ARTICULO
ARTICULO
ARTICULO
FERNÁNDEZ CUBAS:
DOS VERSIONES DE JEZABEL
A TRAVÉS DE LA TRAGEDIA
ATHALIE DE JEAN RACINE
brae · tomo xcvi· cuaderno cccxiii· enero-junio de 2016
os novelistas del siglo pasado (una por fortuna lo sigue siendo tam-
En su tragedia Jean Racine representa los últimos días del reinado de Atalía,
la hija de Jezabel, en Judá. Aparte de recibir la visita del espíritu (o la sombra)
de su madre, la reina también ha contemplado en el sueño y en la realidad la
imagen de un niño (es su nieto Joás) que ha de ocupar su lugar en el trono
como digno descendiente de David. En la tragedia Atalia, tras ver y dialogar
con el niño, pide a los tutores que se lo entreguen: el día fijado para hacer efec-
tiva la entrega en el templo de los judíos la reina y sus soldados son rodeados
por los levitas que perfectamente armados la apresan y la conducen fuera del
sagrado recinto para darle muerte con la espada. En varias ocasiones la hija ha
recordado la muerte de su madre pero (salvo en el sueño) no ha mencionado
el acicalamiento con el que la afrontó.
En sus Lecciones de Retórica y poesía (Sevilla, 1828), D. J. Herrera y D. A.
Alvear traducen en castellano casi todos los versos del «sueño de Atalia» para
aducirlos como ejemplo de la descripción sublime:
ni en su rostro faltaba
el mentido esplendor con que solía
suplir el enojoso irreparable
ultraje de la edad […]
No bien estas palabras espantosas
Articuló cuando hacia el lecho mío
Su sombra se acercaba;
Abrazarla intenté…3
3
D. J. Herrera y D. A. Alvear, Lecciones de Retórica y Poética, Sevilla, 1828, págs. 79-80.
Venit Hieu Hiezrahel porro Hiezabel introitu eius audito depinxit ocu-
los suos stibio et ornavit caput suum et respinxit per fenestram
[‘Finalmente Jehú entró en Jezrael y al oírlo Jezabel se pintó los ojos con
antinomio y embelleció su cabeza y miró por la ventana’].
La aún reina de Israel sabe que Jehú acude al palacio para expulsarla del
trono y matarla, porque es lo que antes ha hecho con sus dos hijos Joram y
Ococías. Estando en una situación tan crítica la reina decide maquillarse (pin-
tarse las cejas y sombrearse los ojos), y no sabemos por qué lo hace: quizá con
sus armas de mujer pretende seducir o agradar a Jehú, o simplemente intenta
afrontar la muerte con dignidad y valentía (algo que por cierto no supieron
hacer sus hijos). La posibilidad de la seducción debería descartarse porque las
primeras y últimas palabras que la reina le dice al nuevo rey no son nada cari-
ñosas y pretenden irritarlo aún más de lo que ya debía estarlo.
Los comentaristas de la Biblia han querido ver en la frase «ornavit caput
suum» (‘embelleció su cabeza’) una alusión al peinado de los cabellos, que
4
Citan el texto Giuseppe Palmero, «Il corpo femmenile tra idea di bellezza e igiene. Cos-
metici, balsami e profumi alla fine del Medioevo», Scienza Della bellezza: natura e tecnologia
(Atti del II Convegno Della Scuola di Specializzacione in Scienza e Tecnologia Cosmetiche
dell’Università di Siena, Siena, 18-19 ottubre 2002), Siena, 2002, pág. 11; y Chiara Crisciani,
«Premesse e promesse di lunga vita», en Vita luonga. Vecchiaia e durata della vita nella tradi-
zione medica e aristotelica antica e medievale, edd. Chiara Crisciani, Luciana Repici y Pietro
B. Rossi, Florencia, Sismel-Edizioni del Galuzzo, 2009, pág. 80, n. 62.
¡Ea, desdichas,
Acabad conmigo todas!
Pero la industria me avisa
Remedios con que dilate,
Si no venturas, la vida.
Fiada en mi belleza,
Haré al engaño que finja
Amor a Jehú tirano […]
Prometerele mi esposo,
Y si la belleza hechiza [..]
Dame, Criselia, esas joyas;
Galas del cuerpo se vista
Y el alma lutos secretos,
Pues son sustancias distintas9 .
7
Juan de Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, ed. Juan Meseguer Fer-
nández, Madrid, Atlas, 1963-1964.
