The Prince and The Troll - Rainbow Rowell

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Sinopsis

Es el destino cuando un hombre deja caer accidentalmente su teléfono


por el puente. Es la fortuna cuando lo recupera una forma amistosa que
chapotea en el fango de abajo. A partir de ese día, mientras comparten
un café cada mañana, florece una improbable amistad. Teniendo en
cuenta la realidad del hombre de arriba, donde la vida parece perfecta, y
la de la astuta criatura de abajo, ¿cómo puede ser un final feliz para
siempre?
La presente traducción fue hecha por una persona con ayuda de Google
Traductor y DeepL, no está corregida en su totalidad, por lo mismo
puede haber algunos errores aunque esto no impide entender la lectura.
Fue hecho por Fans para Fans, sin ningún ánimo de lucro, si es posible
apoyen al autor comprando su obra original. No mencionen ni suban
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Érase una vez, en una tierra, vivía un niño. . .
Bueno, era un niño, pero ahora es un hombre. Alto, fuerte y lleno de
determinación. Con ojos medio azules y cabello medio castaño, y una
sonrisa para casi todos los que conoce.
Tiene un trabajo que lo hace sentir útil.
Tiene una casa que lo hace sentir seguro.
Y tiene suerte de vivir junto al camino, el largo y ancho camino. Puede
ver la parte más suave desde su ventana.
Bien podría ser un príncipe.
Un cálido día de enero, el hombre caminaba por el ancho camino de su
casa segura a su útil trabajo cuando dejó caer su teléfono sobre un
puente. −¡Maldita sea todo por la oscuridad!− Ni siquiera se había fijado
en el puente.
El hombre se inclinó sobre la barandilla para ver si podía detectar su
teléfono. Levantó la mano para protegerse los ojos del sol.
No vio el teléfono. Pero vio dos ojos mirándolo desde el barro.
−Ay −dijo. −Oye.
−Hola −dijeron los dos ojos. Bueno. La boca debajo de los dos ojos lo
dijo. Fuera lo que fuera lo que había allí abajo, se apartó un poco de pelo
fangoso de la cara para verlo mejor.
−Se me cayó el teléfono −dijo.
−Oh −Sonaba como tal vez una cosa de tipo femenino. −Eso apesta.
−Sí . . .
−Déjame ver si puedo encontrarlo−. La cosa fangosa chapoteó un poco,
arrojando algunos pedazos de concreto y una botella vacía de
Dasani. −Oh no . . .
Sostuvo algo. −¿Este es tu teléfono?
−No sabría decirlo −dijo el joven. −¿De qué tipo es?
La cosa de barro sacudió el teléfono en su mano. −Es el nuevo tipo con
las tres cámaras.
El hombre suspiró. −Sí. Eso es mío.
−Lo siento.
−No, está bien. Que es mi culpa. Estaba distraído.
−Hay que tener cuidado en los puentes. . .
−Sí, eso es lo que mi madre siempre me dice.
La cosa de barro se levantó un poco del lodo. −¿Quieres que te lo arroje?
−Sí, eso sería genial. Tal vez podría ponerlo en un poco de arroz durante
la noche. . .
−Escuché que venden frijoles mágicos. . .
−Yo también he oído eso−. Extendió ambas manos.
El lodo arrojó su teléfono, pero no lo suficientemente lejos. Volvió a
caer en la mugre. −Lo siento, déjame intentarlo de nuevo. Dedos
cubiertos, ya sabes.
El teléfono voló por los aires de nuevo. El hombre se inclinó más sobre
la barandilla, sus pies se levantaron de los suaves adoquines. El teléfono
se le cayó entre los dedos que lo agarraban.
−¡Lo siento! −ella llamó.
−No, he sido yo −dijo. −¿Intenta otra vez?
Lo atrapó por tercera vez, y ambos se rieron a carcajadas. −¡Lo tengo!
−él dijo. −¡Gracias!
−Sí, claro, estoy feliz de ayudar.
Trató de limpiar un poco el barro de su teléfono. Mejor no encenderlo
todavía.
—Tienes suerte de que el río se haya secado —dijo la cosa de barro. −Lo
habrías perdido seguro en la corriente.
−Sí, no es broma. . .− Él la miró de nuevo. Todavía estaba mayormente
cubierta de barro. Su rostro desapareció cuando parpadeó. (Aunque
supuso que su rostro también desapareció cuando él parpadeó... Esto
eran más pensamiento de lo que el hombre estaba acostumbrado a hacer
en su camino al trabajo.) −Supongo que me iré −dijo. −Gracias de
nuevo.
−Cuando quieras −dijo ella.
−Bueno, espero que no.
−Ja, ja −dijo ella.
–En serio.
Estaba caminando de nuevo. Ya no podía verla. −¡Qué tengas un lindo
día! −gritó por encima del hombro.
−¡Mira por dónde caminas! −ella gritó de vuelta.
El camino al trabajo se sintió más largo sin su teléfono para
distraerlo. Esto es bueno para mí, pensó. Siempre tengo la intención de
parar y oler las flores. O al menos para notarlas.
Todas las mejores flores crecían junto al camino.
Ahora crecían todo el año.
Al día siguiente, el joven despertó en su suave cama, en su casa
segura. Se apresuró a salir a la carretera. (Le gustaba el camino, a todos
les gustaba. Tenía suerte de vivir tan cerca).
Esta vez, cuando llegó al puente, guardó su teléfono (todavía
funcionaba, gracias a Dios) en el bolsillo trasero. Todavía sentía que
podría salir volando por encima de la barandilla, ¿no es una
locura? Siguió tocándose el bolsillo para asegurarse de que estaba allí.
Pensar en ello le hizo pensar en el fango. Se preguntó si ella estaría allí
hoy. No es como si simplemente pasara el rato, esperando a que la gente
dejara caer sus teléfonos, pensó. Pero se detuvo de todos modos en
medio del puente. Se inclinó sobre la barandilla. −¿Hola? −Debajo de él
se oyó un chapoteo.
−Oh −dijo ella. −Eres tú. Hola. −Se levantó del lecho del río y se quitó
un poco de barro de la cara. −¿Se te cayó algo?
−No . . . −él dijo.
−¿Quieres? ¿Quizás una pelota de voleibol esta vez? Podríamos jugar un
poco a atrapar.
Él rió. −Solo pensé en decir hola.
−Oh . . . Qué lindo. Hola.
−Entonces, eh. . . −Se aclaró la garganta. Realmente no había pensado
en esto. −¿Vives aquí? ¿Bajo el puente?
−Supongo que sí −dijo ella. −¿Vives allá arriba?
−A lo largo del camino −dijo.
−Eso es tener suerte.
−Está.−Levantó la mano para protegerse los ojos de nuevo. −¿Estás…
quiero decir, espero que esto no sea descortés…?
−Continúa.
−¿Eres un troll?
Ella rió. −¿Porque vivo debajo de un puente?
−Bueno, sí −dijo.
−No pretendo
−No, está bien. Supongo que soy un troll. Vivo debajo de los puentes y
llamo a los niños inocentes.
−No soy, quiero decir, no me llamaste.
−Lo haré la próxima vez −dijo. −Sólo para saludar.
−Eso sería bueno −dijo. Que fue lo incorrecto. Debería haber dicho algo
en broma.
Ella se aclaró la garganta. Supuso que tenía garganta.
−Bueno −dijo, −supongo que debería ir a trabajar.
−¿A tu trabajo?
−Sí.
−¿Te gusta?
−Realmente lo hago −dijo. −Me hace sentir útil.
−¿Qué es?
−Oh. Es un poco difícil de explicar. Es como si monitoreara una sección
de la carretera, es mantenimiento, administración de recursos. Hay un
poco de diseño gráfico.
−Eso suena útil −dijo. −Para la gente que usa la carretera.
−¡Lo es! −él dijo. −Bueno, de cualquier modo . . . fue agradable
conversar contigo.
−Tú también.
Se alejó de la cornisa, sonriendo, y sacó su teléfono de su bolsillo.

