Carl Menger - Principios de Economía Política

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Crítica a la des-construcción reaccionaria del movimiento de mujeres

El socialista que no es feminista carece de profundidad.


El feminista que no es socialista carece de estrategia.
Rosa Luxemburgo

La relativamente amplia vanguardia de género está cruzada por los debates


planteados por la llamada teoría Queer, que ha desplazado en los últimos
años a la teoría feminista y es presentada como una superación de esta
última. Desde nuestro punto de vista esta teoría resulta un escollo en el
camino de la emancipación de las mujeres porque persigue el objetivo de
disolver todas las identidades oprimidas y por consiguiente esteriliza todo
intento de organización de las mujeres para su liberación.

Los departamentos de estudios de género de las universidades


norteamericanas adoptaron la palabra Queer (raro, enfermo, anormal, en
inglés), que se utiliza en la lengua de la calle para señalar despectivamente
a aquellas personas que viven una sexualidad diferente a la establecida en el
modelo blanco, occidental y cristiano. La academia reconfiguró el término, al
darle una connotación positiva que cuestionaría la imposición de identidades
genéricas (hombre-mujer) hegemónicas y opresivas. De la mano de las
teorías del fin de la historia, de los grandes relatos y de los sujetos, el
posfeminismo se postula como la teoría destinada a iluminar sobre la
multiplicidad de diferencias sexuales que cuestionan lo hegemónico. Dos
libros editados en los años 90 del siglo XX son los fundadores de esta nueva
teoría: Epistemology of the Closet, de Eve Kosofsky Sedgwick, y Gender
Trouble, de Judith Butler. Butler cuestiona la identidad “mujer” de un
feminismo al que critica por considerarlo heterosexista ya que excluye otras
identidades.

En esta teoría las identidades incluyen una variedad de categorías: sexo,


raza, clase, nacionalidad. A estas categorías se les asigna un valor
equivalente, que cruzan a los sujetos (individuos) y les otorgan identidades
cambiantes y múltiples.
Esta manera de ver la sociedad se aleja completamente del análisis
materialista. Se trata de una categorización puramente ideal, que niega las
relaciones sociales que estructuran a la sociedad capitalista, como si la
sociedad fuera una miríada de individuos atravesados por diferentes
identidades, que por añadidura el individuo elige para sí, configurándolos de
manera particular: cada individuo es único en su especie.
La sociedad capitalista, como todas las sociedades fundadas sobre la
propiedad privada y la explotación de unos sobre otros, ha perpetuado la
opresión sobre las mujeres. Estas relaciones opresivas no son un producto
original de este sistema. Sin embargo, el capitalismo ha sido capaz de
subsumir formas anteriores de dominación, como en el caso que nos ocupa,
la sujeción de la mujer a la familia patriarcal. La sumisión de la mujer tiene
una base material de extraordinaria fuerza: la familia como reducto de la
reproducción de la vida cotidiana, esfera separada de la producción social, a
partir del trabajo no pagado que realizan las mujeres. Reducir la categoría
“mujer” a una identidad puramente ideal niega toda la base material sobre la
que se construye la dominación sobre la parte femenina de la humanidad.
Más todavía, niega la posibilidad de construir un movimiento de mujeres
capaz de rebelarse contra el sistema capitalista patriarcal.
El camino para la emancipación de la mujer se abre cuestionando las bases
materiales de la opresión, encarando una batalla junto con el movimiento
lgttbi, en estrecha alianza con la clase trabajadora, por terminar con el
sistema de explotación, por la abolición de la propiedad privada como punto
de partida para establecer relaciones sociales sobre nuevas bases, más justas
e igualitarias. Al mismo tiempo, la conciencia socialista y feminista son
fundamentales para encarar esa dura batalla, ya que tanto la opresión de
género como cualquier otra forma de opresión sólo desaparecerán en la
medida que la clase trabajadora adopte el programa del feminismo socialista
y para ello acompañe e impulse la formación de organizaciones propias de
las mujeres en esta tarea.
El feminismo surgió de los movimientos de lucha de las mujeres y tiene una
larga historia que puede ser rastreada hasta las primeras contestatarias como
Olympia de Gouges, Mary Wollstonecraft o Flora Tristán. Las diferentes
oleadas del feminismo, que coinciden con las grandes alzas de lucha del
movimiento obrero y socialista, saltó luego a las universidades con las
primeras elaboraciones de Simone de Beauvoir y en los años 60 del siglo
pasado con el movimiento feminista norteamericano y europeo. Como todo
movimiento vivo, el feminismo alumbró diferentes corrientes teóricas en
diálogo y debate con las diversas corrientes políticas y teóricas
contemporáneas.
Los debates se centraron en identificar el origen de la opresión de la mujer,
de dónde surge el hecho de que la mayoría de la humanidad (las mujeres) se
encuentra oprimida; cuándo apareció esta opresión; cuál es la lucha política
para superarla y quiénes serían los aliados de las mujeres en esta lucha.
Ya las precursoras del feminismo habían dado cuenta del rol de segunda que
se les asigna a las mujeres. Por ejemplo, la Convención de Séneca Falls
(Nueva York) de 1848 se propuso luchar por la abolición del matrimonio, el
derecho de tener hijos sin estar casada, la protección de las madres solteras
y sus hijos y el sufragio femenino. Por su parte, Federico Engels había
declarado el trabajo doméstico y el encierro en el hogar como las tumbas de
la mujer,[1] dando cuenta de que no se trata de un hecho natural e
identificando el origen de ese mismo hecho.

