El Hombre Del Siglo - Selecciones Del Readers Digest

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1 Preparado por Patricio Barros


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Reseña

Fue Churchill figura universal y su vida influyó en todo el mundo


civilizado. Por tanto, su desaparición no podía dejar de entristecer a
los pueblos amantes de la libertad y a todo ser humano que admira
las grandes acciones y acaricia el mismo sueño de paz con justicia.
Así pues, la pérdida sufrida por Inglaterra con el deceso de sir
Winston Churchill la sintieron como suya los iberoamericanos y los
pueblos de todos aquellos países que él condujo a la victoria con
tanta resolución como valor.
"Con sir Winston Churchill muere uno de los gigantes de la historia
del siglo XX, y la causa de las libertades humanas pierde uno de
sus más esforzados paladines", comentó el Presidente de México,
Gustavo Díaz Ordaz, al tener conocimiento de la muerte de
Churchill, y agregó: "Ante la talla de Churchill, ante su devoción por
la libertad, ante su talento privilegiado y el acerado temple de su
carácter, puestos durante toda su larga vida al servicio de su patria,
México comparte el dolor del pueblo y el gobierno de Gran Bretaña".
A raíz de la muerte de Churchill, el gobierno de Chile decretó tres
días de duelo nacional. El presidente Eduardo Frei Montalva,
refiriéndose al distinguido estadista, declaró: "Nadie como él vivió
una vida tan intensa y múltiple... En las horas de tempestad, en los
años valientes y en los amaneceres gloriosos, fue realmente para el
mundo entero la imagen del valor humano. Nunca fue más grande
que cuando su patria y él estaban luchando solos por la libertad".
El presidente de Venezuela, Dr. Raúl Leoni, envió este mensaje a

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Lady Clementine, viuda de Churchill: "El glorioso nombre de su


esposo vivirá siempre en el recuerdo de los hombres amantes de la
libertad"
Arturo Illia, presidente de la Argentina, informado del deceso del
gran estadista inglés, declaró: "...constituyó una voluntad
insobornable al servicio de una causa por la cual ha luchado
permanentemente el ser humano... su ejemplo movilizó a gran parte
del mundo para superar trances fundamentales para el porvenir de
la humanidad..."

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PRIMERA PARTE

Cierta tarde de verano, hace poco menos de cien años 1, el séptimo


duque de Marlborough recibió de su hijo, lord Randolph Churchill,
una carta que lo dejó perplejo. Randolph tenía a la razón 24 años;
educado en la Universidad de Oxford, se había
dedicado a viajar desde que salió de ella.
En su carta anunciaba que, durante una visita
que hizo al ala de Wight, había conocido a una
joven norteamericana con quien deseaba
contraer matrimonio lo más pronto posible. Ella
se llamaba Jennie Jerome.
Lord Randolph confesaba que la había tratado 48 horas apenas y
que era poco lo que sabía de su familia. "El señor Jerome", escribía
el joven, "se ve obligado a vivir en Nueva York a fin de atender sus
importantes negocios. Cuáles sean, lo ignoro".
Pronto habría de saberlo. Leonard Jerome era un destacado
filibustero norteamericano, que, aparte de ganar o perder millones
de dólares, había fundado los dos primeros hipódromos de
importancia en los Estados Unidos y había construido un teatro de
ópera para él solo. También había representado a su país como
cónsul en Trieste, y era copropietario del diario Times, de Nueva
York. Su hija Jennie, muchacha de extraordinaria hermosura, era
muy admirada en la sociedad elegante a causa de sus ojos negros y
relampagueantes, así como por su brillante ingenio y porte

1 Se publicó en Las Selecciones del Reader's Digest en junio y julio de 1965

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encantador. Era, asimismo, excelente pianista y pintora de talento.


La carta de lord Randolph llenó de inquietud al duque, quien
aconsejó a su hijo que no se precipitara. Randolph, sin embargo, no
pensaba cambiar sus planes. En abril de 1874 se presentó como
candidato al Parlamento y salió electo. Poco después se casaba con
Jennie Jerome.
La joven pareja vivía en Londres, pero visitaba a menudo a los
duques en el palacio Blenheim, ancestral residencia de los
Churchill, donde Randolph había nacido. Gigantesco castillo de 320
habitaciones, rodeado de 1100 hectáreas de parques y jardines, el
palacio fue obsequio de la reina Ana Estuardo a John Churchill,
primer duque de Marlborough, uno de los más distinguidos
militares de Inglaterra.
La noche del 30 de noviembre de 1874, lady Randolph, contra las
advertencias de su médico, insistió en concurrir a un baile que se
celebraba en el palacio Blenheim. En plena fiesta lady Randolph
sintió repentinamente que el momento esperado, aunque debía
llegar varias semanas más tarde, se aproximaba con rapidez. En el
acto abandonó el baile y apresuradamente "atravesó la biblioteca, el
salón más largo de Inglaterra, para dirigirse hacia la galería más
larga del mundo, cubierta con una alfombra de color rojo oscuro y
de 400 m de longitud", que conducía a su dormitorio.
Lady Randolph no logró llegar a él. Difícilmente pudo alcanzar la
salita que esa noche hacía las veces de guardarropa de las damas, y
allí, entre mantos de terciopelo, manguitos y boas de pieles y de
plumas, dio a luz a su primogénito: Winston Leonard Spencer

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Churchill.
Peter von Mendelssohn

Winston Churchill vino a un mundo tan distante del nuestro en el


tiempo y en su espíritu que resulta poco menos que imposible de
evocar. Los viejos granjeros del distrito, que se detenían a admirar
al carirrojo chiquitín que berreaba en su cochecito, eran veteranos
de la armada de Nelson y del ejército de Wellington que venció en
Waterloo. En los Estados Unidos, el Norte y el Sur aún lloraban a
sus muertos de la guerra de Secesión.
Comenzaban ya a soplar los dos fuertes vientos que habían de
estremecer y trasformar al mundo: el nacionalismo y el socialismo.
Pero por algún tiempo, durante el cuarto de siglo en el cual Winston
Churchill se haría hombre, aquella sería la época de la Pax
Britannica, de reyes y de misérrimos talleres, de los capitanes de
industria y del laissez faire: un mundo que entraba en agonía...
pero que lo hacía con espléndida gracia.
Richard Armstrong

El nene armaba una gritería ensordecedora. Su Gracia, la duquesa


de Marlborough, movía la cabeza y comentaba: "Yo misma he traído
al mundo un gran número de niños. Todos ellos fueron, a su
llegada, muy escandalosos, pero ruido tan estruendoso como el que
hacía aquel recién nacido ¡no lo he oído jamás!"
Rene Kraus

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Un muchacho con problemas


Yo era lo que la gente suele llamar "un chico difícil".
Winston Churchill

Era un niño pelirrojo, vigoroso y nada apuesto. Tenía una


desaliñada mata de rizos, cara pequeña, redonda y apretada,
cubierta de pecas, y nariz chata. Sufría también cierto defecto del
habla, entre ceceo y tartamudeo. Era extraordinariamente seguro de
sí, obstinado, presuntuoso y arrogante.
Peter von Mendelssohn

El niño no veía mucho a sus padres. Su padre vivía entregado a la


política, y una activa existencia mundana absorbía a su madre. La
depositaria de sus confidencias era la señora Everest, su niñera. En
cierta ocasión en que la señora Everest llevaba al chico al teatro,
donde representaban una pantomima, los detuvo una
muchedumbre y se enteraron de que un incendio había destruido el
teatro. Lo único que le quedaba al administrador, les dijeron, eran
sus llaves, que el hombre llevaba en el bolsillo.
Winston se mostró ansioso de ver las llaves. Su deseo, según había
de escribir más tarde, "parece no haber sido bien visto".
Cuando tenía siete años se le envió a la escuela de St. James, en
Ascot. Allí la disciplina era muy estricta; el director zurraba a los
alumnos hasta hacerlos sangrar. Winston se rebeló y hubo de sufrir
frecuentes y prolongadas felpas. A pesar de ello se negaba a escribir
versos en latín, que, según decía, no lograba comprender. En

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alguna ocasión llegó a pisotear el sombrero de paja del director


hasta hacerlo trizas. Esto lo convirtió en el héroe de la escuela.
Virginia Cowles

Enmendando a los maestros


A la edad de 12 años lo enviaron a la escuela Harrow. También allí
fue sin duda alguna el peor de los alumnos. En los cuatro años y
medio que estuvo en el establecimiento nunca pasó de los últimos
lugares. "Ese muchacho no puede haber pasado por Harrow", decía
un contemporáneo suyo. "Debe de haber pasado por debajo de
Harrow".
Peter von Mendelssohn

Con todo, fue en Harrow donde Churchill cobró amor a la literatura


inglesa. "Soy partidario de que los chicos aprendan la lengua
inglesa", escribió posteriormente. "Por mi parte, dejaría que los más
listos aprendieran el latín para distinguirse y el griego por placer. Lo
único por lo que yo les zurraría sería por no dominar el inglés. Por
eso sí les daría una buena paliza".
E. D. O’Brien

Era de lo más intrépido. Cierto día un famoso espadachín vino a la


escuela para dar una demostración de su destreza ante todos los
alumnos. El esgrimista anunció que cortaría en dos una manzana
colocada sobre la cabeza de uno de los chicos, y solicitó voluntarios.
La honrosa oportunidad se le brindó al capitán del equipo de fútbol,

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pero el muchacho no se mostró muy impaciente por recibir tal


distinción. En vez de él salió a la carrera de las bancas un pelirrojo
y fue a arrodillarse frente al maestro de armas.
Churchill tenía una memoria asombrosa. Se ganó el premio de
declamación por recitar los 1200 versos de un poema de Macaulay,
Lays of Ancient Rome, sin equivocarse una sola vez. Podía asimismo
citar escenas enteras de las obras de Shakespeare, y si los maestros
mismos erraban alguna cita, no vacilaba él en corregirlos.
Peter von Mendelssohn

Aun así, detestaba la escuela y se negaba a adquirir conocimientos


que no despertaran su interés. Como su padre era a la sazón
ministro de Hacienda, los visitantes de la escuela Harrow buscaban
a Winston entre los estudiantes. A éstos se les alineaba siempre
según su distinción en el estudio, y él mismo pudo oír que algún
visitante comentaba: "¡Caramba! ¡Es el último de todos!"
Richard Harrity y Ralph Martin

Juegos bélicos
Lord Randolph fue uno de los hombres más distinguidos de su
época. Hizo una carrera brillantísima y cruzó como un meteoro el
firmamento de la era de la reina Victoria para avanzar desde las
últimas filas políticas de los Comunes hasta presidente de esta
Cámara. Dio nuevo vigor al partido Tory, lo condujo al triunfo y
alcanzó el pináculo del éxito al ocupar el cargo de ministro de
Hacienda cuando sólo tenía 36 años de edad. Y entonces,

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inopinadamente, en un momento de impremeditación y arrogancia,


renunció a su posición con motivo de una disputa trivial.
La noticia causó sensación en toda Europa. El gobierno de
Inglaterra se tambaleó, aunque se recuperó en seguida. Casi
ninguna voz se hizo oír en defensa de lord Randolph, y nadie
lamentó su partida.
Virginia Cowles

Hasta su joven heredero se percató del efecto de aquel golpe


tremendo. "No era posible haberse criado en casa de mi padre sin
comprender que había ocurrido un gran desastre político", escribiría
aquél.
Atormentado por el rencor, lord Randolph, que hasta entonces
había prestado poca atención a su hijo, comenzó a preocuparse por
él cuando Winston cumplió los 15 años. Desconocía completamente
los sentimientos de aquel chico que había defraudado sus
esperanzas. Lo único que sabía era que el muchacho carecía de
talento, que no tenía probabilidad de ingresar en la Universidad de
Oxford y no era capaz siquiera de obtener el título de abogado. ¿Qué
le quedaba?
Peter von Mendelssohn

Mi primo Winston era un robusto escolar cuando yo estaba todavía


en la habitación de los niños. Mi primo me imponía. El cuarto de
juegos lo ocupaba, de un extremo a otro, una mesa de tablas sobre
la que estaban dispuestos, en orden de batalla, millares de

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soldaditos de plomo. Winston organizaba guerras completas. Los


batallones entraban en combate, piedrecillas y guisantes causaban
enormes pérdidas, atacábase a las fortalezas, la caballería cargaba y
se derrumbaban los puentes. Todo ello constituía un espectáculo en
extremo impresionante y él lo representaba con un interés que no
correspondía a un mero juego de niños.
Clare Sheridan

Cierto día lord Randolph entró la habitación de Winston cuando


éste, jugando con sus soldados, llevaba a cabo una operación de
guerra en gran escala. Estuvo observando al chico durante 20
minutos, pasados los cuales le preguntó bruscamente si le gustaría
servir en ejército. Su hijo replicó afirmativamente, y lord Randolph
le tomó la palabra. Winston fue, pues, pasado a la clase de
enseñanza militar de Harrow, a fin de que se preparase para
ingresar en la Real Academia Militar de Sandhurst.
Peter von Mendelssohn

Los soldaditos de plomo hicieron variar el curso de mi vida.


Winston Churchill

El don de prevenir, que más tarde habría de distinguirle mejor que


ninguna otra facultad, ya para entonces debe de haberse
manifestado en él, al menos en forma rudimentaria, pues fue en
busca de un especialista para consultarle acerca del ceceo que
padecía.

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"Cúreme de mi defecto del habla, se lo ruego", le dijo. "Voy a


ingresar primero en el ejército, pero cuando más adelante sea
ministro, no debe obsesionarme la idea de tener que emplear
cualquier palabra que empiece con S".
Rene Kraus

Lo suspendieron dos veces en los exámenes de admisión en la


Academia de Sandhurst, y probablemente lo habrían suspendido de
nuevo si no hubiera sido por una atrevida maniobra a que recurrió
en un juego, durante el cual saltó desde un puente de 10 metros de
altura al fondo de un abismo. No recobró el conocimiento por
espacio de tres días, y durante los meses que se prolongó su
convalecencia aprendió suficientes matemáticas para lograr ser
admitido, aunque con dificultades.
Richard Armstrong

En Sandhurst aprendió Churchill a volar puentes, construir


parapetos, hacer reconocimientos de las vías de comunicación y
construir mapas en relieve. Su mayor placer, sin embargo, lo
hallaba en los caballos. A más de las clases de equitación que
recibía en Sandhurst, su padre dispuso que siguiera otro curso de
hipismo en la Real Guardia Montada. Winston gastaba cuanto
dinero tenía en alquilar cabalgaduras, y buena parte de su tiempo
en organizar carreras de obstáculos.
Virginia Cowles

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"En Sandhurst tuve la oportunidad de empezar de nuevo", decía


Churchill. Pese a haber ingresado entre los últimos de su clase, se
graduó en octavo lugar entre los 150 estudiantes que la componían
y se mostraba pronto a triunfar contra el mundo entero. Pero al
volver de Sandhurst, halló su casa sumida en la tristeza.
Richard Armstrong

"¡Ese advenedizo de Winston!"


Hacia la primavera de 1894 lord Randolph se hallaba gravemente
enfermo. Hablaba a menudo con torpeza y padecía vértigos. En el
mes de enero de 1895, a la edad de 45 años, fallecía a consecuencia
de una parálisis de origen cerebral. "Todas mis ilusiones de que él y
yo nos convirtiéramos en camaradas, de ocupar un escaño del
Parlamento a su lado, se desvanecieron", ha escrito Churchill. "Sólo
me quedaba la tarea de perseguir sus mismos fines y de vindicar su
memoria".
Churchill tenía entonces 20 años, y hasta esa edad sus actividades
habían despertado cierta inquietud en el palacio Blenheim, porque,
después de su primo, el noveno duque de Marlborough, el inmediato
heredero del ducado era Winston Churchill.
En 1895, cuando Consuelo Vanderbilt llegó a Blenheim como
esposa del noveno duque, la anciana duquesa viuda le dijo:
"Tu primer deber es traer al mundo un descendiente, y ha de ser un
varón, ¡porque sería intolerable que ese advenedizo de Winston
llegara a ser duque!"
Por fortuna, Consuelo Vanderbilt dio a luz un varón, con lo que

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prestó a Churchill un servicio inestimable. Si aquélla no hubiera


tenido descendientes, éste nunca habría podido ser primer ministro.
A la muerte del noveno duque de Marlborough, ocurrida en 1934,
Winston habría heredado los títulos de su ilustre antecesor. Por ese
tiempo un par no podía renunciar a su escaño en la Cámara de los
Lores, y desde 1902 ningún miembro de esa Cámara ha sido primer
ministro. De esta suerte el pueblo inglés habría buscado en vano, en
la hora de su más grande necesidad, al hombre que pudiera guiarlo
y salvarlo. Aislado en el palacio Blenheim, Churchill se habría visto
obligado a ser espectador de la historia en vez de ir a la calle
Downing para actuar él mismo en el drama.
Peter von Mendelssohn

Un soldado en busca de una guerra


Churchill había ingresado ya en el ejército: el ejército de la reina
Victoria; el ejército cantado por Rudyard Kipling. Con el grado de
teniente, y destinado al 4º Regimiento de Húsares, se trasladó al
campamento militar de Aldershot, en Southampton, luciendo los
alamares de oro, los pantalones a rayas y la diminuta gorra de las
tropas de caballería de Su Majestad.
Philip Guedall.

El joven militar paseaba la vista por el horizonte del Imperio


británico, que se extendía apaciblemente bajo el ya agonizante
resplandor de la era de la reina Victoria. La guerra parecía haber
desaparecido del mundo entero... salvo en Cuba, donde los soldados

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españoles trataban de reprimir una rebelión de guerrilleros nativos.

