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EQUIDAD DE GÉNERO EN EL DERECHO ADMINISTRATIVO

Enfoques sociológicos del concepto de género:


aportes desde las teorías feministas.
Yasmín A. Mertehikian*

SUMARIO: 1. Introducción. 2. Los aportes del feminismo radical. 3. Género y socialismo. 4. Hacia
un enfoque superador: el concepto de género según Gayle Rubin. 5. La emergencia de los femi-
nismos queer. 6. Consideraciones finales.

1. Introducción.
Los desarrollos de las teorías feministas no serían posibles sin la elaboración del
concepto de género –concepto que posibilita la construcción y la reflexión sobre un sujeto
central para el feminismo, la mujer. En 1949, Simone de Beauvoir se hace una pregunta
fundacional para todo el feminismo académico que se desarrollaría en las décadas pos-
teriores: ¿qué es ser una mujer? Este cuestionamiento le permitiría a la filósofa francesa
adentrarse en la comprensión de la condición femenina para sentar, así, las bases argu-
mentativas hacia la construcción del concepto de género, realizada por Gayle Rubin en
la década de 1970.
En términos históricos, se puede situar a las pensadoras feministas como las pri-
meras que reflexionan acerca de la construcción sociocultural de la femineidad, la he-
teronormatividad y la sexualidad. Son ellas también quienes introducen el concepto de
género para explicar la opresión de las mujeres y oponerse, por lo tanto, a un pensa-

*
Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y becaria doctoral del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Actualmente se encuentra cursando la Maestría en Ciencias
Sociales de la Universidad Nacional de General Sarmiento y el Instituto de Desarrollo Económico y Social.
Se desempeña como asistente de investigación en diversos proyectos con sede en el Instituto de Investiga-
ciones Gino Germani, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, y ha trabajado
como asistente de investigación en el Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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miento de las esencias biológicas. En este sentido, Simone de Beauvoir afirma que no
se nace mujer: llega una a serlo, en la obligación cultural de hacerlo. Así, ser es haber
devenido, es haber sido hecho, sin presagiar un origen o un final. De manera que no se
puede hacer referencia a un cuerpo que no haya sido desde siempre interpretado mediante
significados culturales1.
Para la autora, “la Humanidad es macho, y el hombre define a la mujer no en sí misma,
sino con relación a él; no la considera un ser autónomo”2. En otras palabras, el Sujeto
siempre es masculino, fusionado con lo universal e instrumento incorpóreo de una libertad
radical; y se diferencia de un Otro femenino, fuera de las normas universalizadoras de
la calidad de persona, fuente de misterio, condenado a la inmanencia y restringido a su
cuerpo como limitante. Como resultado, el drama de la mujer consiste en ese conflicto
entre la reivindicación de todo sujeto que se plantee como una trascendencia, y las exi-
gencias que lo constituyen como lo inesencial3.
Los trabajos de Simone de Beauvoir dieron lugar a los diferentes desarrollos de las
teorías feministas que abordan el concepto de género. A continuación, se esbozarán y
compararán sucintamente los principales aportes de dichas corrientes.

2. Los aportes del feminismo radical.


Los principios subyacentes al pensamiento de Simone de Beauvoir sentaron un punto
de partida para la teorización feminista radical desarrollada a partir de los años 1960 y
1970 y el estudio de la femineidad, para responder a los interrogantes planteados por el
problema de la opresión social de las mujeres4. En esta línea de análisis, Shulamite Fire-
stone describe la opresión que experimentan las mujeres como aquella relacionada de
manera directa con su biología. En efecto, considera que la función reproductiva de la
mujer es determinante para su opresión y, por lo tanto, la familia biológica también lo es,
ya que esta última crea las identidades de género que perpetúan el patriarcado (entendido
como la organización jerárquica masculina de la sociedad), y la subordinación de las mujeres.
La dominación de un grupo por el otro se deriva, entonces, de esta distinción biológica
hombre/mujer5.
Así, pues, retomando el significado marxista de la clase como categoría económica
que expresa una relación con los medios de producción, y ampliando la definición del
materialismo histórico para incluir en ella la división biológica de los sexos, Firestone sugiere
pensar la clase sexual como fundamental para entender las relaciones de poder, consti-
tuyendo la mujer –en tanto que sexo– una clase y el hombre, la clase opuesta. La pro-

1
Butler, Judith, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Buenos Aires, Paidós, 2001.
2
De Beauvoir, Simone, El segundo sexo, México, Siglo Veinte, [1949] 1995, p. 18.
3
Ídem.
4
Tubert, Silvia, “Introducción a la edición española”, en Flax, J., Psicoanálisis y feminismo. Pensamientos
fragmentarios, Valencia, Cátedra, 1995.
5
Firestone, Shulamite, La dialéctica del sexo, Madrid, Kairos, 1973.

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puesta de Firestone conduce, de ese modo, a la reflexión acerca de la dinámica del poder
sexual, entendiendo que no es posible justificar un sistema de clase sexual discriminatorio
en términos de su origen en la naturaleza6.
La afirmación de Firestone referida a que la reproducción de la especie asociada al
cuerpo femenino constituye la clave principal de la opresión de las mujeres se encuentra
en armonía con el enfoque sostenido por Carla Lonzi, quien –a partir de una crítica a la
civilización occidental y a la supremacía machista– también denuncia la maternidad como
factor de exclusión de la mujer. Asimismo, es posible trazar una línea de semejanza entre
las perspectivas de ambas autoras respecto a la idea según la cual el matrimonio cons-
tituye la institución social que mantiene la familia como forma básica de la organización
social y subordina, de ese modo, a la mujer al destino varonil7. Así, los estudios de género
han destacado la maternidad como un elemento organizador de la femineidad y central
en la construcción de la identidad sexual adulta de las mujeres.
La crítica del poder sexual concentrada en la cuestión de la cultura patriarcal como
creadora de relaciones de dominación y subordinación es, igualmente, abordada por la
filósofa francesa Monique Wittig, para quien el concepto de heterosexualidad puede pensarse
en términos contractualistas. Wittig propone la imagen del contrato heterosexual como
una metáfora paralela a la sostenida por los pensadores ingleses y franceses del siglo de
las luces. En esta operación metafórica el pacto se instituye como “una forma ideológica
amorfa que no se puede asir en su realidad, salvo en sus efectos, y cuya existencia reside
en el espíritu de la gente de un modo que afecta su vida por completo”8; un contrato que
se funde en la naturaleza y en la desigualdad de varones y mujeres, de heterosexuales y
no heterosexuales. En esa línea, Wittig habla del carácter opresivo del pensamiento
heterocentrado, en el intento por universalizar la producción de conceptos a partir de la
negación de las prácticas concretas.
En concordancia con el pensamiento de Wittig, Carol Pateman explica la historia del
contrato social colocándole de precedente el contrato sexual. De este modo, nos advierte
que el contrato originario es un pacto social-sexual, en el sentido de que es patriarcal (es
decir, el pacto establece el derecho político de dominación de los varones sobre las mujeres)
y establece un orden de acceso de los varones al cuerpo de las mujeres. En esta pers-
pectiva, el contrato originario es, entonces, un pacto que plantea dos caras. Por un lado,
un proceso de sujeción de las mujeres respecto de los varones a través del contrato sexual.
Por otro lado, un proceso de libertad de los varones en un orden patriarcal, mediante el
contrato social9.

6
Ídem.
7
Lonzi, Carla, Escupamos sobre Hegel y otros escritos sobre liberación femenina, Buenos Aires, La
Pléyade, 1978.
8
Wittig, Monique, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, Egales, 1987.
9
Pateman, Carol, El contrato sexual, Barcelona, Antrophos, [1988] 1995.

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Como puede apreciarse con este análisis las feministas radicales establecen que el
sexo –en tanto asunto personal– se convierte también en político, y afirman que las mujeres
comparten su posición de opresión por la política sexual de la sociedad. Al final de cuentas,
la estructuración de la sociedad a través de la división sexual limita las actividades, deseos
y aspiraciones de las mujeres10 y, por eso, el hecho de que las mujeres sean mujeres es
más relevante que las diferencias de clase y raciales que las atraviesan, construyendo,
así, a la Mujer como sujeto unificado y consciente11.

3. Género y socialismo.
Los aportes del feminismo radical encontraron en el feminismo socialista un inter-
locutor crítico. En disonancia con las teorías radicales, el feminismo socialista nos dice
que un análisis de clase feminista debe reconocer las distinciones de clase social, de raza
y de situación matrimonial halladas en el centro de las posiciones históricamente diferen-
ciadas de las mujeres, y no proponer, pues, que todas las mujeres tienen una situación
común y unificada. Una vez identificadas las diferencias entre las mujeres, es necesario
señalar la existencia de puntos de contacto que proporcionen una base para la organiza-
ción interclasista en torno a problemas como el aborto, la violación y el cuidado de los
niños12.
En esa línea, Zillah Eisenstein nos enseña que lo que busca el análisis político del
feminismo socialista es entender el sistema de poder que deriva del patriarcado capita-
lista. Con ello se acentúa la dialéctica entre la estructura de clases y la estructuración
sexual jerárquica de la sociedad masculina, y se pone de manifiesto la conexión entre la
opresión sexual, la división sexual del trabajo y la estructura económica de clase13. De
este modo, se conjuga la naturaleza de la producción de la mujer en el capitalismo avan-
zado y el papel que tanto la división del trabajo (por sexo) como la familia juegan en el
mantenimiento de ese tipo de producción de mercancías14. Como vemos, las feministas
socialistas analizan el poder en términos de sus orígenes de clase y de sus raíces patriar-
cales, efectuando, de ese modo, una síntesis entre el análisis marxista y el feminismo
radical e interrelacionando estas dos teorías del poder a través de la división sexual del
trabajo.
De allí la crítica de Eisenstein hacia la perspectiva de Firestone, desde el momento
en que esta última se refiere a la biología de la mujer como una condición estática y
atemporal, asocial y ahistórica. La desigualdad, en este contexto, deja de concebirse en
términos de la naturaleza –no existiría pues un sujeto unificado dentro de la noción de
Mujer–, y comienza a considerarse como tal en un contexto que impone una valoración

10
Eisenstein, Zillah, Patriarcado capitalista, feminismo socialista, México, Siglo XXI, 1980.
11
Pateman, Carol, El contrato sexual, op. cit.
12
Eisenstein, Zillah, Patriarcado capitalista, feminismo socialista, op. cit.
13
Ídem.
14
Rowbotham, Sheila, Mundo de hombre, conciencia de mujer, Madrid, Debate, 1977.

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social a una diferencia biológica. El feminismo socialista, en otras palabras, intenta supe-
rar la crítica del esencialismo propuesta por las corrientes radicales, argumentando que
hablar de las mujeres como grupo, como conjunto con características e inquietudes se-
mejantes no responde a la compleja y plural realidad de las distintas mujeres15.

4. Hacia un enfoque superador: el concepto de género según Gayle Rubin.


Las teorías y prácticas feministas examinadas hasta aquí ponen en claro la construc-
ción sociocultural de la femineidad, donde diversos dispositivos sociales actúan sobre los
sujetos femeninos para significarlos de determinada manera. La luz que arrojan sobre la
condición de las mujeres es de suma utilidad para Gayle Rubin, quien tomando estas ideas
formula el concepto de género.
Para la antropóloga norteamericana Rubin16, el sistema de sexo/género constituye
un término neutro que describe correctamente la organización social de la sexualidad
(sujeta, esta última, a convenciones y a la interacción humana); y mantiene la distinción
entre la necesidad humana de crear un mundo sexual y los modos opresivos en que se
han organizado los mundos sexuales (superando, así, la confusión de ambos sentidos que
realizara el concepto de patriarcado y señalando que la opresión es producto de las re-
laciones sociales específicas que organizan el campo de la sexualidad). En efecto, en
palabras de la autora: “[…] un sistema de sexo/género es el conjunto de disposiciones por
el cual una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana
y satisface esas necesidades humanas transformadas”17.
En otras palabras, los sistemas de sexo/género son el producto de la actividad huma-
na histórica. El género es una división de los sexos socialmente impuesta, resultado de
relaciones sociales de sexualidad y de la aculturación de la sexualidad biológica a nivel
social18. Así, el término género, que designa un sistema de clasificación bipolar, subraya
el carácter eminentemente social de las distinciones basadas en el sexo y rechaza el
determinismo biológico implícito en las palabras “sexo” y “diferencia sexual”. De este
modo, el género cobró el sentido de un “saber sobre la diferencia sexual”19, no limitado
al “sexo natural” (presencia o ausencia del falo) sino focalizado en las formas en que los
sujetos sociales elaboran los roles biológicos sexuales produciendo valores, creencias y
normas20.

15
Aguilera, Samara de las Heras, “Una aproximación a las teorías feministas”, en Universitas. Revista de
Filosofía, Derecho y Política, Nº 9, 2009.
16
Rubin, Gayle, “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo”, en Revista Nueva Antro-
pología, Vol. VIII, Nº 30, [1975] 1986.
17
Ibídem, p. 17.
18
Ídem nota 16.
19
Scott, Joan, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Cangiano, María Cecilia y Dubois,
Lindsay (Eds.), De mujer a género, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1993.
20
Warren, Carol, Gender Issues in Field Research, Thousand Oaks, Sage, 1988.

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También en esta línea de análisis, los conceptos de intercambio de mujeres y tabú del
incesto esconden para Rubin dos premisas: por un lado, la heterosexualidad como factor
incuestionable; por el otro, una teoría de la opresión sexual. Como sugiere la autora, el tabú
del incesto presupone un tabú anterior, menos articulado, contra la homosexualidad21. En
este sentido, los sistemas de parentesco no sólo estimulan la heterosexualidad haciéndola
implícita, sino que a su vez exigen formas específicas de vínculos sexuales: por una parte,
dejan de lado las relaciones no heterosexuales; por la otra, generan una escala de legi-
timación cultural, social, legal, económica y política sobre qué relaciones heterosexuales
son aceptadas y cuáles no. En el campo de las sexualidades, la heteronormatividad opera
a partir de tomar a un otro (lo no heterosexual) como abyecto, y tal normatividad es
naturalizada y materializada en reglas dadas por sentado, que evitan su puesta en cues-
tionamiento. Para Rubin, el dispositivo de la heterosexualidad reduce, así, la diversidad
de lo social a una oposición entre dos, a un juego de binarismos, donde lo masculino y lo
femenino se constituyen como la base obligatoria de la sociedad22.

5. La emergencia de los feminismos queer.


La emergencia de los estudios queer a partir de la aparición del artículo de Adrienne
Rich23 sobre la heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana, y de los trabajos de
Judith Butler24 y Eve Kosofsky Sedgwick25, influidos por las investigaciones de Michel
Foucault26 sobre la sexualidad como dispositivo moderno de subjetivación, propone un
enfoque superador del binarismo sexo/género desarrollado por Rubin. De este modo, el
sexo deja de entenderse en oposición al género como natural y prediscursivo, para em-
pezar a ser pensado como el resultado de una repetición de prácticas y discursos ajustados
a los ideales heteronormativos de la sociedad moderna, entendiendo a la heteronorma-
tividad como un dispositivo social que establece a la heterosexualidad como categoría
universal, natural y estable.
En otras palabras, para el feminismo queer el sexo no es una condición estática pre-
discursiva de un cuerpo sobre la cual se impone la construcción del género discursiva-
mente, sino un proceso mediante el cual las normas reguladoras obran de manera performativa
para construir la materialidad de los cuerpos, y logran tal materialización a través de la

21
Ídem nota 16.
22
Rubin, Gayle, “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, en Vance, Carole
(Comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina, Madrid, Revolución, 1989.
23
Rich, Adrienne, “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”, en Revista Brujas, Nº 10, Año 4,
Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer, 1976.
24
Butler, Judith, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, ob. cit. Ver también Butler,
Judith, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Buenos Aires, Paidós,
2002.
25
Kosofsky Sedgwick, Eve, Epistemología del armario, Barcelona, Ediciones de la Tempestad, 1998.
26
Foucault, Michel, Historia de la sexualidad. 1-La voluntad de saber, Buenos Aires, Siglo XXI, 1999.

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reiteración de esas normas. Es por ello que la performatividad no es un acto único, sino
una repetición de los regímenes sexuales reguladores; performatividad que no debe ser
entendida, sin embargo, como apropiación voluntaria, como si el género no fuera más que
una invención propia. De este modo, la construcción de lo humano es una operación
diferencial que produce lo más humano y lo humanamente inconcebible, susceptible, este
último, de rearticular los términos mismos de la legitimidad simbólica27. En efecto, si bien
los cuerpos son formados por normas sociales, el proceso de esta formación conlleva
riesgos, dado que la materialización nunca es completa, los cuerpos nunca acatan ente-
ramente las normas mediante las cuales se impone su materialización. En realidad, son
las posibilidades de re-materialización abiertas por este proceso las que marcan un es-
pacio en el cual la fuerza hegemónica de la ley reguladora puede volverse contra sí misma28
y permitir, así, la existencia de prácticas e identidades sexuales que escapan a los modelos
teóricos y empíricos heteronormativos pero que existen independientemente de esos modelos
en sus experiencias concretas y cotidianas.

6. Consideraciones finales.
A pesar de sus diferencias, las teorías y prácticas feministas revisadas parten de la
afirmación de Simone de Beauvoir referida a que no se nace mujer, sino que llega una
a serlo, para contestar la naturalización de la diferencia sexual y modificar esos sistemas
históricos de diferencia sexual, en los que los hombres y las mujeres están constituidos
socialmente en relaciones de jerarquía29. Así, pues, los movimientos feministas se han
caracterizado por su definición del concepto de género como la elaboración cultural, social
e histórica que las diferentes sociedades realizan a partir de la existencia biológica de dos
sexos diferenciados, con el objetivo de construir dos identidades sexuales relacionales y
opuestas de exclusión mutua. El concepto de género ha subrayado el carácter represen-
tacional de las identidades, es decir, cómo las imágenes, sentidos y prácticas de lo mas-
culino y lo femenino se moldean culturalmente. De manera tal que, como modo de relación,
ni el género ni la sexualidad son algo que poseemos, sino un modo de ser para otro. Este
punto de vista relacional ha indicado que lo que es el género siempre es relativo a las
relaciones construidas en las que se determina. Como un fenómeno contextual, el género
no implica un ser sustantivo, sino un punto de convergencia entre relaciones culturales e
históricas específicas, las cuales producen los cuerpos y establecen las normas regula-
doras de la inteligibilidad de género30. En otras palabras, somos seres sociales que se
comportan en relación con el otro, constituidos por un conjunto de normas culturales que
nos exceden y nos proveen guías o instrucciones para las conductas sexuales que son
apropiadas para esa cultura.

27
Butler, Judith, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, op. cit.
28
Butler, Judith, Lenguaje, poder e identidad, Madrid, Síntesis, 2004.
29
Haraway, Donna, Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1991.
30
Butler, Judith, Vida precaria, Buenos Aires, Paidós, 2006.

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Para concluir, queremos plantear cuáles son las consecuencias políticas de los femi-
nismos a la hora de demandar el reconocimiento de (nuevos) derechos sexuales y (no)
reproductivos. La labor de los feminismos constituye el antecedente más vivo en la ca-
rrera desmontadora de construcciones y experiencias opresivas como el patriarcado, el
falocentrismo o la heteronormatividad. En el campo de la diversidad sexual, en especial
en el activismo, estos antecedentes marcan la sedimentación de problematizaciones y
demandas posteriores, en pugna por derechos y reconocimientos31. En este contexto, el
avance de corrientes teóricas como las feministas, que cuestionan los horizontes norma-
tivos vigentes, pone en cuestionamiento el concepto mismo de democracia.
Eric Fassin32 define a las sociedades democráticas como aquellas sociedades que
“se autoproclaman como creadoras de sus leyes y normas”. Todo orden social, en esta
idea, es inmanente: los principios que regulan una sociedad son históricos y políticos. En
este contexto, los aportes del feminismo –en todas sus formas– han erosionado los prin-
cipios heteronormativos de las sociedades modernas y permitido la emergencia de de-
mandas por el reconocimiento de nuevas identidades sexuales y de género, como son las
LGBTI33. En otras palabras, los feminismos deben entenderse como condición de posi-
bilidad para que la diversidad sexual se afirme y se exhiba con nitidez en el espacio público,
dando cuenta del carácter eminentemente político que conlleva toda identidad, como así
también de su potencial crítico y transformador.

31
Libson, Micaela, Familias y diversidad. Las parentalidades gays y lesbianas en Buenos Aires, Tesis de
Doctorado, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2011.
32
Fassin, Eric, “Biopower, sexual democracy, and the racialization of sex”, en Faubion, James (dir.), Foucault
now (Current perspectives in foucault studies), Cambridge, Polity Press, 2014, p. 138.
33
Es decir, lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales.

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“QUEER”: HISTORIA DE UNA PALABRA por Paul B.
PRECIADO

Para aquellos que crecimos siendo niñas tortilleras en los años inmediatamente posteriores al
franquismo es difícil acostumbrarse al éxito del artefacto ““queer”” y a su transformación
en “chic cultural”. Quizás convenga recordar que detrás de cada palabra hay una historia,
como detrás de cada historia hay una batalla por fijar o hacer mudar las palabras. A todo aquel
que afirme una identidad sexual Mia le cantará al oido: parole, parole, parole…
Hubo un tiempo en el que la palabra “queer” sólo era un insulto. En lengua inglesa, desde su
aparición en el siglo XVIII, “queer” servía para nombrar a aquel o aquello que por su condición
de inútil, mal hecho, falso o excéntrico ponía en cuestión el buen funcionamiento del juego
social. Eran “queer” el tramposo, el ladrón, el borracho, la oveja negra y la manzana podrida
pero también todo aquel que por su peculiaridad o por su extrañeza no pudiera ser
inmediatamente reconocido como hombre o mujer. La palabra “queer” no parecía tanto definir
una cualidad del objeto al que se refería, como indicar la incapacidad del sujeto que habla de
encontrar una categoría en el ámbito de la representación que se ajuste a la complejidad de
lo que pretende definir. Por tanto, desde el principio, “queer” es más bien la huella de un fallo
en la representación lingüística que un simple adjetivo. Ni esto, ni aquello, ni chicha ni
limoná...”queer”. Lo que de algún modo equivale a decir: aquello que llamo “queer” supone
un problema para mi sistema de representación, resulta una perturbación, una vibración
extraña en mi campo de visibilidad que debe ser marcada con la injuria.

Era necesario desconfiar del “queer” como se desconfía de un cuerpo que por su mera presencia
desdibuja las fronteras entre las categorías previamente dividas por la racionalidad y el decoro.
En la sociedad victoriana que defendía el valor de la heterosexualidad como eje de la familia
burguesa y base de la reproducción de la nación y de la especie, “queer” servía para nombrar
también a aquellos cuerpos que escapaban a la institución heterosexual y a sus normas. La
amenaza venía en este caso de aquellos cuerpos que por sus formas de relación y producción
de placer ponían en cuestión las diferencias entre lo masculino y lo femenino, pero también
entre lo orgánico y lo inorgánico, lo animal y lo humano. Eran “queer” los invertidos, el maricón
y la lesbiana, el travesti, el fetichista, el sadomasoquista y el zoófilo. El insulto “queer” no
tenía un contenido específico: pretendía reunir todas las señas de lo abyecto. Pero la palabra
servía en realidad para trazar un límite al horizonte democrático: aquel que llamaba a otro
“queer” se situaba a sí mismo sentado confortablemente en un sofá imaginario de la esfera
pública en tranquilo intercambio comunicativo con sus iguales heterosexuales mientras
expulsaba al “queer” más allá de los confines de lo humano. Desplazado por la injuria fuera del
espacio social, el “queer” estaba condenado al secreto y a la vergüenza.

Pero la historia política de una injuria es también la historia cambiante de sus usos, de sus
usarios y de los contextos de habla. Si atendemos a ese tráfico lingüístico podemos decir que
al lenguaje dominante le ha salido el tiro por la culata: en algo menos de dos siglos la palabra
“queer” ha cambiado radicalmente de uso, de usuario y de contexto. Hubo que esperar hasta
mediados de los años ochenta del pasado siglo para que, empujados por la crisis del Sida, un
conjunto de microgrupos decidieran reapropiarse de la injuria “queer” para hacer de ella un
lugar de acción política y de resistencia a la normalización. Los activistas de grupos como Act
Up (de lucha contra el SIDA), Radical Furies o Lesbian Avangers decidieron retorcerle el cuello
a la injuria “queer” y transformarla en un programa de crítica social y de intervención cultural.
Lo que había cambiado era el sujeto de la enunciación: ya no era el señorito hetero el que
llamaba al otro “maricón”; ahora el marica, la bollera y el trans se autodenominaban “queer”
anunciando una ruptura intencional con la norma. La intuición estaba presente desde las
revueltas homosexuales de los 70. Guy Hocquenghem, por ejemplo, había desenmascarado ya
el carácter histórico y construido de la homosexualidad: “La sociedad capitalista fabrica al
homosexual como produce lo proletario, suscitando en cada momento su propio límite. La
homosexualidad es una fabricación del mundo normal”. Ya no se trataba de pedir tolerancia y
hacer perfil bajo para poder acceder a las instituciones heterosexuales del matrimonio y la
familia, sino de afirmar el carácter político (por no decir policial) de las nociones de
homosexualidad y heterosexualidad poniendo en cuestión su validez para delimitar el campo
de lo social. En esta segunda vuelta, la palabra “queer” ha dejado de ser una injuria para pasar
a ser un signo de resistencia a la normalización, ha dejado de ser un instrumento de represión
social para convertirse en un índice revolucionario.

El movimiento “queer” es post-homosexual y post-gay. Ya no se define con respecto a la noción


médica de homosexualidad, pero tampoco se conforma con la reducción de la identidad gay a
un estilo de vida asequible dentro de la sociedad de consumo neoliberal. Se trata por tanto de
un movimiento post-identitario: “queer” no es una identidad más en el folklore multicultural,
sino una posición de crítica atenta a los procesos de exclusión y de marginalización que genera
toda ficción identitaria. El movimiento “queer” no es un movimiento de homosexuales ni de
gays, sino de disidentes de género y sexuales que resisten frente a las normas que impone la
sociedad heterosexual dominante, atento también a los procesos de normalización y de
exclusión internos a la cultura gay: marginalización de las bolleras, de los cuerpos transexuales
y transgénero, de los inmigrantes, de los trabajadores y trabajadoras sexuales…
Porque para retorcer el cuello a la injuria es necesario algo más que haber sido objeto de ella.
El blabla de un marica conservador no es más “queer” que el blabla de un hetero conservador.
Sorry. Ser marica no basta para ser “queer”: es necesario someter su propia identidad a crítica.
Cuando se habla de teoría “queer” para referirse a los textos de Judith Butler, Teresa de
Lauretis, Eve K. Sedgwick o Michael Warner se habla de un proyecto crítico heredero de la
tradición feminista y anticolonial que tiene por objetivo el análisis y la deconstrucción de los
procesos históricos y culturales que nos han conducido a la invención del cuerpo blanco
heterosexual como ficción dominante en Occidente y a la exclusión de las diferencias fuera del
ámbito de la representación política.

Quizás la clave del éxito de lo ““queer”” frente a la dificultad de publicar o de producir


discursos o representaciones que provengan de la cultura marica, bollera, transexual,
anticolonial, postporno y del trabajo sexual resida desgraciadamente en su desconexión en
castellano con los contextos de opresión política a los que la palabra “queer” se refiere en
inglés. Si tenemos en cuenta que la eficacia política del término “queer” proviene precisamente
de ser la reapropiación de una injuria y de su uso disidente frente al lenguaje dominante habrá
que aceptar que ese desplazamiento no se opera cuando la palabra “queer”, desprovista de
memoria histórica en castellano, català o valencià, se introduce en estas lenguas. Escapamos
entonces al brutal movimiento de descontextualización, pero nos privamos también de la fuerza
política de ese gesto. Eso explica quizás que muchos de los nuevos adeptos que quieren
identificarse como ““queer”” - como quieren estar en la red de amigos de Manu Chao o adquirir
el último e-book - no estarían dispuestos tan ágilmente a ser identificados como
“transexuales”, “sadomasoquistas”, “tarados” o “bolleras”. Será necesario en cada caso
redefinir los contextos de uso, modificar los usuarios y sobre todo movilizar los lenguajes
políticos que nos han construido como abyectos…de otro modo, la teoría “queer” será
simplemente parole, parole, parole…

Artículo de Paul. B. Preciado para el Parole de queer 1.


Paul B. Preciado es filósofo y activista queer. Cursó sus estudios en diferentes universidades
de EEUU. Actualmente enseña teoría del género en diversas universidades del Estado Español
y del extranjero así como participa en el Programa de Estudios Independientes del MACBA. Es
autora de los libros: “Manifiesto Contrasexual”, "Testo yonki" y “Pornotopia” y de numerosos
artículos publicados en Multitudes, Eseté o Artecontexto…
Introducción

Introducción
...El eje del mal es heterosexual

Manifestación del «orgullo», pancarta de GtQ, Madrid, 2 de julio, 2005.

Eso coreábamos unas cuantas en las manifestaciones contra la guerra y en la


manifestación del orgullo del año 2003. Lo gritábamos, y lo gritamos, bien
alto, porque sabemos que nuestros cuerpos son políticos. Nuestros cuerpos
son discursos, no son más que aquellos lugares materiales de «articulación
productiva de poder y saber».1 Escupimos sobre el neoliberalismo que tan
bien ha simulado recibirnos en sus espectáculos insertos en la matriz
heterosexual —«rejilla de inteligibilidad cultural a través de la cual se
naturalizan cuerpos, géneros y deseos» (Judith Butler, 1990/2001: 38)—
insomne e imposible. Decimos que NO queremos ser parte de las fronteras de
occidente; por eso vomitamos sobre la carta de guerra del 29 de enero de 2002
en la que, por primera vez, George W. Bush pronunció la frase «El eje del mal»
ante los miembros del Congreso y el Senado, el Estado Mayor, el Tribunal
Supremo y el Gobierno de EE UU. En su discurso anunció que: «Peligros sin
precedentes se ciernen sobre el mundo civilizado», puesto que existen
«regímenes que han estado silenciosos desde el 11 de septiembre, pero
conocemos su naturaleza verdadera», aunque «no tenemos intención de
imponer nuestra cultura, siempre defenderemos la libertad y la justicia». La
fuerza performativa de semejante discurso, validada por tan «altas
instituciones», que bajo la cobertura de la doble moral perpetúa
astronómicos intereses económicos, produce exterminios y cicatrices
sobradamente conocidos por todas. Nosotras, inapropiables, saboteadoras
del sexo jurídico, guerrilleras de los cuerpos medicalizados, terroristas del
deseo psiquiatrizado, resistimos.
Sabemos que bajo el triunfante discurso de libertad y de justicia occidental
subyacen las formas más refinadas, pero no por ello menos acres y atroces, de
homofobia, transfobia, sexismo y racismo. En las manifestaciones anteriores

1 Para una profundización sobre la sexualidad entendida como objeto de saber y dispositivo
de poder véase Michael Foucault (1976/1998) Historia de la Sexualidad.

17
El eje del mal es heterosexual

al 11-M, el campo de batalla político-institucional fingía de nuevo estar


polarizado en torno a dos posiciones claramente distinguibles. Para la
«izquierda» oficial, la encarnación del mal llegó a estar representada por el
«trío de las Azores»; y cómo no, volvimos a encontrarnos con el mismo
imaginario trasnochado de una militancia neomarxista y edípica2 que era
incapaz de mirar más abajo de su propio ombligo: no nos pillaba de nuevas,
pero nos resultaba cuanto menos ofensivo tener que afrontar las miradas de
desaprobación cuando gritábamos frases como «¡El eje del mal es
heterosexual!» o «La sexualidad de Aznar francamente me da igual»,
mientras el resto de la manifestación se giraba, clavaba sus ojos en nuestros
cuerpos y profería: «¡Con este gobierno vamos de culo!»; «¡Aznar, hijo de
puta!»; «¡Aznar maricón!» y otras tradicionales lindezas profundamente
arraigadas en el imaginario heterosexista.
Con oraciones como «Con este gobierno vamos de culo» nos estaríamos
situando dentro de una gran paradoja política: según los manifestantes,
resultaba que el gobierno de Aznar no sólo institucionalizaba el placer anal,
sino que semejante placer era central para la ejecución de su política neoliberal.
Mientras, nosotras alzábamos nuestros culos en contra del militarismo y del
capitalismo («Placer anal contra el capital»). Fueron frases como «Aznar, hijo de
puta» las que hicieron que una asociación de trabajadoras del sexo reaccionara
y acudiese a las concentraciones sosteniendo una pancarta en la que declaraban
que Aznar no era hijo suyo. Dentro de este marco de manifestaciones contra la
guerra, veíamos a dos tíos disfrazados de Bush y Aznar, o de Bin Laden y
Sadam Hussein, Blair mediante —la lectora puede componer la representación
siguiendo cualquier tipo de combinación pueril con estos cinco elementos—,
simulando que estaban follando, que uno le daba por culo a otro, etc... Lejos de
proclamar una mariconalización del mundo como marco perfecto para acabar
con la guerra («¡Guarras sí, guerras no!»), no sólo reiteraban la apelación a un
marco homoerotizado (en este caso, la guerra), siguiendo los preceptos de la
heterosexualidad obligatoria, sino que además calificaban las prácticas
homoeróticas como abyectas. Este ridículo imaginario presente en la mayoría
de la izquierda concluye con el siguiente dilema lógico-moral como corolario: o
la homosexualidad —en su límite superior— equivale a muerte, puesto que su
traducción inmediata es la perpetuación de la maquinaria de guerra neoliberal;
o —en su límite inferior— una escenificación homoerótica es una carnavalada,
un simulacro, esto es, algo que no tiene correlato en la realidad. ¿Por qué la
masculinidad sólo puede ser ironizada cuando se presenta en «entredicho»?
Como señala Judith Halberstam: «Existe una férrea resistencia de la cultura
hegemónica a aceptar la masculinidad (blanca) en términos de performance. Así,
históricamente se ha concebido la feminidad como una representación (como
una mascarada), sin embargo se ha negado u obviado la posibilidad de que la
masculinidad se pudiera representar (identificándola como una identidad no
performativa o antiperformativa)».3

2 Felix Guattari (1977) dedica un exquisito y cuidado análisis al estudio de semejante


espécimen en «Micropolítica del fascismo» en La révolution moléculaire, Recherches, 1977.
3 En el resumen de la conferencia Nuevas subculturas performativas: dykes, transgéneros, drag
kings, etc. que ofreció Judith Halberstam en la sede de La Cartuja (Sevilla) de la Universidad
Internacional de Andalucía el sábado 22 de marzo de 2003. http://www.sindominio.net/
karakola/retoricas/halberstam2.htm

18
Introducción

Putas y maricones, de nuevo situadas como otras inapropiadas con las que
comparar: el «otro mal». El milagro homosexual que logra reunir a todas las
religiones y de forma puntual detiene el choque de civilizaciones en una
alianza homófoba: «Por eso cabe calificar de milagrosa la alianza sellada por
las máximas autoridades cristianas, musulmanas y judías, que se han unido
en una cruzada contra los homosexuales (...) los homosexuales han
conseguido lo que parecía imposible: armonía y concordia interreligiosa (...)
viejos rivales que hoy se transforman en aliados ante un común enemigo: el
desfile gay en Jerusalén» (El País, 1 de abril de 2005: 8). Pero la homofobia
también se convierte en arma de guerra. La violación de mujeres como botín
de guerra, se ha refinado en su versión del siglo XXI: torturemos con «el
mayor mal para un musulmán», una mujer soldado blanca estadounidense
ordenando prácticas homosexuales a presos iraquíes. Pero, por otro lado, la
soldado England aparece masculinizada, una no-mujer, una mujer-mujer
estadounidense nunca habría hecho algo así, y la prensa busca en un pasado
marginal y marimacho la causa de tales comportamientos monstruosos; las
bolleras respiramos ¿aliviadas?: está embarazada.
En este contexto surge el grito de «el eje del mal es heterosexual». ¿Es
acaso una frase humillante? Si fuera así es que ha sido capaz de recrear y
movilizar los mismos contextos de autoridad en los que se produjo «el eje del
mal», ¿de verdad hemos sido capaces de crearlos? Sólo un apunte, si
convenimos con Austin4 que los enunciados performativos, a pesar de no ser
ni verdaderos ni falsos, pueden ser inadecuados o desafortunados, no
bastaría con la enunciación de ciertas palabras sino que estas tendrían que
emitirse siempre en las condiciones adecuadas. Para alcanzar un enunciado
performativo exitoso —o «feliz» en términos de Austin—, este debe ser
reconocido, para lo que se necesita que sea emitido en condiciones
determinadas por aquellas personas conferidas con la autoridad requerida,
esto es, que se atenga y reproduzca el ordenamiento en el que está inscrito —
sus fórmulas ritualizadas, sus expresiones de autoridad, etc.—. Usar la
homosexualidad como expresión del mal —recurso de la izquierda y de la
derecha, de oriente y de occidente, de diferentes religiones— sitúa el insulto
en la «homosexualidad» para denigrar al otro. Entonces ¿qué resulta tan
perturbador de añadir el calificativo «heterosexual» a la expresión «el eje del
mal»? En principio, no serviría para ofender pues en nuestra sociedad la
heterosexualidad no funciona como insulto, sino como requerimiento de
normalidad. Añadido al «eje del mal», no hace más que marcar lo nunca
marcado, la heterosexualidad, para decir lo obvio: que las posturas del «eje
del mal» —ya sea en la versión trío de las Azores o en la versión que Bush creó
en su estrategia mundial antiterrorista de guerra preventiva—, partieron de
una heterosexualidad obligatoria y militantemente homófoba. Si es así, ¿por
qué sorprende o incluso se interpreta como ofensiva? En este caso la carga del
insulto no se encontraría en la «heterosexualidad», sino en el «eje del mal», de
tal forma que lo que no es sino expresión de una evidente alianza homófoba
que califica a los componentes concretos del «eje del mal», ha sido

4 Las ideas de J. L. Austin (1962/1988) sobre el interés de estudiar el lenguaje corriente se


cuentan hoy entre las más destacadas dentro de la lingüística y de la filosofía del lenguaje,
su teoría sobre los actos del habla y en concreto los enunciados performativos será retomada
por la teoría queer.

19
El eje del mal es heterosexual

interpretado como una descalificación general a la heterosexualidad


reconvertida en el mal por excelencia. Parece que hemos conseguido cambiar
sujeto y objeto en las interpelaciones con legitimidad.
Nosotras, que «afirmamos sin exagerar que en la mayoría de los países del
mundo gays, lesbianas y transexuales son discriminados, encarcelados,
torturados y/o asesinados»,5 partimos de este axioma tautológico y lo
hacemos retorcerse sobre sí mismo, proponiendo esta pequeña subversión.
Tal aserción no responde a una demonización de los heterosexuales, sino que
su fin es manifestar nuestro rechazo a la «matriz heterosexual» como régimen
político dictatorial. Parafraseando a Foucault, «el poder es un campo múltiple
y móvil de relaciones de fuerza donde se producen efectos de dominación de
largo alcance pero nunca completamente estables».6 No pretendemos plantear
la guerra como una barbarie derivada de una esencia heterosexual, lo que
denunciamos es un régimen heterosexual que aterroriza cualquier otra forma
de sexo/género/deseo que no se ajuste a sus imposibles criterios normativos:
«Porque deseamos la liberación universal del deseo gay, que sólo se podrá
realizar cuando se haya desmoronado vuestra identidad hetero. No estamos
combatiendo contra vosotros, sino contra vuestra “normalidad”. (...) Pasar de
nuestra parte significa tomar por el culo, literalmente, y descubrir que es uno
de los placeres más bellos. Significa unir tu placer al mío sin vínculo castrante,
sin matrimonio. Gozar sin Norma, sin ley» (Mario Mieli, 1979: 291-292).
Sea como fuere, con este título nos movemos en las contradicciones que
supone habitar simultáneamente la deconstrucción y la hiperidentidad
contingente que nombra —nunca de forma clónica— para reconstruir, como
mecanismo de resistencia, y para abrir espacios de posibilidad. Porque el
imperialismo heterocultural y capitalista produce el efecto paradójico de crear
sujetos necesariamente sujetados, de reprimir y producir a la vez identidades,
errores ficticios que requieren nombrarse para desnombrarse.

Sobre terrorismos de género...

«Por un tiempo, pensé que sería divertido llamar a lo que hacía en la vida
terrorismo de género. Me parecía acertado al principio —yo y mucha gente
como yo estábamos aterrorizando la propia estructura de género—. Pero
ahora lo veo diferente —los terroristas de género no son las drag queens, las
bolleras butch, hombres patinando travestidos de monjas—. El terrorista de
género no es el transexual masculino que está aprendiendo a mirar a los

5 Azione Gay e Lesbica Firenze, «Documento de adhesión al fórum de Génova». En


www.antagonismogay.org
6 Foucault (1976/1998) rechaza una concepción del poder en términos binarios, para
Foucault los cuerpos son subproductos del poder, de ahí su importancia como elemento
organizador de la vida. No hay un foco del poder puesto que este no fluye de una manera
unidireccional ni tampoco hay un aparato (o un sujeto o varios) que lo ostente.

20
Introducción

ojos a la gente mientras camina por la calle. Los terroristas de género no


son los papaítos-leather o las maricas de los asientos traseros. Los
terroristas de género no son los hombres casados que, temblando en la
oscuridad, se deslizan en los panties de sus esposas. Los terroristas de
género son aquellos que golpean sus cabezas contra un sistema de género
que es real y natural; y que luego utilizan el género para aterrorizarnos al
resto de nosotras. Estos son los auténticos terroristas: los Defensores del
Género» (Kate Bornstein, 1994: 71-72).

Es obvio que el régimen heterrorsexista ya existía antes del 11-S y del 11-M:
sobre nuestros clítoris y anos, sobre nuestras faloplastias y nuestras vaginas —
diferentemente esculpidas—, sobre nuestros cuerpos con sida, se establecen a
diario todo tipo de campos de batalla. El machismo, la lesbofobia, la
transfobia, la utilización política y económica de la pandemia del sida, son
armas de destrucción masiva que han provocado muchas violencias y muchas
muertes. Este libro habla y denuncia los cotidianos y estatales terrorismos de
género, aquellos terrorismos silenciados sin indemnizaciones. «Terrorismo:
dominación por el terror. Sucesión de actos de violencia ejecutados para
infundir terror». Las diferentes violencias simbólicas y materiales ejecutadas
desde la articulación de diferentes micropoderes para la defensa y vigilancia
de la dicotomía heterosexual jerarquizada y genitalizada —solo existen dos
sexos desiguales— y la monosexualidad medicalizada —una persona solo
puede poseer un único sexo natural, que es el asignado médicamente—.
Sabemos que la heterosexualidad obligatoria tiene como objetivo final
alcanzar una meta imposible, allí donde el límite avanza inexorable a medida
que el sujeto (yo/no yo/doblemente no yo... xx, xy, xxy, xxxy...) se aproxima a
este: algo que ni siquiera el campeón más heterosexual, varón, blanco y
monoteísta que haya existido, exista o existirá jamás sobre la faz de este
planeta puede llegar a cumplir. Dentro de este campo de fuerzas, somos el
resultado no esperado de un cálculo matricial basado en una aritmética
heterocentrada, por eso proliferamos en los márgenes de la economía
libidinal falocéntrica expresada por la mortífera reificación de las categorías
dualistas y dialécticas de homo/hetero, hombre/mujer.

—«El bebé, ¿es niño o niña?».


—«No lo sabemos, todavía no nos lo ha dicho». (Bornstein, 1994: 46)

«Sexo: Varón Mujer» «Sexo: Sí».

Así pues desplegamos nuestros cuerpos, nuestros deseos, nuestras


identificaciones más o menos in/adecuadas con las posiciones sociales de
masculinidad y feminidad... Nuestra relación con el género es problemática,
confusa, difusa, concreta, impaciente, inquieta, cambiante... Pero, si bien
jugamos con patrones de género que siempre nos resultan o demasiado grandes
o demasiado pequeños —y habitualmente las dos cosas al mismo tiempo—,
estos también están siendo transformados, expandidos o cuestionados con

21
El eje del mal es heterosexual

nuestras prácticas cotidianas. La presencia de solidez con la que se reviste el


género —palabra mágica sobre la que continúan existiendo no pocas disputas—
no es sino una ficción encarnada, discursiva e institucionalizada, altamente
versátil y densamente patrullada, que tiende a orientar y regular nuestras
identificaciones y a establecer los códigos sobre cómo hacer y vivir cuerpos
diferentemente sexuados en una sociedad concreta. Esto incluye la
determinación de qué cuerpos resultan pensables; cuáles son los cuerpos
deseables y por quiénes, qué prácticas son ajenas a qué cuerpos y, por supuesto,
qué regímenes político-económicos de los cuerpos son permitidos o prohibidos.
Pero esa apariencia sustantiva del género se asienta en prácticas cotidianas que
tienden a recrear, reproducir y modificar aquel discurso que las alimenta.
La verdad del sexo, de los cuerpos sexuados, resulta ser mucho más
inestable de lo que se nos antoja a simple vista. El género y aún el sexo y la
sexualidad como verdades políticas tienen una emergencia reciente y su
mantenimiento requiere de un control férreo. De ahí la persecución cotidiana
e institucionalizada de las ambigüedades y fluideces de sexos, géneros y
deseos, y la vigilancia aduanera de los tránsitos: médicos, psicólogos y jueces
como puntos de paso obligado en las fronteras, policías de la ley heterosexual,
peritos de nuestros sexos/géneros, controladores de cambios y aseguradores
de que nadie se quede a medias, entre–los-sexos: «Mantened vuestras leyes
fuera de nuestros cuerpos». Porque silencio es igual a muerte y porque es
necesario, como dice Barbara Smith, hablar de homofobia, lesbofobia y
transfobia cuando se habla de racismo y cuando se habla de sexismo y de
clasismo y cuando se habla de precariedad laboral. Hablar del terror de
miradas violentas, humillaciones e insultos violentos, silencios violentos... El
terror del acoso escolar a maricones, bolleras o trans, con sus violencias
cómplices: la indiferencia y el silencio; el terror de las instituciones insensibles
y reproductoras de agresiones homófobas y tránsfobas; el terror de
interpelaciones cotidianas violentas que se creen legítimas bajo una matriz
heterosexual, blanca y ciudadana que las ampara: «Pero tú qué eres ¿un chico
o una chica?», «tú calla que no eres de aquí», «este servicio es de mujeres»...
El terror ejercido mediante unos documentos de identificación sexual y
geográfica donde se condensan violencias estatales que patrullan y limitan los
tránsitos, y castigan aquellos no autorizados.
Pero los documentos se pueden falsificar y determinados reconocimientos
pueden ser evitados: bolleras, maricas o trans pueden situarse diferentemente
en las matrices de la masculinidad y la feminidad, de tal forma que los
tránsitos aduaneros se multipliquen hasta quedar momentáneamente en
suspenso. Las butch, los drag-kings, los F2M, al encaramarse en una
masculinidad negada, y las maricas plumeras, las drag-queen de feminidad
hiperbólica y las M2F, asaltando los espacios de la feminidad, evidencian la
imposibilidad de contención de los límites del género. Pero, ¿qué pasa cuando
el asalto a la norma se realiza sobre la base de la explotación de la norma?;
¿cuando el cuestionamiento de la estabilidad de los géneros se sustenta en
una apropiación superlativa que resulta irónica?; ¿cuando se cortocircuitan
las explicaciones heterosexistas que sostienen que bolleras y gais no son sino
«malas copias» de una heterosexualidad convertida en «original»
incuestionado?; ¿cuando las bolleras son femme y los maricas osos y leather? Si
en el caso de las bollos butch y los maricas plumeros se rompe con la norma
de género y se erotiza esa trasgresión, en el caso de femmes, osos y leather nos

22
Introducción

encontramos con una forma de erotización de la norma que la desactiva al


reproducirla hiperbólicamente y alejarla del referente relacional heterosexual.
Todas estas figuraciones habitables suponen ejercicios cotidianos de
resistencia que despliegan mundos posibles y crean proliferaciones
promiscuas y ocasiones para desarrollar deseos y prácticas desde los que
desbordamos los esfuerzos reguladores del régimen heterrorsexista.
Así pues nos resistimos y por eso también infundimos un diferente tipo
de terror: la violencia, el vértigo, incluso la náusea, la desorientación
provocada por la persona rarita que no encaja en las categorías cognitivas
del dualismo sexual. Pero la revulsión tiene una peculiar conexión con el
deseo: el vértigo se provoca por la atracción de caer al vacío, la otra rarita
provoca pánico porque confronta a las personas con la seguridad de sus
cuerpos normalizados, pero también por el peligro de una atracción que
cuestiona esos límites. «Eso es lo que hacen las proscritas del género:
nuestra mera presencia es suficiente para que la gente se ponga enferma»
(Bornstein, 1994: 72). Porque «la nuestra no es una disforia de género más bien
una euforia de género» (Porpora Marcasano, 2002)7 que provoca trastornos en la
identidad heterosexual.

