Flavio Arriano - Historia de Las Expediciones de Alejandro
Flavio Arriano - Historia de Las Expediciones de Alejandro
Flavio Arriano - Historia de Las Expediciones de Alejandro
FLAVIO ARRIANO
HISTORIA
DE LAS EXPEDICIONES
DE ALEJANDRO
https://archive.org/details/historiadelasexp00arri
SUMARIO
LIBRO PRIMERO........................................3
LIBRO SEGUNDO....................................26
LIBRO TERCERO.....................................44
LIBRO CUARTO.......................................64
LIBRO QUINTO........................................84
LIBRO SEXTO.........................................101
LIBRO SÉPTIMO....................................118
APÉNDICES............................................135
ÍNDICE GENERAL.................................147
3
LIBRO PRIMERO
Proemio
Todo aquello en que Tolomeo, hijo de Lago1, y Aristobulo, hijo de Aristobulo2, convienen
acerca de Alejandro, hijo de Filipo, lo consigno como certísimo en esta Historia; y sólo cuando
ambos caminan desacordes, elijo lo que me parece más digno de crédito y mención. Verdad es que
también otros nos han legado historias de Alejandro, pues de nadie se ha escrito más, ni más
contradictoriamente; pero yo tengo por fidedignos sobre todos a Tolomeo y a Aristobulo; a éste,
porque militó con Alejandro; a aquél, porque, además de haber guerreado bajo sus banderas, fue
rey, y la mentira sería mucho más vil en sus labios; a ambos, en fin, porque habiendo escrito
después de muerto el Monarca macedonio, no hay recelo de que, u obligados por la necesidad o
seducidos por el aliciente de una recompensa, hayan faltado a la verdad. Hay, sin embargo, en otros
escritores algunas noticias que he aceptado, aunque sólo como dichos sueltos, por no parecerme ni
increíbles del todo ni indignas de contarse. Ahora a quien se admirase de que después de tantos se
me haya ocurrido componer la presente, le diré que examine todos aquellos libros, y cuando llegue
al mío, entonces estará en razón al admirarse.
I.
Muerte de Filipo.—Alejandro generalísimo de los Griegos
contra los Persas.—Expedición contra los Tracios autónomos.
presentaron armados gran número de traficantes y Tracios autónomos, los cuales, reuniendo los
carros y colocándolos delante, pensaban, no sólo utilizarlos como vallados y baluartes desde donde
combatir, si se veían apretados, sino lanzarlos desde lo más alto del monte sobre la falange
macedónica cuando la tuvieran enfrente. Y creían que cuanto más compacta se presentase ésta, tanto
mayor estrago harían en ella con su irresistible empuje los precipitados carros.
Meditó Alejandro sobre el modo de atravesar el monte con la mayor seguridad posible; y al
ver que, no existiendo otro paso, había que afrontar decididamente el peligro, mandó a los hoplitas
que cuando los carros rodasen despeñados abriesen la falange, si el terreno lo permitía, y les dejasen
pasar, y si no, que apretándose y fijando rodilla en tierra, se cubriesen perfectamente con los
escudos, formando con ellos una superficie lisa y compacta, sobre la cual saltarían y se deslizarían
sin causarles daño alguna. Todo sucedió según las previsiones de Alejandro: la falange se dividió;
los carros pasaron sobre los escudos, causando poco daño y ningún muerto. Los Macedonios,
desvanecido el peligro que les tuviera atemorizados, se envalentonaron sobremanera, y embistieron
con grandes alaridos. Alejandro hizo adelantarse a los arqueros del ala derecha sobre la otra falange,
pues por este lado era más accesible el enemigo, con orden de hostilizar a los Tracios; y él, a la
cabeza del Agema3, de los Hipaspistas4 y los Agrianos, se dirigió hacia la izquierda. Los arqueros
mantuvieron a raya los enemigos avanzados, y después la falange desalojó fácilmente de sus
posiciones a aquellos bárbaros mal armados y medio desnudos, al extremo de obligarles, vista la
imposibilidad de hacer frente al Rey que les atacaba por la izquierda, a huir por los montes
arrojando las armas. Murieron en esta pelea unos mil quinientos; quedaron prisioneros muy pocos,
pues los más escaparon, gracias a su ligereza y conocimiento del terreno; las mujeres, que les
seguían, los niños y los bagajes cayeron en poder de los Macedonios.
II.
Expedición contra los Tribales
Alejandro envió el botín recogido a las ciudades de la costa que quedaban a su espalda,
encargando de su administración a Lisanias y a Filotas; y superando la altura, dirigióse por el Emo
al país de los Tribales, y llegó al río Ligino que dista del Istro 5 tres jornadas para el que pasa por el
referido monte. Sirmo, rey de los Tribales, sabedor con mucha antelación de la venida del ejército
macedonio, habla enviado al Istro las mujeres y los niños de sus súbditos, ordenándoles que
pasando el río se recogiesen en una isla del mismo llamada Peuce. En ésta ya se habían refugiado
antes los Tribales fugitivos y el mismo Sirmo con los suyos, viendo llegar sobre ellos a Alejandro;
pero otros muchos de aquellos naturales retrocedieron a aquella orilla del río de la cual había
partido la víspera. Noticioso de este movimiento, hizo Alejandro una contramarcha sobre los
Tribales, y los hostilizó cuando ya estaban en el campamento. Sorprendidos los bárbaros, formaron
a toda prisa su gente en una selva próxima al río, contra la cual llevó Alejandro su falange,
destacando a la vanguardia los honderos y arqueros que debían molestar con sus armas al enemigo
para ver de sacarle de la espesura al terreno limpio y llano.
Los Tribales, acosados en su refugio y heridos por una lluvia de piedras y venablos, se
arrojaron sobre los arqueros que iban sin armadura con ánimo de luchar con ellos brazo a brazo:
Alejandro, viéndoles ya fuera de bosque, lanzó sobre la derecha enemiga, que era la más avanzada,
3 El Agema era un cuerpo de tropas escogidas generalmente entre los Peltastas, cuyo objeto era acompañar al Rey y
dar golpes de mano, para lo cual no era propia la falange por la pesadez de sus movimientos, ni convenían los
psilites, cuyo ligero armamento no cuadraba bien a la dignidad y boato de la guardia real. El número de soldados
del Agema fue variable, y sus armas se distinguieron frecuentemente por su lujo y calidad, dándoles los nombres de
Argiráspidas y Calcáspidas, según tuviesen los escudos forrados de plata o de metal muy brillante.
4 Los Hipaspistas (Scutati, escudados) formaban la infantería macedonia por oposición a los Hoplitas griegos, que
eran los infantes pesadamente armados. (V. Apéndice III.)
5 [El Danubio.]
5
todo el peso de la caballería de la Macedonia superior, a las órdenes de Filotas, y sobre la izquierda
los escuadrones de Botiea y Anfípolis, mandados por Heráclides y Sópolis; y él con la falange,
protegido por otros caballos, atacó por el centro. Ya para entonces se había generalizado el combate
de flechas, en el que no llevaban la peor parte los Tribales; pero embestidos con fortísimo ímpetu
por la falange, acometidos en todas direcciones por la caballería, que les hería con la lanza y
furiosamente les atropellaba, huyeron a la selva por la orilla del río, dejando en su fuga tres mil
muertos, pero muy pocos prisioneros, pues la proximidad del bosque y la llegada de la noche
impidieron la persecución a los Macedonios. De estos sólo murieron, dice Tolomeo, cuarenta
peones y once jinetes.
III.
Paso del Istro
Tres días después de esta batalla llegó Alejandra al Istro, que es el mayor río de Europa, y el
que baña más tierras y separa belicosísimas gentes, entre las cuales descuellan las célticas, de las
que proceden los Cuados y Marcomanos, que habitan junto a sus fuentes; siguen después los
Iaziges, pertenecientes a la nación Saurómata; los Getas, que creen en la inmorlalidad de las almas;
los numerosísimos Saurómatas y los Escitas, hasta la conclusión del río que se desagua por cinco
bocas en el Euxino. Aquí se apoderó de algunas galeras que remontando el río habían venido de
Bizancio por el ponto, y acomodando en ellas todos los arqueros y hoplitas que le fue posible, se
dirigió a la isla donde se habían refugiado los Tracios y los Tribalos, y trató con grande ahínco de
verificar un desembarco, cosa que no pudo conseguir por haber acudido a impedírselo los Bárbaros,
y ser además pocas sus naves, no muchos los soldados, la isla en su mayor parte escarpada e
inaccesible, y la corriente del río, como encerrado en más estrecho cauce, sumamente violenta y
difícil de resistir.
Por lo cual Alejandro, apartando de allí las naves, determinó atravesar el Istro y hacer una
incursión contra los Getas que habitan en la opuesta ribera, moviéndole a esto ya la multitud de
aquellos bárbaros (tendrían unos cuatro mil caballos y diez mil infantes) que, reunidos en la orilla,
parecían dispuestos a atacarle si pasaba, ya el deseo que de él se apoderó de ir más allá del Istro.
Embarcóse, pues; mandó rellenar de paja las pieles que les servían de tiendas; recogió cuantas
canoas se encontraban por aquella parte, donde abundan, pues los ribereños las emplean ya para la
pesca, ya en la comunicación fluvial, ya para sus rapiñas. Acaparadas muchísimas de estas
embarcaciones, pasó en ellas todos los soldados que pudo, aproximándose a mil quinientos caballos
y cuatro mil infantes el número de los que con Alejandro hicieron en esta forma la travesía.
IV.
Fuga de los Getas.—Toma de su capital.—Embajadas
de pueblos bárbaros.—Contestación de los Celtas.
Pasaron de noche a unos espesos trigos, que les ocultaron al enemigo al acercarse a la orilla.
Al amanecer guió Alejandro por aquella parte, mandando a los infantes que llevasen las sarisas 6 de
través e inclinadas sobre el trigo, hasta llegar a un campo no cultivado. La caballería siguió a la
falange por el sembrado. Cuando salieron de éste, el mismo Alejandro llevó la caballería al ala
derecha, y mandó a Nicanor que se pusiera al frente de la falange formada en cuadro. Los Getas ni
siquiera resistieron el primer ataque de los caballos, pues parecíales imposible la audacia de
Alejandro, que tan fácilmente en una sola noche, sin puente alguno, había atravesado el más
caudaloso de los ríos europeos, y les aterraban grandemente la apretada falange y el ímpetu
irresistible de sus escuadrones. Así es que huyeron primero a la ciudad, distante una sola parasanga 7
del Istro; y cuando vieron que Alejandro con exquisita precaución traía su falange junto al río con la
caballería al frente, a fin de evitar que sus infantes fuesen envueltos por alguna emboscada de los
Getas, abandonaron la mal fortificada ciudad, y colocando en sus caballos todos los niños y mujeres
que pudieron, se refugiaron en las soledades más distantes del Istro. Alejandro se apoderó de la
plaza abandonada y cogió todo el botín dejado por los Getas, entregándolo para su conducción a
Meleagro y Filipo. Después de esto, arrasó la ciudad y ofreció un sacrificio a Júpiter Salvador, a
Hércules y al mismo Istro, en acción de gracias por haberle proporcionado una travesía feliz,
volviendo en el mismo día al campamento sin perder un soldado.
Entonces se le presentaron embajadores de varios pueblos independientes que habitaban en
las márgenes del Istro, así como de Sirmo, rey de los Tribales y de los Celtas (éstos, que pueblan la
costa del golfa Jonio, son de estatura prócer y muy preciados de sí mismos), asegurando todos que
deseaban la amistad de Alejandro. Hiciéronse recíprocas promesas de fidelidad. Alejandro preguntó
entonces a los Celtas cuál de las cosas humanas temían más, creyendo que habiendo llegado la fama
de su nombre mucho más allá de su país, él sería el objeto preferente de su temor; pero se engañó
por completo, pues viviendo lejos de él, en lugares casi inaccesibles, y viéndole empeñado en una
expedición contra otras gentes, los Celtas contestaron: «Que el cielo se desplome sobre nosotros.»
Con lo cual Alejandro les despidió llamándoles amigos e incluyéndoles en el número de sus aliados,
pero diciendo para sí que eran muy fanfarrones.
V.
Expedición contra Clito y los Taulancios.
De allá se dirigió a los Agrianos y Peones, donde le anunciaron que Clito, hijo de Bardilos, le
había hecho defección, y que se le había unido Glaucias, rey de los Taulancios. Otros le dijeron que
los Autarlatas le atacarían en el camino. Por lo cual determinó moverse de allí aceleradamente. Pero
Lángaro, rey de los Agrianos, que aun en vida de Filipo habla manifestado especial afecto a
Alejandro, enviándole embajadores particulares, se le presentó entonces con escogidísima tropa de
hipaspistas perfectamente armados; y oyéndole preguntar sobre la calidad y número de los
Autariatas, le aconsejó que no se cuidase de ellos, pues eran los menos belicosos de toda aquella
región. «Yo mismo, añadió, me comprometo a invadir sus tierras, para que tengan bastante
ocupación con la de casa.» Y, en efecto, por orden de Alejandro hizo una incursión en aquel país,
devastando sus campos.
Los Autariatas tuvieron de este modo bastante que hacer con lo suyo; Alejandro colmó a
Lángaro de grandísimos honores y le dio riquísimos regalos, según costumbre de los Reyes
macedonios, ofreciéndole también, en cuanto llegase a Pela, la mano da su hermana Cina; pero
Lángaro murió de enfermedad al regresar a sus estados.
Continuando su viaje junto al río Erigón, llegá Alejandro a Pelium, ciudad que había ocupado
Clito, por ser la más fuerte de la comarca, y a orillas del Eordaico, decidido a atacar los muros al día
siguiente. Los montes que rodean la plaza, altos y cubiertos de espesos bosques, habían sido
ocupados por las tropas enemigas, con ánimo de si los Macedonios atacaban la ciudad, precipitarse
sobre ellos de todas partes. Glaucias, rey de los Taulancios, aun no había venido. Al acercarse
Alejandro a la ciudad, los enemigos sacrificaron tres niños, otras tantas niñas y tres carneros negros,
y se lanzaron como para pelear cuerpo a cuerpo con los Macedonios; pero cuando los tuvieron más
cerca, desampararon sus posiciones, aunque escarpadas y fuertes, con tal precipitación, que hasta se
encontraron en ellas las víctimas abandonadas.
Encerrados los enemigos en Pelium, Alejandro, que había sentado sus reales junto a ella,
resolvió aquel mismo día rodearla de un muro de circunvalación; y al siguiente, habiendo llegado
Glaucias, rey de los Taulancios, con muchas fuerzas, y no teniendo esperanzas de llegar a
apoderarse con las suyas de la ciudad, ya por haberse refugiado en ella muchos combatientes, ya
porque no serían menos los que con Glaucias le acometerían si atacaba las murallas, envió a
avituallarse a Filotas, con suficiente escolta de caballería y los bagajes necesarios. Noticioso
Glaucias de este movimiento, dirigióse contra el General y ocupó los montes que rodean el campo,
al cual había de ir aquél a aprovisionarse: pero sabedor de esto Alejandro, y de que la caballería y la
impedimenta peligraban si les sorprendía la noche, voló en su auxilio con los hipaspistas y hoplitas
y un escuadrón de unos cuatrocientos caballos agrianos, dejando el resto del ejército al pie de la
ciudad, no fuera que, al alejarse todas las fuerzas, los sitiados hiciesen una salida y se reunieran a
Glaucias. Éste, al saber la venida de Alejandro, abandonó los montes, y Filotas pudo volver con
facilidad. En tanto, Clito, Glaucias y su gente, creyendo que el caudillo macedonio se vería cortado
por las dificultades del terreno, a cuyo efecto habían colocado en las alturas que lo dominaban
muchos caballos, arqueros y honderos, y no pocos hoplitas, dispusieron que los sitiados de Pelium
hiciesen una salida contra los que se marchaban. No eran menores tampoco los obstáculos naturales
que ofrecía el camino, angosto y lleno de bosque, entre un río y una alta y escarpada montaña que lo
estrechaban al extremo de no poder pasar cuatro escudados8 de frente.
VI.
Victoria de Alejandro contra Glaucias.―Fuga de Clito.
Alejandro dispuso sus huestes, formando la falange de ciento veinte en fondo, y colocando en
ambas alas doscientos caballos, con la advertencia de guardar silencio y ejecutar rápidamente las
órdenes. Mandó primero a los hoplitas levantar lanzas, y después, a una señal suya, enristrarlas
hacia el enemigo, simulando un ataque, dirigiendo las puntas ora a la derecha, ora hacia la
izquierda. En tanto, hizo maniobrar rápidamente a la falange, llevándola ya a uno, ya a otro lado. De
este modo, después de varias evoluciones ejecutadas en brevísimo tiempo, la dirigió en forma de
cuña contra la izquierda del enemigo. Éste, asombrado ya de la rapidez y precisión de los
movimientos de Alejandro, no le dio frente al acercarse, y abandonó las primeras posiciones. El
caudillo macedonio mandó entonces a su gente gritar y golpear los escudos con las lanzas, a cuyo
estruendo se atemorizaron en tal forma los Taulancios, que huyeron precipitadamente a la ciudad.
Viendo después Alejandro que una colina que le cerraba el paso se hallaba ocupada por un
pequeño destacamento enemigo, mandó a sus guardias personales y a los amigos que le rodeaban
embrazar los escudos, montar a caballo y atacar la altura, advirtiéndoles que si al llegar a ella se
resistían los contrarios, echasen pie a tierra la mitad y atacaran la posición mezclados jinetes y
peones. Pero el enemigo no le hizo frente, sino que, desamparando el puesto, huyó a la desbandada
por los montes. Después de tomada la colina, llamó Alejandro a su lado unos dos mil hombres entre
amigos, arqueros y agrianos, mandó a los hipaspistas atravesar el río, seguidos de las cohortes
macedonias, con orden de formar inmediatamente en la otra orilla, y él quedó como de atalaya
vigilando las maniobras del enemigo.
Viendo éste que el ejército vadeaba la corriente, se dirigió hacia los montes con ánimo de
atacar la retaguardia; pero al acercarse, toparon con Alejandro y los suyos; la falange gritó desde la
orilla como si fuese a entrar en combate, y los Taulancios, creyendo tener encima toda la hueste
macedonia, se dieron a huir atemorizados. Alejandro destacó súbitamente al río los arqueros y
agrianos; atravesó a su cabeza la corriente, y viendo acosados los últimos soldados por el enemigo,
8 Usamos esta palabra, que traduce exactamente la del original (ὰσπίδων) en el sentido de soldado armado de escudo,
que es el que tiene en el siguiente pasaje de la Crónica de Don Pero Nuño: «Salieron de la villa muy recia gente de
omes de armas e ballesteros e escudados a pelear. (V. Almirante, Dic. Mil, Escudado.)
8
dispuso en la orilla las oportunas máquinas y mandó lanzar dardos a larga distancia y molestar por
todos los medios al contrario, ordenando a los arqueros pararse en medio del agua y disparar sobre
el enemigo. Glaucias no se atrevió a avanzar entro aquella nube de flechas, y en tanto, los
Macedonios atravesaron con toda felicidad el río, sin perder un solo hombre.
A los tres días de esto, habiendo sabido Alejandro que Clito y Glaucias vivían en sus
campamentos con el mayor descuido, sin centinelas que los guardasen, sin rodearse de fosos ni
vallados y con la hueste desparramada a su antojo, pues creían que el miedo había alejado al
enemigo, pasó el río ocultamente antes de amanecer, con los hipaspistas, los agrianos, los arqueros
y las tropas de Perdicas y Ceno, no sin haber ordenado que le siguiese el resto del ejército; y cuando
el ataque le pareció oportuno, lanzó sobre los contrarios, sin esperar la llegada de las otras fuerzas, a
los arqueros y Agrianos, los cuales cayendo inesperadamente sobre los enemigos, y acometiendo
fortísima y denodadamente con la falange su más débil flanco, mataron a unos todavía en sus
lechos, cogieron con facilidad a otros fugitivos, y degollaron muchos, ya sorprendiéndolos en el
mismo campamento, ya en fuga desordenada y temerosa, hasta el punto de que fueran muy pocos
los cautivos. Alejandro persiguió hasta los montes los Taulancios fugitivos, que si lograron
escaparse fue arrojando las armas. Clito, que se había refugiado primeramente en la ciudad, la
incendió y se retiró a los estados de Glaucias.
VII.
Defección de los Tebanos.—Marcha de
Alejandro contra Tebas.―Sitio de esta ciudad.
Mientras tanto, algunos proscritos lograron penetrar en Tebas durante la noche; atrajeron a sus
planes revolucionarios a varios ciudadanos; se apoderaron de Amintas y Timolao, dueños de la
fortaleza Cadmea9, que ajenos de lo que sucedía estaban fuera del castillo, y les dieron alevosa
muerte. Invocando el antiguo y hermoso nombre de libertad, y en la necesidad de persuadir más
fácilmente a la multitud, afirmaron rotundamente que Alejandro había muerto en Iliria, noticia que
venía comentándose y adquiriendo visos de verosimilitud, tanto por la prolongada ausencia, como
por no haberse recibido de él ninguna nueva; por lo cual, como sucede en estas cosas, ignorando lo
acaecido, cada uno tomaba su deseo por la propia realidad.
Enterado Alejandro de los sucesos de Tebas, creyó que de ninguna manera debía descuidarlos;
ya porque los Atenienses le inspiraban sospechas hacía mucho tiempo, ya por juzgar de no escasa
importancia el atrevimiento de los Tebanos, si se les unían los Lacedemonios, cuya voluntad ya
tenía enajenada, con otros pueblos del Peloponeso y los Etolios, de reconocida inconstancia.
Pasando, pues, por Heordea y Elimiotis, y por las rocas Estinfeas y Paraveas, llegó al séptimo día a
Pelina de Tesalia, de donde partió, entrando a los seis días en Beocia. Los Tesalios no supieron que
había atravesado las Pilas10, hasta que acampó en Onquesto con sus fuerzas; y aun entonces los
autores de la defección decían que aquel ejército había venido de Macedonia con Antípatro, y
sostenían que Alejandro había muerto, y cuando algunos anunciaban que éste había llegado en
persona, lo tomaban muy a mal y aseguraban que el recién venido era otro Alejandro, hijo de Eropo.
Alejandro partió al día siguiente de Onquesto y acampó más cerca de Tebas, junto al bosque
de Tola, concediendo una tregua a los Tebanos, por si, arrepentidos de su mala acción, le enviaban
parlamentarios; pero tan lejos estuvieron de pedir un arreglo, que saliendo de la ciudad no pocos
caballos y soldados de infantería ligera, se adelantaron hasta el campamento, disparando sobre los
centinelas y matando a algunos Macedonios. Alejandro envió entonces para contenerlos arqueros y
psilites, consiguiéndolo sin dificultad, cuando ya empezaban a hostilizar el mismo campamento.
Al día siguiente avanzó con todo su ejército hacia las puertas por donde se sale a Eleuteras y
al Ática, y sin acercarse a las murallas se apostó a poca distancia de la ciudadela Cadmea, para
proteger más de cerca a los suyos, que la ocupaban. Los Tebanos, a su vez, habían rodeado esta
fortaleza de un doble vallado, para que ni los sitiados pudieran recibir ningún auxilio, ni
perjudicarles, haciendo una salida, cuando combatiesen con los enemigos exteriores. Alejandro, que
prefería un amistoso arreglo con los Tebanos a ponerlos en el trance de la guerra, seguía dando
largas al combate, acampado junto a la Cadmea. Los ciudadanos, que comprendían mejor los
intereses de la república, opinaban que debía acudirse a Alejandro, solicitando el perdón de la
defección popular. Pero los proscritos que habían concitado la multitud, desesperanzados de obtener
la remisión de su culpa, y aun algunos Beocios principales, excitaban al pueblo a combatir.
Alejandro, sin embargo, continuó difiriendo el ataque.
VIII.
Toma de Tebas y degüello de sus habitantes.
Dice Tolomeo, hijo de Lago, que hallándose con sus tropas Perdicas, comandante de la
guardia castrense, no muy lejos de la empalizada enemiga, la atacó sin esperar orden de Alejandro,
y que habiéndola derribado, se procipitó sobre la guarnición tebana. Amintas, hijo de Andrómenes,
cuya cohorte estaba unida a la de Perdicas, viéndole dentro del recinto, le siguió con su gente; y
Alejandro, observando sus movimientos y temeroso de ver envueltos los suyos si los abandonaba,
avanzó con el resto del ejército, mandando traspasar la empalizada a los arqueros y Agrianos, y se
quedó con el Agema y los hipaspistas. En tanto Perdicas, al intentar salvar la segunda valla, cayó
gravemente herido de una flecha y fue conducido al campamento, donde le costó mucho curarse.
Los que con él habían forzado aquella defensa, juntamente con los arqueros del Rey, encerraron a
los Tebanos en el camino profundo que iba al templo de Hércules, y los persiguieron hasta el recinto
sagrado; pero volviéndose de allí los fugitivos con grande vocería, hicieron huir a los Macedonios
matándoles el cretense Euribotas, comandante de arqueros, con cerca de setenta de su gente, y
obligando a los restantes a refugiarse junto al Agema los hipaspistas reales.
Entonces Alejandro, viendo fugitivos los suyos y desordenados los Tebanos en la persecución,
lanzó contra éstos su falange formada, y los rechazó dentro de las puertas, causándoles tal
perturbación y miedo, que ni aun se acordaron de cerrarlas, a pesar de que les empujaban por ellas
al interior de la ciudad. Los Macedonios, que habían penetrado al mismo tiempo dentro de las
murallas por hallarse desguarnecidas a causa de las muchas guardias, siguieron de cerca a los
fugitivos, y unos se dirigieron a la ciudadela Cadmea, y de allí, con los que la guarnecían, salieron
junto al templo de Anfión, a otra parte de la ciudad; y otros, pasando por las murallas que estaban
ya en poder de los que entraron mezclados con los fugitivos, marcharon precipitadamente a la
Ágora. Los soldados que guardaban el templo de Anfión resistieron algún tiempo; pero viéndose
acosados por todas partes, se desbandaron por completo. La caballería tebana abandonó la ciudad y
huyó por los campos, y los infantes se salvaron también como pudieron.
Entonces, enfurecidos, no los Macedonios, sino los Focences, Plateenses y otros Beocios, se
entregaron a una desenfrenada matanza de Tebanos, acuchillando a unos, indefensos dentro sus
propias casas, a otros cuando se resistieron, y a otros al pie de los altares, sin perdonar niños ni
mujeres.
10
IX.
Terror de los demás pueblos griegos.—Destrucción de Tebas.
X.
Consecuencias de este desastre.—Embajadas de los
Atenienses.―Exigencias y generosidad de Alejandro.
Al recibir los demás Griegos la noticia de tamaña desgracia, los Árcades, que ya habían
empezado a moverse para enviar socorros a Tebas, condenaron a muerte a los autores de tal
proposición; los Eleos llamaron a sus proscritos sólo porque eran estimados de Alejandro; los
Etolios le enviaron embajadores de cada ciudad, pidiéndole perdón por haber simpatizado con la
defección de los Tebanos; y los Atenienses, que cuando llegaron algunos escapados del reciente
desastre celebraban los grandes misterios, suspendieron atónitos las fiestas, retiraron sus bagajes a
la ciudad, convocaron una asamblea del pueblo, y a propuesta de Démades enviaron a Alejandro
diez embajadores elegidos entre los Atenienses más queridos del Rey, con la misión de significarle
(aunque no muy a tiempo) la alegría con que la república había visto su feliz regreso del país de los
Ilirios y Tribales, así como el castigo impuesto a la defección tebana.
Alejandro, después de responder benignamente a todos los extremos que la embajada le
expuso, escribió una carta al pueblo ateniense, en la cual pidió la entrega de Demóstenes, Licurgo,
Hipérides, Polieucto, Garetes, Caridemo, Efialtes, Diótimo y Merocles: pues decía que éstos habían
sido causa de la derrota de Queronea y de todo lo sucedido contra Filipo y contra él mismo después
de la muerte de su padre; y que no habían promovido menos que los mismos desterrados de Tebas la
defección de esta ciudad.
Los Atenienses, en vez de entregarle las personas reclamadas, le enviaron una nueva
embajada suplicándole depusiera su encono, como en efecto lo hizo, o por respeto a la república, o
por el afán de realizar su expedición al Asia para lo cual no quería dejar motivo alguno de rencor
entre los Griegos. Contentóse, pues, con exigir el destierro de Caridemo, uno de los reclamados que
no le habían sido entregados, el cual huyó al Asia y se refugió en la corte de Darío.
XI.
Regreso a Macedonia.—Marcha al Asia.—
Paso del Helesponto.―Llegada a Troya.
Hecho esto, regresó a Macedonia; ofreció a Júpiter Olímpico el sacrificio instituido por
Arquelao14; dispuso en Egas los Juegos Olímpicos, y, al decir de algunos, celebró también un
certamen en honor de las Musas. Corrió por entonces la noticia de que la estatua de Orfeo, hijo del
tracio Eagro, sudaba continuamente en la Pieria. Los adivinos interpretaron este prodigio de diversa
manera; y entre ellos Aristandro, natural de Telmisa, dijo al Rey que el agüero le era favorable, pues
significaba que las hazañas de Alejandro habrían de costar sendos sudores a los poetas épicos y
líricos y a cuantos escribieran versos.
Al principiar la primavera encargó a Antípatro el gobierno de Grecia y Macedonia, y se
dirigió al Helesponto. Su ejército se componía de treinta mil infantes 15 entre arqueros y psilites, y
más de cinco mil caballos. Su itinerario fue el siguiente. Partió hacia Anfípolis por la orilla del lago
Cercinites, y de allí a la desembocadura del Estrimón; pasó este río; dejó atrás el monte Pangeo, por
el cual se va a Abdera y Maronea, ciudades griegas de la costa; llega al Hebro 16; lo pasó sin
dificultad; se encontró, después de cruzar la Pética, en la orilla del Melas; lo vadeó; a los veinte días
de camino llegó a Sesto, marchó de allí a Eleunte, donde ofreció un sacrificio sobre la tumba de
Protesilao, por ser fama que este monarca fue el primero de cuantos Griegos combatieron contra
14 En 431 a de C.
15 Los ejércitos griegos y romanos no solían exceder de este número.
16 [Río Maritsa, en Tracia.]
12
Troya a las órdenes de Agamenón, que puso el pie en Asia; esperando obtener con este sacrificio
una suerte más feliz que Protesilao.
Encargó a Parmenión el paso de gran parte de la infantería y de la caballería de Sesto a
Abidos, cuya travesía se efectuó en ciento sesenta trirremes y en otras naves de carga. Según
muchos escritores, Alejandro navegó desde Eleunte hasta el puerto de los Aqueos, gobernando él
mismo la nave capitana, y que en medio del Helesponto sacrificó un toro a Neptuno y las Nereidas,
e hizo al mar una libación con una copa de oro. Dícese también que fue el primero que,
completamente armado, desembarcó en la costa asiática, y que erigió un altar en el punto en que
zarpó de Europa, y otro en el de su llegada a Asia, en honor de Júpiter, protector de los
desembarcos, y de Minerva y Hércules; que al llegar a Troya sacrificó a Palas Iliaca, y colgó en su
templo todas las armas de su uso ordinario, tomando otras sagradas que se conservaban en él
después de la guerra de Troya; las cuales, añaden, solía hacer llevar delante de sí en las batallas a
los hipaspistas; y, por último, que ofreció sobre el ara de Júpiter Hercio un sacrificio a Príamo para
aplacar las iras de este monarca contra la raza de Neoptólemo, a la que él pertenecía.
XII.
Sacrificio sobre la tumba de Aquiles.—Motivos de Arriano para
escribir la historia de Alejandro.—Consejo de los generales persas.
El piloto Menecio ciñó una corona de oro a Alejandro cuando subía a Troya, y después
hicieron lo mismo el ateniense Cares, que había venido del Sigeo, y otros varios, tanto griegos
como indígenas. También se asegura que Hefestión le coronó sobre la tumba de Patroclo, y que
Alejandro hizo lo propio con el túmulo de Aquiles, considerando feliz a este héroe por haber tenido
un Homero que perpetuase su memoria. Y a fe que tenía razón el Monarca macedonio, porque ésta
fue la única dicha que no logró alcanzar; pues nadie ha relatado dignamente sus altísimas empresas,
ni las ha ensalzado en prosa o verso, o en composiciones líricas, como las de Hierón, Gelón, Terón
y otros muchos que ni remotamente pueden comparársele; por lo cual son menos conocidos los
hechos ilustres de Alejandro que los más vulgares de otros más antiguos. Así, por ejemplo, la
expedición de los diez mil Griegos con Ciro, contra el Rey Artajerjes; la desgracia de Clearco y de
los que con él cayeron prisioneros; la vuelta de los mismos al mando de Jenofonte, por haberlas
narrado este historiador, gozan entre los hombres de más brillante predicamento que Alejandro y sus
hazañas. Y sin embargo, Alejandro no hizo su expedición a las órdenes de otro, ni se limitó al
vencimiento de los que oponían a su retirada hacia el mar, ni puede temer la comparación con
ningún mortal, pues nadie, ni bárbaro ni griego, llevó a cabo tantas, tan grandes y tan ilustres
empresas. Yo confieso que éste ha sido el móvil principal que me ha impulsado a escribir la
presente historia, no creyéndome indigno de ser el conducto por el cual los hechos de aquel capitán
ilustre lleguen a adquirir celebridad y nombradía; pero no digo más de mi persona: ¿qué importan
mi nombre, aunque no es de los más oscuros, ni mi patria, ni mi linaje, ni las magistraturas que en
mi país he desempeñado? Mi patria, mi linaje y mis empleos son ahora estos trabajos literarios,
como lo fueron desde mi niñez. Si Alejandro fue el primero de los generales, yo no me tengo por el
último de los escritores griegos.
De Troya se dirigió Alejandro a Arisbe, donde, después de atravesar el Helesponto, había
acampado todo el ejército; al día siguiente pasó a Percote, y Juego, dejando atrás a Lampsaco, sentó
sus reales junto al río Praccio, que nace en las montañas del Ida y desemboca en el mar, entre el
Helesponto y el Euxino. De allí, sin tocar a Colonas, pasó a Hermoto. Delante había enviado un
cuerpo de exploradores al mando de Amintas, hijo de Arrabeo, con un escuadrón de amigos
reclutado en Apolonias, a las órdenes de Sócrates, hijo de Satón, y otros cuatro escuadrones de los
llamados pródromos o batidores, y de camino envió, con alguna escolta, a Panegoro, hijo de
Licágoras, a tomar posesión de Príapo, ciudad que le habían entregado sus habitantes.
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Los generales persas Arsames, Reomitres, Petines, Nifates y Espitrídates, sátrapa de la Lidia y
de la Jonia, y Arsites, gobernador de la parte de Frigia que baña el Helesponto, acamparon con la
caballería bárbara y los mercenarios griegos junto a la ciudad de Zelia, y celebraron un consejo al
saber el paso de Alejandro. Memnón de Rodas opinó que no debía arriesgarse un combate con los
Macedonios, cuya caballería era muy superior, y además tenían al frente a su General, mientras
ellos se hallaban privados de la presencia de Darío, y que lo mejor era pisotear y destruir con los
caballos los forrajes, quemar todos los frutos, sin perdonar siquiera a las ciudades, para que, privado
de víveres, no pudiera Alejandro detenerse en aquella tierra; mas Arsites se le opuso resueltamente,
diciendo que no toleraría el incendio de una sola casa de sus súbditos, y los restantes siguieron esta
opinión, sospechando si el objeto de Memnón sería dar largas a la guerra para conseguir alguna
distinción del Monarca.
XIII.
Marcha hacia el Gránico.—Consejo de Parmenión.—Respuesta de Alejandro.
XIV.
Orden de batalla de los ejércitos macedonio y persa.
Dicho esto, entregó el mando del ala izquierda a Parmenión, y él llevó su gente a la derecha,
colocando en el extremo de ésta la caballería de los Amigos, mandada por Filotas, hijo de
Parmenión, con los arqueros y los honderos agrianos, sostenidos por Amintas, hijo de Arrabeo, con
los caballeros sarisóforos, los escuadrones de Sócrates y los de la Peonia; junto a éstos los
hipaspistas de los Amigos, mandados por Nicanor, hijo de Parmenión, seguidos de las falanges de
Perdicas, hijo de Orante, de Ceno, hijo de Polemócrato, de Crátero, hijo de Alejandro, de Amintas,
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hijo de Andrómenes, y las tropas de Filipo, hijo de Amintas. En el ala izquierda puso primero la
caballería tesalia, capitaneada por Calas, hijo de Harpalo; después la de los aliados, mandada por
Filipo, hijo de Menelao; luego la de Tracia, con Agatón, y junto a ésta los infantes y las falanges de
Crátero, Meleagro y Filipo, hasta el centro del ejército.
Los Persas tenían unos veinte mil caballos y casi igual número de infantes, la mayor parte
mercenarios. Su caballería, extendida a lo largo en batalla, cubría la margen del río. La infantería
estaba detrás, en lo más alto de la posición. En cuanto descubrieron a Alejandro, fácil de conocer
por el brillo de las armas y el respeto y deferencias de su séquito, reforzaron en seguida con gran
parte de sus caballos la izquierda, amenazada por el Monarca macedonio.
Ambos ejércitos se detuvieron algún tiempo al borde del agua, manteniéndoles en profundo
silencio la incertidumbre del resultado. Los Persas espejaban a que los Macedonios entrasen en el
río para acometerles a la salida; pero Alejandro, montando a caballo, exhortó a los suyos a seguirle
y pelear como buenos, y mandó entrar en el río, a las órdenes de Amintas, hijo de Arrabeo, a los
batidores de caballería, con los Peonios y un batallón de infantería, y antes de éstos a los
escuadrones de Sócrates y a Tolomeo, hijo de Filipo, a quien correspondió en aquella jornada el
mando de toda la caballería. Condujo él mismo el ala derecha, y entre el toque de clarines y las
aclamaciones a Marte, penetró en la corriente, llevando siempre su ejército en línea oblicua para
que al salir no atacasen su extremo los Persas, sino, en cuanto le fuese posible, empezar él su
acometida con la falange.
XV.
Paso y batalla del Gránico.
Al acercarse los soldados de Amintas y Sócrates, los Persas les dispararon una granizada de
dardos; unos desde lo alto de la orilla, otros de los declives y ribazos que bajan hasta el río. El
choque de la caballería fue violentísimo al borde del agua; pugnando unos por salir y otros por
impedírselo; lanzando flechas los Persas; atacando con las picas los Macedonios. Estos, muy
inferiores en número, sufrieron mucho en la primera embestida, pues combatían en un terreno bajo
y resbaladizo; mientras los Persas tenían a su favor una posición elevada, defendida por la flor de
sus caballeros, entre los cuales figuraban Memnón y sus hijos. Los primeros Macedonios que
acometieron a los Persas murieron haciendo prodigios de valor, menos agunos que se retiraron hacia
Alejandro, que guiando la derecha se acercaba ya, y atacó vigorosamente por la parte más nutrida
de jefes y caballos enemigos, trabándose en torno suyo un acérrimo combate.
En tanto, unas tras otras fueron pasando sin dificultad las compañías macedónicas; y aunque
el combate fue ecuestre, más parecía entre infantes: tan de cerca luchaban caballos contra caballos y
hombres con hombres; los Macedonios esforzándose en desalojar de la orilla y arrojar al llano a los
Persas; resistiéndose éstos y tratando de empujar al río a sus contrarios. Pero los soldados de
Alejandro fueron ganando visiblemente terreno, no sólo por su esfuerzo y pericia militar, sino por
batirse con durísimas lanzas de cornejo, mientras sus enemigos empleaban las picas ordinarias. En
esto, habiendo roto Alejandro la lanza, pidió otra a Arete, su caballerizo mayor, quien, peleando con
sumo denuedo, también había quebrado la suya y se defendía gallardamente con uno de los
pedazos. Mostrósolo al Rey, y habiendo pedido una nueva lanza, se la dio el corintio Demarato, uno
de los Amigos.
Viendo entonces que Mitrídates, yerno de Darío, había avanzado bastante arrastrado por su
caballo, y que la caballería macedonia le seguía en orden de batalla, adelantóse a los suyos y le hizo
frente, y con la lanza que acababa de recibir, le derribó hiriéndole en el rostro. Resaces, en esto,
acometió a Alejandro, le asestó un sablazo a la cabeza, pero le tocó sólo en el casco, que recibió
todo el golpe; y Alejandro le derribó también, atravesándole la coraza e hiriéndole con la lanza en
medio del pecho. Espitrídates, en tanto, tenía ya levantada su espada por detrás sobre Alejandro;
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pero Clito, hijo de Drópidis, le cogió la acción, y de un valiente mandoble le separó del hombro el
brazo con la mortífera arma. Mientras, pasaron incesantemente el río caballos y caballos, y
reforzron las tropas combatientes.
XVI.
Derrota y fuga de los Persas.
Los Persas, acosados de todas partes por las lanzas enemigas, que les herían en el rostro,
envueltos por la caballería macedonia, y muy castigados por los psilites mezclados a los jinetes,
huyeron primero de aquella parte en que Alejandro peleaba al frente de todos; empezaron después a
flaquear en el centro, y arrollados los escuadrones de ambas alas, se desbandaron por fin en
precipitada fuga, perdiendo en ella cerca de mil caballos. Alejandro no puso empeño en
perseguirlos, sino en dirigirse contra las tropas de soldados mercenarios, que más por el asombro de
tan inesperado suceso que por otros motivos, permanecían en el punto que primeramente se les
había señalado; envió, pues, contra ellos la falange; ordenó una carga general de caballería; y en
breve tiempo los destrozó de tal suerte, que sólo alguno pudo escapar escurriéndose entro los
cadáveres, dejando prisioneros cerca de dos mil hombres. Jefes persas murieron: Nifates, Petines,
Espitrídates, sátrapa de la Lidia; Mitrobuzanes, gobernador de Capadocia; Mitrídates, yerno de
Darío; Arbúpales, hijo del mismo Darío y nieto de Artajerjes; Farnaces, hermano de la mujer de
Darío, y Omares, comandante de los mercenarios. Arsiles después de la batalla huyó a Frigia, donde
según dicen se suicidó, por creerse causante del desastre de los Persas.
Las perdidas del vencedor fueron unos venticinco Amigos, cuyas estatuas17 de bronce hechas
por Lisipo, único escultor que Alejandro juzgó digno de representarle, fueron erigidas en Dío; más
de sesenta la restante caballería, y cerca de treinta infantes. Alejandro les mandó dar tierra el día
siguiente con sus armas y otras honras fúnebres, y eximió a sus padres e hijos de las contribuciones
territoriales en sus respectivos países, y de todos los servicios así pecuniarios como personales.
Tuvo también exquisito cuidado de los heridos, a los que visitó uno por uno, examinando sus
heridas, preguntándoles cómo las habían recibido, y permitiéndoles toda libertad en sus relatos y
ponderaciones. Dio también sepultura a los jefes persas; cumplió igual deber con loa mercenarios
griegos, muertos al servicio del enemigo; pero a los que cogió con vida los envió encadenados a las
prisiones de Macedonia, por haber combatido contra los Griegos en favor de los Bárbaros, no
obstante el decreto de sus compatriotas. Y finalmente, envió a Atenas un regalo de trescientas
panoplias para que fueran suspendidas en lugar adecuado, con la inscripción siguiente: Alejandro,
hijo de Filipo, y los Griegos, excepto los Lacedemonios, las ganaron a los Bárbaros pobladores del
Asia.
XVII.
Rendición de Sardes y Éfeso.
Nombró a Calas sátrapa de la provincia que había gobernado Arsites; mandó que le pagasen
los mismos tributos que a Darío, y que volviesen a sus casas todos los Bárbaros que, abandonando
las montañas, se le entregaron. Perdonó a los Zelitas, por constarle que sólo por fuerza habían
combatido entre los Persas; y envió a Parmenión a hacerse cargo de Dascilión, la cual se le entregó
desguarnecida.
Dirigióse luego a Sardes, y cuando estaba a unos sesenta estadios, le salieron a recibir
Mitrines, alcaide de la ciudadela, y los principales ciudadanos, entregándole éstos la ciudad y aquél
17 Estas estatuas fueron trasportadas a Roma por L. Mételo, después de la conquista de aquel reino.
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la fortaleza y los tesoros. Alejandro acampó junto al Hermo, que dista de Sardes unos veinte
estadios; hizo adelantarse a Amintas, hijo de Andrómenes, para tomar posesión de la fortaleza, y
llevó en su compañía a Mitrines, con la mayor distinción. Permitió a los Sardianos y a los demás
Lidios gobernarse por sus antiguas leyes, y les otorgó la libertad. Subió él mismo a la ciudadela,
cuya guarnición era persa, y le pareció lugar fuerte y seguro, pues situado en una eminencia
escarpadísima por todas partes, le rodeaba además una triple muralla. Pensó levantar en él un
templo a Júpiter Olímpico y erigirle un altar; mas cuando se hallaba buscando el sitio conveniente,
sobrevino una repentina tempestad, propia de la estación, con grandes y repetidos truenos, y cayó
una abundante lluvia sobre la parte de la ciudad en que estaba el palacio de los reyes Lidios.
Tomando este meteoro por un aviso del cielo que le señalaba el lugar donde debía edificar el templo
de Júpiter, dio las órdenes oportunas al efecto. Encomendó después a Pausanias, uno de sus
compañeros, la guardia de la fortaleza; a Nielas, la ordenación y cobro de los tributos; a Asandro,
hijo de Filotas, el gobierno de la Lidia y de todo el territorio de Espitrídates, dejándole los caballos
y psilites que por entonces parecieron suficientes; y envió a la provincia de Memnón a Calas y a
Alejandro, hijo de Eropo, comandantes de los Peloponesios y de casi todos los demás aliados,
menos los Argivos, que quedaron de guarnición en la ciudadela de Sardes.
En tanto, extendida por todas partes la noticia de aquel combate ecuestre, los mercenarios, que
guarnecían a Éfeso, se apoderaron de dos trirremes y huyeron de esta ciudad, acompañándoles
Amintas, hijo de Antíoco, que había abandonado la Macedonia huyendo de Alejandro, no porque
éste le hubiese hecho daño alguno, sino porque se le antojó que pudiera causárselo. Cuando a los
cuatro días llegó Alejandro a Éfeso, mandó volver a sus hogares los desterrados por su causa;
cambió la oligarquía en democracia, y mandó suspender en el templo de Diana todos los tributos
que los Bárbaros habían traído. Los Efesios, perdido el miedo que les inspiraba el gobierno
oligárquico, pidieron la cabeza de los que habían llamado a Memnón, saqueado el templo de Diana,
derribado la estatua de Filipo en él erigida, y sacado fuera del mercado el sepulcro de Heropito,
libertador de la ciudad; apedrearon, arrancándoles del templo, a Sirfaces, a su hijo Pelagonte, y a los
hijos de los hermanos de Sirfaces; y hubieran ido más adelante, si no lo hubiera prohibido
Alejandro, comprendiendo que la justicia popular, no sólo podía caer sobre los culpables, sino
ensañarse también en los inocentes, ya por odio, ya por codicia de sus bienes. Determinación digna
de todo encomio.
XVIII.
Rendición de Magnesia y Tralo.—Ocupación de la isla de
Lade.—Alejandro se niega a combatir por mar con los Persas.
escuadra griega, adelantándose a los Bárbaros, había arribado tres días antes de que llegasen a
Mileto, y había anclado con ciento sesenta naves en la isla de Lade, muy próxima a esta ciudad, y la
escuadra persa llegó más tarde, y cuando sus jefes supieron que Lade estaba ocupada por Nicanor,
anclaron cerca del promontorio Micale. Es de advertir que Alejandro no se había limitado a ocupar
con sus velas el puerto de dicha isla, sino que había hecho pasar a ella los Tracios y unos cuatro mil
soldados extranjeros. La armada de los Bárbaros podría tener cosa de cuatrocientas naves.
Parmenión aconsejó a Alejandro que intentase una batalla naval, esperando que los Griegos
saldrían vencedores, entre otros motivos, por el augurio, que él estimaba favorable, de haberse visto
desde la popa de la nave del Monarca un águila posada en la ribera, y también porque al paso que
un triunfo de esta índole podría servir de mucho para el resto de la guerra, la derrota no había de
perjudicarles gran cosa; por lo cual se comprometía a embarcarse y a correr su parte de riesgo en el
combate. Pero Alejandro le contestó que estaba muy equivocado y que interpretaba mal aquel
augurio, pues obraría temerariamente si con una reducida escuadra y un ejército poco práctico en
maniobras marítimas, se lanzase a combatir contra la armada persa, muchísimo más numerosa, y
tripulada por gente tan curtida en el mar como los Fenicios y Chipriotas. Además, no le parecía bien
que en caso de triunfar, los Bárbaros sintiesen el valor de los Macedonios en lugar tan inestable;
mientras si eran derrotados, perderían muchísimo en la opinión que habría de formarse en los
comienzos de la guerra, y los Griegos quizá se animarían a una defección en cuanto supieran la
desgracia. Pesadas estas razones, creía inoportuna la batalla naval, y daba diferente sentido al
augurio, opinando que el haber aparecido el águila posada en la costa, le anunciaba un triunfo
obtenido desde el continente contra la escuadra enemiga.
XIX.
Sitio y toma de Mileto.
Glaucipo, uno de los notables de Mileto, enviado por el pueblo y por los mercenarios
extranjeros, que constituían la principal guarnición de la ciudad, se presentó a Alejandro diciéndole
que sus conciudadanos deseaban que el puerto y las murallas fuesen comunes a Alejandro y los
Persas, y pidiéndole que levantase el cerco con esta condición; a lo cual contestó Alejandro
mandándole retirarse a toda prisa, y avisar a los Milesios que se apercibiesen a combatir a la
mañana siguiente. Cumpliendo su amenaza, aplicó inmediatamente las máquinas al muro, que en
breve tiempo fue en partes derribado y en partes medio derruido, y aproximó su ejército, dispuesto a
entrar por las brechas y ruinas de la muralla; todo a ciencia y paciencia de los Persas, que desde
Micale contemplaban el asedio de sus amigos y conmilitones.
En tanto Nicanor, viendo desde Lade el movimiento de Alejandro, navegó ciñéndose a la
costa, hacia el puerto de Mileto, y situándose en la misma boca y en la parte más estrecha, volvió
hacia el mar las proas de sus trirremes, impidiendo así a los Persas la entrada en el puerto y
cortando a los sitiados el auxilio de los Persas. Entonces los Milesios y los mercenarios, viéndose
acometidos por todas partes, unos se arrojaron al mar, y navegando sobre sus escudos, pasaron a un
islote sin nombre conocido, próximo a la ciudad; otros montaron en algunas barcas, y aunque
trataron de evitar el encuentro de las naves macedonias, cayeron en su poder a la entrada del puerto;
otros, en fin, que fueron la mayor parte, murieron acuchillados dentro de la ciudad.
Dueño de ésta Alejandro, dirigióse contra los refugiados en el islote, mandando poner escalas
sobre las proas de sus galeras, con objeto de pasar por ellas a la escarpada orilla, como si se tratase
de asaltar una muralla; mas viendo que los del islote se apercibían a una desesperada defensa, se
compadeció de ellos, por parecerle valientes y leales, y les perdonó, con la condición de que habían
de servir a sus órdenes. Trescientos mercenarios griegos que allí había, aceptaron la proposición.
Los Milesios que no perecieron en la toma de la ciudad, recibieron generalmente la libertad y la
vida.
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XX.
Marcha sobre Halicarnaso.—Sitio de esta ciudad.—Inútil tentativa
para tomar a Mindo.—Combate al pie de las murallas de Halicarnaso.
Por la escasez de numerario y comprendiendo que su escuadra era inferior a la de los Persas,
determinó Alejandro desarmarla, no queriendo exponer en riesgos marítimos la más pequeña parte
de su ejército; y en la seguridad, por otra parte, de que, apoderadas sus tropas del Asia menor y
ocupadas las ciudades de la costa, le sería muy fácil obligar a sus enemigos, imposibilitados de
renovar sus remeros y sin puertos donde refugiarse, a abandonar su armada, interpretando el augurio
del águila en el sentido de que vencería las naves desde el continente.
Arregladas estas cosas, encaminóse a la Caria, por haber sabido que en Halicarnaso había
muchas fuerzas, tanto extranjeras como bárbaras; y después de haberse apoderado a su paso de
todas las poblaciones que hay entre Mileto y Halicarnaso, sentó sus reales a unos cinco estadios de
esta ciudad, cuyo sitio amenazaba ser largo. Hallábase, en efecto, fortificada por la naturaleza, y en
los puntos que pudieran ser más débiles, Memnón, nombrado por Darío gobernador del Asia
inferior y almirante de toda la escuadra, había provisto mucho antes lo necesario para la defensa. La
guarnecían además no pocos soldados mercenarios y muchísimos persas; y en el puerto estaban
anclados varios trirremes, cuyos marineros podían ser de utilidad grandísima.
Habiendo acercado Alejandro su ejército el primer día a aquella parte de los muros próxima a
las puertas por donde se va a Milasa, los Halicarnasios hicieron al momento una salida, trabándose
entre la infantería un reñido combate. Mas atacándolos de firme los Macedonios, los rechazaron sin
dificultad y les obligaron a guarecerse detrás de las murallas.
Pocos días después, Alejandro con los hipaspistas, la caballería de los Amigos, la infantería de
Amintas, Perdicas y Meleagro, los arqueros y los Agrianos, se dirigió a aquella parte de la ciudad
que mira a Mindo, con el doble objeto de ver si por aquel lado era la expugnación más fácil y de si
podía conseguir, en alguna rápida e inesperada excursión, apoderarse de Mindo, cuya posesión creía
de grandísima importancia por su proximidad a la capital sitiada. Es de advertir también que
algunos Mindenses le habían prometido entregarle la plaza si se acercaba a ella sigilosamente y de
noche, por lo cual se aproximó a sus muros hacia la mitad de la noche; mas viendo que los de
dentro no daban muestras de entregarse, aun cuando no tenía a mano máquinas ni escalas, pues no
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había venido a atacar, sino a tomar posesión de la plaza, mandó a la falange macedonia acercarse y
derribar los mures; lo que hizo con tal vigor, que pronto echó por tierra una torre, con cuya ruina
aun no quedó desnuda la muralla. Los Mindenses opusieron enérgica resistencia en compañía de
muchos Halicarnasios, que viniendo a su socorro por mar, hicieron fracasar el proyecto de
apoderarse de Mindo en el primer ataque. Alejandro, pues, sin conseguir su objeto, volvió a
continuar el cerco de Halicarnaso.
La primera disposición que tomó, a fin de poder acercar con más facilidad a la muralla las
torres desde las cuales se había de asaetear al enemigo, y las otras máquinas con que pensaba
derruir los muros, fue mandar rellenar el foso de treinta codos de anchura por quince de
profundidad que los sitiados habían abierto en torno de la ciudad. Hecha esta primera obra sin
grandes dificultades, empezó ya a aproximar las torres. Los Halicarnasios hicieron una salida
nocturna con ánimo de incendiarlas, así como los otros aparatos de guerra que ya habían sido
traídos o estaban a punto de serlo, siendo fácilmente rechazados intramuros por los Macedonios
encargados de la custodia de las máquinas y por otros que acudieron al tumulto, muriendo en este
encuentro ciento setenta de los sitiados, entre ellos Neoptólemo, hijo de Arrabeo y hermano de
Amintas, uno de los que se habían pasado a la causa de Darío. Alejandro sólo tuvo diez y seis
muertos; pero los heridos ascendieron a trescientos, cuya desproporción se explica por haberles sido
imposible resguardarse en la oscuridad de los dardos enemigos.
XXI.
Continuación del sitio de Halicarnaso.
Pocos días después, dos compañeros de armas del batallón de Perdicas, que entre vaso y vaso
ponderaban en grande sus propias hazañas, se picaron de honor, y, enardecidos por el vino, tomaron
las armas sin orden de sus jefes y se acercaron a la muralla al pie de la fortaleza que mira a Milasa,
más con ánimo de hacer ostentación de sus bríos, que de trabar con los enemigos un peligroso
combate. Éstos, al ver que eran sólo dos los que temerariamente se acercaban, salieron de la ciudad;
pero aquéllos, aunque dominados por la multitud y en posición desventajosa, pues los enemigos les
atacaban y asaeteaban desde lo alto, mataron a los más próximos y asaetearon a los más distantes.
Atraídos por el estruendo, acudieron muchos soldados de Perdicas y muchos Halicarnasios,
trabándose una reñidísima pelea al pie de la muralla, dentro de la cual fueron de nuevo encerrados
los que osaron abandonarla. A pique estuvo entonces la ciudad de caer en poder de los Macedonios,
pues en aquella ocasión la guardia del recinto estaba descuidada, y dos torres con el muro
intermedio habían sido derruidas ya, y hubieran ofrecido fácil entrada al ejército en caso de haber
acudido en masa a la muralla. Esto sin contar con que, estando quebrantadísima una tercera torre,
hubiera sido muy fácil derribarla, aunque los sitiados, previéndolo, habían tenido la precaución de
construir a la parte inferior de la muralla derruida una pared de ladrillo en forma de media luna,
para lo cual apenas tuvieron dificultad, por los muchos obreros de que disponían.
