Historia de La Filosofia-03-Sofistas y Socrates
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1 Los griegos, ya desde los tiempos de los presocráticos, habían viajado y conocido numerosas culturas. Jenófanes, por ejemplo, había afirmado que
cada pueblo tiene dioses a su imagen y semejanza. Herodoto, por otra parte, narra una anécdota ilustrativa al respecto: “Tras su coronación, Darío se
dirigió a los griegos que estaban presentes y les preguntó por cuánto dinero aceptarían comerse los cadáveres de sus padres. Ellos respondieron
que no lo harían por nada del mundo. A continuación, Darío llamó a unos indios llamados colatios que se comen a sus muertos… y les preguntó por
cuánto dinero aceptarían quemar los cadáveres de sus padres. Estos, a gritos, le pidieron que no dijera cosas impías. Son costumbres establecidas y
creo que Píndaro acertaba al decir que la costumbre reina sobre todos” (Herodoto, Libro III)
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Historia de la Filosofía – 2º Bachiller – IES Pedro Soto de Rojas - 03 – El giro antropológico: los Sofistas y Sócrates
de las normas morales responden a esta definición de convencionalidad y se preguntarán por qué existen tales leyes, a
quién benefician y qué intereses puede haber en la implantación de una ley sobre otra (o de las leyes en sí mismas).
- Un relativismo político. En esta ocasión, fruto directo del relativismo moral. c) Un relativismo gnoseológico. Los
sofistas dudaron del conocimiento que hasta entonces se tenía por bien fundamentado y consideraron la posibilidad de
que todo fuese opinión. Esto les llevó a rechazar la distinción entre realidad y apariencia, la consideración de que
“detrás” del mundo que nos ofrecen los sentidos existen “esencias” o “realidades fundamentales”.
No obstante todas estas consideraciones son el marco general en el que se agrupan los sofistas, a partir de los
cuales afirmaron cada uno distintas opiniones sobre el mundo, el hombre, la sociedad. Los sofistas no eran
“relativistas” en sentido estricto, tal y como se entiende ese término habitualmente en filosofía, pero sin duda en
comparación con Sócrates y con Platón, que es la forma en la que se les suele presentar, representan un ataque
evidente a cualquier absoluto, ya sea la “verdad absoluta” o el “bien absoluto” o concepciones similares.
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me aparecen a mí y son para ti tal y como te aparecen a ti, puesto que eres hombre tú y hombre yo?” ( Teeteto); y más adelante
observamos que el relativismo puede ser con respecto al individuo o con respecto a una comunidad: “ Aquellas cosas
que parecen justas y honorables a cada ciudad son justas y honorables para ella mientras piense que lo son.” En
estas afirmaciones se está identificando el ser con las apariencias. Protágoras se aleja de la búsqueda de “esencias”
tal y como pretendía Sócrates. Esta concepción tiene consecuencias prácticas en la manera de entender la educación,
pues no olvidemos que Protágoras era un maestro. Por medio de la comparación con la labor de un médico, la
enseñanza es, no la búsqueda de la verdad (pues ya hemos dicho que esta es relativa), sino la de la utilidad: “ De igual
modo, con la educación ha de procurarse el cambio del estado peor al mejor. Ahora bien, mientras el médico
produce el cambio mediante fármacos, el sofista lo produce mediante discursos.”
Destacan, como método, en Protágoras las antilogias, una especie de “doble razonamiento” por el cual se
negaban las esencias inmutables y se argumentaba a favor y en contra de una afirmación en función de la persona a
quien le afectaba esa afirmación. Por ejemplo: “Que se rompan las cerámicas es malo para los demás, bueno para el
ceramista. Que se rompan y agujereen los zapatos es malo para los demás, bueno para el zapatero.” Este tipo de
argumentos chocan con preguntas esencialistas del tipo “¿Qué es lo bueno?”, que dan a entender que lo bueno es algo
inmutable e independiente de las circunstancias.
Esta forma de entender la educación (y la política, pues la búsqueda de lo mejor también es la labor del
político), queda patente el carácter convencional del nomos, de las normas (cómo va a considerar Protágoras naturales
las leyes si él mismo se encargó de redactar una constitución).