−¡Hola! −El hombre se inclinó sobre la barandilla.
Él esperó.
−¿Hola? −llamó de nuevo.
La cosa femenina se levantó del barro. −Oh hola. No esperaba verte.
−Sí, no estaba seguro de que estarías cerca a esta hora del día.
−Estoy aquí casi todo el tiempo.
−Oh. Qué lindo. Quiero decir . . .−Él vaciló. −¿Es agradable? Es
agradable para mí. Por encontrarte aquí.
Ella sonrió ante eso. Podía ver sus dientes. Ella tenía dientes.
−Te traje algo –dijo −para agradecerte.
−Ya dijiste gracias.
−Bueno, lo sé, pero de todos modos iba a parar a tomar un café. Hay un
Starbucks justo al final de la calle.
−¿Me trajiste Starbucks?
−¿No te gusta Starbucks?
−No, por supuesto que sí. Sólo, eh. . . −Ella lo miraba desde su parche
de barro.
Se miró las manos, los dos vasos de papel.
–Ay −dijo. −Ya veo a lo que te refieres. . . Podría arrojarlo, ¿supongo?
−Podrías −dijo ella. −Eso parece algo que harías−. Él rió. Ella también
se rió.
−Ojalá pudiera bajar a dártelo. . . −él dijo.
−Lástima que esto no es un pozo de los deseos −dijo, otra broma. Luego
dijo: −En realidad, esto podría haber sido un pozo de los deseos, alguna
vez.
−No puedo creer que haya sido tan estúpido −dijo el hombre. (Él no es
un príncipe, pero bien podría serlo). −Te lo traería si pudiera, si hubiera
un camino.
−Te creo −dijo ella. Él la creyó.

