Gilgamesh El Hombre Ante La Muerte. Prologo

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Ediciones UC

Chapter Title: PRÓLOGO


Chapter Author(s): Antonio Bentué

Book Title: Gilgamesh


Book Subtitle: El hombre ante la muerte
Book Author(s): Antonio Bentué
Published by: Ediciones UC. (2011)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctt15hvv36.2

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prólogo

Aun cuando la muerte no forma parte de la vida de nadie, puesto que


acontece cuando alguien ha terminado ya de vivir1, la conciencia es
capaz de “amargarnos la existencia” hasta hacérnosla experimentar
como absurda. E incluso puede provocar en nosotros una inútil rebe-
lión. ¡Resulta efectivamente absurdo, y una “injustificable violación”2,
el que todo viviente concreto, –puesto que sólo se vive en concreto–,
acabe siempre reducido a nada, al dejar de existir!

1
Así lo declaraba estoicamente el clásico latino Diógenes Laercio: “El más horrible de los males, la
muerte, en realidad no nos atañe. Pues, mientras existimos, no hay muerte, y cuando habría muerte
para nosotros, ya no existimos. Luego, no atañe ni a vivos ni a muertos; a los primeros no los toca y
los segundos ya no existen” (X, 124).
2
Es la rebeldía expresada por Simone de Beavoir, cuando escribe: “No existe algo que pueda llamarse
muerte natural…, pues su presencia pone el mundo en tela de juicio. Todos los hombres han de mo-
rir, pero para cada uno de ellos su muerte es un accidente y, por más que lo sepa y lo consienta, es
una violación injustificable” (Una muerte muy dulce, Barcelona, Ednasa, 1989, p. 106). Es la misma
conciencia angustiada que revelan las quejas del Job bíblico: “¡Desaparezca el día en que nací y la
noche en que se dijo: Ha nacido un hombre!… ¿Por qué no quedé muerto desde el seno? ¿Por qué no
expiré recién nacido?” (Jb 3, 3y 11).

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10 GILGAMESH. El hombre ante la muerte / Antonio Bentué

Y es que la conciencia prevé la muerte como el espectro de la aniqui-


lación del propio yo, cuando constata que un “tú” muy cercano dejó
de ser “tú”. Así, el “yo” toma conciencia de lo que ineludiblemente le
espera. Y experimenta la angustia, al prever la propia aniquilación fi-
nal. Es debido a ello que intentamos alejar de la propia conciencia ese
espectro, transformando la muerte en “noticia”: ¡Siempre mueren los
demás! De esta manera tratamos de disimular el problema y camuflar
la angustia, convirtiendo la muerte de los “otros” en recurso incluso
para permitirnos un mayor entretenimiento en la vida. A costa, cla-
ro, de muertes ajenas morbosamente publicitadas en los “noticieros”
y mientras estas ocurran a suficiente distancia del ámbito en que se
mueve nuestra cotidianidad. Los miles de muertos en Afganistán, en
Irak o en el Congo, aunque puedan conmovernos, no nos inquietan
demasiado, mientras sean impactantes “informaciones” que podamos
observar, cómodamente recostados en un diván, frente a la pantalla
del televisor, o leer en el periódico. E incluso podemos reírnos de
la muerte, contemplando las fantasmagorías mortíferas de Rambo I
y Rambo II.

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PRÓLOGO 11

Sin embargo, el buen ciudadano neoyorquino de Manhattan, que ex-


perimentó mucho más cerca de lo deseado el espantoso derrumbe de
las torres gemelas del World Trade Center, no pudo camuflar aquel
escenario tan horriblemente mortal bajo su apariencia “noticiosa”. De
un solo golpe, la “noticia” se convirtió para él en una real y aberrante
brutalidad, que ocurría frente a sí, cara a cara. Mientras, para los tele-
videntes del resto del mundo, se convertía únicamente en la gran “no-
ticia” del año, sin que a las pobres víctimas de aquel desastre, contem-
plado en vivo aunque muy lejos de la dramática escena, les impidieran
seguir saboreando su taza de café matinal.

