El Mundo de La Edad Contemporánea TP
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Neoclasicismo y Romanticismo
El término Neoclasicismo surgió en el siglo XVIII para denominar de forma peyorativa al
movimiento estético que venía a reflejar en las artes, los principios intelectuales de la
Ilustración que desde mediados del siglo XVIII, se venía produciendo en la filosofía y que
consecuentemente se había transmitido a todos los ámbitos de la cultura.
El hombre transforma, destruye, crea y recrea, lo que desea. El hombre ha deseado
permanecer para la eternidad, sin embargo, está consciente de su mortalidad, es por ello
que desea dejar rastro en la historia, desea plasmar sus pensamientos, ideales y pasiones,
en la materia, para que estas subsistan para la eternidad.
El Romanticismo, nace como una reacción contra el racionalismo y la ilustración en el siglo
XVIII, originado en Alemania, le da importancia al sentimiento moderno, sus inicios se
basan en el estudio del ser humano contrarrestando el pensamiento de la ilustración; se
basó en el pensamiento cartesiano donde todo fue llevado por los sentimientos. Fue una
de las corrientes filosóficas más transcendentales de la historia, dejo de lado la época
clasicista y dio paso a la época moderna, desarrollo diferentes tendencias con el paso del
tiempo, se basó en muchas otras corrientes como el comunismo, el socialismo, y así
mismo en el pensamiento de grandes filósofos como Marx, su concepción se fundamentó
en el hombre romántico y su relación con la naturaleza.
El período del neoclasicismo resultó la transición del antiguo régimen hacia uno nuevo,
basado en la difusión del conocimiento desde la ciencia y la razón. A comienzos del siglo
XIX y ante la caída de Napoleón Bonaparte (1815) el movimiento neoclásico dio lugar al
romanticismo, que perduró hasta el siglo XX y se basó en las emociones, la individualidad
y la libertad.
El neoclasicismo fue un movimiento artístico e intelectual que se originó en Roma en el
siglo XVIII y luego se extendió por toda Europa. El neoclasicismo reflejó la realidad política
y social de una época caracterizada por los enfrentamientos violentos entre clases, como
la Revolución Francesa (1789).
El Romanticismo, verdadera ruptura con el Antiguo Régimen, supuso también una
ruptura con olos convencionalismos neoclásicos y la uniformidad estilística; la
recuperación del color frente al dibujo como expresión de la personalidad del autor,
implicó el compromiso histórico del artista, que abordó temas de guerra o desastres
(Géricault, Delacroix) y composiciones dinámicas y luces vibrantes.
Redescubrimiento de Grecia
En el siglo XVIII se produce en la Europa occidental la confluencia de una serie de factores
sociales y culturales en torno al legado de la Grecia clásica, que contribuirán
decisivamente a materializar el paso del rococó al neoclásico. El inevitable agotamiento de
dicha corriente, hasta la que había derivado el sobrecargamiento barroco, dio lugar, como
reacción, a una búsqueda de la sencillez y la naturalidad, y en este sentido el ejemplo más
adecuado no podía encontrarse sino en la antigüedad clásica: volver la mirada hacia los
orígenes, hacia los cimientos de nuestra cultura, era garantía de estar tomando como
referente lo esencial, la idea, la belleza en estado puro.
Siglos atrás, ya había vuelto Europa los ojos hacia la antigüedad, y entonces fue la Roma
clásica la que sirvió de espejo en el que mirarse (pues, en el fondo, el Renacimiento
buscaba en ella poco más que un mero modelo estético). Pero ahora, la concepción
ilustrada de la Historia concibe ésta como una evolución, un desarrollo en las
civilizaciones, y no como una simple sucesión de acontecimientos. Así pues, si se pretendía
buscar apoyo en los cimientos originarios, en la auténtica esencia del clasicismo, había
que ir más allá de Roma, pues en cierto modo la cultura romana no había sido sino una
adaptación, incluso una desvirtuación, de la griega: había que viajar a Grecia. Y no sólo en
sentido metafórico; también en un sentido físico, geográfico.
Durante el siglo XVIII y principios del XIX, se extiende también la costumbre de realizar lo
que se denominado el “grand tour”: los jóvenes de familias acomodadas inglesas
realizaban un viaje al continente con el fin de culminar sus estudios con un baño de
cultura clásica. Y si Roma representaba el máximo esplendor del clasicismo, Grecia
constituía su esencia, su origen: allí se encontraban los escenarios en los que se habían
desarrollado la Ilíada y la Odisea, y allí, en aquellos lugares y entre aquellas gentes, latía el
mismo espíritu que había animado la creación de tan magníficas epopeyas. Las
impresiones recogidas por estos jóvenes estudiantes, muchos de ellos petimetres pero
algunos otros grandes intelectuales, resultaron sumamente valiosas para la conservación
del legado helénico.