Políticas articulatorias queer

Este libro surgió de una serie de encuentros donde problematizamos tanto el


concepto como las teorías y prácticas queer, y analizamos sus relaciones,
acuerdos y desacuerdos con otros movimientos feministas, okupas y de gais
y lesbianas. Este libro es deudor de esas discusiones y de una particular visión
de lo político: queríamos reclamar lo trans y lo inter de lo queer; queríamos
hablar de las complejidades y contradicciones de las identidades múltiples;
queríamos discutir las conexiones constitutivas de las diferentes opresiones;
queríamos, también, hacer un texto que rompiera con el referente
estadounidense y tuviera diferentes voces y tonos. Este híbrido, surgió del
hartazgo de que, como señala Barbara Smith, la transfobia, la lesbofobia y la
homofobia sean las últimas opresiones en ser mencionadas, cuestiones poco
serias que distraen de la lucha contra los «enemigos principales» y fragmentan
a la «izquierda»; al tiempo que se acusa a los movimientos queer de ser
particularistas e interesarse solo por «lo meramente cultural», lo «estético», lo
«teatral» de la sexualidad. Ello nos ha llevado a reflexionar sobre cómo se
construyen los consensos y las multitudes en los colectivos o movimientos
sociales, sobre la base de posponer, desdibujar o incluso eliminar determinadas
demandas de la agenda concebidas como «secundarias» o «particulares».

7 El texto completo: «[...] lo que se manifiesta y se expone con la propia experiencia trans, no es el
ser mujer (que es otra cosa) sino el estar fuera de los géneros. Y para responder a los médicos, la
nuestra no es una disforia de género sino mas bien una euforia de género. Estamos eufóricas,
confusas y desorientadas y también orgullosas. El cuerpo transexual continúa siendo un cuerpo de
reo y desgraciadamente no sólo en la cultura a la que contestamos, también continúa siéndolo en
la cultura liberada y considerada libertaria» (Marcasano, 2002).

23
El eje del mal es heterosexual

Este libro surge también del rechazo a la dicotomía personal/político y al


establecimiento de un determinado espacio político como el único desde el
que reclamar la resistencia. Porque, para muchas personas, lo quieran o no,
sus propios cuerpos abyectos son ya «política», cotidianos campos de batalla
susceptibles de ser interpelados violentamente y a su vez cuerpos-resistencia
que cortocircuitan las normatividades: para muchas personas «la primera
revolución es la supervivencia» (La Radical Gai). Con este libro queremos
reclamar las posibilidades políticas de los cuerpos raritos, de las
performatividades cotidianas de los géneros —en la calle, en el trabajo o en la
familia—, de la teatralidad o la parodia que ironizan la naturalización sexual
y abren nuevos espacios de lo inteligible y lo vivible, y de muchas otras
formas de hacer políticas queer que no alcanzan el grado de seriedad de la
militancia tradicional (¿masculina?). Porque «el pensamiento de una vida
posible es sólo una indulgencia para aquellas personas que se saben a ellas
mismas como posibles. Para aquellas que están aún intentando ser posibles,
la posibilidad es una necesidad» (Butler, 2001: 19).
Los movimientos, prácticas y figuraciones habitables queer transforman una
situación vital de vulnerabilidad radical en una posición desde la que responder
políticamente a las normatividades múltiplemente impuestas. Por ello, no
queremos que lo queer se convierta en una marca banalizada por la que se
consume a «el otro» exótico —en este caso a «las otras raritas». Es preciso un
mayor debate sobre las diferentes alianzas que se generan con diferentes
instituciones, ámbitos académicos o artísticos, con el peligro de reificación y
desideologización que ello puede conllevar. Problematizar los reconocimientos
parciales que utilizan referencias a multitudes queer sin cuestionarse cuerpos,
géneros o deseos normativos, o sin que se hagan vulnerables las posiciones
seguras ni se cuestionen las prioridades políticas y sus sujetos centrales.
Hacer una apuesta por los feminismos queer requiere atender a cómo las
diferentes opresiones están articuladas, a cómo el racismo, el clasismo y el
heterosexismo se (re)producen violentamente en nuestra cotidianeidad, y
evitar la salida fácil de fijar a priori una exclusión primaria. Porque aunque la
homofobia es una opresión violenta en nuestra sociedad heterosexista, y
la transfobia todavía más, se adoptan y son vividas subjetivamente de formas
muy diferentes en función del género, la clase social, la condición rural o
urbana, el tener o no tener papeles, o estudios, o resultar más o menos
vulnerable a múltiples interpelaciones racistas. En ocasiones, la homofobia
puede constituirse en el trasfondo no marcado desde el que se experimenta el
racismo o la amenaza constante de ser expulsado de un país —tal y como nos
describe Encarnación Gutiérrez en su texto—. Por eso, lo queer no debe anular
las diferentes diferencias y las implicaciones vitales que suponen; y por eso
debemos estar muy atentas a tendencias homogeneizadoras sexistas y racistas
sobre quién es percibido como sujeto referente de lo queer y no presumir un
sujeto político ya formado ni una agenda política establecida y fija a priori.
Porque tenemos que abordar aquí y ahora la situación de un creciente
colectivo de transex, lesbianas y gais que han inmigrado al Estado español en
muchos casos como estrategia de supervivencia, quizá buscando un espacio no
tan hostil hacia lo «homo/trans», pero que se encuentran con una creciente
hostilidad hacia lo «otro extranjero/inmigrante». Y a su vez, considerar los
conflictos que emergen en el propio reforzamiento identitario de las

24
Introducción

comunidades diaspóricas, que en una situación de vulnerabilidad por la


hostilidad hacia lo otro, refuerzan las fronteras de la identidad comunitaria,
excluyendo a aquellas personas que no reproducen férreamente la recreada
tradicionalidad de la identidad diaspórica con prácticas homóbofas y machistas.
Porque debemos estar alerta en relación con la utilización de la homose-
xualidad, pero también de la homofobia,8 como mecanismos de denigración del
otro para justificar racismos y etnocentrismos; pero también alerta con respecto
de la utilización del racismo como defensa frente a la lesbo/homofobia, lo que
no es sino una forma de homofobia racista que anula y denigra a gais y
lesbianas reconocidas como pertenecientes a «otras razas». Desactivar un
régimen de reconocimiento por el cual las identidades se establecen como
exclusivas y excluyentes: las personas gais y lesbianas son blancas y
nacionales y las personas inmigrantes son heterosexuales.
Atender en cada caso al despliegue concreto de posiciones y relaciones, y
a los diferenciales de poder que los conforman, porque no tenemos garantías
de ocupar a priori una posición de privilegio o de exclusión. Necesitamos dar
cuenta de cómo ciertos cuerpos, ciertas relaciones y ciertos deseos, en
contextos concretos pasan a ser más o menos vulnerables que otros. Así, una
mujer, blanca, europea, lesbiana puede sentirse vulnerable en un contexto
masculino y heterosexista inmigrante, y al tiempo mantener el privilegio y la
seguridad de su ciudadanía, y al tiempo desplegar un comportamiento
racista, y al tiempo ser explotada en un trabajo precario.
Porque el heterosexismo, el clasismo, el racismo y el etnocentrismo se
refuerzan y se constituyen mutuamente. Mientras escribimos estas líneas, el
respetable periódico El País se lucra publicando en sus páginas un anuncio
publicitario bajo el reclamo «¡Alerta!», donde se insta al rechazo de la ley de
matrimonios homosexuales porque, si se aprueba, «el sida y otras
enfermedades de origen homosexual proliferarán» y porque «gays de todo el
mundo buscarán refugio en España» (El País, 25 de mayo de 2005: 8). Como
señalan Sejo Carrascosa y Fefa Vila en su artículo, «el sida ha sido y sigue
siendo, el gran reto que nos ha confrontado a cada una de nosotras con la
homofobia, el racismo, el sexismo y el clasismo, en el mismo corazón de las
sociedades occidentales, y de los países más ricos y poderosos del planeta». A
esta homofobia que sigue asociando irresponsablemente dicha enfermedad con
los gais varones,9 se le añade el sexismo en la investigación que ha hecho que

8 El 6 de mayo de 2002 fue asesinado el político holandés Pym Fortuyn que hizo de la
contraposición forzada de homosexualidad e Islam uno de los puntos fuertes de su agenda
política. Partiendo de paradigmas tan probadamente eugenésicos como el darwinismo
social, el malthusianismo, o la antropología organicista, declaraba que el Islam era un
peligro para «nuestro» occidente «supuestamente» más avanzado en materia social. Sus
derechos ilustrados estaban en peligro. Fortuyn pretendía establecer una política gay dentro
de un espacio no abyecto que le posibilitara el acceso a una ciudadanía de primera dejando
atrás aquellos discursos que lo hacían no apto para ostentar la jefatura de un Estado. Pero,
¿no será acaso el neoliberalismo un sistema aséptico de homofobia?: para Fortuyn «gay» era
un valor occidental, un triunfo de occidente, que habría que salvaguardar frente al peligro
de culturas subdesarrolladas que amenazaban «nuestro» welfare.
9 Es de sobra conocido por todas el discurso en el que se iguala sida a homosexualidad y
muerte. El 13 de febrero de 2005 las autoridades de salud pública de EE UU alertaban de la
aparición en Nueva York de una nueva cepa de VIH especialmente agresiva encontrada en

25
El eje del mal es heterosexual

apenas existan estudios sobre el tratamiento del sida en mujeres. Pero además
los medios han representado a la respetable mujer blanca, heterosexual y
casada como «víctima» pasiva del sida y a la «mala» mujer inmigrante,
prostituta o drogadicta como la portadora y transmisora del virus. Otro
ejemplo de las complejas interacciones entre ideologías racistas, heterosexistas
y coloniales, denunciado por Cheryl Chase en su texto, son las implicaciones
coloniales de la enorme diferencia entre la atención mediática y la crítica moral
hacia la ablación genital femenina en África y la indiferencia ante la mutilación
genital intersexual institucionalizada y legitimada médicamente en occidente:
si bien ambos procesos cumplen funciones sociales semejantes —normalizar a
las personas para su vida hetero-sexual y su normalización vía matrimonio—,
uno es descrito como un producto residual de una sociedad atrasada y el otro
se presenta como parte de una retórica de progreso donde la técnica nos ofrece
la promesa de trascendencia de los límites naturales.
Desde diversas experiencias de vulnerabilidad no equiparables ni
asimilables; desde ser interpeladas y violentadas como abyectas; desde la
hipervigilancia de espacios propios e impropios; desde los aprendizajes de cómo
aparentar y «pasar por» géneros y/o nacionalidades como estrategias de
supervivencia; desde la experiencia de habitar las fronteras geográficas de los
cuerpos, las nacionalidades y los deseos; desde el conocimiento de que
nuestras diferentes diferencias importan y que hay que dar cuenta de ellas;
queremos proliferar en encuentros promiscuos que no eludan estas
complejidades constitutivas, ni sus contradicciones y conflictos.

«Tres manzanas cayeron del cielo: una para nosotras, otra para las que inician el
tránsito y la tercera para las que nos acompañan....»

Madrid, Junio 2005


Carlos Bargueiras Martínez,
Silvia García Dauder,
Carmen Romero Bachiller
GtQ-Mad

un paciente homosexual, que mantenía múltiples relaciones sin condón —hemos de sobre–
entender que con diferentes personas—, al tiempo que usaba metanfetaminas en forma de
cristales... Pero, ¿dónde reside la auténtica novedad científica de esta noticia? Cualquier
manual sobre sida nos explica cómo el virus que causa la enfermedad es capaz de mutar mil
millones de veces en una sola persona en el espacio de veinticuatro horas. Luego ¿la
novedad es que según un discurso heterocentrado un cuerpo homosexual es el topos ideal
donde puede alojarse la quintaesencia de la muerte? ¡Menuda novedad!

26
Introducción

Flyer-GtQ, Junio, 2005. Intervención contra la manifestación


homófoba que tuvo lugar en Madrid el 18 de junio de 2005
bajo el lema «la familia importa». (Original en color).

Intervención de GtQ en la manifestación del «orgullo»,


Madrid 2003.
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27
HOMOFOBIA, TEMOR, VERGUENZA Y SILENCIO
EN LA IDENTIDAD MASCULINA*
E%: Masculinid/es: poder y crisis
Isi S Internacional v
Flacso, Chile 1997.
MICHAEL
S. KIZUMEL
"Esdivertido" (dijo la esposa aí Curiey): "Si yo engancho un bndw y e7 está
soio. me llevo bien con él. Pe w bos*i que se jiuiien dos tipos y us&es m podrán
habiar. Absdutumenn nada. sino esnvfideces". Ella deslizó sus &da. poniendo
sus manos m sus d e r a s . "Usrcdese& &S asvstados unos dr otms. ésa es la
rozóir. Cada wio estd atemor¿zado de que los deniás les saquen -".
P
ensamos que la virilidad es eterna, tlna esencia sin tiempo qac ncside en lo
profundo del corazón de todo hombre. Pensamos que la virilkhd es una cosa,
una cualidad que alguien tiene o no tiene. Pensamos que la viriliddes innata,
que reside en la particular composición biológica del macho humano. el rcsltado de
los andrógenos o la posesión de un pene. Pensamos de la virilidad como tag propie-
dad transcendente y tangible que cada hombre debe manifestar en el muado, la re-
compensa presentada con gran ceremonia a un joven novicio por s r mayores por
haber completadoexitosamenteun arduo rito de iniciación. En las phtmsdel poeta
Rober Bly (1990)."la tstiuctura que está al fondo de la psiquis mésniliaa e s d aún
tan frnne, como lo estuvo hace veinte mil aiícs" (p.230).
En este trabajo considero a la masculinidad wmo un conjunto tL: significados
siempre cambiantes. que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros
mismos, con los otros. y con nuestro mundo. ia virilidad no es ni q d t b niascmponil;
es histórica; no es la manifestación de una esencia interior. es consmríd;imcialmen-
te; no sube a la conciencia desde nuestros componentes biológicos; es meada en la
cultura. La virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas paa diferentes
personas. Hemos llegado a conocer lo que significa ser un hombre ewmcsmrultura
al ubicar nuestras definiciones en oposición a un conjunto de otros.
minorías sexuales. y, por sobre todo. las mujeres.
Extractos Jel capitulo Mwuliniry m Homophobia. Fcir. Shanc md Silmce in tlw COfWmiaioviCCcndcr
Idcntity. publicadoen Hany Bmd y Michicl Kaufiiun.cditmr. 77ic11rrzinl:M~rrculin~rie.~. ks. Sagc
Publications. 1994. A g d m i n o s la autwiwción del autor. Tmduccidn de Oriana Jiiiw511ez
1997 EDICIONDDE LAS MURRES #C111(
Isis INTERNACIONAL 49
Nucstrüs dctinicioiics rlc virilid;id cstiii coiistiinteiiietite cniiibiundo. sielido dcs- Esta es la definición que Ilamaremos masculinidad lte~mtónicu.I n imagen de
ple~adascn c l tcmtio poiitico y st>ciill e11 cl que sc Ilcviiii a cabo las rcliicioiies entrc ~iiüsculinidiidde quetlos hombres que controlan el poder. que ha &galo a ser la
n~rijcresy Iuimbn.'~. IhIieclio. IU biisqu~dapor una detinición trascendente y atempxal norma en las evaluaciones psicológicas, en la investigación sociológiaa y ai la iitem-
de la mrsculinidaú es en sí un ti.tiómt:no sociológico; tendemos a buscar l o eterno y [ u n de autoayuda y de consulta destinada a enseñar a bs hombres pvaies c d m
atempocal dttr~ntclos iitonwntos de crisis. aquellos puntos de transición cuando las llegar a ser "verdaderos h o m W (Connell. 1987). La definición h-máica de IU
antiguas definicioiws no sirven tiiis y I;LInuevas están lucliando por iifiriixirse. vididad a un hombre en e l poder. un hombre c m poder, y u n hombre de pader
Esta idea ck: que 1;i virilidxl cstlí construida socialniente y que cambia con el Igualamos la masculinidad con ser fuerte, exitoso. capaz. confiabk, y astentando
curso de k i historia. no debe ser entendida como una @rdid;i. como algo que sc Ics control. Las propias definiciones de virilidad que hemos deaarrollUdárm nriestracuí-
quita a los hombn5. De Iiwho. nos proporcioiiü algo extraordinüriiümentevalioso -la tura perpetúan el poder que unos hombres tienen sobre otros, y q I I las hombres
acción. +a capckkd de iictuar. NOS dü un sentido de posibilidad histórica de reempla- tienen sobre las mujeres.
zar la abittkh mign;icióo, que iiivariabkmente acompaña los esencialismos aliistóricos La definición de nuestra ailiura sobe la masáiQnidad implica. & eob mana;il
y ;rtempor~ks.Nuestr:w conductas no son simplemente.danattrntlezt: Inrt~i<trr~r. por- varias historias a la vez. St trata de la búsqueda del hombn individu;b p r c u m u k
que 10s riificru .w~úi sitwtl~rurriiios. A partir de los elementos que existen U nuestro aquellos slmbolos cultunks que denotan virilidad, seiiales de que d IQ &a l o g ~ d o
alrededor en nuestra ciiltiirn -persoiiüs. ideas. objetos- crcaiiios activaiiiciitc nucs- (ser hombn). Se tnta de esas nomras que son usadas contra Iris mujeas gama impedir
tros mundos. nuestriis idcntid:ides. Los'lionibrcs pucdeii cambiar, tanto iiidiuidri;il su inclusión en la vida p i í b l i a y su confinamiento a la devaluada esfbpivUd;i. Se
como colectiv-ne. +
tmtn del acceso diferenciado qut distintos tipos de homiwts tienem estas remcms
cultunles que confwren l a vididad y de cómo d a uno de estos ~ a e s ; i r r o l a
e n t m sus propias modificaciones ptua pnstavrry 1~~lam;N su vwidrd Se tmta
h S h f A S C U U M D A W COMO RELACIONES M PODER
del propio poder & estas Mtniciones, que s i r m i para mantener e@ poda efectivo
Lü m ~ s c u l i n i d dvigente en el merc;tdo define las nortnas por las que se rige la que los hombres tienen sobre a l s mujeres y que al@w hombres etis&% sbn otros
virilidad nortmmricrin;i. Dcscribe tanto el escenario en que 6sta se expresa -la esfe- hombres.
n pública y el m d o - como sus características: agresividad, competencia, msie- Esta definicibn de virilidad ha sido resumida inteligentemente 1#lrdp i c ó b g o
dad. Si c l ciiercdocs don& .se verifica y prueba la virilidad. se trata por l o tanto de un Robert Brannon (1976) en cuatro frases breves:
escen;irio "gen<xizuck>", en el cual se cargan o(: significado las tensiones entre hom-
bres y mujeres y entre distintos grupos & hembres. Estas tensiones sugieren que las l . "iNican asuntos de mjeres!" Uno no debe hacer nunca dgogre remata-
definiciones cukr~rüksde g6nero son puestas en e.scenU en un terreno en disputa y mente sugiera femineidad. La masculinidad es el repudio ~iM@acablede l o
son. en sí mianas. rclacioncs de poder. femenino.
N o todas h s rtm.sculiiiidades son creadas iguales: o m i k bien, todos somos crclt- 2. "jSeael timón principal!". La masculinidad se mide por 61 p&r,dtxito. IU
dos igualcs. pero cu:tlqtticr i g u a l d d Iiipo&ica se evapora rdpidarnente, porque nues- riqueza y l a posición social. Como l o afirma el dicho co* "Elayse a1 tcr-
tras definiciones de msculinidaú no se valoran del mismo modo en nuestra sociedad. minar tiene la mayoría de las picas. gana".
Una delinicióti rkr honrhria sigue siendo h norma en rel~cióna la cual se miden y 3. fuerte como un roble!". La masculinidad depende de p n m a c c e r cal-
evalúan otra.. fanw.. de virilidad. Dentro & la cultura dominante. Iü mlisculinidi mado y confiable en una crisis, con las emociones bajo c-l. De hedio. la
que defiiic a ios MJIK'OS. de clase india, adultosjóvenes heterosexuales, es el mode- prueba de que se es un hombre consiste en no mostrar nuncaemocha. Los
lo que e ~ t i t b l c clos
~ sttrrrll~rr-dspara otros hombres. en base a1 cual .se miden otros muchachos no lloran.
varones y, al que, niris coiriúiiriieiite de lo que se cree, ellos aspirrin. El sociólogo 4. "iMbdelos al infierno!". Exude una aura de osadía varo* y agcesividad.
Erving Goffmrin ( 1963) escribió que en Estados Unidos, hay sólo 'un varón compb- Consigalo, arriésguese.
to. íntegro":
Estas reglas contienen los elementos de la definición con la ~ o t n i d virtual-
c
un joven. ~:isLLdo.11I:into. urlxino. 1icccmsexu;il norteño. piidrc protcsuntc dc cduc;ici<in
mente ri todos los varones estadounidenses. El fracaso en encamarawas rglas. al
univcriit:iria. ctiiplc:iclo ü iiciiipo cotiiplcio. <Ic bucn aspccio. pcso y aliurü. con un rd-
afirmar el poder de tales reglas y el logro de éstas, es una fuente tlir h os(rfusión y
tord reciente cii tlcp)rics. Ciit1:i v:)ri>~ics~:~dounidct~scticndc ;Iohscrviw CIinundo dcsdc
dolor de los hombres. Tal modelo es, por supuesto. irrealizable pa W*-
esta pcrspcctiva ... Todo Iionihrc que T;illc en ciililicar en cualquici:~de csas cslkras. cs na. Pero seguimos intentando alcanmrlo. valiente y vanamente. L a *uJ"dad es-
prolwl)lc quc w vea a si tnisnio... con~oindigno, incomplc~o.c inl'crior. (p. 128)
t;tdounidcnse es una prueba implacable.' La prueba principal esti coiiteiiidii en la DespuCs de despegarse de su madre. el muchacho llega ;I veda no coilo url;l
priinem regla. Cualesquiera sean las variaciones de raza. clase. edad, etnia. u orieiitii- fuente nutñcia y de amor, sino como una criatura que lo infantiliza insac&lcil,.ntr
ción sexual. ser un hombre significa tro ser corno las mideres. Esta noción de capaz de humillarlo delante de sus pares. Ella lo hace vestirse con ropas ~ m ~ l s :,
antifemineidad estd en el corizón de 1s concepciones contemporJneas e históricas que le provocan picazón, sus besos le manchan SUS mejillas con I i p k labial. (iñen&
de Iá virilidlid. de tal fomi;i que la masculinidd se define miís por lo que uno no es, su inocenciainfantil con la mata de hdependencia femenina. No teay qrt e s t e a r -
que por lo que se es. se del rechazoa los abrazos de su madre, con gemidos de "Ya. pues, mamá! Córt;rb!-
Las madres representan la humillación de la infancia desvalida y dkpedüntr?. yqO
obstante. los hombres actúan como si estuvieran siendo guiados par (o abelríndondoCc:
LAhiASCUUNIDAD COMO tlUIDA DE LO FEMENINO contra) las reglas y prohibicioneseaunciadas por una madre motnl",mxik el psíco-
Hiscóricn y evolutivamente .se ha definido la masculinidd como la huida de las historiadorGtoffrey Gorer(l964). Coma n~uitante,"todas lasdelkdemsde lacon-
mujeres. d repudio de la femineidad. Desde Fnud hemos llegado r entendec que. en ducta masculina-la rnodestii lac0aaesL la pukntud, la limpieza- s m causidend;rs
términos evdutivos. la tarea central que cada niño debe enfrentar es desmollar una concesiones a las demandas femeninas, y no buenas en s i mismas, ~IDRIBgane de la
identida4 segura de s i mismo como hombre. Tal como Freud lo sosteniu. el proyecto conducts de un hombre abai" (pp.56.57).
edípico es un proceso de la renuncia del niño a su identificacih con el profundo La huidade la femineidad es enajada y temerosa porque la poade castnr
vinculo emocional con su d r e . rcemplaaíndolaentonces por el padn como objeto tan Mcifmcnte al muchacho debido a su poder para volverlo d e ~o pori lo ~
& identificación. Nótese que 4 vuelve a identificarse pero nunca se vuelve a atar. menos de recordarle la dependencia.Estoo ~ u imxorabíemente;
m ) a h W M a 1kg.aa
Todo este p c e m , wgnnent6 Fm& se pone en movimiento pocr e l deseo sexual del sefuna~dttodalav~pr~demostrarsulogio.comosla~~
muchachopor su d e .Pero el padre se alza en el camino &lhijo y no conceded a impmbabk a los d e h . porque nos sadimos tan insegtiros de n o s m m rnianos. Las
ese ni60 pqtrero. su propiedad sexual. Entonces. la primera experiencia emocional mujeres m, se sienten frecuentemente fonadas a probar SU condidún dc mujer, la
del muchacho, la que sigue inevitablementea su experiencia de deseo. a el temor propia fiase suena ndkula. Elias tienen otro tipo de crisis de identibd &g&ro; su
-el miedo a su padre, quien es m& grande, mis fuerte, y más poderososexualmente. enojo y frustración, y sus propios síntomas de á e p i ó n , se deben rr5s al hecho &
Es este miedo, smtbólicilmente ~xperímentadocomo el miedo de castración. l o que ser excluidas que al cuestionamientode si son lo suficientemente M i . 2
Frewl üigurtmrta que equjqrl al niño a renunciar a su identificación con su madre y a E l impulso de repudiar a la madre como indicador de la adquiiEiá\ dt identi-
buscarla con su padre, el ser que es la fuente real de su miedo. A l hacerlo así, el dad de género masculina tiene tres consecuencias panel muchachw.hkem. empu-
muchacho es sitnbóliu~nte capaz de la unión sexual con un substituto simi- ja lejos a su d r t d. y con ella n los rasgos de acogida, comp;ls& y mnura que
lar a su madre. es decir una mujer. A l mismo tiempo adquiere género (miisculino) y pudiem haber encarnado. Segundo, suprime esos rasgos en sí m i s m epmpc revela-
se convierte en heccrosexu~l. rán su incompleta separación de la madre. Su vida devicne un p r o y e a permanente:
La wasculinidad, eii este modelo. estB irrevocablementeligada a la sexualidad. demostrar que no posee ninguno & los rasgos de su madre. La idcnicdedmasculina
La sexualiM &I muchacho se pareceri ahora a la sexudidad de su padn (o por 10 nace & ia nmuaciaa l o femenim, m& la aft&ión d ' i t a d e lo itmsmlafrql o cual
menos, a la manera que CI ?;e imagina a su padre): amenazante, dev~stidor,posesivo, deja a la ideatidad de gbnero masatlino tenue y frágil. Tercero, c m el tm3Q6sito de
y posiblemente. castigador. El muchacho )u Ikgzado e identificarsecon su opresor; demostnr el cumplimiento de estas primerasdos tareas. el muchachmtanibiena p n -
ahora 61 inismo puc& Ikgar n .ser el opresor- Pero un temu se mantiene. el terror de de a devaluar a t& las mujeres en su sociedad, como encamrtcioffes vivientes de
que el jown mucli~cliosclc desenmascari como un fraude, como un hambre que aquellos rasgos de s i mismo que ha aprendido a despreciar. Estuviere a RO iníormado
no se ha 'separadocomplerl e irrevocablementede su madre. Serin otros hombres los
que lo desmtnasc~rzidn.El ffimso clcjari de-sexuado al hombre, haciéndolo apare-
cer como que m es un hombrt total. Será considerado un timorato, un hijito de su
rnand. un afeminado.
coim d marginal a perder la gnciú.
de ello. F ~ u tarnbitn
d describió los orígenes del sexismo -Id desv.iIorización siste- qte pescaron- y cóiiio constantemente pasamos revisto ü los indic:idores de h virili-
mitica de las mujeres- en los esfuerzos desesperados del muchacho pan separarse &id -riqueza. pocler, posición social, mujeres atractivas- frente U otros Iiombes. de-
de SU madre. Nosotros podemos qarercr "a una muchacha igual a la que se casó con sesperados por obtener su aprobación.
mi querído p a w . como lo expresa Iicanción popular, pero ciertamenteno queremos El hecho que esos hombres prueben su virilidad a los ojos'de otras hombres es
ser como elh. ;I Iivez consecuencia del sexismo y uno de sus puntales principiles. "Las tnujercs
Esta incertidumbre crónica s o b la identidadde gtciem ayuda a entender varias tienen, en la mente de los hombres, un lugar tan bajo en la eacala socid de cste país.
conducías ob.sesivas. Tomemos. por ejemplo, el recumnte probkma del matón del que multa inútil que tú te definas a ti mismo. en los ténninos de una mjtr':upresó
patio de la exueia. Los padres nos recuerdanan que e1matónes e l menos seguro ;UXII:~ 21 dr.~maiurgo David Mamet. 'Zo que los hombres necesitan es la aprsbUciaide los
de su virilidad. y que por ello estji constantemente tratando de probado. Pem él lo propios hombres". Las mujerts llegan a ser un tipo & divisa que lo* h B R S usan
pruebae . q k m k , antagonistasque es(5i seguro de derrotat; por lo tanto, la burlari un pan mejorar su ubicación en la escala social masculina. (Hasta esos nonuaitos de
mat6n es "golpea a alguien de tu mismo tamaño". No obstanie, éi no puede, y des- heroicas conquistas de mujeres, conlkvan yo c m una comente dt evrkilcib
puCs de demar a un oponente m& pequeño y dCbil, c m el cual estaba seguro que homosociil). La m;uculinKfadei una riprobsción *ñomosacU". Nos pmbmos, eje-
pmbaría su virilid;d, se queda con $asensación de vacío que lo carcome, de que cutamos actos heroicos. tomamos riesgos enomies, todo porque queremos
homóes admitan nuestra virilidad.
*
aros
después de todo, no lo haprobado, y que debe encontrar a otro contrincante, de nuevo
uno m5s pequen0 y nióm débil. que pueda derrotar, para probat.selo a sí mismo-3 La masculinidadcomo k g i t i m i ó n hamsocialest4 Iknade peligros,iaiii r#s-
Unade lasilustraciones más gráficasde estaeterna pniebade la pmpia hombr(li gos de fracaso y con una competencia int- e m\plae;ibk. W=irda honibn:que en-
ocurrió en lacerenroniade e nt & Pnmiosde la Acadanu (Oscar).en 1992Jack
m cueritr;rs,tiene una valoración o una estimación & si mismo que amwa piede a
Pahnce. envejedo actor,que otrora desempe6ara roks &roa, al aceptar el premio of vidan, escribió Kenncth Wayne (1 912) en su popuiar l h de conseja de ##nien-
corno mejor lac(0p;genindtrio por su papel en la comedia & vaqueros Cizy Slickers, zos de siglo. "El hombn tiene su medición propia, e inst;uit~neameniela abica al
coment6que las pemmas. sobn todo b producroíw de cine. pensabanque debido a costado del otro hombre" (p.18). Casi un siglo más tarde. otro hombn canmi6 al
sus 7 1 años. todo esíaba acabado. que éi ya no era competente. "¿Podemos arriesgar- psicdogo Sam O s h n (1992) que "cuando ya eres un adulto, es fácil ptosar que
nos con este tipo?" señ;il6, adjudiúdoks la pregunta y acto seguido se dejó caer al siempre estás en competenciacon los hombres, por la atet~:iónde las mujepcs.en los
suelo pata realizar fkxioms apoyado en un brazo. Fue patético ver a ese deportes, en el trabajo" (p.291).
actor de 1;uka trayectoria teniendo que probar que todavía era lo suficientemente
varonil para trabajar y, como también & coamt6 en el escenário. para hner sexo.
¿Cu;Utdo -acaba esto? Nunca. Admitir debilirdad, fiaquep o fragilidad. es ser
visto como un enclenque, afeminado, no como un verdadero hombre. Pem, jvisto Si ia msculinidad es una a p h i ó n homosocial. su emoción más &stada es
por quién'? el miedo. En el modelo de Freud. el miedo del poder &l pUda aterra al &ho
joven Ikvándolo a renunciar al deseo por su m á e y a identificsrse con ti. Este
L A MASCOLINIDAO COMO VALIDACt6N HOMOSOCIAL modelo une fa ickntidad de género con la orienraci sexual: la identifkación del
ni% pequeñocon su padre (que lo Hevaa ser masculino) k permite ahora comprame-
O t m bintwc.~:cstamolitwjo el cWdadosoy persistcmteescrutiniode otros hom- terse en relaciones sexuales con mujeres (se vuelve heterosexual). Este es el origen
bres. Wlos nos miran. nos clasifican. nos concukn h accptxión en el nino de la de cómo podemos leer la orientación sexual de alguien a través del exitoso desempe-
virilidad. Se cknmstcihombríaparalaaprobac'iónde otros hombres. Son ellos quienes ñode la identidadde género. Segundo, d miedoque sienteel pequeñono lo hace salir
evatúan el clescm(>cTto. Ei critico literario David Leverenz (1994 ) argumenta que "las corriendo a los brazos de su m d e para que lo proteja de su padre. M& bien, él crae
ideologías de la virílidd han funcionado principdmentenspectoa la mirada de los qw supermí su miedo a1 identificarsecon la fuente que origina dicho temor. L&
pares del var&~y a ti autoridad masculina" (p.769). Piensen en cómo los hombres mos a ser masculinos a1 identificamos con naesito opresor.
aliude;in entre sí de sus logros -desde su última conquista sexual al t m ñ o del pez Pero hay una pmU que falta de este enigma, una pieza que el mismo Frrad
incluyó pero que no desarr~lló.~ Si el muchacho en la etapa preedípica se i&nt¡IÜ;i
con su madre, ve el mundo a trtiv6.r de los ojos de su ritudre. Así, cuando se cmfmYz
Isis Iwniu~ahcrcm~i.1997 Emciomc OE LAS M u i n e N24 55
ción cultural de virilidad. L a homofobia es mis que el miedo imcionul; por h h i n -
a n su padre durante su gran crisis de la etapa edípica. experimenta una visión dividi-
bws ay. es m;Is que el miedo de lo que podemos percibir como R ~ Y "La . pcil;ibra
da: ve U su padre coino su madre ve a su padre. con una combinación de temor,
w ~ t i ~ ~ c r ano
dotiene nada que ver con la experiencia homosexual o incluso cm1 los
mnvílla. terror, y r/e.rco.Sitnultiineamente ve al padre como a 61 4 muchacho- le
tnidos por los homosexudes". escribe David Leverenz (1986)."Sale dE kis profun-
gustaría vedo <amo el objeto no de deseo pero si de emulación. A l repudiar a su
didades de la virilidad: una etiqueta de enorme desprecio por alguiea quc p e c e
m d r e y al identificarse con su padre, s61o da respuesta en forma parcial a su dilema.
afeminado. blando, sensible" (p.455). La homofobiues el miedo a que ciliroskombres
¿Qué puede k e r con ese deseo homoerótico, el deseo que sentía porque veía a su
tios desenmascaren. nos castren, nos revelen a nosotros mismos y al mnBo que no
padre ctc la mnem que su madre lo veía?
iikantümos los sta~~dards, que no somos verdaderos hombres. Tenemos #mor de
De& suprimir tal deseo. El &seo hornoerótico es desechadocomo deseo feme-
permitir que otros hombres vean ese miedo. Este nos hace avergonzamos. gague su
nino, en cuanto es el deseo por otros hombres. La homofobiaes e1esfuerzo por supri-
reconocimiento en nosotros mismos ts una pnreba de que no somos ~ a vmmiles n
mir ese deseo, pan purificar todas las relacionescon otros hombres, con Ias mujeres,
como pntendemos, tal como l o expresa unjoven en un poema de Y e a ''unoque ~ se ,
con los niños. y para asegurar que nadie pueda alguna vez confundirlo con un homo-
eriza en UM pose varonil con todo su timidocordn". Nuestro miedo es el Icriedo cie
sexual. La huida homof6b'i de la intimidad con otros hombns es el repudio u1 ho-
la humillación. Tenemos vergiienza de cstiu BSUStados.
mosexual que est;i denm de sí. t a m que nunca es totalmente exitosa y que por esto
es constantemente revalidadaen cada relacidn homosocU. "Lasvidas de h mayoría
La wgiimza conduce al silencio -los silencios que permiten creer a ~ b rper- s
s a s que realmente aprobamos las cosas que se hacen en nuestra cultura alas muje-
de los hombres estadounidenses están limitados y sus interesesson diariamente mu-
tilados por la necesidadconstante de probar a sus compañeros, y a sí mismos, que no
m, a las minorías. a los homosutuaiesy a ías f c s b ' i . El úkncio atccindacuado
echamos a comr presurosos. dejando atrás a una muja que estii siendo d por
son afeminados ni homosexuales", esaibe el historiador psicoanaliticoüeoffrey Gorer
hombns en fa calle. Ese furtivo sikncio cuando lao hombreshacen chjskssexisas o
(1964). "Cuillquier interés o búsquedU i d e n t i f d como femenina deviene profun-
racistas en e¡ bar. Ese pegajoso silencio cuando los tipos en la oficina hacen chistes
damente s o ~ h o s pára p los hombr& (p. 129).
sobre at;isues a los gay. Nuestros miedos son la f m t e de nuestros sihcios. y los
Aun cuando no suscribimos las ideas psicoanalíticas de F d ,podemos obser-
silencios de los hombres es lo que mantiene el sistema. Esto puede ayudar a explicar
var todavía cómo. en Jrminos menos sexualizados, el padre es el primer hombre que
por qué a menudo las mujeres se lamentan que sus amigos o compañeros van#m son
evalúa el desempeño m&xulino del muchacho, el primer par de ojos de varón frente
tan comprensivos cuando están solos. pcro que cuando salen en grupo cekbr;in los
a los cuales él se t r i a de probar a s i mismo. Esos ojos lo yguirán por el resto de su
chistes sexistas o mjis adn, son ellos mismos los que los cuentan.
vida. Otros ojos de hombres se u n i r h a aquellos -los ojos de los modelos, tales como
El miedo de verse como un afeminado domina las definiciones culturales de
los rmwstms. los entrenadores, losjefes, o de héroes de los medios de comunicación;
virilidad. Etio se inicia muy temprano. "Los mu6h;lcitos entre ellos mismos se aver-
los ojos clc sus ptcs, de sus amigos, de sus compañeros de tnbajo; y los ojos de
güenzande serno varoniles". escribió un educador en 187 1 (citado en Rotundo, 1993.
millones de otros hombres, vivos y muertos. de cuyo constante escrutinio su desem-
p.264). Tengo un¿apuesta pendiente c m un amigo de que puedo entwr a cualquier
pe5o no se eticontrar5 jan& libre. "Latradición de todas las generaciones pasadas
patio de recreo en los Estados Unidos dondo jueguen niños de 6 años y por el sob
pesa como una pesadilla en el cerebro del viviente". fue como MMarx l o sintetizó
hecho de formular una pregunta, puedo provocar una peita. es simple: '*¿Quién
hace mis de un siglo (1848/1964, p. II). "La primogeniturade cada varón estadouni-
es un afetnhdo por estos lados?" Una vw fannuiad;i, se ha hecho el desafh. Es
dense es una scrisxióti crónica de inadecuación personal", es la forma en que dos
probable que ocurra una de dos cosas. Un muchacho acusar6 a otro de serlo. U lo que
psicdogas b describen ;atualmmte (Woolfolk & Richiudson. 1978, p.57).
ese muchacho responder5 que tl no es el afeminado, pero que el primero sí lo es.
Esa pesridilh, de fa cual iiunca plncernos despertar. es que esos otros hombres
Ellos tendrin que pelear p a n ver quien está mintiendo. O un grupo entero de mucha-
verin esa sensación de inadecuación, verán que Unte nuestros propios ojos no somos
chos rodeará a uno & ellos y gritadn todos "¡El es! ¡El es!". Ese muchacho o se
lo que fingirnos ser. Lo que Ilarnarnos masculinidad es a menudo una valla que nos
deshace en Idgrimas y corre a su casa llorando, sintiéndose un desgraciado, st@ri
protege úe ser descubiertos como un fraude, un conjunto exagerado de actividades
que enfrentarse a varios niños ai mismo tiempo para p d a r que él no es un -&&a-
que impide u los úctiilís ver dentro de nosotros, y un esfuerzo frenktico para mantener
do (¿Yqu6 le diriín su padre o hennimos m a y m , si pnfere irse corriendo &su u s a
a raya quelfos miedos que estáii dentro de nosotros. Nuestro verdadero temor "no es
llorando?). Pasar5 algún tiempo antes de que recobre algún sentido de autoesth.
miedo de las mujeres sino de ser avergonzados o humillados delante de otros hom-
La violencia es, a menudo. el indicador m;is evidente de la virilidad. bien
bres. o de ser dominados por hombres mis fuertes" (Ltverenz. 1986, p.45 1).
es la disposición, el deseo de luchar. El origen de la expresión f&r r r f i f l C J S ~aI el
~ ~
Este es entonces el gran secreto de la virilidad estadounidense: estamos ~rsustu-
honlbrcl, viene de la práctica de un adolescente en el campo o pueblo pe- a
dos de otros Iiwiilires. La homofobia es un principio orgruiizridor de nuestra defini-
57
Isis Imwrnow.~ 1Y97 EOICION~S
OE LAS MUI~ES
N024
X(IV, no como un verdadero hombre. mantiene a todos exagerando 1% reglas tradicio-
thicios de este siglo, quien literalmente caminaba por todas panes con una astilla de
madera balanceándose en su Iiombro. como signo de su disposición para luchir de nales de la masculinidad. incluyendo la explotación sexual de mujeres. lu homofobia
inmediato con cualquieri que tomara la iniciativa de quitíírseh. (ver G m r . 1964, y el sexismo van de la mano.
p.38; Mead. 1965). Las consecuencias de ser percibidos como afeminados son enmmes, o veces
Como adolescentes, aprendemos que nuestros pares son un tipo de policía de asunto de vida y muerte. Nos exponemos a grandes riesgos p a n proba nuestra con-
género. constantemente amenat;ináo con desenmúscaramoscomo afeminados. como dición de hombre, con la salud, en los lugares de trabajo, y con enfemedades
poco hombres. Uno de los trucos favoritos que teniamos cuando yo era adolescente, tensimales. Los hombres se suicidan con una f~tcuenciatres veces maya que las
e n pedirle a un muchacho que miran sus uñas. Si él acercaba su palma hacia su cara mujeres. U psiquiatm Wiflard Gaylin (1992) explica que eso se de& " i d a b i e -
y doblaba sus dedos pan verlas, pasaba la p w b a Se miraba sus unas ''como un mente a la percepción de una humillación social", con frecuencia ligada al fiwso en
hombre". Pero si ponía su palma hacia abajo y lejos de su can, y luego se mirabr las tos negocios:
uñas de las manos con el brazo estirado, en ridiculizado inmediatamente como afe-
minado. Los hombres se deprimen pw la pérdida de posición social y de poder en el mundo de
Cuarrdo somos jóvenes observamos constantemente esas barreras de gdnem, los hombres. No es la pérdidade dinero, o de las ventajas materialesquccl dinao puede
verificando los cercos que hemos ~0Iistniid0en el perímetro, asegurando que nada comprar lo que produce la desesperación que conducea la autodestnraón. Es la "ver-
remotamente femenino se cuete a través de ellos. Las poaibilidUdesde ser desenmas- giknza". la uhumillaciSn". el sentimiento& "F~~c~so" penond... Un h b p e s t deses-
carados están por todas partes. Incluso la cosa aparentementemás insignificantepue- pera cuando ha dejado de ser un h o m k entre los hombres. (p.32)
de significar una amenaza o activar ese terror tan persistente. El día en que los estu-
diantes de mi curso "Sociología de los hombres y sus mascuiinidades" debían discu- En un estudio se preguntd a mujens y hombns qué e n lo que temían.
tir la homofobia y las amistades e n m varones, un estudiante entregó una ilustración Mientras las mujeres respondieron que a ser violada.. y asesinadas, los koanbcs con-
conmovedora. O b s t r v h qw era un hemioso día, el primero de primaveradespuCs testaron que lo que más les asustabaera ser motivode risa (Noble, t !EX¿, p.105-M).
del invierno bnrtaldet nordcste. decidió ponerse pantalones cortos para asistir U cta-
ses. ''Tengo un par de pantalones cortos, muy bumos del tipo Madras". comentó.
"Pero -entonces pensé- estos pantalones conos tienen algo de color lavanda y rosa.
Hoy el tópico de la chse seti la homofobia. Quizá hoy no es el mejor dfa para usar La homofobia estií íntimamenteentniazadzi tanto con el sexismo como con el
esos p~ntrlonea". racismo. El miedo -a veces consciente, otras no- de que otros puedan percibimos
Nuestros esfuerzos por mantener una fachada varonil cubren todo l o que hace- como homosexuales nos presiona a ejecutar todo tipo de conductas y actitudes
mos. L o que usamos. Cómo csmin;imos. Qué coinemos. Cada amaneramiento, cada exrigedamente masculinas. para aseg&mos de que nadie pueda formarse una idea
movimiento contiene un lenguaje codificado de género. Piensen, por ejemplo. cómo errada sobre nosotros. Una áe las piezas centrales de esa exagerada masculinidades
contestar la pregunta: ¿Cómosabe usted si un hombn es homosexurl? Cuando hago rebajar a las mujms. tanto cirduyénddas& la esfera.pública corno con desc;iiif=a-
esta pregunta en clases o talleres. Las respuestas invariabkmente proveen un& lista ciones cotidianas en lenguaje y oonduct;is que organizan la vida diaria dei hombre
bastante típica de conductas afeminadas. Caminade unacierta manen, habla de cicr- estadounidense. Las mujeres y los hombres gay se convierten en el otm contra los
ta fonwi, actúa de cierto modo; es muy emocional; muestra sus sentimientos. Una cuales los hombres heterosexuales proyectan sus identidades. contn quienes eltos
mujer comentó que ella sube si m hombre es gav si él se preocupa realmentede ella: barajan d naipe de modo de competir en condicionesque les aseguré ganar. y de este
otra dijo que ella sabe si 61 es gap si no muestra interés en ella, si la deja sola. modo al suprimirlos, proclamar su propia virilidad. Las mujeres amenazan con cas-
Ahora cambien la pregunta e imaginen l o que los hombres hetercasexuales ha- tración por representar el hogar, el lugar & trabajo y las ccsponsabilidadesfamílie
cen p a n asegwdrse que nadie podrí;i tener la posibilidad de una idea m d a sobre res, la negación de la diversión. Los hombns gay históricamente han deswnpdfado
ellos. Las respuestas típicamente se refieren a los estereotipos originales, esta vez el rol del afeminado consumado en la mentaíidad popular estadounidense porque la
como un conjunto de reglas negativas acerca de la conducta. Nunca se vista de esa homosexualidades vista como una perturbacióndel normal desanulb de g6nero. Ha
manen. Nunca hable o camine de esa forma. Nunca muestre sus sentimientos o nun- habido también otros otros. A travCs de la historiaestadounidense. varios grupas han
ca se ponga emocional. Siempre escé preparado p a n demostrar interés sexual por las representado al afeminado, el no-hombre contra quienes los hombres llevaron a cabo
mujeres que encuentre. así resulta imposible p a n cualquier mujer hacerse una idea sus definiciones de virilidad, a menudocon viciados multados. De hecho, estos gnipos
ernda sobre usted. En este sentido, la homofobia, el miedo de ser percibido como cambiantes entregan una lección interesanteen el desarrollo histórico estadounidense.
XI Jornadas de Sociología. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos
Aires, Buenos Aires, 2015.

