La Lección, de Eugène Ionesco, Versión de Álex Illán
La Lección, de Eugène Ionesco, Versión de Álex Illán
La Lección, de Eugène Ionesco, Versión de Álex Illán
(drama cómico)
Eugène Ionesco
Dirección y dramaturgia de Álex F. Illán
1
DRAMATIS PERSONAE:
EL PROFESOR, de 50 a 60 años
LA JOVEN ALUMNA, de 18 años
DOS SIRVIENTAS, MARÍA (de unos 40 años, chabacana) Y VERA (de unos 20, tímida)
2
Salvo por dos sillas dispuestas en el centro de la escena (de evidente
diferencia de tamaño), este es un espacio vacío. Es el gabinete del PROFESOR
(lugar que sirve, a su vez, de salón-comedor). El resto de los muebles le serán
siempre invisibles al público. Se distinguirán (su contorno, posición en la
habitación, y figura) no más que gracias a las menciones y referencias que los
personajes hagan de ellos. Este continuará así a lo largo de toda la representación.
Después, dos puertas paralelas al fondo de la escena: la de la derecha lleva al
resto del apartamento, mientras que su opuesta conducirá al exterior (al pasillo
del edificio).
Durante la entrada del público
(Se comienza ya con el telón abierto. Desde los primeros instantes, ya desde la entrada
del público, se dará comienzo a la actuación. Al comienzo habrá silencio, acompañado por el
murmurar del público. Poco a poco, una serie de voces, conversaciones precipitadas y
discusiones se comienzan a escuchar tras el escenario. «Yo no quería», «Ya se lo advertí»,
«Otra más…», «¡Señor!». En ocasiones se dejan ver pasar a las criadas. Son conscientes de
que el público está entrando, y de que les queda poco tiempo. Se asoman para corroborar que
no se ha ido, y por tratar de calmar sus nervios, MARÍA, la sirvienta mayor, obliga a la más
joven, VERA, a atender al público durante su entrada. Todo ha de aparentar ser normal.
Todo continuará así hasta que el público al completo se haya sentado en sus asientos,
y se hayan dado las indicaciones requeridas para el comienzo de la obra).
Escena I
(Ambas SIRVIENTAS sobre el escenario. Una de ellas, MARÍA, segura, presenta una
actitud Serena. La otra, VERA, se encuentra más incómoda. Parece incluso que no quiere
comenzar a hablar. Busca al director de escena por entre el público, solo con tal de ver si
puede evitar esta situación. MARÍA, sin embargo, le da toquecitos en el costado indicando que
ha de comenzar con el discurso. El destino es inevitable:).
VERA (al público, nerviosa, como si estuviera recitando de memoria una lección):
Entiéndase lección como el acto mediante el cual una persona enseña algún tipo de dato o
información a otra persona que lo recibe y aprende de dicha información que antes no poseía
o no conocía. Podríamos ejemplificarlo con la típica enseñanza que un maestro le imparte a un
alumno durante una clase. «El profesor de lengua nos tomó la lección y la verdad que no me
fue muy bien porque no había estudiado el contenido». Con el objetivo de que esta se desarrolle
de manera óptima, la lección habría de poseer las siguientes tres características específicas, que
son, a saber: la duración finita (es decir, que una lección no puede durar eternamente), la
necesidad de contar con material o información específica a aprender, y, ante todo, que se lleve
a cabo en un ambiente especialmente seguro y adecuado a las necesidades del alumnado. (Por
unos momentos, VERA se da cuenta de que en esta obra no se cumplirán ninguna de aquellas
tres necesidades primordiales. Una idea que reflejará en su rostro. Tras esta leve pausa, se
escuchará una campanilla a lo lejos, mas esta no reacciona.)
3
MARÍA (a VERA): Llaman a la puerta.
VERA (obediente): Sí, inmediatamente...
(Sale. Se comienzan a escuchar voces desde el exterior, tras la puerta de salida. MARÍA
queda sola y solemne en escena.)
VOZ DE VERA (entre bastidores): Buenos días, señorita.
VOZ DE LA ALUMNA: Buenos días, señora. ¿El profesor está en casa?
VOZ DE VERA: ¿Es para la lección?
VOZ DE LA ALUMNA: Sí, señora.
VOZ DE VERA: Le espera. Siéntese un momento mientras voy a avisarle.
LA ALUMNA (entrando, al fin, acompañada de la VERA, a la sala): Gracias, señora.
(Alegre, la ALUMNA saluda a MARÍA, que continúa estática.) Buenos días.
MARÍA: ¿Cómo está usted?
(La ALUMNA se sienta en una de las sillas, de cara al público. Mientras tanto, VERA
se dirigirá a la puerta de la derecha para avisar al PROFESOR.)
VERA: Señor, haga el favor de bajar. Ha llegado su alumna.
VOZ DEL PROFESOR (un poco alfeñicada): Gracias. Ya bajo... dentro de dos
minutos.
(Las SIRVIENTAS salen; la ALUMNA, con las piernas recogidas y la carpeta en las
rodillas, espera graciosamente; lanza una o dos miradas a la habitación, los muebles y
también al techo; después saca de la carpeta un cuaderno, que ojea, y se detiene más tiempo
en una página, tanto para repasar la lección como para lanzar una última ojeada a sus
deberes. Parece una muchacha cortés, bien educada, pero muy vivaz, alegre y dinámica. Tiene
una sonrisa fresca en los labios. Durante el drama que se va a representar disminuirá
progresivamente el ritmo vivo de sus movimientos, irá abandonando su apostura, dejará de
mostrarse alegre y sonriente para ponerse cada vez más triste y taciturna. Muy animada al
principio, se mostrará cada vez más fatigada y soñolienta. Hacia el final del drama su rostro
deberá expresar claramente un abatimiento nervioso, su manera de hablar lo dejará ver, su
lengua se hará pastosa, las palabras acudirán con dificultad a su memoria y saldrán de su
boca también con dificultad; parecerá vagamente paralizada, con un comienzo de afasia.
Voluntariamente al principio, hasta parecer casi agresiva, se hará cada vez más pasiva, hasta
no ser más que un objeto blando e inerte, al parecer inanimado, entre las manos del profesor,
hasta el punto de que cuando este llegue a hacer el gesto final, la ALUMNA no reaccionará;
insensibilizada, carecerá ya de reflejos; sólo sus ojos, en un rostro inmóvil, expresarán un
asombro y un terror indecibles. El paso de un comportamiento al otro se deberá hacer, por
supuesto, insensiblemente.
El PROFESOR entra. Excesivamente cortés, muy tímido, con la voz amortiguada por
la timidez, muy correcto, muy profesor. Se frota constantemente las manos; de vez en cuando
tiene un brillo lúbrico en los ojos, rápidamente reprimido. Durante el transcurso del drama,
su timidez desaparecerá progresivamente, insensiblemente; los fulgores lúbricos de sus ojos
4
terminarán convirtiéndose en una llama devoradora, ininterrumpida. De aspecto más que
inofensivo al comienzo de la acción, el PROFESOR se mostrará cada vez más seguro de sí
mismo, nervioso, agresivo, dominante, hasta hacer lo que quiere con su alumna, convertida
entre sus manos en una pobre cosa. Evidentemente la voz del PROFESOR deberá
transformarse también, de débil y alfeñicada, en una voz cada vez más fuerte y, al final,
extremadamente potente, retumbante, sonora como un clarín, en tanto que la voz de la
ALUMNA se hará casi inaudible, de muy clara y bien timbrada que habrá sido al comienzo
del drama. En las primeras escenas el PROFESOR tartamudeará, muy ligeramente, quizás.)
Escena II
EL PROFESOR: Buenos días, señorita... ¿Usted es... usted es, verdad, la nueva alumna?
LA ALUMNA (se vuelve vivamente, con mucha desenvoltura, como muchacha
mundana; luego se levanta, avanza hacia el PROFESOR y le tiende la mano): Sí, señor.
Buenos días, señor. Como ve, he venido a la hora. No he querido retrasarme.
EL PROFESOR: Está bien, señorita. Gracias, pero no tenía que apresurarse. No sé cómo
disculparme por haberla hecho esperar... Terminaba justamente... de... Me disculpo... Usted me
perdonará...
LA ALUMNA: No es necesario, señor. Nada malo hay en ello, señor.
EL PROFESOR: Mis excusas... ¿Le ha costado encontrar la casa?
