Genero y Performatividad Devenires Queer

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Género y performatividad: devenires queer de la identidad

Pablo Pérez Navarro*

Universidad Carlos III de Madrid

Resumen: Autoras fundamentales para el desarrollo de las teorías queer, como Monique Wittig o Judith
Butler, han tomado la obra de Beauvoir como punto de partida para elaborar su propia comprensión de las
identidades sexogenéricas. Nos interesa resaltar la continuidad –crítica- entre la proliferación de cuerpos,
géneros y sexualidades en el ámbito de los feminismos queer con la trayectoria general del feminismo a
lo largo del siglo XX. Atenderemos para ello a desarrollos teóricos pre y postbutlerianos, para concluir
con una reflexión sobre el tratamiento mediático de los embarazos masculinos.

Palabras clave: Teorías queer, diferencia sexual, performatividad, embarazo masculino.

Abstract: Queer studies have developed very different theoretical frames that take into account a wide
range of bodies, genders and sexualities. We would like to point out some of the –critical- continuities
between these frames and feminism´s recent history, starting with Simone de Beauvoir´s denaturalization
of gender. Thus, we will briefly attend here some of the most well known discourses that take into
account queer embodiments of sexual and gender identities, from Monique Wittig to mass media´s
treatment of male pregnancy.

Key Words: Queer theories, sexual difference, performativity, male pregnancy.

Introducción

Beauvoir entendió bien que devenir mujer es un proceso que se desarrolla en el


ámbito de la cultura, en claro contraste con la idea de que la biología determine el
devenir genérico de los cuerpos. En el párrafo más conocido de El segundo sexo, no
sólo escribía aquello de que “No se nace mujer, se llega a serlo”, sino que añade,
además, que:

Ningún destino biológico, psíquico, económico define la figura que reviste en el seno de la
sociedad la hembra humana; es la civilización como un conjunto la que produce esa criatura,
intermedia entre hombre y el eunuco, que se describe como femenina.1

1
Simone de Beauvoir, El segundo sexo, México, Alianza/Siglo XXI, 1989, p. 240, cursivas mías.
* Pablo Pérez Navarro, Dpcho. 17.2.37. Departamento de Filosofía, Lenguaje y Literatura,
Universidad Carlos III de Madrid, C/ Madrid, n. 126, 28903, Getafe, Madrid. E-mail:
pablo.perez.navarro@uc3m.es

1
El feminismo de la segunda ola estableció a partir de sus lecturas de Beauvoir la
distinción entre sexo (material) y género (cultural) que hoy nos resulta tan familiar, y
desarrolló a partir de ella la crítica a los modos en que se articula, socialmente, el género
de las mujeres. Sin embargo, la obra de Beauvoir inspiró otras formulaciones de la
división entre sexo y género, frecuentemente como reacción crítica a la que ofrecieron
las feministas más leídas de la segunda ola.

Monique Wittig: devenir lesbiana.

Monique Wittig, en sus ensayos de finales de los setenta, ofreció una


comprensión del feminismo, y del sujeto lesbiano en particular, que rompería con gran
violencia con algunos presupuestos habituales del pensamiento feminista sobre la
categoría del sexo. A decir de Wittig, las formas hegemónicas de entender la tarea del
feminismo, por una parte, y de teorizar el propio lesbianismo, por la otra, permanecían
atrapadas en lo que Simone de Beauvoir bautizó como el Mito de la Mujer.

Este no sería otra cosa que una construcción patriarcal de la que el feminismo
habrían extraído los rasgos que consideraban más positivos, desechando el resto, para
desarrollar unas políticas de la feminidad que no podrían liberarse del elemento clave de
la opresión patriarcal, desde el punto de vista de Wittig: la división ahistórica de los
sujetos en las categorías de hombre y mujer, y la institución de la heterosexualidad
como sistema político de dominación de las mujeres.

Por ello, el concepto de la diferencia sexual representaba para Wittig un punto


de partida teórico totalmente inadecuado para la lucha feminista. Tanto que se trataba,
más bien, de una trampa del sistema y de un lastre para la crítica radical de la
normatividad sexogenérica. De hecho, la construcción del Mito de la Mujer quedaba así
identificado como el primer eslabón del régimen político de dominación de las mujeres
(al que Wittig llamó “pensamiento heterosexual”2).