−¿Qué estás haciendo? −ella gritó.
Era al día siguiente, a la misma hora, y el hombre saltaba el seto
ornamental que separaba el camino de todo lo demás.
−Solo estoy tratando de superar estos arbustos.
−¡Cuidado, acaban de rociar!
−Estoy teniendo cuidado −dijo, enganchando sus pantalones en unas
espinas.
−Vas a derramar tu Starbucks −dijo.
−Es tu Starbucks −dijo.
−Bueno, entonces realmente no deberías derramarlo.
Él rió. Su pie estaba atascado en unas ramas. No le dolió. Las espinas
tampoco dolían. Pero fue vergonzoso. Todo el asunto fue vergonzoso. Se
sintió tonto. −Por eso nadie se sale del camino −se dijo. −¿Tal vez te
deje el café aquí? −él llamó. No podía verla del todo desde aquí, desde el
medio del seto. En realidad nunca la había visto.
−No seré capaz de alcanzarlo −dijo. −También puedes llevarlo al
trabajo, tal vez alguien más lo beba.
−Sí, está bien −dijo. −¿Supongo que es la intención lo que cuenta?
−¿Tú madre te dijo eso?

−¿Regresaste para visitar ese seto?
Fue al día siguiente. Estaba a mitad de camino entre los arbustos. Ella ya
se estaba riendo de él.
−¡Te traeré Starbucks! −él gritó.
−He oído eso antes −dijo.
−¡Jaja!− Siguió abriéndose camino, dejando que las espinas se clavaran
en su manga. Había usado intencionalmente su suéter más barato.
−Incluso cuando pasas el seto, vas a tener que deslizarte por el barro.
−Está bien. Me puse mi peor ropa.
−Me halaga.
−Uf, lo siento. Sólo estoy… −Sintió que su pie aterrizaba en el barro al
otro lado del seto. −¡Decir ah! −Sacó el otro pie a través del
arbusto. −¡Ajá!
−¿Estás bien?
−¡Sí! Estoy bien. Estoy… −Él estaba fuera de la carretera. Ya no podía
verlo. Estaba justo al otro lado del seto. Podría volver.
¿Quizás debería volver?
−No derramaste el café.
Se volvió hacia su voz. Ahora podía verla mejor. Podía ver su forma de
persona, apoyada en una roca al borde del antiguo lecho del río. Caminó
hacia ella. −Hola.
−Hola −dijo ella.
Él estaba de pie sobre ella ahora. −Yo, um −Ella estiró su cosa parecida
a una mano hacia él.
−¿Simple o vainilla? −preguntó.
−Dame el que tú quieras −dijo.
Él se rió y le dio la vainilla. −Eso es muy egoísta de tu parte.
−Oh, por favor, tienes Starbucks todos los días.
Podría traerte café todos los días, casi dijo. (Y la cosa es que él
realmente podría. No tomaría mucho. Esto no había tomado mucho.) (Él
no lo dijo.)
−Podrías sentarte −dijo ella.
Miró hacia el barro.
−Vamos, ya estás usando tus peores pantalones.
−Eso es cierto.
Se sentó con cuidado, a unos metros de ella, lejos del centro del lecho
del río, donde el lodo era oscuro y espeso. Se limpió un poco de lodo de
los labios para tomar un sorbo de café. Ella tenía labios.
Tenía la esperanza de que el lodo fuera simplemente lodo bueno y
limpio. Pero el olor era terrible ahora que estaba sentado en él.
−El río olía mejor −dijo. Debe haber estado haciendo una mueca. −No
−dijo, −está bien −En cierto modo recordaba el río. Lo necesitaban para
el camino. Cualquiera que sea el camino que necesitaba, lo tomaron.
Tomó otro sorbo de café. Había crema batida en su labio. Y barro en la
tapa. −Eso es realmente encantador −dijo.
−Me alegro de que te guste −dijo.
Tomó otro trago. −Es realmente bueno.
−Lo sé.
−Es increíble que puedas tenerlo todos los días.
−Algunas personas dicen que es una pérdida de dinero −dijo. −Pero
siempre siento que vale la pena. Las cosas pequeñas y buenas valen la
pena.
−Totalmente −dijo ella. −Date un capricho −Ella lo miró a él. El barro se
deslizaba por sus hombros, aferrándose a su largo cabello. (Pelo
también.) –Gracias −dijo, mirando su café, −Adam.
Se le revolvió el estómago. Su rostro cayó. ¿Cómo . . . cómo sabes mi
nombre?
Ella sonrió. −Estaba escrito en el envase.
−E. . . Eso no es . . . Se suponía que no debía decirte mi nombre.
−No −dijo ella, −está bien. Estás pensando en las hadas. Y enanos −dijo.
−Correcto, enanos.
Y elfos.
−Pero no los trolls de puente −dijo. −De verdad, Adam, soy, como, la
única criatura a la que estás seguro dándole tu nombre.
Él rió. Él estaba apenado. Y aliviado. (Aunque no del todo.) −¿Y tú?
−Te lo dije, no puedo lastimarte.
−¿Cómo te llamas? −quiero decir.
−No puedo decirte eso −dijo entre sorbos. −Todo el mundo sabe que no
se puede confiar en los príncipes.
−No soy un príncipe−. Bien podría serlo.

