Estudios de Genero
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SUMARIO: 1. Introducción. 2. Los aportes del feminismo radical. 3. Género y socialismo. 4. Hacia
un enfoque superador: el concepto de género según Gayle Rubin. 5. La emergencia de los femi-
nismos queer. 6. Consideraciones finales.
1. Introducción.
Los desarrollos de las teorías feministas no serían posibles sin la elaboración del
concepto de género –concepto que posibilita la construcción y la reflexión sobre un sujeto
central para el feminismo, la mujer. En 1949, Simone de Beauvoir se hace una pregunta
fundacional para todo el feminismo académico que se desarrollaría en las décadas pos-
teriores: ¿qué es ser una mujer? Este cuestionamiento le permitiría a la filósofa francesa
adentrarse en la comprensión de la condición femenina para sentar, así, las bases argu-
mentativas hacia la construcción del concepto de género, realizada por Gayle Rubin en
la década de 1970.
En términos históricos, se puede situar a las pensadoras feministas como las pri-
meras que reflexionan acerca de la construcción sociocultural de la femineidad, la he-
teronormatividad y la sexualidad. Son ellas también quienes introducen el concepto de
género para explicar la opresión de las mujeres y oponerse, por lo tanto, a un pensa-
*
Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y becaria doctoral del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Actualmente se encuentra cursando la Maestría en Ciencias
Sociales de la Universidad Nacional de General Sarmiento y el Instituto de Desarrollo Económico y Social.
Se desempeña como asistente de investigación en diversos proyectos con sede en el Instituto de Investiga-
ciones Gino Germani, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, y ha trabajado
como asistente de investigación en el Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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miento de las esencias biológicas. En este sentido, Simone de Beauvoir afirma que no
se nace mujer: llega una a serlo, en la obligación cultural de hacerlo. Así, ser es haber
devenido, es haber sido hecho, sin presagiar un origen o un final. De manera que no se
puede hacer referencia a un cuerpo que no haya sido desde siempre interpretado mediante
significados culturales1.
Para la autora, “la Humanidad es macho, y el hombre define a la mujer no en sí misma,
sino con relación a él; no la considera un ser autónomo”2. En otras palabras, el Sujeto
siempre es masculino, fusionado con lo universal e instrumento incorpóreo de una libertad
radical; y se diferencia de un Otro femenino, fuera de las normas universalizadoras de
la calidad de persona, fuente de misterio, condenado a la inmanencia y restringido a su
cuerpo como limitante. Como resultado, el drama de la mujer consiste en ese conflicto
entre la reivindicación de todo sujeto que se plantee como una trascendencia, y las exi-
gencias que lo constituyen como lo inesencial3.
Los trabajos de Simone de Beauvoir dieron lugar a los diferentes desarrollos de las
teorías feministas que abordan el concepto de género. A continuación, se esbozarán y
compararán sucintamente los principales aportes de dichas corrientes.
1
Butler, Judith, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Buenos Aires, Paidós, 2001.
2
De Beauvoir, Simone, El segundo sexo, México, Siglo Veinte, [1949] 1995, p. 18.
3
Ídem.
4
Tubert, Silvia, “Introducción a la edición española”, en Flax, J., Psicoanálisis y feminismo. Pensamientos
fragmentarios, Valencia, Cátedra, 1995.
5
Firestone, Shulamite, La dialéctica del sexo, Madrid, Kairos, 1973.
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puesta de Firestone conduce, de ese modo, a la reflexión acerca de la dinámica del poder
sexual, entendiendo que no es posible justificar un sistema de clase sexual discriminatorio
en términos de su origen en la naturaleza6.
La afirmación de Firestone referida a que la reproducción de la especie asociada al
cuerpo femenino constituye la clave principal de la opresión de las mujeres se encuentra
en armonía con el enfoque sostenido por Carla Lonzi, quien –a partir de una crítica a la
civilización occidental y a la supremacía machista– también denuncia la maternidad como
factor de exclusión de la mujer. Asimismo, es posible trazar una línea de semejanza entre
las perspectivas de ambas autoras respecto a la idea según la cual el matrimonio cons-
tituye la institución social que mantiene la familia como forma básica de la organización
social y subordina, de ese modo, a la mujer al destino varonil7. Así, los estudios de género
han destacado la maternidad como un elemento organizador de la femineidad y central
en la construcción de la identidad sexual adulta de las mujeres.
La crítica del poder sexual concentrada en la cuestión de la cultura patriarcal como
creadora de relaciones de dominación y subordinación es, igualmente, abordada por la
filósofa francesa Monique Wittig, para quien el concepto de heterosexualidad puede pensarse
en términos contractualistas. Wittig propone la imagen del contrato heterosexual como
una metáfora paralela a la sostenida por los pensadores ingleses y franceses del siglo de
las luces. En esta operación metafórica el pacto se instituye como “una forma ideológica
amorfa que no se puede asir en su realidad, salvo en sus efectos, y cuya existencia reside
en el espíritu de la gente de un modo que afecta su vida por completo”8; un contrato que
se funde en la naturaleza y en la desigualdad de varones y mujeres, de heterosexuales y
no heterosexuales. En esa línea, Wittig habla del carácter opresivo del pensamiento
heterocentrado, en el intento por universalizar la producción de conceptos a partir de la
negación de las prácticas concretas.
En concordancia con el pensamiento de Wittig, Carol Pateman explica la historia del
contrato social colocándole de precedente el contrato sexual. De este modo, nos advierte
que el contrato originario es un pacto social-sexual, en el sentido de que es patriarcal (es
decir, el pacto establece el derecho político de dominación de los varones sobre las mujeres)
y establece un orden de acceso de los varones al cuerpo de las mujeres. En esta pers-
pectiva, el contrato originario es, entonces, un pacto que plantea dos caras. Por un lado,
un proceso de sujeción de las mujeres respecto de los varones a través del contrato sexual.
Por otro lado, un proceso de libertad de los varones en un orden patriarcal, mediante el
contrato social9.
6
Ídem.
7
Lonzi, Carla, Escupamos sobre Hegel y otros escritos sobre liberación femenina, Buenos Aires, La
Pléyade, 1978.
8
Wittig, Monique, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, Egales, 1987.
9
Pateman, Carol, El contrato sexual, Barcelona, Antrophos, [1988] 1995.
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Como puede apreciarse con este análisis las feministas radicales establecen que el
sexo –en tanto asunto personal– se convierte también en político, y afirman que las mujeres
comparten su posición de opresión por la política sexual de la sociedad. Al final de cuentas,
la estructuración de la sociedad a través de la división sexual limita las actividades, deseos
y aspiraciones de las mujeres10 y, por eso, el hecho de que las mujeres sean mujeres es
más relevante que las diferencias de clase y raciales que las atraviesan, construyendo,
así, a la Mujer como sujeto unificado y consciente11.
3. Género y socialismo.
Los aportes del feminismo radical encontraron en el feminismo socialista un inter-
locutor crítico. En disonancia con las teorías radicales, el feminismo socialista nos dice
que un análisis de clase feminista debe reconocer las distinciones de clase social, de raza
y de situación matrimonial halladas en el centro de las posiciones históricamente diferen-
ciadas de las mujeres, y no proponer, pues, que todas las mujeres tienen una situación
común y unificada. Una vez identificadas las diferencias entre las mujeres, es necesario
señalar la existencia de puntos de contacto que proporcionen una base para la organiza-
ción interclasista en torno a problemas como el aborto, la violación y el cuidado de los
niños12.
En esa línea, Zillah Eisenstein nos enseña que lo que busca el análisis político del
feminismo socialista es entender el sistema de poder que deriva del patriarcado capita-
lista. Con ello se acentúa la dialéctica entre la estructura de clases y la estructuración
sexual jerárquica de la sociedad masculina, y se pone de manifiesto la conexión entre la
opresión sexual, la división sexual del trabajo y la estructura económica de clase13. De
este modo, se conjuga la naturaleza de la producción de la mujer en el capitalismo avan-
zado y el papel que tanto la división del trabajo (por sexo) como la familia juegan en el
mantenimiento de ese tipo de producción de mercancías14. Como vemos, las feministas
socialistas analizan el poder en términos de sus orígenes de clase y de sus raíces patriar-
cales, efectuando, de ese modo, una síntesis entre el análisis marxista y el feminismo
radical e interrelacionando estas dos teorías del poder a través de la división sexual del
trabajo.
De allí la crítica de Eisenstein hacia la perspectiva de Firestone, desde el momento
en que esta última se refiere a la biología de la mujer como una condición estática y
atemporal, asocial y ahistórica. La desigualdad, en este contexto, deja de concebirse en
términos de la naturaleza –no existiría pues un sujeto unificado dentro de la noción de
Mujer–, y comienza a considerarse como tal en un contexto que impone una valoración
10
Eisenstein, Zillah, Patriarcado capitalista, feminismo socialista, México, Siglo XXI, 1980.
11
Pateman, Carol, El contrato sexual, op. cit.
12
Eisenstein, Zillah, Patriarcado capitalista, feminismo socialista, op. cit.
13
Ídem.
14
Rowbotham, Sheila, Mundo de hombre, conciencia de mujer, Madrid, Debate, 1977.
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social a una diferencia biológica. El feminismo socialista, en otras palabras, intenta supe-
rar la crítica del esencialismo propuesta por las corrientes radicales, argumentando que
hablar de las mujeres como grupo, como conjunto con características e inquietudes se-
mejantes no responde a la compleja y plural realidad de las distintas mujeres15.
15
Aguilera, Samara de las Heras, “Una aproximación a las teorías feministas”, en Universitas. Revista de
Filosofía, Derecho y Política, Nº 9, 2009.
16
Rubin, Gayle, “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo”, en Revista Nueva Antro-
pología, Vol. VIII, Nº 30, [1975] 1986.
17
Ibídem, p. 17.
18
Ídem nota 16.
19
Scott, Joan, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Cangiano, María Cecilia y Dubois,
Lindsay (Eds.), De mujer a género, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1993.
20
Warren, Carol, Gender Issues in Field Research, Thousand Oaks, Sage, 1988.
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También en esta línea de análisis, los conceptos de intercambio de mujeres y tabú del
incesto esconden para Rubin dos premisas: por un lado, la heterosexualidad como factor
incuestionable; por el otro, una teoría de la opresión sexual. Como sugiere la autora, el tabú
del incesto presupone un tabú anterior, menos articulado, contra la homosexualidad21. En
este sentido, los sistemas de parentesco no sólo estimulan la heterosexualidad haciéndola
implícita, sino que a su vez exigen formas específicas de vínculos sexuales: por una parte,
dejan de lado las relaciones no heterosexuales; por la otra, generan una escala de legi-
timación cultural, social, legal, económica y política sobre qué relaciones heterosexuales
son aceptadas y cuáles no. En el campo de las sexualidades, la heteronormatividad opera
a partir de tomar a un otro (lo no heterosexual) como abyecto, y tal normatividad es
naturalizada y materializada en reglas dadas por sentado, que evitan su puesta en cues-
tionamiento. Para Rubin, el dispositivo de la heterosexualidad reduce, así, la diversidad
de lo social a una oposición entre dos, a un juego de binarismos, donde lo masculino y lo
femenino se constituyen como la base obligatoria de la sociedad22.
21
Ídem nota 16.
22
Rubin, Gayle, “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, en Vance, Carole
(Comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina, Madrid, Revolución, 1989.
23
Rich, Adrienne, “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”, en Revista Brujas, Nº 10, Año 4,
Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer, 1976.
24
Butler, Judith, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, ob. cit. Ver también Butler,
Judith, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Buenos Aires, Paidós,
2002.
25
Kosofsky Sedgwick, Eve, Epistemología del armario, Barcelona, Ediciones de la Tempestad, 1998.
26
Foucault, Michel, Historia de la sexualidad. 1-La voluntad de saber, Buenos Aires, Siglo XXI, 1999.
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reiteración de esas normas. Es por ello que la performatividad no es un acto único, sino
una repetición de los regímenes sexuales reguladores; performatividad que no debe ser
entendida, sin embargo, como apropiación voluntaria, como si el género no fuera más que
una invención propia. De este modo, la construcción de lo humano es una operación
diferencial que produce lo más humano y lo humanamente inconcebible, susceptible, este
último, de rearticular los términos mismos de la legitimidad simbólica27. En efecto, si bien
los cuerpos son formados por normas sociales, el proceso de esta formación conlleva
riesgos, dado que la materialización nunca es completa, los cuerpos nunca acatan ente-
ramente las normas mediante las cuales se impone su materialización. En realidad, son
las posibilidades de re-materialización abiertas por este proceso las que marcan un es-
pacio en el cual la fuerza hegemónica de la ley reguladora puede volverse contra sí misma28
y permitir, así, la existencia de prácticas e identidades sexuales que escapan a los modelos
teóricos y empíricos heteronormativos pero que existen independientemente de esos modelos
en sus experiencias concretas y cotidianas.
6. Consideraciones finales.
A pesar de sus diferencias, las teorías y prácticas feministas revisadas parten de la
afirmación de Simone de Beauvoir referida a que no se nace mujer, sino que llega una
a serlo, para contestar la naturalización de la diferencia sexual y modificar esos sistemas
históricos de diferencia sexual, en los que los hombres y las mujeres están constituidos
socialmente en relaciones de jerarquía29. Así, pues, los movimientos feministas se han
caracterizado por su definición del concepto de género como la elaboración cultural, social
e histórica que las diferentes sociedades realizan a partir de la existencia biológica de dos
sexos diferenciados, con el objetivo de construir dos identidades sexuales relacionales y
opuestas de exclusión mutua. El concepto de género ha subrayado el carácter represen-
tacional de las identidades, es decir, cómo las imágenes, sentidos y prácticas de lo mas-
culino y lo femenino se moldean culturalmente. De manera tal que, como modo de relación,
ni el género ni la sexualidad son algo que poseemos, sino un modo de ser para otro. Este
punto de vista relacional ha indicado que lo que es el género siempre es relativo a las
relaciones construidas en las que se determina. Como un fenómeno contextual, el género
no implica un ser sustantivo, sino un punto de convergencia entre relaciones culturales e
históricas específicas, las cuales producen los cuerpos y establecen las normas regula-
doras de la inteligibilidad de género30. En otras palabras, somos seres sociales que se
comportan en relación con el otro, constituidos por un conjunto de normas culturales que
nos exceden y nos proveen guías o instrucciones para las conductas sexuales que son
apropiadas para esa cultura.
27
Butler, Judith, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, op. cit.
28
Butler, Judith, Lenguaje, poder e identidad, Madrid, Síntesis, 2004.
29
Haraway, Donna, Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1991.
30
Butler, Judith, Vida precaria, Buenos Aires, Paidós, 2006.
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Para concluir, queremos plantear cuáles son las consecuencias políticas de los femi-
nismos a la hora de demandar el reconocimiento de (nuevos) derechos sexuales y (no)
reproductivos. La labor de los feminismos constituye el antecedente más vivo en la ca-
rrera desmontadora de construcciones y experiencias opresivas como el patriarcado, el
falocentrismo o la heteronormatividad. En el campo de la diversidad sexual, en especial
en el activismo, estos antecedentes marcan la sedimentación de problematizaciones y
demandas posteriores, en pugna por derechos y reconocimientos31. En este contexto, el
avance de corrientes teóricas como las feministas, que cuestionan los horizontes norma-
tivos vigentes, pone en cuestionamiento el concepto mismo de democracia.
Eric Fassin32 define a las sociedades democráticas como aquellas sociedades que
“se autoproclaman como creadoras de sus leyes y normas”. Todo orden social, en esta
idea, es inmanente: los principios que regulan una sociedad son históricos y políticos. En
este contexto, los aportes del feminismo –en todas sus formas– han erosionado los prin-
cipios heteronormativos de las sociedades modernas y permitido la emergencia de de-
mandas por el reconocimiento de nuevas identidades sexuales y de género, como son las
LGBTI33. En otras palabras, los feminismos deben entenderse como condición de posi-
bilidad para que la diversidad sexual se afirme y se exhiba con nitidez en el espacio público,
dando cuenta del carácter eminentemente político que conlleva toda identidad, como así
también de su potencial crítico y transformador.
31
Libson, Micaela, Familias y diversidad. Las parentalidades gays y lesbianas en Buenos Aires, Tesis de
Doctorado, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2011.
32
Fassin, Eric, “Biopower, sexual democracy, and the racialization of sex”, en Faubion, James (dir.), Foucault
now (Current perspectives in foucault studies), Cambridge, Polity Press, 2014, p. 138.
33
Es decir, lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales.
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“QUEER”: HISTORIA DE UNA PALABRA por Paul B.
PRECIADO
Para aquellos que crecimos siendo niñas tortilleras en los años inmediatamente posteriores al
franquismo es difícil acostumbrarse al éxito del artefacto ““queer”” y a su transformación
en “chic cultural”. Quizás convenga recordar que detrás de cada palabra hay una historia,
como detrás de cada historia hay una batalla por fijar o hacer mudar las palabras. A todo aquel
que afirme una identidad sexual Mia le cantará al oido: parole, parole, parole…
Hubo un tiempo en el que la palabra “queer” sólo era un insulto. En lengua inglesa, desde su
aparición en el siglo XVIII, “queer” servía para nombrar a aquel o aquello que por su condición
de inútil, mal hecho, falso o excéntrico ponía en cuestión el buen funcionamiento del juego
social. Eran “queer” el tramposo, el ladrón, el borracho, la oveja negra y la manzana podrida
pero también todo aquel que por su peculiaridad o por su extrañeza no pudiera ser
inmediatamente reconocido como hombre o mujer. La palabra “queer” no parecía tanto definir
una cualidad del objeto al que se refería, como indicar la incapacidad del sujeto que habla de
encontrar una categoría en el ámbito de la representación que se ajuste a la complejidad de
lo que pretende definir. Por tanto, desde el principio, “queer” es más bien la huella de un fallo
en la representación lingüística que un simple adjetivo. Ni esto, ni aquello, ni chicha ni
limoná...”queer”. Lo que de algún modo equivale a decir: aquello que llamo “queer” supone
un problema para mi sistema de representación, resulta una perturbación, una vibración
extraña en mi campo de visibilidad que debe ser marcada con la injuria.
Era necesario desconfiar del “queer” como se desconfía de un cuerpo que por su mera presencia
desdibuja las fronteras entre las categorías previamente dividas por la racionalidad y el decoro.
En la sociedad victoriana que defendía el valor de la heterosexualidad como eje de la familia
burguesa y base de la reproducción de la nación y de la especie, “queer” servía para nombrar
también a aquellos cuerpos que escapaban a la institución heterosexual y a sus normas. La
amenaza venía en este caso de aquellos cuerpos que por sus formas de relación y producción
de placer ponían en cuestión las diferencias entre lo masculino y lo femenino, pero también
entre lo orgánico y lo inorgánico, lo animal y lo humano. Eran “queer” los invertidos, el maricón
y la lesbiana, el travesti, el fetichista, el sadomasoquista y el zoófilo. El insulto “queer” no
tenía un contenido específico: pretendía reunir todas las señas de lo abyecto. Pero la palabra
servía en realidad para trazar un límite al horizonte democrático: aquel que llamaba a otro
“queer” se situaba a sí mismo sentado confortablemente en un sofá imaginario de la esfera
pública en tranquilo intercambio comunicativo con sus iguales heterosexuales mientras
expulsaba al “queer” más allá de los confines de lo humano. Desplazado por la injuria fuera del
espacio social, el “queer” estaba condenado al secreto y a la vergüenza.