8
Alonso Villegas, Fructus sanctórum y quinta parte del Flos sanctórum, ed. Josep Lluis
Canet, Valencia, Lemir, 1988.
9
Tirso de Molina, La mujer que manda en casa, ed. Dawn L. Smith, Londres, Támesis,
1985, pág.157. Para la fecha de la comedia del fraile de la merced, véase Rina Walthaus, «Femme
Pero antes de ser consciente de que iba a morir Jezabel se sienta en su toca-
dor frente a un espejo en que no sólo se contempla a sí misma sino también a
un hombre armado que la amenaza con su espada y a Nabot muerto con las
heridas de la lapidación que ella misma ha ordenado por no haber correspon-
dido a su amor. Frente a ese espejo se ha quitado las tocas para poder peinarse
el cabello y le ha pedido a su criada Criselia la mejor prenda de su vestuario:
para comprobar si estaba tan vieja como le había dicho su nieto. Al llegar a su
casa se acuesta y al día siguiente al levantarse de la cama se arranca las cintas
de lana (se las pone para mantener el rostro rígido) para angustiada exclamar
«Quelle déchéance!» y reflexionar sobre la belleza artificial que atesora:
Ces soins, ces secrets, cette jeunesse illusoire, soutenue seulement à force
d’artifices!... Ces crèmes ce fard, cette teinture, ce corset invisible sous les
costumes de bain, l’été… «Pour celles qui n’ont jamais eu la vraie beau-
té, sereine, triomphante, tout cela est supportable, mais pour moi»,
songea-t-elle amèrement (189 y 165).
Elle, qui n’avait jamais porté d’autres bijoux que ses longs colliers de per-
les, elle avait couvert cette nuit-là de diamants ses bras et sa gorge, car
Jeannine n’avait pas d’aussi belles pierreries […]
Il fallait être belle et qu’à cinq heures du matin, parmi de belles filles fraî-
ches, on ne vît pas les rides paraître sous le maquillage, ni ce masque de
mort qu’ont les vieilles femmes fardées […] Forcer un corps, des jambs
de soixante ans à ne pas connaître la maladie ni la fatigue. Tenir droit
un dos un, lisse, poudré d’ocre, satiné [….] (206-207 y 180).
Elle regardait dans les glaces le reflet de sa robe blanche, de ses cheveux
teints, mais noués et treces en couronne autour de sa tête, comme au-
trefois… (207 y 181).
ser asesinada por él. Sin embargo, en el momento de esa noche en que expe-
rimenta más celos de su rival, recuerda el revólver que lleva en el bolso y que
se había comprado días atrás (pero es ahora precisamente cuando lo menciona
por primera vez):
La jalousie tordait son coeur. Elle serait morte pour arracher à Mon-
ti un sourire, un regard de désir. Elle ressentait un spasme presque vo-
luptueux quand elle regardait Jeannine. Elle songeait au revolver qu’elle
avait acheté, qui était encore dans son sac, sous ses doigts (205-206 y180).
¿Por qué no soy joven ahora? (Un largo silencio). Todavía no soy de-
masiado fea, ¿no es cierto, Marc? […] Cuando me quite los rizadores,
dentro de un rato, ya verás, con este peinador, claro está, parezco una
loca. Se tiene la edad que se quiere, ¿sabes?, la edad del dinero también11 .
La madre en otra ocasión le pregunta a Marc por los colores que le quedan
mejor a sus cabellos, y el hijo le contesta que habría preferido que conservase
los propios de su edad para haber tenido y tener una comunicación más fluida
con ella:
La madre (delante del espejo) […] ¿Te gusta este rubio veneciano? Creo
que estaba mejor cuando me teñía de castaño. Nunca me dices nada.
Marc: Cuánto más fácil sería hablarte si no estuvieras teñida de rubio
veneciano […] Mamá, ¿y si me dejaras ser un poco feliz a mí también,
si aceptaras ser una vieja, como dices? No es nada feo, sabes, una vieja
que todavía es linda, con hermoso pelo blanco, una vieja que se viste de
negro (42-43).
¡Idiota! Con su rouge y sus rizadores para ser linda. ¡Ya no necesito ri-
zadores! Ya no necesito estar rizada (se arranca los rizadores y los arro-
ja por la habitación) ¡Ah, las lindas mechas!... ¡Ah, el hermoso rubio
veneciano que se volvía rojo porque era tintura barata! […] El mío es
amarillo. Amarillo sucio. Podrá seguir amarillo y duro, y colgar a gusto
sobre mis arrugas (se frota la cara). No más rouge, no más polvos, no
más sombra. Como una vieja, una vieja a quien se deja ser fea y sucia en
su rincón sin decirle nada (73).