Al día siguiente, habiendo acercado Alejandro sus máquinas a esta pared, los sitiados hicieron
una nueva salida con ánimo de incendiarlas, consiguiendo quemar algunas barracas próximas al
muro, y parte de una de las torres de madera: las restantes fueron defendidas por Filotas y Helánico,
encargados de su guarda. Mas cuando los agresores vieron que el mismo Rey intervenía en el
combate, huyeron a refugiarse en la ciudad, abandonando las teas, y muchos hasta arrojando las
armas. En un principio los sitiados, favorecidos por la naturaleza del terreno, que era muy alto,
llevaban la mejor parte, pues no sólo podían herir de frente a los que les atacaban desde las
máquinas, sino desde las torres que habían quedado a los lados del muro recién hecho asaetear de
flanco a los sitiadores.
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XXII.
Continuación del sitio de Halicarnaso.—
Nueva salida de los defensores de la plaza.
Pocos días después, habiendo dispuesto Alejandro que se acercaran de nuevo las máquinas al
muro de ladrillo, y hallándose apresurando la obra con su presencia, todos los sitiados, unos por la
parte derruida de la muralla, y otros por la puerta de Tripilo, que era por donde menos lo esperaban
los Macedonios, hicieron otra excursión, lanzando algunos sobre las máquinas teas y otros
combustibles que pudieran producir y propagar el incendio; pero habiéndoles resistido
enérgicamente los Macedonios, arrojando sobre ellos desde las torres flechas y enormes pedruscos,
los pusieron fácilmente en fuga, obligándoles a refugiarse en la ciudad. En este encuentro, la
mortandad de los Halicarnasios fue mucho más grande, por haber atacado en mayor número y con
mayor audacia; pues los que pelearon cuerpo a cuerpo murieron todos a manos del enemigo, y otros
hallaron triste fin junto al muro derruido, que además de no poder dar paso por la angosta brecha a
tan grande multitud, aun dificultaba con sus propias ruinas la entrada de los fugitivos.
Tolomeo, guardia personal del Monarca, Addeo y Timandro con un batallón y varios psilites
salieron al encuentro de los que hicieron la salida hacia Tripilo, rechazándolos también sin
dificultad. A éstos en su fuga les acaeció otra nueva desgracia, pues el estrecho puente que habían
tendido sobre el foso se hundió bajo el peso de la muchedumbre fugitiva, pereciendo muchos, unos
en el fondo del foso a donde cayeron, otros aplastados por los suyos, otros asaeteados desde arriba
por los Macedonios. También fue grandísima la matanza ocurrida en las mismas puertas de la
ciudad, pues temerosos los de dentro de que los Macedonios entrasen revueltos con los fugitivos,
las cerraron apresurada e inoportunamente, dejando fuera a muchos de los suyos, que fueron
muertos al pie de las murallas. Poco faltó en esta ocasión para que fuese tomada la ciudad, no
verificándose porque Alejandro, deseoso de conservarla, mandó tocar retirada, esperando que los
Halicarnasios le ofrecieran alguna amistosa composición.
Murieron en este combate unos mil de los sitiados y sobre cuarenta Macedonios, entre éstos el
guardia personal Tolomeo, el toxarca Clearco. el quiliarca Addeu. y otros militares distinguidos.
XXIII.
Toma y destrucción de Halicarnaso.—
Ada es nombrada gobernadora de Caria.
él, después de arrasar la ciudad hasta los cimientos y de dejar a la misma y al resto de la Caria una
guarnición de tres mil infantes extranjeros y doscientos caballos al mando de Tolomeo, se encaminó
a la Frigia.
Pero antes nombró gobernador de toda la Caria a Ada, hija de Hecatomno y mujer de Hidrieo,
que, aunque hermano suyo, se había casado con ella conforme a las leyes Carias; Hidrieo, a su
muerte, la dejó al frente del gobierno, pues desde el tiempo de Semiramis podían las mujeres ejercer
en Asia la autoridad suprema. Mas la había desposeído, usurpándole el mando, Pisodaro, a cuyo
fallecimiento ocupó el trono de Caria, por orden del gran Rey, Orontobates, yerno del difunto. Ada
sólo poseía de su reino una sola, aunque fortísima ciudad, llamada Alinda, y cuando Alejandro entró
en Caria le salió a recibir, entregándole Alinda y adoptándole por hijo. Alejandro le encomendó la
guardia de Alinda, no desdeñándose de llamarla su madre; y cuando, después de destruida
Halicarnaso, fue dueño de la Caria, le dio el mando de toda esta provincia.
XXIV.
Alejandro envía parte de sus tropas a cuarteles de invierno.―
Expedición a la Licia.—Rendición de los Faselitas y Licios.
Después de esto, Alejandro, que se cuidaba hasta de los menores detalles, enterado de que
algunos de los Macedonios que servían a sus órdenes habían contraído matrimonio poco antes de
emprenderse la expedición, los envió desde Caria a pasar el invierno en Macedonia con sus
mujeres, bajo el mando del guardia personal Tolomeo, hijo de Seleuco, y de los capitanes Genón,
hijo de Polemócrates, y de Meleagro, hijo de Neoptólemo, también recientemente casados,
encargando a éstos que a su regreso con los licenciados reclutasen de la tierra el mayor número
posible de infantes y caballos. Ninguna disposición tomó Alejandro más grata que ésta a los
Macedonios. Envió también a Cleandro, hijo de Polemócrates, a reclutar gente en el Peloponeso; y a
Parmenión, con la caballería de los Amigos, cuya jefatura le concedió, con la de los Tesalios y otros
auxiliares y los carros, le mandó a Sardes de Frigia, encaminándose él a la Licia y la Panfilia, pues
quería inutilizar la escuadra de los Persas apoderándose de las ciudades de la costa.
Primeramente y de camino se hizo dueño, al primer ataque, de Hiparna, ciudad fuerte,
guarnecida por mercenarios extranjeros, que salieron de la fortaleza bajo la fe de un tratado;
después, penetrando en la Licia, ganó con pactos a los Telmisenses; y se apoderó, pasado el río
Janto, de la ciudad de este nombre, de Pinara, de Pátara y de otras treinta poblaciones de menor
importancia.
Hecho esto, se encaminó, ya en el corazón del invierno, a la región llamada Miliada, la cual,
aunque parte de la Frigia mayor, era entonces, por orden del Gran Rey, contributaria de la Licia.
Presentáronsele inmediatamente embajadores de los Faselitas solicitando su amistad y trayendo una
diadema de oro para coronarle, y otros de la Licia inferior con misión semejante. Alejandro mandó a
los Faselitas y Licios entregarle las ciudades de que eran enviados, y así lo hicieron de todas; y
marchando poco después a la Fasélida, se apoderó con ellos de un fortísimo castillo construido en
aquella región por los Pisidios, desde el cual los Bárbaros, con frecuentes excursiones, causaban
infinitos daños en los campos faselitas.
XXV.
Conspiración de Alejandro, hijo de Eropo.
Estando en la Faselida le avisaron que Alejandro, hijo de Eropo, uno de sus amigos y jefe
entonces de la caballería tesálica, andaba en tratos para asesinarlo. Era éste hermano de Herómenes
y de Arrabeo complicados en la muerte de Filipo, y aunque también había sido cómplice del
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regicidio, Alejandro sin embargo le había perdonado por habérsele presentado de los primeros
amigos después de la muerte de su padre y haberle acompañado con armas a su reino:
posteriormente le había colmado de honores; le había enviado de general a Tracia, y cuando Cala,
comandante de la caballería tesálica, fue nombrado sátrapa, le había dado la plaza vacante. La
conspiración se descubrió del modo siguiente:
Habiendo recibido Darío por medio del tránsfuga Amintas cartas y proposiciones de
Alejandro, envió a la costa al persa Sisine, hombre de toda su confianza, aparentemente con una
comisión para Atizies, sátrapa de Frigia, y en realidad para entenderse con el traidor y prometerle
solemnemente el reino de Macedonia y además mil talentos de oro si daba muerte a Alejandro. Pero
cogido Sisine, confesó de plano el verdadero objeto de su viaje al general Parmenión, quien
suficientemente custodiado lo envió al Rey, el cual, después de enterarse de todo por sí mismo,
reunió el Consejo de sus amigos para tratar de lo que convenía hacer con el culpable, acordándose
en que ya que con poca previsión se había confiado a un hombre tan sospechoso el importante
mando de la caballería, era conveniente quitárselo de seguida antes de que, ganándose la voluntad
de los Tesalios, tramase alguna traición con ellos.
Entonces les atemorizó también un extraño agüero. En el sitio de Halicarnaso, hallándose
Alejandro durmiendo, a eso del mediodía empezó una golondrina a revolotear alrededor de su
cabeza, dando grandes gritos, parándose ya en uno, ya en otro lado del lecho, y cantando de una
manera más ruidosa de lo natural en tales avecillas. Rendido de cansancio, no podía Alejandro
sacudir el sueño; pero molestado por el ruido la rechazó suavemente con la mano; mas ni con esto
consiguió ahuyentarla, pues posándose sobre su cabeza siguió cantando hasta que le despertó
completamente. Creyendo Alejandro que este agüero no era de despreciar, consultó al adivino
Aristandro de Telmiso, el cual dijo que significaba que algún amigo fraguaría contra él traiciones
que serían descubiertas, pues la golondrina es comensal y amiga del hombre, y la más gárrula de las
aves.
Conviniendo la respuesta del adivino con las declaraciones de Sisine, envió el Rey a Anfótero,
hijo de Alejandro y hermano de Crátero, con un recado para Parmenión, dándole por compañeros
algunos Pergenses que le sirvieran de guías. Anfótero, vestido con el traje del país para no ser
conocido en el viaje, llegóse con todo secreto a Parmenión, a quien expuso verbalmente su recado,
pues Alejandro no había creído oportuno escribir manifiestamente nada sobre el asunto. De este
modo pudo ser apresado el traidor y puesto a buen recaudo.
XXVI.
Marcha a Perga, Side y Silio.
Partiendo de la Fasélida, envió a Perga una parte del ejercito por el camino, entre montes,
largo y dificultoso que habían llevado los Tracios; y él condujo a los suyos por el de la costa. Éste
no está transitable sino cuando soplan los vientos del Norte; pues cuando dominan los del Mediodía,
es sumamente penoso. Mas entonces precisamente reinó el cierzo con singular vehemencia, lo cual
se consideró por Alejandro y sus compañeros como obra del cielo que quería abreviarles y
facilitarles el viaje. Al acercarse a Perga, se le presentaron unos embajadores de los Aspendios, con
plenos poderes para entregarle la ciudad, sin más restricciones que la de suplicarle no les pusiese
guarnición. Así lo consiguieron de él, exigiéndoles en cambio cincuenta talentos para las pagas del
ejército y la entrega de los caballos que sostenían como tributo de Darío. Aceptadas estas
condiciones, se retiraron.
De allí se dirigió Alejandro a Side. Los Sidetas son oriundos de Cumas en la Eólida, y cuentan
de su origen el siguiente prodigio: Cuando sus antepasados emigraron de Cumas y descendieron a
aquella región con ánimo de habitarla, olvidados repentinamente del idioma griego, empezaron a
pronunciar palabras extranjeras; siendo de advertir que estas palabras no eran las usadas por los
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pueblos bárbaros primitivos, sino propias y peculiares suyas, y nunca hasta entonces oídas; teniendo
desde entonces los Sidetas lengua distinta de la de los Bárbaros limítrofes. Después de poner
guarnición en Side, partió para Silio, plaza fuerte defendida por muchos soldados, así de los
Bárbaros del país como de mercenarios extranjeros, por lo cual no era fácil tomarla en el primer
encuentro. Pero sabedor en el camino de que los Aspendios no cumplían ninguno de los pactos
concertados, y que en vez de entregar los caballos y el dinero a los encargados de recibirlos habían
llevado a la ciudad las cosas que tenían en el campo, y cerrado las puertas a los enviados
macedonios y puesto sus muros en estado de defensa, se encaminó hacia Aspendo.
XXVII.
Sumisión de los Aspendios.
Esta ciudad se halla edificada sobre una alta y escarpada roca, a cuyo pie corre el
Eurimedonte; en las planicies, que interrumpen a trechos la pendiente, había algunos edificios
rodeados de un muro de escasa altura. Desconfiando de poder defenderlos, los habitantes cuando
vieron acercarse a Alejandro los abandonaron y se refugiaron en la fortaleza: por lo cual el Rey con
todas sus tropas pudo penetrar en el primer recinto y sentar sus reales en los edificios abandonados
por los Aspendios. Viéndole éstos, contra su esperanza, acercarse con todas sus tropas y rodearles
por todas partes, le enviaron parlamentarios suplicándole les otorgase la paz en las primeras
condiciones; pero Alejandro, no obstante haber advertido lo fuerte del lugar y no hallarse preparado
para un largo asedio, no quiso acceder a su petición con iguales pactos, sino estipulando la entrega
en rehenes de los más poderosos de la ciudad, así como la de los caballos antes prometidos y doble
cantidad de talentos, exigiéndoles además la obediencia a los sátrapas por él nombrados; el pago de
un tributo anual a los Macedonios, y la sumisión a su justicia de las reclamaciones pendientes sobre
usurpación violenta de terrenos a los pueblos vecinos.
Aceptadas estas condiciones, marchó a Perga, y de allí a la Frigia, para lo cual tenía que pasar
por la ciudad de Telmiso, habitada por Bárbaros oriundos de los Pisidios, y situada en la cima de un
monto altísimo cortado casi yerticalmente por todas partes, con un solo camino arduo y sobre
manera difícil, pues la pendiente no se interrumpe hasta el mismo pie de la montaña. Enfrente de
ésta hay otra no menos escarpada; de suerte que ocupadas las dos, que forman una especie de
puerto, se puede fácilmente, impedir el paso con poquísima gente. Así es que los Telmisenses
habían situado en ellas todas sus fuerzas. Alejandro, en vista de esto, mandó a sus Macedonios
acampar donde pudiesen, pensando que los Bárbaros no permanecerían con todas sus fuerzas
estacionados en el mismo lugar, sino que cuando les viesen acampados la mayor parte se recogerían
a la ciudad que estaba próxima, dejando sólo alguna guarnición sobre los montes. Y así fue, en
efecto: los más se retiraron, quedando sólo la guardia. Entonces Alejandro, con las compañías de
arqueros y ballesteros, y los hoplitas más ligeramente armados, acometió de improviso a la guardia,
que no pudiendo resistir la multitud de dardos que sobre ella llovían, abandonó las posiciones,
dejando pasar libremente a Alejandro. Este sentó junto a la ciudad sus reales.
XXVIII.
Toma de Sagalaso y rendición de otras ciudades Pisidias.
ser los más guerreros de su nación, aunque ésta tenía fama de belicosa. Al saber éstos la invasión de
Alejandro, se situaron para rechazarla en un monte inmediato a la ciudad, no menos fuerte que sus
murallas. Alejandro dispuso su falange de la manera siguiente: en el ala derecha, que mandaba él
mismo, los hipaspistas; cerca los Amigos de a pie, extendidos hasta el ala izquierda, en el orden que
correspondió aquel día a cada capitán: el mando de esta ala se encomendó a Amintas, hijo de
Arrabeo; en la derecha puso también los arqueros y los Agrianos, y en la izquierda los ballesteros
tracios a las órdenes de Sitalces; la caballería no trabajó en esta ocasión por lo accidentado del
terreno. Es de advertir que los Telmisenses habían acudido en auxilio de los Pisidios y formaban en
sus filas.
Iba Alejandro subiendo el monte ocupado por los Pisidios, y ya estaba en lo más escarpado de
la cuesta, cuando los enemigos se lanzaron por ambos flancos sobre el ejército desde una
emboscada en el sitio en que el camino era más expedito para ellos y más difícil para los
Macedonios, consiguiendo hacer retroceder a los arqueros porque estaban armados a la ligera y
formaban la vanguardia. Pero los Agrianos les hicieron frente mientras se aproximaba la falange
macedonia, a cuyo frente se veía a Alejandro. Cuando empezó el combate cuerpo a cuerpo, aquellos
bárbaros, semidesnudos, no pudiendo resistir a los hoplitas, perfectamente armados, cayeron
acosados y heridos por todas partes, y emprendieron la retirada.
Cerca de quinientos murieron; muchos pudieron escapar, gracias a su ligereza y conocimiento
del terreno; pues los Macedonios, pesadamente armados y desconocedores de los caminos, no
pudieron perseguirles con el acostumbrado ardimiento. Alejandro, persiguiéndoles activamente, se
apoderó a viva fuerza de la ciudad, perdiendo en esta refriega al toxarca Cleandro con unos veinte
soldados. De allí se dirigió contra otros Pisidios, y a unos por fuerza y a otros por capitulaciones, les
tomó todas las fortalezas.
XXIX.
Rendición de Celena.—Regreso de los licenciados.—Llegada a
Gordio.—Rendición de los Atenienses.—Negativa de Alejandro.
Encaminóse después a Frigia, junto a la laguna llamada Ascania, en la cual se solidifica por sí
misma la sal, que emplean los naturales sin necesidad de acudir a la marina, llegando el quinto día a
Celenas. En esta ciudad había, sobre una roca escarpada por todas partes, una fortaleza defendida
por mil soldados de Caria y cien mercenarios griegos, puestos por el Gobernador de Frigia, los
cuales enviaron a Alejandro una embajada ofreciéndole entregarse si para un día, que ellos
señalaban, no recibían auxilio alguno. Alejandro aceptó esta condición, creyéndola más conveniente
a sus planes que el difícil asedio de una plaza tan inaccesible por todos lados. Dejó en Celenasunos
mil quinientos soldados de guarnición, y deteniéndose en ella diez días, nombró a Antígono, hijo de
Filipo, sátrapa de la Frigia, y a Balacro, hijo de Amintas, jefe de las tropas auxiliares en sustitución
de aquél.
Marchó luego a Gordio, en cuyo lugar había avisado por cartas que se le presentase con sus
tropas Parmenión, que así lo hizo, acudiendo también aquellos Macedonios recién casados que
habían usado de la licencia, y con ellos la fuerza nuevamente reclutada, que era de mil infantes
macedonios, trescientos caballos, doscientos caballos de Tesalia, mandados por Tolomeo, hijo de
Seleuco, por Ceno, hijo de Polemócrates, y por Meleagro, hijo de Tolomeo, y ciento cincuenta
Eleos capitaneados por un tal Alcias.
Gordio está en Frigia, cerca del Helesponto, junto al río Sangario, que nace en las montañas
de aquella provincia, regando después las tierras de la Tracia Bitinia hasta desembocar en el Euxino.
En aquel sitio recibió Alejandro una embajada de los Atenienses, suplicándole diese libertad a los
conciudadanos que, peleando con los Persas junto al Gránico, habían caído prisioneros y estaban
encadenados en Macedonia con otros dos mil cautivos; mas nada consiguieron, pues a Alejandro no
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le parecía oportuno, durando aún la guerra pérsica, amenguar el temor que le tenían los Griegos,
capaces de pelear contra Grecia en favor de los Bárbaros. Limitóse, pues, a contestarles que
renovasen la petición cuando la guerra presente se terminase a su gusto.
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LIBRO SEGUNDO.
I.
Movimientos de la escuadra Persa.—Toma de
Quío por Memnón.—Capitulación de Mitilene.
Entre tanto Memnón, a quien Darío había dado el mando de toda la escuadra 18 y del litoral,
pensando llevar la guerra a Grecia y Macedonia, se apoderó por traición de la isla de Quío.
Navegando con rumbo a Lesbos dejó a Mitilene, cuyos habitantes no quisieron entregársele, y
sometió las demás ciudades de la isla; conseguido lo cual, volvió sobre Mitilene, y la cerró de mar a
mar con una doble empalizada, flanqueada por cinco fuertes que le permitían bloquearla desde
tierra sin ninguna dificultad. No contento con esto, ocupó el puerto con una parte de su armada, y
situó la otra al pie del Sigrio, promontorio de Lesbos, por donde pasan las naves de carga
procedentes de Quío, Geresto y Malea, con orden de alejarlos e impedir de este modo que llegasen
por mar auxilios a los Mitilenenses. Pero en esto, una enfermedad le llevó al sepulcro, con grave
daño de los intereses de Darío.
Autofradates y Farnabaces, hijo de Artabaces y sobrino de Darío, a quienes Memnón,
moribundo, había entregado su mando hasta que el Gran Rey dispusiera sobre el particular,
continuaron apretando el cerco, al extremo de que los Mitilenenses, cerrados por tierra y asediados
en el mar por la numerosa flota, enviaron a Farnabaces una embajada para estipular la paz bajo las
condiciones siguientes: retirada de los soldados extranjeros enviados en su auxilio por Alejandro;
derribo de las columnas erigidas por los Mitilenenses, con una inscripción conmemorativa de su
confederación con aquel Monarca; nueva alianza con Darío, conforme a lo convenido en la paz de
Antálcidas19; regreso de los desterrados de Mitilene y entrega a los mismos de la mitad de los bienes
que poseían a su expulsión. Aceptadas estas capitulaciones, Farnabaces y Autofradates entraron
juntos en la ciudad, pusieron en ella guarnición al mando del rodio Licomedes, nombraron tirano de
la misma a Diógenes, uno de los desterrados, y exigieron una cantidad de dinero a los Mitilenenses,
arrancando una parte de los ricos, e imponiendo la otra al común.
II.
Nuevos movimientos marítimos.—Toma de Ténedos
por Datamea.—Captura de ocho navíos persas.
Farnabaces navegó en seguida hacia Licia con los mercenarios extranjeros, y Autofradates se
dirigió a las otras islas. En tanto, Darío envió a Timondas, hijo de Mentor, con la misión de hacerse
cargo de los extranjeros y de traerlos al Rey, confiriendo a Farnabaces la autoridad ejercida por
Memnón; Farnabaces le envió sus tropas, y pasó por mar a reunirse a la flota de Autofradates. Una
vez juntos, destacaron a las Cícladas diez trirremes mandados por el persa Datames, y ellos, con las
cien restantes, izaron velas hacia Ténedos. Llegados a esta isla, anclaron en el puerto llamado
Boreal, mandaron a los Tenedenses derribar los monumentos de su alianza con Alejandro y los
Griegos, y hacer la paz con Darío en las condiciones de la estipulada con Antálcidas.
Los Tenedenses, aunque, a decir verdad, estaban más inclinados a Alejandro y los Griegos, en
la situación presente creyeron único medio de salvarse la sumisión a los Persas; pues Hegéloco, a
quien Alejandro había encomendado la nueva reunión de fuerzas navales, aun no había allegado las
bastantes para confiar en un pronto socorro. Así pudo Farnabaces, más por miedo que por afección,
hacerse dueño de la isla.
Mientras tanto Proteas, hijo de Andrónico, había recogido, por orden de Antípatro, varias
naves largas de la Eubea y el Peloponeso, con objeto de tener alguna defensa para Grecia y las islas,
si, como se anunciaba, intentaban los Bárbaros una invasión; y habiendo sabido que Datames se
había estacionado en Sifno con sus diez galeras, se trasladó de noche con las quince que tenía a
Calcis, junto al Euripo; y como arribase al amanecer a la isla de Citno, permaneció en ella todo
aquel día, para conocer detalladamente la situación y condiciones de las naves enemigas, y causar
más terror a sus tripulantes fenicios acometiéndolas de noche. Perfectamente enterado de sus
posiciones en Sifno, zarpó antes del alba, y al punto de amanecer cayó tan improvisamente sobre
Datames y los suyos, que les cogió ocho trirremes con toda la tripulación. Datames, con los dos
restantes, escapó furtivamente a la primera acometida de Proteas, y se reunió al grueso de la
escuadra.
III.
Llegada de Alejandro a Gordio.—Historia del nudo gordiano.
Cuando Alejandro llegó a Gordium subió a la ciudadela, en cuyo recinto estaba el palacio de
Gordio y de su hijo Midas, deseoso de ver el carro de aquél y el nudo que sujetaba su yugo. Sobre
esto tenían mucho que hablar los pueblos circunvecinos. Gordio, decían, era un hombre pobre de la
antigua Frigia, cuya fortuna consistía en un pequeño campo y dos yugadas de bueyes, destinada una
a labrar la tierra, y la otra a tirar del carro. Hallándose un día arando, se posó sobre el yugo un
águila, y permaneció en él hasta que desunció. Atónito con semejante prodigio, fue a comunicarlo a
los adivinos Telmisenses, que pasaban por peritísimos intérpretes de augurios, y desde su
nacimiento tenían como vinculado en ellos, en sus hijos y mujeres el don de la profecía. Cerca ya de
la aldea donde vivían, encontróse con una doncella que iba a por agua y le contó lo ocurrido; la
cual, que por suerte era de la raza de adivinos, le mandó volverse y ofrecer un sacrificio a Júpiter
Rey en el punto mismo en que se le había manifestado el prodigio. Suplicóla Gordio que le
acompañase y le enseñase el modo y forma de verificarlo. Hizo la ceremonia según las
instrucciones de la joven, y después se casó con ella, naciendo de esta unión un hijo llamado Midas.
Era éste ya un gallardo y arrojado mozo cuando vinieron a turbar el sosiego de los Frigios
intestinas discordias, las cuales habían de ser apaciguadas, según respuesta de un oráculo, cuando se
viese llegar sobre un carro el destinado al trono. Aun estaban deliberando sobre esta contestación,
cuando llegóse a la asamblea, en compañía de sus padres, Midas, montado sobre un carro;
interpretóse en favor suyo el vaticinio; creyósele el pacificador anunciado por el dios, y en su
consecuencia fue nombrado rey; apaciguó en seguida la sedición, y colgó, en acción de gracias, en
el templo de Júpiter Basileo el paterno carro sobre el cual se había parado el ave mensajera. El que
desatase la lazada con que estaba sujeto el yugo al referido carro, decían también, que habría de
conseguir el dominio del Asia. El nudo estaba hecho de corteza de cornejo, y tan primorosamente,
que era imposible ver dónde empezaban los cabos y dónde concluían.
Alejandro, no hallando medio de desatarlo, y no -queriendo tampoco dejarlo sin soltar, no
fuera que este fracaso produjera alguna impresión desfavorable en la multitud, lo cortó con la
espada, declarando que ya estaba desatado; pero Aristobulo afirma que lo que hizo fue separar el
yugo de la lanza, quitando »una clavija de madera que la atravesaba por medio, y i la cual estaba
atado el nudo. No puedo asegurar cuál de estas versiones sea la verdadera, pero sí que Alejandro y
su comitiva se apartaron del carro, dando por cumplida la profecía que se refería a él; confirmando
esto mismo suficientemente los rayos y truenos que en aquella noche estallaron, por todo lo cual
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ofreció al día siguiente un sacrificio a los dioses, en acción de gracias por los prodigios
manifestados y el desatamiento del nudo.
IV.
Sumisión de la Paflagonia.—Conquista de la Cilicia.—
Enfermedad de Alejandro.—Su confianza en el médico Filipo.
Alejandro marchó al día siguiente a Ancira, ciudad de la Galacia, donde recibió una embajada
de los Paflagonios, que le sometieron su país y le propusieron una alianza, suplicándole únicamente
que no penetrase el ejército en sus tierras. Accedió el Rey, poniéndoles bajo la obediencia de Calas,
sátrapa de Lidia, y dirigiéndose a la Capadocia sometió toda la región de aquende el Halis y no poca
de la de allende Nombró a Sabicta gobernador de Capadocia, y continuó su expedición hacia las
Pilas Ciliclas. Al llegar al campamento de Ciro, el aliado de Jenofonte, viendo aquel paso defendido
por numerosa hueste, dejó allí a Parmenión con las compañías de infantes que estaban más
pesadamente armados, y él con los hipaspistas, los arqueros y los Agrianos, se dirigió de noche a las
Pilas con ánimo de atacar imprevistamente a sus guardias. No lo consiguió con todo el sigilo que
creía, pero no por eso fue menos feliz su audacia. Los enemigos, a la noticia de su aproximación
huyeron abandonando las posiciones, y al amanecer del día siguiente atravesó con todo su ejército
las Pilas y descendió a la Cilicia.
Entonces supo que Arsames, resuelto en un principio a conservar a Tarso para los Persas,
noticioso del paso de Alejandro, trataba de abandonar la ciudad, y que sus habitantes temían no lo
hiciese hasta después de haberla saqueado. En vista de lo cual, acudió a toda prisa al frente de la
caballería y de sus tropas ligeras, obligando a Arsames a huir precipitadamente a los reales de
Darío, sin hacer el menor daño a la población.
Alejandro cayó enfermo, según Aristobulo, por el excesivo trabajo; y según otros, porque
hallándose cubierto de sudor y sofocado, se echó a nadar, ansioso de refrescarse, en la corriente del
Cidno, que pasa por medio de la ciudad. Las aguas de este río, como que proceden de fuentes del
Tauro y corren sobre un lecho muy limpio, son frígidísimas y puras; así es que la enfermedad del
Rey se anunció por un espasmo y fiebres muy altas acompañadas de insomnio. Todos los médicos
desesperaban ya de su salvación, menos el acarniense Filipo, compañero de Alejandro, en cuyos
conocimientos medicinales tenía éste absoluta confianza, haciéndole además ocupar un puesto
distinguido en el ejército. Éste, pues, recetó una bebida purgante; y mientras la mandaba traer y
preparaba el vaso conveniente, recibióse una carta de Parmenión en la cual avisaba al Rey que se
guardase de Filipo, pues había oído que Darío le había comprado para envenenarle. Aun tenía
Alejandro en la mano la carta acabada de leer, cuando le presentaron el brebaje, y tomándolo con
una mano y entregando con la otra a Filipo el escrito de Parmenión, apuró la copa sin cuidado,
mientras el médico leía. Filipo bien demostró en su semblante la confianza que tenía en el
medicamento, pues no se turbó lo más mínimo con la lectura, limitándose a aconsejar al enfermo la
obediencia en todas las restantes prescripciones, con lo cual podría conseguir su curación. Así fue,
en efecto: Alejandro recuperó la salud, y demostró a Filipo una confianza sin límites, y a los demás
circunstantes cuán ciega fe tenía en sus amigos y qué poco miedo de la muerte.
V.
Ocupación de los desfiladeros entre Cilicia y Asiria.—Sepulcro
de Sardanápalo en Anquialo.—Sumisión de los Cilicios.
Para tener expedito el paso, envió a ocupar los otros desfiladeros que separan la Cilicia de la
Asiria a Parmenión con la infantería auxiliar, los mercenarios griegos, los Tracios mandados por
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Sitalces y la caballería tesalia, y salió el último de Tarso, llegando a Anquialo en la primera jornada.
Esta ciudad había sido fundada por Sardanápalo, rey de los Asirios, y bien demostraban su extenso
recinto y los cimientos de sus muros que había sido muy grande y poderosa. El sepulcro de su
fundador se encuentra junto a la muralla, con una estatua que le representa en actitud de unir las
manos para palmotear alegremente, y debajo una inscripción en caracteres asirlos y, según aseguran,
en verso, cuyo sentido es el siguiente:
Sardanápalo, hijo de Anacindárax, fundó en un día a Anquialo y Tarso. Tú, transeúnte, come,
bebe, diviértete; todo lo demás es indigno de este aplauso; que es lo que parece indicar el
movimiento alegre de sus manos. La expresión diviértete, dicen que tiene en asirio un significado
más lascivo y voluptuoso.
De Anquialo pasó Alejandro a Soles, a la cual puso guarnición y exigió una multa de
doscientos talentos de plata por haberse manifestado inclinada a los Persas. Luego con tres cuerpos
de caballería macedonia, todos los arqueros y los Agrianos, atacó a los Cilicios que se habían hecho
fuertes en los montes, y en siete días, a viva fuerza o por capitulaciones, los redujo a todos,
regresando de seguida a Soles.
Aquí supo que Tolomeo y Asandro habían vencido al persa Orontobates, dueño de la
ciudadela de Halicarnaso, y de Mindo, Cauno, Tera y Calípolis; siendo la toma de Cos y de Triopio
consecuencia de esta victoria. La batalla, según le escribían, había sido reñidísima, teniendo el
enemigo cerca de setecientos peones y quinientos jinetes muertos, y no menos de mil prisioneros.
Alejandro ofreció en Soles un sacrificio a Esculapio; tomó parte con todo su ejército en la
procesión religiosa que se verificó a la luz de las antorchas, celebró juegos gimnásticos y musicales,
y concedió a los Solenses el gobierno democrático.
Después de encargar a Filotas la conducción de la caballería al río Píramo por la llanura de
Aleyo, partió en dirección a Tarso con la infantería y el escuadrón real, llegando a Magarso, donde
ofreció un sacrificio a Minerva, patrona de aquel lugar. De allí, marchó a Malo, en la cual honró,
como la de un héroe, la memoria de Anfíloco; apaciguó las disensiones que trabajaban la ciudad; le
perdonó los tributos que pagaban a Darío, en consideración a ser una colonia de Argivos, oriundos,
como él, de los Heráclidas de Argos.
VI.
Preliminares de la batalla de Iso.—Campamento de Darío.
Aun estaba Alejandro en Malo, cuando tuvo noticia de que Darío, con todo su ejército, había
fijado su campamento en Socos, lugar distante poco más de dos días de camino de los desfiladeros
que abren la Asiria. En vista de esto, reunió a sus amigos, y a penas les anunció la proximidad del
Rey persa, todos pidieron unánimes marchar contra el enemigo. Alejandro disolvió la asamblea,
elogiando su valor, y a la mañana siguiente dirigióse con sus tropas al encuentro de Darío y los
Persas. A los dos días pasó los desfiladeros y puso junto a la ciudad de Miriandro su campamento,
en el cual le tuvo encerrado una furiosa tempestad que, acompañada de aguaceros y huracanes, se
desencadenó durante la noche.
En tanto, Darío se estaba parado con su ejército, habiendo elegido para acamparlo una vasta
llanura de la Asiria, abierta por todas partes, en la cual podían moverse sin obstáculos sus
innumerables tropas y maniobrar con ventaja la caballería. Amintas, hijo de Antíoco y tránsfuga de
Alejandro, le había aconsejado que no abandonase aquella posición, acomodada por su extensión a
la multitud de soldados y bagajes persas. Darío la conservó al principio; pero después, habiéndose
detenido Alejandro mucho tiempo en Tarso, por su enfermedad, y no poco en Soles, para el
sacrificio y la procesión religiosa, y en la expedición contra los Cilicios de las montañas, cambió de
opinión, dando con facilidad imprudente crédito a lo que le halagaba, pues la turba de aduladores
que rodean siempre, para su daño, a los monarcas, le habían persuadido de que el Macedonio no
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quería pasar adelante y andaba en dilaciones, atemorizado por la noticia de su llegada; tanto más,
añadían, cuanto que la caballería persa era muy suficiente para desbaratar todas sus tropas; y aunque
Amintas le aseguraba que Alejandro vendría a buscarle donde quiera que se hallase y que era
convenientísima su permanencia en aquel lugar, triunfó en su ánimo, como más lisonjero a sus
oídos, el peor consejo; o bien un mal genio le apartó de aquel sitio a otro, donde no sólo no podía
utilizar la superioridad numérica de su caballería y la muchedumbre de sus tropas ligeras, sino ni
aun hacer ostentación de su inmenso ejército, ni otra cosa, en fin, que proporcionar a Alejandro una
victoria facilísima. Estaba decretado, sin duda, que el imperio del Asia pasase de los Persas a los
Macedonios, como antes había pasado de los Asirios a los Medos, y de los Medos a los Persas.
VII.
Marcha imprudente del Rey persa.—Disposiciones de
Alejandro.—Su arenga al ejército.—Entusiasmo de los soldados.
Atravesó, pues, Darío el monte que está junto a las Pilas llamadas Amánicas, y se dirigió a
Iso, cometiendo la imprudencia de dejar a Alejandro a su espalda. Dueño de Iso, mató con crueles
torturas todos los Macedonios que en ella habían quedado enfermos, y al siguiente día avanzó hasta
el río Pínaro.
Cuando Alejandro supo que Darío le dejaba atrás, le pareció increíble tal torpeza, y envió a
Iso, en una nave de treinta remos, algunos de sus Amigos para averiguar si en efecto era cierta la
noticia; los cuales, a favor de las sinuosidades de la orilla, fácilmente descubrieron el campamento
persa, volviendo de seguida a decirle que Darío estaba efectivamente en sus manos.
Entonces Alejandro, reuniendo los Estrategas, los Ilarcas 20 y los Jefes de las tropas auxiliares,
les arengó de la manera siguiente:
«El recuerdo de vuestras anteriores hazañas y la idea de que vais a pelear vencedores contra
vencidos, deben inspiraros confianza y valor. Un dios combate en favor nuestro; un dios ha
inspirado a Darío la resolución de traer su ejército de aquel espacioso llano a estas angosturas, tan
acomodadas para que nosotros despleguemos la falange, como inútiles al enemigo para desenvolver
sus huestes numerosas. Huestes, por cierto, que no os igualan ni en número, ni en valor. Vosotros,
Macedonios, hombres libres, endurecidos en las fatigas de la guerra, acostumbrados a los mayores
peligros, vais a pelear con los Persas y los Medos, gente avezada a la servidumbre y entregada
desde mucho tiempo a enervadores placeres. Tampoco hay paridad entre los Griegos que van a
combatir en una y otra hueste; pues si los de Darío se baten por un sueldo miserable, los nuestros,
por su patria y por su voluntad. Si pasamos a considerar la calidad de las tropas extranjeras, vemos a
nuestro lado los Tracios, y los Peones, y los Ilirios, y los Agrianos, pueblos los más fuertes y
belicosos de toda Europa, frente a las naciones imbeles y afeminadísimas del Asia. ¡Alejandro, en
fin, contra Darío! Tales son vuestras ventajas en la lucha; considerad qué magníficos premios os
deparará la victoria. Porque ahora no tenéis sólo delante los sátrapas de Darío, la caballería
defensora del Gránico, y los veinte mil mercenarios extranjeros, sino todas las fuerzas de los Persas
y los Medos, y todas las gentes del Asia que les rinden tribuno, con el mismo Gran Rey a la cabeza.
Después de esta batalla nada os quedará que hacer; seréis dueños de toda el Asia, y tendrán fin
vuestros grandes trabajos.»
Después continuó recordando los brillantes hechos de armas que habían realizado en común,
no olvidándose de citar por su nombre a los autores de alguna hazaña atrevida y laudable, ni de
hablar de sus propios peligros, aunque con modestia delicada. Dícese que llegó hasta hacer mención
de Jenofonte y sus diez mil Griegos, que ni en número ni en ningún otro concepto podían
comparárseles, pues no tenían ni la caballería tesalia, ni los Beocios, ni los Peloponesios, ni los
Macedonios, ni los Tracios, ni escuadrones comparables a los suyos, ni arqueros, ni honderos, fuera
20 Comandantes de una ila o escuadrón de 64 caballos.
31
de algunos Rodios y Cretenses reclutados con toda precipitación, y sin embargo habían hecho huir
al Gran Rey con todo su ejército delante de Babilonia, y habían vencido cuantas naciones se les
opusieron en su gloriosa retirada hacia el Euxino. Y aun añadió otras cosas con que los buenos
generales acostumbran a animar a los soldados valientes en vísperas de un combate. Cuando
terminó, todos le abrazaban y le ensalzaban a porfía, pidiendo que los llevase a combatir al instante.
VIII.
Orden de batalla de ambos ejércitos.
IX.
Nuevas disposiciones de Alejandro.
Viendo Alejandro que casi toda la caballería de los Persas se situaba hacia el mar contra el ala
izquierda de su ejército, resguardada solamente por los escuadrones peloponesios y los de los
auxiliares, mandó inmediatamente a esta parte los Tesalios, con orden de no efectuar el movimiento
de modo que pudieran verlos los enemigos, sino ocultamente, a espaldas de la falange. Delante de la
caballería del ala derecha puso los batidores de Protómaco, los Peones de Aristón y los arqueros de
infantería que mandaba Antíoco Los Agrianos de Atalo y algunos caballos y arqueros los colocó
oblicuamente a su espalda junto al monte, de tal suerte que en la derecha, mandada por él, la falange
parecía dividida en dos alas; una amenazando a Darío y las tropas de allende el Pínaro; otra frente a
las situadas en los montes de su espalda. En la vanguardia de la izquierda puso los arqueros
cretenses y los Tracios de Sitalces, precedidos de la caballería de esta ala, y en el punto más
avanzado las tropas extranjeras mercenarias.
Además, como la falange le pareció poco compacta en la derecha, de modo que podía más
fácilmente ser rodeada por los Persas en esta parte, destacó del centro dos escuadrones de los
Amigos, llamados Antemusio y Lengeo, mandados respectivamente por Peredas, hijo de Menesteo,
y Pantórdano, de Cleandro, y les hizo pasar ocultamente al flanco débil, poniendo enfrente de este
mismo los arqueros, parte de los Agrianos y de los mercenarios griegos, dando de esta suerte a su
falange más extensión que la de los enemigos. Viendo, después, que no descendían los situados en
las faldas de las montañas, les obligó a huir hasta la cumbre con un destacamento de Agrianos y de
arqueros, pareciéndole, en vista de esto, que para defender la falange por aquel lado le bastaban
trescientos caballos, que fue la fuerza que dejó.
X.
Descripción de la batalla de Iso.
Dispuesto así su ejercito, Alejandro avanzaba lentamente, como si quisiera dar largas al
combate. Darío tampoco movía contra él los Bárbaros de su vanguardia, sino que se mantenía en la
alta y escarpada margen, defendida en los puntos más accesibles por una empalizada: esta
disposición sugirió de seguida a los Macedonios la idea de que el Gran Rey presentía la derrota.
Frente a frente los ejércitos, Alejandro recorrió a caballo todas sus filas, estimulando a los
soldados a pelear como buenos, llamando por su nombre y con los elogios merecidos no sólo a los
jefes principales, sino a los Ilarcas y Locagos21 y aun a los mercenarios extranjeros distinguidos por
sus grados o por sus hazañas. Todos unánimemente le pedían que les llevase sin tardanza contra el
enemigo.
Alejandro, no obstante hallarse ya en presencia de las fuerzas de Darío, avanzaba lentamente,
temeroso de que una marcha demasiado rápida desordenase con sus fluctuaciones la falange; pero
cuando estuvieron a tiro de flecha, la avanzada de su escolta y él mismo, al frente del ala derecha, se
lanzaron al río a la carrera para espantar a los Persas con lo impetuoso de su ataque, y librarse,
viniendo pronto a las manos, del daño de sus flechas. Sucedió cabalmente lo que había imaginado.
Los Persas del ala izquierda cedieron al primer embate, y Alejandro, con su séquito, consiguió una
brillantísima victoria. Pero los Griegos a sueldo de Darío, aprovechando la coyuntura de haberse
dividido la falange macedónica doblándose hacia la derecha, pues sólo los soldados de esta parte
habían podido seguir el rápido movimiento de Alejandro, retrasándose los del centro, detenidos por
lo alto y escarpado de la orilla y descomponiendo el orden de sus filas; atacaron a los Macedonios
por donde los vieron más desordenados. Trabóse entonces reñidísima batalla: aquéllos,
esforzándose en rechazar al río a los de Alejandro y en recuperar la victoria perdida por los
21 Jefes de fila.
33
XI.
Derrota de los Persas.—Fuga de Darío.—Toma de
su campamento.—Su familia prisionera de Alejandro.
En tanto, las compañías del ala derecha, viendo en fuga a los Persas que estaban a su frente,
atacaron de flanco las tropas desordenadas y mal dispuestas de los extranjeros a sueldo de Darío, y
rechazándolas de la orilla, las envolvieron después, haciendo en ellas una terrible matanza.
La caballería persa opuesta a la tesálica no se mantuvo ociosa en este combate allende el río,
sino que atravesándolo a rienda suelta, se precipitó sobre los Escuadrones macedonios, trabándose
una sangrienta lucha, en la cual no cedieron los Persas hasta que supieron la fuga de Darío y la
dispersión y muerte de sus mercenarios. Entonces ya la dispersión fue general y completa. En la
huida sufrió infinito la caballería bárbara, ya por el grande peso de las armaduras, ya porque
aguijoneados por el miedo se metían todos de golpe en las angosturas del camino, aplastándose
unos a otros, y haciéndose entre si más daño que el que pudo causarles el enemigo. Los Tesalios,
por su parte, les perseguían con encarnizamiento; así es que el estrago de la caballería no fue menos
en la fuga que el de los infantes.
Darío, en cuanto vio desbarataba por Alejandro el ala izquierda de su ejército, montó cuan de
prisa pudo en su carro y se dio a huir con los primeros, utilizando este medio de salvación mientras
se lo permitía lo llano y desembarazado del camino; pero cuando penetró en sendas estrechas y
difíciles, se apeó del carro, arrojó el escudo, se despojó de la túnica, y dejando hasta su arco en el
abandonado vehículo, continuó su fuga a caballo. La noche, que a poco sobrevino, impidió que
cayese en poder de Alejandro, pues mientras hubo luz le persiguió encarnizadamente, pero cuando
la oscuridad no permitía ya distinguir los objetos más próximos, regresó al campamento, no sin
haber cogido el carro, el escudo, la túnica y el arco del Rey persa. Quizás se hubiera apoderado
también de su persona si no hubiera empezado a perseguirle algo tarde, mientras reparaba aquel
primer desorden de su falange, y veía rechazados del río la caballería de los Persas y sus
mercenarios extranjeros.
De los Persas murieron Arsames, Reomitres y Atizies, de los que habían mandado la
caballería en el Granice; además Sabaces, sátrapa de Egipto, y Bubaces, nobilísimo personaje, y
hasta cien mil combatientes, entre ellos diez mil de caballería; al extrema de que, según Tolomeo,
hijo de Lago, compañero de Alejandro en esta persecución, ciertas hondonadas del camino habían
desaparecido por hallarse rellenas de cadáveres.
Después, al primer ataque se apoderó del campamento de Darío, y en él de su madre, su
mujer, su hermana, un hijo todavía muy joven y otras dos hijas, y con ellas unas cuantas esposas de
los principales Persas, pues los más las habían enviado con la impedimenta a Damasco, a donde
Darío también había hecho llevar la mayor parte de sus tesoros y todos los magníficos objetos que
constituyen el tren de guerra de los Persas; así es que en los reales no se hallaron más de tres mil
talentos. El restante numerario fue cogido poco después en Damasco por Parmenión, enviado al
efecto por Alejandro.
Tal fue el resultado de esta batalla, acaecida en el mes Memacterión22, siendo Nicócrates
arconte en Atenas.
XII.
Alejandro visita y consuela a la familia de Darío.
Al día siguiente Alejandro, aunque resentido de una herida que había recibido en un muslo,
visitó a los heridos, recogió cuidadosamente los cuerpos de los muertos, y en presencia de todo el
ejército formado en batalla les dio magnífica sepultura, tributando elogios a los que había visto o le
habían contado que se distinguieron en el combate, y premió a todos con dádivas acomodadas a su
jerarquía y valor. Después nombró sátrapa de Cilicia a Bálacro, hijo de Nicanor, designando para la
plaza que dejaba vacante en su guardia personal a Menetes, hijo de Dionisio; Polisperconte, hijo de
Simmias, fue agraciado con el mando de las tropas de Tolomeo, hijo de Seleuco, muerto en la
batalla. Y, en fin, perdonó a los Solenses los cincuenta talentos que aun debían, y les devolvió los
rehenes.
Tampoco desatendió a la madre, la mujer y los hijos de Darío. Algunos de sus historiadores
aseguran que al regresar de la persecución del Monarca persa la misma noche de la batalla,
habiendo oído lamentos y gritos femeninos muy cerca de la tienda real que se le había reservado y
en la cual acababa de entrar, preguntó quiénes eran aquellas mujeres y por qué estaban tan
próximas. A lo que alguno contestó: «Son, oh Rey, la madre, la mujer y los hijos de Darío, que
sabedores de que tú tienes su arco y su túnica, y de que después te han traído su escudo, le lloran
por muerto.» Sabido lo cual, Alejandro envió a la desolada familia a Leonato, uno de sus amigos,
con el encargo de decirles que Darío vivía y que sólo tenía en su poder las armas y la túnica
abandonadas sobre el carro durante la fuga. Leonato cumplió el encargo, añadiendo que Alejandro
le conservaba los honores, la servidumbre y el título de Reina, pues no había venido a guerrear por
enemistad personal contra Darío, sino para disputarle legítimamente el imperio del Asia.
Esto refieren Tolomeo y Aristobulo; pero también se asegura que Alejandro, acompañado
solamente de Hefestión, uno de sus compañeros, entró al día siguiente en la tienda, y que la madre
de Darío, dudando cuál de ambos era el Rey, pues ninguna señal les distinguía, se prosternó ante
Hefestión, por parecerle de porte más majestuoso. Retrocedió éste, y la Reina, advertida de su
engaño por algunos de su séquito, retrocedió también avergonzada; pero el Rey le dijo afablemente:
«No te has equivocado; ése es también Alejandro.» Aunque no me consta la verdad de esta
anécdota, la apunto porque no me parece inverosímil. Si fue así, Alejandro merece mis elogios por
la generosidad que demostró consolando a aquellas mujeres y honrando a su amigo; y si no lo fue,
también es digno de aplauso por haberse hecho acreedor a ser creído capaz de ejecutarlo.
XIII.
Rutas seguidas por los fugitivos.—Movimientos marítimos de la
escuadra persa y de Agis, Rey de Lacedemonia.—Sumisión de Estratón.
Darío huyó durante la noche con escaso acompañamiento; y al día siguiente, recogiendo los
soldados persas y extranjeros que se habían salvado de la batalla, en junto cuatro mil hombres, se
dirigió con la caballería a la ciudad de Tapsaco y al Eúfrates, con ánimo de pasar cuanto antes este
río y dejarlo entre él y Alejandro.
Por otra parte, Amintas, hijo de Antíoco; Timondas, hijo de Mentor; Aristomedes Ferense y el
acarniense Bianor, todos tránsfugas, huyeron por los montes que habían ocupado y llegaron a
Trípoli en Fenicia con unos ocho mil hombres. Allí encontrando en seco las naves que les habían
traído de Lesbos, pusieron a flote las suficientes para la travesía, dejando en el arsenal las restantes
para evitar el ser en ellas perseguidos prontamente, y huyeron a Chipre y de allí a Egipto. Los
naturales de esta región mataron poco después a Amintas, porque andaba en mil maquinaciones.
35
XIV.
Embajada y carta de Darío a Alejandro.—Contestación del vencedor.
Estando aun Alejandro en Maratos, recibió embajadores de Darío, portadores de una carta y
encargados de suplicar verbalmente la libertad de la madre, la mujer y los hijos del Rey persa. Se
refería Darío en su misiva a un tratado de amistad y alianza entre Artajerjes y Filipo; acusaba a éste
de haber roto el primero las hostilidades contra Arsés, hijo de Artajerjes, apenas subió al trono, sin
haber recibido injuria alguna de los Persas; y se quejaba de que desde que él había empezado a
reinar, no se hubiera dignado Alejandro enviarle una embajada para confirmar el antiguo tratado,
antes bien, había entrado en Asia en son de guerra, causando infinitos males a sus súbditos y
obligándole a acudir con las armas a defender su nación y el trono de sus mayores; y añadía, en fin,
que decidida la batalla por la voluntad de los dioses, él, como Rey, se dirigía a otro Rey pidiéndole
la libertad de su madre, su mujer y sus hijos prisioneros, prometiéndole su amistad y alianza, y
suplicándole le enviase al efecto embajadores, que reunidos a los suyos Menisco y Arsima, diesen y
recibiesen mutuas seguridades de la fe jurada.
Alejandro contestó enviando con los embajadores persas a Tersipo, encargado de entregar a
Darío, sin entrar con él en ningún género de contestaciones, una carta, concebida en estos términos:
«Vuestros antepasados, sin ningún ultraje previo, entraron en Macedonia y Grecia y las
devastaron; yo, nombrado generalísimo por los Griegos, he pasado al Asia para vengar sus injurias
y las mías. Porque vosotros auxiliasteis a los Perintios, que habían ofendido a mi padre, y Oco envió
un ejército a la Tracia, provincia sometida a nuestro imperio. Vosotros comprasteis los asesinos del
autor de mis días, y después de muerto os jactasteis de tal hazaña en cartas circuladas por doquiera.
Tú mismo, después de haber asesinado a Arsés y Bagoas y de subir ilegítimamente al trono,
conculcando las lejas de los Persas, has escrito a los Griegos cartas enemigas excitándolos a
levantarse contra mí; tú has tratado de sobornarles con dinero, noblemente rehusado por todos,
menos por los Lacedemonios; tú, en fin, por medio de tus emisarios, has procurado enajenarme mis
amigos y romper la paz estipulada con todos los Helenos. Por eso, autor de tantas injurias, he
venido a combatirte, y después de vencer primero a tus sátrapas y generales y luego a ti con todo tu
ejército, poseo ahora, por el favor del cielo, tus provincias, y tengo a mis órdenes cuantos soldados
tuyos, salvos de la matanza, se acogieron a mí, sirviéndome, no contra su voluntad, sino con gran
36
contentamiento de su alma. Dirígete, pues, a mí, como al señor de toda el Asia. Mas si temes alguna
perfidia, envíame algunos de tus amigos que reciban los juramentos de mi lealtad. Ven, y te
devolveré no sólo tu madre, tu mujer y tus hijos, sino todo cuanto me pides. Por lo demás, cuando
me escribas acuérdate de que te diriges al Soberano del Asia; ten presente que no eres mi igual, y
que al pedirme algo lo haces al señor de todas tus cosas. Si de otro modo obras, lo tomaré por
injuria; y si por el título de rey te apercibes a otro combate, excusas de huir, pues yo habré de
hallarte donde quiera que te encuentres.»
XV.
Alejandro perdona a los embajadores griegos en la corte de
Darío.—Rendición de Biblos y Sidón.—Embajada de los Tirios.
Así escribió Alejandro a Darío. Después, cuando supo que todos los tesoros del Monarca
persa, llevados a Damasco por Cofenes, hijo de Artabaces, con los demás objetos de lujo, y los
guardias encargados de custodiarlos, habían caído en su poder, los dejó en aquella ciudad a cargo
del general Parmenión.
Mandó luego que se le presentasen los embajadores enviados por los Griegos a Darío antes de
la batalla, los cuales supo se hallaban entre los prisioneros. Eran los tales el lacedemonio Euticles,
los tebanos Tesalisco, hijo de Ismenio, y Dionisidoro, vencedor en los Juegos olímpicos, y el
ateniense Ilícrates, hijo del General del mismo nombre. Llegados a su presencia, dio libertad al
instante a Tesalisco y Dionisidoro, aunque Tebanos; o compadecido de la desgracia de su ciudad, o
por encontrar disculpable, dado el terrible castigo impuesto por los Macedonios a su patria, el que
buscasen para ésta y para sí algún auxilio en la corte de los Persas. Acogiéndolos, pues, con
benignidad, despidió a ambos cortésmente; a Tesalisco, por consideración a su familia, que era de
las más ilustres de Tebas, y a Dionisidoro por sus triunfos en el estadio olímpico. Igual conducta
observó con Ifícrates, en atención a la amistad que profesaba a los Atenienses y a la gloriosa
memoria de su padre, reteniéndolo con grande honra a su lado mientras vivió, y enviando después
de muerto sus huesos a Atenas para que fueran entregados a sus parientes. En cuanto a Euticles,
como era Lacedemonio y este pueblo estaba entonces en guerra abierta con Alejandro, y además no
ofrecía personalmente ningún título a su perdón, lo dejó primeramente en calidad de prisionero.
aunque sin cadenas, y después, cuando alcanzó mayores triunfos, le dio también libertad.
De Maratos pasó Alejandro a Biblos, que, lo mismo que Sidón, se le entregó mediante un
tratado, en odio a la dominación de los Persas y Darío. Partió de allí a Tiro, y en el camino se le
presentaron diputados de esta ciudad significándole que los Tirios estaban dispuestos a obedecerle
en cuanto les mandase. Alejandro tributó justos elogios a la ciudad y a su diputación, compuesta de
los principales habitantes, entre ellos el heredero del trono, pues el rey Acelmico navegaba con
Autofradates, y les dijo que volviesen a anunciar a los Tirios que sólo quería entrar en su capital
para ofrecer un sacrificio a Hércules.
XVI.
Digresión sobre el Hércules Tirio.—Petición
de Alejandro a los Tirios.—Su negativa.
Existe, en efecto, en Tiro el templo más antiguo de este dios de que hay memoria entre los
hombres. El Hércules a quien está consagrado no es el Argivo, hijo de Alcmena, pues los Tirios le
adoraban ya muchos siglos antes de que Cadmo saliese de Fenicia para establecerse en Tebas y de
que hubiese nacido su hija Semele, de quien tuvo Júpiter a Baco. Este último fue contemporáneo de
Labdaco, hijo de Polidoro, y ambos nietos de Cadmo, mientras que el Hércules Argivo vivió en los
37
tiempos de Edipo, hijo de Layo. Los Egipcios adoran un Hércules distinto del de los Tirios y los
Griegos; pues, según Heródoto, le incluyen entre los doce dioses mayores, así como los Atenienses
adoran a un Baco, hijo de Júpiter y Proserpina, diferente del Tebano, al cual, y no al de Tebas,
celebran en los misterios bajo el sobrenombre de Bacco. A mí me parece también que el Hércules
venerado por los Íberos en Tarteso, donde existen las columnas de su nombre, es el Tirio y no el
Argivo, pues dicha ciudad fue fundada por los Fenicios, y revelan igual origen la arquitectura del
templo y la ritualidad de sus sacrificios.