Desde su punto de vista, las categorías sexuales (hombre-mujer) constituyen una


oposición entre clases sociales, en el sentido marxista del término, definida por las
relaciones de explotación de los hombres sobre las mujeres. Es por ello que el
2
Monique Wittig, “El pensamiento heterosexual”, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, trad.
Javier Sáez y Paco Vidarte, Egales, Madrid, 2006, pp. 45-58 (publicado originalmente en Feminist Issues
1, n. 1, verano 1980).

2
feminismo, como lucha por la emancipación de una clase social, implica en realidad una
lucha por la desaparición de las categorías sexuales y, en consecuencia, de las propias
mujeres en tanto que clase social (del mismo modo que la revolución del proletariado
habría de terminar con la disolución de esta clase en una utópica sociedad sin clases).

Según este razonamiento, Wittig concluye, en su polémico e influyente “No se


nace mujer”3, que la disidencia del régimen heterosexual puesta en marcha por las
comunidades lesbianas representa la ocupación de una posición de sujeto que escapa
tanto a la dominación heterosexista como a las categorías de sexo que definen los
límites de las posiciones genéricas y sexuadas. Escapando a la heterosexualidad, a la
dominación por parte de la clase de los hombres, la lesbiana se sitúa más allá de las
mismas. En este sentido, para Wittig, las lesbianas no son mujeres:

Lesbiana es el único concepto que conozco que está más allá de las categorías de sexo
(mujer y hombre), pues el sujeto designado (lesbiana) no es una mujer ni económicamente, ni
políticamente, ni ideológicamente.4

De esta manera, Wittig desafió al feminismo tradicional, al poner en práctica una


desnaturalización radical de las categorías sexuales. Desnaturalización que profundiza
en la línea de pensamiento abierta por Beauvoir, y que conduce el distanciamiento de la
biología hacia una crítica de la heterosexualidad en tanto que régimen político.
Podemos señalarla pues como nuestra primera variación queer de la pionera obra de
Beauvoir: ni se nace mujer, ni hay por qué llegar a serlo.

Judith Butler: devenir proliferante

La crítica de Judith Butler a la normatividad sexogenérica es muy diferente a la


de Wittig, pese a la existencia de múltiples rastros genealógicos que conectan la obra de
la obra de ambas autoras.

3
Monique Wittig, “No se nace mujer”, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, o.c., pp 31-44,
(publicado originalmente en Feminist Issues 1, n. 2, invierno 1981).
4
Monique Wittig, “No se nace mujer”, o.c., p. 34.

3
El punto de partida del tratamiento butleriano del género constituye
precisamente una toma de posición respecto a la obra de Beauvoir, por una parte, y
respecto a la variación queer del (no) devenir mujer propuesta por Wittig, por la otra.
Butler cuestiona el origen del proceso de adquisición del género descrito en El segundo
sexo y, más en general, al sistema sexo-género5 dominante en el feminismo de la
segunda ola, mediante la pregunta: ¿desde dónde se deviene mujer? Pues si el género es
una construcción cultural, y si la biología no es el destino, bien puede ser que se
devenga mujer desde un cuerpo que no es biológicamente femenino. Del mismo modo,
si el género femenino es cultural, cualquier otro género también habría de serlo, siendo
en definitiva viables todo tipo de cruces e incoherencias respecto a los presupuestos
habituales del modelo “dos sexos, dos géneros”6.

Para combatir la carga normativa del sistema binario, y todos sus efectos
excluyentes, Butler nos propone apostar por la proliferación variaciones y disidencias
respecto a los ideales normativos que regulan la producción de los cuerpos sexuados.
No le interesa tanto el privilegio de un foco particular de resistencia a ese sistema
normativo (como “la lesbiana” en la obra de Wittig) como la coalición entre diferentes
posiciones de sujeto que impugnan, con sus géneros, sus cuerpos o sus deseos, los
presupuestos del sistema heterocentrado.