Hombre, varones y sociedades


de la diferencia (sobre la
posibilidad de penetrar a la
masculinidad).

Ariel Sanchez.

Cita:
Ariel Sanchez (2015). Hombre, varones y sociedades de la diferencia
(sobre la posibilidad de penetrar a la masculinidad). XI Jornadas de
Sociología. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires,
Buenos Aires.

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“Hombre”, varones y sociedades de la diferencia (sobre la posibilidad de penetrar
a la masculinidad)
Autor: Ariel Sanchez. Instituto de Investigaciones Gino Germani. Facultad de Ciencias
Sociales (UBA) arielfs@gmail.com

Resumen:
Hay algo que liga a la masculinidad con conceptos propios de la modernidad como Cultura, Ciudadanía,
Individuo, Razón y, fundamentalmente, Hombre. Considerada en algún momento como esencia de
aquellos sujetos nacidos con pene y al mismo tiempo, paradójicamente, como algo que debe aprenderse,
incorporarse, marcarse, la masculinidad experimenta desde hace algunas décadas un proceso de
“mutación”. Al morir el Hombre como figura universal, aparecen los varones, pero también quedan allí
algunos resabios de esa razón que los hizo ser lo que eran en otro régimen de verdad. No hay meras
rupturas, sino tránsitos, articulaciones que van dando forma a los cuerpos y las subjetividades.
Diferentes tipos de discursos sociales hablan de las transformaciones que se producen en las formas de
entender la masculinidad en las sociedades contemporáneas. El problema que se presenta aquí no es tanto
aceptar o no estos cambios, como inscribirlos en una trama amplia y compleja de producción de
subjetividades. El concepto de masculinidad pareciera escurrirse en formas de poder que interpelan desde
la obligación a la diferencia, al placer y a mostrarse “como uno es”. ¿Cómo pensar la producción de
subjetividades generizadas en un mundo que hace un llamado explícito a la diferenciación constante?

Palabras Claves: Masculinidad. Crisis. Sociedades multicultusexuales. Subjetividades contemporáneas.


Vidas anales.

Hay algo que liga a la masculinidad con conceptos propios de la modernidad como
Cultura, Ciudadanía, Individuo, Razón y, fundamentalmente, Hombre. Considerada en
algún momento como esencia de aquellos sujetos nacidos con pene y al mismo tiempo,
paradójicamente, como algo que debe aprenderse, incorporarse, marcarse, la
masculinidad experimenta desde hace algunas décadas un proceso de mutación. Al
morir el “Hombre”, como figura universal, aparecen los varones, pero también quedan
allí algunos resabios de esa razón que hizo ser lo que eran en otro régimen de verdad.
No hay meras rupturas, sino tránsitos, articulaciones que van dando forma a los cuerpos
y las subjetividades.
Este trabajo es un recorrido por algunas cuestiones de gran importancia para la
investigación que actualmente estoy realizando sobre el análisis de relatos de
biovarones que se reconocen a sí mismo como heterosexuales. La época ya está
marcada en cada una de las palabras que debo o debería usar. Varón está
desencializado, no trabajo con varones ni con “hombre” como categoría general, sino
con aquellos animales humanos que han nacido con pene y que, además, se reconocen
como varones y heterosexuales. Marcas a partir de las cuales podemos pensar la
dimensión temporal y actuada de las subjetividades generizadas, al tiempo que la
materia con la que se van formando a los sujetos que serán considerados socialmente
masculinos.
El recorrido del texto está ordenado a partir de una serie de entradas e
interrogantes que nos permiten pensar diferentes formas en la que se produce social y
culturalmente la masculinidad y lo que es nombrado, desde diversos estudios de género,
como su crisis. En líneas generales, se realiza un doble movimiento: por un lado, uno
descriptivo, que tiene que ver con la producción de cuerpos género en el marco de lo
que podíamos llamar un nuevo régimen de verdad. Es decir, cuáles son los
desplazamientos, qué ocurre con la dicotomía femenino-masculino en relación con los
cambios producidos con los pares cultura-naturaleza y racionalidad (mente o alma)-
sentimiento (cuerpo). Y, por otro lado, me interesa el gesto que podríamos nombrar
como político, que tiene que ver con pensar lo que abre el posthumanismo respecto a los
modos de pensar las subjetividades generizadas: ¿Qué queda de la producción de
subjetividades masculinas propias del momento de la modernidad? ¿Qué ocurre la
masculinidad, vinculada a la producción y reproducción de “lo mismo”, en un mundo
donde proliferan las diferencias? ¿Cómo se entrama con un nuevo régimen de verdad?
¿Cómo pensar la politicidad de las subjetividades en un mundo donde desaparecen las
certezas y los universales?

A. Interrogación
La producción sociocultural de las subjetividades masculinas es primordialmente
una operación de definición y exclusión de la otredad, se define a partir del rechazo a
ciertos valores y prácticas entendidas como femeninas; pasividad y penetrabilidad son
las primordiales. Esta operación, al ubicar del lado de afuera a los cuerpos, los gestos,
los gustos y las prácticas que atentan contra la estabilidad identitaria, tranquiliza.

En el año 2003 se estrena en Estados Unidos, un programa de televisión


llamado “Queer eye for the straight guy”. El programa mostraba como cinco “varones
gays”, cada uno especializado en algún tema, ayudaban a un “varón straight”, a través
de diferentes técnicas (estéticas, sociales, culinarias, culturales, etc.), a cambiar su estilo
de vida con el objetivo de volverlo un “mejor varón”, alguien más deseable. Por esos
mismos años, y cada vez con mayor frecuencia, comienza a encontrarse en artículos
periodísticos, ensayos abordados desde diferentes disciplinas o publicidades las
características del hombre del siglo XXI que no sólo se “atrevió” a maquillarse y a
cuidar su cuerpo, sino que ahora “se animó” también a llorar. El hombre del siglo XXI
es sensible y cuida de sí mismo, sentencian estos discursos.
Poco más de un siglo atrás, la racionalidad de la época, preocupada por hacer de
la barbarie y la multiplicidad cultural una “ciudadanía viril”, produce un concepto de
masculinidad que, al igual que el concepto de cultura o de civilización que se conforma
en esos mismos momentos, funciona de manera ortopédica y jerarquizadora de los
comportamientos humanos. Se despliegan una serie de técnicas, regulaciones y
normativas que buscaban la conformación de un tipo de subjetividad “normal”. Las
sociedades capitalistas occidentales van creando de a poco los límites, las fronteras que
separan normalidad y anormalidad. “Al igual que la aparición de la psiquiatría y del
manicomio manifiesta la capacidad de una sociedad para inventar medios específicos
para clasificar lo inclasificable, el pensamiento moderno irá creando una nueva
enfermedad, la homosexualidad” (Hocquengheim, 2009). En ese contexto, la
homosexualidad se convierte en un límite fronterizo que establece cómo debe ser un
“sujeto masculino normal”. Por ello la producción social de la masculinidad va a estar
apoyada en la idea “pánico homosexual” (Salessi, 1995; Hocquengheim, 2009)

Estos hechos, heterogéneos entre sí y separados en el tiempo, pueden servirnos


para notar que algo cambió. La masculinidad, tal como fue entendida durante más de un
siglo, está mutando. El “pánico homosexual” (y su vínculo más amplio con el pánico a
lo femenino), que era parte del trazo grueso de la fronteras que definían los límites de la
masculinidad normalizada, parece difuminarse, tomar otros colores, buscar otras
formas. La marca de género de la subjetividad normalizada (y universalizada), ya no se
encuentra sola, convive con otras diferencias, con “desbordes” culturales, sexuales y de
género muy difícil de delimitar bajo las categorías fijas y transparentes triunfantes
durante la modernidad.
Los cambios producidos a fines del siglo XX nos traen interrogantes que
implican al concepto de masculinidad. ¿Cómo pensar la producción de subjetividades
generizadas en un mundo que hace un llamado explícito a la diferenciación constante?
¿Cómo pensar la dinámica del poder en un mundo que alienta constantemente a “ser
uno mismo”, a buscar “el propio deseo”? El concepto de masculinidad, asociado a lo
uno y a la negación de lo múltiple, pareciera escurrirse en formas de poder que
interpelan desde la obligación a la diferencia, al placer y a mostrarse “como un es”.
Diferentes tipos discursos sociales, ya sean mediáticos, médicos, jurídicos o
académicos hablan de las transformaciones que se producen en las formas en las que la
sociedad entiende la masculinidad. En algunos casos es nombrada como crisis, en otros
como desbordes de género y en otros se alude a cierta confusión de la frontera que
separa lo masculino y lo femenino. Ahora bien, este cambio es notorio: las cifras de los
productos de cosmética masculina, el surgimiento de publicaciones para varones que
incluyen temáticas sobre sexualidad, cuidado el cuerpo y relaciones de pareja y la
proliferación de imágenes que tienen al varón como objeto a desear pero también como
alguien sensible, nos hablan de ello. Sin embargo, el problema que se presenta aquí no
es tanto aceptar o no estos cambios, sino que se vuelve fundamental inscribirlos en una
trama amplia y compleja. Desde hace cinco décadas se viven cambios y
desplazamientos que hacen mutar, diluirse o reconfigurar ciertas certezas que eran
propias de la modernidad. Entre ellas, está la noción de Hombre y su ligazón a la
masculinidad.

B. Dicotomías

Hubo una época en que la forma-hombre fue el centro de una maquinaria


productora de vida y de las fronteras de lo que era posible de enunciarse y mostrarse, la
rejilla a través de la cual se filtraban y producían los cuerpos y subjetividad inteligibles.
Ese régimen de luz delimito para sí un concepto de cultura que separaba, casi como
huida, a los tipos de sujetos allí gestados, de la naturaleza. La figura del “hombre”, que
funcionaba como maquinaria definitoria de límites entre lo normal y lo anormal, se
estableció como aquella capaz de ver, juzgar y controlar desde la objetividad y la
imparcialidad, “la cultura no cultura”.
El poder disciplinario, a través del establecimiento dicotómico del mundo,
neutraliza la multiplicidad de formas que pueden tomar los cuerpos y las subjetividades.
En el marco de este tipo de sociedades, que podemos llamar de la producción, se
configuró un tipo de masculinidad “adecuada” a los tiempos que corrían. El varón,
convocado a las fábricas, sería el encargado de producir y de representar a la familia en
el espacio público, se convertía así en el tutor de sus hijos e hijas y su mujer. Las
problemáticas propias del espacio privado (lugar destinado para la reproducción) eran
responsabilidad exclusiva de la mujer, encargada de la crianza, la educación, la salud
de los hijos e hijas y la administración del hogar. Nos referimos a la modernidad como
un momento histórico donde las identidades masculinas y femeninas fueron de
modalidad excluyentes, construidas en relación con una división sexual del trabajo
proveniente de la separación entre la esfera de lo público (producción) y la esfera de lo
privado (reproducción).
Así, los ámbitos de “lo masculino” y “lo femenino” fueron instituidos a través
de una serie de dicotomías. “La episteme analógica que presidió el pensamiento clásico
y que atravesaba con su mirada el mundo en busca de semejanzas y simpatía entre las
cosas, hallando una especie de armonía cósmica por hermanarlo todo, es sustituida
gradualmente y a partir del siglo XVI, por otra basada en la diferencia. Donde se habían
encontrado continuidades, la nueva ciencia iba a instaurar un abismo entre lo mismo y
lo otro. La identidad de las cosas y su orden de complejidad inaugura el pensamiento de
las dicotomías y los contrarios” (García, 2008)
Se define así una biología de la inconmensurabilidad que convierte a las mujeres
en ese Otro que en su distancia, aquí construida como apego a la naturaleza y a la fuerza
de una carnalidad reproductora, termina por señalar a los varones en su mismidad. De
este modo, los varones, amparados en la naturaleza de su cuerpo, no sólo eran diferentes
a las mujeres, sino que su acceso a la cultura y la civilización se construía como reflejo
de una carnalidad distinta y en cierto modo más preparada para su control por medio de
la razón y así para hacerse responsables de las decisiones y desarrollo de sus humanos
asuntos.
En el "Manifiesto Contrasexual" (2002), Beatriz Preciado plantea que es la
noción de tecnología la que pone en marcha ciertas oposiciones propias de la
modernidad. Es una categoría clave alrededor de la cual se estructuran las especies
(humano-no humano), el género (masculino-femenino), la raza (blanco-negro) y la
cultura (avanzado-primitivo). Retomando a Donna Haraway dice que “el humano se
define ante todo como un animal que usa instrumentos, por oposición a los primates y a
las mujeres. La noción de tecnología como totalidad de instrumentos que los hombres
fabrican y emplean para realizar cosas, sirve de soporte a las nociones aparentemente
intocables de naturaleza humana y diferencia sexual” (o.c, 119).
El cuerpo masculino se define mediante la relación que establece con la
tecnología: el instrumento lo prolonga, incluso lo reemplaza. Tecnología y sexo son
categorías estratégicas en el discurso antropológico europeo y colonialista en el que la
masculinidad se ha descrito en función de su relación con los aparatos tecnológicos,
mientras que la feminidad se ha definido en función de la disponibilidad sexual. “En las
narraciones colonialistas dominantes, las mujeres y los indígenas (negros, perversos y
maricones) que no tienen acceso o carecen de tecnología se describen como si formaran
parte de la naturaleza y se convierten, por esta razón, en los recursos que el “hombre
blanco” debe dominar y explotar” (o.c, p.119).
Se instauran una serie de dispositivos de ortopedia subjetiva donde la mujer
queda reducida a naturaleza y a su función reproductora y el hombre, como sujeto de
cultura, de la civilización. Se presenta al varón como la voz de la ciudadanía (blanca,
occidental, masculina). En argentina, todo este proceso cobra dimensión a fines del
siglo XIX y principios del XX con la conformación de una ciudadanía viril, como lo
llama Jorge Salessi (1995) en sus estudios sobre los la implementación de las técnicas
científicas y jurídicas del higienismo positivista. A la maquinaria disciplinaria de la
educación, se le sumo luego la ley de servicio militar obligatorio que continuaba el
trabajo de producción de cuerpos y subjetividades masculinas (razón, fuerza, moral,
ética). El tipo de masculinidad que aquí se conforma parte del imaginario que desde el
siglo XIX ha rodeado a los anormales, los canallas, los picaros, los libertinos. Esta
humanidad que el discurso médico y jurídico califica de desviada se forma como
categoría contrapuesta a las de los hombres modestos, viriles o gentiles.
Nos encontramos que tras la pretendida universalidad no sólo hay un sujeto
masculino sino un sujeto adulto, educado, blanco, europeo, cabeza de familia
heterosexual, propietario. Este modelo de producción de masculinidad moderno que
comienza a operar con los biólogos y científicos que delimitaron y separaron cada vez
más los cuerpos femeninos y masculinidad, termina de construirse cuando se hermana
con los anhelos de la nueva sociedad burguesa en la producción de ideólogos y literatos
que vienen a articular todas estas ideas sobre la forma correcta de ser hombre.

C. Universalidad

La especificidad de la masculinidad se dirime en tanto que sus características se


ligan a los cuerpos masculinos colocándolos como representación de la humanidad. El
propio funcionamiento falocéntrico de la modernidad, instituye la voz de los varones y
las características que son ligadas a sus cuerpos y subjetividades, como la voz y mirada
humana. “Occidente dibuja un tubo con dos orificios, una boca emisora de signos
públicos y un ano impenetrable, y enrolla en torno a éstos una subjetividad masculina y
heterosexual que adquiere estatus de cuerpos social privilegiado” (Preciado, 2008, p.
60).

El intento de delimitación del concepto de masculinidad puede llegar a ser


complejo y huidizo. Al tiempo que define el elemento jerarquizado de un par, es el
representante de la totalidad de la humanidad, universal que habla, mira, juzga y decide.
Cuando se habla de masculinidad, y su vinculación con la figura de “El Hombre”, no se
está hablando simplemente de esa parte del par dicotómico que hace oposición con
mujer o femineidad, sino que se habla del sujeto universal, la ciudadanía, el individuo,
la objetividad, la razón y, fundamentalmente, de la voz de la cultura. Por lo que pensar
la crisis de masculinidad, implica pensarla en relación con la crisis del concepto de
hombre y cultura en tanto maquinaria de producción “civilizatoria”. La masculinidad se
establece entonces como el término no marcado, el testigo modesto (Haraway, 2004) del
proyecto científico de la modernidad, el hombre de la cultura y la razón. Esa forma-
hombre es la forma de subjetivación que se constituye como el modo de comprensión
de lo humano para una experiencia de la cultura.

El falogocentrismo1 jerarquiza el término masculino respecto al femenino,


estableciendo lo masculino como lo universal y a lo femenino como diferencia abyecta
y repudiable. “(..) Jerarquía que se presenta bajo la forma de neutralidad. Se habla del
hombre en general, y detrás de la tapadera del hombre en general, es el hombre varón el
que se lleva el gato al agua” (Derrida, 1990). La lógica tradicional heterocentrada y los
tipos de relaciones dicotómicas que establece, con su binarismo pene (varón) –vagina
(mujer), se presenta a sí misma como armoniosa, natural y normal. La retórica
falocéntrica distribuye posiciones y determina posturas y corporalidades: Hombre-
mujer, activo-pasivo, penetrador-penetrado.

En su texto “Testigo Modesto”, Donna Haraway se pregunta: “¿Cómo se


convirtieron algunos hombres en transparentes, invisibles, legítimos testigos de hechos,

1
“Con este término -falogocentrismo- trato de absorber, de hacer desaparecer el guión mismo que une y
vuelve pertinentes el uno para con la otra aquello que he denominado, por una parte, logocentrismo y, por
otra, allí donde opera, la estratagema falocéntrica. Se trata de un único y mismo sistema: erección del
logos paterno (el discurso, el nombre propio dinástico, rey, ley, voz, yo, velo del yo-la-verdad-hablo, etc.)
y del falo como «significante privilegiado» (Lacan)” (Derrida, 1990).
mientras la mayorías de los hombres y todas las mujeres se hacían invisibles, apartados
del escenario de acción, tanto debajo de él manejando la maquinaria, como fuera de él
completamente?” (2004, p. 20). Así como cultura respecto a lo inferior, lo bajo, la
naturaleza o el salvajismo, la masculinidad termina definiéndose por medio de la
delimitación de aquello que no es, de aquello que pertenece a lo femenino, a los salvaje,
a la sinrazón. El anudamiento las subjetividades masculinas deja la marca de género
masculina en una especie de invisibilidad que la liga con la nociones de cultura, razón y
ciudadanía.
El tipo de visibilidad que retuvieron las mujeres es percibido como subjetivo, es
decir, que informa tan sólo sobre el yo, parcial, opaco, no objetivo. “La agentividad
epistemológica del gentilhombre implicaba un tipo de transparencia especial. Las
personas de color, sexualidad y trabajadoras aún tienen una gran labor por delante para
contar como testigos objetivos y modestos del mundo, más que de su parcialidad o
interés especial. Ser el objeto de la mirada, en vez de origen autoinvisible y modesto de
la visión, es ser probado de agentividad” (o.c, p 24).
Las políticas de subjetivación de la modernidad han operado reduccionismos en
nuestras formas de conocimiento y pensamiento que nos llevan al estrechamiento de las
categorías de universalidad y totalidad, como si fueran formas aprehensibles,
alcanzables. La modernidad aspira a apropiarse de lo universal porque la posesión y la
lógica de lo Uno es el régimen que entiende y con el cual organiza todas las relaciones”
(Mendez y Farneda, 2010, pp. 117-118). Cuando se hace referencia a la caída o el
agotamiento de la noción de sujeto a partir de un giro acontecimental, lo que queda en
entredicho es la categoría de sujeto como totalidad y como unidad, como fundador del
edificio del saber, ese testigo modesto que supuestamente todo lo ve y todo lo escucha.
En esta lógica de la universalidad se expresa también la dificultad de los estudios
de género para pensar la producción de la masculinidad o los modos de hacer varones
en las sociedades contemporáneas. Al nombrar la universalidad del sujeto, quedo oculta
toda una historia de anudamientos y tramas que ligan a cuerpos con género y deseos.
Por lo tanto, quedarse con los desplazamientos en las fronteras nos deja en un terreno
que no nos permite ver ciertas mutaciones que aparecen si nos situamos en el
funcionamiento de lo masculino como universal impenetrable. De ese modo, se puede
entender que las implicancias de esa muerte del Hombre, se tratan de algo más que
pasajes de un lado a otro de las fronteras de género. Pueden llegar a presentarse
resultados inesperados en esa trama compleja que se teje cuando pensamos las
posibilidades de otro tipo de vidas, oscurecidas y despojadas al mundo de la
particularidad, por los efectos de la luminosidad ilustrada y su constante reproducción
de la imagen sacra de lo idéntico.

D. Diferencias

Existe un cierto acuerdo entre los estudios de masculinidad en plantear que


estamos en un período marcado por una crisis de los valores tradicionales asociados a la
masculinidad. “Hoy día forma parte del sentido común que el machismo y el estereotipo
del “hombre” está en crisis” (Olavarria y Valdés, 1997).
El investigador chileno Abarca Paniagua (2000), en su estudio exploratorio de la
masculinidad en Chile, plantea que hay una “atenuación” de los valores e ideales que
tradicionalmente eran asociados a la masculinidad. “La demanda de negación emanada
del modelo de roles complementarias (No soy femenino) viene a ser relativizada o
conflictuada por la tendencia de las transformaciones en la subjetividad, las relaciones
sociales y familiares, los nuevos modelos de vida que revalorizan y pugnan por integrar
los rasgos de personalidad tradicionalmente omitidos y vinculados a lo privado, es
decir, a lo femenino: sensibilidad, intuición, capacidad de expresar afecto y emociones,
ternura y cercanía con los niños” (o.c., p. 224).
Este supuesto, que vamos a aceptar, sostiene que la masculinidad en las
sociedades actuales se produce a partir de ciertos desplazamientos en cuanto a prácticas
y valores antes asociados a “lo femenino”, provocando una reformulación del tipo de
masculinidad tradicional. Entonces, lo que se define aquí como “crisis de masculinidad”
se vincula con lo que podemos nombrar como “la feminización de lo masculino”. Es
decir, se produce una discontinuidad con respecto al modelo tradicional con la aparición
de otros ideales que comienza a regular lo que debe ser un varón.
En un trabajo anterior (Sánchez 2008 y 2008b), analicé específicamente los
desplazamientos en las fronteras de género y cómo la aparición de nuevas prácticas y
discursos en relación a la masculinidad no eran vistas como peligrosas en tanto se
reconfiguraban como parte de la sociedad de consumo. Además, la aparición de cierto
“dispositivo cínico” permitía incluir prácticas antes consideradas por los discursos
normalizantes como femeninas, se las entendía como una estrategia para seducir,
“conquistar” o volverse consumible. Según analicé en texto de revistas de la prensa
periódica destinada a varones como en textos publicitarios de cosmética y estética
también destinada a varones se producía cierta escisión entre ser y parecer, con la idea
de que esas prácticas antes consideradas femeninas se incluyan de modo estratégico en
la masculinidad.
Sin embargo, más allá de los desplazamientos y nuevas prácticas que aparecen
acordes a un nuevo régimen de verdad, la condición de impenetrabilidad que define de
algún modo lo masculino, como también ha definido la idea de cultura y hombre como
universal, es lo que sigue funcionando y produciendo cuerpos y subjetividades
masculinas, aunque de modos paradójico con nuevas formas de modulación de las
subjetividades. ¿Que apertura y posibilidades de pensamiento nos abre el corrimiento
del hombre como centro de la escena? ¿Podemos pensar otros modos de subjetivar y
generizarse? ¿Se puede pensar la posibilidad de un tipo de subjetividad masculina que
además de maquillarse, tener sensibilidad y alguna otra característica que se le
atribuyen a la nueva masculinidad, sea penetrable?

A fines de la década del 80 del siglo XX, Gilles Deleuze escribe “Postdata sobre
las sociedades de control” (1999) donde plantea que algo estaba cambiando, que
estábamos ingresando en lo que era un nuevo tipo de sociedad, regido por una nueva
configuración de poder. Las crisis de los espacios de encierro y de las instituciones
daban cuenta de que las sociedades disciplinarias “eran lo que ya no éramos, lo que
dejábamos de ser” (o.c., p 115). Así como la sociedad disciplinaria había sucedido a las
sociedades de soberanía, parecía que ocurría lo mismo con las de control, ya que si bien
no desaparecían los mecanismos instaurados con las disciplinas y los espacios de
encierro, la naciente configuración de las relaciones de poder posibilitaba nuevos
articulaciones y formas de disciplinamientos de los cuerpos y las subjetividades de las
cuales Deleuze sólo pudo ver sus inicios.
Si en las sociedades disciplinarias esos modos aludían al sujeto de la fábrica y el
“buen ciudadano” (subjetividades eminentemente públicas), en las sociedades de control
y partiendo del supuesto planteado de que cada sociedad cría humanos de acuerdo a los
modos normales de habitar el mundo, debe construir otro tipo de corporalidades y
formas de habitar y ser en el mundo. Es decir, si en las sociedades de la disciplina el
cuerpo-máquina y el cuerpo-especie eran los centros de apoyo de ese poder que se
desplegaba, la problemática que se abre es pensar qué tipo de sujeto requiere esta nueva
sociedad basada en el consumo, que controla no sólo a través del panóptico, la
confesión y la regulación de cuerpos, sino también de forma virtualizada e
informatizada.
Desde el momento en que las empresas son las instituciones por excelencia
encargadas de la construcción de subjetividades, desplazando así a las grandes
instituciones del capitalismo industrial (escuela, cárceles, hospitales, fábricas), el
objetivo está marcado: “producir sujetos consumidores: tal es el interés primordial del
nuevo capitalismo postindustrial de alcance global. Las biopolíticas privatizadas (y
privatizantes) de este siglo apelan ostensiblemente a las maravillas del marketing en su
misión de construir cuerpos y modos de ser adecuados a una sociedad en la cual las
demanda de mano de obra obrera se ha derrumbado” (Sibilia, o.c., p. 214) .Las figuras
del trabajador industrial y el ciudadano como modelos de sujeto de las sociedades
modernas se han debilitado, una nueva corporalidad y una nueva forma de ser se abre
paso en las sociedades postindustriales y del espectáculo.
Las sociedades de la diferencia y la diversidad proponen un modelo de control
que pasa por otras superficies. Las multiculturalidad y las demandas de
reconocimientote diferentes grupos culturales, sexuales, de género –ya sea por la lucha
por el reconocimiento, por las corrientes migratorias de las últimas décadas, por las
dinámicas de empoderamiento o por las formas de poder propias de los capitalismos de
consumo- se han puesto en agenda, modulando de maneras distintas las fronteras entre
lo normal y lo anormal. Los diferentes grupos de género, sexuales, culturales,
convertidos en actores dentro del espacio público, ponen en evidencia el centro, hasta el
momento invisible. Nos muestran la marca masculina, blanca, occidental y heterosexual
del panóptico de la sociedad de la disciplina. Allí están ahora, las subjetividades
masculinas, lanzadas en la polis entre tantas otras crías de humanos.
Leticia Sabsay, respecto a la reflexión sobre los sujetos de la diversidad y la
producción de la identidades sexuales y culturales en las sociedades post-disciplinarias
introduce una pregunta por de más interesante: “Si el descentramiento del sujeto ha de
ser concebido seriamente y si hemos de recuperar una noción radical del ideal de
libertad, la cuestión a plantearnos en el horizonte contemporáneo continúa siendo, para
nosotros, entonces, desde qué lugar abrir nuevos marcos de libertad sin tener que
remitirnos por ello a los ideales liberales, cómo hacer para abrir mundo sin pensar por
ello que esa apertura será la última, y sin pensar que en este diálogo interminable con el
poder, habrá alguna vez un punto final” (2002, p. 58).
¿Cómo pensar la producción de una subjetividad masculina, sus modos de
hacerse y deshacerse en un mundo que ya no te dice hace tal o cual cosa sino
diferenciate? ¿De qué modos se produce la masculinidad en sociedades donde convive
con otras diferencias? ¿Sigue siendo el término jerarquizado y no marcado? ¿La crisis
de la que hablan los estudios de masculinidad es su aparición como posición
diferencial? ¿Qué otros cuerpos y subjetividades pueden gestarse en estas nuevas tramas
de poder? ¿Sigue siendo el sexo el resabio moderno que liga a los “cuerpos con pene”
con la masculinidad? ¿Cómo pensar el género, o la masculinidad, sin la presencia
avasallante del par naturaleza-cultura?

E. Aperturas
En Cuerpos que importan, Judith Butler (2005) se refiere a la impenetrabilidad
del varón como condición que sostiene la estabilidad de lo masculino y a la estabilidad
de ese efecto de frontera. La prohibición de ser penetrado –prohibición de la posición-
es lo que hace posible la ilusión de una identidad de género masculina fija. Podría
interpretarse esta prohibición que asegura la impenetrabilidad de lo masculino como una
especie de pánico, el pánico de llegar a parecerse a ella, a afeminarse (o.c., p. 89). Es
sumamente interesante esta apreciación de Judith Butler para pensar cómo juega la
producción diferenciada masculino/femenino y cómo se establecen sus límites en
momentos de crisis.

El amo de las sociedades de la modernidad falocéntrica, el hombre neutro


encarnado en el hombre-masculino-varón-heterosexual, paga con la cirugía anal el
precio que le permite ejercer el privilegio de la masculinidad. Y ese procedimiento
queda en la memoria del cuerpo, como herida abierta, con una cicatriz que, aunque
cosida meticulosamente, nunca cierra del todo. El amo no posee nada, no es dueño, es
un cuerpo cosido posible de ser abierto de un momento a otro. “Los chicos de los
anos castrados erigieron una comunidad a la que llamaron Ciudad, Estado, Patria, de
cuyos órganos de poder y administrativos excluyeron a todos aquellos cuerpos cuyos
anos permanecían abiertos: mujeres doblemente perforadas por sus anos y sus
vaginas, cuerpos maricas a los que el poder no pudo castrar” (Preciado, 2009: 137).
Sin embargo, llegará el momento en que una comunidad de anos no castrados,
irrumpa, del único modo que puede hacerlo: como estampida, acontecimiento,
monstruosidad. Una estampida que haga retumbar, en los cuerpos, interrogantes que
desgarren esos anos nunca cicatrizados del todo.

Los cambios sociales que traen las sociedades de control permiten entender
los desplazamientos producidos en la frontera masculinidad-feminidad y dar cuenta
de algún modo de qué es eso que se llama crisis de masculinidad. Sin embargo, una
apuesta superadora, que ponga en entredicho la primacía de la razón binaria, nos
empuja a pensar más allá de esos desplazamientos, trae consigo un interrogante sobre
las posibilidades de volver incierta esa masculinidad: ¿es posible penetrar la
masculinidad? ¿Esos cambios en las fronteras de género permiten producir
masculinidades que escapen la estructura cultura-naturaleza? ¿si el cuerpo no es
destino, cómo se viene diciendo desde el feminismo crítico de la modernidad, porque
se sigue ligando masculinidad a ciertos tipos de corporalidades? ¿Puede
experimentarse masculinidades en cuerpos penetrables? ¿O es su condición de
existencia la impenetrabilidad? ¿Cómo ligar la incertidumbre con la masculinidad?
¿Que ocurre cuando se desmorona la certeza, ese lugar desde donde la mampostería
masculina normal fue producida?

En tanto la estructura binaria heterocentrada produce la fronteras entre lo


humano y lo no humano, lo que puede ser penetrado y lo que no, es interesante pensar la
experiencia del afuera, pero de una afuera radical, algo que no puede ser y, sin embargo,
se hace, constituye una experiencia en el mundo de “los humanos”, la experiencia de
cuerpos monstruosos, cuerpos que van mas allá del limite de “lo humano”. Tal vez sea
el momento de comenzar a nombrar a los cuerpos y subjetividad a partir de las
taxonomías que surgen de esas experiencias, de las creaciones y formas de generizarse
que están entre los sujetos, y que escapan al binomio, ya que hombre o mujer habla muy
poco de lo que sucede en los enlaces entres los cuerpos, las sexualidades y deseos que
habitan (y dan forma) a los sujetos.
“Los relatos del hiperproductivismo y la ilustración giran en torno a la
preproducción de la imagen sacra de lo idéntico, de la única copia verdadera, mediada
por las tecnologías luminosas de la heterosexualidad obligatoria y la auto procreación
masculina” (Haraway, 1999, p.125). Es fundamental abrir el interrogante sobre las
posibilidades de la experiencia de producción de masculinidades en cuerpos que la
normativa designa como no posibles (por carecer de un pene, por tener el ano abierto,
por penetrables), que vayan más allá de los desplazamientos en las fronteras de género y
que pongan en cuestión directamente la ficción del binomio varón-mujer, masculino-
femenino. “Las redes de actores multiculturales, étnicos, raciales, disidentes sexuales y
de géneros que hay que imaginar no pueden adoptar ni la mascara del yo ni la del otro
que ofrecen las narrativas occidentales modernas” (Haraway, 1999, 126). Hacer nacer
nuevos cuerpos, fantasear con la posibilidad de ellos. Y fantasía no como algo opuesto
a la realidad, sino como aquello que la realidad impide realizarse. Aquello que no sólo
cuestiona lo que es real y lo que “debe serlo”, sino que también da cuenta de cómo
pueden ser cuestionadas las normas.
La pregunta por las posibilidades de penetrar la masculinidad no es sólo una
interrogación por los modos en que se producen los cuerpos y subjetividades
masculinas; es una pregunta fundamentalmente política, una interrogación por las
condiciones de transformación de esa sociedad que las produce. En los últimos años,
por ejemplo, nuestro país ha tenido avances en torno a políticas y normativas de
inclusión y reconocimiento hacia la población LGTB y hacia colectivos que habían sido
considerados “otros” desde la comunidad impenetrable, blanca, masculina y
heterosexual. Si bien son muy importantes ese tipo de medidas para hacer la vidas de la
personas que forman parte de esos grupos mas vivibles y soportables, no puedo dejar de
preguntarme por las condiciones en las que se da esa inclusión.
¿De qué modo ingresan las vidas anales-trans-maricas-tortas a la cultura blanca
heterocentrada? ¿De qué modo se viven las diferencias culturales en el
multiculturalismo sexual liberal de occidente? ¿Cerrar el ano y privatizarlo es condición
necesaria para ser reconocido como comunitario? ¿No serían las políticas inclusivas y
multiculturales modos de engordar a esa comunidad cultural cerrada, más que ponerla
en cuestión? ¿Estamos penetrando la masculinidad? ¿Estamos penetrando
monstruosamente a la cultura? ¿O nos estamos volviendo impenetrables aquellos que no
lo éramos o rechazábamos serlo? ¿No será, como dice Néstor Perlongher (1997), que
las locas nos volvemos menos locas (menos mujeres, menos travestis, menos
penetrables) y la “homosexualidad” se termina vaciando desde adentro? Tal vez el
porvenir se trate de presentarse como peligro absoluto; e ingresar a la comunidad
aparentemente cerrada, con el ano, y con todo el cuerpo, abierto y lleno de preguntas.

Bibliografía
Abarca Paniagua, Horacio (2000) "Discontinuidades en el modelo hegemónico de
masculinidad". En Gogna, Mónica (Comp.). Feminidades y masculinidades: estudios
"Género y sexualidades en las tramas del saber. Revisiones y propuestas"
Elizalde, S.,Felitti, K, Queirolo, G. (coord.)
Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2009.
https://congresoartes.wordpress.com/invitados/242-2/

Diseño y nuevas tecnologías: Una mirada desde los estudios


de género al diseño, selección y categorización de tipografías
en las plataformas digitales

Griselda Flesler

Abstract

El objetivo del presente artículo es visibilizar las marcas de género existentes en el


diseño, selección y clasificación de familias tipográficas y cómo las herramientas de la
denominada Web 2.0, utilizadas por las fundidoras digitales, para su venta y
distribución son parte activa del proceso de producción y reproducción de estereotipos.
Articulados con el campo del diseño gráfico, los estudios de género resultan un
interesante dispositivo para reflexionar sobre la violencia simbólica, la construcción de
estereotipos y la reproducción de discursos hegemónicos. El diseño es parte activa de la
construcción de imaginarios sexo genéricos (Acevedo, 2015) y la perspectiva de género
permite vislumbrar nuevas discusiones en torno al diseño, así como también pensar los
límites y alcances de las nuevas tecnologías.

Introducción

El objetivo del presente artículo es visibilizarlas marcas de género existentes en el


diseño, selección y clasificación de familias tipográficas y cómo las herramientas de la
denominada Web 2.0,utilizadas por las fundidoras digitales, para su venta y distribución
son parte activa de la producción y reproducción de estereotipos.
Este análisis se inscribe en algunas observaciones sobre el campo del diseño, que
permiten reflexionar acerca de nuevos modos de leer y revisar los discursos dominantes
de la disciplina desde una perspectiva de género. Para ello, retomaré los aportes sobre
diseño y teoría feminista de Penny Sparke, Jerryl Buckley y Sheila Levrant de
Betterville y los aportes críticos específicos del campo de la tipografía trabajados por
Pedro Bessa, Rob Giampietro y Katie Salen.
Todo lo que ha sido diseñado está atravesado por categorías tales como la clase social,
la etnia, la sexualidad y el género. A continuación se intentará contextualizar la
producción, reproducción y consumo de familias tipográficas dentro los imaginarios
socio sexuales, entendidos como “complejos marcos de trasfondo en dónde se traman
las ideas que prevalecen y se naturalizan sobre cómo pensamos el espacio, la
corporalidad, la virilidad y la feminidad”. (Acevedo, 2015: 1).En estos marcos, las
nuevas tecnologías posibilitan que tanto los usuarios como los administradores de las
plataformas, reproduzcan significados dominantes(Hall, 1995) respecto a determinadas
morfologías tipográficas sus clasificaciones.
La narrativa del Movimiento Moderno a lo largo del siglo XX ha dado forma a la
percepción de la disciplina. Este discurso del diseño centrado en la producción, la
funcionalidad y la retórica de la neutralidad (Kinross, 1989) surge como única
posibilidad de pensar el buen diseño. (Attfield, 1989). La ideología de las esferas
separadas “(lo masculino como producción, como actividad pública en el lugar de
trabajo y en la política. Lo femenino como la reproducción, la actividad doméstica en la
esfera “privada”, esto es el hogar)” (Scott, 1992: 48), ha sido crucial en el modo en que
los productos, símbolos, servicios han sido diseñados. En el proceso de diseño todavía
rige la lógica binaria donde una de las variables definitorias del partido conceptual y
proyectual se define a partir de si lo diseñado va a tener características femeninas o
masculinas, o neutrales. Este esquema plantea polos antagónicos, donde generalmente
el signo de la masculinidad adquiere mayor valor en el juego de significaciones, en el
que el lenguaje de los productos para mujeres es subestimado (Buckley, 1986; Sparke,
1995). Asimismo, también se ha creado un estándar, un falso neutro (Bessa, 2008) en el
que lo neutral o unisex aparece con morfologías generalmente asociadas al universo de
lo masculino y así se configura como norma. Si bien en los últimos años han aparecido
nuevas líneas de diseño que han intentado desmontar el modelo que propone lo
masculino como parámetro único, aún queda mucho por hacer en términos de
desnaturalizar el modelo binario hetero normativo, en pos de desarrollar un diseño
tipográfico que incorpore otros modelos por fuera de la hetero tipografía, es decir, el
diseño tipográfico encarnado en la hetero normativa. (Flesler, 2014)
En la actualidad y debido a la proliferación de fuentes tipográficas, las fundidoras
digitales utilizan nuevas tecnologías que posibilitan desarrollar sofisticados sistemas de
búsqueda, selección y venta. En el marco de este trabajo resulta interesante destacar los
sistemas de filtros ytaggeos (etiquetados), que permiten a los usuarios participar de los
criterios de selección y clasificación, como fuertes reproductores de estereotipos de
clase, etnia, sexo y géneros.

Arbitrariedad y clasificación

“a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e)


sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se
agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de
camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen
moscas”. (Jorge L. Borges, 1952)
Cuando Robert Darnton (1987) compara el modo de ordenar y clasificar los contenidos
temáticos de la Enciclopedia de Diderot y Dalambert del siglo XVIII con la
enciclopedia china imaginada por Borges, explica que “Al enfrentarnos a un conjunto
inconcebible de categorías, Borges nos expone a la arbitrariedad de la manera como
clasificamos las cosas” (Darnton, 1987: 193) Clasificar, es ejercer el poder, es
reproducir el orden cultural dominante (Hall, 2004).
Desde la perspectiva de género, el sistema dominante de clasificación es el sistema
binario jerárquico, que construye polos antagónicos (Mujer/Varón) de diferente valor
(lo masculino por sobre lo femenino) y excluye e invisibiliza cualquier otra identidad
sexo/genérica por fuera de la norma hegemónica. El diseño, como parte de la trama de
la cultura (Arfuch, 1997) así como la categorización de familias tipográficas están
inscriptos en este sistema.
Algunos signos tipográficos y sus clasificaciones parecen haber adquirido una casi-
universalidad, en donde pareciera que algunos parámetros enunciados hace décadas
como “limpieza”, “universalidad” (Bayer, 1925), “objetividad” (Dexel, 1927),
“neutralidad” (Crouwel, Vignelli) “transparencia” (Warde, 1932), se han configurado
como valores naturales cuando son específicos de una cultura y su contingencia. Lo
interesante es reflexionar acerca de por qué estos valores aparecen generalmente
asociados a un modelo específico de masculinidad o de falsa neutralidad, al tiempo que
han sido profundamente naturalizados. Dice Hall “Cualquier sociedad o cultura tiende,
con diferentes grados de clausura, a imponer sus clasificaciones del mundo político,
social y cultural. Estas constituyen el orden cultural dominante aunque nunca sea
unívoco o incontestable.” (Hall, 1980: 90). El orden cultural dominante del campo del
diseño, ha constituido la base de muchos de los programas de enseñanza del diseño a
partir del modelo emblemático dela Bauhaus. Fue recién a partir de 1970, que
historiadoras feministas del diseño anglosajón comenzaron a pensar en plural la historia
del diseño. Pensar en historias, implicaba pensar en aquellos otros que el discurso
hegemónico dejó a un lado. Siguiendo estos parámetros, a partir de 1980, grupos de la
llamada gráfica deconstruccionista o posmodernista han cuestionado las bases del
Funcionalismo, cuyo proyecto universalista se comenzó a ver como un proyecto
etnocentrista, diseñado por sujetos culturales homogéneos. Sin embargo es llamativo
como a pesar de la crítica radical a las prácticas etnocentristas y a la re-evaluación que
numerosos profesionales e instituciones de enseñanza han hecho del MM, en la
actualidad a la hora de describir y clasificar tipografías todavía hay mucho por
desmontar.
Las nuevas tecnologías evidencian numerosos ejemplos de alfabetos clasificados o
etiquetados como temático-culturales que presentan marcas estereotipadas y discursos
altamente excluyentes en términos de género, clase, etnia, etc., en fundidoras digitales
como Fontspace, Font House, House Industries o la clásica Lynotype.