Refiere el historiador Hecateo que el Gerión, contra quien envió Euristeo a Hércules para que
le robase las vacas y se las trajese a Micenas, nada tiene que ver con los Íberos, ni menos que para
llevar a cabo su trabajo, bien penoso por cierto, tuviese que ir el héroe de Tebas a ninguna isla Oritia
del Océano, sino a los estados continentales del mencionado Rey, cerca de Ambracia y Anfílocos;
pues me consta que aun hoy día, son excelentes los pastos de aquella tierra, donde se crían
hermosísimos ganados. Euristeo debió hacerse célebre por los que importó del Épiro, no siendo
absurdo el admitir que el Rey de aquellas regiones se llamase Gerión, pero sí el pensar que Euristeo
conociese el nombre del monarca de los Íberos, situados en el último confín de Europa, y excelencia
de las vacas apacentadas en aquellos prados, a no creer que por medio del Rey tebano se lo anunció
Juno a Hércules, disimulando así con el velo de la fábula la inverosimilitud de la narración.
Al Hércules Tirio quería, pues, ofrecer un sacrificio Alejandro; pero cuando los diputados
comunicaron a la ciudad este deseo del Macedonio, los Tirios acordaron acceder a todas sus otras
peticiones, pero no admitir dentro de sus murallas a un solo Griego o Macedonio, pareciéndoles esta
resolución la más discreta en el presente estado de las cosas y la más segura para el resultado
todavía incierto de la guerra. En cuanto Alejandro recibió esta respuesta de los Tirios, despidió
indignado a su diputación y convocó a los amigos, los generales del ejército, los taxiarcas y los
ilarcas, pronunciando una arenga.
XVII.
Arenga de Alejandro a sus soldados.
«Amigos y camaradas, les dijo, no podemos hacer con seguridad una expedición a Egipto
mientras los enemigos sean dueños del mar, ni perseguir a Darío dejando dudosa a Tiro y en poder
suyo a Egipto y a la fecunda Chipre. Muchas consideraciones, pero principalmente la situación de
Grecia, me hacen temer que los Persas, recuperadas las provincias de la costa, dispongan, mientras
nosotros nos dirigimos contra Babilonia y el Gran Rey y una formidable armada para trasladar la
guerra a nuestra patria, precisamente cuando los Lacedemonios son ya enemigos nuestros
declarados y los Atenienses se hallan contenidos más por el temor que les inspiramos que por el
afecto que nos profesan. Pero dueños de Tiro, señores de toda la Fenicia, apoderados de su poderosa
marina, que constituye el núcleo principal de la armada persa, las ventajas estarán de nuestra parte;
los Fenicios no proporcionarán remeros ni soldados a una causa extranjera, siendo nosotros dueños
de sus ciudades; Chipre, o se nos entregará en seguida fácilmente, o la conquistaremos sin dificultad
con nuestra flota, y unidas las escuadras fenicia y macedonia, dominada aquella isla, reyes del mar,
nada más fácil que la expedición a Egipto. Conquistada esta región ni Grecia ni nuestra patria
habrán de inspirarnos cuidados, y rechazados los Persas del mar y de las tierras de aquende el
Eúfrates, podremos marchar a Babilonia con más gloria y confianza.»
38
XVIII.
Sitio de Tiro.
Con este discurso fácilmente les persuadió a atacar a Tiro, y una divinidad pareció aconsejarle
tal empresa, pues aquella noche tuvo un sueño en que creía hallarse combatiendo las murallas
tirianas, y que Hércules le señalaba con la mano la ciudad y le introducía en ella. Sueño que
interpretó Aristandro en el sentido de que la toma de Tiro sería muy penosa, como lo fueron también
los trabajos de Alcides. Y a la verdad, su asedio ofrecía desde luego grandes dificultades, pues la
ciudad formaba una isla defendida en todas partes por altísimas murallas, y su marina era en aquel
entonces muy poderosa, ya por las muchas naves de que los Tirios disponían, ya por el apoyo de los
Persas, señores a la sazón de aquellas aguas.
Para vencer tales obstáculos determinó Alejandro construir un terraplén desde el continente a
la ciudad. El mar en aquella parte era cenagoso, muy poco profundo cerca de tierra firme, y en lo
tocante a la isla donde estaba más hondo, mediría a lo sumo tres orgias de profundidad. Además
abundaban por allí piedras, y no escaseaban troncos para sostenerlas, clavándose perfectamente las
estacas, en el cieno, y sirviendo éste como de cimiento y argamasa a la construcción. Los
Macedonios trabajaban con ardor grandísimo, no menor que el de Alejandro, que presenciándolo y
dirigiéndolo todo, estimulaba a unos con palabras, a otros con dinero, animándolos en lo más duro
de la faena. Mientras trabajaban cerca del continente, la obra adelantaba sin dificultad, pues además
de ser el mar poco profundo, nadie les hostilizaba; pero cuando llegaron a sitios más hondos y se
acercaron a los altos muros de la ciudad, sufrieron mucho, porque desde ellos les lanzaba el
enemigo una nube de flechas, tanto más mortíferas, cuanto que estaban mejor preparados para
trabajar que para combatir. Además los Tirios, dueños todavía del mar, se les acercaban por diversos
lados en sus trirremes, y dificultaban sobremanera la construcción. Entonces idearon los
Macedonios poner sobre la parte del terraplén más avanzada hacia el mar dos torres de madera
provistas de las oportunas maquinas, y cubiertas de cueros para que no pudieran ser incendiadas por
los combustibles lanzados desde la ciudad; con el doble objeto de poner a cubierto a los
trabajadores, y de contener a poca costa, hostilizándolas desde las torres, las naves tirias que se
acercasen a interrumpir su labor.
XIX.
Continuación del sitio de Tiro.—Expedición a Sidón.
Los Tirios a su vez idearon lo siguiente. Llenaron de sarmientos secos y de otras maderas
fácilmente combustibles una nave de las destinadas a trasportar caballerías, y colocaron en su proa
dos mástiles forrados de una gruesa capa de teas y fajinas llenas de pez, azufre y otras materias
igualmente inflamables, poniendo además en cada uno de ambos palos dos antenas, de las que
colgaban braseros repletos de sustancias incendiarias, y cargando todo el lastre en la popa, para que,
inclinada la nave a esta parte por la desigualdad de peso, se levantase mucho más por la de la proa.
Así dispuesto, aprovechando un viento que soplaba hacia el terraplén, echaron al mar el brulote
llevado por dos trirremes, y al acercarse a las torres, después de haber dado fuego a los
combustibles, lo lanzaron de proa con toda la fuerza posible sobre las construcciones macedonias,
salvándose fácilmente a nado los tripulantes de la nave incendiada. En tanto empezaban las torres a
ser pasto de las llamas, las antenas rotas vertían por de quiera los materiales alimentadores del
incendio; los Tirios, acercando al terraplén sus trirremes, disparaban sobre las torres para impedir
que fuesen socorridas; y los habitantes de la ciudad, viéndolas arder en calma, acudieron en botes
por todas partes al terraplén, derribando sin dificultad la empalizada que lo sostenía, e incendiaron
las máquinas que las llamas del brulote no habían alcanzado.
39
Alejandro mandó principiar un muelle más ancho que pudiese contener más torres, y ordenó a
los ingenieros la construcción de nuevas máquinas; y mientras se cumplían sus mandatos, marchó a
Sidón con los hipaspistas y Agrianos para recoger todas las naves que tenía en aquel punto,
pareciéndole muy difícil tomar a Tiro siendo los sitiados dueños del mar.
XX.
Refuerzos recibidos por Alejandro.—Expedición a la Arabia.
—Continuación del sitio de Tiro.—Preliminares del ataque.
En tanto, Geróstrato y Enilo, reyes de Arados y Biblos respectivamente, sabedores de que sus
ciudades habían sido tomadas por Alejandro, abandonaron a Autofradates y sus galeras, y se
reunieron cada uno con las suyas al Macedonio, que con los trirremes allegados de Sidón llegó a
tener cerca de ochenta naves fenicias. En aquellos días se le agregaron también varios trirremes de
Rodas, entre ellos el llamado Perípola, tres de Soles y de Malo, diez de Licia y una nave de
cincuenta remos de Macedonia, mandada por el hijo de Andrónico, Proteas. Poco después los reyes
de Chipre, noticiosos del desastre de Iso, y atemorizados por la conquista de Fenicia, llegaron a
Sidón con unas ciento veinte velas, siendo perdonados por Alejandro, en atención a que al
incorporarse a la flota persa obraron más por necesidad que voluntariamente.
Mientras se construían las máquinas y se aparejaban las embarcaciones para la navegación y
la guerra, Alejandro, con algunos escuadrones de caballería, los hipaspistas, los Agrianos y los
arqueros, hizo una expedición a la Arabia hacia el monte llamado Antilíbano; y dueño de aquella
región, en parte por la fuerza, en parte mediante tratados, regresó a los diez días a Sidón, donde
encontró a Oleandro, hijo de Polemócrates, de vuelta del Peloponeso, y con él cuatro mil Griegos
mercenarios.
Dispuesta ya la flota, embarcó los hipaspistas que lo parecieren más aptos para un golpe de
mano si llegaba a verificarse el abordaje, y zarpó de Sidón con rumbo a Tiro, llevando sus naves en
orden de batalla. Él mandaba el ala derecha, que se extendía hacia alta mar, acompañándole los
Reyes de Chipre y los de Fenicia, excepto Pritágoras, que con Crátero tenía toda la izquierda. Los
Tirios se habían propuesto al principio aceptar la batalla si Alejandro se la presentaba por mar; pero
cuando le vieron llegar con tan inesperado número de naves, pues ignoraban que se le habían
agregado todas las chipriotas y fenicias, y tomar formidables posiciones las velas enemigas, que
estacionadas en alta mar, poco antes de aproximarse a la isla, viendo que no les salían al encuentro
las tirianas, maniobraban rápidamente en correcta formación, decidieron abstenerse del combate y
se limitaron a cerrar con gran número de trirremes las bocas de sus puertos, para impedir la entrada
de los enemigos.
Alejandro, viendo que los Tirios se mantenían a la defensiva, se acercó más a la ciudad; pero
desconfiando de forzar la entrada del puerto que mira a Sidón, tanto por ser muy angosta, como por
hallarse defendida por muchas galeras cuya proa le amenazaba, se contentó con echar a pique tres
naves de las más avanzadas, cuyos tripulantes se salvaron fácilmente a nado en la isla, que estaba a
su favor, y se retiró después con su armada a la costa, cerca del muelle que había construido para
estar al abrigo de los vientos. Al día siguiente envió con Andrómaco los bajeles chipriotas al puerto
que mira a Sidón, mandándoles asediar la ciudad por aquella parte, y colocó los fenicios al otro lado
del muelle que cae hacia Egipto, donde también tenía su tienda.
40
XXI.
Continuación del sitio de Tiro.—Combate naval.
En tanto, los infinitos obreros allegados de Chipre y Fenicia habían construido muchísimas
máquinas, de las cuales unas habían sido colocadas sobre el muelle, otras en las naves de trasportar
caballos traídas de Sidón, y otras en trirremes todavía más pesados; y una vez dispuesto todo, las
arrastraron sobre el terraplén al sitio conveniente, o las llevaron en los navíos que se acercaban a la
ciudad por varios puntos y reconocían las murallas. En lo mas alto de éstas, frente al muelle, habían
colocado los Tirios torres de madera, desde las cuales se defendían, lanzando sobre las máquinas
que se acercaban y sobre las mismas naves una lluvia de dardos y de materias inflamadas, para
impedir a los Macedonios aproximarse a los muros, que en aquella parte tenían sus ciento cincuenta
pies de altura con la anchura proporcionada, y estaban hechos de grandes piedras unidas con yeso.
Las naves de conducir caballos y los trirremes macedonios encargados de trasportar las
máquinas, no podían tampoco acercarse a la ciudad por impedírselo la gran cantidad de peñas que
los Tirios habían tenido la precaución de echar al mar. Así es que Alejandro tuvo que adoptar
medidas para su extracción, cosa extremadamente difícil, ya porque las naves no ofrecían un punto
de apoyo fijo, como la tierra, ya porque los Tirios, adelantándose a favor de unas embarcaciones
cubiertas, llegaban hasta las áncoras de los trirremes, cortaban sus cables y les quitaban los medios
de atracar; y aunque el Macedonio cubrió de igual manera muchos triacóntoros dispuestos
oblicuamente para defender las áncoras de los ataques de los Tirios, no consiguió su objeto, porque
los buzos, deslizándose entre dos aguas, cortaban las maromas sin dificultad, hasta que para
impedirlo echaron los Macedonios sus anclas con cadenas de hierro. Sólo entonces pudieron sacar
desde el muelle, por medio de cables, los trozos de rocas amontonados en el mar, que las máquinas
levantaban en alto y arrojaban a donde no pudieran molestarles, y una vez limpio aquel paraje, fue
ya fácil el acceso a la Ciudad.
Al verse tan apretados, resolvieron los Tirios atacar las naves chipriotas que amenazaban por
el lado que mira hacia Sidón; y al efecto, cubriendo con sus velas la entrada del puerto para impedir
que los enemigos viesen el embarque de tropas, a la hora del mediodía, cuando los marinos andaban
dispersos ocupados en sus faenas y Alejandro se había trasladado desde la escuadra a su tienda,
situada al otro lado de la ciudad, dispusieron tres navíos de cinco órdenes de remos, otros tantos de
cuatro y siete trirremes, tripulados por sus soldados mejor armados, de probado valor en las batallas
navales y más aptos para un abordaje, y salieron del puerto deslizándose lenta y silenciosamente;
pero al llegar al sitio donde podían verlos los Chipriotas, levantando un gran clamor y excitándose
mutuamente con sus gritos, se lanzaron hacia los enemigos a toda fuerza de remos.
XXII.
Continuación del combate naval y victoria de Alejandro.
Casualmente aquel día Alejandro, que se había retirado a su tienda, se detuvo en ella menos
de lo acostumbrado y regresó muy pronto a sus bajeles. En tanto los Tirios, cayendo de improviso
sobre las naves estacionadas, que estaban unas casi sin gente, otras mal preparadas, entre la
confusión y gritería echaron a pique en el primer choque el quinquerreme del rey Pnitágoras, el de
Androcles, hijo de Amatusio, y el de Pasícrates de Turieo, rechazando las restantes a la costa.
En cuanto supo Alejandro la excursión de los trirremes tirios, envió cuantos pudo reunir a su
alrededor, dispuestos tal cual se encontraban, a las bocas del puerto, para cerrar la salida a los
restantes; y él con los quinquerremes que tenía y unos cinco trirremes armados a toda prisa, dio
vuelta a la ciudad para encontrarse con los Tirios salidos del puerto. Los habitantes, que observaron
desde la muralla el movimiento de Alejandro y que le vieron mandando las naves en persona,
gritaron a los suyos que volviesen, y no pudiendo ser oídos por el tumulto y vocería del combate, se
41
XXIII.
Ataque y ocupación de las murallas.
A los tres días, aprovechando la tranquilidad del mar y después de exhortar al combate a los
jefes de sus tropas, se acercó de nuevo a la ciudad con sus bajeles cargados de máquinas, derribando
en el primer empuje una gran parte de la muralla, y mandando retirarse, cuando le pareció bastante
ancha la brecha, las naves portadoras de las máquinas, y traer para pasar sobre las ruinas otras dos
armadas de puentes, ocupadas, una por los hipaspistas con Admeto a la cabeza, otra por Ceno con
las compañías de los llamados Amigos de a pie; proponiéndose él mismo penetrar con los primeros
en cuanto hubiese lugar. Dispuso también que los trirremes se adelantasen hacia ambos puertos para
apoderarse de ellos cuando los Tirios acudiesen a las murallas, y que las restantes embarcaciones,
provistas de armas arrojadizas y de arqueros, diesen vuelta a los muros, con orden de atacarlos
donde fuese posible, o de mantenerse a lo menos a tiro de flecha, para que los Tirios, amagados por
todas partes, no supiesen adonde acudir en tan terrible duda.
En tanto, llegadas las naves y tendidos los puentes sobre el muro, los hipaspistas subieron por
ellos denodadamente. A su cabeza hizo Admeto prodigios de valor; siguióle Alejandro, ganoso de
presenciar las hazañas de los suyos, y afrontando impávido el peligro, apoderáronse de aquella parte
de la muralla, desalojando sin dificultad a los Tirios, que no pudieron resistir a los Macedonios
desde que éstos pelearon a pie firme y sin las desventajas de la posición. Admeto, primer asaltante
del muro, murió herido de una lanza, mientras animaba a sus soldados a seguirle; Alejandro
consiguió abrirse paso con los Amigos; apoderóse de algunas torres y de los lienzos intermedios de
la muralla, y se encaminó al real Palacio a lo largo de las almenas, por ser éste el camino más fácil
para bajar a la ciudad.
XXIV.
Toma de los puertos y de la ciudad.
Las naves fenicias atacaron en tanto el puerto que mira a Egipto; rompieron las barreras;
echaron a pique las embarcaciones que estaban dentro; rechazaron las más alejadas de la orilla;
estrellaron otras contra la costa, mientras los Chipriotas, penetrando en el puerto del lado de Sidón,
que encontraron abierto, se apoderaban al punto de aquella parte de la ciudad. Los sitiados, viendo
al enemigo dueño de la muralla, la abandonaron y se refugiaron en el Agenorio, desde donde
hicieron frente a los Macedonios. Alejandro los atacó con los hipaspistas; mató los que le resistían,
y persiguió los fugitivos. La carnicería fue allí espantosa; pues la ciudad estaba ya tomada desde el
puerto, e invadida por Ceno y sus soldados, y los Macedonios a nadie perdonaban, furiosos por las
42
molestias del larguísimo asedio23 y por la triste suerte de algunos compañeros que, cogidos por los
Tirios de vuelta de Sidón, habían sido muertos en lo alto de la muralla y arrojados al mar a
presencia de todo el ejército. Cerca de ocho mil Tirios perecieron en esta jornada; Alejandro perdió
a Admeto, muerto heroicamente al asaltar el primero de todos la muralla, y con él veinte
hipaspistas; y unos cuatrocientos durante todo el cerco.
Alejandro perdonó a los refugiados en el templo de Hércules, entre los cuales estaban los
Tirios principales, el rey Azemilco y algunos Cartagineses que, según antigua costumbre, habían
venido a sacrificar a Hércules en la metrópoli. Los demás prisioneros, tanto Tirios como
extranjeros, hasta el número de treinta mil, fueron vendidos como esclavos.
Después ofreció Alejandro un sacrificio a Hércules, en el cual llevaron la pompa religiosa el
ejército y la armada; celebró en su templo juegos gímnicos y carreras de antorchas; colocó en él la
máquina que había demolido el muro, y consagró al dios la nave cogida a los Tirios, con una
inscripción que, hiciérala él u otro cualquiera, es tan poco digna de memoria que no he querido
transcribirla.
Así fue tomada la ciudad de Tiro, en el mes Hecatombeón 24, siendo arconte de Atenas
Aniceto.
XXV.
Nuevas proposiciones de Darío rechazadas
por Alejandro.―Conquista de la Palestina.
Cuando aun estaba Alejandro ocupado en el sitio de Tiro, le envió Darío una embajada,
prometiéndole diez mil talentos por la libertad de su madre, de su mujer y de sus hijos, y todas las
provincias situadas entre el Eúfrates y el mar Egeo; añadiendo que si aceptaba la mano de su hija,
podría contar con su amistad y alianza. Refiérese a este propósito, que habiendo explicado
Alejandro en una reunión a sus amigos las proposiciones del Rey persa, dijo Parmenión: «Si yo
fuese Alejandro, aceptaría esas condiciones, y daría fin a la guerra.» Y que le replicó el Rey: «Si yo
fuese Parmenión también las aceptaría; pero como soy Alejandro, debo dar a Darío una respuesta
digna de mi nombre.» Y respondió en efecto: «No necesito los tesoros de Darío; no quiero en vez de
todo una parte de su Imperio. Mías son todas sus riquezas; mías todas sus provincias. Si me place
casarme con su hija, lo haré aun contra su voluntad. Mas si desea experimentar mi generosidad, que
acuda a mí sin cuidado.»
Darío, al conocer esta respuesta, desesperó de todo arreglo y se aprestó de nuevo a la guerra.
Alejandro determinó hacer una expedición a Egipto. Antes se había apoderado de las ciudades
de la Siria, llamada Palestina, excepto de Gaza, a cuyo frente estaba el eunuco Batis, que habiendo
tomado a sueldo muchos soldados árabes y recogido las vituallas suficientes para sostener un largo
asedio, fiado en la posición de la ciudad, que parecía inexpugnable, estaba resuelto a no entregarla a
Alejandro; pero éste a su vez, estaba decidido a tomarla.
XXVI.
Sitio de Gaza.
Gaza dista unos veinte estadios del mar, cuyo fondo es muy cenagoso cerca de la ciudad, a la
cual se llega por arenales intransitables de puro profundos. Es plaza muy grande, situada sobre un
alto monte y ceñida de fortísimos muros, y posición importante, pues ocupa la entrada del Desierto
y es la última que se encuentra yendo de Fenicia a Egipto.
23 Duró siete meses.
24 Correspondía próximamente a nuestro julio.
43
En cuanto llegó Alejandro a sus inmediaciones, acampó en el sitio que le pareció más a
propósito para atacar la muralla, mandando colocar en él las máquinas; y aunque los ingenieros le
manifestaron que les parecía imposible forzar el muro, dada su considerable elevación, les contestó
que las mismas difícultades de la empresa le hacían tomar con más empeño su realización, pues así
como tan inesperada conquista llenaría a sus amigos de terror, el no llevarla a cabo le deshonraría a
los ojos de los Griegos y Darío.
Mandó, pues, construir alrededor de la ciudad un terraplén de altura suficiente, para que
puestas sobre el las máquinas, igualasen a los muros en elevación, principiando los trabajos por la
parte del Mediodía, desde donde las murallas parecían más fáciles de batir; y concluida la obra, hizo
colocar sobre ella las máquinas y se dispuso a hacerlas funcionar.
Entonces sucedió que, estando Alejandro, ceñidas las sienes con una corona, principiando un
sacrificio, según los ritos de su patria, un ave de presa, revoloteando sobre el altar, dejó caer sobre
la cabeza del Príncipe una piedra que llevaba entre las uñas. Consultando al adivino Aristandro
sobre el sentido de este auspicio, respondió: «Tomarás, oh Rey, la ciudad; pero guárdate en ese día.»
XXVII.
Toma de Gaza.
En vista de este oráculo, se detuvo algún tiempo detrás de las máquinas, fuera del alcance de
los dardos; pero habiendo hecho los Árabes una salida de la ciudad, incendiando las máquinas e
hiriendo a favor de la altura a los Macedonios que las custodiaban, hasta desalojarlos del terraplén,
Alejandro, o despreciando el vaticinio u olvidándole, se puso al frente de los hipaspistas y acudió en
auxilio de los suyos donde se veían más apretados, conteniendo su fuga vergonzosa. Mas un dardo
arrojado por una catapulta atravesó su escudo y su coraza, y le hirió en un hombro, con lo cual vio
cumplida la predicción de Aristandro. Esto, sin embargo, le causó alegría, pues le aseguraba
también la toma de la ciudad.
Le costó mucho curarse aquella herida. En tanto, llegadas por mar las máquinas empleadas en
el asedio de Tiro, mandó rodear toda la ciudad de un terraplén de unos dos estadios de anchura por
doscientos cincuenta pies de elevación, sobre el cual puso las máquinas, aplicándolas a la
demolición de la muralla. Cuarteóse un gran lienzo de ésta, y faltos de cimientos por las minas y
excavaciones secretas practicadas por los sitiadores, se desplomaron los muros. Los Macedonios
asaeteaban de lejos a los sitiados, que se defendían desesperadamente desde las torres, resistiendo
tres acometidas, no sin gran número de muertos y heridos; hasta que a la cuarta, Alejandro les atacó
con toda la falange, y derruyendo en partes el muro socavado y en partes quebrantándolo con las
máquinas, pudo fácilmente aplicar las escalas a las ruinas. Hubo entonces entre los Macedonios una
noble contienda sobre quién había de ser el primero en el asalto. El eácida Neoptolemo, uno de los
Amigos, se adelantó a todos, siguiéndole otros Generales con sus tropas. Algunos de los que
penetraron intramuros, abrieron las puertas primeras que encontraron, dando entrada a todos los
demás.
Los Gazenses, después de tomada la ciudad, hicieron frente al enemigo, y todos murieron en
su puesto peleando. Alejandro redujo a la esclavitud a sus mujeres y sus hijos, y pobló la ciudad con
una colonia traída de los pueblos comarcanos, utilizándola como plaza fuerte en la campaña.
44
LIBRO TERCERO
I.
Expedición a Egipto.—Sumisión de todas
sus ciudades.—Fundación de Alejandría.
Alejandro, según su proyecto, partió de Gaza a Egipto, llegando al cabo de siete días a
Pelusio, ciudad de aquella región, en cuyo puerto encontró algunas naves de su armada, que le había
seguido a lo largo de la costa.
El persa Mazaces, sátrapa de Egipto por nombramiento del Gran Rey, noticioso de la batalla
de Iso, de la vergonzosa fuga de su Señor, y de que la Fenicia, la Siria y gran parte de la Arabia eran
de los Macedonios, no teniendo además ejército persa que oponerles, recibió amistosamente a
Alejandro en su provincia y ciudades. Puso éste una guarnición en Pelusio; mandó a las naves
remontar el río hasta Menfis, y dejando el Nilo a la derecha, encaminóse a Heliópolis, a donde llegó
a través del desierto, después de entregársele todas las poblaciones del camino. De allí, atravesando
el río, pasó a Menfis, ofreció sacrificios a Apis y a los demás dioses, y celebró juegos gímnicos y
músicos, a los cuales concurrieron los mejores artistas de la Grecia.
De Menfis bajó por el Nilo hasta el mar; embarcóse con los hipaspistas, los arqueros, los
Agrianos y el escuadrón Real de los Amigos; pasó a Canope; dio vuelta al lago Mareotis y llegó al
lugar donde ahora está Alejandría, así llamada del nombre de su fundador. El sitio le pareció
excelente para edificar una ciudad, cuya futura opulencia presentía. Deseoso de comenzar la obra,
señaló él mismo los principales puntos, como el lugar donde habían de construirse el Ágora, los
emplazamientos de los templos consagrados a los dioses griegos y a la Isis egipcia, y el perímetro
que la muralla había de seguir, obteniendo en los sacrificios ofrecidos con este objeto los más
favorables augurios.
II.
Agüero favorable a Alejandría.—Noticias de Grecía.
Cuéntase con este motivo un suceso que no me parece inverosímil. Queriendo Alejandro dejar
señalados los puntos por donde había de pasar la muralla, y no teniendo a mano los obreros ninguna
cosa a propósito para obedecerle, ocuriósele a uno de ellos valerse de la harina que los soldados
llevaban en los sacos de provisiones, marcando con ella los lugares que el Rey iba indicando, y
trazándose de esta suerte el perímetro fortificable. Entonces los adivinos, y particularmente el
telmisense Timandro, muchas de cuyas predicciones se habían visto confirmadas, dijeron a
Alejandro que aquella ciudad abundaría en toda clase de bienes, y en especial en frutos naturales.
En esto llegó Hegeloco con sus bajeles y dio al Rey las siguientes noticias: que los
Tenedenses se habían pasado a su partido, dejando el de los Persas, en el cual habían estado contra
su gusto; que el pueblo de Quíos se había sublevado contra los Gobernadores impuestos por
Autofradates y Farnabaces, apresando a éste en su propia ciudad y a Aristónico, tirano de
Metimnea, que ignorando que el puerto no era ya de los Persas, penetró en él con cinco naves
piratas, engañado por los centinelas de la entrada, que le aseguraron estaba ya dentro la escuadra de
Farnabaces; que todos los piratas habían sido muertos; que traía prisioneros a Aristónico,
Apolónides de Quíos, Fisino, Megareo y otros autores y sostenedores de la defección de los
Quiotas, y violentos tiranos de la isla; que había quitado a Cares la ciudad de Mitilene, y que se le
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habían entregado las demás de Lesbos; que enviado Anfótero con cincuenta navíos a Cos, había
sido bien acogido por los habitantes, y estaba en posesión de la misma cuando él le visitó a su paso;
y, en fin, que traía todos los cautivos, excepto Farnabaces, que se había evadido de Cos, burlando la
vigilancia de sus guardias.
Alejandro envió a las ciudades respectivas, haciéndolas arbitras de su suerte, todos los tiranos,
excepto Apolónides y sus cómplices, que con muy buena guardia fueron llevados a Elefantis, ciudad
de Egipto.
III.
Viaje al templo de Ammón.―Prodigios que en él ocurrieron.
Después quiso Alejandro visitar el templo de Ammón en Libia, para consultar su oráculo, que
pasaba por infalible y al cual habían acudido también Perseo y Hércules; aquel enviado por
Polidectes contra la Górgona; éste al marchar a Libia contra Anteo y a Egipto contra Busiris.
Alejandro pretendía rivalizar en gloria con estos héroes, de quienes descendía, y atribuir su
nacimiento a Ammón, ya que las fábulas atribuían a Júpiter la paternidad de Hércules y Perseo. Con
el intento, pues, de conocer su destino o de dar a entender por lo menos que lo conocía, partió para
aquel templo.
Los primeros mil seiscientos estadios hasta Paretonio los hizo a lo largo de la costa, por una
soledad no enteramente desprovista de agua, al decir de Aristobulo; y de allí, internándose en el
desierto, se dirigió al oráculo a través de profundos arenales completamente secos, en los cuales
hubiera sufrido los horrores de la sed, sin una copiosísima lluvia que fue considerada como prodigio
del cielo, así como lo siguiente: siempre que sopla en aquella región el viento del Mediodía,
remueve tan inmensa cantidad de arena, que borra todas las señales del camino. Montes, árboles,
colinas, todo desaparece bajo los furiosos torbellinos; el Desierto presenta el aspecto de un piélago
proceloso en el cual el viajero, más infeliz que el piloto, ni siquiera tiene en los astros un medio de
reconocer su ruta. Alejandro y los suyos vagaban por aquellas soledades víctimas de este accidente,
cuando, según refiere Tolomeo, hijo de Lago, dos dragones lanzando gritos se pusieron a la cabeza
del ejército; el Príncipe, confiado en aquel aviso del cielo, siguió el derrotero que marcaban, y con
tales guías pudo ir y regresar del templo. Aristobulo y con él los más de los historiadores dicen que
los conductores del ejército fueron dos cuervos que les precedían volando. Yo creo que Alejandro
no pudo terminar su viaje sino por un prodigio; pero no es posible determinar cuál fuera éste, por la
diversidad de los relatos.
IV.
Descripción del templo de Ammón.—
Consulta al oráculo.—Regreso a Egipto.
El templo de Ammón se levanta en un oasis rodeado por todas partes de desiertos y áridas
arenas. En medio de este oasis, que es muy pequeño, pues en lo más ancho tendrá cuarenta estadios
a lo sumo, hay un hermoso plantel de árboles frutales, olivos y palmeras, único punto verde en
aquellas vastas soledades. Brota en él una fuente, en nada parecida a las demás. Sus aguas, casi
heladas al mediodía, se calientan cuando empieza a bajar el sol; continúan aumentando de
temperatura hasta media noche, en que son casi hirvientes; comienzan después poco a poco a
refrescarse; están ya frías a la aurora, y al mediodía otra vez glaciales; experimentando diariamente
estas alternativas. Críase también espontáneamente en aquel suelo una sal fósil que los sacerdotes
de Ammón suelen llevar a Egipto en cestitas de palma para regalar al Rey o a otros personajes de la
corte, y se la encuentra en trozos largos, algunos de más de tres dedos, con la transparencia del
46
cristal. Los Egipcios la emplean en los sacrificios y demás ceremonias religiosas, por ser más pura
que la marina25.
Alejandro admiróse al aspecto de aquellos lugares, consultó el oráculo, y obtenida, según dijo,
una respuesta favorable, regresó a Egipto por el mismo camino, al decir de Aristobulo; o, según
Tolomeo, por la vía de Menfis, que era la más derecha.
V.
Embajadas griegas.—Disposiciones
políticas y administrativas sobre el Egipto.
En Menfis recibió muchas diputaciones griegas, que obtuvieron cuanto deseaban; acreció sus
tropas con cuatrocientos mercenarios griegos, ajustados por Antípatro y mandados por Ménidas,
hijo de Hegesandro, y unos quinientos caballos de la Tracia, a las órdenes de Asclepiodoro, hijo de
Eunico; ofreció un sacrificio a Júpiter, en el cual llevó la pompa religiosa con todo el ejército
armado, y celebró juegos gímnicos y músicos.
Dedicándose después al arreglo del Egipto, nombró gobernadores de aquella región a dos
naturales de la misma, llamados Doloaspis y Petisis; pero no habiendo aceptado aquél, quedó éste
encargado de todo el gobierno. Pantaleón de Pidna y Polemón de Pela, hijo de Mégacles, ambos del
escuadrón de Amigos, quedaron respectivamente con tropas bastantes Menfis y Pelusio: el mando
de los extranjeros fue confiado al etolio Lícidas, agregándosele para la contabilidad Eugnosto, hijo
de Jenofonte, también de los Amigos; Esquilo, y el calcidense Efipo fueron nombrados inspectores;
Apolonio, hijo de Carino, gobernador de la Libia finítima, y el naucracio Cleómenes de la Arabia
que cae hacia la ciudad de Heroun, con orden de no alterar las antiguas leyes para el cobro de
impuestos, que, recaudados por los principales del país, deberían pasar de seguida a su poder. El
mando de las tropas dejadas en Egipto fue encomendado a Peucestas, hijo de Macartato, y a
Bálacro, que lo era de Amintas, y el de la flota a Polemón, hijo de Terámenes. Para cubrir la plaza
que en la guardia personal del Príncipe dejó Arribas, muerto de enfermedad, fue designado Leonato,
hijo de Onaso; para la vacante que quedó al fallecimiento de Antíoco, jefe de los arqueros, el
cretense Ombrión, y Calano para la comandancia de la infantería de los aliados, cargo que dejaba
Bálacro al quedarse en Egipto.
Esta división del Egipto entre muchos jefes, se dice que la hizo Alejandro asombrado de la
riqueza y fuerzas del país, cuyo gobierno creía poco seguro dejar en manos de uno solo. Los
Romanos, a mi parecer, han imitado esta conducta al encomendar, no a un senador, sino a un
individuo del orden ecuestre, el mando de tan importante provincia.
VI.
Regreso a Tiro.―Marcha hacia el Eúfrates.―Llamada,
defección y vuelta de Harpalo.—Promociones civiles y militares.
VII.
Paso del Eúfrates y del Tigris.—Eclipse de luna.—Marcha por la Asiria.
reales prosiguió su marcha por la Aturia, con los montes Gordieos a la izquierda y a la derecha el
Tigris; y cuatro días después de haber atravesado este río, supo por sus batidores que la caballería
persa, cuyo número no podía precisarse, se había acampado en un llano. Avanzó, pues, en orden de
batalla, pero nuevos exploradores volvieron a rienda suelta, asegurándole que no pasaban de mil
caballos las fuerzas enemigas.
VIII.
Derrota de un destacamento de caballería persa.—Ejército de Darío.
En vista de esto, se dirigió precipitadamente contra ellos al frente del escuadrón real, de uno
de los Amigos y de la vanguardia de los Peones, mandando que el resto de la fuerza le siguiese a
paso lento. Los Persas, viendo que los Macedonios se les venían encima, huyeron a la desbandada.
Alejandro los persiguió activamente, escapándosele muchos y muriendo algunos a sus manos; otros,
no obedecidos por sus caballos en la fuga, cayeron vivos con sus monturas en poder del enemigo, y
por ellos se supo que Darío se hallaba cerca con numeroso ejército.
Habían acudido, en efecto, en auxilio del Rey persa los Indios lindantes con la Bactriana, los
mismos Bactrianos y Sogdianos, todos a las órdenes de su sátrapa Beso; los Sacas, familia de los
Escitas asiáticos, independientes, pero aliados de Darío, todos arqueros de caballería mandados por
Mavaces; Barsaentes, sátrapa de los Aracotos, con éstos y los Indios llamados montañeses;
Satibarzanes, sátrapa del Aria, con los Arios; Fratafernes, con la caballería de los Partos, Hircanios
y Tapuros; Atropates, con los Medos, los Cadusios, Albanos y Sacesinas; los habitantes de las costas
del mar Rojo, mandados por Ocondobates, Ariobarzanes y Orxines; los Uxios y Susianos, por
Oxatro, hijo de Abulitas; los Babilonios, Sitacenos y Garios anaspastos27, por Buparo; los Armenios,
por Orontes y Mitraustes; los Capadocios por Ariaces; y los Celesirios y Sirios mesopotámicos por
Mazeo, componiéndose todo el ejército persa de unos cuarenta mil caballos, cerca de un millón de
infantes, doscientos carros falcados y pocos elefantes, pues sólo había unos quince traídos de las
comarcas aquende el Indo.
Darío acampó con estas tropas en Gaugamela, junto al río Bumodo, a unos seiscientos
estadios de la ciudad de Arbelas, en un llano completamente raso. Las desigualdades que hubieran
podido impedir las maniobras de los carros y de la caballería, habían sido allanadas mucho antes
por los Persas; pues los cortesanos atribuyeron la derrota de Iso a las angosturas del terreno, lo que
sin dificultad creyó Darío.
IX.
Preparativos de Alejandro y Darío para la batalla de
Arbela.—Consejo de Parmenión.—Arenga de Alejandro.
Enterado de estas disposiciones por los exploradores cogidos a los Persas, se detuvo
Alejandro cuatro días en el mismo sitio en que las supo, dando a sus tropas descanso de las fatigas
del camino y fortificando su campamento con fosos y vallados. Había determinado, en efecto, dejar
en él la impedimenta y todos los soldados inútiles, y llevar al combate sólo los útiles, sin más
equipaje que sus armas. Salió, pues, de los reales hacia la segunda vigilia de la noche, para
emprender la batalla así que amaneciese. Darío, a su vez, en cuanto supo que se acercaba el
enemigo, apercibióse al combate; también Alejandro traía sus fuerzas en orden de batalla. Ambos
ejércitos se hallaban ya a distancia como de sesenta estadios, pero aun no se veían por la
interposición de unas alturas.
Al llegar a unos treinta estadios del campamento persa, coronadas ya las referidas alturas por
el ejército a vista de los Bárbaros, mandó Alejandro hacer alto a la falange, y reuniendo los Amigos,
los Estrategas, los Ilarcas y los jefes de las tropas de los aliados y de los mercenarios extranjeros, les
consultó sobre si convendría lanzar desde luego la falange sobre el enemigo, como opinaban los
más, o bien, según el acertado sentir de Parmenión, acampar en aquel sitio, reconocer
municiosamente todas las cercanías, y las hoyas y abrojos 28 ocultos que en ellos pudiera haber, y
enterarse con el mayor cuidado del orden y colocación del enemigo. Prevaleció el parecer de
Parmenión, y el ejército acampó formado en batalla.
Después Alejandro con los psilites y la caballería de los Amigos dio vuelta a todos los lugares
donde había de empeñarse la batalla. De regreso, convocando de nuevo a los jefes de sus tropas, les
arengó de la manera siguiente:
«No necesito estimularos al combate; vuestro probado valor e infinitas proezas son el mejor
estimulo; sólo os ruego digáis cada uno a los soldados de las loquias, ilarquías, taxiarquías 29 y
secciones de falange de vuestro mando que no se trata ahora de conquistar la Celesiria, la Fenicia o
el Egipto, sino toda el Asia, decidiéndose en este combate a quién ha de adjudicarse su imperio.
Estas breves palabras bastan para animar a héroes experimentados. Procurad que conserven en la
batalla el puesto señalado; que guarden profundo silencio mientras necesario sea; levanten la voz
cuando las circunstancias lo exijan, y lancen tremendo clamor en el decisivo momento. Oid
vosotros mis órdenes y trasmitidlas al punto a vuestas fuerzas; y tened presente que en esta grande
empresa la victoria o el vencimiento dependen del cuidado o de la negligencia de todos y cada uno
vosotros.»
X.
Nuevo consejo de Parmenión rechazado.
Después de arengar a los jetes con estas y otras breves y semejantes palabras, y de recibir de
ellos completas seguridades de que podía confiar en su valor, hizo alimentarse y descansar a los
soldados.
Dicen algunos que Parmenión se llegó a su tienda y le aconsejó que atacase a los Persas de
noche, pues cogiéndoles desprevenidos y desordenados la acometida sería más temerosa en la
oscuridad; pero que el Príncipe le contestó, según oyeron otros circunstantes, que él no tenía por
honrosa ninguna victoria furtiva, pues Alejandro había de vencer a las claras y sin engaño alguno;
respuesta atribuida por los más no a arrogancia, sino a noble heroísmo, y que, a mi parecer, fue
prudentísima. Porque aparte de que durante la noche suelen acaecer, tanto a los preparados como a
los desprevenidos, ciertos accidentes imprevistos que arrebatan la victoria a los fuertes y la inclinan
inopinadamente del lado de los débiles, para Alejandro era mucho más peligroso el ataque nocturno;
pues temía que, si vencía segunda vez a Darío, la circunstancia de ser el triunfo en las tinieblas y
furtivo, podría servirle de pretexto para no confesar la superioridad del Macedonio y de su ejercito;
y si, contra lo esperado, les derrotaban los Persas, éstos, dueños, amigos y conocedores de los
lugares circunvecinos, tendrían inmensa ventaja sobre los Macedonios, que los desconocían; sin
contar con que no sólo en caso de quedar vencidos, sino aun en el de no conseguir ventajas muy
señaladas, pudieran atacarles de noche sus mismos prisioneros. Por estas consideraciones no puedo
menos de alabar la grandeza y discreción que resplandecen en la respuesta de Alejandro.
28 Pequeña pirámide triangular de hierro, con las caras rebajadas, de modo que los vértices forman puntas agudas, de
las cuales una queda hacia arriba en todas posiciones, mientras las otras tres sirven de base. (Almirante, Dic. Mil.
Abrojo.)
29 V. Apéndice III.
50
XI.
Orden de batalla de ambos ejércitos.
Darío y su ejército permanecieron toda la noche en el mismo orden de batalla, sin cuidarse de
fortificar debidamente el campamento, y temerosos de un ataque nocturno de los Macedonios. Esta
larga estancia sobre las armas fue lo que más perjudicó en aquella ocasión la causa de los Persas,
pues ese temor que suele invadir los ánimos ante la perspectiva de un peligro, se había apoderado de
los suyos, no repentinamente, sino desde hacía largo tiempo.
Darío dispuso su ejército de la manera siguiente, según un plano que dice Aristobulo se
encontró después de la batalla: la caballería bactriana con la de los Daos y Aracotos; después la
caballería y la infantería persa mezcladas, apoyadas en los Susios y éstos en los Cadusios, formaban
en el ala izquierda, extendiéndose desde su punta hasta el medio de toda la falange. En la derecha
los Celesirios y los habitantes de la Mesopotamia, sostenidos por los Medos; después los Partos y
Sacas; luego los Tapuros e Hircanios, y, en fin, los Albanos y Sacesinas, también hasta el centro,
donde estaba el Rey rodeado de sus parientes, de los Persas melóforos 30, los Indios, los Garios
anaspastos y los arqueros Mardos. A retaguardia estaban los Uxios, los Babilonios, los habitantes de
la costa del Mar Rojo y los Sitacenos. En la vanguardia del ala izquierda, opuesta a la derecha de
Alejandro, estaban la caballería escita, unos mil caballos de la bactriana y cosa de cien carros
falcados; en la del centro, ocupada por Darío y el escuadrón Real, otros cincuenta y los elefantes; en
la de la derecha, igual número de carros falcados, la caballería armenia y la capadocia; y, en fin, la
infantería de los mercenarios griegos, únicos capaces de igualar en valor a los Macedonios, rodeaba
al gran Rey y su corte, frente por frente de la falange enemiga.
Alejandro ordenó su ejército de este modo: en la derecha la caballería de los Amigos, a cuya
cabeza estaba el escuadrón Real, a las órdenes de Clito, hijo de Drópides, siguiéndole los de
Glaucias, Aristón, Sópolis, hijo de Hermódoro, Heráclito, hijo de Antíoco, Demetrio, hijo de
Altémenes, Meleagro y Hegéloco, hijo de Hipóstrato. Filotas, hijo de Parmenión, mandaba toda esta
caballería. Los referidos escuadrones se apoyaban en la falange macedónica, en cuyo primer puesto,
por esta parte, estaba el Agema de los hipaspistas, siguiéndole.los hipaspistas de Nicanor, hijo de
Parmenión, y los batallones de Ceno, hijo de Polemócrates, Perdicas, hijo de Oronte, Meleagro, hijo
de Neoptólemo, Polisperconte, hijo de Simmias, y Amintas, hijo de Filipo. Por ausencia de su jefe,
enviado a reclutar gente a Macedonia, mandaba Simmias este último batallón. En la izquierda de la
falange se hallaban las tropas de Crátero, hijo de Alejandro, jefe de toda la infantería de este ala,
hacia el flanco izquierdo, seguidas de los escuadrones de los aliados y de la Tesalia, mandados
respectiva mente por Erigio, hijo de Lárices, y Filipo, hijo de Menelao. El mando de todas las
fuerzas ecuestres de esta parte estaba a cargo de Parmenión, hijo de Filotas, rodeado del escuadrón
farsalio, que era la flor y nata de la caballería tesalia.
XII.
Continúa la descripción del ejército de Alejandro.
Tal era la primera línea del ejercito. Detrás dispuso Alejandro una segunda, para que la
falange tuviera dos frentes, mandando a los jefes de esta retaguardia que si veían que los suyos eran
envueltos por el ejército persa, diesen vuelta atrás contra los Bárbaros, y estuviesen dispuestos a
estrechar o alargar la falange, según se necesitase.
En el ala derecha, junto a los escuadrones reales, colocó la mitad de los caballos agrianos,
mandados por Atalo, seguidos de los arqueros macedonios de Brisón, apoyados a su vez en otras
compañías de veteranos extranjeros, a las ordenes de Cleandro; delante de estas fuerzas, la
caballería ligera y los Peones, capitaneados por Aretes y Aristón, y en el punto más avanzado la
30 Se distinguían por llevar adornado con una manzana el extremo inferior de la pica.
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caballería mercenaria con Ménidas a la cabeza. Los escuadrones reales y los de los Amigos estaban
protegidos por una vanguardia colocada frente a los carros falcados, en la cual formaban la otra
mitad de los Agrianos y arqueros y los honderos de Balacro. Ménidas y sus tropas tenían orden de
atacar de flanco al enemigo, si trataba de rodearlos. Tal era la disposición del ala derecha.
En la izquierda, extendidos oblicuamente, estaban los Tracios de Sitalces, la caballería aliada,
con Cerano a la cabeza, y la de los Odrisos, mandada por Agatón, hijo de Tirinmas; en la
vanguardia, la de los mercenarios extranjeros, a las órdenes de Andrómaco, hijo de Hierón; la
infantería tracia guardaba los bagajes.
Todo el ejército de Alejandro ascendía a unos siete mil caballos y cerca de cuarenta mil
infantes.
XIII.
Batalla de Arbelas.
Habiéndose acercado los ejércitos, veíase a Darío, y los Melóforos, Indios, Albanos, Carios
anapastos y arqueros Mardos que le rodeaban, frente por frente de los escuadrones reales y
Alejandro. Éste guió sus tropas más hacia la derecha, y los Persas, al contrario, se movieron hacia la
izquierda, rebasando con mucho la falange macedonia. Ya la caballería escita alcanzaba casi a la
que cubría el frente de Alejandro, que siguiendo su primer movimiento, no se ocupaba de ella, y
estaba ya cerca del terreno allanado por los Persas, cuando Darío, temiendo que si los Macedonios
llegaban a más accidentados sitios, serían inútiles los carros, mandó a los que cubrían su izquierda
adelantarse y embestir la derecha del enemigo para impedirle continuar avanzando.
Hecho esto, Alejandro les opuso la caballería mercenaria, de la que Ménidas era comandante;
pero habiéndole salido al encuentro la mucho más numerosa de los Escitas y Bactrianos, el Príncipe
lanzó contra los Escitas las tropas de Aristón, los Peones y los extranjeros, consiguiendo hacer
retroceder a los Bárbaros. Acudieron entonces los Bactrianos, y consiguieron volver a los fugitivos
al combate, que se trabó sangriento y encarnizado. En el cayeron muchos soldados de Alejandro,
agobiados por la muchedumbre de enemigos y por la superioridad de las armas defensivas de que
los caballos escitas venían pertrechados; mas con todo, resistieron vigorosamente la embestida, y
aunando sus esfuerzos, consiguieron por fin desordenarlos.
En tanto, los Bárbaros lanzaron contra Alejandro loa carros armados de hoces, con intención
de romper su falange; pero quedaron fallidas sus esperanzas, pues en el instante mismo en que se
movían, los Agrianos y los arqueros de Balacro, que cubrían la caballería de los Amigos, o
disparaban sobre ellos una granizada de dardos, o, apoderándose de las riendas, arrojaban al suelo a
los conductores y rodeaban y mataban los caballos. Algunos, sin embargo, sin hacer ni recibir daño
alguno, lograron atravesar las filas, que, por orden de Alejandro, se abrían para dejarles paso, y
cayeron en poder de los palafreneros y los hipaspistas reales.
XIV.
Continuación del anterior.—Fuga de Darío.
Cuando Darío puso en movimiento todas sus fuerzas, Alejandro destacó la caballería de
Aretes contra la del enemigo que trataba de envolver su derecha, continuando él avanzando al frente
de esta ala; y en cuanto vio que las tropas enviadas en auxilio del flanco amenazado rompían las
primeras filas de la falange bárbara, precipitóse hacia este lado, y formando en cuña la caballería de
los Amigos y la falange en aquel puesto situada, cayó a paso redoblado con inmensa gritería sobre
el mismo Rey persa. Poco duró este combate cuerpo a cuerpo: Alejandro y su caballería atacaban
con irresistible ímpetu a los Persas, hiriéndoles con las lanzas en el rostro; la falange macedónica
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compacta y erizada de sarisas les acometía a su vez, produciendo todo esto en el ya de antes
amedrentado corazón de Darío tan profundo terror, que fue el primero en emprender la fuga. La
caballería que había tratado de envolver la derecha macedonia no sintió menor pánico ante la
violenta embestida de Aretes y sus tropas.
La huida era ya general en aquella parte del ejército persa, y los Macedonios hacían gran
matanza de fugitivos. Pero Simnias no pudo seguir a Alejandro en la persecución de los vencidos,
sino hacer alto con la falange y pelear a pie firme, porque le avisaron que la izquierda de los
Griegos se hallaba en grande apuro. En efecto, habiendo conseguido romper las filas por esta parte,
algunos caballos indios y persas habían llegado por el espacio abierto hasta los mismos bagajes de
los Macedonios, donde la contienda fue terrible, porque los Persas atacaban audazmente a los
Griegos sorprendidos sin armas, pues no esperaban que el enemigo llegase nunca hasta allí
rompiendo la doble falange, y por añadidura los prisioneros bárbaros aprovecharon aquella
circunstancia para volverse contra ellos. Mas los jefes macedonios que formaban, según queda
dicho, detrás de la primera falange, al saber lo que ocurría, se volvieron como les habían mandado,
y atacaron a los Persas por la espalda, matando muchos envueltos entre la misma impedimenta.
Otros consiguieron escaparse.
La derecha de Darío, ignorante todavía de su fuga, dirigióse de flanco contra Parmenión,
rebasando la izquierda de Alejandro.
XV.
Peligro de Parmenión.—Toma del campamento persa.—
Persecución de Darío.—Pérdidas de ambos ejércitos.
Los Macedonios no perdieron en esta batalla más que unos cien hombres y sobre mil caballos,
casi la mitad de la de los Amigos, muertos unos a causa de las heridas, y otros por la fatiga
extraordinaria en la persecución. De los Bárbaros murieron, según se decía, cerca de trescientos mil,
siendo aún mayor el número de prisioneros. Cayendo también en poder de Alejandro los elefantes y
todos los carros que no se hicieron trizas en la pelea.
Tal fue el resultado de aquella batalla, librada en el mes Pianepsión 31, siendo arconte en
Atenas Aristófanes; y así comprobaron los hechos el vaticinio de Aristandro, de que en el mismo
mes del eclipse lunar se verificaría el combate y saldría Alejandro Victorioso.
XVI.
Ruta de Darío en su fuga.—Marcha de Alejandro
a Babilonia.—Conquista de la Asiria y la Susiana.
Después de la batalla huyó precipitadamente Darío a la Media por los montes armenios,
seguido de los Bactrianos, tal cual formaron en el ejercito, de sus parientes y de algunos melóforos,
agregándosele en la fuga unos dos mil mercenarios extranjeros a las órdenes del focense Parón, y
Glauco el etolio. Eligió para refugiarse aquella provincia, porque creyó que Alejandro se dirigiría
después del combate a Susa y Babilonia, como región más cultivada y ruta más expedita para la
impedimenta; y además porque ambas ciudades debían considerarse, en cierto modo, como premio
de la victoria; siendo, por otra parte, el camino de la Media muy difícil para fuerzas numerosas.
No se engañó Darío; Alejandro salió de Arbelas y se encaminó en línea recta a Babilonia. Ya
cerca de esta ciudad, dispuso sus tropas en orden de batalla; pero todos los habitantes, precedidos de
los sacerdotes y magistrados, le salieron al encuentro, ofreciéndole regalos a porfía y haciéndole
entrega de la ciudad, del alcázar y de los tesoros. Alejandro entró en Babilonia, y mandó levantar
los templos derruidos por Jerjes, entre ellos el de Belo, dios particularmente venerado por los
Babilonios. Dioles por sátrapa a Mazeo; nombró a Apolodoro de Anfípolis comandante de las tropas
que quedaban con Mazeo, y a Asclepiodoro, hijo de Filón, recaudador de impuestos; Mitrines, que
había entregado a los Macedonios la ciudadela de Sardes, fue enviado de gobernador a la Armenia.
Alejandro consultó a los Caldeos; siguió sus consejos en la reedificación de los templos, y ofreció
también, según sus indicaciones, un sacrificio a Belo.
De Babilonia marchó a Susa. En el camino le salió al encuentro el hijo de su Sátrapa con un
correo de Filóxeno, que había sido enviado a aquella ciudad a raíz de la batalla, el cual le anunció
que la población y sus tesoros se le habían entregado. A los veinte días de marcha llegó Alejandro a
Susa; entró en la ciudad; se apoderó de todos los tesoros, que ascendían a cerca de cincuenta mil
talentos de plata, y recibió todos los objetos del servicio particular del Monarca, entre los cuales se
encontraron, además de otros muchos traídos por Jerjes de Grecia, las estatuas de bronce de
Harmodio y Aristogiton, que Alejandro devolvió después a los Atenienses, y hoy se ven todavía en
el Cerámico, segün se sube a Atenas frente al templo de Cibeles y no lejos del altar de Eudánemo,
que se eleva en un pórtico muy conocido por todos los iniciados en los misterios de Eleusis.
Alejandro ofreció sacrificios, y celebró, según la costumbre patria, fiestas de antorchas y
juegos gímnicos. Nombró sátrapa de la Susiana al persa Abulites; comandante de la ciudadela a
Mazaro; jefe de todas las fuerzas a Arquelao, hijo de Teodoro; y marchó contra los Persas. Envió a
Menes, en calidad de gobernador, a las costas de la Siria, la Fenicia y la Cilicia, dándole treinta mil
talentos de plata para que los llevase por mar, con orden de entregar a Antípatro la cantidad
suficiente para sostener la guerra con los Lacedemonios.
Amintas, hijo de Andrómenes, se le reunió con las tropas reclutadas en Macedonia. Alejandro
incluyó los caballos en los escuadrones de los Amigos, y distribuyó los infantes en las antiguas
compañías, por orden de naciones. Dividió también en dos cuerpos la caballería, que antes había
formado uno solo, destinándolos a cada ala, y dándoles por jefes los más valientes Amigos.
XVII.
Expedición contra los Uxios.
Alejandro salió de Susa con su ejército, atravesó el Pasitigris y entró en el país de los Uxios.