La crítica de Butler a la normatividad genérica, en los términos provistos por su


particular recepción de la teoría de la performatividad, retiene en cualquier caso el
carácter procesual de la construcción del género abierto por Simone de Beauvoir. En el
caso de la descripción performativa del género, este proceso se entiende como una
repetición o incorporación de las normas genéricas, que implica en cada caso la
actualización e incorporación –más o menos “exitosa”- de sus dictados.

Cada nueva repetición e incorporación sexogenérica constituye un modo de citar


la norma, del que depende, en primer lugar, la legibilidad de cualquier sujeto en el
espacio social. Resulta en cualquier caso inevitable la aparición de diferencias,
anomalías, desvíos o variaciones que impiden -como parte inherente al proceso de
5
Que representa, por su parte, la interpretación más común de la obra de Beauvoir por parte del
feminismo anglosajón.
6
Judith Butler, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, trad. Mónica Mansour
y Laura Manríquez, Paidós, Barcelona, 2001, p. 41 (Gender Trouble. Feminism and the Subversion of
Identity, Routledge, London and New York, 1990)

4
repetición de la norma-, la repetición mimética de los ideales normativos de las
identidades sexogenéricas.

Los performativos genéricos, los signos a través de los cuales leemos el género,
no se situarían, por tanto, al margen del devenir histórico y social, sino que se negocian
y se reelaboran permanentemente en la construcción de cada cuerpo sexuado, y a lo
largo de todo el proceso de devenir un género. Pero la crítica de Butler pasa además,
como decíamos, por el cuestionamiento del origen mismo del proceso de incorporación
del género, es decir, de aquel cuerpo beauvoiriano que no nace mujer, pero que deviene
–o no- una. Ese punto de partida lugar no es otro que el cuerpo sexuado, considerado en
su más “estricta” materialidad. Así pues, para Butler, es necesario cuestionar además:

Cómo y por qué la materialidad se ha convertido en un signo de irreductibilidad, esto es, cómo
es que la materialidad del sexo se entiende sólo como portadora de construcciones culturales y,
por consiguiente, no puede ser una construcción.7

La crítica de Butler considera, en efecto, la construcción del cuerpo sexuado como


parte del proceso de construcción de un género, y abre la crítica de “la” diferencia
sexual a partir de la máxima de que “el sexo, por definición, siempre ha sido género”8.
No existe, desde el punto de vista de la teoría de la performatividad, un orden biológico
independiente de las estructuras culturales, lingüísticas y normativas desde las que
construimos la matriz epistemológica que nos permite dividir los cuerpos en masculinos
y femeninos, como si la masculinidad y la feminidad pudieran existir en un estado
material radicalmente independiente de nuestra mirada antropocéntrica.

Esta descripción del género inaugura, en cierta medida, las teorías y los
feminismos más explícitamente queer, que exploran desde muy diferentes puntos de
vista las posibilidades abiertas por la crítica radical de la construcción material del sexo.
Estos han continuado, por diferentes caminos, cuestionando la naturalización de las
diferencias sexogenéricas, a la par que confirman el potencial subversivo, respecto a sus
7
Judith Butler, Cuerpos que importan, sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, trad. Alcira
Bixio, Paidós, Barcelona, 2002, p. 54 (Bodies that Matter, on the Discursive Limits of “Sex”, Routledge,
London, 1993)
8
Judith Butler, El género en disputa, o.c., p. 41

5
efectos subordinantes y excluyentes de aquella, del devenir proliferante que propone
Butler, por una parte, y la coalición entre posiciones de sujeto que resultan ininteligibles
o abyectas desde los presupuestos habituales del sistema sexo/género, por la otra.

Fausto-Sterling: devenir intersexual.

Entre ellas, la intersexualidad constituye uno de los más importantes desafíos


que los cuerpos plantean a los limitados esquemas de la inteligibilidad sexogenérica, y
abre inagotables posibilidades para la redescripción radical de los binarismos
normativos.