−Esos no son tus peores pantalones −dijo, inclinando la cabeza hacia un
lado para examinarlo.
−Mis peores pantalones están en la secadora −respondió. −¿Vainilla o
Canela Dolce?
−¿Cuál te gusta más?
Él le entregó el Canela Dolce. −No puedo quedarme mucho tiempo,
llego tarde.
−¿Qué haces ahí arriba? −ella preguntó.
−Ya te lo dije −dijo.
−Realmente no . . .
−¿Qué haces aquí abajo?
Ella se encogió de hombros y se recostó en el barro con su café con
leche. −Nada útil.
−Eso no es cierto −dijo. −A veces arrojas teléfonos al aire.
Ella inclinó la cabeza. −¿Crees que soy más útil cuando estoy siendo útil
para ti?
−No −dijo. −No sé qué pensar. −no lo hizo

−Háblame del camino −dijo un día. Era un hermoso día de febrero.
Soleado. Todos los días eran soleados. Aunque algunas personas dijeron
que eventualmente tendría que volver a llover.
−Me encanta el camino −dijo. −Todos lo hacen.
−¿Es muy suave?
−Tan suave.
−¿Y ancho?
−Tan ancho −dijo, sonriendo. −Y huele maravilloso.
−Eso es muy grosero, Adam.
−Oh lo siento.
−No, está bien. Sé a qué huele aquí abajo. Tengo nariz. −Ella lo hizo, de
hecho.
−Y hay flores junto al camino −dijo −menos que antes, pero aún así las
mejores flores. No hay flores en ninguna parte que no puedas ver desde
la carretera−. Deseaba que ella pudiera verlo.
−¿Cuál es la mejor parte? −ella preguntó.
−¿La mejor parte?
−La mejor parte, además del Starbucks.
−Casi odio decirte esto, pero hay tantos Starbucks.
Ella suspiró y apoyó la cabeza en su roca. A veces, se sentaba en la
roca. A él le gustó eso. Entonces se parecía más a algo, y menos a una
parte del barro.
Hoy estaba tendida en el barro, con la cabeza y los brazos sobre la roca,
como si le costara demasiado esfuerzo sentarse más. −¿Cuál es la mejor
parte del camino? −ella preguntó.
El hombre -bien podemos llamarlo Adam, ya dio su nombre- se detuvo a
pensar de verdad. Finalmente, dijo, −El camino va a donde quieras ir. A
todos los lugares a los que pensarías en ir nunca termina Y nunca estás
solo allí. Y todo lo que siempre desearías está justo ahí en el camino.
−Esa no es la mejor parte −dijo. −Eso son demasiadas cosas.
−Bien −dijo −está bien, la mejor parte de estar en el camino es que
cuando estás en él, es todo lo que puedes ver −Sus ojos estaban cerrados.
−Eso probablemente no tenga sentido para ti −dijo.
−No, lo hace−. Arrugó la nariz y el barro de su cara se resquebrajó.

−¿Qué es eso?
−Refresco de fresa de Acaí.
−¡Es de color rosa!
−Es estacional.
−Bueno, entrégalo, Adam. No seas tímido.
Adam todavía se sentía tímido aquí. Le entregó la bebida y se acomodó
en la orilla del río. Todavía no había llovido, nunca llovía realmente,
algo que tenía que ver con el camino. Ahora podía sentarse mucho más
cerca de ella sin arruinar sus pantalones caqui.
−Esto es delicioso −dijo. −¿Por qué no compraste uno para ti?
−Estoy recortando −dijo.
−¿En Refrescos de Fresa Acaí?
−En carbohidratos, principalmente.
−Ah. Los trolls de puente no tienen que preocuparse por los
carbohidratos.
−Que suerte −dijo.
−Sí −dijo −tengo mucha suerte.
Él se rió, incómodo. Realmente no sabía de qué se preocupaban los trolls
de puente; tenía un poco de miedo de preguntar. (No, eso no es correcto,
en realidad no tenía miedo. Simplemente no quería saberlo). −Ojalá
supiera tu nombre −dijo.
−¿Cómo me llamas en tu cabeza?
Se sonrojó. −Eso es presuntuoso.
Ella sorbió ruidosamente su bebida. Ya estaba vacío. −Tanto hielo
−murmuró.
−Ella −dijo. −Yo te llamo La. Ella.−
−Ahora, quién está siendo presuntuoso −dijo, su lengua abrazando cada
consonante redonda. (Su lengua.)
−Lo siento −dijo. −¿Me equivoco?
−No −dijo ella. −Estás bien. Conjetura afortunada.−Volcó el hielo sobre
el barro, sobre lo que seguramente era su mitad inferior. −¿Venden agua
en ¿Starbucks?
−No −dijo.
Parecía decepcionada. −Oh.
−Quiero decir, supongo que venden agua embotellada, pero solo te darán
un vaso de agua si lo pides. Filtrado.
−Oh.
−Podría traerte agua mañana.
−¿En lugar de una bebida rosada?
−Podría traerte las dos cosas. Tienen portabebidas