Joven oficial en el 4º Regimiento de Húsares

El público inglés no se interesaba mayormente por la rebelión, pero


Churchill convenció de su importancia al periódico Daily Graphic,
obtuvo el nombramiento de corresponsal de guerra y zarpó con
rumbo a La Habana.
Peter von Mendelssohn

Cuando, a la vaga luz del amanecer, avisté las costas de Cuba, me


sentí como si navegase al lado del capitán Silver y viera por primera
vez la isla del Tesoro. Me encontraba en un sitio donde "pasaban
cosas".
Winston Churchill

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La guerra de guerrillas era algo para lo que no estaban adiestrados


los militares de Aldershot. No obstante, de las descripciones hechas
por el mismo Churchill se desprende que en sólo tres días
comprendió su carácter.
Peter von Mendelssohn

No veíamos nosotros posibilidad alguna de que los españoles


salieran victoriosos. Imagine el lector lo que costaría por hora el
sostenimiento de una columna de cerca de 4000 hombres que iban
y venían por aquella selva húmeda e interminable. ¿Y el enemigo?
En bosques y montañas veíanse partidas de hombres harapientos,
equipados con fusiles y cartuchos y, sobre todo, armados de un
enorme cuchillo llamado machete, a quienes la guerra no les
costaba nada, a no ser privaciones, peligros e incomodidades.
El 30 de noviembre cumplí 21 años, y ese día oí por primera vez las
detonaciones de un arma de fuego, disparada con ira, y el silbido de
las balas en el aire.
Winston Churchill

A menos de un metro de distancia de Churchill, que descansaba


frente a su cabaña, se derrumbó un caballo abatido por una bala
que no pudo haber pasado a más de unos cuantos centímetros de la
cabeza del joven.
R. W. Thompson

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Seguimos el rastro durante todo el día siguiente, después de lo cual


regresamos a nuestro cuartel general. Comimos en paz y luego nos
acostamos en nuestras hamacas.
No tardé en despertar por el ruido de los disparos. Una bala
atravesó el techo de paja de nuestra cabaña; otra alcanzó al
ordenanza que se encontraba junto a la puerta. Habría querido
bajarme de la hamaca y echarme en el suelo. Como nadie se movía,
juzgué más decoroso sin embargo permanecer donde estaba.
Busqué darme ánimos reflexionando en que el oficial español cuya
hamaca estaba tendida entre mi persona y el fuego enemigo, era
hombre de robusta constitución; en realidad se le hubiera podido
calificar de gordo. Nunca he visto a los gordos con malos ojos. Poco
a poco, pues, me quedé dormido.
Winston Churchill

Salió de Cuba con una gran pasión por el servicio activo, las siestas
y los cigarros puros; pasión que habría de cultivar durante toda su
vida.
Philip Guedalla

Voluntades contrapuestas
Por entonces, con gran satisfacción suya, el mundo comenzó a
sufrir trastornes. Los miembros de la tribu pathan se rebelaron en
las fronteras de la India con Afganistán, y Churchill movió resortes
para asegurarse una plaza entre las fuerzas de campaña enviadas a
someterlos. Cayó en una emboscada cerca del paso Khyber,

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combatió a los pathanes cuerpo a cuerpo con el fuego de su revólver


y se ganó que lo mencionaran en los partes de guerra.
Richard Armstrong

Sólo conocía tres palabras con que comunicarse con las tropas
nativas: "Maro" (mata), "Chalo" (adelante) y "Tallyho!"2 que, solía
decir, "se explica por sí misma". Describió la campaña en dos
diarios distintos, en estos términos:
"¡Yi! ¡Yi! ¡Yi! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! Centenares de balas silbaban a
nuestro alrededor. Un soldado, herido en el pecho, aparecía bañado
en sangre. A mi lado, el oficial inglés giraba sobre sí mismo, con el
rostro ensangrentado y el ojo derecho saltado. Fue toda una
aventura, sin duda".
Richard Harrity y Ralph Martin

Obedeciendo órdenes, Churchill se reincorporó a su regimiento, que


estaba apaciblemente acuartelado en Bangalore (India). Allí Winston
se sentía desasosegado. Durante las interminables tardes de calor
sofocante, el ambicioso húsar leía (y retenía en su fenomenal
memoria) a los grandes creadores de la literatura, que había pasado
por alto en Harrow y Sandhurst: Platón, Aristóteles, Darwin,
Macaulay. Además de leer todos los discursos que había
pronunciado su padre y aprenderse no pocos de memoria, se
absorbió en el estudio de la Historia de la decadencia y la caída del
Imperio Romano, de Eduardo Gibbon. En la prosa de Gibbon, halló

2 Grito con que se animan entre sí lo participantes en la cacería de la zorra (N de la R.)

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el modelo para la grandeza y resonancia del estilo churchilliano.


John Davenport y Charles Murphy

En Bangalore escribió The Story of the Malakand Field Force, movida


y brillante crónica de una campaña sostenida en las fronteras de la
India, en la que no vaciló en censurar ciertos aspectos de la táctica
militar inglesa.
Pero Winston había de hallar motivo para lamentar el haber escrito
aquel libro. A las órdenes del general Sir Herbert Kitchener se venía
organizando en Egipto la fuerza militar inglesa más grande que se
había reunido en muchos años, destinada a invadir el Sudán y
atacar a un ejército de derviches.
Todos los oficiales pretendían que se les nombrara para la
expedición, Churchill entre ellos. Por desgracia, Kitchener había
leído su libro y era hombre que abrigaba ideas muy definidas sobre
los jóvenes subalternos descocados. Se negó, pues, rotundamente a
incluir a Churchill entre el contingente de su expedición... incluso
después de que se persuadió a lord Salisbury, en aquel tiempo
primer ministro, para que interpusiera su influencia.
El asunto constituyó un choque de voluntades entre el más
distinguido soldado de Inglaterra y el teniente Winston Churchill.
Winston acabó triunfando.
Geoffrey Bocea

La suerte de un teniente
Trasladado al 21 Regimiento de Lanceros, Churchill partió para el

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Sudán. Los derviches avanzaban y el choque era inevitable.


En la memoria de la gente se mantenía aún vivo el recuerdo de la
carga de la Caballería Ligera. El suceso encajaba en la tradición
romántica a que todavía se aferraban con entusiasmo los jóvenes
militares cuando ya la era de la reina Victoria estaba en sus
postrimerías. En esta ocasión el espíritu novelesco de la Inglaterra
del siglo XIX había de llegar a su fin en una última carga de
caballería en que Churchill iba a participar. La historia la ha
recogido con el nombre de la carga de Omdurman.
Princesa Marthe Bibesco

En un sector del campo de batalla, la línea de 300 jinetes avanzaba


contra 3000 enemigos. Entre el estrépito de la carga era imposible
percibir el silbido de las balas, pero ya en la fila de Lanceros
empezaban a aparecer algunos huecos. Jinetes y derviches
chocaron en desorden.
El teniente Churchill, a lomos de un caballo árabe de color gris, iba
armado de una pistola automática. En el momento en que llegaba
hasta el enemigo, un derviche se arrojó al suelo, pronto a asestar
hacia arriba un golpe de su espada. Churchill desvió su montura y
disparó.
Otro derviche lo esperaba más adelante. Churchill disparó de nuevo,
tan de cerca que la pistola misma dio en el blanco, al igual que la
bala. El de la espada cayó sin vida. Apareció un árabe a caballo,
cubierto con una cota de malla. La pistola tronó otra vez.
Churchill había cruzado las líneas enemigas. Frenó su cabalgadura

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y paseó en torno la mirada. A su izquierda se agitaba una multitud


de derviches que acometían armados de espadas. Al frente, los
carabineros enemigos apuntaban sus armas contra él. A Churchill
le pareció encontrarse aislado, solo, en medio del combate, y
experimentó un repentino espasmo de miedo. Trescientos metros
más allá, las tropas de su regimiento se reorganizaban, y el teniente
partió al galope en aquella dirección.
Del suelo de arena se levantó un solitario derviche apuntándole con
su espada. La pistola tronó una vez más. El derviche se desplomó
sobre la arena, muerto. La bala que lo hirió era la última que
quedaba en el arma del oficial. La buena suerte del teniente
Churchill no lo había abandonado.
Lewis Broad

La batalla de Omdurman se prolongó durante cinco horas. El


ejército de derviches sufrió la pérdida de cerca de 10.000 vidas, a
más de 16.000 heridos y 5.000 prisioneros. De los ingleses, 25
hombres perdieron la vida y 136 salieron heridos.
A la caída de la tarde, Churchill entraba a caballo en Omdurman al
lado del victorioso Kitchener.
Peter von Mendelssohn

Los dos libros que yo había escrito y mis crónicas de guerra me


habían valido como cinco veces lo que había recibido de Su
Majestad la Reina a cambio de varios años de trabajos asiduos, y
peligrosos en ocasiones. Decidí pues volver a la India, ganar el

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torneo de polo, dejar el ejército, escribir un nuevo libro y buscar la


oportunidad de ingresar en el Parlamento.
Winston Churchill

Se reincorporó al 4º Regimiento de Húsares en la India. El torneo de


polo entre regimientos se celebró en febrero de 1899. Cuatro días
antes del juego Churchill se dislocó el hombro derecho, pero pidió
que le vendaran el codo contra el cuerpo con correas para estribos,
salió a la pista galopando a la cabeza de su equipo y se arregló para
meter él mismo tres de los cuatro goles logrados por su bando, que
fueron suficientes para darle el triunfo. Ninguno de los regimientos
destacados en el sur de la India había ganado antes aquel torneo.
La victoria del equipo fue un triunfo personal de Churchill.
Abandonó la India, el 4º de Húsares y el ejército, nimbado por la
gloria.
Princesa Marthe Bibesco

Corresponsal de guerra
En junio de 1899 se celebraban elecciones en Oldham, y el partido
conservador persuadió a Churchill para que presentara su
candidatura a una curul en el Parlamento. Churchill perdió por
1.300 votos.
Richard Harrity y Ralph Martin

"Ningún joven puede esperar avanzar gran cosa en la vida sin recibir
algunos buenos descalabros", comentaba.

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Peter von Mendelssohn

Los tormentosos nubarrones que desde hacía mucho tiempo se


habían venido cerniendo en el cielo de Sudáfrica estallaron
súbitamente; Inglaterra y los sudafricanos de habla inglesa se
hallaron en guerra con los bóers, descendientes de los colonizadores
holandeses. Tan pronto como se recibió la noticia, el diario Morning
Post ofreció a Winston Churchill la plaza de principal corresponsal
de guerra. Churchill se apresuró a aceptar, hizo sus maletas y
partió rumbo al cabo de Buena Esperanza.
Malcolm Thomson

Se encontraba en el frente, a bordo de un tren blindado que llevaba


una compañía de fusileros de Dublín, cuando el tren fue blanco de
nutridas descargas y descarriló.
Churchill ayudó a pasar a los heridos que estaban en los vagones
descarrilados hasta un vagón con motor, y lo echó a andar mientras
los demás protegían sus movimientos. "Conserven la serenidad,
muchachos", les recomendaba. "Esto será de gran interés para mi
periódico".
De pronto, sin embargo, se vio ante la boca del rifle con que lo
amenazaba uno de los bóers. Hecho prisionero, fue conducido a pie,
95 kilómetros más allá, hasta un tren que lo llevó a un campamento
de prisioneros de guerra, en Pretoria.
"No pensamos soltarte", le dijeron. "No todos los días le echamos
mano al hijo de un lord".

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Richard Harrity y Ralph Martin

Prisionero de los bóers

A las tres semanas de hallarse en el campamento de prisioneros,


Churchill resolvió intentar la fuga. Cierta noche se ocultó en las
letrinas. "Observaba a los centinelas a través de una rendija. De
repente uno de ellos se volvió y se acercó a su compañero. Se
hallaban ambos de espaldas. Me lancé fuera de mi escondrijo, corrí
hasta el muro y me encaramé a él. En seguida me dejé caer
silenciosamente en el jardín contiguo. ¡Estaba libre!" Llevaba en el
bolsillo 75 libras en efectivo y cuatro tabletas de chocolate, pero

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carecía de mapa o brújula, y se hallaba en el corazón mismo del


territorio enemigo.
Peter von Mendelssohn

Un desordenado sentimiento de alborozo se apoderó de mí. Me tracé


un plan. Debía encontrar el ferrocarril de la bahía de Delagoa, saltar
a un tren en marcha y ocultarme bajo sus asientos. Pasadas dos
horas avisté las señales luminosas de una estación y me escondí en
una zanja, al lado opuesto del andén. De pronto oí el silbido y el
chirriar del tren que se aproximaba. Los grandes faros de la
locomotora se acercaban; el chirriar se convirtió en un rugido. Por
un momento vi cernirse sobre mí la negra mole; grandes nubes de
vapor pasaban velozmente a mi lado. Me arrojé hacia los boggies de
los vagones, me así a una especie de agarradero y me vi arrebatado
del suelo. Era un tren de carga lleno de sacos de carbón vacíos. Me
encaramé a la pila y me deslicé entre los sacos hasta quedar
cubierto completamente por ellos.
Me quedé dormido, ignoro cuánto tiempo, pero desperté
bruscamente. Debía bajar del tren y encontrar algún sitio donde
ocultarme mientras estuviera oscuro. Me arrastré desde mi cómodo
abrigo y salté del vagón. Di con los pies en el suelo, en dos saltos
gigantescos, y un instante después me hallaba tendido cuan largo
era en la cuneta, agitado pero incólume. Eché hacia los cerros y me
interné en un bosquecillo para esperar allí la noche.
Winston Churchill

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Esa noche Churchill distinguió a lo lejos las luces de una mina de


carbón, y decidió arriesgarse. Llamó' a una puerta, y apareció un
hombre de elevada estatura que lo miró con recelo hasta que el
fugitivo mencionó su nombre.
"Gracias a Dios que ha venido usted aquí", repuso el otro. "Esta es
la única casa segura en 30 kilómetros a la redonda; en cualquiera
otra lo habrían denunciado".
Virginia Cowles

Los bóers habían permitido que John Howard, administrador de las


minas carboníferas del Transvaal, permaneciera allí para que se
encargase de que siguieran trabajando. Su capataz, de nombre
Dewsnap, era originario nada menos que de Oldham. Howard le
mostró a Churchill una orden de arresto, de la cual se habían hecho
circular 3.000 ejemplares. En ella se ofrecían 25 libras esterlinas a
quien entregase a Churchill, "vivo o muerto".
Peter von Mendelssohn

La descripción que contenía del fugitivo no era muy halagüeña:


inglés de 25 años de edad, de aproximadamente 1,72 m de estatura,
camina un tanto encorvado hacia adelante, habla con voz nasal.
Lewis Broad

Arriesgándose mucho ellos mismos, Howard y Dewsnap ocultaron a


Churchill en el fondo de la mina de carbón. Allí el fugitivo leyó el
libro de Stevenson, Kidnapped (Secuestrado), en tanto que las ratas

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blancas le hacían compañía y que las patrullas bóers registraban el


distrito. Algún tiempo después Howard consiguió embarcarlo, entre
pacas de lana, en un tren que, cruzando la frontera, penetró en
territorio portugués.
Su fuga causó sensación en los diarios de dos continentes.
Churchill se embarcó en el primer vapor que zarpaba para Durban
(Sudáfrica), que estaba en manos de los ingleses. Allí una
muchedumbre atestaba los muelles y lo alzó en hombros, con riesgo
de lastimarlo, y así lo condujo hasta el Ayuntamiento. De todas
partes del mundo le llovían los telegramas. En Inglaterra un cómico
de variedades cantaba:
De Winston Churchill hablamos;
No hace falta decir más;
Hoy por hoy es el más grande
Y mejor corresponsal.
Peter von Mendelssohn

Los bóers estaban en franca retirada, y Churchill, a caballo, entró al


lado de los ejércitos victoriosos, primero en Johannesburgo y
después en Pretoria. En el campamento de prisioneros de guerra de
donde había escapado fue recibido con delirantes ovaciones.
El partido conservador, entusiasmado por la aparente victoria
alcanzada en África, convocó inopinadamente a elecciones, en las
cuales Churchill resolvió tomar parte. Había dejado a Inglaterra, en
el siglo XIX y volvía a ella, ya comenzado el XX, con 26 años de edad
y convertido en el joven más famoso del reino. Podría haber

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aceptado el ofrecimiento que se le hizo, que le habría exigido el


mínimo esfuerzo, y haber ingresado en el Parlamento con una
diputación ganada de antemano, pero optó por volver a presentarse
como candidato en Oldham. Allí encontró viva oposición y, aunque
salió triunfante, ganó por sólo 222 votos.
Geoffrey Bocea

La formación de un político
Eduardo VII inauguró el primer Parlamento del siglo y de su reinado
el 15 de febrero de 1901. El delegado de Oldham ocupó su asiento
entre las últimas filas de los partidarios del gobierno.
Peter von Mendelssohn

Diez minutos después de haber prestado juramento, se reclinaba


cómodamente en su sitio, con su sombrero de copa echado sobre la
frente, encogido el cuerpo en la actitud que adoptaban los ministros
y con las manos metidas en los bolsillos; paseaba la vista por el
lugar y examinaba críticamente a sus ocupantes como si todos
fuesen diputados bisoños.
Daily Man

Como nuevo individuo del Parlamento, Winston fue uno de los


jóvenes más laboriosos de Inglaterra. Preparaba sus discursos con
infinito cuidado y a veces los pulía durante seis semanas. "En
muchos años", escribiría después, "fui incapaz de decir nada (como
no fuera réplica) que no hubiera yo escrito y luego aprendido de

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memoria".
Ensayaba sus discursos recitándolos en voz alta. El director de un
diario escribió: "Podía oírsele hablar con voz tonante en su
dormitorio, ensayando la exposición de hechos y el ornato de sus
frases, que acompañaba de sonoros golpes dados en los muebles".
Una vez que consideraba terminado un discurso, tenía cuidado de
que los diarios recibieran copia de él con toda anticipación, y a
menudo los redactores veían con sorpresa que, lleno de confianza,
había salpicado sus manuscritos del comentario "aplausos".
Con el trascurso de los meses, sin embargo, Churchill fue
mostrándose cada vez más rebelde con su propio partido.
Virginia Cowles

Lo mismo que lo fue su padre, era partidario convencido de la


libertad de comercio. Mas los Tories tendían decididamente hacia
una política proteccionista. Disgustado por esta política, censuró a
uno de los principales proteccionistas, el ministro de Colonias
Joseph Chamberlain. Cuando Churchill se puso en pie con el
propósito de tomar la palabra, fue siseado y obligado a sentarse de
nuevo. Se negó, sin embargo, a quedarse callado.
En mayo de 1904, entre los ensordecedores abucheos de los Tories y
los aplausos de los liberales, Winston se pasó al lado de la oposición
en la Cámara. Lloyd George se apresuró a hacer sitio a Winston en
la fila que aquél ocupaba, para que tomara asiento a su lado.
Dos años después de la defección de Churchill, la nación celebró
nuevas elecciones. Los liberales triunfaron por abrumadora mayoría

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y Churchill fue designado subsecretario de las Colonias.