Pero no está claro si ha fingido esa renuncia porque con sus acciones y ges-
tos demuestra, como se pone de manifiesto en las acotaciones, estar aún muy
preocupada por su aspecto físico (pero con esas acciones pretende estirarse el
11
Jean Anouilh, Antígona. Jezabel, traducción al castellano por Aurora Bernárdez, Buenos
Aires, Losada, 1956, pág. 70. Todas las citas de la obra remiten a esta versión castellana (no me
consta que haya otra): nos limitamos a partir de ahora a ofrecer entre paréntesis el número de
la página después de cada cita del texto.
pelo para taparse la cara y deshacer los rizos que cree que se la hermosean o
embellecen):
(La madre va al espejo, se mira, se estira las mechas sobre los ojos) (79).
Fue siempre igual y sin embargo esta vez es el último. Soy una vieja ahora.
Nadie querrá saber nada conmigo, aunque sea más cómodo. Ni siquiera
el viajante de comercio entre dos trenes. Tendré que pagar (73).
El difunto vestía una americana nueva, una prenda costosa sobre la que
no había dudado en derramar, con generosidad, chorros de perfume de
olor persistente. Como si la localidad se hallase en fiestas o si se dispusie-
ra a asistir a un baile. Pero todo lo que hizo el pobre difunto fue vestirse
de esta guisa para morir junto a la puerta de una de las casas principales
de la Plaza (176).
puerta del caserón en que vive el alcalde de sesenta años con su bella esposa
de veinte. El médico y también la pareja de la guardia civil deciden ocultar el
traslado del cadáver de un lado a otro y certifican que la muerte ha ocurrido
en el segundo lugar. Los vecinos del pueblo, que ignoran la primera parte de
la historia, difunden dos versiones del trágico suceso:
Algunos aseguraban haber visto desde sus ventanas cómo el joven deses-
perado, momentos antes de expirar, intentaba aferrarse a la aldaba y pe-
dir auxilio. Otros lo rebatían con energía. Porque no pedía auxilio. Se
limitó a pronunciar un nombre de mujer y acariciar, en su caída, el por-
tón que nunca en vida le había sido abierto (176-177).
El extraño caso del cadáver que se acicala y perfuma más allá de la muer-
te pasaba a desempeñar un papel secundario; y la desgraciada e indefen-
sa alcaldesa, cuya hermosura se acrecentaba por momentos, terminaba
erigiéndose en la víctima-protagonista de odios ancestrales, envidias so-
terradas y latentes anhelos pasionales y escandalosos acontecimientos.
Arganza había conseguido arrinconar lo inexplicable a favor de un sim-
ple, común y cotidiano drama rural (179)19 .
19
El relato del médico Arganza contiene, en efecto, muchos ingredientes del drama rural.
El más llamativo es el de la esterilidad de la protagonista como causa importante de su infelici-
dad: «precisamente la vivienda del alcalde y su mujer, una agraciada muchacha obligada, por
la pobreza, a entregar su juventud a un arrugado sesentón y a quien la Naturaleza no había
consolado de su infortunio con el regalo de la esperada descendencia» (176). Es la misma si-
tuación que plantea Federico García Lorca en su tragedia Yerma con la única diferencia de la
persona asesinada: si Yerma decide asesinar a su marido porque por su peculiar concepto de la
honra no puede engañarlo con el hombre al que ama, el pastor Víctor, la mujer del alcalde, en
cambio, por no compartir ese mismo concepto de honra, mata a su amante después de haber-
se entregado a él (y quizá lo mata porque tampoco le ha dado hijos). Cuando la narradora del
cuento de Cristina Fernández asegura que Arganza en su versión de la historia había «arrin-
conado» lo inexplicable que había en ella «en favor […] de un drama rural» (179) lo hace
pensando también en los ejemplos del género ofrecidos por Jacinto Benavente, y en concreto
en la protagonista de La Infanzona, quien al final acaba asesinando al padre de su hijo, que
no es, como suponía todo el pueblo, un criado y amante suyo sino su propio hermano (véase
Jacinto Benavente, Dramas rurales. Señora ama-La Malquerida-La Infanzona, ed. Eduardo
Galán, Editorial Magisterio Español y Casals, Madrid, 1994, págs. 207-260).