La explicación sobre el origen social de la opresión fue muy bien desarrollada


por la feminista Simone de Beauvoir, quien señaló “no se nace mujer, se llega
a serlo”.[2] Es decir, el hecho de que las mujeres hubiéramos estado
relegadas a lo largo de toda la historia humana no está fundado sobre una
inferioridad natural, sino que se trata de una construcción social. La sumisión
femenina es producto de la crianza, la educación en la familia, en la escuela
y en la religión, es decir la socialización, que nos convierte en una creación
cultural definida siempre a partir del otro, el padre, el marido, los hijos, nunca
como una afirmación identitaria positiva.[3]

La categoría teórica que permitió dar cuenta de esto fue el llamado sistema
sexo/género, aportado por la feminista norteamericana Gayle Rubin.[4] Para
Rubin, a partir de las diferencias morfológicas externas (genitales
masculinos/genitales femeninos), el patriarcado le atribuye determinadas
características a hombres y mujeres que no son atributos naturales, sino que
son construcciones sociales. Así mientras los hombres son presentados como
fuertes, guerreros, aptos para la política y la vida pública; las mujeres serían
en esencia seres amorosos, destinados al cuidado de los otros y cuyo fin en
la vida es la maternidad y el cuidado del hogar. El sistema sexo/género
construye toda una serie de atributos supuestamente inmutables cuyo
resultado es la relegación de las mujeres al ámbito de lo privado mientras el
hombre está destinado al ámbito de lo público. Supone además la llamada
heterosexualidad obligatoria o heteronormatividad, que impone a todos los
seres humanos el modelo de pareja hombre-mujer como única forma de
relacionamiento sexual-afectivo. Una de las consecuencias más importantes
de la conceptualización del par sexo / género fue la de separar la procreación
de la sexualidad, lo que preocupaba enormemente a las mujeres y que
permitió demostrar que el gran objetivo del patriarcado es mantener a las
mujeres encerradas en el hogar, a la vez que explica por qué el sentido de la
heteronormatividad es sostener la identificación obligatoria entre sexualidad
y procreación.

Más adelante, hacia los años ’80 del siglo pasado, el viejo movimiento
feminista sufrió un proceso de cooptación por parte del sistema. El extinto
movimiento autónomo dejó de serlo para refugiarse en las universidades, en
las ONGs y en las oficinas gubernamentales dedicadas a la política de
“género”.
Junto con la teoría del fin de la historia, del fin de los grandes relatos y del
fin de los sujetos, que comenzaron su reinado, apareció el posfeminismo y
con éste la teoría Queer.

Existe hoy una pequeña pero valiosa vanguardia que emprende la lucha de
género, cuestiona la institucionalización de la lucha de la mujer, critica al
viejo feminismo cooptado por el sistema, pero que a la vez comparte lo que
llamaremos el sentido común Queer. Desde nuestro punto de vista la
teoría Queer es la hija política del posfeminismo, y es un producto de la
derrota del viejo movimiento feminista.

Por nuestra parte, nos definimos como feministas socialistas y consideramos


que la lucha contra la opresión de la mujer debe ser parte de las tareas para
superar al capitalismo patriarcal como totalidad.
En este artículo intentaremos dar cuenta de los debates que atravesaron al
movimiento feminista a lo largo de su historia y de sus conceptos.
Ofreceremos una crítica a la teoría Queer por considerarla una visión
reaccionaria respecto de la lucha por la emancipación de la mujer.
Finalmente, expondremos nuestras posiciones respecto de cuáles son las
categorías y los objetivos que debe proponerse un movimiento de mujeres
de lucha, feminista y socialista, para superar la opresión a la que nos somete
el capitalismo patriarcal.

