01 - Aprender A Leer y A Escribir
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MÓDULO 1
El enfoque que asumimos a la hora de explicar cómo aprenden los alumnos a leer
y a escribir se fundamenta en los tres pilares básicos que conforman este capítulo.
En primer lugar, admitimos que los alumnos pasan por una serie de secuencias o
estadios. En segundo lugar, desechamos el enfoque maduracionista para
aprender a leer y escribir que ha predominado en nuestras escuelas hasta hace
relativamente poco tiempo. En tercer lugar, defendemos un enfoque sociocultural
de acercamiento a la lectoescritura, al considerarlo una forma de comunicación
e interacción (posible y deseable) distinta a la oral.
Entendemos que uno de los modelos más admitido que describe la adquisición
de la lectura y la escritura es aquel cuya explicación se basa en el desarrollo de
una secuencia de etapas. A continuación, presentamos las etapas por las que
pasa el aprendiz para leer y escribir palabras. Nos vamos a centrar en los
procesos léxicos a partir del cual el alumno accede al significado de las palabras.
De hecho, han sido estos procesos los más estudiados por los investigadores.
Además, son los más importantes antes de adquirir otros procesos de nivel
superior (sintácticos o semánticos) y los primeros que se desarrollan en los
momentos iniciales de la adquisición de la lectura y la escritura.
En general, se acepta (Rueda, 1995; Cuetos, 2008; Jiménez y Ortiz, 1995) que
uno de los modelos más plausibles que explican las diversas etapas por las que
pasa un alumno en el aprendizaje de la lectura y escritura de palabras ha sido el
de Frith (1984, 1985 y 1989). Esta autora sostiene que, para llegar a convertirse
en lectoescritores hábiles, los niños pasan por tres etapas: etapa logográfica,
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Etapa logográfica
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leer, descubrió que estos niños decían correctamente lo que ponía. Sin embargo,
cuando se escribió esta palabra en un papel distinto al envoltorio original, los
niños no eran capaces de reconocer la palabra. Estos resultados demuestran
que los niños desde los tres años son capaces de reconocer que un conjunto de
signos gráficos representa a una palabra. Sin embargo, la estrategia logográfica
sería una forma de aprendizaje tan simple que incluso puede fallar cuando se
modifica algún rasgo irrelevante de la grafía o cuando se cambia el contexto de
presentación.
No obstante, a pesar del éxito en la defensa de esta etapa por gran parte de los
investigadores de la lectura, existen otros que se plantean si es obligatorio pasar
por la misma. Stuart y Colheart (1988) cuestionan la obligatoriedad de la etapa
logográfica, ya que muchos niños tienen habilidades fonológicas antes de
aprender a leer y pueden usarlas desde el inicio del aprendizaje lector. De forma
que esta etapa solo sería necesaria para aquellos niños con pocas habilidades
fonológicas que tratarían la lectura como una tarea de memoria visual.
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A pesar de las críticas que ha tenido esta etapa para ser considerada etapa
propiamente de lectura y escritura, lo cierto es que muchos niños han desarrollado
este tipo de estrategias en el hogar, antes de su entrada en la escuela como
consecuencia del contacto con lo impreso, con la lectura en voz alta de sus padres
y con todas aquellas actividades pseudo-escolares que, a modo de juego, realizan
los niños de forma natural en la familia. La continuación de estos juegos en la
escuela ha estado acompañada por una gran motivación del alumnado y sus
familias ante desempeños tan atrayentes. Este tipo de experiencias ha facilitado el
acceso de la lectoescritura a la siguiente etapa en la que deberá emplearse otra
estrategia más eficaz que la utilizada hasta el momento. De este modo, a medida
que va viendo la palabra escrita, irá discriminando con más detalle los principales
rasgos, tanto visuales como auditivos, y será capaz de ir tomando conciencia de
que el continuo flujo del habla puede segmentarse en unidades discretas que se
representan sistemáticamente utilizando un código.