LA ALUMNA: De ningún modo. Además, he preguntado. Aquí le conocen todos.
EL PROFESOR: Hace ya treinta años que vivo en esta ciudad. Usted no lleva en ella
mucho tiempo. ¿Qué le parece?
LA ALUMNA: No me desagrada ni mucho menos. Es una ciudad linda, agradable, con
un hermoso parque, un colegio, un obispo, buenas tiendas, calles, avenidas...
EL PROFESOR: Así es, señorita. Sin embargo, preferiría vivir en otra parte: en París,
o por lo menos en Burdeos.
LA ALUMNA: ¿Le gusta Burdeos?
EL PROFESOR: No lo sé. No lo conozco.
LA ALUMNA: ¿Pero conoce París?
EL PROFESOR: Tampoco, señorita, pero, si usted me permite, ¿podría decirme si París
es la capital de... la señorita?
LA ALUMNA (busca durante un instante y luego contesta, feliz por saberlo): París es
la capital... de Francia...
EL PROFESOR: Así es, señorita. ¡Bravo, muy bien, perfecto! Le felicito. Usted conoce
su geografía nacional al dedillo. Sus capitales.
LA ALUMNA: ¡Oh!, no las conozco todas todavía, señor; no es tan fácil, me cuesta
aprenderlas.
5
EL PROFESOR: Oh, ya las aprenderá... Valor, señorita... Hay que tener paciencia...
poco a poco... Verá usted cómo las aprenderá... Hoy hace buen tiempo... o más bien no tan
bueno... Oh, sí, a pesar de todo... En fin, no hace un tiempo demasiado malo, y eso es lo
principal... No llueve, ni nieva.
LA ALUMNA: Eso sería sorprendente, pues estamos en verano.
EL PROFESOR: Discúlpeme, señorita, yo iba a decírselo... pero usted sabe que se
puede esperar todo.
LA ALUMNA: Evidentemente, señor.
EL PROFESOR: En este mundo, señorita, no podemos estar seguros de nada.
LA ALUMNA: La nieve cae en el invierno. El invierno es una de las cuatro estaciones.
Las otras tres son... son... la pri...
EL PROFESOR: ¿Sí?
LA ALUMNA: ...mavera, y luego el verano... y... y...
EL PROFESOR: Comienza como otomana, señorita.
LA ALUMNA: ¡Ah, sí, el otoño!
EL PROFESOR: Eso es, señorita. Muy bien contestado, perfecto. Estoy convencido de
que usted será una buena alumna. Progresará. Es inteligente, me parece instruida y tiene buena
memoria.
LA ALUMNA: Conozco mis estaciones, ¿verdad, señor?
EL PROFESOR: Claro que sí, señorita... o casi. Pero ya llegará. De todos modos, ya
está bien. Usted llegará a conocer todas sus estaciones con los ojos cerrados, como yo.
LA ALUMNA: Es difícil.
EL PROFESOR: ¡Oh, no! Basta con un pequeño esfuerzo y buena voluntad, señorita.
Ya verá. Eso llegará, esté segura.
LA ALUMNA: ¡Cómo lo desearía, señor! ¡Estoy tan sedienta de instrucción! También
mis padres desean que profundice mis conocimientos. Quieren que me especialice. Creen que
una simple cultura general, aunque sea sólida, no basta en nuestra época.
EL PROFESOR: Sus padres, señorita, tienen completa razón. Usted debe llevar
adelante sus estudios. Le pido que me disculpe por decírselo, pero eso es necesario. La vida
contemporánea se ha hecho muy compleja.
LA ALUMNA: Y muy complicada. Mis padres son bastante ricos, en eso tengo suerte.
Podrán ayudarme a trabajar, a hacer estudios muy superiores.
EL PROFESOR: Y usted podría presentarse...
LA ALUMNA: Lo más pronto posible, en el primer concurso de doctorado. Se realiza
dentro de tres semanas.
EL PROFESOR: ¿Ha hecho ya su bachillerato, si me permite la pregunta?
6
LA ALUMNA: Si, señor, soy bachiller en ciencias y bachiller en letras.
EL PROFESOR: ¡Oh! Está usted muy adelantada, incluso demasiado adelantada para
su edad. ¿Y en qué quiere doctorarse: en ciencias materiales o filosofía normal?
LA ALUMNA: Mis padres desearían, si usted cree que eso es posible en tan poco
tiempo, que obtenga el doctorado total.
EL PROFESOR: ¿El doctorado total?... Es usted muy valiente, señorita, y le felicito
sinceramente. Procuraremos, señorita, hacer todo lo que podamos. Por otra parte, usted sabe
ya mucho, a pesar de ser tan joven.
LA ALUMNA: ¡Oh, señor!
EL PROFESOR: Entonces, si usted me lo permite, y le ruego que me disculpe, le diré
que hay que ponerse a trabajar. Apenas tenemos tiempo que perder.
LA ALUMNA: Al contrario, señor, yo también lo deseo. E incluso se lo ruego.
EL PROFESOR: Entonces, ¿puedo rogarle que se siente?... Ahí... ¿Me permite,
señorita, si no ve en ello inconveniente, que me siente frente a usted?
LA ALUMNA: Por supuesto, señor. Se lo ruego.
Escena III
EL PROFESOR: Muchas gracias, señorita. (Se sientan a la mesa, el uno frente al otro,
de perfil a la sala.) Ya está. ¿Tiene sus libros, sus cuadernos?
LA ALUMNA (sacando cuadernos y libros de una carpeta): Sí, señor. Por supuesto,
tengo aquí todo lo necesario.
EL PROFESOR: Muy bien, señorita. Perfecto. Entonces, si eso no le molesta,
¿podemos comenzar?
LA ALUMNA: Sí, señor, estoy a su disposición.
EL PROFESOR: ¿A mi disposición? (Fulgor en los ojos rápidamente extinguido y un
gesto que reprime.) Oh, señorita, soy yo quien está a su disposición. No soy sino su servidor.
LA ALUMNA: ¡Oh, señor!
EL PROFESOR: Si usted quiere... entonces... nosotros... nosotros... yo... yo comenzaré
haciendo un examen sumario de sus conocimientos pasados y presentes, a fin de despejar el
camino futuro... Bueno. ¿Cómo va su percepción de la pluralidad?
LA ALUMNA: Es bastante vaga... confusa.
EL PROFESOR: Bueno. Vamos a ver eso.
(Se frota las manos. Entran las SIRVIENTAS, primero MARÍA, seguida de VERA que
trae la cabeza gacha, lo que parece irritar al PROFESOR; se dirige al aparador, que el público
no ve, y busca algo, demorándose.)
EL PROFESOR: Veamos, señorita. ¿Quiere que hagamos un poco de aritmética, si no
tiene inconveniente?
7
LA ALUMNA: Sí, por cierto, señor. En verdad, no deseo otra cosa.
EL PROFESOR: Es una ciencia bastante nueva, una ciencia moderna; hablando
propiamente, es más bien un método que una ciencia... Es también una terapéutica. (A MARÍA.)
María, ¿no ha terminado aún?
MARÍA: Sí, señor. Ya he encontrado el plato y me voy.
EL PROFESOR: Dese prisa. Vaya a su cocina, por favor.
MARÍA: Sí, señor. Ya voy. (Falsa salida de MARÍA, que permanece junto a VERA.)
Discúlpeme, señor, pero tenga cuidado. Le recomiendo la calma.
EL PROFESOR: Es usted ridícula, María. No se preocupe.
MARÍA (a VERA): Siempre dice eso.
EL PROFESOR: No admito sus insinuaciones. Sé perfectamente cómo debo
conducirme. Soy bastante viejo para eso.
VERA (temerosa de hablar): Precisamente, señor. Haría mejor si no comenzase por la
aritmética con la señorita. La aritmética fatiga, enerva.
EL PROFESOR: Más a mi edad. ¿Pero y a usted quién la mete en lo que no le importa?
Este es asunto mío. Y lo conozco. Su lugar no está aquí.
MARÍA: Está bien, señor. No dirá que no le he advertido.
EL PROFESOR: María, no necesito sus consejos.
VERA (santiguándose): Hágase la voluntad del señor.
(Salen.)
EL PROFESOR: Perdóneme, señorita, por esta estúpida interrupción... Disculpe a esas
mujeres. Temen constantemente que me fatigue. Velan por mi salud.