La obra de la bióloga Anne Fausto-Sterling constituye probablemente la crítica


más radical, potente y comprehensiva de la construcción científica de las categorías
sexuales, con un marcado énfasis en el análisis del tratamiento clínico (quirúrgico,
psicológico y endocrinológico) de la intersexualidad. Sería imposible exponer aquí, en
detalle, sus objeciones al sistema de los “dos sexos”, por lo que recomiendo
especialmente la lectura de Cuerpos sexuados9 para comprender el modo en que “la”
diferencia sexual, en términos estrictamente biológicos, no se agota en la familiar
diferencia cromosómica que distingue entre cuerpos XX y cuerpos XY, ni en cualquiera
de sus versiones hormonales o fenotípicas.

La diversidad existente en dichas configuraciones genéticas, hormonales y


fenotípicas de los cuerpos sexuados, y la frecuencia de las variaciones intersexuales,
ponen de manifiesto, en primer lugar, la insuficiencia del modelo biológico de los dos
sexos. Pero revela también, en especial, el papel que desempeñan las instituciones
médicas y los discursos científicos en la provisión de modelos de inteligibilidad cultural
del sexo, y en la imposición de esa matriz epistemológica que sólo reconoce dos
posiciones reales, o sanas, o socialmente viables, para las diferencias sexuales en
general.

Fausto-Sterling no sólo da cuenta de este polimorfismo irreductible en las


configuraciones posibles de los cuerpos sexuados, sino que lo hace en referencia directa
a la teoría de la performatividad de Butler. Para Fausto-Sterling, tanto los discursos

9
Anne Fausto Sterling, Cuerpos Sexuados, trad. Ambrosio García Leal, Melusina, Barcelona, 2006
(Sexing the Body. Gender politics and the construction of sexuality, Basic Books, New York, 2000).

6
científicos como el conjunto de los protocolos quirúrgicos, psicológicos y
endocrinológicos implementados para los bebés intersexuales, forman parte de la
construcción performativa del sexo: los límites de la diferencia sexual se inscriben día a
día en los hospitales, frecuentemente con la ayuda del bisturí. La praxis médica habitual
ignora actualmente la voluntad del sujeto intersexual, su posible identidad de género
(que está aún por definir cuando el cirujano elige por él), y decide, en primer lugar, que
nadie podría llevar adelante una vida vivible con genitales ambiguos. Niegan así la
posibilidad de que cualquiera pueda considerar por sí misma deseable, bella ni gozosa
su propia intersexualidad. O que pudiera simplemente elegirla como una opción
preferible a unas intervenciones altamente invasivas, irreversibles, generalmente
repetidas a lo largo de la infancia, frecuentemente dolorosas, y con resultados muy
variables en lo que al resultado estético, sensibilidad del clítoris o del pene, y daños
psicológicos tanto a corto como a largo plazo se refiere10.

En los términos provistos por la propia teoría butleriana de la performatividad,


Fausto-Sterling reflexiona sobre el modo en que se impone el limitado modelo binario
sobre los cuerpos sexuados, imprimiendo con enorme violencia sus dictados sobre
aquellos cuerpos que “fallan” en su modo de repetir sus requerimientos:

La filósofa feminista Judith Butler sugiere que los cuerpos sólo viven dentro de las
constricciones productivas de ciertos esquemas de género altamente polarizados. Las
aproximaciones médicas a los cuerpos intersexuales proporcionan un ejemplo literal. Los
cuerpos dentro del rango “normal” son culturalmente inteligibles como masculinos o femeninos,
pero las reglas para vivir como varón o como mujer son estrictas. No se permiten clítoris
demasiado grandes ni penes demasiado pequeños. Las mujeres masculinas y los varones
afeminados no interesan. Estos cuerpos son, como escribe Butler “impensables, abyectos,
inviables”. Su misma existencia pone en tela de juicio nuestro sistema de género. Cirujanos,
psicólogos y endocrinólogos intentan crear buenos facsímiles de cuerpos culturalmente
inteligibles. Si decidimos quitar los genitales mixtos mediante tratamientos prenatales (los ya
disponibles y los que puedan estarlo en el futuro) también estamos decidiendo seguir con nuestro
actual sistema de inteligibilidad cultural. Si decidimos por un tiempo dejar que los cuerpos

10
Contra los actuales protocolos médicos para el tratamiento temprano de la intersexualidad luchan
asociaciones como la Intersex Society National Association (ISNA) -principal asociación intersexual de
EEUU-, en un intento por erradicar esta injustificable y poco conocida versión de las prácticas de
ablación del clítoris.