Pero sin duda el personaje que más contribuye a consolidar el ideal clásico es Johann
Joachim Winckelmann (quien, paradójicamente, nunca pisó tierras griegas). Éste
revoluciona el método arqueológico: atrás había quedado la simple búsqueda de objetos
con un fin meramente atesorador o crematístico, que había caracterizado el
procedimiento practicado por los “arqueólogos” medievales; pero ahora él consigue
superar también los métodos de datación y clasificación seguidos por los anticuarios del
XVII. Winckelmann crea un lenguaje para analizar las obras buscando en ellas la expresión
de la belleza que encierran y la emoción que producen. Según su interpretación, en la
Grecia antigua, en el marco de un clima político y cultural que promueve la libertad
individual y el desarrollo del arte, la naturaleza se siente como un todo bello y armonioso,
y los artistas buscan (y, para él, alcanzan) la perfección al imitar la naturaleza. En su obra
La historia del arte en la antigüedad, Winckelmann propone que los artistas del momento
deben imitar, ya no los modelos clásicos, como hicieron los renacentistas, sino la forma de
imitar la naturaleza que practicaron los artistas griegos, buscando en ésta la belleza ideal,
la esencia misma de las cosas.
A principios del siglo XIX, tiene lugar el hecho que mejor refleja la impulsiva corriente de
protección del patrimonio artístico de la Grecia antigua que se había desatado durante el
siglo anterior: la adquisición de los frisos del Partenón por parte del gobierno inglés para
su exhibición en el Museo Británico. En la actualidad, este traslado se considera casi
unánimemente como un expolio, y esta es la razón por la que no se deje de demandar su
devolución. Sin embargo, en aquel momento se entendió como una necesidad de
conservar un patrimonio que se estaba destruyendo: había que proteger para las
generaciones futuras aquella expresión de los orígenes de la cultura europea. Y esa
necesidad se confirmó cuando los turcos, que hasta entonces no había demostrado sino
menosprecio por tan singulares ruinas, no tuvieron reparo en venderlas y permitir que
salieran de Grecia. Los frisos del Partenón, ya instalados en el Museo Británico, se
convirtieron para los estudiantes de Bellas Artes en una auténtica escuela de dibujo, lo
que constituyó un elemento más para la difusión de la corriente neoclasicista por Europa.
Clásico y romántico
Según Argan, la cultura artística moderna gira en torno a la relación dialéctica entre los
conceptos clásico y romántico. Hace referencia a dos grandes fases de la historia del arte:
lo "clasico", al arte del mundo antiguo, grecorromano, y a lo que se considera su
renacimiento en el humanismo de los siglos XV y XVI; lo "romántico" al arte cristiano de la
época medieval, más exactamente el romántico y el gótico, o sea las culturas románticas.
Ideal Romanticismo
Con respecto a las ideas liberales vemos como cobran fuerza a lo largo del siglo XIX, las
revoluciones de 1820 es un intento de no perder los principios liberales que se
establecieron en muchos países tras las invasiones napoleónicas. La revolución de 1830
culmina con el establecimiento de Luis Felipe de Orleans, “el rey burgués”.
Neoclasicismo
Al ideal barroco de la técnica «virtuosa» le sucede el ideal neoclásico, de la técnica
rigurosa. Es la época del Academicismo, es decir la necesidad de ajustarse a unas normas
establecidas por las Academias. A la vez que refleja el rechazo del decorativismo rococó,
considerado una manifestación del gusto decadente de la nobleza.
Pintoresco y sublime
Difícilmente podría citarse una definición universalmente válida para lo pintoresco. De su
sentido original, que hacia referencia a la similitud con la pintura, fue transformándose,
para evocar lo que entretiene la vista, que estimula los sentidos del espectador. Por
pintoresco se pasó generalmente a entender lo que presenta variedad, diversidad e
irregularidad; si inicialmente Gilpin atribuyó a esta categoría una acepción clasista, hacia
1800 ya era más frecuente que con ella se aludiera a motivos tosco, rústicos, sin
sofisticación.
La pluralidad de estilos
Neoclasicismo: La diversidad de estilos que había a finales del siglo XVIII hizo que el arte
neoclásico sea dividido con adjetivos: Lo Bello, Lo Sublime y lo Pintoresco. Lo Bello: Se
busca la belleza o la perfección. Se vuelve a las formas del arte griego ya que son las más
racionales y las que mejor han representado la belleza.
Romanticismo: Ni las artes ni la literatura del romanticismo pueden considerarse como
un estilo unificado de ninguna manera. De hecho, el romanticismo tampoco puede
considerarse como un período sino como un movimiento que colindaba con otros
(neoclasicismo, realismo, simbolismo, prerrafaelismo).
La academia y el salón
Desde el siglo XVII, con la aparición de las academias, se fueron estableciendo
los cánones del clasicismo pictórico, pero no fue hasta la segunda mitad del siglo XVIII, con
la Ilustración, que llegan a establecerse como convenciones impuestas a la práctica del
oficio en la totalidad del ámbito cultural europeo occidental. Simultáneamente aparecen
la crítica y la historiografía del arte como actividades definitorias del gusto
artístico dominante, cuyo seguimiento se fomenta entre los pintores a través de la
enseñanza, de los encargos institucionales y privados, y de la convocatoria de
exhibiciones, certámenes o salones artísticos como el Salon de peinture et de
sculptureo Salon de Paris ("Salón de pintura y de escultura" o "Salón de París", desde
1725).