Patriarcado, lucha de mujeres y lucha de clases


Toda la historia del feminismo estuvo marcada por el impulso de la lucha
política de las mujeres en las calles, las rebeliones, las guerras y las
revoluciones como así también por las derrotas, acompañando los vaivenes
de la lucha de clases más general. El ritmo de la lucha de clases está dado
por el enfrentamiento entre burguesía y proletariado, con sus variaciones en
la relación de fuerzas entre esas dos clases, pero además en épocas de
avance de la burguesía ésta descarga sobre la familia, y en consecuencia
sobre la mujer, toda la brutalidad de la que es capaz. Al mismo tiempo, la
energía liberada en las conquistas del proletariado permite una mejor
situación para las mujeres. Por otra parte, las mujeres constituyen un sector
que si adopta el programa revolucionario es capaz de cuestionar al
patriarcado, que es uno de los bastiones de la estructura social capitalista.
Este hecho es desconocido o directamente ignorado por el feminismo
académico, que presenta siempre los avances y retroceso del movimiento de
mujeres como hechos aislados.
Desde la llegada de la burguesía al poder, con el proceso de conformación del
capitalismo, podemos considerar cuatro grandes etapas históricas de la lucha
de las mujeres por su emancipación. Vamos a reseñar muy someramente
estas etapas, dado que escapan al objeto de este artículo.
Una primera etapa que va de la Revolución Francesa a la Comuna de París,
en la que encontramos a las pioneras del feminismo, como la escritora inglesa
Mary Wollstonecraft que escribió la “Vindicación de los Derechos de la Mujer”,
donde explicaba que las mujeres se encuentran en condición de inferioridad
en la sociedad debido a la educación sexista que reciben, identificando la
socialización como origen del atraso de las mujeres y cuestionando el
supuesto origen natural de la diferencia sexual. Podemos mencionar también
a Olympia de Gouges, una campesina analfabeta de la época de la Revolución
Francesa que emigró a París y se unió a los revolucionarios, se convirtió en
escritora y luego de redactar los “Derechos de la mujer y la ciudadana”, fue
guillotinada en 1793.
Más adelante en el período de las primeras revoluciones verdaderamente
obreras de mediados del siglo XIX, se destacó Flora Tristán, quien fundó la
Unión Obrera y dedicó su vida a la militancia revolucionaria, organizando
obreras y obreros en las puertas de los talleres y fábricas, imprimiendo su
folleto “la Unión Obrera” y realizando mítines. Antes incluso de la aparición
del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, Flora señaló que “la emancipación
de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos y la emancipación
de las mujeres será obra de las mujeres”.[5]
Para la misma época se realizó en Estados Unidos la Convención de Séneca
Falls (Nueva York), organizada por las mujeres que fundaron el llamado
movimiento sufragista. Este movimiento recorrió distintas ciudades de ese
país y de Europa, organizando mujeres por el derecho al voto, por el derecho
al divorcio y por conquistar condiciones de igualdad para las mujeres. Se
caracterizó por sus manifiestos, por sus movilizaciones y por los boicots a los
actos electorales, muchos de los cuales terminaron con ellas presas.
Otro gran ejemplo lo dieron las mujeres de la Comuna de París (1871).
Algunas de ellas, como Louise Michel, dieron vida a los “Club de Amigos de la
Revolución”. Michel lideró un batallón femenino, que fue abatido junto con
los demás comuneros. Ella logró escapar pero fue detenida y luego deportada
a Nueva Caledonia (Oceanía). Fue la primera en enarbolar la bandera negra,
que se convertiría en el símbolo del anarquismo. A su vuelta a París, fue
ovacionada por el pueblo y continuó su trabajo militante a favor de la
emancipación de los trabajadores y las mujeres, pasando gran parte de su
vida en prisión.
Todo este período fue caracterizado por la revolución burguesa, con el
definitivo ascenso de la burguesía al poder y, luego, con las incipientes
rebeliones obreras, donde por primera vez la clase trabajadora empezó a
tomar conciencia de su condición de explotada. En todo este largo proceso,
las mujeres no solamente estuvieron presentes en las rebeliones,
revoluciones y revueltas populares sino que también lucharon por sus propios
derechos. A lo largo de este período el movimiento femenino se concentró en
demostrar su situación de inferioridad respecto de los varones y en lograr
conquistas formales de igualdad. La batalla ideológica ponía el acento en
demostrar el origen no natural de la opresión, en cuestionar el lugar de
segunda para las mujeres y en el caso de las socialistas y anarquistas, en
organizar a las mujeres trabajadoras para incorporarse a los movimientos