Los habitantes de los llanos, sometidos a los Persas, se le entregaron sin resistencia; pero los Uxios
montañeses, que no eran súbditos del Gran Rey, le avisaron que no le permitirían pasar a Persia con
sus tropas si no les pagaba el tributo que estaban acostumbrados a cobrar de los Reyes persas por
este concepto. Alejandro les contestó que podían apostarse en aquellos desfiladeros, con cuya
ocupación se creían dueños de la llave de Persia, y que allí recibirían de su propia mano el
acostumbrado tributo. En seguida, al frente de su guardia personal, de los hipaspistas y unos ocho
mil hombros del resto del ejército, se internó de noche, con guías Susianos, por un apartado camino.
Superadas las dificultades de escabrosa senda, llegó en un día a una aldea de los Uxios; cogió en
ella un gran botín; mató a muchos de los habitantes, sorprendidos en el lecho; otros huyeron por los
montes.
En seguida dirigióse precipitadamente a los desfiladeros donde se imaginaba habrían acudido
en masa los Uxios a cobrar el tributo por el paso, habiendo tomado antes la precaución de que
Crátero ocupase las alturas donde pensaba encerrar a los Bárbaros. Redoblando la marcha, ocupó el
paso, y ordenando- su hueste, lanzóse sobre los enemigos desde ventajosas posiciones. Los
Bárbaros, aterrados por la velocidad de Alejandro, y viéndose sin los lugares en cuya ocupación
confiaban, huyeron a la desbandada sin darle frente. En la fuga murieron algunos a manos de los
soldados de Alejandro; muchos se despeñaron en los abismos del camino, y los más, al refugiarse en
la cima de los montes, fueron muertos por las tropas de Crátero, que se les habían adelantado.
Después de recibir este pago, los costó muchas súplicas impetrar del Príncipe macedonio que
les dejase la posesión de sus tierras, mediante un tributo al año. Según Tolomeo, hijo de Lago, la
madre de Darío intercedió a favor de los Uxios, y consiguió que les dejasen sus campos, pero a
condición de pagar anualmente cien caballos, quinientas bestias de carga y treinta mil cabezas de
ganado, porque aquellos Bárbaros no conocían la moneda, ni se dedicaban a la agricultura, viviendo
la mayor parte del pastoreo.
XVIII.
Combate y paso de las Pilas Pérsicas.—Incendio del palacio real.
Alejandro envió después a Persia, por el camino de carros, los bagajes, la caballería tesalia y
la de los aliados, los mercenarios extranjeros y las tropas pesadamente armadas, al mando de
Parmenión; y él, con la infantería macedonia, la caballería de los Amigos, la de los batidores, los
Agrianos y los arqueros, se adelantó rápidamente por las montañas. Cuando llegó a las Pilas
Pérsicas, encontró en ellas al sátrapa Ariobarzanes, con cerca de cuarenta mil infantes y setecientos
caballos, decidido a impedirle el paso, para lo cual se hallaba acampado junto a un muro con que
había cerrado el desfiladero.
Alejandro asentó allí sus reales, y al día siguiente, ordenando su ejército, empezó el ataque del
muro; pero pareciéndole muy difícil por lo accidentado del terreno y las muchas heridas que de los
proyectiles lanzados desde las alturas o por las máquinas recibían los suyos, mandó suspender las
operaciones. Algunos prisioneros le prometieron entonces llevarle por otro camino que iba
rodeando a dar detrás de las Pilas, y enterado de que era muy estrecho y difícil, dejó en el
campamento a Crátero con las tropas de su mando y las de Meleagro, algunos arqueros y quinientos
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caballos, ordenándole que en cuanto conociese que él estaba ya sobre el campo enemigo, lo cual le
sería fácil por el sonido de las trompetas, atacase vigorosamente el muro.
Partió, pues, de noche con los hipaspistas, las compañías de Perdicas, los arqueros más
ligeros, el escuadrón regio de los Amigos y una tetrarquía de caballería; anduvo cien estadios; y por
un rodeo llegó, guiado por los cautivos, hasta las Pilas. Mandó a Amintas, Filotas y Ceno llevar el
restante ejército por el llano y echar un puente sobre el río que cierra la entrada de Persia; y él
continuó su marcha, casi siempre a la carrera, por un atajo muy estrecho y difícil. Llegó antes de
amanecer al primer puesto de los Bárbaros, y degolló a sus guardias avanzados; después hizo lo
mismo con muchos del segundo, y al acercarse al tercero, huyeron casi todos sus defensores, pero
no al campamento, sino a la desbandada por los montes; así es que Alejandro pudo, al rayar la
aurora, caer inesperadamente sobre los reales persas.
En cuanto se acercó al foso, Crátero, que oyó la señal de sus trompetas, atacó el muro por su
parte Los enemigos, presa de la más angustiosa incertidumbre, huyeron, sin intentar siquiera
resistirse; pero se vieron cogidos por todos lados, pues por aquí les acosaba Alejandro, por allá les
salían al encuentro la tropas de Crátero; y aunque muchos intentaron volver al muro, le encontraron
ya ocupado por los Macedonios; pues el Príncipe, en la previsión de lo que iba a ocurrir, había
dejado en él a Tolomeo con tres mil soldados. Así, pues, la mayor parte de los Bárbaros murieron a
manos de los Macedonios, y otros perecieron despeñados en su desatentada fuga. Ariobarzanes, con
unos pocos caballos, consiguió escapar por la montaña.
Alejandro volvió precipitadamente al río, sobre el cual ya estaba tendido el puente, y lo
atravesó sin dificultad con todo el ejército. En seguida encaminóse a marchas forzadas a Persia para
llegar antes de que las riquezas reales fuesen saqueadas por sus guardas. Apoderóse en Pasargada
del tesoro de Ciro primero; nombró sátrapa de Persia a Frasaortes, hijo de Reomitres, e incendió el
regio alcázar. Parmenión le aconsejó que no hiciese tal, ya porque no parecía bien destruir el fruto
de sus victorias, ya porque con tal acción se enajenaría la voluntad de los Asiáticos dándoles
motivos para creer que su único objeto era conquistar el Asia, sin pensar en establecer en ella una
dominación sólida; pero Alejandro le contestó que quería vengar a Grecia de las ofensas que los
Persas le infirieron arruinando a Atenas, incendiando los templos y cometiendo otros excesos. Por
mi parte creo que en esta ocasión no obró discretamente Alejandro, ni acertó a vengar las injurias de
los antiguos Persas.
XIX.
Expedición a la Media.—Planes de Darío.—Alejandro
somete a los Parétacos y se apodera de Ecbatana.
Tomadas estas disposiciones, se encaminó a la Media, donde supo que se había refugiado
Darío. La intención de éste era, si Alejandro se quedaba en Susa y Babilonia, esperar entre los
Medos los cambios que pudiera experimentar la fortuna del conquistador; y si se lanzaba en su
persecución, retirarse a la Partia, a la Hicarnia y aun hasta la Bactriana, devastando todas las tierras
para quitar a Alejandro los medios de avanzar. Al efecto envió a las Pilas Caspias las mujeres y
todos los carros y bagajes, y él, con las tropas que al presente había podido reunir, se quedó en
Ecbatana.
Sabedor de esto, partió Alejandro paraba Media; atacó y sometió a los Parétacos, pueblo de
esta región, dándoles por sátrapa a Oxatres, hijo de Abulitas, que antes había sido gobernador de
Susa; y habiéndole anunciado que Darío, con los Escitas y Cadusios que habían venido a socorrerle,
pensaba salirle al encuentro y tentar de una vez la fortuna de las armas, puso detrás de sí, con orden
de seguirle, toda la impedimenta, y se adelantó con las demás tropas en orden de batalla, y llegó a
Media al cabo de doce jornadas. Entonces supo que ni había allí tropas persas capaces de
oponérsele, ni se habían presentado los auxiliares Escitas y Cadusios, por lo cual Darío había fiado
56
su salvación a la fuga. Esto le hizo acelerar la marcha. A tres jornadas de Ecbatana se le presentó
Bistanes, hijo de Oco, antecesor de Darío en el trono de Persia, diciéndole que había huido de allí
hacía cinco días con siete mil talentos, sacados de la Media, y un ejército de tres mil caballos y seis
mil infantes.
En cuanto llegó Alejandro a Ecbatana, envió a la costa la caballería tesalia y la de los otros
aliados, dándoles dos mil talentos además de su paga íntegra. Mandó reenganchar a los que de
nuevo quisieran servir a sus órdenes, lo que hicieron no pocos. Los restantes fueron llevados a la
costa por Espocilo, hijo de Polícides, con algunos caballos de escolta, pues los Tesalios se quedaron
con él. Escribió a Menes que en cuanto llegasen al mar proporcionase a los licenciados trirremes
que los llevasen a Eubea. Dio orden a Parmenión de dejar todas las riquezas traídas de Persia en la
ciudad de Ecbatana, bajo la custodia de Harpalo, con cien mil Macedonios y algunos caballos y
psilites, debiendo aquel General pasar por la Cadusia a la Hircania con los extranjeros, los Tracios y
la restante caballería, excepto la de los Amigos; y escribió a Clito, jefe de los reales escuadrones,
retenido por una enfermedad en Susa, que en cuanto llegase de esta ciudad a Ecbatana, se hiciera
cargo de los Macedonios encargados de guardar los tesoros y viniese a reunírsele a la Partia.
XX.
Alejandro persigue a Darío y atraviesa las Pilas Caspias.
Alejandro, con sus batidores, la caballería de los Amigos, la de los mercenarios mandados por
Erigió, la falange macedónica menos los guardas del tesoro, los arqueros y los Agrianos, se dirigió
contra Darío. La rapidez de la marcha le hizo dejar muchos soldados enfermos de fatiga, y perder
muchos caballos. Sin embargo, no por eso cejó en su empresa, y llegó al cabo de once días a Ragas,
que sólo dista de las Pilas Caspias un día de camino, al paso que Alejandro llevaba. Pero Darío
había ya pasado aquel desfiladero, y muchos de los que le acompañaban en la fuga se habían
retirado a sus hogares, entregándose no pocos a Alejandro. Perdida toda esperanza de alcanzar al
Rey persa, se detuvo cinco días en Ragas, dando descanso a sus tropas, y nombró sátrapa de la
Media al persa Oxodates, al que había encontrado en Susa preso de orden de Darío, lo cual bastó
para tener en él plena confianza. Marchó en seguida a la Partia; llegó el primer día a las Pilas
Caspias, donde acampó; las atravesó al siguiente, y penetró en un país cultivado; pero habiendo
sabido que más adelante había un inculto desierto, envió a avituallarse a Ceno con la caballería y
algunos infantes.
XXI.
Darío vendido, apresado y muerto por los suyos.
Allí supo que Darío era llevado prisionero en un carro; que Beso le había suplantado en el
mando por designación de la caballería bactriana y la de los otros Bárbaros; pero que Artabazes y
sus hijos y los Griegos mercenarios habían permanecido fieles al Rey, y ya que no pudieron impedir
lo ocurrido, se habían desviado del camino público corriéndose a los montes, sin querer reconocer a
Beso. El objeto de los sublevados era, si les perseguía Alejandro, hacerle entrega de Darío para
congraciarse con él; y si desistía de la persecución, reunir el mayor número de soldados posible,
dividirse el imperio, y tratar en común de su conservación. Beso, por de pronto, fue nombrado jefe,
por estar muy relacionado con Darío y haber acaecido la sedición en la satrapía de su mando.
Alejandro, al saber esto, creyó que debía precipitar más y más su marcha, y aunque tanto los
hombres como los caballos estaban rendidos del continuo andar, no por eso cejó en la persecución,
adelantando mucho durante la noche y la mañana siguiente, en que llegó al mediodía a una aldea,
donde el día anterior habían acampado los que llevaban a Darío. Allí supo que los Bárbaros
pensaban marchar de noche, y preguntando a los naturales del país si conocían algún atajo que
cortase el camino de los fugitivos, le dijeron que sabían uno, pero abandonado por falta de agua.
Mandóles, no obstante, guiar por él; y advirtiendo que la infantería no podía seguir a los caballos,
hizo apearse a quinientos jinetes y ceder sus cabalgaduras a otros tantos infantes escogidos, que
montaron sin cambiar su pesado armamento. Nicanor, comandante de los hipaspistas, y Atalo, jefe
de los Agrianos, siguieron, por orden suya, con los restantes soldados ligeramente armados el
camino de los secuaces de Beso, y todos los demás infantes marcharon a retaguardia en formación
correcta.
Alejandro partió al anochecer a la carrera; anduvo durante la noche cuatrocientos estadios, y
dio al amanecer con los Bárbaros inermes y desordenados. Muy pocos le resistieron; los más, en
cuanto le vieron, escaparon sin combatir; de los primeros murieron algunos; los restantes huyeron a
la desbandada. Beso y sus cómplices se llevaban, en tanto, a su regio cautivo, y cuando Alejandro
les iba ya dando alcances, Nabarzanes y Barsaentes abandonaron a su Rey después de haberle
herido, y huyeron a rienda suelta con seiscientos caballos. Poco después, y antes de que Alejandro
le viese, murió Dario de las heridas.
XXII.
Reflexiones sobre la suerte de Darío.
Alejandro envió el cuerpo de Darío a los Persas, para que le enterrasen en los regios
mausoleos, tributándole las mismas honras que a sus antecesores. Después nombró sátrapa de Partia
e Hircania al parto Amminapes, que en unión de Mazaces le había entregado el Egipto, y le agregó
para la inspección de aquellas provincias uno de los Amigos, Flepólemo, hijo de Plitofanis.
Así murió Darío en el mes Hecatombeon 32, siendo Aristofón arconte en Atenas. Este monarca
fue débil como ninguno, e imperito en asuntos militares; pero durante su reinado no hizo o no tuvo
tiempo de hacer daño alguno a sus pueblos, pues apenas subió al trono le atacaron Griegos y
Macedonios; así es que aun cuando hubiera tenido voluntad de tiranizar a sus súbditos, sus propios
riesgos se lo hubieran impedido. Su vida fue una no interrumpida serie de desgracias, que no le
dejaban un instante desde que empuñó el cetro. Principió, en efecto, por sufrir la derrota de sus
sátrapas en el Gránico; perdió a seguida la Jonia, la Eolia, las dos Frigias, la Lidia y la Caria,
excepto Halicarnaso, que tardó también muy poco en serle arrebatada con todas las tierras de la
costa; luego se vio completamente derrotado junto a Iso, dejando en poder del vencedor sus hijos,
su mujer y su madre; después le despojaron de la Fenicia y el Egipto; a poco tiempo en Arbelas
huyó vergonzosamente y de los primeros, y perdió un ejército innumerable sacado de cien pueblos
bárbaros; y, en fin, fugitivo y errante fuera de su reino, vendido por los suyos, rey a un tiempo e
ignominiosamente cautivo, vino a morir a manos de sus consejeros íntimos.
32 Correspondía a nuestro octubre.
58
Tal fue la vida de Darío; pero ¡singular contraste! cuando murió a los cincuenta años de su
edad, fue sepultado con toda pompa; sus hijos recibieron del vencedor la educación correspondiente
a su clase, y el mismo Alejandro llegó a ser su yerno.
XXIII.
Expedición a la Hircania.—Marcha a Zadracarta.—Sumisión
de varios sátrapas y de los mercenarios griegos de Darío.
Alejandro con las tropas que en la persecución había dejado detrás de sí se dirigió a la
Hircania. Hállase este país a la izquierda del camino que lleva a la Bactriana, separado de la parte
de acá por altos y espesos montes, y extendiéndose a la de allá hasta el mar Caspio en dilatadísimas
llanuras. Internóse en él Alejandro, ansioso de subyugar los Tapuros, y más aún, de perseguir a los
mercenarios de Darío que se habían refugiado en sus montañas. Dividió al efecto sus tropas en tres
partes. Él, con las más numerosas y ligeras, marchó por las sendas más cortas y difíciles. Crátero
con sus compañías y las de Amintas, y algunos arqueros y caballos, fue contra los Tapuros; y Erigio
llevó la caballería, los carros, la impedimenta y la demás turba por el camino llano, que era el más
largo.
Superadas las primeras montañas, acampó Alejandro, y tomando en seguida los hipaspistas, la
gente más ligera de su falange y algunos arqueros, emprendió el camino más difícil y escabroso,
dejando tras de sí las guardias convenientes en todos aquellos puntos desde donde podía haber
peligro de que los Bárbaros montañeses inquietasen a su retaguardia; pasó con los arqueros unos
puertos muy angostos, y sentó sus reales en un llano, junto a un río de escaso caudal de aguas. Allí
se le presentaron y entregaron Nabarzanes, quiliarca33 de Darío; Pratafernes, sátrapa de Partia e
Hircania, y algunos otros ilustres personajes de la corte persa. Permaneció cuatro días en aquel
campo, donde se le reunieron las tropas que había dejado tras de sí, las cuales no habían sido
molestadas en su marcha, pues sólo los Agrianos que cubrían la retaguardia fueron atacados por los
Bárbaros montañeses, a quienes fácilmente rechazaron.
Alejandro partió de allí a la Hircania, en dirección a Zadracarta, ciudad de aquella región. Por
entonces reuniósele Crátero, sin haber dado con los extranjeros a sueldo de Darío; pero habiendo
sometido por la fuerza o por capitulaciones de los naturales todo el país recorrido en su marcha.
Erigio, con los carros y bagajes, agregóseles también. Poco después se le presentaron Artabazo con
sus tres hijos Cofene, Ariobarzanes y Arames, con una diputación de los Griegos partidarios del
Gran Rey; y Autofradates, sátrapa de los Tapuros. Alejandro conservó a este último en su puesto;
trató con suma distinción a Artabaces y a sus hijos, tanto por ser de los principales Persas, como por
su fidelidad a Darío; pero a los diputados de los Griegos que le suplicaban les aceptase a todos por
amigos, les contestó, que habiendo cometido una gravísima falta al alistarse en el ejército persa y
combatir a los Griegos contra el decreto de sus compatriotas, no le acomodaba entrar en ningún
trato con ellos; que los que quisieran entregarse a discreción, podían venir a buscarle, los que no,
salvarse como pudieran. Sometiéronsele, pidiéndole que les enviase algún jefe para venir con más
seguridad los mil quinientos que habría. Alejandro les envió a Andrónico y Artabazo, hijos de
Agerro.
33 Este nombre es griego y designa al comandante de una quiliarquía; pero Arriano, como los demás autores griegos,
tiene por costumbre trasformar en helénicas las denominaciones bárbaras.
59
XXIV.
Expedición contra los Mardos.
A la cabeza de los hipaspistas, los arqueros, los Agrianos, las compañías de Amintas y Ceno,
la mitad de los caballos de los Amigos y la caballería de los arqueros, pues entonces ya tenía esta
última clase de tropa, partió hacia los Mardos, cuyo país recorrió en gran parte, matando a unos
mientras huían, a otros resistiéndosele, y cogiendo muchos vivos. Nadie, antes de él, había invadido
en son de guerra aquella región, defendida naturalmente por lo accidentado de su suelo y la pobreza
de sus habitantes, que les hacía sumamente belicosos; por lo cual, confiados los Mardos en que
Alejandro no les atacaría, se lo vieron de repente encima, y cayeron en su poder completamente
descuidados. Muchos, sin embargo, se refugiaron en sus escarpadas y altísimas montañas, bien
seguros de que hasta ellas no llegarían las armas macedonias; pero al ver lo contrario, enviaron una
diputación sometiéndole sus personas y tierras. Alejandro la despidió, designándoles por sátrapa a
Autofradates, que también lo fue de los Tapuros.
De vuelta al campamento encontró en él los Griegos mercenarios que se habían entregado, y
entre ellos Calicrátidas, Pausipo, Mónimo y Onomanto, embajadores de los Lacedemonios a Darío,
y Drópides, enviado de los Atenienses. Retuvo a éstos prisioneros, pero dio libertad a los diputados
sinopenses, porque no teniendo intereses comunes con Grecia, no habían incurrido en falta alguna
enviando una representación al Rey persa, a quien estaban sometidos. También puso en libertad a
los Griegos que se habían alistado al servicio de Darío antes del tratado de paz y alianza con los
Macedonios, y al embajador calcedoniense, Heráclides. Los demás quedaron a sus órdenes con
igual estipendio que en el ejército persa, mandados por Andrónico, que los había traído,
aprobándose esta decisión de conservarles la vida.
XXV.
Fuerzas de Beso.—Primera defección de los
Arios.—Castigo impuestos por Alejandro.
Marchó después a Zadracarta, la mayor ciudad de Hircania, en la que está el Palacio real.
Detúvose en ella quince días, empleados en la celebración de sacrificios y juegos gímnicos, y salió
para la Partia. Pasó por los confines del Aria, y entró en Susia, ciudad de esta provincia, donde se le
presentó su sátrapa Satibarzanes. Confirmóle en su cargo, agregándole Anaxipo, uno de los Amigos,
con cuarenta arqueros de caballería para guarnecer los lugares y librar a los Arios de los atropellos
del ejército invasor.
Por entonces se llegaron a él algunos Persas participándole que Beso ceñía la tiara recta 34 y la
vestidura imperial, y bajo el nombre de Artajerjes, en que había cambiado el suyo, se proclamaba
rey del Aria, sostenido por los Persas refugiados en Bactras, por muchos Bactrianos, y por la
esperanza de un refuerzo de los Escitas, sus aliados.
Alejandro, teniendo ya reunidas todas sus tropas, pues había llegado de Media Filipo, hijo de
Menelao, con la caballería mercenaria de su mando, la de los Tesalios reenganchados
voluntariamente, y los extranjeros mandados por Andrómaco; pues Nicanor, hijo de Parmenión y
jefe de los hipaspistas, había muerto ya de enfermedad, se dirigió contra Bactras. En el camino supo
que Satibarzanes, sátrapa del Aria, había asesinado a Anaxipo y sus arqueros de caballería, y había
sublevado los Arios reunidos en Artacoana, capital de la provincia. Su intento era, en cuanto se
alejase Alejandro, salir de aquella ciudad y reunirse con su tropa a la de Beso, para lanzar todas
juntas, en cuanto fuese posible, sobre los Macedonios. En vista de esto, suspendió Alejandro su
marcha a Bactras, y con los escuadrones de los Amigos, los arqueros de caballería o infantería, los
34 Los Reyes persas se distinguían por la tiara recta de los grandes de su Imperio, que la usaban inclinada.
60
Agrianos y las compañías de Amintas y de Ceno, dejando las demás fuerzas a las órdenes de
Crátero, voló contra Satibarzanes y los Arios, y llegó a Artacoana, recorriendo en dos días
seiscientos estadios de camino.
En cuanto supo Satibarzanes que Alejandro estaba cerca, aterrado por tan rápida marcha, huyó
con unos pocos caballos; pues la mayor parte de su gente le abandonó en la fuga al saber la
proximidad los contrarios. Alejandro persiguió encarnizadamente por diversos caminos a los
cómplices de la sublevación, que se habían desparramado por las aldeas, matando a unos y
esclavizando a otros. Nombro sátrapa: del Aria al persa Arsaces, y reuniéndose a las tropas que dejó
con Crátero, salió para el país de los Zarangeos, y llegó a su capital. Entonces Barsaentes, uno de
los asesinos de Darío, gobernador de aquella tierra, al saber su llegada huyó a la India de aquende el
Indo; pero los naturales del país le cogieron y lo enviaron a Alejandro, que le impuso la pena capital
en castigo de su felonía.
XXVI.
Conjuración de Filotas.—Asesinato de Parmenión.
Entonces descubrió Alejandro la conjuración fraguada contra su vida por Filotas, hijo de
Parmenión. Tolomeo y Aristobulo aseguran que ya antes había tenido noticia de ella hallándose en
Egipto, mas no quiso creerla por la antigua amistad y estimación que profesaba al padre, y la plena
confianza que en el hijo había depositado. Tolomeo, hijo de Lago, añade que Filotas compareció
ante los Macedonios, y fue gravemente acusado por el Príncipe; que logró sincerarse; pero que los
testigos después presentados contra él y sus cómplices, consiguieron demostrar que Filotas había
confesado estar enterado de algunas conspiraciones tramadas contra Alejandro, al cual, sin embargo,
nada había dicho a pesar de entrar diariamente dos veces en su tienda; y que Filotas y sus cómplices
fueron muertos a flechazos por los Macedonios.
Polidamas, uno de los Amigos, fue enviado con cartas de Alejandro para Cleandro, Sitalces y
Ménides, jefes del ejército de Media, a cuya cabeza se hallaba Parmenión, al cual asesinaron. El
Rey tomó esta determinación, o creyendo muy verosímil que el padre estuviese enterado de la
conjuración tramada por el hijo, o porque, aun en el caso de ignorarla, era peligrosísimo que le
sobreviviese, siendo tanta la autoridad y prestigio de que gozaba con Alejandro y con todas las
tropas macedonias y extranjeras, cuyo mando general o particular habla ejercido muchas veces por
delegación del Príncipe, a satisfacción de todos.
XXVII.
Amintas y sus hermanos se sinceran del delito de
conjuración. Expedición al país de los Ariaspes.
Por el mismo tiempo fueron también sometidos a juicio Amintas, hijo de Andrómenes, y sus
hermanos Polemón, Atalo y Simmias, como complicados en la conjuración de Filotas, de quien eran
íntimos amigos. La circunstancia de haberse pasado Polemón al enemigo, cuando Filotas fue preso,
acrecentó en la multitud las sospechas de complicidad. Pero Amintas compareció en juicio con sus
hermanos y defendió su inocencia con tanta energía y valor, que consiguió la absolución y el
permiso de retirar al desertor y volverlo al ejército macedonio. En virtud de lo cual, partió y se trajo
en el mismo día a Palemón, apareciendo con esto mucho más clara su inculpabilidad. Pero poco
después murió de una herida de dardo recibida en el ataque de una aldea, de suerte que con la
absolución no consiguió otra cosa que morir con reputación intachable.
61
Después, Alejandro nombró hiparcas de los Amigos a Hefestión, hijo de Amintor, y Clito, hijo
de Drópides, dividiendo en dos cuerpos aquellas tropas, por no parecerle seguro encomendar a una
sola persona, aunque de confianza, el mando de tan numerosa y aguerrida gente.
Llegó a seguida al país de los llamados antiguamente Ariaspes y después Evérgetes
(benéficos) por haber auxiliado a Ciro, hijo de Cambises, en la expedición a Escitia. Alejandro los
trató con la mayor distinción en recuerdo de la conducta de sus antepasados, y porque en su modo
de vivir se diferencian de los demás Bárbaros, dando culto a la justicia como los más civilizados
Griegos. Otorgóles la libertad y las tierras comarcanas que quisiesen pedirle, en lo que, a decir
verdad, anduvieron muy parcos. Ofreció también un sacrificio a Apolo, y apresó a uno de sus
guardias personales llamado Demetrio, sospechoso de complicidad en la conjuración de Filotas,
nombrando para esta vacante a Tolomeo.
XXVIII.
Sumisión de los Aracotos.—Segunda defección de los Arios.—Fundación de Alejandría
al pie del Cáucaso.—Descripción de esta montaña.—Itinerario de la fuga de Beso.
Hecho esto, marchó contra Beso a la Bactriana, sometiendo de camino los Drangos y
Gadrosos. Redujo también a su obediencia los Aracotos, dejándoles por sátrapa a Memnón;
invadiendo y subyugando en seguida los Indios finítimos de la Aracotia, a pesar de la mucha nieve,
la escasez de todo y las grandes fatigas de sus soldados. Sabedor entonces de una nueva defección
de los Arios, en cuya tierra había entrado Satibarzanes con dos mil caballos del ejército de Beso,
destacó contra ellos al persa Artabaces y a los amigos Erigio y Carano, con orden de que se les
incorporase Fratafernes, sátrapa de los Partos. Hubo entre Bárbaros y Macedonios reñidísima
batalla, sosteniéndose aquéllos hasta que, en el combate personal trabado entre Erigio y
Satibarzanes, cayó éste herido de una lanzada en el rostro. Entonces sus gentes huyeron a la
desbandada.
Mientras, dirigióse Alejandro al Cáucaso, a cuyo pie fundó una ciudad que llamó Alejandría;
ofreció sacrificios a los Dioses con las ceremonias de costumbre, y atravesó las montañas,
nombrando sátrapa de aquella comarca al persa Proexes, bajo la inspección del amigo Nilóxeno,
hijo de Sátiro, que quedó con alguna tropa.
El Cáucaso, según Aristobulo, es el monte más elevado del Asia. Su cima parece desprovista
de vegetación. Sus estribaciones abarcan un territorio inmenso, asegurando algunos que a esta larga
cordillera pertenecen el Tauro, línea divisoria entre Cilicia y Panfilia, y otras altísimas montañas
cuyos nombres varían a tenor de las naciones que las pueblan. No se crían en él, según el mismo
autor, más que el terebinto y el silfio, y sin embargo tiene muchos habitantes y se halla cubierto de
toda clase de ganados, pues especialmente las ovejas gustan tanto del silfio que, si lo huelen de
lejos, corren a él, le comen las flores y los tallos, y desentierran la raíz, que también devoran. Por
eso los Cirenenses, que aprecian muchísimo esta planta, tienen sumo cuidado de apacentar a los
rebaños a gran distancia de los sitios en que crece, y aun suelen defenderle de sus dentelladas con
sendos vallados.
Beso, rodeado de sus cómplices en la conjuración contra Darío y de un ejército de siete mil
Bactrianos y de los Daos de aquende el Tanais, había devastado todo el país adyacente al Cáucaso,
interponiendo entre él y Alejandro una vasta región desolada, en la cual la escasez de todo lo
necesario detuviera su marcha vencedora. Alejandro, sin embargo, siguió su camino, con muchas
dificultades, es cierto, por la nieve y la carencia de víveres, pero siempre avanzando. Cuando Beso
supo que estaba cerca, pasó el Oxo, quemó las barcas en que el ejercito verificó la travesía,
refugiándose en Nautaca, ciudad de la Sogdiana, seguido de los caballos Sogdianos y Daos de
aquende el Tanais, mandados por Espitámenes y Oxiartes. La caballería Bactriana le abandonó en
cuanto le vio buscar su salvación en la fuga, retirándose a su tierra cada uno por su lado.
62
XXIX.
Toma de Bactras y Aorno.—Paso del
Oxo.—Beso detenido por sus partidarios.
XXX.
Beso es entregado a Alejandro.—Castigo que éste
le impone.—Marcha a Maracanda, hacia el Iaxartes.
Alejandro, al ver a Beso, detuvo su carro y le preguntó por qué había apresado primero,
encadenado y muerto después a Darío, su rey, su amigo y bienhechor; contestándole el prisionero
que aquella determinación no había sido suya exclusivamente, sino de todos los que le
acompañaban entonces, habiéndola adoptado con ánimo de asegurarse con ella la benevolencia de
Alejandro. Éste le condenó a ser apaleado, repitiendo en alta voz un pregonero los cargos que
acababa de dirigirle, enviándole después de este suplicio a Bactras, donde había de imponérsele la
última pena. Tal es la narración de Tolomeo. Aristobulo dice que los soldados de Espitámenes y
Datafernes entregaron el prisionero a Tolomeo, y desnudo ya y atado a un poste, lo llevaron a
presencia de Alejandro.
Cubiertas con los caballos que encontró las bajas de sus escuadrones, que habían sido muchas,
tanto en el paso del Cáucaso, como en la marcha al Oxo y en la travesía de este río, se dirigió
Alejandro a Maracanda, capital de los Sogdianos, y en seguida al Tanas, río que nace en el Cáucaso
y desemboca en el mar Hircanio, siendo también conocido, al decir de Aristobulo, con el nombre de
Iaxartes entre los Bárbaros comarcanos. Este Tanas no es el mencionado por el historiador Herodoto
como octavo río de la Escitia, que nace de un gran lago y muere en otro mayor llamado Meotis, sino
el que separa Europa de Asia, a la manera que el Estrecho gaditano separa por la parte de los Libios
nómadas el África de Europa, y el Nilo el África del Asia.
En aquel sitio, algunos Macedonios que se alejaron en busca de forraje fueron muertos por los
Bárbaros, que después de esta fechoría huyeron en número de treinta mil a una montaña escarpada y
de dificilísimo acceso. Alejandro voló contra ellos con sus más ligeras tropas. Muchas veces
intentaron los Macedonios escalar la montaña, pero al principio recibieron infinitas heridas y fueron
rechazados. El mismo Alejandro tuvo una pierna atravesada de un flechazo y rota por otra parte de
la tibia. La altura, sin embargo, fue tomada, y la mayor parte de sus defensores perecieron, unos a
manos de los Macedonios, otros precipitados por aquellas breñas, hasta el punto de que, de los
treinta mil, sólo ocho mil se salvaron.
64
LIBRO CUARTO
I.
Embajada de los Escitas Abios.—Proyecto de una ciudad a orillas
del Iaxartes.—Sublevación de Escitas, Bactrianos y Sogdianos.
Pocos días después recibió Alejandro una diputación de los Escitas llamados Abios, los más
justos de los hombres, según dice Homero35, que viven completamente autónomos en Asia, gracias a
su virtud y a su pobreza; y otra de los Escitas europeos, raza numerosísima de esta parte del mundo.
Al despedirlos envió con ellos algunos de los Amigos, so color de amistad y deseo de terminar las
negociaciones; pero en realidad para adquirir datos sobre las condiciones del terreno, número,
armas y costumbres de sus habitantes.
Determinó fundar junto al Tanais una ciudad que habría de llevar su nombre. El sitio le
parecía oportunísimo para que la población adquiriese grande incremento, y muy ventajoso para el
caso de una expedición a la Escitia y para la defensa del país contra las incursiones de los Bárbaros
de allende el río. También basaba la importancia de la ciudad en lo ilustre de su nombre, que no
dejaría de atraer muchos indígenas. Pero en esto los Bárbaros ribereños se apoderaron de los
Macedonios que guarnecían sus ciudades y les dieron muerte, poniendo éstas en estado de defensa.
Solicitados por los que habían entregado a Beso, se les reunieron en esta sublevación muchísimos
Sogdianos, que atrajeron a su partido a algunos Bactrianos, temerosos de Alejandro o de las
decisiones que pudieran tomar sus jefes en la asamblea convocada en Zariaspa, capital de su
provincia. Pues el motivo que alegaban para insurreccionarse era el de que de aquella reunión no
podía esperarse nada bueno.
II.
Toma de Gaza y otras cuatro ciudades.
Al saber esto, mandó Alejandro proveerse de cierta número de escalas a cada compañía de sus
infantes, y marchó sobre Gaza, que era la más próxima a su campamento de las siete ciudades en
que los Bárbaros se habían refugiado; enviando a Crátero contra Cirópolis, la mayor de todas y asilo
de mayor número de sublevados, con orden de acampar junto a ella, rodearla de un foso y un
vallado, y poner en juego contra sus muros las máquinas necesarias, para que ocupados sus
habitantes en la propia defensa, no pudiesen acudir a la de las ciudades comarcanas.
En cuanto llegó a Gaza, dispuso el asalto de sus muros, que eran de tierra y muy bajos,
arrimando por todas partes las escalas. Los honderos y arqueros, mezclados a la infantería o
colocados sobre las máquinas, comenzaron el ataque arrojando un diluvio de proyectiles sobre los
sitiados y obligándoles a abandonar las murallas. Aplicadas sin perdida de tiempo las escalas, los
Macedonios dieron el asalto sin grandes bajas. Todos los habitantes varones fueron pasados a
cuchillo por orden de Alejandro; y el botín, los niños y mujeres distribuidos al ejército. De Gaza
partió al instante a otra ciudad, que tomó en aquel día del mismo modo, tratando de igual suerte a
los prisioneros; y al siguiente, se apoderó de otra tercera en el primer ataque.
Mientras ganaba con la infantería estas plazas, envió la caballería a otras dos próximas, con
objeto de impedir que sus habitantes, sabedores de la suerte de sus vecinos, y de su aproximación,
emprendiesen la fuga, dificultando así los medios de perseguirles. Los sucesos, haciendo necesario
el envío de la caballería, justificaron su idea, pues los Bárbaros refugiados en las dos ciudades no
tomadas aún, cuando vieron el humo de una de las plazas incendiadas y supieron por algunos
fugitivos el reciente desastre, huyeron precipitadamente de sus muros, yendo a caer en la caballería
enemiga, que les esperaba en correcta formación y que hizo en ello espantosa matanza.
III.
Toma de Cirópolis y otra ciudad.—Movimientos
de los Escitas.―Espitámenes sitia a Maracanda.
Tomadas y destruidas en dos días estas cinco ciudades, se dirigió a Cirópolis, que era la
mayor de todas. Ceñíala un muro más alto que el de las otras, sin duda por deber su fundación a
Ciro, y en ella se habían refugiado los Bárbaros más belicosos y en mayor número, por lo cual los
Macodonios no pudieron tomarla fácilmente en el primer ataque. Alejandro hizo acercar las
máquinas a la muralla con ánimo de asaltarla por la primera brecha; pero observando que el cauce
de un río que cruza la ciudad estaba entonces seco, y que por hallarse contiguo al muro ofrecía fácil
entrada al ejercito, se puso al frente de su guardia personal y de los hipaspistas, los arqueros y los
Agrianos; y mientras los Bárbaros se ocupaban en defenderse de las máquinas y de los demás
sitiadores, penetró furtivamente por dicho cauce con unos cuantos soldados, rompió las puertas
interiores que en aquella parte había, y dio a la tropa restante facilísima entrada. Entonces los
sitiados, aunque conocieron que ya estaba tomada la ciudad, resistieron valerosamente al enemigo.
Alejandro recibió una terrible pedrada en la cabeza; Crátero y otros muchos jefes, heridas de dardo;
pero al fin consiguieron rechazar a los Bárbaros de la plaza pública, mientras los asaltantes se
apoderaban del muro abandonado. Ocho mil enemigos murieron en este primer combate; los diez
mil restantes (pues ascendían a diez y ocho mil los defensores de la plaza) se refugiaron en la
ciudadela; pero bloqueados por Alejandro, se vieron obligados a rendirse el día siguiente, por
carecer de agua.
La séptima ciudad fue tomada sobre la marcha, por capitulación, según dice Tolomeo; a viva
fuerza, al decir Aristobulo, siendo todos sus habitantes pasados a cuchillo. De creer al primero, los
cautivos fueron distribuidos entre el ejército, y estrechamente custodiados hasta salir de aquella
tierra, para que no quedase ninguno de los autores de la sublevación.
Noticiosos de la defección de algunos Bárbaros de aquende el Tanais, los Escitas asiáticos
enviaron un ejército a las orillas de este río, con ánimo de, si la sublevación tomaba incremento,
caer también sobre los Macedonios: y al propio tiempo se supo que Espitámenes tenía bloqueada la
guarnición griega del fuerte de Maracanda, por lo cual Alejandro destacó contra él a Andrómaco,
Menedemo y Carano, con unos setenta caballos de los Amigos, ochocientos de los mercenarios, que
mandaba Carano, y mil quinientos hombres de la infantería a sueldo, todos a las órdenes del
intérprete licio Farnuques, conocedor de la lengua de aquellos Bárbaros y muy apto por esto para
las negociaciones.
IV.
Fundación de Alejandría del Iaxartes.—Provocación de los
Escitas.—Paso del Iaxartes.—Derrota y fuga de los Escitas.
Alejandro, en tanto, levantó en veinte días el muro de la proyectada ciudad, que pobló con los
Griegos mercenarios y algunos Macedonios ya inútiles para la guerra y Bárbaros comarcanos que
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quisieron trasladarse a ella voluntariamente. Ofreció, a seguida, un sacrificio a los Dioses con la
ordinaria liturgia, y se hallaba celebrando juegos gímnicos y ecuestres cuando observó que, lejos de
retirarse los Escitas de la orilla opuesta, le hostilizaban con dardos que pasaban el río por ser allí de
poca anchura, y le lanzaban al rostro algunos groseros insultos. «Tú, decían, no te atreves a pelear
con nosotros; y si te atrevieses, ya verías la diferencia entre los Escitas y los Bárbaros del Asia.»
Irritado por estas injurias, determinó Alejandro pasar el río, para lo cual mandó disponer las
acostumbradas pieles; pero en el sacrificio ofrecido al efecto, los augurios no revelaron nada
favorable; así es que, mal de su agrado, tuvo el Rey que ceder y detenerse. Mas insistiendo en sus
denuestos los Escitas, ordenó otro sacrificio; en vista del cual, el adivino Aristandro le anunció que
le auguraba de nuevo algún peligro; a lo cual respondió el Príncipe, impaciente, que no reconocía
otro mayor que el de ser él vencedor de casi toda el Asía, ludibrio de los Escitas» como Darío, padre
de Jerjes. «Mi deber, replicó el sacerdote, es manifestarte la voluntad del cielo, y no lo que pueda
agradarte.»
A pesar de todo, preparadas las pieles para la travesía, y formado en la orilla el ejército en
orden de batalla, hizo funcionar las máquinas contra los Escitas que cabalgaban por la opuesta
margen. Las flechas hirieron a algunos; pero una, sobre todo, partió con tan terrible violencia que
atravesó el escudo y la coraza de un jinete, y le lanzó fuera del caballo. Entonces los Escitas,
aterrados por el alcance de los dardos y la muerte de su valiente camarada, se retiraron un poco de
la orilla. Alejandro, viéndolos descompuestos, mandó tocar las trompetas y atravesó el río seguido
del ejército, pasando primero los arqueros y honderos, con orden de contener a los Escitas y evitar
que molestasen a la falange durante el tránsito, hasta que llegase toda la caballería.
Una vez en firme todas las tropas, destacó contra el enemigo una hiparquía de los aliados y
cuatro cohortes de Sarisóforos; pero los Escitas les resistieron, envolviéndoles fácilmente con su
mucho más numerosa caballería, hiriéndoles, y replegándose después en buen orden. Los arqueros,
los Agrianos y los demás psilites, mandados por Balaero, salieron entonces contra ellos mezclados a
la caballería, y en cuanto se trabó el combate recibieron el refuerzo de tres hiparquías de los
Amigos, de todos los arqueros de a caballo, y del mismo Alejandro, que les atacó de frente con toda
la caballería. Los Escitas ya no pudieron, como antes, desplegar en círculo la suya, pues se lo
impedían, de una parte la del enemigo que les acosaba, y de otra los psilites mezclados a los
caballos y oponiéndose a sus evoluciones. Así es qué emprendieron la fuga, dejando en el campo de
batalla cerca de mil muertos, entre ellos Sátraces, uno de sus jefes, y ciento cincuenta prisioneros.
Las tropas que se lanzaron encarnizadamente en su persecución sufrieron muchísimo por el calor y
la sed. El mismo Alejandro, por haber bebido del agua malsana del país, fue acometido de un
violento cólico, suspendiéndose por este accidente la persecución, que de otra suerte hubiera dado
fin, a mi parecer, con todos los fugitivos. El Príncipe, enfermo de gravedad, fue traído al
campamento, cumpliéndose así la profecía de Aristandro.
V.
Embajada del rey Escita.—Salida de la guarnición de Maracanda.—Retirada
de Espitámenes.—Los Escitas y Espitámenes envuelven a los Macedonios.
Poco después, el Rey de los Escitas envió una embajada a Alejandro disculpándose de lo
sucedido, pues el ataque no había sido en virtud de una decisión de la nación entera, sino por
voluntad de algunos bandidos acostumbrados a vivir como tales, y ofreciéndole además toda clase
de satisfacciones. El Príncipe aceptó benévolamente estas excusas, pues hubiera sido indecoroso
dejar de admitirlas y no vengar la ofensa con las armas, lo cual no creía entonces oportuno.
En tanto, la guarnición macedonia del fuerte de Maracanda, atacada por Espitámenes y los
suyos, hizo una salida; mató a algunos enemigos; rechazó a los restantes, y se retiró a la fortaleza
sin ninguna baja. Cuando Espitámenes supo que se acercaban las fuerzas enviadas en auxilio de los
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sitiados, levantó el cerco y se retiró a la capital de la Sogdiana. Farnuques y los suyos, ansiosos de
combatirle, le persiguieron hasta el confín de aquella provincia, y penetraron con él, sin pensarlo, en
el país de los nómadas Escitas. Allí Espitámenes, con un refuerzo de seiscientos caballos y confiado
en el auxilio de los naturales, resolvió hacer frente a los Macedonios, para lo cual formó su gente en
un llano desierto de la Escitia, sin hacer frente al enemigo ni tomar la ofensiva, Imitándose a
hostigar la falange macedónica con las evoluciones de su caballería. Cuando Farnuques lanzaba
contra él sus caballos, le huía fácilmente, porque los suyos eran entonces más fuertes y ligeros que
los de Aristómaco, estropeados por las continuas marchas y la escasez de pienso; de suerte que,
huyendo o atacando, siempre les ponían en grave aprieto los Escitas, hasta que después de tener
muchos heridos de flecha y algunos muertos, los Macedonios se retiraron en batallón cuadrado al
río Politimeto, junto a una selva, para resguardarse mejor de las saetas de los Bárbaros y poder
hacer uso de la infantería.
Pero el hiparca Carano, sin ponerse de acuerdo con Andrómaco, intentó pasar el río, por creer
aquel sitio más seguro para los caballos. Siguiéronle los infantes, espoleados por el miedo y sin
orden de sus jefes, de manera que la entrada en el Politimeto, cuyas márgenes eran escarpadas, se
verificó descomponiéndose toda la falange. Los Bárbaros, comprendiendo la falta de los
Macedonios, penetraron con su caballería por varios sitios en el río, y unos atacaron a los que ya
habían pasado o retrocedían; otros rechazaron desde la margen opuesta a los que intentaban
atravesarlo; otros lanzaron una lluvia de saetas sobre sus flancos y su retaguardia; de suerte que
rodeados y estrechados por todas partes, se vieron obligados a refugiarse en una pequeña isla que
había en aquel río, en la cual, cercados por la caballería escita y la de Espitámenes, murieron
asaeteados casi todos, menos unos pocos que cayeron vivos en poder de los Bárbaros, que al fin
también fueron muertos.
VI.
Derrota de les Macedonios.—Marcha de
Alejandro a Maracanda.—Fuga de Espitámenes.
Aristobulo asegura que la mayor parte del ejército macedonio cayó en una emboscada
preparada en un jardín por los Escitas, que se arrojaron inesperadamente sobre ellos; y que entonces
Farnuques quiso resignar el mando en los jefes que le acompañaban, juzgándose poco perito en
cosas militares, como que había sido enviado por Alejandro más para conferenciar con los Bárbaros
que para dirigir las maniobras de un combate; pero habiendo apelado en vano a la amistad que con
el Príncipe les ligaba, pues Galano, Andrómaco y Menedemo no quisieron aceptar el cargo, ya
porque no pareciese que contravenían las órdenes del Rey, ya por no tomar sobre sí la
responsabilidad que en caso de una derrota recaería toda sobre ellos, dieron lugar a que los Escitas,
aprovechándose de este tumulto y confusión, cayesen sobre ellos y matasen a casi todos, logrando
salvarse únicamente cuarenta caballos y trescientos infantes.
Cuando Alejandro supo este desastre, sintió vivamente la muerte de los suyos, y determinó
marchar sin pérdida de tiempo contra Espitámenes y sus Bárbaros, para lo cual con la mitad de la
caballería de los Amigos, todos los hipaspistas, arqueros y Agrianos y las tropas más ligeras de la
falange, partió para Maracanda, a donde averiguó que estaba de nuevo Espitámenes sitiando la
fortaleza, y llegó a ella al amanecer, después de tres días de camino, en los que anduvo mil
quinientos estadios. Apenas tuvo Espitámemenes noticia de su aproximación, levantó el cerco y
huyó con sus tropas; persiguióle activamente Alejandro; detúvose al llegar al sitio del combate sólo
lo preciso para dar tierra a los soldados muertos, y continuó en su seguimiento hasta las soledades
de la Escitia. Volviendo después, devastó sus campos, pasó a cuchillo a los Bárbaros refugiados en
los lugares fuertes, en represalia de lo que habían hecho con los Macedonios, y recorrió todo el país
regado por el Politimeto, hasta la entrada del desierto, donde sus aguas desaparecen en un arenal,
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cosa que le es común con otros caudalosos ríos, tales como el Epardo, que corre por las tierras
Mardas, el Ario, que da nombre a las de de los Arios, y el Etimandro, que riega el país de los
Evérgetes, todos los cuales son mucho mayores que el Peneo de la Tesalia, cuyas aguas van por el
valle de Tempé a precipitarse en el mar. El Politimeto es mucho más caudaloso que el Peneo.
VII.
Regreso a Zariaspa.―Suplicio y mutilación de
Beso.―Reflexiones sobre este acto de Alejandro.
Después de esta excursión vino a Zariaspa, donde pasó el rigor del invierno. Durante su
permanencia en esta ciudad, llegaron Fratafernes, sátrapa de los Partos, y Estasánor, enviados al
Aria para apoderarse de Arsames, a quien trajeron atado, juntamente con Barzanes, nombrado por
Beso gobernador de la Partia, y algunos otros cómplices del usurpador. Por el mismo tiempo
regresaron de la costa Epocilo, Melámnidas y Tolomeo, jefe de los Tracios, cumplida su misión de
escoltar hasta el mar el dinero entregado a Menes y a los aliados licenciados. Presentáronse tamhién
Asandro y Nearco con un ejército de Griegos mercenarios; y Beso, sátrapa de Siria, y el hiparco
Asclepiodoro, trayendo desde el mar nuevos refuerzos.
Alejandro convocó una asamblea de todos los presentes, ante la cual hizo comparecer a Beso,
y después de echarle en cara su perfidia con Darío, lo mandó cortar la nariz y la punta de las orejas,
enviándolo luego a Ecbatana para que allí se le impusiera la pena capital ante el concurso de Persas
y de Medos. Yo no puedo aprobar este horrible castigo, esta bárbara mutilación, que jamás, a mi
parecer, hubiera ordenado el Rey, si no le hubiera arrastrado el deseo de competir en soberbia con
los Monarcas persas, ni menos aplaudir el que un príncipe descendiente de los Heráclidas prefiriese
el traje meda al de su nación y padres, y no se avergonzase de reemplazar el casco del vencedor por
el turbante de los vencidos.
VIII.
Sacrificios a los Dióscuros.—Adulaciones a Alejandro.—
Indignación de Clito.—Furor de Alejandro.—Asesinato de Clito.
hijo; y ya fuera de sí, comenzó Clito a ensalzarlas, deprimiendo la persona y empresas de Alejandro,
echándole en cara, entre otras cosas, que en la batalla del Gránico él le había librado de la muerte.
«Esta mano, dijo extendiendo arrogantemente la diestra, te salvó entonces la vida.»
Enfurecido Alejandro por los insultos del imprudente General, se lanzó sobre él, pero le
detuvieron los convidados. Clito, sin embargo, continuó injuriándole. El Príncipe llamó a gritos a
sus hipaspistas, y como no acudió ninguno: «¡Lo mismo estoy, exclamó, que Darío prisionero de
Beso y sus secuaces! ¡Nada me queda de rey, fuera del nombre!» Entonces, desasiéndose de sus
compañeros, arrancó la lanza a uno de sus guardias y mató con ella a Clito, según dicen algunos
historiadores, pues otros aseguran que el guardia le entregó voluntariamente la sarisa.
Aristobulo no cuenta el origen de esta disputa, pero echa toda la culpa del suceso al General,
que, llevado por el guardia personal Tolomeo, hijo de Lago, extramuros del fuerte cuando
Alejandro, en el colmo del furor, se arrojaba sobre él para matarle, volvió, sin embargo, al lugar de
la querella, y cuando el Príncipe le llamaba a voces, «Aquí está Clito», dijo presentándose, y
entonces le mató.
IX.
Arrepentimiento de Alejandro.—Bajeza de los sacerdotes y
de Anaxarco.—Alejandro quiere pasar por hijo de Ammón.
Yo no puedo menos de censurar a Clito por haber injuriado a su rey; pero al mismo tiempo
deploro que Alejandro se dejase arrastrar entonces por dos pasiones igualmente indignas de un
hombre prudente: la ira y la embriaguez, así como aplaudo el arrepentimiento de que dio pruebas al
instante de cometer el crimen. Pues, según algunos, apoyando la sarisa contra la pared, quiso
precipitarse sobre su punta y arrancarse una vida deshonrada con el asesinato de un amigo. Este
hecho lo consignan pocos historiadores, los más dicen que, retirado en su tienda, se revolva en el
lecho, llorando y llamando a Clito por su nombre; y dirigiéndose a su nodriza, Lanice, hija de
Drópides y hermana del General, exclamaba: «¡Buena recompensa he dado a tus afanes! ¡Has visto
morir a tus hijos peleando por mi causa, y a tu hermano infeliz herido por mis propias manos! ¡Soy
el asesino de mis amigos!» gritaba, y durante tres días no comió, ni bebió, ni tomó cuidado alguno
de su persona.
Algunos sacerdotes de Baco vieron en este suceso una venganza del Dios, irritado por el
olvido en que el Rey habla dejado su culto; así es que en cuanto sus amigos lograron, aunque a
duras penas, que comiese y bebiese para reponer sus fuerzas, se apresuró a ofrecerle el
acostumbrado sacrificio, contento de poder atribuir a la cólera celeste y no a su voluntad el
perpetrado crimen. Conducta digna, a mi parecer, de gran elogio, pues a lo menos no se jactó de su
delito, ni, lo que hubiera sido peor, trató de disculparlo, sino que lo atribuyó a la flaqueza humana.
Dícese también que al visitarle el sofista Anaxarca para prodigarle sus consuelos, le encontró
acostado y suspirando, y le dijo sonriendo: «Sin duda ignoras que los sabios antiguos colocan la
justicia al par de la de Júpiter, para significar que son justas todas las decisiones del padre de los
Dioses: pues de igual modo deben serlo las de un gran rey, primero para él mismo, y después para
los demás mortales.» Estas palabras consolaron a Alejandro; en lo cual entiendo ya que cometió una
falta más grave que la primera si supuso máxima digna de un filósofo la de que un rey, lejos de
ajustar a la justicia con exquisito cuidado sus acciones, debe considerar justo cuanto le plazca.
También es fama que, conforme a su idea de ser hijo de Ammón y no de Filipo, quiso ser
adorado, arrastrándole a este nuevo exceso la admiración que ya le inspiraban Medos y Persas, cuyo
traje y costumbres había adoptado, y el aplauso con que recibieron su proyecto sus aduladores, entre
ellos los sofistas del jaez de Anaxarco, y de Agis, poeta argivo.
70
X.
Rasgos del carácter de Calístenes.—Anaxarco
presenta la proposición de adorar a Alejandro.
XI.
Calístenes combate la proposición de Anaxarco.
Anaxarco añadió otras consideraciones, aplaudidas por los cortesanos conocedores del plan,
que manifestaron su deseo de dar principio a la adoración, pero la mayor parte de los Macedonios
las desaprobaron guardando significativo silencio. Rompiólo al fin Calístenes, diciendo:
«Creo a Alejandro digno de cuantos honores pueden tributarse a los mortales; pero es preciso
tener en cuenta, Anaxarco, la diferencia que hay entre los que se conceden a los Dioses y a los
hombres. A los Dioses, templos y altares; a los hombres, estatuas. A los Dioses, sacrificios,
libaciones, himnos; a los hombres, aplausos. A los Dioses, puestos en alto pedestal en el fondo del
santuario, se les adora, no pudiendo tocarles; a los hombres se les saluda besándolos. A los Dioses,
en fin, se les celebra con danzas y peanes. Esto sin contar con que hasta entre el culto de unos
Dioses y otros, y entre el de los Dioses y los héroes, hay notable diferencia. No está bien, pues,
confundiéndolo todo, levantar a los hombres con honores sobrehumanos, ni rebajar a los Dioses
dándoles culto igual a los mortales. ¿Podría permitir Alejandro que un particular usurpase las
prerrogativas del Monarca? ¿Y no habrían de indignarse los Dioses si un simple mortal se arrogaba
los honores supremos o admitía que se los tributasen? Yo creo que Alejandro es el mejor de los
hombres, el mejor de los reyes, el mejor de los generales; pero tú, cuya erudición y doctrina
consulta diariamente, tú más que nadie, Anaxarco, debías de haberle disuadido de semejante
intento, y antes de hablar en pro de este proyecto debías de haber recordado que no te dirigías a
Cambises o a Jerjes, sino al hijo de Filipo, al descendiente de Hércules y Aquiles, cuyos
antepasados vinieron de Argos a Macedonia para reinar, no por la fuerza, sino en virtud de las
instituciones, y que ni el mismo Hércules fue adorado en vida, ni aun después de su muerte hasta
71
que así lo ordenó el oráculo de Delfos. Mas si acaso por hallarnos en una nación bárbara es preciso
adoptar sus costumbres, acuérdate, te lo suplico encarecidamente, Alejandro, acuérdate de Grecia,
en cuyo honor emprendiste esta expedición para conquistarle el Asia, y mira si piensas obligar a sus
libérrimos pueblos a adorarte, o, eximiéndoles de esta mengua, gravar con ella sólo a tus
Macedonios; o, en fin, si se te han de tributar honores completamente diferentes, humanos por
Macedonios y Griegos, divinos por los Bárbaros, en conformidad con sus costumbres. Bien sé que
Ciro, el hijo de Cambises, fue el primer mortal adorado por los hombres, y que desde su reinado
observan esta ley Persas y Medos; pero ten muy presente que se encargaron de humillar la soberbia
de aquel dios los Escitas, pueblo autónomo y pobre. Otros de igual nación han castigado el orgullo
del primer Darío; los Atenienses y Lacedemonios, el de Jerjes; Clearco y Jenofonte, con sólo diez
mil Griegos, el de Artajerjes, y tú, sin ser adorado, el de Darío.»
