencias semánticas. Dres
sler (1970) ha hecho observaciones similares y propone el término
anáfora semántica, que hace referencia a las conexiones entre los com
ponentes semánticos de elementos léxicos de oraciones sucesivas; por
ejemplo: Caminaba a- través de un parque. Los árboles ya verdeaban.
En un haya había un hermoso pájaro carpintero. Dressler señala que
la anáfora semántica es más básica que cualquier anáfora explícita o
elíptica, que resulta de las transformaciones sintácticas permitidas por
un análisis sintáctico subyacente.
Que la cohesión textual tiene un aspecto semántico (más exacta
mente, léxico) no es, por supuesto, un descubrimiento nuevo. Halli-
day (1964), por ejemplo, discute brevemente la cohesión léxica en
términos de la repetición de un elemento o de la aparición de elemen
tos del mismo conjunto léxico. Da un ejemplo tomado de un pasaje
de Leslie Stephen, que es parecido al que vimos de Dressler (... El
ascenso del pico. La escalada...}. Halliday señala que en este caso
la cohesión es tanto léxica como gramatical (uso del la anafórico).
Sin embargo, a diferencia de Dressler, no sugiere que el aspecto
léxico sea el más básico. Además, discute el aspecto léxico en términos
de secuencia, mientras que Dressler es más analítico al apelar a
componentes semánticos (preléxicos). Otros investigadores van más
allá de la mera secuencia acentuando la importancia de la cohesión
textual, de la implicación semántica y de la paráfrasis.
Un ejemplo del papel de la paráfrasis para la cohesión textual lo
proporciona el sistema de división en párrafos de las descripciones
saramaccanas de viajes, tal y como aparece en Grimes y Glock (1970).
El comienzo del nuevo párrafo se señala mediante la repetición de la
oración que comienza el nuevo párrafo en la segunda oración. La
repetición toma la forma de una cláusula inicial de oración introdu
cida por di «con referencia a». En la cláusula di la oración anterior
se puede repetir al pie de la letra o con pronominalización. Sin em
bargo, «no todas las repeticiones al comienzo de un párrafo son
léxicamente exactas. Se mantiene el acuerdo semántico, pero la salida
léxica puede ser diferente de la oración prototipo» (Grimes y Glock,
.1970:410).
La paráfrasis reviste particular importancia para la anáfora, en
tendiendo por este término, en sentido amplio, algo más que una
71
cuestión de pronombres y artículoss. Después de un pronombre
indefinido no todas las referencias posteriores se realizan necesaria
mente a través de un nombre o pronombre definido. Las referencias
posteriores pueden ser sintagmas nominales compuestos de adjetivos
descriptivos o identificativos entre los que existen relaciones de pa
ráfrasis.
De acuerdo con Palek (1968:256), el hablante o el escritor,
como regla general, y debido a la linealidad del discurso, tienen que
mencionar varias veces un objeto dado. Si tiene lugar un cambio de
objeto, se ha de expresar inequívocamente. Este requisito limita el
tratamiento transformacional de la pronominalización. Si en una na
rración hay dos partícipes masculinos, y si después de la presentación
inicial cada aparición posterior del nombre propio se reemplaza por
el pronombre él, la mayor parte de las veces surgirá la confusión.
Esto, de pasada, es una razón para considerar la sugerencia de Katz
y Fodor (1963:180) extremadamente simplista: «un discurso puede
ser tratado como una oración aislada considerando los límites de la
oración como conectores oracionales».
Mientras que en los estudios sobre la pronominalización dentro
del marco de la gramática oracional se hace hincapié en las condi
ciones bajo las que aparece la pronominalización, en la gramática
del discurso es igualmente importante determinar las condiciones bajo
las que no aparece. Como señala Gleason (1968:55), hasta ahora se
ha prestado poca atención a la cuestión, dado que un sintagma nomi
nal se debe usar en un punto en particular, pero ¿qué sintagma no
minal será? puede parecer que la elección depende únicamente de la
intención del hablante o de otros factores extralingüísticos; pero, como
apunta Palek (1968:260), esta libertad sólo existe en la primera
referencia a un individuo u objeto. Las elecciones siguientes están
restringidas por la naturaleza de las designaciones previas. Además,
es imposible expresar la identidad de los objetos sin difirenciarlos al
tiempo. Cuando Gleason (1968:56-57) recalca la importancia de
utilizar un sistema de contraste para la descripción de los partici
pantes, parece darse en esencia el mismo punto de vista. Es decir,
no importan las descripciones en sí mismas, lo que es de importancia
crucial es el hecho de que se puedan establecer contrastes. Conside
remos el siguiente ejemplo, citado por Gleason (1968:55); Palek
(1968:258) presenta un ejemplo muy parecido:
72
al lado de su padre, bajito y regordete. El hijo conducía cuidadosa
mente por la transitada carretera, claramente cohibido por la pre
sencia del viejo. Observaba el tráfico atentamente... Sus compañe
ros de clase lo miraban asombrados, pero el conductor no se daba
cuenta. El extraño comportamiento del atleta parecía totalmente in
explicable. El pobre muchacho tenía evidentemente algún problema.
73
recen en discursos que, por otra parte, son coherentes. Por ejemplo,
Baumann (1969:284), al criticar a Harweg, señala que este último
tiene una concepción demasiado estricta de la gramática del texto,
en cuanto que sólo se ocupa de la función conectiva de los sustitutos
de sustantivos. (Harweg define formalmente el texto como una su
cesión de entidades lingüísticas formadas por una ligazón pronominal
ininterrumpida). Baumann señala que esto es casi como si se man
tuviera que la conexión es el único aspecto de la sintaxis (a nivel
oracional). «Nennt man die Konjunktionen Satzfügteile, kónnte man
die Substitute Textfügteile nennen... Es gibt Sátze ohne Satzfügteile
und Texte ohne Textfügteile» (297). Aunque Baumann no lo afirme
explícitamente, se podría argüir que la conexión a través de sustitutos
pronominales es un fenómeno de superficie, que no tiene por qué
tener necesariamente una manifestación superficial. Las conjunciones,
subordinadores, etc., también pueden funcionar. Desde luego, como
conectadores de oraciones en el discurso (cfr. nota 7) pero, una vez
más, estos vínculos no tienen que estar presentes de forma necesa
ria. Cfr. Fischer (1963:249). En una línea similar, Jacobovits (1969)
ha señalado que la yuxtaposición de oraciones en el discurso implica
relaciones entre sus proposiciones, relaciones que no se expresan abier
tamente en forma lingüística.
La justificación para que se apele a la estructura profunda del
discurso no es sólo el hecho de que falten marcadores patentes de
la conexión. La razón última para esta apelación está en las limita
ciones inherentes al problema de la cohesión textual formulada en
términos de conexión (o dependencia) oracional. Van Dijk (1971:
18) ha comparado sugestivamente las investigaciones sobre la cone
xión interoracional con los modelos de Markov propuestos para el
estudio de la estructura de las oraciones. De acuerdo con Van Dijk,
este tipo de transición sólo explica un aspecto de la totalidad del
problema: el de la cohesión a un nive «microtextual» (es decir, de
superficie). Otro aspecto es la cohesión a nivel «macrotextual» (es
decir, profundo): la cuestión de la unidad de un texto más abstracta
y global, que no depende sólo de las transiciones sintácticas n. De
bemos recalcar aquí que la investigación de la cohesión profunda y
superficial tiene el mismo valor. Sólo se pueden criticar aquellas
investigaciones de la estructura textual que se preocupan exclusiva
mente de la conexión superficial. De hecho, ésta es una de las series*
74
debilitadas de Harris (1952, 1963), en su investigación sobre el aná
lisis del discurso u.
Grimes y Glock (1970) presentan una razón de las limitaciones
de los intentos de resolver el problema de la cohesión textual exclu
sivamente en base a la conexión interoracional. Señalan estos autores
que el conjunto de material semántico incluido en una oración que
forma parte de un relato puede variar mucho. En el caso de las narra
ciones de viajes saramaccanas que analizan ellos, la información se
mántica que en un punto del relato aportan cuatro oraciones la pro
porcionan más tarde dos oraciones 1213. Afirman que «son evidencias de
este tipo las que han hecho que las gramáticas centradas en la ora
ción parezcan menos completas de lo que lo parecieron alguna vez.
Es también una razón por la que consideramos aquí a las oraciones
como parte de la gramática de superficie [del discurso] y no como
parte de la estructura profunda» (415).
Quizá el aspecto más importante de la cohesión profunda (subya
cente) sea la cadena de acontecimientos que, en palabras de Gleason
(1968:41), «forma el esqueleto de una narración, y cuya estructura
controla su organización superior». En el esquema de Gleason esta
«línea de acontecimientos» está compuesta por dos tipos de unidades
(semiológicas): «acciones» y «conexiones». Las primeras no se deben
identificar con la secuencia de verbos de un texto. Entre las diferen
cias que cita Gleason se encuentran las siguientes: el orden puede
ser diferente; la misma acción semiológica puede venir manifestada
por distintos verbos léxicos (o incluso mediante un nombre, como
en dio un paseo}. Aunque Gleason no alude a esta posibilidad, una
acción puede estar manifestada mediante una secuencia de verbos,
como implica el análisis de Grimes y Glock. Su estudio también su
giere otra diferencia. Señalan estos autores que el «esqueleto» de una
narración se manifiesta de un modo discontinuo porque la informa
ción de fondo, indicaciones de marco, etc., pueden intervenir también
entre los principales acontecimientos narrativos. Además, aunque
Gleason no llega a ello explícitamente las conexiones entre acciones
(por ejemplo, IMM, que indica que la acción B sigue inmediata
mente a la acción A) pueden no estar manifestadas directamente en
75
la superficie textual. Si aparecen explícitamente los vocablos conecto-
res, pueden ser ambiguos; por ejemplo, entonces puede significar
tanto «el siguiente acontecimiento» como «la consecuencia necesa
ria». (Cfr. Fischer 1963:249).
No hace falta decir que sabemos muy poco acerca de los detalles
de la estructura profunda semántica, y todavía menos sobre los pasos
exactos que se necesitan para ir de la estructura profunda a la super
ficial. Grimes y Glock postulan predicados lógicos de la forma f (x)
como elementos primitivos para tratar la estructura profunda. Desde
su punto de vista la narrativa (en especial las narraciones de viajes
saramaccanas) sería un predicado que relaciona cuatro argumentos:
trama, personajes, fondo y marco narrativo. El valor de cada uno de
estos argumentos sería, a su vez, un predicado. La trama, por ejemplo,
tendría como argumentos un conjunto ordenado de agrupaciones de
acontecimientos, a las que corresponderían agrupaciones de párrafos
en la superficie. La exposición de Gleason es todavía más clara; su
concepción de la estructura subyacente del discurso «se diferencia
sólo en aspectos relativamente menores» del modelo estratificacional
de Lamb (50). Esto, sin embargo, es un punto débil en la concepción
de Gleason: depende demasiado de la gramática oracional; véase,
por ejemplo, su diagrama (52) de la estructura semiológica de un
texto káte u.
Las sugerencias extremadamente programáticas que hasta el mo
mento han formulado los lingüistas sobre el aspecto profundo de la
estructura de un texto se podrían entender sobre la base de que
«toda el área del análisis del discurso sólo está al comienzo de su
desarrollo» (Gleason 1968:58). Aunque esto es cierto, existe una
gran cantidad de trabajo significativo que parece haber escapado a
la atención de la mayor parte de los lingüistas americanos que tra
bajan en el área del análisis del discurso. Me refiero al extenso es
tudio del análisis de la narrativa que han desarrollado los folkloristas
y estructuralistas franceses14 . Estos investigadores tienen una com
1516
76
prensión de la estructura abstracta subyacente del discurso más pro
funda de la que tienen los lingüistas, cuyos esfuerzos hasta ahora no
han ido muy lejos; es decir, que la estructura profunda que postulan
no es lo bastante «profunda».
Sin embargo, el trabajo de los lingüistas, por un lado, y el de
los estructuralistas y folkloristas franceses, por otro, son complemen
tarios en cuanto que los últimos prestan poca o nula atención a los
medios lingüísticos reales por los que se manifiesta la estructura
subyacente. La obra de los lingüistas que hemos examinado aquí se
hace más adecuada cuando aborda la conexión interoracional. De este
modo, hay dos corrientes principales en el análisis del discurso. Los
avances posteriores que se realicen en este campo deberán pasar ne
cesariamente por su integración, pero las actitudes actuales están en
contra de ello. Por ejemplo, algunos estudiosos del folklore distinguen
de una manera rígida entre la estructura «folklórica» (o «narrativa»)
y la «lingüística». Dundes (1962a: 36) justifica esta dicotomía ba
sándose en que la estructura de una adivinanza, por ejemplo, no cam
bia cuando se traduce a otra lengua, aunque los rasgos lingüísticos
no sigan siendo los mismos. Incluso en una sola lengua una adivi
nanza puede tener formas alternativas; por ejemplo: tiene ojos y no
puede ver y ¿qué tiene ojos y no puede ver?
Antes de examinar críticamente la noción de que existen dos
clases de estructuras, hay que señalar brevemente que en la obra de
algunos lingüistas que se ocupan del análisis del discurso también
está implícita la aceptación de esta dicotomía. La mayor parte de la
investigación que han llevado a cabo últimamente los estudiosos del
folklore y estructuralistas no es más que el refinamiento y la elabora
ción de la obra de Propp, que fue la que abrió el camino (1968);
publicada en ruso por primera vez en 1928. Grimes y Glock citan
la monografía de Propp en una nota a pie de página, pero aseguran
que consideran que los elementos de la trama que este autor descu
brió están «situados fuera de la estructura semántica en sí misma»
(423)1G. Sin embargo, los elementos de la trama que propone Propp
(denominados juncionesj no son diferentes de las acciones de la «línea
de acontecimientos» de Gleason (y de las agrupaciones de aconteci
mientos del esquema de Grimes y Glock), con la excepción de que la
función denota un acontecimiento a un nivel de abstracción en algún
de los estructuralistas franceses, véase Chatman (1969). Para la discusión de
parte de la obra en relación con la ciencia del folklore, véase Hendricks (1970,
ms 2). Algunas obras representativas de los investigadores en cuestión son:
Barthes (1966); Brémond (1964); Dundes (1964); Fischer (1963); Greimas
(1966, 1967); Lévi-Strauss (1967b, 1969b); Todorov (1967, 1969a).
16 Por otra parte, Labov y Waletzky (1967:13) señalan que Propp se ocu
pa de «la estructura formal de ... unidades semánticas extensas»; el estudio de
estos autores se centra sobre todo en la conexión interoracional.
77
modo mayor que la acción de Gleason. Por ejemplo, al describir la
estructura de un texto káte, Gleason utiliza las unidades «ir de caza»,
«encontrar», «coger», mientras que en el análisis proppiano las últi
mas dos acciones no estarían diferenciadas (y posiblemente sólo se
postularía una función: la caza). AI tiempo, Gleason incluye en su
descripción estructural componentes que en el análisis proppiano se
considerarían «no funcionales». Por ejemplo, el desdoblamiento de la
negativa a cocinar los animales cazados, que Gleason incluye en su
análisis, se debería considerar como un aspecto de la presentación
de! relato, no como parte de la estructura subyacente.
Retomemos a continuación el examen de la concepción de que
existe una separación entre la estructura folklórica y la lingüística,
concepción que comparten algunos investigadores del folklore. Una
posible explicación de este punto de vista es que muchos aspectos
de la estructura textual no tienen una manifestación directa en la
forma lingüística. Esto podría parecer un argumento decisivo contra
la estructura lingüística «más allá de la oración» en el apogeo de la
lingüística post-bloomfieldiana, pero resulta menos comprensible a la
luz de los últimos avances en lingüística. Pero no es necesario apelar
a la estructura profunda de un modo obligatorio, porque algunas len
guas señalan patentemente la cohesión que, en el discurso de otras
lenguas, sólo se presenta implícitamente. El valor peculiar de la ex
tensa investigación que ha desarrollado el Instituto de Verano de
Lingüística sobre el análisis del discurso radica en que se han cen
trado en lenguas exóticas en las que se manifiestan de modo patente
varios dispositivos de cohesión textual en la estructura oracional, y de
este modo una gramática adecuada puede dar cuenta de ellos. Está
admitido que se trata de dispositivos destinados primariamente a la
conexión interoracional, pero algunas veces se constituyen en reflejos
gramaticales de una organización narrativa superior. (Véase, por ejem
plo, Grimes y’ Glock. 1970:420.)
Sin embargo, no basta asegurar que pueden existir manifestacio
nes gramaticales de una organización narrativa superior para que
queden contrapesados los argumentos a favor de la división dicotó-
mica entre estructura folklórica y lingüística. Dundes (1964:49) ha
señalado: «desde luego, es extremadamente interesante estudiar tan
to el aspecto estructural folklórico de un texto como el lingüístico,
especialmente para ver si los rasgos estilísticos, lingüísticos, refuerzan
la estructura folklkórica; por ejemplo, la rima, asonancia o rasgos
métricos pueden formar un paralelo, e incluso subrayar las unidades
de la división estructural folklórica. Sin embargo, es importante recor
dar que la estructura folklórica se puede analizar sin hacer referencia
a ninguna lengua en particular».
Estas observaciones requieren un extenso comentario. Primero,
78
Dundes no habla de la ausencia de rasgos lingüísticos, sino más bien
de la presencia de rasgos que, sin embargo, están sujetos a un con
siderable gasto: los «adornos» estilísticos, que no sobreviven a la tra
ducción. Pero los rasgos que menciona son fonológicos, y su in-
traductibilidad es un producto marginal de la naturaleza arbitraria
del signo lingüístico (cfr. en inglés ]une-moon con el francés juin-lune).
Sin embargo, otros rasgos lingüísticos son «intraducibies» en el sen
tido de que la lengua a la que se vierten no posee ciertos rasgos
gramaticales de la lengua del texto original. Y estos rasgos pueden
afectar a la estructura narrativa en sí misma. Por ejemplo, Seiler
(1969) ha señalado que en las narraciones cahuillas los personajes,
tras su primera mención, aparecen normalmente recogidos por el pro
nombre de tercera persona /pe?/, «él, ella, ello». Este pronombre
tiene moción numérica, pero no genérica: es decir, evita la identifi
cación personal a pesar de la ambigüedad de hecho. Seiler señala que
ninguna traducción inglesa o alemana puede imitar de ninguna forma
este modo no específico de referencia personal.
Desde luego, se podría argumentar que esta inespecificidad de
la identificación de los personajes no es más que una cuestión de
estructura superficial. Más arriba hemos presentado algunos ejemplos
de la variación de la lengua en este campo. La distinción de Dundes
entre estructura folklórica y lingüística parecería corresponder, de
esta forma, a la que existe entre estructura pofrinda y superficial del
discurso. Sin embargo, se debe reconocer que no siempre se pueden
separar tajantemente estos dos aspectos del discurso.
Volvamos a la afirmación de Dundes de que la estructura folkló
rica «se puede analizar sin hacer referencia a una lengua en particu
lar». Puede parecer que esto implica que la estructura narrativa es
universal o, por lo menos, que no es demasiado particular de ninguna
lengua. Existen demasiados estudios sobre el análisis del discurso que
han supuesto de hecho tácitamente que la estructura textual es uni
versalmente la misma. No se puede negar que existen tales univer
sales, pero, dado el actual estado del análisis del discurso se debería
dedicar más atención a los aspectos específicos de cada lengua. La
clarificación de estos aspectos será un paso importante para establecer
si en realidad hay estructuras lingüísticas más allá de la oración. En
la lingüística centrada en la oración nunca se ha discutido la exis
tencia de los aspectos específicos de cada lengua; se podría entonces
intentar con plena justificación situar a éstos en una perspectiva más
amplia (mostrando que, por lo menos, algunos de ellos son propie
dades invariantes de todas las lenguas humanas), sin que de ese modo
se ponga en discusión su carácter lingüístico.
El punto de vista de que la estructura narrativa es completa
mente independíente de la estructura lingüística equivale a un com
79
pleto rechazo de la hipótesis de Whorf, de acuerdo con la cual las
lenguas organizan la misma realidad de modos diferentes. Considere
mos, desde esta perspectiva, la definición más corriente de narrativa
como una secuencia verbal que une una secuencia de acontecimientos
no lingüísticos, de modo que la ordenación de la secuencia no verbal
corresponde al orden en que ocurrieron los acontecimientos no lin
güísticos (Cfr. Labov y Waletzky, 1967:20-21). Sin embargo, como
Gleason ha apuntado (1968 : 46):
80
algo más que una cuestión de variabilidad en la segmentación de un
continuum. Apenas si se puede apelar a una situación constante extra
lingüística, ya que no se hace mención de todos los aspectos (aparte
de la cuestión de dónde segmentar). Algunas elecciones son obliga
torias a causa de la gramática de la lengua, y pueden ser «intraduci
bies» 18. Como señala Seiler, se está haciendo progresivamente más
evidente que en la base de la gramática no se han tratado muchos
aspectos del contenido que se transmite de hablante a oyente, aspec
tos que pertenecen a la habilidad del hablante para producir y enten
der oraciones. Esto incluye aspectos deícticos, como la referencia del
hablante a la posición geográfica y temporal del enunciado, su status
social, la fiabilidad de lo que comunica, etc.19. De este modo, los as
pectos intraducibies de la narración no son totalmente una cuestión
de embellecimiento lingüístico.
Como conclusión se puede afirmar que muchas corrientes teóri
cas fundamentales están evidentemente sin clarificar. A pesar del inne
gable incremento de nuestra capacidad de comprensión de la estructura
textual y de nuestros recursos analíticos, dentro de esta teoría bá
sica queda casi todo por hacer. Sin embargo, queda la esperanza de
ir aumentando el número de lingüistas que dedican sus energías a
esta tarea.
81
6
III
83
lidad en los cuentos populares y en los mitos como medio para reco
pilar material con destino al análisis lingüístico, continuó existiendo
una asociación marginal entre la lingüística y la ciencia del folklore.
Al comienzo de los años 20 y 30 una nueva corriente intelectual
—la estructural— comenzó a hacer impacto sobre varias disciplinas,
incluyendo la lingüística. Surgió en oposición al historicismo del si
glo xix, con su énfasis positivista en la catalogación de hechos aisla
dos. Como ha señalado Dundes (1964:37), sin embargo, «la mayor
parte de los estudiosos del folklore no se percataron de los nuevos
mundos que tenían a su disposición». Jacobs (1966:417), de una
forma un tanto más enérgica, ha asegurado que los estudiosos del
folklore, incluso de la actualidad, «no han cambiado sustancialmente
desde 1890 porque sus especialistas siguen renuentes a investigar
con objetivos más relevantes y mejores herramientas metodológicas».
Aunque es cierto que durante largo tiempo los folkloristas se han
reducido a una aproximación histórica, Jacobs exagera la situación
cuando dice que el enfoque estructural ha «excitado únicamente los
intereses menores de los folkloristas profesionales» (ibíd.). Pop (1968)
y Voigt (1969) han presentado un punto de vista más equilibrado
(y ciertamente más optimista). Estos autores descubren que los estu
diosos del folklore presentan un interés cada vez mayor por los pro
cedimientos estructurales, aunque Voigt (249) concede que una ciencia
del folklore plenamente estructural sigue siendo una tarea planteada
para el futuro. El status normal del enfoque estructural del folklore
se puede encontrar quizá en la amplia perspectiva de la cuestión que
presenta Meletinsky (1969) 3. Como se ve claramente desde este punto
de vista, el enfoque estructural comenzó a enraizarse sólo después de
la traducción inglesa (1958) de la Morfología del cuento de Propp.
De acuerdo con Meletinsky (6-7), la razón de esto fue el triunfo de
la antropología y lingüística estructurales.
De esta forma, el enfoque estructural de la ciencia del folklore
representa una renovación de la asociación entre la lingüística y los
estudios folklóricos; pero, una vez más, se trata de una relación uni
lateral. Pop (1968:1) afirma: «Como antes, persisten los intentos
de una renovación de la metodología folklórica rica en elementos
provenientes de la investigación lingüística.» Voigt (1968:249) ha
señalado de forma similar que el estructuralismo del folklore no tie
ne todavía una metodología independiente, y que «en los Estados Uni
84
dos la mayor parte de las concepciones estructurales del folklore se
basan directamente en analogías lingüísticas».
A. pesar de que varios estudiosos del folklore han apelado a la
lingüística, todavía existe entre estos mismos investigadores una es
pecie de polarización antilingüística. Por ejemplo, Dundes, que ha
adaptado la noción de Pike de ética y émica al análisis de los cuentos
populares (1962), también ha postulado una separación tajante entre
estructura «lingüística» y «folklórica» (1964:49); cfr. también Fis-
cher (1960:442). Los estudiosos del folklore que postulan tal dis
tinción, sólo piensan aparentemente en los rasgos lingüísticos en
términos de unidades suboracionales. Por ejemplo, Fischer (1963:
249) ha señalado: «El orden de palabras dentro de la oración es
principalmente una cuestión de sintaxis lingüística, y nada tiene que
ver directamente con la estructura del cuento propiamente dicha.»
Lo que aparentemente no logran captar estos investigadores es la
posibilidad de extender la lingüística de modo que pueda dar cuenta
de relaciones más allá de la oración.
Irónicamente, esta actitud de los estudiosos del folklore tiene
como consecuencia la perpetuación de la relación asimétrica entre
lingüística y ciencia del folklore. Los lingüistas que creen en la reali
dad de las relaciones supraoracionales admiten saber muy poco acerca
de su naturaleza y posible representación. Una hipótesis de trabajo
es que la estructura «folklórica» puede ser realmente uno de los
tipos de estructura presentes en el discurso narrativo 4. De esta for
ma, la lingüística, que tradicionalmente ha venido aportando mucho
a la ciencia del folklore, puede obtener también mucho de esta última.
Sin embargo, sólo superando la polarización «antilingüística» po
drá resultar una interacción fructífera entre ambas disciplinas. A
este respecto, una figura de transición es J. L. Fischer, investigador
dedicado al folklore antropológico. Aunque este autor ha separado
la «estructura global» (equivalente a la «estructura folklórica» de
Dundes) de la estructura lingüística de los cuentos (Fischer, 1960),
el hecho de que defina la «estructura global» como «la relación entre
oraciones y grupos de oraciones» indica, y en esto ha reparado Dun
des (1964:45), que «[Fischer] no ha escapado del todo a la polari
zación lingüística». En un artículo posterior, Fischer (1963:248-249)
es en cierto modo más explícito a este respecto; «Podemos conside
rar, si queremos, la estructura del cuento como compuesta de niveles
más amplios —es decir, de un nivel superior al de la oración— sobre
4 Para una breve discusión de esta cuestión, véase el capítulo II, «Ten
dencias actuales en el análisis del discurso». Hasta qué punto el análisis de la
narrativa puede proporcionar un modelo para otros tipos de discurso, como
la descripción, exposición, etc., es un problema que sigue quedando abierto
para futuras investigaciones.
85
la estructura lingüística. Si consideramos lingüística la estructura del
cuento, debemos aclarar que no tratamos de la forma lingüística,
sino del significado lingüístico.»
Pero sería muy equivocado afirmar que el único impedimento que
existe para la cooperación fructífera entre ambas disciplinas es la
actitud de los investigadores del folklore. También existen barreras
frente al interés que sienten los lingüistas por los estudios actuales
sobre el análisis «estructural» de los materiales folklóricos. Una de
ellas surge de las infortunadas connotaciones que arrojaron los pri
meros escritos de Chomsky sobre el término estructuralismo. Otro
factor es la penetración de la restringida noción chomskiana de la
«creatividad lingüística» (y la distinción consecuente entre competen
cia y actuación). La siguiente discusión intenta contribuir y derribar
del todo estas barreras y estudiar algunas de las contribuciones que
la ciencia del folklore puede hacer a la lingüística (y viceversa).
86
se puede llamar ciencia y que ha logrado, tanto la formulación de
un método empírico como una comprensión de la naturaleza de los
datos sometidos a su análisis. Esta posición privilegiada le depara
varias obligaciones. El lingüista encontrará a menudo científicos de
disciplinas afines, pero diferentes, que se inspiran en su ejemplo y
tratan de seguir su dirección. (Lévi-Strauss, 1963:29.)
88
La discusión, superficial y bastante negativa, que Chomsky realiza
de Lévi-Strauss es confusa a la vista del hecho de que numerosos
investigadores han encontrado asombrosas similaridades entre sus
respectivos pensamientos. Por ejemplo, Sperber (1968:207) ha ase
gurado que, aunque Lévi-Strauss es fiel al lenguaje de la lingüística
estructural, su concepción del mito tiene poco que ver con el modelo
estructuralista del lenguaje. Sperber ve similitudes tan básicas como
las siguientes: tanto Chomsky como Lévi-Strauss rechazan la idea,
muy extendida en las ciencias del comportamiento, de que sólo se
pueden estudiar las manifestaciones de las acciones humanas, y no
los mecanismos de los que dichas acciones sólo son el efecto visible.
Para ambos, las acciones susceptibles de obervación dependen de
mecanismos subyacentes. De modo similar, Piaget (1968:90) ha su
gerido que detrás de las relaciones concretas, Lévi-Strauss busca «la
estructura subyacente e 'inconsciente’ que no se puede lograr más
que por medio de la construcción deductiva de modelos abstractos» ".
Hymes (1968:176), al sugerir la relevancia que poseen las no
ciones chomskianas de adecuación descriptiva y explicativa para los
estudiosos del folklore, ha señalado: «En la esfera de la lingüística,
Chomsky, Lenneberg y otros consideran que la adecuación explica
tiva incluye universales innatos, propios de la especie, de la estruc
tura gramatical. En la esfera del folklore, las capacidades derivan sin
duda de habilidades innatas, y la obra de Lévi-Strauss parece apuntar
directamente a lo que éstas podrían ser...»
Buchler y Selby (1968:21) también han señalado correctamente
las similitudes existentes entre los puntos de vista de Lévi-Strauss y
«ciertos fundamentos epistemológicos de... la teoría de la gramática
generativa». Estos autores señalan más adelante que Lévi-Strauss se
ha mostrado de acuerdo con la sugerencia de que su pensamiento
está anclado en ciertos aspectos del pensamiento del siglo xvill,
como la noción de Leibniz de la gramática universal.
El fin primario de la discusión anterior ha sido indicar, infor
malmente, que el «estructuralismo» de Lévi-Strauss y la ciencia del
folklore no se pueden equiparar por completo a la escuela lingüística
del estructuralismo, concretamente tal y como se practicó en América
89
en los años 40 y principios de los 50. De hecho, se ha sugerido tam
bién que existen ciertos parecidos entre el pensamiento de Lévi-
Strauss y Chomsky. En este punto, los estudiosos del folklore podrían
intentar dar un paso adelante. Impresionados por el éxito de Chomsky
con la formalización de la sintaxis y sabiendo que el mismo Lévi-
Strauss ha dicho que su uso ocasional de símbolos lógico-matemáticos
no se debe tomar en serio, los estudiosos del folklore podrían intentar
aplicar la formalización de Chomsky a los resultados logrados por
Lévi-Strauss en el estudio estructural del mito. Esto es lo que han
hecho en realidad Buchler y Selby. Estos autores han intentado, más
específicamente, reformular el análisis de Lévi-Strauss (1967b) de
la gesta de Asdiwal, empleando nociones chomskianas como las de
estructura profunda y superficial, marcador sintagmático, regla de
rescritura, etc. Previamente a la discusión de los propósitos de Buchler
y Selby, daremos a continuación una breve exposición del método
de Lévi-Strauss.