Pero la historia política de una injuria es también la historia cambiante de sus usos, de sus
usarios y de los contextos de habla. Si atendemos a ese tráfico lingüístico podemos decir que
al lenguaje dominante le ha salido el tiro por la culata: en algo menos de dos siglos la palabra
“queer” ha cambiado radicalmente de uso, de usuario y de contexto. Hubo que esperar hasta
mediados de los años ochenta del pasado siglo para que, empujados por la crisis del Sida, un
conjunto de microgrupos decidieran reapropiarse de la injuria “queer” para hacer de ella un
lugar de acción política y de resistencia a la normalización. Los activistas de grupos como Act
Up (de lucha contra el SIDA), Radical Furies o Lesbian Avangers decidieron retorcerle el cuello
a la injuria “queer” y transformarla en un programa de crítica social y de intervención cultural.
Lo que había cambiado era el sujeto de la enunciación: ya no era el señorito hetero el que
llamaba al otro “maricón”; ahora el marica, la bollera y el trans se autodenominaban “queer”
anunciando una ruptura intencional con la norma. La intuición estaba presente desde las
revueltas homosexuales de los 70. Guy Hocquenghem, por ejemplo, había desenmascarado ya
el carácter histórico y construido de la homosexualidad: “La sociedad capitalista fabrica al
homosexual como produce lo proletario, suscitando en cada momento su propio límite. La
homosexualidad es una fabricación del mundo normal”. Ya no se trataba de pedir tolerancia y
hacer perfil bajo para poder acceder a las instituciones heterosexuales del matrimonio y la
familia, sino de afirmar el carácter político (por no decir policial) de las nociones de
homosexualidad y heterosexualidad poniendo en cuestión su validez para delimitar el campo
de lo social. En esta segunda vuelta, la palabra “queer” ha dejado de ser una injuria para pasar
a ser un signo de resistencia a la normalización, ha dejado de ser un instrumento de represión
social para convertirse en un índice revolucionario.
Introducción
...El eje del mal es heterosexual
1 Para una profundización sobre la sexualidad entendida como objeto de saber y dispositivo
de poder véase Michael Foucault (1976/1998) Historia de la Sexualidad.
17
El eje del mal es heterosexual
18
Introducción
Putas y maricones, de nuevo situadas como otras inapropiadas con las que
comparar: el «otro mal». El milagro homosexual que logra reunir a todas las
religiones y de forma puntual detiene el choque de civilizaciones en una
alianza homófoba: «Por eso cabe calificar de milagrosa la alianza sellada por
las máximas autoridades cristianas, musulmanas y judías, que se han unido
en una cruzada contra los homosexuales (...) los homosexuales han
conseguido lo que parecía imposible: armonía y concordia interreligiosa (...)
viejos rivales que hoy se transforman en aliados ante un común enemigo: el
desfile gay en Jerusalén» (El País, 1 de abril de 2005: 8). Pero la homofobia
también se convierte en arma de guerra. La violación de mujeres como botín
de guerra, se ha refinado en su versión del siglo XXI: torturemos con «el
mayor mal para un musulmán», una mujer soldado blanca estadounidense
ordenando prácticas homosexuales a presos iraquíes. Pero, por otro lado, la
soldado England aparece masculinizada, una no-mujer, una mujer-mujer
estadounidense nunca habría hecho algo así, y la prensa busca en un pasado
marginal y marimacho la causa de tales comportamientos monstruosos; las
bolleras respiramos ¿aliviadas?: está embarazada.
En este contexto surge el grito de «el eje del mal es heterosexual». ¿Es
acaso una frase humillante? Si fuera así es que ha sido capaz de recrear y
movilizar los mismos contextos de autoridad en los que se produjo «el eje del
mal», ¿de verdad hemos sido capaces de crearlos? Sólo un apunte, si
convenimos con Austin4 que los enunciados performativos, a pesar de no ser
ni verdaderos ni falsos, pueden ser inadecuados o desafortunados, no
bastaría con la enunciación de ciertas palabras sino que estas tendrían que
emitirse siempre en las condiciones adecuadas. Para alcanzar un enunciado
performativo exitoso —o «feliz» en términos de Austin—, este debe ser
reconocido, para lo que se necesita que sea emitido en condiciones
determinadas por aquellas personas conferidas con la autoridad requerida,
esto es, que se atenga y reproduzca el ordenamiento en el que está inscrito —
sus fórmulas ritualizadas, sus expresiones de autoridad, etc.—. Usar la
homosexualidad como expresión del mal —recurso de la izquierda y de la
derecha, de oriente y de occidente, de diferentes religiones— sitúa el insulto
en la «homosexualidad» para denigrar al otro. Entonces ¿qué resulta tan
perturbador de añadir el calificativo «heterosexual» a la expresión «el eje del
mal»? En principio, no serviría para ofender pues en nuestra sociedad la
heterosexualidad no funciona como insulto, sino como requerimiento de
normalidad. Añadido al «eje del mal», no hace más que marcar lo nunca
marcado, la heterosexualidad, para decir lo obvio: que las posturas del «eje
del mal» —ya sea en la versión trío de las Azores o en la versión que Bush creó
en su estrategia mundial antiterrorista de guerra preventiva—, partieron de
una heterosexualidad obligatoria y militantemente homófoba. Si es así, ¿por
qué sorprende o incluso se interpreta como ofensiva? En este caso la carga del
insulto no se encontraría en la «heterosexualidad», sino en el «eje del mal», de
tal forma que lo que no es sino expresión de una evidente alianza homófoba
que califica a los componentes concretos del «eje del mal», ha sido
19
El eje del mal es heterosexual
«Por un tiempo, pensé que sería divertido llamar a lo que hacía en la vida
terrorismo de género. Me parecía acertado al principio —yo y mucha gente
como yo estábamos aterrorizando la propia estructura de género—. Pero
ahora lo veo diferente —los terroristas de género no son las drag queens, las
bolleras butch, hombres patinando travestidos de monjas—. El terrorista de
género no es el transexual masculino que está aprendiendo a mirar a los
20
Introducción
Es obvio que el régimen heterrorsexista ya existía antes del 11-S y del 11-M:
sobre nuestros clítoris y anos, sobre nuestras faloplastias y nuestras vaginas —
diferentemente esculpidas—, sobre nuestros cuerpos con sida, se establecen a
diario todo tipo de campos de batalla. El machismo, la lesbofobia, la
transfobia, la utilización política y económica de la pandemia del sida, son
armas de destrucción masiva que han provocado muchas violencias y muchas
muertes. Este libro habla y denuncia los cotidianos y estatales terrorismos de
género, aquellos terrorismos silenciados sin indemnizaciones. «Terrorismo:
dominación por el terror. Sucesión de actos de violencia ejecutados para
infundir terror». Las diferentes violencias simbólicas y materiales ejecutadas
desde la articulación de diferentes micropoderes para la defensa y vigilancia
de la dicotomía heterosexual jerarquizada y genitalizada —solo existen dos
sexos desiguales— y la monosexualidad medicalizada —una persona solo
puede poseer un único sexo natural, que es el asignado médicamente—.
Sabemos que la heterosexualidad obligatoria tiene como objetivo final
alcanzar una meta imposible, allí donde el límite avanza inexorable a medida
que el sujeto (yo/no yo/doblemente no yo... xx, xy, xxy, xxxy...) se aproxima a
este: algo que ni siquiera el campeón más heterosexual, varón, blanco y
monoteísta que haya existido, exista o existirá jamás sobre la faz de este
planeta puede llegar a cumplir. Dentro de este campo de fuerzas, somos el
resultado no esperado de un cálculo matricial basado en una aritmética
heterocentrada, por eso proliferamos en los márgenes de la economía
libidinal falocéntrica expresada por la mortífera reificación de las categorías
dualistas y dialécticas de homo/hetero, hombre/mujer.
21
El eje del mal es heterosexual
22
Introducción
7 El texto completo: «[...] lo que se manifiesta y se expone con la propia experiencia trans, no es el
ser mujer (que es otra cosa) sino el estar fuera de los géneros. Y para responder a los médicos, la
nuestra no es una disforia de género sino mas bien una euforia de género. Estamos eufóricas,
confusas y desorientadas y también orgullosas. El cuerpo transexual continúa siendo un cuerpo de
reo y desgraciadamente no sólo en la cultura a la que contestamos, también continúa siéndolo en
la cultura liberada y considerada libertaria» (Marcasano, 2002).
23
El eje del mal es heterosexual
24
Introducción
8 El 6 de mayo de 2002 fue asesinado el político holandés Pym Fortuyn que hizo de la
contraposición forzada de homosexualidad e Islam uno de los puntos fuertes de su agenda
política. Partiendo de paradigmas tan probadamente eugenésicos como el darwinismo
social, el malthusianismo, o la antropología organicista, declaraba que el Islam era un
peligro para «nuestro» occidente «supuestamente» más avanzado en materia social. Sus
derechos ilustrados estaban en peligro. Fortuyn pretendía establecer una política gay dentro
de un espacio no abyecto que le posibilitara el acceso a una ciudadanía de primera dejando
atrás aquellos discursos que lo hacían no apto para ostentar la jefatura de un Estado. Pero,
¿no será acaso el neoliberalismo un sistema aséptico de homofobia?: para Fortuyn «gay» era
un valor occidental, un triunfo de occidente, que habría que salvaguardar frente al peligro
de culturas subdesarrolladas que amenazaban «nuestro» welfare.
9 Es de sobra conocido por todas el discurso en el que se iguala sida a homosexualidad y
muerte. El 13 de febrero de 2005 las autoridades de salud pública de EE UU alertaban de la
aparición en Nueva York de una nueva cepa de VIH especialmente agresiva encontrada en
25
El eje del mal es heterosexual
apenas existan estudios sobre el tratamiento del sida en mujeres. Pero además
los medios han representado a la respetable mujer blanca, heterosexual y
casada como «víctima» pasiva del sida y a la «mala» mujer inmigrante,
prostituta o drogadicta como la portadora y transmisora del virus. Otro
ejemplo de las complejas interacciones entre ideologías racistas, heterosexistas
y coloniales, denunciado por Cheryl Chase en su texto, son las implicaciones
coloniales de la enorme diferencia entre la atención mediática y la crítica moral
hacia la ablación genital femenina en África y la indiferencia ante la mutilación
genital intersexual institucionalizada y legitimada médicamente en occidente:
si bien ambos procesos cumplen funciones sociales semejantes —normalizar a
las personas para su vida hetero-sexual y su normalización vía matrimonio—,
uno es descrito como un producto residual de una sociedad atrasada y el otro
se presenta como parte de una retórica de progreso donde la técnica nos ofrece
la promesa de trascendencia de los límites naturales.
Desde diversas experiencias de vulnerabilidad no equiparables ni
asimilables; desde ser interpeladas y violentadas como abyectas; desde la
hipervigilancia de espacios propios e impropios; desde los aprendizajes de cómo
aparentar y «pasar por» géneros y/o nacionalidades como estrategias de
supervivencia; desde la experiencia de habitar las fronteras geográficas de los
cuerpos, las nacionalidades y los deseos; desde el conocimiento de que
nuestras diferentes diferencias importan y que hay que dar cuenta de ellas;
queremos proliferar en encuentros promiscuos que no eludan estas
complejidades constitutivas, ni sus contradicciones y conflictos.
«Tres manzanas cayeron del cielo: una para nosotras, otra para las que inician el
tránsito y la tercera para las que nos acompañan....»
un paciente homosexual, que mantenía múltiples relaciones sin condón —hemos de sobre–
entender que con diferentes personas—, al tiempo que usaba metanfetaminas en forma de
cristales... Pero, ¿dónde reside la auténtica novedad científica de esta noticia? Cualquier
manual sobre sida nos explica cómo el virus que causa la enfermedad es capaz de mutar mil
millones de veces en una sola persona en el espacio de veinticuatro horas. Luego ¿la
novedad es que según un discurso heterocentrado un cuerpo homosexual es el topos ideal
donde puede alojarse la quintaesencia de la muerte? ¡Menuda novedad!
26
Introducción
AUSTIN, J.L., Cómo hacer cosas con palabras, Barcelona, Paidós, 1962/1988.
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27
HOMOFOBIA, TEMOR, VERGUENZA Y SILENCIO
EN LA IDENTIDAD MASCULINA*
E%: Masculinid/es: poder y crisis
Isi S Internacional v
Flacso, Chile 1997.
MICHAEL
S. KIZUMEL
"Esdivertido" (dijo la esposa aí Curiey): "Si yo engancho un bndw y e7 está
soio. me llevo bien con él. Pe w bos*i que se jiuiien dos tipos y us&es m podrán
habiar. Absdutumenn nada. sino esnvfideces". Ella deslizó sus &da. poniendo
sus manos m sus d e r a s . "Usrcdese& &S asvstados unos dr otms. ésa es la
rozóir. Cada wio estd atemor¿zado de que los deniás les saquen -".
P
ensamos que la virilidad es eterna, tlna esencia sin tiempo qac ncside en lo
profundo del corazón de todo hombre. Pensamos que la virilkhd es una cosa,
una cualidad que alguien tiene o no tiene. Pensamos que la viriliddes innata,
que reside en la particular composición biológica del macho humano. el rcsltado de
los andrógenos o la posesión de un pene. Pensamos de la virilidad como tag propie-
dad transcendente y tangible que cada hombre debe manifestar en el muado, la re-
compensa presentada con gran ceremonia a un joven novicio por s r mayores por
haber completadoexitosamenteun arduo rito de iniciación. En las phtmsdel poeta
Rober Bly (1990)."la tstiuctura que está al fondo de la psiquis mésniliaa e s d aún
tan frnne, como lo estuvo hace veinte mil aiícs" (p.230).
En este trabajo considero a la masculinidad wmo un conjunto tL: significados
siempre cambiantes. que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros
mismos, con los otros. y con nuestro mundo. ia virilidad no es ni q d t b niascmponil;
es histórica; no es la manifestación de una esencia interior. es consmríd;imcialmen-
te; no sube a la conciencia desde nuestros componentes biológicos; es meada en la
cultura. La virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas paa diferentes
personas. Hemos llegado a conocer lo que significa ser un hombre ewmcsmrultura
al ubicar nuestras definiciones en oposición a un conjunto de otros.
minorías sexuales. y, por sobre todo. las mujeres.
Extractos Jel capitulo Mwuliniry m Homophobia. Fcir. Shanc md Silmce in tlw COfWmiaioviCCcndcr
Idcntity. publicadoen Hany Bmd y Michicl Kaufiiun.cditmr. 77ic11rrzinl:M~rrculin~rie.~. ks. Sagc
Publications. 1994. A g d m i n o s la autwiwción del autor. Tmduccidn de Oriana Jiiiw511ez
1997 EDICIONDDE LAS MURRES #C111(
Isis INTERNACIONAL 49
Nucstrüs dctinicioiics rlc virilid;id cstiii coiistiinteiiietite cniiibiundo. sielido dcs- Esta es la definición que Ilamaremos masculinidad lte~mtónicu.I n imagen de
ple~adascn c l tcmtio poiitico y st>ciill e11 cl que sc Ilcviiii a cabo las rcliicioiies entrc ~iiüsculinidiidde quetlos hombres que controlan el poder. que ha &galo a ser la
n~rijcresy Iuimbn.'~. IhIieclio. IU biisqu~dapor una detinición trascendente y atempxal norma en las evaluaciones psicológicas, en la investigación sociológiaa y ai la iitem-
de la mrsculinidaú es en sí un ti.tiómt:no sociológico; tendemos a buscar l o eterno y [ u n de autoayuda y de consulta destinada a enseñar a bs hombres pvaies c d m
atempocal dttr~ntclos iitonwntos de crisis. aquellos puntos de transición cuando las llegar a ser "verdaderos h o m W (Connell. 1987). La definición h-máica de IU
antiguas definicioiws no sirven tiiis y I;LInuevas están lucliando por iifiriixirse. vididad a un hombre en e l poder. un hombre c m poder, y u n hombre de pader
Esta idea ck: que 1;i virilidxl cstlí construida socialniente y que cambia con el Igualamos la masculinidad con ser fuerte, exitoso. capaz. confiabk, y astentando
curso de k i historia. no debe ser entendida como una @rdid;i. como algo que sc Ics control. Las propias definiciones de virilidad que hemos deaarrollUdárm nriestracuí-
quita a los hombn5. De Iiwho. nos proporcioiiü algo extraordinüriiümentevalioso -la tura perpetúan el poder que unos hombres tienen sobre otros, y q I I las hombres
acción. +a capckkd de iictuar. NOS dü un sentido de posibilidad histórica de reempla- tienen sobre las mujeres.
zar la abittkh mign;icióo, que iiivariabkmente acompaña los esencialismos aliistóricos La definición de nuestra ailiura sobe la masáiQnidad implica. & eob mana;il
y ;rtempor~ks.Nuestr:w conductas no son simplemente.danattrntlezt: Inrt~i<trr~r. por- varias historias a la vez. St trata de la búsqueda del hombn individu;b p r c u m u k
que 10s riificru .w~úi sitwtl~rurriiios. A partir de los elementos que existen U nuestro aquellos slmbolos cultunks que denotan virilidad, seiiales de que d IQ &a l o g ~ d o
alrededor en nuestra ciiltiirn -persoiiüs. ideas. objetos- crcaiiios activaiiiciitc nucs- (ser hombn). Se tnta de esas nomras que son usadas contra Iris mujeas gama impedir
tros mundos. nuestriis idcntid:ides. Los'lionibrcs pucdeii cambiar, tanto iiidiuidri;il su inclusión en la vida p i í b l i a y su confinamiento a la devaluada esfbpivUd;i. Se
como colectiv-ne. +
tmtn del acceso diferenciado qut distintos tipos de homiwts tienem estas remcms
cultunles que confwren l a vididad y de cómo d a uno de estos ~ a e s ; i r r o l a
e n t m sus propias modificaciones ptua pnstavrry 1~~lam;N su vwidrd Se tmta
h S h f A S C U U M D A W COMO RELACIONES M PODER
del propio poder & estas Mtniciones, que s i r m i para mantener e@ poda efectivo
Lü m ~ s c u l i n i d dvigente en el merc;tdo define las nortnas por las que se rige la que los hombres tienen sobre a l s mujeres y que al@w hombres etis&% sbn otros
virilidad nortmmricrin;i. Dcscribe tanto el escenario en que 6sta se expresa -la esfe- hombres.
n pública y el m d o - como sus características: agresividad, competencia, msie- Esta definicibn de virilidad ha sido resumida inteligentemente 1#lrdp i c ó b g o
dad. Si c l ciiercdocs don& .se verifica y prueba la virilidad. se trata por l o tanto de un Robert Brannon (1976) en cuatro frases breves:
escen;irio "gen<xizuck>", en el cual se cargan o(: significado las tensiones entre hom-
bres y mujeres y entre distintos grupos & hembres. Estas tensiones sugieren que las l . "iNican asuntos de mjeres!" Uno no debe hacer nunca dgogre remata-
definiciones cukr~rüksde g6nero son puestas en e.scenU en un terreno en disputa y mente sugiera femineidad. La masculinidad es el repudio ~iM@acablede l o
son. en sí mianas. rclacioncs de poder. femenino.
N o todas h s rtm.sculiiiidades son creadas iguales: o m i k bien, todos somos crclt- 2. "jSeael timón principal!". La masculinidad se mide por 61 p&r,dtxito. IU
dos igualcs. pero cu:tlqtticr i g u a l d d Iiipo&ica se evapora rdpidarnente, porque nues- riqueza y l a posición social. Como l o afirma el dicho co* "Elayse a1 tcr-
tras definiciones de msculinidaú no se valoran del mismo modo en nuestra sociedad. minar tiene la mayoría de las picas. gana".