−¿Es verdad lo que dicen del camino?− Ella (ella, ella, ella) había
bebido la mitad de su agua venti, luego vertió el resto entre su pecho y la
roca. Estaba gruesa bajo todo el barro espeso. Casi podía verla.
Ella se deslizó un poco en la roca.
−¿Qué dicen ellos?− preguntó.
−Que los cuervos del mago te vigilan en todo momento.
−Oh, sí, eso es cierto.
−¿Incluso en sus casas?
−Sí, yo supongo que sí. Realmente no pienso en eso.
−¿Cómo no puedes pensar en eso?
−Son solo cuervos −dijo. −Te acostumbras.
Ella se estremeció. −No son solo cuervos. Son como. . Globos oculares
voladores.
−Sí, pero no es como si el mago pudiera observarnos a todos a la vez.
−Supongo.
−¿Y qué va a ver si me mira a mí? ¿A mí, durmiendo? ¿A mí, haciendo
un sándwich?
−¿Así que te gusta ser observado por un mago oscuro?
−No sabemos si es oscuro.
−Quiero decir, sus ejércitos de cuervos parecen una pista. . .
−Mira, no me gustan los cuervos. Son solo. . . Es un precio muy
pequeño a pagar para vivir en la carretera.
—Confío en tu palabra, Adam.
−¡Oh, escúchate!− Estaba nervioso. −Ojalá supiera tu nombre, ¡ganaría
más de estos argumentos si supiera tu nombre!
Eso la hizo reír. (Él la hizo reír. Al menos una vez al día.) –Bien −dijo
ella, −los cuervos son buenos. Los cuervos son grandiosos. Si te ven
ahogándote, pueden graznar pidiendo ayuda.
−Eso es cierto, ya sabes.
−Así que los cuervos no son la peor parte de vivir en la carretera. ¿Qué
es?
−¿Qué quieres decir?
−¿Cuál es la peor parte de vivir en la carretera?
−No estábamos hablando de eso.
−Lo estamos ahora.− Ella también había terminado su bebida rosa y
estaba masticando el hielo.
−Supongo que la peor parte. . .−No era bueno hablar de las partes
malas. (Y no porque los cuervos estuvieran escuchando además de
mirar). (No solo por eso). −No deberías concentrarte en las cosas malas
−dijo. −Porque tú los atraes hacia ti. La felicidad consiste en centrarse en
las cosas buenas y atraer esas cosas hacia ti.
Cerró los ojos con fuerza. Ella arrugó la nariz. Pedazos de polvo cayeron
sobre sus mejillas.
−¿Qué…? −comenzó.
−¡Shhhh!− ella se calló.
Su voz se redujo a un susurro: −¿Qué estás haciendo?
También la de ella: −Me estoy enfocando en las cosas buenas.
−¿Cómo qué?
−Lluvia.
−¿Lluvia?
−Cosas buenas −susurró ella. −Lluvia. Lodo. Tú.
Su corazón saltó. (Él tenía un corazón.) −¿Yo?−
Cerró los ojos aún más fuerte. −Tú. . . regresando mañana, con
Starbucks.

−¡Contempla el poder del pensamiento positivo!− ella gritó antes de que
él estuviera incluso sobre el seto. Allí abrió un hueco en el arbusto y
abrió un camino hasta el lecho del río.
−Hola, tú −dijo, sentándose con un portabebidas.
−Hola Adam.
−Traje dos Frappuccinos, y antes de que preguntes cuál elegiría para mí,
ambos son de caramelo. Porque elegiría caramelo.
−Mmm. −Ella sacó su labio inferior. (No fue una sorpresa, él sabía que
ella tenía labios). (Sin embargo, todavía era bueno). −Me gusta tener una
opción.
Él le entregó un Frappuccino de caramelo. −Pero siempre eliges el que
más me gusta.
−¡Eso es parte de lo que lo hace delicioso! La microagresión.
−¿Oh sí?
−¡Sí!
−Bueno, te traje algo más −Tomó un venti cup de agua del portabebidas
y se lo tiró encima.
Ella jadeó.
Tenía rayas casi no sucias en su cabello posiblemente negro
(¿posiblemente verde oscuro?) (¿o una especie de marrón?).
Y luego se rió más de lo que nunca la había visto reír antes. −¡Me hiciste
derramar mi Frappuccino! −dijo, todavía riéndose, las gotas quemaban el
barro seco en sus mejillas.
−Puedes quedarte con el mío −dijo.
Ella lo tomó. Ella lo bebió todo. Ella lamió la crema batida de la tapa
abovedada. Luego dejó caer la copa en el lecho del río.
−Oye, dame eso −dijo. −Lo reciclaré.
−Ay, Adam−. Ella se rió hasta que sus mejillas estaban pegajosas.