Para la aproximación analítica de Lévi-Strauss es fundamental
la distinción entre secuencia y esquema (cfr. Lévi-Strauss, 1967b: 17).
La primera es temporal y el segundo, atemporal. La primera se puede
equiparar aproximadamente al argumento, la trama: pertenece a la
secuencia de acontecimientos o acciones que componeen un mito. Los
esquemas, sin embargo, pertenecen al sentido «mitológico». Otro
modo de caracterizar la distinción es según los dos niveles de signi
ficación que reconocen los críticos literarios: el literal y el simbólico.
A nivel literal, el de la secuencia narrativa, un rey es un rey y una
pastora es una pastora. Pero a nivel simbólico, los segmentos de la
narración son portadores de una significación diferente de su sentido
lingüístico habitual y se puede caracterizar en términos de oposiciones
binarias. Los distintos esquemas —geográfico, cosmológico, socio
lógico, etc.— representan, según el punto de vista de Lévi-Strauss,
otros tantos «códigos» diferentes para la transmisión del mismo
mensaje. Los distintos esquemas se pueden integrar en uno general
consistente en cierto número de oposiciones binarias, representables
en un diagrama. (El siguiente diagrama es una versión ligeramente
modificada del que da Lévi-Strauss, 1967:19.)
90
Alto Bajo
Agua Tierra
Mar Montaña
Caza Caza
Cumbre Valle
91
Los esquemas de Lévi-Strauss son no-secuenciales por naturaleza,
pero los árboles que genera el componente de base de Chomsky no
lo son. El componente de base genera secuencias concatenadas, no
conjuntos desordenados de elementos. Además, los esquemas indican
oposiciones que no tienen por qué encontrarse necesariamente dentro
de un mito dado. De este modo, algunos de los diagramas de Buchler
y Selby se refieren a dos narraciones, no sólo a una. Estos autores
etiquetan el nudo inicial con «S» de «secuencia», pero lo que real
mente representa el diagrama son las oposiciones que subyacen a la
secuencia inicial de dos versiones del mismo mito.
Aunque se supone que parten del modelo revisado de la gramática
generativa (Chomsky, 1965), Buchler y Selby disponen que una se
cuencia dada puede tener subyacente (o como base) varios indicado
res sintagmáticos; en otras palabras, todavía operan con transforma
ciones generalizadas. Los dos autores dan tres marcadores sintagmá
ticos como base de una «secuencia mítica bien formada» (la secuencia
de apertura de la versión skeena de la gesta de Asdiwal), junto con
la «historia transformacional» que muestra los pasos que incluye la
delincación de la «estructura profunda» (representada por los tres
marcadores sintagmáticos) hasta la «estructura de superficie» (la
secuencia de apertura). Por ejemplo, hablan de aplicar una «Trans
formación Geográfica» Tg al primer indicador sintagmático de base,
y una «Transformación de Alimentación» Ta al segundo, y así suce
sivamente. Buchler y Selby, como es evidente, están usando el término
de transformación de un modo desprovisto de cualquier contenido.
No aciertan a dar ni la más ligera indicación de las operaciones que
se supone que efectúan las distintas «transformaciones».
A pesar de todas las críticas que se le pueden hacer al esfuerzo
de Buchler y Selby, queda de todas formas el interés de uno de los
primeros intentos de desarrollar un estudio formalizado del mito.
Su fallo es difícil de evaluar. Puede ser el resultado de una falta de
la suficiente experiencia en los aspectos técnicos de la gramática ge
nerativa o transformacional. O también su abortado intento puede
servir simplemente para confirmar el juicio de Sperber (1968:208)
de que «La formalización, antes de la elaboración de hipótesis más
específicas, no tiene, según nuestra opinión, apenas razón de ser.
De esta forma, bastará postular un paralelismo con el modelo gene
rativo del lenguaje que tiene el mérito de ser lo suficientemente es
pecífico para que se pueda aplicar a otros objetos, además del suyo
propio». En cualquier caso, es importante reconocer que se debe dis
tinguir entre el aspecto epistemológico de la obra de Chomsky y el
aspecto de la formalización. Las similitudes que han notado los inves
tigadores entre Chomsky y Lévi-Strauss se refieren más bien al
primero.
92
Otra posible explicación de la falta de adecuación entre los aná
lisis del mito de Lévi-Strauss y el sistema de formalización de
Chomsky puede ser que los esquemas de Lévi-Strauss corresponden
aproximadamente a las estructuras profundas semánticas que algunos
lingüistas postulan en la actualidad como alternativa a la estructura
profunda basada en la sintaxis de Chomsky. (Se ha señalado que
Chomsky conserva de hecho el énfasis de los lingüistas estructurales
sobre el aspecto de expresión, o fonológico, de la lengua, en detri
mento del contenido.)
Cualquier tipo de desarrollo de esta posibilidad está más allá del
alcance de estas páginas. Sin embargo, podemos explorar breve
mente esta idea en relación con la discusión de una crítica en particular
que ha hecho Chomsky a la obra de Lévi-Strauss. Comentando el
uso frecuente por Lévi-Strauss del modelo fonológico jakobsoniano,
Chomsky (1968:123) asegura que:
93
análisis componenda! del vocabulario que el de los sonidos (porque
entra en juego la problemática de la «realidad cognitiva» de los com
ponentes semánticos).
A lo largo de su investigación sobre el mito, Lévi-Strauss ha des
arrollado algunas ideas que deberían ayudar a superar ciertas dificul
tades implícitas en el análisis componencial del significado, y, más
generalmente, algunos de los problemas planteados por las represen
taciones semánticas subyacentes al discurso (narrativo). Considérese
la siguiente cita (Lévi-Strauss, 1960a: 147):
... modos del lenguaje, los mitos y los cuentos hacen de esto un
uso 'super-estructural’; se podría decir que forman un 'metalenguaje’,
donde la estructura es operativa en todos los niveles... En tanto
que son discursos, hacen uso sin duda de reglas gramaticales y de
palabras. Pero otra nueva dimensión se añade a la habitual, porque
reglas y palabras sirven aquí para construir imágenes y acciones que
son, al mismo tiempo, significantes 'normales’ con respecto a los
significados del discurso, y elementos de significación con respecto
a un sistema significativo suplementario, que se sitúa en otro pla
no; digamos, para hacer más clara esta tesis, que, en un cuento,
un rey’ no es solamente un rey, y una 'pastora1., una pastora, sino
que estas palabras, y los significados que recubren, se convierten
en medios sensibles para construir un sistema inteligible formado
de las oposiciones: macho/hembra (en la correlación de la natura
leza) y alto/bajo (bajo la correlación de la cultura).
94
análisis de esas palabras, en particular en un texto dado. En un aná
lisis general del vocabulario (y no en un texto en concreto), rey y
pastora no se relacionarían directamente en forma de par, sino que
se darían más probablemente los siguientes pares:
rey-reina
pastor-pastora
príncip e -princes a
camarero-camarera
etcétera.
96
que existen entre la concepción chomskiana y la de Saussure de
creatividad lingüística 8*
lo
.
Tal comparación se ve dificultada por algunas diferencias termi
nológicas que pueden inducir a confusión y por el hecho de que la
concepción saussureana de langue no era muy clara. Por ejemplo, pa
rece que lo que Chomsky llama «creativo», Saussure lo refiere a un
proceso mecánico; esto es quizá comprensible a la luz del hecho de que
Chomsky recalca que la creatividad lingüística está gobernada por
reglas y no es una cuestión de «creación libre». Chomsky, al reparar
en que Saussure expresó ocasionalmente el punto de vista de que los
procesos de formación de oraciones no pertenecen a la langue, sino
a la parole, dice que esta concepción de la formación de oraciones
«en un proceso de creación libre, no sujeto a reglas lingüísticas ex
cepto en la medida en que dichas reglas gobiernan las formas de las
palabras y las combinaciones de sonidos» (1968:39). Lo que Chomsky
no señala, sin embargo, es que bajo la concepción de langue que abarca
la formación de oraciones, la concepción saussureana de parole (ac
tuación lingüística), viene dada en términos de realización creativa,
mientras que el mismo Chomsky ha discutido la actuación casi exclu
sivamente en términos de un deterioro de la competencia ideal (cft.
Chomsky, 1965:4). Retomaremos este punto más tarde y trataremos
de entrar en la noción chomskiana de creatividad lingüística consi
¿erando su caracterización de la «verdadera capacidad creadora».
De momento, exploraremos con mayor detalle las dos concepcio
nes de langue (y por lo tanto de parole) que presenta Saussure, de
acuerdo con Godel (1966). Saussure pensó primero en la langue como
un sistema de signos inmateriales (un código), abstraído de los sonidos
realmente enunciados; parole, correspondientemente, se consideró
como exécution (actuación) de estos signos lingüísticos mediante la
activación de los órganos vocales. El «pensamiento», la idea de lo
que se quiere decir, también se considera parte de la parole (la
parole también incluye algo más, como veremos brevemente). Aunque
Saussure consideró la palabra como el signo lingüístico por excelen
cia, Godel señala que Saussure sabía bien que la mayor parte de los
enunciados lingüísticos no consisten en palabras aisladas; tendremos
por tanto que entender los signos de la parole como «signos comple
jos», secuencias lineales de signos simples (es decir, palabras).
8 La siguiente discusión sobre Saussure está tomada principalmente de Godel
(1966). La principal obra de Saussure, el Cours de linguistique générale, no
lo escribió realmente el propio Saussure, sino que los editores lo prepara
ron a partir de las notas de clase que tomaron sus alumnos. El Cours publi
cado es una mezcla del contenido de tres cursos distintos que se impartieron
durante los años 1906-1911. Godel ha estudiado cuidaosamente las fuentes
manuscritas del Cours, y su artículo clarifica, cosa que era muy necesaria, el
pensamiento de Saussure.
97
7
La cuestión surge ahora en cómo se forman los signos complejos.
Godel tiene buen cuidado en señalar que Saussure no concebía la
langue sólo como una colección de signos simples, sino como un
sistema en el cual cada signo se relaciona con los demás de distintas
maneras: en la terminología moderna, paradigmáticamente (por ejem
plo, las distintas conjugaciones de un verbo: bebo-bebia-beberé) v
sintagmáticamente (la concatenación de los signos simples en unidades
superiores, por ejemplo: el perro se bebió el agua). De este modo,
la formación de oraciones se considera parte de la langue, pero, como
señala Godel, Saussure definió más tarde la parole no como «actua
ción» sino como «discurso». De acuerdo con esta definición, las rela
ciones paradigmáticas se incluyen en la langue, pero no sucede así con
las relaciones sintagmáticas que subyacen a los signos complejos. Go
del señala: «este razonamiento conduce a dos conclusiones asombro
sas. Para empezar, las relaciones sintagmáticas resultan no ser un obje
to homogéneo: en el sistema sólo están incluidas una parte de ellas,
como los sintagmas compuestos de morfemas o 'subunidades’. Ade
más, las oraciones ya no se generan automáticamente [Chomsky diría
'creativamente’] por medio de las reglas de la lengua; las producen
los actos creativos individuales, y, por tanto, pertenecen al 'habla’
(parole), no a la 'lengua’ (langue)» (490). Esta segunda definición de
langue es la que tiene en cuenta Chomsky cuando hace referencia al
punto de vista de Saussure sobre la formación de oraciones como una
cuestión de creación libre.
Evidentemente, la concepción de que la formación de oraciones
está gobernada por reglas es un avance frente a la concepción que
la relega a un acto individual de creación, pero debemos señalar que
la noción chomskiana de creatividad lingüística (y de competencia)
omite patentemente una implicación importante del pensamiento de
Saussure. Consideremos la observación de Godel de que Saussure no
consideraba los signos complejos (concatenación de signos simples)
«como algo básicamente diferente de la composición de palabras o
derivados: incluso dio una denominación general a todos los tipos
de signos complejos: los llamó 'sintagmas’» (487). Saussure aludió
en cierto punto a los «grados de combinación» de los sintagmas fran
ceses, pero no avanzó hacia ninguna clasificación de los modelos
sintagmáticos. El mismo Godel nunca sugirió que «signo complejo»
hiciera referencia a algo distinto que la oración, pero esto parece
una decisión bastante arbitraria. «Signo complejo» podría hacer re
ferencia a los grupos de oraciones de un texto. A este respecto, es
sugestivo que cuando Saussure pasó la mayoría de los modelos sintag
máticos de la langue a la parole, esta última quedó definida como
«discurso». Pero bajo la otra concepción de langue, se suponía que
98
tales modelos sintagmáticos eran supra-individuales, y no una cues
tión de «creación libre» individual.
Una razón para el hecho de que los lingüistas excluyan a menudo
el discurso de la perspectiva del sistema de la lengua podría ser la
que indica la observación de Godel de que «'discurso’ es una palabra
bastante peligrosa como para usarla en definiciones lingüísticas, ya
que implica tanto el pensamiento como el habla» (492). Más exacta
mente, podríamos decir que el discurso, especialmente el discurso
escrito de mérito artístico, implica una cualidad esencial de pensa
miento, la que Chomsky ha llamado «verdadera capacidad creadora,
el ejercicio de la imaginación 'poética’ en direcciones que no están
al alcance de la inteligencia normal» (1968:23) 9. Lo que sugiere
indirectamente que Chomsky asocia la auténtica capacidad creadora,
al menos en parte, con la literatura escrita, es su discusión de la
posibilidad de que el español del siglo xvi Sanctius * fuera un pre
cursor de la lingüística cartesiana, y, por tanto, de la moderna gra
mática transformacional. Chomsky llega a la conclusión de que Sanc
tius no puede ser considerado precursor porque su concepto de la
elipsis, aunque producido aparentemente por unos análisis compa
rables a los modernos que distinguen entre estructura profunda y su
perficial, parecía no intentar ser más que un dispositivo para la inter
pretación de los textos. «Pero la teoría de la elipsis en la función de
una técnica de la interpretación textual no consiste necesariamente
en un conjunto de principios que de algún modo hay que suponer que
están representados en el entendimiento y son un aspecto de la
competencia y la inteligencia normales. Por el contrario, puede muy
bien fundarse en razones circunstaciales y puede suponer factores
culturales y personales de diversa índole relevantes en el caso de las
obras sometidas a análisis» (Chomsky, 1968:37).
En este punto podemos volver con provecho a la ciencia del folklo
re con objeto de considerar sus conclusiones bajo una perspectiva
diferente. Consideremos estas observaciones de Dell Hymes (1971:
48) en el contexto de una discusión de la distinción chomskiana entre
competencia y actuación: «El folklore reconoce el uso de la lengua
como un logro positivo, y no sólo en la Literatura con L mayúscula,
sino para el arte verbal de las personas y comunidades normales.»
Podemos examinar las observaciones de Hymes señalando en primer
9 Chomsky hace esta observación dentro de una discusión sobre los tres
niveles de inteligencia que reconocía el médico español del siglo xvi Juan
Huarte. La «auténtica capacidad creadora» es el nivel superior, justo por en
cima de la inteligencia normal, que Huarte discutió sobre la base de la capa
cidad creadora de la gente normal para producir oraciones que van más allá
de cualquier experiencia o entrenamiento.
* Más conocido, dentro del ámbito español, como Sánchez de las Brozas,
«el broncense». [N. del T,]
99
lugar que, en rigor, la ciencia del folklore ha tomado en considera
ción puntos de vista que corresponden aproximadamente a la con
cepción chomskiana de competencia y actuación. Por ejemplo, se ha
mantenido que los elementos del arte verbal popular existen en cuan
to textos fijos transmitidos oralmente de generación en generación.
Estos textos se transmiten, idealmente, sin variación. Si tiene lugar
algún cambio, se considera como un empobrecimiento o deterioro
del texto original.
La concepción del folklore en cuanto colección de textos fijos ha
sido ampliamente superada en la actualidad por la que reconoce que,
excepto en el caso de ciertos géneros, los textos únicos se crean en
cada actuación individual de un artista oral1011 . Pero la antigua con
cepción del artista como mero «transmisor» (y no como creador) no
ha sido enteramente superada por la concepción actual. Aunque se
reconoce el papel creativo del artista individual, no se supone que
sea totalmente libre. Los estudiosos del folklore han reconocido desde
hace largo tiempo que existen asombrosas similaridades entre los
distintos tipos de folklore del mundo. Jakobson (1970:192) ha ha
blado acerca del fenómeno del «esquematismo y la recurrencia de
la estructura de los cuentos populares en todo el mundo», señalando
que se dan fenómenos similares entre las lenguas del mundo. «En
el folklore, así como en la lengua, el patrimonio común o la difusión
(transmisión de argumentos) sólo puede explicar una parte de las
similitudes. Y, ya que resulta imposible el azar de otras coincidencias,
surge imperativamente la cuestión de las leyes estructurales que
expliquen todas estas asombrosas coincidencias...» A este respecto,
Jakobson cita la Morfología del cuento 11, de Propp. Éste distingue
en el cuento popular las constantes de las variables y llega a la con
clusión de que todos los cuentos populares rusos tienen la misma
composición estructural subyacente.
En un famoso ensayo que Jakobson escribió en colaboración con
Bogatyrev, hace cuatro décadas, se discute esta capacidad creadora
restringida del artista, en términos de la distinción saussureana entre
langue y parole. Afirman estos autores:
En el folklore existe una relación entre la obra de arte y su obje
tivación, es decir, las llamadas variantes de esta obra a través de las
100
exposiciones de distintas personas son totalmente análogas a su re
lación entre langue y parole.
La obra folklórico, al igual que la langue es suprapersonal y po
see sólo una existencia en potencia, es un complejo de normas e
impulsos determinados, un cañamazo de tradición actual, que im
pulsa las exposiciones individuales, igual que hace el que utiliza la
parole frente a la langue.
1(3*1
individual de las obras folklóricas. Un narrador puede alargar una
historia mucho más de lo normal, o acortarla considerablemente, de
pendiendo de las circunstancias.
Este hecho, entre otros, es el que ha conducido a algunos estudio
sos del folklore a distinguir entre estructura «folklórica» y «lingüís
tica». Aunque irónicamente, este hecho (la longitud variable de los
cuentos populares) se puede utilizar en el contexto de la distinción
langue-parole, en apoyo de la opinión de que la ciencia del folklore
puede contribuir de modo importante a la lingüística del discurso.
Los lingüistas se están interesando progresivamente por las estruc
turas abstractas (de tipo semántico) que subyacen a los enunciados, y
están comenzando a darse cuenta de que una misma estructura sub
yacente puede venir manifestada por medio de una oración o varias.
El hecho de que cuentos estructuralmente idénticos se puedan narrar
con una extensión variable sugiere la existencia de restricciones supra-
individuales subyacentes al discurso, que actúan como un «plan»
que puede guiar y regular la producción de una sucesión de oraciones
interrelacionadas.
Las ideas anteriores requieren evidentemente un desarrollo ulte
rior; pero nuestra única intención ha sido indicar algunas de las
contribuciones que la ciencia del folklore puede hacer a la lingüística.
Se puede sugerir, sin embargo, que hay por lo menos un aspecto del
plan que se puede comparar con provecho con los esquemas subya
centes que, como hemos visto, postulaba Lévi-Strauss para el mito.
Nótese que la noción saussureana de «símbolo complejo» podría
interpretarse de modo que abarcase no sólo las relaciones sintagmá
ticas más allá de la oración, sino también las relaciones paradigmá
ticas situadas en lo que Lévi-Strauss llama plano superestructural13.
La precedente discusión ha ido más allá del alcance estricto del ensayo
de Bogatyrev y Jakobson. En la última sección de este estudio pre
13 El desarrollo de esta idea llevaría a una distinción entre las relaciones
sintagmáticas y paradigmáticas en el plano superestructural, y en el plano de
la «lengua» per se. La hipótesis es que las restricciones que afectan a las
combinaciones sintagmáticas en el plano superestructural son más estrictas
que las del plano «inferior» de la lengua (donde constituyen primariamente
una especie de anáfora, etc.). En la afirmación de qué cuentos estructural
mente idénticos pueden variar en longitud va implícito el hecho de que la
oración es el punto donde se permite al narrador una relativa libertad; cfr. es
tas observaciones de Barthes (1966:26): «Il y a, bien sûr, une liberté du récit
(comme il y a une liberté de tout locuteur face à sa langue), mais cette li
berté est à la lettre bornée: entre le code fort de la langue et le code fort
du récit, s’établit ... une creux: la phrase. Si l’on essaye d’embrasser l’ensemble
d’un récit écrit, on voit qu’il part du plus codé (le niveau phonematique...),
se détend progressivement jusqu’à la phrase, pointe extrême de la liberté
combinatoire, plus recommence à se tendre, en partant des petits groupes de
phrases (micro-séquences), encore très libres, jusqu’aux grandes actions, qui
forment un code fort et restreint...»
102
sentaremos una visión, en cierto modo más completa, de sus puntos
de vista. Esta discusión proporcionará el contexto en que situar las
aportaciones que la lingüística puede hacer a la ciencia del folklore.
104
madurez. Vygotsky ha criticado este punto de vista, señalando que
el habla en el niño sirve inicialmente para varias funciones indife
renciadas. Según estas funciones se van diferenciando, el discurso
egocéntrico se convierte en «habla interna». «El habla interna del
adulto repreesnta su 'pensamiento en sí’ más que una adaptación
social; es decir, tiene la misma función que el discurso egocéntrico
en el niño, y también sus mismas características estructurales»
(Vygotsky, 1962:18). De una forma parecida, se puede señalar que
en las sociedades analfabetas todo —incluso el folklore— se trans
mite oralmente. Si la sociedad adquiere una ortografía, los usos
funcionales de la lengua se pueden diferenciar según el modo de trans
misión, oral o escrito. El hecho de que la escritura se pueda emplear
en la actualidad para cumplir ciertas funciones no tiene por qué sig
nificar que esas funciones hayan desaparecido. Como señala Fischer
(1963:290), en una sociedad dotada de escritura la narrativa más
seria y de mayor extensión está en forma escrita. La función de las
breves formas orales supervivientes, como el chiste, es algo diferente,
por tanto, de la función de la narrativa típica de sociedades analfa
betas.
Bogatyrev y Jakobson no hacen especial hincapié en el criterio
del modo de transmisión; recalcan, sobre todo, los tipos presunta
mente diferentes de «creatividad» que implican la producción de
arte verbal oral y escrito. Para ellos el arte verbal oral es cuestión
de creación «colectiva», mientras que el arte verbal escrito es cuestión
de creación «individual». Más específicamente, estos autores están
en contra de referir los dos tipos a la creación individual:
Los folkloristas, particularmente los eslavos, mantienen la tesis de
que entre la poesía oral y la literatura no existe ninguna diferencia
fundamental, y que en uno u otro caso se trata de productos indi
viduales (903) 15.
105
regida por reglas). Bogatyrev y Jakobson realizan esta identificación
señalando (900-901) que un producto típico de realismo ingenuo fue
la tesis neogramática de que, para un análisis final, sólo representa
la realidad completa el habla de una persona determinada en un tiempo
determinado. Pero estos autores añaden que la lingüística moderna
reconoce, además de la parole, la langue.
Al discutir la obra de arte oral y su objetivización por medio de
diferentes sujetos en términos de la distinción langue-parole, Bogatyrev
y Jakobson reconocen implícitamente que la langue y la parole son
dos aspectos simultáneos de la realidad lingüística. Es, por tanto,
sorprendente que en el mismo artículo discutan la obra oral como
creación colectiva en oposición a la creación individual del arte es
crito. Es cierto que no van tan lejos como para sugerir una exclusión
mutua entre lo social (langue) y lo individual (parole), pero se acercan
a esto al caracterizar el folklore haciendo referencia a lo primero, y
a la literatura por lo segundo “. Pero como ha señalado Sapir (1963:
544), «los términos 'social’ e 'individual’ están en oposición sólo en
un sentido limitado... Hablando en rigor, cada tipo de comportamien
to es individual, y la diferencia terminológica se debe exclusivamente
a una diferencia de perspectivas». Lo que sugiere lo anterior es que,
más que diferenciar por su base el folklore y la literatura, cada
uno de éstos se puede considerar tanto desde el punto de vista social
como del individuo. En realidad, ambos aspectos están, más o menos,
igualmente presentes.
Un lugar común en la crítica literaria occidental es el apelar a la
originalidad y la innovación a expensas del reconocimiento de la per
sistencia de ciertas convenciones bastante fundamentales que hacen
que una narración sea una narración. Pero si, como sugieren Bogatyrev
y Jakobson, la literatura es básicamente una cuestión de parole, la
conclusión es que ninguna (o casi ninguna) convención supra-individual
restringe la producción de los escritores.
La situación en la ciencia del folklore es la inversa de la de la
17. Jakobson (1970: 190) ha señalado, «es cierto que
crítica literaria16
el arquetipo reconstruido hipotéticamente de un relato interesó a [el
folklorista ruso] Afanassiev más quizá que sus variantes reales indi
viduales, pero este autor no siguió el principio fanático que le adscri
bió el eminente historiador de la literatura A. Pypin, que todo lo que
106
exprese el aspecto arbitrario de lo individual debe ser erradicado de
la presentación del relato como una charla que es exclusivamente
personal’». Pero Jakobson sigue diciendo más tarde que «no se deben
sobreestimar las variaciones. Afanassiev evitó el peligro de perder
el relato en sí tras sus variantes» (192).
Debería señalarse que la noción de «variante» representa en sí
una degradación de la noción de creatividad en el arte verbal. Las
oraciones se pueden extender de diversos modos, y esto lo ven los
'ingüistas como una manifestación de «creatividad». Los cuentos po
pulares están sujetos a una expansión análoga, pero esto lo consideran
los estudiosos del folklore como una mera cuestión de «variantes».
Una discusión completa de la distinción entre creación colectiva
e individual supondría adentrarse en las interrelacioes entre la ciencia
del folklore y la crítica literaria, y de ahí en adelante la discusión se
saldría del alcance de este estudio 15 . Sin embargo, debemos tocar
*1819
de pasada dos aspectos de esta interrelación. En realidad, al lugar
común de que la literatura escrita es más «compleja» o «sofisticada»
que la literatura oral, consideremos estas observaciones de Labov y
Waletzkev (1967:12):
107
estructural descubierta por Labov en este y otros estudios es com
parable a la que otros investigadores han hallado en el comentario
deportivo de un locutor de radio profesional. (Para una discusión,
véase Hendricks, 1971).
El segundo aspecto de la interrelación entre el arte verbal oral y
el escrito lleva implícito el corolario de la noción de Bogatyrev y
Jakobson de creación colectiva: la noción de «censura preventiva de
la comunidad» (die Prdventivzensur der Gemeinschaft). En esencia,
esta noción hace referencia a un proceso de la manipulación comu
nitaria de las obras folklóricas: «sólo una obra que obtenga el con
senso del cuerpo colectivo, y dentro de esta obra sólo aquella parte
que la censura colectiva deja pasar, se convierte en una entidad folkló
rica real» (Jakobson, 1970: 191). La obra oral es, de este modo,
diferente de la obra literaria escrita, que se puede considerar existente
desde el momento en que el escritor la vierte sobre el papel. El
escritor puede crear deliberadamente una obra que vaya en contra
de los estándares y requisitos dominantes de la comunidad, pero
Bogatyrev y Jakobson afirman que tal intención es inconcebible en
el artista oral. Van incluso más lejos afirmando que el dominio abso
luto de la censura preventiva que hace estéril el conflicto de cada
obra con la censura, produce un tipo particular de producción poética
y coacciona la personalidad (906).
En contra de esta afirmación, consideremos la observación de
Fischer (1963:258) de que «el uso del mito por parte de individuos
para justificar propósitos individuales... y para obtener apoyo social
a actos 'egoístas’ está confirmado probablemente por la experiencia
de campo de todo etnógrafo que haya prestado alguna atención al
cuento popular». Pero Fischer no señala que el individuo, para afectar
al comportamiento de los otros, debe limitarse a su vez si desea ganar
la aceptación de por lo menos algunos otros miembros de su sociedad.
Concluye que una historia sólo puede persistir si logra un equilibrio
entre lo social y lo individual. Parece razonable presumir que esta
conclusión sirve tanto para obras orales como escritas.
La crítica final que se debe hacer a las sugerencias de Bogatyrev
y Jakobson es la más condenable: el hecho de que apelan a conceptos
saussureanos no ha apartado a los estudiosos del folklore de la escla
vitud de la noción de tradición. Más exactamente, los estudiosos del
folklore han confundido generalmente lo sincrónico con lo diacrónico,
de pre-leyenda. «La transmisión reiterada del memórate... puede producir even
tualmente una leyenda tradicional. El sujeto más conveniente para el estudio de
la formación de las leyendas modernas es el "relato de la creencia urbana”
(urban belif tale), historias contemporáneas de un agrupa miento urbano que se
relatan como experiencias individuales auténticas, pero que presenta variantes
tradicionales que. indican un carácter legendario».
108
especialmente en lo que respecta a las «variantes» de una obra. Esto
es, los estudiosos del folklore cometen un error conceptual análogo
al que percibió Saussure en la lingüística tradicional. De acuerdo con
Godel, Saussure «descubrió muy pronto que todos los errores y con
tradicciones de la lingüística tradicional se originaban por la confusión
de dos conjuntos de conexiones o relaciones: la existencia entre formas
contemporáneas del mismo sistema (por ejemplo, en el inglés father,
fathers, fatherly; mother, son, he, etc.), y los que se dan entre formas
de distintas épocas (por ejemplo, el indoeuropeo p^tér- y el inglés
father^». Estos dos tipos de relaciones corresponden a dos tipos de
identidad. Por una parte, hay una identidad diacrònica, «que incluye
la conservación de un signo a través de los siglos» (485). Es decir,
el indoeuropeo pdtér es idéntico a father, a pesar de todos los
cambios, porque no ha dejado de ser un signo lingüístico, distinto
de todas las otras palabras inglesas heredadas del indoeuropeo. Por
otra parte, hay una identidad sincrónica: «father es, por supuesto,
idéntico a father: en cualquier lugar que aparezca, ya sea en una
conversación o en un relato, los oyentes o el lector lo entienden del
mismo modo, independientemente del hecho de que su pronunciación
pueda variar de un enunciado a otro...» (485).
Decir que cierto número de relatos son «variantes» de otro ante
rior equivale a decir que el inglés father es idéntico al indoeuropeo
p^tér. Esta identificación es consecuencia de la acentuación del ca
rácter tradicional del folklore, Pero, como ha señalado Ben-Amos
(1971:13), el carácter tradicional es una construcción intelectual
y de análisis, y no un hecho cultural. La ambigüedad del material
sólo se puede establecer tras una extensa investigación, y los mismos
narradores la ignoran, del mismo modo que el hablante contemporá
neo medio ignora la relación entre pdtér y father.
Igual que ocurre en el caso de la lengua, no toda variación del
material folklórico se puede considerar como histórica. Bogatyrev v
Jakobson parecen pensar en la variación sincrónica (debida a las di
ferencias de ejecución de los individuos en distintas ocasiones) cuando
sugieren que se puede aplicar al folklore la distinción langue-parole.