Para Protágoras, la naturaleza ha dotado al hombre de ciertas capacidades, pero estas no son suficientes y el
ser humano las complementa con la cultura (utiliza el mito de Prometeo), que supone un orden y un acuerdo para
impedir la violencia mutua de las personas entre sí. Lo que lleva a plantear: si las normas son creadas ¿a quién
favorecen?, ¿en interés de qué individuo o grupo se han instaurado esas normas? La respuesta de Protágoras es que
las normas benefician a todos. No será esa postura la más común entre los sofistas, entre los cuales cubrirán todas las
valoraciones posibles de la ley frente a la naturaleza.
╠►Gorgias de Leontinos (485-380 a. C.) Gorgias fue enviado a Atenas para solicitar ayuda en la guerra
contra Siracusa. Una vez allí, su fama como orador se extendió rápidamente. Sócrates imitaba su estilo de oratoria.
Murió en Tesalia, con más de 100 años. Sexto Empírico recoge un fragmento del libro de Gorgias (“Sobre el no-
ser”): “En el libro titulado Sobre el no-ser o Sobre la naturaleza desarrolla tres argumentos sucesivos. El primero es que nada
existe; el segundo, que aunque exista es inaprensible para el hombre; y el tercero, que, aun cuando fuera cognoscible, no puede
ser comunicado ni explicado a otros.”
Esta postura es opuesta a la de Parménides, y la base de la argumentación de Gorgias es la constatación de
que las palabras y la realidad no guardan una correspondencia; con las palabras no expresamos la realidad sino
nuestras experiencias subjetivas. La realidad, en definitiva, no es ni cognoscible ni comunicable: “Pues el medio con el
que comunicamos las cosas es la palabra, y el fundamento de las cosas así como las cosas mismas no son palabras. En
consecuencia no son las cosas lo que comunicamos a los demás, sino la palabra que es diversa de las cosas que existen. Al igual
que lo visible no puede hacerse audible ni tampoco a la inversa, así también, puesto que lo que es tiene su fundamento fuera de
nosotros, no puede convertirse en palabra nuestra. Y, al no ser palabra, no puede ser revelado a otro. ”
Gorgias llega con esta doctrina a un relativismo total, negando cualquier tipo de verdad objetiva así como de
norma moral. Ahora bien, aunque la palabra no sirva como medio de expresión de la realidad, es importantísima
como medio de control y de manipulación. En la obra “Encomio de Helena” (cuya atribución a Gorgias es dudosa) se
lee: “La palabra tiene un enorme poder. A pesar de que su cuerpo es diminuto e invisible, lleva a cabo las más diversas
empresas: es capaz, en efecto, de apaciguar el miedo y de eliminar el dolor, de producir la alegría y de excitar la compasión .”
Lo que le interesa a Gorgias es el poder de la palabra, poder que puede ser usado para las cosas más diversas
y al servicio de los intereses más dispares, si bien esa cuestión queda en manos de cada hablante.
╠►Pródico de Ceos (aprox. 460 a.C.) Fue un experto en el arte de triunfar en la política y un maestro
del lenguaje (Sócrates, más jóven que el sofista, asistió a sus clases). Es el autor de la fábula “La encrucijada de
Heracles”, una representación de la elección entre la vida virtuosa, caracterizada por la sencillez y la austeridad, y la
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vida ociosa y placentera, representadas respectivamente por la encarnación de la Virtud y el Vicio ambas en forma
femenina. La elección de Pródico será la de la virtud.
Pródico sostiene una teoría naturalista sobre el origen de la religión: " los antiguos consideraron como dioses al
sol y a la luna, a los ríos, a las fuentes y, en general a todas aquellas cosas que son útiles para nuestra vida, en la medida en que la
ayudan, igual que los egipcios deifican al Nilo " (Sexto Empírico)
╠►Hipias Fue un sofista caracterizado por un conocimiento enciclopédico (astronomía, historia,
matemática, poesía, filosofía, geometría, etc.) y por el uso de diversos estilos y formas de expresión (discurso,
tragedia, ditirambo, etc.) 2 al texto que podríamos denominar “científico”.