Geoffrey Bocea

El subsecretario emprendió sin demora una gira por los territorios


africanos. Los oficiales del ejército lo miraban con antipatía por
haber cambiado de partido. En Aden, donde hizo escala el barco en
que iba Churchill rumbo a África, había un oficial llamado Calven,
que mandaba la guardia mayor. Cierta mañana sonó el timbre del
teléfono. El mismo Calvert relata así el episodio:
"Una voz dijo:
"—Habla el señor Churchill. Quisiera que el cuerpo de camelleros
me proporcionara una de estas bestias que montar.
"Yo respondí:
"—Perfectamente —y llamé al sargento mayor, quien me dijo:
"—Ordenaré en seguida que ensillen al Nº 51.
"Bien sabíamos todos que el Nº 51 era un animal lleno de resabios y
propenso a dar coces.
"Por la noche se me presentó el mozo de cuadra somalí sonriendo de
oreja a oreja. Inquirí acerca del camello, y el muchacho respondió:
"Sahib, camello dio patada Churchill; señor Churchill pateó camello.
Ya camello muy buen animal, Sahib".
Peter von Mendelssohn

Quienes tomaron parte en sus expediciones de caza, comentaban


posteriormente que Churchill era el cazador más indisciplinado que
hubieran tenido la desgracia de conocer en un safari. Con

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frecuencia se negaba a someterse incluso a las normas de seguridad


más elementales. Cierta vez, como se le aconsejara que se apartase
prudentemente de una formación de hormigas guerreras, quiso
investigar, se halló rodeado por los insectos, cayó al suelo y, aunque
logró escapar en el último instante, dejó en el campo un preciado
bastón que las hormigas devoraron. Churchill dio muerte a un
rinoceronte blanco, y sólo con grandes esfuerzos se le pudo
convencer de que no navegara sobre un tronco, Nilo abajo, para
tomar fotografías a los cocodrilos.
Robert Lewis Taylor

"Debemos fijar un límite"


Durante una visita que hizo a Manchester, Churchill había visto por
vez primera lo que eran los barrios miserables. Se sintió
impresionado hasta el horror. "Imagínense ustedes lo que será el
vivir en una de esas calles", comentaba, "sin ver jamás nada
hermoso... sin probar nunca un apetitoso bocado... sin decir jamás
una frase ingeniosa!"
A. L. Rowse

"No piensa sino en los pobres, cuya existencia acaba de descubrir",


escribía Charles Masterman en 1908. "Se cree llamado por la
Providencia a hacer algo en bien de ellos".
En el curso de un revolucionario discurso que pronunció en el St.
Andrew’s Hall de Glasgow, Churchill declaró: "Confío en que habrá
de establecerse universalmente un nivel mínimo para las

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condiciones de vida y de trabajo. Debemos fijar un límite a tales


condiciones, y no permitir que la gente tenga que vivir y trabajar por
debajo de él, si bien por encima podrá competir con todas las
fuerzas de su capacidad humana".
Esto, dicho hace 50 años, era un concepto muy audaz. Los
contemporáneos de Churchill que militaban en el partido liberal,
reconocieron con admiración y no escasa envidia que aquel político
bisoño defendía su causa con mayor elocuencia que la que habían
sabido emplear ellos mismos.
Peter von Mendelssohn

"Me casé y viví después eternamente feliz"


A los 33 años Churchill había logrado cuanto podía lograrse... hasta
entonces: ocupaba firmemente un sitial en el Parlamento, como
diputado por Dundee, y era presidente de la Junta de Comercio,
cargo equivalente al de ministro. Había llegado la hora de pensar en
cuestiones más personales.
Las madres de jóvenes distinguidas ya arrojaban sus redes para
atrapar al joven ministro de brillante carrera. Hubo vez en que los
casamenteros dieron en unir el nombre de Churchill al de Ethel
Barrymore, a quien él admiraba profundamente. Pero el 14 de
agosto de 1908 el poeta Wilfrid Blunt escribía en su diario: "Blanche
Hozier me escribe de Blenheim y me dice que su hija Clementine se
va a casar con Winston Churchill".
Peter von Mendelssohn

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Clementine Hozier, que acababa de cumplir 23 años, poseía un


hechicero rostro oval de delicadas y clásicas facciones, y grandes
ojos. Winston, por su parte, se enamoró a primera vista. Su
"Clemmie" no sólo era bellísima, sino también vivaz, inteligente, de
espíritu liberal y apasionada por la política. Las bodas se celebraron
en la iglesia de St. Margaret, en Westminster.
Aquel matrimonio resultó ser uno de los más distinguidos del siglo.
Virginia Cowles

Las campanas nupciales no repicaron para los Churchill en una


época de felicidad completa. A Winston, que había lanzado una serie
de ataques contra la Cámara de los Lores, lo tildaban de traidor a
su propia clase, y él y Clemmie se encontraron con que muchas de
sus amistades y relaciones les volvían la espalda. Asimismo fueron
blanco de la hostilidad de otro sector. Churchill se oponía a que se
otorgara el voto a la mujer, y las sufragistas habían jurado vengarse
de él. En los mítines lo vejaban y lo atacaban arrojándole frutas y
huevos podridos.
No era un secreto que Clementine estaba por la idea de que se le
diera el voto a la mujer. Se encontraba al lado de Winston el día en
que tres mujeres se encaramaron al techo de un edificio público y, a
través de un respiradero, estuvieron reclamando el voto a gritos
mientras duró el discurso que pronunciaba su esposo. Clementine,
que se hallaba en el estrado, saludó a las manifestantes agitando la
mano alegremente.
Jack Fishman

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Unos cuantos meses después de venir al mundo Diana, la


primogénita de los Churchill, lord Esher decía: "Ayer comí con
Winston en su casa. Era una comida de cumpleaños. No había más
que seis personas. Sin embargo, Winston tuvo un gran bizcocho
adornado con velitas, y cajas de dulces con sorpresas. Durante toda
la velada se estuvo sentado, cubierta la cabeza con el gorro de papel
que encontró en uno de los bombones sorpresa. Winston y
Clementine estaban en el mismo sofá, y él tenía entre sus manos la
mano de ella. Nunca he visto pareja más enamorada".
Peter von Mendelssohn

El ingenio churchilliano
Churchill seguía siendo el político más detestado del país, y
mantenía viva la ojeriza de sus antiguos correligionarios a causa de
la mordacidad de sus réplicas en el Parlamento.
Lewis Broad

Sir William Joynson Hicks hizo algún comentario ante el cual


Winston dio muestras de desaprobación.
—Veo que mi honorable colega sacude la cabeza —observó Hicks—,
pero no hago más que expresar mi propia opinión.
—Y yo —repuso Churchill no hago más que sacudir mi propia
cabeza.

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Lady Clementine Churchill

En cierta ocasión Churchill dijo una cosa que hizo que otro de los
diputados se pusiera en pie para protestar con tal vehemencia que
casi no lograba expresarse.
—Mi honorable colega —comentó Churchill— debería evitar el sentir
más indignación de la que es capaz de contener.
Edward Marsh

En enero de 1910 los liberales ocuparon de nuevo el poder y


Churchill obtuvo un ascenso muy merecido. Fue nombrado
secretario del Interior y se aplicó al desempeño del cargo con su
característica diligencia.
A. L. Rowse

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No tardo en convertirse nuevamente en blanco de las críticas. Unos


anarquistas extranjeros habían asesinado a varios agentes de la
policía que los sorprendieron al cometer un robo, y luego se hicieron
fuerte en una casa de la calle Sidney. Winston se encontraba en el
baño cuando unos funcionarios vinieron a pedirle que aprobara la
intervención de soldados en el caso. Cubierto solamente con una
toalla, Winston se impuso del asunto y dio la autorización que se le
pedía.
Guy Edén

Después, de abrigo forrado de piel y con sombrero de copa, el


secretario del Interior se dirigió a aquel sitio para observar lo que
ocurría... y una vez allí no pudo resistir el deseo de dirigir por sí
mismo el asedio. Por desgracia se le tomaron muchas fotografías y
hasta apareció en los noticiarios de cine. Aquello fue más de lo que
podía tolerar la gente conservadora y respetable. ¿Qué estaba
haciendo un ministro del gabinete en semejante postura —le
interpeló el rey Jorge—, asomando la cabeza en las esquinas, entre
las balas? Cuando Churchill regresó del teatro de operaciones,
cierto enfurecido funcionario le preguntó:
— ¿Y esta vez qué diablos ha estado usted haciendo, Winston?—
Vaya, Charlie —replicó el ministro—, no sea usted pesado. ¡Estuvo
de lo más divertido!
A. L. Rowse

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La sombra de la guerra
De pronto e inopinadamente, por la mañana del día primero de julio
de 1911, Su Majestad Imperial, el emperador de Alemania,
despachó su cañonero Panther al puerto de Agadir, en el Marruecos
francés, a fin de proteger los intereses de los alemanes en aquel
lugar. Comenzaron a sonar las campanas de alarma de un confín a
otro de Europa.
Winston Churchill

La crisis de Agadir fue el preludio de lo que sería la primera guerra


mundial. El suceso sirvió para que Inglaterra se hiciera cargo de la
gravedad de la amenaza alemana. La inteligencia de Churchill
reaccionó en el acto. La necesidad de que Inglaterra estuviese
debidamente preparada llegó a ser su preocupación más
apremiante.
Lewis Broad

Winston comenzó a bombardear al gabinete con propuestas y


planes. En el primero de éstos, titulado Military Aspects of the
Continental Problem (Aspectos militares del problema europeo),
predecía que hacia el cuadragésimo día de la guerra los alemanes
habrían extendido todas sus fuerzas a lo largo de los diversos
frentes y que entonces, si el ejército francés no había malgastado
sus fuerzas, los Aliados estarían en condiciones de poner por obra
su principal contraataque. Los generales calificaron aquel
documento de "ridículo y fantástico", pero los acontecimientos

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habían de demostrar que Churchill estaba en lo cierto: los alemanes


perdieron la batalla del Marne en el cuadragésimo segundo día de la
guerra.
Virginia Cowles

Este memorando ha ganado justa fama como clásico escrito militar


y figura entre los documentos de Estado más penetrantes del
período inmediatamente anterior a la guerra. En ningún otro hay
nada que revele tanta previsión y tanta agudeza.
Peter von Mendelssohn

En octubre de 1911 el primer ministro Asquith me invitó a pasar


con él una temporada en Escocia. Al día siguiente de mi llegada,
Asquith me preguntó de repente si querría yo hacerme cargo del
Almirantazgo. "Ya lo creo", repliqué.
Esa noche, al irme a la cama, hallé una Biblia sobre la mesa de mi
dormitorio. Abrí al azar el libro sagrado y leí:
Pues has de saber hoy que irá delante de ti el mismo Dios tuyo,
fuego devorador y consumidor, que los ha de desmenuzar y
consumir... Porque no por tus virtudes, ni por la rectitud de
corazón, entrarás a poseer sus tierras, sino porque aquéllas obraron
impíamente; por eso al entrar tú han sido destruidas.
Me pareció que aquellas líneas contenían un mensaje lleno de
confianza.
Winston Churchill

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"La flota estaba lista"


El nuevo primer lord del Almirantazgo se dedicó a imponerse de sus
obligaciones. Pasó casi ocho meses a bordo del yate del
Almirantazgo; visitó las instalaciones navales, los astilleros y todos
los barcos de mayor importancia. Finalmente se había puesto al
tanto "del aspecto de todo, del lugar que ocupaba cada cosa y de
cómo concordaba cada una con las demás".
Virginia Cowles

Churchill opuso a la amenaza alemana sus vastos programas de


construcciones navales emprendidos entre 1912 y 1914. Dispuso
que se adaptaran los motores de las naves para que consumieran
petróleo en vez de carbón, lo que aumentó su velocidad y su
capacidad de maniobra. En 1914 el almirante von Tirpitz, colega
alemán de Churchill, tuvo que reconocer que estaba derrotado, que
Alemania jamás podría construir más barcos que Inglaterra.
En julio de 1914, terminadas las maniobras navales del verano, la
flota, en circunstancias ordinarias, se habría dispersado, pero
Churchill paseó la vista por el panorama del mundo y, bajo su
responsabilidad, ordenó que siguiera reunida. Posteriormente
recibió del general Kitchener, su antiguo rival, el cumplido que más
le halagó: "Una cosa no podrá discutírsele, en todo caso: ¡la flota
estaba lista!"
Richard Armstrong

Día 4 de agosto de 1914. Un pequeño grupo de personas se había

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reunido en el Almirantazgo. Eran las 11 de la noche (las 12 en


Alemania), hora en que expiraba nuestro ultimátum a este país.
Todos los almirantes y capitanes ingleses se hallaban atentos en el
mundo entero. Sólo faltaba dar la señal. Procedente del palacio llegó
hasta allí la voz de una inmensa multitud que cantaba el himno
nacional: "Dios guarde al Rey". Sobre aquella vasta onda sonora se
dejaron oír las campanas del Big Ben. A las primeras campanadas
del gran reloj, que daban sonoramente la hora, un agitado rumor se
extendió por la habitación. Se envió a todos nuestros barcos el
mensaje decisivo: "Rompan hostilidades contra Alemania".
Winston Churchill

El secretario del Interior presencia las escaramuzas de Sidney Street

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Conceptos nuevos, conceptos audaces


Tal era el alto grado de preparación que la armada británica había
alcanzado bajo la dirección de Churchill, que Inglaterra logró desde
un principio el dominio de los mares. \a podía dejar que su espíritu
previsor se aplicara a otros campos: uno de ellos sería la creación de
una fuerza aérea.
Lewis Broad

Churchill aprendió a pilotar un avión, lo que justificó diciendo que


con eso se "estimularía" el interés general por la aviación. La verdad
es que no pudo resistir la tentación de hacerlo. Con el cigarro entre
los dientes se estrelló repetidas veces. Sus instructores no le tenían
ninguna confianza a menos que su avión se hallase a buena altura.
De esta nueva pasión de Churchill, surgió sin embargo el Real
Servicio Aeronaval.
Richard Armstrong

Los peritos navales estaban convencidos de que los aviones nada


tenían que ver con la armada, y que probablemente a nadie le iban
a servir, pero Churchill preveía la posibilidad de lanzar aviones
desde la cubierta de un acorazado. Él mismo tomó parte en las
pruebas de la aviación naval. Inglaterra fue el primer país en el
mundo que dispuso de un avión armado de una ametralladora y el
primero que disparó un torpedo desde el aire.
Profesor A. M. Low

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Cuando la guerra de movimientos se estancó en una guerra de


trincheras en Francia, Churchill dio instrucciones que revelan que
ya marchaba a tientas hacia la invención del tanque. Dispuso la
construcción de automóviles blindados y construidos en forma que
pudieran salvar trincheras.
Siempre que el ministro del Aire debía verse con él para tratar de
otras cuestiones, Churchill abordaba el problema de las trincheras y
le decía: "ponga usted a sus hombres más talentosos a trabajar en
esto". El ministro del Aire no alcanzaba a comprender qué tuviera
que ver la guerra de trincheras con la Marina Real o con la Fuerza
Aérea... pero la responsabilidad final sería de Churchill.
Sin consultar al Almirantazgo ni al ejército, Churchill ordenó que se
fabricaran 18 "navíos de tierra" con un costo de 70.000 libras
esterlinas. Quienes oyeron hablar de aquellas máquinas se referían
a ellas con el calificativo de "la locura de Winston".
Lewis Broad

El único plan que ofrecía una verdadera oportunidad de ganar la


guerra (el de forzar el paso de los Dardanelos) fue concebido por
Churchill. De haber salido bien, se hubiera eliminado a Turquía y
habría abierto una línea de abastecimiento para Rusia, lo que
hubiera abreviado la matanza en varios años.
Pero la desalentadora campaña se prolongó durante un año: un año
de mala suerte, de golpes poco afortunados y repetidos errores. Dos
asaltos anfibios contra la península de Galípoli fueron insuficientes
y se efectuaron demasiado tarde.

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Clement Attlee, que combatió en Galípoli, dijo de aquella empresa


que fue "la única concepción estratégica de toda la guerra que
revelaba imaginación’’. Sin embargo, cuando la campaña acabó en
un costoso estancamiento como aquel en que se debatía Francia, se
sintió en Inglaterra la necesidad de buscar una víctima
propiciatoria, y la víctima fue Winston Churchill. Los liberales
precisaban de una vigorosa coalición con los conservadores, quienes
insistieron en fijar como condición indispensable que se destituyera
a Churchill. Fue este el primer amargo destierro del poder que
conoció Winston.
Richard Armstrong

Intermedio
Churchill recibió un cargo nominal en el gobierno: la cancillería del
ducado de Lancaster. "El cambio de la intensa actividad del
Almirantazgo a los pausados y minuciosos deberes de consejero, me
dejó sin aliento", escribiría más tarde. "Como a la bestia marina
arrancada a las profundidades del océano, o al buzo a quien se iza
repentinamente, las venas amenazaban con reventárseme".
René Kraus

A principios del verano de 1915 mi tío se retiró a la granja Hoe, en


Surrey. Lo dominaba una majestuosa melancolía. Cierta tarde de
sol, vagando por la casa, vio de pronto mi caja de pinturas para
acuarela. Allí mismo decidió pintar un cuadro. Tomó asiento y se
absorbió gozosamente en la tarea durante el resto del día. El

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resultado lo dejó complacido. Y como nunca hace nada a medias, se


lanzó en seguida a pintar al óleo.
John Spencer Churchill

"Si ese hombre abrazara la profesión de pintor", comentó Picasso


cierta vez, "no tendría dificultad en ganar lo suficiente para vivir con
holgura".
Robert Lewis Taylor

— ¿Por qué no pinta más que paisajes? —le preguntó un amigo.


—Porque —le replicó Churchill— ¡un árbol no se queja de que lo
haya retratado mal!
Journal, de Milwaukee

Cuando no estaba pintando, mi tío solía discurrir algún juego para


entretenernos. Su especialidad era "el gorila". Vestido con sus ropas
más viejas, se agazapaba detrás de setos y matorrales y aguardaba
a que nos acercáramos alguno de nosotros. Ocurría entonces una
aterradora erupción, se oía un rugido que helaba la sangre en las
venas, y aparecía mi tío, con los brazos colgando fláccidos y
oscilantes a los costados. Se lanzaba en persecución nuestra y luego
se encaramaba en el árbol más próximo. Pocas personas podrán
decir que han visto a un ex-primer lord del Almirantazgo agazapado
entre las ramas de un roble, enseñando los dientes y golpeándose el
pecho con los puños.
John Spencer Churchill

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Hacia noviembre Asquith comprobó que la oposición a Churchill era


aún demasiado viva para poder incluirlo en el consejo de guerra.
Churchill se apresuró a escribir: "En tiempos como los actuales no
me siento capaz de permanecer en mi bien remunerada inactividad.
Le ruego, pues, que presente al Rey mi dimisión. Sabedor de que mi
regimiento se halla en Francia, deseo ponerme a disposición de las
autoridades militares".
Malcolm Thomson

"C’est la guerre"
Cuando el mayor Churchill llegó a Francia, fue llevado rápidamente
en automóvil a St. Omer, donde Sir John French, leal amigo suyo, le
dio una cordial recepción.
"¿Aceptaría usted una brigada?" le preguntó. Winston asintió de
buena gana. El jefe de una brigada tenía el grado de general de
brigada y el mando de 4.000 hombres. Churchill estipuló sin
embargo que ante todo debía entrenarse durante un mes en la
guerra de trincheras.
Virginia Cowles

"¡Por Dios, no le dé usted el mando de una brigada!" observó el


primer ministro. "¡No le dé usted más de un batallón!"
Posteriormente un miembro del gabinete comentó que Asquith temía
que tal vez Churchill pudiera conducir a la brigada, al amparo de la
noche, hasta el mismo Berlín.

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Así pues, se le dio a Churchill un batallón en el 6º Regimiento de


Reales Fusileros Escoceses, acuartelado en la aldea de Ploegsteert.
Pasada la primera reacción ante el nombramiento, el batallón
comenzó a tener a orgullo el saberse mandado por un ex-ministro
del gabinete.
Robert Lewis Taylor

Desde temprana hora y hasta avanzada la noche, Churchill se


hallaba en el frente. Por término medio, lo recorría tres veces al día,
tarea nada fácil si se agrega a sus otras obligaciones. Cuando
menos, una de esas visitas la hacía caída la noche, por lo general a
la una de la mañana. En tiempo de lluvia se presentaba vestido con
todo un equipo impermeable, incluso el "overol"; cubierto además
con un casco francés azul claro, ofrecía un aspecto notable. Se
mantenía invariablemente muy al tanto de todos los trabajos que se
estaban ejecutando.
Profesor Dewar Gibb

Le causaba pesar ver a muchachos que temblaban de miedo


cuando hacían guardia. Subía al parapeto y les explicaba en forma
paciente y bondadosa que era poco probable que alguna bala los
alcanzara. Cuando alguien resultaba herido, Churchill era todo
solicitud y cuidado. Se trasladaba sin demora al lado del herido y
sostenía un docto diálogo con el médico. Marchaba al lado de la
camilla, haciendo razonamientos médicos, manifiestamente
inexpertos, para explicar al herido en qué se fundaba al decirle que

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pronto se recobraría. La tropa se enorgullecía de él enormemente,


pero los facultativos acababan exasperándose. "¡Ese pelmazo me
trata como si yo fuera el asistente del cirujano!"

Con un casco del ejército francés: Francia, 1915

El 6º de Fusileros tenía una batería de cañones con proyectiles de


18 libras que el coronel se complacía en hacer tronar a las horas
más absurdas. "Les estropearemos el sueño a los hunos", solía decir
a sus soldados. Lo que con ello conseguía era estropear también el
sueño de éstos, pero se sometían. Los artilleros se veían arrancados
del lecho a las dos o tres de la mañana y recibían orden de "disparar
diez andanadas... ¡Despierten a esos tíos!" Comenzaba el fuego y, el
desquite, el enemigo tardaba poco en empezar a lanzar granadas.