Esto no quiere decir, sin embargo, que estos autores estén libres
del influjo diacrónico. Nótese, en primer lugar, que cuando identi
fican un relato invariante con la langue, y sus distintas manifestacio
nes con la parole, esto implica una langue concebida como una mera
colección de entidades (las distintas obras del folklore). Además, se
considera que este inventario es «tradicional» y está sujeto a cambio
únicamente bajo unas condiciones comparables a las del cambio lin
güístico. Considérese, por ejemplo, esta observación:
En la medida que estas innovaciones individuales en la lengua (fol
klore) expresen una necesidad de la sociedad y anticipen una evo
109
lución regulada de la lengua, así se convertirán en fenómenos ge
nerales de la lengua (905).
110
que esta variante no podría darse de hecho. Podríamos referirnos
a este fenómeno como a una «censura preventiva de la comunidad»,
de naturaleza completamente sincrónica, sin relación a cambios del
sistema; se trata simplemente de la utilización o no utilización de las
posibilidades plenas del sistema.
111
IV
El folklore y el análisis estructural de los textos literarios
114
es un punto de vísta epistemológico. Parte de la observación de que
todo concepto de un sistema dado viene determinado por todos los
demás conceptos de ese sistema, y no significa nada por sí mismo;
no se hace inequívoco hasta su integración dentro del sistema, de la
estructura, de la cual forma parte y en la que tiene un lugar fijo y
definido» (Garvín, 1964: iv). En cuanto que el estructuralismo es
un método, no es posible desarrollar técnicas heurísticas que faciliten
la «estructuralización» del material, así como mecanismos que ayuden
a poner de manifiesto la estructura. A este respecto, es particular
mente útil la lógica simbólica y su notación convencional.
Dado que las técnicas y procedimientos heurísticos son en cierto
sentido meros auxiliares del estructuralismo, en otro aspecto tienen
una importancia fundamental. Hablar simplemente de un enfoque
«estructural» de, por ejemplo, la literatura, no basta. En el pasado
muchos críticos hablaron de la «estructura» de la literatura. Sin em
bargo, los investigadores literarios a menudo se niegan a adoptar
mecanismos de notación o a abrazar el formalismo (en un sentido
lógico), con la pérdida consecuente de precisión y sistematicidad.
En lo que respecta a la metodología de la ciencia del folklore, se
debe señalar incidentalmente que incorpora ciertos conceptos y téc
nicas de la moderna lingüística estructural, aunque aplicados al aná
lisis de los elementos narrativos, y no a los medios lingüísticos por
los cuales se narran esos elementos.
De hecho, algunos estudiosos del folklore hablan de estructura
«folklórica» en oposición a estructura «lingüística» (cfr. Dundes,
1962:36; Fischer, 1960:442). Dado que los estudiosos del folklore
interesados en el análisis estructural han ignorado los medios lin
güísticos mediante los cuales se manifiesta la estructura narrativa,
parece claro que las dos ciencias del folklore y de la lingüística están
destinadas a jugar papeles complementarios en el desarrollo de la
ciencia del análisis literario 3.
En cuanto que los conceptos v técnicas de una disciplina se pueden
aplicar a los materiales de otra, intentar demostrar la aplicabilidad
de las técnicas folklóricas a la literatura moderna no es un gran
desafío 4. En consecuencia, la principal intención de este estudio será* 1
115
demostrar la validez que encierran para la literatura escrita los resul
tados obtenidos por la aplicación de los métodos estructurales al
folklore. Es decir, se dirá que los principios estructurales subyacen
tes a las narraciones folklóricas son parecidos si no idénticos— a los
que subyacen a las narraciones literarias. Aunque la demostración de
la validez de esta posición, sujeta a ciertas caracterizaciones necesa
rias, sólo se puede establecer mediante el hilo general de la siguiente
discusión, sin embargo, podemos hacer unas observaciones prelimi
nares destinadas a derribar algunas de las barreras establecidas entre
ciertas actitudes que separan el «folklore» de la «literatura». Aunque
está generalmente aceptado que tanto el folklore como la literatura
tienen una estructura, la afirmación de que ambas están estructuradas
de un modo muy similar encontrará probablemente alguna resistencia.
El hecho de que el Corpus de materiales folklóricos se haya reali
zado sobre la base de características formales que comparten con otras
narrativas es de importancia fundamental; por ejemplo, un mito,
como cualquier tipo de narrativa, «presenta, por medio de las interac
ciones de los agentes humanos y/o humanoides de un conjunto dado,
un acontecimiento o serie de acontecimientos durante el cual se pre
senta o surge un hecho o una serie de hechos. Este problema o serie
de problemas motiva que uno o más agentes actúen con el fin de
intentar resolver el estado de desequilibrio que resulta de la exis
tencia o creación del problema(s)» (Georges, 1968:225).
La mayor parte de los criterios mediante los que se suele dife
renciar el «folklore» de la «literatura» no tienen relevancia estructural.
De acuerdo con un folklorista, que no presenta precisamente un
punto de vista minoritario,
la diferencia entre el folklore y otros fenómenos expresivos radica
en la clase de relaciones que se pueden establecer en la actuación.
En esencia, distinguimos entre folklore y «cultura popular» sobre la
base de los métodos de divulgación (actuación); podemos decir que
el folklore sólo existe en un encuentro cara a cara que conduce a
una transmisión puramente oral. Lo mismo se puede decir, con más
razón aún, de la distinción entre el folklore y las bellas artes o la
literatura. Ésta no se diferencia primordialmente por la capacidad
expresiva, por el arte, o ni siquiera por la presencia de los elemen
tos tradicionales de composición. Pero con el desarrollo de las téc
nicas de reproducción de los objetos artísticos (imprenta, grabación,
litografía, etc.), se hace posible la separación del artista y su audien
cia, y surge la posibilidad de diferenciar el arte popular y las bellas
artes de las artes folklóricas (Abrahams, 1969: 125-126).
118
generación tras generación y siglo tras siglo (permanencia general),
sino el hecho de que el poema posea la facultad de permanecer
en la mente del lector. Es decir, nos referimos aquí a su capacidad
de ser fácilmente recordable5.
119
una acción no se puede definir independientemente del lugar que
ocupa en el curso de la narración. Se debe tomar en consideración
el significado que tiene una determinada función en el curso de la
acción. Por ejemplo, ...si un héroe recibe dinero de su padre bajo
la forma de cien rublos y a continuación se compra un gato sabio
con el dinero, mientras que en un segundo caso un acto del valor
del héroe se ve compensado por una suma de dinero (y en ese pun
to termina la historia), tenemos ante nosotros dos elementos distintos
desde el punto de vista morfológico, a pesar de que en ambos casos
la acción es idéntica (transferencia de dinero) (21).
120
princesa (el personaje buscado), el mandatario, el héroe y el falso
héroe (Propp, 1968:79-80). Por ejemplo, el personaje que repre
senta las funciones de Agresión (A) es el agresor, que lucha o tiene
otra forma de enfrentamiento con el héroe (H), o que va en su per
secución (PR). En un cuento en particular estas funciones pueden ve
nir representadas por un dragón, en otro por una bruja, etc., pero la
distribución de funciones entre los distintos caracteres es una cons
tante a lo largo del cuento. Es decir, dentro de un solo cuento, las
funciones A, H y PR están representadas por un solo personaje que
se puede etiquetar genéricamente como el «agresor» (Cfr. también
Greimas, 1966:174-75).
Lo anterior es sólo un breve esquema de la obra de Propp, pero
representa un punto de partida para considerar la extensa aplicabili-
dad de su enfoque, sobre el que existen algunas controversias. Por
ejemplo, Chatman, en una supervisión reciente de la obra de varios
investigadores fuertemente influidos por Propp, expresa su escepti
cismo por la aplicabilidad de tal obra a la literatura «sofisticada».
Barthes y Todorov, al igual que Propp, intentan decir que hay un
número de categorías generales relativamente pequeño dentro de to
das las tramas (es decir, funciones), de cualquier relato. No se trata
sólo de nombres aplicados a clases —como «astucia», «acuerdo»,
«protección»...—, sino que se presume que estas clases son apropia
das de modo general a la ficción. Estas categorías, entre las que se
cuentan las de Propp, se prestan sin duda a ensayar una característi
ca general en los mitos y relatos simples en los que los personajes
no son nada más que instrumentos por los que transpira la trama...
No está muy claro qué es lo que ganamos insistiendo en un conjun
to predeterminado o general que sirve para cualquier acción, huma
na o no, en la que se pueda situar el acontecimiento narrado. El teó
rico de la literatura... no está tan interesado... en ver si esta o aque
lla novela contiene ejemplos de venganza o de lo que sea, sino más
bien en la estructura que, por lo menos a cierto nivel, debe ser úni
ca. Quiere saber cómo se mantiene la fábrica, cómo trabaja la maqui
naria en este caso en particular (1969:20-21).
122
se debe encontrar algún sentido en la mitología, éste no puede residir
en los elementos aislados que entran en la composición de un mito,
sino únicamente en el modo en que se combinan estos elemen
tos» (86)9.
Retomemos la cuestión de la posibilidad de ampliar la aplica
ción de la obra de Propp. Hemos hecho hincapié en que este aná
lisis descubrió, en un cierto número de cuentos, una secuencia más
o menos fija de funciones, no ejemplos aislados de distintas fun
ciones. ¿Significa esto que la aplicación de la técnica de Propp a
la literatura escrita supone el descubrimiento en un texto literario
dado de una secuencia de acciones que vaya desde la maldad, a
través de funciones intermedias, hasta el matrimonio del héroe?
Esta pregunta puede responderse examinando en primer lugar los
puntos de vista del propio Propp sobre la posibilidad de ampliar
la aplicación de su obra a los otros géneros folklóricos. A pesar
del título general de su libro, este autor limitó su estudio a un
tipo en particular de cuentos populares, el cuento maravilloso
ruso *.
Hacia el final de su libro Propp señala que la homogeneidad
en la construcción de los cuentos maravillosos que surge de su
investigación permite la siguiente definición:
Un cuento maravilloso es una historia formada mediante Ja alternan
cia adecuada de las funciones antes citadas, de distintas formas: fal
tando algunas de ellas y estando otras repetidas. Pero esta definición
del término «maravilloso» pierde su sentido, porque es muy fácil
imaginarse un cuento maravilloso, fantástico, construido de una
forma completamente distinta. (Compárense algunos cuentos de An-
derson y otros de Brentano, el cuento de Goethe del dragón y el
lirio, etc.). Por otra parte, según el esquema citado se pueden
construir también cuentos no maravillosos. Un número mu)’ grande
de leyendas, algunas historias sobre animales y ciertas novelas pre
’ Lévi-Strauss continúa sugiriendo una técnica de análisis del mito que di
fiere en algunos aspectos importantes de la de Propp, que supone un análi
sis «paradigmático», más que «sintagmático»; véase la discusión siguiente. Esta
diferencia, sin embargo, no invalida la cuestión. Tanto Propp como Lévi-Strauss
están de acuerdo en que un elemento cualquiera es equívoco hasta que se inte
gra en un sistema.
* En realidad, como dice el mismo Propp, «el editor ruso que publicó el
libro desnaturalizó la intención del autor, cambiando el título de la obra, que
originalmente era Morfología de los cuentos maravillosos. Para conseguir que el
volumen aparentase tener un alcance más general, suprimió la palabra «mara
villosos», y con ello indujo a los lectores (y entre ellos al profesor Lévi-Strauss)
al error de creer que en él se indagaban las leyes generales del cuento como
género literario» (1964:54). La cita anterior aparece en el contexto de la dis
cusión del artículo de Lévi-Strauss (1960c) sobre Propp, dentro de lo que se
conoce como Polémica Lévi-Strauss-Propp. [N. del T.J
123
sentan la misma estructura. Por esta razón el término «maravilloso»
tendría que sustituirse por otro (99-100).
124
dríamos otros cuentos que los de nuestra categoría; pero encon
tramos miles de cuentos que no se parecen a los maravillo
sos» (100-101).
La anterior afirmación abre un amplio campo de posibilidades
para la discusión, que pospondremos de momento. Ofrece un inte
rés más inmediato el reconocimiento de «miles de cuentos» que no
siguen el esquema de los cuentos de hadas. (Chatman estaba, por
tanto, equivocado cuando señaló que «Barthes y Todorov, al igual
que Propp, quieren decir que hay un número relativamente pequeño
de categorías generales dentro de todas las tramas de cualquier
relato».)
Unas pocas páginas después, Propp asegura que «la historia com
pleta de los cuentos de hadas se debería examinar como una cadena
de variantes» (114). Sugiere que todos los cuentos se pueden derivar
morfológicamente de un relato «arquetípico» sobre el rapto de una
princesa por un dragón. En otras palabras, se postula que un cuento
es la fuente histórica de todos los cuentos de hadas recogidos (por
A. N. Afanassiev en Norodyne russkie skazki) n. El hecho de que
Propp considerara que se estaba ocupando básicamente de un solo
cuento, con variantes a través de los años, se debería recordar final
mente cuando nos preguntamos por la posibilidad de ampliar la apli
cación de su obra 11 .
1213
Sin embargo, el interés de Propp por un problema bastante cir
cunscrito no limita en sí mismo la posibilidad de ampliar la aplica
ción de su obra. Como ha señalado un investigador, «Propp, cierta
mente, concibió su investigación en términos de un objeto definido,
el cuento popular ruso. Pero el método que emplea parece posible
de extender a otros géneros literarios o artísticos» (Brémond, 1964: 4).
De la anterior discusión debería surgir con claridad la idea de que
La Morfología del cuento no es un ejercicio teórico de metodología,
sino un ejemplo de análisis «práctico» de un Corpus en particular.
Propp nos dice en el prólogo que el libro es el resultado de dos
revisiones. En su forma inicial «precedía a la totalidad del trabajo
una delincación metodológica mucho más estricta» (p. xxvi). Los
comentarios posteriores han intentado explicitar la metodología em
pleada en la obra de Propp (vid. especialmente Brémond, 1964,
1966, 1968).
Sin embargo, sería un error hacer demasiado hincapié en el
11 Esta apelación a los orígenes, junto con ciertas observaciones de Propp
(5), parecen apoyar la afirmación de Brémond (1964:25) de que Propp considera
ba al análisis morfológico únicamente como un paso preliminar, al que segui
ría una explicación «auténtica» de naturaleza evolutiva.
13 Estos cambios, o «transformaciones», como, los denomina Propp, son re
gulares, y se pueden formular en forma de leyes; véase Propp (1965).
125
método, considerado como el procedimiento heurístico de procesar
un texto. De importancia igual, si no mayor, es la implicación general
de la visión de Propp sobre la composición de las narraciones en sí
mismas (independientemente de cómo se obtenga esa visión). El enfo
que de Propp se puede generalizar a la literatura escrita, no mediante
la aplicación de los resultados, sino intentando obtener el mismo tipo
de resultados, un análisis de la forma.
La aproximación de Propp cae dentro del marco de trabajo de
la escuela formalista rusa13. Lévi-Strauss, al criticar La Morfología
de Propp, distingue entre formalismo y estructuralismo. De acuerdo
con él (1960a: 122), «la forma se define por oposición a un contenido
exterior a ella; pero la estructura no tiene contenido: es el contenido
mismo, aprehendido en una organización lógica considerada como
propiedad de la realidad». Más adelante afirma que los formalistas
intentan separar la tarea de producir una «sintaxis» de la de producir
un «lexicón»; Propp se ocupa de la sintaxis del cuento (las reglas
que regulan la disposición de las proposiciones) y deja de lado el
lexicón (significado).
En este punto surge una dificultad terminológica. Cuando Propp
analiza un cuento como una secuencia de elementos, como Fechoría,
Envío del Héroe, Lucha con el Agresor, etc., está diciendo con toda
seguridad algo acerca del contenido del cuento. Más que oponer la
forma al contenido, parece preferible la distinción de Hjelmslev entre
forma y sustancia, por una parte, y expresión y contenido, por la
otra. Entonces se puede hablar de forma del contenido y sustancia
del contenido (y del mismo modo, de forma de la expresión y sus
tancia de la expresión). Entre la forma y la sustancia se da típicamen
te una relación de diversidad; es decir, un elemento formal dado
viene manifestado mediante cierto número de elementos sustantivos
alternativos. Ya que se da el caso de que la naturaleza exacta de, por
ejemplo, La Fechoría, puede variar de un cuento a otro, se puede
decir que Propp ha efectuado un análisis formal del contenido agru
pando las distintas acciones en una sola categoría genérica (la fun
ción) u.
Esta interpretación terminológica realmente no va en contra del
uso de los formalistas rusos. De acuerdo con Todorov (1965:66), el
término formal es más bien una etiqueta conveniente que una desig
nación precisa. La forma, para los formalistas, «abarca todos los13 14
13 Pero, de acuerdo con Todorov (1965:65), la Morfología de Propp «re
presenta una de las tendencias extremas del formalismo, y no la corriente prin
cipal».
14 De forma parecida, Dundes (1962), adoptando algo de la teoría y ter
minología de Kenneth Pike, sugiere llamar a las funciones de Propp motivemas,
y a sus distintas manifestaciones en el cuento alomotivos. Para ciertas críticas
de la obra de Dundes, véase Brémond (1968).
126
aspectos, todas las partes de la obra, pero sólo existe como relación
de los elementos entre sí, de los elementos de toda la obra...». Del
mismo modo que para el «método» de los formalistas, señala que
no es ni mucho menos único para el análisis literario y que, en
esencia, es solamente cuestión de considerar ante todo la obra en sí
misma como un sistema inmanente; en otras palabras: no se consi
deran los factores externos, tales como datos socio-culturales, infor
mación histórica, etc.
127
ción de los temas actualizados mediante las técnicas de la narración,
mientras que el enfoque sintagmático se ocupa más de las técnicas
en sí mismas, de los principios de composición.
La complementariedad del análisis narrativo sintagmático y para
digmático no significa, sin embargo, que no se tenga que modificar
de algún modo el enfoque de Propp de modo que se pueda integrar
en una descripción totalizadora de la estructura narrativa. El enfoque
sintagmático constituye una especie de «sintaxis» de la narración,
pero en el caso de Propp las «partes de la oración» (es decir, las
funciones) tienen efectivamente definiciones nocionales. Un sustan
tivo, para la gramática tradicional, es un concepto genérico, que se
considera portador del significado «nombre de persona, lugar o cosa»;
las palabras particulares contenidas en la clase «sustantivo» tienen
significados más específicos. El mismo tipo de relaciones existe entre
las funciones de Propp y la realización de estas funciones en los
relatos concretos. Lo que Propp no acierta a hacer es distinguir entre
principios de composición y organización y el asunto que se organiza
de este modo. Al igual que el análisis sintáctico en la lingüística, el
enfoque sintagmático del análisis de la narrativa se debería ocupar
del «código» subyacente a los distintos mensajes. El código en sí
debería ser neutral en relación al contenido que en último extremo
se podría codificar.
En consecuencia, un modo de generalizar los resultados de Propp
sería vaciar las funciones de contenido específico, de modo que de
los ejemplos concretos puedan surgir principios generales l;i. Si se hace
así, se verá que bajo lo que Propp llamó «movimiento» se halla lo
que Kenneth Burke (1949:235) denominó progresión silogística, uno
de los aspectos generales de la forma literaria: «Ir de A a E a través
de los estadios, B, C y D es obtener esta forma. La llamamos silo
gística porque, dadas ciertas cosas, se siguen otras, de modo que
las premisas fuerzan la conclusión» lb. Que la formulación de Burke
es más general que la de Propp es algo que salta a la vista: A está
completamente sin especificar en lo que respecta al contenido o al
significado; es como un símbolo algebraico para lo desconocido. La
128
A de Propp, por otra parte, simboliza a la fundón específica Fe
choría,
La consecuencia más importante es que se debería juzgar la po
sibilidad de ampliar la aplicación de la obra de Propp, no sobre la
base de si aparece una secuencia de funciones en particular, o si, por
el contrario, no aparece en un determinado texto, sino más bien sobre
la base de si el texto presenta «progresión silogística». Ya que Burke
la considera como uno de los principales aspectos de la forma lite
raria, parece indudable que el tipo de estructura que descubrió Propp
en los cuentos maravillosos no es una estructura folklórica peculiar,
sino pertinente para todos los tipos de narración.
Desde la perspectiva de los principios generales de la construc
ción narrativa, la obra de Propp es de algún modo deficiente, siendo
su mérito el haber extendido el análisis concreto de los cuentos en
términos de progresión silogística. Esto no quiere decir que no estén
presentes en su obra implicaciones ulteriores de mayor alcance. Sin
embargo, la conclusión de este estudio se centrará en un estudioso del
folklore cuya obra es de vital importancia para la investigación actual
de la estructura narrativa, pero que ha sido largo tiempo rechazado
por los investigadores directamente responsables de la resurrección
del interés por Propp.
129
9
gen la composición de todas estas formas de saga. Estas leyes se
aplican a todo el folklore europeo y, en cierta medida, todavía más
allá. Sobre el trasfondo de la uniformidad general de estas leyes, las
características nacionales parecen ser únicamente peculiaridades dia
lectales... Denominamos «leyes» a estos principios porque limitan la
libertad de composición de la literatura oral de una forma muy di
ferente y mucho más rígida que para nuestra literatura escrita (Ol-
rik, 1965 [1909]: 131).
130
y de elementos similares por otra. Y, efectivamente, Franz Boas
(1940:41) ha señalado como característica de los cuentos de los
indios americanos, la repetición literal de episodios, característica
que los occidentales, que esperan cierta diversidad, encuentran into
lerable. Además, los dos tipos de repetición son básicamente variantes
de la misma cosa, y la repetición en el sentido de Burke no es algo
desconocido para la literatura popular. Este es un aspecto también
subyacente al enfoque de Propp, aunque este autor se ocupaba de
la repetición a lo largo de una serie de cuentos más que dentro de
un cuento dado, ya que deseaba caracterizar un tipo de género y no
analizar exhaustivamente los cuentos individuales. El reconocimiento
de la similitud de incidentes diversos es básico en el método de
Lévi-Strauss, tal y como viene ejemplificado en su ilustrativo análisis
del mito de Edipo. Por ejemplo, los incidentes de la trama Cadmos
busca a su hermana Europa raptada por Zeus, Edipo contrae matri
monio con su madre locasta; y Antigona entierra a su hermano
Polinices a pesar de la prohibición se consideran expresión de la
misma cosa: «la sobrevaloración de las relaciones de sangre» (Lévi-
Strauss, 1955: 89-90)1S.
Otra ley principal reconocida por Olrik es la Ley del Contraste,
que «destaca al protagonista de la Saga del resto de los individuos,
cuyas características y acciones vienen determinadas por el requisito
de que deben ser antitéticas a las del protagonista» (135). Es decir,
«la Saga está siempre polarizada. Un Thor requiere un Odín sabio
o un Loki a su alrededor; un Peter Krámer rico, un Paul Schmied
pobre...» 18
19.
Como indican las siguientes observaciones, los críticos literarios
han notado también la importancia del contraste o polaridad en la
ficción: «las primeras claves significativas en un relato breve surgen
generalmente de la localización de los principales contrastes creados
por el autor. Quizá los más comunes sean los contrastes de persona
jes, pero cuando los personajes están en contraste también se da
normalmente este fenómeno en la acción» (West, 1951: 259-260).
Un drama total, como el agón, se subdivide analíticamente en prin
cipios en competencia, el protagonista y el antagonista» (Burke,
1941:76). «Consideremos la proporción, ya sea de contraste o de
131
igualdad, establecida entre los caracteres contrarrestados en una obra,
como la familia Laertes-Polonio-Ofelia es un contrapunto de la fa
milia Hamlet-Claudio-Gertrudis que nos hace ver la importancia de
los «problemas familiares», del mismo modo que la contraposición
de Hamlet y Horacio implica «temperamento» (Goodman, 1954:14).
Dos de las leyes de Olrik, la Unidad del Argumento y la Lógica
de la Saga se pueden unir con provecho. En relación a la primera,
Olrik afirma que «cada elemento narrativo actúa dentro de la unidad
épica real para crear un acontecimiento, cuya posibilidad ha visto el
oyente desde un principio, y que nunca ha perdido de vista. Tan
pronto como un niño que está en el vientre de la madre es prometido
a un monstruo, todo se reduce a la cuestión de cómo podrá escapar
al poder del monstruo» (138-139). Olrik cree que esta característica
separa claramente la literatura popular del arte superior: «la pre
sencia de una organización indeterminada y una acción incierta en
la estructura de la trama es la marca más segura de cultura». En lo
que respecta a la lógica de la Saga señala que «los temas que se
presentan deben ejercer una influencia sobre la trama... Esta lógica
de la Saga no es siempre comparable con la del mundo natural. Su
ley fundamental la constituye la tendencia hacia el animismo e in
cluso hacia el milagro y la magia. Es importante darse cuenta de que
por encima de todo la plausibilidad se basa siempre en la fuerza de
la validez interna de la trama. La plausibilidad se mide muy rara
mente en términos de realidad externa» (138).
Queda claro que estos puntos de vista acerca de la unidad de la
trama y de la lógica interna quedan detrás de lo que Burke llama
«progresión silogística», que discutimos más arriba en relación con
el análisis morfológico de Propp de los cuentos de hadas. Pero estas
nociones tienen un antepasado magno y respetable, que se remonta
de hecho a la Poética de Aristóteles. La trama, de acuerdo con Aris
tóteles, «debe imitar una acción y ser un todo, siendo la unión
estructural de las partes de tal modo que si una de ellas se cambia o
elimina, el todo queda desarticulado y alterado» (VIII, 4). «Un todo
es algo que posee un comienzo, un centro y un fin. Un comienzo es
algo que no sigue a nada por necesidad causal, pero después del cual
algo ocurre de manera natural. Un final, por el contrario, es algo
que por su naturaleza sigue a otra cosa, sea por necesidad o como
regla, pero que no tiene nada que le siga. Un centro es algo que
sigue a otra cosa y a su vez es seguida por una tercera» (VII, 2). En
lo que respecta a la lógica de la trama, Aristóteles afirma que «no es
función del poeta relatar lo que ha sucedido, sino lo que puede
suceder, lo que es posible de acuerdo con la ley de probabilidad o
necesidad» (IX, 1). Pero Aristóteles tiene en mente la necesidad
interna, más que la externa: «nosotros argumentamos que lo irra
132
cional en ocasiones no viola la razón; sino más bien que "es probable
que una cosa pueda suceder contrariamente a la probabilidad”. El
elemento de lo irracional... [es] censurado con justicia cuando no
hay necesidad interna de introducir [lo]» (XXV, 17).
Es interesante señalar que la obra de Propp se basa en una
noción similar de lógica interna, aunque los cuentos maravillosos tie
nen un elemento mágico o fantástico ■—por ejemplo, una de las fun
ciones es Recepción de un Agente Mágico (como un anillo que con
tiene a un joven)— Propp se interesa por la naturaleza (lógica) de
las conexiones entre acontecimientos, más que por los acontecimien
tos en sí. Lo que es importante es que la recepción de un anillo
mágico sigue al encuentro con un donante y precede a la siguiente
función, Transferencia (por medio del agente) 2“.
Volviendo de nuevo a Olrik, consideremos su Ley del Hilo Único
(Single Strand). «La literatura moderna —empleo este término en
su sentido más amplio— entrecruza con gran frecuencia los distintos
hilos de la trama entre sí. Por el contrario, la narrativa popular man
tiene el hilo individual; la narrativa popular es siempre de un solo
hilo... Con esta trama única, la narrativa popular no conoce la pers
pectiva de la pintura, sólo conoce las series progresivas de los bajorre
lieves» (137).
Más que tratar de demostrar que la literatura escrita es de
trama única, demostraremos que la ley de Olrik no es en absoluto
una característica general de la literatura popular. La comprensión de
Olrik de la organización formal de esta literatura falla en algunos
puntos, cosa no sorprendente dado que su estudio es anterior incluso
a la obra fundamental de Propp en dos décadas. Propp encontró que
la existencia de una sola trama no era de ningún modo un rasgo
necesario de los cuentos populares: «un cuento puede tener varios
movimientos [es decir, tramas]... Un movimiento puede seguir di
rectamente a otro, pero también pueden estar entrelazados; cesa un
desarrollo ya comenzado y se introduce un nuevo movimiento»
(Propp, 1968:92).
Antes de seguir adelante con la discusión de las leyes de Olrik,
consideremos algunas de las implicaciones de la discusión anterior.
133
Por el momento, debería ser evidente que tanto la literatura oral
como la escrita están gobernadas, al menos en parte, por las mismas
o parecidas leyes. La actitud negativa de Olrik hacia la posibilidad
de ampliar el campo de aplicación de sus leyes parece confusa, par
ticularmente ante el hecho de que, con la misma evidencia, otros
estudiosos del folklore expresaron exactamente la opinión opuesta.
Alexander H. Krappe, en La ciencia del folklore (1930), aunque den
tro de una perspectiva histórica, no llega a hacer ninguna observa
ción sobre la forma de los cuentos de hadas, etc. En realidad, señala,
«en la técnica del cuento maravilloso se pueden observar fácilmente
ciertas reglas acostumbradas o "leyes”» (31). La mayor parte de las
leyes que cita corresponden a las enunciadas por Olrik, sin que se
cite la obra de éste. Por ejemplo, consideremos lo que Olrik llama
el Peso de la Popa (das Achtergewichty. «el centro de la gravedad de
la narración siempre radica en el Achtergewicht» (36). Krappe afir
ma de esta misma técnica que «no está de ningún modo restringida
al cuento de hadas; por el contrario, gobierna todo el arte narrati
vo» (32). A diferencia de Olrik, Krappe no ve una distinción tajante,
en términos generales, entre literatura oral y escrita. En el prefacio de
su libro, Krappe afirma que «se encontrará... que he adoptado un
punto de vista puramente literario. Es decir, concibo los cuentos y
las canciones populares como manifestaciones puramente literarias del
genio popular, que actúan bajo los mismos impulsos que la mente
productiva de los literatos, sabios y artistas» (p. x).
Es cierto que parte de las diferencias existentes entre ambos fol
kloristas se puede reducir de algún modo. Cuando Krappe asegura
que está adoptando el punto de vista literario, quiere decir que
distingue su posición de la antropológica (sobre todo de la escuela
de Andrew Lang), que se ocupa de las relaciones entre folklore y
cultura, y según la cual el folklore sería un «espejo» de la cultura.
En este contexto, un enfoque literario sería el que se centrase en
la obra en sí misma, su estilo, composición, etc. Además, Krappe
identifica el cuento maravilloso con la ficción popular, como el me
lodrama, más que con el arte superior en el que piensa aparente
mente Olrik cuando niega la validez de sus leyes para la literatura
moderna. Por ejemplo, Krappe dice: «Un rasgo que comparte el
cuento maravilloso con el melodrama es la afición que se muestra
por la "emoción divina” (divine thrill). El cuento de hadas suele
gustar de salidas "por un pelo”... El héroe se encontrará inevitable
mente en situaciones en las que no queda aparentemente ninguna
esperanza» (26). A pesar de esto, sin embargo, Krappe adopta una
postura decididamente más favorable a la relación entre literatura
popular y literatura escrita que la que adopta Olrik. Por ejemplo,
dice del cuento maravilloso que «se debe considerar como una crea
134
ción artística, una entidad fija tan definitivamente (o casi) como un
poema de Tennyson o una novela de Thomas Hardy» (2).