Etapa alfabética
La etapa logográfica deja paso a otra que se caracteriza por una enseñanza
intencional del código en la que se desarrollan estrategias de codificación y
decodificación fonológicas. En esta segunda etapa, denominada alfabética, el
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Son numerosos los estudios que apoyan la hipótesis de que la ruta fonológica
es la primera en desarrollarse ya que el niño puede crear representaciones
fonológicas a partir de la aplicación de las reglas de correspondencia grafema-
fonema. Entre las investigaciones que apoyan esta tesis destacamos las de
Doctor y Colheart (1980), Reitsma (1984), Cuetos (1989) y Valle (1989). Estas
investigaciones demuestran la importancia que juega el desarrollo del
conocimiento fonológico en el aprendizaje inicial de la lectura y la escritura,
puesto que todo el desarrollo posterior implica automatizar los procesos de
codificación y decodificación que, de manera incipiente, tienen lugar en los inicios
del aprendizaje lectoescritor.
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Etapa ortográfica
Esta investigación es coherente con la afirmación de Frith (1989), para quien las
habilidades ortográficas experimentan un gran avance a partir de los siete u ocho
años, puesto que el alumno va afianzando los procesos automáticos de
decodificación (e incluso antes como hemos demostrado). Poco a poco va
aumentando el léxico visual al aumentar el repertorio de palabras a cuyo significado
podemos acceder muy rápidamente. Este léxico visual está constituido por un
conjunto de palabras muy conocidas, y leídas con anterioridad en numerosas
ocasiones, de tal suerte que existe una huella impresa en nuestra memoria, a la
que se acude cuando leemos, que nos va a permitir reconocer la palabra. Este
almacén o diccionario interno fue denominado por Treisman (1960) lexicón interno,
y se forma a partir de las impresiones visuales repetitivas de las palabras que dejan
su rastro en nuestra memoria. De esta forma, cualquier palabra que forme parte de
nuestro lexicón puede ser reconocida de una manera muy rápida mediante un
patrón de reconocimiento denominado sistema logogen (Morton, 1969, Miles y
Ellis, 1981), que recoge información acústica, visual y contextual de los estímulos
que recibe el lector. Por tanto, la función del logogen es recoger información que
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ayude al lector a reconocer la palabra, de tal forma que cuanta más información
reciba el logogen más posibilidad habrá de reconocer la palabra correctamente.
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Estos tres requisitos que se plantean para la lectura podrían aplicarse también a
la escritura, al compartir procesos comunes en los momentos iniciales, y
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Para una mejor sistematización, este apartado se dividirá en tres partes. En primer
lugar, se pretende clarificar el concepto de “madurez para el aprendizaje de la
lectura” desde el enfoque psicolingüístico y cognitivo. En segundo lugar, se
argumenta por qué se llegó a un concepto maduracionista del aprendizaje de la
lectura. Y finalmente, se exponen algunas de las conclusiones más relevantes de
investigaciones relacionadas con el aprendizaje inicial de la lectura que supone una
crítica al modelo maduracionista.
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Consideramos que han sido básicamente tres los factores que han conducido al
surgimiento y mantenimiento de la concepción maduracionista en el aprendizaje
de la lectoescritura. Por un lado, el intento de explicar desde el campo de la
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Los trabajos de Hinshelwood (1895, 1917), Decroly (1927) y Orton (1928) sientan
las bases de un modelo explicativo de los problemas de lectura. Para estos autores,
la lectura es un aprendizaje fundamentalmente de tipo visual, y tratan de aportar
explicaciones médicas plausibles a las dificultades de lectura y escritura. Se vive
una época en la que se empieza a conceder una gran importancia a la
alfabetización de la población, como una necesidad para el desarrollo industrial y
económico.
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La teoría de Orton prevaleció durante mucho tiempo, pero ahora sabemos que esta
dificultad explica un número muy reducido de los errores que cometen los niños
pequeños al iniciarse en la lectura y escritura. Y el hecho de que este tipo de error
sea cometido tanto por los alumnos con retraso lector como por los lectores
normales es uno de los principales argumentos para considerar que la inversión de
símbolos no es la principal causa de las dificultades de lectura. Aunque el trabajo
de Orton tuvo puntos de partida falsos, no cabe duda de que sus investigaciones
condujeron a la idea de utilizar un método multisensorial, como forma de enseñar
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tanto a los retrasados lectores como a los que inician su acceso al código
lectoescritor.
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Glenn Doman planteó una enseñanza precoz de la lectura con niños que
padecían graves daños cerebrales, cuestiona que los factores madurativos más
importantes para el aprendizaje de la lectura sean la discriminación viso-espacial
y audio-temporal, tal y como había venido manteniéndose durante muchos años.