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Pocos días después de la llegada de Churchill a la aldea de


Ploegsteert, todos sus ocupantes se marcharon, disgustados.
Solícito y servicial hasta el fin, les facilitó los vagones de trasporte
del batallón para que mandaran sus pertenencias y salió a
despedirlos al camino, gritando a menudo: "C’est la guerre!" Los
gruñidos de los habitantes de Ploegsteert indicaban que, a su modo
de ver, debía decirse: "C’est le Churchill!" Ya decía la comadrona del
lugar que nunca había tenido problemas hasta la llegada de
Churchill.
Kobeit Lewis Taylor

Triunfo de la "locura de Winston"


Algunos miembros del Parlamento habían estado apremiando a
Churchill para que regresara a Inglaterra y formase en las filas de
una patriótica oposición. Churchill pidió que lo relevaran de su
cargo en el ejército. "Estaba sinceramente convencido de que sólo
gracias a su consejo podría salvarse el Imperio", escribía Lord
Beaverbrook, "y sufría verdaderos tormentos al pensar que hombres
menos capaces dirigían los asuntos nacionales de muy mala
manera".
Virginia Cowles

Su viejo amigo Lloyd George, con grave riesgo político para él


mismo, lo nombró ministro de Municiones, cargo en el cual
Churchill se desempeñó tan hábilmente como siempre: en seis
meses el poderío del cuerpo de tanques aumentó en 27 por ciento, el

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del cuerpo de ametralladoras en 41 por ciento, y el número de


aeroplanos de los ingleses en Francia en 40 por ciento.
Richard Armstrong

Durante los últimos meses de la guerra los tanques se convirtieron


en la obsesión del ministro de Municiones. En otro tiempo los
escépticos habían hecho burla de "la locura de Winston", pero ya el
tanque había demostrado su importancia en el campo de batalla.
Las pruebas oficiales del primer Big Willie se habían efectuado en
1916. Las pruebas resultaron venturosas, y el Ministerio de la
Guerra ordenó la construcción de varias de aquellas máquinas.
Cuando 49 de estos tanques entraron en acción en la batalla de
Thiepval, en setiembre de 1916, dieron la razón a Churchill por su
iniciativa. Doce meses después 378 tanques de asalto y 98
auxiliares atacaron en Cambrai, en "una batalla hecha a la medida
de los tanques", decía Churchill. A lo largo del frente de más de 10
kilómetros de extensión, fue capturado el sistema alemán de
trincheras. La historia oficial del Cuerpo de Tanques dice: "Se había
ganado una de las más asombrosas batallas consignadas por la
historia". De allí en adelante los tanques fueron el factor decisivo de
la guerra.
Lewis Broad

Once de noviembre de 1918. A las 11 de la mañana del día del


armisticio me hallaba a la ventana de mi habitación del hotel
Metropole en espera de que el Big Ben anunciara la terminación de

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la guerra. De pronto se hizo oír el primer toque del carillón. La


amplia avenida que se extendía a mis pies estaba desierta. Pero en
eso la menuda figura de una chica surgió velozmente de un edificio
cercano. Las campanas de Londres comenzaron a repicar. Por todos
lados empezaron a aparecer ríos de gente, por cientos, por millares,
empujándose aquí y allá entre gritos de júbilo. El tumulto adquirió
la violencia de una tempestad. Al cabo de 52 meses de grandes
penalidades, la gente arrojaba al suelo la carga.
Llegó mi esposa y resolvimos ir en busca del Primer Ministro para
presentarle nuestras felicitaciones. No acabábamos de subir al
automóvil cuando una veintena de personas se encaramó sobre él y,
entre las aclamaciones de una enloquecida muchedumbre, nos
vimos empujados lentamente hacia adelante a través de Whitehall.
Winston Churchill

Guerra y paz
"La guerra de los gigantes", como Churchill la llamó, había
terminado. Los forjadores de la paz se congregaron en Versalles
para disputarse los despojos de Alemania, y así dio principio "la riña
de los pigmeos". Churchill mostraba tener escaso interés en el
debate promovido por Wilson, pues sostenía que las fronteras son, a
la larga, la única realidad. Como representante de las potencias
aliadas se hallaba enteramente dedicado a dirigir una guerra de
proporciones considerables, aunque no declarada, contra los
bolcheviques de Rusia.
John Davenport y Charles Murphy

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Churchill se sentía obsesionado por la amenaza que el comunismo


constituía para el mundo. Con ese sentido de la historia que tanto lo
distingue entre los estadistas, se percataba de la atracción que
tendría aquella maligna doctrina, de la amenaza en que habría de
convertirse si se dejaba que se enconara y se extendiera.
A. L. Rowse

Rusia era teatro de revoluciones y contrarrevoluciones. Lenin y los


bolcheviques dominaban precariamente la capital (San Petersburgo,
hoy Leningrado) y las provincias centrales. En las provincias de la
periferia brotaron movimientos antibolcheviques encabezados por el
general Denikin, el almirante Kolchak y otros jefes. Y en el norte de
Rusia se hallaban 12.000 soldados ingleses y 11.000 aliados.
Lewis Broad

En mayo de 1919 el Consejo Supremo Aliado adoptó en París una


resolución: los Aliados contribuirían con municiones y provisiones
al establecimiento de un gobierno para toda Rusia; al mismo
tiempo, los Aliados debían retirar sus tropas. Winston Churchill
disponía al fin de la autoridad necesaria para proceder, y envió a
Rusia municiones y material de guerra por valor de muchos
millones de libras.
Virginia Cowles

Los ejércitos de la Rusia blanca entraron en acción con cierto éxito.

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Momento hubo en que Moscú pudo haber caído en poder del general
Denikin, y Churchill se habría apresurado a trasladarse allá si Lloyd
George no lo hubiera disuadido, lo que consiguió con gran trabajo.
"Winston quisiera atravesar Moscú a lomos de un blanco corcel",
exclamó Lloyd George con irritación.
Pero al retirarse las tropas aliadas, los ejércitos de Kolchak se
desintegraron. El 3 de enero de 1920 las tropas de Denikin fueron
diezmadas y terminó en seguida la lucha.
La intervención de Churchill en Rusia había costado pocas vidas,
pero una enorme cantidad de dinero, de modo que sus relaciones
con Lloyd George se enfriaron. Churchill había acariciado la
esperanza de que lo nombraran ministro de Hacienda, mas, para
profundo desencanto suyo, se le otorgó, en cambio, el Ministerio de
las Colonias.
Geoffrey Bocea

Vida rústica
En las elecciones de 1922 Churchill vio derrumbarse a los liberales
y triunfar a los Tories... y él mismo se vio derrotado en las urnas por
un desconocido llamado Edwin Scrymgeour, candidato del partido
prohibicionista. Ocurrió mientras Churchill se hallaba recluido en el
hospital, víctima de apendicitis. "En un abrir y cerrar de ojos",
comentaba Churchill, "me encontré sin cargo alguno, sin escaño en
el Parlamento, sin partido y sin apéndice".
Escribió entonces The World Crisis (La Crisis Mundial), su historia
de la guerra mundial, que ocupaba cuatro tomos. Balfour la llamó

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"autobiografía de Winston disfrazada de historia del universo", pero


toda Inglaterra la leyó. Con las regalías que obtuvo, por valor de
más de 35.000 libras, y con una herencia recibida de una bisabuela
suya, Churchill adquirió la hermosa casa señorial de Chartwell, en
Kent.
Richard Armstrong

El jardín de Chartwell tenía un estanque cubierto de hierbas malas,


que mi tío insistía orgullosamente en llamar lago. No pasó mucho
tiempo sin que se convirtiera en un lago, digno de este nombre. Se
trajeron máquinas para remover la tierra, y un ejército de fornidos
obreros vestidos de "overol". A todos se nos dieron botas y palas, y
recibimos órdenes de ayudar en aquella obra... y ningún huésped,
por elevada que fuese su posición en el mundo, se libró de prestar
ayuda.
Estaba a punto de terminarse la obra del lago, que tenía unos 300
metros de longitud, cuando mi tío concibió un nuevo proyecto. ¿Por
qué no abrir otro lago más arriba, destinado a los peces? Se trajeron
otras máquinas, más vías férreas, nuevos trabajadores. Ya se había
comenzado a llenar este segundo lago cuando se trazaron los planes
para un lago superior al superior, que se destinaría a la natación.
John Spencer Churchill

Pocos eran los que allí nadaban, si bien Winston hizo instalar un
trampolín desde el cual solía lanzar al aire su gozosa mole, para
caer en las sufridas aguas y salpicar a todos los presentes que se

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hallaran hasta a siete metros de distancia.


Inspector Walter Thompson

Huelga general
Por dos veces más conoció Churchill la derrota. Se hallaba poco
menos que en el basurero político cuando algunos de sus viejos
amigos del partido conservador convencieron a los más diligentes
Tories para que perdonasen la antigua apostasía de Winston y lo
recibieran de nuevo en el redil. En 1924 se le concedió la segura
diputación por Epping. Después el primer ministro Stanley Baldwin
lo nombró ministro de Hacienda, segundo cargo en importancia
dentro del gobierno.
John Davenport y Charles Murphy

Churchill nunca comprendió ni disfrutó este cargo. Le


incomodaban, como incomodaron a su padre, aquellos "endiablados
decimales", que decía lord Randolph. Devolvió a Inglaterra el patrón
oro, lo que, si bien constituyó una muestra admirable de ortodoxia
fiscal, hizo que muchos artículos británicos de exportación
alcanzaran tan alto precio que quedaron excluidos del mercado
mundial.
Richard Armstrong

Las minas de carbón fueron las primeras en sufrir las


consecuencias de la política de Churchill. Los propietarios de
yacimientos carboníferos en Inglaterra se vieron obligados a reducir

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sus precios, y por consiguiente resolvieron disminuir los jornales de


los mineros, cosa que habría hecho de la minería una de las
industrias más desdichadas.
Virginia Cowles

El 4 de mayo de 1926 se declaró la huelga general. Cinco millones


de trabajadores ingleses se cruzaron de brazos. Los alentaba, a la
vez que los incitaba, un personaje nuevo en la política de Inglaterra:
Ernest Bevin. "La historia escribirá", declaró, "que fue una
esplendida generación la que se mostró pronta a dar este paso antes
que ver a los mineros explotados como esclavos".
Sin embargo, la huelga general terminó con el triunfo completo del
gobierno.
Geoffrey Bocea

Churchill estuvo a cargo del Ministerio de Hacienda durante cinco


años. No deja de ser admirable en un ministro el que fuese capaz de
decir, pasada la crisis: "Todos eran de parecer que no había habido
nunca peor ministro de Hacienda que yo. Y por mi parte me inclino
a darles la razón".
A. L. Rowse

Las horas de un escritor


Una vez más Churchill se halló excluido del gobierno, en 1929. Vino
entonces aquel lamentable lapso en que Inglaterra no supo en qué
emplear a su ilustre hijo. Aunque Churchill conservaba su sitial en

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el Parlamento, se le veía convertido en una solitaria figura, encogido


en la banca, en el ala ocupada por los representantes del gobierno.
"Me retiraría completamente de la política", le dijo a uno de sus
amigos, "a no ser por la remota posibilidad de llegar algún día a
primer ministro".
De aquellos días se dijo que los había pasado en el desierto, pero
Churchill se hallaba muy ocupado colaborando en diarios y revistas.
Percibía las más elevadas regalías; ningún otro escritor de
Inglaterra, excepción hecha de Bernard Shaw, superaba sus
ingresos, que alcanzaban a unas 35.000 libras esterlinas por año.
Llegó incluso a capitalizar su infortunio personal. Cuando se
hallaba en Nueva York durante una gira de conferencias en 1931,
fue atropellado por un taxi y dio motivo para que los diarios se
ocupasen de él en primera plana al exculpar generosamente al
taxista. Luego, en el lecho mismo en que hubo de recogerse, escribió
apresuradamente una espeluznante relación del episodio, por la
cual recibió 2500 dólares.
John Davenport y Charles Murphy

Sus amigos le apremiaron para que acometiera la tarea de examinar


el inmenso volumen de documentos que componían los archivos de
Blenheim y escribiera una biografía definitiva del duque de
Marlborough, tarea que culminó en una obra monumental
compuesta de cuatro tomos. Rodeado, según acostumbraba, de
buen número de secretarios que se iban relevando y estaban
encargados de tomar nota del río de palabras que iba dictándoles,

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se entregaba al trabajo hasta bien entrada la noche y aun hasta las


primeras horas de la mañana.
Geoffrey Bocea

Aseguraba que seis horas de sueño, todo lo más, le bastaban. Solía


despertar a las 7 de la mañana y se dedicaba a leer todos los
diarios. Se desayunaba a las ocho, y con frecuencia el menú
comprendía un plato de carne. En seguida se aplicaba a trabajar en
el Marlborough hasta la hora de almorzar, a la 1:15.
Remojaba el almuerzo con champaña y le daba cima con oporto,
coñac y un habano. A las tres o cuatro de la tarde reanudaba el
Marlborough, que interrumpía a las cinco para tomar el té, al que
agregaba sabor con un whisky con agua gaseosa. Otra vez al trabajo
hasta la hora de la cena, a las 8:15. La cena, rociada con nuevas
copas de champaña, oporto y coñac, y seguida de otros cigarros
puros, se prolongaba hasta las 10 u 11 de la noche, hora a la cual
Churchill se retiraba para proseguir el dictado, salpicado este de
whisky con gaseosa, hasta las dos o tres de la madrugada.
John Spencer Churchill

Visitó todos los campos de batalla en que Marlborough combatió, y


allí estudiaba la disposición de los ejércitos hasta conocer su
estrategia y su táctica tan bien como el mismo Marlborough. Una de
estas expediciones al continente europeo aconteció en el verano del
año 1932.
Virginia Cowles

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En Münich se me presentó un caballero: Herr Hanfstaengl, que


gozaba del favor del Führer. Hablando excelente inglés, me hizo una
interesantísima relación de las actividades de Hitler. Me dijo que
debía yo conocer al Führer, quien todos los días venía a aquel hotel
a las cinco de la tarde. Yo comenté: "¿Por qué su jefe es tan
enconado enemigo de los judíos? ¿Puede un hombre ser culpable de
su origen?" Herr Hanfstaengl debió de haber comunicado a Hitler mi
observación, porque reapareció al día siguiente y me dijo que esa
tarde el Führer no vendría por el hotel.
Así fue como Hitler se privó de su única oportunidad de conocerme.
Winston Churchill

Se cierne la tormenta
Poco tiempo después Alemania reclamó abiertamente su derecho a
armarse de nuevo. Winston advirtió a los parlamentarios de la
Cámara de los Comunes: "No es una situación de igualdad lo que
Alemania pretende. Todas esas pandillas de fornidos jóvenes
teutones que marchan marcialmente por las calles de Alemania, con
fulgor de deseo en los ojos, no van en busca de igualdad. Andan en
busca de armas; y cuando hayan obtenido esas armas, créanme,
exigirán la devolución de sus perdidos territorios".
Virginia Cowles

En tanto que el gobierno seguía una política exterior basada en el


ingenio para hacer epigramas y en el apaciguamiento, Churchill

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esperaba y estudiaba, presa de la irritación. Sus fuentes de


información secreta eran tan buenas al menos como las del
gobierno mismo. En la Cámara de los Comunes declaró que poco
faltaba para que la fuerza aérea alemana fuese más poderosa que la
inglesa. El gobierno negó tal cosa... hasta que pasaron las
elecciones de 1935; después admitió tímidamente que Winston
estaba en lo cierto.
Richard Armstrong

En 1936 Churchill descendió al nivel más bajo de su carrera a


causa del papel que desempeñó en la crisis precipitada por el
proyectado matrimonio del rey Eduardo VIII con la señora Wallis
Simpson.
Churchill adoptó el partido del soberano, a quien había tratado y
amado entrañablemente desde la niñez. Aconsejó a Eduardo que
desafiase a sus adversarios en la Iglesia y en el Estado, que se
alojara en el castillo de Windsor, "alzara el puente levadizo" y les
dijera: "Vengan por mí".
Refiriéndose a este episodio, escribió Churchill en The Gathering
Storm (Se cierne la tormenta): "Tan atacado me vi por la opinión
pública que casi todo el mundo pensaba que había llegado a su
término mi vida política".
Robert Sherwood

El Rey optó por la abdicación, y Churchill le ayudó a escribir un


discurso de despedida. Eduardo redactó el borrador, pero Churchill

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introdujo en él muchas frases majestuosas y lo pulió de principio a


fin. Cuando el soberano pronunció por radio el famoso discurso que
comenzaba diciendo "Por fin se me permite decir algunas palabras
de mi propia cosecha", Churchill lo escuchó por radio, en su finca
de Chartwell, y comentó modestamente la solemne erudición del
Rey.
Robert Lewis Taylor

La espaciosa escalinata
Churchill, en su campaña contra la política de apaciguamiento,
desplegó todas sus fuerzas. Durante mucho tiempo su voz predicó
en el desierto, pero la majestad y el vigor de su oratoria jamás se
habían puesto tan soberbiamente de manifiesto, ni aun en los
tiempos de la guerra.
Lewis Broad

En 1938, dos semanas después de que Hitler se apoderara de


Austria, Churchill se levantó en la Cámara de los Comunes, con los
hombros encogidos, la cabeza echada hacia adelante y una mano
metida en el bolsillo del chaleco. Sus palabras hicieron vibrar el
recinto con terrible determinación:
Durante cinco años he hablado a la Cámara sobre estos asuntos...
sin grandes resultados. He observado cómo esta ilustre nación
isleña descendía inconteniblemente, sin oponer resistencia, la
escalinata que lleva hasta un abismo tenebroso. En lo alto es una
espléndida y espaciosa escalinata, mas a poco andar se llega al fin

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de la alfombra que la cubre. Poco más allá no se compone sino de


losas, y aun estas, algo más adelante, ceden bajo nuestros pies. Si
se abatiera sobre la nación inglesa la catástrofe mortal, los
historiadores jamás alcanzarían a comprender, dentro de mil años,
cómo pudo permitir una nación victoriosa que se perdiese cuanto
había ganado con sacrificios inmensos. Hoy los vencedores están
vencidos, y aquellos que depusieron sus armas marchan hacia el
dominio del mundo.
Cuando Churchill volvió a su sitio reinó durante un momento
profundo silencio. Luego se oyó en la Cámara un ruido prolongado;
los concurrentes agitaban sus papeles y se encaminaban hacia el
vestíbulo. Cierto miembro destacado del partido conservador, a
quien se le preguntó su opinión acerca del discurso, replicó con
ligereza: "¡Bah! Se trata del acostumbrado obstruccionismo
churchilliano".
Virginia Cowles

El primer ministro Chamberlain persistía en sus esfuerzos para


mantener la paz. Se reunió con Hitler en Münich, y Checoslovaquia
resultó sacrificada a la causa del apaciguamiento. Chamberlain, a
su regreso a Inglaterra, fue recibido por las aclamaciones de la
muchedumbre. "Paz con honor declaró. "Paz en nuestra era".
Lewis Broad

En la Cámara, Winston se puso en pie entre gritos y silbidos.


"Empezaré diciendo lo que todos quisieran pasar por alto, y que no

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obstante se debe decir: que hemos sufrido una derrota total e


indiscutible".
Geoffrey Bocea

Se vio obligado a hacer una pausa hasta que la gritería cesó.