En el contexto de la discusión de las aportaciones de la investi
gación folklórica para el desarrollo de la ciencia de la literatura, el
paralelismo que hemos intentado apuntar entre la «forma» de la
literatura oral y de la escrita puede parecer un logro confuso. Se ha
supuesto que la razón principal de que se buscasen soluciones fuera
de la tradición literaria para algunos de los problemas fundamentales
del análisis literario era el escaso adelanto obtenido, a pesar de los
siglos de esfuerzo en el que se emplearon las mejores mentes. Pero
si no aprendemos de los estudiosos del folklore más de lo que han
descubierto los mismos críticos sobre la composición de las obras li
terarias, entonces no habremos obtenido aparentemente ninguna ven
taja de nuestra aproximación a la ciencia del folklore.
Para clarificar este problema, consideremos la reciente exposición
de Todorov acerca de la «herencia de la poética clásica» con relación
al análisis narrativo: «Todos los comentarios acerca de la "técnica”
de la narración se reducen a una simple observación: en toda obra
existe una tendencia a la repetición, ya sea en la acción, en los per
sonajes o en algún otro detalle de la descripción» (Todorov, 1966:
128). Esta ley de repetición, afirma más adelante, se especifica de
varias formas distintas, que llevan el nombre de ciertas figuras re
tóricas, como antítesis y paralelismo. La primera parece corresponder
a la Ley del Contraste de Olrik. El segundo puede abarcar unidades
narrativas superiores (hilos de la trama) o detalles verbales21. De
acuerdo con Todorov, el problema de este enfoque tradicional es
que «el esquema abstracto aquí propuesto es de tal generalidad que di
fícilmente podría caracterizar un tipo de narrativa frente a otro» (129).
Sin embargo, afirma Todorov, «existe otro intento de describir
la lógica de las acciones; se estudian, una vez más, las relaciones que
mantienen; pero el grado de generalidad resultante es mucho menos
elevado, y las acciones se caracterizan mucho más estrechamente. Es
tamos pensando, evidentemente, en el estudio del cuento y del mito.
La pertinencia de estos análisis para el estudio de la narrativa lite
raria es ciertamente mayor de lo que se suele creer» (129). Este
autor esquematiza dos modelos diferentes de análisis estructural des
arrollados en los últimos años. Uno es el «modelo triádico», las mo
dificaciones y elaboraciones del método de Propp practicadas por
Brémond; el otro es el «modelo homológico», sugerido por los estu
diosos de Lévi-Strauss sobre el mito.
Todorov no acierta al separar tan tajantemente la investigación
21 Podría parecer preferible considerar a la antítesis (o al contraste) y a la
repetición como dos principios autónomos, y caracterizar al paralelismo como la
combinación de la antítesis y la repetición; véase la discusión de más abajo.
135
en el folklore y la aproximación tradicional al análisis de la narrativa.
Los retóricos de la época clásica descubrieron principios que conti
núan siendo de importancia fundamental. Por ejemplo, el modelo
homológico se puede caracterizar recurriendo a los principios tra
dicionales brevemente discutidos por Todorov. Una «homología» es
una relación proporcional de cuatro términos, A:B::C:D (A es a B
como C es a D). Esto se puede considerar como un tipo de para
lelismo, que contiene al tiempo el principio de repetición y el de
contraste (antítesis).
Los modernos estudios estructurales han reconstruido y elaborado
principios reconocidos tradicionalmente, logrando de este modo un
análisis más elaborado de la narrativa. El deseo de los estructuralistas
ha sido lograr avances en lógica simbólica, lingüística, etc. Pero han
mostrado un interés por la heurística mayor que el de los críticos. A
fin de ilustrar más detalladamente el método con que la moderna
ciencia del folklore aborda la literatura escrita, resumiremos algunos
de los resultados de un extenso análisis estructural del cuento de
Faulkner Una rosa para Emily32. Veremos cómo este cuento no
sólo ofrece un ejemplo de las leyes generales de composición, dis
cutidas anteriormente, sino también de algunas leyes particulares to
davía no discutidas que, a primera vista, parecerían tener aplicación
sólo para la literatura oral porque, en palabras de OIrik, «limitan
la libertad de composición de la literatura oral de un modo diferente
y mucho más rígido que en nuestra literatura escrita» (131). Ya que
a menudo se supone que las técnicas de la ciencia del folklore re
sultan inadecuadas para el análisis de los personajes en la moderna
literatura de ficción, prestaremos especial atención a este aspecto del
cuento de Faulkner en la discusión inmediata, aunque también pres
taremos cierta atención al argumento.
Para empezar, debemos señalar que el mismo OIrik aborda el
retraso del personaje en su discusión de las leyes de la narración.
Menciona «el principio general de que cada atributo de una persona
u objeto se debe expresar por medio de las acciones; de otra forma
no es nada» (137). Ofrece un ejemplo. Para expresar que (1) una
muchacha es desgraciada (2), amable y (3) bella, se transmiten estas
nociones en tres frases de la trama: «(1) Se envía a la hijastra al
páramo para recoger brezos y se le da una torta de fresno por todo
alimento. (2) Entra amablemente en conversación con un hombre
cillo de sombrero rojo que la mira desde una colina del páramo y
comparte con él su torta, etc.» Aunque OIrik no lo afirma explícita
mente, de su exposición se puede extraer que la descripción del
personaje por medio de la acción es un rasgo que separa a la lite-
53 Para una explicación completa de los procedimientos de análisis, véase el
capítulo VII, «Metodología del análisis estructural de la narrativa».
136
ratura oral de la escrita. Afirma: «Si uno empieza "había una vez una
muchacha sin madre que era infeliz pero bella y amable...”, sería una
idea demasiado complicada para un Marchen "'» (137).
Los dos medios alternativos de descripción de personajes que
presenta Olrik corresponden a la distinción que propone la crítica
literaria moderna entre el «interpretar» y el «contar» (o «drama»
y «cuadro», respectivamente); véase, por ejemplo, Lubbock (1921).
La oración La muchacha compartió su torta con el viejecito es un
ejemplo de la técnica del «interpretar», mientras que La muchacha es
amable lo es del «contar». En este último caso, aparece un adjetivo
que enuncia explícitamente una característica personal de la mu
chacha, pero en el primer caso la descripción debe extraerse de la
acción verbal. A pesar de las protestas de Olrik en sentido contra
rio, la técnica tiende a valorarla sobre la técnica de «contar». Con
sideremos, por ejemplo, estas observaciones: «Cuando un escritor
concibe un personaje, no puede hacerlo simplemente como un retrato
estático, o una descripción psicológica. Debe considerarlo, más bien,
como un conjunto de potencialidades para la acción» (Brooks v War-
ren, 1959:656).
Para el análisis del personaje, tal y como viene dado a través de
la acción, se hace uso del modelo homológico, que hemos discutido
antes brevemente. La esencia de este modelo se puede explicar, en
parte, en términos de las leyes narrativas enunciadas por Olrik. La
Ley del Contraste es de importancia fundamental. Es decir, supo
nemos que el cuento está polarizado en protagonista y antagonista.
Además, es de esperar la polarización consiguiente de los episodios
de la trama, ya que el contraste del personaje se reflejará en las
acciones respectivas del protagonista y el antagonista. Si usamos
letras mayúsculas para hacer referencia a los personajes y letras mi
núsculas para referirnos a sus acciones, podemos establecer la si
guiente proporción: A:B::a:b. Para el modelo homológico también
es fundamental la Ley de Repetición, aunque se supone que hace
referencia a la aparición de elementos similares y no necesariamente
idénticos. De esta forma, esperamos encontrar que a:b: :a’:b’, donde
a’:b’ manifiesta la misma polaridad existente entre a y b. Se reconoce
la posibilidad de que a’ y b’ no tienen por qué venir realizados por
los mismos personajes que a y b respectivamente. Es decir, a’ puede
venir realizado por el personaje C y b’ por D. Entre los personajes
A, B, C y D podemos establecer la proporción A:B::C:D. Puesto que
A se opone a B del mismo modo que C se opone a D, podemos, si
se cumplen algunas otras condiciones, agrupar a A y C en un con
junto y a B y D en otro, de forma parecida a lo qué hace el análisis
137
fonológico en la literatura estructural2324
. De esta forma, aunque un
cuento puede contener gran número de personajes, éstos se pueden
clasificar en dos conjuntos, de modo que los distintos miembros de
cada uno sean variantes de uno de los personajes principales, pro
tagonista o antagonista.
Debemos hacer notar que la técnica de análisis anterior tiene
algunos parecidos evidentes con la que sigue Propp cuando agrupa
los dramatis personae, a lo largo de los distintos cuentos, en tipos
como malo, héroe, donante, etc., sobre las bases de su participación
en las mismas esferas de acción. Sin embargo, hay dos diferencias
extremadamente importantes. Para empezar, Propp se ocupaba de
las similitudes recurrentes a lo largo de los distintos cuentos, mien
tras que en el presente caso las similitudes se encuentran dentro de
un cuento dado. Propp señaló que la misma función (genérica) puede
ser realizada por personajes distintos en cuentos distintos. En este
caso, estamos empleando estas similitudes en el seno de un cuento
dado para clasificar los personajes y no, como hacía Propp, para
clasificar las acciones en funciones genéricas. Propp hizo hincapié en
las acciones y prestó poca atención a los personajes y sus atributos.
En este caso, sin embargo, nos estamos centrando en los personajes
y usamos sus acciones como un medio para su análisis. En segundo
lugar, una vez que los personajes están agrupados en conjuntos (ya
sean del protagonista o del antagonista), damos a estos conjuntos unas
etiquetas temáticas e interpretativas que resumen la naturaleza de
la polaridad que subyace al cuento. Hemos llegado a estas etiquetas
temáticas inductivamente y variarán de cuento a cuento. De esta
forma, son distintos de las funciones generalizadas, como Héroe,
Amor, etc., que reconoce Propp54.
En el caso de Una rosa para Emily, los personajes pueden ser
agrupados en los dos conjuntos siguientes, que se pueden etiquetar
temáticamente como pasado y presente25. Es decir, el conflicto básico
que se desenvuelve a lo largo de la historia es el planteamiento entre
los representantes del viejo orden social del sur y los representantes
del nuevo orden. (Véase cuadro 1.)
23 En fonología, la relación A : B : : C : D puede servir para expresar dos re
laciones: [ph : th :: p : t] y [p : b : : t : d]. En inglés [ph] y [p] no son
variantes distintivas del mismo fonema /p/, mientras que /p/ y /t/ son dis
tintos desde el punto de vista fonológico; su oposición es significativa. En la
fonología estructural [ph] y [p] se agrupan porque están en distribución com
plementaria. En el análisis de los personajes se deben tener en cuenta consi
deraciones parecidas; véase más adelante.
24 Esta forma de abordar los personajes evita la crítica de Chatman (ya
citado).
25 Tobe, el sirviente negro de Emily, y el negro del droguero no pertene
cen a ningún conjunto; son personajes intermedios en el sentido de Burke
(1941).
138
CUADRO 1
Pasado Presente
CUADRO 2
Código de
Acción Realidad comportamiento Tradición
Pasado + +
Presente + +
139
más que con verbos de tipo copulativo)26. Todos los enunciados de
acción en los que un determinado personaje aparece como sujeto gra
matical (después de la «normalización») se colocan en una columna,
aquellas en que otro personaje es el sujeto, en otra, etc. El resultado
ofrece una disposición bidimensional (en filas y columnas), como en
el siguiente esquema, en el que las mayúsculas hacen referencia a
los personajes, y las minúsculas a los enunciados de acción (véase
cuadro 3). Nótese que los enunciados de acción están dispuestos de
forma que se conserve el orden en que aparecen en la historia. Para
seguir este orden, procédase leyendo de izquierda a derecha y de
arriba a abajo.
CUADRO 3
A B C D
a
b
c
d
e
I
g
140
sente. Sartoris remite informalmente a Emily las contribuciones sobre
la muerte de su padre (forma indirecta de caridad). La siguiente ge
neración, sin embargo, intenta recoger la contribución de la ciudad.
Más adelante, la gente de la ciudad se queja al juez Stevens por el
olor que sale de la casa de Emily. Se convoca una reunión del consejo
de los regidores. En la reunión, una cierta persona, identificada úni
camente como «un miembro de la generación en ascenso», recomienda
mandar a Emily un ultimátum, dándola un cierto tiempo para limpiar
su casa. Stevens lo vence. En otro episodio la ciudad consigue entrega
gratis de correo; sin embargo, Emily se niega a permitir que se fijen
los periódicos a su puerta.
El conflicto entre lo viejo y lo nuevo aparece claramente al co
mienzo de la historia con la descripción de la casa de Emily, que se
podría considerar como un representante metonímico de la misma
Emily: «Era una inmensa casa cuadrada de madera, que alguna vez
había sido blanca, decorada con cúpulas y capiteles y balconadas con
volutas en el estilo meláncolicamente luminoso de los años setenta,
levantada en lo que alguna vez había sido nuestra calle más elegante.
Pero los garajes y las manufacturas de algodón habían usurpado y
destruido hasta los nobles nombres de aquella vecindad; sólo quedaba
la casa de Miss Emily, levantando su decadencia obstinada y coqueta
por encima de los vagones de algodón y las bombas de gasolina...»
El análisis de los personajes se podría realizar en términos de un
análisis de la estructura «espacial» (análisis paradigmático) del que
resulta una disposición estática de personajes que reiteran su iden
tidad a lo largo de todo el cuento. El argumento proporciona el
aspecto dinámico de la historia, incluyendo la interacción de los per
sonajes en las situaciones conflictivas que aparecen y que deben ser
resueltas. Un análisis de la progresión de la trama del principio al
fin se podría considerar, de esta forma, en términos de estructura
temporal (análisis sintagmático). La estructura del argumento se puede
representar mediante una cadena de «fórmulas de proposición» de
la forma general /K/c/H/, donde A y B representan los conjuntos
del protagonista y el antagonista, y c un signo escogido entre un
pequeño número de signos de relación («conectivos»). Los que se
emplean en el análisis del cuento de Faulkner aparecen en el cua
dro 4 27.
27 Las dos flechas simples se emplean para simbolizar que surge una con
frontación, simbolizada por la flecha doble. Estos signos de relación pueden
servir para distintas historias. Están básicamente desprovistos de contenido, o
al menos tienen un significado mínimo. Se supone que el significado temático
de una historia está dado principalmente por los conjuntos de personajes, que
se establecen de forma inductiva, según ciertos principios y técnicas generales,
para cada obra.
141
CUADRO 4
+ «une a, apoya»
— «no apoya, separa de»
-> «abre camino a, produce»
<- «no abre camino a»
Signo de confrontación directa.
143
Físcher realizó un descubrimiento similar de forma independiente,
en su análisis de un mito de Ponape. Ya indicamos antes que este
autor distribuía todos los personajes del mito entre dos conjuntos,
con una especie de distribución complementaria de la interacción de
los personajes. Sin embargo, Nahn Lepenien, el hijo del que manda,
es único en cuanto que interactúa con todos los otros personajes
principales. Físcher observa que «a la vista de su prominencia es
tructural parece al tiempo conveniente y válido para usar a Nahn
Lepenien como foco o punto de referencia de uno de los dos grupos
opuestos de personajes (lados) del mito. En este sentido, podemos
hacer referencia a él como "héroe” del mito» (119).
Retomemos ahora la discusión de la ley de Olrik de Dos en
Escena y su manifestación en la narración de Faulkner. En un aná
lisis completo del argumento, las fórmulas de proposición, que in
dican la interacción de los personajes, incluyen el uso de cuatro
símbolos, /PS/, /PR/, /E/ y /PR/. En ningún punto de la historia
se nos presenta la interacción simultánea entre, por ejemplo, Emily,
Barron, y un representante del conjunto presente. La siguiente ora
ción representa tan sólo una excepción aparente: Por aquel entonces
[los habitantes de la ciudad, /PR/] comenzamos a ver [a Barron]
y a Miss Emily en las tardes de los domingos conduciendo su calesa
de ruedas amarillas y el tronco parejero de bayos desde la caballeriza.
El código de lo anterior es /E/ + /PR/. La gente de la ciudad son
menos observadores, y no participan en este incidente. No hay con
frontación o interacción entre Emily, Barron y la ciudad. Lo que
es significativo para el desarrollo del argumento es esta asociación
(pública) de Emily y Barron. «Entonces algunas de las señoras co
menzaron a decir que era una desgracia para la ciudad y un mal
ejemplo para los jóvenes. Los hombres no querían interferir, pero al
final las señoras forzaron al ministro baptista —la gente de Mis Emily
eran episcopalianos— a que le llamara la atención.» La confronta
ción es únicamente entre Emily y el ministro; Barron no aparece.
La discusión de las leyes de Olrik concluirá con un examen es
peculativo de la Ley de los Tres. Esta ley se une a menudo con la
Ley de Repetición (una acción, etc., se repite tres veces). «Pero»,
señala Olrik.
144
el número tres es también una ley en y por sí mismo. Todos cono
cemos el hecho de que el tres aparece en los Marchen y los mitos e
incluso en simples leyendas locales con una frecuencia increíble; pero
quizá no esté lo suficientemente claro que en cientos de miles de
tradiciones populares, el tres es el número más alto con el que se
puede contar. También aparecen, por supuesto, el siete y el doce,
y a veces otros números, pero expresan sólo una cantidad total
mente abstracta. Tres es el número máximo de hombres y objetos
que aparecen en la narrativa tradicional. Nada distingue tanto el
gran conjunto de la narrativa popular de la narrativa moderna y de
la realidad como el número tres (133).
Emilv Emily
10
La noción de desequilibrio es central en muchas definiciones de
la narrativa. Fischer, por ejemplo, afirma que «la mayor parte de
textos de cualquier cuento en cualquier cultura, propiamente hablan
do, se puede considerar compuesta por una o más secuencias de re
solución de conflictos o episodios. Un episodio completo contiene la
identificación de dos lados o aspectos situados en el tiempo y en el
espacio; el enunciado de un conflicto o problema entre las dos partes,
que con frecuencia incluye, en cuanto objeto del conflicto, un objeto
material u otra persona; el desarrollo del conflicto; el desarrollo del
conflicto, y eventualmente su solución a través de la derrota de una
de las partes, un compromiso estable entre ellas, o su reconcilia
ción» (120-121).
146
surgen o se interrumpen las experiencias son de tipo técnico, pero las
observaciones críticas se refieren a los valores de las experiencias y a
las razons para considerarlas válidas o no válidas» (23).
Está implícito aquí que la ciencia de la liteatura debería ocuparse
sólo de consideraciones técnicas, y no de evaluación. El centro debería
ser la obra y sus principios de composición. En la discusión prece
dente de la literatura desde el punto de vista de la ciencia del folklore
no se ha abordado la cuestión del valor. La noción de estructura no
es evaluativa; el hecho de que determinada obra posea unidad o
coherencia estructural no es una garantía de que sea una «obra maes
tra» literaria. Sin embargo, suponemos que los principios de cons
trucción tiene alguna relación con el análisis literario. El lector (o el
crítico) debe «saber» lo que el escritor «sabe» cuando escribe, en
el mismo sentido en que la lingüística afirma que un oyente conoce
(intuitivamente) las mismas cosas que un hablante, por ejemplo: una
gramática, un conjunto de principios para la construcción de ora
ciones. La ciencia del folklore se ha interesado recientemente por
descubrir los principios de composición de las narrativas orales, y
por ello se está considerando como una fuente de investigación po
tencialmente fructífera.
De pasada, es interesante señalar que el mismo Richards, tras
señalar la distinción entre observaciones críticas y técnicas, afirma:
«A continuación trataremos de demostrar que las observaciones crí
ticas son sólo una rama de las observaciones psicológicas, y que no
necesitamos introducir ideas éticas o metafísicas especiales para ex
plicar el valor» (23). En otras palabras, Richards quiere hacer una
ciencia de la evaluación literaria. Rechaza la idea «de que, en lo que
se llaman experiencias estéticas, hay un tipo distinto de actividad
mental (11). El enfoque de Richards se ocupa más de los impulsos
que una obra causa en sus lectores que de la obra en sí misma. En
consecuencia, Principies of literary criticism tiene un mal título en
el sentido de que proporciona mínima o nula información sobre cómo
proceder realmente al analizar un texto en particular.
Mientras que Richards recurrió a la psicología para exorcizar el
«fantasma de la condición estética», nosotros apelamos al folklore
para desechar la noción de que la obra literaria escrita no está cons
truida del mismo modo que las narraciones en general, ya aparezcan
en sociedades avanzadas tecnológicamente o en culturas «primitivas».
Esta posición podría extrañar por «reduccionista» (en sentido peyo
rativo). Pero tal juicio, sin embargo, no sería más que la consecuencia
de no haber sabido distinguir claramente entre las partes críticas y
técnicas de un enunciado crítico completo. De acuerdo con Richards,
«este artificio de juzgar el todo por el detalle, en vez de lo contrario,
o de confundir los medios por el fin, la técnica por el valor, es de
147
hecho la trampa de más éxito de las que tiende la crítica» (24). Afir
mar que un cuento de Faulkner está construido de acuerdo con al
gunos de los mismos principios que subyacen a un cuento maravilloso
no significa decir nada sobre el valor de las dos obras puestas una
frente a otra29.
Aunque se puede conceder que hemos demostrado la existencia
de un denominador común para los textos literarios orales y escritos,
hay quien cree todavía que los textos escritos son más «densos» o
«complejos» que los orales. Esta es una cuestión en la que no po
demos adentrarnos en tanto no se haya trabajado mucho más en el
análisis de los textos tanto orales como escritos. Tal y como están
las cosas, lo de la mayor «complejidad» de los textos escritos es so
lamente una suposición. Incluso si resultara que algunos textos es
critos son estructuralmente más complejos que los orales, bien podría
ser que esta complejidad fuera cuestión de la diferenciación ulterior
de estructuras globales dadas, más o menos del mismo modo que
podemos dar cuenta de sistemas fonológicos complejos mediante di
ferenciaciones sucesivas de algunas oposiciones fonológicas básicas
(véase Jakobson y Halle, 1956). Otra posibilidad es que la «densi
dad» (o «complejidad») no sea de naturaleza estructural, sino más
bien cuestión de lo que se podría llamar «textura». Aunque podamos
concebir un texto dado que contenga más detalles, podemos suponer
que la estructura global descubierta por medio de las técnicas de
la ciencia del folklore proporciona una especie de marco límite dentro
del cual se pueden situar los detalles particulares.
La discusión del reduccionismo nos ha llevado a la cuestión de
la relación entre literatura oral y escrita, y más en particular a las
presuntas diferencias entre las dos. Un aspecto importante, que aún
no ha sido discutido, de esta conexión, es el del convencionalismo.
Las definiciones generales del folklore suelen recalcar típicamente
su naturaleza tradicional (o convencional). De acuerdo con Abrahams
(1969: 105), el estudioso del folklore «reconoce que se está ocupando
de objetos de arte convencionales. Sabe que un ejemplo de literatura
oral debe proporcionar indicaciones muy evidentes con respecto a su
convencionalidad o de lo contrario, el narrador tradicional será mal
entendido por su audiencia».
Podría parecer que los intereses de la ciencia del folklore conver
gen con los de la crítica del género literario. Pero, como señala
Abrahams, «este énfasis sobre las convenciones e indicaciones que
permiten al observador reconocer las formas que se usan es muy
característico de la crítica que el criterio literario rechaza con fre
29 Bien puede ser que la evaluación literaria dependa más de los rasgos
contextúales que de los textuales.
148
cuencia negativamente. Acentuar las convenciones de un género en
las belles lettres supone, en algún grado, denigrar la originalidad del
auténtico objeto de arte que el crítico analiza en términos de su par
ticularidad» (104). De modo similar, otro estudioso del folklore ha
señalado que «una diferencia evidente [entre el folklore y la lite
ratura] es que el folklore emplea temas y dispositivos estilísticos
convencionales, y no hace ningún esfuerzo por encubrir su calidad
convencional, mientras que el artista literario, o aparta su obra de
lo convencional evitando clichés de alguna forma, o, como hace
Housman, los dota de nuevo contenido» (Taylor, 1965:39-40).
No se puede negar que en la literatura occidental (escrita), a di
ferencia de la literatura no-occidental (oral), se hace énfasis sobre
todo en la creatividad individual y en la particularidad. Hockett
considera esto como uno de los impactos que ejerció la escritura
sobre la literatura. En las sociedades iletradas el artista es prima
riamente un narrador de historias que le transmitieron sus predece
sores. En esas sociedades, como afirma Hockett (1958:563), «nadie
puede estar familiarizado con más de dos o tres manipulaciones li
geramente diferentes de un solo tema... En una sociedad con escritura
una sola generación tiene acceso a muchos tratamientos diferentes
de un solo tema, tanto los creados por sus contemporáneos como los
heredados de épocas anteriores... El escritor está forzado por la na
turaleza de una tradición literaria para llegar a... lo único y dife
rente».
Al discutir este aspecto, será útil distinguir entre los términos
convencional y tradicional. Se puede decir que éste último implica
una historia de aceptación de uso; se puede considerar al segundo
en un sentido apartado de tales asociaciones históricas. Se puede
hablar, entonces, de «convenciones tradicionales» y, quizá más redun
dantemente, de «convenciones convencionales» (es decir, convencio
nes no tradicionales). Esto se puede aclarar con referencia a la lin
güística. Como ha señalado Sapir, es imposible la transmisión directa
de ideas de una persona a otra. Estas ideas se deben convertir primero
en símbolos por medio de un código compartido por hablante y oyen
te. En el caso de la literatura, uno de los tipos de comunicación
verbal, existe, además del código lingüístico, un código literario, cons
tituido en parte por las leyes de composición narrativa. La cuestión
es que toda la literatura es «convencional», es decir, utiliza conven
ciones, pero estas bien pueden no ser «tradicionales».
No se puede negar que en la forma narrativa han existido innova
ciones. Un caso a este respecto es dinnegans Wake de Joyce. Aunque
el libro puede parecer sin forma y virtualmente confuso, los críticos
diligentes se han puesto de acuerdo sobre su intención general y
técnicas de construcción. Un ejemplo de innovación menos drástico
149
es el que ofrece la técnica moderna de comenzar una historia in medias
res, a diferencia de la literatura oral, que obedece a lo que Olrik
llama la Ley de la Apertura: la narración no empieza abruptamente.
Por ejemplo, consideremos la primera oración de la obra de Golding
El señor de las moscas ": «El niño rubio se dejó caer por la roca y
se abrió paso hacia la laguna.» Leech (1969:197), que cita esta ora
ción, apunta que en el uso del artículo definido el está implícita «la
suposición de que ya estás en la cuestión, que conoces los detalles
de la escena y las dramatis personae. Esto contrasta con un estilo más
tradicional de comenzar una narración, tal y como aparece en la fórmu
la consagrada del cuento fantástico: "Érase una vez un rey que tenía
tres bellas hijas.” Cada parte de la situación ficticia viene introducida
por expresiones indefinidas...; al comienzo de la historia nada se
considera dado».
Comenzar una historia in medias res no es más qu& una convención
como otras. Lo que encontramos en la literatura escrita no es la
ausencia de convenciones, sino una diversidad mayor porque, a causa
de la escritura, las técnicas primitivas están preservadas al tiempo
que las innovaciones modernas. De esta forma, la diferencia que
hemos concedido que existía entre la literatura oral y escrita es más
cuantitativa que cualitativa. Por otra parte, el artista de las sociedades
sin escritura no es sólo un portador pasivo de la tradición, sino que
siempre introduce distintas modificaciones * 30. Por otra parte, una vez
que un escritor moderno introduce nuevas convenciones, éstas pueden
llegar a ser parte de la tradición literaria. Esto crea una especie de
dilema para el artista literario moderno. Roland Barthes (1967:80-81)
ha señalado que algunos escritores «han pensado que podían exorcizar
esta escritura sagrada [es decir, el modo convencional de escritura
literaria] sólo mediante su dislocación. Han minado la lengua lite
raria, han explotado sin cesar la cáscara, siempre renovada, de clichés,
de hábitos del pasado formal del escritor; esperaban, en un caos de
formas y en un salvajismo de términos, lograr un objeto plenamente
liberado de la Historia, y encontrar de nuevo la frescura de un estado
prístino del lenguaje. Pero estas transgresiones terminaron por aban
donar su propio camino y crear sus propias leyes». Acerca de los
intentos de crear un estilo de escritura incoloro, iniciado por El ex
tranjero de Camus, dice Barthes: «Desafortundamente, nada es más
inconstante que una escritura incolora; en el mismo punto donde exis
* Edición española en el Instituto del Libro, La Habana, 1969. fN. del T.J
30 La noción de creatividad, aplicada a cuestiones verbales, requeriría una
extensa discusión, que está más allá del alcance de este estudio. Una cuestión
que habría que examinar es hasta qué punto la creatividad equivale a efectuar
variaciones sobre un número relativamente corto de «temas» fijos; cfr. Lévi-
Strauss (1964:160).
150
tió libertad se desarrollan los hábitos mecánicos, una red de formas
fijas cercan cada vez más la frescura primitiva del discurso, aparece
de nuevo un modo de escritura, en vez de un lenguaje indefinido.
El escritor, tomando su puesto como un «clásico», se convierte en
el imitador esclavo de su creación original...» (84).
Quizá el mayor beneficio que se puede derivar de una aproxi
mación de base folklórica al análisis literario es que puede poner a
la crítica en una perspectiva cultural alternativa. Como ha señalado
Hockett, los críticos literarios «participan en la tradición literaria
occidental, no son meros observadores...» (565). Uno de los rasgos
principales de esta tradición es, como ya hemos señalado, el énfasis
sobre las diferencias individuales. Sin embargo, el hecho evidente de
la innovación ha tendido a oscurecer la identidad entre las narrativas,
y ha llevado a desestimar la validez constante de algunas leyes bas
tante fundamentales de la composición narrativa.
Chomsky (1968:130) ha señalado, respecto a la lengua, un fenó
meno similar:
151
sentación fotográfica de la realidad, parece descartar la posibilidad
de esta cuestión; pero cuando se encuentre ante los ojos de las fu
turas generaciones, en una perspectiva tan lejana como para nosotros
lo está la Edad Media, cuando la síntesis del tiempo, ese gran sim
plificador, haya pasado sobre la complejidad de los fenómenos y los
haya reducido al tamaño de un punto que se pierde en las profun
didades, sus líneas se fundirán con aquellas que ahora descubriremos
nosotros, cuando nos volvemos para contemplar esa lejana creación
poética —y el esquematismo y la repetición se instalarán por todo el
recorrido (Propp, 1968:134).
152
V
Los modelos lingüísticos y el estudio de la narración
153
trido preciso sobre la gramática de la narración hace surgir una
cuestión importante, que precisa de clarificación, a saber: la rela
ción entre el lenguaje (natural) y el discurso (narrativo). Una con
cepción extendida de esta relación la identifica con la de sistema a
proceso (Hjelmslev), o la de competencia a actuación (Chomsky).