Hipias, en la contraposición entre physis y nomos, se decanta por la naturaleza. Esto no quiere decir que
Hipias conceda mayor importancia a cada uno de los individuos en su diferencia o naturaleza particular, naturaleza
propia que chocaría con las convenciones sociales en función de cada cual, sino que Hipias destaca la naturaleza
común y subyacente a todos los seres humanos, más allá de las desigualdades que hemos ido creando nosotros
mismos con el paso del tiempo (desigualdad en la riqueza, el status, etc.) pero que en nada se corresponden con el
fondo común de la humanidad. Esta visión de la naturaleza y de lo convencional se refleja en las leyes humanas.
Dichas leyes no pueden pretender la universalidad y, en caso de ser necesario, pueden ser modificadas. Existen, no
obstante, leyes divinas que, como puede ser el caso de la veneración a los dioses y el honrar a los padres, se dan en
todas las culturas y sí tienen pretensión de universalidad, encontrándose por encima, o por debajo, de la cultura y sus,
podríamos llamarlas, ficciones.
╠►Trasímaco, Glaucón y Calicles Estos tres sofistas reflexionaron acerca de la naturaleza del
nomos y de la ley y, aunque sus afirmaciones puedan parecer contradictorias, están íntimamente unidas y sus
doctrinas revelan las caras opuestas de una misma moneda.
Trasímaco afirma que el nomos no es más que el interés de los más fuertes, es decir, de aquellos que
detentan el poder y señala que el justo (el que respeta la ley, el que no soborna ni engaña, etc.) sale siempre
perjudicado, mientras que el injusto obtiene siempre beneficio: “La injusticia, cuando alcanza el nivel suficiente, es más
fuerte, más libre y más dominadora que la justicia y, como decía ya desde el principio, lo justo resulta ser lo que conviene al más
poderoso mientras que lo injusto es lo que aprovecha y conviene a uno mismo.”
Glaucón retoma este punto de vista e imagina una situación hipotética para argumentar que el único motivo
por el cual los hombres obedecen a la justicia es por miedo a ser perjudicados. Sin embargo, si cualquiera de aquellos
que habitualmente se comportan de forma justa pudiese volverse invisible y sus acciones pasar desapercibidas:
“sorprenderíamos al hombre justo siguiendo los mismos pasos que el injusto y yendo a parar a lo mismo, movido por un egoísmo
insaciable cuya satisfacción persigue, como algo bueno, toda naturaleza por más que ésta sea obligada violentamente por la ley
a respetar la igualdad.” En Glaucón es clara la distinción entre naturaleza y cultura.
Calicles afirma que el nomos satisface a los débiles: “y es que, pienso, los que imponen las leyes son la mayoría,
los hombres débiles. Para sí mismos y para provecho propio establecen las leyes e instituyen qué ha de elogiarse y qué ha de
vituperarse… Pienso, en efecto, que se sienten satisfechos si poseen lo mismo que los fuertes, aun valiendo menos .” Esta
transmutación de los valores, efectuada por la envidia que los débiles sienten ante los fuertes (como analizará
Nietzsche) puede parecer opuesta a la afirmación de Trasímaco de que la ley favorece al fuerte, pero esta aparente
contradicción queda disuelta cuando observamos que se están utilizando los términos justo e injusto, o fuerte y débil,
en distintos sentidos y niveles. Así, se habla de lo justo en relación a la ley o de lo justo en sentido absoluto. En el
caso del fuerte y el débil convendría aclarar si se habla de un individuo o de una colectividad (por ejemplo, en el caso
de Calicles, los individuos débiles, al unirse, y por ser mayoría, pasan a tener más fuerza que el conjunto de los
individuos fuertes, pero no por ello dejan de ser débiles individualmente. Una vez que los débiles han instaurado la
ley a su conveniencia han dejado de ser débiles y, como decía Trasímaco, la ley estará favoreciendo a los “fuertes”).