El juego macabro de la conciencia, aprisionada entre la angustia ante


una “muerte anunciada” y el intento evasivo por evitarla convirtiéndola
en noticia, ha sido patrimonio de la humanidad desde su misma emer-
gencia a partir del mundo animal inconsciente previo3.

3
Puede constatarse en los restos funerarios de hombres primitivos la presencia de signos rituales que
implican la conciencia humana del problema de la muerte y la intuición de una supervivencia, más
allá de la muerte, cf. para ello, E.O. James, La religión préhistorique. Etude d’Archéologie préhistorique,
Paris, Payot, 1959, pp. 14-18.

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12 GILGAMESH. El hombre ante la muerte / Antonio Bentué

Todo mal, aunque muy particularmente ese “mal de la muerte”, radica


en la conciencia. Donde no hay conciencia no existe mal alguno, ni, por
tanto, el de la muerte. El “mal” es experimentado como tal en la medida
que hay conciencia del carácter “carente” e “indebido” de una situación
concreta. Lo que es, por el mero hecho de ser, es bueno. Pero la con-
ciencia capta también lo que podría, o debería ser, y no es. Uno puede
intentar defenderse de esa conciencia del mal, integrando la “carencia”,
sin hacerse ilusiones de ninguna especie. Como lo proponía Buda en
sus “nobles verdades”: “Si quieres dejar de sufrir, deja de desear”4. Es
decir, “no pidas peras al olmo” y acepta la realidad sin intentar evadirte
de ella con proyecciones ilusorias5. Sin embargo, el contenido incons-
ciente de esa misma aceptación de la realidad frustrante, sin ilusiones,
puede constituir también una “neurosis” desesperada de autodefensa.

4
De los textos canónicos del budismo Teravada (Canon Pali), la tercera noble verdad consiste precisa-
mente en descubrir que la causa del sufrimiento es el deseo (Dîgha Nicâya, n 22).
5
Freud ha analizado la “ilusión” como una “estrategia neurótica” que confunde el deseo con la realidad.
Y, así, el deseo de supervivencia más allá de la muerte es tan grande que, según él, lo proyectamos
como si esa supervivencia fuera real. Tal confusión, el mismo Freud, la expresa con el término alemán
“Wunsherfüllung”, o sea “realización (ilusoria) del deseo” (cf. S. Freud, Porvenir de una ilusión, en
Obras Completas II, Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 1968, p. 87).

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PRÓLOGO 13

¿Estamos, así, condenados a un callejón sin salida, tanto si nos ilusio-


namos con que hay salida, como si nos conformamos estoicamente con
la imposibilidad del “escape”?

En realidad, mientras vivamos en este mundo, nunca podremos “saber”


si hay o no esa “salida” más allá de la muerte. En su apariencia inerte y
misteriosa, ¿es la muerte el rostro tras el cual se oculta un seno acoge-
dor en algún Más Allá? ¿O es quizá tan sólo la máscara macabra de la
nada? Pero si la nada constituye la última palabra, y la existencia hu-
mana consiste únicamente en “ser-para-la-muerte”6, esa muerte no está
sólo al final, sino que acompaña toda existencia consciente, haciéndose
carne de la vida del ser mortal. Y, así, no sólo la muerte constituye la
amenaza de absurdo, sino que también la misma vida. Todo puede ha-
ber sido por nada. Como una gran y solemne tomadura de pelo o, en la
forma más elegante de Lévi-Strauss, como una majestuosa y multicolor
puesta de sol, que acaba en noche oscura.

6
La expresión, que define así al ser humano, está tomada de Heidegger, en Ser y tiempo, traducción de
Jorge E. Rivera, Santiago, Ed. Universitaria, 1997, p. 209.