XII.
Los Persas adoran a Alejandro.―Calístenes se niega a hacerlo.
Estas y otras tales razones que dijo Calístenes mortificaron a Alejandro tanto como agradaron
a los Macedonios, por lo cual les mandó que no volviesen a acordarse de semejante proyecto. A las
palabras del filósofo siguió un silencio profundo; pero los Persas de mayor edad y gobierno se
levantaron y adoraron al Príncipe, haciéndolo uno de ellos de tan abyecto modo, que el amigo
Leonato no pudo menos de reírse de sus gestos, cosa que indignó por entonces a Alejandro, que no
le perdonó hasta más tarde. Otros historiadores cuentan este suceso de diferente manera,
«Alejandro, dicen, tomando una copa de oro, la presentó al círculo de comensales, empezando por
los que estaban en el secreto del proyecto de adoración, y el primero que bebió se levantó, se
prosternó a sus pies y fue besado por el Rey, haciendo lo mismo por turno los restantes. Cuando le
llegó su vez a Calístenes, se levantó y bebió como los demás, y se acercó para besarle, omitiendo la
prosternación. Alejandro, que estaba entonces hablando con Hefestión, no lo hubiera advertido si el
amigo Demetrio, hijo de Pitonacte, no le hubiera hecho observar la omisión del filósofo, que
rechazado por el Príncipe, se retiró exclamando: «Sólo he perdido un beso.»
No quiero insistir sobre estas faltas de Alejandro, pero tampoco alabar la severidad excesiva
de Calístenes; pues en esta ocasión hubiera debido callar para promover en lo posible los intereses
del Rey a quien deseaba servir. Así es que aparece justificada por tan inoportuna franqueza y
presuntuosa vanidad la enemiga que en adelante le tuvo Alejandro, que le hizo prestar fácil crédito a
los delatores que acusaron a Calistenes de complicidad en la conjuración de los adolescentes;
llegando algunos hasta asegurar que él había sido el principal autor. El origen de esta trama fue
como sigue.
XIII.
Hermolao conspira para vengarse de Alejandro.—Conjuración de
los Adolescentes.—Su descubrimiento.—Confesión de los conjurados.
Según costumbre introducida en tiempo de Filipo, los hijos de los Macedonios constituidos en
dignidad eran elegidos para el real servicio, dedicándose al cuidado de la persona del Monarca y a
velar su sueño. Presentábanle los caballos traídos por los palafreneros, le ayudaban a montar a la
manera pérsica y le acompañaban a la caza. Entre estos jóvenes estaba Hermolao, hijo de Sópolis,
aficionado a la filosofía, y por ende afecto a Calístenes, del cual se cuenta que, habiendo Alejandro
levantado un jabalí, se le adelantó y mató la fiera. El Príncipe se irritó tanto al ver defraudados sus
deseos de herir la pieza, que le mandó apalear en presencia de sus camaradas y quitarle el caballo.
72
Hermolao, sintiendo vivamente tal afrenta, se desahogó con su amigo y compañero Sóstrato,
hijo de Amintas, manifestándole que le era insoportable la vida si no se vengaba de Alejandro.
Sóstrato, arrastrado por su cariño, sin dificultad entró en sus planes, comprometiendo también a
Antípatro, hijo del entonces sátrapa de Siria Asclepiodoro, a Epímones, hijo de Arseo, a Anticles.
hijo de Teócrito, y a Filotas, hijo del tracio Carsis. Su intento era asesinar a Alejandro en su lecho,
cuando el turno de guardia le tocase a Antípatro aquella noche; pero sucedió que el Príncipe, aunque
ignorante de todo, según algunos historiadores, no abandonó la mesa hasta la aurora.
La relación de Aristobulo es diferente. Cuenta que una mujer llamada Sira, que entendía de
adivinación, había seguido a Alejandro, que con sus amigos se había burlado al principio de sus
oráculos; mas cuando vio que realmente un espíritu divino la hacía profetizar sendas verdades, la
tuvo en gran concepto, permitiéndola acercársele de día y de noche, y aun permanecer en la tienda
durante su sueño. Pues bien; retirábase ya el Príncipe del festín, cuando Sira, como poseída por un
Dios, le salió al encuentro, conjurándole a que volviese y pasase bebiendo toda la noche. Alejandro,
sospechando si aquello sería un aviso celeste, le obedeció, frustrando así la conjuración de los
mancebos.»
Al día siguiente Epímones, hijo de Arises y uno de los conjurados, se lo reveló todo a su
amigo Caricles, hijo de Menandro; Caricles a Euríloco, hermano de Epímones, y Euríloco pasó en
seguida a la tienda del Rey y delató la conjuración al guardia Tolomeo, y éste a Alejandro, que
mandó detener inmediatamente los denunciados por Euríloco, arrancándoles por medio del
tormento la confesión de su plan y el nombre de algunos cómplices.
XIV.
Supuesta complicidad de Calístenes.―
Suplicio de este filósofo y de los Adolescentes.
Según Aristobulo y Tolomeo, los Adolescentes declararon que Calístenes les había incitado a
conjurarse; pero otros muchos escritores declaran que el resentimiento de Alejandro contra el
filósofo y el frecuente trato que con él tenía Hermolao, le hicieron admitir fácilmente las sospechas
de complicidad. Algunos historiadores también cuentan que, compareciendo Hermolao ante los
Macedonios, confesó su delito, añadiendo que ningún hombre libre podía tolerar las afrentas de
Alejandro, y enumerando todas sus malas acciones: la muerte injusta de Filotas; la de su padre
Parmenión y la de otros que entonces perecieron; el asesinato de Clito en medio de un banquete; la
adopción del traje persa; la adoración decretada y no abolida; las orgías e interminables sueños;
cosas todas ya tan insufribles, que le habían movido a recobrar su libertad y la de los Macedonios.
En vista de esto, Hermolao y sus cómplices fueron cogidos y apedreados por los
circunstantes. Calístenes, según Aristobulo, siguió al ejército cargado de cadenas, y después falleció
de enfermedad; pero Tolomeo asegura que fue atormentado y ahorcado. Así, hasta los historiadores
testigos de los hechos y compañeros de Alejandro andan en sus relatos completamente desacordes,
siendo mucho más grande la contradicción entre los otros. Con esto, me parece haber presentado
suficientes datos sobre este suceso; pues he reunido, aunque sucedieron mucho después, todos los
referentes a Clito, por no parecerme extraños a esta narración.
73
XV.
Proposiciones de los Escitas y de Farásmenes, Rey de
los Corasmios.―Sublevación de los Sogdianos del Oxo.
Con los Embajadores que Alejandro envió a los Escitas de Europa vino una nueva diputación
indígena; pues el Rey que los gobernaba cuando aquéllos marcharon había fallecido, sucediéndole
en el trono un hermano suyo. El objeto principal de la embajada era asegurar a Alejandro la
completa sumisión de la Escitia y entregarle de parte del Monarca, regalos de cosas que allí son
estimadísimas; ofrecerle la mano de la Princesa su hija, en prenda de amistad y alianza, y en caso de
no dignarse aceptar esta unión, proponer las hijas de los sátrapas y potentados del reino a los más
fieles amigos del Macedonio; prestándose, en fin, a presentarse si se le exigía, para recibir órdenes
personalmente.
Por el mismo tiempo llegó Farasmanes, rey de los Corasmios, con mil quinientos caballos,
diciéndose finítimo de la Cólquide y del país de las Amazonas, ofreciéndose a servir de guía a
Alejandro y a suministrarle todo lo necesario para el ejercito, si tenía intención de conquistar
aquellas tierras, bañadas por el Ponto Euxino.
Alejandro acogió benignamente la Embajada Escita, dirigiéndole un discurso apropiado a las
circunstancias, pero negándose a aceptar una esposa extranjera. Elogió el celo de Farasmanes,
colocándolo en el número de sus amigos y aliados, y le despidió recomendándolo al persa
Artabaces, sátrapa de la Bactriana y países comarcanos, y diciéndole que por entonces no le parecía
oportuno dirigirse al Ponto, sino marchar sobre la India, con cuya conquista habría subyugado ya
toda el Asia; que, sometida ésta, pensaba regresar a Grecia, y de allí, por el Helesponto y la
Propóntide, dirigirse al Euxino con todas sus fuerzas de mar y tierra, prometiéndose utilizar
entonces sus promesas.
Alejandro marchó de nuevo al río Oxo, contra los Sogdianos que, refugiados en sus plazas
fuertes, negaban la obediencia a los Sátrapas macedonios. Habiendo acampado junto al Oxo, dos
fuentes, una de agua y otra de aceite, brotaron cerca de su tienda, cuyo prodigio fue comunicado a
Tolomeo, hijo de Lago, de la guardia personal del Príncipe, que al instante lo puso en conocimiento
de éste. Por disposición de los sacerdotes, ofrecióse en seguida un sacrificio, y Aristandro vaticinó
que el manantial de aceite auguraba la victoria, aunque a costa de trabajos.
XVI.
Reducción de los Sogdianos a la obediencia.—
Espitámenes vence a dos guarniciones Macedonias.
Avanzó, pues, por la Sogdiana con una parte de su fuerza, dejando en la Bactriana la restante
con Polisperconte. Atalo, Gorgias y Meleagro, para contener a los Bárbaros, prevenir su defección y
reprimir sus sublevaciones. Dividió sus tropas en cinco cuerpos: el primero, a las órdenes de
Hefestión; el segundo, a las de Tolomeo, de su guardia personal; el tercero, a las de Perdicas; el
cuarto, a las de Ceno y Artabaces; y con el quinto, que quedó a su inmediato mando, se dirigió a
Maracanda. Los demás penetraron por diversos sitios y obligaron a entregarse por fuerza o
capitulación a los refugiados en las fortalezas. Todas las tropas, después de recorrer la mayor parte
de la Sogdiana, se reunieron en Maracanda, de donde Hefestión fue enviado a llevar colonias a las
ciudades tomadas, y Ceno y Artabaces a la Escitia, en donde se supo que se había acogido
Espitámenes. Alejandro con el restante ejército entró en la Sogdiana, y se apoderó fácilmente de las
otras plazas ocupadas por los sublevados.
En tanto, Espitámenes, con algunos Sogdianos refugiados entre los Escitas Masagetas,
marchó con seiscientos caballos del país sobre una fortaleza de la Bactriana, cogió desprevenido a
su comandante, mató a los soldados de guarnición, hizo prisionero al jefe, y engreído con esta
74
hazaña se acercó pocos días después a Zariaspa, aunque no la atacó, contentándose con llevarse un
rico botín de los alrededores.
Hallábanse en esta ciudad para reponer su salud algunos Amigos de caballería, y con ellos
Pitón, hijo de Sosicles, a la cabeza de algunos servidores de cámara, y el citarista Aristónico, los
cuales, ya convalecientes y en estado de manejar las armas y montar a caballo, cuando supieron la
incursión de los Escitas, reunieron hasta ochenta caballos mercenarios de la guarnición de Zariaspa
y algunos mancebos del real servicio, y se dirigieron contra los Masagetas. Al principio se lanzaron
sobre los Escitas de improviso y les arrebataron todo el botín, matando muchos; pero después, al
retirarse sin orden como tropa sin Jefe, cayeron sobre ellos Espitámenes y los suyos desde una
emboscada y les mataron siete Amigos y setenta de la caballería mercenaria, pereciendo en esta
pelea el mismo Aristónico, que se condujo, no como citarista, sino como valiente soldado. Pitón,
herido, quedó prisionero de los Escitas.
XVII.
Crátero vence a los Escitas.—Fuga y muerte
de Espitámenes, asesinado por los suyos.
Apenas tuvo Crátero noticia de este suceso, se dirigió precipitadamente contra los Masagetas,
que en cuanto supieron su aproximación huyeron desordenadamente a sus desiertos. Crátero les
persiguió encarnizadamente, alcanzándolos cerca de una soledad cuando ya se les habían agregado
más de mil caballos. Trabóse reñidísima batalla, venciendo al fin los Macedonios. Murieron en ella
ciento cincuenta caballos escitas. Los restantes huyeron fácilmente por los desiertos, a donde los
Macedonios no podían seguirles.
En tanto, Alejandro, por la mucha edad y a ruego suyo, relevó a Artabaces de la satrapía de
Bactriana nombrando en su lugar a Amintas, hijo de Nicolao. Cenó con sus tropas, Meleagro con las
suyas, cuatrocientos Amigos de caballería, todos los arqueros montados, los Bactrianos y Sogdianos
mandados por Amintas, quedaron en cuarteles de invierno en la Sogdiana a las órdenes de Ceno,
para defender aquella provincia y sorprender a Espitámenes, si durante la estación de los fríos se le
antojaba recorrer aquellos lugares.
Pero Espitámenes y su gente, viendo todas las fortalezas llenas de guarniciones macedonias,
que habrían de dificultarles sobremanera la fuga, se dirigió contra las tropas de Ceno, cuyo ataque le
parecía más factible. Llegó a Bagas, ciudad fuerte de la Sogdiana situada en la frontera de los
Masagetas, y consiguió atraer a su partido cerca de tres mil caballos de estos Escitas, que, gente
pobre, sin ciudades ni residencia fija, y sin nada querido que perder, fácilmente son inducidos a una
y otra guerra. Ceno, sabedor de la aproximación de Espitámenes, le salió al encuentro con su fuerza,
trabándose encarnizadísima batalla, ganada al fin por los Macedonios.
Murieron en ella más de ochocientos caballos de los Bárbaros, y unos veinticinco de Ceno y
doce infantes. Los Sogdianos y la mayor parte de los Bactrianos sobrevivientes abandonaron en la
fuga a Espitámenes, y se presentaron a Ceno, entregándose a discreción. Los Escitas Masagetas
viendo el mal sesgo que tomaban las cosas, saquearon la impedimenta de sus aliados y huyeron con
su general al desierto; pero cuando supieron que Alejandro venía con intención de penetrar en sus
soledades, mataron a Espitámenes y enviaron su cabeza al conquistador como para disuadirle de su
proyecto.
75
XVIII.
Ataque de la roca Sogdiana.—Proposición
de Alejandro rechazada por los defensores.
XIX.
Rendición de la roca Sogdiana.—Alejandro se casa
con Roxana.—Elogio de la continencia de Alejandro.
Trescientos hombres de los acostumbrados a trepar por las rocas en los asaltos, se armaron de
los pequeños garfios de hierro con que fijaban las tiendas, y ataron a un extremo cuerdas muy
fuertes para utilizarlos en la ascensión, bien clavándoles en la tierra descubierta, bien en los sitios en
que estuviese congelada la nieve. Provistos de estos ganchos se dirigieron de noche a la parte más
escarpada e inaccesible de la roca, y sirviéndose de ellos como queda dicho, consiguieron escalarla
por diferentes partes. En la subida se despeñaron hasta treinta, perdiéndose sus cadáveres en la
nieve, siendo imposible hallarles para darles sepultura. Cuando los restantes llegaron al amanecer a
la cúspide de la peña, se lo hicieron saber a los Macedonios tremolando una bandera, conforme se
les había prescrito. Alejandro, en su vista, envió al punto un heraldo a las avanzadas de los
Bárbaros, intimándoles la rendición inmediata, pues ya había encontrado hombres con alas y era
dueño de la roca; y al mismo tiempo les señaló los soldados que ocupaban la cumbre.
Los sitiados, estupefactos por lo inesperado del suceso, se entregaron, creyéndolos más y
mejor armados. ¡Tanto terror les causó la vista de unos pocos Macedonios! Entre los prisioneros
hubo muchas mujeres y niños, entre ellos los hijos y esposa de Oxiartes. Una hija de éste, llamada
Roxana, doncella núbil, era, al decir de los camaradas de Alejandro, después de la esposa de Darío,
la mujer más hermosa del Asia. El Príncipe, prendado de sus gracias, no quiso tratarla como cautiva,
y no se desdeñó de casarse con ella. Conducta, a mi parecer, más digna de alabanza que de
vituperio. Ya la esposa de Darío, la más bella mujer de Oriente, había sido respetada, o porque no
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encendió sus deseos, o porque supo dominarlos, aunque en la flor de su edad y en la cúspide de la
fortuna. Se hallaba en esa situación que arrastra al hombre a cometer excesos; guardó, sin embargo,
absoluta continencia, estimulado, sin duda, por un gran deseo de acrecentar su gloria.
XX.
Sentimientos que en Darío despierta la generosidad de Alejandro
para con su familia.—Oxiartes se presenta a Alejandro.
Es fama que poco después de la batalla de Iso logró evadirse del campamento macedonio un
eunuco a quien el Monarca persa tenía encomendada la guarda de su esposa. En cuanto le vio Darío,
lo primero que le preguntó fue si vivían sus hijos, su mujer y su madre. Al saber no sólo que vivían,
sino que gozaban del título de reinas y de iguales honores que en su corte, le preguntó de nuevo si le
había sido fiel su esposa. Recibida afirmativa respuesta, insistió en si Alejandro le había hecho
alguna fuerza que redundase en deshonor suyo, y asegurándole el eunuco con solemne juramento
que la Reina estaba tal como la dejó, y que el conquistador era el mejor y más prudente de los
hombres, Darío, levantando las manos al cielo, oró de esta manera: «Oh Júpiter Rey, que riges los
destinos de los reyes y los pueblos, consérvame el imperio de los Medas y Persas que me diste; mas
si está decretado que lo pierda, no lo trasmitas a otro que a Alejandro.» Así las acciones buenas son
apreciadas hasta por los enemigos.
Cuando Oxiartes supo la cautividad de sus hijos y que Roxana inspiraba amor a Alejandro,
cobró ánimo y se acercó a su yerno, siendo recibido con los honores que exigía el parentesco.
XXI.
Asedio y rendición de la roca Coriena.
la altura a los Macedonios, defendidos por las obras construidas para no ver interrumpidos sus
trabajos, se quedaron atónitos y diputaron un parlamentario a Alejandro, rogándole les enviase a
Oxiartes. Vino éste, en efecto, y les aconsejó que se sometiesen al conquistador, para quien no había
obstáculos, y de cuya bondad y buena fe podía esperarse todo, como en él mismo tenían el ejemplo.
Corienes, convencido por Oxiartes, presentóse al Rey con algunos amigos y parientes, siendo
perfectamente recibido, prometiéndose fe y amistad, y quedando al lado de Alejandro mientras
algunos de sus compañeros volvían a la roca para ordenar la rendición de la plaza. Entregada ésta
por sus defensores, Alejandro, seguido de quinientos hipaspistas, subió a reconocerla, y lejos de
mostrarse indignado contra Corienes, le devolvió el gobierno de la fortaleza y de todos los lugares
que antes había tenido bajo su mando.
El ejército, que ya había sufrido mucho por los rigores del invierno, la nieve y el asedio,
experimentó entonces carencia de víveres; pero Corienes se comprometió a suministrárselos durante
dos meses, distribuyendo, tienda por tienda, trigo, vino y carnes saladas tomados de sus almacenes.
Cumplido el compromiso, manifestó que no había gastado ni la décima parte de las provisiones
acopiadas para resistir el cerco, por lo cual Alejandro le honró más todavía, considerando que la
rendición había sido más voluntaria que forzosa.
XXII.
Regreso a Bactras.—Marcha a la India.—
Sumisión de Taxilo y otros Príncipes Indios.
Dueño de la roca Coriena, se dirigió a Bactras, enviando a Crátero con seiscientos caballos de
la de los Amigos, la infantería de Polisperconte, Atalo y Alcetas y la de su mando, contra Catanes y
Austanes, únicos sublevados que aun quedaban en la Paretacena. La batalla fue reñidísima: Crátero
salió vencedor; Catanes murió combatiendo, Austanes fue hecho prisionero y enviado al Rey,
perdiendo los Bárbaros ciento veinte caballos y mil quinientos infantes. Crátero marchó en seguida
a Bactras, donde por este tiempo se verificó la muerte de Calístenes y la conjuración de los
mancebos.
De Bactras, ya adelantada la primavera, Alejandro con todas sus tropas salió en dirección a la
India, dejando a Amintas en la Bactriana con diez mil infantes y tres mil quinientos caballos.
Atravesó el Cáucaso en diez días, y llegó a la ciudad de Alejandría, que había fundado en el país de
los Paropamísadas, cuando hizo su primera expedición a Bactras. Destituyó al comandante de
aquella plaza por no haber desempeñado bien su cargo; confió el gobierno de la misma a Nicanor,
uno de los Amigos, y aumentó su población con colonos de los pueblos vecinos y con Macedonios
inutilizados para la guerra. Nombró a Tiriaspes sátrapa de los Paropamísadas y de la comarca que se
extiende hasta la orilla del Cofenes. Pasó luego a Nicea, donde ofreció a Minerva un sacrificio; y
avanzó hacia el Cofenes, haciéndose preceder de un heraldo para prevenir a Taxilo y demás señores
de aquende el Indo que le saliesen al encuentro, como lo hicieron, trayéndole los presentes que ellos
tienen en más estima, y ofreciendo enviarle sus elefantes en número de veinticinco.
Alejandro dividió allí su ejército, enviando a Hefestión y Perdicas con las tropas de Gorgias,
Clito y Meleagro, la mitad de la caballería de los Amigos y toda la de los mercenarios a la
Peucelaótide, región que está hacia el Indo, con orden de hacerse dueños por capitulación o fuerza
de todas las ciudades del tránsito, y de preparar, en cuanto llegasen al río, todo lo necesario para
atravesarlo. Con ellos partieron Taxilo y los demás señores, cumpliéndose al llegar al Indo las
órdenes de Alejandro. Pero Astes, hiparco de la Peucelaótide, se sublevó, y perdió una ciudad, en la
cual se había refugiado; pues Hefestión la tomó al cabo de treinta días de asedio, matando en ella al
traidor y entregando el gobierno a Sangueo, que abandonando a Astes se había reunido a Taxilo,
mereciendo por esto la confianza de Alejandro.
78
XXIII.
Expedición contra los Aspasios, Gureos y Asacenos.―
Toma de una ciudad.—Rendición de Andaca.
El Rey, con los hipaspistas, la caballería de los Amigos que no había marcbado con Hefestión,
los Amigos de a pie, los arqueros, los Agrianos y los ballesteros de a caballo, marchó contra los
Aspasios, Gurcos y Asacenos. Siguió la orilla del Coes por un camino montuoso y áspero; atravesó
con dificultad el río, y dio orden a la infantería de seguirle a paso corto mientras él, con toda la
caballería y ochocientos infantes macedonios que hizo montar con sus escudos a la grupa de los
caballos, se dirigió con toda rapidez contra los Bárbaros, que se habían refugiado en sus montes y
en las plazas mejor preparadas para resistirse. Al llegar a la primera ciudad que encontró en su
camino, halló al pie de los muros formados sus habitantes en orden de batalla; los atacó
impetuosamente, tal cual iba, y consiguió rechazarlos y encerrarlos dentro de la plaza. En esta
acción recibió en el hombro una herida de flecha, que le atravesó la coraza, no siendo de gravedad,
gracias a que ésta la impidió penetrar profundamente. Tolomeo, hijo de Lago, y Leonato, también
fueron heridos.
Alejandro acampó en la parte que le pareció más cómoda para la expugnación de la muralla, y
al día siguiente, al amanecer, consiguió apoderarse sin gran trabajo del muro exterior, el más débil
de los dos que rodeaban la plaza, defendiéndose algún tanto los Bárbaros en el otro. Pero cuando
vieron aplicar las escalas y llover sobre ellos una granizada de dardos, no resistieron ya, y saliendo
repentinamente por las puertas, huyeron a los montes. Persiguiéronles los Macedonios, y matarón
muchos en la fuga; pues los soldados, furiosos por la herida del caudillo, no perdonaron a cuantos
cayeron vivos en su poder. Bastantes, sin embargo, consiguieron salvarse en las próximas montañas.
Arrasada esta ciudad, dirigióse a la de Andaca, que se entregó por capitulación, dejando en
ella a Crátero con los otros jefes de infantería para que se apoderase por fuerza de las restantes
plazas que no quisieran rendirse voluntariamente, y gobernase aquella región como le pareciese,
según las circunstancias.
XXIV.
Continuación de la expedición contra los Aspasios.
Alejandro, al frente de los hipaspistas, los arqueros, los Agrianos, las compañías de Atalo y
Ceno, la caballería del Agema, unas cuatro hiparquías de la de los Amigos y la mitad de los
arqueros de a caballo, dirigióse al río Euaspla, donde estaba el hiparco de los Aspasios, y andando
mucho camino acercóse en dos días a la ciudad. Los Bárbaros, en cuanto supieron su venida, la
incendiaron y huyeron a los montes, a los cuales les persiguieron los Macedonios, haciendo en ellos
gran matanza, hasta que lograron guarecerse en lo más inaccesible y abrupto.
Tolomeo, hijo de Lago, viendo ya sobre una altura al jefe de los Indios fugitivos, lanzóse
contra él seguido de unos cuantos hipaspistas muy inferiores en número a los contrarios, y no
permitiéndole la pendiente subir con facilidad a caballo, se lo dejó a uno de los soldados y continuó
a pie la persecución comenzada. El Indio, en cuanto le tuvo cerca, salióle al encuentro con los
suyos, asestándole una lanzada terrible, que no pudo romper la coraza; Tolomeo le atravesó un
muslo, le arrojó al suelo y le despojó de sus armas. Los Bárbaros circunstantes huyeron al verle
derribado; pero los que ya habían ganado los montes, furiosos al distinguir el cadáver de su jefe en
poder del enemigo, descendieron rápidamente, trabándose en derredor del cuerpo un sangriento
combate. En esto, Alejandro, con los infantes que la caballería había traído a la grupa, llegó a la
colina, y cayendo sobre los Indios, los rechazó, no sin trabajo, a los montes, y se apoderó del
cadáver.
79
Después atravesó la montaña y llegó a la ciudad llamada Arigeo, que encontró incendiada y
abandonada por sus habitantes. Allí se le agregó Crátero con tropas, después de cumplir todo lo que
se le había mandado, recibiendo el nuevo encargo de levantar las murallas de la ciudad, cuya
posición le parecía excelente, y repoblarla con los comarcanos que lo desearan y con los
Macedonios inutilizados para la guerra. Luego se dirigió al lugar donde averiguó que se habían
refugiado la mayor parte de los Bárbaros, llegó al pie de una altura y fijó en ella sus reales. En
tanto, Tolomeo, hijo de Lago, que enviado a procurarse forraje, se había adelantado bastante con
una pequeña fuerza para explorar el terreno, volvió a decir al Rey que en el campamento de los
Bárbaros se veían más fuegos que en el suyo. Alejandro no dio mucha importancia a este detalle;
pero como sabía que los enemigos se habían reunido en aquellos lugares, dejó parte de su ejército
junto al monte donde había acampado, y con las tropas que estimó suficientes para esta expedición,
dirigióse a los fuegos, dividiéndolas cuando estuvo más próximo en tres cuerpos: uno mandado por
su guardia Leonato, con las compañías de Bálacro y Atalo; otro compuesto de un tercio de los
hipaspistas reales, de las fuerzas de Filotas y Filipo, dos mil arqueros, los Agrianos y la mitad de la
caballería a las órdenes de Tolomeo, hijo de Lago; y él mismo guió el tercero a la parte más
compacta de las legiones bárbaras
XXV.
Derrota de los Bárbaros en las alturas.—Expedición
contra los Asacenos.—Paso del Gureo.
XXVI.
Sitio de Masagas.
La primera a que se dirigió Alejandro fue Masaga, capital de aquella tierra. Al aproximarse a
los muros, sus defensores, confiados en un refuerzo de siete mil mercenarios venidos del interior de
la India, salieron con ímpetu contra los Macedonios, que estaban acampando. Alejandro, al ver que
la batalla iba a librarse al pie de los baluartes, quiso llevarles más lejos, para que, si huían, como
esperaba, no se le escapasen salvando el pequeño intervalo que les separaba de la plaza. Así es que
en cuanto observó la acometida de los Bárbaros, retiró su ejército hasta una altura distante como
siete estadios del sitio donde había pensado sentar sus reales. Envalentonados los enemigos con esta
retirada, precipitáronse desordenadamente sobre los Macedonios, y en cuanto se pusieron a tiro de
dardo, Alejandro, ordenando a los suyos un cambio de frente, les atacó con ímpetu, lanzando
primero los arqueros de infantería y caballería y los Agrianos, y cayendo él después con toda la
falange. Los Indios, sorprendidos y espantados por tan inesperado movimiento, cedieron al punto y
huyeron a la ciudad, muriendo doscientos y logrando guarecerse los restantes. Alejandro acercó la
falange a la muralla, y fue herido levemente por una saeta en el pie. Al día siguiente hizo funcionar
las máquinas, derribando parte del muro; pero al entrar los Macedonios por la brecha, se resistieron
tan denodadamente los Indios, que hubo necesidad de tocar retirada. Al siguiente renovóse el ataque
con más furor, acercando una torre de madera, desde la cual los arqueros lanzaban sobre los sitiados
una granizada de flechas, y las máquinas otros proyectiles; pero ni aun así consiguieron salvar la
fortificación.
Al tercer día la falange intentó un nuevo asalto, echando un puente desde la torre de madera a
la muralla ruinosa, por el cual habían de pasar los hipaspistas, como cuando la toma de Tiro; pero
cuando lo atravesaban llenos de ardor, se rompió bajo el excesivo peso, arrastrando consigo a los
Macedonios. Los Bárbaros, envalentonados por esta desgracia, lanzaron sobre ellos piedras y
dardos y todos cuantos proyectiles hallaban a mano, y dando grandes gritos les acometieron unos
desde la muralla, y otros, saliendo por unos postigos abiertos entre torre y torre, hirieron de cerca a
las víctimas del desastre.
XXVII.
Rendición de Masagas.—Matanza de sus habitantes.—
Sitio de Bazira y Oras.—Toma de esta ciudad.
Alejandro envió a Alcetas con su gente para salvar los heridos y favorecer la retirada.
Al cuarto día tendieron un nuevo puente; pero los Indios, mientras vivió su jefe, se
defendieron con igual valor; mas al verlo caer herido de una flecha, y considerando que muchos de
los suyos habían muerto en el continuo combatir y otros estaban heridos o inutilizados, enviaron un
parlamento al Rey. Éste, que estaba resuelto a perdonar con gusto a tan valientes soldados, aceptó
su entrega, bajo la condición de que habían de servir como mercenarios en su ejército. Salieron,
pues, de la ciudad con sus armas y acamparon en una colina frente a los Macedonios, aunque
dispuestos a fugarse de noche a sus casas pues no querían pelear contra otros Indios. Mas
habiéndolo sabido Alejandro, rodeó con sus tropas en la misma noche el collado en que acampaban
y los pasó a todos a cuchillo, entrando en seguida en la desguarnecida ciudad, donde cautivó a la
hija y la madre de Asaceno. En todo el asedio sólo perdieron los Macedonios veinticinco soldados.
Creyendo que los de Bazira se entregarían cuando supiesen la toma de Masaga, envió a
aquella ciudad un destacamento con Ceno a la cabeza. Atalo, Alcetas y el hiparco Demetrio, fueron
enviados a Oros, con orden de bloquearla con un muro de circunvalación, hasta su llegada. Los
habitantes de esta ciudad hicieron una salida contra Alcetas, pero fueron rechazados fácilmente y
encerrados dentro de sus muros. Ceno, en tanto, no consiguió lo que esperaba de los Bazirenses;
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pues confiados éstos en lo fuerte de la plaza, situada en un alto y ceñida por todas partes de buenas
murallas, no daban muestra alguna de entregarse.
En vista de esto, dirigióse Alejandro a Bazira; mas como supiera que algunos Bárbaros
finítimos habían sido enviados furtivamente a Oros por Abísaro, encaminóse primero a esta ciudad,
mandando a Ceno que construyese un fuerte cerca de Bazira, y que, dejando en él la guarnición
necesaria para impedir a los habitantes beneficiar los campos, se le uniese con las tropas restantes.
Así se hizo, y los Bazirenses, en cuanto vieron retirarse al General con el grueso de sus fuerzas,
despreciando por lo exiguas las que quedaban, hicieron una salida al llano. Trabóse entonces
reñidísima contienda, en la cual murieron quinientos Bárbaro.s y cayeron prisioneros más de
setenta; los restantes fueron rechazados a la ciudad, y en lo sucesivo, los defensores del fuerte
estrecharon más el bloqueo. Por otra parte, Alejandro concluía sin dificultad el sitio de Oros,
tomándola en el primer asalto y cogiendo los elefantes que en ella se custodiaban.
XXVIII.
Toma de Bazira.—Situación de la roca de
Aornos.—Rendición de varias plazas.
AI saberlo los Bazirenses, desconfiaron de sus fuerzas, y hacia media noche abandonaron la
ciudad. Los otros Bárbaros imitaron su conducta, refugiándose todos en la roca de Aorno. Es ésta la
mejor defensa del país, y era fama que ni el mismo Hércules, con ser hijo de Júpiter, la había podido
tomar. No puedo asegurar si esta tradición se refiere al Hércules Tirio o al Tebano, y aun me atrevo
a creer que ninguno de los dos llegó a penetrar en la India, pues es costumbre atribuirles todas las
empresas extraordinarias para poner más de bulto su dificultad. Así es que, en mi opinión, su
nombre anda mezclado con el de esta roca sólo para encarecer su inexpugnabilidad. El perímetro de
Aorno dicen que es de unos doscientos estadios, por once de altura en la parte más baja; el acceso es
por una sola senda difícil y artificial; en la cumbre brota una abundantísima fuente, cuyas puras
aguas se desprenden saltando, y hay una selva y un campo labrantío capaz de proveer a la
subsistencia de mil hombres.
Al saber estos detalles, entró Alejandro en grandes deseos de tomar aquel monte,
estimulándole no poco la tradición relativa a Hércules. Dejó, pues, guarniciones en Oros y Masaga
para defensa del país, y reedificó los muros de Bazira, mientras Hefestión y Perdicas, cumpliendo
sus órdenes, levantaban los de otra ciudad llamada Orobatis, y dejándola guarnecida, llegaban al
Indo, y adoptaban las medidas necesarias para la construcción del puente.
Alejandro nombró al Amigo Nicanor sátrapa de la región aquende el Indo, y encaminándose a
este río se apoderó de paso y sin resistencia de una ciudad llamada Peucelaotis, poco distante de la
orilla. Dejó en ella alguna fuerza al mando de Filipo, y acompañado por Cofeo y Aságetes, hiparcos
de aquella tierra, se hizo dueño de algunas pequeñas poblaciones en la margen del Indo. Llegó
después a Embolima, próxima a Aorno, donde dejó parte del ejercito a las órdenes de Crátero, con
encargo de reunir en ella las provisiones y víveres necesarios para bastante tiempo, a fin de que los
Macedonios pudiesen, al salir de aquella ciudad, sostener un largo asedio contra la roca, si no era
tomada en el primer asalto. Y, en fin, al frente de los arqueros, los Agrianos, las compañías de Ceno,
otras de los soldados mejor armados y ligeros entresacados de la falange, doscientos caballos de los
Amigos, y cien de los arqueros, se encaminó a la roca, acampando el primer día en una ventajosa
posición, y el segundo más inmediato a ella.
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XXIX.
Sitio de la roca de Aornos.
XXX.
Rendición de Aornos y matanza de su guarnición.—Marcha
hacia el Indo.—Caza de elefantes.—Construcción de barcas.
allí, dada la señal, se volvieron contra los Indios en retirada, matando a muchos cuando huían.
Otros, al escapar, llenos de terror, perecieron despeñados. Dueño Alejandro de la roca, de la cual ni
aun Hércules había conseguido apoderarse, ofreció en ella un sacrificio; la dotó de una guarnición,
cuyo jefe fue Sisicoto, que antes había abandonado a los Indios por Beso, y luego a éste por
Alejandro, a quien sirvió fielmente con sus tropas después de la conquista de Bactriana.
Alejandro partió de la Roca al país de los Asácenos, pues sabía que el hermano de Asaceno se
había refugiado en los montes de aquella región con los elefantes y no poca gente de los Bárbaros
finítimos. Al llegar a Dirta la encontró desierta, y no halló en ella ni en las tierras inmediatas un solo
habitante. Al día siguiente envió a los quiliarcos Nearco y Antíoco, a la cabeza respectivamente de
los Agrianos y psilites el primero, y de tres mil hipaspistas el segundo, a explorar aquellos lugares y
ver de apoderarse de algunos indígenas, de quienes adquirir noticias del país y coger los elefantes.
Marchó por fin al Indo, precedido de un ejército que le abría paso, pues sin esta precaución,
aquellos sitios son intransitables. Hizo algunos prisioneros bárbaros, por los cuales supo que los
Indios so habían refugiado hacia Abísares, dejando sus elefantes paciendo en las márgenes del río.
En vista de esto, mandó que le llevasen al sitio donde estaban aquellos animales. Es de advertir que
muchos Indios se dedican a esta caza, por lo cual Alejandro los tenía en grande estimación.
Enviólos, pues, en busca de los elefantes, de los cuales sólo dos murieron despeñados al huir;
siendo cogidos los restantes, montados por hombres, y colocados a retaguardia del ejército.
Alejandro mandó también derribar los árboles de una selva próxima al río; hizo construir con ellos
barcas al ejército, y montando en ellas, bajó por el Indo hasta el puente que con mucha antelación
habían preparado Hefestión y Perdicas.
84
LIBRO QUINTO
I.
Embajada de los habitantes de Nisa.
Alejandro penetró en la región que so extiende entre el Cofen y el Indo, donde se encuentra
Nisa, fundada por Baco, vencedor de los Indios. Quién fue este Baco, y cuándo y de dónde trajo la
guerra a la India, es cosa que no he podido averiguar. ¿Fue el nacido en Tebas y vino de esta ciudad,
o procedía de Tmolo, población de la Lidia? ¿Cómo habiendo atravesado otras belicosísimas
naciones, ignoradas entonces de los Griegos, sólo sometió la de los Indios? Pero no conviene ir muy
lejos en la investigación de las fábulas relativas a los Dioses. Las narraciones más increíbles dejan
de serlo, si los hechos se atribuyen a alguna divinidad.
Cuando Alejandro se presentó delante de Nisa, sus habitantes le enviaron una diputación de
treinta distinguidos ciudadanos, presidida por el Príncipe Acufis, suplicándole en nombre de su dios,
que respetase la libertad de la ciudad. Al llegar a la tienda del conquistador le hallaron sentado,
cubierto todavía de polvo, ceñido de sus armas, con el casco en la cabeza y la lanza en la mano,
inspirándoles su vista tal temor, que se prosternaron en tierra y guardaron un largo silencio, hasta
que, habiéndoles mandado Alejandro levantarse y tener buen ánimo, Acufis le habló de esta manera:
«Los Niseos te suplican, oh Rey, que, por respeto a Dionisio, les permitas vivir libres y
autónomos, porque el mismo Baco, al regresar a Grecia después de la gloriosa conquista de la India,
fundó con los aguerridos compañeros de su viaje esta ciudad, monumento perpetuo de sus triunfos,
de igual suerte que tú has fundado una Alejandría en el Cáucaso, otra en Egipto, y otras muchas que
llevan ya o llevarán tu nombre, más glorioso que el de nuestra deidad. Baco, en memoria de su
nodriza, llamó Nisa a esta ciudad, Nisea a toda la comarca, y al monte que domina sus baluartes,
Meros36, para recordar su mítica gestación en el muslo de Júpiter. Desde entonces los Niseos
vivimos libres, autónomos, gobernándonos por nuestras leyes. En fin, para probarte que Baco fue
nuestro fundador, te citaré un solo hecho: la yedra, desconocida en el resto de la India, crece
abundantemente en nuestra región.»
II.
Condiciones en que obtienen la libertad.—Subida al monte Meros.
El discursó de Acufis agradó a Alejandro, pues deseaba que pasasen por ciertas todas las
fábulas relativas a la expedición de Baco, y quería atribuirle la fundación de Nisa para hacer ver
que, habiendo llegado hasta donde aquel dios, aun pensaba ir más allá, creyendo que esto,
despertando en los Macedonios cierta emulación, les estimularía a seguirle con mayor placer. En su
consecuencia, concedió a los Niseos su libertad y autonomía. Informándose después de su
Constitución, supo que era aristocrática, por lo cual, después de elogiarla, exigió que se le enviasen,
a modo de rehenes, trescientos caballeros y cien de los trescientos nobles encargados de la
gobernación. Acufis, que era de estos últimos, fue nombrado hiparco, y dícese que habiéndose
sonreído al oír la petición del Rey, éste le preguntó el motivo, contestándole así: «¿Cómo, señor,
habrá de gobernarse en lo sucesivo una ciudad privada de cien hombres de bien? Si algún interés te
inspiramos, llévate trescientos caballeros, y más si te place, y en vez de exigirnos cien de los
36 Μηρός, muslo. Este nombre recuerda las circunstancias en que terminó la gestación de Baco y se verificó su
nacimiento.
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mejores, pídenos doscientos de los malos, y de este modo hallarás a tu regreso nuestra República en
su prístino esplendor.» La prudencia de esta contestación agradó a Alejandro, que se contentó con
los trescientos caballeros, y no exigió los cien nobles, ni otros en su lugar. Acufis le envió su hijo y
un nieto.
Deseoso después de visitar los sitios en que estaban ciertos monumentos de Baco, orgullo del
país, subió al monte Meros, seguido de la infantería de los Amigos y del Agema de los infantes, y lo
encontró lleno de yedra, laurel y sombríos bosques, poblados de fieras de toda especie. Los
Macedonios, contemplando con alegría las yedras, que no habían visto hacia mucho tiempo, pues ni
aun donde crecen las vides se crían en la India, hicieron con ellas guirnaldas, coronáronse los
cabellos y entonaron himnos a Baco, invocándole bajo varias advocaciones. Alejandro le ofreció un
sacrificio y celebró allí un banquete con sus amigos, en el cual, si es de creer el relato de algunos,
muchos ilustres Macedonios, henchidos del espíritu del Dios, corrieron, como Bacantes, coronados
de yedra.
III.
Crítica de algunas especies de Eratóstenes.—Llegada al Indo.
Dejo a cada uno en libertad de creer o no el hecho antecedente, pero no participo de la opinión
de Eratóstenes Cirineo, de que todos los honores tributados a Baco en aquella ocasión fueron un
homenaje disimulado rendido a Alejandro. Este autor asegura también que, habiendo encontrado los
Macedonios una caverna en el país de los Paropamisadas, o por haberlo oído a los naturales, o
inventándola ellos mismos, hicieron correr la fábula de que en ella había estado encadenado
Prometeo, sirviendo sus entrañas de ordinario pasto a una águila terrible, hasta que Hércules,
matándola, devolvió la libertad al prisionero, traspasando así el Cáucaso, del Ponto al Oriente y a la
región de los Paropamisadas, y dando a los montes de éstos el nombre de aquella cordillera, no más
que por aumentar la gloria de Alejandro, suponiendo que la atravesó. Refiere asimismo que
habiendo visto en la India unas vacas con una clava marcada a fuego, conjeturaron de esto que
Hércules había llegado a aquel país. Igual crítica hace Eratóstenes de las expediciones de Baco. A
mí me parece que debo dejar las cosas en su lugar.
Cuando Alejandro llegó al Indo halló terminado el puente por Hefestión y muchas naves
pequeñas, dos triacónteros y los regalos de Taxilo, consistentes en doscientos talentos de plata, tres
mil bueyes, más de diez mil ovejas y treinta elefantes. Este Príncipe le envió también para auxiliares
setecientos caballos y le entregó su ciudad, que es la mayor que hay entre el Hidaspes y el Indo.
Alejandro ofreció un sacrificio a los Dioses, según costumbre, y celebró juegos gímnicos y
ecuestres. Los augurios le predijeron una feliz travesía.
IV.
Magnitud del Indo y de otros ríos de la India.—Carácter de los indios.
El Indo, a excepción del Ganges, que también riega la India, es el río mayor de Europa y Asia.
Nace en los montes del Paropamiso o del Cáucaso y desagua en el Océano índico austral, por dos
bocas pantanosas, a manera de las cinco del Ister, formando, como el Nilo, un delta, llamado
Pattala37 en la lengua del país. Estas son las noticias más verídicas que acerca del Indo he podido
recoger. También riegan la India el Hidaspes, el Acesines, el Hidraotes y el Hífasis, que son en
magnitud a los demás ríos del Asia, lo que el Indo es respecto a ellos; así como éste es tan inferior
37 Pattala, en sánscrito significa la región baja o el infierno: y este nombre, o quiere indicar el país regado por el Indo,
en la parte más baja de su curso, a semejanza del Bajo Egipto, o la seguía continua, el horrible calor y arenales
abrasadores de aquella tierra.
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en caudal al Ganges, como aquéllos a él. Ctesias, si algo vale el testimonio de este autor, asegura
que el río de que hablamos mide cuarenta estadios de anchura en los puntos más estrechos y cien en
los más anchos, siendo la distancia media de sus orillas la cifra que se halla entre las dos
nombradas.
Alejandro, con todo su ejército, lo pasó al amanecer. Nada diré aquí de la India, de sus leyes e
instituciones, de los animales monstruosos que en sus tierras se hallan, de los peces y cetáceos que
se crían en el Indo, en el Hidaspes, en el Ganges y en otras corrientes, ni menos de sus hormigas
elaboradoras del oro, y de los grifos que las guardan. Todas estas fábulas, distantes cien leguas de la
verdad, no se han escrito para instrucción, sino para deleite, y sin embargo, los autores las inventan
estupendas, porque saben que no ha de ser fácil probar su falsedad. Alejandro y sus compañeros de
milicia ya desmintieron muchas de estas especies, aunque algunos no dejaron de fingirlas también.
Al recorrer las Indias en muy considerable extensión, se aseguraron, en efecto, de que sus habitantes
ni tenían oro ni vivían con lujo y esplendidez. Los Indios tienen estatura prócer, midiendo la mayor
parte cinco codos o algo menos de altura; son los más negros de los hombres, fuera de los etíopes, y
lo mismo que en talla, aventajaban en belicosidad a todos los pueblos asiáticos. Yo no sé si
compararlos a los antiguos Persas, cuyo valor, dirigido por Ciro, hijo de Cambises, arrebató a los
Medas el Imperio del Asia y sometió, de grado o por fuerza, otras naciones, porque entonces eran
pobres, vivían en un país inculto, bajo instituciones muy semejantes a las lacedemonias, y aunque
fueron derrotados por los Escitas, no puede asegurarse de plano si este desastre se debió a las
desventajas del terreno o a una falta de Ciro más bien que a la belicosa inferioridad.
V.
Digresión sobre el Tauro y el Cáucaso y los ríos que en ellos nacen.
Me propongo reunir en un trabajo especial sobre la India 38 las noticias más verídicas y dignas
de atención que acerca de ella debemos, ya a los compañeros de Alejandro, ya a Nearco, que
recorrió el Océano índico, ya, en fin, a Megástenes y Eratóstenes, escritores fidedignos. En él trataré
de sus leyes e instituciones, de sus animales maravillosos, y de los detalles del viaje de
circunnavegación; aquí me limitaré a referir las empresas de Alejandro.
La cordillera del Tauro se ramifica por todo el Asia: principia en el promontorio de Micala,
frente a Sames, corta la Panfilia y la Cilicia y se extiende por la Armenia; de ésta pasa a la Media,
más allá de los Partos y Corasmios; cerca de la Bactriana se une al Paropamiso, llamado Cáucaso
por los Macedonios, con objeto de realzar las hazañas de su Rey, dando a entender que Alejandro
había pasado aquella montaña, que quizá se una al Cáucaso de Escitia, extendiéndose como el
Tauro, por lo cual yo le conservaré este nombre, con que ya antes lo he designado. Este Cáucaso,
pues, se adelanta hacia el Este hasta el Océano Indico.
Todos los ríos notables del Asia nacen del Cáucaso o del Tauro. Los que van hacia el Norte
desembocan unos en el Palus Meótides, y otros en el mar de Hircania, golfo del Océano 39. Los que
corren hacia el Sur, como son el Eúfrates, el Tigris, el Indo, el Acesines, el Hidraotes. el Hifasis y
los intermedios entre éstos y el Ganges, desaguan en el mar, o se pierden como el Eúfrates en
pantanosas lagunas.
38 La obra especial a que alude el autor ha llegado hasta nosotros con el título Αρριανου Ινδικη, y comprende un solo
libro dividido en 45 capítulos, llenes de curiosas noticias.
39 Este error geográfico, que también se encuentra en Quinto Curcio, indujo probablemente a Artemidoro a suponer el
mar Caspio próximo al Océano, y a los habitantes de sus costas finítimos de los Persas, disminuyendo nada menos
que en cinco grados de latitud la extensión del Asia comprendida entre el Caspio y el Océano Índico.
87
VI.
División de Asia.—Limites de la India.—Formación de sus llanuras.
El Asia está, pues, cortada de Este a Oeste por el Cáucaso y el Tauro, que la dividen en dos
grandes partes, Meridional y Septentrional, hacia los vientos Noto y Bóreas, respectivamente. La
primera se subdivide en cuatro regiones, de las cuales la India es la mayor, según Eratóstenes y
Megástenes. (Este último cuando vivió en compañía de Sibirtio, sátrapa de la Aracosia, cuenta que
hizo frecuentes viajes a la corte de Sandracoto, rey de los Indios.) La menor se extiende entre el
Eúfrates y el Mediterráneo, y las dos restantes, situadas entre el Eúfrates y el Indo, no tienen,
reunidas, la extensión de la primera. Los límites de ésta son al Oriente y Mediodía, el Eritreo; al
Norte, el Cáucaso hasta su unión con el Tauro; y al Occidente, el Indo hasta su desagüe en el
Océano, formando en su mayor parte extensas llanuras procedentes, al parecer, de los aluviones de
los ríos, como ha sucedido frecuentemente cerca de las costas con muchas planicies debidas a la
tierra acumulada por las aguas fluviales, que han llegado hasta a darles su nombre desde muy
antiguo: así se llama llano del Hermo, el formado por este río, que naciendo en el monte de Cibeles
Dindimene, en Asia, desemboca cerca de la ciudad Eólica de Esmirna; así hay otro llano del Caistro
en Lidia, otro del Caico en Misia, otro del Meandro en Caria hasta la jónica Mileto, que deben su
denominación a los ríos respectivos.
El Egipto, según Heródoto y Hecateo, suponiendo que sean de éste los escritos que de aquel
país se le atribuyen, el Egipto es un don del Nilo, como con solidísimos argumentos lo demuestra el
primero de estos historiadores, haciendo ver que el río dio nombre a toda la comarca que recorre.
En efecto, el hoy llamado Nilo por naturales y extranjeros, se llamaba Egipto antiguamente, como
lo prueba el testimonio de Homero, al decir que las naves de Menelao llegaron a las bocas del
Egipto. Si algunos ríos pequeños arrastran desde sus altas fuentes hasta el mar bastante cantidad de
limo y fango para aumentar considerablemente los terrenos que cruzan, no es increíble que los
llanos de la India se hayan formado también por aluvión; y cuenta que el Hermo, el Caistro, el
Caico, el Meandro y los demás ríos del Asia que van al Mediterráneo, aunque se juntasen en uno, no
pueden competir en caudal de aguas con cualquiera de la India, y mucho menos con el inmenso
Ganges, más caudaloso que el Nilo de Egipto y el Ister europeo, ni con el Indo que, ya grande en
sus fuentes, desagua conservando su nombre en el Océano, acrecentado por quince afluentes, los
mayores del Asia; pero ahora basta con esto acerca de los Indios; lo demás se tratará en la especial
historia de esta tierra.
VII.
Digresión sobre el paso del Indo.
Ni Tolomeo ni Aristobulo, a quienes principalmente sigo, dicen cómo fue construido el puente
para atravesar el Indo. Yo no me atrevo a asegurar si se hizo de barcas, como el de Jerjes en el
Helesponto y el de Darío en el Bósforo y el Ister, o si fue fijo y continuo. Sin embargo, me inclino a
creer lo primero, pues ni la profundidad del agua permitiría un puente en regla, ni tamaña obra
hubiera podido llevarse a cabo en tan escaso tiempo. Tampoco tengo averiguado si de adoptarse el
primer procedimiento fueron atando las barcas unas a otras por medio de cables hasta tocar las dos
orillas, como refiere Heródoto de Halicarnaso que se hizo en el Helesponto, o en la forma usada por
los Romanos para atravesar el Rhin y el Ister, y que aun hoy emplean cuantas veces necesitan pasar
el Tigris o el Eúfrates. Este modo de construir puentes es el más rápido y fácil que conozco, así es
que voy a describirlo, por ser verdaderamente digno de tenerse en cuenta.
A una señal convenida se abandonan al agua las barcas, pero no en línea recta, sino
oblicuamente, como si estuvieran sujetas por la popa; la corriente, como es natural, se las lleva, pero
se las contiene a fuerza de remos hasta llegar al sitio designado. Una vez en éste, la proa de cada
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barca se llena de cestones cónicos de mimbre, atestados de piedras, cuyo peso la hace resistir la
fuerza de la corriente. Asegurada una se coloca junto a ella otra, a la distancia conveniente, con la
proa opuesta al curso del río, y ambas se unen inmediatamente por medio de vigas, enlazadas a su
vez por tablones trasversales. Hácese lo mismo con todas las barcas hasta completar el puente, cuya
unión con la orilla se verifica por medio de una rampa que al mismo tiempo que facilita el paso de
los caballos y bagajes, da más seguridad a la construcción. La obra se termina en poco tiempo y en
medio del mayor tumulto, sin que las voces de los trabajadores ni las reprensiones a los perezosos
impidan dar ni recibir todas las órdenes.
VIII.
Entrada en Taxila.—Marcha hacia el Hidaspes.—Posiciones de Poro.
Este es el procedimiento empleado por los Romanos desde muy antiguo. Yo repito que no me
consta cómo fue hecho el puente de Alejandro, pues nada dicen sus compañeros de armas; pero me
inclino a creerlo semejante al que he descrito; si no, sería otro que desconozco.
Pasado el río, ofreció Alejandro un sacrificio, según la costumbre patria, y llego a Taxila,
ciudad opulenta y populosa, la mayor de cuantas hay entre el Indo y el Hidaspes. El hiparco Taxilo
y los Indios le recibieron con grandes muestras de amistad, otorgándoles el Príncipe cuantas tierras
de las comarcanas le pidieron. Abísaro, rey de los Indios montañeses, envió a Taxila una embajada
compuesta de personajes del país y presidida por su propio hermano; y algunos otros le trajeron
presentes del príncipe Doxareo. Alejandro volvió a ofrecer los sacrificios rituales, y celebró juegos
gímnicos y ecuestres; nombró a Filipo, hijo de Macata, sátrapa de aquella región, y dejando de
guarnición los soldados inútiles por enfermedad, marchó hacia el Hidaspes.
Poro, en efecto, resuelto a impedirle el paso o a combatirle si conseguía verificarlo, le
esperaba con todo su ejército al otro lado de este río. Sabido lo cual, Alejandro hizo retroceder a
Ceno, hijo de Polemócrates, enviándole al Indo, con orden de desunir las barcas que habían servido
para atravesarlo, y traerlas al Hidaspes. Cumplidos sus mandatos, dividió en dos partes las más
pequeñas, y en tres las de treinta remos, haciéndolas trasportar en carros a la margen del Hidaspes;
donde fueron recompuestas y puestas a flote, dirigiéndose al río Alejandro con todas las tropas que
había traído a Taxila y cinco mil Indios mandados por Taxilo y los principales del país.
IX.
Dificultades para pasar el Hidaspes.
Alejandro puso su campamento en la orilla del Hidaspes, apareciendo en la opuesta todas las
tropas y elefantes de Poro, que guardaba en persona el paso frente a los reales macedonios, y había
destacado fuerzas a los sitios más vadeables, con orden de oponerse a toda tentativa de atravesar el
río. En vista de estas disposiciones, Alejandro determinó enviar también su ejército a varias partes
para poner en confusión al Rey indio. Dividió, pues, sus tropas en muchos cuerpos, destacándoles a
diferentes puntos, unos a devastar el país enemigo, otros a explorar los parajes vadeables, después
de haberles nombrado comandantes nuevos. Al propio tiempo reunía en su campamento provisicnes
inmensas sacadas del territorio aquende el Hidaspes, con objeto de hacer creer a Poro que iba a
detenerse allí hasta que en el invierno, menguada el agua, se pudiese pasar por diferentes esguazos.
Por otra parte, las barcas llevadas de un lado a otro, las pieles de las tiendas rellenas de paja, y la
caballería y la infantería derramadas por toda la ribera, tenían a Poro sobre manera cuidadoso y
solícito, y sin saber qué partido adoptar para la defensa de su puesto. Añadíase a esto lo crecidos,
rápidos y turbulentos que bajaban entonces los ríos de la India, engrosados por las frecuentísimas
lluvias que allí caen en el solsticio del verano, y por el deshielo de las nieves del Cáucaso, donde
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nacen tantas corrientes. Mientras en invierno menguan notablemente y pueden atravesarse a pie,
menos el Indo, el Ganges y quizá algún otro. El Hidaspes es de los primeros.
