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II. EL MÉXICO INDEPENDIENTE

La Independencia de México supuso problemas eclesiásticos


muy severos, pues como decíamos antes, la población era la mis-
ma, sus creencias religiosas las mismas y el clero el mismo; sin
embargo, el vínculo con la metrópoli se había cortado y, por
ende, el conducto que unía la Iglesia local con la Santa Sede
también se había roto, por lo cual uno de los primeros problemas
que se planteó el gobierno de la joven nación fue restablecer
ese vínculo.
Para la Santa Sede, la Independencia de México y de las demás
repúblicas hispanoamericanas también representó un problema
muy agudo, toda vez que la misma no había sido reconocida en
España, uno de sus más importantes aliados europeos, titular del
Regio Patronato Indiano y, por lo mismo, era el principal obs-
táculo para normalizar el gobierno con aquellas comunidades
eclesiales que día con día se iban desarticulando por fallecimien-
tos y abandono de algunos prelados que al no saber qué hacer
después de la Independencia optaban por regresar a España. Para
colmo, México, al igual que otros países hispanoamericanos, co-
menzó a reclamar la titularidad del Patronato, ahora llamado na-
cional, como heredero de los antiguos derechos de la Corona
española, lo cual la Santa Sede en principio no estaba dispuesta
a admitir, cuando menos de manera expresa.
A mayor abundamiento, en esos países recién independizados
se comenzaba a introducir la ideología liberal, uno de cuyos prin-
cipales postulados era la libertad de cultos, frente a la intole-

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22 JOSÉ LUIS SOBERANES FERNÁNDEZ

rancia religiosa que se había sostenido en la época colonial, mis-


ma que en un principio había establecido esos nuevos Estados
americanos; comenzaban a aparecer algunas nuevas opciones re-
ligiosas, particularmente protestantes, las cuales, por supuesto,
reclamaban tal libertad de cultos.
De factura liberal, y estrechamente vinculado con el anterior,
es también el tema de la secularización de la sociedad, ya que
era tal la influencia de la religión en las conciencias de los in-
dividuos y la política, así como el monopolio de la Iglesia en
la educación y en la beneficencia, que ese clericalismo se veía
como un serio obstáculo para la consolidación del Estado na-
cional, de tal suerte que se consideraba que la institución ecle-
siástica debería estar sometida al Estado, bien a través del Pa-
tronato o el surgimiento de iglesias nacionales —regalismo
puro—, o bien, reduciendo el ámbito de influencia de la Iglesia
a las cuatro paredes del templo.
Como era lógico, se mezcló de tal manera la cuestión ecle-
siástica con la religiosa, que tardaría muchos años en deslindarse,
particularmente en México, por lo cual es muy importante no
confundir.
Así fue como uno de los grandes temas políticos en México
durante más de cincuenta años de vida independiente, junto con
decisiones tan importantes como las formas de Estado y gobier-
no, fueron las cuestiones religiosas y eclesiásticas. Veamos qué
sucedió.
Actualmente es insostenible querer ver a la Iglesia católica
como enemiga de la independencia, inclusive dentro del llamado
“ alto clero” , o sea la jerarquía, el cual no fue totalmente adverso
a dicho movimiento, hubo de todo, por lo cual sería absurdo
pensar que las propuestas liberales antes mencionadas fueron una
reacción a una actitud antipatriota o prohispanista. Durante mu-
chos años de la vida independiente, además participó activamente
no sólo en el movimiento armado de independencia —como en
el caso de Hidalgo y Morelos— sino que incluso muchos ecle-
siásticos cumplieron funciones políticas importantes en esos pri-