Antifonte defiende que lo que mueve al ser humano, por naturaleza, es el hedonismo y la búsqueda del
placer. El nomos, en cambio, se opone en ocasiones a dicha búsqueda. Así pues, hay un bien y un mal relativo a la
naturaleza y un bien y un mal en relación con lo que dictan las leyes. Antifonte considera que ir en contra de la
2 Semejante compendio de conocimientos fue puesto por escrito en su gran obra Synagogé .
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naturaleza es siempre un mal, mientras que seguir sus dictados es siempre un bien. En cambio transgredir la ley no es,
de suyo, un mal, siempre y cuando uno no sea descubierto y castigado por ello. A esta crítica a la supuesta virtud de
la ley se suma el hecho de que, en ocasiones, obedecer la ley supone dañar a otras personas y, aunque se obedeciese
en todo a la ley, ésta no es capaz de protegerle a uno con total seguridad.
Esta postura contiene varias críticas al nomos: por un lado parece eliminar la espontaneidad propia de la vida
que se rige conforme a la naturaleza, por otra parte, no representa una alternativa a la conducta natural porque no
garantiza la satisfacción de los impulsos vitales y el ideal de justicia, que podría formularse de la siguiente forma: “
no hacer daño a los demás ni recibir daño de ellos.” Un ideal humanitario que señala además las antinaturales
distinciones que el nomos establece entre los seres humanos: “Solemos ensalzar a quienes proceden de familia ilustre y no
ensalzar ni respetar a quienes no proceden de familia ilustre. En esto nos portamos entre nosotros como los bárbaros, ya que
todos somos por naturaleza iguales, tanto los bárbaros como los griegos.”
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Sócrates no escribió nada (consideraba que su mensaje debía comunicarse a través de la palabra viva, el
diálogo y la oralidad dialéctica), pero sus discípulos pusieron por escrito una serie de doctrinas que se le atribuyen.
Esas doctrinas, sin embargo, a menudo no coinciden y, a veces, incluso se contradicen. Aristófanes caricaturiza a
Sócrates en Las Nubes, y Platón idealiza a Sócrates, y lo convierte en portavoz de sus propias doctrinas. Así pues, es
difícil determinar qué es lo que pertenece efectivamente a Sócrates y qué corresponde a reelaboraciones de Platón.
Por su parte, Jenofonte presenta a un Sócrates a escala reducida, con rasgos que a veces rozan lo superficial; y.
Aristóteles habla de Sócrates de forma ocasional; pero con frecuencia sus afirmaciones son las más objetivas, aunque
no fue contemporáneo suyo (y para el caso de Sócrates tal punto parece fundamental).
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3 Al respecto comenta W. Jaeger: «Solamente el sabio, que ha aplastado a los monstruos salvajes de las pasiones que se agitan en su pecho, es
realmente suficiente para sí mismo: se encuentra lo más cerca posible de la divinidad, del ser que no tiene la necesidad de nada».
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feliz cuando está ordenada, es decir, cuando es virtuosa. «En mi opinión -dice Sócrates-, quien es virtuoso. ya sea hombre o mujer, es
feliz, el injusto y el malvado son infelices .» Al igual que la enfermedad y el dolor físico es un desorden del cuerpo, la salud del
alma consiste en su orden y este orden espiritual y esta armonía interior constituyen la felicidad.
Según Sócrates, el hombre virtuoso entendido en este sentido «no puede padecer ningún mal ni en la vida ni en la
muerte» . En la vida no, porque los demás pueden dañar sus posesiones o su cuerpo, pero jamás arruinar su armonía
interior y el orden de su alma. Tampoco después de la muerte, porque si hay un más allá, el virtuoso obtiene un
premio; si no lo hay, ya ha vivido bien esta vida, y el más allá es como un ser en la nada. Pero, en cualquier caso,
Sócrates cree con firmeza que la virtud logra su auténtico premio en sí misma, de manera intrínseca, es decir,
esencial, y que vale la pena ser virtuoso, porque la virtud en sí misma es ya un fin. De acuerdo con Sócrates, el
hombre puede ser feliz en esta vida, cualesquiera que sean las circunstancias en que le toque vivir y cualquiera que
sea su destino en el más allá. El hombre es el verdadero artífice de su propia felicidad o infelicidad.
4 Los presocráticos ya habían interiorizado este concepto. Heraclito había escrito que «el carácter moral es el verdadero demonio del hombre y la
felicidad es muy distinta de los placeres», y Demócrito que «la felicidad no reside en los bienes externos, el alma es la morada de nuestro destino».