X.
Astucia de Alejandro.
Alejandro había divulgado la noticia de que si le impedían el paso aguardaría hasta aquella
estación, y mientras tanto, buscaba un medio de verificarlo cuanto antes, sin ser visto por los
enemigos. Desconfiando, pues, de poder atravesar el Hidaspes en el punto defendido por Poro,
cuyas numerosas, perfectamente armadas y bien dispuestas tropas habrían de acometer a las suyas
cuando saliesen del río, y sobre todo por la multitud de elefantes, cuyo aspecto y gritos dificultarían
sobre manera el paso de los caballos a la orilla opuesta, y aun en medio del tránsito podrían desde
las pieles de trasporte hacerles saltar al agua atónitos y espantados ante tan monstruosos animales,
se convenció más y más de la necesidad de acudir a la astucia, tomando las siguientes disposiciones.
Grandes destacamentos de su caballería se acercaban de noche al río por diferentes partes, y con
voces de mando, gritos y sonidos de trompetas, producían el mismo tumulto que si fuese a
verificarse el paso. Poro acudía entonces con sus elefantes al lugar opuesto, y Alejandro le iba
acostumbrando poco a poco a estas alarmas; así es que habiéndose repetido muchas veces, y no
pasando nunca de clamores, el Indio dejó de moverse contra las incursiones de los caballos, y
permanecía en su campamento, limitándose a tener una serie de escuchas en muchos sitios de la
margen. Después de haber hecho perder a Poro el miedo a las excursiones nocturnas, Alejandro
pensó ya en realizar su proyecto.
XI.
Disposiciones de Alejandro para pasar el Hidaspes.
Había en la orilla del Hidaspes, en un sitio que el cauce se tuerce bruscamente, una roca
cubierta de diferentes clases de árboles, y junto a ella, en medio del río, una isla solitaria, también
con vegetación exuberante.
Reconociéndolas Alejandro desde la opuesta orilla, las creyó acomodadas por su selvosidad
para ocultar el paso del ejército, y determinó verificarlo por aquella parte. La roca y la isla distaban
del campamento principal ciento cincuenta estadios. A lo largo de la orilla dispuso centinelas,
distantes entre sí lo suficiente para poder trasmitir fácilmente las órdenes; y durante muchas noches
hizo repetir en diversos puntos los fuegos y clamores.
El día destinado al paso hizo en sus reales todos los preparativos a vista de los contrarios.
Crátero, con la caballería de su mando y la de los Aracotos y Panpamísadas, la falange de los
Macedonios, las tropas de Alcetas y Polisperconte, y los cinco mil Indios con sus jefes, debía
quedarse en el campamento, con orden de no atravesar el río hasta que Poro saliese contra él al
frente de su fuerza, y fuese dispersado y vencido. «Si el Indio, añadió, se dirige contra mí con una
parte de su ejército, dejando la otra con los elefantes en su campo, no te muevas; pero si acomete
con todos los elefantes, dejando parte de sus tropas, pasa inmediatamente, pues sólo aquellos
animales dificultan el tránsito de la caballería; las demás fuerzas no importan.»
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XII.
Continuación del anterior.
Estas órdenes dio a Crátero. Meleagro, Atalo y Gorgias, con la caballería y la infantería de los
mercenarios, recibieron la de permanecer en el punto intermedio entre la isla y el campamento
principal, donde aquel General quedaba, y pasar el río por destacamentos cuando viesen a los Indios
empeñados en la batalla.
Él, con el Agema de los Amigos, la caballería de Hefestión, Perdicas y Demetrio, la de los
Bactrianos, Sogdianos y Escitas, la de los arqueros Daos, los hipaspistas de la falange, las
compañías de Clito y Ceno, los arqueros y los Agrianos, se alejó bastante de la orilla para ocultar su
marcha al enemigo y se dirigió a la isla y a la roca por donde había de efectuarse el tránsito.
Durante la noche fueron rellenadas de paja y cosidas cuidadosamente las pieles traídas mucho antes,
y una tempestad que se desató vino muy oportunamente a cubrir con el estampido de los truenos y
el estruendo de la lluvia el ruido de las armas y de las voces de mando. La mayor parte de las barcas
partidas, y las de treinta remos también habían sido llevadas a aquel sitio y escondidas en la espesa
selva. Al amanecer, calmada la lluvia y sosegado el viento, pasaron a la isla todos los caballos e
infantes que pudieron acomodarse en pieles y barcas, de manera que cuando les vieron los atalayas
de Poro, ya les faltaba poco para tocar la orilla opuesta.
XIII.
Paso del Hidaspes.
Alejandro se embarcó en una de las naves de treinta remos, y pasó con sus guardias
personales Tolomeo, Perdicas y Lisímaco, con Seleuco del cuerpo de Amigos, que más tarde fue
rey, y la mitad de los hipaspistas; la otra mitad iba separadamente, pero también en un triacóntero.
El ejército, dejando atrás la isla, empezó a dirigirse a la orilla a vista ya del enemigo, y al
distinguirlo las atalayas partieron a galope a comunicárselo a Poro. En tanto Alejandro, que saltó el
primero a tierra, fue formando la caballería a medida que desembarcaba de los otros triacónteros,
pues tenía orden de pasar la primera, y se adelantó con ella, dispuesta en batalla. Mas vio que por
ignorancia del terreno había desembarcado en otra isla mucho más grande, separada de la orilla por
estrecho canal aumentado tan considerablemente por la copiosa y continua lluvia de la noche
anterior, que la caballería no hallaba ningún punto vadeable, llegándose a temer que este nuevo
tránsito fuese tan dificultoso como el primero. Pero al fin se halló un esguazo y pudieron pasar
aunque trabajosamente, pues el agua, en su mayor hondura, les llegaba al pecho a los infantes, y
hasta la cabeza a los caballos.
Atravesado el río, colocó Alejandro el Agema de su caballería y la flor de las hiparquías
restantes en el ala derecha, precedidos todos de los arqueros de a caballo: a continuación puso
primero los hipaspistas reales de Seleuco, luego el Agema real, y, en fin, los restantes hipaspistas,
todos en el punto que les había tocado. Los Agrianos, los arqueros y los honderos fueron destinados
a cubrir los extremos de la falange.
XIV.
Ataque y derrota del hijo de Poro.
Formado así el ejército, dejó detrás de sí seis mil infantes que debían seguirle en orden y a
paso lento, y confiado en la superioridad de su caballería corrió al enemigo al frente de cinco mil
caballos, mandando al toxarca Taurón que viniese inmediatamente a ayudarle con los arqueros.
Pensaba, en efecto, que si le acometía Poro con todas sus fuerzas, podría arrollarle sin dificultad con
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la caballería, o a lo menos sostener el ataque basta la aproximación de los infantes; y si los Indios,
espantados por su audacia, se daban a la fuga, perseguirles de cerca y hacer en los fugitivos tan
atroz matanza, que quedasen muy pocos para otro combate.
Cuenta Aristobulo que el hijo de Poro llegó con sesenta carros a la orilla antes de que
Alejandro hubiera salido de la isla grande y que hubiera podido impedirle el paso, de suyo
dificultoso aun sin oponerse nadie, sin más que mandar apearse a su gente de los carros y atacar a
los vadeantes; pero que se alejó sin resistencia, permitiendo a Alejandro destacar contra él los
arqueros de caballería, que le causaron en la fuga algunas bajas. Otros dicen que entre los soldados
del hijo de Poro y la caballería del Monarca macedonio hubo un encuentro al salir ésta del río,
siendo mucho más numerosas de lo que Aristobulo dice las tropas del Príncipe indio, el cual
consiguió herir a Alejandro y matarle su queridísimo Bucéfalo. Pero Tolomeo, hijo de Lago, a cuya
opinión asiento, cuenta las cosas de otra manera. Poro destacó, en efecto, a su hijo, pero no con
sesenta carros solamente, pues no es verosímil que conociendo por los vigías el paso de Alejandro
en persona, o a lo menos de parte de su ejército, hubiera ido a enviar al Príncipe con semejantes
fuerzas, excesivas y pesadas tratándose de una simple exploración, diminutas y deficientes para
rechazar a los Griegos o combatirlos. Dos mil caballos y ciento veinte carros fueron, según el citado
escritor, los que trajo a sus órdenes, pero llegó cuando Alejandro había franqueado ya el último
vado.
XV.
Poro sale al encuentro de Alejandro.—Orden de batalla del ejército indio.
Alejandro, según el mismo Tolomeo, destacó primeramente contra el Indio los arqueros
montados, y se puso al frente de la caballería, pues tomó los caballos que se acercaban por la
vanguardia de Poro, que se le venía encima con todo el ejército. Mas cuando por sus exploradores
supo con exactitud el número de enemigos, acometiólos impetuosamente con su caballería, y los
dispersó atacándolos con los escuadrones formados en columna en vez de extendidos en batalla.
Los Indios perdieron cuatrocientos hombres, entre ellos el hijo de Poro, y dejaron en poder del
enemigo los carros y caballos, que no pudieron utilizarse en la acción ni huir rápidamente a causa
de lo fangoso del terreno.
Cuando los soldados fugitivos anunciaron a Poro la muerte de su hijo y la llegada de
Alejandro con sus principales fuerzas, dudó si salirle al encuentro, pues veía que en el campamento
principal, Crátero daba también señales de intentar el paso. Mas al fin decidióse a partir con todo su
ejército al punto en que el Macedonio se hallaba con la flor de los suyos, pero dejando en su campo
un pequeño destacamento y algunos elefantes para contener y atemorizar en la orilla a los caballos
de Crátero. Marchó, pues, contra Alejandro al frente de sus cuatro mil caballos, de sus trescientos
carros, de doscientos elefantes y de los treinta mil infantes útiles para el servicio, y al llegar a un
campo limpio de lodo, cuyo suelo de compacta arena se prestaba a las maniobras de la caballería,
hizo alto y dispuso su ejército en el orden siguiente: en primera línea los elefantes, extendidos
delante de toda la falange de infantería a distancia de cien pies unos de otros, para espantar a los
caballos enemigos, pues pensaba que ni la caballería por el terror de sus monturas, ni mucho menos
la infantería, amenazada a un tiempo por los soldados de la segunda línea y por aquellos
cuadrúpedos enormes, se atreverían a penetrar en los intervalos. En segundo término la infantería,
pero no paralelamente a la línea de elefantes, sino avanzando entre los huecos que éstos dejaban, y
extendiéndose más allá hacia las alas; y en éstas la caballería, protegida por los carros.
92
XVI.
Preliminares de la batalla.
Tal era la disposición del ejército de Poro. Cuando Alejandro lo vio formado en batalla,
mandó hacer alto a sus caballos hasta que fuese llegando la infantería, y una vez reunida la falange,
que vino a la carrera, no la llevó inmediatamente al combate, sino que para darles lugar a reponerse
y no lanzarla fatigada y jadeante contra los Indios, hizo caracolear la caballería frente al ejército
bárbaro. Observando la disposición de éste y comprendiendo la intención de Poro, determinó no
atacar el centro, defendido por los elefantes y la apretada falange intermediaria, sino, aprovechando
la superioridad de su caballería, acometerle de flanco. Al frente, pues, del mayor destacamento se
dirigió hacia el ala izquierda de Poro en actitud de acometerle, y envió contra la derecha a Ceno,
con sus escuadrones y los de Demetrio, encargándole que cuando los Indios le hiciesen frente, les
atacase por la retaguardia. Seleuco, Antígenes y Taurón fueron encargados del mando de la falange,
con orden de no moverse hasta que la caballería hubiera puesto en desorden todas las tropas
bárbaras.
Ya a tiro de flecha, Alejandro destacó contra la izquierda enemiga unos mil arqueros
montados, cuyas escaramuzas e innumerables dardos debían empezar a desordenarla; y él, con la
caballería de los Amigos, corrió a atacarla de flanco antes de que repuesta de la primera agresión
consiguiera reorganizarse.
XVII.
Batalla.—Desorden causado por los elefantes.—Derrota de los Indios.
quedaron tendidos en el campo, y los infantes, acometidos en todas direcciones, también sufrieron
infinitas bajas, huyendo los demás por un hueco que dejó la caballería macedonia.
XVIII.
Pérdidas de ambos ejércitos.—Valor y nobleza de Poro.
En tanto, Crátero y los demás Generales que con él quedaron en la orilla del Hidaspes, viendo
la completa victoria de Alejandro, habían atravesado el río, y causaron no menor mortandad en los
fugitivos bárbaros, al perseguirles con tropas de refresco.
Los Indios perdieron en esta batalla cerca de veinte mil infantes, dos mil caballos, y todos los
carros; muriendo, además dos hijos de Poro, Espitaces, gobernador de aquella provincia; todos los
conductores de elefantes y carros, y todos los jefes de infantería y caballería. Los elefantes que no
perecieron en el combate, cayeron en poder de Alejandro, cuyas bajas fueron ochenta de los seis mil
infantes y diez de los arqueros montados que principiaron la acción; veinte de la caballería de los
Amigos, y doscientos de la restante.
Poro se condujo en esta batalla como un héroe, cumpliendo no sólo los deberes de general,
sino los de valiente soldado. Al ver la matanza de su caballería, la muerte o el desorden de sus
elefantes y la casi total pérdida de su infantería, lejos de huir el primero como el gran rey Darío, se
mantuvo firme y luchando mientras resistió alguno de los suyos; pero al fin, herido en el hombro
derecho, única parte de su cuerpo que llevaba desnuda, pues la resistencia y exquisita labor de su
coraza, como después se vio, habían rechazado todas las flechas, se retiró sobre su elefante.
Alejandro, deseando salvar a quien tan esforzado y valiente se había mostrado en la pelea, le
envió el indio Taxilo. Mas cuando éste se le acercó cabalgando, tan cerca como lo permitía la
necesidad de precaverse del elefante, suplicándole que se parase y oyese la oferta de Alejandro, de
quien ya no podía librarse, Poro, a la vista de su antiguo enemigo se volvió contra él para
atravesarle con la lanza, y le hubiera quizá muerto de no evitarlo, gracias a la rapidez de su caballo.
El caudillo macedonio, lejos de tomar a mal esta conducta, le envió nuevos diputados, entre ellos el
indio Meroe, antiguo amigo de Poro. El Monarca, cediendo al ruego de la amistad y a la sed
ardiente que le sofocaba, paró al fin y se apeó del elefante, y después de beber y refrescarse mandó
que le llevasen a Alejandro.
XIX.
Alejandro devuelve a Poro sus Estados.—Fundación de Nicea y Bucéfala.
Alejandro fundó dos ciudades, una en el punto donde había pasado el río, y la otra en el
campo de batalla. Ésta recibió el nombre de Nicea41 para recuerdo de la victoria conseguida, y
aquélla el de Bucéfala, en memoria del caballo que montaba. Bucéfalo espiró en aquel sitio, sin
herida alguna, agobiado por las fatigas y los años, pues tenía treinta cuando le llegó la muerte 42,y
había sufrido infinitos trabajos y afrontado mil peligros al servicio de Alejandro, único jinete que
consentía. Era de gran alzada, nobilísima índole, pelo negro, notable según unos por su cabeza
parecida a la del buey, de donde le vino el nombre, o según otros, por una mancha blanca de aquella
forma, que se destacaba en su frente sobre el oscuro fondo del pelaje. Habiéndolo perdido Alejandro
en el país de los Uxios, publicó un edicto, amenazando pasar a cuchillo a todos los habitantes si no
le devolvían su caballo. Tanto quería a este animal y tanto terror inspiraba a los Bárbaros, que fue
inmediatamente obedecido. Apunto todos estos detalles sobre el Bucéfalo por lo enlazados que
están a la historia de Alejandro.
XX.
Excursión al país de los Glaucanicos o Glaucos.—Ofrecimientos
de Abísares.—Sublevación de los Asacenos.—Paso del Acésines.
Alejandro sepultó con la debida honra los muertos en la batalla; ofreció a los Dioses los
acostumbrados sacrificios por el reciente triunfo; celebró juegos gímnicos y ecuestres a la orilla del
Hidaspes, en el punto a donde pasó primero con su ejército; dejó a Crátero con parte de las tropas
para la edificación y amurallamiento de las nuevas ciudades, y partió contra los Indios fronterizos
del reino de Poro, llamados Glaucánicas por Aristobulo, Glausas por Tolomeo, que el nombre me
importa poco. Entróse, pues, por sus tierras con la mitad que le quedaba de la caballería de los
Amigos, la flor de la infantería de cada falange, los arqueros de a pie, los Agrianos y todos los
arqueros montados, consiguiendo la rendición inmediata de todos los naturales. Hizose dueño de
treinta y siete ciudades, con cinco mil habitantes la que menos y con más de diez mil bastantes, y de
muchísimas aldeas, cuya población no desmerecía de las anteriores, agregando todas estas
conquistas al reino de Poro, a quien consiguió reconciliar con Táxilo, que regresó después a sus
estados.
Por entonces recibió una embajada de Abísares, que le sometía su persona y su reino. Este
Príncipe había pensado reunir sus tropas a las de Poro antes de la victoria de Alejandro, y ahora
ofrecía al vencedor riquezas y cuarenta elefantes, que traían su hermano y los altos dignatarios de la
corte. Llegaron también diputaciones de los Indios autónomos y de otro Poro, hiparca de la India.
Alejandro mandó a Abísares presentarse inmediatamente en persona, amenazándole con darle que
sentir si le obligaba a ir en su busca al frente del ejército.
Presentóse también Fratafernes, sátrapa de los Partos y de Hicarnia, con los Tracios que le
había dejado Alejandro, y unos enviados de Sisicoto, sátrapa de los Asácenos, anunciando la
defección de éstos y el asesinato de su hiparca. Alejandro envió contra ellos a Filipo y Tiriaspes al
frente de un ejército encargado de someterlos y gobernarlos.
Él continuó hacia el Acésines, único río de la India descrito por Tolomeo. Según este
historiador, mide quince estadios de anchura en el punto en que le atravesó Alejandro valiéndose de
barcas y de pieles; su corriente es rapidísima, y el cauce está erizado de grandes y ásperos peñascos,
contra los cuales, cubriéndose de blanca espuma, se estrella estrepitosamente el agua. Los que le
pasaron sobre pieles no sufrieron accidente alguno; pero muchos de los que iban en las barcas
perecieron al romperse contra aquellos escollos. De esto se desprende que no andan tan lejos de la
verdad los escritores que dan al Indo cuarenta estadios en los lugares más anchos y quince en los
más estrechos y por ende más profundo de su curso, la cual es su anchura ordinaria.
41 Nicea, en efecto, se deriva de νίκη, victoria.
42 Según esta cuenta, Bucéfalo tendría unos diez y seis años cuando lo domó Alejandro, lo cual es increíble.
95
Yo creo que Alejandro elegiría para atravesar el Acésines el punto más ancho y por
consiguiente el de menos rápida corriente.
XXI.
Paso del Hidraotes.
Pasado el río, dejó a Ceno con un destacamento en la orilla para proteger el tránsito del
ejército restante, que había ido a proveerse de trigo y otros víveres en las comarcas sometidas.
Envió a Poro a sus estados, encargándole que le reuniese los Indios más belicosos y elegidos y
todos los elefantes posibles y se le presentase con ellos, y al frente de las tropas más ligeras
emprendió la persecución del otro Poro, hombre perverso, cuya fuga de las tierras de su mando
acababa de serle comunicada. Este tal, cuando Alejandro se hallaba en guerra con su homónimo, le
había enviado una embajada sometiéndole su persona y reino, más por odio a su rival, que por
sincero afecto al Macedonio; pero cuando vio que éste le devolvía sus estados con considerables
aumentos, huyó de los suyos, más temeroso del otro Poro que del conquistador, arrastrando consigo
cuantos pudo persuadir a la defección.
Alejandro salió en su seguimiento y llegó al Hidraotes, otro río de la India, tan ancho como el
Acésines, pero de menos rápida corriente. Puso guarniciones en los sitios más importantes del
territorio que aquél riega para proteger la vuelta de Ceno y Crátero, enviados a devastar la comarca.
Destacó después a Helestión a la cabeza de un cuerpo de ejercito compuesto de dos falanges de
infantería, su propia hiparquía y la de Demetrio y la mitad de los arqueros, con orden de penetrar en
los estados del Poro fugitivo y de subyugar todos los pueblos autónomos ribereños del Hidraotes, y
de agregarlos al reino del Poro amigo. Pasó a seguida aquel río con menos dificultad que el
Acésines, y avanzando más en el país, sometió muchas poblaciones, unas por capitulación, otras por
la fuerza de las armas.
XXII.
Expedición contra los Cáteos, los Oxídracas y los Malos.
En esto, supo que algunos Indios independientes, entre ellos los Cáteos, estaban dispuestos a
resistir con las armas su invasión, y que solicitaban al efecto la alianza de otros pueblos finítimos,
igualmente autónomos, pensando reunirse en una ciudad muy fuerte.
Llamábase ésta Sangala, y los Cáteos pasaban por muy valientes y entendidos en cosas
militares, habiendo logrado atraerse los Oxídracas y Malos, contra los cuales Abísares y Poro,
combinando sus tropas y secundados por las de otros Indios, habían poco antes hecho una
expedición inútil a pesar del lujo de fuerzas desplegado.
Partió, pues, Alejandro inmediatamente contra los Cáteos, y al segundo día de marcha llegó a
la ciudad de Pimprama, ocupada por los Adraístas, que al punto capitularon. Dio al siguiente día
descanso a la tropa, y marchó al tercero a Sangala, ante la cual los Cáteos y sus aliados estaban
apercibidos al combate en una eminencia no muy escarpada, cuyo centro ocupaban los reales,
rodeados a modo de empalizada de una triple barrera de carros. Después de reconocer la naturaleza
del terreno y el número de enemigos, dispuso su ejército en la forma que le pareció más
conveniente, destacando desde luego contra los Indios los arqueros montados, con el doble objeto
de impedir con sus maniobras y disparos que le atacasen sin haber acabado de formar su gente, y de
causarles bajas dentro de sus propias fortificaciones antes de que se empezase el combate. A seguida
colocó en el ala derecha el Agema de la caballería, más la hiparquía de Clito; a continuación los
hipaspistas e inmediatamente los Agrianos; formó la izquierda con la hiparquía de Perdicas, que
había de mandar este ala, y la infantería de los Amigos, dividiendo los arqueros entre ambos lados.
96
Mientras adoptaba estas disposiciones, llegaron los infantes y caballos de la retaguardia, que fueron
destinados, éstos a las alas y aquéllos a robustecer el cuerpo de la falange. Entonces Alejandro, al
frente de la caballería de la derecha, dirigióse contra los carros de la izquierda, creyendo que, siendo
menos compacta la línea por esta parte, le sería más fácil abrirse paso.
XXIII.
Sitio de Sangala.
Mas viendo que los Indios no salían al encuentro de la caballería fuera de la línea de los
carros, sino que se limitaban a molestarla con los proyectiles disparados desde lo alto, abandonando
aquella fuerza como inútil al presente, echó pie a tierra y se puso él mismo a la cabeza de la falange.
Los Indios fueron desalojados fácilmente de la primera linea. La segunda ofreció más dificultades,
ya porque, parapetados detrás de los carros, cuyo círculo era más reducido, estaban muy apretados
los Bárbaros y podían defenderse mejor, ya porque, mientras apartaban los de la primera trinchera y
penetraban sin orden por entre los huecos, tenían los Macedonios menos espacio en que
desenvolverse. Pero al fin echaron fuera a los Indios, que no creyéndose seguros en la tercera,
precipitadamente y casi sin resistirse huyeron a la ciudad, en donde se encerraron.
Alejandro la cercó el mismo día con las tropas de su falange hasta donde éstas alcanzaban,
pues el circuito de los muros era demasiado grande para que la infantería pudiese rodearlo por
completo. En los huecos que quedaban colocó la caballería, principalmente cerca de una laguna
poco profunda, próxima a la ciudad, por la cual conjeturaba que los enemigos, aterrados por el
reciente desastre, quizá huirían a la noche. Así sucedió, en efecto. Cerca de la segunda vigilia,
salieron la mayor parte de la ciudad y dieron contra las avanzadas de caballería, a cuyas manos
murieron los primeros, retrocediendo los restantes al comprender que la laguna estaba cercada.
Alejandro rodeó la ciudad de un doble vallado, excepto por la parte de la laguna, en cuyo
derredor colocó vigilantísimos guardias. Mandó acercar las máquinas a la muralla, con ánimo de
derrumbarla, cuando unos desertores le avisaron que los Indios pensaban salir aquella noche de la
plaza y escaparse cerca de la laguna, por el sitio desprovisto de valla. En su consecuencia, apostó en
él a Tolomeo Lago, con tres mil hipaspistas, todos los Agrianos y una compañía de arqueros. «Tú, le
dijo mostrándole el sitio por donde verosímilmente saldrían, cuando intenten salir, córtales el paso
con tus tropas y manda tocar las trompetas. Vosotros, Generales, en cuanto oigáis esta llamada,
acudid al punto con vuestra gente. Yo no faltaré a la cita.»
XXIV.
Asalto y toma de Sangala.
practicaron una mina, y aplicando por todas partes las escalas, tomaron la plaza por asalto. En éste
fueron pasados a cuchillo diez y siete mil Indios, y más de setenta mil cayeron prisioneros, con
trescientos carros y quinientos caballos. Alejandro perdió cien hombres en todo el cerco, siendo
mucho mayor el número de heridos, que llegaron a mil doscientos, entre ellos algunos jefes y su
guardia personal Lisímaco.
Después de haber tributado a los guerreros muertos los honores de la sepultura, con arreglo a
las costumbres patrias, envió a su secretario Eúmenes con doscientos caballos a dos ciudades que
habían hecho causa común con la de Sangala, anunciándoles la suerte de ésta y prometiéndoles, si
se rendían, iguales seguridades y franquicias que a los Indios sometidos antes voluntariamente. Pero
la noticia de la toma de Sangala llegó antes que Eúmenes, y aterrados los habitantes de las
mencionadas, habían huido llenos de terror a los desiertos. Al saber su fuga, Alejandro les persiguió
encarnizadamente, pero no logró alcanzarles, por haberse puesto tarde en su seguimiento; sin
embargo, encontró unos quinientos enfermos rezagados y los mandó degollar. Perdida, pues, la
esperanza de alcanzar los fugitivos, volvió a Sangala y la arrasó, concediendo su territorio a los
Indios autónomos que espontáneamente se le habían entregado.
Envió a Poro y sus tropas a poner guarnición en las ciudades sometidas, y se dirigió hacia el
Hifasis con ánimo de someter los Bárbaros que allende este río se encontraban. No creía, en efecto,
terminada la guerra mientras quedase un enemigo.
XXV.
Marcha hacia el Hifasis.—Descontento de los
Macedonios.—Arenga de Alejandro para animarlos.
El país de allende el Hifasis, según sus noticias, era sumamente rico; sus habitantes buenos
labradores y excelentes soldados; cada pueblo tenía gobierno propio, bajo la forma de república
aristocrática bien organizada, y sus elefantes eran incomparablemente más numerosos, corpulentos
y fuertes que los demás de la India. Alejandro sentía enardecerse su ambición al escuchar estos
relatos; pero los Macedonios empezaban a desalentarse viéndole amontonar peligros sobre peligros
y trabajos sobre trabajos. Los descontentos reuníanse en corrillos en el campo, lamentándose los
más moderados de su suerte y amenazando otros no seguir adelante. Sabedor el Príncipe del estado
de los ánimos, reunió a los jefes, y antes de que la agitación fuese en aumento y tomase
proporciones formidables, les arengó de la manera siguiente:
«Comprendiendo que ya no me seguís a estas empresas con la buena voluntad acostumbrada,
he creído oportuno convocaros para avanzar si os convenzo, o para retroceder si soy convencido por
vosotros. Si os pesan los trabajos sufridos y el General a cuyas órdenes los habéis afrontado, nada,
aliados y Macedonios, nada tendré que deciros; pero si os han conquistado el Helesponto, las dos
Frigias, la Capadocia, la Paflagonia, la Lidia, la Caria, la Licia, la Panfilia, la Fenicia y el Egipto
con la Libia helénica; si os han rendido parte de la Arabia, la Celesiria, la Mesopotamia, la
Babilonia, los Susios, los Persas y los Medos con todas las naciones dependientes o independientes
de los mismos; si habéis subyugado los pueblos de allende la Pilas Caspias, el Cáucaso y el Tanais,
los Bactrianos, Hircanios y el mar Caspio; si habéis rechazado los Escitas al interior de sus
desiertos, y el Indo, el Hidaspes, el Acésines y el Hidraotes corren por tierras sometidas a nuestras
leyes, ¿por qué vaciláis en añadir a nuestro imperio el Hifasis y los países que se extienden más allá
de su corriente? ¿Temeréis hoy a esos bárbaros, cuando habéis visto a tantos otros entregarse
voluntariamente unos, huir otros a nuestra llegada, caer aquéllos prisioneros en la fuga, dejar éstos
en nuestro poder abandonadas sus tierras para que las regalásemos a nuestros aliados y a los que de
buena voluntad se sometieron?
98
XXVI.
Conclusión de la arenga de Alejandro.
»No hay para corazones generosos otro fin de los trabajos que los mismos trabajos que les
conducen a la gloria. Si alguno quisiere conocer el término de los presentes, sepa que no tenemos
lejos de aquí el río Ganges y el Océano oriental, el cual veréis conmigo cómo rodeando el
continente se une al mar Hircanio, éste al golfo de las Indias, y éste al Pérsico. Del golfo Pérsico
cincunnavegaremos la Libia hasta las columnas de Hércules, y conquistaremos toda el Asia y toda
el África, haciendo límites de nuestro Imperio los mismos que la divinidad puso a la tierra. Pero si
ahora retrocedemos, considerad que dejamos sin dominar muchos y muy belicosos pueblos; al
Oriente, todos los de allende el Hifasis hasta el Océano; al Norte, todos los que habitan las costas
del Hircanio y los Escitas; de suerte que nuestra retirada será como la señal de un general
levantamiento de las naciones todavía a medio dominar, promovido por las independientes;
anularánse todas nuestras conquistas, o será preciso empezar de nuevo.
»Persistid, pues, compañeros. La gloria es el galardón de los sufridos y constantes; el vivir
con valor tiene sus encantos; la muerte que inmortaliza el nombre del guerrero y lo enaltece, tiene
encantos también. Hércules, nuestro progenitor, ¿hubiera subido a la cúspide de la gloria, y logrado
la apoteosis encerrándose en Tirinto, en Argos, en Tebas o en el Peloponeso? Baco, cuya fama es
mayor, ¿no llevó a cabo empresas memorables? Nosotros, que hemos pasado de Nisa y hemos
conquistado la roca de Aornos, inexpugnable para Hércules, ¿vacilaremos en dar un paso más para
vencer lo poco que nos falta? ¿Hubiéramos dejado gloriosa memoria de nuestros hechos,
limitándonos a permanecer ociosos en Macedonia, atentos sólo a defenderla o a triunfar de los
Tracios, de los Ilirios, de los Tribalos o de los Griegos enemigos de la patria?
»Si yo no participase de vuestros trabajos y peligros, tendría razón de ser vuestro desaliento.
Muy duro sería sufrir vosotros las fatigas, y cosechar otros sus frutos. Pero los trabajos son
comunes; iguales los peligros, y para todos serán las recompensas. Vuestras son estas tierras;
vuestro el mando de sus pueblos; vuestra la parte mayor de los tesoros. Cuando conquistemos el
Asia entera, no sólo podré satisfacer vuestros deseos, sino que sabré sobrepujar vuestra esperanza.
Licenciaré las tropas que lo quieran, o las conduciré yo mismo hasta su patria, y haré que los que
queden puedan causar envidia a los que marchen.»
XXVII.
Silencio de los Griegos.—Respuesta de Ceno.
A estas palabras sucedió un silencio profundo; pues ni se atrevían a oponerse al parecer del
Rey, ni querían prestarle asentimiento. Alejandro volvió a mandar que hablase quien quisiese
manifestar su opinión contraria; pero todos callaron, hasta que al fin, atreviéndose Ceno, hijo de
Polemócrates, dijo lo siguiente:
«Puesto que tú mismo, oh Rey, no quieres oponerte a la voluntad de los Macedonios, y estás
decidido a llevarlos más allá si así lo desean, y a retroceder en caso contrario, yo me decido a
hablar, no en representación de los jefes, que colmados por ti de honores y recompensas y
premiados con exceso de nuestras fatigas, estamos dispuestos a obedecerte y seguirte, sino a
nombre de todo el ejército. No trato, en verdad, de lisonjear al soldado; mis palabras se encaminan
directamente a tus intereses presentes y futuros. Mi edad, los honores mismos de que
generosamente me has colmado, el valor con que he afrontado fatigas y peligros, me obligan a no
ocultarte nada de lo que pueda convenirte.
»Cuanto más numerosas e ilustres son las empresas que a tus órdenes hemos realizado los que
te seguimos desde nuestra patria, tanto más creo en la necesidad de dar fin a estas guerras y
trabajos. Ya ves los pocos Macedonios y Griegos que quedamos de la inmensa multitud que partió
99
contigo. Al entrar en la Bactriana licenciaste con razón a los Tesalios, cuyo ardor y denuedo se
enfriaban; otros Griegos han quedado, aunque no a su gusto, encerrados en las ciudades por ti
fundadas; y de los demás que unidos al ejército macedonio han participado de todos tus trabajos y
peligros, parte han perecido en los combates, parte han quedado inutilizados por las heridas en
diferentes puntos, parte han muerto de enfermedad; de suerte que de aquella muchedumbre restan
muy pocos, y esos no muy firmes de salud, y aun más quebrantados de ánimo y trabajados por el
ferviente anhelo de ver, los que aun los tienen, a sus padres, mujeres, hijos, patria y hogares; anhelo
que disculpan ciertamente los honores que les has concedido y las riquezas de que les has colmado.
No los lleves, pues, contra su voluntad; no intentes poner a prueba su valor nunca desmentido, que
ya no sería voluntario.
»Vuelve a visitar tu patria, a abrazar a tu madre, a poner en orden los asuntos de Grecia, a
suspender en tu hogar los trofeos de tantas y tan ilustres victorias. Entonces podrás emprender una
nueva expedición, o contra estos Indios orientales, o contra los pueblos del Euxino, o contra
Cartago y los ulteriores países de la Libia; entonces podrás llevar tus huestes adonde quieras;
entonces te seguirán otros Macedonios y otros Griegos; entonces formarán tus compañías gente
descansada en vez de rendida del trabajo, soldados jóvenes en vez de curtidos veteranos; y esa
juventud, cuyo ardor no enfriará el recuerdo de fatigas no experimentadas, te seguirá entusiasta,
codiciosa de ganar, como los viejos licenciados, tesoros que les saquen de la pobreza, y fama que
abrillante sus oscuros nombres. ¡Bueno es, oh Rey, sobre todas las cosas, tener templanza en las
prosperidades! Un general como Alejandro, con un ejército como éste, nada tiene que temer del
enemigo; pero los reveses de la fortuna son imprevistos, y por lo tanto inevitables.»
XXVIII.
Cólera de Alejandro.—Augurios desfavorables.—Orden de regresar.
Los oyentes acogieron con aplausos el discurso de Ceno y muchos derramando lágrimas,
prueba elocuentísima de la mala voluntad con que iban a afrontar ulteriores peligros y de su
vehemente deseo del volver a la patria. Alejandro, ofendido por la franqueza de Ceno y el silencio
de los otros jefes, disolvió la asamblea.
Al día siguiente los volvió a reunir para decirles furioso. «Estoy resuelto a marchar adelante.
No obligo a ningún Macedonio a que me siga. No me han de faltar soldados fieles. Váyanse los que
quieran, y digan a sus conciudadanos: hemos abandonado a nuestro Rey en medio de sus
enemigos.» Dicho esto, se encerró en su tienda, y en tres días no habló con ninguno de sus amigos,
esperando que quizá ocurriese en el ánimo de los Macedonios y aliados alguno de esos cambios
frecuentes en las turbas militares que le permitiese hacerles aceptar sus proyectos. Pero persistiendo
los soldados en el silencio, dándole a entender que les afligía su cólera, pero que no mudaban de
propósito, mandó, según dice Tolomeo de Lago, hacer los sacrificios para el paso del río, y no
habiendo sido favorables los agüeros, convocó a sus amigos de más intimidad y años y les dijo que
había renunciado a continuar avanzando y que anunciasen al ejército su decisión de regresar a la
patria.
XXIX.
Alegría del ejército.—Altares, sacrificios y juegos.—Engrandecimiento de los
estados de Poro.—Abísares es confirmado en los suyos.—Vuelta al Hidaspes.
Esta noticia fue acogida con ese vocerío que da a entender el júbilo de la multitud. Muchos
lloraron de gozo; otros se acercaron a la tienda real, colmando de bendiciones al Rey por haberse
dejado vencer sólo por amor a sus soldados.
100
Alejandro dividió entonces el ejército en doce cuerpos, a cada uno de los cuales encargó la
construcción de un altar inmenso, tan alto y ancho como la mayor torre de guerra, en acción de
gracias a los Dioses por los triunfos hasta allí conseguidos, y como monumento de sus victorias.
Acabados los altares ofreció sobre ellos sacrificios, según el rito patrio; celebró juegos ecuestres y
gímnicos; dio a Poro todo el país hasta el Hifasis; volvió al Hidraotes, lo pasó y llegó al Acésines,
en cuya orilla Hefestión había terminado ya las obras de la ciudad de que quedó encargado, a la cual
trajo habitantes de los puntos comarcanos que así lo deseaban, dejando también en ella los
mercenarios inutilizados. Después empezó a preparar lo necesario para descender al Océano.
Entonces Arsaces, hiparco de la provincia finítima de los estados de Abísaro, acompañado de
un hermano de este Príncipe y de otros familiares, le trajo en su nombre los más preciosos
presentes, entre ellos treinta elefantes, excusándole de no poder presentarse personalmente por
hallarse enfermo, como aseguraron también los enviados de Alejandro. En vista de esto, confirmó a
Abísaro en el mando de su provincia; le agregó la satrapía de Arsaces, dispuso los tributos que
habían de satisfacerle, e hizo un nuevo sacrificio en el Acésines. Pasó este río y llegó al Hidaspes,
donde hizo reponer al ejército los destrozos causados por las lluvias en Nicea y Bucéfala, tomando
otras disposiciones pertinentes a la buena administración de la provincia.
101
LIBRO SEXTO
I.
Error geográfico de Alejandro.
Reunidas en las márgenes del Hidaspes muchas naves de dos y treinta remos, otras destinadas
a la conducción de caballos y todo lo necesario para el trasporte del ejército, determinó Alejandro
dirigirse por agua hasta el Océano. Y como antes había observado ya que fuera del Nilo sólo se
encuentran cocodrilos en el Indo, cuando en las riberas de su afluente el Acésines vio habas
semejantes a las de Egipto, creyó haber descubierto las fuentes del Nilo. Suponía al efecto, que
naciendo en la India atravesaba soledades inmensas, donde perdía su nombre, y al llegar a las tierras
cultivadas de la Etiopía y el Egipto recibía el de Nilo o el de Egipto, según Homero, hasta
desembocar en el Mediterráneo. Fundándose sobre tan frívolas conjeturas en asunto de tamaña
importancia, escribió a Olimpias una carta acerca de la India, en la cual le decía, entre otras cosas,
que creía haber descubierto las fuentes del Nilo; pero cuando se enteró mejor y supo por los
indígenas que el Hidaspes y el Acésines perdiendo sus nombres desembocan respectivamente aquél
en éste y éste en el Indo, que sin tener relación alguna con Egipto da sus aguas por dos bocas al
Océano, borró de lo escrito a su madre el pasaje referente al Nilo, y continuó haciendo preparar
convenientemente las embarcaciones a los Fenicios, Chipriotas, Carios y Egipcios que habían
seguido al ejército.
II.
Muerte de Ceno.—Donación a Poro de las conquistas
de la India.—Preliminares de la navegación.
Por entonces murió de enfermedad Ceno, uno de los más fieles amigos de Alejandro, que fue
sepultado con toda la magnificencia que las circunstancias permitían. El Príncipe reunió después a
sus amigos y a todos los embajadores indios, y declaró solemnemente en su presencia que otorgaba
a Poro el imperio de todas las Indias conquistadas, compuestas de siete naciones con más de dos mil
ciudades.
Luego dividió su ejército en la forma siguiente: todos los hipaspistas, arqueros, Agrianos y el
Agema de la caballería se embarcaron con él; una parte de la caballería e infantería había de ir con
Crátero por la margen derecha del Hidaspes; otra mejor y más numerosa con doscientos elefantes
seguiría al mando de Hefestión la orilla opuesta, ambas con orden de llegar cuanto antes a la capital
de Sopites; Filipo, sátrapa del país allende el Indo confinante con la Bactriana, debía seguirles al
cabo de tres días; la caballería nisea fue enviada a su patria; Nearco fue nombrado almirante; y jefe
de la nave real Onesicrito, que en su historia de Alejandro falta a la verdad atribuyéndose el mando
general de toda la flota.
La escuadra se componía, según Tolomeo, a quien sigo con frecuencia, de unas ochenta naves
de treinta remos, ascendiendo a dos mil el total de embarcaciones entre naves de carga y de
trasporte, construidas antes o expresamente para la expedición por el Hidaspes.
102
III.
Navegación por el Hidaspes.
IV.
Confluencia del Acésines y el Hidaspes.
Alejandro llegó al tercer día al sitio donde había mandado a Crátero y Hefestión acampar en
ambas orillas. Esperó allí dos días hasta la llegada de Filipo, que fue enviado con sus tropas a lo
largo del Acésines, recibiendo Crátero y Hefestión nuevas instrucciones. Continuando su
navegación por el Hidaspes, que en todo el trayecto nunca tuvo menos de veinte estadios de
anchura, subyugó, por capitulación o fuerza, todos los Indios ribereños. Dirigióse rápidamente
contra los Malos y Oxidracas, pueblos los más numerosos y guerreros de aquellas tierras, que
después de encerrar sus hijos y mujeres en ciudades fortísimas, estaban resueltos a darle una batalla;
por lo cual precipitó más y más su marcha, con objeto de sorprenderlos sin ordenarse ni terminar
sus bélicos aprestos.
Así, pues, partió de nuevo, y a los cinco días llegó a la confluencia del Hidaspes y del
Acésines. Ambos cauces se reúnen allí en uno muy angosto, adquiriendo por esto su corriente una
rapidez extraordinaria; sus aguas se entrechocan, retroceden sobre sí mismas y forman hirvientes
remolinos, cuyo estrépito retumba a larguísima distancia. Los indígenas ya se lo habían advertido a
los Griegos, y, sin embargo, al acercarse a la confluencia era tan espantoso el ruido de las olas, que
los remeros, asombrados de semejante fragor y no oyendo ya la voz de sus cómitres, atónitos
también, soltaron los remos sin ordenárselo nadie.
103
V.
Peligros de la flota.—División de las fuerzas macedónicas.
Ya en el punto de reunión de los ríos, mandaron los cómitres redoblar los remos para salir
cuanto antes de la angostura, romper la fuerza de las aguas y huir de sus peligrosos remolinos; las
naves redondas que entraron en ellos fueron lanzadas por las olas a la corriente tranquila, sin más
que el consiguiente susto, pero las prolongadas, cuyas bandas, como menos altas, especialmente las
de los birremes, iban casi a nivel de las arremolinadas ondas, sufrieron muchísimo más daño; pues
cogiéndolas de través les quebraban los remos y las anegaban sin dar tiempo a levantarlas: de esta
manera se perdieron muchas, entre ellas dos que se estrellaron una contra otra, pereciendo la mayor
parte de sus tripulantes. Cuando el cauce del río principió a ensancharse y a disminuir la violencia
de la corriente y de los remolinos, Alejandro llevó la flota a la orilla derecha, donde una roca,
formando una especie de rada, se levantaba contra el ímpetu de las olas, ofreciendo abrigo a las
naves y refugio a los náufragos sobrevivientes que se salvaron en ella. En seguida, reparadas las
naves, mandó a Nearco proseguir la navegación hasta el país de los Malos; y él, después de una
excursión hecha contra los Bárbaros no sometidos para impedirles auxiliar a los citados, regresó de
nuevo a su escuadra.
Hallábanse allí ya Hefestión, Crátero y Filipo con sus tropas. Crátero fue encargado de llevar
las de Filipo al otro lado del Hidaspes, con las de Polisperconte y los elefantes, y Nearco continuó
en la dirección de la flota, con orden de precederle tres jornadas, y Alejandro formó tres divisiones
con el restante ejército: una al mando de Hefestión, con orden de antecederle cinco días de camino
para cortar la retirada a los fugitivos de la división real; otra mandada por Tolomeo, hijo de Lago,
que debía seguirle tres días después, con igual designio. Ambas, al llegar a la confluencia del
Acésines y el Hidraotes, deberían esperar su llegada para juntar allí todo el ejército.
VI.
Expedición contra los Malos.—Derrota
de estos enemigos y toma de su capital.
Alejandro, al frente de la tercera división, formada de los hipaspistas, los arqueros, los
Agrianos, las compañías llamadas de Pitón, compuestas de los Amigos de a pie, todos los arqueros
montados y la mitad de la caballería de los Amigos, se internó en el árido país de los Malos, Indios
independientes o autónomos. El primer día acampó junto a un pequeño río distante del Acésines
cien estadios. Después de comer y de dar a la tropa algún descanso, mandó a los soldados proveerse
de agua, y durante el resto del día y en toda la noche anduvo cerca de cuarenta estadios, llegando al
amanecer a una ciudad donde muchos Malos se habían reunido. Éstos, bien ajenos de que se
aventurase a venir por un desierto sin agua, vagaban desarmados extramuros, cuando distinguieron
el ejército griego que, suponiendo atinadamente la confianza de los Indios, traía de intento por aquel
sitio Alejandro. Cayendo sobre ellos de improviso, mató a la mayor parte sin resistencia, porque
estaban desarmados; rechazó y encerró a los restantes en la ciudad, cuyos muros rodeó con la
caballería, que hizo el efecto de empalizada, mientras llegaba la falange de infantería que se había
retrasado.
En cuanto llegó ésta, destacó a Perdicas con su hiparquía y la de Clito y los Agrianos a otra
ciudad Malense, donde había refugiados muchos Indios, con orden de mantenerlos encerrados
dentro de la plaza sin intentar el asalto, procurando únicamente evitar que escapándose alguno fuese
a comunicar la noticia de su llegada a los demás Bárbaros. Él comenzó el ataque de la ciudad. Los
sitiados abandonaron los muros, desesperados de poder defenderlos, visto el gran número de los
suyos muertos o fuera de combate, y se refugiaron en el fuerte, donde resistieron algún tiempo,
104
favorecidos por la altura y difícil acceso de la posición, que al fin cedió ante los redoblados
esfuerzos de los Macedonios y Alejandro, siendo sus dos mil defensores pasados a cuchillo.
Perdicas encontró vacía de habitantes la ciudad, a cuyo asedio fue enviado; pero noticioso de
que hacía muy poco la habían abandonado, se puso en su persecución con la caballería, siguiéndole
los psilites a paso redoblado. Cuantos fugitivos alcanzó fueron muertos; otros hallaron su salvación
en los pantanos.
VII.
Nuevo desastre de los Malos.―Expedición contra los Bracmanes.
VIII.
Continuación de la guerra contra los Malos.
Después de dar a las tropas un día de descanso, marchó al siguiente contra los restantes
Malos, que abandonando poblaciones se habían retirado a unas soledades. Detúvose en éstas otro
día, y al siguiente mandó retroceder hacia el río a Pitón y al hiparca Demetrio, al frente de sus
tropas y de la suficiente infantería ligera, con orden de matar, de camino, si se negaban a entregarse
todos cuantos encontrasen refugiados en las selvas ribereñas. Ambos jefes cumplieron sus
instrucciones dando muerte a muchos Indios.
Él se dirigió a la capital de los Malos, donde sabía que estaban reunidos muchos de otras
ciudades. Pero en cuanto los Indios supieron su aproximación, la abandonaron y, atravesando el
Hidraotes, tomaron posiciones en su escarpada orilla, como dispuestos a impedirle el paso. Al saber
esto, dirigióse precipitadamente Alejandro con la caballería a aquella parte del río, mandando a la
infantería que le siguiese; y viendo al llegar al Hidraotes al ejército enemigo en la margen opuesta
formado en orden de batalla, se entró por la corriente con solos los caballos, tal como venía del
camino. Los Indios, al verle ya en medio del agua, se retiraron rápidamente aunque con orden.
Alejandro los persiguió sólo con la caballería; y ellos, viéndole sin más que esta fuerza, se volvieron
resistiéndole enérgicamente. Entonces aquél, ante la apretada falange de los Bárbaros, cuyo número
105
IX.
Ataque de una fortaleza de los Malos.—Temeridad y arrojo de Alejandro.
Al día siguiente, dividiendo el ejercito en dos secciones, una a su cargo y otra al de Perdicas,
atacó la muralla, la cual, vista la imposibilidad de defenderla, fue abandonada por los Indios, que se
guarecieron en el alcázar. Alejandro con su gente penetró el primero en la ciudad por una puerta
derrocada; Perdicas y los suyos entraron más tarde, porque habiendo visto las murallas sin
defensores creyeron ya tomada la ciudad y no se cuidaron de aproximar las escalas. Mas cuando los
Macedonios vieron ocupado el fuerte por una multitud de enemigos apercibidos a la defensa,
empezaron unos a socavar sus muros y corrieron otros a coger las escalas. Pero pareciéndole que
tardaban en acercarlas, Alejandro arrancó una de manos de un soldado, la aplicó a la muralla y
subió por ella cubierto con su escudo, seguido de Peucestas con la égida cogida en Troya en el
templo de Palas, que el Rey hacía llevar siempre a su lado en las batallas, y del guardia personal
Leonato. El dimoirita43 Abreas subió por otra escala. Alejandro había ya de minado la muralla, y
cubierto con el escudo rechazaba a unos enemigos y mataba a otros, limpiando de defensores toda
aquella parte, cuando los hipaspistas, inquietos por su suerte, ascendieron a toda prisa, aunque con
tan mala fortuna, que rotas las escalas, cayeron a tierra impidiendo a otros el asalto.
Alejandro, de pie sobre el muro, envuelto en una granizada de dardos que, no atreviéndose a
herirle de cerca, le lanzaban los Indios desde las inmediatas torres y desde la ciudad también
cercana, pues se hacía de notar tanto por su valor increíble como por el resplandor de su armadura,
comprendió, que si permanecía allí corría grave riesgo sin conseguir ventajas, al paso que si se
lanzaba al interior del fuerte, si no lograba aterrar a los enemigos con tal rasgo de audacia, moriría a
lo menos dejando a la posteridad un recuerdo digno de inmarcesible gloria. Saltó, pues, de la
muralla al fuerte; apoyóse contra su muro; atravesó con su espada a varios que se le aproximaron;
mató a un jefe indio; rechazó de una pedrada a otro que se le acercó; hizo lo mismo con un tercero,
y le hirió de una estocada cuando volvió a acercársele; de suerte que los Bárbaros, amedrentados ya,
no se le acercaban, limitándose a lanzarle cuantos dardos tenían o encontraban.
X.
Alejandro es herido gravemente.—Toma de la fortaleza Malense.
Peucestas, el dimoirita Abroas y Leonato, únicos que consiguieron superar el muro antes de
romperse las escalas, saltaron dentro del recinto y pelearon denodadamente por su Rey: Abroas
cayó herido por un dardo en la cara. Otro atravesó la coraza de Alajandro, y le causó en el pecho,
sobre la tetilla, una herida tan profunda, que el aire y la sangre se escapaban por ella confundidos,
como cuenta Tolomeo, hijo de Lago. Sin embargo, mientras el ardor natural le sostuvo, defendióse
desesperadamente; mas produciéndole un sincope y general desfallecimiento la continua pérdida de
aire y de sangre, cayó desplomado sobre el escudo. Peucestas le cubrió por delante con la sagrada
égida de Palas, Leonato por la parte opuesta; pero ambos fueron gravemente heridos y la vida de
Alejandro estuvo en nada en írsele con la sangre.
Los Macedonios, imposibilitados de subir por la ruptura de las escalas, inquietos por la suerte
de su Rey a quien habían visto saltar con valor temerario al interior del fuerte en medio de los
dardos enemigos, buscaban afanosos algún medio de verificar el asalto, y al fin lo hallaron,
clavando estacas en el muro que era de tierra y ascendiendo varios, unos tras otros, con suma
dificultad y a pulso. El primero que subió de este modo saltó a la plaza donde yacía casi exánime
Alejandro; siguiéronle otros con tremendos alaridos, cubriendo el cuerpo de su Rey con los escudos
y defendiéndole frenéticamente en encarnizadísima pelea. En tanto unos pocos corrieron a una
puerta que estaba entre dos torres y la abrieron descorriendo sus cerrojos, dando entrada a otros
soldados. Estos se precipitaron por ella, derribándola y dejando franco el paso a la plaza.
XI.
Matanza general de Indios.―Contradicciones de
los historiadores acerca de la herida de Alejandro.
La subsiguiente matanza de Indios fue espantosa; todos fueron pasados a cuchillo, sin
exceptuar niños ni mujeres. Alejandro, en gravísimo estado, fue llevado después sobre un escudo,
inspirando su salvación angustioso recelo. Critodemo, médico de Cos, descendiente de Esculapio,
fue, según algunos, quien le extrajo el mortífero hierro; según otros, fue Perdicas, de la guardia
personal, en ausencia del médico y por orden de Alejandro, después de dilatarle la herida con la
espada, operación que le produjo una hemorragia copiosísima, al extremo de acometerle un nuevo
síncope que contuvo la salida de la sangre.
Este suceso sirvió de tema a mil falsedades propaladas hasta el presente por varios escritores,
y que pasarían a la posteridad si mi historia no las desacreditara. La opinión común supone que esta
desgracia ocurrió en el país de los Oxídracas; pero es indudable que fue en el de los Malos, Indios
autónomos, pues de los Malos era la ciudad, y Malos fueron los que hirieron a Alejandro. Verdad es
que este pueblo había pensado unirse a los Oxídracas para dar juntos la batalla; pero ya dijimos que
el conquistador con su marcha a través del árido desierto les había impedido reunirse y auxiliarse.
De igual modo es corriente que la última batalla contra Darío, a resultas de la cual huyó este
monarca sin detenerse hasta ser apresado por Beso y muerto al aproximarse Alejandro, se libró
junto a Arbelas, así como la anterior cerca de Iso y la primera en las orillas del Gránico. Respecto al
lugar en que se verificaron estas dos últimas nada hay que advertir; pero Arbelas dista de seiscientos
a quinientos estadios del campo de batalla, que según Aristobulo y Tolomeo se libró en las
inmediaciones de Gaugamelas, junto al río Bumodo; pero como Gaugamelas no era ciudad sino
aldea y no muy grande, y por añadidura de nombre oscuro y poco armonioso, se trasladó la gloria
de ser teatro del combate a Arbelas, población ilustre y considerable. Mas de permitirse estas
licencias, seria lícito decir que la batalla naval de Salamina se verificó en el Istmo de Corinto, y la
de Artemisio de Eubea en Egina o Sunio.
Todos los historiadores están conformes en que Peucestas fue de los que en aquel trance
protegieron a Alejandro con su escudo, no habiendo igual unanimidad de pareceres respecto a
Leonato y el dimoirita Abrea. Otros dicen que el Príncipe cayó primero aturdido por un estacazo en
la cabeza que le nubló la vista, recibiendo al levantarse la herida del pecho. Tolomeo, hijo de Lago,
sólo menciona esta última. También se equivocaron grandemente los historiadores al suponer que el
citado Tolomeo subió al fuerte con Peucestas y Alejandro, y cubrió a éste con su escudo cuando
estaba postrado, recibiendo por tal hazaña el sobrenombre de Soter 44; pues el mismo Tolomeo dice
que ocupado en combatir a otros Bárbaros no intervino en aquella contienda. Sirva esta digresión
44 Significa en griego Salvador.
107
para que los escritores posteriores se anden en lo sucesivo con más tiento en la narración de
acciones y desgracias
XII.
Rumor de la muerte de Alejandro.—Consternación del ejército.
Habiéndose detenido Alejandro algún tiempo para curarse la herida, el rumor de su muerte
circuló en los primeros instantes por el campamento de donde había salido contra los Malos. Al
correr de boca en boca la noticia, fueron universales los lamentos; pero pasada la primera explosión
de dolor, todos los ánimos quedaron consternados y dudosos.
¿Quién de tantos generales, dignos de sucederle a juicio de Alejandro y de las tropas, se
encargaría del mando del ejército? ¿Cómo regresar salvos a la patria entre tantas y tan belicosas
naciones, de las cuales las no dominadas todavía defenderían bravamente su independencia, y las ya
subyugadas se sublevarían? ¿Cómo atravesar tantos inmensos ríos que se les opondrían al paso?
Todo, todo les parecía impracticable faltándoles Alejandro.