Después añadió sin amilanarse:
No quiero privar a nuestro leal y valeroso pueblo de su espontánea
explosión de regocijo, pero debe conocer la verdad; debe saber que
hemos sufrido una derrota sin haber luchado siquiera. Y no crean
que esto vaya a ser el final. Esto no es sino el principio, el primer
sorbo, una libación anticipada de la amarga copa que se nos
ofrecerá año tras año, a menos que, recuperando con un supremo
esfuerzo nuestra salud moral y nuestro marcial vigor, nos irgamos
de nuevo y nos apercibamos, como en tiempos pasados, a la defensa
de la libertad.
Lewis Broad

Cuando los nazis invadieron Polonia en setiembre de 1939 y sus


designios quedaron al descubierto hasta para el mismo
Chamberlain, no hubo otra alternativa que reponer a Churchill en
su antiguo cargo como jefe del Almirantazgo. Por entre las unidades
de la flota circuló un jubiloso cablegrama: "¡Winston está de vuelta!"
Richard Armstrong

El efecto que aquello hizo en Churchill fue electrizante. La luz que


había estado apagada resplandeció. Precedido por dos botellas de

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whisky y una de agua gaseosa, se instaló en las mismas oficinas


que había ocupado durante la primera guerra mundial. Los viejos
empleados del Almirantazgo se maravillaban que aquel hombre de
65 años hubiera reanudado sus tareas con el entusiasmo de uno de
40. Siguiendo su vieja costumbre de resolver las cosas en el acto y
en el lugar mismo, visitó arsenales, astilleros, muelles, dársenas.
John Davenport y Charles Murphy

Del brazo del Destino


Cuando los nazis desataron su ataque contra Noruega en la
primavera de 1940, cierto parlamentario llamado Leopold Amery,
que era uno de los más antiguos amigos de Churchill, se puso en
pie y dirigió a Chamberlain la terrible interpelación de Oliver
Cromwell: "Lleváis aquí demasiado tiempo para la utilidad que nos
prestáis. Partid, os digo, y libradnos de vuestra presencia. En el
nombre de Dios... ¡marchaos!"
Y así, después de llevar 40 años en el Parlamento, Churchill asumía
por fin el poder.
Richard Armstrong

Al retirarme a acostar, cerca de las 3 de la mañana, me hallé


invadido de una profunda sensación de alivio. Al fin disponía yo de
autoridad para dirigir el drama. Sentía como si fuera yo del brazo
del Destino, y que toda mi vida pasada no había sido sino una
preparación para esta hora y esta prueba.
Winston Churchill

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Nadie que los haya escuchado olvidará jamás aquellos magníficos


discursos en que Churchill presentía y daba expresión a la
resolución de la nación entera, con aquellas frases elocuentes que
saltaban al rojo vivo del yunque de su cerebro.
Clement Attlee

El día 13 de mayo me dirigí a la Cámara de los Comunes con el fin


de escuchar el primer discurso que pronunciaría el nuevo Primer
Ministro y que constituyó una declaración eternamente memorable.
Se mostraba sereno y tenía las mandíbulas apretadas. Con sus
primeras frases, sencillas, claras, explicó las razones que lo habían
movido a convocar de nuevo a la Cámara. Y en seguida, de pronto,
pareció transformarse en un inspirado caudillo que comprometía a
la nación toda a hacer infinitos sacrificios. Alzando la vista sobre las
atestadas hileras de escaños, hasta los catedralicios ventanales por
los que penetraban grandes haces de luz, declaró pausadamente:
"No tengo nada que ofrecer que no sea sangre, trabajos, lágrimas y
sudor".
La Cámara entera había escuchado atentamente, pero entonces un
gran silencio se hizo en ella. Luego siguió un hondo murmullo de
aprobación, como si todos los presentes respondiesen: Amén. Diez
minutos antes era aquella una asamblea seria, preocupada;
entonces se convirtió en una fuerza coherente, cuyo corazón latía al
unísono con el de su jefe. Cuantos la componían aclamaban las
palabras de éste casi antes de que las hubiese proferido.

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"Preguntarán ustedes cuál será nuestra política, prosiguió Churchill,


como si pusiera al descubierto el alma misma de la nación ante los
ojos del Cielo.

‘‘Estamos todos contigo, Winston". 13 de mayo de 1940. Caricatura


de Low, reproducida con autorización del Des Moines Register y el
Tribune Syndicate.

"Ha de ser la de sostener la guerra en el mar, en la tierra y en el aire,


con todas nuestras fuerzas y con toda la energía que Dios pueda
prestarnos; la de hacer la guerra a una tiranía monstruosa y jamás
superada en el sombrío y lamentable catálogo de los crímenes de la
humanidad. He ahí nuestra política".
La Cámara demostró su aprobación a voces.

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"¿Cuál es el fin que perseguimos?, preguntarán ustedes. A eso


contestaré con una sola palabra: la victoria; la victoria a toda costa;
la victoria a despecho del terror; la victoria, por largo y penoso que
sea nuestro camino.
Se comprometió a sí mismo y comprometió a los Comunes y al
pueblo a echar por el camino del que no hay retorno posible. Y la
Cámara en pleno, dando expresión a la voluntad misma del pueblo,
le aseguró su lealtad, tanto en la adversidad como en la buena
fortuna, hasta alcanzar la victoria final.
Sir Edward Spears

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SEGUNDA PARTE

Por segunda vez en 25 años, Europa entera se veía sumida en


tinieblas. Y en los sombríos años de guerra que se seguirían entre la
blitzkrieg, los bombardeos y las rendiciones, habríase dicho que sólo
un hombre hacía frente a la oscuridad definitiva.
“¡Jamás nos rendiremos!” proclamó Winston Churchill; y con sus
palabras de ardiente desafío inflamó el corazón de sus compatriotas
y del mundo entero.
Las horas de mayor gloria para Churchill ocurrieron durante la
segunda guerra mundial; la historia de su grandeza, sin embargo,
no dio fin con el triunfo alcanzado contra Hitler. Esa historia
continuó durante varios años de maestría política, años en que llegó
al pináculo de sus aptitudes como estadista, como artista, como
historiador y como hombre de ingenio.
Los dramáticos episodios descritos en esta segunda y última parte
de El hombre del siglo han sido recogidos en cientos de libros,
revistas y diarios. Esta crónica abarca un cuarto de siglo de la vida
de sir Winston, desde sus primeras horas como Primer Ministro, en
1940, hasta sus últimos días como miembro del Parlamento en
1964. Es el último y más glorioso capítulo de la épica existencia de
uno de los héroes inmortales de la historia.

En 1940 Winston Churchill alteró por sí mismo el curso de la


historia. "El cielo aparecía suspendido sobre sus hombros Churchill
salvó a su patria y a la causa de la libertad de los hombres.

67 Preparado por Patricio Barros


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Lady Violet Bonham Carter

En el Salón del Gabinete, en la casa número 10 de la calle Downing,


Winston Churchill ordenaba sus pensamientos. Era el domingo 2 de
junio de 1940, por la noche. Apenas cinco días antes, en
Dunquerque, cerca del 65 por ciento del Ejército Expedicionario
Inglés destacado en Francia (225.000 soldados en total) había sido
arrebatado a la muerte o al cautiverio. Dos días después Churchill
debía presentar a la nación su informe sobre lo ocurrido en
Dunquerque. Al extremo opuesto de la habitación, Mary Shearburn,
su secretaria, se hallaba ante la máquina de escribir. El instalarse
más cerca, para poder oír mejor, no era aconsejable: al Viejo le
gustaba disponer de espacio para pasearse de un lado a otro.
Churchill comenzó con acento reflexivo: "Debemos cuidarnos mucho
de atribuir a esta liberación las virtudes de una victoria..." Los
dedos de la señorita Shearburn volaban con ligereza sobre las teclas
según iba ella escribiendo cada párrafo, dejando tres espacios entre
líneas en cumplimiento del capricho del Primer Ministro. Mientras
dictaba, Churchill iba y venía de la chimenea hasta las grandes
puertas con cortinas de terciopelo. A veces gruñía: “¡Deme usted
eso!” y arrancaba de la máquina la hoja de papel para leer alguna
frase.
Pasaba ya de medianoche; la habitación estaba más fría. La señorita
Shearburn se sentía fatigada y la voz de Churchill se apagaba. Con
la cabeza inclinada, este luchaba por reprimir las lágrimas. Aunque
conmovida al ver al descubierto los sentimientos del Viejo, la

68 Preparado por Patricio Barros


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señorita Shearburn maldecía en silencio el que hablara entre


dientes.
Pero en esto los sollozos hicieron temblar la voz de Churchill: "No
habremos de flaquear ni fracasar. Proseguiremos hasta el fin.
Combatiremos en Francia, combatiremos en mares y océanos...
defenderemos nuestra isla a cualquier costo. Combatiremos en las
playas, combatiremos en los campos donde desciendan los invasores,
en la campiña y en las calles; combatiremos en las montañas…
Torturado por el dolor que le inspiraba su patria atormentada,
Churchill no pudo continuar. Transcurrió un minuto. Y luego, como
el toque de una trompeta, resonó la frase que seguía: “Jamás nos
rendiremos”.
Esto señaló un cambio completo de actitud. “De su voz desapareció
todo asomo de llanto”, cuenta la señorita Shearburn, maravillada.
Churchill se había puesto de nuevo en marcha. “Aun cuando esta
isla o buena parte de ella se viera sojuzgada y hambrienta, cosa que
ni por un momento juzgo posible, aun entonces nuestro imperio en
ultramar... proseguiría la lucha...”
Churchill estaba en marcha; hablaba cada vez con mayor rapidez,
con voz que era como el batir de los tambores, henchida de fe, para
llegar a un final semejante al trueno.
"... hasta que, cuando Dios lo disponga así, el Nuevo Mundo, con
toda su fuerza y poderío, acuda en ayuda y a la liberación del Viejo”.
Richard Collier

En cuanto Churchill fue designado Primer Ministro, se había

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aplicado a dar forma a una maquinaria pequeña y eficiente, capaz


de tomar decisiones con prontitud. Ante todo organizó un Gabinete
de Guerra, que se reunía casi diariamente y adoptaba todas las
resoluciones decisivas del conflicto. La coalición gubernamental
estaba constituida por ministros procedentes de todos los partidos
políticos, pero, como decía el mismo Churchill, sólo los miembros
del Gabinete de Guerra “tendrían derecho a que los decapitaran en
la Torre de Londres si no se ganaba la guerra”. Churchill era
también cabeza de la Cámara de los Comunes y ministro de la
Defensa. Los jefes del estado mayor debían informarle a él
directamente. De esta suerte, y con la anuencia del Gabinete de
Guerra, Churchill se convirtió de hecho en dictador.
Virginia Cowles

Inglaterra quedó trasformada en un campamento armado. Noche y


día los camiones bajaban hasta las costas ayudando febrilmente a
la tarea de construir emplazamientos para la artillería pesada, nidos
de ametralladoras y barreras anti-tanques. La Guardia Local,
armada lo mismo con fusiles que con horcas, llegó a contar con un
millón de hombres. Inglaterra se aprestaba a la prueba, y un viento
de gloria soplaba sobre ella.
Richard Armstrong

Su hora de gloria
Los grandes discursos de Churchill se seguían uno a otro como el
repicar de una enorme campana. En todos los confines del mundo,

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dondequiera que la gente entendía el idioma inglés, hombres y


mujeres de diversas creencias y partidos se detenían a escuchar. No
era solamente la elocuencia de tales discursos lo que ganaba a sus
oyentes. En aquella figura acosada reconocían la voluntad y
resolución, tal vez incluso la conciencia, no sólo de Inglaterra sino
de todo el mundo occidental.
John Davenport y Charles Murphy

El 18 de junio, después de la caída de Francia, hizo Churchill su


vehemente llamamiento al sacrificio: “La batalla de Francia ha
concluido. Presumo que la batalla de Inglaterra está a punto de
comenzar. De esta batalla depende que la civilización cristiana
sobreviva. Toda la furia y todo el poderío del enemigo se volverán en
breve contra nosotros. Hitler sabe muy bien que tendrá que
aniquilarnos en esta isla o que perderá la guerra. Si logramos
hacerle frente, toda Europa podrá ser libre y la vida del mundo
podrá seguir su curso hacia los anchos caminos que conducen a las
alturas iluminadas por el sol. Pero si nosotros fracasamos, entonces
el mundo entero se desplomará en el abismo de una nueva era de
tinieblas. Armémonos, pues, de valor para cumplir con nuestro
deber y portémonos de tal suerte que, si el Imperio Británico y su
Mancomunidad duraran un millar de años, los hombres puedan
decir: "AQUELLA FUE SU HORA MAS GLORIOSA".
Richard Armstrong

Churchill llevaba una pistola de su propiedad, y a menudo la

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sacaba a relucir diciendo con travieso placer: “Como verá usted,


Thompson, nunca me cogerán vivo. ¡Siempre tendré tiempo de
acabar con uno o dos antes que puedan derribarme a balazos!”
Inspector W. H. Thompson

El cuartel de operaciones militares del Grupo No. 11 del Mando de


Aviones de Caza era por aquel entonces el refugio predilecto de
Churchill. El lugar era el centro nervioso desde el cual podía seguir
el curso de la batalla por el dominio del aire en Inglaterra. Es
preciso relatar lo que siguió a una de estas visitas, hacia mediados
del mes de agosto. Durante toda la tarde se había combatido
encarnizadamente; momento hubo en que todas las escuadrillas
que componían el grupo se encontraban en acción. No nos quedaba
reserva alguna, y el mapa mostraba que nuevas oleadas de
atacantes cruzaban continuamente la costa. El miedo me hacía
sentirme enfermo.
Al caer la noche cesó la lucha, y Churchill y yo salimos juntos en
automóvil. “No me hable usted”, fueron las primeras palabras que
pronunció. “Jamás me he sentido tan conmovido”. Pasados unos
cinco minutos, dijo inclinándose hacia mí: "Nunca, en la historia de
los conflictos humanos, tantos seres han debido tanto a tan pocos".
Estas palabras se grabaron a fuego en mi ánimo, y, como todos
saben, Churchill las pronunció más tarde en un discurso que se
escuchó en el mundo entero.
Lord Ismay

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Churchill siguió la decisiva batalla del 15 de setiembre desde el


cuartel general subterráneo del Grupo No. 11 de Aviones de Caza.
Fascinado por las luces intermitentes que señalaban el curso de los
aviones, comentó que la batalla se reñía, “como la de Waterloo, en
domingo”. Esa noche recibió la sensacional noticia de que la Real
Fuerza Aérea había derribado 183 aviones enemigos, y que había
perdido menos de 40. (Por informes obtenidos después de terminada
la guerra se supo que las pérdidas enemigas no llegaron a esa cifra,
pero fueron lo bastante decisivas para disuadir a los alemanes.) Dos
días más tarde Hitler suspendió la Operación Lobo Marino (la
invasión que venía preparando en los puertos del canal de la
Mancha) e inició el ciego bombardeo de Londres.
Richard Armstrong

Sir Winston resolvió abstenerse de dormir en la casa número 10 de


la calle Downing, que ofrecía un blanco natural a los bombarderos
alemanes, y se mudó al refugio construido en un edificio del
gobierno, contiguo a la puerta de Storey (conocido después por el
“Anexo”). Pero muchas veces, cuando los cañones tronaban y
relampagueaban, y las bombas estallaban sin cesar, insistía en
subir al techo para contemplar el espectáculo.
En una de esas ocasiones un guardia se le aproximó con timidez y
le advirtió:
—Perdón, Excelencia: ¿Tendría usted inconveniente en quitarse de
aquí?
—¿Por qué? —gruñó Churchill.

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—Es que está usted sentado en el respiradero, Excelencia, y el


edificio está lleno de humo.
Virginia Cowles

Churchill no perdía ocasión de visitar las zonas bombardeadas. Yo


lo acompañé a los muelles de Londres inmediatamente después del
primer bombardeo intenso. Aún ardía el fuego en diversos puntos;
algunos de los edificios de mayores proporciones eran ya meros
esqueletos, y muchas de las construcciones más pequeñas
quedaron reducidas a escombros.
En el primer lugar en que nos detuvimos (un refugio antiaéreo
donde habían caído muertas unas 40 personas) hallamos reunida
una gran muchedumbre de hombres y mujeres de todas las edades.
Cuando Churchill descendió del automóvil, la gente se precipitó
sobre él entre aclamaciones:
— ¡Bravo, Winnie! ¡Ya sabíamos que vendría usted a vernos! ¡Somos
capaces de aguantar lo que venga! ¡Hágaselas pagar caro!
Churchill quedó quebrantado por la emoción y, cuando luchaba yo
para abrirle camino entre la multitud, oí que una anciana decía:
— ¿Veis? Se preocupa de veras por nosotros... Está llorando.
Lord Ismay

Es imposible describir en estas páginas los problemas con que se


encaraba el gobierno de Londres, donde noche tras noche quedaban
sin hogar de 10.000 a 20.000 personas; donde hasta los hospitales,
atestados de hombres y mujeres mutilados, eran blanco de las

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bombas; donde cientos de millares de personas exhaustas se


apiñaban en refugios insalubres e inseguros; donde el alcantarillado
estaba destrozado y los servicios de electricidad, energía y gas
habían quedado inutilizados; y donde, no obstante todo ello, la vida
de lucha y de trabajo de la ciudad debía continuar sin interrupción.
Hasta entonces el ataque enemigo se había limitado casi
exclusivamente al uso de bombas de gran potencia explosiva; pero
en la noche del 15 de octubre (en que, a favor de la Luna llena,
ocurrió el ataque más violento de aquel mes) unos 480 aviones
alemanes arrojaron, además de 386 toneladas de potentes
explosivos, 70.000 bombas incendiarias.
Por ese tiempo cualquiera se habría enorgullecido de contarse entre
los londinenses. En verdad eran muchas las personas que se
mostraban envidiosas de la distinción de que Londres era objeto, y
gran número de ellas venían del interior del país a pasar una o dos
noches en la capital, a fin de compartir trabajos y asistir a la
función.
Winston Churchill

Preocupaba a Churchill la suerte que pudiera correr el arzobispo de


Canterbury, quien sólo contaba con un refugio improvisado en la
cripta de su palacio de Lambeth.
“Eso no sirve”, decía Churchill, insistiendo en que el prelado se
construyera un refugio más fuerte y más profundo. “Si por
desgracia sufriera usted un ataque directo, me temo, mi querido
arzobispo, que tendríamos que considerarlo como un designio de la

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Providencia”.
John Davenport y Charles Murphy

Churchill insistía constantemente en que el nombre tiene mayor


significación de lo que mucha gente parece creer. Al enterarse de
que iban a crearse unas “estaciones comunales de alimentación”,
dirigió una protesta al ministro de Abastecimientos. “La expresión
es detestable, con ribetes de comunismo y de asilo de pobres.
Propongo que los llame usted Restaurantes ingleses. Todo el mundo
relaciona la palabra restaurante con una buena comida, y bueno
será que la gente disfrute de esa denominación, ya que ni se le
puede proporcionar otra cosa”.
Lord Ismay

Los ataques aéreos prosiguieron durante todo el invierno, pero


jamás se agregó a la lista de las pérdidas “la vigorosa fibra de los
londinenses”, a la que Winston rendía homenaje. “Resistiremos
cuanto venga” era la frase de que aquellos hicieron su lema; y lo
resistieron hasta que el mismo Hitler se cansó de su inútil empeño.
Hacia la primavera del año siguiente los ataques se hicieron más
espaciados. Cuando Hitler se volvió contra Rusia, en el mes de
junio, los cielos de Inglaterra se despejaron, y los londinenses
dormían con una sensación extraña al echar de menos el atronador
estrépito que durante tanto tiempo había arrullado su sueño noche
tras noche.
Malcolm Thomson