LA ALUMNA: ¡Oh, todo está disculpado, señor! Eso prueba que le son leales y que le
estiman. Las buenas sirvientas son raras.
EL PROFESOR: Pero exagera. Su temor es estúpido. Volvamos a nuestras
matemáticas.
LA ALUMNA: Le sigo, señor.
EL PROFESOR (ingenioso): Pero sin levantarse de la silla.
LA ALUMNA (que aprecia el chiste): Como usted, señor.
EL PROFESOR: Bueno. Aritmeticemos un poco.
LA ALUMNA: Con mucho gusto, señor.
EL PROFESOR: ¿No le molesta decirme...?
LA ALUMNA: De ningún modo, señor, continúe.
EL PROFESOR: ¿Cuántos son uno y uno?
8
LA ALUMNA: Uno y uno son dos.
EL PROFESOR (admirado por la sabiduría de la alumna): ¡Oh, muy bien! Me parece
muy adelantada en sus estudios. Obtendrá fácilmente su doctorado total, señorita.
LA ALUMNA: Lo celebro, tanto más porque es usted quien lo dice.
EL PROFESOR: Sigamos adelante: ¿cuántos son dos y uno?
LA ALUMNA: Tres.
EL PROFESOR: ¿Tres y uno?
LA ALUMNA: Cuatro.
EL PROFESOR: ¿Cuatro y uno?
LA ALUMNA: Cinco.
EL PROFESOR: ¿Cinco y uno?
LA ALUMNA: Seis.
EL PROFESOR: ¿Seis y uno?
LA ALUMNA: Siete.
EL PROFESOR: ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho.
EL PROFESOR: ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho... bis.
EL PROFESOR: Muy buena respuesta. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho... triplicado.
EL PROFESOR: Perfecto. Excelente. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho... cuadruplicado. Y a veces nueve.
Escena IV
EL PROFESOR: ¡Magnífica! ¡Es usted magnífica! ¡Es usted exquisita! Le felicito
calurosamente, señorita. No merece la pena de continuar. En lo que respecta a la suma es usted
magistral. Veamos la resta. Dígame solamente, si no está agotada, cuántos son cuatro menos
tres.
LA ALUMNA: ¿Cuatro menos tres?... ¿Cuatro menos tres?
EL PROFESOR: Sí. Quiero decir: quite tres de cuatro.
LA ALUMNA: Eso da... ¿siete?
9
EL PROFESOR: Perdóneme si me veo obligado a contradecirle. Cuatro menos tres no
dan siete. Usted se confunde: cuatro más tres son siete, pero cuatro menos tres no son siete...
Ahora no se trata de sumar, sino de restar.
LA ALUMNA (se esfuerza por comprender): Sí... sí...
EL PROFESOR: Cuatro menos tres son: ¿Cuánto?... ¿Cuánto?
LA ALUMNA: ¿Cuatro?
EL PROFESOR: No, señorita, no es eso.
LA ALUMNA: Entonces, tres.
EL PROFESOR: Tampoco, señorita... Perdóneme, pero debo decírselo: no es esa la
respuesta... Discúlpeme.
LA ALUMNA: Cuatro menos tres... Cuatro menos tres... ¿Cuatro menos tres? ¿No son
diez?
EL PROFESOR: No, ciertamente, no lo son, señorita. Pero además no se trata de
adivinar, sino de razonar. Procuremos deducirlo juntos. ¿Quiere usted contar?
LA ALUMNA: Sí, señor. Uno... dos... tres...
EL PROFESOR: ¿Sabe usted contar bien? ¿Hasta cuántos sabe usted contar?
LA ALUMNA: Puedo contar... hasta el infinito.
EL PROFESOR: Eso es imposible, señorita.
LA ALUMNA: Entonces, digamos hasta dieciséis.
EL PROFESOR: ¡Eso basta! Hay que saber limitarse. Cuente, pues, por favor, se lo
ruego.
LA ALUMNA: Uno... dos... y después de dos, vienen tres... cuatro...
EL PROFESOR: Deténgase, señorita. ¿Qué número es mayor: el tres o el cuatro?
LA ALUMNA: ¿Es?... ¿El tres o el cuatro? ¿Cuál es mayor? ¿El mayor de tres o cuatro?
¿En qué sentido el mayor?
EL PROFESOR: Hay números más pequeños y números más grandes. En los números
más grandes hay más unidades que en los pequeños...
LA ALUMNA: ¿Que en los números pequeños?
EL PROFESOR: A menos que los pequeños tengan unidades menores. Si son muy
pequeñas, es posible que haya más unidades en los números pequeños que en los grandes... si
se trata de otras unidades.
LA ALUMNA: En ese caso, ¿los números pequeños pueden ser mayores que los
grandes?
EL PROFESOR: Dejemos eso. Nos llevaría mucho más lejos. Sepa únicamente que no
sólo hay números. Hay también dimensiones, sumas, grupos, montones, montones de cosas
10
tales como las ciruelas, los coches, las ocas, los pepinos, etcétera. Supongamos simplemente
para facilitar nuestro trabajo que no tenemos más que números iguales: los mayores serán los
que tengan más unidades, iguales.
LA ALUMNA: ¿El que tenga más será el más grande? ¡Ah, comprendo, señor! Usted
identifica la calidad con la cantidad.
EL PROFESOR: Eso es demasiado teórico, señorita, demasiado teórico. No tiene por
qué preocuparse de ello. Tomemos nuestro ejemplo y razonemos sobre ese caso concreto.
Dejemos para más tarde las conclusiones generales. Tenemos el número cuatro y el número
tres, cada uno de ellos con un número igual de unidades. ¿Qué número será mayor, el número
más pequeño o el número más grande?
LA ALUMNA: Discúlpeme, señor. ¿Qué entiende usted por el número mayor? ¿El
menos pequeño que el otro?
El, PROFESOR: Eso es, señorita. ¡Perfecto! Me ha comprendido muy bien.
LA ALUMNA: Entonces, es el cuatro,
EL PROFESOR: ¿Qué es el cuatro? ¿Mayor o menor que el tres?
LA ALUMNA: Menor..., no, mayor.
EL PROFESOR: Excelente respuesta. ¿Cuántas unidades hay entre tres y cuatro? ¿O
entre cuatro y tres, si usted prefiere?
LA ALUMNA: No hay unidades, señor, entre tres y cuatro. El cuatro viene
inmediatamente después del tres, ¡pero no hay nada absolutamente entre el tres y el cuatro!
EL PROFESOR: Me he explicado mal. La culpa es mía, sin duda. No he sido bastante
claro.
LA ALUMNA: No, señor, la culpa es mía.
EL PROFESOR: Escuche. He aquí tres fósforos. (No ha sacado ningún fósforo. Como
todo, son imaginarios.) Y aquí otro más, en total cuatro. Ahora observe bien; usted tiene cuatro,
yo retiro uno, ¿cuántos le quedan? No se ven los fósforos ni ninguno de los objetos de que
habla.
(El PROFESOR se levantará de la mesa y escribirá en una pizarra inexistente con una
tiza inexistente, etcétera.)
LA ALUMNA: Cinco. Si tres y uno hacen cuatro, cuatro y uno hacen cinco.
EL PROFESOR: No es eso, no es eso en modo alguno. Usted tiende siempre a sumar.
Pero también hay que restar. No sólo es necesario integrar, también hay que desintegrar. Eso
es la vida. Eso es la filosofía. Eso es la ciencia. Eso son el progreso y la civilización.
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: Volvamos a nuestros fósforos. Tengo cuatro de ellos. Como usted ve,
son cuatro. Quito uno, y ya sólo quedan...
LA ALUMNA: No sé cuántos, señor.
11
EL PROFESOR: Vamos, reflexione. Admito que no es fácil, pero usted es lo bastante
culta para que pueda hacer el esfuerzo intelectual necesario y llegue a comprender. ¿Entonces?
LA ALUMNA: No llego a comprenderlo, señor. No lo sé, señor.
EL PROFESOR: Tomemos ejemplos más sencillos. Si usted tuviese dos narices y yo le
arrancase una, ¿cuántas le quedarían?
LA ALUMNA: Ninguna.
EL PROFESOR: ¿Cómo ninguna?
LA ALUMNA: Sí, precisamente porque usted no me ha arrancado ninguna es por lo
que tengo una ahora. Si usted me la hubiese arrancado, ya no latendría.