insurreccionales.
El segundo gran ciclo que marcamos es el de la Revolución y la
Contrarrevolución de finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. El
movimiento sufragista y el movimiento de mujeres socialistas confluían en la
lucha por los derechos democráticos, por obtener conquistas formales, pero
se diferenciaban en que las socialistas formaban parte también de las
organizaciones que luchaban por la revolución obrera. Debemos mencionar a
la destacada militante de la socialdemocracia alemana Clara Zetkin, quien
organizó la primera sección femenina de la Internacional Comunista y publicó
el periódico “La Igualdad”, que llegó a tener una tirada de 100 mil ejemplares.
En 1910 la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida
en Copenhague, proclamó el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer
Trabajadora, a propuesta de Zetkin. En la Argentina podemos mencionar la
gran actividad de las mujeres socialistas, comunistas y anarquistas, de las
que nos queda el periódico “La Voz de la Mujer. Ni Dios ni Patrón, ni Marido”,
publicado en 1896 y 1897en varios idiomas por las obreras que se
enfrentaban con los patrones y los curas.
Pero la Primera Guerra Mundial dividió las aguas, no sólo dentro del
movimiento socialista de la época, sino también entre las organizaciones de
mujeres. Mientras las sufragistas burguesas callaron frente a la guerra o
manifiestamente se colocaron del lado del nacionalismo, adoptando posturas
de apoyo a las burguesías en guerra, las socialistas se declararon por el
internacionalismo proletario, rechazando la guerra imperialista y llamando a
la clase trabajadora a unirse contra los patrones de todos los países. La
Internacional de Mujeres se declaraba contra la guerra ya en 1904 y en la
conferencia socialista por la paz de Basilea (Suiza) de 1912 Clara Zetkin daba
un legendario discurso anti bélico. Las feministas burguesas se alineaban con
sus “naciones” y adoptaron posiciones reaccionarias de apoyo a sus países
en la guerra. Por su parte, la gran Rosa Luxemburgo, quien pasó más de la
mitad de su vida en prisión y fue asesinada por la contrarrevolución alemana,
fue un ejemplo aguerrido de clasismo, al enfrentarse nada menos que con el
poderosísimo aparato del Partido Socialdemócrata Alemán en la célebre
votación de los créditos de guerra. Mientras el Partido se colocó claramente
del lado de la burguesía germana, dando un salto al vacío en la conciliación
de clases, los espartaquistas con Rosa y Karl Liebnek a la cabeza, se
mantuvieron incólumes en su posición de enfrentamiento a la guerra inter
burguesa.
Extraordinario fue el rol de las mujeres en la Revolución Rusa, con sus
destacadas dirigentes como Alejandra Kollontai, capaces de organizar
reuniones en las peores condiciones de la represión zarista. Las mujeres
obreras fueron, a decir de León Trotsky en su “Historia de la Revolución
Rusa”, las que dieron el puntapié inicial de la revolución de febrero de 1917.
“El 23 de febrero era el Día Internacional de la Mujer. Los elementos
socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con
asambleas, discursos, manifestaciones, etcétera. A nadie se la pasó por las
mientes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la
revolución. Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese
día. (…) Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó desde abajo,
venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias; con la
particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte
más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil. (…)
Manifestaciones de mujeres en las que figuraban solamente obreras se
dirigían en masa a la Duma municipal pidiendo pan. Era como pedir peras al
olmo. Salieron a relucir en distintas partes de la ciudad banderas rojas, cuyas
leyendas testimoniaban que los trabajadores querían pan, pero no querían,
en cambio, la autocracia ni la guerra. El Día de la Mujer transcurrió con éxito,
con entusiasmo y sin víctimas. Pero ya había anochecido y nadie barruntaba
aún lo que este día fenecido llevaba en su entraña”.[6]
Las conquistas que la Revolución de Octubre trajo para las mujeres soviéticas
fueron de tal amplitud que superaron las fantasías de la más aguerrida
feminista. De un plumazo se barrieron todas las desigualdades formales,
conquistándose el derecho al divorcio, el derecho al aborto, la protección de
los niños y niñas huérfanos, el derecho a participar de cargos políticos,
etcétera. Pero más aún, la Revolución se preocupó por combatir las
cuestiones materiales y culturales que hacen a la opresión de las mujeres.
Por una parte se desarrolló el programa de comedores, lavanderías y
guarderías, para aliviar el trabajo doméstico, iniciando en la práctica el