Estaba acostado boca arriba con la cabeza en el suelo. Ni siquiera podía
verla así. Había cuervos dando vueltas en lo alto. No importaba, siempre
había cuervos.
−¿Adam?
Sintió que algo tiraba de su pie.
Cuando se incorporó, vio que el cordón de su zapato estaba
desatado. Ella nunca lo había tocado antes. O sus cordones.
Se incorporó sobre los codos para mirarla. Se había arrastrado hasta el
borde del lecho del río. Nunca la había visto tan lejos del barro. Se
agrietó y se frunció a su alrededor.
−Oye –dijo −no hagas eso.
−¿Qué ocurre?− Su rostro parecía tenso. Todo este esfuerzo parecía
doloroso.
−No hagas eso −dijo. −Regresa.
Se acurrucó en la parte más fétida del lecho del río. Lejos de él, lejos de
su roca. −Dime que está mal.
−Lamento no haber traído café −dijo.
−Está bien, no necesito café. Díme.
Tal vez debería decirle. Tal vez podría. . . −Hubo una tragedia en el
camino hoy.
−Lo siento −dijo ella.
−Está bien −dijo. Y estuvo bien. Estaría bien. Él estaba bien.
−Las tragedias simplemente suceden a veces −dijo. (Era lo que decía la
gente después de una tragedia.)
−Sí −estuvo de acuerdo. −Algunas cosas son inevitables.
−Sí −dijo. −Pero eso no era cierto.
−Quiero decir, no. No es así.
−Las tragedias en el camino ocurren incluso cuando no es
necesario−. Ella todavía lo estaba mirando. Ella todavía estaba
confundida.
−Se podrían evitar −explicó. −Pero no los evitamos.
−¿Por qué no?
−¡No puedo explicarlo!−le gritó. (En realidad nunca le había gritado.)
−¡Es parte de vivir en la carretera! ¡Es un pequeño precio a pagar!
−Está bien, Adam.
−¡Vives debajo de un puente!
−Lo sé.
−¡No lo entenderías!
−¡Bien, no entiendo!
Él se paró; trepó por el costado del lecho seco del río. −Voy a tomar un
café.
−¿Starbucks está abierto? La tragedia…
−¡Starbucks siempre está abierto!

−Siento haberte gritado −dijo Adam.
Estaba tendida en la parte más oscura del barro. Si pensaba que él no
podía verla, estaba equivocada. Se había vuelto muy bueno viéndola.
−Traje Frappuccinos. . .
Caminó hasta el borde del lecho del río y dejó un portabebidas y un
montón de bocadillos. Había galletas integrales bañadas en chocolate. Y
bolas de bagel con queso crema en el medio. Y mentas especiales para el
aliento que combaten el café.
Luego se apartó de la pila. En caso de que ella no quisiera acercarse a
él. −Tengo Java Chip y Midnight Mint Mocha. Yo recogería la menta.
Estaba acostada boca arriba. Podía ver el barro que se levantaba y se
agrietaba con su aliento.
−La peor parte de vivir en la carretera −dijo, tan tranquilamente como
pudo, −no son los cuervos. O los colapsos: probablemente haya oído
hablar de los derrumbes. Ni siquiera son las Tragedias. . .− Sus ojos
estaban cerrados.
−La peor parte de vivir en la carretera −dijo, no muy tranquilamente, −es
que no puedes caerte. Si te caes, te caes−. No, eso no era cierto. Él nunca
le había mentido. −Si te caes, te empujan. Si alguien se cae, lo
empujamos...
Adam se inclinó hacia adelante. Sus codos estaban sobre sus rodillas, su
cabeza colgaba. No podía parar...
La oyó arrastrarse por lo que quedaba del lodo. Un pesado
deslizamiento.
No levantó la vista. No quería que ella lo viera así.
Ella se metió entre sus tobillos.
Apoyó la cabeza en el suelo bajo sus lágrimas.