Según Doman, el factor personal más importante es la curiosidad que se da en
todo niño desde que nace hasta los cinco años, independientemente del nivel
intelectual que posea. Afirma que en la medida que el educador sepa obtener
provecho a ese afán por descifrar el signo escrito, introduciendo al niño en un
ambiente adecuado y utilizando una metodología activa y creativa, el aprendizaje
de la lectura se produce de manera inexorable, sin que por ello se violente su
desarrollo natural.
Doman plantea que debe empezarse a trabajar con el niño a una edad lo más
temprana posible, y conservar en todo momento la alegría y el respeto por el
bebé, interrumpiendo la enseñanza antes que el niño desee detenerse. Afirma
que se mostrarán los materiales con rapidez y se introducirán materiales nuevos
con frecuencia, siendo constantes y preparando el material cuidadosamente.
Propone una serie de pasos secuenciales que comienzan por la presentación en
carteles de quince palabras muy familiares para ir avanzando hacia otras
palabras, pares de palabras, frases, oraciones y libros. Si bien es cierto que
Doman no ofrece una argumentación científica en apoyo de sus tesis, el éxito
obtenido con niños lesionados cerebrales, de dos a tres años, que aprendieron
a leer correctamente antes de haber cumplido los seis años, debe ser
considerado un argumento suficiente.
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Entre las investigaciones que conceden una gran importancia a los aspectos
lingüísticos y metalingüísticos, destaca el trabajo de Rodríguez Jorrín (1987) que
plantea la siguiente realidad evidente: la escuela ha basado el acceso a la
lectoescritura fundamentalmente en el proceso visoespacial y apenas ha sido
consciente de la importancia y dificultad de la vertiente sónica de la escritura.
En este sentido, utilizando una muestra de 195 alumnos de 1º de EGB, afirma que
la práctica totalidad de los errores tienen su origen en procesos de sustitución,
omisión o inversión de fonemas y que estos errores se deben a una dificultad para
la identificación y discriminación de los fonemas, como consecuencia de
insuficiencias en el entrenamiento fonemático. Sostiene que algunas sustituciones
de ciertos fonemas oclusivos (q, p, d, b, etc.), cuya imagen visual es parecida, ha
llevado apresuradamente a dar una interpretación visoespacial, y afirma que estas
confusiones no son otra cosa que una sustitución de fonemas oclusivos difíciles de
diferenciar por su brevedad.
Por su parte, Carrillo y Sánchez (1991) realizan una investigación cuyos resultados
muestran la menor capacidad de segmentación silábica entre aquellos niños con
peor habilidad lectora. Afirman que la capacidad de segmentación fonológico-
silábica de las palabras resulta de gran utilidad para la predicción de problemas en
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dicho aprendizaje. Estos autores, admiten con rotundidad que las habilidades de
segmentación juegan un papel fundamental en las etapas iniciales del aprendizaje
de la lectura, ya que no solo permiten al niño comprender las relaciones entre el
texto escrito y su propio lenguaje, sino que, además, facilitan el proceso de
decodificación tan arduo en sus comienzos.
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No obstante, a pesar de defender que existe una relación importante entre los
aspectos lingüísticos y metalingüísticos y la lectoescritura, debemos hacer unas
precisiones para clarificar qué aspectos concretos son los más influyentes en los
distintos momentos del aprendizaje lectoescritor. Ramos y Cuadrado (2004) llevan
a cabo una investigación cuasiexperimental en la que se intentó comprobar si
existía una relación causal entre el lenguaje oral y el aprendizaje inicial de la
lectoescritura. Para ello se utilizaron dos grupos de 24 alumnos de Educación
Infantil (nivel de 5 años) equiparados en las principales variables participaron en
el estudio. Los resultados mostraron que no existía una relación causal entre el
rendimiento lectoescritor inicial y las variables lingüísticas que tradicionalmente
se han considerado relevantes para facilitar el aprendizaje de la lectura y la
escritura, tales como el vocabulario, la articulación y la memoria auditiva, a
excepción del conocimiento fonémico, que demuestra poseer una importante
relación de naturaleza causal con la escritura de palabras aisladas.