Cuando les anunciaron que vivía, perdida toda esperanza de salvación, no dieron crédito a la
noticia; y aunque el mismo Alejandro les escribió participándoles su pronta llegada al campamento,
los más tampoco lo creyeron imaginándose que la carta habría sido escrita por sus guardias.
XIII.
Alejandro se presenta a los soldados.—Manifestaciones de júbilo y cariño.
Noticioso de la situación de los ánimos y temiendo algún trastorno, se hizo llevar Alejandro a
la orilla del Hidraotes para que siguiendo su corriente llegase embarcado hasta su confluencia con el
Acésines, donde estaban Hefestión con el ejército y Nearco con la flota. Cuando se aproximó su
nave al campamento mandó quitar la cubierta de la popa para mostrarse a todos. Aun así
desconfiaban, figurándose que la nave sólo traía un cadáver, hasta que cerca de la orilla el Príncipe
extendió la mano hacia la muchedumbre. Elevóse entonces un inmenso clamor; unos alzaban las
manos al cielos, otros hacia su Rey, y muchos lloraban de gozo conmovidos por el inesperado
suceso. Alejandro, cuando al desembarcar le presentaron los hipaspistas una litera, mandó traer un
caballo. Un aplauso universal, repetido por las márgenes y selvas circunvecinas, retumbó al verle
montado. Al acercarse a la tienda se apeó, para que pudiesen verle andar a pie, y entonces todos se
le aproximaban a porfía; quién le tocaba las manos, quién las rodillas, quién la vestidura; otros se
satisfacían con verle de cerca y bendecirle; otros le ofrecían coronas; otros arrojaban a su paso
flores, abundantes en aquella comarca de la India.
Nearco dice que oyó con disgusto las reprensiones de sus amigos por haberse expuesto a tan
gran peligro en pro del ejército y haber trocado por el de soldado el oficio de General, cuyo disgusto
no me extraña, porque Alejandro debería comprender que la reprensión era asaz justa; pues su
ardimiento en el combate y su insaciable ambición de gloria le arrastraban a empeñarse en tales
riesgos. Cuenta el mismo Nearco que un anciano Beocio, cuyo nombre no cita, comprendiendo por
el rostro de Alejandro que llevaba a mal las advertencias de sus amigos, le dijo en su tosco dialecto:
«Oh Alejandro, a grandes hombres, grandes hazañas»; añadiendo después un verso yámbico, cuyo
sentido era: «Quién mucho hace, mucho sufre». Exclamación que el Rey acogió con agrado,
cobrando desde entonces más cariño al viejo.
108
XIV.
Sumisión de los Malos y Oxídracas.―Continúa la navegación
por el Hidraotes y el Acésines hasta la confluencia de éste y el Indo.
Los Malos restantes enviaron a Alejandro una diputación sometiéndosele. Los gobernadores
de las ciudades Oxídracas, con otros Príncipes de aquella nación en numero de ciento cincuenta, se
presentaron con igual objeto, trayéndole los más preciosos regalos. Reconocieron su falta en no
haberlo hecho antes, poniendo por excusa el entrañable amor que, con más razón que otros,
profesaban a su libertad y autonomía, conservadas incólumes desde la venida de Baco hasta el día;
y prometieron, si Alejandro lo tenía a bien, ya que era del linaje de los Dioses, aceptar el sátrapa que
les nombrara, satisfacer los tributos que les impusiera y entregar los rehenes que pidiese.
Alejandro les exigió mil de los principales para tenerlos en su poder en el referido concepto, o
hacerles servir a sus órdenes durante la campaña con los otros Indios. Los Oxídracas cumplieron su
mandato enviándole mil de los más escogidos y fuertes, y además quinientos carros con sus
correspondientes conductores, aunque no se los habían pedido. Alejandro nombró a Filipo sátrapa
de Oxídracas y Malos, aceptó los carros y les devolvió los rehenes.
En las naves que hizo construir durante su convalecencia embarcó mil setecientos caballos de
los Amigos, los mismos psilites que al principio, y otros diez mil infantes; y después de seguir un
corto trecho la corriente del Hidraotes, llegó al punto en que este río, perdiendo su nombre,
confunde sus aguas con las del Acésines, y continuó su navegación hasta la confluencia del
Acésines y el Indo. Cuatro caudalosos y navegables ríos se pierden en el Indo, perdiendo todos
sucesivamente sus nombres: el Hidaspes, el Hidraotes y el Hifasis ceden los suyos al incorporarse al
Acésines, que lo conserva hasta confundirse con el Indo, cuya anchura, desde este punto hasta
abrirse en figura de delta, será de unos cien estadios, y mil en los remansos.
XV.
Sumisión de los Abastanos y de los Osadios.—Fundación
de dos ciudades.—Expedición contra Musicano.
de tan poderoso príncipe, ni, en fin, le había pedido absolutamente nada. Caminó, pues, con tanta
velocidad, que llegó a las tierras de Musicano antes de que éste tuviese noticia de semejante
incursión. Aterrado el Monarca indio por tan inesperada visita, le salió inmediatamente a recibir con
regalos magníficos, entre ellos todos sus elefantes, sometiéndole su persona y las de sus súbditos, y
confesando su culpa, que era el medio más seguro de impetrarlo todo de Alejandro. Perdonóle el
conquistador, confirmóle en sus estados, admiró aquellas tierras, mandó a Crátero construir en la
ciudad un fuerte que se levantó a su vista, y dejó en él guarnición bastante, pues era excelente punto
estratégica para mantener al país en la obediencia.
XVI.
Expediciones contra Oxicano y Sambo.
De allí, al frente de los arqueros, los Agrianos y la caballería que vino con él, se dirigió contra
Oxicano, señor de aquella tierra, que ni le había salido a recibir, ni se le había sometido por medio
de una diputación. Apoderóse en el primer ataque de dos ciudades de Oxicano, y en una de ellas de
la persona de este Régulo; distribuyó el botín a los soldados y se llevó los elefantes; hízose cargo
por voluntaria entrega de todas las demás plazas, ninguna de las cuales se atrevió a resistir. Hasta tal
punto el valor a la fortuna de Alejandro habían subyugado el ánimo de los Indios.
Después encaminóse contra Sambo, que, nombrado sátrapa de los Indios montañeses, huyó al
saber que Alejandro había perdonado y restituido su reino a Musicano, con quien tenía grave
enemistad. Mas cuando el conquistador llegó a Sindímana, capital de aquel Estado, se le
franquearon las puertas, y los oficiales y amigos de Sambo le recibieron entregándolo dinero y
elefantes, y manifestándole que la fuga de su señor no era por enemistad contra él, sino por miedo a
Musicano puesto en libertad. Dueño de esta ciudad, se apoderó de otra sublevada, matando, por
autores de la defección, a algunos Bracmanes, sabios de la India, de cuya filosofía, si tal nombre
merece, pienso ocuparme en la historia de esta comarca.
XVII.
Defección de Musicano.—Sumisión y fuga de los Patalios.
En esto tuvo noticia de la defección de Musicano, contra quien destacó al sátrapa Pitón, hijo
de Agenor, a la cabeza de tropas suficientes, mientras él se ocupaba en atacar las ciudades del
sublevado, saqueando y arrasando unas, y poniendo guarniciones a otras en fuertes que
oportunamente mandó construir. Regresó luego al campamento y a la flota, donde Pitón trajo a
Musicano prisionero. Mandóle crucificar en medio de su país, juntamente con los Bracmanes
instigadores de la sublevación. Por entonces se le presentó el Príncipe de los Pátalos, pobladores de
la isla formada por el Indo al dividirse en dos brazos en figura de un delta mayor que el de Egipto,
sometiéndole su persona y Estados, por lo cual le fue confirmada su autoridad, con orden de
disponer lo necesario para recibir el ejército.
Alejandro envió a Crátero con los elefantes a la Carmania, a través del país de los Zarangos y
Aracotos, al frente de las compañías de Atalo, Meleagro y Antígenes, y de algunos arqueros,
Amigos y otros Macedonios inútiles para la guerra, que pensaba enviar a Macedonia; encargó a
Hefestión el restante ejército, menos las tropas que con él habían de embarcarse; y a Pitón, al frente
de los arqueros de caballería y los Agrianos, lo destacó a la orilla del río opuesta a la que debía
seguir Hefestión, con orden de llevar colonos a las ciudades recién fundadas, reprimir cualquier
movimiento de los Indios comarcanos, y reunírsele en Pátala.
Al cabo de tres días de navegación supo que el régulo de los Pátalos con la mayor parte de sus
súbditos había huido de la isla, dejándola abandonada, por lo cual aceleró su marcha; y habiendo
110
encontrado al llegar a Pátala la ciudad y los campos desiertos, destacó en persecución de los
fugitivos sus tropas más ligeras, que le trajeron algunos cautivos, los cuales fueron enviados a los
suyos para aconsejarles que volviesen sin temor, en la seguridad de poder vivir como antes en la
ciudad y cultivar las tierras; y así lo hicieron muchos.
XVIII.
Reconocimiento del brazo derecho del Indo.
Mandó a Hefestión levantar un fuerte y envió a los alrededores a abrir pozos para proveer de
agua a los lugares inhabitables a causa de su sequedad extrema. Muchos Bárbaros cayeron de
improviso sobre los trabajadores y mataron algunos, retirándose después al desierto, no sin gran
pérdida de los suyos; en vista de lo cual, Alejandro envió nuevas tropas para proteger las obras
comenzadas.
En Pátala se divide el Indo en dos grandes ríos, que conservan su primitivo nombre hasta
perderse en el mar. Alejandro hizo construir allí un puerto y astilleros, y visto el buen resultado de
su empresa determinó recorrer embarcado hasta la desembocadura el brazo derecho del río. En su
consecuencia envió a Leonato con mil caballos y unos ocho mil infantes entre psílites y hoplitas a
flanquear la isla, y eligiendo las naves más ligeras, todos los birremes, las de treinta remos, y
algunas de carga, emprendió el viaje por el brazo derecho. Sin prácticos, por la fuga de todos los
indígenas, la navegación no estuvo exenta de peligros, pues al siguiente día de comenzada
desencadenóse un viento contrario a la corriente tan sumamente impetuoso, que formaba grandes
olas y desbarataba las naves, al extremo de sufrir desperfectos las más y de casi hacerse pedazos
algunas de treinta remos, que con mucho trabajo fueron llevadas a la orilla antes de ser tragadas por
los remolinos.
Construidas otras embarcaciones y cogidos por un destacamento de ligerísimos psilites,
enviado a la descubierta, algunos Indios que sirvieron en lo sucesivo de guías, emprendióse de
nuevo la interrumpida navegación; pero al llegar al punto más ancho del río, en que éste mide
doscientos estadios de orilla a orilla, sopló del mar un viento tan fuerte que, dificultando entre las
revueltas ondas el uso de los remos, les obligó a refugiarse en una bahía que los guías indicaron.
XIX.
Mareas desconocidas por los griegos.—Sacrificio en la isla
de Ciluta.—Navegación por alta mar y sacrificios a Neptuno.
Hallándose estacionados en este punto, se verificó el fenómeno propio del Océano de quedar
en seco las naves al descender la marea. Como los Griegos no lo conocían, se llenaron de grande
admiración; pero mucho más cuando en el tiempo determinado subieron las aguas poniendo a flote
las naves. Por efecto de esta ignorancia, sólo las embarcaciones que habían quedado firmemente
adheridas al cieno estuvieron en seguida en disposición de navegar; pero de las que sobre una tierra
más seca quedaron sin sujeción, unas al subir la marea se estrellaron entre sí, otras fueron a chocar
con la ribera. Reparados los desperfectos como fue posible, Alejandro hizo adelantarse dos naves de
carga a reconocer una isla, en la cual decían los indígenas que era preciso atracar. Llamábase Ciluta;
era extensa, con puertos cómodos y agua potable, según los exploradores, por lo cual dirigió hacia
ella la flota; y adelantándose él con las mejores naves con objeto de explorar la desembocadura del
río y ver si era fácilmente navegable, distinguió a doscientos estadios de la primera otra isla ya
dentro del mar. Regresó entonces a aquélla, y al llegar a uno de sus promontorios ofreció a los
Dioses un sacrificio que dijo le había sido mandado por Ammón. Zarpó el día siguiente con
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dirección a la isla marítima, donde sacrificó otras víctimas, con otros ritos y a otros Dioses, siempre
en virtud de un oráculo de la misma deidad.
Rebasando la desembocadura del Indo, navegó luego en alta mar, con objeto, decía, de ver si
aun se descubría alguna otra región, aunque, a mi parecer, sólo por jactarse de haber surcado las
olas del Océano. Arrojó a las aguas toros sacrificados a Neptuno y las copas de oro con las cuales en
honra de esta deidad hizo una libación, suplicándole otorgase una feliz navegación a Nearco y a la
flota que pensaba enviar al golfo Pérsico hasta la desembocadura del Eúfrates y el Tigris.
XX.
Regreso a Pátala.—Reconocimiento del
brazo izquierdo del Indo.―Vuelta a Pátala.
Después regresó a Pátala, donde encontró levantado el fuerte, y a Pitón de vuelta con la tropa,
cumplidas todas sus comisiones. Encargó a Hefestión la construcción de un puerto y astilleros, pues
había determinado dejar en aquella ciudad, punto en que el río se divide, una no pequeña parte de la
flota.
A seguida emprendió su navegación por el brazo izquierdo del Indo, para averiguar por dónde
era más fácil la salida al Océano. La distancia de ambas bocas es de unos mil ochocientos estadios.
Cerca ya de la desembocadura encontró un extenso lago formado, o por un ensanchamiento del río,
o por la reunión de las aguas circunvecinas. El río, engrosado por ellas, toma la apariencia de un
golfo del mar, con peces mayores que los del Mediteráneo. Atracando en el punto del lago que le
indicaron los guías, dejó en él la mayor parte del ejército con todas las naves de carga; y
franqueando con algunos birremes y de triacónteros la boca del río, se enteró de que este brazo era
más fácil de navegar.
Después, saltando a tierra con algunos caballos, practicó durante tres días un reconocimiento
de la costa, en la cual mandó abrir pozos para aprovisionamiento de la armada. Embarcándose de
nuevo, dirigióse hacia Pátala; destacó una parte de la fuerza para los susodichos trabajos,
mandándoles volver a la ciudad en cuanto los terminasen; volvió al lago; hizo en él otro puerto y
otros artilleros; dejó una guarnición para su custodia, con víveres para cuatro meses, y otras cosas
necesarias para la expedición naval.
XXI.
Excursión contra los Oritas y Arabitas.
El tiempo no era favorable para navegar; soplaban entonces los vientos Etesios, no del
Septentrión como en nuestros climas, sino del Mediodía y de la parte del mar, que, al decir de los
Indios, sólo es navegable desde el ocaso de las Pléyades al principiar el invierno hasta el solsticio de
esta misma estación, pues entonces, empapándose la tierra en abundantes lluvias, se producen
vientos suavísimos muy favorables para el manejo de los remos y velas.
Nearco, jefe de la armada, esperaba esta oportunidad45. Alejandro, dejando a Pátala, se dirigió
al Arabio, y con la mitad de los hipaspistas y de los arqueros, los Amigos de a pie, el Agema de la
caballería de los Amigos, un escuadrón de cada hiparquía y todos los arqueros montados, se volvió
a la izquierda hacia el Océano, mandó hacer pozos para el suministro de agua al ejército
circunnavegante, y voló contra los Oritas, pueblo independiente desde tiempo inmemorial, que no
se había dignado dar ni a él ni a su ejército la menor muestra de amistad. Las demás tropas
quedaron al mando de Hefestión.
45 Arriano en sus Índicas dice que Nearco emprendió la marcha con la flota el 20 del mes Boedromión (25 de
setiembre), siendo Cefisodoro arconte de Atenas.
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Los Arabitas, que vivían en libertad en las riberas del Arabio, no hallándose con fuerzas para
resistir, ni con voluntad de someterse, huyeron a los desiertos en cuanto supieron la aproximación
de Alejandro Pasó éste el río, que era estrecho y de poca profundidad; atravesó durante la noche
gran trecho de una soledad, y se acercó al país cultivado cuando amanecía. Mandó a la infantería
seguirle en orden de batalla; y al frente de la caballería, muy extendida para ocupar una larga línea
del campo, invadió el territorio de los Oritas. Todos los que se hallaron con armas fueron muertos; y
otros muchos cayeron prisioneros en poder de la caballería. Luego colocó sus reales junto a un
pequeño río; siguió adelante cuando Hefestión se le reunió con las demás fuerzas; llegó a una aldea
capital de los Oritas, llamada Rambacia; admiró su posición, y determinó fundar en ella una gran
ciudad con próspera colonia, de lo cual encargó a Hefestión.
XXII.
Sumisión de los Oritas.—Marcha por la Gadrosia.
Poniéndose de nuevo al frente de la mitad de los hipaspistas y de los Agrianos, del Agema de
la caballería y de los arqueros montados, se dirigió a un desfiladero en el confín de los Gadrosos y
Oritas, donde éstos se hallaban acampados con ánimo de impedirle el paso. Pero en cuanto supieron
su llegada, aunque estaban en orden de combate, abandonaron sus posiciones y huyeron al desierto.
Los Oritas principales salieron, sin embargo, a recibirle entregándosele ellos y su gente. Alejandro
les mandó reunir todos los fugitivos y enviarlos a sus casas, en la seguridad de que no sufrirían el
menor daño. Nombróles sátrapa a Apolófanes, y dejó con él todos los Agrianos de caballería, y
otros caballos e infantes y Griegos mercenarios al mando de Leonato, guardia personal, que,
mientras llegaba la flota circunnavegante, debía poblar la ciudad y regularizar su administración,
para ir acostumbrando a los Oritas al nuevo gobierno. Él, con gran parte del ejercito, pues ya se le
había incorporado Hefestión, penetró en los desiertos de la Gadrosia.
Según Aristobulo, críase en ellos con abundancia la mirra, de la cual los Fenicios, que como
comerciantes seguían al ejército, pudieron recoger gran cantidad, por ser los árboles que allí la
lloran mucho más grandes que los comunes, y estar todos vírgenes de esquilmo. También hicieron
grandísimo acopio de raíces de oloroso nardo, pues crece allí con tanta profusión, que los soldados
lo pisaban al marchar perfumándose deliciosamente el aire a considerable distancia. En parajes
hondos cubiertos de agua en la alta marea, que los deja en seco al bajar, o en sitios quebrados y
profundos de donde el agua nunca se retira, crecían árboles con hojas semejantes a las del laurel, de
hasta treinta codos de altura algunos, y llenos en aquella época de flores muy parecidas a las de la
violeta blanca, aunque de mucho más grata olor. También hay allí unas plantas armadas de espinas
tan fuertes y duras, que si enganchaban el vestido de un jinete, primero lo arrancaban del caballo
que romperse o ceder. Las liebres, al pasar corriendo, dice el mismo escritor, como un pájaro en la
liga o un pez en el anzuelo, solían quedar sujetas por el pelo a estas espinas, las cuales podían sin
embargo cortarse fácilmente con la espada; despidiendo entonces por el sitio de la escisión un
líquido lechoso, más copioso y acre que el de nuestras higueras.
XXIII.
Falta de víveres.—Descubrimiento de un territorio cultivado.
Alejandro siguió avanzando, a pesar de las dificultades del camino, falto de vituallas. Entre
otras penalidades, afligía frecuentemente al ejército la carencia de agua, obligándole a andar mucho
de noche y a apartarse considerablemente del mar, cuya orilla deseaba recorrer Alejandro para
reconocer las radas, preparar lo necesario para el paso de la flota, abrir pozos, disponer puertos y
habilitar mercados; pero toda la costa de la Gadrosia es un desierto. A pesar de sus noticias, destacó
113
a ella a Toante, hijo de Mantrodoro, con unos pocos caballos, para enterarse de si se veía algún
puerto o alguna fuente cerca del mar o algo de lo necesario para vivir; pero el oficial no trajo más
nuevas a su regreso que el haber encontrado en unos miserables tugurios, hechos de conchas y de
espinas de peces, unos pobres pescadores, que se proveían de agua en corta cantidad y no del todo
dulce cavando con grandes dificultades en la arena.
Cuando Alejandro llegó después a un punto de la Gadrosia abundantísimo en trigo, lo recogió,
y marcado con su sello, lo mandó llevar al mar; pero ya cerca del puerto, los soldados y los mismos
encargados del convoy, despreciando la marca del Príncipe, se lo repartieron entre los más
desfallecidos, pues el hambre era ya tal, que más les atemorizaba el peligro de una muerte
inminente, que el futuro castigo de su falta. Alejandro les perdonó a su regreso comprendiendo su
necesidad, y después de haber recorrido todo el país para hacer nuevas provisiones, las envió a la
flota con el Calatiano Creteo, y mandó a los indígenas que trajeran al mercado para el ejército toda
la harina, dátiles y ganado que pudiesen recoger. El amigo Telefo fue enviado a otro punto con un
pequeño convoy de trigo.
XXIV.
Padecimientos del ejército en las soledades de la Gadrosia.
Alejandro llegó a Pura, capital de la Gadrosia, a los sesenta días de su salida de Oras. Según la
mayor parte de los historiadores, todos los trabajos sufridos en Asia por el ejército invasor no son
comparables a los que se experimentaron en este viaje. Alejandro, según Nearco, único que lo dice,
no ignoraba los peligros de esta expedición, pero quiso hacerla por haber oído que hasta entonces
ningún general había conseguido sacar a salvo su ejército de aquel país; pues según los indígenas,
Semíramis, fugitiva de los Indios, no había sacado de él más que veinte hombres; y Ciro, que lo
invadió de paso para la India, sólo siete, dejando sepultados los demás en sus horribles desiertos. El
deseo de eclipsar la gloria de estos conquistadores, y y la necesidad de aprovisionar la flota, fueron,
según Nearco, los móviles a que Alejandro obedeció para seguir aquel camino.
Una gran parte del ejército y de las bestias de carga perecieron por exceso de calor y de sed.
De éstas, sobre todo, muchísimas por falta de beber, y otras por meterse en montañas de abrasadora
arena, en las cuales se agitaban con inútiles esfuerzos hasta hundirse como en montones de fango o
de nieve sin pisotear. No sufrieron menos los mulos y caballos por la inseguridad y desigualdad del
camino, que a veces no les dejaban subir ni bajar Los hombres padecieron infinito por las
larguísimas marchas, que la carencia de agua les obligaba a forzar; y menos malo cuando andando
de noche encontraban un poco de agua al amanecer; pues si ya entrado el día era preciso ir más
lejos, entonces se les hacían completamente insoportables el calor y la sed.
XXV.
Continuación del anterior.
Los mismos soldados mataban muchas bestias de carga: faltos de subsistencias, se comían los
mulos y caballos, asegurando que se habían muerto de sed, de calor o de fatiga: nadie se atrevía a
poner en claro los hechos, pues aparte de ser esto muy penoso, la falta era general. Alejandro no los
ignoraba ciertamente, pero creyó preferible por entonces hacer como que no los conocía, a verse en
la precisión de tolerarlos Fue imposible también trasportar los enfermos y a los que se quedaban
fatigados en los caminos, parte por la escasez de caballerías, parte por la carencia de carros. Estos
habían sido hechos pedazos en las primeras jornadas, pues atascándose en los profundos arenales
impedían seguir la senda más corta, obligando a buscar sendas practicables. Así es que unos por
enfermedad, otros por cansancio, éstos por el calor, aquellos por la sed, quedaron muchísimos
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regazados, sin que hubiese quien los llevase o se quedase a curarlos; el ejército precipitaba su
marcha, y la salvación común hacía olvidarse de la particular. Los que se dormían rendidos por las
fatigas de la noche, solían encontrarse solos al despertar; si aun les quedaban fuerzas, seguían las
huellas del ejercito, salvándose muy pocos, y pereciendo los más en el inmenso arenal, como si se
perdiesen en un vasto piélago.
Una nueva calamidad afligió a la tropa y a los caballos y bestias de carga. Cuando soplan los
Etesios, como sucede en la India, llueve mucho en la Gadrosia; pero no en los llanos, sino en los
montes, donde las nubes recogidas y amontonadas por el viento se deshacen en agua. El ejército
había acampado junto a un arroyo, cuando hete aquí que inesperadamente, hacia la segunda vigilia
de la noche, engrosado por repentina lluvia, ni siquiera sentida por la tropa, se desbordó con tal
ímpetu que arrastró consigo los niños y las mujeres que seguían al cuartel real, todo el bagaje regio
y las bestias de carga que quedaban, costándoles a los soldados no poco trabajo el salvarse con sus
armas, y aun no lo consiguieron todos, pues muchos perecieron por haber bebido sofocados y
sedientos con intemperancia excesiva. Aleccionado por este desastre, Alejandro no acampó en lo
sucesivo a menos de veinte estadios del agua, para evitar que hombres y animales se excediesen de
pronto en la bebida, o arrastrados por la sed se metiesen en las fuentes, enturbiándolas e
inutilizándolas para los demás.
XXVI.
Acción generosa de Alejandro.—Nuevos sufrimientos y calamidades.
En aquel desierto, o antes en el país de los Paropamisadas, como quieren otros, llevó a efecto
Alejandro una memorable acción, que de ningún modo quiero dejar de referir. Iba la tropa, ya
entrado el día, a través de un arenal abrasador, en dirección a un manantial todavía muy distante;
Alejandro, aunque enfermo, sediento y fatigado, marchaba a la cabeza de la infantería, para que los
soldados, como en tales ocasiones suele acontecer, sobrellevasen mejor unas molestias de que
participaba el General; cuando algunos psilites, destacados para hacer una descubierta, encontraron
en el cauce de un torrente de escasa profundidad un poco de agua cenagosa, y recogiéndola en un
saco de cuero, se la llevaron precipitadamente al Príncipe, creyendo ofrecerle el regalo mejor. Al
acercársele la vertieron en un casco, y se la presentaron así. Alejandro la recibió; aplaudió el celo de
los psilites, y la derramó en presencia de todo el ejército, que ante tan generosa acción se sintió
robustecido y refrescado como si aquella agua hubiera apagado realmente su sed. Hecho digno de
aplauso que evidencia su resistencia extremada y sus dotes de gran capitán.
Una nueva desgracia acaeció después; los guías, borradas por el viento las señales del camino,
declararon que no lo reconocían ya; la arena, profunda e igual, lo cubría por todas partes,
impidiendo poder dar con él: ni un árbol que creciese en su orilla, ni un otero como no fuese
inestable y movedizo, ni las estrellas de noche, ni el sol de día les proporcionaban un medio de fijar
el verdadero rumbo, más desgraciados en esto que los navegantes fenicios que se orientan por la
pequeña Osa, así como los de otras naciones por la mayor. Alejandro, conjeturando que debería
marcharse hacia la izquierda, se adelantó por esta parte al frente de algunos caballos, de los cuales
murieron muchos asfixiados de calor, llegando sólo con cinco a la orilla del mar, donde encontró,
cavando en la arena, un agua dulce y pura. Reuniósele allí todo el ejército, y siguió durante siete
días la línea de la costa con agua suficiente, hasta que reconociendo los guías el camino, le llevaron
al interior de la Gadrosia.
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XXVII.
Llegada a la Carmania.—Castigo a los Sátrapas
y gobernadores rapaces y concusionarios.
XXVIII.
Marcha triunfal de Alejandro por la Carmania,
puesta en duda por Arriano.―Llegada de Nearco.
Refieren algunos Historiadores, aunque contra toda verosimilitud, que Alejandro, rodeado de
un cortejo de amigos cuyos cantos escuchaba blandamente recostado sobre dos carros reunidos,
mientras sus soldados coronados de flores le seguían jugando y ofreciéndole todo cuanto pudiera
servir a su alimento y placeres, atravesó la Carmania imitando la marcha triunfal de Baco, que,
según la fama, había recorrido en esta forma gran parte del Asia después de la conquista de la India,
dejando el nombre del himno entonado en su loor 46 a todos los triunfos bélicos posteriores. Pero ni
Tolomeo, ni Aristobulo, ni ningún otro autor digno de crédito hablan de semejante cosa, lo cual me
basta para suponerla fingida. Sólo diré, pues, siguiendo a Aristobulo, que Alejandro ofreció en la
Carmania un sacrificio a los Dioses en acción de gracias por el vencimiento de los Indios y la
salvación de su ejército en la Gadrosia; celebró juegos gímnicos y músicos; nombró a Peucestas de
su guardia personal, pues aunque pensaba darle la satrapía de Persia, quiso antes, en recompensa de
su fidelidad y del insigne servicio prestado al defenderle contra los Malos, tributarle esta honra, que
era muy distinguida por disfrutar entonces de aquel cargo siete personas solamente: Leonato, hijo
de Anteo; Hefestión de Amintor, Lisímaco de Agatocles. Arístono de Piseo, los cuatro Peleos;
Perdicas hijo de Orontes, natural de Oréstida; Tolomeo de Lago, y Pitón de Crateo, ambos
Eordenses; haciendo el número ocho Peucestas, que cubrió a Alejandro con su escudo
Nearco después de haber costeado el país de los Oros, Gadrosos e Ictiófagos, llegó a la costa
de Carmania, y acompañado de un pequeño número de soldados vino a dar a Alejandro cuenta de su
navegación47, recibiendo orden de continuarla hasta el país de los Susios y la desembocadura del
Tigris,
En otro libro daré detalles del periplo de Nearco desde el Indo al mar Pérsico y bocas del
Tigris siguiendo a aquel almirante que nos ha dejado una historia de Alejandro, la cual me servirá
para concluir esta mía, si un dios me da fuerzas para llevarla a su término.
Alejandro mandó a Hefestión desde Carmania con la mayor parte del ejercito, los elefantes y
las bestias de carga a la Persia, siguiendo la orilla del mar, porque verificándose la expedición en
invierno hallaría en la costa una suave temperatura y abundancia de todo lo necesario.
XXIX.
Regreso a Persia.―El sepulcro de Ciro.
Alejandro con las tropas más ligeras, la caballería de los Amigos y algo de la de los arqueros,
marchó a Pasargada, enviando a Estasanor a su provincia. Al llegar a los confines de Persia, no
encontró ejerciendo la satrapía a Frasaortes, pues había muerto de enfermedad durante su estancia
en la India, sino a Orxines, que aunque sin nombramiento real, mientras no había otro, creyó
cumplir un deber manteniendo a los Persas en la obediencia al Macedonio. Entonces vino también a
Pasargada Atropates, sátrapa de la Media, trayendo prisioneros al Medo Bariax, que ciñéndose la
tiara recta, se había hecha llamar rey de Media y Persia. Él y todos sus cómplices fueron ejecutados
por sentencia de Alejandro.
Éste sintió mucho la profanación del sepulcro de Ciro, hijo de Cambises, que había sido roto y
saqueado. Hállase esta tumba en los jardines reales de Pasargada, rodeada de un espeso bosque con
variedad de árboles, muchas fuentes y lozana hierba. La base del monumento es una piedra
cuadrangular, sobre la cual se levanta una bóveda de la misma materia, con una puertecilla tan
angosta que apenas puede dar entrada a un solo hombre y de estatura nada más que regular. Dentro
se conservaba el cuerpo de Ciro, en un sarcófago colocado sobre un lecho con pies de oro macizo,
cubierto con preciosos tejidos babilonios, tapices rojos, el manto y otras vestiduras reales, los
femorales médicos, estolas teñidas de jacinto, púrpura y otros colores, y collares, cimitarras y
zarcillos de oro cuajados de piedras preciosas. Al lado veíase una mesa. El arca funeraria con los
restos del Príncipe ocupaba el centro. En el interior del sepulcro una escalerilla llevaba a una
pequeña celda, ocupada por los Magos, que desde Cambises se trasmitían de padres a hijos el
privilegio de custodiar la tumba. El Rey les suministra todos los días un carnero y cierta cantidad de
harina y trigo, y cada mes un caballo para sacrificarlo en honor de Ciro. Sobre el monumento se leía
la inscripción siguiente, en caracteres pérsicos:
MORTAL, YO SOY CIRO, HIJO DE CAMBISES,
QUE FUNDÉ EL IMPERIO PERSA Y REGÍ EL ASIA.
RESPETA MI SEPULCRO.
Alejandro, deseoso de visitar esta tumba después de la derrota de los Persas, encontró que
todo había sido robado, excepto el lecho y el arca funeraria. Algunos ladrones ni siquiera habían
respetado los huesos, pues queriendo sin duda disminuir el peso del sarcófago para podérselo llevar,
habían separado la tapa arrojando fuera el esqueleto, rompiendo aquí y rajando allá, hasta que
convencidos de la inutilidad de su trabajo, desistieron del sacrílego propósito.
Aristobulo nos dice que Alejandro le encargó la restauración del sepulcro, la reinstalación de
los huesos conservados en el arca, y la nueva oclusión de ésta con su tapa primitiva. Se
compusieron los destrozos; se cubrió el lecho con los ropajes y demás preciosidades que antes la
adornaban; y la puerta de la bóveda fue cerrada a cal y canto, y sellada con el del Macedonio.
Después apresó Alejandro y sujetó al tormento a los Magos guardianes del sepulcro, para averiguar
los autores del crimen; pero no habiendo podido arrancarles ninguna confesión, los puso en libertad.
XXX.
Llegada a Persépolis.
LIBRO SÉPTIMO
I.
Proyectos de Alejandro.—Reflexiones de Arriano.—
Conversación de Alejandro con los sabios de la India.
Cuando Alejandro llegó a Persépolis, entró en deseos de navegar por el Eúfrates y el Tigris
hasta el golfo Pérsico, para reconocer las desembocaduras de estos ríos, así como había hecho con
las del Indo, y explorar esta parte del mar. Según unos escritores, se proponía costear gran parte de
la Arabia, la Etiopía, la Libia, la Numidia, doblar el monte Atlas, penetrar por Gades en el
Mediterráneo, y subyugar el África y Cartago para poderse llamar rey de toda el Asia, con más justo
título que los monarcas persas se llamaban grandes reyes, a pesar de no poseer ni una milésima
parte de aquel continente. Según otros, pensaba dirigirse contra los Escitas, por el ponto Euxino y el
Palus meotides; o descender a Sicilia y al promontorio Iapigio, atraído por la gran nombradía de los
Romanos.
Yo no puedo asegurar cuáles eran sus intenciones ni me importa averiguarlo. Sólo afirmaré
que sus proyectos serían necesariamente grandes y extraordinarios, pues su condición era la de no
descansar, ni aun añadiendo al imperio del Asia el de Europa hasta las islas Británicas; su ambición
le lanzaba irresistiblemente más allá de lo conocido, y a falta de enemigos extraños hubiera vivido
en perpetua lucha con su corazón.
No puedo menos de aplaudir con este motivo una reflexión de los sabios de la India.
Hallábanse algunos de éstos paseando en un prado, donde suelen tener sus conversaciones
filosóficas, y al pasar Alejandro con su ejército, no hicieron otra mención que golpear con el pie la
tierra que pisaban. El Rey les preguntó la causa por medio de un intérprete, y le respondieron:
«Cada hombre, rey Alejandro, posee tanta tierra como ésta que pisamos. Tú eres como todos, sin
más diferencia que la ambición y perversidad que, para desgracia ajena y tuya, te arrastran tan lejos
de tu patria. Pero cuando mueras, dentro de poco, no poseerás más tierra que la de tu sepultura.»
II.
Anécdota de Diógenes el cínico.—Galano,
filósofo Indio, sigue a Alejandro.
Alejandro aplaudió estas palabras, pero no desistió de hacer lo contrario. Así, en el istmo de
Corinto, al frente de un destacamento de hipaspistas e infantes de los Amigos, se detuvo admirado
delante de Diógenes de Sinope, que estaba echado al sol, y le preguntó si deseaba algo. «Nada, le
contestó el filósofo, sino que tú y tu corte no me quitéis el sol.»
Alejandro no era completamente indigno de oír la voz de la razón, pero su afán de gloria le
arrastraba más allá de lo justo. Por eso al ver en Taxila desnudos a los filósofos indios, quiso atraer
alguno a su corte, asombrado de su extraordinario sufrimiento; pero el más anciano, llamado
Dandamis, de quien eran discípulos los demás, le contestó: «Ni yo ni éstos podemos seguirte jamás.
Tan hijo de Júpiter soy yo como tú, Alejandro. No te necesito para nada. Contento estoy con lo que
tengo. Tú y tus secuaces, que habéis recorrido tantos mares y tierras, nada bueno os proponéis en
vuestras interminables correrías. Ninguna cosa de las que pudieras proporcionarme apetezco.
Ningún temor me inspira tu poder. Mientras vivo, la tierra en cada estación me brinda con sus
frutos. La muerte me librará de la odiosa compañía de mi cuerpo.»
119
III.
Galano se hace quemar vivo.
IV.
Vuelta a Susa.—Castigo de los sátrapas rapaces.—
Bodas de Alejandro y de los jefes de su ejército.
V.
Larguezas de Alejandro.—Premios a los soldados más distinguidos.
Parecióle también conveniente pagar las deudas contraídas por los soldados. Al efecto, mandó
formar un estado de lo que cada uno debía para entregarle el oportuno dinero. Mas temerosos de
que aquella disposición de Alejandro fuese un medio de averiguar quiénes por su gasto excesivo no
tenían bastante con la paga, pocos inscribieron sus nombres; hasta que sabedor el Príncipe de los
motivos de su negativa, reprendió su desconfianza diciéndoles que así como un rey siempre debe
decir la verdad a sus súbditos, éstos están en la obligación de ser con él igualmente veraces.
Después mandó colocar en el campamento mesas llenas de oro, con personas encargadas de
distribuirlo, para que pagasen cuantos créditos se presentasen, rompiendo los contratos sin apuntar
el nombre de los deudores. Entonces ya no dudaron de la palabra de Alejandro, agradeciéndole más
esta delicadeza que las larguezas recibidas, que ascendían, se dice, a la enorme suma de veinte mil
talentos.
Hizo además a otros donaciones proporcionadas a su graduación o al valor que habían
demostrado en los combates. Los más distinguidos fueron premiados con una corona de oro.
Primero Peucestas, por haberle cubierto con su escudo en el asalto de la ciudad Malense; después
Leonato, por igual motivo y por sus peligros en la India, victorias contra los Oros, refrenamiento de
la sedición de los Oritas y pueblos fronterizos, y otras ilustres hazañas; después Nearco, que ya
había llegado a Susa, por haber traído la flota desde el Indo a través del Océano; y finalmente
Onesícrito, piloto del navío real, Hefestión y los otros guardias personales.
VI.
Irritación de los Macedonios contra los Epígonos.
Los sátrapas de las ciudades nuevas y de las otras provincias conquistadas se presentaron con
treinta mil mancebos todos de una edad, a los cuales llamó Alejandro sus Epígonos o sucesores,
mandándoles armar a la griega e instruir en la táctica macedónica.
La llegada de esta tropa disgustó muchísimo a los Macedonios, aumentando sus sospechas de
que Alejandro trataba por todos los medios posibles de prescindir en lo sucesivo de sus veteranos.
Murmuraban agriamente de su traje medo, de sus bodas celebradas a la pérsica, aunque habían
tenido en ellas igual participación, y del placer con que veía el tren extranjero de Peucestas y le oía
chapurrar el persa. Llevaban muy a mal el que Bactrianos, Sogdianos, Aracotos, Zarangos, Arios,
Partos y los caballeros persas llamados Evacos, en una palabra, todos los Bárbaros más distinguidos
en dignidad, gallardía o valor hubiesen venido a engrosar la caballería de los Amigos, creándose
una quinta hiparquía, no compuesta exclusivamente de extranjeros, sino con objeto de dar entrada
121
en ella a los que no cabían en las otras cuatro, y agregando al Agema a Cofes, hijo de Artabaces, a
Hidarnes y Artíboles, hijos de Maceo, a Sisines y Fradásmenes, hijos de Fratafernes, sátrapa de
Hircania y Partía, a Histanes, hijo de Oxiartes y hermano de Roxana, esposa del Príncipe, y a
Egobares y a su hermano Mitrobeo, todos al mando del bactriano Histaspes, y armados de lanzas
macedonias en vez de las picas asiáticas. Y finalmente, no podían sufrir que Alejandro adoptase por
completo las costumbres bárbaras, despreciando a los Macedonios y sus instituciones.
VII.
Navegación por el Euleo hasta la desembocadura del Tigris y por este río.
Alejandro encargó a Hefestión la conducción de la mayor parte de las tropas al golfo Pérsico;
y en la flota que había arribado a la Susiana se embarcó con los hipaspistas, el Agema de la
caballería y algunos caballos de la de los Amigos, siguiendo por el Euleo hasta el mar. Cerca ya de
la desembocadura de este río, dejó en él las naves más pesadas y averiadas, y con las ligeras
continuó, tocando la costa su viaje, a la boca del Tigris. Las otras fueron traídas a este río por el
canal que le une al Euleo.
Dos ríos, el Tigris y el Eúfrates, sirven de frontera a esta parte de la Asiria, llamada por esta
razón Mesopotamia por los indígenas. El Tigris, cuyo nivel es más bajo que el del Eúfrates, recibe
muchos canales de éste, y engrosado con ellos y el caudal de otros ríos tributarios, desagua en el
mar Pérsico. Muy caudaloso, encauzado en altas margenes que no le permiten derramarse en otros
ríos ni extenderse por las tierras, acrecido por sus numerosos afluentes, conserva siempre su
profundidad y no es vadeable en ningún punto. El Eúfrates, al contrario, corre más alto, y a cada
momento rebasa sus bajas orillas saliéndose de madre, o dando origen a multitud de cauces
secundarios, unos perennes que utilizan constantemente los pueblos de la ribera, otros
temporalmente abiertos cuando se necesitan riegos en las vegas, pues las lluvias son escasísimas en
aquellos países. Todo esto hace que el agua del Eúfrates sea menos abundante y pura al fin de su
curso.
Alejandro recorrió por mar todo el trayecto del golfo Pérsico que separa al Euleo del Tigris, y
subió por este río hasta el lugar donde estaba acampado Hefestión con el ejército. De allí continuó
su viaje hasta Opis, ciudad situada en la orilla, haciendo de paso destruir todos los diques y limpiar
de obstáculos el cauce. Los Persas, poco peritos en la marinería, los habían construido para impedir
la entrada de alguna flota por aquella parte, dificultando de ese modo extremadamente la
navegación del Tigris. Alejandro decía que tales inventos eran propios de gentes de poco mérito en
las armas. Y dio en efecto pruebas de la inutilidad que para él tenían tales defensas, y de la escasa
eficacia de las mismas, destruyéndolas con poquísimo esfuerzo.
VIII.
Alejandro trata de licenciar sus veteranos.—Motín
que esta medida produce.—Castigo de sus jefes.
Al llegar a Opis, reunió a los Macedonios y les dijo: «Todos los inválidos para la guerra por
edad o heridas, quedáis licenciados y podéis volver a vuestras casas; pero las larguezas que
prodigaré a los que se queden serán envidia de los que se vayan y estímulo de otros Macedonios
para participar de iguales trabajos y peligros.» Estas palabras, dichas con ánimo de halagar a sus
compatriotas, fueron interpretadas de manera muy distinta, tomándolas como una prueba de que
Alejandro les despreciaba como inútiles para la guerra.
El resentimiento latente en los corazones subió de punto ante esta nueva injuria. Renováronse
todas las antiguas quejas; la adopción de la vestidura pérsica, el armamento macedonio concedido a
122
los Epígonos, y la agregación y mezcla de los caballeros extranjeros a los escuadrones de los
Amigos, hasta que al fin estalló la indignación. «¡Que nos licencie a todos!» gritaron. «¡Que haga la
guerra con su padre!» añadieron, aludiendo a Ammón.
Al oír estas voces Alejandro, más propenso ya a la ira y menos comunicativo y afable con los
Macedonios por haberse acostumbrado al servilismo de los Bárbaros, saltó furioso de su asiento,
seguido de sus Generales, y designó a los hipaspistas con su propia mano los autores de la sedición,
que en número de trece fueron apresados y llevados inmediatamente al suplicio. Calló aterrada la
multitud, y entonces, volviendo a su silla, pronunció el siguiente discurso:
IX.
Cargos de Alejandro a los Macedonios.
«No voy a hablar para deteneros, Macedonios; yo mismo os he dado licencia de iros: voy a
hablar para demostraros mis beneficios, y cómo me los habéis pagado. Principiemos, como es justo,
por Filipo. Mi padre os encontró en hordas nómadas miserables, sin asiento fijo, vestidos de
groseras pieles, apacentando en las sierras exiguos rebaños, y por ellos en continua lucha, casi
siempre infeliz, con vuestros finítimos los Ilirios, los Tracios y Tribales; y trocó en clámides
vuestras pieles, os bajó de las sierras a los valles, os equiparó en fuerzas a los Bárbaros, os enseñó a
fiar más en la eficacia de vuestro valor que en la inaccesibilidad de los lugares, os dio ciudades
hermosas, buenas leyes, excelentes instituciones. Los mismos Bárbaros que os molestaban con
diarias correrlas quedaron subyugados; de siervos os convirtió en señores; agregó a Macedonia gran
parte de la Tracia; os conquistó ciudades en la costa; abrió vías nuevas al comercio, y aseguró el
producto de las minas. Sujetó aquellos Tesalios que antes os tenían exánimes de miedo, y
derrotando a los Focenses, os ensanchó y facilitó el camino de la Grecia, antes para vosotros tan
difícil y estrecho. Atenienses y Tebanos, que ayer os tendían continuas asechanzas, exigiéndoos
aquéllos un tributo, éstos sumisión y obediencia, quedaron de tal suerte castigados que hoy buscan y
codician nuestra protección y alianza. Entrando en el Peloponeso, arregló sus repúblicas; nombrado,
en fin, generalísimo del ejército griego contra Persia, más abrillantó con este título los timbres
macedónicos que los de su propia persona.
»Estos son los beneficios que os dispensó mi padre, grandes, si no se les compara; pequeños
al lado de los míos. Al sucederle, sólo encontré en el tesoro real algunos vasos de oro y plata con
sesenta talentos, y esos, gravados con cincuenta de deuda. Tomé, sin embargo, prestados otros
ochenta, y os saqué de Macedonia, donde apenas podía alimentaros. Yo, a vista del Persa, rey del
mar, os he abierto el Helesponto; yo he vencido en el Gránico a los Generales de Darío, añadiendo a
vuestro imperio toda la Jonia, la Eolia, las dos Frigias y la Lidia; yo os he dado a Mileto, tomada
por asalto; yo he hecho tributarios vuestros otros pueblos entregados voluntariamente; yo os he
enriquecido con los tesoros de Egipto y de Cirene; yo he agregado a vuestros dominios la Celesiria,
la Palestina y la Mesopotamia; vuestras son Babilonia, Bactras y Susa; vuestras las riquezas de los
Lidios; vuestras las preciosidades pérsicas; vuestros los tesoros índicos; vuestro el inmenso Océano;
vuestros los gobiernos, las jefaturas e hiparquías. ¿Qué me he reservado yo de tantas conquistas,
fuera de esta púrpura y de esta diadema? No tengo nada mío. Mis tesoros los poseéis ya, o los
guardo para vosotros. Por otra parte, ¿a qué había de reservarlos? Mis gastos son iguales a los
vuestros; me alimento con vuestros manjares; duermo como vosotros. ¿Que digo? Muchos tenéis
más regalada mesa, y todos descansáis tranquilos, mientras yo velo por la común seguridad.
123
X.
Continuación del anterior.
»Quizá todo esto se debe a trabajos y peligros de que no he participado yo. ¿Quién se atreverá
a afirmar que ha sufrido más por mí que yo por él? ¡Ea! Desnudaos los heridos, mostrad vuestras
cicatrices; yo enseñaré las mías. No hay parte de mi cuerpo sin su honrosa huella; no hay arma que
no haya dejado en mi profunda señal. Las espadas de cerca, los dardos de lejos, las catapultas, las
piedras, los troncos, las máquinas me han elegido doquiera por blanco de su furor; y sin embargo,
pura glorificaros y enriqueceros os he llevado victoriosos y triunfantes por todas las tierras, por
todos los mares, por ríos, por montes y por llanos. Yo os he procurado a la mayor parte bodas que
ennoblecerán vuestra prole enlazándola a la mía. Yo, no obstante vuestro crecido estipendio y el
botín recogido en las ciudades saqueadas, he pagado espléndidamente vuestras deudas, sin
preguntar siquiera vuestros nombres. Yo, he premiado a muchos con coronas áureas, inmortales
recuerdos de mi generosidad y su valor. Yo, al que murió como bueno en el combate (ninguno de
vosotros ha perecido huyendo), le erigí allí mismo un glorioso cenotafio, y en su patria una estatua
de bronce, y colmé de honores a sus padres, y les eximí de tributos públicos y privados.
»Pensaba licenciar a los inválidos, pero con honores y riquezas envidiables. Mas ya que
queréis marcharos todos, idos, idos, y decid en vuestra patria que vuestro rey Alejandro, vencedor
de los Persas, Medos, Sacas y Bactrianos; conquistador de los Uxios, Aracotos y Drangas; dueño de
los Partos, Corasmios e Hircanos hasta el Caspio; después de franquear el Cáucaso, las Pilas
Caspias, el Oxo, el Tanais, el Indo, sólo por él y Baco atravesado, el Hidaspes, el Acésines y el
Hidraotes, y de haber estado a punto de pasar el Hifasis a no impedírselo vuestra negativa a
seguirle; después de haber penetrado en el Océano por las dos bocas del Indo, de haber recorrido los
desiertos de Gadrosia por ninguno otro ejército salvados; después de subyugar de paso los
Carmanios y Oritas, y de hacer subir su flota de los confines de la India al golfo Pérsico y a la
ciudad de Susa, ha sido abandonado por vosotros, dejándole bajo la salvaguardia de los Bárbaros
vencidos. ¡Qué gloria para con los hombres! ¡qué mérito para los inmortales! ¡¡Marchaos!!»
XI.
Alejandro da a los Persas el mando de su ejército.—Arrepentimiento
de los Macedonios.—Su reconciliación con Alejandro. Banquete general.
el puesto que ocupaba en una hiparquia de los Amigos, se expresó de esta manera: «Contristas a los
Macedonios, oh Rey, emparentando con los Persas, que ya se cuentan de tu familia, y
permitiéndoles que te besen, mientras rehúsas este honor a los Macedonios.» Y Alejandro
interrumpiéndole: «A todos vosotros, dijo, os hago mis parientes y así os llamaré en lo sucesivo.» Y
adelantándose a Calines lo besó, y a los demás que quisieron. Los soldados recogieron las armas y
regresaron al campo lanzando gritos de gozo y entonando jubilosos peanes48
Después ofreció Alejandro un sacrificio a los dioses de costumbre, y celebró un banquete
público, en el cual los Macedonios ocuparon a su lado el primer puesto, y el segundo los Persas y
demás pueblos según su jerarquía o méritos militares. El Rey y todos los comensales bebieron de la
misma copa. Los sacerdotes griegos y los Magos invocaron juntamente a sus dioses, pidiéndoles
entre otros bienes y prosperidades la unión y concordia de Persas y Macedonios. Nueve mil
convidados asistieron a este banquete; todos hicieron la misma libación y entonaron a la vez el
peán.
XII.
Licenciamiento de los veteranos.—Llamada de Antípatro.
Alejandro licenció después, porque así lo deseaban, a unos diez mil Macedonios, inútiles ya
por edad o heridas para los servicios militares, dándoles a cada uno un talento, además de su
estipendio y los gastos de viaje. Dispuso que le dejasen los hijos habidos de mujeres asiáticas, para
evitar la perturbación que la presencia de estos extranjeros pudiera producir en los hogares
macedonios, comprometiéndose a educarles e instruirles en la táctica y costumbres macedónicas y a
devolverlos a sus padres cuando ya fuesen adultos. Tales eran sus promesas para el porvenir, y
queriendo darles al presente una prueba elocuentísima de su cariño, encargó la dirección de la tropa
licenciada y su administración y cuidado a su fidelísimo amigo Crátero, a quien amaba como su
propia vida. Despidiólos, pues, saludando cariñosamente a todos y confundiendo sus lágrimas,
Crátero fue encargado también del gobierno de Macedonia, Tesalia y Tracia, y de velar por la
libertad de los Griegos, sustituyendo a Antípatro, que debía venir a reunírsele al frente de una tropa
de Macedonios jóvenes y robustos, relevo de la licenciada. Polisperconte fue enviado como
segundo de Crátero, para el caso de que a éste, cuya salud estaba algo resentida, le ocurriese algún
accidente en el camino.
Los que cuanto más ocultos son los asuntos de los reyes, más se empeñan en averiguarlos, y
tienen marcada propensión a ennegrecer y tomar a mala parte todas las acciones, esparcieron el
rumor de que Alejandro, al llamar de Macedonia a Antípatro, había cedido a las calumnias de su
madre. Mas quizá este llamamiento, lejos de ser desdoroso para Antípatro, obedecía solamente al
propósito de evitar algún mal irremediable producido por sus frecuentes disensiones. Pues
Alejandro recibía frecuentes cartas en que Antípatro se quejaba de la arrogancia, acritud y
entremetimiento poco decoroso de la viuda de Filipo, hasta el punto de habérsele escapado al Rey el
decir: «Bien caros me hace pagar los diez meses que me llevó en su seno.» Olimpias, por otra parte,
pintaba a su enemigo como un déspota, enorgullecido de su mando y olvidado del autor de su
fortuna, y aspirando a obtener el primer puesto en Grecia y Macedonia. Alejandro daría
probablemente más crédito a esta calumnia, por referirse al temor natural de ver menguada su
dominación, pero nunca ni con hechos ni con dichos dio a entender que Antípatro hubiera caído de
su gracia...49 Hefestión.
48 «Nombre genérico que dan los autores al himno o cántico de combate de la antigua milicia griega.» (Almirante,
Dic. Mil.) En un principio estuvo consagrado a Apolo, y después llegó a significar todo canto de alegría.
49 Hay en el texto una laguna sólo de algunas líneas, según las más probables conjeturas. Se supone que en ellas
refería brevemente Arriano la fuga de Harpalo y los medios que Eúmenes empleó para reconciliarse con Hefestión,
como se desprende de la última palabra del capítulo XII, y las primeras del siguiente. Este vacío puede llenarse coa
el relato de Diodoro Sículo, lib. 17.
125
XIII.
Fábula de las Amazonas.
Hefestión, persuadido por estas palabras, se prestó, aunque de mal grado, a la reconciliación
tan ardientemente deseada por Eúmenes.
En este mismo viaje se dice que Alejandro vio el campo donde solían pastar las yeguas de la
guardia real, llamado Niseas por Heródoto50, que da igual nombre a aquel prado. Su número
ascendió en otro tiempo a ciento cincuenta mil, pero el Rey no encontró muchas más de la tercera
parte, pues las restantes las habían robado los cuatreros.
Atrópates, sátrapa de la Media, le presentó cien mujeres Amazonas, vestidas y equipadas
como los soldados de caballería, fuera de llevar hachas y peltas 51 en vez de lanzas y escudos.
Tenían, según algunos, más pequeño el pecho derecho y lo llevaban descubierto en los combates.
Alejandro las despidió, por evitarlas algún ultraje de los Macedonios o Bárbaros, mandándoles decir
a su Reina que la visitaría para tener de ella descendencia. Pero ni Aristobulo, ni Tolomeo, ni
ningún otro autor fidedigno hace mención de este hecho; por lo cual entiendo que ya la nación de
las Amazonas no existía, pues ni las nombra Jenofonte, aunque habla del Jaso, de la Cólquide y de
todos los pueblos de la costa bárbara, recorridos por los Griegos antes y después de salir de
Trapezunte, en cuyos países las hubieran encontrado si todavía quedasen restos de su raza.
No pongo, sin embargo, en duda su existencia, atestiguada por muchos e ilustres escritores.
Hércules, según opinión común, fue enviado contra ellas y trajo a Grecia el ceñidor de su reina
Hipólita; los Atenienses, mandados por Teseo, rechazaron una invasión de estas mujeres en Europa,
en un combate descrito por Cimón con tanto cuidado como los de las guerras Médicas; Heródoto las
cita a menudo, y todos los panegiristas atenienses de soldados muertos en batalla, refieren en primer
término la guerra de su república con las Amazonas. Creo, pues, que las mujeres presentadas por
Atrópates a Alejandro serían, en todo caso, algunas Bárbaras, peritas en equitación y armadas a la
manera de las Amazonas.
XIV.
Muerte de Hefestión.—Dolor de Alejandro.
Yo no hallo increíble el que se cortase el cabello sobre el difunto, entre otras causas, por
seguir el ejemplo de Aquiles52, a quien desde niño procuraba imitar; mas no puedo creer que fuese
él mismo conductor y auriga del carro fúnebre y que mandase destruir en Ecbatana el templo de
Esculapio. Esta acción es bárbara e impropia de Alejandro, y sólo digna de la impiedad de Jerjes,
que mandó encadenar el Helesponto. Más verosímil es la contestación referida por algunos. De
camino para Babilonia, se le presentaron varias diputaciones griegas. Después de acceder a la
petición de los de Epidauro, les hizo una ofrenda para su templo de Esculapio, añadiendo: «Aunque
estoy muy quejoso de ese dios, que no ha querido conservarme al amigo a quien amaba como a las
niñas de mis ojos.» Mandó, al decir de casi todos, honrar como un héroe a Hefestión, y añaden
algunos que consultó al oráculo de Ammón sobre si podrían tributársele honores divinos, a lo cual
se negó Júpiter.