Estéreo tipografía: Bienvenido al mundo de las fundidoras tipográficas

Me interesa plantear algunas preguntas a modo de disparadores para desmontar algunas


naturalizaciones en torno a las familias tipográficas: ¿Quiénes las producen? ¿Quiénes
las nombran?; ¿Quiénes las clasifican? ¿Quiénes las distribuyen? ¿Cuáles son los
significados dominantes o preferentes que modelan la forma en qué las significamos?
Al momento de comercializar las tipografías las fundidoras digitales necesariamente
clasifican sus productos bajo categorías evidentemente arbitrarias. En algunos casos
resulta inevitable recordar la enciclopedia china de Borges y en otros es llamativo
observar el abuso de estereotipos.
Stereoty pography es el término que el diseñador Rob Giampietro utiliza para describir
toda una cultura de diseño en torno a las tipografías woodcut. Su análisis da cuenta de
cómo los estereotipos respecto a la cultura afroamericana se ven manifestados en el uso
de estas tipografías, percibidas como “informales”, “irregulares” “no-oficiales”
“toscas”, para productos dirigidos a este grupo o para productos que la tradición
colonialista asocia a este grupo (Giampetro, 2004). En esta misma línea, la fundidora
digital House Industries divide sus familias tipográficas en diferentes colecciones, una
de ellas es “latino!” (sí, con signo de admiración incluido) que comprende un conjunto
de familias denominadas Bongo, Rumbay Samba con conjuntos de ilustraciones de
palmeras, ojotas y habanos (Foto 1). El texto que describe la colección no hace más que
aportar a la simplificación y al reduccionismo de las posibles lecturas de lo latino.
Foto 1-Fuente: http://www.houseind.com/fonts/latino
De esta misma fundidora es la colección Bad Neighborhood: “nueve tipografías del lado
oscuro del barrio”, incluyendo Poor house, Conde mdhouse, y la tipografía Crack
house. Aquí es interesante ver como morfologías destruidas, desprolijas y posmodernas
se asocian con determinados barrios, prácticas e individuos. El estereotipo de
pobreza=delincuencia a la orden del día. Dice Salen, “la colección tipográfica Tikiy
Hardcore, acrecientan la visión de lo exótico al incluir llamativos conjuntos de cliparts
para sub culturas completas. Lamentablemente, es inevitable hallar un aire de familia
con la representación racista del pickaninny (negrito en sentido peyorativo) del siglo
XIX.” (2001: 142). Evidentemente para esta fundidora existen tipografías que
representan lo estándar o neutro (europeo o norteamericano) y por consiguiente legible
y funcional, en oposición a “la otredad” tipográfica de los afroamericanos y latinos y
sus morfologías “decorativas”.

En el caso de los estereotipos de género, es interesante analizar cómo algunos atributos


formales son sistemáticamente asociados a lo femenino/masculino (Foto 2). Y cómo los
atributos de lo masculino son aquellos valorados por los discursos dominantes del
campo del diseño, confirmando el juego de palabras del famoso artículo de Judy
Attfield La forma (femenina) sigue a la función (masculina).
Foto 2 – Fuente: Flesler, G. (2002) Tesis de Especialización (DICOM-FADU-UBA)
En muchas de las fundidoras que poseen la tecnología específica, encontramos
tipografías etiquetadas por los usuarios y seleccionadas bajo la categoría de
“femeninas”, en general caligráficas o script, curvas, handwritten; mientras que las
etiquetada como masculinas presentan rasgos geométricos, san serif, etc. (fotos 3 y 4).
Foto 3 – Fuente: http://www.fontspace.com/
Foto 4 – Fuente: http://www.fonthaus.com/
Un ejemplo interesante de cómo se reproduce y naturaliza -a través de las tipografías-
los estereotipos de género, es el del rediseño de la maqueta del diario español El Mundo,
en 2009. En un artículo en el que se brindan detalles sobre el cambio de la familia
tipográfica utilizada para su revistafemenina, declaran: “Una tipografía más femenina,
como no podía ser de otra manera, sin perder el rasgo periodístico, será la nueva apuesta
de ‘Yo Dona’, la revista femenina de EL MUNDO.” (El Mundo.es, 2009). En esta
declaración podemos observar como se puntualiza que si se tiende a lo
femenino necesariamente debe aclararse que no se pierden rasgos de profesionalidad y
rigurosidad en la información. Estas configuraciones se hacen evidentes en general en
los partidos gráficos de las denominadas “revistas femeninas” o “revistas para
hombres”. En estos productos la elección tipográfica aún muestra fuertes estereotipos de
género. (Flesler, 2015).
Masculino= Falso-neutro

En idiomas como el español el género gramatical tiene por forma no marcada el


masculino de los sustantivos y adjetivos, de forma que pasa a ser el género masculino el
inclusivo o incluyente frente al femenino marcado, que pasa a ser el género exclusivo o
excluyente. Luce Irigaray (1974), representante del denominado feminismo francés de
la diferencia, desde el campo de la lingüística plantea que lo neutro de la lengua
enmascara la operación de haber universalizado lo masculino como representante
absoluto del género humano, y fuerza la invisibilización de las mujeres. (Gutiérrez,
2015).Este efecto del lenguaje se ve traducido de manera evidente también en el diseño.
Como desarrolla el sociólogo Pedro Bessa en su investigación en el caso de los
pictogramas diseñados para la señalización de espacios públicos podemos observar la
lógica del falso-neutro de manera exhaustiva. El origen de estas figuras Bessa lo sitúa
en 1924, con el desarrollo del sistema ISOTYPE (International System of Typographic
Picture Education) desarrollado por el sociólogo Otto Neurath y el ilustrador Gerd
Arntzcon el objetivo de comunicar información a través de un sencillo medio no verbal
de carácter universal. En el año 2005, a partir de un sondeo de 49 sistemas de
señalización de diversos países, realizado por la Universidad de Aveiro, se concluyó
que el género femenino estaba sub representado y fuertemente estereotipado, además de
observarse gran cantidad de casos donde el género masculino representaba una suerte de
universalidad (Bessa, 2008: 135).
Existe todo un linaje de familias tipográficas asociadas al concepto de universalidad,
pureza y neutralidad, cuyo resultado además es la garantía de máxima legibilidad. Estas
tipografías responden morfológicamente al mapa de significaciones asociadas con lo
masculino (funcional, racional, frío, neutro, limpio, recto, serio) y representan un claro
ejemplo de falso-neutro. Es el caso de la familia Univers, diseñada por el suizo Adrian
Frutiger en 1957, que ya desde su nombre instala una especie de utopía universalista o
de la Helvética, diseñada en 1957 por Max Miedinger, otro afamado tipógrafo suizo
¨con la intención de crear un carácter tipográfico perfectamente neutral sin formas
abiertamente individuales ni idiosincrasias personales¨(Savan, 1976:309).
En la actualidad, a la luz de las nuevas configuraciones en torno a las identidades y “una
acentuación de los particularismos, es decir, una tendencia creciente a la diferenciación
que se manifiesta en la emergencia de nuevas identidades políticas, multiculturales,
étnicas, religiosas y sexuales, entre otras.” (Zambrini-Iadevito, 2009: 165) se vuelve
imperioso que en el campo del diseño tipográfico se configuren discursos que
incorporen las nuevas perspectivas y que se desarrollen sistemas de clasificación
acordes con las teorías contemporáneas.
Heterotipografía o de cómo pensar una simbología queer

¿Puede la tipografía desmontarse del esquema dominante que plantea la


complementariedad de los sexos y la normativa de la heterosexualidad?
Desde Butler (2001) y siguiendo a Gutiérrez (2015) podemos reflexionar acerca de las
construcciones discursivas del campo del diseño que instituyen una matriz social
heterosexual dado que la formulación abstracta heredada del Movimiento Moderno
presupone y construye un sujeto de acuerdo a la normativa hegemónica,
naturalizándolo. Ello produce la invisibilidad de nuevos formatos no nominados por el
discurso hegemónico del diseño, que no responden a la diferencia sexual varón y/o
mujer, por lo cual se produce una explícita nueva exclusión.
Es el caso de la familia tipográfica Asap Symbol, que si bien desarrolla un interesante
dispositivo en el que los usuarios pueden cambiar fácilmente la figura masculina por la
femenina (Foto 5) no escapa al esquema binario excluyente.
Otro ejemplo interesante, por haber sido seleccionado en la Bienal de tipografía Tipos
Latinos 2014, es el de la simbología desarrollada para el periódico chileno La
Discusión, una muestra perfecta de lo que denomino heterotipografía. (Foto 6).
Foto 5- Fuente: ¡Error! Referencia de hipervínculo no válida.
Foto 6 – Fuente: http://www.tiposlatinos.com/2014/publicaciones.php
En los últimos años, a partir del desarrollo de la teoría queer, se visibilizan sujetos que
quedaban por fuera de la norma hegemónica y por fuera de la construcción discursiva
del derecho, que consideran universalista y por lo tanto excluyente. (Gutiérrez, 2015). A
la luz de los nuevos modelos de familia que cuestionan a la familia heterosexual, cabe
preguntarse si se traducirán también en nuevos modelos de familias tipográficas.
Algunos ejemplos del campo del diseño de la información, abren el camino hacia un
horizonte de mayor diversidad e inclusión, como los intentos por desnaturalizar la
aparente universalidad de los emoticones, por ejemplo el diseño de
los lesbianemojis(foto 7) o los pictogramas diseñados para el Festival de Cine
LGBTIQ Asterisco(foto 8).
Foto 7 – Fuente: https://instagram.com/lesbianemojis/
Foto 8 – Foto Fuente; http://www.festivalasterisco.gob.ar/

Algunas consideraciones finales

Este trabajo intenta aportar a la renegociación de los sentidos preferentes que le


otorgamos al diseño tipográfico y las posibilidades que nos brindan las nuevas
tecnologías como usuarios activos. El acto de etiquetar y clasificar contenidos es una
herramienta con la que, cómo intenté demostrar, se puede abusar de los estereotipos. El
diseño y sus manifestaciones operan –siguiendo a Teresa de Lauretis – como
“tecnologías de género”, es decir, que “tienen el poder para controlar el campo del
significado social y, por ello, para producir, promover eimplantar representaciones del
género” (1991: 259).
Es por eso que resulta necesario brindar herramientas teóricas y metodológicas para la
reflexión sobre los procesos de producción, circulación y consumo del diseño. En tal
sentido se intentaron trazar nuevas miradas que contribuyan a la construcción local de
un pensamiento proyectual más inclusivo y tolerante de la multiplicidad de identidades
por fuera de los modelos hegemónicos.

Bibliografía
Diseño, cuerpos y
heteronormatividad*

Griselda Flesler
Celeste Moretti
Valeria Durán
VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO | 31

En este artículo nos proponemos dar cuenta de cómo a


partir del caso de las representaciones corporales –las pruebas
forenses en los juicios por travesticidio y transfemicidio–1, el
diseño puede tener un rol social que colabore en un acceso
a justicia más igualitario. Nos interesa interrogar los modos
de representación corporal del sistema judicial con el obje-
tivo de pensar alternativas posibles a un modelo excluyente
de la diversidad de la vida socioafectiva y sexual de las perso-
nas. Creemos que el diseño puede ser parte de un proceso de
readecuación de la mirada hacia otras figuraciones posibles.
Los aportes que desde el campo del diseño se han he-
cho a las representaciones de la figura humana provienen
mayoritariamente del área de la señalética y de los sistemas
de pictogramas. Si bien existen variaciones en su morfología,
estas responden generalmente a un esquema binario y hete-
ronormativo.2 Esta representación de las diferencias sexuales
transmite nociones hegemónicas sobre género y sexualidad.
Sin embargo, este discurso dominante nunca es absoluto.
Existen simultáneamente, representaciones corporales que
se apartan o subvierten de aquellas dominantes y son estas las
que nos interesa explorar desde una perspectiva de género.
El mundo está lleno de signos complejos y sutiles que
creemos nos brindan información. Sin embargo, «descifrar
*En este artículo se retoma la problemática analizada en «Representaciones cor-
porales en las pruebas forenses: un desafío del diseño», publicado en Diana Maffía,
Patricia Gómez, Aluminé Moreno y Celeste Moretti (comp), (2020). Intervenciones
feministas para la igualdad y la justicia. Buenos Aires: Editorial Jusbaires, pp. 98-113.
1. La figura de «travesticidio» fue reconocida por primera vez en la historia judi-
cial argentina en julio de 2018 cuando el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccio-
nal N° 4 condenó a Gabriel Marino, imputado por el asesinato de Amancay Diana
Sacayán, a pena de prisión perpetua por el delito de homicidio calificado por odio
a la identidad de género y por haber mediado violencia de género.
2. Se trata del esquema que clasifica a las personas según dos géneros correspon-
dientes al sexo masculino o femenino y considera a la heterosexualidad como ne-
cesaria y como único modelo válido para el funcionamiento de la sociedad.
32 | VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO

los signos del mundo –advierte Roland Barthes– quiere decir


siempre luchar contra cierta inocencia de los objetos».3 Es de-
cir, supone desnaturalizar los sentidos, cuestionar su carác-
ter dado o natural para poner en relieve que todo sentido es
producto de la cultura.
De forma análoga a la semantización de los objetos que
surge desde su producción y consumo, las representaciones
gráficas del cuerpo humano se tornan significantes desde su
diseño, apropiación y uso. La heteronormatividad atraviesa
la construcción de estos sentidos y es por eso que la intro-
ducción de la perspectiva de género en el diseño de siluetas
y diagramas corporales busca visibilizar los implícitos de un
orden hegemónico y aportar nuevos significantes por fuera
de la normativa de género.

Aportes del feminismo a las representaciones gráficas del


cuerpo humano
Durante la década de 1980, principalmente en el mundo
anglosajón, los estudios feministas permean en las escuelas
de diseño y comienzan a señalarse las fisuras del modelo del
diseño funcionalista. Autoras como Sheila Levrant de Bret-
teville, Cheryl Buckley y Judith Attfield retoman las críticas
al modelo androcéntrico de la Modernidad, que radica en la
operación de universalizar lo masculino como representante
absoluto del género humano, y cuestionan la posibilidad de
un diseño neutral y universal.
En lo que respecta a las representaciones corporales,
un caso emblemático del modelo funcionalista es el sistema
ISOTYPE (International System of Typographic Picture Edu-
cation) desarrollado por el sociólogo Otto Neurath y el ilus-

3. Barthes, R. (1992). «La semántica del objeto». En La aventura semiológica. Barce-


lona: Paidós, p. 224.
VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO | 33

trador Gerd Arntz en 1924. Su objetivo fue comunicar infor-


mación a través de un sencillo medio no verbal que presumía
ser de carácter universal. Este modo de representación de la
figura humana fue un modelo que se reprodujo en Occiden-
te de manera generalizada y es el que encontramos habitual-
mente en la señalética en el espacio público (semáforos, car-
teles de dirección de tránsito, señalización en el transporte),
como también es prevalente en el diseño de infografías. En
este modelo aparece la representación del género masculino
como modelo representativo de «la humanidad». En los casos
en los que se diseña una figura femenina, aparece una «mar-
ca» que generalmente se traduce en la adición de una falda a
la figura modelo.
En el año 2008, el sociólogo Pedro Bessa publicó un es-
tudio en el que sondeó más de cuarenta sistemas de señali-
zación de diversos países y concluyó que el género femenino
estaba no solo subrepresentado sino también fuertemente
estereotipado.4 Además, señaló una gran cantidad de casos
en los cuales lo masculino representaba la universalidad, es
decir, una falsa neutralidad. Esto es, lo neutro de los símbolos
diseñados para la señalización de espacios públicos enmas-
cara la universalización de lo masculino como representante
absoluto del género humano e invisibiliza la representación
de lo femenino. Según el autor, la figura femenina aparece
exclusivamente cuando lo que se quiere indicar responde a
tareas de cuidado (ceder el asiento a personas que llevan be-
bés, cruce de calles con escuelas cercanas, indicador de cam-
biador de pañales en baños públicos, etc.).
A partir de la década de 1990, los aportes del feminis-
mo posestructuralista postulan que si bien el concepto de fal-

4. Bessa, P. (2008). «Skittish skirts and scanty Silhouettes: The tribulations of Gen-
der in Modern Signage». En Visible Language, Vol. 42, No. 2, pp. 119-141.
34 | VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO

sa neutralidad fue fundamental para señalar la desigualdad e


invisibilización estructural respecto a varones y mujeres, se
trataba de un enfoque que seguía enmarcado en el binarismo
varón/mujer.

Deconstrucción del binarismo de género en el diseño


En el contexto del diseño actual, imbuido de un cre-
ciente interés en la perspectiva de género, creemos necesario
adoptar enfoques que sumen a la complejidad de las diversas
existencias y su impacto en las configuraciones y categorías
con las que proyectamos.
Eve Kosofsky Sedgwick (1990) critica el enfoque de al-
gunos feminismos focalizados en «las mujeres» ya que sos-
tiene que han contribuido a esencializar el modelo binario
varón/mujer y han fortalecido la exclusión de las experiencias
y existencias que están por fuera de este esquema.5 En otras
palabras, explica que los binarismos varón/mujer, masculino/
femenino y homosexual/heterosexual aparecen como oposi-
ciones insuficientes para caracterizar la producción contem-
poránea de identidades. Este enfoque permite la introducción
política de sujetos como las personas transgénero o travestis
que quedaban por fuera del discurso de algunos feminismos
focalizados en el sujeto «mujer» o «mujeres».
En el campo del diseño, esta perspectiva es abordada
recientemente por trabajos como el de Ece Canli que conside-
ra que «el diseño, como parte del sistema de representación
sexual y de performatividad de género todavía necesita ser
purgado de binarios heteronormativos y praxis dominantes
hechas por varones, que refuerzan la segregación de género

5. Kosofsky Sedgwick, E. ([1990]1998). Epistemología del armario. Barcelona: Edi-


ciones de la Tempestad.
VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO | 35

y la exclusión de seres queer».6 La autora señala que si bien


el aporte de enfoques como por ejemplo el de la Historia de
las mujeres fue fundamental en la crítica a las jerarquías de
los binarismos instalados por el Movimiento Moderno (dise-
ño sobre artesanía, masculino sobre femenino, público sobre
privado, función sobre forma) no denunciaron, sin embargo,
el binomio como tal. Es decir, todo lo que está por fuera de
esa tensión binaria parecería no existir y se establecen mar-
caciones de alteridad y jerarquías en aquellos diseños que es-
capan a esa norma. En este sentido, los diseños de las repre-
sentaciones corporales que no responden al sistema binario
y heteronormativo constituye un ejemplo de esta «amenaza».
Tal es el caso de la iconografía para baños: cuando se trata de
baños multigénero o sin distinción de género, son pocas las
representaciones de figuras humanas graficadas. La estrate-
gia utilizada es, en cambio, evitar representar cuerpos fuera
de la heteronorma y suelen aparecer propuestas donde, por
ejemplo, lo que se grafican son los sanitarios.7
Representaciones corporales en las pericias forenses
En la sociedad occidental contemporánea, las repre-
sentaciones corporales biomédicas predominan en los estu-
dios científicos. Pamela Geller (2009) encuentra que los li-
bros de medicina están cargados de cuerpos segmentados y

6. Canli, E. (2014). «Queering Design: A Theoretical View on Design vs. Gender


Performativity». En The Proceedings of UD14 Conference. 1º Encontro Ibérico de Dou-
toramentos em Design. Porto: Faculdade de Belas Artes da Universidade do Porto,
p.185. [Traducción propia].
7. Un caso excepcional es la señalética realizada por Ismael Menegolla del baño sin
distinción de género gestionado por la Unidad de Género en FADU-UBA. Flesler,
G. (2020). «Perspectiva de género en la gestión universitaria: un baño sin distin-
ción de género». En María Ledesma y María Laura Nieto (comp.). Diseño social.
Ensayos sobre Diseño social en la Argentina (2000-2018). Buenos Aires: Prometeo, pp.
137-139.
36 | VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO

estériles. La autora retoma a Laqueur, Geller y Martin y afir-


ma que un examen más detenido de las representaciones
biomédicas revela varios mensajes adicionales sobre sexo y
género. En primer lugar, desde Aristóteles y Galeno en ade-
lante, el cuerpo masculino ha sido el cuerpo estándar. En
segundo lugar, el sexo se considera dicotómico, inmutable
e intercambiable con el género. En tercer lugar, el discur-
so y la práctica de la ciencia médica moderna fragmentan
inevitablemente el cuerpo femenino priorizando sus partes
reproductivas, lo que implica que el cuerpo femenino ideal y
normal es reproductivo.
Como mencionamos anteriormente, nuestro interés se
enfoca en las representaciones corporales que se utilizan en
las pruebas forenses en los juicios por travesticidio y transfe-
micidio en la Argentina. En el caso del juicio por el asesinato
de Amancay Diana Sacayán,8 los diagramas utilizados por los
peritos forenses –uno de mujer y uno de varón– ponen en evi-
dencia la ausencia de representaciones que eludan el sistema
binario y que puedan, por tanto, contener multiplicidades
y diferencias. Tal como relatan Diana Maffía y Alba Rueda:
«durante las audiencias del juicio un perito localizó las heri-
das que presentaba el cuerpo de Diana en dos diagramas: uno
con el cuerpo de mujer y otro con uno de varón. Ninguno co-
rrespondía con el cuerpo real de la víctima».9 Es decir, si bien
fue nombrada en femenino, no fue representada con las ca-

8. Amancay Diana Sacayán fue una activista travesti por los derechos humanos,
promotora de la Ley de Cupo Laboral Trans en la provincia de Buenos Aires, coor-
dinadora del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación y trabajadora del
área de diversidad del Institituto Nacional Contra la Discriminación la Xenofobia
y el Racismo INADI. Fue asesinada en octubre del 2015.
9. Maffía, D. y Rueda, A. (2019). «El concepto de travesticidio/transfemicidio y su
inscripción en el pedido de justicia por Diana Sacayán», en: Diana Maffía, Patricia
Laura Gómez y Aluminé Moreno (comps.) Miradas feministas sobre los derechos. Bue-
nos Aires: Editorial Jusbaires, p. 181.
VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO | 37

racterísticas propias de su cuerpo sobre las que se inscribían


las particularidades del crimen que era necesario demostrar.
Maffía y Rueda continúan:
… Pero no se trataba del cuerpo de una mujer, sino de una
travesti: alguien que tiene a la vez pene y mamas. Y entre
otras cosas debía determinarse si el odio y el ensañamien-
to con su cuerpo tenían que ver con su identidad (heridas
en sus pechos, en sus nalgas, en su abdomen). Esto muestra
el binarismo que subyace en los análisis forenses y que difi-
cultan nuestra comprensión de las violencias extremas que
afectan a travestis y mujeres trans.10
Tanto los diagramas como las siluetas son signos pro-
ducidos por personas y dirigidos a personas y, por eso, «sig-
nifican» excediendo la información que pretenden transmi-
tir. Entonces, más allá de las circunstancias que pudieron
contribuir a ilustrar respecto de su asesinato, ¿cómo leemos
las figuras utilizadas para representar a Diana Sacayán? Y,
desde el diseño, ¿cómo leemos que fuera representada por
dos diagramas para ser, de todos modos, representada de
un modo inacabado?

Reflexiones finales
Los cuerpos significan, hablan y son leídos. Volviendo
a Barthes, leemos continuamente modos de caminar, vesti-
mentas, gestos y posturas corporales. Pero también pueden
ser leídos los cuerpos sin vida. Ahora bien, qué pasa cuando
esos cuerpos que sufrieron una muerte violenta no son re-
presentados en la investigación forense del modo apropia-
do, es decir, de un modo que pueda dar cuenta de quién era
la víctima.

10. Ibídem, pp. 181-182.


38 | VISIONES SOBRE EL ROL SOCIAL DEL DISEÑO

Hemos visto que el diseño está atravesado muchas ve-


ces por una perspectiva heteronormativa pero ahora bien, nos
preguntamos qué pasaría si el diseño pudiese contribuir en la
búsqueda y construcción de representaciones corporales que
no dejaran a ninguna persona afuera.11
Creemos que hay una discusión pendiente sobre los
modos de representación de los cuerpos en los procesos ju-
diciales y que el diseño puede contribuir a generar una pro-
puesta de representación inclusiva y sensible al registro de
violencias de un modo que resulte útil para el acceso a justi-
cia, tanto en el caso de la investigación como también en las
demandas por parte de los movimientos sociales.
Nos preguntamos entonces, ¿cuáles son los aportes –o
más bien, las limitaciones– que puede hacer a la investigación
una representación corporal que no sea acorde a la autoper-
cepción genérica y que, muy seguramente en los casos de tra-
vesticidios y transfemicidios, constituya uno de los factores
centrales en su asesinato? ¿Cuáles son los indicios que toma la
justicia para dar cuenta de la identidad de género de una víc-
tima? O dicho de otro modo, ¿cómo dar cuenta de una identi-
dad cuando la víctima ya no puede hacerlo?

11. En este sentido, destacamos como aporte los esquemas anatómicos asexuados
incluidos en el «Protocolo de Minnesota sobre la Investigación de Muertes Poten-
cialmente Ilícitas», que incluye la siguiente especificación: «Las personas transe-
xuales que se han sometido a una cirugía genital y las personas intersexuales que
presentan ciertas variaciones de los caracteres sexuales, a menudo tendrán unos
órganos genitales difíciles de clasificar como masculinos o femeninos. La medici-
na forense debe representar con precisión los cuerpos de las personas transexua-
les e intersexuales que no correspondan a los clásicos diagramas masculino y fe-
menino». ONU (2016). «Protocolo de Minnesota sobre la Investigación de Muertes
Potencialmente Ilícitas». Nueva York y Ginebra, p. 61.
79

Capítulo 3
“Libidinizar los espacios”.
La construcción de intimidades privadas y
públicas en los baños y las fiestas
Para el conocimiento de la intimidad es más
urgente que la determinación de las fechas la
localización de nuestra intimidad en los espacios
(Gastón Bachelard,
La casa: del sótano a la guardilla, 1957).

E
ste capí�tulo se centra en la descripción de la dimensión es-
pacial de las regulaciones sexo genéricas en la universidad.
Con ese propósito, se detiene especí�ficamente en los usos
y apropiaciones que los y las estudiantes realizan de los
baños y en las fiestas, espacios que movilizan procesos normativos
especí�ficos de las expresiones e identidades de género y sexualidad.
¿Por qué atender a la dimensión espacial? ¿Por qué esos espacios?
¿Qué relaciones mantienen con el conjunto de la espacialidad de
las facultades?
Las mesas de las agrupaciones polí�ticas en los pasillos, los
letreros y afiches en las paredes de las aulas, los restos de ciga-
rrillos de marihuana o de botellas de cerveza vací�as luego de una
fiesta un fin de semana son algunas de las primeras imágenes que
en el inicio de la vida universitaria se imprimen en los relatos
de estudiantes respecto de ese nuevo espacio. En la tradición de
universidad pública argentina, una de las particularidades de la
espacialidad universitaria reside en, como señala Carli, ser objeto
de diferentes procesos de apropiación subjetiva por parte de los y
las estudiantes, que lo configuran “como un lugar valorado y en un
escenario de experiencias y de tácticas singulares” (2008a: 108).
Esto es así� ya que sobre la espacialidad de las facultades se des-
pliegan prácticas y se realizan usos que se encuentran en tensión
(de diferente grado, desde la negociación al conflicto abierto) con
los modos de uso prescriptos institucionalmente. La “toma” de los
edificios, como medida de protesta adoptada por el movimiento
80 Rafael Blanco

estudiantil desde la Reforma de 1918, constituye un exponente más


o menos extraordinario de este tipo de procesos, que en ocasiones
interrumpe el uso prefigurado para estos espacios (la concurrencia
a clases) e instala otros usos y relaciones (entre autoridades, do-
centes y estudiantes y con actores externos a la institución). Pero
en escalas menores y cotidianas, las apropiaciones constituyen una
operatoria habitual en la vida universitaria: el espacio universitario
se presenta como un lugar practicado y significado “más allá” de lo
instituido –retomando la distinción que de Certeau (1996) realiza
entre el espacio y el lugar–, discontinuo respecto de otros en los
que la vida diaria se desarrolla como el del trabajo o la casa.
El foco del análisis aquí� está puesto en las lógicas dominantes
del uso del espacio de los baños y en las fiestas en tanto escenarios
sexuales de acontecimientos (o escenas) donde se producen regula-
ciones particulares en las formas de vivir y expresar el género y la
sexualidad en las instituciones universitarias. Se describen, enton-
ces, distintos usos que se producen en las facultades de Psicologí�a
y Ciencias Exactas y Naturales, y se diferencia entre los procesos
individuales y colectivos de usos del espacio. Se distingue, como
modalidad general, el ví�nculo de propiedad (o espacio propio) y
el de apropiación (espacio apropiado) que diferencia a la FCEyN
de Psicologí�a. En un segundo momento, se analizan las prácticas
y discursos presentes en los baños de ambas facultades en tanto
lugares de sociabilidad afectiva y sexual (principalmente, no he-
terosexual) y su relación de continuidad y discontinuidad con “el
afuera”. Luego, se hace foco en el espacio de las fiestas de estudiantes
como acontecimientos en que se producen y por los que circulan
guiones (o instrucciones) heteronormativos, pero en los que anida
también la posibilidad de su desestabilización. Por último, se vuelve
a problematizar, retomando la reflexión iniciada en el Capí�tulo 1,
el carácter de espacio público de la universidad (pública), carácter
que es revisado a partir de una lectura de los supuestos que regulan
géneros y sexualidades en estas instituciones.

1. La dimensión espacial de las regulaciones sexo genéricas

La indagación de la dimensión espacial de las regulaciones


sexo genéricas estuvo motivada por una serie de acontecimien-
tos contemporáneos. En los últimos años, y especialmente en la
Ciudad de Buenos Aires, entre la sanción de la Ley de Unión Civil
en 2002 y la sanción de la Ley de Identidad de Género en 2012,
se han ido sucediendo procesos de visibilización y movilización
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 81

de prácticas y discursos relativos al género y la sexualidad que


marcan una progresiva intervención y la modificación del espacio
público (Moreno, 2008). Los debates en torno a la modificación de
los marcos legales forjaron “una redefinición de los márgenes de
publicidad de (algunas) sexualidades no heterosexuales, alterando
(no sabemos todaví�a si provisoria o definitivamente) sus márgenes
de visibilidad” (Hiller, 2010: 86). Si la ciudad habí�a devenido un
escenario de estos procesos, ¿estos tení�an algún correlato en el
espacio de las facultades?
Como advierte David Harvey, aquello que puede ser significativo
en una escala no tiene por qué registrarse automáticamente en otra
(2000: 95). Por ello, atender a las continuidades y discontinuidades
de este tipo de procesos en la escala de la universidad permite des-
cribir las dimensiones normativas especí�ficas de esta institución en
torno a las regulaciones de las expresiones e identidades de género
y sexualidad en función de los repertorios culturales disponibles.
En otras palabras, no se buscó comprender si en la universidad se
replican las jerarquí�as socio sexuales que operan más allá de sus
lí�mites fí�sicos, ni de contraponer a esta mirada homogeneizante
(postular que no ocurre nada distinto respecto de otros espacios)
otra mirada opuesta (afirmar que la universidad es una isla: lo que
ahí� ocurre es singular), sino que se intentó ubicar la especificidad
y las imbricaciones de estos procesos. Para lograrlo, el análisis de
la espacialidad se realiza atendiendo a una escala especí�fica: la
escala del habitar, el espacio concreto en el que tienen lugar las
experiencias cotidianas de las y los estudiantes.
De los tres niveles de análisis que propone Henri Lefebvre (el
global, el mixto y el del habitar) se trabaja aquí� el último. El primero
(de carácter abstracto) es el del ejercicio del poder, el del Estado,
“que se proyecta en una parte del terreno construido: edificios,
monumentos, proyectos urbaní�sticos de gran envergadura, nuevas
ciudades”, entre los que el autor incluye al espacio institucional
(Lefebvre, 1972: 86). El segundo, refiere al nivel específicamente
urbano: el de la ciudad como se la entiende habitualmente. Por
último, el lugar del habitar es aquel de la familia, el grupo de veci-
nos, y –en general– las relaciones “primarias”, lugar también, para
el autor, del deseo y la sexualidad.
Atendiendo a cómo el espacio universitario es vivido por los y
las estudiantes, se abordan las fiestas y los baños en tanto procesos
de apropiación colectivos y personales, respectivamente, que per-
miten identificar la normatividad sexo genérica en acontecimientos
mí�nimos, como las demostraciones de afecto o las expectativas de
82 Rafael Blanco

“conocer”, “estar” o “salir” con alguien (entre múltiples formas de


vincularse afectiva y sexualmente), y que constituyen dimensiones
de la vida cotidiana reguladas en el espacio universitario en las
que este y el siguiente capí�t ulo se detienen. La escala del habitar,
sin embargo, guarda siempre relación con otras dimensiones
constitutivas de la experiencia en el espacio, por lo que también
se inscriben las regulaciones especí�f icas en el marco más amplio
de las particularidades de cada institución que habilitan los tipos de
experiencias descriptos.

Espacio propio, espacio apropiado

Las facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de Psicologí�a


ostentan caracterí�sticas espaciales diferentes, que tienen su correlato
en los modos de vivir el espacio en cada una de ellas. La generaliza-
ción realizada en el capí�tulo anterior entre itinerarios autogestivos
e institucionalizados para distinguir, como modalidades tí�picas, los
recorridos de formación en las facultades de Psicologí�a y de Exactas
y Naturales, respectivamente (en función de sus caracterí�sticas ma-
teriales, derroteros históricos y culturas institucionales especí�ficas),
permite describir también la relación de la comunidad estudiantil
con el espacio de cada una de estas instituciones.
En la experiencia de los y las estudiantes, las sedes de la carrera
de Psico presentan diferencias significativas. Psicologí�a desarrolla
sus actividades académicas en cuatro edificios: los dos principales
en los barrios de Balvanera (“Once” en su denominación corrien-
te) y San Cristóbal, separados por ocho cuadras, y otros dos en el
Á� rea Metropolitana de Buenos Aires: Avellaneda (Zona Sur) y San
Isidro (Zona Norte), en los que se cursan las carreras de Musico-
terapia y Terapia Ocupacional, respectivamente. Quienes estudian
la Licenciatura en Psicologí�a, reparten la mayor cantidad de horas
de cursada en los edificios céntricos: “Yrigoyen” (Balvanera) e “In-
dependencia” (San Cristóbal), nombrados así� por las calles sobre
las que se encuentran. Ambas zonas, especialmente Yrigoyen por
su cercaní�a a la estación terminal de trenes de la Lí�nea Sarmiento,
constituyen barrios de alta densidad de tránsito y comercio. Ho-
teles de pasajeros, albergues transitorios, lugar de ejercicio de la
prostitución, zona altamente cosmopolita, son algunos de los rasgos
del entorno de Psicologí�a.62

62. En los meses de febrero y abril de 2011 se sucedieron una serie de denuncias
y manifestaciones por parte de las agrupaciones estudiantiles acerca de la
inseguridad en el barrio, especialmente en torno a supuestos intentos de
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 83

En Yrigoyen, un viejo edificio art decó, además de las aulas, se


encuentra la sede administrativa y de gobierno de la Facultad: “es-
tán los jefes acá”, describe una estudiante entrevistada en el bar de
enfrente a esta sede. Independencia, otro antiguo edificio en el que
funcionó Filosofí�a y Letras entre los años sesenta y la creación de la
Facultad de Psicologí�a en 1985, se encuentra en proceso de refacción
debido a su marcado deterioro y ha sido declarado Patrimonio His-
tórico de la Ciudad de Buenos Aires en 2009. Esta sede articula su
movimiento en torno a un gran hall central ubicado en la Planta Baja,
en el que se emplazan bares, librerí�as y fotocopiadoras gestionadas
por el Centro de Estudiantes y atendidos por estudiantes con beca
de trabajo. El hall concentra también las mesas de las agrupaciones
y es el lugar en el que más intensamente la militancia estudiantil
“volantea” a quienes por ahí� pasan. Este espacio es también en el
que se desarrollan, en su mayorí�a, las fiestas los dí�as sábados y el
lugar de encuentro entre pares (“en unas mesitas muy dispersas”,
en la descripción de una estudiante).
En múltiples relatos, Independencia se delinea como el edificio
preferido, especialmente por la impronta estudiantil que posee:
“Yrigoyen es más de colegio secundario” o “acá [por Independen-
cia] es más gobernada por estudiantes”. La particularidad de la
dispersión de la carrera de Psicologí�a en más de una sede, sumado
a las condiciones materiales y arquitectónicas de cada una, reside
en que la posibilidad de permanecer en la Facultad más allá de los
momentos de cursada es escasa, a excepción de quienes desarrollan
actividades de militancia. Los momentos de estudio, lectura, ocio o
reunión transcurren en los cafés y bares de los alrededores (“Cómo
te extraño, Clara”, “Tótem y Tabú”, “Freud”) o, incluso, en las casas
de estudiantes o lugares cercanos a sus ámbitos de trabajo.
En FCEyN, por el contrario, la Facultad se emplaza en su totalidad
en un campus retirado del centro de la ciudad, ubicado en el barrio
de Nuñez (lí�mite norte de la ciudad), y ocupa dos grandes pabello-
nes de estilo modernista en la Ciudad Universitaria. Estos edificios,
especialmente proyectados para albergar la Facultad, iniciaron su
construcción en 1958 como parte del proceso de modernización
de la universidad en el perí�odo conocido como “la edad de oro” del

secuestros de estudiantes con la finalidad de ser prostituidas en redes de trata.


El 31 de mayo de 2011, estudiantes de Psicología junto a otras facultades
y Organizaciones no gubernamentales (ONG) se movilizaron alrededor de
las 17.00 horas hacia la comisaría Nº 8 de la Policía Federal en reclamo por
los intentos de secuestro.
84 Rafael Blanco

rectorado de Romero y Frondizi63 (referido en el capí�tulo anterior


como el inicio de “programa institucional moderno de la UBA”) (cfr.
Carli, 2008b). Frente al Rí�o de la Plata, aislada por este lí�mite y el
de la autopista Lugones, a pocos metros del Aeroparque Metro-
politano Jorge Newery y lindante con un extenso paseo rivereño
(denominado “Parque de la Memoria a las ví�ctimas del Terrorismo
de Estado”), las caracterí�sticas edilicias y el entramado urbano en
el que esta facultad se erige se encuentran en las antí�podas de las
de los edificios porteños de Psicologí�a.
Los y las estudiantes permanecen allí� un promedio de siete horas
diarias. Esto se debe no solo al tiempo de cursada que demanda
cada materia, sino también a la existencia de espacios comunes
de encuentro y permanencia: la biblioteca con su sala parlante y
su sala silenciosa, el comedor central ubicado frente al rí�o, que
también constituye el paisaje del patio central y los balcones con
mesas y sillas. El Aula Magna del Pabellón II, un gran salón equipado
y con capacidad para 740 personas, y donde se realizó el ciclo de
cine sobre diversidad sexual mencionado en el capí�tulo anterior,
es a menudo utilizada por agrupaciones de militancia estudiantil
o por grupos de estudiantes (por ejemplo, reunidos en torno a las
disciplinas: “Estudiantes de Fí�sica”, “Estudiantes de Biologí�a”, etc.)
para realizar distintas actividades: debates polí�ticos, cientí�ficos,
culturales, ciclos de cine, conciertos o recitales, entre otros.
En Psicologí�a el uso del espacio se realiza mediante apropiaciones
realizadas mayoritariamente por las agrupaciones estudiantiles:

63. Ese ciclo se inició tras el golpe de Estado al gobierno de Juan Perón con
el rectorado de “normalización” de José Luis Romero y finalizó con el
rectorado de Hilario Fernández Long en 1966. Entre ambos, tuvo lugar la
gestión de Risieri Frondizi (1958-1962) y es durante esa etapa que comienza
a construirse la Ciudad Universitaria, como parte de un paquete de acciones
tendientes a modernizar la UBA y en el que se redacta y aprueba el Estatuto
vigente y, como señala Sandra Carli, se conforma un programa institucional
que continúa rigiendo en la UBA (cfr. 2008b). En lo que a la creación de la
ciudad refiere, la construcción fue desarrollada en varias etapas; del proceso
iniciado en 1958 a partir de un proyecto dirigido por un equipo de la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo (FAU, ahora FADU) de la UBA es producto
el Pabellón I y el Pabellón Industrias. Sin embargo, en 1959 empiezan a
detectarse problemas de diseño y funcionalidad (García, 2004: 50). Recién
en 1961 se concreta un nuevo proyecto dirigido por Eduardo Catalano y
Horacio Caminos; la Ciudad es terminada en 1970. En septiembre de 2013
se anunció la creación de un nuevo pabellón para la FCEyN denominado
“Cero + infinito”, para celebrar el cincuentenario del nacimiento de la carrera
de Computador Científico.
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 85

la instalación de locales del Centro de Estudiantes, como bares y


centros de fotocopiado y venta de apuntes o las mesas en el espacio
común. La apropiación –tomando la caracterización de Rockwell
(2005)– refiere siempre a un proceso conflictivo64 (en este caso, la
potestad de disponer del espacio), relacional (estudiantes/auto-
ridades), múltiple (el espacio es apropiado para distintos fines: la
instalación de mesas o carteleras de las agrupaciones, de espacios
de estudio o reunión por parte de otros estudiantes, de vendedores
que sitúan sus puestos en el espacio de la Facultad, entre otros) y
transformativo (hacer “otra cosa” respecto de los usos prefigurados).
En la FCEyN, en cambio, el uso del espacio involucra otros colec-
tivos no necesariamente ligados a la polí�tica estudiantil. Al mismo
tiempo, existe una fuerte polí�tica institucional de preservación de
los espacios comunes centrada en el mantenimiento del comedor,
el equipamiento de la biblioteca o del Aula Magna. Exceptuando
algunos acontecimientos extraordinarios,65 en esta Facultad el es-
pacio se encuentra fuertemente regulado a partir de mecanismos
institucionales (como comenta un entrevistado de una agrupación
no alineada con la gestión de la Facultad), “no hay mayores incon-
venientes” para realizar actividades en los espacios, previo cum-
plimiento de un trámite formal. Estos mecanismos (que contempla
el llenado de formularios que se encuentran on line, la existencia
desde comienzos de los años noventa de una secretarí�a encargada

64. Se retoman, en bastardilla, las cuatro características que Rockwell (2005)


menciona como sentidos presentes en el concepto de apropiación que la
autora toma a su vez de Roger Chartier.
65. Durante una entrevista, un estudiante narra una situación excepcional
que pone en evidencia, a su vez, el funcionamiento de los mecanismos
institucionales en torno a los usos del espacio: “Para una manifestación,
nosotros colgamos una bandera gigante de tela que tenía 70 metros por 20.
La colgamos adelante del pabellón. Decía ‘En Exactas no acreditamos’ [en
relación con el proceso de acreditaciones en las carreras de grado por parte
de la CONEAU]. Esto no fue un invento nuestro. Nosotros sabíamos que en
el año 95, cuando la Ley de Educación Superior, la Facultad en su conjunto
estaba en contra de la ley, y había colgado una bandera más grande que la
nuestra que decía ‘En contra de la ley.’ Entonces dijimos ‘vamos a colgarla’.
La bandera duró 17 minutos colgada. Porque cuando la colgamos el decano
dio la orden de activar las alarmas y evacuar el edificio. Nosotros evacuamos
el edificio junto con todo el CBC, y los no docentes, antes de desactivar
las alarmas, cortaron las sogas. Esto no lo digo yo sino que lo dice un mail
público del decano. Que dice que tuvo que evacuar el edificio porque había
perdido el control de los tanques de agua”.
86 Rafael Blanco

de la “gestión integral del hábitat de la Facultad”)66 son reconocidos


y valorados por la comunidad estudiantil para quien la institución
no es lo otro sino lo propio. La pertenencia se manifiesta a la hora
de valorar la experiencia allí�: “Lo que pasa es que me encanta esta
Facu, le tengo mucho cariño”, “lo que yo rescato más de la carrera no
es el contenido, o sea lo que es estudiar, la formación, lo académico,
sino el ambiente”, en las voces de estudiantes.
Sintetizando, el espacio universitario es un espacio que configura
su trama tanto a partir de las prescripciones institucionales, como
así� también de los usos que los actores involucrados realizan más
allá de estas. Debido a las culturas institucionales de cada Facultad
y a los usos que realizan los y las estudiantes, es posible distinguir
dos tipos de usos colectivos del espacio (espacio propio/espacio
apropiado). No obstante, se puede realizar una nueva diferencia-
ción entre las formas personales y colectivas de uso y apropiación
del espacio.

Apropiaciones, usos colectivos y “personales”

Para analizar los distintos tipos de usos del espacio, la indagación


se sitúa como emergente del trabajo de entrevistas y observación
en dos escenarios especí�ficos: los baños y las fiestas. Estos escena-
rios presentan rasgos extraordinarios que permiten, sin embargo,
problematizar las regulaciones sexo genéricas en el espacio todo
de cada Facultad. La diferencia espacio propio/espacio apropiado
refiere a un tipo de relación con la espacialidad de cada institución
a partir de los usos colectivos. Sin embargo, otra modalidad de esta
clase de procesos puede ser leí�da en una dimensión personal: los
mensajes en los baños.
En contraste con los grandes letreros que toman los pasillos,
techos y a menudo pizarrones de las facultades; con las fiestas que
reconfiguran el espacio universitario en un espacio de otro signo
(del escenario eminentemente intelectual de la transmisión a la
corporalidad del baile); con las actividades académicas o cientí�ficas
organizadas por diferentes grupos; en definitiva, en contraste con
estos procesos colectivos de apropiación, existen otros replegados
en su espacialidad a “pequeñas inscripciones”. En los baños, las

66. La información de misión, objetivos, como así también los informes técnicos y
las actas de las reuniones de la comisión se encuentra disponible en el sitio web
de la Facultad: <http://exactas.uba.ar/institucional/display.php?estructura=
1&desarrollo=0&id_caja=5&nivel_caja=2> [Última consulta: marzo de
2014].
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 87

escrituras ligadas al deseo, al erotismo y a la afectividad, en las que


se intercambian mails, teléfonos, descripciones fí�sicas o citas con el
objeto de concretar encuentros sexuales en la Facultad entre perso-
nas del mismo sexo, constituyen huellas de esas otras experiencias
de uso del espacio no colectivo, pero al mismo tiempo –como ha
señalado Scott (2001)– configuran una experiencia nunca “del todo”
personal. En este sentido, el espacio no es un mero continente, “no
se limita al locus externo de la experiencia” sino que “carga con los
sentidos y significados de las experiencias” (Lindón, 2000: 12).
Las apropiaciones personales (presentes en ambas facultades)
son un tipo de producción discursiva que se caracteriza por “su
clandestinidad, su murmullo incansable”, “que se vale de lo que le
es impuesto” (de Certeau, 1996: 38), son formas de gestión de la
identidad. Y este tipo de producción, confinado a un espacio puntual
(los baños), viene sin embargo a señalar algunas propiedades del
espacio en su conjunto.