5 Platón puso en boca de Sócrates esta profecía: «Yo os digo, ciudadanos que me habéis matado, que sobre vosotros recaerá una venganza
inmediatamente después de mi muerte, una venganza mucho más grande que la que vosotros os habéis tomado al matarme. Hoy vosotros habéis
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La estructura del método socrático (dialéctica) coincide con el dialogar mismo, y consta de dos momentos:
la refutación y la mayéutica. Para llevarlo a cabo, Sócrates se valía del disfraz del «no saber» y de la temidísima
arma de la ironía.
IV.8.1.- El «no saber» socrático Los sofistas asumían la soberbia actitud del que todo lo sabe; Sócrates, al
contrario, se coloca ante su interlocutor en situación del que no sabe y del que tiene que aprenderlo todo. Sin
embargo, este «no saber» socrático ha provocado muchas confusiones (algunos han visto en él comienzo del
escepticismo). En realidad, quería ser un planteamiento de ruptura a) con respecto al saber de los naturalistas, que se
había revelado como vacío; b) con respecto al saber de los sofistas, que con demasiada frecuencia se había revelado
como simple sabihondez, y c) con respecto al saber de los políticos y de los cultivadores de las diversas artes, que
casi siempre se revelaba como algo inconsistente y acrítico.
IV.8.2.- La ironía socrática La ironía es la característica peculiar de la dialéctica socrática, no sólo
desde un punto de vista formal, sino también desde una perspectiva substancial. En general «ironía» significa
«simulación». En nuestro caso específico indica el juego bromista, múltiple y diverso, de las ficciones y estratagemas
utilizadas por Sócrates para obligar a su interlocutor a dar razón de sí mismo 6. Lo jocoso siempre está en función de
un objetivo serio y por tanto siempre es metódico.
A veces en sus simulaciones irónicas Sócrates fingía adoptar como propios los métodos de su interlocutor,
sobre todo si éste era hombre culto y en particular si era filósofo. A continuación se dedicaba al juego de exagerarlos
hasta límites caricaturescos, para después invertirlos con la lógica peculiar de dichos métodos, de forma que se
hiciese patente la contradicción. Por debajo de los distintos disfraces que Sócrates iba utilizando siempre se veían no
obstante los rasgos del disfraz esencial, al que antes hemos aludido: el no saber, la ignorancia. Se puede afirmar que
en el fondo los disfraces de la ironía socrática no eran más que variantes de un disfraz básico, que -a través de un
multiforme y habilísimo juego de ocultaciones- acababa siempre por reaparecer.
IV.8.3.- La refutación y la mayéutica socráticas La refutación (elenchos) constituía en cierto sentido la
pars destruens del método, es decir, la fase durante la cual Sócrates llevaba al interlocutor a reconocer su propia
ignorancia. Obligaba a definir el tema sobre el cual versaba la indagación; después profundizaba de distintas maneras
en la definición ofrecida, explicitando y subrayando las carencias y las contradicciones que implicaba; exhortaba a
intentar una nueva definición y mediante el mismo procedimiento la criticaba y la refutaba; continuaba actuando de
este modo hasta llecar al momento en que el interlocutor se declaraba ignorante.
A los sabihondos, a los mediocres, la discusión les provocaba irritación o reacciones aún peores. En los
mejores, en cambio, la refutación servía para purificar de las falsas certidumbres, esto es, para purificar de la
ignorancia, con lo que Platón podía escribir a este respecto: «Con relación a todas estas cosas... debemos afirmar que la
refutación es la mayor, es la purificación fundamental, y quien no se haya beneficiado de ella, aunque se trate del Gran Rey, no
puede ser considerado de otra forma que como impuro con las impurezas más graves, carente de educación y lleno de fealdad,
precisamente en aquellas cosas en relación con las cuales convenía que estuviese purificado y que fuese hermoso en el máximo
grado, alguien que hubiese querido de veras ser un hombre feliz.»
La segunda etapa del método dialéctico. Para Sócrates, el alma sólo puede alcanzar la verdad si está preñada
de ella (él se declaraba ignorante y negaba con decisión el estar en condiciones de comunicar a los demás un saber, o
por lo menos, un saber constituido por unos contenidos determinados). Pero al igual que la mujer que está
embarazada necesita de la comadrona para dar a luz, también el discípulo que tiene el alma encinta por la verdad
requiere una especie de comadrona espiritual, que ayude a que la verdad salga a la luz, y en esto consiste la
mayéutica socrática 7.