Alejandro, según todos los historiadores, estuvo tres días enteros sin probar bocado ni cuidar
de su persona, desahogándose en lamentos o sumido en silencioso dolor. Mandó preparar en
Babilonia una pira, cuyo coste ascendió a la enorme suma de diez mil o más talentos. Decretó un
luto general y público en todos los países conquistados. Entonces muchos Amigos, para mitigar la
pena del Príncipe, consagraron sus armas a Hefestión; y el primero Eúmenes, inspirador de esta
idea, para evitar toda sospecha de que pudiera alegrarse de su muerte. La plaza vacante la caballería
de los Amigos quedó sin cubrir, conservando, sin embargo, la quiliarquía que mandaba Hefestión,
su nombre y su estandarte. Celebráronse juegos gímnicos y músicos, en los cuales el número de
justadores y la riqueza de los premios superó en mucho a todas las anteriores fiestas. Alejandro, en
efecto, hizo concurrir a ellos tres mil atletas, que bien pronto habían de figurar en sus propios
funerales.
XV.
Expedición contra los Coseos.—Embajadas de diversas naciones.
Después de permanecer largo tiempo entregado al dolor, empezó a resignarse, con ayuda de
los consuelos de sus amigos, y determinó hacer una expedición contra la belicosa nación de los
Coseos, fronteriza a los Uxios. Son los Coseos montañeses y tienen plazas fortificadas; cuando les
ataca un ejército poderoso huyen precipitadamente a sus riscos, o cada cual se dispersa por puntos
inaccesibles al enemigo, y luego de retirarse éste, vuelven y hacen sus rapiñas, que es de lo que
viven. Alejandro, no obstante ser invierno, les desalojó de sus posiciones. Ni el rigor de la estación
ni las dificultades del terreno arredraron ni a él ni a Tolomeo, jefe de una parte de la tropa. Nada era
ya imposible a su valor.
Después se le presentaron en Babilonia una diputación de Africanos, felicitándole y
ofreciéndole una corona como a señor del Asia; y otras, venidas con igual objeto de Italia, del
Brucio, de los Etruscos y Lucanienses. Los Cartagineses se asegura que hicieron lo mismo, y los
Etíopes, los Escitas de Europa, los Celtas y los Íberos, todos solicitando su amistad para pueblos
nunca hasta entonces oídos por Griegos y Macedonios, y algunos eligiéndole árbitro de sus
discordias. Entonces fue cuando Alejandro se creyó verdaderamente dueño del mundo.
Aristón y Asclepiades, y otros autores de su historia, dicen que los Romanos enviaron también
embajadores, recibidos admirablemente por el Príncipe, que enterado de su modestia, generosidad y
diligencia, y de sus costumbres e instituciones, auguró ya su grandeza futura. Este hecho ni me
parece digno enteramente de fe, ni completamente increíble, aunque ningún escritor romano hace
mérito de semejante embajada ni los autores de la historia Alejandrina, Tolomeo y Aristobulo, a
quienes con preferencia sigo; ni, en fin, parece propio de la república romana, libérrima entonces,
dar semejante paso respecto a un rey extranjero tan distante, mucho más si se tiene en cuenta la
ninguna utilidad que de esto recabarían y su particular odio a todos los tiranos.
52 Véase Homero, Iliada, XXIII, v. 140 y siguientes.
127
XVI.
Heráclides enviado a Hircania.—Oráculo de los Caldeos.
Alejandro envió a Heráclides, hijo de Argeo, los suficientes operarios náuticos a Hircania,
para construir, con las maderas abundantes en aquellos montes, naves largas descubiertas y cerradas
a la manera de las de los Griegos. Deseaba reconocer con cuál mar estaba en comunicación el
llamado Hircanio y Caspio; si con el Ponto Euxino o con el Océano Índico, que pudiera formarle
volviendo de la parte oriental y penetrando entre el Continente, como lo hace con el Golfo Pérsico,
llamado también Mar Rojo. Todavía, en efecto, no se conocía el origen del Caspio a pesar de los
muchos pobladores de sus costas y del crecido numero de ríos navegables que en él desaguan, entre
los cuales están el Oxo, que riega la Bactriana y es el mayor del Asia, después del Indo; el Iaxartes,
que atraviesa la Escitia; el Araxes, que corre por la Armenia y se pierde, según los más, en el
Hircanio. Esto sólo respecto a las corrientes principales, pues hay además otras muchas secundarias
que engrosando el caudal de los primeros pagan su tributo al mar de que hablamos. Alejandro
descubrió parte de éstos, pero otros desconocidos es verosímil que corran más allá, por el país de
los Escitas nómadas.
Cuando después de atravesar el Tigris se dirigía Alejandro a Babilonia, le salieron al paso los
Adivinos Caldeos, suplicándole que suspendiese su marcha a aquella ciudad, pues el oráculo de
Belo les había advertido que su entrada por entonces le sería funesta. A lo cual les respondió con
este verso de Eurípides:
No hay otro augur como el que anuncia bienes.
Pero ellos: «Siquiera, oh Rey, insistieron, no avances por Occidente: haz dar un rodeo a tu ejército y
toma el camino oriental.» Mas las dificultades del terreno le impidieron obedecer a esta advertencia,
empujándole la fatalidad al camino donde había de encontrar el término de su vida.
Quizá fue dichoso en expirar en la cúspide de su grandeza, en medio del dolor universal, antes
de ser víctima de alguno de esos accidentes tan comunes en la vida humana, en cuya previsión decía
Solón a Creso: «Aguardemos hasta la muerte para decidir sobre la felicidad de un hombre.» Ya, en
prueba de esto mismo, la pérdida de Hefestión fue un rudísimo golpe, que Alejandro hubiera
querido evitar precediéndole a la tumba; lo mismo que Aquiles hubiera preferido morir antes que
Patroclo, a sobrevivirle para vengarle.
XVII.
Alejandro sospecha de la sinceridad de los Caldeos.
Sospechó Alejandro que los Caldeos trataban de alejarle por entonces de Babilonia, aduciendo
aquel oráculo para su provecho y fines particulares. Pues el templo de Belo, situado en medio de la
ciudad, notable por su grandeza y su particular construcción da ladrillos cocidos, unidos con asfalto,
había sido destruido como los demás lugares sagrados babilónicos, por el impío Jerjes, cuando
regresó de su expedición a Grecia. Alejandro se había propuesto reedificarlo, mandando limpiar su
solar para levantarlo sobre los mismos cimientos o hacerlo más grande, según quieren otros; pero
durante su ausencia los trabajos avanzaron muy poco, por lo cual estaba decidido a terminarlos con
el ejército. Es de advertir que los Reyes asirlos habían consagrado al templo muchos campos y
gruesas sumas de oro, cuyas rentas servían entonces para el sostenimiento del culto, pero al
presente, en vez de dedicarse a su primer destino, eran disfrutadas por los sacerdotes caldeos. Esto
inspiró a Alejandro la sospecha de que el disuadirle de entrar en Babilonia sería para no verse
privados de tan pingües utilidades en cuanto fuese reconstruido el templo.
Según Aristobulo, el Príncipe, cediendo a la advertencia de los Caldeos, quiso dar vuelta a la
ciudad, acampando el primer día a las orillas del Eúfrates; al siguiente, teniendo el río a la derecha,
128
se adelantó a lo largo de la orilla con intención de dejar atrás la parte de la ciudad que mira a Ocaso,
para volver luego hacia el Oriente; pero detenido por unos profundos pantanos, le fue imposible
realizar su propósito. Así, mitad de grado, mitad por fuerza, no obedeció al oráculo de Belo.
XVIII.
Predicciones de Pitágoras y Calano.
Aristobulo relata otro prodigio. Apolodoro de Anfípolis, uno de los Amigos, estratega de las
tropas que Alejandro dejó a Mazeo, sátrapa de Babilonia, viendo el rigor que a su vuelta de las
Indias desplegaba el Príncipe contra todos los gobernadores de provincias, escribió acerca de su
futura suerte a su hermano Pitágoras, agorero por las entrañas de los animales; y habiéndole
contestado éste preguntándole los nombres de las personas que temía, le dio los de Hefestión y
Alejandro. Pitágoras consultó primero las entrañas acerca de Hefestión, y faltando un lóbulo del
hígado, escribió a Apolodoro desde Babilonia a Ecbatana, manifestándole que nada temía de
Hefestión, amenazado de una muerte próxima, como sucedió en efecto, pues murió, dice Aristobulo,
al día siguiente de recibirse la carta.
Después el adivino consultó sobre Alejandro, y habiendo obtenido en su inspección resultado
idéntico, escribió en el mismo sentido a Apolodoro. Éste, para probar al Rey su celo, le manifestó
todo lo ocurrido, aconsejándole se precaviese del inminente riesgo. Alejandro se lo agradeció, y al
llegar a Babilonia preguntó a Pitágoras en qué señales había fundado su vaticinio; y habiéndole
contestada que en la carencia del lóbulo del hígado, que le presagiaba una gran desgracia, lejos de
enojarse, le tuvo en lo sucesivo más afecto por haberle manifestado con toda ingenuidad cuanto
sabía. Aristobulo dice que supo estos detalles por el mismo Pitágoras; que hizo después igual
vaticinio respecto a Perdicas y Antígono, los cuales murieron, en efecto, el primero peleando con
Tolomeo; el segundo en la batalla de Ipso contra Seleuco y Lisímaco.
También cuentan una cosa análoga del gimnosofista Calano. Al dirigirse a la pira que debía
consumir su cuerpo, besó a todos sus amigos, pero no quiso abrazar a Alejandro, diciéndole: «Te
besaré cuando nos encontremos en Babilonia.» Entonces nadie se fijó en estas palabras; pero al
recordarlas con motivo de la muerte del Príncipe, todo el mundo vio en ellas una profecía de tan
triste suceso.
XIX.
Llegada de embajadas griegas a Babilonia.―
Escuadras y preparativos contra los Árabes.
Alejandro recibió en Babilonia varias diputaciones griegas, cuyo objeto no nos dicen los
historiadores; pero yo presumo que las más se limitarían a ofrecerle coronas y felicitaciones
públicas por sus triunfos y su feliz regreso de la India. Acogiólas benévolamente y las despidió
colmadas de honores, entregándoles las imágenes de los Dioses y objetos del culto que Jerjes había
traído de Grecia a Babilonia, Pasargada, Susa y otras ciudades asiáticas. Entonces recobraron los
Atenienses las estatuas de bronce de Harmodio y Aristogiton y la de Diana Celcense.
En Babilonia se le reunió también, dice Aristobulo, la flota que había venido, una parte a las
órdenes de Nearco por el Eúfrates desde el golfo Pérsico, y otra de la Fenicia. Componíase la última
de dos quinquerremes, tres cuadrirremes, doce trirremes y treinta triacóntoros que habían sido
traídos desmontados desde Fenicia a Tapsaco, donde, armados de nuevo, se pusieron a flote en el
Eúfrates.
El mismo historiador asegura que Alejandro mandó construir otra escuadra con los cipreses
cortados en Babilonia, únicos árboles que abundan en Asiria, donde hay grandísima escasez de
129
todos los materiales relativos a la náutica. Por eso viose obligado a traer de Fenicia y de toda la
costa los operarios y tripulaciones de los navíos. Hizo en Babilonia un puerto capaz de dar abrigo a
mil naves, y cerca los arsenales convenientes. Envió a Mícalo de Clazómenes con quinientos
talentos a Fenicia y Siria para tomar a sueldo o comprar todos los marineros posibles. Su proyecto
era fundar colonias en las costas e islas del golfo Pérsico, que se le antojaban tan opulentas como la
Fenicia. Mas todos estos preparativos navales iban enderezados contra la populosa raza de los
Árabes, so color de haber sido los únicos Bárbaros que no le habían enviado diputaciones, ni
tributado clase alguna de homenaje; pero en realidad, según mi opinión, arrastrado por su insaciable
afán de conquistas.
XX.
Ambición impía de Alejandro.—Detalles sobre
varias exploraciones en el golfo Pérsico.
Despertó su ambición, según es fama, el haber sabido que los Árabes sólo adoraban a dos
dioses, el Cielo y Baco. Al Cielo porque, conteniendo los astros y el sol, era la causa de los más
grandes, visibles y numerosos beneficios de los hombres; a Baco, por la conquista de los Indios.
«Yo puedo ser, decía Alejandro, su tercera deidad, pues mis hazañas en manera alguna son
inferiores a las del semidiós.» Pensaba, una vez vencidos los Árabes, dejarles vivir como a los
Indios, con arreglo a sus leyes: por otra parte, le invitaba a esta expedición la extraordinaria riqueza
de aquel país, en que se coge la casia53 en las lagunas, la mirra y el incienso en los árboles, el
cinamomo en los arbustos, y el nardo en las praderas que espontáneamente lo producen. Sabía
además que en extensión no ceden a las de la India las costas arábigas, llenas de puertos seguros
donde albergar la flota, de ciudades perfectamente situadas y opulentas, y con muchas islas a no
larga distancia.
Dos de éstas, según noticias, se hallaban en la desembocadura del Eúfrates; la menor a ciento
veinte estadios próximamente del punto de desagüe, cubierta de bosques, con un templo a Diana,
servido por los naturales, y llena de cabras monteses y de ciervos, cuya caza estaba prohibida como
no fuera para ofrecer sacrificios a la Diosa a quien estaban consagrados. Según Aristobulo,
Alejandro dio a esta isla el nombre de Ícaro, que es el de la del mar Egeo en la cual, por desoír los
consejos de su padre de no remontar neciamente el vuelo sino mantenerse próximo a tierra, cayó el
hijo de Dédalo, derretida por el sol la cera de sus alas, dando nombre a la isla y al mar teatro de su
muerte. La otra, llamada Tilo, dista de la boca del Eúfrates, siendo favorable el viento, un día y una
noche de navegación. Es grande: no se halla enteramente cubierta de bosques, y produce dulces y
abonados frutos.
Alejandro adquirió estas noticias por los siguientes exploradores de las costas arábigas.
Arquías, que con una nave de treinta remos llegó hasta la isla de Tilo, y no se atrevió a pasar más
adelante; Andróstenes, que con otro triacóntoro pudo doblar parte de la península arábiga; el piloto
Hierón de Soles, que con un navío de igual clase fue el que avanzó más, pero sin atreverse a
cumplir por completo su misión, según la cual debía de haber penetrado en el mar Rojo hasta la
ciudad de Herópolis. Rodeó, sin embargo, gran parte de la Arabia, y descubrió que su extensión no
cedía mucho a la de la India, avanzando muchísimo en el Océano su última punta, la cual, antes de
entrar en el golfo Pérsico, ya había sido vista por Nearco, que estuvo a punto, según quería el piloto
Onesícrito, de arribar a ella; pero se abstuvo de hacerlo para dar cuanto antes cuenta a Alejandro de
su navegación, cuyo objeto no era recorrer el Océano, sino explorar las costas y adquirir noticias
sobre puertos, aguas potables, condiciones, usos y costumbres de sus pobladores, y calidades
buenas o malas de sus tierras y frutos. Esta resolución fue salvadora, pues de avanzar más el
ejército, no hubiera podido avituallarse en los desiertos arábigos; ante cuyo peligro retrocedió
también Hierón de Soles.
XXI.
Detalles sobre el Eúfrates y el Palacopas.—Dique
proyectado por Alejandro.—Fundación de una ciudad.
XXII.
Vuelta a Babilonia.―Nuevos augurios.
54 Sombrero de anchas alas, usado por los Macedonios para librarse del sol.
131
augurando de ella la muerte del Rey y el futuro encumbramiento del General, que, en efecto, por sus
regios ánimos, fue de los sucesores de Alejandro el que gobernó más provincias y sostuvo a mejor
altura su excelsa dignidad.
XXIII.
Refuerzos de tropas.—Llegada de embajadores griegos.—Mezcla de
Persas y Macedonios en las filas del ejército.—Juegos navales.—Honores
divinos otorgados a Hefestión.—Carta de Alejandro a Cleómenes.
Cuando volvió a Babilonia encontró Alejandro a Peucestas, recién llegado de su gobierno, con
veinte mil Persas y muchos Coseos y Tapuros, los más belicosos de los pueblos finítimos de Persia.
También habían venido, al frente de sus respectivos ejércitos, Filóxeno de la Caria y Menandro de
la Lidia, y Ménidas con sus escuadrones, y, en fin, varios embajadores griegos ceñidos de coronas,
que ofrecieron a Alejandro coronas de oro, tributándole honores divinos. ¡Honores divinos a quien
tan cerca estaba de la muerte!
El Príncipe aplaudió el tino y moderación de Peucestas en su gobierno, y la sumisión de los
Persas, que fueron incorporados a las compañías macedónicas. Cada fila se compuso entonces de
cuatro Macedonios, tres con más sueldo y el cuarto con mando superior, y de doce Persas. Los
primeros eran: el decadarca, jefe de la fila, el dimoirita y dos decastáteros, llamados así por la paga
que percibían, menor que la del anterior, pero mayor que la del soldado raso. Los Macedonios
llevaban el armamento nacional; los Persas flechas o dardos.
Alejandro, en tanto, mantenía la escuadra en incesante ejercicio, habiendo grande emulación
entre trirremes y cuatrirremes, en los certámenes que se verificaban en el río. Los vencedores eran
premiados con coronas.
Por entonces, los enviados al templo de Ammón en consulta sobre los honores que sería lícito
tributar a Hefestión, regresaron también con la respuesta da que podía ser adorado como un héroe.
Alejandro, regocijadísimo, obedeció al oráculo. Entonces escribió a Cleómenes, hombre perverso,
autor de mil iniquidades contra los Egipcios, una carta imperdonable por muchos conceptos, aun
aduciendo como atenuante el exceso de su amistad al difunto. Mandábale en ella erigir dos templos
a Hefestión en Alejandría de Egipto, uno en la misma ciudad, y otro en la isla del Faro, donde
estaba la torre, maravilla del mundo por su belleza y magnitud, consagrar ambos monumentos bajo
la advocación del favorito, y hacer inscribir su nombre en todos los contratos particulares.
Censurable es dejarse arrastrar a tanta exageración; pero ¿qué diremos de estas palabras? «Si al ir a
Egipto, le escribía, encuentro erigidos por ti esos templos y altares, no sólo te perdonaré todos los
delitos perpetrados, sino todos los que puedas cometer.» Yo encuentro estas frases indignas de ser
escritas por un gran Monarca a un hombre inicuo y criminal, bajo cuya administración había tantas
tierras y personas.
XXIV.
Nuevo augurio de la muerte de Alejandro.
rasgarse los vestidos y a golpearse el pecho y la cara, augurando un grave mal. Enterado Alejandro
de lo sucedido, mandó poner en tortura al insolente por si había obedecido algún plan siniestro, pero
sólo confesó que lo había hecho cediendo a un singular capricho. De esta respuesta dedujeron los
adivinos augurios de mayor gravedad.
Pocos días después, para dar a los dioses gracias por sus felices sucesos, sacrificó las víctimas
de costumbre y algunas más por consejo de los sacerdotes, y celebró con sus amigos un banquete
que se prolongó hasta las altas horas de la noche. Las víctimas fueron entregadas al ejército,
haciéndose también una distribución de vino por decurias y centurias. Retirábase a descansar a
buena hora, cuando uno de sus más queridos amigos, llamado Medio, le suplicó le acompañase a la
mesa, prometiéndole sería agradable la velada.
XXV.
Diario de la enfermedad de Alejandro.
XXVI.
Últimos momentos y muerte de Alejandro.
Esto dicen las efemérides regias, y añaden que los soldados quisieron visitarle, unos por verle
todavía vivo, otros, a mi parecer, sospechando que los guardias ocultaban su muerte, de la cual ya
habían corrido rumores; la mayor parte, en fin, arrastrados por su cariño y su dolor. Forzaron, pues,
133
las puertas; pero ya el Rey no pudo hablarles cuando entraron; levantó penosamente un poco la
cabeza, les dirigió una benévola mirada y les tendió la mano.
Pitón, Atalo, Demofonte, Peucestas, Cleómenes. Ménidas y Seleuco, según el mismo diario,
pasaron la noche en el templo de Serapis, y consultaron al dios si sería más conveniente para su
curación trasladar a Alejandro al templo. «No conviene que lo traigáis; mejor está donde está»,
respondió el oráculo. Refirieron esta contestación a Alejandro, que espiró al poco rato, como en
cumplimiento de la profética sentencia Aristobulo y Tolomeo no dan más detalles. Otros
historiadores refieren que al preguntarle sus amigos a quién dejaba el Imperio, contestó: «Al más
digno.» y añadió: «Mis funerales serán sangrientos.»
XXVII.
Variantes sobre este acontecimiento.
No ignoro todo lo que otros han escrito sobre este acontecimiento: que Alejandro murió
envenenado por Antípatro; que Aristóteles, amedrentado por la muerte de Calístenes, preparó el
tósigo, que lo trajo dentro del casco de un mulo Casandro, hijo de Antípatro; que se lo sirvió Iolas,
hermano menor de Casandro, copero del Rey, a quien éste había humillado hacía algún tiempo; que
Medio, amante de Iolas, fue cómplice del crimen, pues él atrajo a Alejandro al festín, en el cual,
después de beber un vaso, sintió un vivísimo dolor que le obligó a retirarse; que, según no han
tenido reparo en decir algunos, al verse sin esperanzas de vida se fue al Eúfrates con intención de
ahogarse, para desaparecer súbitamente de entre los mortales y hacer creer a la posteridad que,
nacido de un dios, había vuelto a los dioses; que Roxana, al saberlo, le detuvo, y él le dijo llorando:
«¡Ah! me arrebatas los honores divinos.»
Cuento todas estas patrañas para demostrar que no me son desconocidas y que no las juzgo
dignas de crédito.
XXVIII.
Retrato físico y moral de Alejandro.
Murió Alejandro en la Olimpiada ciento catorce, siendo Hegesias arconte de Atenas. Vivió
treinta y dos años y ocho meses, según Aristobulo, y ocupó el trono doce años y ocho meses. Fue de
exterior agradable y gallardo; incansable en las fatigas; de agudo y excelso ingenio; valiente a toda
prueba; ambiciosísimo de gloria; amante de peligros; muy piadoso; templado en la sensualidad; sólo
insaciable de aplausos; habilísimo para elegir en circunstancias difíciles; sin rival en conjeturar
felizmente; peritísimo en disponer, armar y administrar las tropas; único para levantar el ánimo del
soldado, infundirle esperanza e inspirarle, con el ejemplo de su propia heroísmo, desprecio de la
muerte; audaz en las empresas dudosas; maestro en anticiparse al enemigo, atacarle y envolverle,
antes de que sospechase su presencia; religioso observador de lo pactado; cauto contra toda
asechanza, y generoso hasta no guardar nada para sí y prodigarlo todo a sus amigos.
XXIX.
Vicios y crímenes de Alejandro atenuados por Arriano.
Su juventud, su constante fortuna, y, sobre todo, los aduladores, plaga de las cortes que rodean
y rodearán por desgracia a los Reyes, pueden disculpar las tristes consecuencias de sus arrebatadas
iras y la complacencia con que imitó el lujo de los Bárbaros.
134
Porque es preciso recordar en honra suya que él fue el único de los Reyes antiguos que se
arrepintió sinceramente de sus faltas, pues la mayor parte, aun reconociéndose criminales, se
obstinan perversamente en su delito, pensando borrar su gravedad con ocultarlo, como si pudiese
haber otro remedio que reconocerlo y confesarlo y dar muestras de arrepentimiento. Así el
agraviado tiene por menor una ofensa que al fin se manifiesta que lo es, y todo el mundo adquiere
seguridades y esperanza de que no volverá a repetirse un hecho cuya criminalidad se reconoce.
Tampoco el haberse dado origen divino es, a mi parecer, un delito imperdonable. Quizá con
esto sólo trató de robustecer su autoridad e inspirar más respeto a sus súbditos, imitando a Minos,
Eaco, Radamanto, hijos de Júpiter, según los antiguos, sin que nadie les haya censurado, y a Teseo y
a Ion, que dieron por padres a Neptuno y a Apolo respectiva mente.
Usó el traje de los Persas, es cierto; pero fue por política, para parecerles menos extranjero y
hallar en ellos defensa contra la soberbia y orgullo macedónicos; por cuyo motivo, según mi
opinión, introdujo y distribuyó Melóforos persas en el Agema y compañías macedonias.
Y, en fin, si gustaba de largos convites, no era por afición a la bebida, sino por complacer a
sus amigos, pues, según cuenta Aristobulo, bebía muy poco.
XXX.
Juicio que debe formarse de Alejandro, según su historiador
Los detractores de Alejandro no deben fijarse solamente en sus acciones censurables, sino
considerar todos sus hechos en conjunto antes de condenar a un Príncipe que llegó a la cúspide de la
humana fortuna, fue indiscutible Monarca de dos continentes, y extendió su nombre por todo el haz
de la tierra; y meditar asimismo sobre su propia debilidad y apocamiento, y lo apurado y poco
airosamente que suelen salir de sus asuntos. Yo creo que a ninguna nación, ciudad ni pueblo fue
desconocida la fama de Alejandro, y veo en la aparición de tal hombre, en nada igual a los demás
mortales, una voluntad manifiesta de los Dioses. Confírmanme en esta opinión tantos diversos
sueños y visiones como auguraron su muerte; el recuerdo de su gloria, que hoy se conserva
incólume, y los oráculos dictados mucho después a los Macedonios relativamente a los honores que
habían de tributársele. Yo, aunque censuro en el discurso de esta narración algunos de sus actos,
confieso sin rebozo que soy admirador entusiasta de Alejandro. Si he vituperado ciertos hechos, ha
sido por respeto a la utilidad pública y a la verdad, para cuyo triunfo he escrito, inspirado por los
Dioses, la presente historia.
APÉNDICES
I.
Cuadro Cronológico de los principales sucesos de la Historia de Alejandro.
II.
Medidas de longitud mencionadas en la
Historia de Alejandro, y su equivalencia moderna.
III.
Cuadro general de un Ejército compuesto de 30.000 hombres.
INFANTERÍA
HOPLITAS PSÍLITES PELTASTAS CABALLERÍA
o pesadamente armados. o armados a la ligera. (mercenarios)
16.384 hombres formaban la 8.192 hombres formaban el Su número Se componía de 4.096 caballos, que
tetrafalangia, que se dividía en: sintagma, que se dividía en: era menor formaban el Epitagma, dividido en:
Hombres Hombres que el de los Caballos
2 Difalanganquías 8.192 2 Estifos 4.096 hoplitas y los 2 Telos 2.048
4 Falanges 4.096 4 Epixenagias 2.048 psílites, 4 Efiparquías 1.024
8 Merarquías 2.048 8 Sistremmas 1.024 sustituyendo 8 Tiparquías 512
16 Quitiarquías 1.024 16 Jenagias 512 a unos y a 16 Tareuninarquías 256
32 Pentacostarquías 512 32 Psilagias 256 otros en caso 32 Epilarquías 128
64 Sintagmas 256 64 Hecatontarquías 128 de necesidad. 64 Ilas 64
128 Taxiarquías 128 128 Pentecontarquías 64
Catafractas
256 Tetrarquías 64 256 Sistasis 32
Jinetes con armadura completa.
512 Diloquías 32 1.024 Filas 8
Caballos bardados.
1.024 Loquias o filas 16
Lanzas fuertes y largas.
2.048 Dimoirías 8
Lanceros
4.096 Enomotías 4
Lanza.
Armamento: Armamento: Armamento Rodela.
Coraza Arco más ligero Sable.
Escudo elíptico Honda que el de los Acrobolistas o arqueros
Sarisa o pica Dardos y piedras hoplitas: Dardos.
Casco Posición: En las alas o en vanguar-
Una o dos grevas Posición: Sin lugar fijo. Escudo dia, según la colocación de la
redondo infantería y la naturaleza del
Posición: En el centro. Jabalina terreno.
IV.
Tabla alfabética de geografía comparada de
la Historia de las expediciones de Alejandro.
55 Los nombres castellanizados van con la transcripción latina para facilitar la consulta de mapas y obras extranjeras.
137
Aspasios (Asjwsii). Pueblo de la India que habitaba el país comprendido entre el río Coes y el
Gureo.
Aspendo (Aspendus). Ciudad de la Panfilia.—Minugat.
Asiria (Assyria). Región del Asia, situada al N. del Golfo Pérsico.—El Kurdistán, parte de la
Mesopotamia o Al-Gezired y el Irak-Arabi.
Atenas (Athenae). Capital del Ática.—Atenas.
Ática (Attica). Provincia de la Grecia Central.―Ática.
Atlas. Monte de África.—Atlas.
Aturia. Nombre con que a veces se designa la Asiria. Vid. Asiria.
Autariatas (Autariatae), Pueblo originario de los Tesprocios e Ilirios. Vivían más allá del río Ticio,
hoy Kerca, en Dalmacia.
Babilonia (Babylon). Ciudad de la Asiria, sobre el Eúfrates.—Ruinas cerca de Helleh.
Babilonia. Región al S. de la Mesopotamia.—Irak Araby.
Bactra. Capital de la Bactriana.—Balk.
Bactriana. Región del Asia, comprendida entre el Oxo, el Paropamiso y la Margiana.—Parte de
Persia, del Afganistán y de la Tartaria independiente.
Bagradas. Río que regaba el confín occidental de la Carmania.—Medjerdah.
Bazira. Ciudad de la India, sobre el Gureo, al S. de Masagua.
Beocia (Boeotia). Región de Grecia.—Beocia.
Biblos. Ciudad de Fenicia.—Djevail.
Bósforo de Tracia (Bosphorus Thracius). Canal que une el Ponto Euxino (Mar Negro) a la
Propóntide (Mar de Mármara).—Canal de Constantinopla.
Bucefalia o Bucéfala (Bucephalia). Ciudad de la India a orillas del Hidaspes.—Gelfeten.
Bumodo o Bumelo (Bumadus). Río de Asiria.
Cadmea. Ciudadela de Tebas, en Beocia, llamada así de su fundador Cadmo.
Cadusios (Cadusi). Pueblo del Asia que habitaba al Norte de la Media y en las costas del Caspio.
Caïco (Caicus). Río de la Misia.—Caiki.
Caistro (Caystrus). Río del Asia Menor.—Kitchik-Meinder (Pequeño Meandro).
Calcis (Chalcis). Capital de la isla de Eubea.—Negroponto.
Calípolis (Callipolis). Ciudad del Asia Menor en la Caria.—Desconocida.
Capadocia (Cappadocia). Comarca del Asia Menor.—Parte de los Bajalatos de Sivas y Caramania.
Cardaces. Pueblo del Asia que habitaba al N. de los Armenios, de los cuales les separaba el río
Centrites.
Caria. Comarca del Asia Menor.—Mentech.
Carmania. Región de Asia, limitada al N. por la Partia, el Aria y la Drangiana; al S. por el Mar de
las Indias; al E por la Gedrosia, y al O. por la Persia y la Paretacena.—Kerman.
Cartago (Carthago). Ciudad de la costa septentrional de África.—Ruinas cerca de Túnez.
Caspias, Puertas (Caspiae pylae). Había varios desfiladeros de este nombre. El más conocido era el
que ponía en comunicación la Media con el país bañado por el Caspio.—Paso de Khanar.
Caspio (Caspium mare). Mar o lago limitado al O. por el Cáucaso y al E. por vastísima llanura
ocupada en parte por los Masagetas.—Caspio.
Cateos (Cathaei). Pueblos que habitaban entre el Hidraotes y el Hifasis.
Cáucaso (Caucasus). Cáucaso.
139
Getas (Getae). Pueblo de origen escita, que habitaba en las orillas del Danubio, hacia el Mar Negro.
Glaucánicos, Glausos (Glaucanicae). Pueblo indio que habitaba una comarca al Este del reino de
Poro.
Gordio (Gordium). Ciudad del Asia Menor—Desconocida.
Gordiena. Región septentrional en las montañas de Asiria.
Gránico (Granicus). Río del Asia Menor.—El Usvola o el Salaldero.
Grecia (Graecia). Península de Europa, cuyos límites eran: al N., Iliria y Tracia; al S., E. y O. el
Mediterráneo. Se dividía en cuatro grandes partes: 1.ª Macedonia; 2.ª Tesalia y Épiro; 3.ª
Grecia central o Hélade; 4.ª, Peloponeso.—Grecia y Turquía Europea.
Gureo (Guraeus). Río de la India.
Gureos (Guraei). Habitantes de las orillas del Gureo.
Halicarnaso (Halycarnassus). Ciudad marítima del Asia Menor, en la Caria.—Boudron.
Halis (Halys). Uno de los ríos más caudalosos del Asia Menor.—Kizil-Ermak.
Hebro (Hebrus). Río de Tracia.—Marizza.
Heliópolis. Ciudad de Egipto, en el Delta.—Ruinas.
Helesponto (Hellespontus). Estrecho de los Dardanelos.
Hemo (Hemus). Hemus o Balkán.
Hermoto (Hermotum). Ciudad del Asia Menor, entre Colona y el Gránico.
Hermo (Hermus). Río de la Eólida, en el Asia Menor.—Sarabat.
Heroópolis. Ciudad de Egipto.—Herón.
Hidaspes (Hydaspes). Río de la India.—Djelem o el Behut.
Hidraotes (Hydraotes). Río de la India.—Ravy.
Hifasis (Hyphasis). Río de la India.—Gharra.
Hiparna (Hyparna). Ciudad marítima del Asia Menor, en el confín de la Caria y la Licia.
Hircania (Hyrcania). Comarca que se extendía al S. del Caspio.—Mazenderán y Tabaristán.
Iaso (Iassus). Ciudad del Asia Menor en la Caria.—Askemkalesi.
Iaxartes, Orxantis o Tanais. Río de la Sogdiana, que se creía desembocaba el Caspio.—Sihoun.
Iaziges (Iazyges). Pueblos de origen Sármata, establecidos entre la Panonia y la Dacia.
Icaria. Isla del Egeo, cuyo nombre dio Alejandro a otra del Golfo Pérsico.—Nicaria.
Ictiófagos (Ichtyophagi). Habitantes de las costas de la Carmania, cuyo nombre significa
Comedores de peces.
Ilión. Nombre de Troya.—Ruinas.
Ida. Monte de la Troade.—Ida.
Iliria (Ilyria). Región al Norte del Épiro y el Adriático.—Iliria.
India. Vasta región del Asia, limitada al N. por los montes Emodes (Himalaya); al E. por el Ganges;
al S. por el Eritreo, y al O. por el Paropamiso o Cáucaso indio.—Indostán.
Indo (Indus). Río que da nombre a la India.—Indo o Sind.
Iolas. Bosque sagrado en las inmediaciones de Tebas, de Beocia.
Iso (Issus), Ciudad marítima del Asia, en la Cilicia, cerca del río Pinaro, en el fondo del golfo de su
nombre.—Aïazzo.
Ister. Río caudaloso de Europa que desagua en el Euxino.—Danubio.
Janto (Xanthus). Ciudad del Asia Menor en Licia.—Eksenide.
Janto (Xanthus). Río de la Licia.—Etcheu-chai.
142
Mesopotamia. Región del Asia, comprendida entre el Tigris y el Eúfrates, a cuya posición debe su
nombre.—Al-Djeziréh.
Metimna (Methymne). Ciudad de la isla de Lesbos.—Molivo.
Micala (Mycale). Montaña del Asia Menor, en la Jonia, que termina en un promontorio.—
Samsoum.
Milasa (Mylasa). Ciudad del Asia Menor, en la Caria.—Melasso.
Mileto (Miletus). Ciudad del Asia Menor, en la Jonia.—Palatcha.
Miliade (Mylias). Comarca septentrional de la Licia.
Mindo (Myndus). Ciudad del Asia Menor, en la Caria.—Mindes.
Miriandro (Myriandrus). Ciudad marítima de la Siria.
Misia (Mysia), Comarca del Asia Menor.
Mitilene (Mitylene). Ciudad de la isla de Lesbos.—Castro.
MusiCANO (Reino de). Comarca de la India.
Nautaca. Ciudad de la Sogdiana.
Nesso (Nessus). Río de Tracia.—Mesto.
Nicea (Nicaea). Ciudad de la India, en la margen oriental del Hidaspes, fundada por Alejandro en
conmemoración de su victoria contra Poro.
Nilo. Río de Egipto.—Nilo.
Nisa (Nisa). Ciudad de la India, aquende el Indo.—Nagara.
Niseo (Nisaeus Campus). Vasta llanura de la Media hacia las Puertas Caspias.
Numidia. Región del N. de África.—Argelia.
Olinto (Olynthus). Ciudad de Macedonia, en la Calcídica.―Agio-Mama.
Onquesto (Onchesthus). Ciudad de Grecia, en la Beocia.—Ruinas.
Opis. Ciudad de Asia, a orillas del Tigris.—Gorno.
Ora. Ciudad de la India, a orillas del Gureo.
Orbelo (Orbelus). Monte al N. de Macedonia.—Monte Argentaro.
Orcomene (Orchomenus). Ciudad de la Beocia.―Scripons.
Oritas (Oritae). Pueblo que ocupaba la comarca limitada al E. por el Arabis, al N. por una cordillera
paralela a la costa y al O. por una derivación de la misma.
Orobatis. Ciudad de la India.—Desconocida.
Osadios (Ossadii). Pueblo de la India.
Oxicano (Oxycanus). Reino de la India.
Oxidracas (Oxydracae). Pueblo de la India, que ocupaba el ángulo formado por el Acésines y el
Indo.—Distrito de Utche.
Oxo (Oxus). Río del Asia.—Djihoun.
Paflagonia (Paphlagonia). Provincia del Asia Menor.
Palestina (Palaestina). Región del Asia, limitada al Norte por la Fenicia, al S. y E. por la Arabia, al
O. por el Mediterráneo.—Palestina.
Palacopa (Pallacopa). Lago o canal de Babilonia.
Panfilia (Pamphilia). Región del Asia Menor.—Parte de Itchil y Anatolia.
Pangeo (Pangaeus). Monte al E. de Macedonia, denominado ciudad de Filipos.
Paretacos (Paraetaci). Pueblo del Asia que habitaba en la Sogdiana, hacia el Oxo.
Paretacos (Paraelacae). Pueblo de la Media, hacia el NO. de Persia.
144
ÍNDICE GENERAL
LIBRO PRIMERO
Proemio.................................................................................................................................................3
I. Muerte de Filipo.—Alejandro generalísimo de los Griegos contra los Persas.—Expedición
contra los Tracios autónomos..........................................................................................................3
II. Expedición contra los Tribales.........................................................................................................4
III. Paso del Istro..................................................................................................................................5
IV. Fuga de los Getas.—Toma de su capital.—Embajadas de pueblos bárbaros.—Contestación
de los Celtas.....................................................................................................................................5
V. Expedición contra Clito y los Taulancios........................................................................................6
VI. Victoria de Alejandro contra Glaucias.―Fuga de Clito.................................................................7
VII. Defección de los Tebanos.—Marcha de Alejandro contra Tebas.―Sitio de esta ciudad.............8
VIII. Toma de Tebas y degüello de sus habitantes...............................................................................9
IX. Terror de los demás pueblos griegos.—Destrucción de Tebas.....................................................10
X. Consecuencias de este desastre.—Embajadas de los Atenienses.―Exigencias y generosidad
de Alejandro...................................................................................................................................11
XI. Regreso a Macedonia.—Marcha al Asia.— Paso del Helesponto.―Llegada a Troya.................11
XII. Sacrificio sobre la tumba de Aquiles.—Motivos de Arriano para escribir la historia de
Alejandro.—Consejo de los generales persas................................................................................12
XIII. Marcha hacia el Gránico.—Consejo de Parmenión.—Respuesta de Alejandro........................13
XIV. Orden de batalla de los ejércitos macedonio y persa.................................................................13
XV. Paso y batalla del Gránico...........................................................................................................14
XVI. Derrota y fuga de los Persas......................................................................................................15
XVII. Rendición de Sardes y Éfeso....................................................................................................15
XVIII. Rendición de Magnesia y Tralo.—Ocupación de la isla de Lade.—Alejandro se niega a
combatir por mar con los Persas....................................................................................................16
XIX. Sitio y toma de Mileto...............................................................................................................17
XX. Marcha sobre Halicarnaso.—Sitio de esta ciudad.—Inútil tentativa para tomar a Mindo.—
Combate al pie de las murallas de Halicarnaso.............................................................................18
XXI. Continuación del sitio de Halicarnaso.......................................................................................19
XXII. Continuación del sitio de Halicarnaso.— Nueva salida de los defensores de la plaza............20
XXIII. Toma y destrucción de Halicarnaso.— Ada es nombrada gobernadora de Caria...................20
XXIV. Alejandro envía parte de sus tropas a cuarteles de invierno.― Expedición a la Licia.—
Rendición de los Faselitas y Licios................................................................................................21
XXV. Conspiración de Alejandro, hijo de Eropo...............................................................................21
XXVI. Marcha a Perga, Side y Silio..................................................................................................22
XXVII. Sumisión de los Aspendios....................................................................................................23
XXVIII. Toma de Sagalaso y rendición de otras ciudades Pisidias...................................................23
XXIX. Rendición de Celena.—Regreso de los licenciados.—Llegada a Gordio.—Rendición de los
Atenienses.—Negativa de Alejandro.............................................................................................24
LIBRO SEGUNDO
I. Movimientos de la escuadra Persa.—Toma de Quío por Memnón.—Capitulación de Mitilene....26
II. Nuevos movimientos marítimos.—Toma de Ténedos por Datamea.—Captura de ocho navíos
persas.............................................................................................................................................26
III. Llegada de Alejandro a Gordio.—Historia del nudo gordiano.....................................................27
148
LIBRO TERCERO
I. Expedición a Egipto.—Sumisión de todas sus ciudades.—Fundación de Alejandría....................44
II. Agüero favorable a Alejandría.—Noticias de Grecía....................................................................44
III. Viaje al templo de Ammón.―Prodigios que en él ocurrieron......................................................45
IV. Descripción del templo de Ammón.— Consulta al oráculo.—Regreso a Egipto.........................45
V. Embajadas griegas.—Disposiciones políticas y administrativas sobre el Egipto..........................46
VI. Regreso a Tiro.―Marcha hacia el Eúfrates.―Llamada, defección y vuelta de Harpalo.—
Promociones civiles y militares.....................................................................................................46
VII. Paso del Eúfrates y del Tigris.—Eclipse de luna.—Marcha por la Asiria..................................47
VIII. Derrota de un destacamento de caballería persa.—Ejército de Darío.......................................48
IX. Preparativos de Alejandro y Darío para la batalla de Arbela.—Consejo de Parmenión.—
Arenga de Alejandro......................................................................................................................48
X. Nuevo consejo de Parmenión rechazado.......................................................................................49
XI. Orden de batalla de ambos ejércitos.............................................................................................50
XII. Continúa la descripción del ejército de Alejandro......................................................................50
XIII. Batalla de Arbelas......................................................................................................................51
XIV. Continuación del anterior.—Fuga de Darío...............................................................................51
149
LIBRO CUARTO
I. Embajada de los Escitas Abios.—Proyecto de una ciudad a orillas del Iaxartes.—Sublevación
de Escitas, Bactrianos y Sogdianos................................................................................................64
II. Toma de Gaza y otras cuatro ciudades...........................................................................................64
III. Toma de Cirópolis y otra ciudad.—Movimientos de los Escitas.―Espitámenes sitia a
Maracanda......................................................................................................................................65
IV. Fundación de Alejandría del Iaxartes.—Provocación de los Escitas.—Paso del Iaxartes.—
Derrota y fuga de los Escitas.........................................................................................................65
V. Embajada del rey Escita.—Salida de la guarnición de Maracanda.—Retirada de Espitámenes.—
Los Escitas y Espitámenes envuelven a los Macedonios..............................................................66
VI. Derrota de les Macedonios.—Marcha de Alejandro a Maracanda.—Fuga de Espitámenes........67
VII. Regreso a Zariaspa.―Suplicio y mutilación de Beso.―Reflexiones sobre este acto de
Alejandro.......................................................................................................................................68
VIII. Sacrificios a los Dióscuros.—Adulaciones a Alejandro.— Indignación de Clito.—Furor de
Alejandro.—Asesinato de Clito.....................................................................................................68
IX. Arrepentimiento de Alejandro.—Bajeza de los sacerdotes y de Anaxarco.—Alejandro quiere
pasar por hijo de Ammón...............................................................................................................69
X. Rasgos del carácter de Calístenes.—Anaxarco presenta la proposición de adorar a Alejandro....70
XI. Calístenes combate la proposición de Anaxarco..........................................................................70
XII. Los Persas adoran a Alejandro.―Calístenes se niega a hacerlo.................................................71
XIII. Hermolao conspira para vengarse de Alejandro.—Conjuración de los Adolescentes.—Su
descubrimiento.—Confesión de los conjurados............................................................................71
XIV. Supuesta complicidad de Calístenes.― Suplicio de este filósofo y de los Adolescentes..........72
XV. Proposiciones de los Escitas y de Farásmenes, Rey de los Corasmios.―Sublevación de los
Sogdianos del Oxo.........................................................................................................................73
150
LIBRO QUINTO
I. Embajada de los habitantes de Nisa................................................................................................84
II. Condiciones en que obtienen la libertad.—Subida al monte Meros..............................................84
III. Crítica de algunas especies de Eratóstenes.—Llegada al Indo.....................................................85
IV. Magnitud del Indo y de otros ríos de la India.—Carácter de los indios.......................................85
V. Digresión sobre el Tauro y el Cáucaso y los ríos que en ellos nacen.............................................86
VI. División de Asia.—Limites de la India.—Formación de sus llanuras.........................................87
VII. Digresión sobre el paso del Indo.................................................................................................87
VIII. Entrada en Taxila.—Marcha hacia el Hidaspes.—Posiciones de Poro......................................88
IX. Dificultades para pasar el Hidaspes..............................................................................................88
X. Astucia de Alejandro......................................................................................................................89
XI. Disposiciones de Alejandro para pasar el Hidaspes.....................................................................89
XII. Continuación del anterior............................................................................................................90
XIII. Paso del Hidaspes......................................................................................................................90
XIV. Ataque y derrota del hijo de Poro..............................................................................................90
XV. Poro sale al encuentro de Alejandro.—Orden de batalla del ejército indio................................91
XVI. Preliminares de la batalla..........................................................................................................92
XVII. Batalla.—Desorden causado por los elefantes.—Derrota de los Indios..................................92
XVIII. Pérdidas de ambos ejércitos.—Valor y nobleza de Poro........................................................93
XIX. Alejandro devuelve a Poro sus Estados.—Fundación de Nicea y Bucéfala..............................93
XX. Excursión al país de los Glaucanicos o Glaucos.—Ofrecimientos de Abísares.—Sublevación
de los Asacenos.—Paso del Acésines............................................................................................94
XXI. Paso del Hidraotes.....................................................................................................................95
XXII. Expedición contra los Cáteos, los Oxídracas y los Malos.......................................................95
XXIII. Sitio de Sangala......................................................................................................................96
XXIV. Asalto y toma de Sangala........................................................................................................96
151
LIBRO SEXTO
I. Error geográfico de Alejandro.......................................................................................................101
II. Muerte de Ceno.—Donación a Poro de las conquistas de la India.—Preliminares de la
navegación...................................................................................................................................101
III. Navegación por el Hidaspes.......................................................................................................102
IV. Confluencia del Acésines y el Hidaspes.....................................................................................102
V. Peligros de la flota.—División de las fuerzas macedónicas........................................................103
VI. Expedición contra los Malos.—Derrota de estos enemigos y toma de su capital......................103
VII. Nuevo desastre de los Malos.―Expedición contra los Bracmanes..........................................104
VIII. Continuación de la guerra contra los Malos............................................................................104
IX. Ataque de una fortaleza de los Malos.—Temeridad y arrojo de Alejandro...............................105
X. Alejandro es herido gravemente.—Toma de la fortaleza Malense..............................................106
XI. Matanza general de Indios.―Contradicciones de los historiadores acerca de la herida de
Alejandro.....................................................................................................................................106
XII. Rumor de la muerte de Alejandro.—Consternación del ejército..............................................107
XIII. Alejandro se presenta a los soldados.—Manifestaciones de júbilo y cariño...........................107
XIV. Sumisión de los Malos y Oxídracas.―Continúa la navegación por el Hidraotes y el
Acésines hasta la confluencia de éste y el Indo...........................................................................108
XV. Sumisión de los Abastanos y de los Osadios.—Fundación de dos ciudades.—Expedición
contra Musicano...........................................................................................................................108
XVI. Expediciones contra Oxicano y Sambo...................................................................................109
XVII. Defección de Musicano.—Sumisión y fuga de los Patalios..................................................109
XVIII. Reconocimiento del brazo derecho del Indo.........................................................................110
XIX. Mareas desconocidas por los griegos.—Sacrificio en la isla de Ciluta.—Navegación por
alta mar y sacrificios a Neptuno...................................................................................................110
XX. Regreso a Pátala.—Reconocimiento del brazo izquierdo del Indo.―Vuelta a Pátala..............111
XXI. Excursión contra los Oritas y Arabitas....................................................................................111
XXII. Sumisión de los Oritas.—Marcha por la Gadrosia.................................................................112
XXIII. Falta de víveres.—Descubrimiento de un territorio cultivado..............................................113
XXIV. Padecimientos del ejército en las soledades de la Gadrosia..................................................113
XXV. Continuación del anterior.......................................................................................................114
XXVI. Acción generosa de Alejandro.—Nuevos sufrimientos y calamidades................................114
XXVII. Llegada a la Carmania.—Castigo a los Sátrapas y gobernadores rapaces y
concusionarios..............................................................................................................................115
XXVIII. Marcha triunfal de Alejandro por la Carmania, puesta en duda por Arriano.―Llegada
de Nearco.....................................................................................................................................115
XXIX. Regreso a Persia.―El sepulcro de Ciro................................................................................116
XXX. Llegada a Persépolis...............................................................................................................117
152
LIBRO SÉPTIMO
I. Proyectos de Alejandro.—Reflexiones de Arriano.— Conversación de Alejandro con los
sabios de la India..........................................................................................................................118
II. Anécdota de Diógenes el cínico.—Galano, filósofo Indio, sigue a Alejandro.............................118
III. Galano se hace quemar vivo.......................................................................................................119
IV. Vuelta a Susa.—Castigo de los sátrapas rapaces.— Bodas de Alejandro y de los jefes de su
ejército..........................................................................................................................................119
V. Larguezas de Alejandro.—Premios a los soldados más distinguidos..........................................120
VI. Irritación de los Macedonios contra los Epígonos.....................................................................120
VII. Navegación por el Euleo hasta la desembocadura del Tigris y por este río..............................121
VIII. Alejandro trata de licenciar sus veteranos.—Motín que esta medida produce.—Castigo de
sus jefes........................................................................................................................................121
IX. Cargos de Alejandro a los Macedonios......................................................................................122
X. Continuación del anterior.............................................................................................................123
XI. Alejandro da a los Persas el mando de su ejército.—Arrepentimiento de los Macedonios.—
Su reconciliación con Alejandro. Banquete general....................................................................123
XII. Licenciamiento de los veteranos.—Llamada de Antípatro.......................................................124
XIII. Fábula de las Amazonas..........................................................................................................125
XIV. Muerte de Hefestión.—Dolor de Alejandro.............................................................................125
XV. Expedición contra los Coseos.—Embajadas de diversas naciones...........................................126
XVI. Heráclides enviado a Hircania.—Oráculo de los Caldeos.......................................................127
XVII. Alejandro sospecha de la sinceridad de los Caldeos..............................................................127
XVIII. Predicciones de Pitágoras y Calano......................................................................................128
XIX. Llegada de embajadas griegas a Babilonia.― Escuadras y preparativos contra los Árabes...128
XX. Ambición impía de Alejandro.—Detalles sobre varias exploraciones en el golfo Pérsico.......129
XXI. Detalles sobre el Eúfrates y el Palacopas.—Dique proyectado por Alejandro.—Fundación
de una ciudad...............................................................................................................................130
XXII. Vuelta a Babilonia.―Nuevos augurios..................................................................................130
XXIII. Refuerzos de tropas.—Llegada de embajadores griegos.—Mezcla de Persas y
Macedonios en las filas del ejército.—Juegos navales.—Honores divinos otorgados a
Hefestión.—Carta de Alejandro a Cleómenes.............................................................................131
XXIV. Nuevo augurio de la muerte de Alejandro............................................................................131
XXV. Diario de la enfermedad de Alejandro....................................................................................132
XXVI. Últimos momentos y muerte de Alejandro...........................................................................132
XXVII. Variantes sobre este acontecimiento....................................................................................133
XXVIII. Retrato físico y moral de Alejandro...................................................................................133
XXIX. Vicios y crímenes de Alejandro atenuados por Arriano.......................................................133
XXX. Juicio que debe formarse de Alejandro, según su historiador................................................134
APÉNDICES
I. Cuadro Cronológico de los principales sucesos de la Historia de Alejandro................................135
II. Medidas de longitud mencionadas en la Historia de Alejandro, y su equivalencia moderna......135
III. Cuadro general de un Ejército compuesto de 30.000 hombres..................................................136
IV. Tabla alfabética de geografía comparada de la Historia de las expediciones de Alejandro........136
153
CLÁSICOS DE HISTORIA
http://clasicoshistoria.blogspot.com.es/
213 León de Arroyal, Pan y toros. Oración apologética en defensa del estado... de España
212 Juan Pablo Forner, Oración apologética por la España y su mérito literario
211 Nicolás Masson de Morvilliers, España (dos versiones)
210 Los filósofos presocráticos. Fragmentos y referencias (siglos VI-V a. de C.)
209 José Gutiérrez Solana, La España negra
208 Francisco Pi y Margall, Las nacionalidades
207 Isidro Gomá, Apología de la Hispanidad
206 Étienne Cabet, Viaje por Icaria
205 Gregorio Magno, Vida de san Benito abad
204 Lord Bolingbroke (Henry St. John), Idea de un rey patriota
203 Marco Tulio Cicerón, El sueño de Escipión
202 Constituciones y leyes fundamentales de la España contemporánea
201 Jerónimo Zurita, Anales de la Corona de Aragón (4 tomos)
200 Soto, Sepúlveda y Las Casas, Controversia de Valladolid
199 Juan Ginés de Sepúlveda, Demócrates segundo, o… de la guerra contra los indios.
198 Francisco Noël Graco Babeuf, Del Tribuno del Pueblo y otros escritos
197 Manuel José Quintana, Vidas de los españoles célebres
196 Francis Bacon, La Nueva Atlántida
195 Alfonso X el Sabio, Estoria de Espanna
194 Platón, Critias o la Atlántida
193 Tommaso Campanella, La ciudad del sol
192 Ibn Battuta, Breve viaje por Andalucía en el siglo XIV
191 Edmund Burke, Reflexiones sobre la revolución de Francia
190 Tomás Moro, Utopía
189 Nicolás de Condorcet, Compendio de La riqueza de las naciones de Adam Smith
188 Gaspar Melchor de Jovellanos, Informe sobre la ley agraria
187 Cayo Veleyo Patérculo, Historia Romana
186 José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas
185 José García Mercadal, Estudiantes, sopistas y pícaros
184 Diego de Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político cristiano
183 Emmanuel-Joseph Sieyès, ¿Qué es el Tercer Estado?
182 Publio Cornelio Tácito, La vida de Julio Agrícola
181 Abū Abd Allāh Muhammad al-Idrīsī, Descripción de la Península Ibérica
180 José García Mercadal, España vista por los extranjeros
179 Platón, La república
178 Juan de Gortz, Embajada del emperador de Alemania al califa de Córdoba
177 Ramón Menéndez Pidal, Idea imperial de Carlos V
176 Dante Alighieri, La monarquía
175 Francisco de Vitoria, Relecciones sobre las potestades civil y ecl., las Indias, y la guerra
174 Alonso Sánchez y José de Acosta, Debate sobre la guerra contra China
173 Aristóteles, La política
172 Georges Sorel, Reflexiones sobre la violencia
171 Mariano José de Larra, Artículos 1828-1837
170 Félix José Reinoso, Examen de los delitos de infidelidad a la patria
169 John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil
168 Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
167 Miguel Asín Palacios, La escatología musulmana de la Divina Comedia
166 José Ortega y Gasset, España invertebrada
165 Ángel Ganivet, Idearium español
164 José Mor de Fuentes, Bosquejillo de la vida y escritos
158
13 Crónica Albeldense
12 Genealogías pirenaicas del Códice de Roda
11 Heródoto de Halicarnaso, Los nueve libros de Historia
10 Cristóbal Colón, Los cuatro viajes del almirante
9 Howard Carter, La tumba de Tutankhamon
8 Sánchez-Albornoz, Una ciudad de la España cristiana hace mil años
7 Eginardo, Vida del emperador Carlomagno
6 Idacio, Cronicón
5 Modesto Lafuente, Historia General de España (9 tomos)
4 Ajbar Machmuâ
3 Liber Regum
2 Suetonio, Vidas de los doce Césares
1 Juan de Mariana, Historia General de España (3 tomos)