Tedesco. El Estado y La Educacion
Tedesco. El Estado y La Educacion
Tedesco. El Estado y La Educacion
en la Argentina
(1880-1955)
Diana Cricelli
Diseño de interior y cubierta
Estudio ZkySky
Maqueta de colección
ISBN 978-987-3805-54-7
Capítulo IV
El Estado y la educación
e xisTe enTre los auTores que se han oCupado de este período de la historia
argentina un relativo consenso en el sentido de enfatizar el papel que el Estado
jugó en el proceso de desarrollo iniciado en la segunda mitad del siglo XIX.
En la obra de Ferns o en la de Gallo y Conde, por ejemplo, se ha sostenido con
justeza que la participación del Estado en las gestiones para la obtención de
préstamos, la ampliación de tierras productivas disponibles (conseguida a tra-
vés de la lucha contra el indio), el crecimiento del comercio exterior, etc., fue
crucial para el desarrollo obtenido. Los autores coinciden también en que este
desarrollo fue paralelo a la consolidación del sector terrateniente, en la medida
en que toda esa política favoreció, por encima de cualquier otra consideración,
a dicho sector.
Si bien el peso político de los sectores rurales fue decisivo, fueron abogados
y –en menor medida– médicos, quienes se ocuparon de las tareas de gobierno.
Los terratenientes –en cambio– permanecieron como grupo decisivo en cuanto
a la presión para orientar las decisiones, especialmente las de tipo económico.
Sergio Bagú caracterizó a este sector señalando que muy pocos de ellos parti-
cipaban en forma directa de la gestión política, aunque casi todos tenían trato
con los hombres de gobierno.1 Esta profesionalización de la actividad política
permitió el desarrollo cada vez mayor de cierta autonomía de la élite dirigente
con respecto a los sectores sociales sobre los que se apoyaba, autonomía que se
acentuó significativamente por dos características importantes de la vida polí-
tica argentina de esa época: la concentración progresiva del poder y la carencia
de mecanismos efectivos para lograr la participación de la población en la esfera
de las decisiones.
1. BAGÚ, Sergio, Evolución histórica de la estratificación social en la Argentina, Buenos Aires, Universidad
de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Sociología, 1961.
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2. ALBERDI, Juan Bautista, Obras escogidas, t. I, Buenos Aires, Luz del Día, 1952-1954.
3. Milcíades PEÑA, en su artículo sobre la Revolución del Noventa, cita el caso de Victorino de la Plaza,
quien, en su calidad de funcionario gubernamental, ofrecía sus servicios a la casa bancaria del barón
Emile de Erlanger, de París, y solicitaba, como retribución a sus servicios, la cuarta parte de los bene-
ficios que él obtuviera en las operaciones (PEÑA, Milcíades, La era de Mitre; de Caseros a la Guerra de
la Triple Infamia, Buenos Aires, Editorial Fichas, 1968, p. 4).
.
4 Una caracterización intuitiva, pero muy aguda, del unicato, es la ofrecida por Juan Balestra: «[...]
Pero el unicato, al confundir en el presidente las calidades de autoridad y de caudillo, lo entregaba
inerme al asalto de los políticos. No podía castigar los abusos con autoridad, quien debía encubrirlos
como aparcero; ni podía negar el presidente lo que el caudillo tenía que prometer. Así llegó a trans-
formarse en una providencia grotesca, encargada de tramitar las ambiciones, ocultar las rencillas y
hasta arreglar las trampas de sus amigos. Bajo la apariencia de un amo se había creado un prisio-
nero; tras de cada entusiasmo estaba el pedido; y tras de cada favor irregular se preparaba como
un humano un desagradecido y muchos descontentos; el prestigio del sistema se mantenía con el
desprestigio del presidente» (BALESTRA, Juan, El noventa: una evolución política argentina, Buenos
Aires, Roldán, 1934).
5. DE LA FUENTE, Diego, Prólogo al Censo Nacional de 1869, p. XXXVIII.
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6. MABRAGAÑA, Heraclio, Los mensajes. Historia del desenvolvimiento de la Nación Argentina redactada
cronológicamente por sus gobernantes. 1810-1910, Buenos Aires, Compañía General de Fósforos, 1910,
p. 201.