EL PROFESOR: No ha comprendido mi ejemplo. Suponga que no tiene más que una
oreja.
LA ALUMNA: Sí. ¿Y después?
EL PROFESOR: Yo le agrego otra. ¿Cuántas tendrá entonces?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Está bien. Y si le agrego otra más, ¿cuántas tendrá?
LA ALUMNA: Tres orejas.
EL PROFESOR: Le quito una. ¿Cuántas orejas le quedan?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Muy bien. Le quito otra más. ¿Cuántas le quedan?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: No. Usted tiene dos, yo le quito una, le como una, ¿cuántas le quedan?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Le como una... una...
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Una
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: ¡Una!
LA ALUMNA: ¡Dos!
EL PROFESOR: ¡Una!
LA ALUMNA: ¡Dos!
EL PROFESOR: ¡Una!
LA ALUMNA: ¡Dos!
12
EL PROFESOR: ¡Una!
LA ALUMNA: ¡Dos!
EL PROFESOR: ¡Una!
LA ALUMNA: ¡Dos!
EL PROFESOR: No, no. No es eso. El ejemplo no es... no es convincente. Escúcheme.
LA ALUMNA: Le escucho, señor.
EL PROFESOR: Usted tiene... usted tiene... usted tiene...
LA ALUMNA: ¡Diez dedos!
EL PROFESOR: Como usted quiera. Perfecto. Usted tiene, pues, diez dedos.
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: ¿Cuántos tendría si tuviese cinco?
LA ALUMNA: Diez, señor.
EL PROFESOR: ¡No es así!
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: ¡Le digo que no!
LA ALUMNA: Usted acaba de decirme que tengo diez.
EL PROFESOR: ¡Le he dicho también, inmediatamente después, que tenía usted cinco!
LA ALUMNA: ¡Pero no tengo cinco, tengo diez!
EL PROFESOR: Procedamos de otra manera... Limitémonos a los números de uno a
cinco para la substracción... Preste atención, señorita y va a verlo. Voy a hacer que comprenda.
(El PROFESOR se pone a escribir en una pizarra negra imaginaria. La acerca a la ALUMNA,
que se vuelve para mirarla.) Vea, señorita. (Hace como que dibuja en la pizarra un palito y
que escribe debajo la cifra 1; luego dos palitos, bajo los que escribe la cifra 2; luego tres
palitos, bajo los que escribe la cifra 3; y por fin cuatro palitos, bajo los que escribe la cifra 4)
¿Ve usted, señorita?
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: Son palitos, señorita, palitos. Aquí hay un palito, aquí dos palitos, aquí
tres palitos, y luego cuatro palitos, cinco palitos. Un palito, dos palitos, tres palitos, cuatro
palitos, cinco palitos son números. Cuando se cuenta los palitos cada palito es una unidad,
señorita... ¿Qué acabo de decir?
LA ALUMNA: "Una unidad, señorita. ¿Qué acabo de decir?".
EL PROFESOR: ¡O cifras! ¡O números! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, son elementos
de la numeración, señorita.
13
LA ALUMNA (vacilando): Sí, señor. Elementos, cifras, que son palitos, unidades y
números.
EL PROFESOR: Al mismo tiempo... Es decir que, en definitiva, toda la aritmética está
en eso.
LA ALUMNA: Sí, señor. Bien, señor. Gracias, señor.
EL PROFESOR: Entonces, cuente, por favor, valiéndose de esos elementos... Sume y
reste
LA ALUMNA (como para imprimirlo en su memoria): ¿Los palitos son cifras y los
números unidades?
EL PROFESOR: Hum... Pase. ¿Y entonces?
LA ALUMNA: Se puede restar dos unidades de tres unidades, ¿pero se puede restar
dos doses de tres treses? ¿Y dos cifras de cuatro números? ¿Y tres números de una unidad?
EL PROFESOR: No, señorita.
LA ALUMNA: ¿Por qué, señor?
EL PROFESOR: Porque no, señorita.
LA ALUMNA: ¿Y por qué no si los unos son los otros?
EL PROFESOR: Es así, señorita. Eso no se explica. Eso se comprende mediante un
razonamiento matemático interior. Se lo tiene o no se lo tiene.
LA ALUMNA: ¡Tanto peor!
EL PROFESOR: Escúcheme, señorita: si no llega a comprender profundamente estos
principios, estos arquetipos aritméticos, nunca llegará a realizar correctamente un trabajo de
politécnico. Y todavía menos se podrá hacer cargo de un curso en la Escuela politécnica... ni
en la maternal superior. Reconozco que no es fácil, que se trata de algo muy, muy abstracto,
evidentemente, ¿pero cómo podría usted llegar, antes de haber conocido bien los elementos
esenciales, a calcular mentalmente cuántos son —y esto es lo más fácil para un ingeniero
corriente— cuántos son, por ejemplo, tres mil setecientos cincuenta y cinco millones
novecientos noventa y ocho mil doscientos cincuenta y uno, multiplicados por cinco mil ciento
sesenta y dos millones trescientos tres mil quinientos ocho?
LA ALUMNA (muy rápidamente): Son diecinueve trillones trescientos noventa mil
billones dos mil ochocientos cuarenta y cuatro mil doscientos diecinueve millones ciento
sesenta y cuatro mil quinientos ocho.
EL PROFESOR (asombrado): No. Creo que no es así. Son diecinueve trillones
trescientos noventa mil billones dos mil ochocientos cuarenta y cuatro mil doscientos
diecinueve millones ciento sesenta y cuatro mil quinientos nueve.
LA ALUMNA: No, quinientos ocho.
EL PROFESOR (cada vez más asombrado, calcula mentalmente): Sí... tiene usted
razón... el resultado es... (Farfulla ininteligiblemente.) Trillones, billones, millones, millares...
14
(Claramente.) ... ciento sesenta y cuatro mil quinientos ocho. (Estupefacto.) ¿Pero cómo lo
sabe usted si no conoce los principios del razonamiento aritmético?
LA ALUMNA: Es sencillo. Como no puedo confiar en mi razonamiento, me he
aprendido de memoria todos los resultados posibles de todas las multiplicaciones posibles.
EL PROFESOR: Es extraordinario... Sin embargo, me permitirá que le confiese que eso
no me satisface, señorita, y no le felicito. En matemáticas, y en la aritmética muy
especialmente, lo que cuenta —pues en aritmética hay que contar siempre— lo que cuenta es,
sobre todo, la comprensión. Usted debía haber obtenido ese resultado, lo mismo que cualquier
otro, mediante un razonamiento matemático inductivo y deductivo al mismo tiempo. Las
matemáticas son enemigas encarnizadas de la memoria, excelente por lo demás, pero nefasta
aritméticamente hablando... Por lo tanto, no estoy satisfecho... eso no marcha, de ningún modo.
LA ALUMNA (desconsolada): No, señor.
EL PROFESOR: Dejemos eso por el momento. Pasemos a otro género de ejercicios.
LA ALUMNA: Sí, señor.
ESCENA V
VERA (entrando, seguida de MARÍA): ¡Hum, hum, señor...!
EL PROFESOR (que no oye): Es lástima, señorita, que esté tan poco adelantada en
matemáticas especiales...
VERA (tirándole de la manga): ¡Señor! ¡Señor!
EL PROFESOR: Temo que no se pueda presentar al examen para el doctorado total.
LA ALUMNA: Sí, señor, es lástima.
EL PROFESOR: A menos que usted... (A VERA.) ¡Pero déjeme, María1! ¿Por qué se
mete en esto? ¡A la cocina! ¡A su vajilla! ¡Váyase! ¡Váyase! (A la ALUMNA.) Procuraremos
prepararla para que apruebe por lo menos el doctorado parcial.
VERA: ¡Señor! ¡Señor! (Le tira de la manga.)
EL PROFESOR (a VERA): ¡Pero déjeme en paz! ¡Váyase! ¿Qué significa esto? (A la
ALUMNA.) Tengo que enseñarle, si quiere usted verdaderamente presentarse para el doctorado
parcial...
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: ...los elementos de la lingüística y de la filología comparada...
VERA: ¡No, señor, no! ¡No es necesario!
EL PROFESOR: ¡María, usted exagera!
VERA: Señor, sobre todo nada de filología. La filología lleva a lo peor...
1
No se me ha pasado cambiar esto. Esto es una confusión por parte del PROFESOR, pensando que está hablando
con la otra de sus criadas.