7
mixtos y las alteraciones de los comportamientos propios de cada género se hagan visibles,
entonces habremos decidido, de grado o por fuerza, cambiar las reglas de la inteligibilidad
cultural.11

Con su exploración del campo de la intersexualidad, y su propuesta de sustituir


el modelo binario por un continuum sexual en el que todos los cuerpos ocupen un lugar
tan viable como legítimo, la obra de Anne Fausto-Sterling constituye un valioso desafío
al establishment científico-médico que decide qué cuerpos exceden los límites del
reconocimiento posible del sujeto humano. La acción política de la ISNA, los trabajos
de Fausto-Sterling o la obra artística de fotógrafos queer como Del Lagrace Volcano,
que exploran en otro terreno la variabilidad de los cuerpos sexuados, ofrecen sin duda
buenos ejemplos de los desafíos que el devenir intersexual de los cuerpos plantea a los
límites de nuestros modelos de inteligibilidad cultural. Si tenemos además en cuenta que
para la mayoría de los intersexuales con genitales ambiguos los médicos eligen el sexo
femenino sobre la base de lo “fácil” que resulta construir una vagina, podemos concluir
que si bien no se nace mujer, incontables cuerpos devienen una a través de la
mutilación institucionalizada de sus cuerpos.

Judith Halberstam: devenir mujer masculina.

Una aportación muy significativa desde el punto de vista de las variaciones del
“llegar a ser” un género es la que nos ofrece Judith Halberstam con sus trabajos sobre
masculinidades femeninas.

Esta teórica queer comparte con Butler la crítica del carácter ahistórico asociado
a la normatividad genérica. En su obra reivindica específicamente el papel que han
ocupado las mujeres masculinas en la construcción histórica de la masculinidad, y
denuncia el sistemático silenciamiento -por parte de los estudios culturales y de género-,
de las masculinidades femeninas a la hora de afrontar la construcción social de la
masculinidad. Tal y como expone Halberstam, incluso aquellos de entre estos estudios
que reconocen la necesidad de atender a un amplio espectro de masculinidades acaban

11
Anne Fausto-Sterling, Cuerpos sexuados. La política del género y la construcción de la sexualidad,
trad. Ambrosio García Leal, Melusina, Barcelona, 2006, p. 99 (Sexing the body: gender politics and the
construction of sexuality., Basic Books, New York, 2000).

8
ignorando sistemáticamente las masculinidades femeninas. De hecho, argumenta
Halberstam, pese a que la mayoría de los estudios contemporáneos de la masculinidad
del panorama internacional parten como mínimo de una distinción entre la masculinidad
hegemónica del hombre blanco, de clase media y heterosexual, y una multiplicidad de
masculinidades subordinadas, sus herramientas teóricas y sus desarrollos acaban
frecuentemente convirtiendo la masculinidad hegemónica en el modelo y la medida de
cualquier masculinidad posible. Tales estudios reinstituirían así el privilegio de esa
masculinidad dominante cuyo repetitivo análisis poco o ningún potencial transformador
puede tener ya en cualquier sentido política o socialmente significativo.

Halberstam también hace uso de un modelo performativo del género, pero


defiende, a diferencia de Butler, que el carácter performativo de la masculinidad se
distingue por su necesidad de mostrarse como no performativo, por ofrecerse como
representación de la ausencia de toda representación (mientras que para Butler toda
performatividad genérica, y no sólo la masculina, disfraza y naturaliza su forma de
aparecer).