Una delinicióti rkr honrhria sigue siendo h norma en rel~cióna la cual se miden y 3. fuerte como un roble!". La masculinidad depende de p n m a c c e r cal-
evalúan otra.. fanw.. de virilidad. Dentro & la cultura dominante. Iü mlisculinidi mado y confiable en una crisis, con las emociones bajo c-l. De hedio. la
que defiiic a ios MJIK'OS. de clase india, adultosjóvenes heterosexuales, es el mode- prueba de que se es un hombre consiste en no mostrar nuncaemocha. Los
lo que e ~ t i t b l c clos
~ sttrrrll~rr-dspara otros hombres. en base a1 cual .se miden otros muchachos no lloran.
varones y, al que, niris coiriúiiriieiite de lo que se cree, ellos aspirrin. El sociólogo 4. "iMbdelos al infierno!". Exude una aura de osadía varo* y agcesividad.
Erving Goffmrin ( 1963) escribió que en Estados Unidos, hay sólo 'un varón compb- Consigalo, arriésguese.
to. íntegro":
Estas reglas contienen los elementos de la definición con la ~ o t n i d virtual-
c
un joven. ~:isLLdo.11I:into. urlxino. 1icccmsexu;il norteño. piidrc protcsuntc dc cduc;ici<in
mente ri todos los varones estadounidenses. El fracaso en encamarawas rglas. al
univcriit:iria. ctiiplc:iclo ü iiciiipo cotiiplcio. <Ic bucn aspccio. pcso y aliurü. con un rd-
afirmar el poder de tales reglas y el logro de éstas, es una fuente tlir h os(rfusión y
tord reciente cii tlcp)rics. Ciit1:i v:)ri>~ics~:~dounidct~scticndc ;Iohscrviw CIinundo dcsdc
dolor de los hombres. Tal modelo es, por supuesto. irrealizable pa W*-
esta pcrspcctiva ... Todo Iionihrc que T;illc en ciililicar en cualquici:~de csas cslkras. cs na. Pero seguimos intentando alcanmrlo. valiente y vanamente. L a *uJ"dad es-
prolwl)lc quc w vea a si tnisnio... con~oindigno, incomplc~o.c inl'crior. (p. 128)
t;tdounidcnse es una prueba implacable.' La prueba principal esti coiiteiiidii en la DespuCs de despegarse de su madre. el muchacho llega ;I veda no coilo url;l
priinem regla. Cualesquiera sean las variaciones de raza. clase. edad, etnia. u orieiitii- fuente nutñcia y de amor, sino como una criatura que lo infantiliza insac&lcil,.ntr
ción sexual. ser un hombre significa tro ser corno las mideres. Esta noción de capaz de humillarlo delante de sus pares. Ella lo hace vestirse con ropas ~ m ~ l s :,
antifemineidad estd en el corizón de 1s concepciones contemporJneas e históricas que le provocan picazón, sus besos le manchan SUS mejillas con I i p k labial. (iñen&
de Iá virilidlid. de tal fomi;i que la masculinidd se define miís por lo que uno no es, su inocenciainfantil con la mata de hdependencia femenina. No teay qrt e s t e a r -
que por lo que se es. se del rechazoa los abrazos de su madre, con gemidos de "Ya. pues, mamá! Córt;rb!-
Las madres representan la humillación de la infancia desvalida y dkpedüntr?. yqO
obstante. los hombres actúan como si estuvieran siendo guiados par (o abelríndondoCc:
LAhiASCUUNIDAD COMO tlUIDA DE LO FEMENINO contra) las reglas y prohibicioneseaunciadas por una madre motnl",mxik el psíco-
Hiscóricn y evolutivamente .se ha definido la masculinidd como la huida de las historiadorGtoffrey Gorer(l964). Coma n~uitante,"todas lasdelkdemsde lacon-
mujeres. d repudio de la femineidad. Desde Fnud hemos llegado r entendec que. en ducta masculina-la rnodestii lac0aaesL la pukntud, la limpieza- s m causidend;rs
términos evdutivos. la tarea central que cada niño debe enfrentar es desmollar una concesiones a las demandas femeninas, y no buenas en s i mismas, ~IDRIBgane de la
identida4 segura de s i mismo como hombre. Tal como Freud lo sosteniu. el proyecto conducts de un hombre abai" (pp.56.57).
edípico es un proceso de la renuncia del niño a su identificacih con el profundo La huidade la femineidad es enajada y temerosa porque la poade castnr
vinculo emocional con su d r e . rcemplaaíndolaentonces por el padn como objeto tan Mcifmcnte al muchacho debido a su poder para volverlo d e ~o pori lo ~
& identificación. Nótese que 4 vuelve a identificarse pero nunca se vuelve a atar. menos de recordarle la dependencia.Estoo ~ u imxorabíemente;
m ) a h W M a 1kg.aa
Todo este p c e m , wgnnent6 Fm& se pone en movimiento pocr e l deseo sexual del sefuna~dttodalav~pr~demostrarsulogio.comosla~~
muchachopor su d e .Pero el padre se alza en el camino &lhijo y no conceded a impmbabk a los d e h . porque nos sadimos tan insegtiros de n o s m m rnianos. Las
ese ni60 pqtrero. su propiedad sexual. Entonces. la primera experiencia emocional mujeres m, se sienten frecuentemente fonadas a probar SU condidún dc mujer, la
del muchacho, la que sigue inevitablementea su experiencia de deseo. a el temor propia fiase suena ndkula. Elias tienen otro tipo de crisis de identibd &g&ro; su
-el miedo a su padre, quien es m& grande, mis fuerte, y más poderososexualmente. enojo y frustración, y sus propios síntomas de á e p i ó n , se deben rr5s al hecho &
Es este miedo, smtbólicilmente ~xperímentadocomo el miedo de castración. l o que ser excluidas que al cuestionamientode si son lo suficientemente M i . 2
Frewl üigurtmrta que equjqrl al niño a renunciar a su identificación con su madre y a E l impulso de repudiar a la madre como indicador de la adquiiEiá\ dt identi-
buscarla con su padre, el ser que es la fuente real de su miedo. A l hacerlo así, el dad de género masculina tiene tres consecuencias panel muchachw.hkem. empu-
muchacho es sitnbóliu~nte capaz de la unión sexual con un substituto simi- ja lejos a su d r t d. y con ella n los rasgos de acogida, comp;ls& y mnura que
lar a su madre. es decir una mujer. A l mismo tiempo adquiere género (miisculino) y pudiem haber encarnado. Segundo, suprime esos rasgos en sí m i s m epmpc revela-
se convierte en heccrosexu~l. rán su incompleta separación de la madre. Su vida devicne un p r o y e a permanente:
La wasculinidad, eii este modelo. estB irrevocablementeligada a la sexualidad. demostrar que no posee ninguno & los rasgos de su madre. La idcnicdedmasculina
La sexualiM &I muchacho se pareceri ahora a la sexudidad de su padn (o por 10 nace & ia nmuaciaa l o femenim, m& la aft&ión d ' i t a d e lo itmsmlafrql o cual
menos, a la manera que CI ?;e imagina a su padre): amenazante, dev~stidor,posesivo, deja a la ideatidad de gbnero masatlino tenue y frágil. Tercero, c m el tm3Q6sito de
y posiblemente. castigador. El muchacho )u Ikgzado e identificarsecon su opresor; demostnr el cumplimiento de estas primerasdos tareas. el muchachmtanibiena p n -
ahora 61 inismo puc& Ikgar n .ser el opresor- Pero un temu se mantiene. el terror de de a devaluar a t& las mujeres en su sociedad, como encamrtcioffes vivientes de
que el jown mucli~cliosclc desenmascari como un fraude, como un hambre que aquellos rasgos de s i mismo que ha aprendido a despreciar. Estuviere a RO iníormado
no se ha 'separadocomplerl e irrevocablementede su madre. Serin otros hombres los
que lo desmtnasc~rzidn.El ffimso clcjari de-sexuado al hombre, haciéndolo apare-
cer como que m es un hombrt total. Será considerado un timorato, un hijito de su
rnand. un afeminado.
coim d marginal a perder la gnciú.
de ello. F ~ u tarnbitn
d describió los orígenes del sexismo -Id desv.iIorización siste- qte pescaron- y cóiiio constantemente pasamos revisto ü los indic:idores de h virili-
mitica de las mujeres- en los esfuerzos desesperados del muchacho pan separarse &id -riqueza. pocler, posición social, mujeres atractivas- frente U otros Iiombes. de-
de SU madre. Nosotros podemos qarercr "a una muchacha igual a la que se casó con sesperados por obtener su aprobación.
mi querído p a w . como lo expresa Iicanción popular, pero ciertamenteno queremos El hecho que esos hombres prueben su virilidad a los ojos'de otras hombres es
ser como elh. ;I Iivez consecuencia del sexismo y uno de sus puntales principiles. "Las tnujercs
Esta incertidumbre crónica s o b la identidadde gtciem ayuda a entender varias tienen, en la mente de los hombres, un lugar tan bajo en la eacala socid de cste país.
conducías ob.sesivas. Tomemos. por ejemplo, el recumnte probkma del matón del que multa inútil que tú te definas a ti mismo. en los ténninos de una mjtr':upresó
patio de la exueia. Los padres nos recuerdanan que e1matónes e l menos seguro ;UXII:~ 21 dr.~maiurgo David Mamet. 'Zo que los hombres necesitan es la aprsbUciaide los
de su virilidad. y que por ello estji constantemente tratando de probado. Pem él lo propios hombres". Las mujerts llegan a ser un tipo & divisa que lo* h B R S usan
pruebae . q k m k , antagonistasque es(5i seguro de derrotat; por lo tanto, la burlari un pan mejorar su ubicación en la escala social masculina. (Hasta esos nonuaitos de
mat6n es "golpea a alguien de tu mismo tamaño". No obstanie, éi no puede, y des- heroicas conquistas de mujeres, conlkvan yo c m una comente dt evrkilcib
puCs de demar a un oponente m& pequeño y dCbil, c m el cual estaba seguro que homosociil). La m;uculinKfadei una riprobsción *ñomosacU". Nos pmbmos, eje-
pmbaría su virilid;d, se queda con $asensación de vacío que lo carcome, de que cutamos actos heroicos. tomamos riesgos enomies, todo porque queremos
homóes admitan nuestra virilidad.
*
aros
después de todo, no lo haprobado, y que debe encontrar a otro contrincante, de nuevo
uno m5s pequen0 y nióm débil. que pueda derrotar, para probat.selo a sí mismo-3 La masculinidadcomo k g i t i m i ó n hamsocialest4 Iknade peligros,iaiii r#s-
Unade lasilustraciones más gráficasde estaeterna pniebade la pmpia hombr(li gos de fracaso y con una competencia int- e m\plae;ibk. W=irda honibn:que en-
ocurrió en lacerenroniade e nt & Pnmiosde la Acadanu (Oscar).en 1992Jack
m cueritr;rs,tiene una valoración o una estimación & si mismo que amwa piede a
Pahnce. envejedo actor,que otrora desempe6ara roks &roa, al aceptar el premio of vidan, escribió Kenncth Wayne (1 912) en su popuiar l h de conseja de ##nien-
corno mejor lac(0p;genindtrio por su papel en la comedia & vaqueros Cizy Slickers, zos de siglo. "El hombn tiene su medición propia, e inst;uit~neameniela abica al
coment6que las pemmas. sobn todo b producroíw de cine. pensabanque debido a costado del otro hombre" (p.18). Casi un siglo más tarde. otro hombn canmi6 al
sus 7 1 años. todo esíaba acabado. que éi ya no era competente. "¿Podemos arriesgar- psicdogo Sam O s h n (1992) que "cuando ya eres un adulto, es fácil ptosar que
nos con este tipo?" señ;il6, adjudiúdoks la pregunta y acto seguido se dejó caer al siempre estás en competenciacon los hombres, por la atet~:iónde las mujepcs.en los
suelo pata realizar fkxioms apoyado en un brazo. Fue patético ver a ese deportes, en el trabajo" (p.291).
actor de 1;uka trayectoria teniendo que probar que todavía era lo suficientemente
varonil para trabajar y, como también & coamt6 en el escenário. para hner sexo.
¿Cu;Utdo -acaba esto? Nunca. Admitir debilirdad, fiaquep o fragilidad. es ser
visto como un enclenque, afeminado, no como un verdadero hombre. Pem, jvisto Si ia msculinidad es una a p h i ó n homosocial. su emoción más &stada es
por quién'? el miedo. En el modelo de Freud. el miedo del poder &l pUda aterra al &ho
joven Ikvándolo a renunciar al deseo por su m á e y a identificsrse con ti. Este
L A MASCOLINIDAO COMO VALIDACt6N HOMOSOCIAL modelo une fa ickntidad de género con la orienraci sexual: la identifkación del
ni% pequeñocon su padre (que lo Hevaa ser masculino) k permite ahora comprame-
O t m bintwc.~:cstamolitwjo el cWdadosoy persistcmteescrutiniode otros hom- terse en relaciones sexuales con mujeres (se vuelve heterosexual). Este es el origen
bres. Wlos nos miran. nos clasifican. nos concukn h accptxión en el nino de la de cómo podemos leer la orientación sexual de alguien a través del exitoso desempe-
virilidad. Se cknmstcihombríaparalaaprobac'iónde otros hombres. Son ellos quienes ñode la identidadde género. Segundo, d miedoque sienteel pequeñono lo hace salir
evatúan el clescm(>cTto. Ei critico literario David Leverenz (1994 ) argumenta que "las corriendo a los brazos de su m d e para que lo proteja de su padre. M& bien, él crae
ideologías de la virílidd han funcionado principdmentenspectoa la mirada de los qw supermí su miedo a1 identificarsecon la fuente que origina dicho temor. L&
pares del var&~y a ti autoridad masculina" (p.769). Piensen en cómo los hombres mos a ser masculinos a1 identificamos con naesito opresor.
aliude;in entre sí de sus logros -desde su última conquista sexual al t m ñ o del pez Pero hay una pmU que falta de este enigma, una pieza que el mismo Frrad
incluyó pero que no desarr~lló.~ Si el muchacho en la etapa preedípica se i&nt¡IÜ;i
con su madre, ve el mundo a trtiv6.r de los ojos de su ritudre. Así, cuando se cmfmYz
Isis Iwniu~ahcrcm~i.1997 Emciomc OE LAS M u i n e N24 55
ción cultural de virilidad. L a homofobia es mis que el miedo imcionul; por h h i n -
a n su padre durante su gran crisis de la etapa edípica. experimenta una visión dividi-
bws ay. es m;Is que el miedo de lo que podemos percibir como R ~ Y "La . pcil;ibra
da: ve U su padre coino su madre ve a su padre. con una combinación de temor,
w ~ t i ~ ~ c r ano
dotiene nada que ver con la experiencia homosexual o incluso cm1 los
mnvílla. terror, y r/e.rco.Sitnultiineamente ve al padre como a 61 4 muchacho- le
tnidos por los homosexudes". escribe David Leverenz (1986)."Sale dE kis profun-
gustaría vedo <amo el objeto no de deseo pero si de emulación. A l repudiar a su
didades de la virilidad: una etiqueta de enorme desprecio por alguiea quc p e c e
m d r e y al identificarse con su padre, s61o da respuesta en forma parcial a su dilema.
afeminado. blando, sensible" (p.455). La homofobiues el miedo a que ciliroskombres
¿Qué puede k e r con ese deseo homoerótico, el deseo que sentía porque veía a su
tios desenmascaren. nos castren, nos revelen a nosotros mismos y al mnBo que no
padre ctc la mnem que su madre lo veía?
iikantümos los sta~~dards, que no somos verdaderos hombres. Tenemos #mor de
De& suprimir tal deseo. El &seo hornoerótico es desechadocomo deseo feme-
permitir que otros hombres vean ese miedo. Este nos hace avergonzamos. gague su
nino, en cuanto es el deseo por otros hombres. La homofobiaes e1esfuerzo por supri-
reconocimiento en nosotros mismos ts una pnreba de que no somos ~ a vmmiles n
mir ese deseo, pan purificar todas las relacionescon otros hombres, con Ias mujeres,
como pntendemos, tal como l o expresa unjoven en un poema de Y e a ''unoque ~ se ,
con los niños. y para asegurar que nadie pueda alguna vez confundirlo con un homo-
eriza en UM pose varonil con todo su timidocordn". Nuestro miedo es el Icriedo cie
sexual. La huida homof6b'i de la intimidad con otros hombns es el repudio u1 ho-
la humillación. Tenemos vergiienza de cstiu BSUStados.
mosexual que est;i denm de sí. t a m que nunca es totalmente exitosa y que por esto
es constantemente revalidadaen cada relacidn homosocU. "Lasvidas de h mayoría
La wgiimza conduce al silencio -los silencios que permiten creer a ~ b rper- s
s a s que realmente aprobamos las cosas que se hacen en nuestra cultura alas muje-
de los hombres estadounidenses están limitados y sus interesesson diariamente mu-
tilados por la necesidadconstante de probar a sus compañeros, y a sí mismos, que no
m, a las minorías. a los homosutuaiesy a ías f c s b ' i . El úkncio atccindacuado
echamos a comr presurosos. dejando atrás a una muja que estii siendo d por
son afeminados ni homosexuales", esaibe el historiador psicoanaliticoüeoffrey Gorer
hombns en fa calle. Ese furtivo sikncio cuando lao hombreshacen chjskssexisas o
(1964). "Cuillquier interés o búsquedU i d e n t i f d como femenina deviene profun-
racistas en e¡ bar. Ese pegajoso silencio cuando los tipos en la oficina hacen chistes
damente s o ~ h o s pára p los hombr& (p. 129).
sobre at;isues a los gay. Nuestros miedos son la f m t e de nuestros sihcios. y los
Aun cuando no suscribimos las ideas psicoanalíticas de F d ,podemos obser-
silencios de los hombres es lo que mantiene el sistema. Esto puede ayudar a explicar
var todavía cómo. en Jrminos menos sexualizados, el padre es el primer hombre que
por qué a menudo las mujeres se lamentan que sus amigos o compañeros van#m son
evalúa el desempeño m&xulino del muchacho, el primer par de ojos de varón frente
tan comprensivos cuando están solos. pcro que cuando salen en grupo cekbr;in los
a los cuales él se t r i a de probar a s i mismo. Esos ojos lo yguirán por el resto de su
chistes sexistas o mjis adn, son ellos mismos los que los cuentan.
vida. Otros ojos de hombres se u n i r h a aquellos -los ojos de los modelos, tales como
El miedo de verse como un afeminado domina las definiciones culturales de
los rmwstms. los entrenadores, losjefes, o de héroes de los medios de comunicación;
virilidad. Etio se inicia muy temprano. "Los mu6h;lcitos entre ellos mismos se aver-
los ojos clc sus ptcs, de sus amigos, de sus compañeros de tnbajo; y los ojos de
güenzande serno varoniles". escribió un educador en 187 1 (citado en Rotundo, 1993.
millones de otros hombres, vivos y muertos. de cuyo constante escrutinio su desem-
p.264). Tengo un¿apuesta pendiente c m un amigo de que puedo entwr a cualquier
pe5o no se eticontrar5 jan& libre. "Latradición de todas las generaciones pasadas
patio de recreo en los Estados Unidos dondo jueguen niños de 6 años y por el sob
pesa como una pesadilla en el cerebro del viviente". fue como MMarx l o sintetizó
hecho de formular una pregunta, puedo provocar una peita. es simple: '*¿Quién
hace mis de un siglo (1848/1964, p. II). "La primogeniturade cada varón estadouni-
es un afetnhdo por estos lados?" Una vw fannuiad;i, se ha hecho el desafh. Es
dense es una scrisxióti crónica de inadecuación personal", es la forma en que dos
probable que ocurra una de dos cosas. Un muchacho acusar6 a otro de serlo. U lo que
psicdogas b describen ;atualmmte (Woolfolk & Richiudson. 1978, p.57).
ese muchacho responder5 que tl no es el afeminado, pero que el primero sí lo es.