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14 GILGAMESH. El hombre ante la muerte / Antonio Bentué

Ese es el dilema ineludible que intenta mostrar el texto dramático que


aquí presento. Para ello, me sirvo de un personaje mítico, Gilgamesh.
Protagonista de la más antigua y venerable epopeya sobre la búsqueda
desesperada de superación de la muerte7. El poema mesopotámico con-
tiene también uno de los más antiguos mitos, el del diluvio, como caos
que amenaza todo lo que existe en el cosmos8, comenzando por la vida
humana misma.

Y, así, mientras estaba en pleno goce de la vida, la muerte toca, brus-


camente, de cerca al tirano Gilgamesh, arrebatándole el amigo del

7
Es el contenido de las doce tablillas en lenguaje cuneiforme, encontradas en las ruinas de la antigua
Nínive, publicadas por diversos especialistas, siendo la versión más conocida en Occidente la de J.B.
Pritchard, ANET (Ancien Near Eastern Texts), Princeton University Press, 1955, pp. 32ss. Sobre la
importancia de esta Epopeya, el mismo Pritchard comenta: “Por primera vez en la historia del mundo
ha cobrado expresión, en un noble estilo, una profunda experiencia de heroicidad a tal escala. El
alcance y la extensión de esta épica y su puro poder poético, le dan un atractivo intemporal. En la
antigüedad, la influencia del poema se extendió a varios idiomas y culturas y, de la misma manera,
sigue hoy todavía cautivando a estudiosos y poetas” (ANET, op. cit. p. 72). Una buena versión caste-
llana de divulgación es la publicada en Buenos Aires Cantar de Gilgamesh, Ed. Galerna, 1977; hay una
selección parcial del texto original, hecha por el mismo Pritchard, y traducida al castellano, editada
en Barcelona, Ed. Garriga, 1966, pp. 47-88.
8
El mito del “diluvio” mesopotámico, con su protagonista Utnapishtim (el Noé babilónico) es el conte-
nido de la Tablilla 11 del poema, que sirvió, sin duda, en todos sus detalles, como base literaria para
el relato recogido en el mito del Génesis, cuyo protagonista es Noé (Gn cc. 6-8).

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PRÓLOGO 15

alma, Enkidu, su “alter ego”. Destrozadas las sensaciones juveniles


de inmortalidad, Gilgamesh no puede ya seguir camuflando la muer-
te como mera “noticia” que afecta sólo a los demás. Sólo le queda
aferrarse con todas sus fuerzas al deseo, único recurso posible para
seguir alimentando la esperanza de inmortalidad. Y hubiese podido
casi lograrlo, de no haber sido por la “antigua serpiente” que, con su
astucia engañosa, se encargó de poner la verdad del hombre en su si-
tio. El pobre Gilgamesh se vio, entonces, obligado de nuevo a renun-
ciar a inútiles ilusiones y a conformarse con la trágica realidad. Tal
como se lo había recordado la cervecera Siduri: “Cuando los antiguos
dioses crearon a los hombres, los hicieron mortales, reservándose tan
sólo para ellos la inmortalidad”. El único consuelo que le quedaba
era, pues, el conformismo realista del carpe diem, tal como más tarde lo
propondría también el estoicismo epicúreo greco-romano9.

9
Tablilla X, III, 1-15. La máxima será retomada por el texto bíblico del Eclesiastés 2,24, al que aludirá
también San Pablo, argumentando a favor de la esperanza de resurrección: “Pues si los muertos no
resucitan, comamos y bebamos que mañana moriremos“ (1Corintios, 15, 32).

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16 GILGAMESH. El hombre ante la muerte / Antonio Bentué

Sin embargo, aun cuando fallen las expectativas, la tozudez humana


nunca ha podido renunciar del todo a la esperanza. Y, en la epopeya,
parece también abrírsele al hombre esa esperanza. Como a un Noé
babilónico, los dioses habían concedido a Utnapishtim el acceso a su
séptimo cielo, el Esarra, gracias a la oportuna intervención de la diosa
del amor y la fertilidad10, Ishtar. Es ella también quien favorece, en pri-
mera instancia, a Gilgamesh, aunque luego decida castigarlo. Pero, en
la última escena, será de nuevo ella quien conceda a Gilgamesh el don
de la inmortalidad. Y Gilgamesh se unirá a Tammuz, amante de la diosa
y rescatado por ella del Hades invernal, para ascender, junto a él, a la
primavera de la vida.