15
LA ALUMNA (asombrada): ¿A lo peor? (Sonriendo, un poco tontamente.) ¡Vaya un
lance!
EL PROFESOR (a VERA, por primera vez dirigiéndole la mirada): ¡Esto es
demasiado! ¡Salga!
VERA: Está bien, señor, está bien. ¡Pero no dirá que no le he advertido! ¡La filología
lleva a lo peor!
EL PROFESOR: ¡Soy mayor de edad!
LA ALUMNA: Sí, señor.
VERA: ¡Sea lo que quiera!
(Salen.)
Escena VI
EL PROFESOR: Continuemos, señorita.
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: Le ruego que escuche con la mayor atención mi curso, enteramente
preparado...
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: ...gracias al cual, en quince minutos, podrá usted adquirir los
principios fundamentales de la filología lingüística y comparada de las lenguas neo-españolas.
LA ALUMNA: ¡Sí, señor, oh! Aplaude.
EL PROFESOR (con autoridad): ¡Silencio! ¿Qué significa eso?
LA ALUMNA: Perdón, señor.
(Lentamente, la ALUMNA vuelve a poner las manos en la mesa.)
EL PROFESOR: ¡Silencio! (Se levanta, se pasea por la habitación, con las manos a la
espalda; de vez en cuando se detiene en el centro de la habitación o junto a la ALUMNA y
apoya sus palabras con un gesto de la mano; perora, sin exagerar; la ALUMNA le sigue con
la mirada y a veces encuentra cierta dificultad para hacerlo, pues debe volver mucho la
cabeza; una o dos veces, no más, se vuelve por completo.) Así pues, señorita, el español es la
lengua madre de la que han nacido todas las lenguas neo-españolas; el español, el latín, el
italiano, nuestro francés, el portugués, el rumano, el sardo o sardanápalo, el español y el neo-
español, y también, en algunos de sus aspectos, el turco mismo, que sin embargo se acerca más
al griego, lo que es enteramente lógico, pues Turquía es vecina de Grecia y Grecia está más
cerca de Turquía que usted y yo. Esto no es sino una ilustración más de una ley lingüística muy
importante, según la cual la geografía y la filología son hermanas gemelas... Puede tomar nota,
señorita.
LA ALUMNA (con voz apagada): Sí, señor.
16
EL PROFESOR: Lo que distingue a las lenguas neo-españolas entre sí y a sus idiomas
de los otros grupos lingüísticos, tales como el grupo de las lenguas austríacas y neo-austríacas
o habsbúrgicas, así como de los grupos esperantista, helvético, monegasco, suizo, andorrano,
vasco, y pelota, como asimismo de los grupos de las lenguas diplomática y técnica, lo que las
distingue, digo, es su llamativa semejanza que hace difícil distinguirlas a las unas de las otras.
Me refiero a las lenguas neo-españolas entre sí, a las que se llega a distinguir, no obstante,
gracias a sus caracteres distintivos, pruebas absolutamente indiscutibles del extraordinario
parecido que hace indiscutible su comunidad de origen, y que, al mismo tiempo, las diferencia
profundamente, mediante el mantenimiento de los rasgos distintivos de que acabo de hablar.
LA ALUMNA: ¡Oooh! ¡Sííí, señor!
EL PROFESOR: Pero no nos demoremos en las generalidades...
LA ALUMNA (lamentándolo, desilusionada): ¡Oh, señor!
EL PROFESOR: Eso parece interesarle. Tanto mejor, tanto mejor.
LA ALUMNA: ¡Oh, sí, señor!
EL PROFESOR: No se preocupe, señorita. Volveremos a ello luego... a menos que no
lo hagamos. ¿Quién podría decirlo?
LA ALUMNA (encantada): ¡Oh, sí, señor!
EL PROFESOR: Todo idioma, señorita, sépalo y recuérdelo hasta la hora de su
muerte...
LA ALUMNA: ¡Oh, sí, señor, hasta la hora de mi muerte!... Sí, señor.
EL PROFESOR: Y este es también un principio fundamental, todo idioma no es, en
resumidas cuentas, sino un lenguaje, lo que implica necesariamente que se compone de sonidos
o...
LA ALUMNA: Fonemas.
EL PROFESOR: Iba a decírselo. Por lo tanto, no ostente sus conocimientos. Escuche,
más bien.
LA ALUMNA: Bien, señor. Sí, señor.
EL PROFESOR: Los sonidos, señorita, deben ser cogidos al vuelo por las alas para que
no caigan en oídos sordos. En consecuencia, cuando usted se decide a articular, se recomienda
que, en la medida de lo posible, levante muy alto el cuello y el mentón y se ponga de puntillas.
Así, vea...
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: Cállese. Quédese sentada y no interrumpa... Y que emita los sonidos
muy agudamente y con toda la fuerza de sus pulmones asociada a la de sus cuerdas vocales.
Así, observe: "Mariposa", "Eureka", "Trafalgar", "papi, papá". De esta manera, los sonidos,
llenos con un aire cálido más ligero que el aire circundante, revolotearán, revolotearán sin
correr el peligro de caer en los oídos sordos, que son los verdaderos abismos, las tumbas de las
sonoridades. Si usted emite muchos sonidos a una velocidad acelerada, esos sonidos se
17
agarrarán los unos a los otros automáticamente, formando así sílabas, palabras, en rigor frases,
es decir, agrupaciones más o menos importantes, reuniones puramente irracionales de sonidos,
desprovistos de todo sentido, pero precisamente por eso capaces de mantenerse sin peligro en
una altura elevada en el aire. Solas, caen las palabras cargadas de significado, pesadas a causa
de sus sentidos, y terminan siempre sucumbiendo, desmoronándose...
LA ALUMNA: ...en los oídos sordos.
Escena VII
EL PROFESOR: Así es, pero no interrumpa. Y en la peor confusión. O estallando como
globos. Así pues, señorita... (La ALUMNA parece sufrir de pronto.) ¿Qué le pasa?
LA ALUMNA: Me duelen las muelas, señor.
EL PROFESOR: Eso no tiene importancia. No vamos a detenernos por tan poco.
Continuemos...
LA ALUMNA (que parece sufrir cada vez más): Sí, señor.
EL PROFESOR: Llamo de paso su atención sobre las consonantes que cambian de
naturaleza en las conjunciones. Las p se convierten en ese caso en b, las t en d, las k en g, y
viceversa, como en los ejemplos que le señalo: "tres horas, los niños, el gallo con vino, la edad
nueva, he aquí la noche".
LA ALUMNA: Me duelen las muelas.
EL PROFESOR: Continuemos.
LA ALUMNA: Sí.
EL PROFESOR: Resumamos: para aprender a pronunciar hacen falo en sardanápali, ni
en rumano, ni en neo-español, ni siquiera en oriental: boca, bocacalle, embocar, siguen siendo
la misma palabra, invariablemente con la misma raíz, el mismo sufijo, el mismo prefijo, en
todas las lenguas enumeradas. Y lo mismo sucede con todas las palabras.
LA ALUMNA: ¿En todas las lenguas esas palabras quieren decir lo mismo? Me duelen
las muelas.
EL PROFESOR: Absolutamente. Por lo demás, es una noción más bien que una
palabra. De todas maneras, usted tiene siempre el mismo significado, la misma composición,
la misma estructura sonora no sólo para esa palabra, sino para todas las palabras concebibles,
en todos los idiomas. Pues una misma idea se expresa mediante una sola y misma palabra, y
sus sinónimos, en todos los países. Deje, por lo tanto, sus muelas.
LA ALUMNA: Me duelen las muelas. ¡Sí, sí y sí!
EL PROFESOR: Bien, continuemos. Le digo que continuemos... ¿Cómo dice usted, por
ejemplo, en español: las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo que era asiático?
LA ALUMNA: Me duelen, me duelen, me duelen las muelas.
EL PROFESOR: Continuemos, continuemos. ¡Dígalo de todos modos!
LA ALUMNA: ¿En español?
18
EL PROFESOR: En español.
LA ALUMNA: ¿Que diga en español: Las rosas de mi abuela son...?
EL PROFESOR: Tan amarillas como mi abuelo, que era asiático.
LA ALUMNA: Pues bien, en español se dirá, según creo: las rosas de mi... ¿cómo se
dice abuela en español?
EL PROFESOR: ¿En español? Abuela.
LA ALUMNA: Las rosas de mi abuela son tan... amarillas... ¿En español se dice
amarillas?