Pues una noche… No; sí, necesito contarlo; necesito contarlo para con-
vencerme de que aquello no fue una pesadilla… Pues, una noche avisa-
ron al Juzgado de la calle de Espoz y Mina que un señor se había sui-
cidado en su propio domicilio […] Cuando yo acudí, el juez no estaba
allí, porque había tenido que ir antes a un incendio. Llegué. La casa era
triste y lóbrega. Era en el último piso, y la escalera, tortuosa y empinada
[…] El suicida, que estaba en la miseria, se hallaba en una habitación de
techo abuhardillado y telarañoso […] Me acerqué, y cuando ya estaba a
su lado, entonces, ¡se apagó la luz! […] Y ahora viene lo más horrendo,
lo más asqueroso… Encendimos la luz de nuevo, me rehice y me acerqué
otra vez al suicida. El sereno se acercó también. Y ya iba a ponerle una
mano encima…, cuando…, cuando se ¡levantó! […] Fue un caso de mala
pata; porque cinco minutos después se moría de veras y me pudo evitar
aquel trago. Pero desde entonces, a mí, suicidas, no. Yo no reconozco
suicidas. No los reconozco más que de lejos y con la nariz20 .
llado pensar en la posibilidad de que el cadáver del cuento estuviera aún vivo
cuando el médico lo examina y lo da por efectivamente muerto. En el fondo
Arganza habría podido reconocer su error no sólo por silenciar ese primer ha-
llazgo del cadáver (a la policía también le conviene ocultarlo porque su obliga-
ción era vigilarlo en todo momento) sino por dar crédito a una versión de la
historia absolutamente falsa.
Para el movimiento del cadáver de un lugar a otro con el cambio de aspecto
ya indicado podría haber aún una segunda versión racional pero no demasia-
do lógica porque señala a la alcaldesa como autora del crimen (que es la versión
que el pueblo y el médico acaban defendiendo por razones muy distintas). En
ese supuesto el médico no habría cometido ningún error al certificar la muerte
del cadáver y habría sido el asesino el que habría trasladado el cadáver del cober-
tizo a la Plaza del pueblo aprovechando los minutos en los que el guardia civil
y el médico se habían ausentado del lugar del crimen: antes de dejarlo frente al
caserón del alcalde el asesino habría entrado en la casa del cobertizo (que sería
la de la víctima) le habría puesto su mejor americana y lo habría perfumado22 .
22
Para el tema de la falsa muerte Cristina Fernández Cubas habría podido inspirarse en la
novela policiaca Jezebel’s Daughter (Leipzig, 1888). Madame Fontaine, que encarna el papel
de Jezabel, es la viuda de un médico y químico que utiliza con fines criminales las dos clases de
venenos de la familia de los Borgia que su marido había logrado recomponer en un laboratorio
alemán: le administra el más letal de los dos a la señora Wagner, quien la ha amenazado con
denunciarla si en un par de días no devuelve los 5.000 florines que ha robado (con esa suma
de dinero Madame Fontaine pretende saldar las deudas contraídas en vida de su marido). La
señora Wagner parece haber muerto tras beber la copa de vino con el veneno pero el médico
encargado de certificar su defunción para el entierro no lo hace porque sospecha que su muer-
te no ha sido por causas naturales (demora su entierro porque pretende provocar la apertura
de una investigación legal sobre el caso): estando en el depósito de cadáveres la señora Wagner
vuelve a la vida. El médico había creído firmemente que la resucitada estaba muerta porque
no había percibido en su cuerpo ninguna señal de vida. El fiel servidor de la señora Wagner,
Jack Straw, un retrasado mental liberado del manicomio londinense de Bedlam, le había dado
a su ama un antídoto para el veneno que la había sumido en una especie de estado cataléptico
que había confundido al médico. Tanto Cristina como Colins deciden (quizá por separado)
que el personaje que han caracterizado como Jezabel intente asesinar a otro que de manera
inesperada retorna a la vida (y solo en el caso español para volver a morir al cabo de pocos mi-
nutos). Los dos autores (inglés y español) han elegido en parte el género de la novela policiaca
como escenario de unas obras que tienen como protagonista a una mujer que representa una
de las versiones de la reina bíblica (la que ordena el asesinato de otras personas contrarias a sus
intereses).