En el capítulo cuarto del texto aparecen mezclados algunos personajes


sacados de los 34 cantos con que Dante describe el descenso al infier-

10
El mito mesopotámico donde la diosa Ishtar cumple el papel garante de la fertilidad, según el esque-
ma “mistérico” de descenso al seno de la tierra (muerte invernal) y ascenso a la primavera de la vida,
es el denominado Descenso de Ishtar a la tierra sin retorno (cf. Pritchard, en la versión castellana de
Ed. Garriga, op. cit. pp. 94-100).

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PRÓLOGO 17

no, en su Divina Comedia11. Incluso se reproduce alguna frase de la ver-


sión original italiana, como la del inicio del primer canto: Nel mezzo del
cammin di nostra vita, o la del famoso letrero que, se encuentra escrito
sobre la puerta de entrada al Hades: Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate
(Canto III).

Finalmente, la última escena ofrece un contexto propio de los “cul-


tos mistéricos”. Los “misterios” fueron celebrados, durante más de mil
años, en Asia Menor, de donde pasaron a Grecia y después a Roma.
En ellos se escenificaban ritualmente los diversos mitos que narraban
el paso de muerte a vida por parte de protagonistas humano-divinos.
Ese desenlace “pascual” podía tener una estructura “incruenta” (de
descenso-ascenso) o “cruenta” (de muerte-resurrección). Los fieles
participaban en tales ritos, con antorchas encendidas en sus manos y
sus rostros “tapados” (müstoi), caminando en peregrinación nocturna,
hasta llegar al “telesterion”, donde culminaba la ceremonia cuando,
en una representación ritual, “veían” a la diosa Deméter subiendo del

11
Dante Alighieri, La divina comedia, en Obras completas, Madrid, Ed. Bilingüe (italiano-castellano),
BAC, 1956, pp. 28-233.

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Hades con su hija Perséfone liberada. Gracias a ello, los “müstoi” se


convertían en “videntes” (epoptai) del misterio de acceso al Más Allá.
Y por la fuerza “homeopática”12 de esa “visión” ritual, confiaban en
poseer una verdadera prenda de la superación de su propia muerte13.
E irrumpían en gritos de júbilo, como los fieles de los misterios de
Sabacio al exclamar: ¡Éfügon kakón, euron ámeinon! (¡Escapé del mal, y
encontré lo mejor!).

En este mundo, nunca podrá alguien “saber” si tras la muerte hay o no


un “más allá”. Por lo mismo, al ser humano le quedará siempre abierta
la posibilidad de creer que lo hay. Y así mantener viva la esperanza de
salvación frente al riesgo angustiante de la nada final. Obviamente ello
no excluye la validez de la opción contraria de quienes creen que no hay
un “más allá” y que aquella esperanza convierte al ser humano en una

12
Esta característica de la “magia homeopática”, fundada en la experiencia de que “lo semejante produ-
ce lo semejante”, ha sido analizada por J.G. Frazer en La rama dorada, México, Ed. Fondo de Cultura
Económica, 1944, pp. 33ss.
13
He estudiado más ampliamente esta temática en mi libro Muerte y búsquedas de inmortalidad, San-
tiago, Ed. Universidad Católica de Chile,2002 (2ª), cap. VI, Los “cultos mistéricos”, pp. 71-150.

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PRÓLOGO 19

“pasión inútil”14. Aun así, quizá pueda resultar convincente la intuición


de que esa esperanza no es vana, sino que remite al fondo verdadero de
la realidad. Sigue considerándolo así gran parte de la humanidad, con
formas religiosas muy variadas. En todo caso, la cuestión de si es el ser
con su garantía de sentido, o el no-ser con el riesgo de absurdo, la últi-
ma palabra de la realidad, seguirá siendo el más porfiado planteamien-
to para toda conciencia lúcida. Y, por lo mismo, seguirá constituyendo
el “tema” más crucial de la cultura, en las diversas dimensiones del arte,
la filosofía y obviamente la teología.