EL PROFESOR: Sí, evidentemente.
LA ALUMNA: Son tan amarillas como mi abuelo cuando se enojaba.
EL PROFESOR: No... Que era a...
LA ALUMNA: ...siático... Me duelen las muelas.
EL PROFESOR: Eso es.
LA ALUMNA: Me duelen...
EL PROFESOR: ...las muelas. Tanto peor. ¡Continuemos! Ahora traduzca la misma
frase al español, y luego al neo-español.
LA ALUMNA: En español será: las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi
abuelo, que era asiático.
EL PROFESOR: No. Está mal.
LA ALUMNA: Y en neo-español: las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi
abuelo, que era asiático.
EL PROFESOR: Está mal. Está mal. Está mal. Ha invertido usted las cosas. Ha tomado
el español por neo-español, y el neo-español por español... No, es todo lo contrario.
LA ALUMNA: Me duelen las muelas. Usted me embrolla.
EL PROFESOR: Es usted quien me embrolla. Esté atenta y tome nota. Yo le diré la
frase en español, luego en neo-español y por fin en latín. Usted la repetirá después de mí.
Atención, pues las semejanzas son grandes. Son semejanzas idénticas. Escuche y sígame bien.
LA ALUMNA: Me duelen...
EL PROFESOR: ...las muelas...
LA ALUMNA: Continuemos... ¡Ah!
EL PROFESOR: ...en español: las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo,
que era asiático; en latín: las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo, que era
asiático. ¿Advierte usted las diferencias? Traduzca eso... al rumano.
LA ALUMNA: Las... ¿Cómo se dice rosas en rumano?
19
EL PROFESOR: "Rosas".
LA ALUMNA: ¿No es "rosas"? ¡Ah, cómo me duelen las muelas!
EL PROFESOR: Pero no, no, puesto que "rosas" es la traducción oriental de la palabra
francesa "rosas", en español "rosas". ¿Comprende? En sardanápali "rosas".
LA ALUMNA: Discúlpeme, señor, pero... ¡Oh, cómo me duelen las muelas...! No
advierto la diferencia.
EL PROFESOR: ¡Sin embargo, es muy sencillo! ¡Muy sencillo! Con la condición de
poseer una experiencia, una experiencia técnica y una práctica de esas lenguas diversas, tan
diversas, aunque no presentan sino características enteramente idénticas. Voy a tratar de darle
una clave...
LA ALUMNA: Me duelen las muelas.
EL PROFESOR: Lo que diferencia a esos idiomas no son las palabras, que son
absolutamente las mismas, ni la estructura de la frase, que es igual en todo, ni la entonación,
que no ofrece diferencias, ni el ritmo del lenguaje... Lo que las diferencia... ¿Me escucha usted?
LA ALUMNA: Me duelen las muelas.
EL PROFESOR: ¿Me escucha usted, señorita? ¡Ah, nos vamos a enojar!
LA ALUMNA: ¡Me fastidia usted, señor! ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR: ¡En nombre de un perro de lanas! ¡Escúcheme!
LA ALUMNA: Pues bien... sí... sí... continúe.
EL PROFESOR: Lo que las diferencia a unas de otras, por una parte, y de la española,
con una e muda, su madre, por otra parte... es...
LA ALUMNA (haciendo muecas): ¿Qué es?
EL PROFESOR: Es una cosa inefable. Una cosa inefable que sólo se llega a advertir al
cabo de mucho tiempo, con mucha dificultad y tras una larga experiencia.
LA ALUMNA: ¡Ah!
EL PROFESOR: Sí, señorita. No le puedo dar regla alguna. Hay que tener olfato, nada
más. Pero para tenerlo hay que estudiar, estudiar y estudiar.
LA ALUMNA: Las muelas.
EL PROFESOR: De todos modos, hay algunos casos concretos en los que las palabras
cambian de un idioma a otro..., pero no podemos basar nuestro saber en eso, pues esos casos
son, por decirlo así, excepcionales.
LA ALUMNA: ¿Ah, sí...? ¡Oh, señor, cómo me duelen las muelas!
EL PROFESOR: ¡No interrumpa! ¡No me enoje! Si no, no responderé ya de mí. Decía,
pues... ¡Ah, sí!, me refería a los casos excepcionales, llamados de distinción fácil..., o de
distinción cómoda..., como usted prefiera... Repito, como usted prefiera, pues compruebo que
no me escucha...
20
LA ALUMNA: Me duelen las muelas.
EL PROFESOR: Digo que, en ciertas expresiones de uso corriente, ciertas palabras
difieren totalmente de un idioma a otro, de modo que la lengua empleada es, en ese caso,
sencillamente más fácil de identificar. Le citaré un ejemplo: la expresión neo-española célebre
en Madrid: "Mi patria es la neo-España" se convierte en italiano en: "Mi patria es...
LA ALUMNA: ...la neo-España".
EL PROFESOR: No. "Mi patria es Italia." Dígame, entonces, por simple deducción,
¿cómo dirá Italia en francés?
LA ALUMNA: ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR: Es, no obstante, muy sencillo: para la palabra Italia tenemos en francés
la palabra Francia, que es su traducción exacta. Mi patria es Francia. Y Francia en Oriental se
dice Oriente. Mi patria es el Oriente. Y Oriente en portugués se dice Portugal. La expresión
oriental: Mi patria es el Oriente se traduce, por lo tanto, de esta manera en portugués: ¡Mi patria
es Portugal! Y así consecutivamente.
LA ALUMNA: ¡Así es! ¡Así es! Me duelen...
EL PROFESOR: ¡Las muelas! ¡Las muelas! ¡Las muelas!... ¡Se las voy a arrancar! Otro
ejemplo más. La palabra capital, la capital reviste, según el idioma que se hable, un sentido
diferente. Es decir que si un español dice: "Vivo en la capital", la palabra capital no querrá
decir de modo alguno lo mismo que cuando un portugués dice también: "Yo vivo en la capital".
Y con mayor razón cuando lo dice un francés, un neo-español, un rumano, un latino, un
sardanápali... Tan luego como oye usted decir, señorita... ¡Señorita, estoy hablando para usted!
¡Mierda, entonces!... Tan luego como oye decir: "Vivo en la capital", sabrá usted inmediata y
fácilmente si se trata de español, neo-español, de francés, de oriental, de rumano o de latín,
pues basta con adivinar cuál es la metrópoli en la que piensa quien pronuncia la frase... en el
momento mismo en que la pronuncia... Pero éstos son, pocos más o menos, los únicos ejemplos
concretos que puedo citarle...
LA ALUMNA: ¡Oh, mis muelas!
EL PROFESOR: ¡Silencio! ¡O le rompo el cráneo!
LA ALUMNA: ¡Intente hacerlo! ¡Calavera! (El PROFESOR la ase del puño y se9lo
retuerce. Gritando.) ¡Ay!
EL PROFESOR: ¡Entonces, quédese tranquila! ¡Ni una palabra!
LA ALUMNA (lloriqueando): Las muelas...
EL PROFESOR: Lo más..., ¿cómo diré...?, lo más paradójico... sí... esa es la palabra,
lo más paradójico es que muchas personas que carecen por completo de instrucción hablan esos
diferentes idiomas... ¿Me oye? ¿Qué he dicho?
LA ALUMNA: ...hablan esos diferentes idiomas. ¿Qué he dicho?
EL PROFESOR: ¡Ha tenido usted suerte!... La gente del pueblo habla el español,
relleno de palabras neo-españolas que rio advierten, creyendo que hablan el latín... o bien
21
hablan el latín, relleno de palabras orientales, creyendo que hablan el rumano... o el español,
relleno de neo-español, creyendo que hablan el sardanápali, o el español... ¿Me comprende
usted?
LA ALUMNA: ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¿Qué más quiere usted?
EL PROFESOR: ¡Nada de insolencias, jovencita, o ten mucho cuidado! (Muy enojado.)
Pero el colmo, señorita, es que ciertas personas, por ejemplo, en un latín que suponen español,
dicen: "Sufro de mis dos hígados a la vez" dirigiéndose a un francés que no sabe una palabra
de español, pero este les comprende tan bien como si se tratase de su propio idioma. Y el
francés responderá, en francés: "Yo también, señor, sufro de mis hígados" y se hará entender
perfectamente por el español, quien estará seguro de que le han contestado en un español puro
y que ambos hablan en español, cuando en realidad no hablan en español ni en francés, sino en
latín a la neo-española... Estese quieta, señorita, y no mueva las piernas ni patalee.