2. Los baños. Visibilidad, accesibilidad y prácticas


subterráneas

Los baños fueron un tópico habitual de las conversaciones por


iniciativa de las personas entrevistadas. Esta recurrencia invitó a
indagar, aunque no de un modo excluyente, en los mensajes pre-
sentes en estos espacios.
Uno de los principales temas (por su recurrencia temática y
su capacidad para generar atención y debate), si no el principal
abordado en los mensajes de los baños, es el de algunas prácticas e
identidades sexuales.67 En menor medida, refieren a religión, polí�tica
u otros vinculados a las carreras, como consejos sobre inscripción a
materias, crí�ticas a la estructura académica y ofrecimientos varios,
por ejemplo, búsquedas comerciales, venta de apuntes o alquiler
de habitaciones.
Si bien los baños de ambas facultades son arquitectónicamente di-
ferentes, guardan similitudes en torno a esta dimensión comunicativa.
En la sede Independencia de Psicologí�a, los de mujeres muestran
un estilo lineal: se ingresa a un pequeño hall que tiene un espejo y
lavamanos, y a un costado se ubica un pasillo con dos hileras en-

67. Un trabajo realizado por Erika Araiza Díaz, Roberto Martínez González y
Francisco Lugo Silva (2008) en los baños de la Ciudad Universitaria de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) destaca también esta
regularidad temática.
88 Rafael Blanco

frentadas de sanitarios. Los de varones repiten esta distribución,


solo que sobre un lateral se ubican los sanitarios y, en frente, los
mingitorios. En Yrigoyen, del hall de entrada se bifurcan dos pasi-
llos, uno de los cuales hay que doblar dos veces para acceder a los
baños; esta diferencia marca un carácter más reservado respecto
de los de la otra sede al estar resguardados de las miradas exterio-
res. Las puertas de los sanitarios de ambos edificios guardan un
estilo estándar: su diseño permite ver los pies desde afuera, por
debajo de la puerta, contarlos, como una forma clásica de control
de estos espacios que históricamente dieron lugar a usos sociales
no normativos, como prácticas sexuales o de uso de drogas. Sin
embargo, las diferencias señaladas en relación con la disposición
espacial no se ven reflejadas a nivel comunicacional entre sedes:
las regularidades mencionadas en los mensajes son las mismas.
En Ciencias Exactas y Naturales, la arquitectura de los baños
varí�a sin aparentar criterio alguno. En general, la mayorí�a tiene
la particularidad de una doble entrada: un hall pequeño con una
pared mediadora ubicada en el centro, que genera dos aperturas a
sus costados y divide los sanitarios de los lavatorios. Las puertas
son más altas que en Psicologí�a, pero no llegan al suelo. La única
diferencia entre los baños de mujeres y de varones radica en la
existencia de mingitorios (que según si han sido refaccionados o
no, poseen división en general, de mármol, entre uno y otro).

Fotos: Maira Lucio

En los baños de esta Facultad conviven el discurso institucional


con las enunciaciones particulares que realizan las estudiantes: los
letreros oficiales (“Por favor, arroje el papel higiénico dentro del
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 89

inodoro. El cesto es para las toallas”) son reescritos, invadidos o


tachados con otras inscripciones. En carteles hechos artesanalmente
a mano (presumiblemente por algún colectivo estudiantil) sobre
cartulinas y con colores, se explica cómo “Hacer de esta una facu
mejor, por una mejor convivencia” y se describen los pasos (con
dibujos de cada uno de los elementos que intervienen en el proceso)
respecto de cómo vaciar un mate sin provocar que la pileta se tape,
“permitiendo su uso por parte de todos y facilitando la tarea del
personal de limpieza”. Otro cartel, ubicado encima de uno oficial,
impreso, encolado sobre los azulejos dice: “Mantener limpios los
baños” e interpela: “¿No sentí�s que la facu es tu segunda casa? No tires
yerba en las piletas. ¡¡gracias!!”. Todas estas marcaciones enfatizan
el lazo comunitario en esta facultad. No obstante, como fue dicho,
la especificidad comunicativa está dada por la recurrencia temática
y un estilo verbal particular carente de los cuidados lingüí�sticos
que caracterizan los intercambios habituales en algunas escenas
cotidianas de la vida universitaria.
La precariedad de las instalaciones en Psicologí�a hace que las
referencias al deterioro del entorno fí�sico sean constantes. Esa
situación en la que los baños aparecí�an como un tópico acerca
de las condiciones cotidianas de cursada permitió avanzar sobre
la indagación de algunas marcas presentes en ese espacio y sus
significados, y llevó a revalorizar el señalamiento expuesto de
Rockwell respecto del carácter transformativo de los procesos de
apropiación, en la medida en que las prácticas no ocupan un espacio,
sino que lo producen. Respecto de las inscripciones en las paredes,
una estudiante describe:
— Son cosas generalmente muy o de militancia o de política, o
cuestiones perversas. Hay dos chicas muy conocidas Mika y
Milva68 y están en todos los lugares donde vos puedas leer algo.
Están y te ofrecen servicios, una cosa así. No sé, no las conozco,
no sé si existen verdaderamente o no.
— ¿Servicios de qué tipo?
— Y, por ejemplo lo que tiene que ver con la bisexualidad.
— ¿Tipo “llamame…”?

68. “Mika y Milva” son mencionadas en otras entrevistas. En los baños de


mujeres de otras facultades de la UBA también es posible encontrar mensajes
firmados de este modo. Uno de los grafitis relevados durante el trabajo de
campo en Psicología, en un baño de mujeres, dice: “Mika, Milva y Jaqueline,
tres pekepornopendejas super puerquitass tan fuertes komo kamionerass!!!”,
seguido por un número de teléfono y la frase “ch...la vulva y el clítorisis”.
90 Rafael Blanco

— “Llamame que tenemos relaciones”. No lo dice así, te lo estoy


diciendo de forma muy… (Se ríe). Dice cosas terribles que no te
las voy a reproducir acá porque me da mucha vergüenza […] No
sé si se dará en todas las facultades, pero cosas con contenido
muy perverso, frases que te generan rechazo.69
“Perverso” nombra, como la entrevistada explica, “querer generar
algo en el que va al baño. En ese sentido de la perversión, de gene-
rar rechazo en el que lo lee”. Este rasgo de ruptura en el lenguaje,
como marca distintiva, es lo que lo configura como un espacio otro.
Tema y estilo propician una disrupción en el lenguaje respecto del
resto del espacio: no se observan acá los cuidados lingüí�sticos del
habla coloquial ni aquellos habituales del ámbito universitario o los
espacios formales más o menos ritualizados. Por el contrario, las
marcas comunes son las transgresiones propias de aquellas prácticas
discursivas –como los grafitis– en las que emergen expresiones e
imágenes (de deseo, miedos, o posicionamientos) que encuentran
dificultad para visibilizarse en otros espacios comunicativos (Gán-
dara, 2002): las descripciones fí�sicas públicas de partes privadas
(“yo tengo 120 de lolas, está mal?”), los pedidos de consejos sobre
el cuidado personal (la depilación, cómo bajar de peso, “la primera
vez”) o preguntas (“¿alguien fue ví�ctima de una violación?”).

69. Entrevista realizada el 8 de octubre de 2009 a una estudiante de Psicología en


el bar “Cómo te extraño, Clara” ubicado a pocos metros de la sede Yrigoyen
de la Facultad de Psicología.
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 91

La particularidad respecto de cómo es referida la sexualidad no


reside solo en el plano temático sino también en el de la enuncia-
ción: las formas que adopta el decir. En un trabajo pionero sobre
los baños masculinos, Humphreys (1975) analiza globalmente el
significado de los mensajes escritos en las puertas de los sanitarios
y sostiene que el sexo requiere de acción colectiva, y toda acción
colectiva de comunicación. A la discursividad imperante en el espacio
universitario, que prioriza la referencia en tercera persona (en la
exposición del docente, generalmente interlocutor de un tercero,
autor, autora, referencia erudita; en el discurso institucional), a la
abundancia de la función apelativa del discurso polí�tico (“votá”,
“participá”, “exigí�”), en los baños se contrapone otra discursividad
anónima que se configura predominantemente a partir de la pri-
mera persona del singular. Por eso, y como primera caracterí�stica,
los mensajes en los baños interpelan no solo por su ubicación en
el espacio sino también por el estilo verbal de su enunciación. Esa
interpelación se produce a partir de una marcación fuerte de la sub-
jetividad del locutor relacionada con el uso de la primera persona,
un yo sin nombre propio, forma gramatical que comparten estos
mensajes con otros géneros discursivos como la autobiografí�a, el
diario í�ntimo, el género epistolar y el testimonio, entre otros que
componen lo que Arfuch denomina el espacio biográfico como un
orden narrativo que opera en “esa modelización de hábitos, cos-
tumbres, sentimientos y prácticas que es constitutiva del orden
social” (2002: 29).
Como segunda caracterí�stica, las escrituras ligadas a las sexuali-
dades no heterosexuales –escrituras predominantes en los baños–
ponen en escena modalidades diferentes de regulación entre estas
en el espacio de las facultades. Mientras que el modo predominante
de regulación del lesbianismo y la bisexualidad entre mujeres pa-
rece ser la invisibilización –rasgo compartido con otras formas de
sexualidades periféricas: las relaciones intergeneracionales,70 los
ví�nculos entre docentes y estudiantes y los lazos mediados por
el parentesco–, los baños de varones dan cuenta del problema de
la accesibilidad como modalidad regulatoria de las identidades y
expresiones no heterosexuales.

70. En Psicología –a diferencia de Exactas– algunos tipos de relaciones inter­


ge­neracionales (“tipos grandes con chicas jóvenes”) son referidas como
habituales en los relatos de estudiantes. En Exactas, en cambio, como
comenta una estudiante respecto del vínculo que mantuvo con un docente:
“todo secreto”.
92 Rafael Blanco

Dos gestiones, entre lo secreto y lo discreto

“Visibilidad” constituye un término caro a los movimientos de


la diversidad sexual, y viene a nombrar en este marco la búsqueda
de valoraciones positivas en torno a las sexualidades estigmatiza-
das (Bellucci y Rapisardi, 1999). Sin embargo, en el espacio de las
facultades analizadas, la búsqueda de visibilidad parece referir más
bien a la necesidad de reconocimiento mutuo, a una búsqueda de
“acomunar” o romper el aislamiento.
“¿A cuántas les gustan las chicas?”, “chicas que kieran conocer
chikas dejen mail... Revolución lésbica”, “soy una chica que busca a
otra chica”, en los baños de la FCEyN, o “Levanten las manos les y
bi de Psico”, “Pónganse un cartelito, me siento la única acá”, “¿Dón-
de están las lesbianas en esta Facultad?” en los de Psicologí�a, son
enunciados que ponen en escena la necesidad de visibilizar aquello
que en el espacio de la Facultad permanece secreto, ininteligible:
las mujeres lesbianas. Adrienne Rich (1986) sostiene que uno de
los modos en que la “heterosexualidad obligatoria” se impone es
haciendo invisible la posibilidad lesbiana. El discurso de la visi-
bilización se articula con el de la afirmación identitaria: “Nada es
natural” (escrito en el baño de Exactas y Naturales, con el dibujo
de un puño cerrado como í�cono del marxismo), “Viva lesbianas y
homos” o “Aguante el orgullo gay”.
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 93

Estos mensajes son el vehí�culo para que se establezcan diálogos


í�ntimos entre gente anónima. Propio de la dinámica del grafiti, estas
expresiones comparten espacio y dialogan o entran en tensión con
otras (Gándara, 2002). Dialogan en la medida en que numerosas
respuestas se encadenan a cada una de las inscripciones, muchas
veces en tono de consejos, o nuevas preguntas (precisiones de
caracterí�sticas fí�sicas de la persona, de las posibilidades o modos
de encuentro, etcétera). El mensaje “Busco chica para tener mi
primera experiencia lésbica”, seguido por una dirección de correo
electrónico, es respondido por otro texto que señala “Andá a la Plop!
o a América hay de todo y muy buena onda!!”,71 que –un ejemplo
entre otros– pone en evidencia que el baño, reinventado a partir
de este tipo de usos, deviene en espacio de consejerí�a. Tensionan,
ya que otras expresiones, como “putas incestuosas!” o “¿sos puta
vos? seguro que sí�, puta del orto”, “Qué asco, lesbianas de mierda”,
vienen a sancionar este tipo de expresiones.

En Psicologí�a, el término que por excelencia se destaca como


insulto entre las mujeres escritoras/lectoras anónimas de mensa-
jes es “puta” y en menor medida “frí�gida”. La sanción explí�cita se

71. En referencia a lugares de diversión orientados a un público gay ubicados


en los barrios de Colegiales y Palermo de la ciudad, respectivamente.
94 Rafael Blanco

despliega del universal “puta” hacia la especificidad que el cono-


cimiento disciplinar en esta Facultad imprime a la comunicación:
“narcisista”, “histérica” y, especialmente, “enferma” (incluso como
autoclasificación “Soy bisexual, ¿estoy enferma?”, como presenta uno
de los mensajes en un baño de mujeres). Estos últimos traducen las
formas mundanas de hostigamiento al código restringido del saber
profesional. Lo relevado aquí� puede pensarse como una particu-
laridad que indica el modo especí�fico en que las sexualidades son
reguladas en esta Facultad: a partir de las articulaciones entre el
conocimiento disciplinar y las expresiones e identidades de género
y sexualidad, algo que se profundizará en el siguiente capí�tulo.
Frente al insulto, o más allá de este, la visibilidad y la afirmación
constituyen tácticas individuales que tienen por objetivo desestabi-
lizar la heteronormatividad. Como señala Aluminé Moreno,
la política de la vida cotidiana, esto es, la afirmación de las y los
sujetos de la diversidad sexual en escenarios tales como lugares de
trabajo, escuelas, los espacios religiosos, las familias, los deportes,
los barrios, los ámbitos de esparcimiento constituye un camino
por recorrer (2008: 240).
En los baños de varones de ambas facultades es preponderante
la cuestión de la accesibilidad: escrituras que vienen a mediar en
las posibilidades de encuentro de las personas entre sí� y que, con
relación a los baños de mujeres, puede ser indicio del pasaje de
lo secreto a lo discreto. Los mensajes median justamente sobre
aquello que es objeto de regulación del orden público (Humphreys,
1975), la posibilidad de encuentro, por lo que el modo de sortear
las regulaciones es, muchas veces, desde la clandestinidad de las
prácticas (de ahí�, por ejemplo, que los baños hayan sido en tiempos
de la última dictadura cí�vico-militar “un ámbito subterráneo de
actividad sexual”) (Rapisardi y Modarelli, 1999: 21).
Frases encabezadas con los verbos “hago”, “busco”, “pago” o
“quiero”, se combinan con otras que comienzan con “soy” y que
dan pie a las descripciones fí�sicas que se dirigen a caracterizar
al locutor del mensaje en busca de un encuentro en la facultad.
Orientados a favorecer la accesibilidad, los mensajes en los baños
de varones despliegan una serie de instrucciones para reconocerse:
además de los datos fí�sicos, hacen referencia a horarios y dí�as de
encuentro (“el que quiere sexo que venga acá el jueves”) o tácticas
para reconocerse como, por ejemplo, toser fuerte. Una marca del
sexo en espacios públicos, como destaca Humphreys en el trabajo
mencionado, es la necesidad de relativa privacidad, que se traduce
también en una interacción discreta –a partir de la comunicación
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 95

proxémica y gestual o con bajo intercambio verbal– y anónima,


impersonal. El mecanismo de la discreción viene a satisfacer la
demanda de privacidad. Esta privacidad encuentra su fuerza en el
contraste con los ví�nculos eróticos autorizados en –o no privados
de– el espacio público. El escenario de las fiestas analizado en el
apartado siguiente permite detenerse en este contraste.
Pero no son solo los relacionamientos no heterosexuales los que
predominan en la discursividad de los baños. Poco presentes en
los baños de hombres, el amor romántico entre varones y mujeres
se expresa en mensajes tales como “Diego te amo”, “Emanuel te
extraño”, pero también otras formas de ví�nculos, en tensión con los
modelos tradicionales de pareja (“Con mi novio buscamos chica para
hacer un trí�o. Alguien se copa? Dejo mi número”), son frecuentes
en los baños de mujeres. En definitiva, la sexualidad es tematizada
tanto en torno a sus ví�nculos con esta forma de expresión moderna
tí�pica de amor como así� también con lo que Giddens denominó
sexualidad plástica. En ambas facultades, los mensajes de amor en
los baños de mujeres a varones (“Leo, te voy a amar siempre. Pau”,
“Diego y Tania”, “Fede te amo”), son respondidos: “Boluda. Buscá
alguien que te la chupe, que está mucho mejor”. El amor romántico,
sostiene Giddens (1995), incorporó elementos del amor pasional
pero introdujo como elemento caracterí�stico una jerarquización
del carácter sublime (vinculado a los afectos y los lazos) por en-
cima del “ardor sexual”, en estrecha relación con la maternidad
(contraria a la “lujuria sexual”); enfatizó el carácter de encuentro
reparador con el otro sostenido en la idea de “para siempre” y de
“amor a primera vista”. En cambio, la sexualidad plástica es, para
este autor, una sexualidad liberada de la función reproductiva, no
necesariamente heterosexual ni monogámica. Esta se expresa en
las referencias a prácticas transgresoras como, por ejemplo, el sexo
con profesores (“Acabo de darme cuenta de que necesito sexo con
el ayudante de análisis!!! Ya hasta estoy soñando cosas”, escrito en
un baño de la FCEyN).
Tanto la necesidad de visibilizar y/o afirmar una identidad,
expresión o práctica no heterosexual y aquellas prácticas hetero-
sexuales que –como clarificó Gayle Rubin (1996)– se encuentran en
la periferia (respecto de la centralidad ocupada por la sexualidad
heterosexual, en pareja, monógama, entre personas de edades
similares, unidas por un ví�nculo de afecto) como así� también la
necesidad de generar espacios de encuentro y sociabilidad afectiva
y sexual, se ponen en escena a partir de una estrategia individual: la
escritura. Ambas escrituras muestran el repliegue de determinadas
manifestaciones de la vida social que envuelven dimensiones del
96 Rafael Blanco

género y la sexualidad al ámbito privado, y evidencian la normati-


vidad sexo genérica en el espacio universitario, así� como los lí�mites
de este en tanto espacio público. El cierre del presente capí�tulo
vuelve sobre en ese señalamiento.
Como se mencionó en el inicio, los baños son motivo de referen-
cia en las entrevistas, especialmente por la presencia de mensajes
“fuera del registro” habitual de las interacciones ordinarias. Pero
hay un rasgo que vale la pena profundizar, y que refiere al modo
como estos espacios y las prácticas que lo producen trastocan las
lógicas dominantes de tiempo y espacio de la vida universitaria.
En efecto, la experiencia de accesibilidad en los baños de varones
parece ubicar un espacio de encuentro con una temporalidad propia.
Mientras que el actual ciclo histórico en la Ciudad de Buenos Aires
parece estar dominado por lo que Ernesto Meccia denomina una
“etapa gay”, caracterizada por “la existencia de nuevos espacios de
socialización abiertos a tal fin, creciente y legí�tima visibilidad de
los gays, leyes cada vez más inclusivas, reconocimiento progresivo
por parte de la sociedad mayor, declive notorio del secreto como
estructurador de las relaciones sociales en los distintos ámbitos de
interacción de las personas” (2011: 43), la experiencia de la socia-
bilidad confinada a y desplegada en los baños parece aproximarse
más, siguiendo con este autor, al régimen homosexual propio de
otro ciclo histórico: levantes estructurados de manera discreta o
silenciosa, a partir de tanteos, signos a decodificar, en espacios de
tránsito. Estas interacciones altamente codificadas ponen en relación
experiencias que obedecen a temporalidades distintas presentes en
las formas de habitar la institución, tal vez como marca no solo del
lugar que el deseo y la sexualidad tienen en la vida universitaria,
sino también de la posibilidad que la hostilidad externa aún tiene
en el presente, incluso en la “polis universitaria”.
En estrecha relación con el tiempo, la segunda particularidad
se relaciona con el espacio. Si bien los baños son parte del espacio
universitario más general, a la vez –por las caracterí�sticas descriptas
que colocan otros repertorios culturales y habilita una sociabilidad
diferencial en la espacialidad de las facultades– estos constituyen un
espacio otro. Es por este carácter border de los baños, heterotópico
en términos de Lefebvre, “excluido e implicado a la vez” (1972:
134) que mantiene una relación dinámica con el conjunto de la
espacialidad. El testimonio de un estudiante de Psicologí�a72 que

72. A diferencia de otras entrevistas, en este caso se procedió, debido al “principio


de anonimato” que rige en los intercambios en los baños, a un intercambio
por correo electrónico. Después de un mail inicial de presentación, se inició
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 97

habitualmente mantiene encuentros y participa de los diálogos


en la pared en estos espacios, permite describir algunas de las
modalidades en las que la normatividad sexo genérica opera en el
escenario universitario a partir de:

a) la existencia de modos jerárquicamente diferenciales de visibi-


lidad de las expresiones e identidades de género y sexualidad:
El ámbito académico es expulsivo de la sexualidad, solo el baño
sigue siendo el espacio donde el gay se muestra. Pero el sexo gay-
gay es tabú, sí está más permitido el sexo loca-chongo.73
b) los discursos dominantes, fuertemente la discursividad polí�tica
que otorga un lugar marginal al género y la sexualidad como
terreno de disputa, conflicto o placer (algo que se profundiza
en el Capí�tulo 5):
De la militancia de izquierda ni hablemos porque siempre, histó-
ricamente, fueron mataputos. No sé cómo será en otras facultades
pero en la nuestra lo gay no se menciona mucho. Militancia en
la Facultad no tuve, pero si tuve sexo con militantes, todos ellos
bien machitos y autodefinidos heterosexuales.
c) la normatividad que se expresa, también, en el terreno del co-
nocimiento especí�fico transmitido en la institución respecto de
la construcción de un lugar de enunciación neutro del género y
la sexualidad en esta facultad:
A eso sumale el peso que la neutralidad y abstinencia analítica ejerce
para que todos seamos bien discretos y no se nos note nada (ni la
putez ni ninguna otra cosa), por eso creo que nuestra facu es en
ese sentido de las más “aburridas”, más “políticamente correctas”
y, por lo tanto de las menos queer.

un intercambio virtual que posibilitó acceder a algunos sentidos y prácticas


de quienes participan de estos intercambios.
73. “Locas”, “chongos” y “gays” constituyen denominaciones con las que,
según Horacio Sívori (2005), “los varones argentinos que frecuentaban el
llamado ‘ambiente’ gay urbano de los años noventa se identificaban o eran
identificados por sus pares”. A partir de una caracterización del “ambiente”
(entendido como los espacios de sociabilidad entre varones homosexuales),
Sívori va diferenciando los usos y apropiaciones de estas denominaciones.
Las “locas” son consideradas “seres decadentes, vulgares y vanamente
pretenciosos”, denominación que conllevaba la idea de una sexualidad
degradada por su aproximación a lo femenino, por oposición a la figura del
“chongo”.
98 Rafael Blanco

d) por último, esta normatividad opera diferenciando los espacios


“subterráneos” por contraste con aquellos “abiertos”:
En los baños es otra cosa, hasta para el más heterosexual, y expe-
riencias tuve mil, con pibes del Centro de Estudiantes, de manteni-
miento, muchos curiosos que quieren sacarse la duda. Me acuerdo
de haber ido a una fiesta de la facu y terminar mamándosela a un
militante en un aula arriba mientras la novia lo esperaba abajo
con la campera puesta.
Este testimonio pone en escena un tipo de funcionamiento de
las regulaciones de las sexualidades (en este caso, ligado a prácticas
entre personas del mismo sexo que se definen a partir de distintas
identidades sexuales: “gay”, “autodefinidos heterosexuales”), pero
también del género: se trata de situaciones narradas en el baño
de varones.
El señalamiento viene a reforzar análisis preexistentes respecto
de que si las prácticas e identidades no heterosexuales gozan de una
menor legitimidad que aquellos ví�nculos heterosexuales (algunas y
no todas: los ví�nculos intergeneracionales, por ejemplo, o aquellos
“por fuera” del esquema de pareja son también motivo de desvalor,
como se plasma en algunos de los mensajes referidos), el género
opera también fuertemente como un vector de diferenciación. Si
bien “varón” y “mujer” constituyen identidades que no agotan las
posibilidades de identificación de género, la espacialidad de los
baños habilita un enclasamiento de género binario: solo hay baños
de dos tipos. En este sentido, la distinción entre mensajes orientados
a la búsqueda de visibilidad, para el caso de los baños de mujeres, y
de accesibilidad, para el de varones, nombra dos tácticas –en tanto
prácticas que realizan quienes, por no tener un lugar propio, “deben
arreglárselas en una red de fuerzas y de representaciones estable-
cidas” (de Certeau, 1996: 22), dos modos diferentes de gestionar
la identidad personal diferentes para unas y otros.
Ambas modalidades se encuentran emparentadas ya que consti-
tuyen prácticas subterráneas (como lo indica su lugar menos visible
en el espacio), pero no obstante desiguales: la accesibilidad presu-
pone la visibilidad. Como se profundizará en el capí�tulo siguiente,
los varones homosexuales (que se autodefinen de diferentes modos:
“gays”, “putos”, “homosexuales”) poseen un margen de visibilidad
(e incluso hipervisibilidad) diferente del de las mujeres, hecho que
actualiza tres décadas después el comentario de Rich acerca de las
profundas implicancias que asume la intersección entre género y
sexualidad: “A nadie sorprende que se informe que las lesbianas
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 99

permanecen más ocultas que los homosexuales masculinos” (1986:


23). A su vez, otro espectro de prácticas sexuales no normativas
emergen en los baños de mujeres: los modos de relacionamiento
afectivo y sexual por fuera de la pareja o los ví�nculos con profesores,
lo que señala el estatuto normativo no de la heterosexualidad como
totalidad sino de una forma especí�fica de esta, la heteronormatividad.
Interesa insistir en la relevancia que los baños tienen para el
resto del espacio de las facultades. Entre las diez razones que Bar-
thes esgrimí�a como fundamento para escribir, se encontraba la de
buscar ser “reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado”.
Pero también sostení�a, se escribe “para producir sentidos nuevos,
es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera
nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos” (2003b:
42). Tal vez, estas escrituras persigan alguno de esos objetivos y
permitan nuevos modos de encarnar los lazos afectivos y sexuales
en el espacio universitario. La siguiente sección el capí�tulo se detie-
ne en otro proceso de apropiación del espacio: el que se conforma
mediante la realización de fiestas en la Facultad. Las fiestas y los
baños constituyen dos espacios en tensión en los que se configuran
procesos normativos especí�ficos que organizan las identidades
y expresiones de género y sexualidad a partir de un conjunto de
normas, valoraciones, reglas de interacción, expectativas, modos de
inteligibilidad y discursos que caracterizan la dimensión sexuada
de la experiencia estudiantil, y discriminan entre prácticas de inti-
midad pública e intimidad privada.

3. Las fiestas. Escenarios sexuales, guiones y fuera de


libreto

La discursividad desplegada en los baños (orientada a la bús-


queda de visibilización y accesibilidad, como fue expuesto) hace
de este espacio un espacio otro, que –como escenifica el último
relato que articula el espacio “abierto” de la fiesta en contraste con
la condición subterránea del baño– colabora en la definición del
terreno de lo público en el espacio universitario. Volver inteligible
una experiencia, como en el caso de las escrituras de los baños,
permite a quienes escriben poner en evidencia la existencia de
un espectro de prácticas, expresiones e identidades de género y
sexualidad periféricas en el espacio universitario.
Sin embargo, la significación subalterna de estas no se debe a
un sentido intrí�nseco sino relacional: la subalternidad está dada
100 Rafael Blanco

en función de la existencia de otras prácticas de intimidad con


márgenes de publicidad más amplios. Como señala Scott,
Hacer visible la experiencia de un grupo diferente pone al des-
cubierto la existencia de mecanismos represivos, pero no su fun-
cionamiento ni su lógica internos: sabemos que la diferencia
existe, pero no entendemos cómo se constituye relacionalmente
(2001: 49).
Por ello, y retomando la breve escena presentada en el último
testimonio pero especialmente a partir de la recurrencia en las
entrevistas en torno a los relatos de las fiestas estudiantiles, in-
teresa marcar la relación de contigüidad entre estas y los baños.
Si las escrituras en los baños refieren a procesos individuales de
apropiación, las fiestas se vinculan a modos colectivos de disponer
del espacio.
Las fiestas como acontecimiento –excepcional con relación a los
usos diarios, pero habitual en la vida universitaria– habilitan otras
reglas de interacción en el espacio cotidiano en el que se desarrolla
la vida estudiantil, en los lazos entre pares y en el ví�nculo con la
institución. Estas reglas se sustentan no solo en los modos como el
espacio es vivido, sino también en un corte, una discontinuidad en
el tiempo que –como en el cuento de Julio Cortázar “La escuela de
noche”– genera un extrañamiento74 respecto del espacio universitario.
En otras palabras, y retomando la reflexión de Foucault (1967), la
heterotopí�a comienza a funcionar plenamente cuando los sujetos
se encuentran en un estado de ruptura (o heterocronía) respecto de
su tiempo tradicional. Un estudiante de Exactas comenta sobre la
expresión corporal de quienes concurren a su Facultad y sostiene
que durante las fiestas “la gente está un poco menos rí�gida, más
desinhibida: menos exactos”, ironizando sobre la hexis corporal al
momento de la fiesta.
Lugar de reunión con amigos, de levantes, “cortejos” y encuen-
tros sexuales, las fiestas permiten, como resume un estudiante de
Psicologí�a, “libidinizar el espacio, que no tiene por qué estar todo
separado”, yuxtaponer, poner junto a, la institución de transmisión
del conocimiento con el tiempo y espacio de esparcimiento con
códigos propios. La frase “libidinizar el espacio” adquiere su signi-

74. Extrañamiento como el que describe el narrador, un niño que logra entrar a su
escuela de noche: “Todo tenía un aire como de club, de cosa organizada para
los sábados a la noche, los vasos y los ceniceros, la victrola y las lámparas
que sólo alumbran lo necesario, abriendo zonas de penumbra que agrandaban
a sala” (Cortázar, 1983).
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 101

ficación a partir de un implí�cito: que el espacio universitario serí�a


un espacio despojado de deseo sexual.

Apropiación del espacio y escenarios heterosexuales en Psico

Las fiestas en la facultad de Psicologí�a son un caso de los procesos


de apropiación colectiva del espacio. Estas permiten dotar de un
interés especial la espacialidad de las facultades, ya que convierten
ese área habitual en un escenario cultural particular, con actores
y guiones algo diferentes (y también, con continuidades) a los que
allí� mismo acontecen cotidianamente.
En su mayorí�a organizadas por las agrupaciones estudiantiles,
que mantienen una disputa tanto con el Decanato, debido a la falta de
autorización para su realización (lo que deviene, sistemáticamente
en la desautorización del gobierno de la Facultad y en la realización
del evento), como así� también entre las mismas organizaciones
(“hay una lucha con el tema de las fiestas, es una guerra. Con las
fechas, porque la conducción del Centro dispone la Facultad como
si fuera su casa, o sea hoy te la doy a vos, si arreglamos otra cosa,
no te la doy”, según un entrevistado militante de una agrupación).
Una estudiante ilustra la situación:
— La decana manda mail que no hay ninguna fiesta, el Centro de
Estudiantes manda mail que hay fiesta, que no hay autorización,
que hay autorización. Yo tenía una amiga mía que trabajaba
como becaria en el centro de apuntes, sabía de la fiesta y veni-
mos. Cerraban las puertas por la cantidad de gente que había,
pero sonaban muy descontroladas, muy divertidas.75
Durante las fiestas, a diferencia de la rutina habitual, las mesas
y carteles de las agrupaciones son puestos a un costado y se des-
peja el espacio común, el ingreso está manejado por estudiantes
y –en contraste con el tránsito constante de los dí�as de semana– lo
que prima es la permanencia en el lugar. Las fiestas varí�an según
quién las organiza (“de las agrupaciones tradicionales o de las in-
dependientes”), el grado de “descontrol” (que lleva a un estudiante
a diferenciarlas entre “falopas o decentes”) o, simplemente, si las
fiestas son masivas o no. Aunque no en su totalidad (por ejemplo, un
estudiante manifestó que luego de llegar con tres amigos, “vinimos

75. Entrevista realizada el 20 de octubre de 2010 a una estudiante de Psicología


en el bar “Cómo te extraño, Clara” ubicado frente a la sede Yrigoyen de la
Facultad de Psicología.
102 Rafael Blanco

y la verdad dijimos ‘no, ya fue’”, u otro que sostuvo que “las del Cen-
tro [de estudiantes] no son un ambiente propicio para divertirse”),
las fiestas en la Facultad son un espacio por el que la mayorí�a de la
comunidad estudiantil alguna vez pasó o escuchó hablar. Al estilo
musical lo ambientan canciones “de cuando éramos adolescentes”,
“jodonas” o “retro” (“me imaginaba que pasaban Viglietti, pero pa-
saban Erasure”, dice una estudiante contraponiendo a un trovador
uruguayo con una banda de los años ochenta) o “rock nacional”.
Otra particularidad, que marca el corte con los modos cotidianos de
habitar el espacio, es la abundancia de bebidas alcohólicas debido
al precio económico (“alcohol barato”, “barra baratita”) y, como
expone una estudiante, “obviamente la marihuana free”. En ambas
facultades –aunque de carácter más extraordinario en Psicologí�a–
se celebran también otro tipo de fiestas: las de fin de cursada. En
Psicologí�a, este tipo de fiesta permite el encuentro entre pares (“te
reencontrás con gente que cursaste en otro momento”, “con la gente
que cursaste en esa materia, con gente que quizás veí�as que no
cursaba en tu práctico pero cursaba en el teórico”) y con docentes
(“en las fiestas hay un titular que se chapa a sus alumnas”, “el jefe
de cátedra con otros profesores de la materia y terminan el año
tocando con su banda”).
La llegada a la fiesta es un acontecimiento orientado por un
conocimiento previo respecto de la dinámica social en ese tipo de
evento. En términos de escenario sexual, ese conocimiento refiere a
los guiones que orientan las interacciones entre quienes concurren
a la fiesta. Para John Gagnon (2006), este conocimiento previo –que
denomina guiones sexuales– se trata de una serie de orientaciones
presentes e incorporadas en la vida cotidiana de las instituciones
que intervienen de diversas maneras, como en la configuración de
prácticas sexuales a partir de papeles de género esperados, como
qué comportamientos son considerados correctos, o en los modos
de relacionamiento afectivo o sexual, por caso, quién inicia una
conversación entre personas que se sienten atraí�das, acción que
puede variar de un escenario a otro. Los guiones se asocian siempre
a escenarios concretos: por ejemplo, una conversación en una clase
teórica probablemente sea diferente de un encuentro en el pasillo o
en una fiesta. Así�, los guiones sexuales operan como prescripciones
colectivas que señalan las posibilidades y restricciones de lo que se
puede hacer en materia de relacionamientos afectivos y sexuales
en determinados escenarios (Bozon, 2004).
La noción de guiones sexuales permite aproximarse al escena-
rio de las fiestas. Estas tienen como protagonistas –en palabras de
una estudiante– a “todos hombres desaforados creyendo que acá
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 103

está lleno de mujeres”. En una Facultad en la que, como sostienen


habitualmente sus estudiantes, “son todas minas”, las fiestas se
estructuran a partir de un libreto reiterado. Un estudiante sostiene
que al llegar con amigos a una fiesta –a la que califica de “espan-
tosa”– se encontró con que “eran todos chabones esperando a las
estudiantes de Psicologí�a”. Una estudiante ante la pregunta acerca
de su experiencia en las fiestas relata:
— Vinimos con amigas de la Facultad y sus amigas. No tengo
muchos amigos, y menos de uno en un grupo de chicas. Vine
con un grupo de chicas.
— ¿Y les gustó a ellas?
— Sí, una se enganchó con no sé quién y otra se enganchó con
no sé cuál… La mayoría militantes o gente cercana a militantes.
Me crucé con muy pocos ex compañeros. [Las fiestas] no tienen
que ver con [la gente de] la Facultad.76
Las expectativas en torno a las fiestas se encuentran anticipadas
por los guiones sociales conocidos, que organizan las dinámicas
socio sexuales de este evento. Los guiones que orientan los modos
de comportarse en determinados ámbitos cumplen “una función
estructurante para el imaginario sexual de los grupos, para los rela-
cionamientos y para los individuos” que tienen por efecto “inscribir
la sexualidad en una dramaturgia” (Bozon, 2004: 132). A diferencia
de lo que ocurre en los baños, algunas formas de la intimidad (la
cercaní�a corporal, besarse, o las situaciones de “levante” o cortejo)
son públicas, es decir, abiertas a la mirada y visibles. En este senti-
do, lo público refiere también a aquello que es constituido por su
publicidad, en términos de aquello que resulta “visible y accesible a
la mirada de la sociedad” (Hiller, 2010: 90) pero, además, esperable.
Por ello, es posible discernir entre algunas formas de intimi-
dad que son públicas, en la medida en que lo público se identifica
con lo heterosexual: las fiestas se configuran como un espacio de
sociabilidad afectivo y sexual heterosexual; si bien no es posible
encontrar esta regla escrita en ningún lado, se trata de un conoci-
miento que se tiene como de una obra de teatro de la que se conoce
el argumento previamente. En ello radica su lugar como espacio de
regulación normativa.

76. Entrevista realizada el 20 de octubre de 2010 a una estudiante de Psicología en


el bar “Cómo te extraño, Clara” ubicado a pocos metros de la sede Yrigoyen
de la Facultad de Psicología.
104 Rafael Blanco

Espacio propio y disputa del escenario sexual en Exactas

En la FCEyN, en cambio, las fiestas se realizan usualmente los


viernes y como continuación de las cursadas. Musicalizadas con
cumbia, momentos de pop de los años ochenta, cuarteto y rock,
tienen lugar, por lo general, en el comedor central del Pabellón II,
un espacio común de encuentro diario entre estudiantes. En oca-
siones, se habilita la puerta lateral que posibilita la salida al parque
ubicado frente al rí�o.
Aunque hay quienes se acercan especialmente, a las fiestas
concurre “la gente de la Facultad que está en la Facultad en ese mo-
mento”, y que se queda luego de cursar o trabajar hasta las nueve o
diez de la noche. Los ayudantes (auxiliares docentes o auxiliares de
laboratorios, en gran parte estudiantes avanzados) suelen partici-
par también de estos acontecimientos. Así�, los destinatarios de las
fiestas son, principalmente, la misma comunidad estudiantil de la
Facultad. Es decir, si en Psicologí�a, en su masividad, constituyen un
espacio de relativo anonimato, en Exactas, las fiestas son un espacio
de interacción entre pares y conocidos, más allá de la pertenencia
por carrera o, incluso, por claustro.
Además de las fiestas organizadas por agrupaciones (“las tí�picas
fiestas de estudiantes”) o grupos estudiantiles (“por ahí� un grupo
de estudiantes de Biologí�a juntaba plata para hacer un viaje de
estudios. O la gente de Fí�sica”), también son habituales las fiestas
de fin de cursada de las cátedras. Estas se realizan entre materias
masivas en el espacio de la Facultad, en uno alquilado especialmente
o, habitualmente, en los mismos laboratorios (para las carreras de
Quí�mica, Fí�sica y Biologí�a) a las que se suma el resto del Departamen-
to, incluidos profesores y ayudantes. Estas fiestas, que pueden ser
de dí�a, de tarde o de noche, pueden transformarse, como describe
un estudiante de Quí�mica, en un “mini boliche” en el que no falta
alcohol, y en la que terminan –docentes incluidos– “muy borrachos,
todo el mundo complicado”.
Si el espacio organiza las experiencias cotidianas en función
de oposiciones –el espacio privado y el espacio público, el espacio
de la familia y el espacio social, el espacio cultural y el espacio
útil, el espacio del ocio y el espacio del trabajo– (Foucault, 1967),
el acontecimiento de la fiesta en Exactas disuelve parcialmente
estas distinciones, estableciendo una continuidad entre “órdenes
separados”, para retomar la expresión del estudiante de Psicologí�a
sobre la necesidad de libidinizar los espacios. Esto sucede también
con otro tipo de eventos, que encuentra a estudiantes y docentes,
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 105

autoridades y no docentes, compartiendo espacios y actividades


cotidianas que establecen un tránsito fluido entre las distintas si-
tuaciones rituales propias de la institución (como el dictado de una
clase o la resolución de un examen) y otras propias del tiempo libre
y la recreación, y que caracterizan al tipo de experiencia estudiantil
institucionalizada propio de esta facultad. La experiencia estudiantil
en esta Facultad es fuertemente territorializada, arraigada en un
espacio que se vive como propio (como comenta una estudiante de
Biologí�a: “acá es tu segunda casa de verdad, no es un cliché”). La
pertenencia de los sujetos a esa institución la configura como un
escenario cultural diferente –en relación con Psicologí�a– y, por ende,
como un escenario sexual particular. La pertenencia parece cuestionar
crí�ticamente la asignación de las sexualidades no-heterosexuales
solo al espacio de la intimidad privada. Un estudiante reconstruye
la siguiente escena de una fiesta en la facultad:
— Un día estudiando en la biblioteca con mis compañeros de acá
[del Pabellón I], en la biblioteca del II, vi un chico, me gustó y
le di mi mail. Así, me tiré a la pileta, porque soy un enfermo.
Y ese chico resultó ser mi novio después por mucho tiempo.
¿Pero qué pasó? En realidad lo importante fue que chapamos
en la fiesta de la materia más grande de la Facultad. Y entonces
eso fue realmente una explosión. Porque de ahí, después en dos
meses, empezaron a sacar certificado de puto todos los que no
se habían animado a hacerlo. Y en serio fue una descompresión
importante, y a nosotros eso nos dio una pauta... Porque nosotros
nos dimos un beso, nosotros que somos nuevitos, nos dimos
un beso, en una fiesta grande, importante, una fiesta que se
hace acá dentro de la Facultad, eso hace que se descomprima
mucho y hace que muchos alumnos, de una materia que tiene
500 alumnos, empiecen a salir del closet, incluso gente de la
periferia. Por ejemplo, cosas como que un biólogo le dijo a
unos compañeros que era gay, pero ese biólogo era amigo de
un tipo que es un doctor en Física, que entonces sale con un
tipo que es Licenciado en Física… y empezamos a hablar, y
dijimos: ‘hagamos un espacio’ [de diversidad sexual].77
La relevancia que el entrevistado otorga al acontecimiento de
“besarse en una fiesta” viene a marcar que sucedió algo ahí�, en un
espacio (y en una secuencia: de la biblioteca a la fiesta, de la fiesta a

77. Entrevista realizada el 1 de julio de 2010 a un estudiante de Computación en


el comedor del Pabellón I de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.
106 Rafael Blanco

la “descompresión” del espacio todo) en el que no parecí�a probable


que eso sucediera, un “fuera de libreto” que rompe con el horizonte
de expectativas y reconfiguración de los repertorios culturales
disponibles de esa facultad. Como explica Gagnon, “los escenarios
culturales de la sexualidad no son monolí�ticos ni hegemónicos, ni
siquiera dentro de las instituciones. Al contrario, hay una lucha
entre los grupos e individuos por promover sus propios escenarios”
(Gagnon, 2006: 225).78 Las formas de habitar el espacio –como
propio o apropiado– y las modalidades de esta actividad –personal
o colectiva– permiten destotalizar las descripciones respecto de los
modos de regulación de las expresiones e identidades de género y
sexualidad en la universidad y señalar sus matices, particularidades
y elementos comunes.