Esa pesridilh, de fa cual iiunca plncernos despertar. es que esos otros hombres
Ellos tendrin que pelear p a n ver quien está mintiendo. O un grupo entero de mucha-
verin esa sensación de inadecuación, verán que Unte nuestros propios ojos no somos
chos rodeará a uno & ellos y gritadn todos "¡El es! ¡El es!". Ese muchacho o se
lo que fingirnos ser. Lo que Ilarnarnos masculinidad es a menudo una valla que nos
deshace en Idgrimas y corre a su casa llorando, sintiéndose un desgraciado, st@ri
protege úe ser descubiertos como un fraude, un conjunto exagerado de actividades
que enfrentarse a varios niños ai mismo tiempo para p d a r que él no es un -&&a-
que impide u los úctiilís ver dentro de nosotros, y un esfuerzo frenktico para mantener
do (¿Yqu6 le diriín su padre o hennimos m a y m , si pnfere irse corriendo &su u s a
a raya quelfos miedos que estáii dentro de nosotros. Nuestro verdadero temor "no es
llorando?). Pasar5 algún tiempo antes de que recobre algún sentido de autoesth.
miedo de las mujeres sino de ser avergonzados o humillados delante de otros hom-
La violencia es, a menudo. el indicador m;is evidente de la virilidad. bien
bres. o de ser dominados por hombres mis fuertes" (Ltverenz. 1986, p.45 1).
es la disposición, el deseo de luchar. El origen de la expresión f&r r r f i f l C J S ~aI el
~ ~
Este es entonces el gran secreto de la virilidad estadounidense: estamos ~rsustu-
honlbrcl, viene de la práctica de un adolescente en el campo o pueblo pe- a
dos de otros Iiwiilires. La homofobia es un principio orgruiizridor de nuestra defini-
57
Isis Imwrnow.~ 1Y97 EOICION~S
OE LAS MUI~ES
N024
X(IV, no como un verdadero hombre. mantiene a todos exagerando 1% reglas tradicio-
thicios de este siglo, quien literalmente caminaba por todas panes con una astilla de
madera balanceándose en su Iiombro. como signo de su disposición para luchir de nales de la masculinidad. incluyendo la explotación sexual de mujeres. lu homofobia
inmediato con cualquieri que tomara la iniciativa de quitíírseh. (ver G m r . 1964, y el sexismo van de la mano.
p.38; Mead. 1965). Las consecuencias de ser percibidos como afeminados son enmmes, o veces
Como adolescentes, aprendemos que nuestros pares son un tipo de policía de asunto de vida y muerte. Nos exponemos a grandes riesgos p a n proba nuestra con-
género. constantemente amenat;ináo con desenmúscaramoscomo afeminados. como dición de hombre, con la salud, en los lugares de trabajo, y con enfemedades
poco hombres. Uno de los trucos favoritos que teniamos cuando yo era adolescente, tensimales. Los hombres se suicidan con una f~tcuenciatres veces maya que las
e n pedirle a un muchacho que miran sus uñas. Si él acercaba su palma hacia su cara mujeres. U psiquiatm Wiflard Gaylin (1992) explica que eso se de& " i d a b i e -
y doblaba sus dedos pan verlas, pasaba la p w b a Se miraba sus unas ''como un mente a la percepción de una humillación social", con frecuencia ligada al fiwso en
hombre". Pero si ponía su palma hacia abajo y lejos de su can, y luego se mirabr las tos negocios:
uñas de las manos con el brazo estirado, en ridiculizado inmediatamente como afe-
minado. Los hombres se deprimen pw la pérdida de posición social y de poder en el mundo de
Cuarrdo somos jóvenes observamos constantemente esas barreras de gdnem, los hombres. No es la pérdidade dinero, o de las ventajas materialesquccl dinao puede
verificando los cercos que hemos ~0Iistniid0en el perímetro, asegurando que nada comprar lo que produce la desesperación que conducea la autodestnraón. Es la "ver-
remotamente femenino se cuete a través de ellos. Las poaibilidUdesde ser desenmas- giknza". la uhumillaciSn". el sentimiento& "F~~c~so" penond... Un h b p e s t deses-
carados están por todas partes. Incluso la cosa aparentementemás insignificantepue- pera cuando ha dejado de ser un h o m k entre los hombres. (p.32)
de significar una amenaza o activar ese terror tan persistente. El día en que los estu-
diantes de mi curso "Sociología de los hombres y sus mascuiinidades" debían discu- En un estudio se preguntd a mujens y hombns qué e n lo que temían.
tir la homofobia y las amistades e n m varones, un estudiante entregó una ilustración Mientras las mujeres respondieron que a ser violada.. y asesinadas, los koanbcs con-
conmovedora. O b s t r v h qw era un hemioso día, el primero de primaveradespuCs testaron que lo que más les asustabaera ser motivode risa (Noble, t !EX¿, p.105-M).
del invierno bnrtaldet nordcste. decidió ponerse pantalones cortos para asistir U cta-
ses. ''Tengo un par de pantalones cortos, muy bumos del tipo Madras". comentó.
"Pero -entonces pensé- estos pantalones conos tienen algo de color lavanda y rosa.
Hoy el tópico de la chse seti la homofobia. Quizá hoy no es el mejor dfa para usar La homofobia estií íntimamenteentniazadzi tanto con el sexismo como con el
esos p~ntrlonea". racismo. El miedo -a veces consciente, otras no- de que otros puedan percibimos
Nuestros esfuerzos por mantener una fachada varonil cubren todo l o que hace- como homosexuales nos presiona a ejecutar todo tipo de conductas y actitudes
mos. L o que usamos. Cómo csmin;imos. Qué coinemos. Cada amaneramiento, cada exrigedamente masculinas. para aseg&mos de que nadie pueda formarse una idea
movimiento contiene un lenguaje codificado de género. Piensen, por ejemplo. cómo errada sobre nosotros. Una áe las piezas centrales de esa exagerada masculinidades
contestar la pregunta: ¿Cómosabe usted si un hombn es homosexurl? Cuando hago rebajar a las mujms. tanto cirduyénddas& la esfera.pública corno con desc;iiif=a-
esta pregunta en clases o talleres. Las respuestas invariabkmente proveen un& lista ciones cotidianas en lenguaje y oonduct;is que organizan la vida diaria dei hombre
bastante típica de conductas afeminadas. Caminade unacierta manen, habla de cicr- estadounidense. Las mujeres y los hombres gay se convierten en el otm contra los
ta fonwi, actúa de cierto modo; es muy emocional; muestra sus sentimientos. Una cuales los hombres heterosexuales proyectan sus identidades. contn quienes eltos
mujer comentó que ella sube si m hombre es gav si él se preocupa realmentede ella: barajan d naipe de modo de competir en condicionesque les aseguré ganar. y de este
otra dijo que ella sabe si 61 es gap si no muestra interés en ella, si la deja sola. modo al suprimirlos, proclamar su propia virilidad. Las mujeres amenazan con cas-
Ahora cambien la pregunta e imaginen l o que los hombres hetercasexuales ha- tración por representar el hogar, el lugar & trabajo y las ccsponsabilidadesfamílie
cen p a n asegwdrse que nadie podrí;i tener la posibilidad de una idea m d a sobre res, la negación de la diversión. Los hombns gay históricamente han deswnpdfado
ellos. Las respuestas típicamente se refieren a los estereotipos originales, esta vez el rol del afeminado consumado en la mentaíidad popular estadounidense porque la
como un conjunto de reglas negativas acerca de la conducta. Nunca se vista de esa homosexualidades vista como una perturbacióndel normal desanulb de g6nero. Ha
manen. Nunca hable o camine de esa forma. Nunca muestre sus sentimientos o nun- habido también otros otros. A travCs de la historiaestadounidense. varios grupas han
ca se ponga emocional. Siempre escé preparado p a n demostrar interés sexual por las representado al afeminado, el no-hombre contra quienes los hombres llevaron a cabo
mujeres que encuentre. así resulta imposible p a n cualquier mujer hacerse una idea sus definiciones de virilidad, a menudocon viciados multados. De hecho, estos gnipos
ernda sobre usted. En este sentido, la homofobia, el miedo de ser percibido como cambiantes entregan una lección interesanteen el desarrollo histórico estadounidense.
XI Jornadas de Sociología. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos
Aires, Buenos Aires, 2015.
Ariel Sanchez.
Cita:
Ariel Sanchez (2015). Hombre, varones y sociedades de la diferencia
(sobre la posibilidad de penetrar a la masculinidad). XI Jornadas de
Sociología. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires,
Buenos Aires.
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“Hombre”, varones y sociedades de la diferencia (sobre la posibilidad de penetrar
a la masculinidad)
Autor: Ariel Sanchez. Instituto de Investigaciones Gino Germani. Facultad de Ciencias
Sociales (UBA) arielfs@gmail.com
Resumen:
Hay algo que liga a la masculinidad con conceptos propios de la modernidad como Cultura, Ciudadanía,
Individuo, Razón y, fundamentalmente, Hombre. Considerada en algún momento como esencia de
aquellos sujetos nacidos con pene y al mismo tiempo, paradójicamente, como algo que debe aprenderse,
incorporarse, marcarse, la masculinidad experimenta desde hace algunas décadas un proceso de
“mutación”. Al morir el Hombre como figura universal, aparecen los varones, pero también quedan allí
algunos resabios de esa razón que los hizo ser lo que eran en otro régimen de verdad. No hay meras
rupturas, sino tránsitos, articulaciones que van dando forma a los cuerpos y las subjetividades.
Diferentes tipos de discursos sociales hablan de las transformaciones que se producen en las formas de
entender la masculinidad en las sociedades contemporáneas. El problema que se presenta aquí no es tanto
aceptar o no estos cambios, como inscribirlos en una trama amplia y compleja de producción de
subjetividades. El concepto de masculinidad pareciera escurrirse en formas de poder que interpelan desde
la obligación a la diferencia, al placer y a mostrarse “como uno es”. ¿Cómo pensar la producción de
subjetividades generizadas en un mundo que hace un llamado explícito a la diferenciación constante?
Hay algo que liga a la masculinidad con conceptos propios de la modernidad como
Cultura, Ciudadanía, Individuo, Razón y, fundamentalmente, Hombre. Considerada en
algún momento como esencia de aquellos sujetos nacidos con pene y al mismo tiempo,
paradójicamente, como algo que debe aprenderse, incorporarse, marcarse, la
masculinidad experimenta desde hace algunas décadas un proceso de mutación. Al
morir el “Hombre”, como figura universal, aparecen los varones, pero también quedan
allí algunos resabios de esa razón que hizo ser lo que eran en otro régimen de verdad.
No hay meras rupturas, sino tránsitos, articulaciones que van dando forma a los cuerpos
y las subjetividades.
Este trabajo es un recorrido por algunas cuestiones de gran importancia para la
investigación que actualmente estoy realizando sobre el análisis de relatos de
biovarones que se reconocen a sí mismo como heterosexuales. La época ya está
marcada en cada una de las palabras que debo o debería usar. Varón está
desencializado, no trabajo con varones ni con “hombre” como categoría general, sino
con aquellos animales humanos que han nacido con pene y que, además, se reconocen
como varones y heterosexuales. Marcas a partir de las cuales podemos pensar la
dimensión temporal y actuada de las subjetividades generizadas, al tiempo que la
materia con la que se van formando a los sujetos que serán considerados socialmente
masculinos.
El recorrido del texto está ordenado a partir de una serie de entradas e
interrogantes que nos permiten pensar diferentes formas en la que se produce social y
culturalmente la masculinidad y lo que es nombrado, desde diversos estudios de género,
como su crisis. En líneas generales, se realiza un doble movimiento: por un lado, uno
descriptivo, que tiene que ver con la producción de cuerpos género en el marco de lo
que podíamos llamar un nuevo régimen de verdad. Es decir, cuáles son los
desplazamientos, qué ocurre con la dicotomía femenino-masculino en relación con los
cambios producidos con los pares cultura-naturaleza y racionalidad (mente o alma)-
sentimiento (cuerpo). Y, por otro lado, me interesa el gesto que podríamos nombrar
como político, que tiene que ver con pensar lo que abre el posthumanismo respecto a los
modos de pensar las subjetividades generizadas: ¿Qué queda de la producción de
subjetividades masculinas propias del momento de la modernidad? ¿Qué ocurre la
masculinidad, vinculada a la producción y reproducción de “lo mismo”, en un mundo
donde proliferan las diferencias? ¿Cómo se entrama con un nuevo régimen de verdad?
¿Cómo pensar la politicidad de las subjetividades en un mundo donde desaparecen las
certezas y los universales?
A. Interrogación
La producción sociocultural de las subjetividades masculinas es primordialmente
una operación de definición y exclusión de la otredad, se define a partir del rechazo a
ciertos valores y prácticas entendidas como femeninas; pasividad y penetrabilidad son
las primordiales. Esta operación, al ubicar del lado de afuera a los cuerpos, los gestos,
los gustos y las prácticas que atentan contra la estabilidad identitaria, tranquiliza.
B. Dicotomías
C. Universalidad
1
“Con este término -falogocentrismo- trato de absorber, de hacer desaparecer el guión mismo que une y
vuelve pertinentes el uno para con la otra aquello que he denominado, por una parte, logocentrismo y, por
otra, allí donde opera, la estratagema falocéntrica. Se trata de un único y mismo sistema: erección del
logos paterno (el discurso, el nombre propio dinástico, rey, ley, voz, yo, velo del yo-la-verdad-hablo, etc.)
y del falo como «significante privilegiado» (Lacan)” (Derrida, 1990).
mientras la mayorías de los hombres y todas las mujeres se hacían invisibles, apartados
del escenario de acción, tanto debajo de él manejando la maquinaria, como fuera de él
completamente?” (2004, p. 20). Así como cultura respecto a lo inferior, lo bajo, la
naturaleza o el salvajismo, la masculinidad termina definiéndose por medio de la
delimitación de aquello que no es, de aquello que pertenece a lo femenino, a los salvaje,
a la sinrazón. El anudamiento las subjetividades masculinas deja la marca de género
masculina en una especie de invisibilidad que la liga con la nociones de cultura, razón y
ciudadanía.
El tipo de visibilidad que retuvieron las mujeres es percibido como subjetivo, es
decir, que informa tan sólo sobre el yo, parcial, opaco, no objetivo. “La agentividad
epistemológica del gentilhombre implicaba un tipo de transparencia especial. Las
personas de color, sexualidad y trabajadoras aún tienen una gran labor por delante para
contar como testigos objetivos y modestos del mundo, más que de su parcialidad o
interés especial. Ser el objeto de la mirada, en vez de origen autoinvisible y modesto de
la visión, es ser probado de agentividad” (o.c, p 24).
Las políticas de subjetivación de la modernidad han operado reduccionismos en
nuestras formas de conocimiento y pensamiento que nos llevan al estrechamiento de las
categorías de universalidad y totalidad, como si fueran formas aprehensibles,
alcanzables. La modernidad aspira a apropiarse de lo universal porque la posesión y la
lógica de lo Uno es el régimen que entiende y con el cual organiza todas las relaciones”
(Mendez y Farneda, 2010, pp. 117-118). Cuando se hace referencia a la caída o el
agotamiento de la noción de sujeto a partir de un giro acontecimental, lo que queda en
entredicho es la categoría de sujeto como totalidad y como unidad, como fundador del
edificio del saber, ese testigo modesto que supuestamente todo lo ve y todo lo escucha.
En esta lógica de la universalidad se expresa también la dificultad de los estudios
de género para pensar la producción de la masculinidad o los modos de hacer varones
en las sociedades contemporáneas. Al nombrar la universalidad del sujeto, quedo oculta
toda una historia de anudamientos y tramas que ligan a cuerpos con género y deseos.
Por lo tanto, quedarse con los desplazamientos en las fronteras nos deja en un terreno
que no nos permite ver ciertas mutaciones que aparecen si nos situamos en el
funcionamiento de lo masculino como universal impenetrable. De ese modo, se puede
entender que las implicancias de esa muerte del Hombre, se tratan de algo más que
pasajes de un lado a otro de las fronteras de género. Pueden llegar a presentarse
resultados inesperados en esa trama compleja que se teje cuando pensamos las
posibilidades de otro tipo de vidas, oscurecidas y despojadas al mundo de la
particularidad, por los efectos de la luminosidad ilustrada y su constante reproducción
de la imagen sacra de lo idéntico.
D. Diferencias
A fines de la década del 80 del siglo XX, Gilles Deleuze escribe “Postdata sobre
las sociedades de control” (1999) donde plantea que algo estaba cambiando, que
estábamos ingresando en lo que era un nuevo tipo de sociedad, regido por una nueva
configuración de poder. Las crisis de los espacios de encierro y de las instituciones
daban cuenta de que las sociedades disciplinarias “eran lo que ya no éramos, lo que
dejábamos de ser” (o.c., p 115). Así como la sociedad disciplinaria había sucedido a las
sociedades de soberanía, parecía que ocurría lo mismo con las de control, ya que si bien
no desaparecían los mecanismos instaurados con las disciplinas y los espacios de
encierro, la naciente configuración de las relaciones de poder posibilitaba nuevos
articulaciones y formas de disciplinamientos de los cuerpos y las subjetividades de las
cuales Deleuze sólo pudo ver sus inicios.
Si en las sociedades disciplinarias esos modos aludían al sujeto de la fábrica y el
“buen ciudadano” (subjetividades eminentemente públicas), en las sociedades de control
y partiendo del supuesto planteado de que cada sociedad cría humanos de acuerdo a los
modos normales de habitar el mundo, debe construir otro tipo de corporalidades y
formas de habitar y ser en el mundo. Es decir, si en las sociedades de la disciplina el
cuerpo-máquina y el cuerpo-especie eran los centros de apoyo de ese poder que se
desplegaba, la problemática que se abre es pensar qué tipo de sujeto requiere esta nueva
sociedad basada en el consumo, que controla no sólo a través del panóptico, la
confesión y la regulación de cuerpos, sino también de forma virtualizada e
informatizada.
Desde el momento en que las empresas son las instituciones por excelencia
encargadas de la construcción de subjetividades, desplazando así a las grandes
instituciones del capitalismo industrial (escuela, cárceles, hospitales, fábricas), el
objetivo está marcado: “producir sujetos consumidores: tal es el interés primordial del
nuevo capitalismo postindustrial de alcance global. Las biopolíticas privatizadas (y
privatizantes) de este siglo apelan ostensiblemente a las maravillas del marketing en su
misión de construir cuerpos y modos de ser adecuados a una sociedad en la cual las
demanda de mano de obra obrera se ha derrumbado” (Sibilia, o.c., p. 214) .Las figuras
del trabajador industrial y el ciudadano como modelos de sujeto de las sociedades
modernas se han debilitado, una nueva corporalidad y una nueva forma de ser se abre
paso en las sociedades postindustriales y del espectáculo.
Las sociedades de la diferencia y la diversidad proponen un modelo de control
que pasa por otras superficies. Las multiculturalidad y las demandas de
reconocimientote diferentes grupos culturales, sexuales, de género –ya sea por la lucha
por el reconocimiento, por las corrientes migratorias de las últimas décadas, por las
dinámicas de empoderamiento o por las formas de poder propias de los capitalismos de
consumo- se han puesto en agenda, modulando de maneras distintas las fronteras entre
lo normal y lo anormal. Los diferentes grupos de género, sexuales, culturales,
convertidos en actores dentro del espacio público, ponen en evidencia el centro, hasta el
momento invisible. Nos muestran la marca masculina, blanca, occidental y heterosexual
del panóptico de la sociedad de la disciplina. Allí están ahora, las subjetividades
masculinas, lanzadas en la polis entre tantas otras crías de humanos.