Todorov, sin embargo, considera dos estructuras distintas. Mientras
señala en la «Conclusión» que la idea general «descansa sobre la
unidad profunda del lenguaje y del relato...», afirma en el capítulo
introductorio que «el discurso y la lengua... entran en una relación
de equilibrio dinámico: obedecen a una misma estructura de base,
al tiempo que son, por otra parte, nociones claramente diferencia
das y, por así decirlo, asimétricas».
Ésta formulación deja mucho que desear. Se debe clarificar el
hecho de que Todorov limite el objeto de su investigación a la na
rración, caracterizada como aquel aspecto del discurso que puede
evocar un universo de representaciones. Así definida, la narración
es un fenómeno que no está limitado al discurso verbal, sino que
aparece también en las películas, sueños, etc. De esta forma, aun
que estemos tratando del discurso, el interés de Todorov se centra
en el universo evocado por el discurso, no en éste en cuanto enti
dad lingüística. Es decir, extrae unidades desde la naturaleza lin
güística de la narración sin tener en cuenta si una unidad dada
viene representada por una sola proposición o por varios párrafos.
Aunque Todorov hace abstracción del aspecto «lingüístico» de
la narración, en cierto sentido particular, nunca niega que su interés
es más antropológico que lingüístico, es decir, que le interesan más
las acciones que la narración de las acciones. «Pero las acciones "en
sí mismas” no pueden constituir nuestro objeto; sería vano buscar
su estructura más allá de la que les proporciona la articulación dis
cursiva. Nuestro objeto está constituido por las acciones según las
organiza un cierto discurso, llamado relato» (10).
La posición de Todorov quizá parezca paradójica, pero se puede
clarificar recurriendo a la discusión de Barthes (1964a) acerca de la
relación entre semiótica y lingüística. Como es bien sabido, Barthes
invierte la concepción original de Saussure de la lingüística como
parte de una ciencia general de los signos no desarrollada todavía.
La razón de esta inversión es que Barthes piensa que no es seguro
que podamos encontrar un sistema de signos fuera del lenguaje hu
mano (pág. 1). Con más generalidad, Barthes argumenta que «parece
cada vez más difícil concebir un sistema de imágenes o de objetos
cuyos significados puedan existir fuera del lenguaje: captar lo que
rición de la Grammaire, porque en ocasiones abordan temas significativos que
el libro no toca, o no desarrolla adecuadamente; se trata de Todorov (1968a,
b; 1969a).
154
una sustancia significa, es fatalmente recurrir al desglose de la len
gua...» (2). Pero, continúa Barthes, «este lenguaje no es exactamen
te el de los lingüistas: es un lenguaje segundo, cuyas unidades no
son ya los monemas o los fonemas, sino fragmentos más extensos
del discurso que reenvían a objetos o episodios que significan bajo el
lenguaje, pero nunca sin él». Por tanto, la semiótica es aquella parte
de la lingüística «que se ocuparía de las unidades mayores signifi
cantes del discurso».
Estas observaciones se pueden relacionar con la discusión del
mismo Barthes (1964b) sobre los «sistemas vacilantes» de significa
ción; en particular, lo que denomina, siguiendo a Hjelmslev, semió
tica connotativa (130). Este término hace referencia a un sistema de
significación cuyo plano de la expresión está constituido a su vez
por otro sistema de significación. Barthes ilustra esto por medio del
diagrama 1.
DIAGRAMA 1
2 E R C
1 ERG
155
bien todos los sistemas significantes obedecen a la misma gramá
tica» (15).
Todorov idea su gramática narrativa con la forma de las gramá
ticas de primer orden que conoce la tradición europea clásica (cfr. 16).
Construye un sistema de categorías que, combinadas como secuen
cias de proposiciones, constituye «una especie de archi-novela, que,
a su vez, puede permitir una mejor comprensión de una historia
concreta» (18). El sistema de categorías está expuesto en el capítu
lo II, titulado «Étude des propositions». La proposición, unidad
básica de la estructura narrativa, es una acción «indescomponible»,
como por ejemplo Juan roba el dinero, etc. Todorov señala (19)
que la proposición sólo es indescomponible a un cierto nivel de abs
tracción. A un nivel más concreto, cada proposición se puede re
presentar mediante series de proposiciones. En el nivel de abstrac
ción más alto, una proposición equivale grosso modo a una de las
oraciones de la sinopsis del argumento de una historia. La proposi
ción tiene una estructura interna, constituida por las «partes narra
tivas del discurso», que en el análisis de Todorov son tres: nombre
propio, verbo y adjetivo. El capítulo II se dedica extensamente a
la discusión de estas categorías «secundarias»: modos narrativos,
negación y oposición, las comparativas, etc.
La «archi-historia» surge de la discusión de las secuencias (capí
tulo III), series mínimas de proposiciones que tienen un carácter
cerrado, en las que la proposición final es una repetición modificada,
o «transformación», de la inicial. Una secuencia puede constituir
una historia completa, aunque una historia dada suele estar consti
tuida por varias secuencias. Aunque la proposición corresponde más
o menos a la oración, y la secuencia es, de esta forma, una serie de
oraciones, queda la cuestión de si la discusión de las secuencias por
parte de Todorov se puede comparar al tratamiento de la sintaxis
en la lengua. Todorov discute de forma elemental las relaciones entre
proposiciones y sus posibilidades transformacionales para formar un
todo superior.
Y hasta aquí hemos ofrecido, en un resumen global, una visión
por encima del contenido del libro, así como una indicación de la or
ganización de la gramática narrativa de Todorov. A continuación
ofrecemos un examen más detallado de las partes narrativas del dis
curso, para empezar, y de las secuencias, seguidamente. Evaluaremos
la adecuación del tratamiento en relación con su contrapartida en la
gramática de los lenguajes naturales, ya que, como hemos indicado,
Todorov pretende que las nociones de gramática y sintaxis tienen un
significado preciso cuando se aplican a la narración.
A pesar de todo, se hace necesaria en este punto una precaución
importante. Aunque se trate de emplear estas nociones de un modo
156
preciso, Todorov mantiene que «desde luego, no se trata de intro
ducir las observaciones recogidas en el cuadro estrecho de tal o cual
gramática, sino de servirnos, cuando ello sea posible, de una termi
nología conocida, lo que permitirá aproximaciones posteriores» (16).
En particular, una razón para no seguir estrechamente ningún mo
delo gramatical es que el estudio de la narrativa puede servir en
ocasiones para modificar la imagen tradicional del lenguaje tal y
como aparece en la gramática.
En esencia, es correcto presumir que existe una relación entre
las dos gramáticas y que «se comprenderá mejor el relato si se sabe
que el personaje es un nombre, la acción un verbo. Pero se compren
derá mejor el nombre y el verbo pensando en el papel que asumen
en el relato» (84). Sin embargo, existen claras desventajas si no se
basa la gramática de la narrativa en la mejor teoría gramatical de la
que se pueda disponer en un momento dado. Una consecuencia de
la posición de Todorov es cierto eclecticismo que puede resultar de la
falta de consistencia teórica. Consideremos a este respecto la ape
lación de Todorov a la hipótesis de la gramática universal. Como él
mismo señala, podemos trazar la historia de estas hipótesis desde
Protágoras hasta Chomsky. Sin embargo, Todorov la discute princi
palmente a partir de los gramáticos especulativos de los siglos xm
y xiv, los Modistas. Éstos consideraban que todas las gramáticas
eran una porque el universo era uno. Pero, como hemos visto, To
dorov apela también a la unidad de los procesos psicológicos funda
mentales .
Esta diferencia corresponde, grosso modo, a la que existe en
tre los Modistas y los últimos gramáticos de Port Royal. Robins
(Í967:124), aun reconociendo la continuidad existente entre las dos
escuelas, señala algunas «diferencias patentes de actitud». Una de las
principales diferencias es que estos últimos fundamentaban el univer
salismo sobre la razón humana, no sobre el mundo externo, y por
tanto no había lugar en su sistema para las relaciones entre los modi
essendi y los modi intelligendi. Todorov no ignora esta diferencia,
pero, como veremos, su tratamiento de las partes narrativas del dis
curso se sitúa primariamente en la tradición de los Modistas.
Chomsky, el lingüista moderno que quizá haya hecho más por
restablecer el interés hacia la gramática universal, considera a los
racionalistas «cartesianos» como sus antepasados intelectuales y sólo
hace referencia de pasada a los Modistas. Chomsky atribuye el eclip
se de la gramática racionalista a que los gramáticos de Port-Royal
carecían de los recursos técnicos proporcionados en la actualidad
por la moderna lógica matemática, para desarrollar de un modo
efectivo su concepción de la lengua. Podría parecer ventajoso para
Todorov haber adoptado la «modernización» de la gramática uni
157
versal que emprendió Chomsky, sin tener por qué intentar seguir al
pie de la letra su modelo gramatical. En el curso de esta revisión
señalaremos algunos de los empleos donde Todorov podía haber apro
vechado las ideas de Chomsky.
Esto de ningún modo significa una comparación injusta o sin
base, porque hay fundamentos para ver la obra de Todorov en el
contexto de la lingüística chomskiana, aparte de la apelación común
a la gramática universal. Por una parte, Todorov hace referencia a
la noción de estructura profunda (aunque, como veremos, no llega
a desarrollarla); señala que «igual que en la lengua, la gramática
universal se sitúa al nivel de la estructura profunda, que está cons
tituida en este caso por los esquemas narrativos abstractos» (19).
De más importancia: existe una similitud fundamental en las acti
tudes hacia los corpus, en la concepción de las metas de la cien
cia, etc. Todorov afirma que «las narraciones cortas particulares que
encontramos en el Decamerón no serán consideradas por sí mismas,
sino con objeto del análisis de la narración que es una entidad abs
tracta. Cada narración corta particular no es más que la manifesta
ción de una estructura abstracta, una realización que estaba conte
nida en estado latente en una combinatoria de los posibles» (17).
Todorov no intenta describir, sino ver el objeto literario como
una manifestación de «otra cosa»: una estructura narrativa abstracta.
A este respecto, la poética estructural está emparentada con los en
foques psicológicos o sociológicos de la literatura. Todorov argu
menta que una aproximación puramente inmanente a la obra en sí
misma sólo es posible mediante la repetición, palabra por palabra,
de la obra en cuestión. La descripción quizá represente una trans
gresión mínima de la inmanencia. Lo que se intenta hacer es recrear
un simulacro del objeto, producir un sumario que descubra la or
ganización de la obra. Sin embargo, Todorov no considera que esto
sea la tarea auténtica de una ciencia que, en el caso de la literatura,
no se debería ocupar de la literatura real sino de la literatura posi
ble. Es decir, debería existir un interés por desarrollar una teoría
de las potencialidades, de modo que las obras literarias existentes
se pudieran considerar como casos particulares 3.
Las observaciones anteriores presentan una gran reminiscencia
del rechazo por parte de Chomsky del interés de la lingüística es
tructural por la descripción de corpus finitos, en favor de lo que
denomina «adecuación explicativa». Una consecuencia importante
158
para la gramática de la narración en particular y la semiótica en ge
neral es la sustitución del interés en la descripción de un estado
dado de significación por el problema de la producción de la signi
ficación (la sustitución del análisis por la síntesis)4, Sin embargo,
queda la cuestión de si tal sustitución es factible en el estado pre
sente de nuestro conocimiento. Examinaremos esta cuestión a lo lar
go de esta revisión. El hecho de que la gramática generativa se em
plee como criterio de evaluación de la gramática narrativa de Todo-
rov no se debería tomar como la adopción global de la aproxima
ción sintética implícita, a expensas de la analítica.
Retomemos ahora el examen detallado del sistema de las partes
narrativas del discurso que postula Todorov. Su postura se puede
caracterizar grosso modo como la unión del análisis funcional de
Propp con la gramática medieval. Ambos tienen en común una con
cepción semántica de las categorías sintácticas. Los Modistas consi
deraron a las categorías de la lengua como un reflejo de los distin
tos modos de existencia de las cosas, a través del pensamiento como
intermediario. Para ellos, la gramática era una teoría filosófica de
las partes del discurso y de sus modos característicos de significa
ción (cfr. Lyons, 1968:14-16). Las unidades de Propp son «funcio
nes», como Fechoría, Lucha, Persecución, etc., unidades con un
contenido semántico evidente. Para dar cuenta de los cuentos ma
ravillosos rusos, Propp postula treinta y una funciones; éstas se
pueden considerar «verbos narrativos», aunque el mismo Propp no
lo haga así (aparte de señalar que la forma de una obra viene dada
por los predicados, el «tema» por los sujetos y objetos gramaticales).
Todorov tiene una concepción del argumento más analítica que
Propp, y por eso postula solamente tres verbos, designados como a, b
y c y, definidos respectivamente como «modificar una situación»,
«cometer un delito, transgredir una ley» y «castigar».
Podría parecer que los elementos anteriores se deberían consi
derar como elementos léxicos, miembros todos de la categoría gra
matical «verbo». Sin embargo, basándonos en la distinción que traza
Todorov entre los «planos» de la sintaxis y de la semántica^ parece
considerarlos subcategorías de la categoría general «verbo», ence
rrando cada una a su vez un cierto número de elementos léxicos.
Todorov hace esta distinción con base en lo que denomina «Ley de
Propp»: actos idénticos pueden tener sentidos diferentes, y vice
versa (21). Todorov quiere decir con esto que las unidades semán
ticas están distribuidas irregularmente en relación con las sintácti
cas. Por ejemplo, unidades semánticas como «robo», «asesinato»,
'* Cfr. Kristeva (1969:442), que apunta la significación que poseen ciertas
nociones de la gramática generativa chomskiana para el análisis de la narrativa.
Véase también Van Dijk (1969).
159
«adulterio», etc,, pueden tener la misma función sintáctica; sobre
el plano sintáctico existe una sola unidad, el verbo b (cometer un
delito).
Todorov señala que mientras que esta distinción entre sintaxis
y semántica parece incontestable, el hecho de que ambos planos
sean significativos crea un problema. Su solución es postular dos
tipos de significación: sintáctica (sens) y semántica (référence) (22).
La referencia de «matar», por ejemplo, es que nos permite identi
ficar la acción, parafrasearla con otras palabras (relación paradigmá
tica). El sentido (sens) se caracteriza sintagmáticamente; por ejem
plo, el acto de matar se puede definir como «cometer un delito» si
aparece en un cierto punto de la secuencia de acontecimientos que
constituyen el argumento de una historia (cfr. el principio de Propp
para determinar las funciones de un cuento).
Todorov rechaza lo que considera como dos soluciones extremas
al problema de la caracterización del sentido (sens). Una sería iden
tificarlo con la referencia y determinar, por ejemplo, el común de
nominador semántico de todos los delitos del Decamerón. Aun si
lográramos esto, no quedaría determinado el sentido del «delito»,
porque depende de las combinaciones en que puede entrar. Esto
podría sugerir que las consideraciones de sentido son completamente
irrelevantes para hablar de unidades sintácticas. Como apunta el
mismo Todorov, el verbo b se podría definir formalmente como una
acción X que siempre encabeza una secuencia y que va seguida por
una acción no-X en relación causal (23). Todorov rechaza esto como
otra solución extrema, aunque concede que es necesaria la explo
ración de las propiedades formales, y promete hacerlo más tarde
(en el capítulo III, 33 y ss.). Su punto de vista es que tal repre
sentación formal no corresponde a la impresión inmediata que se
obtiene de la lectura de una historia en particular. Además, ello
implica que los nombres de las acciones son puramente arbitrarios
y que se pueden intercambiar libremente.
Se puede cuestionar la concepción de Todorov de los dos planos,
sintáctico y semántico. Lo que llama unidad sintáctica corresponde
más o menos a lo que Propp denominaba función, y las unidades
semánticas corresponden a las acciones particulares que «portan»
o manifiestan una función. El mismo Propp concibió la relación
entre los dos tipos de unidad como una relación entre género y
especie. Dundes (1962b) ha adaptado la terminología ético-émica
del lingüista americano Kenneth Pike y ha etiquetado a las fun
ciones de Propp como motivemas (motifeme), y las acciones par
ticulares que manifiestan alomotivos (allomotifs). Considerado des
de esta perspectiva, no hay dos planos diferentes, sino sólo uno;
confróntese la fonología, en la que los fonemas (unidades étnicas a
160
nivel fonológico) vienen manifestados por medio de los alófonos
(unidades éticas del mismo nivel fonológico).
Veamos ahora otra caracterización que ofrece Todorov sobre es
tos dos «planos». Afirma que en el plano sintáctico las proposicio
nes se descomponen en agente y predicado (con el objeto directo
opcional considerado parte del agente, no del predicado), mientras
que en el plano semántico están descompuestas en las distintas par
tes narrativas del discurso (24). Una vez más, no se trata de dos
planos diferentes de análisis, sino se trata, más bien, de dos modos
diferentes de considerar la sintaxis, ya sea en términos de catego
rías o en términos de configuraciones funcionales de estas categorías.
En la gramática de la oración la relación funcional «sujeto de», por
ejemplo, equivale a la configuración arbórea en la que O domina
inmediatamente a SN (cfr. Chomsky, 1965). Nótese también que
esta caracterización de la sintaxis y la semántica no deja lugar para
las manifestaciones de los «verbos» narrativos, ya que la unidad
sintáctica es ahora «predicado» y la unidad semántica «verbo».
El tratamiento de Todorov de las partes narrativas del discurso
invita a la comparación con la aproximación «nocional» a la defi
nición de las partes del discurso de la lengua. Podemos preguntar
nos si Todorov escapa del todo a la confusión de los gramáticos
tradicionales que ha señalado Lyons (1968:147). Cuando discutían
las partes del discurso entraban en juego dos cuestiones diferentes,
que no siempre supieron diferenciar claramente. La primera se re
lacionaba con las condiciones bajo las que una palabra podía ser
considerada como perteneciente a una clase gramatical en particular.
La segunda tenía que ver con la denominación de las clases, una
vez que se hubieran establecido sus miembros. De acuerdo con
Lyons, en la práctica, estas clases se establecían siempre sobre te
rreno distribucional.
La gramática nocional tradicional no sólo implica el uso de
consideraciones semánticas para el análisis sintáctico, sino también
la suposición de la universalidad de las categorías gramaticales. To
dorov aparentemente considera universales sus unidades narrativas
sintácticas, pero no necesariamente las semánticas. Señala, por ejem
plo, que «no se puede saber con exactitud de qué naturaleza será
una transgresión; pero se puede decir que probablemente será un
adulterio, un robo o un crimen. La constante presencia de estas tres
transgresiones caracteriza el Decamerón en oposición a otros li
bros» (22).
Para empezar, Todorov señala que aunque trata de la estructura
de la narrativa en general y no de un libro dado, «sin embargo, por
el momento, es imposible decir hasta qué punto la estructura puesta
de manifiesto aquí es universal o, por el contrario, propia del Deca-
161
u
merón solamente: haría falta para estudiar esto, en una perspectiva
semejante, muchos otros relatos de épocas, de países, de géneros, de
autores diferentes» (10). Sin embargo, esta cuestión no sería tan
problemática si Todorov hubiera adoptado la conocida distinción
chomskiana entre universales formales y sustantivos: «los universa
les sustantivos... interesan al vocabulario para la descripción de la
lengua; los universales formales incluyen más bien el carácter de
las reglas que aparecen en las gramáticas y los modos en que se
pueden interconectar» (Chomsky 1965:29). Las partes del discurso
definidas nocionalmente en la gramática tradicional constituyen pre
suntos universales sustantivos, al igual que los rasgos distintivos de
Jakobson. Si Todorov hubiera adoptado esta distinción, podría haber
separado más claramente la tarea de describir la gramática del Deca
ra erón de la de proponer una teoría universal de la narrativa.
Hasta el momento sólo hemos considerado los verbos narrativos,
y no hemos dicho nada sobre las otras dos partes narrativas del dis
curso, nombres propios y adjetivos. Todorov los diferencia en tér
minos de denominación y descripción. El nombre propio narrativo
que funciona como agente de la proposición sirve primariamente
para denotar o identificar a un individuo. El contenido descriptivo
es absolutamente mínimo; el agente significa: una persona. Toda la
información descriptiva viene dada por el adjetivo, que forma el
predicado. La denominación y la descripción no aparecen separadas
tan claramente en un lenguaje natural, en el que una palabra dada
puede contener a las dos. Esto explica por qué Todorov no tiene
necesidad de pronombres, nombres comunes o artículos para su gra
mática. Los pronombres son superfluos porque no tienen una fun
ción diferente de la de los nombres propios (cfr. 26). En cuanto a
los nombres comunes acompañados de un artículo, se prestan a un
análisis que distinga sus aspectos denominativo y descriptivo. Con
sideremos una expresión como el zapatero. En el tratamiento de
Todorov sería considerada como una proposición de la forma «X es
un zapatero». (Más exactamente, el nombre común se «reduciría»
a un adjetivo, siguiendo el punto de vista de Hermán Paúl; cfr. 31).
La X mayúscula de la proposición designa el agente (que es siem
pre un nombre propio narrativo). Para Todorov el agente es, de
esta forma, una forma vacía que rellena una casilla vacía como
ocurre con celui en celui qui est courageux.
Esta concepción de agente significa, de algún modo, un empo
brecimiento de tratamiento de las dramatis personae de Propp (y
Greimas). Es cierto que Propp se centró en las funciones, aspectos
invariantes de los cuentos, y más o menos rechazó lo que conside
raba aspectos invariables: las personas portadoras de funciones y
sus características. Sin embargo, Propp presentó una tipología de los
162
personajes, basada en las «esferas de acción» en las que participa
ban: héroe, agresor, etc. Todorov señala explícitamente que con su
concepción de agente puramente formal no existe la necesidad de
una tipología como la de Propp. «Así pues, el agente no es el que
puede realizar esta o aquella acción, sino el que puede convertirse
en el sujeto de un predicado...» (28).
Todorov alude a la noción de esfera de acción; afirma que cuan
do se estudia una historia en particular, se debe tomar en cuenta la
estabilidad relativa de la asociación de un agente en particular con
ciertos predicados (28). En opinión de Todorov, sin embargo, este
problema sólo es pertinente en el caso de la descripción concreta, y
no cuando lo que se intenta es escribir una gramática de la narra
ción. Sin embargo, Todorov en este caso se contradice, ya que pre
viamente (23) ha rechazado una caracterización puramente formal
de las partes narrativas del discurso, porque «una presentación de
este tipo no corresponde a la impresión inmediata que deja la lec
tura de la narración corta».
Consideremos de nuevo la discusión de Todorov (en el capítu
lo III) de la integración de las proposiciones en secuencias. En pri
mer lugar, se ocupa de las relaciones elementales que pueden enta
blar las proposiciones. Cada relación recibe un nombre arbitrario:
«deseo», «modificación», etc. Existen dos clases principales, tempo
ral y causal, cada una con distintas variedades. Estas relaciones tam
bién se pueden agrupar de acuerdo con el papel que juega en las
secuencias, ya sea obligatorio, opcional o alternativo. De la discu
sión de Todorov de las posibilidades distribucionales de las relacio
nes elementales se puede reconstruir una especie de «archi-historia»
tal como se da en el diagrama 2. Se debería reparar en que el
mismo Todorov no hace esto, aunque previamente (18) lo conside
rara como un objetivo
DIAGRAMA 2
r XA ->
rx'An
> Xa > |Y-cX 1
_ Xb_ .Íy cx/_
163
man parte de las proposiciones encorchetadas. Se debe escoger entre
uno u otro de los pares preposicionales; es decir, X-A («el agente
X tiene el atributo contrario al adjetivo A») y X/? («el agente X
comete un delito») no pueden comparecer en la misma oración, y
si se escoge X-A entonces también se debe escoger XA. Esto deter
mina de hecho dos tipos de secuencias denominadas por Todorov
secuencia atributiva y secuencia de ley. (Una terminología alterna
tiva es secuencia de conversión y secuencia de castigo evitado.) El
verbo a sirve para modificar la situación precedente (representada
por el primer miembro del par alternativo), resultando la situación
representada por el segundo miembro del par. En el caso de la
secuencia de ley, por ejemplo, el agente X comete un delito y,
como consecuencia de la acción modificadora, es o castigado (c)
o no castigado (—c) por el agente Y.
Consideremos ahora la segunda relación obligatoria, la de «de
seo», que suele preceder a la modificación (Xa). El deseo lleva
implícita una proposición en modo «optativo». La dificultad para
integrarla en la fórmula radica en que toma una forma diferente
según la situación inicial sea un atributo o una acción; es decir,
se pueden dar cualquiera de las posibilidades mostradas en el dia
grama 3. X o Y desea que X tenga el atributo A; o X desea no
ser castigado por Y.
DIAGRAMA 3
(XA) /X)
O (Y—cX)
opt X
DIAGRAMA 4
"X—A~ "(XA) “ XA ‘
+
op,0 => Xa
_Xb _
(Y-cX) JycX
opt X _
rX —A q HXA = YB)
+ cond/pred
_Xb _
_X(YA) J
1
IYB “XA
írXA
(y —bJ + íY-^xy
Ly a lYcX )
2
cond/pred
166
vemente en términos de un proceso triple de «concretización»:
(1) especificación sintáctica, (2) especificación semántica, (3) repre
sentación verbal. Por (1) se entiende que cada proposición de la
secuencia primaria (la más abstracta) se puede rescribir como una
secuencia, y así sucesivamente. Se supone que las secuencias secun
darias obedecen a las mismas reglas que las primarias. El proce
so (2) es una especie de especificación ulterior de los verbos abs
tractos, es decir, su conversión en formas más precisas; esto se
puede realizar a varios niveles. Todorov sugiere organizar el léxico
tal y como aparece en el diagrama 7, en el que las flechas significan
la posibilidad de sustitución.
DIAGRAMA 7
prisión [ ahorcar
robo 1 cortar el cuello
agravio asesinato ________ ] estrangular ----- —>
rapto \ envenenar
167
a esta posibilidad cuando señala (25) que aunque una expresión
como el zapatero es esencialmente descriptiva, en un texto concreto
puede identificar tanto como un nombre propio.
Pero hay algo más importante que el hecho de que Todorov
rechace la estructura profunda per se, y es que no logre explotar
una importante razón para distinguir en la lengua entre la estruc
tura profunda y la estructura superficial. En el modelo de Chomsky
(1965), las estructuras sintácticas generadas por el componente de
base de la gramática constituyen la entrada para el componente
semántico (interpretativo), mientras que las estructuras de super
ficie derivadas mediante las transformaciones constituyen la entrada
para el componente fonológico. La conclusión es que toda la infor
mación relevante para la interpretación semántica no tiene por qué
estar presente en la forma superficial de una oración; a este res
pecto, un ejemplo corriente es el par John is easy to please, John
is eager to please [J. es fácil de agradar, J. está deseoso de
agradar].
La distinción chomskiana entre estructura profunda y estruc
tura superficial ha sido adaptada al análisis narrativo por Butler
Waugh (1968). Este autor sostiene que la estructura superficial de
una narración está constituida por la secuencia de los acontecimien
tos de la trama; ésta sigue el principio de consecutividad: un
hecho debe preceder al acontecimiento consecuente. La estructura
profunda es un hecho de significado temático, que revela «verda
des profundas y significativas sobre la condición humana» (15).
Debemos recalcar que este uso de los términos profunda y super
ficial difiere de forma sustancial del de la discusión precedente. La
distinción de Waugh corresponde más o menos a la que se ha
planteado entre análisis «paradigmático» y «sintagmático», que ca
racteriza, respectivamente, la aproximación de Lévi-Strauss y Propp
(Cfr. Dundes, 1968). Para la presente discusión, tanto la estruc
tura sintagmática como la paradigmática son «profundas», en opo
sición a la superficial, que equivale a las estructuras de las oracio
nes en particular, del vocabulario, etc. En tanto que una estruc
tura superficial narrativa es distinta del estilo (individual), podemos
decir que está constituida por estructuras sintácticas (en el sentido
chomskiano).
La relación entre los distintos sentidos que pueden adoptar
los términos «estructura profunda» y «superficial» se puede clari
ficar retomando la discusión sobre lenguajes, o sistemas de signi
ficación, de primer y segundo orden. La estructura narrativa de
superficie es de primer orden, mientras que la estructura profunda
narrativa es de segundo orden. La distinción de Waugh entre su
perficial y profundo corresponde más o menos a la que existe entre
168
los planos del contenido y de la expresión en los sistemas de sig
nificación de segundo orden 7. Desde esta perspectiva se puede ver
que la gramática de Todorov no tiene un componente semántico.
Todorov se centra en el plano de la expresión del sistema de se
gundo orden, e ignora el plano del contenido. Sin embargo, se
puede decir incluso que hace hincapié en la estructura profunda, en
cuanto que no presenta interés por la forma en que los esquemas
narrativos abstractos se relacionan con el sistema de primer orden
(«lenguaje natural»)8.
El hecho de que Todorov no tenga en realidad un componente
semántico en su gramática se puede ver oscurecido por su discusión
de los dos planos: el sintáctico y el semántico. Aunque Todorov
da un contenido semántico a las unidades sintagmáticas, esto no
equivale a reconocer un aspecto paradigmático aparte, que es como
postular un «espacio semántico» de n dimensiones, cada una con
valores binarios ( + /—), subyacente a la secuencia sintagmática.
Las unidades sintagmáticas de Todorov son «significativas» sólo en
relación con el sistema de primer orden; pero estas mismas unida
des son signifiant en relación con el sistema de segundo orden.
El significado «temático» (paradigmático) atañe a los signifiés del
sistema de segundo orden.
Lévi-Strauss ha desarrollado extensamente el análisis «temático»
de los signifiés de segundo orden. Hay quien ha sugerido (así, Sper-
ber, 1968:202) que el mito completo constituye para Lévi-Strauss
un signo mínimo, cuyo signifiant es la narración y cuyo signifié es
el significado mítico o temático. Una consecuencia de este punto
de vista es que, en oposición a las primeras teorías simbolistas del
mito, Lévi-Strauss no busca un significado escondido en cada uno
de los términos de la narración (Cfr. Sperber); de aquí viene su
crítica a la teoría arquetípica de Jung, que compara con la creencia
equivocada de que los sonidos individuales pueden expresar un sig
nificado. La lingüística sólo podrá llegar a convertirse en ciencia,
señala Lévi-Strauss (1955), cuando se dé cuenta de que los datos
relevantes los proporcionan las combinaciones de sonidos, y no los
sonidos por sí mismos.
La noción de mito como signo mínimo aparta de hecho la
sintaxis del dominio del análisis del mito. Aunque el significado de
éste puede ser unitario y no lineal, nunca puede, por un cierto
número de razones, ser realizado directamente como una secuencia
7 La noción de Waugh de estructura profunda narrativa está quizá más
próxima a las teorías de la semántica generativa que al modelo chomskiano, en
el cual la semántica es únicamente interpretativa.
8 La afirmación de que Todorov ignora la significación de segundo orden
no es estrictamente cierta; más adelante examinaremos las excepciones.
169
lineal de unidades fonológicas o morfológicas; lo que se necesita,
más bien, es una secuencia compleja de oraciones. Como apunta
Sperber, la estructura mitológica de Lévi-Strauss representada como
un espacio semántico de n dimensiones, carece de ciertos tipos de
información que permitirían construir la narrativa del mito. Esta
información incluiría el orden de las secuencias de acontecimientos
y las relaciones gramaticales entre los términos. Esto es lo que
proporciona de hecho el análisis de Todorov. De esta forma, el
análisis de Lévi-Strauss y el de Todorov son complementarios.