4. Los públicos. Multitemporalidad y heterotopí�a en las


formas de habitar la universidad

Los procesos de regulación de géneros y sexualidades en la uni-


versidad, esto es, indicaciones prácticas y marcos de inteligibilidad
para sentidos, experiencias, y relaciones afectivas y sexuales, se
producen en este espacio a partir de la configuración de umbrales de
publicidad y visibilidad diferenciales, algo –hasta acá– que el ámbito
universitario “comparte” con otros espacios sociales. Sin embargo,
esta regulación no es ni homogénea (para todas las expresiones e
identidades de género y sexualidad) ni monolí�tica (común a todo
el ámbito universitario). Por el contrario, la distribución de los
marcos de inteligibilidad se desplaza de un “menos a un más”: de
las demandas por visibilidad en espacios subterráneos a la amplia-
ción de los márgenes del espacio público o, expresado de un modo
que busca poner de manifiesto estas tensiones, a la ampliación de
lo que vengo denominando, retomando la formulación de Berlant
(1998), intimidad pública.
Hay algunas intimidades que pueden ser públicas: no toda ma-
nifestación de afecto, ni toda afirmación en términos de expresión
de género o identidad sexual es replegada al ámbito de la intimidad,
sino que, por el contrario, hay algunas que revisten publicidad.
En el análisis del espacio realizado, la arena desigual en términos
de expresión e inteligibilidad en las facultades se vincula con dos
procesos: los modos diferenciales de habitar el espacio en cada una
de las dos instituciones –los modos como el espacio fí�sico, desde

78. Traducción propia.


Universidad í�ntima y sexualidades públicas 107

la ubicación en la trama urbana a las particularidades edilicias es


ocupado, y el carácter colectivo o personal de esos procesos. La
distinción trazada entre apropiaciones colectivas e individuales, y
entre espacio propio y espacio apropiado busca describir –seña-
lando sus matices– los procesos de regulación de las expresiones e
identidades de género y sexualidad en las facultades de Psicologí�a
y en la de Ciencias Exactas y Naturales. La atención está puesta en
los usos tácticos que los y las estudiantes realizan en los baños y en
las fiestas, como modos de gestión de su identidad.
Los baños y las fiestas, considerados espacios vividos, consti-
tuyen en este sentido heterotopías, como llamó Foucault (1967),
al igual que Lefebvre, a aquellos espacios que cumplen respecto
de la espacialidad restante una función especí�fica. Esta función
consiste en señalar algunas modalidades mediante las que géneros
y sexualidades son reguladas: los baños refieren a la invisibilidad,
en los distintos espacios de las facultades (pasillos, clases, ba-
res, etcéteras), de las mujeres lesbianas, de la dificultad para las
relaciones afectivas y sexuales no heterosexuales. Los mensajes
en estas zonas ponen en escena la cuestión de que la visibilidad
y la accesibilidad se inscriben en el territorio privado del baño
pero refieren al espacio más allá de este. Es interesante que para
Foucault este tipo de espacios cumplen una función compensatoria:
¿qué estarí�an compensando respecto del espacio otro? Es probable
que estos operen compensando, a falta de una expresión mejor, un
“déficit de reconocimiento”: es allí� donde se movilizan experiencias
de sociabilidad relativamente vedadas de los lazos cotidianos en el
espacio universitario. Allí� tienen lugar modos de estar juntos que
se encuentran en tensión con la normatividad habitual respecto
de las posibilidades de encuentro, seducción, y distintas formas
de relacionarse que no se ajustan necesariamente –retomando la
expresión de Rubin (1996)– al “sistema jerárquico de valor sexual”,
como los ví�nculos intergeneracionales e interclaustro o entre per-
sonas del mismo sexo.
Los usos personales del espacio refieren a las escrituras en
los baños. Digo “personales” porque si bien establecen un diálogo,
dan pie al inicio de una conversación y tienen una orientación
comunicativa, son, sin embargo, y en primer lugar, escrituras. La
toma de la palabra, ese acontecimiento que Benveniste describió
como la enunciación, “el acto individual de apropiación de la len-
gua que introduce al que habla en su habla” (1996: 85), es siempre
un acontecimiento singular. A su vez, esos procesos implican
movimientos tácticos, en el sentido de prácticas que no cuentan
108 Rafael Blanco

con un lugar propio, sino que están confinadas a aprovechar las


oportunidades: aprovechar el anonimato de los baños, escapar a
la mirada juiciosa, establecer un diálogo diferido que encuentra
dificultades para expresarse en otros ámbitos de la institución.
Las tácticas no son las mismas en los baños de mujeres que en
los de varones. Es necesario distinguir acá dos modalidades dife-
rentes, la búsqueda de visibilidad y la búsqueda de accesibilidad,
respectivamente, que marcan una normatividad de género desigual:
como fue analizado, la accesibilidad presupone la visibilidad. Los
baños –espacio marcado como privado– habilitan un marco de in-
timidad en el que entran en escena temas, prácticas y experiencias
en torno al género y la sexualidad que encuentran dificultad para
tornarse públicos en otros espacios de la facultad. Los lí�mites de lo
público son, sin embargo, cambiantes y relacionales, y encuentran
su sentido en la tensión con otros ámbitos de la misma institución.
En las fiestas se realizan usos colectivos del espacio. El capí�tulo
viene analizando las expectativas que, como modalidades de regu-
lación sexo genéricas, orientan la sociabilidad en estos espacios. No
obstante, se señala que a partir de las caracterí�sticas generales que
adquieren las experiencias estudiantiles en cada institución, los usos
de estos espacios habilitan formas de desestabilización de esta nor-
matividad. Los modos como el espacio es vivido colectivamente se
manifiestan a través de la instauración de lógicas, prácticas propias
y usos negociados o en abierta confrontación con las autoridades.
El uso colectivo es, por tanto, una actividad siempre relacional y esa
relación es diferente –en sus modalidades generales– en las faculta-
des de Psicologí�a y de Ciencias Exactas y Naturales. Retomando el
punto de partida de esta reflexión (la universidad como un lugar de
experiencias y no solo de transmisión de conocimiento), es posible
destacar un fuerte lazo de identificación con la institución a partir
del reconocimiento de la universidad como un lugar de apropiación
subjetiva (Carli, 2008a; 2012a) por parte de los y las estudiantes
de la FCEyN. La experiencia estudiantil allí� es una experiencia
que posibilita la configuración de una identidad marcada por una
fuerte pertenencia a la institución, lo que se traduce en un modo
de habitar ese espacio como un espacio propio. Es en este sentido
también que se tipifica la experiencia estudiantil en esta Facultad
como institucionalizada.
En Psicologí�a, en cambio, los modos de habitar se encuentran
marcados por el litigio: la disputa más o menos abierta y cotidiana
de estudiantes con las autoridades, entre agrupaciones o simple-
mente con los modos instituidos de uso espacial. La caracterí�stica
Universidad í�ntima y sexualidades públicas 109

del espacio en esta Facultad –ante la escasez de ámbitos comunes,


de estudio, de recreación, de reunión– es la apropiación. La dife-
rencia entre ambos modos de hacer uso del espacio se grafica, de
un modo general, en las polaridades que organizan las dinámicas
de las fiestas de ambas facultades (gente “de afuera”/ gente “de
adentro”; mayorí�a de militantes, no necesariamente estudiantes
de la Facultad / mayorí�a de estudiantes y docentes; ruptura con el
tiempo cotidiano/ continuidad con el tiempo cotidiano).
Pero de un modo especí�fico, atendiendo a los procesos de re-
gulación de las expresiones e identidades de género y sexualidad,
las prácticas cotidianas en un espacio propio permiten el pasaje
de las tácticas individuales a las estrategias colectivas. En Ciencias
Exactas y Naturales, este reconocimiento del espacio vivido como
propio habilita la disputa por el régimen de visibilidad, es decir,
una disputa por los marcos de inteligibilidad a partir de los que
la pareja heterosexual deja de ser el referente privilegiado de la
cultura sexual, referente a partir del que la comunidad es imagi-
nada a través de escenas de intimidad, parentesco y relaciones de
pareja (Berland y Warner, 2002). En el análisis realizado en las
fiestas y los baños puede mencionarse, como un rasgo emergente
que amerita una atención especial (por ejemplo, en relación con
las fiestas organizadas por la militancia estudiantil), el lugar que
determinadas expresiones e identidades de género y sexualidad
ocupan en el terreno de la polí�tica estudiantil, sea en la agenda
de las agrupaciones en las actividades que estas realizan, o en la
politización de lo personal.
En definitiva, en Psicologí�a y en Exactas los usos del espacio se
organizan mediante lógicas diferentes: en esta última existe un uso
jerárquico, de “integración subordinada”: todos parecen tener su
lugar en esta comunidad organizada, a diferencia de la organización
en torno a la lógica de inclusión/exclusión propia de Psicologí�a, lógica
que se traduce en las formas de habitar la institución. Mientras que
en Exactas, fuertemente ritualizada, esto genera un fuerte “efecto de
comunidad e inclusión”, en Psicologí�a los y las estudiantes crean sus
propios rituales de oposición.79 Siguiendo esta pista, los siguientes
capí�tulos se abocan al análisis de la sociabilidad estudiantil: de la
amistad y los noviazgos a la polí�tica.

79. Agradezco a Ramiro Segura este señalamiento de las oposiciones en


las lógicas de habitar el espacio en ambas facultades.
Introducción

La ciudad en disputa

JULIANA MARCÚS

Este libro reúne los resultados de una investigación colec-


tiva sobre las disputas por la producción sociocultural del
espacio urbano en la Ciudad de Buenos Aires que venimos
realizando hace varios años un grupo de investigadores for-
mados y en formación en el Área de Estudios Culturales del
Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Los integrantes del equipo conformamos el Grupo de Estu-
dios Culturales y Urbanos (GECU)1 y desarrollamos nues-
tras actividades en el marco de proyectos de investigación2

1 Nuestras líneas de trabajo se orientan hacia el análisis de los procesos de


mercantilización urbana, los conflictos urbanos, la producción social del
espacio, los usos diferenciales de la ciudad, las estrategias residenciales, las
transformaciones urbanas en el espacio público y su impacto sociocultural,
la desigualdad social y urbana, entre otros temas. La experiencia en investi-
gación adquirida en los últimos años nos ha permitido realizar aportes teó-
ricos, empíricos y metodológicos en la enseñanza universitaria a través del
dictado anual del seminario curricular de investigación “Vida urbana y pro-
ducción social del espacio: usos y apropiaciones diferenciales de la ciudad”
en la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
2 Nos referimos al Proyecto UBACyT 20020110300026 (2012-2014) sobre
discriminación social en la ciudad y la incidencia de las políticas habitacio-
nales en la jerarquización del espacio urbano; al Proyecto UBACyT
20020130200080BA (2014-2017) sobre el impacto de los procesos de mer-
cantilización de la ciudad en los usos legítimos e ilegítimos del espacio
urbano; y al Proyecto de Investigación Plurianual (PIP) CONICET
11220130100526CO (2014-2016) sobre producción social del espacio
urbano, modos de habitar y modos de circular por la ciudad, dirigidos por
Juliana Marcús. Asimismo, el PIP cuenta con la co-dirección de Martín Boy.

17
18 • Ciudad viva

financiados por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la


UBA y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET).
Nuestro punto de partida, en diálogo con Henri
Lefebvre (2013) [1974], es que el espacio urbano es un pro-
ducto social, es decir, es el resultado de las acciones, las
prácticas y las relaciones sociales en el territorio, pero a su
vez es parte de ellas. En este sentido, el espacio “es sopor-
te, pero también es campo de acción. No hay relaciones
sociales sin espacio, de igual modo que no hay espacio sin
relaciones sociales” (Martínez Lorea, 2013: 14). En la pro-
ducción social del espacio urbano no solo intervienen las
acciones de planificación y regulación; también las distin-
tas formas de habitarlo y experimentarlo hacen posible su
producción. En este libro analizamos la relación conflicti-
va y en disputa entre los actores que representan el poder
político, técnico y económico –Estado, urbanistas, arquitec-
tos, inversores y promotores inmobiliarios– que pretenden
dominar el proceso de producción y de configuración del
espacio urbano en la Ciudad de Buenos Aires, y los mora-
dores y usuarios que en sus diversos modos de apropiación
espacial manifiestan en todo momento la necesidad y el
deseo de producir ciudad.
La reconfiguración del espacio público porteño
mediante políticas de renovación urbanística y de control
sobre los usos permitidos y prohibidos de ese espacio lleva-
das a cabo por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires;
los procesos de vaciamiento urbano producidos por organis-
mos gubernamentales a escala local y nacional, por inverso-
res urbanos y por desarrolladores inmobiliarios en terrenos
públicos y privados para la construcción de megaproyec-
tos urbanos;3 la acción colectiva de movimientos sociales

3 Nos referimos a la construcción de grandes complejos comerciales,


emprendimientos habitacionales de lujo destinados a sectores sociales
medios y altos, modernos edificios de oficinas, estadios para la realización
de eventos internacionales, entre otros.
Ciudad viva • 19

urbanos que luchan por el acceso igualitario a la vivienda;


las expectativas y las decisiones residenciales de los jóvenes
de sectores medios porteños que emprenden el proyecto
de buscar una vivienda para formar un hogar propio; y los
conflictos sobre el uso del espacio público que realizan los
integrantes de una huerta urbana comunitaria ubicada en
un predio abandonado, los manteros que venden mercan-
cías en las aceras de la ciudad y las travestis que ejercen
el trabajo sexual en las calles porteñas, han sido los casos
de estudio.
Hemos adoptado la perspectiva de la sociología de la
cultura para analizar los conflictos urbanos en torno a las
disputas por la ciudad y las contradicciones que presenta.
Desde este campo del conocimiento, que podemos describir
como la “dimensión cultural de los fenómenos sociales”, la
cultura se considera en el plano de las significaciones y en
las tramas de sentido construidas social e históricamente
que organizan nuestra comunicación, nuestra interacción
y nuestra identificación con el mundo que nos circunda
(Margulis, 2009). En este sentido, nuestras investigaciones
se han orientado hacia el estudio de la dimensión cultural
que opera en la formación del sentido y que está presente en
los intercambios simbólicos referidos a los diversos modos
de producir ciudad.
De acuerdo con Mario Margulis (2009: 87), la ciudad
“puede ser considerada expresión de la cultura y texto des-
cifrable”; podemos leer la ciudad como si fuera un texto e
interpretar las huellas de su construcción histórica y social
en las calles, en las plazas, en los edificios, en la arquitectura
y en las relaciones sociales entabladas en el territorio. Los
capítulos de este libro analizan estas huellas como resulta-
do de las luchas por la construcción del sentido presentes
en la producción social del espacio urbano y su incidencia
en los códigos culturales que orientan las múltiples mane-
ras de leer, percibir y experimentar la ciudad. Se trata de
luchas simbólicas por definir un orden espacial, por impo-
ner modos de nominar el espacio y por prescribir ciertos
20 • Ciudad viva

usos del espacio y excluir otros. Pero también se trata de


disputas económicas y sociales por la apropiación de los
beneficios que produce la ciudad.

La producción del espacio en un contexto de


urbanismo neoliberal

En las últimas tres décadas, la Ciudad Autónoma de Buenos


Aires (CABA) ha sufrido un acelerado proceso de transfor-
mación socioespacial y de reconfiguración urbana en un
contexto internacional de expansión del “urbanismo neoli-
beral” (Theodore, Peck y Brenner, 2009) que les exige a las
ciudades que funcionen como empresas orientadas hacia el
rendimiento y la generación de ganancias, al tiempo que las
convierte en una de las formas privilegiadas de absorción
del capital excedente. A modo de ejemplo, el boom inmobi-
liario registrado en la CABA entre 2001 y 2011 forma parte
de un proceso de mercantilización urbana cuyo motor ha
sido la búsqueda de renta y de beneficios producidos en
el mercado del suelo y en la industria de la construcción
(Cuenya, 2016).
En este marco se desarrollan las dinámicas de produc-
ción del espacio urbano analizadas en este libro donde la
Ciudad de Buenos Aires, al igual que otras metrópolis, se
ha convertido en un “laboratorio institucional” (Theodo-
re, Peck y Brenner, 2009) para diversos experimentos de
políticas neoliberales, como el city marketing, la creación de
los distritos creativos o clústeres económico-productivos, el
impulso a las alianzas público-privadas y las narrativas y
prácticas enfocadas en la revitalización de zonas degrada-
das de la ciudad que incentivan procesos de valorización
del suelo e inmobiliaria.
Ciudad viva • 21

Según Jaume Franquesa (2007: 127), “el espacio es una


mercancía4 fundamental para el mercado, en tanto que fun-
ciona a la vez como efecto (producto) y recurso (medio de
producción) de los procesos económicos que tienen por
objetivo la producción de plusvalía”. Ahora bien, estas plus-
valías se generan no solo a partir de mecanismos pura-
mente mercantiles, sino que requieren de (des)regulaciones
políticas, de elaboraciones discursivas y de la intervención
de agentes externos al mercado. Así, se produce el “giro
emprendedor del Estado” (Harvey, 1989), es decir, los
gobiernos locales consideran como prioridad la creación
de facilidades5 para la inversión de capitales orientada a la
construcción de grandes proyectos urbanos y para la apro-
piación privada del excedente que se produce con las refor-
mas urbanísticas.
En el caso de la Ciudad de Buenos Aires, la adminis-
tración “empresarialista” (De Mattos, 2007) del gobierno
porteño, sobre todo en la última década en la que se fue
profundizando una lógica neoliberal en la gestión pública
del espacio urbano, ha otorgado facilidades a inversores
inmobiliarios, como las exenciones impositivas, la venta de
terrenos fiscales a muy bajo precio, las excepciones al códi-
go de edificación, la flexibilización en las habilitaciones y las
rezonificaciones de áreas residenciales en áreas comerciales
(Cuenya, 2011; Pírez, 2014; Rodríguez y Di Virgilio, 2014;

4 Tal como sostiene Polanyi (1989) [1944], la condición de mercancía del suelo
urbano se vuelve problemática puesto que no ha sido producido, es decir, no
es producto del trabajo ni es reproducible por el capital. Se trata de una mer-
cancía que se encuentra espacialmente incrustada y como tal tendrá algo
único e irreductible. De modo que una de las características del suelo
urbano es su irreproductibilidad. La producción de rentas del suelo urbano
estará ligada fundamentalmente a la localización de la tierra, al uso que pue-
da hacerse de ella y a la factibilidad constructiva otorgada por la planifica-
ción en el conjunto urbano (Fernández Wagner, 2009).
5 Estas facilidades pueden ser leídas como desregulaciones o regulaciones
laxas del Estado al mercado del suelo urbano. Estas acciones se vuelven fun-
cionales a los intereses corporativos, financieros e inmobiliarios y se mues-
tran incapaces de poner límites a la producción y valorización selectiva de la
ciudad (Ciccolella y Mignaqui, 2008).
22 • Ciudad viva

Zarlenga y Marcús, 2014; Socoloff, 2015; Baer y Kauw,


2016; Thomasz, 2016). En este sentido, los flujos de capita-
les inversores destinados a los negocios inmobiliarios tras-
pasan cada vez con mayor facilidad las fronteras nacionales,
que se vuelven porosas por la falta o escasa intervención y
regulación estatal (De Mattos, 2007).
Estos modos hegemónicos de producción de espacio
urbano ligados a la ciudad-mercancía inciden en el incre-
mento del precio del suelo urbano y de los alquileres, en
el acceso diferencial al territorio, en la expulsión de los
habitantes de sus barrios y en la mercantilización de las
relaciones urbanas. De esta forma, se configura una Ciudad
de Buenos Aires en la que se profundizan las diferencias de
clase y las injusticias sociales y se refuerza la concepción
de una ciudad jerarquizada6 reservada a los sectores medios
y altos de la sociedad.
Pero además, las políticas públicas urbanas y culturales
orientadas a procesos de renovación urbanística que pro-
mueven la puesta en valor del patrimonio urbano y for-
talecen la marca Buenos Aires para atraer al turismo y las
inversiones de capitales privados, las escasas políticas habi-
tacionales hacia los sectores populares para garantizarles el
derecho a una vivienda digna, sumadas a los mecanismos
de control y regulación del espacio público porteño, por
mencionar solo algunas de las políticas de la última década,
contribuyen a la (re)producción material de una ciudad que

6 Los procesos de mercantilización urbana aquí señalados, desarrollados en


las últimas tres décadas, profundizan un proceso de jerarquización del espa-
cio que comenzó hacia 1870 con la modernización de Buenos Aires y conti-
nuó durante diferentes momentos del siglo XX a partir de decisiones políti-
cas y urbanísticas que influyeron en la organización del territorio,
restringieron el acceso igualitario de los sectores populares a la ciudad y
facilitaron la configuración de una ciudad para las clases acomodadas (Mar-
cús, 2011). Para profundizar en este tema, véase el capítulo de Magdalena
Felice “Los herederos de la ciudad: horizontes residenciales de jóvenes de
sectores medios”, en este mismo volumen, sobre la relación entre las decisio-
nes residenciales de los jóvenes bajo estudio y el lugar que históricamente
ocuparon los distintos sectores sociales en Buenos Aires.
Ciudad viva • 23

se vuelve cada vez más desigual social, económica y terri-


torialmente (Girola, Yacovino y Laborde, 2011; Cosacov,
2012; Benitez, Felice y Márquez, 2014; Boy y Perelman,
2017). Una ciudad que reactualiza las fronteras simbólicas
de permisividad y exclusión al definir quienes merecen habi-
tarla y quienes no (Oszlak, 1991). Para ello activa diversos
mecanismos de vigilancia y de expulsión hacia los consi-
derados indeseables –vendedores ambulantes, okupas, carto-
neros, trabajadoras sexuales en el espacio público, personas
que viven en la calle– que luchan cotidianamente por acce-
der y permanecer en la ciudad (Carman, 2006; Grimson,
2009; Marcús, 2014; Boy, Marcús y Perelman, 2015). En
sus resistencias, en los diversos modos de habitar, transitar
y circular que reivindican otros usos y representaciones
posibles del espacio urbano, imprimen nuevos sentidos y
participan en su producción. De modo que la ciudad se
construye y se produce permanentemente como resultado
de pujas y disputas que incluyen decisiones políticas, eco-
nómicas, estéticas, urbanísticas y las “mil maneras de hacer”
(De Certeau, 2000) de los practicantes del espacio.
Ahora bien, ¿qué entendemos por producción social del
espacio en sociedades capitalistas y neoliberales? Este libro
retoma la propuesta de Henri Lefebvre (2013) al considerar
el espacio como un producto social, tal como hemos plan-
teado al comienzo de esta introducción. Para entender la
producción social del espacio, Lefebvre propone una tría-
da conceptual compuesta por las “prácticas espaciales”, las
“representaciones del espacio” y los “espacios de represen-
tación”. A cada una de estas dimensiones le corresponde un
tipo de espacio respectivamente: el “espacio percibido”, el
“espacio concebido” y el “espacio vivido”.
La “práctica espacial” se relaciona con el “espacio per-
cibido”, el más cercano a la vida cotidiana y a los usos de los
lugares. En el contexto de una ciudad, la práctica espacial
remite a lo que ocurre en las calles y en las plazas, a los usos
imprevistos, espontáneos y astutos que hacen los itineran-
tes y los usuarios de la ciudad al (re)significar y apropiarse
24 • Ciudad viva

de los espacios que se presentan organizados, planificados


y estructurados. Es el espacio de la experiencia material y
la (re)producción de la vida social que vincula la realidad
cotidiana con la realidad urbanística.
La dimensión de la “representación del espacio” se
corresponde con el “espacio concebido”, el espacio provisto
por el Estado, los científicos, los tecnócratas, los arquitec-
tos, los planificadores y los urbanistas. El espacio concebi-
do se pretende abstracto e instrumental y busca regular y
organizar los espacios percibidos y vividos; “es el espacio
dominante en cualquier sociedad (o modo de producción)”
(Lefebvre, 2013: 97), el espacio de la fragmentación y la
restricción, el lugar del orden y del poder, el espacio que
clasifica, prescribe y proscribe ciertos usos y no otros. En
otras palabras, intenta disolver lo urbano, es decir, las prác-
ticas espontáneas y dispersas y las experiencias propias de
los habitantes de la ciudad para transformarlo en urbani-
zación guiada por la lógica del conocimiento experto y del
poder (Delgado Ruiz, 2003). El espacio concebido hace efec-
tiva la internalización de las estructuras del orden social
entendido como “orden urbano” (Duhau y Giglia, 2004), es
decir, un conjunto de normas orientadas a la regulación
de las prácticas urbanas. En este sentido, los practicantes
de la ciudad introyectan estas normas en tanto “sentido
del juego” urbano (Bourdieu, 1999) e incorporan las lógicas
que regulan en un momento determinado la dinámica del
espacio urbano en forma de “mapas mentales” (Bauman,
2005) que moldean sus percepciones y sus apreciaciones
sobre la ciudad.
Por último, los “espacios de representación” son los
“espacios vividos”, espacios de la imaginación y de lo sim-
bólico dentro de una existencia material donde se realiza
la búsqueda de nuevas posibilidades de la realidad espacial.
“El espacio de representación se vive, se habla […], contiene
los lugares de la pasión y de la acción, los de las situacio-
nes vividas y, por consiguiente, implica inmediatamente al
tiempo” (Lefebvre, 2013: 100). En este espacio se inspiran
Ciudad viva • 25

las resistencias, las deserciones y las desobediencias ciu-


dadanas, y se cuestionan las reglas de la coherencia y la
cohesión impuestas por las representaciones del espacio. El
espacio vivido proyecta y propone otros modos posibles de
hacer ciudad asociados al “habitar”.7 Como señala Ángela
Giglia (2012: 12), a partir de los aportes de Heidegger, “en
el proceso de construir está ya el habitar”. En el habitar
se reafirma la noción de ciudad como obra colectiva don-
de los usuarios urbanos configuran y aportan lógicas dife-
rentes del espacio. Se trata de proyectos alternativos que
se encuentran en disputa con las formas hegemónicas de
planificar la ciudad.

Los capítulos del libro

Para comprender la Ciudad de Buenos Aires como un terri-


torio en disputa, los siete capítulos que componen este libro
consideran como punto de partida la tensión permanen-
te entre las tres dimensiones presentes en la producción
social del espacio urbano descriptas en el apartado anterior:
la “práctica espacial”, la “representación del espacio” y los
“espacios de representación”. A partir de la contradicción
entre el espacio entendido en tanto mercancía en el que
predomina su “valor de cambio” y los espacios de la repre-
sentación propios de la experiencia de las prácticas sociales
caracterizados por los “valores de uso”, cada proyecto de
producción de ciudad analizado en este libro trae consi-
go un modelo urbano que responde a diversos modos de
concebir, percibir y vivir la ciudad. En este sentido, los tra-
bajos reunidos en este volumen analizan las disputas por la

7 En palabras de Lefebvre (1973: 209-210), “habitar es una actividad, una


situación. Aportamos una noción decisiva: la de apropiación; habitar, para el
individuo o para el grupo, es apropiarse de algo. Apropiarse no es tener en
propiedad, sino hacer su obra, modelarla, formarla, poner el sello propio”.
26 • Ciudad viva

producción sociocultural del espacio urbano entre diferen-


tes actores sociales que entran en conflicto por la definición
de los usos legítimos e ilegítimos de ese espacio.
El capítulo de Juliana Marcús y Diego Vazquez centra
su análisis en la producción de espacios vacantes en plena
trama urbana, denominados vacíos urbanos desde las retó-
ricas urbanísticas y de las autoridades locales, como un
modo particular de pensar, planificar y estructurar la ciu-
dad. Frente a estos procesos se presentan resistencias ciuda-
danas que reivindican otros modos posibles de hacer ciudad
asociados al uso colectivo del espacio. Los autores estu-
dian las múltiples capas de un conflicto en torno al vacia-
miento material y simbólico y los proyectos de (re)llenado
urbano en los ex-terrenos ferroviarios pertenecientes al
Estado Nacional ubicados en el barrio de Caballito y de la
manzana 66 de propiedad privada situada en el barrio de
Balvanera. A partir de los casos analizados, observan que los
vacíos urbanos se presentan como áreas de oportunidad para
la construcción de emprendimientos inmobiliarios suma-
mente rentables, pero también, se convierten en un recurso
para la participación de los residentes del barrio en la pro-
ducción de la ciudad.
Martín Boy analiza en su capítulo las audiencias públi-
cas de 2004 en torno a la reforma del Código de Convi-
vencia de la Ciudad de Buenos Aires en las que la oferta de
sexo callejera se constituyó como uno de los pilares cen-
trales de la discusión. En su investigación problematiza las
formas en que los diferentes actores sociales involucrados
en estos debates (empresarios/as, travestis, organizaciones
de la sociedad civil, vecinos/as, entre otros) apelan a narra-
tivas de raza, clase y género construidas histórica, social
y culturalmente para promover proyectos de ciudad disí-
miles visibilizando quiénes deben vivir en ella y quiénes
no. Este conflicto urbano pone de manifiesto de qué modo
estos discursos construyen espacios y promueven cuerpos y
prácticas legítimas e ilegítimas.
Ciudad viva • 27

El capítulo de Agustina Márquez procura contribuir a


la comprensión de los procesos de mercantilización de la
ciudad y su incidencia en los usos diferenciales del espacio
a partir del análisis de un conflicto urbano: el desalojo en
2008 de la Huerta Orgázmika, un emprendimiento colecti-
vo autogestionado que surgió en 2002 en un espacio aban-
donado en el barrio porteño de Caballito. A partir de este
caso de estudio de producción social del espacio a nivel de
las interacciones sociales, la autora analiza las formas en
que operan lógicas de “etiquetado” de ciertos grupos socia-
les sobre otros en la definición de usos permitidos y prohi-
bidos del espacio urbano. Desde estas lógicas, funcionales a
los intereses económicos de los capitales inmobiliarios y de
la gestión del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, los
integrantes de la huerta y los usos y apropiaciones de ese
espacio fueron construidos como “desviados”.
María Agustina Peralta en su capítulo da cuenta de un
conflicto urbano atravesado por el uso del espacio público
que realizan los “manteros” que venden artículos diversos
de consumo popular en las aceras de la ciudad como prin-
cipal medio de autosustento. La autora analiza el conteni-
do de los discursos de cámaras empresariales, medios de
comunicación, partidos políticos y asociaciones vecinales
que apuntalan la determinación de los modos legítimos e
ilegítimos de usar y transitar el espacio público en la Ciudad
de Buenos Aires y construyen a los “manteros” como una
otredad en el centro de la ciudad. El capítulo expone, a su
vez, las disputas por la producción de ciudad a partir de las
tácticas desplegadas por los “manteros” en un territorio que
se (re)presenta como ajeno.
Por su parte, Martina Berardo y Diego Vazquez estu-
dian la planificación y la implementación de una política
urbana específica del Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires durante la gestión del partido Propuesta Republi-
cana (Pro) entre 2007 y 2015: la humanización del espacio
público en el Microcentro porteño. Los autores observan
que los técnicos y los funcionarios del Gobierno utilizan
28 • Ciudad viva

esta consigna como narrativa legitimadora para reestructurar


el espacio público del Microcentro y configurar un orden
urbano que prescriba los usos y los actores permitidos en
ese espacio y los que deben ser expulsados y excluidos de
él. De esta manera, el capítulo señala que en la ejecución de
esta política urbana se impone un esquema clasificatorio en
el que “humanizar” es utilizado como sinónimo de educar,
civilizar y neutralizar a las otredades urbanas.
El capítulo escrito por Joaquín Benitez propone recu-
perar una serie de conceptos de las teorías de la oportuni-
dad política para acercarse al problema de la conflictividad
urbana y la acción colectiva. Para ello analiza los datos del
trabajo de campo realizado durante sus estudios de maes-
tría a fin de relevar las percepciones que los referentes polí-
ticos y territoriales de movimientos sociales urbanos por la
vivienda realizan del período 2007-2015 en la Ciudad de
Buenos Aires. El objetivo del capítulo es identificar y anali-
zar aquellos aspectos que condicionaron las oportunidades
para la movilización, la articulación de distintos actores
sociales y la presentación de sus demandas por el acceso a
las áreas centrales de la ciudad y a una vivienda adecuada.
Finalmente, Magdalena Felice explora las expectativas
residenciales de los jóvenes de sectores medios y medios-
altos porteños que emprenden el proyecto de formar un
hogar propio, a partir del análisis de las entrevistas reali-
zadas en el marco de su investigación de tesis de maestría.
El capítulo reflexiona sobre los modos en que la condi-
ción de clase y la condición generacional influyen en las
decisiones de los jóvenes bajo estudio sobre el habitar, la
vivienda y la localización residencial, y las formas en que se
construye y (re)produce la ciudad material y simbólicamen-
te respecto del lugar que deben ocupar en ella los distintos
sectores sociales. Mientras las travestis, los integrantes de la
huerta urbana, los manteros y las personas que viven en la
calle son construidos como intrusos que invaden el espacio
público –según los análisis realizados en los capítulos de
Martín Boy, Agustina Márquez, María Agustina Peralta, y
Ciudad viva • 29

Martina Berardo y Diego Vazquez–, los jóvenes entrevis-


tados en este capítulo conformarían el universo de quienes
merecen habitar la ciudad. Estos jóvenes de sectores medios
y medios-altos se perciben como los herederos de la ciudad y
al proyectar la salida del hogar de origen despliegan estra-
tegias para permanecer en una ciudad que les pertenece.
Los siete capítulos revelan una ciudad en movimiento,
en permanente construcción y transformación, una ciudad
viva con sus contrastes y dinámicas complejas en la que la
presencia del conflicto es una de sus características consti-
tutivas. En los (des)encuentros, las interacciones, las luchas
simbólicas y las negociaciones aparece una tensión cons-
tante entre los múltiples modos de producir y significar
el espacio urbano.
Quienes escribimos este libro queremos agradecer a
María de la Paz Aquino, a Julián Reingold y a Matías Zar-
lenga, que integraron el equipo de investigación, por los
aportes realizados en diferentes etapas de este proyecto.
También agradecemos la generosidad de la Fundación Pan
Klub-Museo Xul Solar por permitirnos ilustrar la tapa del
libro con la reproducción de la obra “Barrio” realizada por
el artista argentino en 1953, una pintura que represen-
ta la ciudad superpuesta y en disputa que analizamos en
este libro.
Por último, dedicamos estas páginas a los y las que
luchan todos los días por una ciudad más justa, equitati-
va e igualitaria.

Referencias bibliográficas

Baer, L. y Kauw, M. (2016). “Mercado inmobiliario y acceso


a la vivienda formal en la Ciudad de Buenos Aires, y
su contexto metropolitano, entre 2003 y 2013”. Revista
EURE, 42 (126), pp. 5-25.
Del urbanismo androcéntrico a la ciudad
cuidadora
From the androcentric urbanism to the caring city
Blanca Valdivia1
Fecha de recepción: 08-04-2018 – Fecha de aceptación: 07-08-2018
Hábitat y Sociedad (issn 2173-125X), n.º 11, noviembre de 2018, pp. 65-84.
http://dx.doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2018.i11.05

Summary Resumen
The urban configuration is not neutral. In urban plan- La configuración urbana no es neutra. En la planifica-
ning and design, the development of certain activities is ción y el diseño urbano se prioriza el desarrollo de de-
prioritized while others are marginal and are expected terminadas actividades mientras que otras son margina-
to be solved by themselves. les y se espera que se resuelvan por sí solas.
From the Industrial Revolution begins to specialize A partir de la Revolución Industrial comienza a dar-
spaces according to the activities that were developed se una especialización de los espacios según las activida-
in them. The public sphere was associated with the pro- des que se desarrollaban en ellos. Se asociaba el ámbito
ductive and the private sphere with the reproductive público con lo productivo y el ámbito privado con la es-
sphere, cementing this separation from the sexual divi- fera reproductiva, cimentando esta separación a partir
sion of labor that also leads to a segregation of spaces de la división sexual del trabajo que lleva también a una
according to the sexes. segregación de los espacios según los sexos.
The allocation of reproductive activities to the do- La asignación de las actividades reproductivas al es-
mestic space has led to our current cities are not de- pacio doméstico ha llevado a que nuestras ciudades ac-
signed to meet the care, which negatively affects the tuales no estén pensadas para satisfacer los cuidados,
quality of life and the daily lives of people who develop lo que incide negativamente en la calidad de vida y en
these activities, which remain mostly women, la vida cotidiana de las personas que desarrollan estas
In order to have a fairer and more equitable society, actividades, que siguen siendo mayoritariamente mu-
it is necessary to make a change in the urban paradigm jeres.
and begin to build the caretaker city, in which the sus- Para tener una sociedad más justa y equitativa es ne-
tainability of life is at the center of urban decisions. cesario hacer un cambio de paradigma urbano y co-
menzar a construir la ciudad cuidadora, en la que la
sostenibilidad de la vida está en el centro de las decisio-
Key words nes urbanas.
Caring city; Feminist Urban Planning; Gender

Palabras clave
Ciudad cuidadora; Urbanismo Feminista; Género

1 Socióloga y doctoranda en la ETSAB (Barcelona); desde 2009 es socia colaboradora de la cooperativa Col.lectiu Punt 6. E-mail:
blanca.valdivia@gmail.com.

Hábitat y Sociedad (issn 2173-125X), n.º 11, noviembre de 2018, Universidad de Sevilla, pp. 65-84 65
http://dx.doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2018.i11.05
Blanca Valdivia

Introducción
El sistema patriarcal como conjunto de normas y valores dominantes
en la sociedad influye en todas las esferas y ámbitos de la sociedad y
también en la producción del espacio. Jane Darke (1998a) señala que
el patriarcado adopta muchas formas y cambia con el tiempo. Coexis-
te con la mayoría de los sistemas económicos, incluido el capitalismo,
y en muchos escenarios: en la familia, en el lugar de trabajo, en el go-
bierno, etc. Está tan profundamente arraigado en las relaciones socia-
les que mucha gente no lo identifica y considera la dominación mascu-
lina como algo natural (ob. cit.).
La configuración espacial reproduce la dicotomía público y privado
y la división sexual del trabajo, pero, al mismo tiempo, el espacio repro-
duce y contribuye a la propagación de dichos dualismos. El desarrollo
de la ciudad moderna se sustenta en este dualismo según el cual a cada
espacio se le atribuyen unas funciones y actividades concretas y donde
las actividades productivas son priorizadas en el diseño urbano, invisi-
bilizando las necesidades de la esfera reproductiva.

La división sexual del espacio


El dualismo público-privado configura el espacio segregándolo según
estas dos esferas y le asigna funciones específicas (productivo-repro-
ductivo), a las que también se le atribuyen categorías genéricas (mascu-
lino-femenino). Sin embargo, esta dicotomía no ha sido una constante
histórica, sino que tiene su origen en los inicios del sistema capitalista
y es una consecuencia de la división sexual del trabajo.
Esta división llevó a una delimitación de ámbitos espaciales mascu-
linos y femeninos sobre los cuales se proyectó una serie de valores e
ideologías que han reforzado la construcción cultural de las categorías
hombre y mujer (Fernández, 1995).
Esta división sexual del trabajo iría acompañada de unos determina-
dos roles asignados a cada sexo. Según Mª Ángeles Durán (1998), con
la división sexual del trabajo, enmarcada en el seno de la familia, los
hombres se encargan de las tareas productivas, las relacionadas con el
mercado, que se dan en el ámbito de lo público, mientras que las mu-
jeres son las encargadas de las tareas reproductivas, que se dan en el
ámbito de lo domestico. Bourdieu (2000) señala que la dominación
masculina se apoya en la división sexual de trabajo que asigna tareas
concretas a cada uno de los sexos y establece una oposición entre el
lugar de reunión o mercado, reservado a los hombres, y la casa, reser-
vada a las mujeres. La diferencia biológica se utiliza como justificación
natural de la diferencia construida socialmente entre los sexos y de la
división sexual del trabajo (ob. cit.).
Carrasco, Borderias y Torns (2011) señalan que los hogares prein-
dustriales aunaban funciones productivas y reproductivas y que la di-
visión sexual del trabajo mercantil y doméstico y de cuidados variaba
bastante según los contextos económicos. La comunidad doméstica al-
bergaba en el mismo espacio la producción artesanal y la habitabilidad
del hogar, es decir, los trabajos realizados dentro de la unidad familiar
más los salarios aportados por sus miembros (Murillo, 1996).
Las sociedades preindustriales europeas se caracterizaban por la
unión de la esfera productiva y reproductiva en una forma de vida en
las aldeas comunales. Con el surgir del capitalismo la esfera reproduc-

66 Hábitat y Sociedad (issn 2173-125X), n.º 11, noviembre de 2018, Universidad de Sevilla, pp. 65-84
http://dx.doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2018.i11.05
Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora

tiva fue sacada de la esfera comunitaria y relegada a lo privado, aislán-


dola a la esfera del hogar, mientras que la producción de mercancías
aumentó y se trasladó a las fábricas para una producción a mayor escala
en el marco del sistema de trabajo asalariado (England, 1991).
Con el progreso de la Revolución industrial surge la figura del tra-
bajador fabril que sale de casa para desplazarse hasta un centro de pro-
ducción. El espacio doméstico se vuelve un espacio secundario y deja de
tener la capacidad de generar productos de subsistencia (que pasan a ad-
quirirse en el mercado), perdiendo valor y control sobre el nuevo con-
cepto de trabajo, que se vuelve indisociable del salario (Murillo, 1996).
El proceso de desarrollo del capitalismo industrial que acarreó la
separación entre hogar y trabajo y basado en las distinciones funcio-
nales y biológicas entre mujeres y hombres, promovía la división de ta-
reas como fórmula más eficiente y productiva para organizar el trabajo,
los negocios y la vida social (Grupo de Ecofeminismo -Ecologistas en
Acción, 2011). La idea liberal y burguesa de familia que sitúa al padre
como sustentador económico y a la madre como ama de casa se fue ins-
tituyendo como el modelo en el discurso dominante (Brullet, 2010).
La construcción y consolidación de la sociedad industrial que situó
a las mujeres en el espacio privado, con la función principal de cuidar
de los otros en la vida diaria en una situación de subordinación social,
política y económica, se apoyó no sólo en la institución de la familia
moderna sino también del resto de estructuras institucionales moder-
nas (sistema jurídico, organización de los espacios y del tiempo social,
relaciones laborales, escuela, empresas, sindicatos, gobiernos políticos,
etc.) (ob. cit.).
El inició de la Revolución industrial no solo llevó a la separación del
espacio público-privado y a la identificación de lo masculino-femenino
y lo productivo-reproductivo con cada uno de los espacios, sino que
también derivó en lo que Carrasco, Borderias y Torns (2011) señalan
como la construcción social de la desvalorización de los trabajos do-
mésticos y de cuidados que acompañó al desarrollo de la producción
mercantil.
La reproducción implica permitirle al otro subsistir, física y afecti-
vamente. Sin embargo, mientras que en lo productivo recaen el pres-
tigio, la autonomía y el poder de decisión, la reproducción y su prác-
tica diaria le ha rebajado a la categoría de rutina, y por definición, no
reporta nada extraordinario. Lo productivo va unido a las actividades
públicas mientras que lo reproductivo queda imbuido en el ámbito do-
méstico y se conforma el dominio de lo productivo sobre el reproduc-
tivo (Murillo, 1996).
Carrasco, Borderias y Torns (2011) identifican durante la industria-
lización un cambio radical en el modelo de división sexual del trabajo
y nuevas identidades de género, habiendo un desplazamiento de los
cuidados desde el servicio doméstico o la comunidad al ámbito priva-
do y de la familia, y de las redes femeninas de cuidados, asalariados o
no, a la madre, y cómo este fue un proceso lento y difícil especialmente
entre las clases trabajadoras debido a las altas tasas de actividad feme-
nina de la época. También se dieron profundos y complejos cambios
en las características y condiciones del trabajo familiar doméstico entre
los que se encuentran la transformación en la concepción de la mater-
nidad, el nuevo valor dado a la infancia y a los trabajos de cuidados de
niños y niñas, personas ancianas y enfermas, y también los cuidados a
los hombres sustentadores económicos, quienes tenían una dedicación
completa al trabajo de mercado (que a mediados del siglo XIX podía

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llegar a las setenta y dos horas semanales) siendo esta dedicación sos-
tenida por el trabajo de reproducción cotidiana de las mujeres de sus
familias (ob. cit.).
¿Pero qué repercusión tuvo la división sexual del trabajo sobre la
construcción urbana durante esta época? Según McDowell (1996) el
modelo de ciudad del siglo XX es la concreción urbana de la sepa-
ración del puesto de trabajo y la casa, la ciudad y la periferia, la vida
pública y la vida privada y familiar que supuso la Revolución Indus-
trial en occidente. Esta segregación espacial se basaba en dos esferas
excluyentes de actividades, la productiva y la reproductiva. La esfera
productiva se identificaba con el espacio público, y es el espacio asig-
nado a los hombres y donde se desarrollaban las actividades econó-
micas, políticas, culturales, etc., mientras que la esfera reproductiva
se situaba en el espacio privado o doméstico, al que eran relegadas
las mujeres.
En las sociedades capitalistas del Norte global, el modelo de repar-
to de los cuidados, que asigna a las mujeres las tareas de cuidadoras y
a los hombres el trabajo asalariado, ha atravesado no sólo la estructura
de hogares y del mercado laboral, sino también las políticas públicas y
la propia construcción de las identidades (Agenjo, 2013).
El dividir los espacios en público y privado y asignarle a cada uno
una responsabilidad masculina o femenina tiene consecuencias discri-
minadoras y atenta contra la igualdad de oportunidades, ya que la libe-
ración de un tiempo doméstico es fundamental para tener un tiempo
en el que dedicarse a lo que uno desee y la posibilidad de construir una
individualidad. Esta falta de privacidad provoca una posición deficita-
ria en el espacio público (Murillo, 1996).
La Revolución Industrial es el momento en que comienza a identifi-
carse a las mujeres con el espacio doméstico y también cuando comien-
za a construirse la concepción social del espacio público como espacio
ajeno e inapropiado para las mujeres.
Los espacios surgen de las relaciones de poder, las relaciones de po-
der establecen las normas; y las normas definen los límites tanto socia-
les como espaciales, determinan quién pertenece a un lugar y quien
queda excluido y dónde se localiza una determinada experiencia (Mc-
Dowell, 1999).
La exclusión de las mujeres del ámbito público se apoya en la divi-
sión sexual de los trabajos y de los espacios y se materializa en una con-
figuración de los espacios centrada en las experiencias y necesidades
masculinas.
Sandercorck y Forsyth (1992) señalan que en planificación urbana
la línea establecida entre lo público y lo privado, o la vida doméstica, se
ha configurado poniendo en una situación de ventaja a los hombres.
Por tanto, la dimensión pública es una construcción física que por de-
finición representa toda una serie de cuestiones políticas y económicas
disputadas en el marco de la planificación.
La conceptualización de los espacios a partir de las exclusiones de
actividades y sexos continua en la actualidad. Sin embargo es impor-
tante romper con este enfoque dualista de los espacios privados y pú-
blicos, ya que por una parte sitúa determinadas experiencias y activida-
des en un espacio mientras que las excluye del otro y, por otra parte,
perpetúa la idea de que las cosas públicas son de responsabilidad co-
mún, pública, comunitaria, mientras que las cosas que pasan en el ám-
bito doméstico se quedan en el ámbito de lo privado y por lo tanto se
siguen reproduciendo jerarquías y desigualdades basadas en el género.