Para las reflexiones de Halberstam resulta especialmente significativa la figura


de la stone-butch. Esta incorpora una forma extrema de masculinidad que radicaliza la
más familiar masculinidad de las lesbianas butch12, desdibujando las fronteras entre la
lesbiana y el transgénero13. Refiriéndose a este tipo de masculinidad femenina,
Halberstam escribe:

La stone-butch, (...) representa un modo de masculinidad femenina que ha sido categorizado


como ilegible. Para muchas historiadoras feministas, la stone-butch incorpora el exceso e incluso
las falsedades y obligaciones de los juegos de roles de la cultura lesbiana, y reside en una forma
de falsa conciencia sobre sus “auténticos” deseos lesbianos [por señalar algo así como su
incapacidad para relacionarse con otras mujeres como mujer]. Sin embargo, la stone-butch es tan
legible como cualquier otro conjunto de prácticas sexuales si disponemos de un modo funcional
de masculinidad femenina. La stone-butch rechaza de algún modo sublimar su masculinidad y
canalizarla a través de cualquiera de las convencionalidades de la feminidad.14
12
Parte masculina de los roles butch/femme, característicos de las lesbianas en ciertas comunidades.
13
Judith Halberstam, “Even Stone Butch Get the Blues”, Female Masculinity, Duke University Press,
Durham and London, 1998, p. 124 (la traducción al castellano, de Javier Sáez, está disponible como
Masculinidad femenina, Egales, Madrid, 2008).
14
O.c., p. 139.

9
El rechazo al que se refiere Halberstam resulta especialmente significativo para
exponer las limitaciones de nuestros presupuestos habituales sobre los sexos, los
géneros y sus relaciones, tanto desde el punto de vista de la normatividad heterosexista
como de la específicamente lesbiana:

El discurso sexual al que nos hemos conformado es deplorablemente inadecuado cuando se trata
de dar cuenta de la miríada de prácticas que caen más allá del ámbito de la homo y la
heteronormatividad. El desarrollo de un nuevo vocabulario sexual y de un discurso radical de la
sexualidad está ya teniendo lugar en las comunidades transgénero, en las subculturas sexuales,
en los clubs, en los fanzines, en espacios queer de cualquier lugar. La masculinidad lesbiana
dentro del discurso sexual queer permite la disrupción o incluso fluye entre el género y la
anatomía, sexualidad e identidad, práctica sexual y performatividad. Revela una variedad de
géneros queer, como el propio de la stone-butch, que cuestionan de una vez por todas la
estabilidad y adecuación de los sistemas sexogenéricos binarios.15

De este modo, Halberstam se inscribe así en la tradición del llamada ala pro-
sexo de las “sex wars” que dividieron al feminismo en los años ochenta. Esta respondía,
entre otras, a la condena del feminismo radical, en particular, y del heterofeminismo, en
general, a los roles butch-femme, frecuentemente descritos como una mera repetición
acrítica de las jerarquías genéricas heterosexuales (la misma que buena parte del
feminismo radical encontraba en las prácticas sexuales que involucrasen cualquier
forma de penetración, en su afán de distinguirse tanto de la masculinidad como de la
heterosexualidad). Por su parte, Halberstam entiende que estos géneros específicamente
lesbianos representan una resignificación de la diferencia genérica heterosexual, y no la
mímesis de una relación de dominio. La stone, en particular, no sólo participa de esta
forma resignificación de las relaciones genéricas heterosexuales, sino que desestabiliza
productivamente, además, los límites entre comunidades lesbianas y transgéneros,
mientras usurpa el privilegio de los hombres en el acceso y la construcción histórica de
la masculinidad.

15
Ibid.

10
Lo que Halberstam nos propone, por tanto, en cierta continuidad crítica con la
obra de Butler, es una valoración específica de un devenir mujer específicamente queer:
no se nace mujer, y es posible llegar a serlo por la vía de la incorporación –crítica- de
la masculinidad.

Mass media: devenir hombre gestante

Desde el punto de vista de las posibilidades abiertas o vetadas para los cuerpos
al origen del proceso de devenir un género, y por el desafío que representa a esas reglas
de la inteligibilidad cultural a las que se refiere Halberstam, me parecen de especial
interés las noticias recientes de diferentes casos de hombres embarazados.