LA ALUMNA: ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR: ¿Cómo es posible que, hablando sin saber qué idioma habla, e incluso
creyendo que habla otro, la gente del pueblo se entiende, no obstante, entre sí?
LA ALUMNA: Es lo que me pregunto.
EL PROFESOR: Es sencillamente una de las curiosidades inexplicables del empirismo
grosero del pueblo que no hay que confundir con la experiencia, una paradoja, un despropósito,
una de las rarezas de la naturaleza humana. Es sencillamente, para decirlo todo, en una palabra,
el instinto el que interviene en eso.
LA ALUMNA: ¡Ja, ja!
EL PROFESOR: En vez de mirar cómo vuelan las moscas mientras yo me tomo todo
este trabajo, haría usted mejor si procurara prestar más atención. No soy yo quien se va a
presentar al examen para el doctorado... Lo pasé ya mucho tiempo..., incluyendo mi doctorado
total..., y mi diploma supra-total... ¿No comprende que lo hago por su bien?
LA ALUMNA: ¡Las muelas!
EL PROFESOR: ¡Mal educada!... ¡Pero eso no seguirá así, no seguirá, no seguirá así!...
LA ALUMNA: Yo... le... escucho.
EL PROFESOR: ¡Ah! Le he dicho que para aprender a distinguir todos esos idiomas
diferentes no hay nada mejor que la práctica... Procedamos por orden. Voy a 'tratar de enseñarle
todas las traducciones de mi cuchillo.
LA ALUMNA: Como usted quiera... Después de todo...
EL PROFESOR (llama a las SIRVIENTAS): ¡María! ¡Vera!... No vienen... ¡María!
¡Vera! ¿Cómo es eso? (Abre la puerta de la derecha.)
(Sale.)
Escena VIII
22
(La ALUMNA queda sola durante unos instantes, con la mirada perdida en el vacío y
como embrutecida.)
EL PROFESOR (con voz chillona, afuera): ¡María! ¿Qué significa esto? ¿Por qué no
viene? ¡Cuando yo la llamo, tiene que venir! (Entra, seguido por MARÍA y VERA.) Soy yo
quien manda, ¿me oyen? (Señala a la ALUMNA.) ¡No comprende nada esa! ¡No comprende!
MARÍA: No se ponga en ese estado, señor. ¡Tenga cuidado! Eso lo llevará lejos, lo
llevará lejos de todo eso.
EL PROFESOR: Sabré detenerme a tiempo.
MARÍA: Eso se dice siempre, pero desearía verlo.
LA ALUMNA: ¡Me duelen las muelas!
MARÍA: Ya lo ve, eso comienza. ¡Es el síntoma!
EL PROFESOR: ¿Qué síntoma? Explíquese. ¿Qué quiere decir?
LA ALUMNA (con voz débil): Sí, ¿qué quiere decir usted? Me duelen las muelas.
MARÍA: ¡El síntoma final! ¡El gran síntoma!
EL PROFESOR: ¡Tonterías! ¡Tonterías! ¡Tonterías! (LA SIRVIENTA va a salir.) No se
vaya así. La he llamado para que me traiga los cuchillos español, neo-español, portugués,
francés, oriental, rumano, sardanápali, latino y español.
MARÍA (severa): No cuente conmigo.
(Se van.)
Escena IX
EL PROFESOR (hace gestos, quiere protestar, se contiene, un poco desamparado. De
pronto recuerda): ¡Ah! (Se dirige rápidamente al cajón y saca de él un gran cuchillo invisible,
o real, según el gusto del director de escena, y lo blande jubiloso.) He aquí uno, señorita, he
aquí un cuchillo. Es lástima que no haya más que este, pero trataremos de utilizarlo para todas
las lenguas. Bastará con que usted pronuncie la palabra cuchillo en todos los idiomas, mirando
al objeto, muy de cerca, fijamente, e imaginándose que es el idioma que usted dice.
LA ALUMNA: ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR (casi cantando, melopea): Entonces: diga cu, como cu; chi, como chi;
y llo, como llo. Y mire, mire, fíjese bien.
LA ALUMNA: ¿Qué es eso? ¿Francés, italiano, español?
EL PROFESOR: Eso no tiene ya importancia. Eso no le importa. Diga: cu.
LA ALUMKA: Cu.
EL PROFESOR: Chi... Mire.
LA ALUMNA: Chi.
EL PROFESOR: Llo. Mire.
23
(Blande el cuchillo ante los ojos de la ALUMNA.)
LA ALUMNA: Llo.
EL PROFESOR: ¡Siga mirando!
LA ALUMNA: ¡Ah, no! ¡Váyase a paseo! ¡Estoy harta! Además, me duelen las muelas,
me duelen los pies, me duele la cabeza.
EL PROFESOR (nervioso): Cuchillo... Mire... Cuchillo... Mire... Cuchillo... Mire...
LA ALUMNA: También me hace usted daño en los oídos. ¡Tiene una voz! ¡Oh, qué
voz estridente!
EL PROFESOR: Diga: cuchillo, cu... chi... llo.
LA ALUMNA: ¡No! Me duelen los oídos, me duele en todas partes.
EL PROFESOR: ¡Voy a arrancarte las orejas, y así no te dolerán los oídos, querida!
LA ALUMNA: ¡Ay! Es usted quien me hace daño...
EL PROFESOR: Vamos, mire y repita rápidamente: cu...
LA ALUMNA: Si usted tiene el... cu... cuchillo... (Durante un instante lúcida e
irónica.) es neo-español.
EL PROFESOR: Si se quiere, sí, neo-español. Pero apresurémonos, pues no tenemos
tiempo... Además, ¿a qué viene esa pregunta insidiosa? ¿Cómo se permite usted...?
(La ALUMNA está cada vez más fatigada, llorosa, desesperada, al mismo tiempo
extasiada y exasperada.)
LA ALUMNA: ¡Ay!
EL PROFESOR: Repita, mire. (Imita al cuchillo.) Cuchillo... cuchillo... cuchillo...
LA ALUMNA: ¡Ay, me duele... la cabeza...! (Se pasa la mano, como en una, caricia,
por las partes del cuerpo que nombra.) Los ojos.
EL PROFESOR (imitando al cuchillo): Cuchillo... cuchillo...
(Los dos se han puesto en pie; él sigue blandiendo su cuchillo invisible, casi fuera de
sí, mientras da, vueltas alrededor de ella en una especie de danza salvaje, pero no se debe
exagerar y el profesor apenas esbozará los pasos de danza. La ALUMNA, en pie frente al
público, se dirige, caminando hacia atrás, enfermiza, lánguida, embrujada. Trata de huir, mas
no puede.)
EL PROFESOR: Repita, repita: cuchillo... cuchillo... cuchillo...
LA ALUMNA: Me duele... la garganta, cu... ¡ay!... los hombros... los senos... cuchillo...
EL PROFESOR: Cuchillo... cuchillo... cuchillo...
LA ALUMNA: Las caderas... cuchillo... los muslos... cu...
EL PROFESOR: Pronuncie bien: cuchillo... cuchillo.
24
LA ALUMNA: Cuchillo... la garganta...
EL PROFESOR: Cuchillo... cuchillo...
LA ALUMNA: Cuchillo..., los hombros..., los brazos, los senos, las caderas...
cuchillo... cuchillo...
EL PROFESOR: Eso es... Ahora pronuncia usted bien.
LA ALUMNA: Cuchillo... mis senos... mi vientre...
EL PROFESOR (cambiando de voz): ¡Atención!... No rompa mis baldosas... El cuchillo
mata...
LA ALUMNA (con voz débil): Sí, sí... el cuchillo mata.
Escena X
(Con estas palabras, el PROFESOR le clava el cuchillo a la ALUMNA de una manera
muy espectacular. Ella grita «¡Ah!». Todo se torna en rojo. Ambos cuerpos se quedan pegados,
uno junto al otro, de manera íntimamente obscena, por unos larguísimos instantes de silencio.
El PROFESOR, después, opta por repetir su acción, hediendo en su cuerpo nuevas cuchilladas
a la niña, cada vez más rápidas, cada vez más violentas. Esta grita, «¡Ah, ah!». Sus alaridos
de dolor se confunden incluso con gemidos de satisfacción. Entre estos aullidos, se escucha
también algún gemido, no se sabe si de satisfacción, o también de dolor, por parte del
PROFESOR.