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Continuar pensando los espacios desde la dicotomía público-priva-


do invisibiliza la contribución de las mujeres en la actividad económi-
ca, política y cultural, así como su participación en el espacio y la esfera
pública. A pesar de que ha habido una invisibilización histórica de las
mujeres en la esfera pública, las mujeres participaron activamente de
la Revolución Industrial como trabajadoras ya que, como nos recuer-
da Isabel Segura (2006), el proceso de industrialización se hace con la
mano de obra de las mujeres tanto en el papel de trabajadora asalaria-
da como de trabajadora en el espacio doméstico, siendo la responsa-
ble del cuidado de las personas de la familia, pero sin ningún tipo de
retribución. Las mujeres siempre han estado presentes en los espacios
públicos de las ciudades, comprando y vendiendo mercancías, cami-
nando por las calles para ir a trabajar y participando en celebraciones
religiosas y civiles (Ryan, 1990).
La concepción de las mujeres aisladas de la esfera pública es una vi-
sión muy reduccionista, ya que como señala Agenjo (2013) comienza
a cuestionarse la existencia del modelo de actividades y espacios asig-
nados de manera exclusiva a los géneros más allá de los hogares bur-
gueses y se considera como una visión mitificada de tinte burgués. Esta
visión además de tener principalmente en cuenta a las mujeres burgue-
sas es profundamente eurocéntrica, ya que responde a los patrones so-
ciales de un momento histórico, a partir de la Revolución Industrial,
de clases sociales determinadas y de un contexto geográfico específico,
Europa y EEUU.
Por último, es imprescindible recoger también el legado de las mu-
jeres en la configuración del espacio urbano. La ciudad industrial ante-
pone los criterios productivistas en su configuración, pero mujeres de
todo tipo intervinieron activamente en la demanda de mejores condi-
ciones de salubridad e higiene en las ciudades, enfrentándose o cola-
borando con las autoridades municipales (Velázquez, 2006).
La naturalización del trabajo de cuidados y la identificación de estas
tareas con lo femenino, llevó a una desvalorización de las mismas y a re-
legar estas actividades (conceptualmente) al espacio doméstico, a pesar
de que hay un gran número de actividades de cuidados que se desarro-
llan en el espacio público (hacer la compra, cuidar a la infancia, acom-
pañar personas mayores a centros de salud…). Esto ha provocado que
los espacios urbanos se hayan pensado desde las necesidades de la esfera
productiva pero que no se haya tenido en cuenta en el diseño de los es-
pacios la satisfacción de las necesidades vinculadas con la esfera repro-
ductiva. Es decir, la ciudad no se ha pensado como el soporte físico para
poder desarrollar las actividades de cuidados, ya que desde la Revolución
Industrial se ha considerado que las actividades de cuidados se llevaban a
cabo exclusivamente en el espacio doméstico y por las mujeres.

La ciudad capitalista y patriarcal


La división del trabajo en el marco del sistema social patriarcal fue la
base a partir de la cual comienzan a conformarse las ciudades. La con-
figuración espacial sirvió al mismo tiempo como reproductora de las
estructuras del sistema. Los diferentes paradigmas urbanísticos de los
que son herederas nuestras ciudades actuales se basan en esta concep-
ción socio-espacial.
El discurso social delimita los distintos usos de los espacios y la dis-
tribución de los lugares, y asigna protagonismos, dependiendo del gé-

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nero de sus habitantes. El espacio público será gestionado mayorita-


riamente por hombres mientras que el espacio doméstico tendrá a las
mujeres como máximas responsables (Murillo, 1996).
Jane Darke (1998a) defiende que en todo asentamiento las relacio-
nes sociales de la sociedad que lo ha construido se inscriben en el es-
pacio, quedando las funciones y el lugar apropiado para las diferen-
tes categorías de personas (de género, grupos de edad, castas, clases o
grupos étnicos) incorporados a pueblos y ciudades. Nuestras ciudades
están embebidas de patriarcado, presente en la piedra, el ladrillo, el
vidrio y el hormigón. Existe toda una serie de normas implícitas y ex-
plícitas que establecen cuáles son los cuerpos que pueden acceder a
ciertos espacios y cómo se relacionan entre sí. La normatividad andro-
céntrica se plasma y transmite no solo en la configuración urbana sino
también en la forma de los edificios, tanto en sus divisiones interiores
como en los espacios que los separan (McDowell, 1999).
La configuración de las ciudades responde a una concepción de la
vida cotidiana cimentada en la división sexual del trabajo y que se basa
en una dicotomía artificial de lo público/privado y masculino/femeni-
no (Murillo, 1996; McDowell, 1999; Durán, 2000; Sánchez de Madaria-
ga, 2004; Muxí Martínez, 2009). Estas formas convencionales del dise-
ño, legado de los principios del movimiento moderno y basadas en la
división sexual del trabajo, asumen la existencia en cada hogar de una
persona que se ocupa a nivel individual del cuidado de las personas de-
pendientes y de las múltiples tareas necesarias para el mantenimiento
de la vida cotidiana. De esta concepción dicotómica de la esfera públi-
ca y la esfera privada y del trabajo productivo frente al trabajo repro-
ductivo derivan las decisiones sobre la forma de la ciudad, la distribu-
ción de usos en el espacio, las inversiones públicas en infraestructuras
y transporte, la concepción de los espacios domésticos, etc., que contri-
buyen a potenciar el funcionamiento del sistema productivo más que a
facilitar las tareas necesarias para la reproducción social y la organiza-
ción de la vida cotidiana (Sánchez de Madariaga, 2004). Muxí Martínez
(2009) relaciona la existencia de dos esferas de trabajo, una remunera-
da y reconocida y otra no remunerada e invisible -que se corresponden
con una división sexual del trabajo- con la ciudad por partes, la ciudad
de las funciones segregadas que ha degenerado en una ciudad triple-
mente segregada por funciones, clase y género. Frente a esta realidad
las mujeres reclaman una ciudad compleja y de proximidad, con buen
transporte público y espacios públicos seguros que permitan elegir el
uso que se hace de la ciudad.
Según Darke (1998b) en la ciudad siempre ha habido espacios di-
ferenciados pero este fenómeno se agudiza con la ciudad zonificada
a partir del s. XIX, con la industrialización y la urbanización acelera-
da que cambiaron radicalmente la sociedad. En el siglo XIX los roles
de género estuvieron mucho más diferenciados y simultáneamente las
ciudades adquirieron mayor complejidad espacial, con la separación
de funciones y el inicio de la suburbanización a gran escala.
La polarización de los espacios público y privado a partir de la divi-
sión sexual del trabajo continúa con la expansión del modelo de subur-
bio americano, que además ha sido extendido y replicado en todo el
mundo hasta nuestros días. Dolores Hayden (1982) critica este modelo
de crecimiento urbano que se sustenta en la división sexual del trabajo
y que convierte el espacio residencial en una jaula de oro para las amas
de casa, apartándolas de nuevo de la esfera productiva donde habían
tenido un papel protagonista durante la Segunda Guerra Mundial.

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Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora

El discurso dominante de la posguerra reconvierte el hogar y el cui-


dado familiar en la única aspiración posible para las mujeres: la cocina
como fábrica, la casa amplia y moderna, unos hijos sanos y felices y un
marido exitoso que trabajara en las corporaciones situadas en la ciu-
dad. El éxito para las mujeres consistía en ser una feliz ama de casa. La
mística de la feminidad, de Betty Friedan de 1963, es una crítica a par-
tir de su propia experiencia de este sentimiento de insatisfacción com-
partido con otras mujeres que condujo a una depresión generalizada
entre las mujeres en la década de 1950-1960 y que los médicos denomi-
naron la enfermedad sin nombre (Muxí Martínez, 2013).
Las ciudades de posguerra priorizaron el empleo masculino, cons-
truidas a partir de la separación de ámbitos y basada en los roles tradi-
cionales, pero sin tener en cuenta la combinación de roles de esposa,
madre y trabajadora de muchas mujeres. El empleo de las mujeres a
tiempo parcial (permitiendo la conciliación con las responsabilidades
familiares) era difícil debido al escaso transporte público a las zonas in-
dustriales fuera de las horas punta. Las zonas residenciales fueron di-
señadas sobre la concepción tradicional según la cual el hombre traba-
ja fuera de casa para ganar un dinero que cubra el sustento familiar, y
la esposa cumple el papel de ama de casa sin ocupación remunerada.
Elementos de la configuración de este modelo urbano, como la falta
de equipamientos para el cuidado de las criaturas y de redes familiares
locales, la ausencia de comercios en las proximidades y los recorridos
largos y caros hasta el centro de trabajo, impedían prácticamente el
desempeño de otros papeles por parte de las mujeres (Darke, 1998b).
Decenios dominados por un enfoque sectorial en la planificación
urbanística nos han conducido a entornos urbanos segregados don-
de los ambientes residenciales, de trabajo, compras y ocio constituyen
esferas independientes unidas por extensos sistemas de transportes
(Jaeckel y Van Geldermalsen, 2006). Este modelo territorial dificulta el
desarrollo de la vida cotidiana e impide que exista una conciliación en-
tre las diferentes actividades que se desarrollan en el día a día.
La ciudad zonificada segrega actividades cotidianas como el trabajo,
el ocio, la movilidad y la vida familiar, pero la mayoría de las mujeres
no separan de esa manera la realización de estas actividades (Darke,
1998b). De hecho, según Carrasco Bengoa (2007) el feminismo, que
se basa en la experiencia de las mujeres, pone en evidencia que en la
vida humana no existen compartimentos estancos porque la realidad
es mucho más fluida y se caracteriza por un conjunto de espacios inte-
rrelacionados (privado, personal, doméstico, público...). La vida de las
mujeres es un constante transitar entre los diversos espacios privados y
los diversos espacios públicos en un continuo de experiencias que con-
firma la permeabilidad de los espacios, y todavía más allá, cuestiona
que se trate de espacios delimitados, independientes el uno del otro.
(ob. cit.).
Pero si en el marco de la ciudad capitalista se construyó una ciudad
hecha a la medida del hombre no ocurrió algo muy diferente en la
conformación de las ciudades comunistas. En la construcción de la ciu-
dad socialista tuvieron mucha relevancia los 16 principios del urbanis-
mo de la RDA, denominada la “Anti-Carta de Atenas”, presentada en la
CIAM de Bérgamo en 1949. En estos principios se decía que la ciudad
no puede ser construida como suma casual de barrios y que el objetivo
del urbanismo es la satisfacción de los derechos humanos al trabajo, la
vivienda, la cultura y el ocio (Sáinz Guerra, 2004). Además, en el terce-
ro de estos principios se establece la industria como esencia de las acti-

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vidades urbanas (ob. cit.). Tal como pasa en la Carta de Atenas con las
funciones urbanas, se olvidan de las respuestas que tiene que dar la ciu-
dad a las necesidades derivadas de la esfera reproductiva y los cuidados.
Además de los diferentes paradigmas urbanos que han dejado su
impronta sobre la conformación de la ciudad actual, las políticas neo-
liberales, y los recortes en épocas más recientes, han provocado gran-
des desequilibrios sociales que se concretan territorialmente en fenó-
menos como la mercantilización del espacio público, la especulación,
la gentrificación y/o la turistificación.
En esta ciudad social y económicamente injusta las características
sociales como el género, la clase social, el ser una persona racializada,
la identidad sexual, la diversidad funcional o la edad, entre otros aspec-
tos, determinan los privilegios y las opresiones que experimentamos en
nuestro día a día en el espacio urbano.
Como respuesta a las dificultades para el desarrollo de la vida coti-
diana y analizando los diferentes usos que mujeres y hombres hacen
del espacio urbano, según las tareas que desarrollan en su día a día, las
geógrafas feministas comenzaron a estudiar en los años 70 el entorno
urbano desde una perspectiva de género (García Ramón, 1989, 2005;
Sabaté el al., 1995; McDowell 1999; Bondi y Rose, 2003) estableciendo
una relación entre los roles de género y las divisiones espaciales. Las
geógrafas feministas se plantean hasta qué punto los hombres y las mu-
jeres viven de manera diferenciada los espacios y los lugares, y preten-
den demostrar que estas diferencias forman parte tanto de la constitu-
ción social del espacio como del género.
Muchas autoras desde la perspectiva de género han remarcado la
existencia de pluralidad de necesidades y los problemas que conlle-
va no tener en cuenta esta diversidad. Siguiendo esta argumentación,
muchas autoras que han hecho una lectura desde el territorio, han de-
nunciado el carácter androcéntrico de las ciudades al invisibilizarse las
necesidades relacionadas con las tareas reproductivas y diseñarse los
espacios sin tener en cuenta la vida cotidiana de las mujeres (Moser y
Levy, 1986; Moser, 1989; Campos, 1996; Levy, 1996, 2003; Walker et al.,
2013).
Para Beall (2010) mujeres y hombres tienen diferentes intereses y
necesidades en las distintas etapas de sus vidas y estas van variando tam-
bién según los diversos contextos familiares y comunitarios. Las ciuda-
des como expresión espacial de las relaciones sociales están basadas en
el poder y el conflicto y también en la cooperación y el consenso, lo
que ha significado que muchas veces las necesidades de las mujeres ha-
yan sido ignoradas.
A partir de la diversidad de experiencias, la vida cotidiana de muje-
res y hombres es diferente. Las actividades desarrolladas en el día a día
y la gestión del tiempo están marcados por los roles de género y el he-
cho de tener (o no) un cuerpo sexuado. Por otro lado, las personas de-
sarrollan su vida cotidiana en una estructura urbana que se ha diseña-
do desde una perspectiva androcéntrica. Determinadas actividades son
consideradas socialmente más importantes y esto se materializa en una
configuración urbana que prioriza unas actividades y jerarquiza unos
usos frente a otros, dedicándoles más espacio, mejores localizaciones,
conectividad… Estos factores afectan al desarrollo de unas y otras ac-
tividades.
Según Clara Greed (1997) las mujeres hacen un uso diferente de
la ciudad a los hombres, y que esto se debe a que tienen responsabili-
dades y roles distintos. Además, se toma a los hombres como modelo,

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como el “ser humano medio” y el urbanismo se enfoca en satisfacer es-


tas necesidades. La autora también defiende que “la planificación ur-
banística puede ser cualquier cosa que queramos, no es algo que está
prefijado, no es un don de Dios, es una creación de realidades para
mujeres y para hombres” (ob. cit., p. 2).
Soto Villagrán (2007) señala que desde el feminismo se cuestiona la
distribución desigual de los espacios y la asignación diferencial de las
esferas doméstica y pública, ya que en los espacios donde se lleva a cabo
la vida cotidiana, la movilidad y las actividades de las mujeres respon-
den a estereotipos femeninos, influidos por una perspectiva masculina
tanto de la planificación como de la cultura dominante.
Derivados del tipo de tareas que desempeñan en su día a día, muje-
res y hombres hacen un uso diferente del espacio urbano. Como cues-
tiones generales se podría señalar que las mujeres utilizan más el trans-
porte público y hacen más recorridos a pie (Miralles-Guasch, 2010). El
problema con el que se enfrentan las mujeres en cuanto a la movilidad
es que los sistemas de transporte han sido diseñados a partir de la jor-
nada laboral masculina y por eso el foco sobre la planificación en trans-
porte se ha puesto sobre la movilidad en lugar de en la accesibilidad
(Beall,1996). Sánchez de Madariaga (2004) afirma que, a pesar de las
diferencias entre barrios, ciudades y países, existen determinadas ca-
racterísticas generales sobre la movilidad femenina, como patrones de
movilidad más complejos fruto de sus múltiples responsabilidades y un
menor acceso al vehículo privado. Además, realizan movimientos po-
ligonales (a diferencia de los hombres que los hacen pendulares), son
las principales usuarias del transporte público, encadenan más viajes,
viajan por mayor variedad de motivos, hacen recorridos más cortos -y
gran parte de los desplazamientos son en el entorno residencial- y ha-
cen muchos viajes acompañando a otras personas que carecen de au-
tonomía personal. Aunque se mueven más, su movilidad está limitada
por la dependencia de las necesidades de otras personas y de los hora-
rios de los servicios públicos. Esta reducción de su movilidad afecta a su
capacidad de acceso al empleo y a otras actividades como el ocio. Tam-
bién utilizan más ciertos equipamientos o servicios, al asumir en mayor
medida tareas relacionadas con los cuidados y la esfera reproductiva,
como servicios médicos, espacios públicos (como acompañantes y cui-
dadoras de niños y niñas) y mercados o tiendas (Llop, 1996).
Pascuala Campos (1996) alerta de que en múltiples ocasiones las ne-
cesidades que conllevan los trabajos de la vida cotidiana son olvidadas,
por eso es importante visibilizar estas tareas y evidenciar el rol impres-
cindible que desempeñan para el mantenimiento de cualquier socie-
dad. Las actividades relacionadas con la atención y el cuidado de los ni-
ños y niñas, de las personas mayores y enfermas, y de todos los trabajos
relativos a la higiene, alimentación y atención afectiva son considera-
dos resolubles de una manera “natural”, es decir resueltos en la mayo-
ría de los casos por mujeres (ob. cit.). A efectos prácticos esto implica
que en la mayoría de las ocasiones no son tenidos en cuenta a la hora
de planificar el territorio y de hacer políticas públicas.
Clara Greed (1997) recoge algunos temas que afectan negativamen-
te a las mujeres, en relación a las actividades que hacen en su día a día
y por cómo se materializa su vida cotidiana en el espacio físico, y clasifi-
ca estos problemas según las diferentes escalas del territorio. En la esca-
la de lo “macro” y de la planificación urbanística los problemas que se
encuentran están vinculados con la zonificación segregada, escasez de
transporte público y descentralización del comercio; en la escala de lo

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“meso”, del distrito, la falta de equipamientos, tiendas y oportunidades


de empleo; y en la escala local, de lo “micro”, los temas de seguridad
y los problemas derivados de la accesibilidad y el cuidado de los hijos.
Según Teresa del Valle (1996) la construcción del espacio urbano
está más orientada a mantener a las mujeres en los espacios destinados
a los roles familiares que a promover su incorporación a la sociedad en
general.
Larsson (2006) argumenta que el lento avance de la perspectiva de
género dentro de la planificación es debido en parte a que la mayoría
de los trabajos de ordenación urbana se basan en un género neutro,
centrándose en el interés público en general, sin cuestionar el signifi-
cado de interés público. La autora identifica diferentes factores como
causantes de las desigualdades que sigue promoviendo la planificación
urbana. Por una parte, la existencia de relaciones de poder y la subor-
dinación de las experiencias de las mujeres en la praxis de la planifica-
ción. La manera en que se maneja lo que se considera “ser mujer”. El
uso de dicotomías como público-privado, reproducción-producción y
trabajo remunerado-trabajo no remunerado en relación con los diver-
sos niveles de la planificación. Una comprensión poco clara del con-
cepto de “interés público” y una falta de conocimiento de las activida-
des de planificación desde la perspectiva de género.
Según Alejandra Massolo (2005), “la perspectiva de género no re-
presenta una visión apocalíptica de la ciudad, ni sostiene una concep-
ción “victimista” de las mujeres en la vida urbana, pero sí es una mira-
da que por su mismo origen en las luchas y los derechos de las mujeres,
señala las injustas situaciones existentes, cuestiona que la ciudad sea
pensada y organizada a la medida del hombre y pretende cambios que
permitan una buena vida de las mujeres, en una ciudad y sociedad más
justa y equitativa” (pp. 8-9).
Por su parte Rainero y Rodigou (2001) señalan que existen nuevos
patrones en la sociedad que cuestionan esta dicotomía entre lo públi-
co y lo privado (nuevas tipologías de trabajo remunerado, flexibles, en
el propio hogar; altas tasas de desempleo masculino; mayor protago-
nismo público de las mujeres; etc.). Estos cambios no se han materia-
lizado en una transformación de la organización física de la ciudad y
los tiempos de la misma, que acompañe a estas nuevas necesidades, lo
que impacta en la calidad de vida de las mujeres que encuentran serias
dificultades para la conciliación entre las diferentes esferas (ob. cit.).
Las feministas en las últimas décadas han luchado para aumentar la
presencia de mujeres en la vida pública. Durante estos años las feminis-
tas han reivindicado los derechos de las mujeres como actores activos en
la esfera pública y han reclamado participar plenamente en la vida de la
ciudad, crear y proteger espacios para las mujeres y redefinir y extender
la definición de esfera pública. Las feministas han argumentado la nece-
sidad de cambios radicales en las estructuras espaciales metropolitanas
y cambios en las políticas sociales y de transporte para mejorar las opor-
tunidades de participación en la vida política y económica de la ciudad
de las mujeres que además son cuidadoras (Sandercock y Forsyth, 1992).
Werkele (1980) señala que muchos de los trabajos en urbanismo con
perspectiva de género apuntan a la necesidad de cambios fundamenta-
les en algunos de los más básicos elementos de la ciudad moderna, como
los patrones de zonificación, la planificación de barrios, los sistemas de
transporte, la industria de la vivienda y la estructura de servicios sociales.
Greed (1997) apunta a que en el nivel micro, de las viviendas y el entor-
no próximo, las mujeres han expresado durante años su preocupación

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Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora

por el tipo de trazado de las calles, las densidades, el diseño de las vivien-
das y por temas sociales como la delincuencia, la seguridad, el cuidado
de niños y niñas, los problemas de tráfico y la accesibilidad.
Jane Darke (1998b) apunta a los diversos trabajos que han analizado
cómo el modelo de zonificación se basa en papeles estereotipados según
el género, en los cuales las unidades familiares están compuestas por
un hombre encargado del sustento económico y con un horario laboral
convencional, y una mujer, ama de casa, que utiliza la ciudad de mane-
ra diferente, lleva a niñas y niños al colegio, hace las compras… y pasa
la mayor parte de su tiempo atendiendo al hogar y a otros miembros de
la familia.
Las relaciones y los roles de género son centrales en la localización
de recursos, equipamientos y oportunidades en la ciudad, que es esen-
cial en la estructura del espacio urbano. La localización de áreas resi-
denciales, lugares de trabajo, redes de transporte y todas las capas que
conforman la ciudad, reflejan las expectativas de una sociedad capita-
lista y patriarcal sobre qué tipos de actividad tienen lugar dónde, cuán-
do y por quién. La naturaleza de las relaciones de género se refleja en
la estructura espacial de las ciudades, pero igual que las formas de las
relaciones de género no son constantes en el tiempo ni en el espacio, la
estructura de las ciudades también varía en el tiempo (England, 1991).
Cristina Carrasco (2007) señala algunos factores de planificación
urbana que han aumentado las diferencias entre mujeres y hombres,
como el desarrollo de un uso funcional del territorio que ha causado
un incremento de los desplazamientos en vehículo privado por la ex-
tensión de la red viaria interurbana y urbana -además la planificación
de la movilidad se ha hecho fundamentalmente para cubrir unas de-
mandas a gran escala y para desplazamientos relacionados con el traba-
jo o con los estudios, de forma que no se han cubierto necesidades en
espacios de menor densidad de población ni para desplazamientos co-
tidianos no relacionados con el estudio o el trabajo-; el fomento de pro-
mociones urbanísticas con viviendas de baja densidad de edificación y
pocos servicios de uso cotidiano cerca; el diseño del espacio público
desde la perspectiva del coche que ha provocado una pérdida progre-
siva del espacio destinado a los peatones, y ha creado unas calles inse-
guras, congestionadas y ruidosas. La vida cotidiana en las calles, por lo
tanto, ha ido perdiendo relevancia y ha contribuido a reducir el dina-
mismo comercial urbano, la localización de equipamientos y servicios
públicos, los espacios de juego y de ocio, etc.
Picchio (2009) señala la importancia de incorporar la perspectiva
de género para analizar las diferentes experiencias que tienen mujeres
y hombres de las condiciones de sostenibilidad de la vida individual y
colectiva, ya que podría permitir aclarar mejor las prioridades y los as-
pectos funcionales de algunos servicios. Este reconocimiento de la di-
versidad intrínseca en cuanto a la experiencia vital de hombres y mu-
jeres no pretende fijar los roles sexuales, sino abrir un debate público
y de negociación social sobre la complejidad del proceso de reproduc-
ción y sobre su función en la estructura social (ob. cit.).

Los cuidados en la ciudad


Las diferencias de género entre mujeres y hombres se manifiestan en
las actividades que desarrollan, cómo actúan, cómo utilizan la ciudad,
cómo interpretan sus propias vidas y cómo son percibidas socialmente.

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De esta manera, las actividades desarrolladas en el día a día y la gestión


del tiempo están marcados por los roles de género y el hecho de tener
(o no) un cuerpo sexuado. Teresa Torns señala que la perspectiva de
género ha resultado imprescindible para visibilizar dos dimensiones
clave de la vida cotidiana: el tiempo y las tareas de reproducción de la
vida humana y la relación de estas dimensiones con el bienestar coti-
diano (Torns et al., 2006).
La principal diferencia en la vida cotidiana de mujeres y hombres
estaría en el tiempo y el grado de responsabilidad dedicado a las ta-
reas de cuidados. En Cataluña, según datos de la Encuesta de usos del
tiempo de 2011, las mujeres dedican semanalmente el doble de horas
que los hombres a las tareas del hogar y la familia, con un total de 28
horas con 21 minutos, mientras que los hombres dedican 14 horas con
35 minutos.
El cuidado es “una actividad de especie que incluye todo aquello
que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro ‘mundo’ de
tal forma que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo in-
cluye nuestros cuerpos, nuestros seres y nuestro entorno, todo lo cual
buscamos para entretejerlo en una red compleja que sustenta la vida”
(Fisher y Tronto 1990, en Tronto 2005, p. 234). Amaia Pérez Oroz-
co (2014) contrapone las actividades de cuidados, que se mueven por
una preocupación por la vida ajena a la lógica del capital. Se refiere al
conjunto de actividades que, en última instancia, aseguran la vida (hu-
mana) y que adquieren sentido en el marco de relaciones interperso-
nales, gestionando una realidad de interdependencia (ob. cit.). Las
personas dependemos física y emocionalmente del tiempo que otras
personas nos dan. Durante toda la vida, pero especialmente en ciertos
momentos del ciclo vital, sería imposible sobrevivir si no fuese porque
otras personas, principalmente mujeres por la división sexual del traba-
jo, dedican tiempo y energía a cuidarnos. Somos seres encarnados en
cuerpos vulnerables que enferman y envejecen y que son contingentes
y finitos (Herrero, 2017).
El trabajo de cuidados engloba una notable carga de subjetividad:
emociones, sentimientos, afectos-desafectos, amores-desamores. El pe-
ligro es que a partir de esta subjetividad se ha construido una identi-
dad femenina en la mística del cuidado basada en los cuidados y en la
maternidad. Esto conlleva a que en situaciones duras de cuidados no
se cumplan los requisitos de amor que se presuponen y se realizan por
la obligación moral socialmente construida que presiona a las mujeres
(Carrasco, Borderías y Torns, 2011).
Los trabajos de cuidados producen bienes y servicios para el auto-
consumo, no para el intercambio mercantil, generando valores de uso.
No persiguen un aumento de la productividad ni fomentan valores de
competitividad. Conllevan una fuerte carga emocional (que no siem-
pre tiene por qué ser positiva) y, a diferencia del mercado, responden a
una ética que se centra en las relaciones y en las necesidades humanas
(Grupo de Ecofeminismo - Ecologistas en Acción, 2011)
El trabajo familiar doméstico que incluye la actividad de cuidados
se presenta como un conjunto de necesidades que hay que satisfacer,
incluyendo los bienes y servicios directos y las necesidades de afectos,
relaciones y cuidados emocionales que se concretan en actividades par-
ticulares que, por su carácter subjetivo, pueden ser diferentes para las
distintas personas (Bosch, Carrasco y Grau, 2005).
Se pueden clasificar los cuidados en directos e indirectos. Los direc-
tos se refieren a actividades realizadas directamente con las personas

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a quien se dirigen los cuidados: dar comida a un bebé, atender a una


persona enferma, charlar con una adolescente. Los cuidados indirec-
tos abarcan lo que tradicionalmente se conocía como trabajo domés-
tico: limpiar la casa, la ropa, cocinar, hacer la compra y también todas
las tareas de gestión y organización de los trabajos del hogar (Carrasco,
Borderías y Torns, 2011).
Según Amaia Pérez Orozco (2014) es necesario poner la sostenibi-
lidad de la vida en el centro. La posibilidad de alcanzar una vida digna
de ser vivida, generando un bien-estar encarnado y cotidiano. La auto-
ra critica que la noción hegemónica de vida, que separa vida humana
y naturaleza, identifica los valores asociados a la masculinidad con lo
humano, impone la irrealidad de la autosuficiencia y asimila bien-estar
con consumo mercantil en crecimiento y progreso.
Aunque es imprescindible poner la sostenibilidad de la vida en el
centro, es fundamental repensar las connotaciones y significados que
tienen los cuidados, por lo que hay que hacer algunas puntualizacio-
nes. Hay que romper con los esencialismos que otorgan a las mujeres
unas cualidades especiales para los cuidados a partir de las diferencias
biológicas. Situando los cuidados como una actividad social que va más
allá de los lazos familiares sanguíneos y superando el modelo de fami-
lia nuclear heteronormativa, ya que existen diversidad de modelos fa-
miliares que sostienen relaciones afectivas y de cuidados. Visibilizando
que, además de los cuidados para la sostenibilidad de la vida, hay par-
te de los cuidados que suponen un acompañamiento y soporte físico
y emocional para la muerte. Poniendo de relieve que frente a las retó-
ricas capitalistas que abogan por un ideal de autosuficiencia todas las
personas somos interdependientes de otras personas y además somos
dependientes del entorno y del medio ambiente en el que estamos in-
mersas. Es fundamental también hablar del tiempo y los espacios ne-
cesarios para el autocuidado de cada individuo ya que es imposible te-
ner una vida saludable y poder cuidar a otras personas si no podemos
cuidarnos a nosotras mismas. Por último, recalcar que tiene que exis-
tir una responsabilidad social de los cuidados y que esto pasa por que
los cuidados tengan un lugar central en nuestra sociedad y no un lugar
marginal como hasta ahora. Como señalan Carrasco, Borderias y Torns
(2011) la organización social de los trabajos de cuidados y el lugar que
ocupan en la sociedad actual son producto de un largo proceso históri-
co que comenzó a gestarse durante la transición al capitalismo liberal.
Es fundamental revertir la posición que tienen socialmente y para ello
es imprescindible reconfigurar los espacios y los tiempos de la ciudad,
pensándolos para poder desarrollar todas las actividades de cuidados.
La dependencia es un concepto construido socialmente, que identi-
fica como tales a grupos de población por razones de edad o de salud;
sin embargo, es algo inherente a la condición humana. Todas las perso-
nas son social y humanamente interdependientes y requieren distintos
cuidados a lo largo del ciclo vital, y el tipo de las dependencias también
van variando y pueden ser biológicas, económicas o emocionales. Al ser
la dependencia algo universal, los cuidados son inevitables, por lo que
su responsabilidad no debería ser individual y privada, sino social y polí-
tica. (Carrasco, Borderías y Torns, 2011). Cada sociedad debería organi-
zar los cuidados para dar respuesta a las dependencias y necesidades hu-
manas, y a la vez, mantener el respeto por las personas que lo necesitan
y no explotar a las que están actuando de cuidadoras (Nussbaum, 2006).
La perspectiva feminista pone en valor las tareas reproductivas y de
cuidados, reconoce su impacto cuantitativo y cualitativo en la sociedad

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y visibiliza que actualmente siguen siendo las mujeres quienes desem-


peñan mayoritariamente las tareas asociadas con lo reproductivo. Sin
embargo, cuando se reivindica incorporar las necesidades derivadas de
la esfera reproductiva a la planificación urbana no se trata en ningún
caso de hacer una “naturalización” de la división sexual del trabajo.
Atender a las necesidades relacionadas con lo reproductivo no se tra-
duce en una sectorización sexuada de los espacios sino en preparar el
espacio para una sociedad más justa y equitativa en donde las obliga-
ciones que hoy siguen asumiendo mayoritariamente las mujeres sean
compartidas (Campos, 1996).
El planificar la ciudad desde una supuesta perspectiva neutra en
realidad se basa en las necesidades masculinas priorizando las activi-
dades vinculadas con lo productivo y lo monetario, frente a una in-
visibilización de las actividades vinculadas con la reproducción y los
cuidados. Esto se materializa en las ciudades en aspectos como la lo-
calización de los espacios, su diseño, la planificación de la movilidad,
la gestión y el mantenimiento de los espacios o cómo se estructuran
los horarios.
El objetivo del urbanismo feminista es conseguir cambiar los pará-
metros sociales que actualmente valoran más las actividades producti-
vas que las reproductivas, para que cada persona pueda elegir qué acti-
vidades desarrollar sin que éstas sean definidas por su género, y que la
planificación urbana responda a las necesidades derivadas de la esfera
reproductiva y los cuidados a través de la configuración urbana.
Abordar la gestión de la vida cotidiana y de los cuidados desde el ur-
banismo permite obtener una perspectiva más integral de los procesos
y la dinámica de la ciudad, considerando las necesidades de la vida dia-
ria de la mayoría de mujeres en relación con la planificación urbana en
sus diferentes escalas: desde las grandes intervenciones a nivel central
hasta los barrios o conjuntos de viviendas situados en la periferia (Se-
govia y Rico, 2017).

Un nuevo paradigma urbano: la ciudad cuidadora


Los entornos urbanos son el escenario en el que desarrollamos nues-
tras vidas cotidianas, en una estructura urbana que está definida sobre
la base de los valores de una sociedad capitalista y patriarcal y en la
que ambos sistemas se retroalimentan. Como consecuencia de la do-
minación patriarcal y de su influencia en la producción del espacio,
determinadas actividades son consideradas socialmente más importan-
tes. Esto se materializa en una configuración urbana que jerarquiza ac-
tividades y usos, haciendo prevalecer unos frente a otros dedicándoles
más espacio, mejores localizaciones y conectividad. El espacio urbano
no se ha concebido como espacio donde se desarrollan los cuidados y
esto ha llevado a que no se piense la ciudad como soporte físico que fa-
cilite la realización de las tareas de cuidados.
Como señala Campos (1996), dar respuesta a las necesidades rela-
cionadas con lo reproductivo no se traduce en una sectorización sexua-
da de los espacios sino en preparar el espacio para una sociedad más
justa y equitativa donde las obligaciones, que hoy siguen asumiendo
mayoritariamente las mujeres, sean compartidas.
En esta ciudad social y económicamente injusta las características
sociales como el género, la clase social, el ser una persona racializada,
la identidad sexual, la diversidad funcional o la edad, entre otros aspec-

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tos, determinan los privilegios y las opresiones que experimentamos en


nuestro día a día en el espacio urbano.
La ciudad que tenemos es la materialización territorial de un mode-
lo social y económicamente injusto, por lo que para acabar con las des-
igualdades sociales y económicas es imprescindible un cambio estruc-
tural de paradigma.
Olga Segovia y María Nieves Rico (2017) señalan que aproximarse
a un nuevo paradigma urbano implica reconocer la diversidad y dar
cuenta de la multiplicidad de caras y habitantes que tiene la ciudad, in-
corporando a la producción social del hábitat todas las realidades ur-
banas, incluyendo en particular los derechos de las mujeres en relación
con la ciudad y desde una mirada interseccional.
El urbanismo feminista reivindica la importancia social de los cuida-
dos sin que esto signifique encasillar a las mujeres en el rol de cuidado-
ras, sino asumiendo que todas las personas somos dependientes unas
de otras y del entorno y que, por lo tanto, los cuidados deben ser una
responsabilidad colectiva. Repensar la ciudad desde una perspectiva
feminista es dejar de generar espacios desde una lógica productivista,
social y políticamente restrictiva, y empezar a pensar en entornos que
prioricen a las personas que los van a utilizar. Para ello se propone un
cambio radical de prioridades a la hora de concebir los espacios y los
tiempos en la ciudad y construir un nuevo paradigma urbano.
Este nuevo modelo urbano sitúa a las personas en el centro de las de-
cisiones, teniendo en cuenta la diversidad de experiencias y rompiendo
con la estandarización de sujetos, cuerpos, vivencias y deseos. Los espa-
cios deben ser flexibles y adaptarse a las diferentes necesidades de las
personas y no que las personas se adapten a las condiciones del espacio.
Este nuevo paradigma urbano se concreta en el modelo de la ciudad cui-
dadora, pensando ciudades que nos cuiden, que cuiden nuestro entor-
no, nos dejen cuidarnos y nos permitan cuidar a otras personas.
En una ciudad que cuida los espacios públicos, las personas perci-
ben seguridad de los espacios, porque están bien señalizados e ilumina-
dos; hay gente alrededor que pueda ayudarte; son visibles sin elemen-
tos que obstruyan el paso o la visión de las personas; vitales, porque
permiten el uso y desarrollo de diferentes actividades y promueven el
apoyo mutuo. Cada espacio está pensado desde la vivencia de las per-
sonas que lo van a utilizar y cuidando las condiciones físicas y el man-
tenimiento y gestión del espacio para que cualquier persona puede ca-
minar tranquila a cualquier hora del día sin temor a que la acosen o la
agredan.
En este modelo urbano no existe un dominio de los vehículos mo-
torizados que hacen un uso abusivo de los espacios públicos y que pro-
ducen altos índices de contaminación, accidentes e inseguridad vial,
especialmente para las personas mayores y los niños y niñas. Además,
Carme Valls-Llobet (2018) nos indica que los efectos de la contamina-
ción ambiental son más negativos en el cuerpo de las mujeres porque
muchos contaminantes ambientales actúan como disruptores endocri-
nos en su organismo. La ciudad que cuida prioriza y fomenta una red
de transporte público accesible, física y económicamente, tanto en las
estaciones de transporte como en los vehículos y está conectada con
una amplia red peatonal y con diferentes espacios (productivos, repro-
ductivos, espacios de ocio, deporte…). Debería haber una variedad de
franjas horarias para facilitar los distintos desplazamientos en la vida
cotidiana de las personas y sin obligar a invertir una parte considerable
de la jornada en desplazamientos.

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Una ciudad que cuida no expulsa a las vecinas de sus barrios por
contratos de alquiler abusivos, por la especulación y por regulaciones
que solo velan por la propiedad, sino que permite acceder a una vi-
vienda digna en condiciones económicas justas y promueve diferentes
modelos de habitar más allá de la convivencia de la familia nuclear he-
teropatriarcal.
Un paradigma urbano que tiene en cuenta la diversidad y los cuida-
dos asume que las personas somos funcionalmente diversas, que a ve-
ces estamos enfermas, tenemos dolores crónicos y que pasamos por di-
ferentes etapas en el ciclo vital que hacen que no encajemos con unos
ritmos y niveles de productividad impuestos y que generan frustracio-
nes, miedos y merman nuestra autonomía a la hora de disfrutar de la
ciudad.
La ciudad que cuida nuestro entorno no consume recursos territo-
riales, energéticos y ambientales sin límite. Intenta minimizar los resi-
duos que produce y promueve acciones para limpiar el aire que nos
contamina y el agua. Impulsa estrategias para el aprovechamiento de
los recursos existentes, por ejemplo, utilizando equipamientos y espa-
cios infrautilizados y priorizando la rehabilitación de edificios y espa-
cios frente a la práctica de la tabula rasa, tan frecuente en urbanismo.
Fomenta la distribución equitativa de servicios, equipamientos y co-
mercios de proximidad en los diferentes barrios, lo que da lugar a re-
corridos funcionales y minimiza el uso del vehículo privado. La ciudad
que se preocupa por el entorno construye corredores verdes y desarro-
lla estrategias para recuperar la flora y la fauna autóctonas.
Una ciudad que permite a las personas cuidarse proporciona espa-
cios equipados para el ocio y la diversidad de prácticas deportivas, y fa-
vorece las relaciones interpersonales en espacios públicos exteriores o
a salvo de las inclemencias meteorológicas, donde estar, sentarse, char-
lar y relacionarse, todo ello sin necesidad de mediación de ninguna ac-
tividad comercial. Esta ciudad también ofrece espacios para la partici-
pación política, libres de la instrumentalización de los entes políticos.
Una ciudad cuidadora también te permite cuidar porque te propor-
ciona el soporte físico necesario para el desarrollo de las tareas corres-
pondientes, como hacer la compra, llevar a niños y niñas al colegio,
acompañar a personas enfermas al centro de salud… Este soporte físi-
co se concreta en espacios públicos con juegos infantiles para diferen-
tes edades, con fuentes, baños públicos, vegetación, sombra, bancos y
mesas y otros elementos, así como con equipamientos y servicios próxi-
mos que facilitan las actividades. La ciudad cuidadora favorece la au-
tonomía de las personas dependientes y, además, permite conciliar las
diferentes esferas de la vida cotidiana.

Conclusiones
Tenemos una sociedad socialmente heterogénea y cada vez más críti-
ca con los modelos de vida a los que nos aboca la ciudad. Sin tiempo
para el ocio y para disfrutar de las cosas que nos gustan; envueltas en
elementos contaminantes; con espacios que dificultan la conciliación
de tareas y donde los cuidados están invisibilizados en el espacio urba-
no; donde las personas que no se adaptan a los ritmos productivos del
capitalismo salvaje son excluidas sistemáticamente y se les niega el de-
recho a la ciudad; donde las mujeres somos acosadas y agredidas en los
espacios urbanos como algo cotidiano; con modelos de movilidad que

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Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora

siguen priorizando el uso del vehículo privado y con redes viarias que
priorizan el desarrollo de las actividades productivas…
Ante esta realidad es urgente un cambio de paradigma urbano para
que todas las personas podamos satisfacer nuestras necesidades en la
ciudad y donde los cuidados y la sostenibilidad de la vida estén en el
centro de las decisiones urbanas.