El burgués
La burguesía fue el grupo social que más beneficios obtuvo de los cambios producidos por
la revolución industrial. Los burgueses no solo se enriquecieron, sino que su poder e
influencia sobre el resto de la sociedad se volvió muy fuerte. Mientras más dinero poseía,
más riqueza podían invertir en el desarrollo de nuevas fábricas. Como eran los dueños de
las máquinas con las que se fabricaban los productos, el aumento del comercio hacía que
su riqueza estuviera siempre en aumento.
El héroe histórico
El héroe romántico es una categoría histórica que nos permite estudiar el contexto de
las revoluciones europeas de la primera mitad del siglo XIX desde una perspectiva
transnacional. El héroe romántico combatió en toda Europa contra el orden político del
absolutismo bajo la bandera de la libertad y/o de la nación. En el caso español, esta
categoría heroica, personificada en el mártir de la libertad, se convirtió en un mito del
proceso de construcción del estado liberal y de la nación moderna, un mito revolucionario
con múltiples lecturas e interpretaciones.
El triunfo del paisaje
Ricardo Anckermann es una de las personalidades artísticas más relevantes de la segunda
mitad del siglo XIX mallorquín; no sólo por su actividad como pintor, sino también por su
labor como director de la Academia Provincial de Bellas Artes de Palma y como impulsor
del mercado artístico, al ser el creador del Fomento de la Pintura y Escultural. Como pintor
iba a ejercer un importante papel en la renovación de los lenguajes plásticos de entonces.
Sus viajes al exterior (París y Londres), hacia 1869.1871, le ponen en contacto con el arte
internacional, trayendo, a su regreso a Mallorca, nuevas experiencias que supondrían
serios cambios en el panorama pictórico, inaugurando nuevas tendencias estilisticas e
iconográficas. La introducción del cuadro de género y exótico y la revitalización del paisaje
iban a ser algunas de sus experiencias más notables, pero sobre todo interesaba su
preocupación por la forma, especialmente la luz y el color, elementos que iban a
convertirse en punto importante de investigación de casi todos los pintores locales.
Hemos de tener en cuenta que hacia la mitad de siglo la pintura mallorquina estaba
marcada por la influencia de la Academia Provincial de Palma, la cual seguía con el
academicismo clasicista que había marcado la primera mitad de siglo2. Ello había
engendrado un tipo de pintura que evolucionaba lentamente, casi fosilizada, al igual que
la propia Academia. La obra de Anckermann presenta una gran complejidad, tanto
estilística como iconográfica, ya que cultiva diversas tendencias y géneros pictóricos
simultáneamente a lo largo de su vida: pintura de historia, decoración mitoalegórica,
pintura anecdótica, retrato, paisaje, etc. Es de alguna manera el máximo exponente del
eclecticismo mallorquín de la segunda mitad, aunque también se integra dentro del
realismo, pero reducido éste al género de paisaje. A partir de aquí es imposible dar una
visión analítica global de toda su actividad en un artículo, por lo que hemos optado por
abordar una de sus directrices más sobresalientes y a la vez menos conocidas de su
producción pictórica: su acercamiento al paisaje.
La crisis de 1900
En el 1900 la gran vastedad del mundo se reducía al continente europeo. Esta
Europa que ejercía un poder tan influyente y que poseía tan gran confianza en sí misma,
se había constituido en un lapso no superior a un centenar de años, recuerda Martin
Gilbert. El inicio del siglo xx encuentra un mundo dominado por Europa pero a la vez en su
punto de quiebre hacia el debilitamiento de su gravitación en los asuntos internacionales
y el surgimiento de nuevos actores no europeos.
Luego de la Primera Guerra Mundial, se evidencia un debilitamiento del poder europeo y
el orden internacional configurado con los Tratados de Paz y garantizado por la Sociedad
de Naciones no aportaba la estabilidad necesaria a la Europa de pos guerra. Las potencias
derrotadas en especial Alemania manifestaban una clara voluntad revisionista»15. Si bien
se vive un corto periodo de distensión en Europa, basada en un esquema de seguridad
colectiva, esta paz era precaria y seguía dependiendo de la actitud de las grandes
potencias y de la coyuntura económica. El periodo entre guerras duró veinte años sin
estar exento de tensiones y crisis, las que dan lugar a la Segunda Guerra Mundial cuyo
origen es fundamentalmente europeo, aunque se convierte en mundial cuando EE.UU. y
Japón entran al conflicto.
A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la guerra fría, las
grandes potencias europeas dominantes perdieron poder relativo y surgieron en el
panorama mundial las llamadas superpotencias: la URSS y los Estados Unidos en una era
marcada por la disuasión nuclear. Europa occidental aparece en este contexto como
integrante del bloque liderado por EE.UU. y Europa Oriental como zona de influencia de la
URSS. Como señalan Pearson y Rochester, «en la práctica, estos países dependían de los
Estados Unidos y de la Unión Soviética en materia militar y económica. La dependencia en
estos dos campos será señal ineludible de un debilitamiento de las grandes potencias
europeas.