Volvamos ahora sobre la información de que Todorov rechaza
el análisis temático. En otro lugar (1969), hace referencia al pro
ceso de especificación semántica, que antes discutimos junto con
la relación de las estructuras abstractas narrativas con el texto con
creto, en cuanto parte constitutiva de un estudio temático. Para
esto resulta de gran importancia una observación de Maybury-Le-
wis (1969:120), quien dice que Lévi-Strauss «ha demostrado que
existen temas recurrentes en el mito, no sólo en el sentido folkló
rico tradicional de motivos textuales, sino mensajes estructurales
que se pueden expresar mediante la variación de símbolos».
En cuanto que Todorov hace coincidir estudio temático y espe
cificación semántica, se ocupa más de los «símbolos en variación»
que de los «mensajes estructurales» subyacentes. Su capítulo sobre
las partes narrativas del discurso constituye de hecho, primaria
mente, una especie de análisis del contenido superficial de las
historias que comprexide el Decamerón. Consideremos, por ejemplo,
su discusión del verbo b definido en términos generales como «rea
lizar una fechoría, pecar, transgredir una ley» (38). Más específi
camente, «el verbo b nos da una imagen de los pecados canónicos
de la época... La fechoría a distancia más frecuente, ampliamente
explicada e ilustrada en toda su variedad, es la del acto sexual
sobre el que pesa una prohibición cualquiera; el caso más corriente
aquí es el de la mujer que engaña a su marido. ...Estas narraciones
son tan numerosas que nos contentaremos con enumerarlas: II, 9;
III, 4; IV, 1, 9 y 10; V, 10; VI, 7; VII, 1 a 10; VIII, 8;
IX, 6. ...Las otras variantes de este pecado se refieren a las jóve
nes (II, 7 IV, 6; V, 4 y 6; IX, 6), los religiosos (II, 8; III, 1;
V, 2; VIII, 4; IX, 2), las gentes de condición social inferior (I, 4;
III, 2; IV, 5; V, 7)» (39). Este único ejemplo debería bastar
para mostrar el tenor general del capítulo.
Sin embargo, en el libro se presenta otra noción de tema; las
últimas páginas dedicadas a la discusión de lo que Todorov llama
el tema general que domina el universo del Decamerón: el del
cambio falso (77-78). «Se tendrá siempre presente dos elementos:
el sistema del intercambio establecido que gobierna las relaciones
170
de una sociedad; y su ruptura que constituye precisamente el ob
jeto de la narración» (78)9. Todorov, en otro lugar (1969a:76),
al caracterizar la mínima trama completa como un cambio desde
estado de un equilibrio a otro, afirma que para Boccaccio estos dos
equilibrios simbolizan la cultura y la naturaleza, lo social y lo indi
vidual. Los cuentos generalmente se dedican a ilustrar la superio
ridad de la naturaleza sobre la cultura. Esto se reduce a otra forma
de hablar sobre el cambio falso, que atañe a la subversión de las
normas de cambio establecidas.
En la última sección del libro titulada «Structure de la nouvelle»,
se discute el tema del cambio falso. Todorov comienza esta sección
señalando: «Hemos terminado la descripción de los constituyentes
de la narración. Es preciso ahora tratar de abarcar con una sola
mirada el conjunto de las narraciones, considerándolas no ya según
su constitución a partir de elementos más simples, sino como un
todo. Se llegará así a una imagen general del relato, tal como
aparece en el Decamerón. Las observaciones contenidas en este
caso no podrán caracterizar ya una de las narraciones frente a las
otras, sino el conjunto del libro en relación con otros conjuntos
de narraciones» (76).
De esta forma, la concepción que tiene Todorov acerca de la
semántica concierne tanto a los constituyentes de la historia como
al conjunto de las historias. El sugerir que en la gramática de la
narración de Todorov está ausente el componente semántico, esto
no corresponde a la noción de semántica que consideramos. Tal
componente supone el interés por el aspecto semántico de una
historia dada en cuanto unidad de análisis. Antes de desarrollar
este punto debemos señalar que al aspecto sintáctico de la gra
mática de Todorov se le puede formular esencialmente la misma
crítica.
La mayor parte de la discusión de la sintaxis narrativa se lleva
a cabo en términos de secuencia, con sus constituyentes del dis
curso, más que en relación a la historia (en cuanto compuesta de
secuencias). Aunque es cierto que una secuencia puede constituir
una historia mínima, la mayor parte de las historias, señala Todo
rov (61), están compuestas de varias secuencias. Además, en el
interior de una misma historia pueden aparecer secuencias de los
dos tipos: atributivos y de ley. Esta probabilidad de coaparición
171
de los dos tipos de secuencias es otra dificultad de la fórmula
generalizada que antes discutimos, que las presenta como alter
nativas.
Todorov no ignora la cuestión de cómo se pueden combinar
las secuencias para formar un todo superior, aunque esta discusión
(68 y ss.) no añade mucho a la de Propp. Señala que si se combinan
dos secuencias 1 y 2, existen las siguientes posibilidades: 1-2, 1-2-1,
1-2-1-2. La primera recibe el nombre de concatenación; la segunda,
de incrustación; la tercera de alternancia10. No se dice nada, sin
embargo, sobre la discusión de las secuencias atributivas frente
a las de ley.
Dejando de lado cierta atención a las posibilidades de combina
ción de secuencias, la mayor parte del libro de Todorov se ocupa
más de los constituyentes de las historias —las partes narrativas
del discurso y las unidades «oracionales», las secuencias— que de
las historias como unidades en sí mismas. A este respecto, la gra
mática de la narración de Todorov refleja un defecto que Chomsky
(1964:23) ha atribuido a los puntos de vista novecentistas sobre
el lenguaje, que era considerado básicamente como «un almacén
de signos, con sus propiedades gramaticales, es decir, un almacén
de elementos como palabras, frases hechas y, tal vez, ciertos tipos
limitados de oraciones...» Todorov, al igual que Saussure, se
preocupa «de los sistemas de elementos más que... de los sistemas
de reglas...»; no «afronta el problema de presentar el sistema de
reglas generativas que asignan descripciones estructurales a los enun
ciados arbitrarios...» (Ibtd.).
En la gramática generativa de una lengua existe interés por
la oración como unidad en sí misma, pero esto se ve como una
posibilidad entre un conjunto infinito de posibilidades. Este con
junto potencialmente infinito es descriptible en términos de un
conjunto finito de reglas recursivas. Todorov supone que en el
caso de la gramática narrativa existe una situación análoga cuando
escribe «Cada narración particular no es más que la manifestación
de una estructura abstracta, una realización que estaba contenida
en estado latente en una combinatoria de los posibles» (17). Sin
embargo, esta concepción no está en consonancia con la de la «archi-
historia», que implica una estructura fundamental para todas las
historias, quizá con la posibilidad de algunas variaciones estructu
rales limitadas. Se puede decir que Todorov ha caído en la misma
trampa en la que, según Lévi-Strauss (1960a), había caido Propp.
Después del análisis de Propp de los cuentos maravillosos rusos
sabemos lo que éstos tienen en común, pero no podemos decir en
172
qué se diferencian, sin volver a introducir los hechos brutos de
las historias individuales11.
Para obtener una idea de lo que separa la fórmula generalizada
(o «archi-historia») de Todorov de la historia individual, exami
naremos una, analizada por Todorov, compuesta de una sola se
cuencia atributiva, aunque complicada por varias relaciones opcio
nales; se trata de VIII, 1, resumida (en la Tabla de Contenidos
del Decamerón) de la siguiente forma: «Gulfardo recibe prestada
una suma de dinero de Gasparruolo, con objeto de dársela a la
mujer de este último, Ambrogia, por el privilegio de yacer con
ella; más tarde, en presencia de Ambrogia, dice a su marido que
le devolvió el dinero a ella, y ella no puede sino admitirlo» 11
12.
En el diagrama 8 damos la representación estructural de la
historia según Todorov (62).
DIAGRAMA 8
173
discute brevemente desde el punto de vista de la división del argu
mento en datos y solución (76): «el rey oye hablar de la belleza
de una dama; decide seducirla (estos son los datos del problema).
Pero esta dama se defiende tan bien que el rey debe volverse
sin haber obtenido nada (tal es la solución del problema plan
teado)». En la Grammaire hay otras dos referencias a esta historia.
Al discutir las variantes del verbo a, «modificar», Todorov señala
que una de las variantes es ir de viaje, y cita como ejemplo I, 5
(el rey viaja a casa de la marquesa cuando el marido está fue
ra) (37). En lo que respecta a la relación de deseo, Todorov
señala que el deseo puede ser realizado o no; I, 5 constituye un
ejemplo de deseo no realizado (el rey de Francia desea el amor
de una marquesa, pero no lo consigue) (57). A partir de estas
observaciones aisladas puede construir la representación estructural
del diagrama 9, realizado según la correspondiente de VIII, 1 (dia
grama 8).
DIAGRAMA 9
YA + (Y-AUx + Xa = YA
Y 'Marquesa de Montferrat’ A 'virtuoso’
X 'rey de Francia’ a 'acción modificadora’
(Hemos sustituido tener una relación sexual’ por 'virtuoso’.)
174
bos (o sus variantes). El hecho de que la misma historia presente
ambos tipos de análisis significa que las secuencias atributiva y de
ley no son alternativas, sino coexistentes. Todorov reconoce de he
cho esta posibilidad, y la discute en términos de «ambigüedad se-
cuencial», citando a III, 4 como ejemplo: «Esta historia parece ser
a la vez una secuencia de ley y una secuencia atributiva» (67)“.
Pero concluye, «Es extraño que las dos secuencias estén justifica
das tanto la una como la otra, que el equilibrio entre las dos sea
perfecto» (67).
Sin embargo, no es necesario suponer que estas dos estructuras
coexistentes están en equilibrio perfecto. El hecho de que ninguna
de las dos se pueda justificar no obliga a atribuir una estructura
dual para todas las historias. Una de las razones de que Todorov
no postule tal tipo de estructura dual es el hecho de que conciba
el Decamerón como un caso límite de apsicologismo literario (85).
Desafortunademente, esta cuestión, que se discute con algún detalle
en el apéndice «Les hommes-récits», es demasiado compleja para
que la podamos discutir de manera adecuada. Podemos señalar
brevemente que Todorov caracteriza la narrativa apsicológica, en
oposición a la psicológica, como aquella en que las acciones son
«intransitivas», no «transitivas». Es decir, en la narrativa psicoló
gica (transitiva) las acciones no se consideran en sí mismas, sino
como una vía de acceso a la personalidad del que las realiza. La
literatura apsicológica, por el contrario, está centrada en el pre
dicado, y no en el sujeto de la proposición.
La formulación de Todorov sobre la transitividad no sugiere
tanto dos tipos diferentes de escritura como dos modos diferentes
de considerar una pieza literaria dada. Ambos son complementarios.
Como señala el mismo Todorov en otro lugar (1968a: 140), la
forma extractada de un texto real suele asumir más de una función.
Una determinada acción servirá al tiempo para caracterizar a un
personaje, para introducir otra acción, para responder a una acción
anterior. Esta fusión de funciones resulta necesaria para la econo
mía del sistema.
Esto no equivale a decir, y lo debemos recalcar, que la carac
terización tiene siempre igual importancia. Pero siempre existe la
posibilidad de inferir los rasgos del personaje, y es necesario estar
prevenido para no subestimar su importancia. Consideremos a este
respecto las observaciones de Todorov (1968a: 134) sobre los per-
175
sonajes de I, 5, que ya analizamos antes. «El rey y la marquesa
están caracterizados de forma bastante débil; se podrán poner de
relieve dos rasgos, pero ninguno de ellos es, a primera vista, nece
sario para la intriga: el primero es su posición social (el rey es
superior a la marquesa; queda sobrentendido. El segundo es el
hecho de que el rey es un mujeriego y la marquesa virtuosa; pero
estos rasgos, más que constituir la intriga, se desprenden de ella.»
Nos podemos preguntar si estos rasgos carecen realmente de
importancia. Consideremos el comentario con el que Fiammetta
comienza a relatar el cuento a sus compañeras florentinas: «Ya
que estamos tratando de mostrar el poder de las respuestas oportu
nas, se me ocurre, queridas amigas, contaros la historia de una
dama noble que conservó su virtud de palabra y obra, e impidió
que la violara un hombre. Todas sabemos que es de buen sentido
en un hombre dirigir sus afectos a una mujer de rango superior.
También sabemos que en una mujer supone una discreción digna
de tenerse en cuenta el que se guarde de ceder a la pasión de un
hombre de rango superior al suyo.» La historia se concluye con
la afirmación del rey de que «se había encendido neciamente en
la pasión» por la marquesa. De esta forma, la posición social es
importante y está relacionada con el contraste entre discreción
e indiscreción.
El hecho de que los rasgos de los personajes se puedan deducir
de las acciones no está en contradicción con las concepciones de
Todorov acerca de la literatura apsicológica, tal y como desarrolla
esta noción (Cfr. especialmente, pág. 88). Sin embargo, Kristeva
(1969:436) es más explícita a este respecto. Su punto de vista
es que en la literatura épica y popular los rasgos psicológicos o de
carácter obedecen a la ley de no-conjunción (o disyunción). Las
psicologías y caracteres, en cuanto que se diferencian de los per
sonnages de la literatura prenovelística, son engendrados por la
función no disyuntiva del signo. Es decir, la oposición de los dos
términos (positivo y negativo), representando los rasgos del perso
naje, está dominada por un tercero, con lo que resulta una síntesis
ambivalente; por ejemplo, el protagonista de una novela puede ser
bueno-malo, en vez de únicamente bueno o malo15.
Esta es una cuestión compleja que, evidentemente, no podemos
resolver aquí. Sin embargo, debemos señalar que el punto de vista
de Kristeva (que existe una diferencia estructural de base entre
la épica y la novela) tiene importantes implicaciones para la hipó
176
tesis de una gramática universal que controlara todo comporta
miento significativo. Esta autora relaciona los dos tipos de estruc
tura con dos ideologías diferentes, para una de las cuales el modelo
es el símbolo, y para la otra el signo. Se suele decir que el modelo
del símbolo ha caracterizado a la sociedad europea hasta cerca
del siglo xv. Por supuesto, la hipótesis de la gramática universal
no está en contradicción con la existencia de diferencias estructu
rales entre las lenguas; no se deja de lado la posibilidad de una
tipología de las lenguas basada en las características estructurales.
Pero el hecho de postular diferencias estructurales de base relacio
nadas con la época, de modo que impliquen una evolución mental,
ya es otra cuestión.
En la Grammaire de Todorov se hace evidente una concepción
en cierto modo similar. Al enunciar las razones por las que el
Eecamerón constituye un ejemplo privilegiado para el estudio de
la narración, Todorov cita la simplicidad del argumento y afirma:
«Estamos, de alguna manera, en las fuentes de la narración.» Añade,
«Una novela, si obedece al mismo tipo de estructura, presenta, a
causa de la complejidad inherente a su género, dificultades infini
tamente mayores». Todorov no desarrolla cuál es la naturaleza de
esta complejidad inherente. Una novela tiene evidentemente más
extensión que un cuento; pero en su tratamiento de este último
hace abstracción del aspecto lingüístico de la longitud: «Que una
unidad narrativa esté representada por una proposición única o por
varios capítulos, es un hecho que aquí no tendremos en cuen
ta» (16). La diferencia que existe entre una oración y varios párra
fos es la misma, relativamente, que la que existe entre unas pocas
páginas y un centenar de páginas. Si esta es la única diferencia, sólo
significa una dificultad mecánica para el análisis y no presupone
diferencias estructurales de consecuencia.
En otra parte, Todorov (1968a: 143-144) hace referencia al
estudio de Jolies Einfache Formen; la tesis de Jolies, según Todo
rov, es que las formas literarias que se pueden encontrar en las
obras contemporáneas se derivan de las formas lingüísticas por
medio de formas simples intermedias que se pueden hallar, sobre
todo, en el folklore. Para entender mejor las «grandes» obras de
la literatura, es necesario estudiar primero las formas simples antes
de que entren en combinaciones eruditas. Cuando Todorov afirma
que con el Decamerón nos hallamos en la fuente de la narración
no es cierto que realmente tenga en mente la noción jolleana de
formas simples. En cualquier caso, sería extraño para un lin
güista afirmar lo mismo de una lengua tanto si es contemporánea
como arcaica. No existe ningún resto de lenguas «simples» que
177
pudieran ser consideradas como fuente de lenguas «complejas». Ape
lar a las formas simples podría parecer ir en contradicción con la
hipótesis de la gramática universal.
Reconsideremos brevemente a continuación nuestra decisión
inicial de evaluar la gramática de la narración de Todorov en tér
minos del modelo chomskiano de la gramática generativa transfor-
macional. El mismo Todorov afirmó que evitaría incluir sus afir
maciones en el marco de una gramática en particular. Sin embargo,
esta posición parece incompatible con su intento de adoptar seria
mente la idea de una gramática de la narración. Los términos, una
vez separados de un contexto teórico en particular, pierden su sen
tido preciso.
Sin embargo, en este punto de nuestro conocimiento, una apro
ximación sintética (o generativa) y formalizada al análisis de la
narrativa parece muy ambiciosa. Entre los muchos problemas apa
rentemente insolubles está el del paso desde los esquemas abstrac
tos (estructuras subyacentes) hasta los textos concretos. Un enfoque
alternativo más a nuestro alcance —pero que precisaría todavía de
una gran labor de investigación— es el enfoque analítico pleno,
centrado en el análisis individual de las narraciones.
Evidentemente, se pueden hacer muchas objeciones frente a
esta posición. Una de ellas está contenida en la enumeración que
hace Todorov de las ventajas de trabajar con el Decamerórr, esta
obra contiene un gran número de historias y «la recurrencia de las
relaciones es necesaria para que se pueda identificar la estructura...
Por otro lado, no se puede hablar de la estructura de una narración
si nos basamos únicamente en esta narración» (11). Como respuesta
de esto, se puede advertir que una sola historia puede ser analizada
estructuralmente sin compararla con ninguna otra, si es que se presta
la suficiente atención al paralelismo. Todorov afirma que no lo ten
drá en cuenta, aunque señala que el recurso del paralelismo permi
tiría explicar mejor ciertos episodios. Un ejemplo de una situación
en la que resultaría útil recurrir al paralelismo es la discusión de
Todorov de por qué son necesarias las nociones de agente y de
nombre propio (29). Una de las razones es que un agente puede
venir representado al tiempo por varios nombres propios; por ejem
plo, dos personajes cumplen acciones sintácticamente idénticas, aun
que semánticamente sean claramente distintas (por ejemplo, IX, 9)16.
Todorov, y esto debe quedar claro, da algunas indicaciones so
bre posibles aproximaciones alternativas a la que propone origina
riamente. En una sección titulada «Les champs sémantiques», des-
178
pues de su discusión sobre las partes narrativas del discurso, señala
que «Para proceder a una recensión del 'léxico’ narrativo del De-
camerón, hemos partido de la subdivisión de las partes del discurso.
Del mismo modo, es posible partir de esta unidad narrativa que
es la narración particular, y observar los aspectos semánticos de
todos estos constituyentes. Se observa entonces que existe una gran
proximidad en la significación de las unidades aisladas... Los pro
blemas que plantea este análisis son bien conocidos por la crítica
de los temas, o por la lingüística que los estudia a propósito de los
dichos campos semánticos o sinonímicos...» (41).
Aunque Todorov no desarrolla este enfoque, ofrece un breve
análisis «temático» de una historia en particular, IV, 8, que resume
del siguiente modo: «Girolamo, enamorado de Salvestra, va a Pa
rís a instancias de su madre, y a la vuelta encuentra casada a la
muchacha. Habiendo entrado en su casa en secreto, muere a su
lado, y cuando le llevan a la iglesia para enterrarlo, Salvestra muere
junto a él.» Todorov dice de esta historia que «atribuye un valor,
por el contenido semántico de sus verbos, al tema de la distancia.
La distancia máxima (el viaje) no puede matar el amor; del mismo
modo, la distancia mínima (en el lecho de Salvestra) no puede darle
la vida. Sólo la muerte, que introduce una no-distancia hace nacer
el amor, pero el amor significa en este momento la muerte de Sal
vestra» (42-43) w.
Esta breve disensión de una historia en particular es más inte
resante y sugestiva que toda la extensa discusión de Todorov sobre
los constituyentes narrativos que surgen de las historias individua
les. Además, este tipo de aproximación temática se puede ampliar
de modo que dé cuenta de las relaciones entre las historias. Todorov
reconoce esto de hecho: «No solamente se pueden aproximar las
categorías semánticas dentro de una narración, sino también entre
dos narraciones. De este modo, existen narraciones semánticamente
cercanas... Así se podrían establecer series de narraciones que pose
yesen los mismos rasgos semánticos» (43). Esto se puede comparar
más o menos con la aproximación de Lévi-Strauss, que incluye la
permutación de los grupos de mitos.
17 Hay otro examen más detallado de otra historia individual que sigue lí
neas temáticas parecidas: la historia del halcón (V, 9). Todorov discute esta
historia como una de las pocas del Decamerón que no se ajusta al sistema que
explica la mayoría de ellas; se distingue de las otras porque constituye un
ejemplo de «escritura simbólica». Con lo de «contenido simbólico», Todorov
quiere aludir más o menos a la «estructura profunda narrativa» de Waugh y
al «contenido mitológico» de Lévi-Strauss. Todorov afirma que es posible, pero
no necesario, investigar el contenido simbólico de las otras historias, pero eso
quiere decir realmente que no está interesado por el análisis sintagmático.
179
Como conclusión, podemos decir que, evidentemente, existe una
gran cantidad de modos de abordar el estudio de la narración. Aun
que no todos han escogido el mismo camino que Todorov, no cabe
duda de que su obra es una contribución bienvenida al creciente
número de trabajos sobre el análisis estructural de la narración.
180
VI
181
tura narrativa subyacente —que se puede representar mediante una
cadena de acontecimientos funcionales del argumento, junto con los
personajes que juegan ciertos papeles en las acciones— más que
a nivel de la estructura del discurso2. Por aspecto discursivo de
la narración se entiende el lenguaje real con el que la historia
aparece ante el lector (u oyente). El análisis de este aspecto no sólo
incluye el estudio del estilo en sentido estricto (elección de las
construcciones sintácticas, vocabulario, etc.), sino, más generalmen
te, el estudio de las distintas técnicas de narración, entre las que
se encuentra el punto de vista, el tono, el «interpretar» frente al
«contar», etc.
Se puede decir que la estructura narrativa es subyacente y que,
por tanto, se abstrae del texto en cuanto discurso en los siguientes
sentidos. Para empezar, cualquier texto dado clasificado como na
rración no está compuesto exclusivamente de narración, sino que
también contiene partes de exposición y descripción, así como otras
que podríamos denominar de metanarración (o más generalmente,
metadiscurso), es decir, aquella en que el narrador comenta la
narración. En segundo lugar, aunque la narración se suele distinguir
del drama, se da no obstante el caso de que una narración pueda
indicar directamente el habla de sus personajes y este aspecto, por
lo menos, se podría representar sobre un escenario. En tercer lugar,
la narración pura, propia de la narrativa, no está presentada a un
nivel de especificación adecuado. Algunos episodios se pueden pre
sentar minuciosamente detallados, y otros de una manera global
(Cfr. la distinción que hacen algunos críticos entre presentación es
cénica y panorámica).
La principal implicación de todo lo anterior, que no agota ni
mucho menos los rasgos del texto en cuanto discurso, es que un
texto narrativo dado debe someterse a una extensa normalización
antes de emprender un análisis adecuado de la estructura. Entre
las operaciones de normalización necesarias se encuentran las si
guientes. El material narrativo propiamente dicho debe separarse
del descriptivo y expositivo. El diálogo (en estilo directo) se debe
interpretar y reelaborar como acción, es decir: se debe determinar
qué acción representa el habla de un personaje. La narración minu
ciosa y detallada de un acontecimiento o episodio se debe con
densar, mientras que la narración global de otros episodios se debe
182
expandir en ciertas ocasiones para que se pongan de manifiesto los
modelos simétricos.
Se ha prestado una atención relativamente pequeña a las ope
raciones de normalización, que se pueden formular objetivamente en
cierto sentido, basándonos en la manipulación transformacional de
oraciones3. Al análisis que presentamos más abajo no lo precede
ningún intento riguroso de normalización, aunque se ha pretendido
de algún modo presentar la relación entre la estructura abstracta
y el texto (normalizado de manera informal) ofreciendo a la iz
quierda de las representaciones estructurales el material oracional
a las que hacen relación. Cuando se ha condensado alguna parte
—es decir, cuando dos o más oraciones (si, sa, ... su) se han repre
sentado mediante una sola fórmula estructural (X)— lo hemos in
dicado del siguiente modo:
183
DIAGRAMA 1
W busca el pulso de J —
W no lo encuentra ----- - W establece el diagnóstico de 1
W pone su oído en el pecho de J
W no escucha los latidos del corazón
184
La estructura de la narración también se puede disponer Lal y
como aparece en el diagrama 3. (Éste es el tipo de presentación
que prefiere Brémond.)
DIAGRAMA i
Estado de — Posibilidad de
Deficiencia obtener una mejora
(J próximo a (vuelta a Ja vida
la muerte de .1) .
J
Obstáculo para
la superación
(Llanto de W)
1_______
Tarea que se
Proceso Proceso debe cumplir
de de (diversión)
Mejora Superación
del Obstáculo i
Puesta en práctica
de los Medios
(C toca la
, armónica, etc.)
Obstáculo
.. I
Éxito de
superado los Medios
(W ríe, canta)
Mejora
obtenida
(J revive)
186
El primer párrafo de Aceite de perro presenta la situación
inicial, que se puede representar esquemáticamente mediante dos
ciclos narrativos, el de la ocupación de la madre y el de la ocupa
ción del padre (diagrama 4).
DIAGRAMA 4
187
dispositivo está adaptado de Todorov (1969). Una proposición de
la forma [x(Y, Z)]Yopc se debe leer «se podría dar el caso de que
Y estuviera en la relación x con Z» (posibilidad hipotética no de
seada).
Como anteriormente, damos a la derecha las fórmulas estructu
rales (proposiciones); las oraciones de la izquierda no forman par
te de la representación estructural, su objetivo es indicar la rela
ción de las fórmulas con las oraciones normalizadas (informalmente)
del texto en cuanto discurso (véase diagrama 5).
DIAGRAMA 5
188
P prepara un lazo
P se asoma al dormitorio de M
M hace frente a P con un cuchillo
(1) [alabea
(2) [aj a
(3) [a] a
(4) a
*
[]
(5) d a 1 e a” 1
(1) B, M, C’
(2) B. P
(3) B, P
(4) P, M
(5) P, M, c
7 Debemos señalar que el quinto ciclo se volvió a analizar para acentuar esta
simetría. El primer análisis fue el mismo que se presenta en el diagrama 5,
con la excepción de que en vez de la proposición e(M.P, C), aparecía la si
guiente secuencia: a(P,P) + a(M,M) + * d(M,P). El análisis original te-
190
(1) [a] a ’ e a
(2) d a’’1 e a '
191
dieron el hábito del trabajo asiduo...». Habla de la realización de
un deber relacionado con la ayuda a su madre, etc. La prohibi
ción, S2, sólo se manifiesta hacia el fin de la historia, cuando los
padres extreman su celo tras haber unido sus negocios.
Debería quedar claro tras esta discusión que (algunas de) las
funciones empleadas en el análisis sintagmático de Aceite de pe
rro se pueden relacionar fácilmente con los cuatro términos del
modelo constitucional (véase diagrama 7):
DIAGRAMA 7
ayudar obstaculizar
no no
obstaculizar ayudar
DIAGRAMA 8
a (B,P) a (B,M)
a'1 (c’p) á (C,M)
192
La primera proposición representa la situación inicial, en relación a
la actitud de la comunidad con respecto al negocio del padre. Omi
timos la referencia al negocio de la madre por varias razones. El
primer ciclo hace referencia al negocio de la madre, y ningún ciclo
se dedica al negocio del padre antes de la unión. Y algo de mayor
importancia: el cuento se titula Aceite de perro, así que el ne
gocio del padre es central; después de la unión, el negocio del pa
dre sigue siendo prioritario: lo que más interesa es la elaboración
del aceite. El nombre del aceite permanece; sólo cambian los in
gredientes.
Inicialmente, la comunidad no obstaculiza la elaboración del acei
te de perro. Al final del cuento sí. El cambio es el resultado (indi
recto) de las acciones de Boffer; nótese que él es el agente (es de
cir: no es el «paciente») de las dos proposiciones que intervienen
entre el principio y el final. La tercera proposición afirma que Boffer
no ayuda a su padre (cuando arroja el cuerpo a la tina). Se recordará
que en la representación de la estructura sintagmática del cuento
esta proposición se puso en modo subjuntivo. El hecho de que el
padre descubra que el aceite es todavía mejor indica que de hecho
Boffer ha ayudado a su padre. Sin embargo, la acción de Boffer
conduce a la comunidad a prohibir la elaboración del aceite. Po
demos representar este aspecto dinámico como en el diagrama 9.
DIAGRAMA 9
193
13
El análisis del «aceite de perro» ha sido hasta el momento prin
cipalmente de naturaleza sintagmática, que no nos puede decir nada
(directamente) sobre el significado de la historia. Para llegar a un
significado (temático) deberemos interpretar los argumentos de los
predicados (B, P, M, C). Hasta el momento no los hemos dotado
de ningún contenido, sino sólo de etiquetas de identificación (por
ejemplo: M = madre de Boffer). El análisis sintagmático precedente
ha revelado, sin embargo, que para interpretar la historia hemos de
pasar por los significados de los negocios de la madre y del padre,
y por la significación de la unión: el principal contraste es el que
se establece entre antes y después de la unión. De esta forma, P y
M, tal y como se han empleado en el anterior análisis de la es
tructura sintagmática, se pueden considerar representantes meto-
nímicos de los respectivos negocios de los padres.
La interpretación paradigmática de los argumentos hace nece
sario extraer sus respectivos atributos de la secuencia sintagmática
del texto, y ordenarlos en columnas. No trataremos de entender sus
significados aisladamente. La formación de los paradigmas de los
atributos nos permitirá percibir las posibles simetrías que existan en
la oposición de ambos conjuntos. Por ejemplo, el atributo X del ne
gocio del padre debe contar con un paralelo, el atributo X1 o X,
del negocio de la madre.
La crítica que Leach (1970:92) ha formulado recientemente
contra la metodología de Lévi-Strauss resulta de particular interés
para esta cuestión. Leach argumenta que Lévi-Strauss «trata de
hacer sus matemáticas de los objetos sensoriales manipulados dema
siado sistemáticas. No advierte el hecho de que mientras que los sím
bolos que emplean los matemáticos son emocionalmente neutros...,
los símbolos concretos empleados por el pensamiento primitivo están
fuertemente cargados con valores de tabú. En consecuencia, facto
res psicológicos como la evasión y la represión tienden a confun
dir las simetrías lógicas». Pero, en el caso de Aceite de perro,
será importante no permitir que connotaciones extrañas vengan a
oscurecer la percepción de las simetrías u otro tipo cualquiera de
sistemas n.