Entre las investigaciones que suponen una crítica a las pruebas que evalúan la
madurez para la lectura, se encuentra la de González Portal (1988) por la que
obtuvo el premio nacional de investigación educativa en 1983. En este trabajo
se analiza la validez predictiva de dos test muy utilizados en nuestro país, que
evalúan la madurez lectora: el ABC de Filho, y el Reversal Test. En una de sus
conclusiones finales afirma que los citados tests “no tienen, según los resultados
encontrados, ningún valor predictivo del futuro rendimiento en el aprendizaje de
la lectura en una muestra española de 74 alumnas de 1º de EGB” (p. 61).
Estamos de acuerdo con la profesora González Portal y, si esto es así, existe un
peligro adicional a la utilización de este tipo de baterías, ya que una vez
detectados los niños “inmaduros” se les retrasará el inicio o el abordaje
sistemático de la lectoescritura porque en los resultados del test han obtenido
puntuaciones bajas.
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1 Este trabajo fue subvencionado por el Centro de Investigación y Documentación Educativa (CIDE) según convocatoria
para el curso 1999-2000 para realizar proyectos de innovación educativa
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Una de las conclusiones que se obtuvo de este estudio fue que las variables
predictoras son distintas según se trate de predecir la comprensión lectora o la
escritura de palabras y pseudopalabras. Como se pudo comprobar, las variables
predictoras son fundamentalmente de tipo lingüístico, metalingüístico y de
conocimiento del nombre o sonido de letras.
2 Para evaluar la comprensión lectora se utilizaron los subtest de comprensión de textos y estructuras gramaticales de
la batería Evaluación de los procesos lectores -PROLEC (Cuetos, Rodríguez y Ruano, 1996). En el caso de la escritura
de palabras y pseudopalabras “escritura de palabras con sílabas complejas”, “escritura de pseudopalabras con sílabas
complejas”, “palabras de ortografía
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Desde este planteamiento, Solé (1996), afirma que la lectura es mucho más que
un problema de decodificación (es decir, el proceso sistemático de enseñar el
código de correspondencia grafema-fonema). La lectura es una actividad
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A pesar del éxito que tiene este tipo de experiencias lectoescritoras en las aulas
de Educación Infantil, existen opiniones que cuestionan la existencia de una
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La opción que se tomó en el DCB no coincidió con ninguna de esas dos posturas
contrapuestas, sino que optó por un planteamiento en el que se preste atención,
al mismo tiempo, a lo que son las capacidades de los niños de esta etapa y a lo
que son las exigencias a las que tendrán que hacer frente en el primer ciclo de
la escolaridad obligatoria. En este primer ciclo habrán de abordar la adquisición
completa del código lectoescritor.
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Por su parte, Ley Orgánica de Educación (LOE, 2006) recoge entre los objetivos
de educación infantil la iniciación en las “habilidades lógico-matemáticas, en la
lectoescritura y en el movimiento, el gesto y el ritmo.”
Por tanto, hace ya más de veinte años que la legislación educativa reconoce la
necesidad de iniciar la lectoescritura en la etapa de educación infantil, y lo
plantea como objetivo de enseñanza. Por tanto, la cuestión que debe debatirse
en relación con este hecho no es si debe iniciarse o no en la enseñanza de la
lectoescritura en la educación infantil sino las estrategias didácticas que deben
ponerse en marcha para conseguir el mejor rendimiento del alumnado.
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Es cierto que no todos los alumnos consiguen “darse cuenta” de las similitudes
gráficas y fonológicas de las palabras en los mismos momentos. En estas
experiencias ocurre lo mismo que en otras situaciones de aprendizaje. Existen
alumnos más aventajados que otros para llegar, antes o después, a descubrir la
estabilidad del código, aunque resulta incuestionable que disponer al alumno
ante experiencias compartidas y gratificadoras de lectoescritura constituye un
importante estímulo para que descubra la relación fonema-grafema. No
obstante, las experiencias en las que se introduce tempranamente en la
lectoescritura confirman que, la gran mayoría de los alumnos, se inician en la
lectura y escritura de palabras familiares, y este hecho permite continuar
aprendiendo con más facilidad otras palabras. En todo caso, a los alumnos con
mayores dificultades habremos dado la oportunidad de tomar contacto con un
tipo de aprendizaje, como es la lectura y la escritura, que va a ocupar gran parte
de su tiempo escolar. Por tanto, lo que habríamos hecho no sería nada más que
ampliar el período de su enseñanza y dar mayores oportunidades educativas.
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