−Hay algo de lo que quiero hablar contigo.
−Primero el café –dijo −luego hablamos.
Iba corriendo por el camino, patinando sobre la grava. Él llegó tarde. Él
había estado preparando algo.
Estaba en medio del cauce del río, donde todavía había un poco de
lodo. Sus brazos se extendían hacia él. −¿Recuerdas ayer cuando dije
que no necesitaba café? Eso estuvo mal, necesito café. Nunca puedes
dejar de traerme café, Adam. Te he maldecido, lo siento.
Le tendió dos bebidas heladas. −No pensé que los trolls de puente
pudieran maldecir a la gente.
Ella tomó el macchiato. −Mmm. Supongo que tienes razón, eso es de las
hadas, ¿no? ¿Por qué las hadas se llevan toda la diversión?
−Lo siento, voy tarde.
−Está bien−, dijo ella. −No tienes que seguir viniendo. Eso no fue una
maldición real.
−Lo sé. Vengo porque quiero venir.
−Bien.− Empezó a excavar de nuevo en su parche de lodo.
−Espera… −Él la agarró por la muñeca. (Sin duda era una muñeca.) Sus
ojos brillaron. Sus labios se retiraron. Ella siseó.
Adam lo soltó, pero no apartó la mirada. Se sentó en el barro con
ella. −Espera por favor. Quiero hablar contigo. . . Aquí es donde diría tu
nombre si lo supiera. Para énfasis.
−Anotado −dijo ella. Ella todavía estaba silbando.
−Diría tú nombre, y luego diría: vengo aquí todos los días, porque quiero
venir aquí. Porque te quiero ver.
−Yo sé eso. Adam.
−¿Lo sabes?
−Bueno, no pensé que te gustara el olor. O la vista.
(La vista desde el lecho del río era lúgubre. El hecho de que aún no se
haya mencionado solo prueba ese punto; era exactamente el tipo de cosa
que no se podía ver desde la carretera).
−Tengo una casa −dijo, volviendo a la normalidad. Ella siempre lo
estaba desviando del camino.
−Me lo contaste una vez. Dijiste que era segura.
−Sí. Tengo una casa segura con una cama blanda. Tengo un hogar
cálido. Pan fresco, todos los días. Agua corriendo.
Ella había retirado su brazo, pero todavía estaba allí, mirándolo desde
detrás de largos mechones de cabello sucios.
−Está justo en el camino −dijo. −La parte más suave.
−Eres muy afortunado −dijo ella.
−¡Podrías tener suerte!− No había tenido intención de gritarlo. −Querida
. . . −él susurró. −Podría hacerte afortunada.
Estaba escondida detrás de las cuerdas. −No deberías llamarme así.
−No tendría que hacerlo si me dijeras tu nombre.
Estaba muy quieta. Adam entendió que él también debería quedarse
quieto. Que ambos estaban tratando de no romperse.
Ella envolvió sus cosas parecidas a dedos alrededor de su
tobillo. Realmente estaban cubiertos. –Adam −dijo, −no puedo vivir por
el camino. Soy un troll de puente. −Podría construir un puente −dijo. No
estaba seguro de dónde.
−No seas estúpido −dijo.
−No seas mala.
−¡Soy un troll de puente!
−¿Qué hacen los trolls de puente? −exigió Adam.
Ella envolvió su otra mano alrededor de su otro tobillo.
Extendió la mano para tocarle la mejilla. (Se sentía como limo. Pero
ciertamente era una mejilla).
−¡Comemos piedras! −ella siseó. −¡Y huesos de niños! Pero sobre todo
atrapamos a los hombres para que caigan en nuestras garras.
−Bien −dijo Adam, −¡Estoy atrapado!
Sus dedos estaban tan apretados alrededor de sus tobillos. −¡No puedo
vivir en el camino contigo!
−¿Por los cuervos?
−¡¿Los cuervos?! No.
−Me hiciste sentir débil por los cuervos.
−Oh, Adam, eres débil. A veces es lo que más me gusta de ti. Eres tan
jodidamente blando.
Frotó sus dedos a lo largo de su mejilla, empujando a través de la tierra,
queriendo ver lo que había debajo. −No son los cuervos −dijo.
−¿Son los episodios de delirio?
−Nunca has mencionado los episodios de delirio.
−Iba a mencionarlos cuando accedieras a vivir conmigo. Iba a advertirte
de todo. Quería mostrarte el camino primero. Así lo entenderías.
Estaba dejando que le quitara la suciedad de la mejilla. Ella estaba
subiendo los dedos por los puños de sus vaqueros.
−Adam, sabes lo que está haciendo el camino, ¿no?
−Sé más sobre el camino que tú. ¡Yo crecí allí!
−Entonces sabes −dijo −que la carretera lo está matando todo.
No había esperado que ella dijera eso. Tal vez no esperabas que ella
dijera eso. Las criaturas mágicas suelen ser más crípticas. −No todo
−dijo Adam.
Ella rió. (Él la hizo reír. Al menos una vez al día.)
−Todo −dijo, −eventualmente.
−Pero no hoy −dijo. Esto se sentía como algo importante que decir. Esto
se sintió como lo correcto para decir, y debe haber sido al menos un
poco correcto, porque ella estaba agarrando la parte posterior de sus
pantorrillas ahora y levantándose entre sus piernas.
−Es por eso que deberías venir a vivir conmigo en el camino −dijo. (Él
estaba rogando, de verdad.) −Porque el camino será lo último en
morir. Y hasta que muera, estarás tan segura. Y tan cálida. Y será tan
fácil.
−Adam.− Ella cayó hacia delante sobre su pecho. Movió los brazos para
agarrarla, para levantarla, con las manos a ambos lados de su caja
torácica. Era pesada en sus brazos, no tan resbaladiza como antes, más
fría de lo que esperaba.
−Mi amor −dijo. (Si tan solo le dijera su nombre, él no sería tan
vergonzoso).
−No puedo vivir contigo −dijo.
−Tú puedes −susurró. Trató de sisear, pero su lengua no estaba hecha
para sibilancias. −Te deseo.
−Mi amor −dijo, y ni siquiera tenía una excusa para parecer
vergonzosa. −Vete a casa. Vuelve mañana. Tráeme café.
−El café parece una tontería ahora −dijo. −Te hubiera traído oro. Podría
haberte traído incienso y mirra, sé dónde encontrarlos. Puedes
conseguirlos en muchos lugares allí.
−Vuelve mañana −dijo, −y tráeme algo dulce. Tráeme algo querido por
lo que no hayas tenido que luchar−. Adam se fue.
Pero primero lloró.
No volvió al trabajo, ¿cuál era el punto? Regresó a casa y se metió en su
cama limpia y suave sin quitarse la ropa embarrada.
Cerró los ojos. Se concentró mucho. En cosas buenas: lluvia,
ella. Finalmente, se durmió.