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Lo que no tiene nombre

Diana Maffía
Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género
Universidad de Buenos Aires

En esta ponencia me propongo reflexionar sobre lo difícil del intento de conciliar el respeto
por la diversidad de identidades (sexuales y otras) y a la vez mantener la capacidad de acción
colectiva. El propio movimiento feminista transitó el proyecto de hegemonizar una definición
de lo femenino que fuera universalizable y permitiera a las dirigentes hablar en nombre de
todas las mujeres; y fueron las propias mujeres las que renegaron de ser dichas por otras en su
experiencia diversa. En particular, las mujeres negras pobres no se sentían reflejadas en las
definiciones académicas de lo femenino construidas por mujeres blancas ilustradas.
El problema es más hondo que la arrogancia de un grupo de pretender representar a todxs. El
problema es que como seres humanos vivimos atrapadxs entre la singularidad de la existencia
y la universalidad del lenguaje. Cualquiera sea el modo en que el lenguaje nos refiera, siempre
lo hará bajo la forma de condiciones universales que pueden ser o no cumplidas por nosotrxs,
pero que nunca agotarán la descripción lo suficiente como para alcanzarnos en toda nuestra
complejidad. Podremos decir que somos varones o mujeres o travestis o transgénero o blancxs
o negrxs o indígenas o pobres o ricxs o prostitutxs o monjas o chamanxs o científicxs o
jóvenes o viejxs o bellxs, pero siempre habrá algo más que no está dicho. La única excepción
es nuestro nombre propio, o los demostrativos, que parecen abarcarnos íntegramente pero que
sólo apuntan hacia nosotrxs sin decir nada acerca de quiénes somos. O nos presentamos
desnudxs bajo un nombre, o percibimos los innumerables ropajes de palabras pero no
llegamos a tocarnos nosotrxs mismxs bajo ellas.
Este tema puede parecer muy abstracto, pero se une al hecho de que cada grupo al
constituirse, sobre todo al constituirse como sujeto político, genera una identidad y una
alteridad; y como criterio de demarcación entre el nosotrxs y el ellxs genera una regla. No
cumplir con la regla de la identidad significa ser expulsado al espacio de lo otro, de la
desviación. Fuera del orden del sujeto sólo está lo abyecto, lo que yace fuera. Muchas veces,
en nuestras luchas por la identidad de género, procedemos con reglas que ponen límites y
expulsan para separar lo que somos de lo que no somos.
Durante siglos, la definición del sujeto relevante no fue hecha por las propias comunidades
sino que fue un resorte de poder de quienes desde la teología, la ciencia y el derecho pusieron
las reglas que recortaban el estrecho círculo de la ciudadanía. Un círculo que establecían los
sujetos hegemónicos alrededor de sí mismos, dejando fuera a todas las mujeres pero también a
muchas masculinidades subalternizadas. Un círculo androcéntrico.
Reforzándose mutuamente, los criterios de pertenencia ponían las condiciones normativas del
sujeto moral (teología), el sujeto epistémico (ciencia) y el sujeto de ciudadanía (derecho).
Ningunx de lxs expulsadxs por esta normativa participaba en la definición de las reglas. Lxs
negrxs, lxs indígenas y las mujeres estaban explícitamente expulsados de esta posibilidad de
participación. Al resultado lo llamaron objetividad, y se negaron a admitir que los aspectos
subjetivos contaminaran la universalidad de sus prescripciones. La democracia liberal pudo
así mantener a la vez la retórica universal de los derechos ciudadanos y la expulsión de la
mayoría en el ejercicio efectivo de tales derechos.
A diferencia de la objetividad, lo subjetivo en la modernidad entraba en el orden de lo
peligroso, lo que debía dominarse por idiosincrático y pasional.
La sexualidad hegemónica cumpliría los principios lógicos de identidad (un varón es un
varón; una mujer es una mujer) no contradicción (un varón es no-mujer; una mujer es no-
varón) y tercero excluido (se es varón o mujer, no hay tercera posibilidad). Estos principios,
señalados por Aristóteles hace 2500 años, eran a la vez principios lógicos (del orden del
pensamiento) y ontológicos (del orden de la realidad). Es decir, no eran una manera de
interpretar rígidamente el mundo, sino que pretendían ser la expresión de la estructura básica
de la realidad. Y así el sujeto que había producido esta fórmula androcéntrica de interpretar el
mundo podía desaparecer sin dejar rastros.
A pesar de que la modernidad declama romper con el dogma aristotélico para fundar un nuevo
orden basado en la naturaleza, en la razón y la experiencia, y para eso inventa el método
experimental en las ciencias, el resultado de sus conjeturas será otorgarle privilegios al mismo
sujeto que en la antigüedad había concentrado el monopolio de la libertad. Diferencia en las
razones, equivalencia en los hechos: todas las mujeres y aquellos varones que no daban las
condiciones hegemónicas fueron expulsadxs del “nosotros” pretendidamente universal de los
derechos y la ciudadanía.
Es precisamente por eso que me resulta inquietante cuando en nuestros movimientos
pretendidamente emancipatorios repetimos esta trampa semántica de producir exigencias para
la pertenencia a un colectivo que ignore o niegue la participación de quienes quedan excluidos
de la definición. Una definición autocomplaciente, que nos permite quedarnos con la
universalidad retórica del lenguaje sin distribuir equitativamente las oportunidades sociales.
Se definen arbitrariamente las reglas para participar del club, a la medida de quienes
precisamente son responsables de su definición, y luego se invoca la necesidad de las reglas
para expulsar a quienes no encajan en la presunta objetividad de su aplicación.
Para completar este efecto policial del lenguaje hegemónico, la alteridad no se considerará
meramente otra categoría: la desviación, la abyección, se considerarán cualidades
ontológicas, modos de ser de los sujetos excluídxs (lo que de paso justifica su exclusión). Y
se recomendará exorcizarlxs, redimirlxs, perseguirlxs, encerrarlxs, penalizarlxs, someterlxs a
terapias cruentas por su propio bien. Un bien en cuya definición tampoco participan. Porque
(dirá el sujeto androcéntrico) nadie mejor que nosotros -que manejamos la ciencia, la teología
y el derecho- sabe lo que necesitan ellxs. Lxs tendremos entonces bajo tutela hasta que
escarmienten o reconozcan la verdadera identidad humana, o al menos la imiten, para
evitarnos la permanente interpelación a nuestra mascarada de sustituir el universal diverso de
la experiencia humana por el universal hegemónico de nuestra reducida experiencia.
Todxs deberíamos poder tener con respecto a nuestro cuerpo la particular y excepcional
experiencia del cuerpo vivido, del cuerpo que nos ubica en una perspectiva absolutamente
única y singular en el mundo, o mejor dicho construye el mundo a nuestro alrededor. El
cuerpo de lxs otrxs es sólo un cuerpo físico, no podemos experimentarlo, es un cuerpo en
tercera persona. Sólo cada unx puede tener una vivencia en primera persona de su propio
cuerpo, experimentarlo como unx mismx. Esto abre un abismo entre un cuerpo y otro, abismo
que tratamos de suturar con el lenguaje. Decir lo que sentimos y experimentamos, escuchar
sensiblemente lo que otrxs sienten y experimentan, establecer una analogía entre mis propias
experiencias y el modo de decirlas, y lo que escucho decir de las experiencias del/a otrx, son
los primeros pasos en la construcción no sólo de una comunidad sino también de un mundo
compartido (que puede ser visto de muchas maneras, desde muchas perspectivas singulares, y
sin embargo seguir siendo un mundo común).
Cuando algunxs sujetxs se encuentran en una situación de opresión, de violencia simbólica,
carecen de autoridad perceptiva sobre sus propias experiencias y adoptan sobre ellas las
descripciones en tercera persona de la cultura dominante. Aceptan definirse no como el
singular sujeto que son, sino como un sujeto desviado. La violencia opera como un
descentramiento de la propia experiencia. De los seres humanos sexualmente monstruosos se
ocupó la teratología, de la sexualidad humana la ginecología y la obstetricia, del deseo el
psicoanálisis y la psiquiatría, transformando el vínculo con los cuerpos en un vínculo mediado
por el lenguaje médico y custodiado por el derecho. Así, muchxs nos vinculamos con nuestros
cuerpos como cuerpos imperfectos, como cuerpos fuera de patrón, como cuerpos que
sufrimos en lugar de ser y que sin embargo se rebelan y no consiguen encajar en el deber.
Entonces nos dejamos rotular como desviados.
La desviación, lejos de ser una cualidad ontológica que rige la naturaleza y el comportamiento
de las personas, es el efecto de una interacción simbólica, el efecto de un etiquetamiento. La
cualidad de desviado referida a los comportamientos de los individuos (el salir y entrar en el
orden de las perversiones, por ejemplo) puede entenderse si se lo refiere a reglas o a valores
históricamente determinados, que en cada momento y lugar definen ciertas clases de
comportamientos y de sujetos como anormales y, por lo tanto, sirven para etiquetar a personas
y actitudes concretas.
Estos procesos de definición y de etiquetamiento, a su vez, ponen en acción procesos de
reacción social que influyen de manera estable sobre el estatus y la identidad social de los
individuos. Si se piensa por ejemplo en la evolución de la consideración social de la
homosexualidad en el último cuarto de siglo, pueden verse cambios en el reconocimiento
político de los derechos a la sexualidad, a pesar de la persistente discriminación, cambios que
no se deben a modificaciones en los sujetos sino en las reacciones sociales a la clasificación
de alguien como homosexual.
Los procesos de definición y de reacción social son en general acompañados por una desigual
distribución del poder, tanto el poder de definir como el de reaccionar a la definición. A
algunxs sujetxs sólo les queda ser rotuladxs y vivir la marginalidad del etiquetamiento. La
ciencia, el derecho, la teología en un contexto de relaciones sociales de inequidad y conflicto,
se transforman en el corset de las identidades. Las dimensiones de la definición y el poder se
desarrollan en el mismo nivel y se condicionan entre sí.
Esto significa que los procesos subjetivos de definición en la sociedad, se vinculan a la
estructura material objetiva de la propia sociedad, contribuyendo esta estructura a la
producción material e ideológica, a la legitimación de las relaciones sociales de desigualdad.
La ciencia, el derecho y la teología reflejan la realidad social en sus jerarquías de poder, y
colaboran en su reproducción y justificación, en una relación compleja entre elementos
materiales y simbólicos.
Esta no es una escala simple, muy por el contrario, porque cada sujeto pertenece a géneros,
clases, edades y etnias diferentes que pueden combinarse unas con otras de diversas formas.
Tanto los grupos aventajados como los desventajados se fragmentan, y así podemos
pertenecer a la vez a varios colectivos. Si logramos una noción sobre el género subjetivo
mucho más flexible, que no esté establecida por factores biológicos, psicológicos o sociales
ligados al cuerpo, habremos logrado un avance simbólico significativo pero nos
enfrentaremos entonces al dilema práctico del reconocimiento. Y ese dilema práctico tiene
que ver con la capacidad de actuar colectivamente por reivindicaciones en común.
En los años recientes del activismo queer, al igual que el feminismo en décadas pasadas,
hemos visto fragmentarse las reglas de pertenencia y las demandas de reconocimiento de
identidades que cada vez van adquiriendo el poder de decirse a sí mismas en sus propios
términos, pero también usan el poder de excluir como otrxs a quienes no cumplen las reglas
de admisión en sus colectivos. La capacidad de agencia común, de lucha conjunta en una
sociedad todavía hostil con las diversas manifestaciones de una sexualidad que continúa
siendo peligrosa, se pone así en riesgo. Pasamos de sujetxs a desatadxs, desatadxs del ancla de
la corporalidad como fundamento biológico de la diferencia, pero entonces también del fácil
reconocimiento y la adscripción a una identidad sexual.
Cuando en 1998 comencé mi función como Defensora del Pueblo en la Ciudad de Buenos
Aires, en el área de Derechos Humanos y Equidad de Género, hacía años ya que la
democracia había visto crecer un movimiento gay-lésbico de reivindicación de derechos que
había logrado incluir la no discriminación por sexualidad en la Constitución de la Ciudad, así
como avances significativos en la consideración social. Persistía sin embargo el problema de
que las lesbianas tenían menor protagonismo en el movimiento y estaban en general
subordinadas dentro de las propias organizaciones, repitiendo patrones sociales de
subordinación de las mujeres.
Por esa fecha las travestis hacían su ingreso como sujeto de demandas ciudadanas, con la
negativa a admitir una zona roja para prostitución, y denunciando la persecución y
explotación policial. Lxs organizadorxs de las Marchas del Orgullo deliberaban sobre
incluirlas o no entre lxs convocantes, porque las travestis acaparaban las cámaras de televisión
con sus vestimentas llamativas y su glamour, restando eficacia política a los discursos.
Cuando dejé la función, en diciembre de 2003, el movimiento GL se había transformado en
gay, lésbico, travesti, transexual, bisexual, intersexual y transgénero (GLTTBIT). Estoy
segura que hoy se incorporan otras categorías, así como se hacen distinciones dentro de cada
una de ellas (travestis que no se implantan siliconas para modificar su cuerpo, frente a las que
sí lo hacen; lesbianas que se masculinizan en su expresión de género, frente a las que no lo
hacen, etc.). Cada una de estas expresiones nace como un grito de libertad, la libertad de
decirse a sí mismx en lugar de ser dichx, la libertad de adquirir autoridad sobre el propio
cuerpo, y la singular experiencia desde el cuerpo de un mundo que nos pertenece por igual, y
desde allí la demanda política de inclusión ciudadana.
Pero esa fragmentación también nos desafía para actuar juntxs. Quizás el pánico de retroceder
como movimiento nos enfrenta hoy con la paradoja de que en el feminismo se discuta si se
aceptarán o no travestis y personas trans que se definan como mujeres para participar en los
Encuentros Feministas. Como si alguien en el feminismo tuviera la regla falométrica de los
cuerpos o las subjetividades aceptables; o lo que es peor, como si fuera deseable tenerla. La
discusión retrocede hacia el más crudo biologicismo, el que nos dijo a las feministas cómo ser
mujeres y del que tantos sufrimientos y sujeciones derivaron. Quizás se exija un tacto vaginal
para pertenecer al movimiento feminista, o quizás un análisis de cromosomas, porque ¿dónde
reside la “verdad” sobre los sexos y los géneros?
La verdad no es sólo una relación entre el lenguaje y el mundo. Un enunciado no es verdadero
sólo por virtud del modo en que refleja un estado de cosas. La verdad, como el lenguaje,
dependen de los frágiles sujetos que intentamos tocar la realidad sin poder acaso salir de
nuestras mentes. Alcanzar al otro, a la otra, a lxs otrxs en cuyas experiencias no podemos
intervenir, con cuyos cuerpos sólo podemos tener la externalidad de cualquier otro objeto del
universo, pero con quien desesperadamente intentamos comunicarnos. Admitir que lo que
otrxs y otrxs perciben y construyen con sus interpretaciones sobre nosotrxs también es una
parte de nuestra identidad. Una parte, además, a la que sólo tendremos acceso si nos abrimos a
ellxs en una comunicación humana de mutua comprensión.
Me resulta difícil clasificar lo singular, las historias que he escuchado y que la mayoría de las
veces son de sufrimiento. Les pondré nombres propios ficticios y desafío a que me digan
cómo hacer una taxonomía de los sexos que no discipline el placer y no produzca
padecimiento innecesario por pura ideología.
Daniel nace con cuerpo de mujer pero su subjetividad de género es de varón. En la
adolescencia conoce una chica dispuesta a convivir con él. Con el tiempo su cuerpo se le hace
insoportable y decide operarse. En Argentina la operación está prohibida, entonces viaja a
Chile donde un cirujano lo acepta como paciente. Le hace comprar prótesis testiculares y se
las implanta como primera parte de la operación. Completar la operación con una faloplastia
requiere más dinero del que Daniel tiene. Entonces el cirujano lo manda de nuevo a Argentina
sin completar la intervención. Ahora Daniel tiene testículos y genitales de mujer.
Sara y María son una pareja lesbiana. María quiere practicar sexo sádico con su compañera,
porque sostiene que a las mujeres se las obliga a ser buenas y pasivas y tienen derecho a
experimentar la crueldad y la violencia tal como la ejercen los varones. Sara se queja por esa
forma de violencia que considera arbitraria e irracional y quiere recurrir al servicio de
atención de mujeres golpeadas del gobierno. Pero en el servicio de atención de violencia le
dicen que sólo atienden mujeres golpeadas por varones. No consideran la posibilidad de una
victimaria mujer, sólo se hacen cargo de las mujeres como víctimas.
Estela es travesti de varón a mujer desde la adolescencia, y ha llegado a construir su identidad
con mucha dignidad y fortaleza. Vio morir a muchas de sus amigas travestis por torturas
policiales, por sida, por operaciones estéticas hechas de cualquier modo con siliconas
industriales, y otras mil causas absurdas. Pero ella llegó a la edad adulta con mucha entereza,
estudia y trabaja en ambientes donde le reconocen su identidad y está rodeada de afecto. Un
día una hemorragia la lleva al hospital donde le dicen que debe hacerse un análisis de próstata.
La próstata, los análisis correspondientes, son tan lejanos a la subjetividad de Estela como lo
serían a la mía. Nunca se preparó mentalmente para tener enfermedades de varón.
Lucía, otra travesti, conoce en una reunión de activistas a una militante lesbiana y se siente
atraída por ella. Me pregunta: la relación de una travesti y una lesbiana ¿es homosexual o
heterosexual? Lucía había transformado su cuerpo poniéndose pechos, afinándose la
mandíbula, esculpiéndose los glúteos y los muslos para tornarlos femeninos, y había
mantenido con orgullo su genitalidad de varón, pero temía transgredir alguna regla del deseo.
Néstor, un intersexual al que desde su nacimiento operaron innumerables veces para
transformar su cuerpo en el de una mujer que pudiera tener lo que los cirujanos llaman un
“coito normal”, desarrolla desde su adolescencia una identidad de género de varón, y quiere
que se le reconozca esa identidad masculina sin hacerlo pasar nuevamente por las cruentas
operaciones que significaría una nueva adaptación de su cuerpo a la presunta sexualidad
dominante de la penetración.
Escuché estas historias como Defensora del Pueblo. Para mitigar los sufrimientos de estas
personas debía recurrir a las definiciones arbitrarias y excluyentes de la ciencia y la justicia,
hechas según sus parámetros muchas veces fundados en el dogma religioso. Las etiquetas
preceden y reemplazan a la escucha y pretenden transformar una biografía en una categoría,
en estos casos fuera de casta. La inadecuación entre las condiciones de aplicación del
concepto y el cuerpo, se considera un problema del cuerpo: se lo aparta, se lo margina, se lo
excluye de la condición de ciudadanía, se lo enajena de la posibilidad de ejercicio de sus
derechos.
Para contrarrestar esta abyección debemos romper ese etiquetamiento y ese círculo de
justificaciones de la subjetividad hegemónica. La opresión no es sólo una cuestión de género,
pero no podemos omitir la consideración del género de cualquier movimiento emancipatorio.
Si al construir este movimiento repetimos el ritual de la exclusión, creo que hemos aprendido
muy poco.
Porque el otro, la otra, lxs otrxs y quizás cada unx de nosotrxs mismxs por virtud del
inconciente, somos ese abismo insondable de lo que nunca terminamos de conocer, de lo que
nunca concluye por definirse, aquello que no revela su fondo y no puede encerrarse en
palabras, lo que no tiene nombre.
Número 1 Última actualización 13 de marzo de 2000
Marzo de 2000

Una mirada restrospectiva: treinta años de


intersección entre el feminismo y el cine

Por Dra. Begoña Siles Ojeda


Profesora de Narrativa Audiovisual
Dpto. de Comunicación Audiovisual
Centro de Ciencias Sociales Jurídicas y de la Comunicación
CEU San Pablo de Valencia

"La historia es la huella que deja detrás de sí la búsqueda..."


(Jean- Francois Lyotard)

Una búsqueda implica la ruptura de un equilibrio... la desaparición de un objeto, de un sujeto. A partir de


aquí, se inicia el recorrido en el espacio y en el tiempo para hallar aquello que se perdió, para hallar
aquello que se ocultó.

Oculto, pero no inexistente, al igual que la representación femenina dentro de los discursos culturales. La
mujer ha sido siempre construida en los aparatos culturales occidentales como un lugar donde presencia y
ausencia se amalgaman: visible como objeto de deseo masculino, invisible como sujeto creador de
sentido. Y esta es la huella que deja todo discurso en Occidente. Y tras esa huella el feminismo inicia la
búsqueda: la teoría y crítica feminista quiere saber el modo en que la mujer es representada (inscrita) en
los discursos, en este caso concreto en el fílmico. Este es uno de los objetivos del feminismo desde el
momento en el que entró en interacción con la teoría fílmica, ya hace tres décadas en Estados Unidos e
Inglaterra. Hablar, en definitiva, de cómo el espacio cinematográfico construye a la mujer, el sistema sexo-
género, la diferencia sexual.

Para ello, las investigaciones feministas se basan principalmente en la idea de que el cine no deja de ser
un instrumento más, utilizado al servicio de la cultura (entendida ésta como rejilla construida por el
sistema en un momento dado para sostener el sentido). Por tanto, la teoría y crítica feminista trata de
recorrer el flujo que desemboca en sentido con el objeto de recuperar los residuos dejados por la ideología
patriarcal. Una ideología que autoriza ciertas representaciones mientras bloquea o invalida otras.

"Entre las prohibidas de la representación occidental, a cuyas


representaciones se les niega toda legitimidad, están las mujeres.
Excluidas de la representación por su misma estructura, regresan a
ella como una figura, una representación de lo irrepresentable (la
naturaleza, la verdad, lo sublime, etc.). Esta prohibición se refiere
principalmente a la mujer como sujeto y rara vez como objeto de
representación, pues, desde luego, no faltan imágenes de mujeres."1

De este modo, lo que pretende la teoría y crítica fílmica feminista no es otra cosa que arrojar luz sobre el
espacio ensombrecido por la construcción social de los sujetos. En este sentido, se puede considerar que
los estudios realizados bajo la "perspectiva feminista"2 deben cuestionar los valores otorgados al sujeto
femenino, además de la relación establecida con el sujeto masculino. Porque en los aparatos culturales en
general y el cinematográfico en particular, lo que queda inscrito de manera sutil son las claves ideológicas
para la construcción de la subjetividad e identidad de los individuos.

En realidad, en todo modelo de representación queda plasmado el proceso social que transforma la
diferencia sexual del hombre y la mujer - en cuanto dato biológico- en desigualdad cultural entre el sujeto
femenino y masculino- en cuanto dato perteneciente a la esfera de lo simbólico-. En definitiva se están
imprimiendo las relaciones de género. Entendiendo este concepto como Teresa de Lauretis explica en su
obra Technologies of gender3, es decir, como un sistema de representación construido social y
culturalmente, que ha quedado grabado en el arte occidental y en la cultura en general a lo largo de todas
las épocas y contextos históricos. Obviamente, los valores del sistema sexo-género están interconectados
a los intereses políticos, económicos, etc..., los cuales son asimilados por los seres humanos para ser
representados y representarse. Claro está, como señala De Lauretis, que todo sistema de representación
conlleva la aparición de un discurso que lo deconstruye, como puede ser en este caso la teoría feminista.

Analizar, deconstruir y reconstruir es el proceso teórico llevado a cabo por la teoría y crítica fílmica
feminista. Una teoría que no debe ser confundida con una metodología más para interpretar los textos,
sino que " busca historizar y deconstruir los fundamentos que rigen las diversas tipologías de análisis y
comentario. No se trata, por tanto, de un modelo analítico incorporable a la lista de los otros modelos
analíticos -estructural, semiótico, cognitivista, psicoanalítico, etc..., sino de una propuesta que,
atravesando el territorio epistemológico de todos ellos, busca subvertir la manera misma en que se ha
construido históricamente la mirada cinematográfica"4

En este sentido, se puede decir que los análisis de los textos fílmicos realizados desde la "perspectiva
feminista" no sólo se interrogan sobre el modo en que la institución cinematográfica perpetúa un modelo
de representación del sistema sexo-género y de la mujer enmarcado dentro de los parámetros de la
ideología patriarcal, sino que, además, proponen la construcción de un nuevo marco de visión tanto a
nivel práctico (crear un "contra-cine"5 una "des-estética feminista"),6 como a nivel teórico (abrir "otros"
sentidos a la lectura de los textos tanto teóricos como fílmicos)

Hacia el encuentro de una visibilidad


Toda búsqueda implica ir hacia el encuentro de una visibilidad. Y "hacer visible lo invisible" es la frase
con la que Annette Kuhn definió el objetivo de la teoría y crítica fílmica feminista. En realidad "hacer
visible lo invisible" es un proceso crítico que intenta vislumbrar las partes sombrías que proyecta la
ideología patriarcal no sólo sobre la representación femenina en el cine, sino también sobre el "hacer"
creativo de la mujer dentro de la industria cinematográfica. Porque tanto en el hecho cinematográfico,
como en el hecho fílmico la mujer tiene un espacio. Y la teoría y crítica fílmica feminista se interroga por
el sentido de la mujer en el cine, tanto como figura que está dentro de la pantalla como figura creadora al
otro lado de ella.

I. La imagen estereotipada de la mujer


En los años setenta surgen los primeros análisis de la imagen de la mujer en el cine.7 Estos trabajos
centran su interés, por una parte, en el estudio de las imágenes de las mujeres en el espacio de la
representación, y, por otra, lleva a cabo un recorrido histórico de rastreo por los archivos de la filmotecas
para nombrar y clasificar las funciones realizadas por las mujeres dentro de la industria cinematográfica
(en concreto la industria de Hollywood).8

Esta línea de investigación analiza las imágenes de las mujeres en el interior del film, enfocando su
interés en clasificar a los personajes femeninos según los estereotipos que representan. Unos estereotipos,
como señala una de las primeras autoras de esta corriente, que "ya existen en la realidad".9 Esto supone,
para estas autoras, que las películas son ante todo un espejo de la realidad. Y, por tanto, todos los cambios
en los papeles otorgados a la representación femenina en las películas son explicados como una analogía
en las transformaciones producidas en el ámbito social, económico, político y cultural a las mujeres
reales.

Estos análisis subrayan la idea de que las imágenes y los estereotipos que se asignan a los papeles
femeninos están plasmando el juego binario de imágenes positivas versus imágenes negativas: madre/
prostituta, la femme fatale/ la chica buena...

Así pues, las mujeres pululan entre imágenes ancladas en el juego binario de la representación occidental.
Esto es, el discurso cinematográfico, principalmente el llamado cine narrativo clásico, tiende a través de
su estructura narrativa y representacional a dividir el papel de la mujer en: mujeres negociables (madres,
hijas, esposas...) y mujeres consumibles (prostitutas, vampiresas, golfas...) y coloca a las primeras por
encima de las segundas, estableciendo así una jerarquía de valores en los papeles otorgados.10

En realidad, para este grupo teórico, la imagen de la mujer discurre entre los polos opuestos configurados
por la esencia que emana de los arquetipos femeninos de tradición judeo-cristiana (Maria/Eva), que o bien
aceptan la Ley del Padre, "Hágase en mí tu palabra", o la retan. Esta construcción dual de la subjetividad
femenina se ha proyectado a lo largo del tiempo y el espacio no sólo en el discurso cinematográfico, sino
en todos los discursos artísticos y sociales. Y alrededor de esa representación se inscriben una doxologías
o juicios de valor que, obviamente, están también enroscadas en un sistema axiológico: bueno/malo,
madre/prostituta,matrimonio/sexo,fidelidad/infidelidad...relacionan,do cada uno de los primeros
conceptos de la diada con la figura femenina de María.

Estos análisis critican cómo el cine refleja una imagen unidimensional y negativa de las mujeres y
reclaman que las películas representen una imagen más positiva de las mujeres. Una imagen, por otra
parte, para estas teóricas, difícil de proyectar, porque como mantiene Haskell, la industria cinematográfica
refuerza "la gran mentira (...) la idea de inferioridad de la mujer, una mentira que está perfectamente
engranada en nuestro comportamiento social y que reconocerlo supondría arriesgarse a desenmascarar la
estructura social".11

Una estructura social, la Occidental, marcada por el esquema dual que organiza el mundo en categorías
opuestas, según la epistemología de la Ilustración o, más concretamente, el conocimiento que configura la
"razón masculina (a/b)"12: bueno/malo, rico/pobre, masculino/femenino, naturaleza/cultura, hombre/
mujer blanco/negro...conceptos que no están sólo separados por una barra que estructura, opone y
encorseta, sino que además están dispuestos bajo un orden jerárquico donde se dota a ciertos valores de
significancia y los otros de in-significancia.

Así pues, la representación de la mujer no podía quedar al margen de ese esquema bipolar que organiza a
la sociedad occidental y, cómo no, a los aparatos culturales que ella genera.

Desde esa perspectiva de inclusión/exclusión que va marcando también los códigos de la diferencia, la
mujer queda inscrita en esa dicotomía de naturaleza/cultura, intuición/intelecto, irracionalidad/
racionalidad, objeto/sujeto..., como la contigüidad, como metonimia del primer elemento, dejando al
segundo como metáfora del hombre. Detrás de cada concepto, una serie de valores va configurando al
hombre y a la mujer dentro del sistema sexo-género, es decir, de los papeles que cada uno debe cumplir
dentro de una sociedad.

Como ya hemos apuntado con anterioridad, esta línea epistemológica no sólo se detiene en nombrar los
estereotipos y las imágenes de las mujeres dentro de la pantalla, sino también los papeles llevados a cabo
por las mujeres detrás de la cámara dentro de la institución cinematográfica. Porque como, subraya Rubi
Rich, "sin nombres nuestro trabajo queda anónimo,inseguro y nuestra visibilidad cuestionada".13

Esta corriente ha rastreado los archivos de las filmotecas para mostrar la contribución de las mujeres en la
producción de películas. Una contribución excluida o marginada, principalmente, dentro de los textos
canónicos de la historia cinematográfica. Los trabajos de estas autoras reflejan una serie de datos que hace
referencia al trabajo creativo y técnico realizado por las mujeres en la industria cinematográfica desde
1895.14

Estas obras dejan traslucir una imagen de la mujer no sólo como objeto de la representación, sino también
como sujeto activo de lo representado. Una labor ésta, la de la mujer como sujeto activo de lo
representado, que ha quedado oculta y menospreciada dentro de la institución cinematografica. De este
modo, estos estudios intentan, como constata Giulia Colaizzi, "representar la supuesta ausencia de la
mujer del marco cinematográfico, es decir, ofrecer a la mirada interpretativa de los teóricos de cine, a los
historiadores o al espectador, un conjunto de obras que nadie había considerado como objeto consistente o
problemático (...)".15 En definitiva, ante todo nombran y valoran el trabajo realizado por las mujeres en el
campo de la producción, distribución y exhibición, tanto en el llamado cine institucional como en el de
vanguardia desde los primeros años hasta la actualidad.

II. Construir una imagen de mujer


Construcción y no representación es el concepto fundamental de este segundo grupo de trabajo.16 Si el
anterior grupo de trabajo se basa en la idea de que la imagen de la mujer en el cine es un reflejo de las
mujeres reales, para este grupo, en cambio, la imagen de la mujer y de la feminidad es una construcción.
Una construcción ficticia creada por los discursos hegemónicos occidentales, desde el artístico hasta el
político pasando por el científico o filosófico, los cuales han configurado una imagen de la mujer y de la
feminidad de manera arbitraria y simbólica, es decir , culturalmente establecida.

Este grupo teórico y crítico centra su interés en el análisis de los mecanismos y procesos del interior del
texto fílmico que construyen a la mujer y a la feminidad como imagen; y, además, enfocan su estudio al
análisis de la relación de los espectadores, en particular de la espectadora, con esa imagen de la mujer y la
feminidad configuras en el texto.

De este modo, estas investigaciones consideran que el cine narrativo clásico (re) produce a la mujer y lo
femenino como categorías construidas por el sistema de representación patriarcal. Y solamente al
desnaturalizar dichas categorías se evitará la búsqueda infructuosa de una sensibilidad femenina como
propiedad de las mujeres. Y aquí resulta pertinente traer a colación la célebre frase de Simone de
Beauvoir, "No se nace mujer, se llega a serlo", para destacar que el cine, como una tecnología social más,
ha contribuido a ese "llegar a ser".

El cine, por tanto, corrobora la construcción de ese relato imaginario conocido como La MUJER, donde
ésta se ha definido por Teresa de Lauretis, como "Lo -que-no-es-el-hombre (naturaleza y madre, sede de
la sexualidad y del deseo masculino, signo y objeto del intercambio social masculino)..."17

El origen de este debate sobre la mujer como imagen se lo debemos al influyente y siempre polémico
artículo de Laura Mulvey, "Placer visual y cine narrativo" (1975).18

En este artículo la autora se interroga acerca de cómo el cine clásico realizado en Hollywood durante los
años treinta, cuarenta y cincuenta reproduce en su interior la diferencia sexual. Basándose en la idea
psicoanalítica que señala que la diferencia sexual queda marcada a través de la mirada, utiliza aquélla
como "arma política" para deconstruir el modo en que el inconsciente de la sociedad patriarcal configura
este modelo de representación hegemónico (el cine narrativo), donde la mirada juega un papel
fundamental, del mismo modo que es imprescindible en el proceso de formación de la identidad del sujeto.

Así, ella establece una conexión entre la mirada cinematográfica y el proceso de formación de la identidad
del sujeto. Por tanto, su crítica al sistema de representación patriarcal se centra en la existencia de una
dicotomía de la visión que concuerda con la bipolaridad desigual existente en el sistema sexo-género:
masculino= sujeto activo y femenino= objeto pasivo. Este hecho identifica por una parte al sujeto
masculino como portador de la mirada (activo) y como provocador de los acontecimientos narrativos, y,
por otra, al sujeto femenino como receptor de la mirada ( pasivo) y como soporte del deseo masculino.
Por tanto, la mirada en el cine dominante narrativo se estructura para inscribir al personaje femenino en la
película como objeto erótico, mientras confiere al protagonista masculino el privilegio de ser el sujeto de
la narración y del espectáculo, de tal modo que el espectador se identifique con él. Un espectador que, tras
identificarse con el personaje masculino, encuentra su propio placer en las imágenes.

Para Laura Mulvey, la figura femenina connota un problema que cada película debe trabajar para resolver.
Un problema que arranca de la definición del personaje femenino como sede de la sexualidad, como
portadora de la diferencia sexual - "que implica una amenaza de castración y por tanto de displacer"-. Este
conflicto, según Mulvey, es solventado en el discurso cinematográfico a través de dos formas: mediante la
fetichización de la imagen femenina por una luz que la separa y la convierte en una imagen objetivada, o
bien mediante la sujeción a alguna misteriosa forma de dominación sádica subrayada en la narrativa.19

Una construcción ficticia que invade todos los discursos y coloniza todos los territorios geográficos.20 Las
operaciones discursivas que fundan el film clásico despliegan ante los ojos de los espectadores un mundo
ficticio que se pretende real y natural, pero que, sin embargo, encubre "una ideología sexista y la
oposición básica que coloca al hombre dentro de la historia y a la mujer como ahistórica y eterna (...),
excepto para las modificaciones en términos de moda, etc."21

El hecho indudable es que el personaje masculino está dentro de la historia y en el centro de la acción,
mientras que el personaje femenino circula alrededor de él ( como alma en pena ). Por tanto, el personaje
femenino, fragmentado entre la mujer mala y fálica(prostituta, amante...) y el papel de mujer sumisa, débil
pero virtuosa( madre, esposa, hermana o hija), está, generalmente, ocupando un rol secundario con
respecto a la acción principal, aunque fundamental para el desarrollo cognitivo del protagonista en el
interior de la estructura narrativa. En realidad, el personaje femenino, antropomorfismo del concepto
mujer, es una sombra fantasmagórica donde se posa la mirada y el deseo del personaje y del espectador
masculino como si fuese un mero espectáculo del discurso cinematográfico; mientras que su deseo, su
mirada y su palabra carecen de espacio para ser enunciadas en el interior del texto fílmico.

Si indagamos en los géneros cinematográficos que

" tradicionalmente han sido catalogados como propios del mundo


masculino- el western, el bélico, el cine negro, la ciencia ficción o el
de aventuras-,."22 esta interpretación queda verificada. Aún más, a
menudo, la imagen de la mujer es el enigma, el problema de donde
surge el relato, ya sea por su ausencia - Laura (Laura, Otto
Preminger,1946)- o por su excesiva presencia - El cartero siempre
llama dos veces (The postman always rings twice, Edward
Dmytrick,1946); cuando esto ocurre, principalmente en el "cine
negro", las mujeres ocupan una posición central en el desarrollo de
la historia, donde son representadas más allá de su rol familiar.
Están, ante todo, marcadas por una sexualidad que obsesiona al
hombre hasta deslumbrarlo y anularlo. De este modo, la estructura
narrativa tiende a la destrucción de la mujer -Perversidad- (Scarlet
Street, Fritz Land,1945) y/o del hombre -Perdición- (Double
Indemnity, Billly Wilder,1945) o a la redención de ambos -Gilda-
(Gilda, Charles Vidor,1946) o sólo del hombre -La dama de
Shanghai (Lady from Shanghai, Orson Welles,1948).

A modo de conclusión, se puede decir que la narrativa clásica de Hollywood tiende a clausurar su
discurso restituyendo a la mujer a un papel considerado normativo dentro del sistema social patriarcal. De
hecho, cuando esto no ocurre, es "castigada por su transgresión narrativa y social con la exclusión, la
marginalidad legal o incluso la muerte".23 Este proceso para recolocar a la mujer dentro del orden, se
instaura a través del cortejo heterosexual de enamoramiento. Así, en géneros como la comedia, el musical
y el melodrama "el amor romántico -como señala Casilda de Miguel- es en sí mismo un elemento
estructurador de la narración entera ."24

Se puede decir que para este grupo de trabajo la mujer está presente como imagen - como objeto
imaginario para el deseo y el goce masculino- pero ausente y silenciada como sujeto - es decir, el "otro"
sujetado en el discurso masculino para ser la complementariedad negativa de éste-. El cine, como un
aparato cultural más dentro de una sociedad burguesa de corte patriarcal y androcéntrico, ha ayudado
desde su discurso a crear el modelo de representación imaginario que la sociedad occidental tiene sobre el
concepto de la MUJER y lo FEMENINO.

Pero, como señala Teresa de Lauretis, el mecanismo del cine, es incapaz de contestar a la pregunta: "¿Qué
pasa con el tiempo de deseo de la mujer?" Porque, continúa la autora, "(...) tanto el cine narrativo clásico
como el cine de vanguardia se han desarrollado en una cultura basada tan sólo en la exclusión de todo
discurso en el que pueda plantearse esa pregunta."25

III. La espectadora
Ahora bien, ¿es el destino de la espectadora estar atada a ese modelo definido de acuerdo a la lógica y el
deseo masculino?

A partir de los años ochenta, la teoría y crítica fílmica feminista centrará todas sus cuestiones en la figura
de la espectadora.26 A saber, qué tipo de placer obtiene la espectadora ante esa imagen construida de la
mujer y de la feminidad.

Para ello, la teoría y crítica fílmica feminista estructura sus análisis bajo dos modelos epistemológicos: la
espectadora se analiza como "un efecto del discurso, una posición, un hipotético lugar construido por el
discurso fílmico, o como una mujer real perteneciente a la audiencia que cuando va a ver un film está
marcada por una identidad histórica y social particular."27

Estamos hablando de una espectadora "ficticia" determinada por el texto y/o de una espectadora "real"
indeterminada por éste.

Determinada por el texto


Los estudios28 que consideran a la espectadora como una figura construida, determinada, en el interior del
texto fílmico apuntan a cuatro respuestas diferentes, ante la siguiente pregunta:

¿Es el goce (la construcción de la mirada y el punto de vista de los personajes y del espectador)
masculino?

Ya nos lo había confirmado Laura Mulvey: los mecanismos visuales y narrativos construidos por el cine
clásico conducen a que el espectador masculino se identifique felizmente con el protagonista y, a través
de éste, ejerza una mirada activa y plancentera, a la vez que un saber controlados sobre la figura
femenina. Entonces para esta autora, como para Ann Kaplan,29 a la audiencia femenina sólo le queda una
posibilidad para conseguir cierto placer al mirar las imágenes proyectadas en la pantalla: identificarse con
el personaje femenino. Esto supone una forma de identificación narcisista con el personaje femenino
situándose en una posición pasiva de ser mirada y en una posición masoquista (de ser castigada). Una
postura definida como "masoquista". La conclusión a la que llega esta postura se basa en la idea de que la
fantasía voyeurística es inherente al deseo masculino, al que no puede acceder el sujeto femenino.

La segunda conclusión toma como base el artículo de Laura Mulvey "Afterthoughts on Visual Pleasure
and Narrative Cinema. Inspired on Duel in the sun"(1981).30 Aquí, la espectadora sólo puede obtener
placer a través de una identificación transexual con la representación. Es decir, la espectadora se identifica
con el héroe sufriendo entonces cierto proceso de masculinización. "Una posición masculina para el
espectador, más allá del sexo real del público asistente". La espectadora se identifica con el goce
masculino, "acepta una masculinización en memoria de sus fase activa". Esta respuesta de Laura Mulvey
está basada en la idea de Freud sobre la bisexualidad del sujeto.

La "mascarada" sería el nombre dado a la tercera conclusión elaborada por la teoría y crítica fílmica
feminista con respecto a la relación de la espectadora con el texto fílmico. Las ideas de esta tercera
conclusión surgen de las reflexiones expuestas por la teórica Mary Ann Doane.31 Esta autora parte de la
base de la existencia de un deseo femenino narcisista común a todas las mujeres, que se opondría al
supuesto deseo masculino voyeurista, que compartirían todos los hombres. Este deseo femenino narcisista
hace que la espectadora se identifique de una manera pasivo-masoquista con los personajes. Ahora bien, y
es aquí donde se diferencia de la primera propuesta defendida por Laura Mulvey, Doane considera que la
proximidad narcisista de la mujer con la imagen femenina de la pantalla no tiene por qué llevar
necesariamente a la espectadora hacia una posición femenina pasivo-masoquista en la que el texto de
Hollywood parece querer situarla, porque debemos considerar la feminidad como una máscara. Una
máscara que permite mantener una distancia con la imagen femenina dominante de la pantalla.

La última y cuarta interpretación plantea la posible existencia de una apelación del texto al sujeto
femenino, aunque matizan que la mujer y la sexualidad femenina están colonizadas por el discurso
patriarcal. Así, aduce que todo discurso genera resistencia y, por tanto, permite nuevas articulaciones para
que otros sujetos puedan construirse. De ahí que ciertos textos fílmicos interpelen a la experiencia
femenina, a un sujeto espectador femenino.

A modo de resumen, estas teóricas feministas basadas en el análisis textual concluyen, principalmente,
negando el placer femenino al mirar las películas, o bien afirmando la existencia de una masculinización
por parte de la espectadora para obtener placer.

Más allá del determinismo textual


Entonces, insisten los estudios fílmicos feministas ¿por qué van las mujeres a ver aquellas películas donde
la mirada femenina es negada tanto en la imagen como en el momento de su lectura?

Al volver a interrogarse sobre esta cuestión los estudios fílmicos feministas se alejan de la idea de que la
espectadora es una figura construida por el discurso fílmico, y posicionan a la espectadora en otro lugar.
Ahora, la espectadora está más allá del determinismo textual. La espectadora es una mujer real, no una
figura construida por el texto.

El estudio de la espectadora no debe centrarse en un análisis meramente textual, sino que se debe abordar
desde un análisis cultural o etnográfico, esto es, se debe tener en cuenta todos los parámetros socio-
culturales, históricos, sexuales, de raza y género que condicionan a la mujer-espectadora.32

Porque como comenta la teórica Christine Gledhill, la diferencia y la discriminación de las mujeres no
reside únicamente en el modo en que éstas se posicionan y acceden al lenguaje, sino también en las
condiciones materiales de su existencia; condiciones que hacen referencia a la raza, la clase social, la
preferencia sexual...33

De ahí se deriva la idea de Teresa de Lauretis cuando argumenta que "los espectadores entran en el cine
como hombres y mujeres, lo que no quiere decir que sean simplemente masculinos o femeninos, sino más
bien que cada persona va al cine con una historia semiótica, personal y social, con una serie de
identificaciones previas a través de las cuales se ha sexualizado en cierta medida. Y puesto que él o ella
son sujetos históricos -continúa diciendo De Lauretis-, que se ven envueltos en una multiplicidad de
actividades significativas, que, como el cine o la narración, descansan sobre y perpetúan la distinción
fundadora de la cultura (la diferencia sexual), las imágenes cinematográficas no son para ellos objetos
neutros de una percepción pura, sino imáegnes significantes, como observó Passolini; y significantes en
virtud de su relación con la subjetividad del receptor, codificadas con un cierto potencial para la
identificación, situadas con una cierta posición con respecto al deseo. Llevan en sí, incluso al inicio de la
película, una cierta posición de la mirada".34

Así pues, Teresa de Lauretis reivindica en sus obras la experiencia placentera obtenida por el público
femenino en el cine. Para De Lauretis, la espectadora logra desde su experiencia femenina un cierto placer
al mirar las imágenes proyectadas en la pantalla, debido al "carácter específico de la subjetividad
femenina", que la determina como sujeto múltiple y discontinuo. La noción de mujer en tanto sujeto
múltiple ha sido teorizada por De Lauretis en su libro Technologies of gender, donde define al sujeto
como un ser "construido no sólo a través de la diferencia sexual y de género, sino también mediante el
lenguaje y las representaciones de raza, clase, y preferencias sexuales, un sujeto, por ello, no unificado
sino múltiple".35

Desde esta perspectiva Jackie Byars comenta que este placer surge porque la mujer nunca está fuera de
los discursos patriarcales, de su ideología: "Niego la radical inocencia de las mujeres y señalo la continua
participación y complicidad de las mujeres en el proceso de significación, en la evolución del lenguaje
(incluido el lenguaje cinematográfico)".36

De este modo, es fácil entender que la espectadora disfrute y se identifique con las imágenes proyectadas
en la pantalla, ya que la ideología patriarcal configura el propio inconsciente de la mujer. Por tanto, sólo
una espectadora con conciencia feminista,37 podría deconstruir esa identificación placentera de las
imágenes y la narración proyectadas en la pantalla, es decir, llevar a cabo una lectura e interpretación de
las películas que desvele cómo el discurso cinematográfico participa y construye el sistema sexo-género,
donde lo femenino es conceptualizado como el "otro" con respecto a lo masculino.

Esta postura teórica de hecho problematiza y hace mucho más complejo el debate acerca de la mujer en el
cine, así como la relación de la espectadora con los textos fílmicos. Y es que ya no podemos garantizar,
desde esta perspectiva, la existencia de un "deseo femenino" ni de un "placer femenino" que todas las
mujeres compartirían. Ya no podemos hablar de La Mujer, sino de las Mujeres.

A modo de conclusión podríamos decir que la teoría y crítica fílmica feminista están desmontando tanto
los textos canónicos como el modelo de representación cinematográfico, donde la mujer ha sido ante todo
elidida como sujeto. EL fin de la teoría fílmica feminista es, por tanto, construir un nuevo caleidoscopio a
través del cual se pueda mirar, tanto en la práctica como en la teoría, a un sujeto social diferente penetrado
por una nueva conciencia. Una conciencia donde se desvanezca la oposición binaria de la razón patriarcal
para abrirse a la profundidad y la reversibilidad de la reflexión. Estamos, por supuesto, intentando trazar
la imagen de un sujeto no unitario, sino múltiple. En definitiva, un sujeto atravesado por diversas
experiencias: sociales, religiosas, sexuales, genéricas...
La teoría y crítica fílmica feminista es, sobre todo y ante todo, un "discurso de la sospecha",38 un discurso
crítico que cuestiona el juego binario en que está anclada toda representación occidental: mujer/hombre,
femenino/masculino naturaleza/cultura, negro/blanco, malo/bueno, colonizador/colonizado, etc.
Conceptos todos ellos separados por una barra que estructura opone y encorseta. Y, en medio, la teoría
feminista intentando hallar un espacio que deconstruya ese modelo de representación basado en la
diferencia negativa del"otro".

Notas
1 CRAIG OWENS, "El discurso de los otros : las feministas y el posmodernismo", en VV.AA., La
posmodernidad, Barcelona, Kairós,1985, pág. 96.
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2 ANNETTE KHUN, Cine de mujeres: Feminismo y cine, Madrid, Cátedra,1991, pág. 84. En su opinión
esta autora considera que los trabajos feministas ofrecen "no tanto una metodología como una
perspectiva -unas gafas, podríamos decir- con la que contemplar las películas (Kaplan, 1976; New
German 1978). Lo que veamos a través de nuestras gafas feministas configurará, claro está, lo que
decidamos analizar y quizá también hasta cierto punto el modo en que decidamos analizarlo. Por tanto,
la teoría feminista implica adoptar una postura o una posición inequívoca en relación con el objeto y, en
este sentido, no resulta neutral desde el punto de vista político. Hacer teoría feminista es
comprometerse, de forma consciente o no, en la participación en la teoría o en la cultura".
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3 TERESA DE LAURETIS, Technologies of gender: essays on theory, film and fiction, Bloomington,
Indiana University Press,1987, págs. 4-5.
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4 GIULIA COLAIZZI, Postestructuralismo y crisis de la modernidad. Introducción al feminismo como


teoría del discurso, Tesis Doctoral inédita, Valencia, Universidad de Valencia, Departamento de los
Lenguajes, Director Jenaro Talens, 1992, pág. 333.
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5 Para la teórica Claire Johnston un cine con una estética feminista debía ser un "contra -cine", esto es
una "estrategia revolucionaria" que deje al descubierto cómo el cine es un producto de la ideología
burguesa. Por eso un contra-cine feminista no sólo debe crear personajes femeninos positivos, sino
que debe golpear las conciencias del público. CLAIRE JOHNSTON, "Notes on Women’s cinema",
Screen Pamphlet 2, March 1973, pág. 4.
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6 Teresa de Lauretis considera que el cine realizado desde una óptica feminista debe encontrar un
nuevo lenguaje de deseo, donde se construya a una mujer marcada por la diferencia y la diversidad;
esto es, una mujer múltiple y heterogénea donde su experiencia esté marcada por su diferencia de
raza, clase social, edad, etc..., no sólo por su diferencia sexual. Una "des-estética feminista" consiste
en representar a la mujer como un sujeto complejo y múltiple, no como una figura onírica construida a
través de los prismáticos voyeuristas del discurso patriarcal TERESA DE LAURETIS, "Aesthetics and
feminist theory: rethinking women’s cinema" en Wide Angle, vol. 6, núm. 3, January 1985, págs. 154-
175.
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7 Las primeras ideas de esta línea epistemológica quedaron plasmadas en revistas como Women and
film, The velvet light trap, Jump cut y en libros como From reverence to rape: the treatment of women in
the movies, (1974) de Molly Haskell, Women who make movies (1975) de Sharon Smith, Popcorn
Venus: women, movies and the american dream (1973) de Marjorie Rosen. Todos estos trabajos
surgen al amparo de los primeros festivales de cine feminista y/o de mujeres celebrados en ciudades
como Nueva York, Edimburgo, Chicago , Toronto...
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8 Se puede decir que los primeros estudios de teoría y crítica fílmica feminista se centraron en el
análisis de las películas producidas en Holywood y en su sistema organizativo de estudio; por ser,
obviamente, la industria más potente y sus películas las de mayor repercusión social. Pero, como
señala la teórica Annette Kuhn, ello sólo puede servir y ha servido " como prototipo". ANNETTE kUHN,
op., cit., pág. 42.
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9 MOLLY HASKELL, From reverence to rape: the treatment of women in the movies, Chicago,
University of Chicago Press,1987, pág. 18.
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