Leticia Sabsay, respecto a la reflexión sobre los sujetos de la diversidad y la
producción de la identidades sexuales y culturales en las sociedades post-disciplinarias
introduce una pregunta por de más interesante: “Si el descentramiento del sujeto ha de
ser concebido seriamente y si hemos de recuperar una noción radical del ideal de
libertad, la cuestión a plantearnos en el horizonte contemporáneo continúa siendo, para
nosotros, entonces, desde qué lugar abrir nuevos marcos de libertad sin tener que
remitirnos por ello a los ideales liberales, cómo hacer para abrir mundo sin pensar por
ello que esa apertura será la última, y sin pensar que en este diálogo interminable con el
poder, habrá alguna vez un punto final” (2002, p. 58).
¿Cómo pensar la producción de una subjetividad masculina, sus modos de
hacerse y deshacerse en un mundo que ya no te dice hace tal o cual cosa sino
diferenciate? ¿De qué modos se produce la masculinidad en sociedades donde convive
con otras diferencias? ¿Sigue siendo el término jerarquizado y no marcado? ¿La crisis
de la que hablan los estudios de masculinidad es su aparición como posición
diferencial? ¿Qué otros cuerpos y subjetividades pueden gestarse en estas nuevas tramas
de poder? ¿Sigue siendo el sexo el resabio moderno que liga a los “cuerpos con pene”
con la masculinidad? ¿Cómo pensar el género, o la masculinidad, sin la presencia
avasallante del par naturaleza-cultura?
E. Aperturas
En Cuerpos que importan, Judith Butler (2005) se refiere a la impenetrabilidad
del varón como condición que sostiene la estabilidad de lo masculino y a la estabilidad
de ese efecto de frontera. La prohibición de ser penetrado –prohibición de la posición-
es lo que hace posible la ilusión de una identidad de género masculina fija. Podría
interpretarse esta prohibición que asegura la impenetrabilidad de lo masculino como una
especie de pánico, el pánico de llegar a parecerse a ella, a afeminarse (o.c., p. 89). Es
sumamente interesante esta apreciación de Judith Butler para pensar cómo juega la
producción diferenciada masculino/femenino y cómo se establecen sus límites en
momentos de crisis.
Los cambios sociales que traen las sociedades de control permiten entender
los desplazamientos producidos en la frontera masculinidad-feminidad y dar cuenta
de algún modo de qué es eso que se llama crisis de masculinidad. Sin embargo, una
apuesta superadora, que ponga en entredicho la primacía de la razón binaria, nos
empuja a pensar más allá de esos desplazamientos, trae consigo un interrogante sobre
las posibilidades de volver incierta esa masculinidad: ¿es posible penetrar la
masculinidad? ¿Esos cambios en las fronteras de género permiten producir
masculinidades que escapen la estructura cultura-naturaleza? ¿si el cuerpo no es
destino, cómo se viene diciendo desde el feminismo crítico de la modernidad, porque
se sigue ligando masculinidad a ciertos tipos de corporalidades? ¿Puede
experimentarse masculinidades en cuerpos penetrables? ¿O es su condición de
existencia la impenetrabilidad? ¿Cómo ligar la incertidumbre con la masculinidad?
¿Que ocurre cuando se desmorona la certeza, ese lugar desde donde la mampostería
masculina normal fue producida?
Bibliografía
Abarca Paniagua, Horacio (2000) "Discontinuidades en el modelo hegemónico de
masculinidad". En Gogna, Mónica (Comp.). Feminidades y masculinidades: estudios
"Género y sexualidades en las tramas del saber. Revisiones y propuestas"
Elizalde, S.,Felitti, K, Queirolo, G. (coord.)
Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2009.
https://congresoartes.wordpress.com/invitados/242-2/
Griselda Flesler
Abstract
Introducción
Arbitrariedad y clasificación
Bibliografía
Diseño, cuerpos y
heteronormatividad*
Griselda Flesler
Celeste Moretti
Valeria Durán
VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO | 31
4. Bessa, P. (2008). «Skittish skirts and scanty Silhouettes: The tribulations of Gen-
der in Modern Signage». En Visible Language, Vol. 42, No. 2, pp. 119-141.
34 | VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO
8. Amancay Diana Sacayán fue una activista travesti por los derechos humanos,
promotora de la Ley de Cupo Laboral Trans en la provincia de Buenos Aires, coor-
dinadora del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación y trabajadora del
área de diversidad del Institituto Nacional Contra la Discriminación la Xenofobia
y el Racismo INADI. Fue asesinada en octubre del 2015.
9. Maffía, D. y Rueda, A. (2019). «El concepto de travesticidio/transfemicidio y su
inscripción en el pedido de justicia por Diana Sacayán», en: Diana Maffía, Patricia
Laura Gómez y Aluminé Moreno (comps.) Miradas feministas sobre los derechos. Bue-
nos Aires: Editorial Jusbaires, p. 181.
VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO | 37
Reflexiones finales
Los cuerpos significan, hablan y son leídos. Volviendo
a Barthes, leemos continuamente modos de caminar, vesti-
mentas, gestos y posturas corporales. Pero también pueden
ser leídos los cuerpos sin vida. Ahora bien, qué pasa cuando
esos cuerpos que sufrieron una muerte violenta no son re-
presentados en la investigación forense del modo apropia-
do, es decir, de un modo que pueda dar cuenta de quién era
la víctima.
11. En este sentido, destacamos como aporte los esquemas anatómicos asexuados
incluidos en el «Protocolo de Minnesota sobre la Investigación de Muertes Poten-
cialmente Ilícitas», que incluye la siguiente especificación: «Las personas transe-
xuales que se han sometido a una cirugía genital y las personas intersexuales que
presentan ciertas variaciones de los caracteres sexuales, a menudo tendrán unos
órganos genitales difíciles de clasificar como masculinos o femeninos. La medici-
na forense debe representar con precisión los cuerpos de las personas transexua-
les e intersexuales que no correspondan a los clásicos diagramas masculino y fe-
menino». ONU (2016). «Protocolo de Minnesota sobre la Investigación de Muertes
Potencialmente Ilícitas». Nueva York y Ginebra, p. 61.
79
Capítulo 3
“Libidinizar los espacios”.
La construcción de intimidades privadas y
públicas en los baños y las fiestas
Para el conocimiento de la intimidad es más
urgente que la determinación de las fechas la
localización de nuestra intimidad en los espacios
(Gastón Bachelard,
La casa: del sótano a la guardilla, 1957).
E
ste capí�tulo se centra en la descripción de la dimensión es-
pacial de las regulaciones sexo genéricas en la universidad.
Con ese propósito, se detiene especí�ficamente en los usos
y apropiaciones que los y las estudiantes realizan de los
baños y en las fiestas, espacios que movilizan procesos normativos
especí�ficos de las expresiones e identidades de género y sexualidad.
¿Por qué atender a la dimensión espacial? ¿Por qué esos espacios?
¿Qué relaciones mantienen con el conjunto de la espacialidad de
las facultades?
Las mesas de las agrupaciones polí�ticas en los pasillos, los
letreros y afiches en las paredes de las aulas, los restos de ciga-
rrillos de marihuana o de botellas de cerveza vací�as luego de una
fiesta un fin de semana son algunas de las primeras imágenes que
en el inicio de la vida universitaria se imprimen en los relatos
de estudiantes respecto de ese nuevo espacio. En la tradición de
universidad pública argentina, una de las particularidades de la
espacialidad universitaria reside en, como señala Carli, ser objeto
de diferentes procesos de apropiación subjetiva por parte de los y
las estudiantes, que lo configuran “como un lugar valorado y en un
escenario de experiencias y de tácticas singulares” (2008a: 108).
Esto es así� ya que sobre la espacialidad de las facultades se des-
pliegan prácticas y se realizan usos que se encuentran en tensión
(de diferente grado, desde la negociación al conflicto abierto) con
los modos de uso prescriptos institucionalmente. La “toma” de los
edificios, como medida de protesta adoptada por el movimiento
80 Rafael Blanco
62. En los meses de febrero y abril de 2011 se sucedieron una serie de denuncias
y manifestaciones por parte de las agrupaciones estudiantiles acerca de la
inseguridad en el barrio, especialmente en torno a supuestos intentos de
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 83
63. Ese ciclo se inició tras el golpe de Estado al gobierno de Juan Perón con
el rectorado de “normalización” de José Luis Romero y finalizó con el
rectorado de Hilario Fernández Long en 1966. Entre ambos, tuvo lugar la
gestión de Risieri Frondizi (1958-1962) y es durante esa etapa que comienza
a construirse la Ciudad Universitaria, como parte de un paquete de acciones
tendientes a modernizar la UBA y en el que se redacta y aprueba el Estatuto
vigente y, como señala Sandra Carli, se conforma un programa institucional
que continúa rigiendo en la UBA (cfr. 2008b). En lo que a la creación de la
ciudad refiere, la construcción fue desarrollada en varias etapas; del proceso
iniciado en 1958 a partir de un proyecto dirigido por un equipo de la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo (FAU, ahora FADU) de la UBA es producto
el Pabellón I y el Pabellón Industrias. Sin embargo, en 1959 empiezan a
detectarse problemas de diseño y funcionalidad (García, 2004: 50). Recién
en 1961 se concreta un nuevo proyecto dirigido por Eduardo Catalano y
Horacio Caminos; la Ciudad es terminada en 1970. En septiembre de 2013
se anunció la creación de un nuevo pabellón para la FCEyN denominado
“Cero + infinito”, para celebrar el cincuentenario del nacimiento de la carrera
de Computador Científico.
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 85
66. La información de misión, objetivos, como así también los informes técnicos y
las actas de las reuniones de la comisión se encuentra disponible en el sitio web
de la Facultad: <http://exactas.uba.ar/institucional/display.php?estructura=
1&desarrollo=0&id_caja=5&nivel_caja=2> [Última consulta: marzo de
2014].
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 87
67. Un trabajo realizado por Erika Araiza Díaz, Roberto Martínez González y
Francisco Lugo Silva (2008) en los baños de la Ciudad Universitaria de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) destaca también esta
regularidad temática.
88 Rafael Blanco
74. Extrañamiento como el que describe el narrador, un niño que logra entrar a su
escuela de noche: “Todo tenía un aire como de club, de cosa organizada para
los sábados a la noche, los vasos y los ceniceros, la victrola y las lámparas
que sólo alumbran lo necesario, abriendo zonas de penumbra que agrandaban
a sala” (Cortázar, 1983).
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 101
y la verdad dijimos ‘no, ya fue’”, u otro que sostuvo que “las del Cen-
tro [de estudiantes] no son un ambiente propicio para divertirse”),
las fiestas en la Facultad son un espacio por el que la mayorí�a de la
comunidad estudiantil alguna vez pasó o escuchó hablar. Al estilo
musical lo ambientan canciones “de cuando éramos adolescentes”,
“jodonas” o “retro” (“me imaginaba que pasaban Viglietti, pero pa-
saban Erasure”, dice una estudiante contraponiendo a un trovador
uruguayo con una banda de los años ochenta) o “rock nacional”.
Otra particularidad, que marca el corte con los modos cotidianos de
habitar el espacio, es la abundancia de bebidas alcohólicas debido
al precio económico (“alcohol barato”, “barra baratita”) y, como
expone una estudiante, “obviamente la marihuana free”. En ambas
facultades –aunque de carácter más extraordinario en Psicologí�a–
se celebran también otro tipo de fiestas: las de fin de cursada. En
Psicologí�a, este tipo de fiesta permite el encuentro entre pares (“te
reencontrás con gente que cursaste en otro momento”, “con la gente
que cursaste en esa materia, con gente que quizás veí�as que no
cursaba en tu práctico pero cursaba en el teórico”) y con docentes
(“en las fiestas hay un titular que se chapa a sus alumnas”, “el jefe
de cátedra con otros profesores de la materia y terminan el año
tocando con su banda”).
La llegada a la fiesta es un acontecimiento orientado por un
conocimiento previo respecto de la dinámica social en ese tipo de
evento. En términos de escenario sexual, ese conocimiento refiere a
los guiones que orientan las interacciones entre quienes concurren
a la fiesta. Para John Gagnon (2006), este conocimiento previo –que
denomina guiones sexuales– se trata de una serie de orientaciones
presentes e incorporadas en la vida cotidiana de las instituciones
que intervienen de diversas maneras, como en la configuración de
prácticas sexuales a partir de papeles de género esperados, como
qué comportamientos son considerados correctos, o en los modos
de relacionamiento afectivo o sexual, por caso, quién inicia una
conversación entre personas que se sienten atraí�das, acción que
puede variar de un escenario a otro. Los guiones se asocian siempre
a escenarios concretos: por ejemplo, una conversación en una clase
teórica probablemente sea diferente de un encuentro en el pasillo o
en una fiesta. Así�, los guiones sexuales operan como prescripciones
colectivas que señalan las posibilidades y restricciones de lo que se
puede hacer en materia de relacionamientos afectivos y sexuales
en determinados escenarios (Bozon, 2004).
La noción de guiones sexuales permite aproximarse al escena-
rio de las fiestas. Estas tienen como protagonistas –en palabras de
una estudiante– a “todos hombres desaforados creyendo que acá
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 103
La ciudad en disputa
JULIANA MARCÚS
17
18 • Ciudad viva
4 Tal como sostiene Polanyi (1989) [1944], la condición de mercancía del suelo
urbano se vuelve problemática puesto que no ha sido producido, es decir, no
es producto del trabajo ni es reproducible por el capital. Se trata de una mer-
cancía que se encuentra espacialmente incrustada y como tal tendrá algo
único e irreductible. De modo que una de las características del suelo
urbano es su irreproductibilidad. La producción de rentas del suelo urbano
estará ligada fundamentalmente a la localización de la tierra, al uso que pue-
da hacerse de ella y a la factibilidad constructiva otorgada por la planifica-
ción en el conjunto urbano (Fernández Wagner, 2009).
5 Estas facilidades pueden ser leídas como desregulaciones o regulaciones
laxas del Estado al mercado del suelo urbano. Estas acciones se vuelven fun-
cionales a los intereses corporativos, financieros e inmobiliarios y se mues-
tran incapaces de poner límites a la producción y valorización selectiva de la
ciudad (Ciccolella y Mignaqui, 2008).
22 • Ciudad viva
Referencias bibliográficas
Summary Resumen
The urban configuration is not neutral. In urban plan- La configuración urbana no es neutra. En la planifica-
ning and design, the development of certain activities is ción y el diseño urbano se prioriza el desarrollo de de-
prioritized while others are marginal and are expected terminadas actividades mientras que otras son margina-
to be solved by themselves. les y se espera que se resuelvan por sí solas.
From the Industrial Revolution begins to specialize A partir de la Revolución Industrial comienza a dar-
spaces according to the activities that were developed se una especialización de los espacios según las activida-
in them. The public sphere was associated with the pro- des que se desarrollaban en ellos. Se asociaba el ámbito
ductive and the private sphere with the reproductive público con lo productivo y el ámbito privado con la es-
sphere, cementing this separation from the sexual divi- fera reproductiva, cimentando esta separación a partir
sion of labor that also leads to a segregation of spaces de la división sexual del trabajo que lleva también a una
according to the sexes. segregación de los espacios según los sexos.
The allocation of reproductive activities to the do- La asignación de las actividades reproductivas al es-
mestic space has led to our current cities are not de- pacio doméstico ha llevado a que nuestras ciudades ac-
signed to meet the care, which negatively affects the tuales no estén pensadas para satisfacer los cuidados,
quality of life and the daily lives of people who develop lo que incide negativamente en la calidad de vida y en
these activities, which remain mostly women, la vida cotidiana de las personas que desarrollan estas
In order to have a fairer and more equitable society, actividades, que siguen siendo mayoritariamente mu-
it is necessary to make a change in the urban paradigm jeres.
and begin to build the caretaker city, in which the sus- Para tener una sociedad más justa y equitativa es ne-
tainability of life is at the center of urban decisions. cesario hacer un cambio de paradigma urbano y co-
menzar a construir la ciudad cuidadora, en la que la
sostenibilidad de la vida está en el centro de las decisio-
Key words nes urbanas.
Caring city; Feminist Urban Planning; Gender
Palabras clave
Ciudad cuidadora; Urbanismo Feminista; Género
1 Socióloga y doctoranda en la ETSAB (Barcelona); desde 2009 es socia colaboradora de la cooperativa Col.lectiu Punt 6. E-mail:
blanca.valdivia@gmail.com.
Hábitat y Sociedad (issn 2173-125X), n.º 11, noviembre de 2018, Universidad de Sevilla, pp. 65-84 65
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Blanca Valdivia
Introducción
El sistema patriarcal como conjunto de normas y valores dominantes
en la sociedad influye en todas las esferas y ámbitos de la sociedad y
también en la producción del espacio. Jane Darke (1998a) señala que
el patriarcado adopta muchas formas y cambia con el tiempo. Coexis-
te con la mayoría de los sistemas económicos, incluido el capitalismo,
y en muchos escenarios: en la familia, en el lugar de trabajo, en el go-
bierno, etc. Está tan profundamente arraigado en las relaciones socia-
les que mucha gente no lo identifica y considera la dominación mascu-
lina como algo natural (ob. cit.).
La configuración espacial reproduce la dicotomía público y privado
y la división sexual del trabajo, pero, al mismo tiempo, el espacio repro-
duce y contribuye a la propagación de dichos dualismos. El desarrollo
de la ciudad moderna se sustenta en este dualismo según el cual a cada
espacio se le atribuyen unas funciones y actividades concretas y donde
las actividades productivas son priorizadas en el diseño urbano, invisi-
bilizando las necesidades de la esfera reproductiva.
66 Hábitat y Sociedad (issn 2173-125X), n.º 11, noviembre de 2018, Universidad de Sevilla, pp. 65-84
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Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora
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Blanca Valdivia
llegar a las setenta y dos horas semanales) siendo esta dedicación sos-
tenida por el trabajo de reproducción cotidiana de las mujeres de sus
familias (ob. cit.).
¿Pero qué repercusión tuvo la división sexual del trabajo sobre la
construcción urbana durante esta época? Según McDowell (1996) el
modelo de ciudad del siglo XX es la concreción urbana de la sepa-
ración del puesto de trabajo y la casa, la ciudad y la periferia, la vida
pública y la vida privada y familiar que supuso la Revolución Indus-
trial en occidente. Esta segregación espacial se basaba en dos esferas
excluyentes de actividades, la productiva y la reproductiva. La esfera
productiva se identificaba con el espacio público, y es el espacio asig-
nado a los hombres y donde se desarrollaban las actividades econó-
micas, políticas, culturales, etc., mientras que la esfera reproductiva
se situaba en el espacio privado o doméstico, al que eran relegadas
las mujeres.
En las sociedades capitalistas del Norte global, el modelo de repar-
to de los cuidados, que asigna a las mujeres las tareas de cuidadoras y
a los hombres el trabajo asalariado, ha atravesado no sólo la estructura
de hogares y del mercado laboral, sino también las políticas públicas y
la propia construcción de las identidades (Agenjo, 2013).
El dividir los espacios en público y privado y asignarle a cada uno
una responsabilidad masculina o femenina tiene consecuencias discri-
minadoras y atenta contra la igualdad de oportunidades, ya que la libe-
ración de un tiempo doméstico es fundamental para tener un tiempo
en el que dedicarse a lo que uno desee y la posibilidad de construir una
individualidad. Esta falta de privacidad provoca una posición deficita-
ria en el espacio público (Murillo, 1996).
La Revolución Industrial es el momento en que comienza a identifi-
carse a las mujeres con el espacio doméstico y también cuando comien-
za a construirse la concepción social del espacio público como espacio
ajeno e inapropiado para las mujeres.