Ya muerta, cae luego la ALUMNA, en una actitud impúdica, en una silla que, como por
casualidad, estaba ahí dispuesta, con las piernas muy separadas pendiendo a ambos lados de
la silla; el PROFESOR está en píe frente a ella, dando la espalda al público. Repentino,
experimenta un sobresalto muy visible de todo su cuerpo.)
EL PROFESOR2 (sin aliento, farfullando): ¡Arrastrada!... Bien hecho... Eso me hace
bien... ¡Ay, ay, qué cansado estoy...! Me cuesta respirar... ¡Ah! (Respira con dificultad; cae en
una silla que por suerte está, a su alcance; se enjuga la frente y murmura palabras
incomprensibles; su respiración se normaliza... Se levanta, mira el cuchillo que tiene en la
mano, contempla a la muchacha y luego, como si despertase. Presa del pánico.) ¿Qué he
hecho? ¿Qué me va a suceder ahora? ¿Qué va a pasar? ¡Ah la, la! ¡Qué desgracia! ¡Señorita,
señorita, levántese! (Se agita, conservando en la mano el cuchillo invisible con el que no sabe
qué hacer.) Vamos, señorita, la lección ha terminado... Puede usted irse..., pagará en otra
ocasión... ¡Ay, está muerta..., muerta! Ha sido con mi cuchillo... Está muerta... Es terrible.
(Llama a las SIRVIENTAS.) ¡María! ¡Vera! ¡Vengan! ¡Ay, ay! (La puerta de la derecha, se
entreabre y aparecen MARÍA y VERA.) No... No vengan. Me he equivocado. No las necesito,
María... ya no la necesito... ¿Me oye? (MARÍA se acerca, severa, sin decir palabra, y ve el
cadáver. Con voz cada vez menos segura.) No la necesito, María.
MARÍA (sarcástica): Entonces, ¿está usted satisfecho de su alumna? ¿Ha aprovechado
bien su lección?
2
Con el siguiente párrafo del profesor, la luz roja que anteriormente bañaba la habitación por completo irá
desapareciendo poco a poco, volviendo, con el final del discurso, a su estado inicial, natural, de luz de gabinete.
25
EL PROFESOR (oculta el cuchillo a su espalda): Sí, la lección ha terminado..., pero
ella..., ella sigue ahí... no quiere irse.
MARÍA (muy dura): ¡En efecto!
EL PROFESOR (temblando): No he sido yo... No he sido yo... María... No... Se lo
aseguro... No he sido yo, mi pequeña María...
MARÍA: ¿Quién ha sido, entonces? ¿Quién ha sido? ¿Yo?
EL PROFESOR: No lo sé..., quizás...
MARÍA: ¿O el gato?
EL PROFESOR: Es posible... No sé.
MARÍA: ¡Ésta es la cuadragésima vez! ¡Y todos los días lo mismo! Y se quedará sin
alumnas, lo que estará bien.
EL PROFESOR (irritado): ¡Yo no tengo la culpa! ¡Ella no quería aprender! ¡Era
desobediente! ¡Era una mala alumna! ¡No quería!
MARÍA: ¡Mentiroso!
(El PROFESOR se acerca disimuladamente a MARÍA, con el cuchillo a la espalda.)
EL PROFESOR: ¡Eso no le importa a usted! (Trata de asestarle una cuchillada
formidable, pero MARÍA le ase el puño al vuelo y se lo retuerce. El PROFESOR deja caer a
tierra su arma.) ¡Perdón!
MARÍA (abofetea dos veces seguidas al PROFESOR, con ruido y fuerza, y el
PROFESOR cae al suelo de espaldas y lloriquea). ¡Asesino! ¡Cochino! ¡Asqueroso! ¿Quería
hacerme eso a mí? ¡Yo no soy una de sus alumnas! (Lo levanta asiéndolo por el cuello, recoge
el birrete, que le pone en la cabeza, mientras él, que teme que lo abofeteen, se protege con el
codo como los niños.) ¡Ponga ese cuchillo en su lugar! ¡Vamos! (El PROFESOR va a dejarlo
en el cajón del escritorio y vuelve.) Y, sin embargo, ya se lo advertimos hace un momento: la
aritmética lleva a la filología y la filología al crimen...
EL PROFESOR (a VERA): Usted dijo: «a lo peor».
MARÍA: Es lo mismo.
EL PROFESOR: Yo entendí mal. Creía que "Peor" era una ciudad y que usted quería
decir que la filología llevaba a la ciudad de Peor.
MARÍA: ¡Mentiroso! ¡Viejo zorro! Un sabio como usted no entiende mal el sentido de
las palabras. No me va a engañar.
EL PROFESOR (solloza): No la he matado intencionadamente.
MARÍA: ¿Al menos lo lamenta?
EL PROFESOR: ¡Oh, sí, María, se lo juro!
MARÍA: ¡Me da usted compasión! Es usted una buena persona, a pesar de todo. Trataré
de arreglar eso. Pero no vuelva a las andadas. Puede producirle una enfermedad del corazón.
26
EL PROFESOR: Sí, María. ¿Qué se va a hacer, entonces?
MARÍA: Se la va a enterrar... al mismo tiempo que a las otras treinta y nueve... Serán
necesarios cuarenta ataúdes... Se llamará al servicio de pompas fúnebres y a mi enamorado, el
cura Augusto. Se encargarán coronas...
EL PROFESOR: ¡Oh, María, muchas gracias!
MARÍA: Al grano. Ni siquiera vale la pena llamar a Augusto, pues usted mismo es un
poco cura a sus horas, si ha de creerse el rumor público.
EL PROFESOR: De todos modos, que no sean muy caras las coronas. Ella no ha pagado
su lección.
MARÍA: No se preocupe... Por lo menos cúbrala con su delantal. Así está indecente.
Además, se la van a llevar.
(MARÍA le hace una seña a VERA para que esta le dé su delantal al PROFESOR.)
EL PROFESOR: Sí, María, sí. (La cubre.) Hay el peligro de que nos detengan...
Imagínese, con cuarenta ataúdes... La gente se asombrará. ¿Y si nos preguntan qué contienen?
MARÍA: No se preocupe tanto. Diremos que están vacíos. Por lo demás, la gente no
preguntará nada, pues ya está habituada.
EL PROFESOR: Sin embargo...
VERA (saca un brazalete con una insignia, quizá la svástica nazi): Tome. Si tiene
miedo, póngase esto y nada tendrá que temer. (Le coloca el brazalete.) Se trata de política.
EL PROFESOR (tras comprobar el símbolo que se muestra en este, dándose cuenta de
que, al menos hoy por hoy, no se aprecian tantos nazis por la calle): Pero...
MARÍA (interrumpiéndole): Es indiferente, cada cual podrá imaginarse el
autoritarismo que le venga en gana.
EL PROFESOR (como por echarse a llorar): Gracias, mi pequeña María. Así, estoy
tranquilo. Es usted una buena muchacha, María, muy fiel.
MARÍA (a VERA): ¡Vaya! Manos a la obra, señor. ¿Está listo?
EL PROFESOR: Sí, mi pequeña María.
(Las SIRVIENTAS, seguidas del PROFESOR, toman el cuerpo de la muchacha, uno
por los hombros y el otro por las piernas, y se dirigen hacia la puerta de la derecha.)
EL PROFESOR: ¡Cuidado, no le haga daño!
(Salen todos.)
Escena XI
(La escena queda vacía durante unos instantes. Se oye llamar a la puerta de la
izquierda.)
VOZ DE VERA: ¡Voy en seguida!
27
(Aparece como al comienzo de la obra y se dirige a la puerta. Vuelve a sonar la
campanilla.)
VERA (aparte, mientras trata de reordenar algo el espacio): ¡Esa tiene mucha prisa!
(En voz alta.) ¡Paciencia! (Se comienza a intuir una música lejana que irá in crescendo. Va a
la puerta de la izquierda y sale. Desde el exterior.) Buenos días, señorita. ¿Es usted la nueva
alumna? ¿Viene para la lección? El profesor la espera. Voy a anunciarle su llegada. ¡Bajará
inmediatamente! ¡Pase, pase, señorita! (Finalmente su voz se ve totalmente opacada por la
canción.)
Oscuro final.
28