IV.9.- Conclusiones acerca de Sócrates
hecho esto con la esperanza de liberaros de tener que rendir cuentas de vuestra vida; y en cambio, os pasará todo lo contrario: os lo profetizo. No
sólo yo. muchos otros os pedirán cuentas: todos aquellos que hasta hoy yo detenía y en los que vosotros no reparabais. Y serán tanto más
obstinados, cuanto más jóvenes son y cuanto más los desdeñáis vosotros. Porque si pensáis, matando a hombres, impedir que alguien os eche en
cara vuestro vivir no recto, no pensáis bien. No, no es éste el modo de liberarse de aquéllos; ni es posible en absoluto, ni es hermoso; existe, empero,
otra manera hermosísima y facilísima, no quitarle al otro la palabra, sino más bien esforzarse por ser cada vez más virtuoso y mejores.»
6 «Con la broma -ha escrito H. Maier- Sócrates quita cierta máscara a las palabras o a los hechos, se muestra como entrañable amigo de su
interlocutor, admira la capacidad y los méritos de éste, le pide consejo o instrucción, y así sucesivamente. Al mismo tiempo, empero, y para quien
observe el proceso con más profundidad, se cuida de que la ficción resulte transparente».
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El discurso socrático aporta grandes hallazgos y novedades, pero deja abiertos una serie de problemas. En
primer lugar su razonamiento acerca del alma, que se limitaba a determinar la obra y la función que ejercía (el alma
es aquello por lo cual somos buenos o malos), exigía una profundización: si se sirve del cuerpo y lo domina, quiere
decir que es diferente del cuerpo; quiere decir que ontológicamente se distingue de él. Y entonces, ¿qué es? ¿Cuál es
su ser? ¿En qué se diferencia del cuerpo?
Respecto a las aporías del intelectualismo socrático, hay que señalar que el saber socrático no es algo vacío,
puesto que tiene como objeto la psyche y el cuidado de la psyche, y puesto que uno se puede cuidar de la psyche por
el mero hecho de despojarla de las ilusiones del saber y conducirla a la aceptación del no saber. Sin embargo, es
cierto que deja la impresión de que se está evadiendo o de que se queda bloqueado a medio camino. Y es cierto
asimismo que en la forma que asumía el discurso socrático sólo tenía sentido en boca de Sócrates. respaldado por la
fuerza irrepetible de su personalidad. Contra las simplificaciones efectuadas por las escuelas socráticas menores, será
Platón quien tratará de otorgar un contenido preciso a ese saber, estableciendo primero de un modo genérico que su
objetivo supremo era el bien, y a continuación intentando atribuir a este bien una dimensión ontológica, mediante la
construcción de una metafísica.
La ilimitada confianza socrática en el saber, en el logos en general (y no sólo en su contenido particular), se
ve conmocionada por los problemáticos resultados de la mayéutica. El logos socrático, en último término, no está en
condiciones de lograr que todas las almas den a luz la verdad, sino sólo aquellas que están encintas. Admitir esto
posee múltiples implicaciones que, sin embargo, Sócrates no sabe ni puede explicitar: el logos y el instrumento
dialógico que se basa por completo en el logos no son suficientes para producir la verdad o, por lo menos, para lograr
que se la reconozca y que se viva de acuerdo a esa verdad.
Una última aporía aparece al observar el provincianismo de Sócrates. Presenta su mensaje a los atenienses y
parece confinarlo a los estrechos límites de la ciudad. No está dirigido (de modo manifiesto) a todos los griegos y/o a
toda la humanidad. Al considerar que la esencia del hombre reside en el alma, que la auténtica virtud se halla en el
conocimiento o que los principios básicos de la ética consisten en el autodominio y en la libertad interior,
necesariamente debería conducir a proclamar la autonomía del individuo como tal. Serán los socráticos menores
quienes formularán en parte dichas deducciones y habrá que esperar a los filósofos de la época helenística para que se
expliciten de un modo adecuado.