Estaba lloviendo cuando Adam se despertó. Había pasado tanto tiempo
desde que llovió.
Mi madre tenía razón, pensó. Las cosas buenas llegan a las personas
buenas.
Se escurrió a través del seto y casi perdió el equilibrio al otro lado. El
suelo estaba mojado. Él había traído café con leche hoy. Puede que le
guste algo caliente.
Estaba lloviendo fuerte; Adam puede haberse concentrado
demasiado. Todo lo que había estado seco y polvoriento estaba mojado y
en movimiento. Incluso el río había vuelto a la vida, un arroyo fangoso
que corría bajo el puente.
−¡Hola! −gritó Adam. −¡Estoy aquí!
Miró hacia el centro del canal, donde a ella le gustaba esperarlo. El
último lugar para secarse, el primer lugar para mojarse.
−Estoy aquí −gritó de nuevo. −Tengo un moca de menta y un praliné de
castañas. No solo elegiría la menta, sino que odio la castaña. ¡Esa es una
agresión total!
Ella no respondió. Él no podía verla. Estaba lloviendo demasiado
fuerte. Y el viento soplaba.
Adam se sentó al borde del lecho del río y esperó. El café se enfrió.

−¡Hola! −él gritó.
Estaba de pie en el puente, inclinado sobre la barandilla. La lluvia seguía
cayendo. El río estaba tan alto que había devorado su camino a lo largo
de la orilla.
El Starbucks más cercano a la casa de Adam estaba cerrado. Pero el de
la calle estaba abierto. Él le había traído café caliente con crema y
azúcar.
−¡Hola! −él gritó.
¿Había sido arrastrada? ¿O ahogada? ¿Se había marchado en busca de
otro puente?
Alguien le tocó en el hombro. Por un segundo pensó que podría ser ella.
No lo fue Era una mujer mayor que vestía un impermeable a la
moda. −¿Qué estás haciendo?− le preguntó ella, con los ojos muy
abiertos y temerosos. −¡Está resbaladizo, te caerás!
Adam le sonrió. −Gracias. Seré cuidadoso.
Se volvió hacia el río y dejó de sonreír. Se inclinó más sobre la
barandilla. −¿Está ahí?

No trajo café hoy.
El río lamía el borde del puente. Adam estaba solo allí. Todos los demás
se habían refugiado o buscaban un terreno más alto; su madre dijo que
había encontrado algunos. Se agarró a la barandilla.
−¡Estoy aquí! −él gritó.
Y luego sostuvo su teléfono por un lado. (Este no fue un sacrificio muy
grande; habían pasado días desde que tuvo servicio.) (Lo habría dejado
de todos modos).
Ella no estaba allí.
Su teléfono se había ido.

Érase una vez, en una tierra que se estaba perdiendo, un hombre se sentó
a la orilla de un río.
Era Adam. Adam es el hombre. Se sentó junto al río y no podía ver el
puente. El puente se había ido. El camino se había ido.
La lluvia seguía alimentando el río, y el río se lo estaba comiendo todo,
y Adam lo estaba viendo irse; fue entonces cuando finalmente la
vio. Todavía estaba lejos, pero él la vio.
−¡Hola! −gritó, cayendo sobre su estómago en el barro y metiendo la
mano en el agua.
−¡Adam! −la oyó gritar.
Ella se estaba acercando a él. Nadando hacia él.
Se cogieron de los brazos y se mantuvieron firmes.
−¡Estas vivo! −ella lloró. −Te he estado buscando, esperando.
−¡Te estaba buscando! −él dijo. −Te fuiste del puente.
−Yo no me fui. Acabo de despegarme. Y luego quedé atrapada, como
todo lo demás, en el río.
−Nos hemos encontrado ahora −dijo, agarrándola de los brazos, tratando
de llevarla a la orilla.
−No −dijo ella, tirando hacia atrás. −¡Adam, qué estás haciendo!
Sus brazos se deslizaron lejos de él. Se cogieron de las muñecas.
−¡Puedo salvarte! −él dijo.
Ella se rió de él. Sus labios estaban rojos. Sus dientes eran
puntiagudos. Su piel era del color de un Frappuccino de té verde.
−Sigue siendo un no −dijo ella, apretando sus manos con fuerza.
Ella era más fuerte que él. Más grande que él. Ella estaba tratando de
aferrarse a él sin tirar de él.
−¿Estás aquí para salvarme? −preguntó.
−Oh . . . −dijo con tristeza. −No.− Ella se empujó con cuidado hacia
él. −Pero me alegro de que estés vivo. Siempre has tenido suerte.
−El camino se ha ido, ¿es esto lo que querías?
−No.
Ella era una sombra oscura en el agua. Pero él no era tonto, sabía que
ella tenía cola.
−Será más fácil para ti ahora −dijo. Estaba llorando de nuevo.
−Me alegro.
Ella sacudió su cabeza. −Esto no es fácil. Esto es solo otro tipo de
dificultad. Eso es todo lo que queda ahora, para cualquiera de nosotros.
Adam todavía no entendía. Ella negó con la cabeza, como si no esperara
que lo hiciera.
Luego se acercó, con mucho cuidado, y salió del agua.
−Mi príncipe −dijo ella, y lo besó.
Y luego ella lo soltó.
Sobre El Autor

Rainbow Rowell es la galardonada autora número uno en ventas del


New York Times de Eleanor & Park, Fangirl y la serie Simon Snow. Su
primera novela gráfica, Pumpkinheads, con la artista Faith Erin Hicks,
fue lanzada en 2019. Vive en Omaha, Nebraska.

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