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"El foso en el suelo”


Churchill se sentó a su escritorio para escribir al presidente
Roosevelt e importunarle con sus instancias en una carta de 4.000
palabras, la más larga y más persuasiva que había escrito jamás.
“Si nosotros caemos, Hitler tendrá grandes probabilidades de
conquistar el mundo entero”. Roosevelt, aunque conmovido
profundamente, se hallaba atado aún por las restricciones que la
neutralidad le imponía. No era posible dar armas a los ingleses,
pero, guiándose por los términos de un estatuto poco menos que
olvidado, “para bien público” se les podrían proporcionar en
alquiler. Así pues, esta espléndida solución se hizo pública.
Inglaterra recibiría cuantos pertrechos necesitase. No se llevaría
cuenta de su valor en dólares. Tal fue el principio del plan de
Préstamos y Arriendos. “el acto más generoso de que se tenga
noticia en la historia de cualquier nación”, según descripción del
propio Churchill.
Lewis Broad

“El foso en el suelo” (un laberinto de corredores abierto bajo el


corazón mismo de Londres, que cubría una superficie de unas tres
hectáreas y comprendía 150 salas) era el centro nervioso de la
dirección de la guerra en Inglaterra. En el corredor principal había
una pequeña puerta sobre la que aparecían escritas dos breves
palabras: primer ministro. Allí, en una habitación tan estrecha que
se asemejaba a la celda de una prisión, Churchill hizo sus famosas

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radio-trasmisiones de la época de guerra. Ocupaba un sillón


giratorio ante una mesa colocada al fondo de la habitación, bajo un
techo de vigas de roble pintadas de blanco. Disponía también de un
comedor, del que rara vez hacía uso, y de un pequeño dormitorio
destinado a la señora Churchill.
Pero la habitación desde la cual Churchill dirigía la guerra era la
Sala de Guerra del Gabinete. Era esta, de unos 13 metros
cuadrados y tenía una puerta de dos hojas que permanecía
invariablemente cerrada con llave cuando se reunía el Gabinete.
Frente a una enorme mesa cubierta de paño negro se alineaban los
sillones hechos de tubos metálicos tapizados de cuero verde. En el
sitio destinado a Churchill se veía un trozo de cartón en el cual una
mano desconocida había escrito en letras de molde el pensamiento
de la reina Victoria: “Comprended que en nuestra casa no alienta el
pesimismo, y que no nos interesan las posibilidades de una derrota:
estas no existen".
Churchill dominaba todas las reuniones que se celebraban en la
Sala de Guerra. Alrededor de las 10:30 de la noche se convocaba a
los ministros a fin de discutir algún problema tocante a provisiones
o a las fuerzas armadas disponibles; se sufría una invariable y
desesperante escasez de todo: de tropas, fábricas, barcos, acero,
armas, tanques. Cuando ya el ambiente de la sala había tomado un
tono azuloso a causa del humo, y violento a causa de algún acre
comentario, entraba el “Viejo patrón”, con su “overol”, zapatillas
adornadas con unas figuras de dragón, y su cigarro. En seguida
cada uno de los ministros insistía apasionadamente en su derecho a

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ser oído el primero. El Viejo patrón seguía imperturbable su camino


hasta alcanzar su sitio, hecho lo cual preguntaba al general Ismay
por los puntos contenidos en el orden del día.
Cuando Ismay le contestaba, Churchill arrojaba la colilla de su
cigarro en un cubo que había a espaldas suyas. Jamás tomaba
puntería, pero era raro que errase el tiro. (Los infantes de marina
que se hallaban de guardia a la puerta obtenían buenas sumas de
la venta de tales colillas en calidad de suvenires.) Luego Churchill
calmaba el tumulto con alguna cuchufleta. Cierta vez en que cada
uno de los presentes exigía que se atendiera a su petición de
material bélico, Churchill gruñó: “La historia de siempre: ¡son
muchos los lechoncillos y la vieja puerca no cuenta con ubres
suficientes!”
General Leslie Hollis y James Leasor

Era hombre dogmático, dominante, enojoso, irritante, pero una


fuente de inspiración. En algunas de las juntas más animadas,
lanzaba exhortaciones y arengas. Haciendo caso omiso del orden del
día, Churchill hablaba hasta agotar el tiempo disponible y sin que
se hubiera llegado a tomar ninguna determinación. O bien, al
tropezar con pertinaz oposición a alguno de sus planes predilectos,
volcaba las fuentes de su iracundia y acusaba de tímidos a los
generales derrotistas. ¿Es que ninguno de ellos quería combatir a
los nazis?
Lewis Broad

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Nada era tan insignificante para el Primer Ministro que no lo


juzgara digno de su atención. Durante uno de los peores períodos de
la guerra,
a) sostuvo una insistente correspondencia sobre si se debían
racionar las golosinas;
b) ordenó que, al poner en práctica el corte de árboles, se tuviera
presente la belleza de la campiña inglesa; y
c) que a las jóvenes del Servicio Territorial Auxiliar debía tratárselas
como a damas.
Geoffrey Bocca

En el Parlamento, a principios de mayo de 1941, el Primer Ministro


declaró; “Hace casi exactamente un año, todos los individuos de
todos los partidos unieron sus esfuerzos con el propósito de
combatir hasta el fin. Al pasar revista a los peligros que hemos
superado, a las gigantescas olas que ha cruzado la valerosa nave de
nuestra nación, abrigo la convicción de que no tenemos por qué
temer a la tempestad. ¡Ya puede rugir, ya puede bramar, que
saldremos adelante!'’
Estas fueron las últimas palabras que Churchill pronunció en la
vieja Cámara.
A. P. Herbert

La mañana del 11 de mayo me hallaba yo con Winston Churchill


entre las ruinas, aún humeantes, de la Cámara de los Comunes,
que unas horas antes había sido demolida por las bombas nazis. El

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Primer Ministro las estuvo contemplando en silencio durante mucho


tiempo. Paseó los ojos con tristeza por lo que había sido la tribuna
de la Cámara, hasta el extremo de la mesa desde el que había
pronunciado no pocos discursos, hacia las galerías donde miles de
personas le habían escuchado.

Churchill contempla las minas de la Cámara de los Comunes

Los músculos de las mandíbulas le temblaban. Churchill hundía


entre las cenizas, callada y furiosamente, la punta del bastón que
llevaba.
Al fin se volvió bruscamente a algún funcionario y le dijo con
sencillez:
“Esta Cámara tendrá que ser reconstruida... tal como era. Entre
tanto, no dejaremos de celebrar nuestros debates un solo día”.

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Pasándose por los ojos la manga de su chaqueta, Churchill echó a


andar, de vuelta a su Sala de Guerra, a formular planes y proyectos
para alcanzar la victoria.
Guy Eden

"Nuestra historia no tendría fin”


El domingo 22 de junio, estando el Primer Ministro en Chequers
(sitio de descanso de los primeros ministros de Inglaterra), en
Buckinghamshire, recibió un despacho que vino a trasformar el
aspecto total de la guerra. Alemania había iniciado la invasión de
Rusia. En un discurso que Churchill dirigió a la nación esa misma
noche por radio, dijo:
“Nadie ha sido más firme enemigo del comunismo de lo que lo he
sido yo durante los últimos 25 años. No voy a retirar una sola
palabra que haya dicho acerca de él. Todo ello, sin embargo, se
desvanece ante el espectáculo que hoy se nos presenta. Cualquier
individuo o Estado que combata contra el nazismo podrá contar con
nuestra ayuda. Cualquier individuo o Estado que esté de parte de
Hitler es nuestro enemigo”.
Gerald Pawle

Al cambiar el curso de la guerra con la entrada de Rusia en ella,


Roosevelt y Churchill tuvieron necesidad de conferenciar. Se
concertó una reunión que debía celebrarse en agosto en la bahía de
Placentia, en Terranova, adonde el Presidente (de los Estados
Unidos) llegaría a bordo del Augusta y el Primer Ministro en el

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Prince of Wales. Churchill hizo una conmovedora descripción de la


escena de esa mañana estival, en la apacible y soleada bahía.
Cuando el Presidente subió con su cuerpo de colaboradores a bordo
del Prince of Wales a fin de asistir a los servicios religiosos
dominicales, “las apretadas filas de marinos ingleses y
norteamericanos se entremezclaron por completo y compartieron los
mismos misales, y se hicieron eco fervorosamente de las oraciones y
los himnos que a unos y otros les eran familiares. Los himnos los
elegí yo mismo: Por quienes se hallan en peligro en los mares, y
Adelante, soldados de la Cristiandad. Cerramos con Oh, Señor, que
fuiste nuestro confortador. Cada palabra pareció estremecer el
corazón. Fue aquella una hora magnífica, digna de vivirse”.
Churchill había llevado consigo el proyecto original de la Carta del
Atlántico, que él mismo había redactado.
A. L. Rowse

La Carta nunca se vio escrita en pergamino, ni firmada, sellada o


timbrada; fue sencillamente copiada en mimeógrafo y dada a la
publicidad. No obstante, sus consecuencias fueron históricas y
universales. El Punto Tres afirmaba: “[Los signatarios] respetan el
derecho de todos los pueblos a elegir la forma de gobierno bajo la
cual deseen vivir”. (Esta cláusula la redactó el mismo Churchill.)
Aquella breve palabra: “todos” había de ser la piedra fundamental
de la estructura de las Naciones Unidas.
Robert Sherwood

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“Sería una exageración”, escribiría Robert Sherwood en fecha


posterior, “decir que Roosevelt y Churchill se hicieron buenos
camaradas en aquella conferencia o después”; pero fue en Placentia
donde llegó a establecerse entre ellos cierta “natural intimidad y una
jovial llaneza”. Los acontecimientos que iban a venir demostrarían
que el que naciera esta intimidad y mutua comprensión entre los
dos caudillos del mundo de habla inglesa fue tal vez lo más
importante de cuanto ocurrió en la entrevista de la bahía de
Placentia.
Gerard Pawle

Diciembre 1, 1941. Prendí la radio poco tiempo después de haber


comenzado el noticiario de las 9 de la noche. Oí algunas frases
tocantes a cierto ataque de los japoneses contra la marina
norteamericana en Hawaii. En esto, Sawyers, el mayordomo, entró
en la habitación y dijo: “Los japoneses han atacado a los
norteamericanos”. Pedí que se me comunicara con el presidente
Roosevelt. Este se puso al teléfono. “¿Qué es lo que se dice acerca
del Japón, señor Presidente?” “Es la estricta verdad”, me contestó.
“Ahora todos remamos en la misma barca”.
El contar con los Estados Unidos en nuestro bando fue para mí una
gran alegría. Nuestra historia no tendría fin. Inundado y abrumado
de emociones y sentimientos, me fui a la cama y dormí el sueño de
los que se han visto salvados y se sienten reconocidos.
Winston Churchill

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Visita a Washington
Rodeado su viaje del más estricto secreto a causa de la censura de
tiempos de guerra, Churchill, con la más profunda sorpresa de
todos, cayó en Washington y dio nuevo vigor a la capital. El día
siguiente a su llegada tomó asiento, al lado de Franklin Roosevelt,
ante el ancho escritorio del despacho oval de las oficinas del Poder
Ejecutivo, y esperó con impasible calma mientras 200 periodistas se
apiñaban para tomar parte en una conferencia de prensa. Quienes
se arremolinaban en primera fila vieron un hombre regordete, de
mejillas como manzanas; bajo sus torcidas cejas inquietas mostraba
unos ojos azules; en su calvo y sonrosado cráneo flotaba, como una
cinta de espuma, un mechoncillo de cabellos grises como la arena; y
entre sus mandíbulas de bulldog mordía con aire belicoso un largo
cigarro negro.
Franklin Roosevelt hizo la presentación de su huésped. Los
periodistas que, por hallarse al fondo del salón, no alcanzaban a
ver, lanzaron voces. Churchill se puso en pie, sonrió y,
encaramándose en su asiento, agitó la mano. Los aplausos y
aclamaciones hicieron temblar las ventanas. Churchill se había
ganado a su primer auditorio estadounidense.
Time

Tan atareado andaba Churchill durante las conferencias celebradas


en la Casa Blanca, que incluso trabajaba estando en el baño, donde
leía informes secretos con el general de brigada Leslie Hollis. Este
había traído consigo a su secretario, William Jones, a quien cierto

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día le confió unos documentos para que se los llevara al secretario


de Churchill. Cuando Jones se hallaba en la galería donde Churchill
tenía sus habitaciones, se abrió la ancha puerta de uno de los
dormitorios y apareció el presidente Roosevelt en su silla de ruedas.
El Presidente le preguntó a Jones si Churchill estaría dispuesto a
recibirle, y con un movimiento de cabeza señaló hacia otra de las
puertas. Jones llamó a esta. Detrás de ella se oyó la áspera voz del
Primer Ministro.
“Por favor, ábrame usted la puerta”, dijo Roosevelt.
Jones hizo lo que se le pedía, y espantado descubrió a Churchill,
quien, envuelto en una toalla, vio con sorpresa que entraba el
Presidente de los Estados Unidos.
James Leasor

Roosevelt quiso excusarse e hizo ademán de salir, pero Churchill le


aseguró que no debía preocuparse por el incidente.
“El Primer Ministro de Inglaterra”, dijo, “nada tiene que ocultar al
Presidente de los Estados Unidos”.
Robert Sherwood

Los miembros del Congreso, que habían partido ya a sus respectivas


casas para pasar allá la Navidad, se apresuraron a volver a
Washington a fin de celebrar una sesión conjunta. Un millar de
hombres y mujeres se apiñaban en las galerías y otras 5000
personas aguardaban, con el tiempo lluvioso que hacía entonces, a
las puertas del Capitolio. Churchill fue recibido con una ovación por

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los miembros del Congreso, así los aislacionistas como los


intervencionistas. Se plantó los gruesos anteojos de carey, parpadeó
ligeramente y se balanceó como lo haría un viejo marinero. Con una
astuta sonrisa, observó en tono de broma:
“No puedo menos de pensar que si mi padre hubiera sido
norteamericano y mi madre inglesa, en vez de lo contrario, quizá
hubiera llegado yo aquí (al Congreso) por mi propio esfuerzo”.
Time

El fin del principio


Una serie ininterrumpida de calamidades ensombreció los primeros
meses de 1942. Los japoneses invadieron Malaca y Singapur se
rindió. El 7 de marzo las Indias Orientales Holandesas habían caído
en manos del enemigo; al día siguiente caía Rangún. Luego los
japoneses siguieron hacia el norte a través de Birmania.
Malcolm Thomson

En el frente europeo reinaba la indecisión. Los norteamericanos


afirmaban que era indispensable efectuar un desembarco en Europa
en 1942, pues juzgaban que existía el peligro de que Rusia se
derrumbase o firmara una paz por separado. Los ingleses argüían
que los alemanes contaban con fuerzas suficientes en Francia para
hacer frente a todas las tropas que pudiéramos enviar contra ellos,
y que un segundo frente en Europa no los obligaría a retirar una
sola división del frente oriental.
El Primer Ministro se inclinaba por la Operación Antorcha, es decir,

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por un desembarco en el noroeste de África. Se aducían acalorados


argumentos de una y otra parte. Por fin los jefes del estado mayor
norteamericano telefonearon a su Presidente para comunicarle que
se había llegado a un callejón sin salida. Roosevelt dio instrucciones
inmediatas a sus consejeros, indicándoles que debían decidir
alguna operación en otra parte del mundo. En vista de estas
órdenes, el general Marshall y el almirante King convinieron en que
un ataque contra el noroeste del África Francesa ofrecía la mejor
solución. Tal resolución constituyó uno de los pasos decisivos de la
guerra.
Lord Ismay

Es agosto Churchill hizo su primera visita a Moscú a fin de


establecer relaciones personales con Stalin. El tono de este primer
encuentro fue sombrío. Churchill llevaba la ingrata misión de hacer
saber a Stalin que no se abriría un segundo frente en el curso de
1942.
A. L. Rowse

Stalin se mostró injurioso.


— ¿Cuándo van ustedes a empezar a combatir? —exclamó—. ¿Van
a dejarnos a nosotros todo el peso de la guerra?
Y con una sonrisa mordaz agregó:
—Ya verán ustedes que no es tan difícil, una vez que empiecen.
Churchill había dominado su cólera, pero estas burlas lo hicieron
estallar. Asestó un puñetazo en la mesa, y de su boca brotó un

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torrente de palabras. Sólo en atención a la valentía desplegada por


los soldados rusos, declaró, pasaba por alto las frases
imperdonables que acababa de oír. ¿Qué objeto tenían estas
conversaciones? Había hecho el viaje a Moscú deseoso de entablar
amistad, pero no había hallado allí camaradería. Durante un año
Inglaterra había luchado sola contra Hitler... (y sus palabras
continuaban brotando con mayor rapidez).

Churchill y Stalin en el Kremlin, agosto de 1942.

Stalin echó atrás la cabeza, riendo a carcajadas.


— ¡No comprendo lo que usted dice —le interrumpió—, pero me
agrada su actitud!
De ahí en adelante disminuyó la tirantez y la cordialidad fue en
aumento.

89 Preparado por Patricio Barros


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Lewis Broad

Cuando el bombardero de Churchill despegó del aeródromo de


Moscú, los acompañantes del Primer Ministro, que lo observaban
atentamente, pudieron notar que se mostraba más contento.
Quienes colaboraron con Churchill están convencidos de que su
negativa a atacar Europa al mismo tiempo que se avanzaba contra
el Mediterráneo, fue la decisión más inteligente de su carrera.
John Davenport y Charles Murphy.

Montgomery atacó a Rommel el 23 de octubre. En El Alamein las


formaciones de tanques alemanes se vieron demolidas y quedaron
destrozadas sus líneas de comunicaciones y abastecimiento. Luego,
el 8 de noviembre, se llevó a cabo la Operación Antorcha, la
maniobra anfibia más formidable de la historia. Una enorme flota de
trasportes ingleses y norteamericanos, formada secretamente en el
Atlántico, se abatió súbitamente sobre Argelia y Marruecos.
Con aquella invasión, la iniciativa pasó de las manos del Eje a las de
los Aliados. La campaña de África del Norte seguía adelante. En un
mes, a partir de la batalla de El Alamein, el 8º Ejército Británico
había arrojado a Rommel de Egipto y lo había hecho retroceder a
través de la Cirenaica.
“Esto no es el fin”, advirtió Churchill. “No es ni siquiera el principio
del fin. ¡Pero es tal vez el fin del principio!”
Malcolm Thomson

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Hacia la victoria
Por aquellos años se tenía en Inglaterra un afecto inmenso a
Churchill. Las muchedumbres conocían bien todos y cada uno de
sus uniformes y sombreros, su “overol”, su corbata de lazo, sus
zapatos de cremallera, su bastón, la cadena de su reloj. Al parecer,
nada podría hartarlas de verlo con el cigarro en la mano o haciendo
la V de la Victoria, y a las primeras palabras de su voz áspera y
tranquilizadora, cuando hablaba por radio, callaban todas las
conversaciones en cualquier taberna o sitio público.
“Concibe no menos de un centenar de ideas al día”, comentaba
Roosevelt, “de las cuales cuatro son buenas”.
Entre esas buenas ideas de Churchill ninguna tan sensacional
como la del tanque, que él había puesto en marcha en 1915, pero
también se le debió el impulso dado a ciertos proyectos
notablemente venturosos, tales como “Pluto”, el oleoducto con que
se hacía llegar el petróleo a Francia por debajo de las aguas del
canal de la Mancha; “Fido”, el sistema para disipar la niebla en las
pistas de aterrizaje; y “Mulberry”, el puerto artificial construido para
los desembarcos efectuados en Normandía.
Alan Moorehead

Churchill organizó una comisión, de cuya dirección él mismo se hizo


cargo, que debía pasar revista a la marcha de los preparativos que
se hacían para el Día D; ocupándose en todos los aspectos del plan
de invasión, desde la impermeabilidad de los tanques hasta las
complejidades del plan de bombardeo naval, celebraba frecuentes

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conferencias con el general Eisenhower.