7 Platón describe de este modo la mayéutica: Ahora bien, mi arte obstétrico se asemeja en todo lo demás al de las comadronas, salvo en esto, en que
trabaja con los hombres y no con las mujeres, y atiende a las almas parturientas y no a los cuerpos. Y mi mayor capacidad consiste en que, a través
de ella, logro discernir con seguridad si el alma del joven da a luz un fantasma y una mentira, o bien algo vital Y real. Porque tengo esto en común
con las comadronas, que también yo soy estéril ( ... ) de sabiduría; y el reproche que tantos me han formulado ya, de que interrogo a los demás, pero
jamás manifiesto yo mismo cuál es mi pensamiento acerca de ningún tema, ignorante como soy, es un reproche justificadísimo. Y la razón consiste
en esto precisamente, en que el Dios me obliga a actuar como partero, pero me prohibió engendrar. En mí mismo, pues, no soy nada sabio, ni de mí
ha surgido ningún descubrimiento sabio que haya sido engendrado por mi espíritu; en cambio, aquellos que aman estar a mi lado, aunque al
principio parezcan algunos de ellos completamente ignorantes, más adelante todos ellos si continúan frecuentando mi compañía, extraen de ella un
provecho extraordinario, siempre que el Dios se lo permita, como lo comprueban ellos mismos y los demás. Y está claro que de mí no han aprendido
nada, sino únicamente en sí mismos han hallado y engendrado muchas y hermosas cosas; sin embargo, el haberlos ayudado a engendrar, éste sí es
el mérito que corresponde al Dios y a mí.
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y aquí se muestra más claramente la influencia de Sócrates, valoraba la independencia, el valor ante el dolor y la
amistad. De esta manera, podemos entender que afirmase que “prefería ser un mendigo que un inculto, porque el
mendigo sólo carece de dinero, pero el inculto está privado de humanidad”.
- ● La escuela Megárica, representada fundamentalmente por Euclides de Megara, quien, en una visión
parecida a la de Parménides, identificó el bien con el Uno. A esta escuela pertenecieron igualmente Estilón de
Megara, que negó las Ideas platónicas y que basaba en un peculiar estado de ánimo, la apatía, el bienestar humano, y
Fedón, uno de los discípulos favoritos de Sócrates cuyo nombre da título a uno de los diálogos platónicos más
conocidos. Fedón, natural de Elis, fundó un círculo de amigos del cual formó parte Menedemo, quien continuaría a su
vez enseñando en Eretría.
● La escuela cínica. En esta escuela podemos distinguir dos “generaciones” de pensadores. En la primera
destaca fundamentalmente su fundador, Antístenes (436-366 a. C.), quien continuó el escepticismo radical de Gorgias
al afirmar que acerca de las cosas nada se puede decir, sólo se las puede nombrar. Su punto de vista queda reflejado
en el diálogo platónico El sofista: “Hablamos del hombre y le aplicamos muchos otros nombres atribuyéndole colores,
formas, tamaños, defectos y virtudes. En todos estos casos no sólo decimos que es hombre, sino también que es bueno y otras
muchas cosas más. Con lo cual yo creo que preparamos un buen festín para los jóvenes y para los mayores que llegaron tarde a
estas enseñanzas. Pues cualquiera comprende directa o rápidamente que es imposible que lo múltiple sea uno y que lo uno sea
múltiple y, con seguridad, ellos se alegran de que no se permita afirmar que el hombre es bueno, pues lo bueno es bueno, y el
hombre es hombre.” En el plano ético, Antístenes, al igual que Sócrates, consideraba que la virtud puede enseñarse y
que es lo más importante en la vida, por encima de la riqueza, la familia y lo que comúnmente se consideran bienes.
En la segunda “generación” de pensadores cínicos encontramos a filósofos tales como Diógenes de Sínope y
Crates de Tebas, que promulgaron una vuelta a la naturaleza para lograr una autonomía absoluta, aunque supusiese
renunciar a la vivienda y a otros beneficios de la sociedad. Llevaron a cabo una crítica de la cultura por considerar
que ésta no es sino un conjunto de prejuicios interesados. Por ejemplo, criticaron la idea de patria, pues los cínicos se
consideraban “ciudadanos del mundo”, puesto que “el único, verdadero Estado es el mundo entero.”
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