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LOS BIENES ECLESIÁSTICOS 23

meros años. Como señala Fernando Escalante,16 la Iglesia no pre-


tendía restaurar el orden virreinal, sino arreglar la República a su
modo, y por lo mismo estorbaba tanto a liberales como a con-
servadores, y ambos exageraron su poder real.
Es más, la pretendida reforma eclesiástica de Carlos III, el
regalismo borbónico y los decretos sobre esta materia, expedidos
por las Cortes durante el trienio liberal, serían una de las múl-
tiples causas de nuestra Independencia y la simpatía que por la
misma sintieron algunos sectores eclesiásticos, los cuales nunca
pensaron que a los pocos años de consumada la Independencia
regresaría con redoblados ímpetus un regalismo, mucho más
complejo y fundamentado, incluyendo a los conservadores.
El problema de los bienes de la Iglesia sería otra cuestión
mucho más intrincada que además iba “ a caballo” entre lo ideo-
lógico y lo propiamente económico (regresar al tráfico comercial
todas las propiedades amortizadas).
Siguiendo en este punto el pensamiento de Jean Meyer,17 po-
demos señalar tres momentos de la actitud del Estado frente a
la Iglesia en el siglo pasado: en primer lugar, un regalismo, he-
rencia directa de la Colonia, el cual no toca la cuestión religiosa
—dogmas, moral o culto— sino que es sólo eclesiástico; en se-
gundo lugar, un deísmo racionalista, en el cual ya se da una
actitud contraria a la Iglesia católica romana, que correspondería
al triunfo del liberalismo; y, finalmente, la etapa cientificista y
positivista que desembocaría en una de dos actitudes: agnosti-
cismo tolerante o anticlericalismo sectario, que corresponde a la
última parte del Porfiriato y al constitucionalismo revolucionario.
En relación con lo anterior debemos señalar que tanto los Ele-
mentos Constitucionales de Rayón, con los Sentimientos de la
Nación redactados por Morelos, el Plan de Iguala, y el Regla-
mento Provisional Político del Imperio Mexicano, así como el

16 Cfr. Ciudadanos imaginarios, México, El Colegio de México, 1992, p. 155.


17 Cfr. Historia de los cristianos en América Latina, siglos XIX y XX, México, Vuelta,
1989, pp. 14-20.

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Acta Constitutiva de la Federación, las Constituciones de 1824,


1836 y 1843, además de los proyectos de 1840 y 1842, estable-
cían todos ellos la intolerancia religiosa en favor de la religión
católica, inclusive los Elementos de Rayón establecían un tribu-
nal de la fe.
Sin embargo, la cuestión eclesiástica nunca quedó clara; por
ejemplo, en los Sentimientos de la Nación de Morelos (recor-
demos que era un cura ilustrado) señalaba que “ los ministros
de culto se sustenten todos y sólo los diezmos y primicias, y el
pueblo no tenga que pagar más obvenciones que las de su de-
voción y ofrenda” ; que “ el dogma sea sostenido por la jerarquía
de la Iglesia” ; con lo cual se presentaban importantes manifes-
taciones en favor de la separación de la Iglesia y el Estado.
El Reglamento Provisional del Imperio señalaba que se reco-
nocía la autoridad de la Iglesia, pero sin perjuicio de las pre-
rrogativas propias de la potestad suprema del Estado.
En la Constitución de 1824 había varias disposiciones impor-
tantes sobre este particular: se establecían como facultades del
Congreso (artículo 50, fracción XII) “ dar instrucciones para ce-
lebrar concordatos con la silla apostólica, aprobarlas para su ra-
tificación, y arreglar el ejercicio del patronato en toda la Fede-
ración” . Entre las atribuciones del presidente de la República
(artículo 110) estaban, aparte de la de celebrar concordatos, el
conceder pase o retención a los decretos conciliares y letras apos-
tólicas con consentimiento del Congreso en disposiciones gene-
rales, oyendo al Senado o al Consejo de Gobierno en negocios
particulares o gubernativos, y a la Corte Suprema en asuntos
contenciosos; sin embargo, no se señala que el Estado mexicano
fuera el titular nato del Patronato eclesiástico.
En la Constitución centralista de 1836, aparte de recoger las
disposiciones anteriores, se señalaba como atribución del presi-
dente de la República (Ley IV, artículo 17, fracción XXV) “ Pre-
vio el concordato con la silla apostólica, y según lo que con él
se disponga, presentar para todos los obispados, dignidades y

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LOS BIENES ECLESIÁSTICOS 25

beneficios eclesiásticos, que sean del patronato de la Nación,


con acuerdo del Consejo” .
Por su parte, la Constitución de 1843 volvía al tenor de lo
dispuesto en 1824; o sea, como apuntamos antes, no había una
definición constitucional clara sobre la materia eclesiástica, y
cómo la iba a haber si existía todo un mar de fondo a este res-
pecto. Veamos qué pasaba.

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