Es innegable que el embarazo de Thomas Beatie, hombre transexual que pudo


gestar a su propio hijo al suspender temporalmente su tratamiento hormonal, y a quien
correspondió el difundido titular del “primer hombre embarazado”, en el año 200816,
pone en cuestión los presupuestos normativos que regulan lo que puede y lo que no
puede hacer un cuerpo perteneciente a un determinado género. Tanto si consideramos
que ese género es el masculino como, más específicamente, el del transexual masculino.
De hecho, la decisión de convertirse en hombre gestante choca a un tiempo con las
normas hegemónicas de ambos tipos de masculinidad. Por un lado, por supuesto, con la
masculinidad hegemónica más tradicional, con la que ya entran en conflicto incluso
muchas formas de cuidado paterno tradicionalmente asignadas a la madre –de la que
podríamos considerar una versión extrema la propia gestación del niño-; y, por otro
lado, la normatividad específica de aquellas comunidades transexuales que consideran
decisiones de este tipo incompatibles con la identidad genérica “propia” del hombre
transexual –en continuidad con la normatividad propia de la masculinidad cisgenérica-.

Lo que llama la atención del caso es, en primer lugar, el modo en que se añadió a
la noticia (pues no estaba presente en el relato Thomas Beatie ofreció a The Advocate17)
el estatuto de “primer” hombre embarazado. Por lo sencillo que resulta la mera
suspensión del tratamiento hormonal en el caso de transexuales masculinos no
16
Ver por ejemplo en EFE, Madrid, 13-11-08, la noticia del segundo embarazo de Thomas Beatie,
difundida en medios como El País con el titular “El primer 'hombre embarazado' espera otro bebé”.
Llama la atención el uso transfóbico de las comillas, que cuestiona la identidad sexual de Thomas Beatie
(El País, 13 de Noviembre de 2008).
17
Thomas Beatie, "Labor of Love: Is society ready for this pregnant husband?" The Advocate, 26 de
Marzo, 2008.

11
operados, sería ya poco plausible pensar que se pueda determinar quién puede haber
sido el primero en tomar una decisión de este tipo (incluso sin contar con que el rechazo
social o los problemas legales pueden frenar cualquier intención de hacer pública una
decisión de este tipo).

Pero es que tenemos constancia, además, de casos anteriores en los que no se


produjo ese revuelo mediático, y en los que además no se confirió a la noticia ese
carácter inaugural respecto a los embarazos masculinos18.

Aproximadamente ocho años atrás, la pareja formada por el teórico queer


Patrick Califia y Matt Rice decidieron tener un hijo, por el mismo procedimiento de
suspender un tratamiento hormonal para permitir la gestación. Y concedieron además
entrevistas, dada la condición activista de ambos, a importantes medios de Estados
Unidos. La noticia, sin embargo, no tuvo apenas impacto mediático –y ninguno a nivel
internacional-, y nunca se presentó el embarazo como el “primero” gestado por un
hombre.

La causa del diferente tratamiento de ambos casos no resulta, sin embargo, muy
difícil de determinar. La heterosexualidad de Thomas Beatie, su pertenencia a una típica
familia heterosexual, tan bien “integrada” en un barrio residencial que nadie se
imaginaba que fuera transexual, lo aproxima considerablemente al ideal normativo de lo
que supuestamente ha de ser la vida de un hombre heterosexual cisgenérico, excepto por
el hecho singular de que tomara la decisión de gestar a su propio hijo:

Para nuestros vecinos, mi mujer, Nancy, y yo, no parecemos en absoluto anómalos. Para los
miembros de la tranquila comunidad de Oregon donde vivimos, se nos ve tal y como somos: una
feliz pareja profundamente enamorada. Nuestro deseo de trabajar duro, comprar nuestra primera
casa, y formar una familia no tenía nada fuera de lo ordinario. Así fue hasta que decidimos que
yo gestaría a nuestro hijo19.