Volvamos al análisis paradigmático. Podemos ordenar del si
guiente modo los atributos de los dos negocios (véase diagrama 10).11
11 El narrador en primera persona, Boffer Bings, no presenta de forma
neutral los acontecimientos de la historia. Sin embargo, lo que nos interesa
es la estructura narrativa subyacente (histoire), y no la forma en que la es
tructura se presenta ante el lector (discours). Existen muchas pruebas de que
los comentarios del narrador y la actitud .general deben tomarse irónicamente,
de modo que no existe una discrepancia real entre el significado asignado a la
estructura subyacente y el significado que adopta cuando se toma en cuenta
el tono.
194
DIAGRAMA 10
195
dimensiones, Cultura y Naturaleza, la primera de las cuales está
definida por los contenidos asumidos y adoptados, y la segunda por
los rechazados».
Ya hemos sugerido que la oposición principal del cuento (y, por
tanto, su sentido último) no es la que existe entre los dos negocios,
sino la que se da entre las condiciones de antes y después de la
unión13. Para descubrir el sentido de la historia debemos estable
cer antes el sentido de la unión. Esto nos explicará adecuadamente
por qué la unión tiene como consecuencia la actualización de una
prohibición de la comunidad que al comienzo del cuento sólo apa
recía como posible. Los motivos de este cambio no se pueden ex
plicar de manera convincente apelando a cuestiones externas (moti
vaciones y criterios psicológicos válidos tan sólo para el mundo
real: el de fuera de la ficción).
Una posible explicación «realista» es que los padres llegaron a
convertirse en una amenaza para el orden público porque «una ac
tividad absorbente, tiránica, se apoderó de su alma». Para empezar,
la apelación a una presunta amenaza al orden público es insuficiente
en sí misma, porque en la vida real no se toleraría el asesinato de
niños tal y como lo lleva a cabo la madre, aunque sí se tolera en el
cuento. En segundo lugar, la pasión de los padres es un resultado,
no una causa; en realidad, es un epifenómeno de la lógica de una
situación que surge con la unión. En otras palabras: la causa de
que surja la prohibición es estructural, no psicológica.
¿Qué es lo que supone exactamente la unión? Los niños ocu
pan el puesto de los perros, y de esta forma tiene lugar un cambio
de significación, cuya importancia discutiremos más adelante. Por
ahora, bástenos con señalar que en un primer momento los niños se
obtenían de sus madres «a petición», y los perros se recogían y lle
vaban a la factoría. Cuando los bebés (seres humanos, en general),
toman el puesto de los perros, la lógica de la situación hace que
la madre fuera «a recorrer las carreteras y las rutas apartadas de
donde traía niños de más edad, hasta adultos, a jos que había lle
gado a persuadir de que la acompañasen a la aceitería». Esto no
agota el significado de la unión, ni explica, por supuesto, la re
acción de la comunidad. Para explicar este aspecto del argumento
13 Probablemente no es fortuito que el interior de la aceitería se describa
dos veces. Antes de la unión, «no había más iluminación que la luz del horno
que formaba una mancha rojo oscuro bajo una cuba y proyectaba contra la
pared reflejos amarillos. En la caldera, el aceite en ebullición agitaba sus olas
indolentes...» Los colores están modificados, y amarillo connota «salud»; indo
lente sugiere falta de energía. Después de la unión, la habitación se describe del
siguiente modo: «Los fuegos brillaban claros... Uno de los grandes calderos her
vía suavemente, manifestando una misteriosa retención, pareciendo esperar el mo
mento de dar curso libre a toda su energía.»
196
podemos utilizar con provecho la noción de mediación, desarrollada
por Lévi-Strauss.
Lévi-Strauss considera el mito como una herramienta lógica para
superar, o al menos oscurecer, las contradicciones de la sociedad.
En un mito, dos términos opuestos sin intermediario tienden siem
pre a ser sustituidos por dos términos equivalentes que admiten
la presencia de un tercero como mediador (es decir, que combine
los atributos de los dos términos opuestos). (Cfr. Lévi-Strauss, 1955).
Por ejemplo:
Vida
Agricultura
Caza
Guerra
Muerte
Naturaleza
Cultura
Humanidad
Sociedad
Cultura
197
1969:40). La cultura depende de las relaciones que los miembros
de cualquier civilización dada mantengan con el mundo externo. La
sociedad, por otra parte, depende de las relaciones que mantienen
los hombres entre sí. Si por cultura entendemos específicamente
cultura material, objetos manufacturados por el hombre, entonces
es fácil comprobar que el término intermedio combina los atribu
tos de los dos: los vecinos (relaciones sociales) se consideran ma
teria prima para la fabricación de cosas (aceite de perro) para uso
humano.
La sustitución inicial Naturaleza-Cultura por Cultura-Sociedad
necesita algún comentario, sobre todo en lo que respecta a la equi
valencia entre Cultura2 (es decir, el término del segundo par de
oposiciones) y Naturaleza. Lévi-Strauss (1969a) ha opuesto Natu
raleza en términos de elección: lo arbitrario, lo individual, por una
parte, la organización, lo colectivo, por otra. Esta concepción de la
naturaleza corresponde más o menos a la que tenían los capitalis
tas del siglo xix con respecto a las condiciones de la vida econó
mica. Además, intentaban compensar el desorden de la vida eco
nómica con el orden de la vida social. Por tanto, podemos estable
cer la siguiente proporción:
DIAGRAMA 11
Cultura Sociedad
199
Aceite de perro, podemos reemplazar las variables de la fórmu
la anterior por las siguientes constantes:
a = perros f* =; tratar como parte de la cul
tura (material)
b = bebés fy — tratar como parte de la na
turaleza
200
APÉNDICE
201
La maté con eso. Una simple sonrisa, Willy, y la gente de la no
che no lo puede soportar. El sol está ahí. Ellos odian el sol. No
podemos tomarlos en serio, Willy.
—Pero...
— ¡Pero un cuerno! ¡Ya viste los espejos! Y los espejos me
mostraron mitad dentro mitad fuera de la tumba. ¡Me mostraron
las arrugas y la podredumbre! ¡Me estaban chantajeando! La chan
tajearon a la señorita Foley que cedió y se unió a la Gran Marcha
hacia Ninguna Parte, se unió a los tontos que lo quisieron todo.
Es idiota querer tenerlo todo. Pobres condenados imbéciles atraí
dos por la nada como el perro necio que soltó el hueso para mor
der el reflejo del hueso en el agua. Will, tú lo viste, todos los es
pejos cayeron, se fundieron como témpanos en la estación del des
hielo. ¡Yo no tenía piedras, ni rifles, ni puñales, sólo tenía mis
dientes, mi lengua y mis pulmones, y mi desprecio bastó para des
truir esos espejos! Derribé diez millones de tontos asustados y per
mití que un hombre verdadero se pusiera de pie. Bien, ahora ponte
de pie, Will.
—Pero Jim... —Will vaciló.
—La mitad dentro, la mitad fuera. Jim siempre estuvo así. Siem
pre cediendo a la tentación. Ahora ha ido demasiado lejos y quizá
ya está perdido, pero luchó por salvarse, ¿no es cierto. Te tendió
una mano para librarse de la máquina. El combate que Jim comen
zó, tenemos que terminarlo por él. ¡Muévete!
Will se levantó, demorándose.
— ¡Corre!
Will sollozó de nuevo. Papá lo abofeteó, y las lágrimas le sal
taron a Will como meteoros.
— ¡Salta! ¡Baila! ¡Canta!
Papá empujó a Will, lo arrastró, se metió las manos en los bol
sillos y buscó hasta sacar una cosa brillante.
La armónica.
Papá tocó un acorde.
Will se detuvo y miró a Jim. Papá le golpeó la oreja.
— ¡Corre! No mires.
Will corrió unos pasos.
Papá tocó otro acorde, tomó a Will del codo y le hizo mover los
brazos.
— ¡Canta!
—¿Qué?
— ¡Dios, hijo! ¡Cualquier cosa!
La armónica intentó Swanee River.
—Papá —Will se arrastró meneando la cabeza, inmensamente
cansado—. ¡Es una idiotez...!
202
— ¡Seguro! ¡Eso es lo que queremos! ¡Pobre imbécil! ¡Ar
mónica estúpida! ¡Musiquita desafinada!
Papá hizo muecas, se movió en círculos, como una garza baila
rina. Todavía no estaba del todo en la estupidez. ¡Quería meterse
adentro! ¡Tenía que irrumpir en la tontería!
—Will, ¡más alto, más cómico! ¡Oh, infiernos, no dejes que te
beban las lágrimas y que te pidan más! ¡No dejes que te quiten el
llanto, lo den vuelta y se hagan con él una sonrisa! ¡Que la muer
te no levante mi tristeza como bandera! No les des nada, Willy,
¡aflójate! ¡Respira, salta!
Papá tomó a Will del pelo y lo sacudió.
—No hay nada... de gracioso...
— ¡Claro que sí! ¡Yo! ¡Tú! ¡Jim! ¡Todos nosotros! ¡El tiro
al blanco! ¡Mira!
Charles Halloway hizo muecas, guiñó los ojos, se aplastó la na
riz, cabrioló como un mono, bailó un vals con el viento, zapateó en
el polvo, echó atrás la cabeza y le aulló a la luna, arrastrando a Will.
—La muerte es cómica, ¡Dios la confunda! Una reverencia, dos,
tres, Will, el paso ligero. Allá lejos en el rio Swanee... ¿cómo si
gue, Will? lejos, muy lejos, Will, ¡canta con esa voz terrible que
tienes! Voz de niña soprano. Un gorrión en conserva, ¡salta, hijo!
Will saltó, rebotó, las mejillas cada vez más caliente y un esco
zor ácido en la garganta. Sentía como si un globo se le inflara en
el pecho. Papá se llevó a los labios la armónica plateada.
—Allí donde los viejos... —dijo.
— ¡Sigue! —bramó el padre.
Un paso a la izquierda, un trote, un zapateo.
¿Dónde estaba Jim? Jim estaba olvidado.
Papá le hizo cosquillas a Will.
—Las señoras de Camptown cantaban...
—Du-du-da-da —aulló Will—. Du-du-da-da -—cantó ahora, en
tonando.
El globo creció, y ahora le cosquilleaba en la garganta.
—La pista de carreras de Camptown...
—¡Oh-du-dada!
El hombre y el niño bailaron un minué.
Y sucedió en la mitad de un paso.
Will sintió que el globo crecía y crecía.
Sonrió.
—¿Qué? —dijo el padre mirándole los dientes, sorprendido.
Will resopló. Will ahogó la risa.
—¿Qué dice? —preguntó papá.
El globo estalló separando los dientes de Will y echándole la
cabeza hacia atrás.
203
— ¡Papá! ¡Papá!
Will, saltó, le tomó la mano a papá. Corrió de un lado a otro,
gritando, graznando, cacareando.
[...].
Jim sacó la lengua y se la pasó por los labios.
Nadie lo vio. O si alguien lo vio, lo ignoró, temiendo que eso
fuera todo.
Jim hizo todo lo demás. Abrió los ojos. [...]
204
Una tarde, mientras pasaba frente a. la aceitería de mi padre
transportando el cadáver de un niño abandonado que provenía del
taller de mi madre, divisé a un agente de policía que parecía ob
servar mis movimientos con la mayor de las atenciones. A pesar
de lo joven que era, ya había aprendido que ios actos de un agente
de policía, sea cual sea su apariencia, están inspirados por los mo
tivos más reprensibles; por tanto, evité a este representante del
orden introduciéndome en la aceitería por una puerta lateral entre
abierta. La cerré en seguida con llave y quedé solo con el pequeño
muerto. Mi padre se había ido a acostar. No había más ilumina
ción que la luz del horno que formaba una mancha rojo oscuro
bajo una cuba y proyectaba contra la pared reflejos amarillos. En
la caldera, el aceite todavía en ebullición agitaba sus olas indolentes,
lanzando de vez en cuando a la superficie un trozo de perro. Me
senté para esperar a que el agente de policía se alejase, mantenien
do sobre mis rodillas el cuerpo desnudo del niño abandonado, al
que acaricié tiernamente los cortos y sedosos cabellos. ¡Ah, qué
bello que era! Ya a esta edad sentía una verdadera pasión por los
niños, y mientras contemplaba a este querubín sentía nacer en mi
corazón el vago deseo de que la pequeña herida roja de su pecho
(obra de mi madre) no hubiera sido mortal.
Elasta entonces, había tenido la costumbre de echar los niños
al río que la previsora naturaleza había dispuesto justamente para
tal cometido; pero, aquella noche, no osé abandonar la aceitería
por temor al agente de policía.
Después de todo, me dije, si meto a este bebé en el caldero, no
pasará nada. Mi padre no podrá distinguir nunca sus huesos de los
de un perrito, y las pocas muertes que pudieran resultar del empleo
de otro tipo de aceite en lugar del incomparable OI.can. no repre
sentarán nada en el seno de una población que crece sin cesar con
tal rapidez.
En breve, di mi primer paso sobre el camino del crimen e ini
cié una acción que me iba a provocar pesares indecibles al dejar caer
el pequeño cadáver dentro del caldero.
A la mañana siguiente, para mi sorpresa, vi cómo mi padre,
frotándose las manos con satisfacción, nos informaba a mi madre y
a mí el haber obtenido un aceite de una calidad excepcional: tal
era la opinión de los médicos a los que había enseñado unas mues
tras. Añadió que ignoraba la causa de este resultado, ya que los
perros pertenecían a una raza muy ordinaria y los había tratado en
forma absolutamente normal. Juzgué que era mi deber el explicar
lo que había pasado... pero mi lengua se hubiera quedado paraliza
da si hubiera podido prever las consecuencias de mi revelación. De
plorando la ceguera que les había hecho ignorar hasta entonces la
203
ventaja de fusionar sus dos industrias, mis padres tomaron medidas
inmediatas para reparar este error. Mi madre instaló su taller en un
ala de la aceitería, y yo fui relevado de mis ocupaciones anteriores:
ya no se me pidió que hiciera desaparecer los cadáveres de los ni
ños superfinos, y ya no hubo necesidad de mí para que atrajese a
los perros hacia su destino, pues mi padre renunció definitivamente
a utilizarlos, conservándoles, sin embargo, un lugar honorable en el
nombre del aceite. Naturalmente, se podía haber esperado que me
convirtiese, en razón de mi holganza repentina, en un desalmado de
moralidad infame, pero no ocurrió así. La santa influencia de mi
madre bienamada no dejó de protegerme contra las tentaciones que
asaltan a la juventud, y mi padre era diácono en la iglesia... Y de
cir ¡desesperación! , que por mi falta dos personas tan estimables
hayan tenido un tan triste fin.
Habiendo encontrado una doble ventaja en su negocio, mi ma
dre se consagró desde entonces a él con acrecentado celo. No con
tenta con despedazar bajo pedido los bebés inoportunos y super-
fluos, se fue a recorrer las carreteras y las rutas apartadas de las
que traía a niños de más edad, hasta adultos, a los que había lle
gado a persuadir que la acompañasen a la aceitería. Mi padre, a su
vez, emocionado por la calidad superior del aceite producido, ali
mentaba sus cubas con la mayor diligencia. Pronto, la transmuta
ción de sus vecinos en aceite de perro se convirtió en su única pa
sión: una actividad absorbente, tiránica, que se apoderó de su al
ma y reemplazó en ellos la esperanza de ganar el cielo (por el que
estaban igualmente inspirados).
Acabaron por mostrarse tan emprendedores que sus conciuda
danos tuvieron una reunión pública en el curso de la cual fueron
objeto de varias mociones de censura. El presidente de la asamblea
les comunicó que todo nuevo ataque contra la población sería aco
gido con un espíritu hostil. Mis pobres padres abandonaron la re
unión con el corazón destrozado, víctimas de la desesperación y,
estoy convencido, sin estar en la total posesión de sus facultades
mentales. Fuera lo que fuese, juzgué prudente no penetrar con ellos
en la aceitería aquella noche, y me fui a dormir a una cuadra.
Hacia medianoche, bajo el efecto de un impulso misterioso, me
levanté y fui a mirar por una ventana del cuarto de calderas en el
que sabía que mi padre dormía ahora. Los fuegos brillaban claros,
como si la provisión de la mañana hubiera sido abundante. Uno de
los grandes calderos hervía suavemente, manifestando una misterio
sa retención, pareciendo esperar el momento de dar curso libre a
toda su energía. Mi padre no estaba en su cama; en pie, enfundado
en su camisón, tenía en la mano una sólida cuerda en la que prepa
raba un nudo corredizo. Las miradas que lanzaba hacia la puerta
206
de la alcoba de mí madre me hicieron comprender qué objeto se
proponía alcanzar. Mi lengua y mis miembros estaban paralizados
por el terror, no pude ni lanzar un grito de advertencia ni hacer cual
quier movimiento para intervenir. Repentinamente, la puerta de la
habitación de mi madre se abrió sin hacer ruido. Los dos esposos se
hallaron frente a frente, ambos aparentemente muy sorprendidos.
Mi madre iba también ataviada con su camisón, y llevaba en la ma
no derecha el útil de su profesión: un largo cuchillo de fina hoja.
Como su marido, no había podido resolverse a renunciar a la
única ganancia que le quedaba dada mi ausencia y la decisión hostil
de sus conciudadanos. Por espacio de un instante, se quedaron mi
rándose con ojos llameantes, después se abalanzaron el uno contra
el otro en un acceso de furor indescriptible. Comenzaron a luchar
por toda la habitación; el hombre profería juramentos, la mujer lan
zaba gritos inarticulados; ella intentaba golpearlo con su cuchillo,
él se esforzaba por estrangularla con sus fuertes manos. Ignoro du
rante cuánto tiempo tuve el infortunio de contemplar este desagra
dable cuadro de desdichas domésticas, pero por fin, al término de
un encuentro particularmente vigoroso, los combatientes se aparta
ron de pronto el uno del otro.
El pecho de mi padre y el cuchillo de mi madre llevaban las
sangrientas señales de un funesto contacto. Los esposos intercam
biaron una mirada desprovista de amenidad; luego, mi pobre padre
herido, sintiendo sobre él la mano de la muerte, saltó hacia ade
lante sin preocuparse por la resistencia de su adversario, estrechó
entre sus brazos a mi madre bienamada, la llevó muy cerca del cal
dero hirviente y, reuniendo sus fuerzas, que ya le fallaban, ¡se
lanzó dentro con ella! En un instante, los dos desaparecieron aña
diendo su aceite al del comité de ciudadanos que habían venido la
víspera anterior a invitarnos a asistir a la reunión pública.
Persuadido de que estos deplorables acontecimientos me bloquea
ban toda posible carrera honorable en mi villa natal, me fui a ins
talar a la célebre ciudad de Otumxvee, en la que redacto estas me
morias, con el corazón repleto de remordimientos al pensar en mi
acto atolondrado, que ha originado un desastre comercial tan de
plorable.
207
VII
Metodología del análisis estructural de la narrativa
209
14
rá de varios párrafos. Esto significa que la oración (constituyente
de la superficie textual) no es una unidad de la estructura narrativa.
De esta forma, la representación estructural contiene términos o ele
mentos que no están explícitos en la superficie textual. Otra di
ferencia importante es la mayor «objetividad» de las representacio
nes subyacentes, frente a las de la superficie textual. La estructura
subyacente es abstracta (o, más bien, es «no-marcada») desde el pun
to de vista narrativo, que hace relación a los medios que emplea el
narrador para hacernos percibir los acontecimientos de la historia
de un modo determinado. También están ausentes los elementos
deícticos y fácticos, que introducen en la narración aspectos subje
tivos, así como todos los aspectos individualízadores del uso lin
güístico, que constituyen en conjunto lo que se suele conocer como
estilo literario. En la representación de la estructura narrativa de
un cuento de Faulkner, por ejemplo, no existe nada del estilo de
Faulkner. Por último, una de las principales diferencias viene del
hecho de que un texto narrativo determinado pocas veces está
compuesto exclusivamente por narración; es más corriente que sea
una mezcla de rasgos propios de otros tipos de discurso, por ejem
plo, la descripción, el drama, etc.
Para hacer (intuitivamente) la sinopsis de una narración, el in
vestigador neutraliza los aspectos variables del texto que resultan
irrelevantes para su propósito inmediato, y que, de hecho, consti
tuyen una fuente de «ruido» que obstaculiza esta percepción de la
organización narrativa subyacente3. Se podría comparar esta ope
ración inicial con la que lleva a cabo el investigador de anatomía
cuando separa del cuerpo todas las partes no óseas, de modo que
quede al descubierto el esqueleto. A pesar de todo, esta práctica,
aunque se pueda justificar en algunos aspectos, crea una disconti
nuidad entre el texto concreto y la estructura abstracta, lo que
presenta ciertas consecuencias negativas. Aquella de la que nos ocu
paremos en el presente estudio tiene importancia para el desarrollo
de una metodología precisa para el análisis estructural de las na
rraciones. Entendemos por «metodología precisa» aquella «que ex
plicita los criterios mediante los cuales el analista reconoce las ma
nifestaciones de los conceptos que constituyen su marco teórico de
referencia...» (Mathiot, 1970).
A pesar de que podamos decir que algunos investigadores han
prestado poca atención a las técnicas de análisis, sus discusiones no
constituyen una metodología precisa en el sentido antes indicado 4.
3 Esto no significa, ni mucho menos, negar que los rasgos «de textura»
puedan resaltar en ocasiones aspectos significativos de la organización estruc
tural.
4 Esta formulación tiene excepciones notables en la obra de Greimas (1966:
210
Por ejemplo, Lévi-Strauss (1955) ha ilustrado (parcialmente) sus
técnicas emprendiendo un breve análisis del mito de Edipo. Sin
embargo, su punto de partida es una sinopsis del mito, aunque es
evidente que una metodología precisa debe partir de las oraciones
que constituyen el texto. Lévi-Strauss pasa de largo sobre el pro
blema de cómo obtener la sinopsis previa: «la técnica... consiste
en analizar cada mito individualmente, dividiendo su relato en las
oraciones más breves que sea posible...» (1955: 432). Puede exis
tir una cierta tendencia a ignorar el proceso de elaboración de una
sinopsis por causa de su «transparencia»; Fischer (1963:249) ha
señalado que los segmentos de un cuento de mayor extensión que
una oración «se pueden condensar generalmente en oraciones sim
ples por el concurso de nativos inteligentes a los que se Ies ha
dado un rápido resumen de un cuento». La habilidad de resumir
parece ser parte de la «competencia narrativa» de la persona y cons
tituye, de esta forma, un elemento relevante para la explicación.
Esta falta de claridad sobre cómo realizar la sinopsis de una
narración tiene no poca importancia, porque representa aproxima
damente la mitad del trabajo de análisis necesario para obtener la
estructura de una narración. La representación de una estructura
subyacente está próxima (pero no es idéntica) a la sinopsis de la na
rración. La principal diferencia entre una sinopsis preliminar y el
análisis estructural resultante es que la primera es un inventario de
elementos («extraídos» del texto), que están meramente yuxtapues
tos, mientras que el último resulta de una «estructuración» de este
inventario; esta operación supone revelar unos principios de relación,
así como inferir términos que no están explícitamente presentes en
la sinopsis (o en el texto original), y tiene como resultado una con
densación de los elementos extraídos. Obsérvese que en la discusión
inmediata llamaremos a la operación de realizar una sinopsis norma
lización, y a la operación de estructurar, resumen.
En este estudio prestaremos mayor atención a la normalización
que al resumen. Esta desigualdad de tratamiento refleja el hecho de
que la primera operación se puede discutir más explícitamente. La
producción de esta última a partir de la superficie textual se com
plica por la subjetividad y la necesidad de apelar a la intuición. Sin
embargo, nuestro propósito último es desarrollar un conjunto uni
ficado de procedimientos que permitan pasar del texto concreto a
la estructura abstracta. Queremos unir lo que algunos consideran ab
solutamente separado (véase la discusión de esta cuestión en Hen
dricks, 1967:34 y ss.).
211
Al llegar a este punto quizá convenga explicitar las razones por
las que este intento no representa la inversión del intento neo-
bloomfieldiano de desarrollar un conjunto de procedimientos de in
vestigación. Harris (1952), por ejemplo, consideró el procedimiento
de investigación como el que resulta de una representación del cor-
pus compacta y biunívoca; cada categoría que sirve para la descrip
ción de un corpus se identifica con algún rasgo de los datos, y
estos rasgos se relacionan sólo con la categoría X. Ninguna de las
operaciones de análisis lingüístico destruye esta asociación biunívoca.
En el caso del análisis de la narración ya hemos apuntado que
no existe una correspondencia simple entre las unidades de la es
tructura subyacente y los rasgos de la superficie textual. Esto sig
nifica que ninguna representación adecuada de la estructura narra
tiva debe utilizar términos teóricos que no tengan relación directa
con la superficie textual. Estos términos teóricos no se descubren
automáticamente en los datos mediante la aplicación de ciertos pro
cedimientos; deben provenir de una teoría del discurso narrativo.
Conviene recalcar el hecho de que la caracterización anterior de una
«metodología precisa» hacía referencia a un marco teórico preexis
tente. Por tanto, en principio no sólo contamos con un texto narra
tivo y un conjunto de procedimientos, sino también con un sistema
de términos teóricos °.
Nuestro propósito se puede comparar más exactamente con la
labor de los lógicos que tratan de convertir el lenguaje cotidiano en
fórmulas lógicas. (Esta analogía es particularmente adecuada porque,
como veremos, hacemos uso de algunas convenciones de notación
de la lógica simbólica cuando representamos la estructura narrativa).
No hay una relación simple entre los símbolos lógicos y los elemen
tos de la estructura oracional de superficie. Pero, como ha señalado
Janet Deán Fodor (1970:207), aunque nunca se han formulado re
glas explícitas de traducción que relacionen las oraciones de una len
gua natural con fórmulas lógicas, generaciones enteras de estudian
tes del curso de introducción a la lógica han captado el arte de la
traducción. Este hecho sugiere, como señala la autora, que debería
ser posible la formulación de reglas explícitas de traducción.
A continuación esbozaremos la naturaleza de la estructura sub
yacente, antes de volver a consideraciones puramente metodológicas.
Se suele postular que la estructura subyacente de cualquier narra
ción está compuesta por dos subestructuras, a las que denominare
mos, respectivamente, sintagmática y paradigmática. La primera equi-
5 Nuestro enfoque, que se ocupa de la descripción de los textos individuales,
podría parecer neo-bloomfieldiano porque se centra en corpus finitos más que
en reglas generativas. Contestar adecuadamente a esta posible crítica requeriría
un artículo aparte.
212
vale al argumento, y la segunda a los personajes (y tema). La es
tructura paradigmática está compuesta por los elementos en opo
sición, lo que se puede especificar mediante una matriz de rasgos
binarios. Los dos elementos constituyen conjuntos o agrupaciones de
todas las dramatis personae del argumento (con la posible excepción
de ciertos personajes «intermedios» que no pertenecen a ninguno de
los dos conjuntos). En otras palabras: suponemos que todos los
personajes que aparecen en una narración están polarizados, y que
en esta polarización radica la significación temática de la narración.
Podemos asignar a cada conjunto de personajes (en cuanto elemen
to de la estructura paradigmática) una etiqueta temática, opuesta
polarmente a Ja que asignamos al otro conjunto. Entre las etiquetas
que pueden aparecer se encuentran Vida-Muerte, Naturaleza-Cultura,
Pasado-Presente, etc. Esto tiene como consecuencia que el autor no
puede formular directamente ningún enunciado temático, si no es
por medio de los contrastes (cfr. la noción saussureana de oposición,
y su ejemplo [1922:122]: «ce n’est pas Gaste qui exprime le plu-
riel, mais l’opposition Gast: Gaste»),
El argumento es el aspecto dinámico de la narración, en oposi
ción a la naturaleza estática de los contrastes entre personajes. El
propósito fundamental del argumento es posibilitar la interrelación
de los personajes, sobre todo mediante la unión del protagonista y
antagonista en situaciones donde ambos tienen algún interés. El ar
gumento es dinámico porque supone la «extensión» o temporaliza-
ción del conflicto espacial (paradigmático) de modo que se produzca
un movimiento hacia un punto superior de interacción conflictiva
que concluye con un cambio en la configuración de los personajes;
o, más exactamente, con la inversión de la situación inicial. Esta
terminología es más o menos tradicional, pero se puede precisar
más utilizando algunas nociones elementales ligadas al estudio del
grupo de Klein en matemáticas (véase Barbut, 1970) y a la noción
de «transformación narrativa» desarrollada por Greimas (1966: 211).
En este contexto tiene una importancia inmediata el problema
de cómo representar la estructura de la narración, en su doble as
pecto paradigmático y sintagmático. Nuestra propuesta es emplear
predicados lógico /«-arios (0<mE2), así como un conjunto de argu
mentos. Los argumentos son variables, es decir: no denotan indi
viduos específicos {dramatis personae), sino los conjuntos de perso
najes de la estructura paradigmática (así como sus etiquetas temá
ticas). Podemos aludir a éstos —con una terminología temáticamen
te neutral— como protagonista y antagonista.
fínicamente utilizaremos los predicados monarios para represen
tar el conjunto de rasgos en el que se puede analizar cada elemento
de la estructura paradigmática. Los predicados binarios se utilizan
213
exclusivamente para representar la estructura sintagmática (el argu
mento). Si consideramos al argumento como el paso de una situa
ción a otra, y entendemos por «situación» la interrelación de los
personajes en un momento dado, entonces, la situación así definida
equivale a un predicado lógico con dos argumentos. Una represen
tación del tipo x (Y, Z), consistente en el predicado binario x y los
dos argumentos Y y Z, se debe leer «el protagonista Y está en la
relación x con el antagonista Z»67.
Este tipo de representación de la estructura narrativa mediante
proposiciones lógicas es independiente de cualquier lengua dada y
de cualquier sistema de partes gramaticales del discurso. Para el in
glés, por ejemplo, los argumentos corresponden a nombres propios
(o, en ocasiones, a nombres de grupo como comité, delegación, et
cétera) que tengan el rasgo [ + humano] ’. Los predicados monarios
corresponden a nombres o a adjetivos (sólo en su función predicati
va, en sentido gramatical). Los predicados binarios corresponden a
verbos transitivos. De esta forma, una unidad de la estructura na
rrativa tendrá la forma gramatical Npr + Vtr + Níir (pr = «propio»;
tr = «transitivo»). Es muy importante recalcar que esta representa
ción gramatical no es una forma lingüística superficial. Es decir, una
oración de un texto no tiene esta forma cuando aparece ante los
ojos del lector. Estas construcciones constituyen la representación
de la estructura narrativa subyacente, y las llamaremos oraciones
idealizadas 8.