El Primer Ministro se había hecho el propósito de zarpar él mismo
con las fuerzas invasoras el Día D. Eisenhower declaró con firmeza
que no permitiría eso. Churchill le hizo notar que la autoridad del
general no abarcaba la dirección administrativa del organismo
británico, y agregó tranquilamente: “Si me embarcase como
tripulante de alguna nave, no tendría usted autoridad para
retenerme". Por fortuna, de donde menos se esperaba se hizo sentir
una decisiva intervención. El rey Jorge observó que, si se juzgaba
prudente que el Primer Ministro tomara parte en la invasión,
entonces el Soberano tenía mayor derecho aún de hacer otro tanto.
Churchill cedió, pero con amarga decepción.
Gerard Pawle

Trabajaba continuamente, día tras día, noche tras noche. Tenía una
sólida e inquebrantable conciencia de su deber. Recuerdo que me
hallaba presente en una reunión del Gabinete de Guerra en que se
propuso que se concediera unas semanas de vacaciones a los
decanos del servicio civil.
“Supongo que, si ustedes insisten, tendré que acceder”, repuso
Churchill, “pero confieso que no comprendo cómo alguien que tenga
el privilegio de desempeñar un papel en esta formidable lucha puede
soportar la idea de verse relevado de sus obligaciones ni aun
durante cinco minutos”.
Robert Menzies

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Con el general Eisenhower, Churchill visita las tropas


norteamericanas estacionadas en Gran Bretaña.

Un norteamericano amigo de Winston le preguntó si acaso no le fue


difícil conciliar el sueño durante la guerra. Churchill le replicó:
“¿Difícil? ¡Oh, no! Me bastaba con poner la cabeza en la almohada,
exclamar: ¡Vayan todos al diablo! y con esto, ¡a dormir!”
Sir Gerald Campbell

Churchill se convirtió en el eslabón indispensable, en el medio del


enlace de la Alianza del Atlántico. Aunque de mayor edad que
Roosevelt o Stalin, era él quien hacía los más de los viajes
necesarios para conferenciar y concertar medidas.
A. L. Rowse

93 Preparado por Patricio Barros


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Nunca esperó aplauso alguno por el tormento que constituían para


él sus prolongadas conversaciones con Stalin, con los
norteamericanos, con Chang Kai-chek y los primeros ministros de
los Dominios; por las fatigosas conferencias, la correspondencia
interminable y el inacabable telefonear. Es posible inclusive que
disfrutara de algunas de estas cosas, salvo quizá en sus relaciones
con de Gaulle. (“Todos tenemos alguna cruz que cargar", comentó
cierta vez. “La mía es la Cruz de Lorena“.) Pero disfrutase de ellas o
no jamás desmayó ... y consintió en desempeñar un papel
secundario cerca de los norteamericanos, lo que no era siempre de
su agrado.
Alan Moorehead

Cuando el Primer Ministro apremió a Roosevelt para que se


reunieran antes de ir a la conferencia de Yalta, Roosevelt pensó que
tal reunión podría ofender a Stalin, y apuntó que los asuntos que se
tratarían en la conferencia podrían resolverse en cinco o seis días.
Churchill, convencido todavía de que, antes de comenzar las
conversaciones esenciales, deberían solucionarse los problemas
básicos, telegrafió: “No veo ninguna otra forma de realizar nuestras
esperanzas de organizar el mundo en cinco o seis días. Hasta el
Todopoderoso necesitó siete”.
Gerard Pawle

El trabajar en cooperación, con los rusos no era precisamente un

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lecho de rosas, y la mayoría de las censuras y los ataques verbales


iban enderezados contra Churchill. El Presidente (Roosevelt), cuya
vanidad cuidaba de halagar Stalin, no prestaba a Churchill el apoyo
que este esperaba en sus negociaciones con los soviéticos. El error
más grave fue permitir que Stalin desplazara y destruyera al
gobierno reconocido de la resistencia nacional de Polonia. En esto
cedimos... y así cayeron los demás: los Estados del Báltico, la Prusia
Oriental, Rumania, Hungría, Checoslovaquia; los rusos se
instalaron en el centro de Europa. No podemos culpar de ello a
Churchill, si bien debe atribuírsele cierta responsabilidad por lo
ocurrido; una responsabilidad que sigue siendo anglo-
norteamericana, un error histórico por el cual tenemos que sufrir
las más graves consecuencias.
A. L. Rowse

En el invierno de 1944, mientras los rusos atravesaban como una


tromba la Europa Oriental, las tropas inglesas liberaron a Grecia,
que había soportado la ocupación alemana durante cuatro años.
Inmediatamente los comunistas griegos intentaron un golpe de
Estado. La víspera de la Navidad, Churchill voló a Atenas en el
apogeo de la batalla, cuando los francotiradores continuaban
disparando desde los tejados. Ordenó a los soldados ingleses que
apoyasen al legítimo gobierno y ayudaran a dominar a los
comunistas. Levantóse enorme gritería en los Estados Unidos:
Stalin —se dijo allí, se pondría furioso. No obstante, de los países de
la Europa Oriental, Grecia fue el único liberado por una nación

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occidental, y gracias a Churchill no cayó en el comunismo.


Geoffrey Bocca

Hacia las postrimerías de la guerra Churchill insistió en que los


Aliados avanzaran hacia Viena, Praga y Berlín, que se apoderasen
de tanto territorio como fuera posible y que lo retuvieran hasta que
los rusos hubiesen dado cumplimiento a sus compromisos. “Juzgo
de gran importancia estrecharnos las manos con los rusos lo más al
oriente que podamos", escribía al general Eisenhower. Pero este
determinó que, desde el punto de vista militar, Berlín carecía de
importancia. Eisenhower dejó a Roosevelt la decisión política.
Roosevelt estuvo de acuerdo con el parecer de Eisenhower.
Richard Armstrong

Cuando las tropas de Montgomery arrojaban al enemigo de la ribera


occidental del Rin, Churchill experimentó el impulso de poner pie en
el conquistado suelo de Alemania. Visitó, pues, a Montgomery y a
Eisenhower, y varios cuerpos del 9º Ejército Norteamericano. En las
líneas de defensa cercanas a Aachen tomó un pedazo de tiza y, en
grandes letras, escribió sobre el casco de una granada: para Hitler,
personalmente. Luego, entre aclamaciones, él mismo disparó el
cañón de 240 mm y lanzó el proyectil hacia Berlín.
Inspector W. H. Thompson

A las 3 de la mañana del viernes 13 de abril de 1945 repiqueteó el


teléfono en la habitación que ocupaba el inspector Thompson,

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encargado de custodiar a Churchill. Este le ordenaba que acudiera


inmediatamente. Thompson tomó sus pistolas y se lanzó al
dormitorio de Churchill, a quien encontró paseando en silencio por
la alcoba.
“¿Ha oído usted la terrible noticia, Thompson?" preguntó Churchill.
“Se trata del Presidente de los Estados Unidos, amigo de usted y
mío, Thompson. Ha fallecido”. Y añadió en seguida lentamente:
“Murió en vísperas de la victoria, pero alcanzó a ver sus alas. Y las
oyó batir”.
Richard Harrity y Ralph Martin

Los ejércitos de Alemania se desintegraron, y una capitulación


siguió a otra. Fue la voz del Primer Ministro la que dio la señal para
las celebraciones del Día de la Victoria, el 8 de mayo de 1945. El
mundo, pendiente de sus palabras, le oyó decir:
Ayer se acordó la suspensión de las hostilidades, y debe cumplirse
en todo el frente. La guerra con Alemania ha concluido. Los
malvados se hallan postrados ante nosotros. Podemos permitirnos
un breve período de júbilo, pero el Japón sigue resistiendo.
¡Adelante, Inglaterra! ¡Viva la causa de la libertad! ¡Dios guarde al
Rey!
Cuando se dirigía hacia la Cámara de los Comunes, pasó entre
muchedumbres que lo aclamaban. Al entrar en la Cámara, los
diputados se pusieron en pie y los vítores resonaban por todas
partes.
Profundamente conmovido, Churchill dio lectura al anuncio oficial.

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Luego, quitándose los anteojos y dejando a un lado sus apuntes,


expresó su rendida gratitud a los miembros de la Cámara que lo
habían sostenido a él y a sus ministros en aquella larga contienda.
Sólo eran necesarias unas cuantas frases, pero su voz temblaba al
hablar. Hizo una pausa a fin de recobrar el dominio sobre sí mismo
y reprimir su emoción. Cuando pudo proseguir, pidió con las
palabras mismas que se habían empleado al terminarse la guerra
contra el Kaiser, 27 años antes: “Que esta Cámara dé hoy mismo
humildes y reverentes gracias a Dios Todopoderoso por habernos
librado de la dominación alemana”.
Esa noche de mayo Londres se entregó a una explosión de júbilo.
Por dos veces Churchill apareció ante las multitudes que lo
aclamaron de nuevo.

Haciendo su ya famoso saludo de la V el día de la Victoria, 8 de

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mayo de 1945.

“Dios bendiga a todos ustedes”, decía. “Esta victoria es obra suya.


¡En toda nuestra larga historia no hemos visto día más glorioso que
este!”
Lewis Broad

La Orden de la Bota
Once semanas después, Churchill, por decisión del pueblo, era
relevado de su cargo.
El partido laborista había hecho que se celebraran elecciones, y en
parte la caída de Churchill obedeció probablemente a la gran
admiración que se le tenía. Para muchas , personas, Churchill
estaba ya por encima de la política: era un símbolo y una
inspiración, una institución, comparable incluso con la Corona
misma; pero ya no era, ciertamente, el hombre capaz de acometer
las imperativas y monótonas-*- tareas que exige el diario gobernar
en época de paz. Aparte de esto, es posible que hubiera, en los
perversos laberintos de la naturaleza humana , el secreto deseo de
hacer daño a aquel hombre a quien se amaba demasiado.
Alan Moorehead

Durante la noche del 25 de julio, en la famosa sala de los mapas del


cuartel general del Ministerio, Winston seguía con atención los
resultados de las elecciones, que se iban anotando en una pizarra
gigantesca. A la hora en que se fue a la cama, los resultados

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seguían en duda, pero él estaba convencido de que el pueblo querría


que continuase en su puesto.
Luego, precisamente antes del alba, Churchill despertó sintiendo
una aguda punzada, casi de dolor corporal. La subconsciente
convicción de que había salido derrotado se adueñaba de su ánimo.
Hacia el mediodía su derrota era un hecho. Ante el asombro del
mundo entero, Churchill había sido repudiado por sus
compatriotas. Clementine lo miró y le dijo:
—Esto bien puede ser, en el fondo, un favor divino disimulado.
—Por el momento —replicó Winston, si lo es, parece venir muy
disimulado.
Jack Fishman

La primera vez que vi a Winston en persona fue el 16 de agosto de


1945, cuando era yo un joven parlamentario del partido laborista,
de tan decisiva mayoría que incluso debía invadir los escaños
ocupados por la Oposición. Observaba con curiosidad y respeto
aquella titánica figura que el electorado había rechazado en la hora
de la victoria y que a la sazón se debatía en el abismo de la derrota.
Se puso en pie entre vituperios y aclamaciones, paseó
melancólicamente la mirada por los escaños atestados que tenía
delante y dijo:
“Un amigo mío se hallaba en Zagreb cuando allí se conocieron los
resultados de las últimas elecciones generales, y una anciana
señora le dijo: ¡Pobre señor Churchill! Supongo que ahora lo
fusilarán. Mi amigo la tranquilizó diciéndole que la sentencia podría

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mitigarse y reducirse a una de las diversas formas de trabajos


forzados que pueden elegir siempre los súbditos de Su Majestad”.
La risa que estalló en todos los ámbitos de la Cámara disipó
cualquier antagonismo. Fue más que un tributo a la maestría de
Churchill como parlamentario: era un homenaje al demócrata que,
ya en 1909, había definido la democracia como “la necesidad de
inclinarse de cuando en cuando ante la opinión de los demás”.
Maurice Edelman

Le era indiferente la idea de que se le dispensaran honores. Se decía


que había rechazado el ofrecimiento de un ducado y, cuando se le
brindó la Orden de la Jarretera, observó:
“¿Cómo he de aceptar de Su Majestad la Orden de la Jarretera
cuando el pueblo acaba de otorgarme la Orden de la Bota?”
Robert Lewis Taylor

Jefe de la Oposición
Dirigió la Oposición durante cinco años henchidos de
acontecimientos, y dio rienda suelta a su espíritu de mordacidad,
que se mostraba ingenioso, irónico, a veces demoledor.
J. G. Lockhart

En una ocasión en que los socialistas del Parlamento le


interrumpían continuamente con cuchufletas, Churchill profirió un
típico comentario, a tono con la mejor tradición de la Cámara de los
Comunes:

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“El crepitar de las espinas bajo la olla no me inquieta en absoluto”.


El ministro de Energía y Combustibles, Hugh Gaitskell, instó cierta
vez a los ciudadanos a que, con el fin de ahorrar carbón, se bañaran
con menos frecuencia. Fue esta una proposición que Winston no
podía dejar pasar sin comentarios.
“Cuando los ministros se expresan de este modo”, dijo, “el Primer
Ministro y sus amigos no tienen por qué admirarse del mal olor que
día tras día vienen conquistando.
Meditando sobre tales cuestiones, hasta he llegado a preguntarme si
acaso el señor presidente de debates permitiría el uso del término
“piojoso” como expresión parlamentaria para referirse al gobierno
actual, siempre, desde luego, que no se emplee en un sentido
despectivo, sino puramente como expresión de una circunstancia
innegable”.
Geoffrey Williams y Charles Roetter

En lo que se refería a los asuntos exteriores, su opinión tenía mayor


peso que la de cualquier otro súbdito de Inglaterra, y tal vez de todo
el mundo libre. El discurso que pronunció en Fulton (Missouri) en
1946, marcó un hito, pues con él se empezó a reconocer que se
había desatado la guerra fría.
Richard Armstrong

Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste en el Adriático, una cortina


de hierro ha caído a través del continente europeo. Más allá de esa
línea se extienden todas las capitales de los viejos Estados de la

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Europa Central y Oriental, y los pueblos que las rodean se hallan


dentro de lo que debo llamar la esfera soviética. No es esta,
ciertamente, la Europa libre que nosotros hemos luchado por
establecer.
No creo que la Rusia soviética desee la guerra. Lo que busca son los
frutos de la guerra y el ensanchamiento ilimitado de su poder y sus
doctrinas. A juzgar por lo que he visto en nuestros aliados y amigos
rusos, nada hay que admiren tanto como la fuerza, y nada hay que
respeten menos que la debilidad, especialmente la debilidad militar.
Si nos apegamos fielmente a la Carta de las Naciones Unidas... si
todas las fuerzas morales y materiales inglesas se unen a las
norteamericanas... los anchos caminos del futuro quedarán
despejados, no sólo en nuestra época, sino durante un siglo por venir.
Winston Churchill

Tan adelantado estaba Churchill a la opinión general, que provocó


admiración a la vez que indignación en ambos lados del Atlántico.
Se le censuró por su “imprudencia” y su “falta de responsabilidad”.
Ciertos senadores del partido demócrata (de los Estados Unidos)
calificaron su discurso de “inaudito”. En Inglaterra se recomendó al
Primer Ministro que confirmase que el gobierno “reprobaba por
entero el tono y espíritu del discurso”. Sin embargo, hacia el verano
ya el derrumbamiento de la colaboración entre Oriente y Occidente
saltaba a la vista. El lenguaje oído en Fulton se convirtió en la
política de los gobiernos del Reino Unido y los Estados Unidos. Al
discurso de Fulton siguieron el establecimiento del Plan Marshall y

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de la OTAN.
Lewis Broad

Millón y medio de palabras de historia


La vida privada de Churchill era a la sazón un torrente de actividad;
actividad que habría agotado a un hombre común que tuviera la
mitad de los años que él tenía y dispusiera del doble de su tiempo.
Adquirió 200 hectáreas cerca de su casa en Chartwell Manor, para
poder dedicarse a la agricultura, y al mismo tiempo formó una
cuadra de caballos de carrera. Para quien se iniciaba en ellos a tan
avanzada edad, los resultados obtenidos fueron sensacionales.
Luciendo los colores tradicionales de lord Randolph Churchill (rosa
y chocolate), Colonist II, corcel gris de tres años, alcanzó la victoria
en las carreras de Ascot, y antes de que lo vendieran las sumas que
había ganado en premios llegaban a 13.000 libras esterlinas.
Alan Moorhead

Cierta vez en que Colonist entró en cuarto lugar, Churchill dio su


propia explicación del hecho. Según dijo, había tenido una seria
conversación con el caballo momentos antes de la carrera.
—Le dije: “Esta carrera es muy importante; si la ganas, ya no
tendrás que volver a correr jamás. Te pasarás el resto de tu vida en
la grata compañía de las yeguas”. Con esto —añadió Churchill—
Colonist II no puso ya su atención en la carrera.
Geoffrey Gilbey

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Centenares de pinturas, sin título y sin firma, se apilaban en las


paredes y en los trascuartos de Chartwell. Churchill hizo su primera
entrada en la Real Academia (de Inglaterra) con dos cuadros
firmados con el nombre de Mr. Winter, de manera que difícilmente
podría decirse que fue aceptado por otra razón que sus propios
méritos. Desde entonces ha expuesto en la Academia todos los años.
Pero la agricultura, las carreras de caballos y la pintura eran sólo el
pasatiempo del octavo decenio de su vida. Su verdadero trabajo
consistía en escribir, y este trabajo era enorme. Sus seis tomos
sobre la segunda guerra mundial contienen más de millón y medio
de palabras, y para llevar a cabo esta inmensa compilación reunió
todo un cuerpo de secretarios, historiadores, técnicos,
investigadores y ayudantes. Todos ellos debían internarse en una
selva de documentos de los días de la guerra, desechando,
clasificando, ordenando. Ocasiones había en que los secretarios
trabajaban por turnos durante toda la noche, y, a menudo,
Churchill dictaba hasta 8.000 a 9.000 palabras en un solo día. Sus
libros, traducidos a 18 idiomas, le valieron el Premio Nobel de
Literatura.
Alan Moorhead

"¡Winston está de vuelta!”