Los espacios surgen de las relaciones de poder, las relaciones de po-
der establecen las normas; y las normas definen los límites tanto socia-
les como espaciales, determinan quién pertenece a un lugar y quien
queda excluido y dónde se localiza una determinada experiencia (Mc-
Dowell, 1999).
La exclusión de las mujeres del ámbito público se apoya en la divi-
sión sexual de los trabajos y de los espacios y se materializa en una con-
figuración de los espacios centrada en las experiencias y necesidades
masculinas.
Sandercorck y Forsyth (1992) señalan que en planificación urbana
la línea establecida entre lo público y lo privado, o la vida doméstica, se
ha configurado poniendo en una situación de ventaja a los hombres.
Por tanto, la dimensión pública es una construcción física que por de-
finición representa toda una serie de cuestiones políticas y económicas
disputadas en el marco de la planificación.
La conceptualización de los espacios a partir de las exclusiones de
actividades y sexos continua en la actualidad. Sin embargo es impor-
tante romper con este enfoque dualista de los espacios privados y pú-
blicos, ya que por una parte sitúa determinadas experiencias y activida-
des en un espacio mientras que las excluye del otro y, por otra parte,
perpetúa la idea de que las cosas públicas son de responsabilidad co-
mún, pública, comunitaria, mientras que las cosas que pasan en el ám-
bito doméstico se quedan en el ámbito de lo privado y por lo tanto se
siguen reproduciendo jerarquías y desigualdades basadas en el género.
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vidades urbanas (ob. cit.). Tal como pasa en la Carta de Atenas con las
funciones urbanas, se olvidan de las respuestas que tiene que dar la ciu-
dad a las necesidades derivadas de la esfera reproductiva y los cuidados.
Además de los diferentes paradigmas urbanos que han dejado su
impronta sobre la conformación de la ciudad actual, las políticas neo-
liberales, y los recortes en épocas más recientes, han provocado gran-
des desequilibrios sociales que se concretan territorialmente en fenó-
menos como la mercantilización del espacio público, la especulación,
la gentrificación y/o la turistificación.
En esta ciudad social y económicamente injusta las características
sociales como el género, la clase social, el ser una persona racializada,
la identidad sexual, la diversidad funcional o la edad, entre otros aspec-
tos, determinan los privilegios y las opresiones que experimentamos en
nuestro día a día en el espacio urbano.
Como respuesta a las dificultades para el desarrollo de la vida coti-
diana y analizando los diferentes usos que mujeres y hombres hacen
del espacio urbano, según las tareas que desarrollan en su día a día, las
geógrafas feministas comenzaron a estudiar en los años 70 el entorno
urbano desde una perspectiva de género (García Ramón, 1989, 2005;
Sabaté el al., 1995; McDowell 1999; Bondi y Rose, 2003) estableciendo
una relación entre los roles de género y las divisiones espaciales. Las
geógrafas feministas se plantean hasta qué punto los hombres y las mu-
jeres viven de manera diferenciada los espacios y los lugares, y preten-
den demostrar que estas diferencias forman parte tanto de la constitu-
ción social del espacio como del género.
Muchas autoras desde la perspectiva de género han remarcado la
existencia de pluralidad de necesidades y los problemas que conlle-
va no tener en cuenta esta diversidad. Siguiendo esta argumentación,
muchas autoras que han hecho una lectura desde el territorio, han de-
nunciado el carácter androcéntrico de las ciudades al invisibilizarse las
necesidades relacionadas con las tareas reproductivas y diseñarse los
espacios sin tener en cuenta la vida cotidiana de las mujeres (Moser y
Levy, 1986; Moser, 1989; Campos, 1996; Levy, 1996, 2003; Walker et al.,
2013).
Para Beall (2010) mujeres y hombres tienen diferentes intereses y
necesidades en las distintas etapas de sus vidas y estas van variando tam-
bién según los diversos contextos familiares y comunitarios. Las ciuda-
des como expresión espacial de las relaciones sociales están basadas en
el poder y el conflicto y también en la cooperación y el consenso, lo
que ha significado que muchas veces las necesidades de las mujeres ha-
yan sido ignoradas.
A partir de la diversidad de experiencias, la vida cotidiana de muje-
res y hombres es diferente. Las actividades desarrolladas en el día a día
y la gestión del tiempo están marcados por los roles de género y el he-
cho de tener (o no) un cuerpo sexuado. Por otro lado, las personas de-
sarrollan su vida cotidiana en una estructura urbana que se ha diseña-
do desde una perspectiva androcéntrica. Determinadas actividades son
consideradas socialmente más importantes y esto se materializa en una
configuración urbana que prioriza unas actividades y jerarquiza unos
usos frente a otros, dedicándoles más espacio, mejores localizaciones,
conectividad… Estos factores afectan al desarrollo de unas y otras ac-
tividades.
Según Clara Greed (1997) las mujeres hacen un uso diferente de
la ciudad a los hombres, y que esto se debe a que tienen responsabili-
dades y roles distintos. Además, se toma a los hombres como modelo,
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por el tipo de trazado de las calles, las densidades, el diseño de las vivien-
das y por temas sociales como la delincuencia, la seguridad, el cuidado
de niños y niñas, los problemas de tráfico y la accesibilidad.
Jane Darke (1998b) apunta a los diversos trabajos que han analizado
cómo el modelo de zonificación se basa en papeles estereotipados según
el género, en los cuales las unidades familiares están compuestas por
un hombre encargado del sustento económico y con un horario laboral
convencional, y una mujer, ama de casa, que utiliza la ciudad de mane-
ra diferente, lleva a niñas y niños al colegio, hace las compras… y pasa
la mayor parte de su tiempo atendiendo al hogar y a otros miembros de
la familia.
Las relaciones y los roles de género son centrales en la localización
de recursos, equipamientos y oportunidades en la ciudad, que es esen-
cial en la estructura del espacio urbano. La localización de áreas resi-
denciales, lugares de trabajo, redes de transporte y todas las capas que
conforman la ciudad, reflejan las expectativas de una sociedad capita-
lista y patriarcal sobre qué tipos de actividad tienen lugar dónde, cuán-
do y por quién. La naturaleza de las relaciones de género se refleja en
la estructura espacial de las ciudades, pero igual que las formas de las
relaciones de género no son constantes en el tiempo ni en el espacio, la
estructura de las ciudades también varía en el tiempo (England, 1991).
Cristina Carrasco (2007) señala algunos factores de planificación
urbana que han aumentado las diferencias entre mujeres y hombres,
como el desarrollo de un uso funcional del territorio que ha causado
un incremento de los desplazamientos en vehículo privado por la ex-
tensión de la red viaria interurbana y urbana -además la planificación
de la movilidad se ha hecho fundamentalmente para cubrir unas de-
mandas a gran escala y para desplazamientos relacionados con el traba-
jo o con los estudios, de forma que no se han cubierto necesidades en
espacios de menor densidad de población ni para desplazamientos co-
tidianos no relacionados con el estudio o el trabajo-; el fomento de pro-
mociones urbanísticas con viviendas de baja densidad de edificación y
pocos servicios de uso cotidiano cerca; el diseño del espacio público
desde la perspectiva del coche que ha provocado una pérdida progre-
siva del espacio destinado a los peatones, y ha creado unas calles inse-
guras, congestionadas y ruidosas. La vida cotidiana en las calles, por lo
tanto, ha ido perdiendo relevancia y ha contribuido a reducir el dina-
mismo comercial urbano, la localización de equipamientos y servicios
públicos, los espacios de juego y de ocio, etc.
Picchio (2009) señala la importancia de incorporar la perspectiva
de género para analizar las diferentes experiencias que tienen mujeres
y hombres de las condiciones de sostenibilidad de la vida individual y
colectiva, ya que podría permitir aclarar mejor las prioridades y los as-
pectos funcionales de algunos servicios. Este reconocimiento de la di-
versidad intrínseca en cuanto a la experiencia vital de hombres y mu-
jeres no pretende fijar los roles sexuales, sino abrir un debate público
y de negociación social sobre la complejidad del proceso de reproduc-
ción y sobre su función en la estructura social (ob. cit.).
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Blanca Valdivia
Una ciudad que cuida no expulsa a las vecinas de sus barrios por
contratos de alquiler abusivos, por la especulación y por regulaciones
que solo velan por la propiedad, sino que permite acceder a una vi-
vienda digna en condiciones económicas justas y promueve diferentes
modelos de habitar más allá de la convivencia de la familia nuclear he-
teropatriarcal.
Un paradigma urbano que tiene en cuenta la diversidad y los cuida-
dos asume que las personas somos funcionalmente diversas, que a ve-
ces estamos enfermas, tenemos dolores crónicos y que pasamos por di-
ferentes etapas en el ciclo vital que hacen que no encajemos con unos
ritmos y niveles de productividad impuestos y que generan frustracio-
nes, miedos y merman nuestra autonomía a la hora de disfrutar de la
ciudad.
La ciudad que cuida nuestro entorno no consume recursos territo-
riales, energéticos y ambientales sin límite. Intenta minimizar los resi-
duos que produce y promueve acciones para limpiar el aire que nos
contamina y el agua. Impulsa estrategias para el aprovechamiento de
los recursos existentes, por ejemplo, utilizando equipamientos y espa-
cios infrautilizados y priorizando la rehabilitación de edificios y espa-
cios frente a la práctica de la tabula rasa, tan frecuente en urbanismo.
Fomenta la distribución equitativa de servicios, equipamientos y co-
mercios de proximidad en los diferentes barrios, lo que da lugar a re-
corridos funcionales y minimiza el uso del vehículo privado. La ciudad
que se preocupa por el entorno construye corredores verdes y desarro-
lla estrategias para recuperar la flora y la fauna autóctonas.
Una ciudad que permite a las personas cuidarse proporciona espa-
cios equipados para el ocio y la diversidad de prácticas deportivas, y fa-
vorece las relaciones interpersonales en espacios públicos exteriores o
a salvo de las inclemencias meteorológicas, donde estar, sentarse, char-
lar y relacionarse, todo ello sin necesidad de mediación de ninguna ac-
tividad comercial. Esta ciudad también ofrece espacios para la partici-
pación política, libres de la instrumentalización de los entes políticos.
Una ciudad cuidadora también te permite cuidar porque te propor-
ciona el soporte físico necesario para el desarrollo de las tareas corres-
pondientes, como hacer la compra, llevar a niños y niñas al colegio,
acompañar a personas enfermas al centro de salud… Este soporte físi-
co se concreta en espacios públicos con juegos infantiles para diferen-
tes edades, con fuentes, baños públicos, vegetación, sombra, bancos y
mesas y otros elementos, así como con equipamientos y servicios próxi-
mos que facilitan las actividades. La ciudad cuidadora favorece la au-
tonomía de las personas dependientes y, además, permite conciliar las
diferentes esferas de la vida cotidiana.
Conclusiones
Tenemos una sociedad socialmente heterogénea y cada vez más críti-
ca con los modelos de vida a los que nos aboca la ciudad. Sin tiempo
para el ocio y para disfrutar de las cosas que nos gustan; envueltas en
elementos contaminantes; con espacios que dificultan la conciliación
de tareas y donde los cuidados están invisibilizados en el espacio urba-
no; donde las personas que no se adaptan a los ritmos productivos del
capitalismo salvaje son excluidas sistemáticamente y se les niega el de-
recho a la ciudad; donde las mujeres somos acosadas y agredidas en los
espacios urbanos como algo cotidiano; con modelos de movilidad que
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Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora
siguen priorizando el uso del vehículo privado y con redes viarias que
priorizan el desarrollo de las actividades productivas…
Ante esta realidad es urgente un cambio de paradigma urbano para
que todas las personas podamos satisfacer nuestras necesidades en la
ciudad y donde los cuidados y la sostenibilidad de la vida estén en el
centro de las decisiones urbanas.
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Lo que no tiene nombre
Diana Maffía
Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género
Universidad de Buenos Aires
En esta ponencia me propongo reflexionar sobre lo difícil del intento de conciliar el respeto
por la diversidad de identidades (sexuales y otras) y a la vez mantener la capacidad de acción
colectiva. El propio movimiento feminista transitó el proyecto de hegemonizar una definición
de lo femenino que fuera universalizable y permitiera a las dirigentes hablar en nombre de
todas las mujeres; y fueron las propias mujeres las que renegaron de ser dichas por otras en su
experiencia diversa. En particular, las mujeres negras pobres no se sentían reflejadas en las
definiciones académicas de lo femenino construidas por mujeres blancas ilustradas.
El problema es más hondo que la arrogancia de un grupo de pretender representar a todxs. El
problema es que como seres humanos vivimos atrapadxs entre la singularidad de la existencia
y la universalidad del lenguaje. Cualquiera sea el modo en que el lenguaje nos refiera, siempre
lo hará bajo la forma de condiciones universales que pueden ser o no cumplidas por nosotrxs,
pero que nunca agotarán la descripción lo suficiente como para alcanzarnos en toda nuestra
complejidad. Podremos decir que somos varones o mujeres o travestis o transgénero o blancxs
o negrxs o indígenas o pobres o ricxs o prostitutxs o monjas o chamanxs o científicxs o
jóvenes o viejxs o bellxs, pero siempre habrá algo más que no está dicho. La única excepción
es nuestro nombre propio, o los demostrativos, que parecen abarcarnos íntegramente pero que
sólo apuntan hacia nosotrxs sin decir nada acerca de quiénes somos. O nos presentamos
desnudxs bajo un nombre, o percibimos los innumerables ropajes de palabras pero no
llegamos a tocarnos nosotrxs mismxs bajo ellas.
Este tema puede parecer muy abstracto, pero se une al hecho de que cada grupo al
constituirse, sobre todo al constituirse como sujeto político, genera una identidad y una
alteridad; y como criterio de demarcación entre el nosotrxs y el ellxs genera una regla. No
cumplir con la regla de la identidad significa ser expulsado al espacio de lo otro, de la
desviación. Fuera del orden del sujeto sólo está lo abyecto, lo que yace fuera. Muchas veces,
en nuestras luchas por la identidad de género, procedemos con reglas que ponen límites y
expulsan para separar lo que somos de lo que no somos.
Durante siglos, la definición del sujeto relevante no fue hecha por las propias comunidades
sino que fue un resorte de poder de quienes desde la teología, la ciencia y el derecho pusieron
las reglas que recortaban el estrecho círculo de la ciudadanía. Un círculo que establecían los
sujetos hegemónicos alrededor de sí mismos, dejando fuera a todas las mujeres pero también a
muchas masculinidades subalternizadas. Un círculo androcéntrico.
Reforzándose mutuamente, los criterios de pertenencia ponían las condiciones normativas del
sujeto moral (teología), el sujeto epistémico (ciencia) y el sujeto de ciudadanía (derecho).
Ningunx de lxs expulsadxs por esta normativa participaba en la definición de las reglas. Lxs
negrxs, lxs indígenas y las mujeres estaban explícitamente expulsados de esta posibilidad de
participación. Al resultado lo llamaron objetividad, y se negaron a admitir que los aspectos
subjetivos contaminaran la universalidad de sus prescripciones. La democracia liberal pudo
así mantener a la vez la retórica universal de los derechos ciudadanos y la expulsión de la
mayoría en el ejercicio efectivo de tales derechos.
A diferencia de la objetividad, lo subjetivo en la modernidad entraba en el orden de lo
peligroso, lo que debía dominarse por idiosincrático y pasional.
La sexualidad hegemónica cumpliría los principios lógicos de identidad (un varón es un
varón; una mujer es una mujer) no contradicción (un varón es no-mujer; una mujer es no-
varón) y tercero excluido (se es varón o mujer, no hay tercera posibilidad). Estos principios,
señalados por Aristóteles hace 2500 años, eran a la vez principios lógicos (del orden del
pensamiento) y ontológicos (del orden de la realidad). Es decir, no eran una manera de
interpretar rígidamente el mundo, sino que pretendían ser la expresión de la estructura básica
de la realidad. Y así el sujeto que había producido esta fórmula androcéntrica de interpretar el
mundo podía desaparecer sin dejar rastros.
A pesar de que la modernidad declama romper con el dogma aristotélico para fundar un nuevo
orden basado en la naturaleza, en la razón y la experiencia, y para eso inventa el método
experimental en las ciencias, el resultado de sus conjeturas será otorgarle privilegios al mismo
sujeto que en la antigüedad había concentrado el monopolio de la libertad. Diferencia en las
razones, equivalencia en los hechos: todas las mujeres y aquellos varones que no daban las
condiciones hegemónicas fueron expulsadxs del “nosotros” pretendidamente universal de los
derechos y la ciudadanía.
Es precisamente por eso que me resulta inquietante cuando en nuestros movimientos
pretendidamente emancipatorios repetimos esta trampa semántica de producir exigencias para
la pertenencia a un colectivo que ignore o niegue la participación de quienes quedan excluidos
de la definición. Una definición autocomplaciente, que nos permite quedarnos con la
universalidad retórica del lenguaje sin distribuir equitativamente las oportunidades sociales.
Se definen arbitrariamente las reglas para participar del club, a la medida de quienes
precisamente son responsables de su definición, y luego se invoca la necesidad de las reglas
para expulsar a quienes no encajan en la presunta objetividad de su aplicación.
Para completar este efecto policial del lenguaje hegemónico, la alteridad no se considerará
meramente otra categoría: la desviación, la abyección, se considerarán cualidades
ontológicas, modos de ser de los sujetos excluídxs (lo que de paso justifica su exclusión). Y
se recomendará exorcizarlxs, redimirlxs, perseguirlxs, encerrarlxs, penalizarlxs, someterlxs a
terapias cruentas por su propio bien. Un bien en cuya definición tampoco participan. Porque
(dirá el sujeto androcéntrico) nadie mejor que nosotros -que manejamos la ciencia, la teología
y el derecho- sabe lo que necesitan ellxs. Lxs tendremos entonces bajo tutela hasta que
escarmienten o reconozcan la verdadera identidad humana, o al menos la imiten, para
evitarnos la permanente interpelación a nuestra mascarada de sustituir el universal diverso de
la experiencia humana por el universal hegemónico de nuestra reducida experiencia.
Todxs deberíamos poder tener con respecto a nuestro cuerpo la particular y excepcional
experiencia del cuerpo vivido, del cuerpo que nos ubica en una perspectiva absolutamente
única y singular en el mundo, o mejor dicho construye el mundo a nuestro alrededor. El
cuerpo de lxs otrxs es sólo un cuerpo físico, no podemos experimentarlo, es un cuerpo en
tercera persona. Sólo cada unx puede tener una vivencia en primera persona de su propio
cuerpo, experimentarlo como unx mismx. Esto abre un abismo entre un cuerpo y otro, abismo
que tratamos de suturar con el lenguaje. Decir lo que sentimos y experimentamos, escuchar
sensiblemente lo que otrxs sienten y experimentan, establecer una analogía entre mis propias
experiencias y el modo de decirlas, y lo que escucho decir de las experiencias del/a otrx, son
los primeros pasos en la construcción no sólo de una comunidad sino también de un mundo
compartido (que puede ser visto de muchas maneras, desde muchas perspectivas singulares, y
sin embargo seguir siendo un mundo común).
Cuando algunxs sujetxs se encuentran en una situación de opresión, de violencia simbólica,
carecen de autoridad perceptiva sobre sus propias experiencias y adoptan sobre ellas las
descripciones en tercera persona de la cultura dominante. Aceptan definirse no como el
singular sujeto que son, sino como un sujeto desviado. La violencia opera como un
descentramiento de la propia experiencia. De los seres humanos sexualmente monstruosos se
ocupó la teratología, de la sexualidad humana la ginecología y la obstetricia, del deseo el
psicoanálisis y la psiquiatría, transformando el vínculo con los cuerpos en un vínculo mediado
por el lenguaje médico y custodiado por el derecho. Así, muchxs nos vinculamos con nuestros
cuerpos como cuerpos imperfectos, como cuerpos fuera de patrón, como cuerpos que
sufrimos en lugar de ser y que sin embargo se rebelan y no consiguen encajar en el deber.