Eso es, pues, lo que, de forma “interdisciplinar”, intenta también plan-


tear este modesto Ensayo. En su elaboración ha tenido un papel fun-
damental mi buen amigo y gran pintor René Poblete, con las notables
ilustraciones que corresponden, en buena parte, a pinturas de gran

14
Según la famosa expresión de Sartre al culminar su obra filosófica más elaborada: “Toda realidad
humana es una pasión, por cuanto proyecta perderse para fundar el Ser y construir al mismo tiempo
el en-sí que escape a la contingencia, siendo fundamento de sí mismo, el Ens causa sui que las reli-
giones llaman Dios. Así la pasión del hombre es inversa a la de Cristo, pues el hombre se pierde en
tanto que hombre para que Dios nazca. Pero la idea de Dios es contradictoria y nos perdemos en vano:
el hombre es una pasión inútil” (El Ser y la nada, traducción castellana del original francés l’Être et le
néant, Buenos Aires, 1966, p. 747).

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tamaño, exhibidas anteriormente con el mismo título –Gilgamesh–, en


una prestigiosa sala de arte santiaguina. Los largos años de amistad
que nos unen, hace que esta publicación conjunta tenga para mí un
especial significado. Y dejo aquí constancia de mi reconocimiento a
René por ello.

Finalmente, quiero también justificar la doble dedicatoria de este li-


bro. En primer lugar, la de Alberto Vega, amigo por quien siento un
entrañable afecto. Fue profesor y director de la Escuela de Teatro de
la Universidad Católica, además de gran actor. Tuve ocasión de soñar
en realizaciones conjuntas, interdisciplinarias, durante el último año en
que compartimos el espacio común del Campus Oriente de la misma
Universidad. Hasta que, inesperadamente, un grave accidente lo dejó
postrado, sin ninguna capacidad de movimiento. A partir de entonces,
sólo la movilidad de un ojo le ha permitido seguir conectándose con
el mundo exterior. Aun así, gracias a esa pequeña y viva pupila, ha
podido seguir comunicándose con familiares y amigos, ayudado por
un sofisticado computador electrónico por medio del cual puede dejar

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PRÓLOGO 21

constancia de sus pensamientos y seguir escribiendo sus siempre nota-


bles y renovadas ideas y proyectos.

A pesar de las inevitables limitaciones, Alberto tuvo la gentileza de ha-


cerse leer el texto Gilgamesh que aquí presentamos y, tras esa lectu-
ra, dejar estampada su reacción con las palabras que constituyen el
Postfacio al final del libro. Debo confesar que me siento honrado por
ellas hasta la emoción. Ojala que puedan encontrar nuevas resonancias
en quienes, desde ahora, tengan en sus manos el texto con las ilustra-
ciones que aquí les ofrecemos.

Y termino con mi dedicatoria más sentida, desgraciadamente ya pós-


tuma, a Vitalia. Ella ha sido mi mujer y amor inspirador durante los
últimos 41 años en que pudimos compartir, en familia, nuestra vida de
pareja. Con mayor profundidad, si cabe, en los últimos 12 años, des-
pués que, en 1998, un fulminante paro cardíaco obligó a trasplantarle
un corazón. Y, así, gracias a la generosidad de la familia de Alvaro, el
donante, ella pudo continuar viviendo con plenitud. Hasta que, a pesar
de todos los esfuerzos, el pasado 2 de agosto su nuevo corazón se cansó

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ya de latir, cediendo ante los derechos inevitables de la muerte. Aunque


nunca cejó en la callada esperanza que alimentó su vida hasta el final,
confiando plenamente en que se cumplirá la Palabra que está escrita: La
muerte ha sido devorada en la victoria (1C 15,54).

Antonio Bentué
Agosto de 2011

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