7. WEFFORT, Francisco C., «Clases populares y desarrollo social», en Revista Paraguaya de Sociología,
año 5, n° 13, Asunción, diciembre de 1968.
8. BROOKOVER, Wilbur B., Sociología de la educación, Lima, Universidad de San Marcos, 1964, p. 68.
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9. Consejo Nacional de Educación, Cincuentenario de la ley 1420, t. I, Debate parlamentario, Buenos Aires,
1934, p. 14. Todas las citas del debate de esta ley pertenecen a esta edición, que será mencionada en
adelante como Debate parlamentario.
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Por muy paradójico que esto pueda parecer, los liberales aparecieron como los
negadores de la autonomía de la educación y los católicos como sus defensores
fervorosos. Esta impresión se acentuó cuando intervino en el debate el minis-
tro de Instrucción Pública, Eduardo Wilde, afirmando que, en su opinión, todo
el personal debía ser nombrado exclusivamente por el Poder Ejecutivo.11 Si bien
esta postura fue rechazada, en su conjunto todas las posiciones representaron
un paso atrás en lo que respecta al problema de la autonomía, especialmente
si se considera la legislación existente en esos momentos en la Provincia de
Buenos Aires y las resoluciones del Congreso Pedagógico de 1882.
En la Provincia de Buenos Aires existía, desde 1875, una ley de educación
que establecía la elección popular de los miembros de los consejos de distrito.
La experiencia de este sistema no había sido, por cierto, muy positiva; la elección
popular se había practicado en muy raras ocasiones y con los vicios comunes
a toda elección en ese período, y el funcionamiento de los consejos había sido
muy deficiente desde el punto de vista de la participación popular efectiva. En
su Informe de 1877, Sarmiento afirmaba que los dos años de experiencia en este
aspecto dejaban mucho que desear.
que «[...] los constituyentes parece que no conocían nuestras poblaciones, que
no consultaron las condiciones económicas de la provincia y, en fin, que se enga-
ñaron creyendo que en materia de escuelas debía tenerse en cuenta el concurso
privado, sin que se contase con el fundamento de una legislación justa y sabia.
Hasta hoy, solo se debe a la iniciativa de los gobiernos cuanto se ha hecho sobre
educación pública. [...] La creación de los consejos escolares es pues un error de
la Constitución provincial que la ley de su reglamentación ha llevado más allá de
lo que permiten la conveniencia y el interés de las escuelas».13
Enfrentando precisamente este tipo de planteamiento, un grupo de congre-
sales intentó retomar el modelo estadounidense de organización escolar y ade-
cuarlo a la estructura local. Francisco Berra y José Pedro Varela –ambos uru-
guayos– sostuvieron una moción donde se establecía la conveniencia de separar
claramente la enseñanza del poder político.
13. LARRAÍN, Nicanor, «Legislación vigente en materia de educación común», en El Monitor de la Educa-
ción Común, n° 738, Buenos Aires, junio de 1934, pp. 105-106.
14. Ibíd., pp. 51-52.
15. Ibíd., p. 269.
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16. SARMIENTO, D.F., Obras completas, op. cit., t. XLVII, pp. 159-160 (bastardilla nuestra). Véase también
t. XII, pp. 155, 161 y ss.
17. Memoria presentada al Congreso Nacional de 1883 por el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción
Pública, Buenos Aires, Imprenta y Litografía La Tribuna Nacional, 1883, pp. XXXV-XXXVI (bastardilla
nuestra).
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La élite dirigente mantuvo, frente a objeciones de este tipo, una actitud pre-
tendidamente liberal. «Los gobiernos encargados de difundir la instrucción,
obligados a ello por el convencimiento y por la ley –decía Wilde en 1884– tie-
nen que permanecer como meros espectadores ante los males relativos y par-
ciales que ella engendra y deberán esperar, como espera la sociedad, que la
misma naturaleza del conflicto corrija sus defectos si alguna vez han de ser
corregidos».26
Una posición de este tipo, en realidad, no tiene nada de prescindente.
El Estado no fue indiferente a las orientaciones de la enseñanza y, como vimos en
los capítulos anteriores, participó activamente en la promoción de algunas y
en el desaliento de otras.
26. Memoria presentada al Congreso Nacional de 1884 por el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción
Pública, Buenos Aires, Imprenta y Litografía La Tribuna Nacional, 1884, pp. 166-167.