Entonces nos dejamos rotular como desviados.
La desviación, lejos de ser una cualidad ontológica que rige la naturaleza y el comportamiento
de las personas, es el efecto de una interacción simbólica, el efecto de un etiquetamiento. La
cualidad de desviado referida a los comportamientos de los individuos (el salir y entrar en el
orden de las perversiones, por ejemplo) puede entenderse si se lo refiere a reglas o a valores
históricamente determinados, que en cada momento y lugar definen ciertas clases de
comportamientos y de sujetos como anormales y, por lo tanto, sirven para etiquetar a personas
y actitudes concretas.
Estos procesos de definición y de etiquetamiento, a su vez, ponen en acción procesos de
reacción social que influyen de manera estable sobre el estatus y la identidad social de los
individuos. Si se piensa por ejemplo en la evolución de la consideración social de la
homosexualidad en el último cuarto de siglo, pueden verse cambios en el reconocimiento
político de los derechos a la sexualidad, a pesar de la persistente discriminación, cambios que
no se deben a modificaciones en los sujetos sino en las reacciones sociales a la clasificación
de alguien como homosexual.
Los procesos de definición y de reacción social son en general acompañados por una desigual
distribución del poder, tanto el poder de definir como el de reaccionar a la definición. A
algunxs sujetxs sólo les queda ser rotuladxs y vivir la marginalidad del etiquetamiento. La
ciencia, el derecho, la teología en un contexto de relaciones sociales de inequidad y conflicto,
se transforman en el corset de las identidades. Las dimensiones de la definición y el poder se
desarrollan en el mismo nivel y se condicionan entre sí.
Esto significa que los procesos subjetivos de definición en la sociedad, se vinculan a la
estructura material objetiva de la propia sociedad, contribuyendo esta estructura a la
producción material e ideológica, a la legitimación de las relaciones sociales de desigualdad.
La ciencia, el derecho y la teología reflejan la realidad social en sus jerarquías de poder, y
colaboran en su reproducción y justificación, en una relación compleja entre elementos
materiales y simbólicos.
Esta no es una escala simple, muy por el contrario, porque cada sujeto pertenece a géneros,
clases, edades y etnias diferentes que pueden combinarse unas con otras de diversas formas.
Tanto los grupos aventajados como los desventajados se fragmentan, y así podemos
pertenecer a la vez a varios colectivos. Si logramos una noción sobre el género subjetivo
mucho más flexible, que no esté establecida por factores biológicos, psicológicos o sociales
ligados al cuerpo, habremos logrado un avance simbólico significativo pero nos
enfrentaremos entonces al dilema práctico del reconocimiento. Y ese dilema práctico tiene
que ver con la capacidad de actuar colectivamente por reivindicaciones en común.
En los años recientes del activismo queer, al igual que el feminismo en décadas pasadas,
hemos visto fragmentarse las reglas de pertenencia y las demandas de reconocimiento de
identidades que cada vez van adquiriendo el poder de decirse a sí mismas en sus propios
términos, pero también usan el poder de excluir como otrxs a quienes no cumplen las reglas
de admisión en sus colectivos. La capacidad de agencia común, de lucha conjunta en una
sociedad todavía hostil con las diversas manifestaciones de una sexualidad que continúa
siendo peligrosa, se pone así en riesgo. Pasamos de sujetxs a desatadxs, desatadxs del ancla de
la corporalidad como fundamento biológico de la diferencia, pero entonces también del fácil
reconocimiento y la adscripción a una identidad sexual.
Cuando en 1998 comencé mi función como Defensora del Pueblo en la Ciudad de Buenos
Aires, en el área de Derechos Humanos y Equidad de Género, hacía años ya que la
democracia había visto crecer un movimiento gay-lésbico de reivindicación de derechos que
había logrado incluir la no discriminación por sexualidad en la Constitución de la Ciudad, así
como avances significativos en la consideración social. Persistía sin embargo el problema de
que las lesbianas tenían menor protagonismo en el movimiento y estaban en general
subordinadas dentro de las propias organizaciones, repitiendo patrones sociales de
subordinación de las mujeres.
Por esa fecha las travestis hacían su ingreso como sujeto de demandas ciudadanas, con la
negativa a admitir una zona roja para prostitución, y denunciando la persecución y
explotación policial. Lxs organizadorxs de las Marchas del Orgullo deliberaban sobre
incluirlas o no entre lxs convocantes, porque las travestis acaparaban las cámaras de televisión
con sus vestimentas llamativas y su glamour, restando eficacia política a los discursos.
Cuando dejé la función, en diciembre de 2003, el movimiento GL se había transformado en
gay, lésbico, travesti, transexual, bisexual, intersexual y transgénero (GLTTBIT). Estoy
segura que hoy se incorporan otras categorías, así como se hacen distinciones dentro de cada
una de ellas (travestis que no se implantan siliconas para modificar su cuerpo, frente a las que
sí lo hacen; lesbianas que se masculinizan en su expresión de género, frente a las que no lo
hacen, etc.). Cada una de estas expresiones nace como un grito de libertad, la libertad de
decirse a sí mismx en lugar de ser dichx, la libertad de adquirir autoridad sobre el propio
cuerpo, y la singular experiencia desde el cuerpo de un mundo que nos pertenece por igual, y
desde allí la demanda política de inclusión ciudadana.
Pero esa fragmentación también nos desafía para actuar juntxs. Quizás el pánico de retroceder
como movimiento nos enfrenta hoy con la paradoja de que en el feminismo se discuta si se
aceptarán o no travestis y personas trans que se definan como mujeres para participar en los
Encuentros Feministas. Como si alguien en el feminismo tuviera la regla falométrica de los
cuerpos o las subjetividades aceptables; o lo que es peor, como si fuera deseable tenerla. La
discusión retrocede hacia el más crudo biologicismo, el que nos dijo a las feministas cómo ser
mujeres y del que tantos sufrimientos y sujeciones derivaron. Quizás se exija un tacto vaginal
para pertenecer al movimiento feminista, o quizás un análisis de cromosomas, porque ¿dónde
reside la “verdad” sobre los sexos y los géneros?
La verdad no es sólo una relación entre el lenguaje y el mundo. Un enunciado no es verdadero
sólo por virtud del modo en que refleja un estado de cosas. La verdad, como el lenguaje,
dependen de los frágiles sujetos que intentamos tocar la realidad sin poder acaso salir de
nuestras mentes. Alcanzar al otro, a la otra, a lxs otrxs en cuyas experiencias no podemos
intervenir, con cuyos cuerpos sólo podemos tener la externalidad de cualquier otro objeto del
universo, pero con quien desesperadamente intentamos comunicarnos. Admitir que lo que
otrxs y otrxs perciben y construyen con sus interpretaciones sobre nosotrxs también es una
parte de nuestra identidad. Una parte, además, a la que sólo tendremos acceso si nos abrimos a
ellxs en una comunicación humana de mutua comprensión.
Me resulta difícil clasificar lo singular, las historias que he escuchado y que la mayoría de las
veces son de sufrimiento. Les pondré nombres propios ficticios y desafío a que me digan
cómo hacer una taxonomía de los sexos que no discipline el placer y no produzca
padecimiento innecesario por pura ideología.
Daniel nace con cuerpo de mujer pero su subjetividad de género es de varón. En la
adolescencia conoce una chica dispuesta a convivir con él. Con el tiempo su cuerpo se le hace
insoportable y decide operarse. En Argentina la operación está prohibida, entonces viaja a
Chile donde un cirujano lo acepta como paciente. Le hace comprar prótesis testiculares y se
las implanta como primera parte de la operación. Completar la operación con una faloplastia
requiere más dinero del que Daniel tiene. Entonces el cirujano lo manda de nuevo a Argentina
sin completar la intervención. Ahora Daniel tiene testículos y genitales de mujer.
Sara y María son una pareja lesbiana. María quiere practicar sexo sádico con su compañera,
porque sostiene que a las mujeres se las obliga a ser buenas y pasivas y tienen derecho a
experimentar la crueldad y la violencia tal como la ejercen los varones. Sara se queja por esa
forma de violencia que considera arbitraria e irracional y quiere recurrir al servicio de
atención de mujeres golpeadas del gobierno. Pero en el servicio de atención de violencia le
dicen que sólo atienden mujeres golpeadas por varones. No consideran la posibilidad de una
victimaria mujer, sólo se hacen cargo de las mujeres como víctimas.
Estela es travesti de varón a mujer desde la adolescencia, y ha llegado a construir su identidad
con mucha dignidad y fortaleza. Vio morir a muchas de sus amigas travestis por torturas
policiales, por sida, por operaciones estéticas hechas de cualquier modo con siliconas
industriales, y otras mil causas absurdas. Pero ella llegó a la edad adulta con mucha entereza,
estudia y trabaja en ambientes donde le reconocen su identidad y está rodeada de afecto. Un
día una hemorragia la lleva al hospital donde le dicen que debe hacerse un análisis de próstata.
La próstata, los análisis correspondientes, son tan lejanos a la subjetividad de Estela como lo
serían a la mía. Nunca se preparó mentalmente para tener enfermedades de varón.
Lucía, otra travesti, conoce en una reunión de activistas a una militante lesbiana y se siente
atraída por ella. Me pregunta: la relación de una travesti y una lesbiana ¿es homosexual o
heterosexual? Lucía había transformado su cuerpo poniéndose pechos, afinándose la
mandíbula, esculpiéndose los glúteos y los muslos para tornarlos femeninos, y había
mantenido con orgullo su genitalidad de varón, pero temía transgredir alguna regla del deseo.
Néstor, un intersexual al que desde su nacimiento operaron innumerables veces para
transformar su cuerpo en el de una mujer que pudiera tener lo que los cirujanos llaman un
“coito normal”, desarrolla desde su adolescencia una identidad de género de varón, y quiere
que se le reconozca esa identidad masculina sin hacerlo pasar nuevamente por las cruentas
operaciones que significaría una nueva adaptación de su cuerpo a la presunta sexualidad
dominante de la penetración.
Escuché estas historias como Defensora del Pueblo. Para mitigar los sufrimientos de estas
personas debía recurrir a las definiciones arbitrarias y excluyentes de la ciencia y la justicia,
hechas según sus parámetros muchas veces fundados en el dogma religioso. Las etiquetas
preceden y reemplazan a la escucha y pretenden transformar una biografía en una categoría,
en estos casos fuera de casta. La inadecuación entre las condiciones de aplicación del
concepto y el cuerpo, se considera un problema del cuerpo: se lo aparta, se lo margina, se lo
excluye de la condición de ciudadanía, se lo enajena de la posibilidad de ejercicio de sus
derechos.
Para contrarrestar esta abyección debemos romper ese etiquetamiento y ese círculo de
justificaciones de la subjetividad hegemónica. La opresión no es sólo una cuestión de género,
pero no podemos omitir la consideración del género de cualquier movimiento emancipatorio.
Si al construir este movimiento repetimos el ritual de la exclusión, creo que hemos aprendido
muy poco.
Porque el otro, la otra, lxs otrxs y quizás cada unx de nosotrxs mismxs por virtud del
inconciente, somos ese abismo insondable de lo que nunca terminamos de conocer, de lo que
nunca concluye por definirse, aquello que no revela su fondo y no puede encerrarse en
palabras, lo que no tiene nombre.
Número 1 Última actualización 13 de marzo de 2000
Marzo de 2000
Oculto, pero no inexistente, al igual que la representación femenina dentro de los discursos culturales. La
mujer ha sido siempre construida en los aparatos culturales occidentales como un lugar donde presencia y
ausencia se amalgaman: visible como objeto de deseo masculino, invisible como sujeto creador de
sentido. Y esta es la huella que deja todo discurso en Occidente. Y tras esa huella el feminismo inicia la
búsqueda: la teoría y crítica feminista quiere saber el modo en que la mujer es representada (inscrita) en
los discursos, en este caso concreto en el fílmico. Este es uno de los objetivos del feminismo desde el
momento en el que entró en interacción con la teoría fílmica, ya hace tres décadas en Estados Unidos e
Inglaterra. Hablar, en definitiva, de cómo el espacio cinematográfico construye a la mujer, el sistema sexo-
género, la diferencia sexual.
Para ello, las investigaciones feministas se basan principalmente en la idea de que el cine no deja de ser
un instrumento más, utilizado al servicio de la cultura (entendida ésta como rejilla construida por el
sistema en un momento dado para sostener el sentido). Por tanto, la teoría y crítica feminista trata de
recorrer el flujo que desemboca en sentido con el objeto de recuperar los residuos dejados por la ideología
patriarcal. Una ideología que autoriza ciertas representaciones mientras bloquea o invalida otras.
De este modo, lo que pretende la teoría y crítica fílmica feminista no es otra cosa que arrojar luz sobre el
espacio ensombrecido por la construcción social de los sujetos. En este sentido, se puede considerar que
los estudios realizados bajo la "perspectiva feminista"2 deben cuestionar los valores otorgados al sujeto
femenino, además de la relación establecida con el sujeto masculino. Porque en los aparatos culturales en
general y el cinematográfico en particular, lo que queda inscrito de manera sutil son las claves ideológicas
para la construcción de la subjetividad e identidad de los individuos.
En realidad, en todo modelo de representación queda plasmado el proceso social que transforma la
diferencia sexual del hombre y la mujer - en cuanto dato biológico- en desigualdad cultural entre el sujeto
femenino y masculino- en cuanto dato perteneciente a la esfera de lo simbólico-. En definitiva se están
imprimiendo las relaciones de género. Entendiendo este concepto como Teresa de Lauretis explica en su
obra Technologies of gender3, es decir, como un sistema de representación construido social y
culturalmente, que ha quedado grabado en el arte occidental y en la cultura en general a lo largo de todas
las épocas y contextos históricos. Obviamente, los valores del sistema sexo-género están interconectados
a los intereses políticos, económicos, etc..., los cuales son asimilados por los seres humanos para ser
representados y representarse. Claro está, como señala De Lauretis, que todo sistema de representación
conlleva la aparición de un discurso que lo deconstruye, como puede ser en este caso la teoría feminista.
Analizar, deconstruir y reconstruir es el proceso teórico llevado a cabo por la teoría y crítica fílmica
feminista. Una teoría que no debe ser confundida con una metodología más para interpretar los textos,
sino que " busca historizar y deconstruir los fundamentos que rigen las diversas tipologías de análisis y
comentario. No se trata, por tanto, de un modelo analítico incorporable a la lista de los otros modelos
analíticos -estructural, semiótico, cognitivista, psicoanalítico, etc..., sino de una propuesta que,
atravesando el territorio epistemológico de todos ellos, busca subvertir la manera misma en que se ha
construido históricamente la mirada cinematográfica"4
En este sentido, se puede decir que los análisis de los textos fílmicos realizados desde la "perspectiva
feminista" no sólo se interrogan sobre el modo en que la institución cinematográfica perpetúa un modelo
de representación del sistema sexo-género y de la mujer enmarcado dentro de los parámetros de la
ideología patriarcal, sino que, además, proponen la construcción de un nuevo marco de visión tanto a
nivel práctico (crear un "contra-cine"5 una "des-estética feminista"),6 como a nivel teórico (abrir "otros"
sentidos a la lectura de los textos tanto teóricos como fílmicos)
Esta línea de investigación analiza las imágenes de las mujeres en el interior del film, enfocando su
interés en clasificar a los personajes femeninos según los estereotipos que representan. Unos estereotipos,
como señala una de las primeras autoras de esta corriente, que "ya existen en la realidad".9 Esto supone,
para estas autoras, que las películas son ante todo un espejo de la realidad. Y, por tanto, todos los cambios
en los papeles otorgados a la representación femenina en las películas son explicados como una analogía
en las transformaciones producidas en el ámbito social, económico, político y cultural a las mujeres
reales.
Estos análisis subrayan la idea de que las imágenes y los estereotipos que se asignan a los papeles
femeninos están plasmando el juego binario de imágenes positivas versus imágenes negativas: madre/
prostituta, la femme fatale/ la chica buena...
Así pues, las mujeres pululan entre imágenes ancladas en el juego binario de la representación occidental.
Esto es, el discurso cinematográfico, principalmente el llamado cine narrativo clásico, tiende a través de
su estructura narrativa y representacional a dividir el papel de la mujer en: mujeres negociables (madres,
hijas, esposas...) y mujeres consumibles (prostitutas, vampiresas, golfas...) y coloca a las primeras por
encima de las segundas, estableciendo así una jerarquía de valores en los papeles otorgados.10
En realidad, para este grupo teórico, la imagen de la mujer discurre entre los polos opuestos configurados
por la esencia que emana de los arquetipos femeninos de tradición judeo-cristiana (Maria/Eva), que o bien
aceptan la Ley del Padre, "Hágase en mí tu palabra", o la retan. Esta construcción dual de la subjetividad
femenina se ha proyectado a lo largo del tiempo y el espacio no sólo en el discurso cinematográfico, sino
en todos los discursos artísticos y sociales. Y alrededor de esa representación se inscriben una doxologías
o juicios de valor que, obviamente, están también enroscadas en un sistema axiológico: bueno/malo,
madre/prostituta,matrimonio/sexo,fidelidad/infidelidad...relacionan,do cada uno de los primeros
conceptos de la diada con la figura femenina de María.
Estos análisis critican cómo el cine refleja una imagen unidimensional y negativa de las mujeres y
reclaman que las películas representen una imagen más positiva de las mujeres. Una imagen, por otra
parte, para estas teóricas, difícil de proyectar, porque como mantiene Haskell, la industria cinematográfica
refuerza "la gran mentira (...) la idea de inferioridad de la mujer, una mentira que está perfectamente
engranada en nuestro comportamiento social y que reconocerlo supondría arriesgarse a desenmascarar la
estructura social".11
Una estructura social, la Occidental, marcada por el esquema dual que organiza el mundo en categorías
opuestas, según la epistemología de la Ilustración o, más concretamente, el conocimiento que configura la
"razón masculina (a/b)"12: bueno/malo, rico/pobre, masculino/femenino, naturaleza/cultura, hombre/
mujer blanco/negro...conceptos que no están sólo separados por una barra que estructura, opone y
encorseta, sino que además están dispuestos bajo un orden jerárquico donde se dota a ciertos valores de
significancia y los otros de in-significancia.
Así pues, la representación de la mujer no podía quedar al margen de ese esquema bipolar que organiza a
la sociedad occidental y, cómo no, a los aparatos culturales que ella genera.
Desde esa perspectiva de inclusión/exclusión que va marcando también los códigos de la diferencia, la
mujer queda inscrita en esa dicotomía de naturaleza/cultura, intuición/intelecto, irracionalidad/
racionalidad, objeto/sujeto..., como la contigüidad, como metonimia del primer elemento, dejando al
segundo como metáfora del hombre. Detrás de cada concepto, una serie de valores va configurando al
hombre y a la mujer dentro del sistema sexo-género, es decir, de los papeles que cada uno debe cumplir
dentro de una sociedad.