Tres días antes de que cumpliera 74 años, Churchill se caló los
pantalones de montar, se fortificó con un ponche de ron, y fue a la
caza de la zorra a lomos de un caballo que le prestaron. Llevaba
hundido hasta las orejas su inevitable sombrero de copa cuadrada,

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y el no menos inevitable cigarro apretado con firmeza entre los


dientes.
Más tarde, pasados el cumpleaños y la partida de caza, Churchill se
levantó en la Cámara de los Comunes y exigió del primer ministro
Clement Attlee que el gobierno laborista rindiera cuentas del
cuidado que había tenido de las ruinosas defensas de la nación.
Time

Pero en el partido conservador comenzaba a manifestarse el


descontento. Tal vez mejorasen las cosas, se murmuraba, si
Winston renunciaba y Anthony Edén ocupaba su lugar. El periódico
Picture Post publicó un artículo titulado: “¿Es Churchill un valor
negativo para los Tories?" El semanario de lord Beaverbrook,
Sunday Express, replicó: “Cuando Churchill ocupa su sitial, la
Oposición arroja fuego; cuando no está presente, los escaños de los
Tories se muestran tan venenosos como pueda serlo un ramo de
narcisos”.
Aunque Churchill se hacía cargo de la agitación en favor de Edén,
se mantenía imperturbable.
“Cuando quiero embromar a Anthony”, le dijo astutamente a un
amigo, “le recuerdo que Gladstone formó su último gobierno a la
edad de 84 años”.
Winston tenía razón para mostrarse impertérrito, pues cuando se
anunciaron los resultados de las elecciones generales de 1950, las
críticas de los conservadores cesaron bruscamente.
Virginia Cowles

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Los resultados fueron casi tan sorprendentes como los de 1945. El


enorme voto laborista se había reducido a una escasa mayoría de
seis. Era evidente que antes que pasara mucho tiempo tendrían que
celebrarse nuevas elecciones, y que Churchill avanzaba hacia el
triunfo con la corriente.
Alan Moorehead

A los 76 años Churchill no era el mismo hombre que había sido diez
años antes. Tenía los hombros algo más caídos; las mejillas le
colgaban de las mandíbulas de bulldog. Su andar, sin embargo, era
aún vivo, y bajo las cejas prominentes sus ojos eran todavía capaces
de chispear y relampaguear con el fuego de antaño.
Amigos y enemigos habían observado en el habla de Churchill cierta
tendencia a farfullar y vacilar, más en el calor de aquella última
campaña electoral, teniendo la victoria una vez más al alcance de la
mano, el anciano líder no dio muestra alguna de tal decadencia. En
un discurso pronunciado en Plymouth pidió que se le diera la
oportunidad de conducir a su patria nuevamente a la grandeza y a
la paz.
“Es el último premio que pretendo alcanzar”, dijo.
La votación fue tranquila; la emoción vino después del escrutinio. El
26 de octubre de 1951 Clement Attlee se dirigió al palacio de
Buckingham para presentar su dimisión al rey Jorge VI. La noticia
corrió por todo el mundo: “¡Winston está de vuelta!”
Time

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El país entero se hallaba en suspenso, esperando ver cómo y hacia


dónde el maestro de lo sensacional y lo inesperado habría de dirigir
la nave del Estado. Churchill dejó asombrado a su auditorio. Su
política sería de moderación en todos los aspectos.
“Nos hemos reunido aquí”, anunció al Parlamento en su primer
discurso como Primer Ministro, “divididos al parecer por un abismo
tan hondo como cualquiera que haya visto yo en mis 50 años de
vida parlamentaria en la Cámara de los Comunes. Lo que la nación
requiere es un período de tolerante y constructivo debate sobre el
valor de todos aquellos asuntos que se nos presenten.
Virginia Cowles

La urgente necesidad de un entendimiento con Rusia, el contar con


alguna base segura de paz: tales eran las cuestiones que lo
obsesionaban. Deseaba ardientemente que se celebrase una junta
de los tres grandes jefes. Se esforzaba empeñosamente en llevarla a
cabo, pero la opinión norteamericana se mostraba firmemente
contraria; tampoco los rusos estaban dispuestos a ello.
En junio de 1953 se efectuó la coronación de la reina Isabel II, y el
momento coincidió con la recuperación de los bríos nacionales. Sólo
entonces se sintió el pueblo aliviado de su cansancio de ánimo y del
agotamiento de la guerra; todo el mundo notaba, en una renovada
ligereza de espíritu, que había vuelto la alegría y el buen humor de
otros días.
A. L. Rowse

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En pie, sir Winston”


Ningún secreto de Estado fue nunca tan grato a Winston Spencer
Churchill como el que se guardaba para sí en abril de 1953. El
secreto era que iba a ser declarado caballero. El Primer Ministro a
nadie le dijo de ello, pero quienes habían observado el carácter
churchilliano debieron de advertir que algo —- preparaba, a juzgar
por la vitalidad del talante del estadista y el extraordinario buen
humor de que daba muestras.
Durante una comida celebrada el día de San Jorge con la Honorable
Compañía de Artillería, Churchill les dijo a los artilleros lo que sería
San Jorge (santo patrón de Inglaterra) si viviera en la actualidad:
“San Jorge no iría armado con una lanza, sino con varias fórmulas
flexibles. Propondría celebrar una conferencia con el dragón. Le
prestaría a este grandes cantidades de dinero, y la cuestión de la
libertad de la doncella se dejaría a la decisión de Ginebra o Nueva
York, en tanto que el dragón se reservaría todos los derechos”.
Al volver a la Cámara, de frac y corbata blanca, Churchill era todo
sonrisas.
—Confiaba en que esta noche nos reuniríamos en un ambiente
cordial —dijo zalameramente y con un guiño malicioso.
—¡Tonterías! —replicaron a voces los dragones del partido laborista.
A la postre, el buen humor de Churchill contagió incluso a aquellos.
—¡Buenas noches! —le gritaron los laboristas cuando salió
balanceándose.
A la tarde siguiente el secreto se puso al descubierto. En el castillo

109 Preparado por Patricio Barros


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de Windsor, en presencia de la señora Churchill, el Primer Ministro,


que a la sazón tenía 78 años de edad, se hincó de rodillas ante su
Soberana, de 27. Tomando la espada de ceremonia, Isabel II tocó a
Churchill en el hombro derecho, luego en el izquierdo, y le instó:
—En pie, sir Winston.
Y acto seguido le prendió la insignia de la Orden de la Jarretera.
Time

Un reportero preguntó a Churchill si proyectaba retirarse.


“No lo haré mientras no me sienta muchísimo peor”, repuso el
Primer Ministro, “y en tanto el Imperio no se encuentre mucho
mejor”.
Richard Harrity y Ralph Martin

Pescado con patatas fritas


El correr de los años y los agotadores trabajos pasados se habían
cobrado su tributo, más cambiando estocadas y pasadas en los
debates, el ingenio de Churchill nada había perdido de su vigor. Con
la mansedumbre de un Pickwick despachaba a los banderilleros
parlamentarios.
Lewis Broad

Arthur Lewis (laborista del Parlamento): ¿Se ha hecho cargo el


Primer Ministro de la profunda preocupación que sufre el pueblo de
este país por el conflicto en Corea?
El Primer Ministro: Ya me hago cargo perfectamente de la profunda

110 Preparado por Patricio Barros


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preocupación que sufre el honorable miembro de este Parlamento


por no pocas cuestiones que no alcanza a comprender.
Héctor Hughes (laborista) preguntó al Primer Ministro si no querría
reconsiderar su negativa a separar el Ministerio de Agricultura y el
Ministerio de Pesquerías.
El Primer Ministro: Estoy convencido de que no sería un arreglo
conveniente tener un ministerio diferente para cada una de las
industrias de importancia nacional. Estas dos industrias, en
particular, han estado unidas desde hace mucho tiempo; y, después
de todo, son muchos y muy viejos los lazos que unen al pescado y
las patatas fritas.
Hansard

Cierto día uno de sus rivales políticos pronunció un largo y tedioso


discurso. Transcurrida media hora, Churchill se reclinó en su sitial
y cerró los ojos. El orador, irritado, le interpeló en voz alta:
—¿Tiene usted que quedarse dormido cuando estoy hablando?
Sin abrir los ojos, Churchill replicó:
—Oh, no; es un acto enteramente voluntario.
E. E. Edgar

Churchill se retira
En marzo de 1955 los lectores de los diarios se enteraron con
asombro de que por fin Churchill cedería el lugar a sir Anthony
Eden, que había sido designado sucesor suyo. Los bromistas habían
venido haciendo cuchufletas acerca de las esperanzas, al parecer

111 Preparado por Patricio Barros


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constantemente postergadas, que alimentaba sir Anthony, y, según


la chanza más reciente, algunos amigos de Churchill le habían
dicho:
“¿No comprende usted, Winston, que, si no se retira pronto,
Anthony estará ya muy viejo para ocupar su puesto?”
La noticia de su dimisión fue recibida con reservas. ¿No sería acaso
una variante más de aquel rumor que corría de tiempo atrás? Con
tranquilo aire de esfinge, Churchill no daba señal alguna de si se
retiraría o no. Así pues, la cuestión se mantuvo en suspenso hasta
el último momento.
Por la noche del lunes 4 de abril, sin embargo, se celebró en el Nº 10
de la calle Downing una reunión sin precedente. La reina Isabel,
deseosa de honrar a su Primer Ministro, asistió a una comida que
ofrecieron sir Winston y lady Churchill. Estuvieron presentes
destacadas figuras del gobierno, y también (en generosa actitud de
acatamiento) la señora viuda de Neville Chamberlain, el último de
los cinco primeros ministros bajo los cuales Churchill había tenido
algún cargo oficial.
A. L Broad

Hasta la tarde siguiente el rumor de su renuncia no se convirtió en


certeza. La puerta del No. 10 se abrió y Churchill apareció vestido
de chaqué negro, con lustroso sombrero alto, bastón de puño de oro
y zapatos de cierre de cremallera, y con un cigarro entre los labios.
Detrás de él cruzó el umbral la sonriente lady Clementine. Churchill
agitó el sombrero en agradecimiento a las aclamaciones, subió a su

112 Preparado por Patricio Barros


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automóvil y se dirigió al palacio de Buckingham. A las 5:12 el coche


salió de allí. La muchedumbre congregada a la puerta guardaba un
extraño silencio, pero luego pareció enloquecer repentinamente.
Centenares de personas se adelantaban, cantando “For He's a Jolly
Good Fellow"3. A las 5:21 el palacio de Buckingham anunció
oficialmente la dimisión de Churchill.
En Chartwell el sol brillaba en el cielo cuando el auto entraba por
las estrechas calles del lugar. A los pequeños grupos de personas
que esperaban a Churchill, las más de las cuales lo hacían desde el
mediodía con el deseo de saludarlo, les gritó riendo:
—¡Pasen a la finca y vengan a ver mis peces de colores!
Alguien le preguntó si tenía algún último mensaje que decir como
Primer Ministro, y Churchill, vacilando, sonrió, y al fin dijo:
—Sí: es siempre agradable volver a casa.
Jack Fishman

Muchas eran las conjeturas que se habían hecho acerca de la forma


en que emplearía su tiempo. ¿De qué manera debería de conducirse
un hombre al dejar la más elevada posición? ¿Había de convertirse
en el estadista decano, dado a hacer proféticas declaraciones a
distancia, para desconcierto de sus sucesores y en detrimento de su
propia reputación? ¿O debería retirarse por completo ?
Churchill no eligió ninguno de estos caminos. Como correspondía a
su modo de ser, optó por continuar siendo un simple parlamentario:

3 Literalmente, “Porque es un buen compañero". Se trata de una tradicional can-ción inglesa (N.
de la R.)

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Churchill, miembro del Parlamento. Antes que nada era un


elemento de la Cámara de los Comunes.
Su sitial (que una vez ocupado por él se convirtió en distinguido
ornamento de la Cámara) era el sillón de la fila delantera, abajo del
pasillo, inmediato a los ministros de la Corona, pero sin formar
parte de ellos.
Lewis Broad

En las ocasiones de carácter social sir Winston y lady Churchill


eran objetos de tremendas ovaciones de los londinenses, que los
veían descender de su automóvil cuando asistían a alguna comida o
función teatral. A veces los Churchill visitaban el Oíd Vic para ver
actuar a Lawrence Olivier o a Richard Burton. Esto constituía para
los actores un honor no exento de inquietud.
Geoffrey Bocca

Una noche estaba yo caracterizándome, cuando entró en mi


camarín el director del teatro.
“Esta noche representa bien tu papel”, me dijo, “porque el Viejo está
en la primera fila”.
En Inglaterra por el Viejo no se entiende más que una persona:
Churchill. Me sentí presa del pánico. Con todo, salí a escena y di
comienzo al papel de Hamlet.
Empecé a oír un sordo murmullo en la primera fila de butacas. Era
Churchill, que iba diciendo mis parlamentos al mismo tiempo que
yo, y no lograba desentenderme de él. Traté de hablar con rapidez,

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quise hablar luego despacio; omitimos algunas réplicas. Cada vez


que ocurría una omisión, sobrevenía un estallido. Churchill se sabía
la tragedia al derecho y al revés; conoce al dedillo una docena de
obras de Shakespeare.
De ordinario, nadie puede retener a Churchill durante más de un
acto. Cuando cayó el primer telón, lancé un vistazo por el miradero.
Churchill se levantó de su asiento, y me dije: Se acabó; se nos va.
Pero de repente helo aquí que se presenta entre bastidores. Y me
dice:
“Mi señor Hamlet, ¿puedo pasar a su cuarto de baño?”
Y así lo hizo.
Richard Burton

Ya en la senectud no mostraba mayor inclinación a envejecer que


antes, y su amor por los animales y por todo ser viviente iba en
aumento. Cuando telefoneaba a su casa nunca dejaba de preguntar
por sus perros y sus otros “queridos animalitos”. La alimentación de
sus peces tropicales constituía una aventura llena de sentido y
emoción, un discurso sobre gastronomía, un estudio filosófico sobre
la mentalidad de las criaturas del mar. A sus peces no sólo se les
alimentaba; se les cortejaba con toda clase de mimos.
Sir Winston era hombre feliz: feliz en la obra de su vida, feliz en su
vida doméstica. Jugaba a los naipes con lady Churchill durante
horas enteras y cada vez que ganaba se mostraba tan dichoso como
un chiquillo. En su jardín cultivaba con todo esmero flores
especiales hasta que las juzgaba lo bastante hermosas para

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ofrecérselas a su esposa.
Geoffrey Bocca

El 9 de abril de 1963 el presidente Kennedy proclamó a Winston


Churchill primer ciudadano honorario de los Estados Unidos. La
conmovedora ceremonia se celebró en el jardín de las rosas de la
Casa Blanca, a una hora fijada con precisión para que pudiera ser
difundida por medio del satélite retransmisor y que así sir Winston
pudiera verla por la televisión en Inglaterra.
“Hijo de la Cámara de los Comunes”, decía la proclama, “convirtióse
con el tiempo en padre de ella. Al incorporar su nombre a nuestras
nóminas, queremos hacerle honor... pero que él haya accedido a ello
nos honra a nosotros más todavía, ya que ninguna declaración ni
proclama podría hacer su nombre más valioso: el nombre de sir
Winston Churchill es ya una leyenda”.
Del diario Star de Kansas City

Despedida de la Cámara
Febrero 21, 1964. Sir Winston ha declarado que ya no volverá a
presentarse candidato al Parlamento. Pero en sus últimas semanas
como Muy Honorable Representante por Woodford, acude a la
Cámara de los Comunes siempre que puede.
Dos mensajeros vestidos de chaqué abren de par en par las grandes
puertas fronteras a la galería de la prensa, y en el umbral aparece
una silla de ruedas. Dos miembros del Parlamento, pertenecientes
al partido Tory, conscientes del gran honor de que son objeto,

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ayudan a sir Winston a ponerse en pie. Se le podría conducir hasta


su sitio en su silla de ruedas, pues los precedentes para ello han
sido muchos, pero él es demasiado animoso y altivo para penetrar
en la Cámara en semejante artefacto.
Lentamente, paso a paso, los dos miembros del Parlamento ayudan
al Padre de la Cámara a entrar en su recinto. Con la mano derecha
Churchill ase un bastón en el que se apoya con fuerza. Se detiene y
hace una respetuosa inclinación ante el Presidente de Debates,
como han de hacerlo todos los representantes en el momento de
entrar, y luego, con paso vacilante, va a ocupar su sitial. Todas las
miradas siguen aquella orgullosa, valiente y dolorosa marcha hasta
el momento en que sir Winston se deja caer en el sillón de cuero
verde.
El parlamentario perteneciente al partido Tory y sentado al lado de
sir Winston le pasa el orden del día, en el que aparecen las
cuestiones sobre las que se habrá de interpelar a los ministros, y le
indica cuál es la que a la sazón se trata. A pesar de la avanzada
edad de sir Winston, sus manos se mantienen firmes; el papel no
tiembla entre ellas. El primer ministro sir Alec Douglas-Home
abandona su sitio para ir a estrechar la mano de sir Winston, y por
unos momentos se sienta en el alfombrado peldaño para charlar con
él.
Cuando sir Winston lo juzga oportuno, hace ademán de recoger su
bastón. Dos de los representantes se adelantan para ayudarle. Si no
está demasiado fatigado, dice con un gruñido que desea caminar
por sí solo... y por sí solo echa a andar, apoyado en su bastón. En

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ocasiones su pierna izquierda, que tiene sujeta con un alfiler


quirúrgico a causa de la fractura que sufrió en 1962, no puede
sostenerlo, y es necesario que manos amigas vengan en ayuda de sir
Winston.
Junto a la barandilla de la Cámara, sir Winston se vuelve
pausadamente y se inclina ante el Presidente de Debates. Durante
prolongados instantes permanece en contemplación de la Cámara,
como si pasara revista a su propia vida. Cuando los dos mensajeros
de chaqué abren las grandes puertas, aparece a la vista la silla de
ruedas. El arco bajo el cual pasa sir Winston al abandonar la
Cámara está hecho de piedras rotas, que allí se dejaron
deliberadamente en ruinas al reconstruir la Cámara terminada la
guerra.
A ese arco se le ha dado el nombre de Churchill.
Edwin Rosh

Julio 28, 1964: Hoy la atestada Cámara de los Comunes rindió


singular y cálido homenaje al más famoso de sus miembros. El sitial
ocupado de ordinario por sir Winston, quien tiene 89 años de edad,
era el único que se hallaba vacío — cuando todos los representantes
se pusieron de pie en señal de acatamiento. Ayer sir Winston había
pasado lo que sería su última hora dedicada a la Cámara. Hoy, para
tranquilidad de sus colegas, que temían que la tensión emocional
resultase para él demasiado fuerte, sir Winston se había quedado en
casa.

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En tanto que Randolph Churchill, hijo de sir Winston, presenciaba


la ceremonia, sir Alec Douglas-Home introdujo formalmente la
moción de que se rindiesen honores al que fue líder en la guerra y
estadista de aliento universal.
El predecesor inmediato de sir Alee, Harold Macmillan, fue quien
más cerca estuvo de dar expresión al tono de nostalgia que
imperaba en la Cámara. Había habido, dijo, “grandes
administradores en épocas de paz, como Walpole, y grandes guías
de la nación en horas de peligro: Chatham, Pitt, Lloyd George. Otros
casi han igualado, aunque ninguno superado, la larga vida pública
y parlamentaria de sir Winston: Palmerston, Disraeli y Gladstone.
Han existido polemistas y oradores de parecida elocuencia, pero
contados fueron los que mostraron ese don de travieso y juguetón
humorismo que nos lo ha hecho tan querido.
“La vida que hoy venimos a honrar es singularísima. Ni siquiera los
más viejos de entre nosotros podrán recordar nada que se le
compare, y los más jóvenes de entre los presentes, por mucho que
hayan de vivir, jamás llegarán a ver nada que se le asemeje.
“Si tratara yo de resumir el carácter general de sir Winston, no
acertaría con palabras más apropiadas que las que él mismo
escribió en alguna ocasión:
“En la guerra, resolución En la derrota, oposición En la victoria,
magnanimidad En la paz, buena voluntad".
James Feron

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