214
De esta forma, en la representación subyacente aparecen sólo
dos tipos de oraciones (idealizadas): oraciones transitivas con agen
te y paciente humano y oraciones atributivas (predicativas), cuyo
«paciente» es un nombre humano. Evidentemente, en la superficie
textual se pueden encontrar muchos más tipos de oraciones. Por
tanto, al desarrollar una metodología, nuestra tarea central será
describir las características superficiales del discurso narrativo. Las
diferencias que existen entre las oraciones idealizadas y las que se
encuentran en la superficie textual no se deben a factores de estilo
individual, sino que son un reflejo de las distintas técnicas de na
rración. Por tanto, nuestra tarea será, más específicamente, por una
parte relacionar las distintas técnicas narrativas con sus dispositivos,
y por otra parte con los recursos gramaticales de la lengua en cues
tión. Una consecuencia de esto es que no podemos hacer uso de la
gramática de la lengua, porque no distingue entre rasgos lingüísti
cos con relevancia literaria —es decir, los que sirven para mani
festar conceptos críticos— y sin ella. De esta forma, necesitamos
ciertas extensiones o ampliaciones de la gramática para describir
adecuadamente la lengua de los textos narrativos.
Sin embargo, no es el caso de crear categorías ad hoc, sin re
lación con la gramática de la lengua, para describir el lenguaje de
determinados textos. Se trata más bien de establecer nuevos grupos
con las categorías o construcciones ya existentes. Estos nuevos gru
pos se obtienen dando preferencia a los componentes funcionales de
una narración que cuentan con una denominación literaria tradicio
nal, y tratando de especificar los distintos medios lingüísticos que
manifiestan o sirven a esta función. Normalmente existirá una rela
ción multívoca entre la función literaria (dispositivo) y su manifes
tación lingüística. (Más adelante daremos algunos ejemplos. Para
una discusión más detallada, véase Hendricks [1967:33 y ss.].) De
bemos recalcar que existen ciertas construcciones superficiales que no
tienen ninguna relación en absoluto con la representación subya
cente. Esto se debe a que los textos que se incluyen en el género
narrativo raras veces están compuestos únicamente de narración, la
mayor parte tienen ciertos aspectos de otros tipos de discurso, por
ejemplo, la descripción. En la representación subyacente de un con
junto narrativo no existe representación, ni otros aspectos.
Hasta ahora no hemos indicado que la unión de ciertas agrupa
ciones superficiales en un pequeño número de conjuntos (tipos) no
cial lingüística (ni tampoco con la estructura profunda lingüística). Otra posi
bilidad es simplemente considerar las dos representaciones como variantes
notacionales del mismo nivel estructural. Desde un punto de vista práctico, la
notación lógica se presta mejor a la manipulación analítica; es conveniente
también distinguir entre nombres propios particulares y argumentos variables.
215
elimina la disparidad entre formas idealizadas y formas superficiales.
Esta disparidad tiene ciertas consecuencias metodológicas, y la agru
pación en tipos facilita la formulación de las operaciones que per
miten el paso de la superficie a la representación subyacente. La
principal consecuencia metodológica de esta disparidad, sobre todo
la que resulta de la mezcla de géneros, es que el texto narrativo
debe ser objeto de una amplia «normalización» antes de que se pue
da emprender el análisis de la estructura narrativa propiamente dicha
(es decir, antes de que se pueda emprender la operación de «resu
men»)9. De hecho, la sinopsis del argumento, de la que parten la
mayor parte de los analistas, es una especie de forma normalizada
del texto, f
Consideremos de nuevo los tipos superficiales de oraciones de
interés inmediato para las operaciones preliminares de normalización.
Todas las distintas estructuras oracionales que pueden aparecer en
superficie se pueden agrupar en dos amplias clases o tipos: los
enunciados de acción y los enunciados de descripción. La caracteri
zación gramatical de estos dos tipos se basa en el análisis secuencial
de Harris (1962). En general, los enunciados de descripción consti
tuyen un grupo de modelos oracionales cuyos verbos tienen un com
plemento subjetivo; por ejemplo, ser, parecer, asemejarse, etc. Si
guiendo la clasificación de Harris, el «objeto» de estos verbos (D)
puede ser: N; Adj; Prep -T N (por ejemplo, está en clase);
Adj + Prep + N (están cansados por el calor); Adj + para +
+ V + D (estamos listos para partir), etc. Entre los verbos de tipo
copulativo se encuentran aquellos que, como shine [brillar] y loom
[lucir)], pueden llevar adjetivos predicativos (por ejemplo, The
moon shone bright). También podemos considerar como enuncia
dos de descripción aquellas oraciones en las que have tiene el sentido
de «poseer, mantener o contener como parte constituyente una ca
racterística, atributo o rasgo asociado».
Todas las oraciones que no entran en los enunciados de descrip
ción se consideran pertenecientes al grupo de los «enunciados de
acción». El caracterizar a los enunciados de acción como aquellos
que no son enunciados de descripción se debe a motivos de econo
mía, porque abarcan una clase más diversa de construcciones oracio
nales que los enunciados de descripción. Si dejamos de lado las va
riedades que vimos en los enunciados de descripción, entonces la
216
clasificación de los de Harris (1962) se puede aplicar a los enunciados
de acción. Debemos señalar que en la expresión «enunciados de ac
ción» la palabra acción no se debe tomar en el sentido habitual del
término; es decir, no todos los modelos tienen una importancia se
mántica constante. De hecho, puede parecer a primera vista que
algunos de ellos son descriptivos, por ejemplo, Aí<?ry se parece a
Sue. Discutiremos esta cuestión más adelante. Sin embargo, debe
mos recalcar que esta división en dos tipos de enunciados tiene por
objeto facilitar la operación de normalización previa, y es de desear
que esta operación sea todo lo mecánica que sea posible, apelando
sólo en lo indispensable al juicio del investigador. En fases poste
riores del análisis pueden aparecer las precisiones que sean nece
sarias.
Cada tipo de enunciado tiene varios subtipos. Antes de discu
tirlos será necesario tratar de algunas de las operaciones previas de
normalización. Esto se debe a que los subtipos no se delimitan a
partir de Jas características gramaticales de las oraciones constitu
yentes de la narración, sino en relación a estas mismas oraciones
una vez que han sufrido ciertas operaciones de normalización (cuyo
efecto, sin embargo, es relativamente pequeño).
Realmente, la primera operación de normalización es reempla
zar las expresiones anafóricas por sus referentes. Suponemos que
esto se puede lograr intuitivamente sin gran dificultad; en Hiz
(1969) se puede encontrar una discusión de las posibilidades de
formalizar este procedimiento. Aunque las oraciones idealizadas que
representan la estructura subyacente contienen únicamente nombres
propios humanos (o más raramente nombres de grupo), en cualquier
narración el lector se encontrará con que éstos han sido sustituidos
en ciertas ocasiones por otras formas. No todas las realizaciones al
ternativas de Jos nombres serán pronombres; en muchas ocasiones
serán sintagmas nominales de distinto tipo, que puede variar desde
la forma articulo + N hasta nombres con elementos pospuestos y
antepuestos, por ejemplo, el (hombre) joven, la chica del paraguas,
etcétera. Si estas expresiones son sustitutos anafóricos, los adjetivos
tienen función identificadora, no descriptica (predicativa). La fun
ción de estos sintagmas que denotan individuos sólo se diferencia
de los nombres en que tienen una estructura interna. (Para esta
cuestión, véase Bellert, 1970; Gleason, 1968; Palek, 1968).
La siguiente operación de normalización es sacar del texto todos
los enunciados de descripción, dejando sólo los de acción. Esto tiene
por objeto clarificar el desarrollo del argumento y las correspondien
tes interrelaciones de los personajes. Para esta operación sirve de
guía la caracterización gramatical de estos dos tipos, que ya vimos
217
más arriba Está comprobado que los enunciados de descripción
se pueden separar del texto más o menos mecánicamente, quedando
una secuencia coherente de acontecimientos arguméntales; en otras
palabras, al realizar esta operación la historia no queda desintegra
da. Puede parecer que esto va en contra de la noción de unidad
orgánica, pero debemos resaltar que este resultado no va contra la
doctrina aristotélica de la unidad, tal y como aparece en la Poética;
confróntese Lord, 1964.
Todas las operaciones analíticas subsiguientes se centrarán exclu
sivamente en los enunciados de acción (y sus subdivisiones), ya que
los enunciados de descripción no tienen relación alguna con la es
tructura narrativa subyacente. Es decir, no son la manifestación
superficial de las formas preposicionales monarias. Los enunciados
de acción son la manifestación de las formas preposicionales mona
rias y binarias. Esto es una consecuencia de la naturaleza de la fic
ción narrativa, en la cual el personaje (y el tema) «viene dado»
por la acción, y no está enunciado directamente por el autor. Es de
cir: los temas y Jos rasgos de los personajes se deben extraer de la
acción del argumento. (Debemos admitir que no todas las ficciones
narrativas son de esta naturaleza; sin embargo, si queremos dar
cuenta de todo el espectro narrativo sólo lo lograremos ampliando
el modelo propuesto de modo que permita a los predicados mona-
rios manifestarse ocasionalmente por medio de enunciados superfi
ciales de descripción.) Los enunciados superficiales de descripción
de una narración sirven para indicar el conjunto físico y para deli
near los atributos físicos de las dramatis personae, porque éstos, a
diferencia de los rasgos psicológicos, generalmente no se pueden ex
traer de la acción (pero véase más abajo en lo que respecta a la ca
lificación). Otra posible función de los enunciados de descripción es
la de marcar los límites entre los principales segmentos de la trama.
La operación de extraer los enunciados de acción del texto se
puede comparar a la de extraer los núcleos de las oraciones, como
en Harris (1962); por ejemplo, el núcleo de la oración Hoy los ca
miones automáticos de la fábrica que acabamos de visitar suben el
carbón por la rampa sería los camiones suben el carbón. Los otros
elementos son adjuntos (a izquierda y derecha). En el caso de las
narraciones podemos considerar a los enunciados de descripción como
«adjuntos» de los de acción.
El que hayamos apelado al análisis de oraciones para la extrac
ción de los enunciados de acción no se debe a una mera analogía,
218
ya que no todo el material descriptivo aparece en las oraciones con
la forma gramatical de los enunciados de descripción; es decir, un
enunciado de acción puede tener adjuntos descriptivos, por ejemplo:
El cortés joven ayudó a la anciana y débil señora. Desde el punto
de vista de la gramática transformacional, los adjetivos cortés, an
ciana, etc., de hecho son oraciones incrustadas (cuya forma grama
tical se puede identificar con la de los enunciados de descripción),
como El joven es cortés, La señora es anciana, etc. Sin embargo, no
necesitamos aplicar el análisis transformacional para obtener, en for
ma «pura», los enunciados de descripción subyacentes, sino que po
demos extraer los adjuntos descriptivos del mismo modo que en un
análisis de la secuencia oracional, dejando el núcleo el joven ayudó
a la señora.
El hecho de que la noción de adjunción de Harris no permite
diferenciar entre los enunciados de descripción incrustados y los enun
ciados de acción es algo que complica la cuestión. Consideremos la
oración Al entrar en la casa, John fue detenido por los vecinos. Si
la analizamos en constituyentes, al entrar en la casa y por los veci
nos se considerarían adjuntos, sin los cuales quedaría el núcleo
John fue detenido. Este análisis no sirve para nuestros propósitos,
porque, por dar una razón, el adjunto al entrar en la casa es una
«acción», que forma parte de la secuencia de acontecimientos que
constituyen el argumento. En términos transformacionales tenemos
una oración simple incrustada, John entró en la casa, clasificable
como enunciado de acción. Por tanto, no podemos ceñirnos al aná
lisis secuencial de Harris al extraer del texto el material descriptivo.
Sin embargo, bastará con tener cuidado en considerar como adjun
tos sólo aquellas secuencias oracionales que realmente constituyan
enunciados de descripción incrustados 11.
Aunque la extracción de los enunciados de acción (o de los de
descripción) quizá sea la más objetiva de las operaciones de análi
sis, esto no quiere decir que sea una tarea completamente mecánica;
no podemos eliminar del todo la necesidad de las decisiones ad hoc.
Al examinar el siguiente fragmento del cuento de Faulkner Una
rosa para Emily indicaremos de pasada algunos de los problemas.
El viejo Negro les recibió en un oscuro vestíbulo del que partía una
escalera que se hundía en una penumbra todavía mayor. Olía a polvo
y a abandono, un olor a cerrado y a húmedo. El Negro les condujo
a la sala. Estaba ocupada por muebles pesados, tapizados en cuero.
219
Cuando el Negro abrió las persianas de una ventana pudieron ver
que el cuero estaba cuarteado, y cuando se sentaron, entre sus pier
nas se elevó perezosamente un polvo oscuro cuyas partículas giraban
lentamente en el rayo del sol. Delante de la chimenea, sobre un ca
ballete que alguna vez estuvo barnizado, pero que a la sazón se en
contraba deslucido, había un retrato a lápiz del padre de Miss Emily.
Todos se levantaron cuando ella entró. Era una mujer gorda, pe
queña, con una cadena fina de oro que descendía sobre su pecho y
se perdía en el cinturón, apoyada sobre un bastón de ébano rema
tado con una cabeza de oro deslustrada. Su esqueleto era pequeño
y delicado, y quizá por esta razón lo que en otra persona habría sido
únicamente corpulencia, en ella era obesidad. Parecía hinchada,
como un cuerpo largo tiempo sumergido en agua estancada, y con
la tez pálida. Sus ojos, perdidos entre las abultadas arrugas de su
rostro, parecían dos trozos de carbón hundidos en una masa, cuan
do se movían de un rostro a otro mientras los visitantes exponían
su mensaje.
Ella no les pidió que se sentaran...
221
anteriores operaciones de normalización aseguran resultados unifor
mes al reconocer estas subdivisiones, porque el criterio básico de
clasificación es el número de nombres propios (dramatis personae}
que están explícitamente presentes en la narración. Según este cri
terio, podemos establecer tres subdivisiones de los enunciados de
acción, que designaremos como O, I y II. En los enunciados de
tipo O no está presente ninguna dramatis persona (N^); por ejem
plo, El sol se levantó; El viento agitaba las hojas. En los enuncia
dos de tipo I está presente un N^; por ejemplo, El sheriff mandó
una nota a Emily12.
A su vez, tanto el tipo O como el tipo I se subdividen en dos:
implicativo y no implicativo. Un enunciado implicativo es aquel en
el que existe una base gramatical (más que semántica) de la que se
infiere la existencia de una dramatis persona (es decir, la adición
de un N™ al enunciado) que no está presente de un modo explícito.
Veamos algunos enunciados de acción del tipo I.
La forma pasiva de (i) proporciona la base para decir que hay una
segunda persona en el enunciado: el sujeto de la oración activa co
rrespondiente, que en la pasiva se ha suprimido opcionalmente (John
fue empujado por SN). El ejemplo (ii) también es implicativo por
que se puede decir que devolver es un verbo al que están asociadas
de forma inherente dos dramatis personae (emisor y receptor), aun
que ambas no tienen por qué estar expresadas necesariamente.
Cfr. la noción de Halliday (1970) de lo que él llama «funciones in
herentes». Cita como ejemplo la oración Roderick golpeó al coco
drilo. Se suele decir que golpear es un verbo al que está asociado un
«rol» instrumental, aunque, como en la oración anterior, no siempre
se expresa. Sin embargo, en el ejemplo (iii) no existe implicación
gramatical de una segunda persona 13. Cualquier implicación intuitiva
222
proviene probablemente de la estructura semántica de la palabra
carta. Por último, en el caso de (iv) no parece existir ninguna base,
ni semántica ni gramatical, para decir que está implicada una se
gunda persona. Por tanto, se clasifica como un enunciado de acción
no implicativo tipo I, como ocurre con (iii). Veamos ahora breve
mente la distinción implicativo/no implicativo aplicada a los enun
ciados de tipo O.
“ Nótese que el salto que damos al inferir (i) de (ii) es mayor que el que
existe al inferir de Emily ya no salía que Emily estaba «recluida». El primer
caso sólo incluye la adjetivación del nombre.
224
«interpretar» un entorno físico, más que hacer avanzar al argumen
to. Quizá sea más exacto decir que esto es cierto únicamente en lo
que respecta a los enunciados no implicativos de tipo O, ya que un
enunciado implicativo como El timbre de la puerta sonó puede ser
vir para hacer avanzar al argumento.
Aunque en cierto sentido puede parecer que los enunciados de
acción no implicativos del tipo O y I tienen la función de «descri
bir», esto no supone la necesidad de modificar nuestra división ori
ginal en enunciados de acción y de descripción. Sí así fuera, ya no
podríamos explicar por lo menos un aspecto de la distinción entre
«interpretar» y «contar» que formulan los críticos.
Una vez explicadas todas las operaciones de normalización, ya
podemos pasar al estvJm de las operaciones de resumen. Antes de
todo, debe estar perfectamente claro que la normalización es sola
mente un paso preliminar, aunque extremadamente importante, para
el análisis de la estructura narrativa. No podemos esperar llegar a
las formas idealizadas de la estructura subyacente únicamente a tra
vés de la normalización; también son necesarias las operaciones pos
teriores de resumen. El resumen es una operación más poderosa que
la normalización, pero también es más subjetiva y no está ligada tan
estrechamente a la forma gramatical. Sin embargo, como veremos,
podemos discutir sobre base gramatical por lo menos un aspecto
importante de las operaciones de resumen. Aunque en el análisis de
la narración quizá nunca se pueda mantener, en principio, la objeti
vidad completa, sería prematuro trazar la línea a partir de la cual
comienza la imposibilidad a priori de la subjetividad.
La operación de resumen tiene dos sub-etapas principales, que
corresponden a los dos aspectos de la estructura de la narrativa.
El resumen paradigmático comprende el agrupamiento de los perso
najes en conjuntos opuestos a los que se les asignan etiquetas temá
ticas. Como hemos discutido en otro lugar (Hendricks, 1970), los
procedimientos que seguimos aquí —derivados de los que emplea
Lévi-Strauss (1955) en su ilustrativo análisis del mito de Edipo—
no añadiremos nada más sobre el resumen paradigmático.
El resumen sintagmático produce una representación de la es
tructura del argumento. Un paso preliminar es la escisión de todos
los enunciados de acción «no funcionales», en un sentido próximo
al de Propp (1968). Estos enunciados manifiestan, en parte, nocio
nes literarias como la anticipación, la recapitulación, etc. Veamos,
por ejemplo, el primer párrafo de Una rosa para Emily:
225
15
sidad de ver el interior de la casa, que nadie, excepto un viejo sir
viente, combinación de jardinero y cocinero, había visto por lo me
nos hacía diez años.
226
del objeto directo puede estar ocupada por algunos nombres comu
nes (inanimados). Si este es el caso, uno de los nombres podría
aparecer como complemento indirecto (por ejemplo, Mandaron a
Emily la notificación de los impuestos) o como modificador pose
sivo (por ejemplo, Sartoris remitió los impuestos de Emily), etc
Todos estos tipos de oraciones se deben agrupar en una sola cate
goría, la de los enunciados de acción mediatos tipo II. Los enun
ciados en los que aparecen dos nombres propios como sujeto y ob
jeto, sin que estén presentes otros nombres, se considerarán enun
ciados de acción inmediatos tipo II16.
Llamaremos «medios» a los nombres inanimados que funcionan
como objeto directo en los enunciados mediatos tipo II: sirven de
medios en la relación entre las distintas dramatis personae. Veamos
ahora algunos enunciados mediatos:
227
del argumento (así como la caracterización de los personajes, etc.)
surgen de una situación concreta, y no están expresados de forma
abstracta. Si se utilizaran exclusivamente enunciados inmediatos
tipo II resultaría un discurso «abstracto», relativamente menos espe
cífico. Los verbos que aluden directamente a dos dramatis personae
(por ejemplo, amar, odiar, apoyar, etc.) limitan la especificación con
la que se puede contar una historia. Los enunciados mediatos tipo II
permiten enunciados más específicos en aquellos verbos que pueden
tomar complementos indirectos y de otro tipo (por ejemplo, dar,
coger, enviar, etc.). Aunque son en sí mismos menos específicos
desde el punto de vista semántico, se pueden emplear en muchas
situaciones con una gran variedad de complementos (mediadores)
que aportan lo específico. La diferencia entre los enunciados tipo II
mediatos e inmediatos es probablemente un factor que explica cómo
historias distintas pueden tener la misma estructura subyacente.
Las anteriores operaciones de resumen suponen el paso de un
enunciado a otro de un nivel de generalidad más alto. Otro aspecto
del resumen sintagmático es el paso de varios enunciados de acción
a uno solo. En otras palabras, se sustituye un nivel «hipertáxico»
de narración por otro nivel «hipotáxico» (Cfr. Greimas, 1966:
162-64). Para poder explicar esto adecuadamente, la secuencia hi-
potáxica de los enunciados de acción no se puede considerar aisla
damente de las secuencias anteriores y siguientes 17. Como el objetivo
es descubrir los elementos «funcionales» de la estructura del argu
mento (en un sentido proppiano), se debe tomar en cuenta nece
sariamente que una determinada secuencia de acciones es la respuesta
a una secuencia anterior y, a su vez, abre el camino a la siguiente.
Veamos la siguiente secuencia de Ena rosa para Emily.
228
La oración hipertáxica es un enunciado mediato tipo II, y po
dría parecer que el siguiente paso sería construir un enunciado
inmediato tipo II que relacionara directamente a Emily con «los
viejos». Sin embargo, si nos fijamos en lo que antecede al pasaje,
es evidente que Emily no está implicada directamente en este
estadio del argumento. La secuencia anterior retrata dramáticamente
la salida de una reunión de los hombres mayores de la ciudad que
tenía por objeto discutir las quejas de los vecinos sobre el olor que
salía de la casa de Emily. Durante la reunión surgió un conflicto
entre «tres viejos» y un miembro joven de la «generación en as
censo» acerca de la acción que se debería realizar. El joven quería
dar directamente un ultimátum a Emily para que limpiara su casa.
De esta forma, al resumir la secuencia anterior y representarla en
proposiciones lógicas se debería explicitar que constituye la reso
lución del conflicto en favor de los viejos. Una representación posi
ble sería: v(PS, PR), en el que PS y PR representan «pasado» y
«presente», respectivamente: etiquetas temáticas para los conjuntos
de personajes que resultan del análisis paradigmático de Una rosa
para Emily (Cfr. Hendricks, 1970); v denota «vence».
Con esto termina nuestra discusión sobre las técnicas del aná
lisis de la narración. Podemos recapitular todos los pasos que hemos
venido dando por medio del esquema que aparece en la figura 1.
No hay ni que decir que los procedimientos que hemos discutido
siguen dependiendo en un grado muy alto de la intuición del ana
lista, pero por lo menos representan un punto de partida para las
investigaciones posteriores.
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242
Indices
índice de nombres
245
Hjemslev, L.: 93, 96, 126, 154, 155. McIntosh, A.: 58.
Hockett, C. F.: 26, 117, 149, 151. Meletinskij, E.: 84
Hrabak, J.: 114. Morgan, J.: 70.
Hymes, D.: 25, 26, 35, 47, 87-89, Mumford, L.: 117.
99, 101, 104, 110.
246
Thompson, S.: 83. Waletzky, J.: 77, 80, 107.
Todorov, T.: 77, 121, 125, 135, 153, Warren, A.: 182.
182, 209. Warren, R. P.: 137.
Tomachevsky, B.: 187. Watt, W. C.: 69.
Waugh, B.: 127, 168, 179.
Ullman, S.: 45. Wellek, R.: 182.
Wells, R.: 27.
Van Dijk, T. A.: 70, 73, 159. West, R. B.: 131.
Veselovsky, A. N.: 151. Winburne, J. N.: 35-36, 40.
Voegelin, C. F.: 37.
Voigt, V.: 84.
Vygotsky, L.: 105. Young, R.: 68.
247
índice de materias
Actuación lingüística: 26, 27, 66, 86, individual: 98, 100-101, 105, 133,
91, 96, 97, 100, 154. 149.
Anáfora: 28, 44, 65-68, 71, 217, 220. libre: 97-98.
cero: 67, 223. lingüística: 86, 96, 98, lOln, 104.
elíptica: 67. ordenada por reglas: 98 y 108.
semántica: 71. verdadera: 99, 104n.
Análisis del discurso (Harris): 39, 44, Crítica del mito: 122-123.
65, 216n.
Análisis secuencial: 216, 219.
Argumento (véase también Función, Deixis: 15, 65-66, 81, 210.
de Propp y Sintagmática): 30, 53,
76, 78, 95, 119, 132, 141, 157, 168,
181-182, 213-215, 224, 225, 228. Elipsis: 66, 67, 99.
Arte verbal: 83, 106, 114. Enlace:
Atomismo vs. Estructuralismo: 27, 84. oracional: 29.
119n, 123-124. de párrafo: 31, 33, 34.
Entramado. Ver Rasgos estilísticos.
Enunciados de acción: 139, 217, 218,
219.
Carácter (véase también Paradigmáti implicativo vs. no implicativo: 222.
co v Esfera de acción): 30, 55, 57, mediato vs. inmediato: 227.
120, 131, 136, 157, 163, 175, 213, tipo 0, I y II: 222-223.
217-218. Enunciados descriptivos: 139, 217,
Censura preventiva de la comunidad: 219.
104, 108, 110. Escénica vs. panorámica: 75n, 182,
Cohesión (véase también conexión): 226.
Esfera de acción: 120, 138, 163.
gramatical: 39, 65, 69, 77.
Estilo:
léxica: 35, 39, 43, 44, 70.
directo: 28, 51-52, 182, 221-222.
puesta en primer plano: 36, 40.
directo libre: 52.
Competencia (lingüística): 26-27, 86, indirecto: 51-52, 221-222.
91, 96, 154. indirecto libre: 52.
Concretización: 167, 173. Estructura:
Conexión (véase también Cohesión): descripción de la: 27, 50, 158, 172.
26, 28n, 65, 69, 74-75, 78, 167. lingüística vs. folklórica: 60, 76,
Convencional vs. tradicional: 149. 84-86, 101, 115.
Creatividad: 107, 151. narrativa vs. discursiva: 154, 181,
colectiva: 105. 215.
249
produnda vs. superficial (oración): Langue-parole: 96, 100-102, 106, 109.
28, 69-70, 92, 166, 168. Léxico: 37.
profunda (texto): 73, 79, 85, 91-92, Leyes estructurales (principios): 100,
101, 157, 166, 168, 169, 209, 107n, 109, 115, 127, 147.
214-215n. contraste: 131, 135, 137, 143, 195.
superficie (texto) (Véase también Su de apertura: 150.
perficie textual): 73, 79, 80, 167- de hilo único: 133.
168, 214. de tres: 144.
Estructuralismo: 86, 114-115. dos en escena: 142, 187.
folklórico: 56, 60, 76, 84, 114. paralelismo: 38, 50, 136, 178, 221.
francés: 76. peso de la popa: 134.
lingüístico: 86, 115, 158, 210-211, progresión silogística, ver Progre
216n. sión.
vs. formalismo: 126. repetición: 34, 38, 71, 130, 135,
137, 184.
unidad del argumento: 132.
Literatura:
Fable vs. Sujet: 73n, 182n. oral vs. escrita: 26, 35, 103, 115,
Folklore: 83, 85, 103, 107, 114. 129, 147, 153, 176.
Forma vs. significado (contenido): 44,
45, 61, 86, 126.
Formalistas rusos: 73, 126.
Formalización (lógica): 92, 115, 143,
157, 178, 188, 213, 229. Mediación: 197-199.
Fórmulas de proposición: 141-142, 188, Mediador: 224, 227-228.
199. complejo vs. neutral: 197.
Función: personajes intermedios: 138n, 213,
de Propp: 53, 77, 119, 160, 162, 226.
185-186, 227. Metanarración (metadiscurso): 70n,
extratextual: 26, 69, 105, 118. 182, 187, 226, 227n.
intratextual: 26, 45, 46, 55, 60-61, Método finlandés: 83.
65, 176, 215, 224. Metodología: 153, 181, 194-195, 215.
lingüística: 46, 160. heurística: 115, 126-127, 194-195.
lógica (predicado): 76, 187, 213. precisa: 210.
Metonimia: 40, 141, 194-195, 226n.
Modelo constitucional: 191-192.
Movimiento (Propp): 120.
Género: 44, 60n, 114, 117, 123, 149,
216.
textos fijos: 100.
Gramática universal: 158, 177-178. Narrativa:
Grupo de Klein: 213. apsicológica: 175.
ciclo: 183.
estructura, ver Paradigmática &
Identificación de los participantes: sintagmática.
67, 72, 7,3, 79, 167, 217. nivel: 181.
Interpretación (exégesis) vs. descrip situación: 184, 187-188, 213.
ción: 44-45, 48-49, 53, 58, 194. Narración: 79, 116, 154, 183, 214n,
Interpretación vs. relato: 137, 139, 215.
182, 227. gramática de la: 126, 128, 153.
250
Normalización: 75n, 139-140, 182, 211, sincrónicas vs. diacrónicas: 103, 108.
216, 221. sistemáticas: 31, 34, 43, 50, 52, 60.
Notas críticas vs. técnicas: 146-147. tácticas: 31, 34, 43, 50, 52, 60.
Resumen: 55, 76n, 182, 211, 216, 225.
Secuencia: 37.
Organización estructural: Semiótica: lOln, 115, 154, 159.
orgánica vs. universal: 27, 42-43. connotativa (véase también Plano
de significación supraestructural):
96n, 155.
Significación:
Paradigmático (espacial): 35, 60, 98, de primer orden vs. segundo orden:
102, 123n, 127-128, 141, 168-170, 155, 168-169.
178-179, 189, 192-195, 212, 213, Significado (simbólico) temático: 46,
225-226, 229. 90, 126, 138-139, 141n, 169-172,
Paráfrasis: 71, 72, 101. 179, 189, 194, 212, 217-218, 229.
Paralelismo, ver Leyes estructurales. Sintagmático (temporal): 25, 35, 38,
Personificación: 48. 59-60, 98, 102, 123n, 127-128, 141,
Plano de significación supraestructu- 167-168, 179, 187, 192-193, 212-
ral: 94, 102. 213, 225-228.
Predicado lógico, ver Función. Superficie textual: 56-58, 75, 209, 212,
Presuposición: 69. 215-216, 226.
Primer plano: 36.
Procedimientos de investigación: 212.
Progresión:
silogística: 129, 133, 141, 145. Teoría de la estratificación: 47, 73, /6,
textual: 39n, 64n, 127, 190n.
93.
Transformación:
lingüística: 69, 71, 75, 92, 166, 178,
Rasgos distintivos: 148. 182, 218, 221.
fonológicos: 42, 93, 161. narrativa: 92, 125n, 156, 166, 193,
semánticos: 42, 93, 139, 143, 213. 213.
Rasgos estilísticos: 45, 78, 81, 149,
168, 182, 209-210.
Reduccionismo: 146-147.
Referente del discurso: 68. Unidades constituyentes: 27-28, 31-34,
cercano: 68. 38, 42, 43, 55-57, 61, 76, 80, 87,
Relaciones: 114, 154, 187, 192, 209.
coaparición: 27, 164. ético vs. émico: 61, 84-85, 126n,
equivalencia: 34-35, 39-40, 48. 160.
gramatical: 31. Universales gramaticales: 89, 162.
jerarquía: 32, 59-60. sustantivos vs. formales: 162.
multívoca: 48, 60, 62, 215. Variantes (cuentos): 83, 100, 107, 109,
nocional: 31, 32, 39-40, 55, 161. 110, 124, 199.
251
índice
Introducción............................................................................. 7
Prólogo....................................................................................... 23
Bibliografía.............................................................................. 231
253
TÍTULOS PUBLICADOS