Como ya hemos apuntado con anterioridad, esta línea epistemológica no sólo se detiene en nombrar los
estereotipos y las imágenes de las mujeres dentro de la pantalla, sino también los papeles llevados a cabo
por las mujeres detrás de la cámara dentro de la institución cinematográfica. Porque como, subraya Rubi
Rich, "sin nombres nuestro trabajo queda anónimo,inseguro y nuestra visibilidad cuestionada".13
Esta corriente ha rastreado los archivos de las filmotecas para mostrar la contribución de las mujeres en la
producción de películas. Una contribución excluida o marginada, principalmente, dentro de los textos
canónicos de la historia cinematográfica. Los trabajos de estas autoras reflejan una serie de datos que hace
referencia al trabajo creativo y técnico realizado por las mujeres en la industria cinematográfica desde
1895.14
Estas obras dejan traslucir una imagen de la mujer no sólo como objeto de la representación, sino también
como sujeto activo de lo representado. Una labor ésta, la de la mujer como sujeto activo de lo
representado, que ha quedado oculta y menospreciada dentro de la institución cinematografica. De este
modo, estos estudios intentan, como constata Giulia Colaizzi, "representar la supuesta ausencia de la
mujer del marco cinematográfico, es decir, ofrecer a la mirada interpretativa de los teóricos de cine, a los
historiadores o al espectador, un conjunto de obras que nadie había considerado como objeto consistente o
problemático (...)".15 En definitiva, ante todo nombran y valoran el trabajo realizado por las mujeres en el
campo de la producción, distribución y exhibición, tanto en el llamado cine institucional como en el de
vanguardia desde los primeros años hasta la actualidad.
Este grupo teórico y crítico centra su interés en el análisis de los mecanismos y procesos del interior del
texto fílmico que construyen a la mujer y a la feminidad como imagen; y, además, enfocan su estudio al
análisis de la relación de los espectadores, en particular de la espectadora, con esa imagen de la mujer y la
feminidad configuras en el texto.
De este modo, estas investigaciones consideran que el cine narrativo clásico (re) produce a la mujer y lo
femenino como categorías construidas por el sistema de representación patriarcal. Y solamente al
desnaturalizar dichas categorías se evitará la búsqueda infructuosa de una sensibilidad femenina como
propiedad de las mujeres. Y aquí resulta pertinente traer a colación la célebre frase de Simone de
Beauvoir, "No se nace mujer, se llega a serlo", para destacar que el cine, como una tecnología social más,
ha contribuido a ese "llegar a ser".
El cine, por tanto, corrobora la construcción de ese relato imaginario conocido como La MUJER, donde
ésta se ha definido por Teresa de Lauretis, como "Lo -que-no-es-el-hombre (naturaleza y madre, sede de
la sexualidad y del deseo masculino, signo y objeto del intercambio social masculino)..."17
El origen de este debate sobre la mujer como imagen se lo debemos al influyente y siempre polémico
artículo de Laura Mulvey, "Placer visual y cine narrativo" (1975).18
En este artículo la autora se interroga acerca de cómo el cine clásico realizado en Hollywood durante los
años treinta, cuarenta y cincuenta reproduce en su interior la diferencia sexual. Basándose en la idea
psicoanalítica que señala que la diferencia sexual queda marcada a través de la mirada, utiliza aquélla
como "arma política" para deconstruir el modo en que el inconsciente de la sociedad patriarcal configura
este modelo de representación hegemónico (el cine narrativo), donde la mirada juega un papel
fundamental, del mismo modo que es imprescindible en el proceso de formación de la identidad del sujeto.
Así, ella establece una conexión entre la mirada cinematográfica y el proceso de formación de la identidad
del sujeto. Por tanto, su crítica al sistema de representación patriarcal se centra en la existencia de una
dicotomía de la visión que concuerda con la bipolaridad desigual existente en el sistema sexo-género:
masculino= sujeto activo y femenino= objeto pasivo. Este hecho identifica por una parte al sujeto
masculino como portador de la mirada (activo) y como provocador de los acontecimientos narrativos, y,
por otra, al sujeto femenino como receptor de la mirada ( pasivo) y como soporte del deseo masculino.
Por tanto, la mirada en el cine dominante narrativo se estructura para inscribir al personaje femenino en la
película como objeto erótico, mientras confiere al protagonista masculino el privilegio de ser el sujeto de
la narración y del espectáculo, de tal modo que el espectador se identifique con él. Un espectador que, tras
identificarse con el personaje masculino, encuentra su propio placer en las imágenes.
Para Laura Mulvey, la figura femenina connota un problema que cada película debe trabajar para resolver.
Un problema que arranca de la definición del personaje femenino como sede de la sexualidad, como
portadora de la diferencia sexual - "que implica una amenaza de castración y por tanto de displacer"-. Este
conflicto, según Mulvey, es solventado en el discurso cinematográfico a través de dos formas: mediante la
fetichización de la imagen femenina por una luz que la separa y la convierte en una imagen objetivada, o
bien mediante la sujeción a alguna misteriosa forma de dominación sádica subrayada en la narrativa.19
Una construcción ficticia que invade todos los discursos y coloniza todos los territorios geográficos.20 Las
operaciones discursivas que fundan el film clásico despliegan ante los ojos de los espectadores un mundo
ficticio que se pretende real y natural, pero que, sin embargo, encubre "una ideología sexista y la
oposición básica que coloca al hombre dentro de la historia y a la mujer como ahistórica y eterna (...),
excepto para las modificaciones en términos de moda, etc."21
El hecho indudable es que el personaje masculino está dentro de la historia y en el centro de la acción,
mientras que el personaje femenino circula alrededor de él ( como alma en pena ). Por tanto, el personaje
femenino, fragmentado entre la mujer mala y fálica(prostituta, amante...) y el papel de mujer sumisa, débil
pero virtuosa( madre, esposa, hermana o hija), está, generalmente, ocupando un rol secundario con
respecto a la acción principal, aunque fundamental para el desarrollo cognitivo del protagonista en el
interior de la estructura narrativa. En realidad, el personaje femenino, antropomorfismo del concepto
mujer, es una sombra fantasmagórica donde se posa la mirada y el deseo del personaje y del espectador
masculino como si fuese un mero espectáculo del discurso cinematográfico; mientras que su deseo, su
mirada y su palabra carecen de espacio para ser enunciadas en el interior del texto fílmico.
A modo de conclusión, se puede decir que la narrativa clásica de Hollywood tiende a clausurar su
discurso restituyendo a la mujer a un papel considerado normativo dentro del sistema social patriarcal. De
hecho, cuando esto no ocurre, es "castigada por su transgresión narrativa y social con la exclusión, la
marginalidad legal o incluso la muerte".23 Este proceso para recolocar a la mujer dentro del orden, se
instaura a través del cortejo heterosexual de enamoramiento. Así, en géneros como la comedia, el musical
y el melodrama "el amor romántico -como señala Casilda de Miguel- es en sí mismo un elemento
estructurador de la narración entera ."24
Se puede decir que para este grupo de trabajo la mujer está presente como imagen - como objeto
imaginario para el deseo y el goce masculino- pero ausente y silenciada como sujeto - es decir, el "otro"
sujetado en el discurso masculino para ser la complementariedad negativa de éste-. El cine, como un
aparato cultural más dentro de una sociedad burguesa de corte patriarcal y androcéntrico, ha ayudado
desde su discurso a crear el modelo de representación imaginario que la sociedad occidental tiene sobre el
concepto de la MUJER y lo FEMENINO.
Pero, como señala Teresa de Lauretis, el mecanismo del cine, es incapaz de contestar a la pregunta: "¿Qué
pasa con el tiempo de deseo de la mujer?" Porque, continúa la autora, "(...) tanto el cine narrativo clásico
como el cine de vanguardia se han desarrollado en una cultura basada tan sólo en la exclusión de todo
discurso en el que pueda plantearse esa pregunta."25
III. La espectadora
Ahora bien, ¿es el destino de la espectadora estar atada a ese modelo definido de acuerdo a la lógica y el
deseo masculino?
A partir de los años ochenta, la teoría y crítica fílmica feminista centrará todas sus cuestiones en la figura
de la espectadora.26 A saber, qué tipo de placer obtiene la espectadora ante esa imagen construida de la
mujer y de la feminidad.
Para ello, la teoría y crítica fílmica feminista estructura sus análisis bajo dos modelos epistemológicos: la
espectadora se analiza como "un efecto del discurso, una posición, un hipotético lugar construido por el
discurso fílmico, o como una mujer real perteneciente a la audiencia que cuando va a ver un film está
marcada por una identidad histórica y social particular."27
Estamos hablando de una espectadora "ficticia" determinada por el texto y/o de una espectadora "real"
indeterminada por éste.
¿Es el goce (la construcción de la mirada y el punto de vista de los personajes y del espectador)
masculino?
Ya nos lo había confirmado Laura Mulvey: los mecanismos visuales y narrativos construidos por el cine
clásico conducen a que el espectador masculino se identifique felizmente con el protagonista y, a través
de éste, ejerza una mirada activa y plancentera, a la vez que un saber controlados sobre la figura
femenina. Entonces para esta autora, como para Ann Kaplan,29 a la audiencia femenina sólo le queda una
posibilidad para conseguir cierto placer al mirar las imágenes proyectadas en la pantalla: identificarse con
el personaje femenino. Esto supone una forma de identificación narcisista con el personaje femenino
situándose en una posición pasiva de ser mirada y en una posición masoquista (de ser castigada). Una
postura definida como "masoquista". La conclusión a la que llega esta postura se basa en la idea de que la
fantasía voyeurística es inherente al deseo masculino, al que no puede acceder el sujeto femenino.
La segunda conclusión toma como base el artículo de Laura Mulvey "Afterthoughts on Visual Pleasure
and Narrative Cinema. Inspired on Duel in the sun"(1981).30 Aquí, la espectadora sólo puede obtener
placer a través de una identificación transexual con la representación. Es decir, la espectadora se identifica
con el héroe sufriendo entonces cierto proceso de masculinización. "Una posición masculina para el
espectador, más allá del sexo real del público asistente". La espectadora se identifica con el goce
masculino, "acepta una masculinización en memoria de sus fase activa". Esta respuesta de Laura Mulvey
está basada en la idea de Freud sobre la bisexualidad del sujeto.
La "mascarada" sería el nombre dado a la tercera conclusión elaborada por la teoría y crítica fílmica
feminista con respecto a la relación de la espectadora con el texto fílmico. Las ideas de esta tercera
conclusión surgen de las reflexiones expuestas por la teórica Mary Ann Doane.31 Esta autora parte de la
base de la existencia de un deseo femenino narcisista común a todas las mujeres, que se opondría al
supuesto deseo masculino voyeurista, que compartirían todos los hombres. Este deseo femenino narcisista
hace que la espectadora se identifique de una manera pasivo-masoquista con los personajes. Ahora bien, y
es aquí donde se diferencia de la primera propuesta defendida por Laura Mulvey, Doane considera que la
proximidad narcisista de la mujer con la imagen femenina de la pantalla no tiene por qué llevar
necesariamente a la espectadora hacia una posición femenina pasivo-masoquista en la que el texto de
Hollywood parece querer situarla, porque debemos considerar la feminidad como una máscara. Una
máscara que permite mantener una distancia con la imagen femenina dominante de la pantalla.
La última y cuarta interpretación plantea la posible existencia de una apelación del texto al sujeto
femenino, aunque matizan que la mujer y la sexualidad femenina están colonizadas por el discurso
patriarcal. Así, aduce que todo discurso genera resistencia y, por tanto, permite nuevas articulaciones para
que otros sujetos puedan construirse. De ahí que ciertos textos fílmicos interpelen a la experiencia
femenina, a un sujeto espectador femenino.
A modo de resumen, estas teóricas feministas basadas en el análisis textual concluyen, principalmente,
negando el placer femenino al mirar las películas, o bien afirmando la existencia de una masculinización
por parte de la espectadora para obtener placer.
Al volver a interrogarse sobre esta cuestión los estudios fílmicos feministas se alejan de la idea de que la
espectadora es una figura construida por el discurso fílmico, y posicionan a la espectadora en otro lugar.
Ahora, la espectadora está más allá del determinismo textual. La espectadora es una mujer real, no una
figura construida por el texto.
El estudio de la espectadora no debe centrarse en un análisis meramente textual, sino que se debe abordar
desde un análisis cultural o etnográfico, esto es, se debe tener en cuenta todos los parámetros socio-
culturales, históricos, sexuales, de raza y género que condicionan a la mujer-espectadora.32
Porque como comenta la teórica Christine Gledhill, la diferencia y la discriminación de las mujeres no
reside únicamente en el modo en que éstas se posicionan y acceden al lenguaje, sino también en las
condiciones materiales de su existencia; condiciones que hacen referencia a la raza, la clase social, la
preferencia sexual...33
De ahí se deriva la idea de Teresa de Lauretis cuando argumenta que "los espectadores entran en el cine
como hombres y mujeres, lo que no quiere decir que sean simplemente masculinos o femeninos, sino más
bien que cada persona va al cine con una historia semiótica, personal y social, con una serie de
identificaciones previas a través de las cuales se ha sexualizado en cierta medida. Y puesto que él o ella
son sujetos históricos -continúa diciendo De Lauretis-, que se ven envueltos en una multiplicidad de
actividades significativas, que, como el cine o la narración, descansan sobre y perpetúan la distinción
fundadora de la cultura (la diferencia sexual), las imágenes cinematográficas no son para ellos objetos
neutros de una percepción pura, sino imáegnes significantes, como observó Passolini; y significantes en
virtud de su relación con la subjetividad del receptor, codificadas con un cierto potencial para la
identificación, situadas con una cierta posición con respecto al deseo. Llevan en sí, incluso al inicio de la
película, una cierta posición de la mirada".34
Así pues, Teresa de Lauretis reivindica en sus obras la experiencia placentera obtenida por el público
femenino en el cine. Para De Lauretis, la espectadora logra desde su experiencia femenina un cierto placer
al mirar las imágenes proyectadas en la pantalla, debido al "carácter específico de la subjetividad
femenina", que la determina como sujeto múltiple y discontinuo. La noción de mujer en tanto sujeto
múltiple ha sido teorizada por De Lauretis en su libro Technologies of gender, donde define al sujeto
como un ser "construido no sólo a través de la diferencia sexual y de género, sino también mediante el
lenguaje y las representaciones de raza, clase, y preferencias sexuales, un sujeto, por ello, no unificado
sino múltiple".35
Desde esta perspectiva Jackie Byars comenta que este placer surge porque la mujer nunca está fuera de
los discursos patriarcales, de su ideología: "Niego la radical inocencia de las mujeres y señalo la continua
participación y complicidad de las mujeres en el proceso de significación, en la evolución del lenguaje
(incluido el lenguaje cinematográfico)".36
De este modo, es fácil entender que la espectadora disfrute y se identifique con las imágenes proyectadas
en la pantalla, ya que la ideología patriarcal configura el propio inconsciente de la mujer. Por tanto, sólo
una espectadora con conciencia feminista,37 podría deconstruir esa identificación placentera de las
imágenes y la narración proyectadas en la pantalla, es decir, llevar a cabo una lectura e interpretación de
las películas que desvele cómo el discurso cinematográfico participa y construye el sistema sexo-género,
donde lo femenino es conceptualizado como el "otro" con respecto a lo masculino.
Esta postura teórica de hecho problematiza y hace mucho más complejo el debate acerca de la mujer en el
cine, así como la relación de la espectadora con los textos fílmicos. Y es que ya no podemos garantizar,
desde esta perspectiva, la existencia de un "deseo femenino" ni de un "placer femenino" que todas las
mujeres compartirían. Ya no podemos hablar de La Mujer, sino de las Mujeres.
A modo de conclusión podríamos decir que la teoría y crítica fílmica feminista están desmontando tanto
los textos canónicos como el modelo de representación cinematográfico, donde la mujer ha sido ante todo
elidida como sujeto. EL fin de la teoría fílmica feminista es, por tanto, construir un nuevo caleidoscopio a
través del cual se pueda mirar, tanto en la práctica como en la teoría, a un sujeto social diferente penetrado
por una nueva conciencia. Una conciencia donde se desvanezca la oposición binaria de la razón patriarcal
para abrirse a la profundidad y la reversibilidad de la reflexión. Estamos, por supuesto, intentando trazar
la imagen de un sujeto no unitario, sino múltiple. En definitiva, un sujeto atravesado por diversas
experiencias: sociales, religiosas, sexuales, genéricas...
La teoría y crítica fílmica feminista es, sobre todo y ante todo, un "discurso de la sospecha",38 un discurso
crítico que cuestiona el juego binario en que está anclada toda representación occidental: mujer/hombre,
femenino/masculino naturaleza/cultura, negro/blanco, malo/bueno, colonizador/colonizado, etc.
Conceptos todos ellos separados por una barra que estructura opone y encorseta. Y, en medio, la teoría
feminista intentando hallar un espacio que deconstruya ese modelo de representación basado en la
diferencia negativa del"otro".
Notas
1 CRAIG OWENS, "El discurso de los otros : las feministas y el posmodernismo", en VV.AA., La
posmodernidad, Barcelona, Kairós,1985, pág. 96.
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2 ANNETTE KHUN, Cine de mujeres: Feminismo y cine, Madrid, Cátedra,1991, pág. 84. En su opinión
esta autora considera que los trabajos feministas ofrecen "no tanto una metodología como una
perspectiva -unas gafas, podríamos decir- con la que contemplar las películas (Kaplan, 1976; New
German 1978). Lo que veamos a través de nuestras gafas feministas configurará, claro está, lo que
decidamos analizar y quizá también hasta cierto punto el modo en que decidamos analizarlo. Por tanto,
la teoría feminista implica adoptar una postura o una posición inequívoca en relación con el objeto y, en
este sentido, no resulta neutral desde el punto de vista político. Hacer teoría feminista es
comprometerse, de forma consciente o no, en la participación en la teoría o en la cultura".
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3 TERESA DE LAURETIS, Technologies of gender: essays on theory, film and fiction, Bloomington,
Indiana University Press,1987, págs. 4-5.
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5 Para la teórica Claire Johnston un cine con una estética feminista debía ser un "contra -cine", esto es
una "estrategia revolucionaria" que deje al descubierto cómo el cine es un producto de la ideología
burguesa. Por eso un contra-cine feminista no sólo debe crear personajes femeninos positivos, sino
que debe golpear las conciencias del público. CLAIRE JOHNSTON, "Notes on Women’s cinema",
Screen Pamphlet 2, March 1973, pág. 4.
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6 Teresa de Lauretis considera que el cine realizado desde una óptica feminista debe encontrar un
nuevo lenguaje de deseo, donde se construya a una mujer marcada por la diferencia y la diversidad;
esto es, una mujer múltiple y heterogénea donde su experiencia esté marcada por su diferencia de
raza, clase social, edad, etc..., no sólo por su diferencia sexual. Una "des-estética feminista" consiste
en representar a la mujer como un sujeto complejo y múltiple, no como una figura onírica construida a
través de los prismáticos voyeuristas del discurso patriarcal TERESA DE LAURETIS, "Aesthetics and
feminist theory: rethinking women’s cinema" en Wide Angle, vol. 6, núm. 3, January 1985, págs. 154-
175.
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7 Las primeras ideas de esta línea epistemológica quedaron plasmadas en revistas como Women and
film, The velvet light trap, Jump cut y en libros como From reverence to rape: the treatment of women in
the movies, (1974) de Molly Haskell, Women who make movies (1975) de Sharon Smith, Popcorn
Venus: women, movies and the american dream (1973) de Marjorie Rosen. Todos estos trabajos
surgen al amparo de los primeros festivales de cine feminista y/o de mujeres celebrados en ciudades
como Nueva York, Edimburgo, Chicago , Toronto...
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8 Se puede decir que los primeros estudios de teoría y crítica fílmica feminista se centraron en el
análisis de las películas producidas en Holywood y en su sistema organizativo de estudio; por ser,
obviamente, la industria más potente y sus películas las de mayor repercusión social. Pero, como
señala la teórica Annette Kuhn, ello sólo puede servir y ha servido " como prototipo". ANNETTE kUHN,
op., cit., pág. 42.
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9 MOLLY HASKELL, From reverence to rape: the treatment of women in the movies, Chicago,
University of Chicago Press,1987, pág. 18.
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