18
Al parecer, la primera introducción de la categoría de “primer” hombre embarazado se hizo en
referencia precisa al estatuto legal como hombre de Thomas Beatie por parte del estado de Oregon, por
parte del blogger del Washington Post Emil Steiner, y entre unos prudentes signos de interrogación:
“Thomas Beatie: The First Man to Give Birth?”, washingtonpost.com, OFF/beat blog, March 25, 2008.
19
Thomas Beatie, "Labor of Love: Is society ready for this pregnant husband?", The Advocate, Abril,
2008, p. 24. Nancy Polikoff, especialista en asuntos legales concernientes a familias gays y lesbianas en
EEUU (y autora de Beyond (Straight and Gay) Marriage, Beacon Press, 2008) critica el rechazo de
Beatie frente al procedimiento habitual que han de atravesar las familias gays o lesbianas para obtener la

12
Patrick Califia y Matt Rice, por el contrario, no sólo habían sido una pareja
lesbiana hasta que comenzaron su proceso de transexualización, sino que se
convirtieron, además, en una pareja gay. En ausencia de heterosexualidad resulta
mediáticamente menos vendible el “éxito” de ambos para ocupar una posición
masculina social y mediáticamente legitimada y, por tanto, no apareció ningún titular
que se refiriera a la pareja de Califia como “primer hombre embarazado”20.

La diferencia entre ambos tratamientos de una noticia similar pone de manifiesto


los modelos de inteligibilidad cultural disponibles para las variaciones sexogenéricas, y
el papel que los medios de comunicación de masas ocupan en su consolidación, por una
parte, y en su transformación, por la otra. Prueba de este último aspecto es que el
anunciado como “segundo” embarazo masculino por parte de la prensa anglosajona21
-“tercero” para la mayor parte de la prensa en castellano 22-, corresponda ya a una pareja
gay transexual.

El embarazo masculino provoca sin duda una importante crisis en dichos


esquemas de inteligibilidad sexogenérica, y puede suponer un importante impulso para
la legitimación social de nuevas formas de masculinidad. La evolución de los titulares
forma parte de un proceso de transformación que nos recuerda, pese a las resistencias,
que los límites de la matriz sexogenérica no descansan en el exterior de la historia.

peternidad compartida de sus hijos: la adopción por parte del miembro no gestante de la pareja (Nancy
Polikoff, "What Thomas Beatie Doesn´t Understand", en www.beyondstraightandgaymarriage.
blogspot.com, 19 de Noviembre, 2008). Rehusando el procedimiento habitual –que permitiría el
reconocimiento de la paternidad compartida incluso en aquellos estados que no reconocen los
matrimonios gays, lésbicos o transexuales- Thomas Beatie parece reclamar para su familia un tratamiento
jurídico diferente al de otros casos similares en virtud de su heterosexualidad.
20
Ambos padres concedieron también una entrevista en The Village Voice (“Two dads With a Difference
– Neither of Us Was Born Male”, The Village Voice, 20-06-2000).
21
Ver por ejemplo “World´s Second Pregnant Man Ready to Give Birth”, Los Ángeles Times, 27 de
enero 2010.
22
El “segundo” correspondería a Rubén Noé, transexual español, también heterosexual, embarazado de
gemelos (“Me llamo Rubén y estoy embarazado“, El País, 29-03-2009). Aunque tampoco se hiciera
referencia al estatuto de ser el “primero“ ni el “segundo” en esa entrevista, proliferaron rápidamente los
titulares que le conferían ese carácter (primer hombre en gestar mellizos, primer transexual español
embarazado...), alternando también con diferentes usos transfóbicos de las comillas (“embarazado“,
“hombre“, etc.).

13
La obra de autoras como Monique Wittig, Judith Butler, Anne Fausto Sterling,
Judith Halberstam y tantas otras, por su parte, ha contribuido –lo sigue haciendo- no
sólo a comprender, sino a desplazar los esquemas binarios y heteronormativos del
reconocimiento sexogenérico. En contacto directo con la tradición feminista, por una
parte, y con las incontables contraculturas sexuales, movimientos sociales y activistas,
dentro y sobre todo fuera de las academias, que participan diariamente en la
transformación radical de lo que puede, y lo que no, devenir un cuerpo.

14

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