programa de socializar las tareas de la vida cotidiana, trasladándolas a la
esfera de la producción social. Y por otra parte, se dieron toda clase de
iniciativas para elevar el nivel cultural y brindar herramientas para la auto
emancipación de las mujeres.
Estas conquistas fueron eliminadas de cuajo por la contrarrevolución
estalinista, el sepulturero de la revolución bolchevique. Para 1931 Stalin lanzó
una serie de decretos destinados a encerrar nuevamente a las mujeres en el
hogar sacándolas de las fábricas y de los puestos de mando en el Estado, con
el argumento de una supuesta abundancia que habría dado lugar a la
“felicidad socialista”. Así se prohibió el derecho al aborto y otros derechos
conquistados, además de perseguir a los homosexuales.
Capítulo aparte merecen las mujeres de la Guerra Civil Española (1936),
quienes desobedeciendo a las conducciones estalinistas que las querían
confinar a la enfermería y la cocina, dieron inauditos ejemplos de valor al
empuñar los fusiles en el frente de batalla contra el franquismo, codo a codo
con sus compañeros anarquistas y socialistas.
Esta etapa es flagrantemente silenciada en la literatura oficial feminista, que
solamente menciona la aparición de Simone de Beauvoir, como una solitaria
luminaria en una época oscura. Sin embargo, sostenemos que fue un período
caracterizado por la gran participación de las mujeres en procesos de lucha
extraordinarios de la clase trabajadora.
En tercer lugar se dio la oleada de ascenso de la lucha social y política de los
años 60 y 70 del siglo XX, caracterizado por el movimiento contra la guerra
de Vietnam, la Revolución Cubana, los movimientos anticoloniales del Tercer
Mundo, el Mayo Francés, el Cordobazo y Tlatelolco, por mencionar los más
destacados. Como consecuencia de la lucha del movimiento feminista se logró
la legalización del aborto en casi todos los países de Europa y en Estados
Unidos entre 1960 y 1980. Una vez más los debates dentro del movimiento
feminista caracterizaron a los movimientos de lucha. Un sector importante
del feminismo, como la célebre Juliet Mitchell, sostenían la tesis de que el
movimiento socialista omitía la cuestión de la emancipación femenina por
ocuparse “solamente” de la revolución proletaria.
Mary Alice Waters, militante del Socialists Workers Party de Estados Unidos,
expuso con solidez los debates y las líneas divisorias dentro del movimiento
feminista de la época que, digamos de paso, constituyen la divisoria
ideológica y política que recorre a todo el movimiento feminista hasta
nuestros días. Citamos extensamente a Waters por considerar sus palabras
de gran valor:
“Debo empezar exponiendo lo que considero la generalización más
importante que debemos extraer de la historia del marxismo revolucionario
en relación a la lucha contra la opresión de la mujer. Es ésta: desde el
comienzo del movimiento marxista hasta hoy, durante cerca de 125 años, los
marxistas revolucionarios han sostenido una lucha sin cuartel en el seno del
movimiento de la clase obrera a fin de determinar una actitud revolucionaria
hacia la lucha por la liberación de la mujer. Han combatido por situarla sobre
bases históricas y materiales; y por educar a toda la vanguardia en la
comprensión de la importancia de las luchas de la mujer por la plena igualdad
y por la liberación de la degradación secular de la esclavitud doméstica. Este
combate ha sido siempre una de las líneas divisorias entre las corrientes
reformista y revolucionaria de la clase obrera; entre aquellos entregados a
una perspectiva de lucha de clases y los seguidores de la línea de colaboración
de clases. La opresión de la mujer y cómo luchar contra ella ha sido piedra
de toque en cada punto de inflexión de la historia del movimiento
revolucionario. Nuestros antecesores ideológicos y políticos, los marxistas
revolucionarios, tanto hombres como mujeres, lucharon contra todos aquellos
que se negaban a inscribir la liberación de la mujer en la bandera del
socialismo, o contra quienes la apoyaban de palabra pero se negaban a luchar
por ella en la práctica.”[7]
Mientras el llamado feminismo burgués mantenía en esferas separadas la
lucha por la emancipación femenina y las luchas de los trabajadores, las
feministas socialistas señalaban la estrecha vinculación entre la lucha por la
liberación de la mujer y la lucha de la clase trabajadora por cambiar a la
sociedad de raíz. Por su parte, el feminismo burgués acuño la llamada teoría
del techo de cristal. Según esta metáfora, la sociedad impone un límite
cultural al desarrollo de las mujeres, por el cual a las mujeres les está vedado
el acceso a los puestos de importancia en las instituciones sociales y en los
organismos del Estado. Una fiel representante de esta corriente fue Betty
Friedan, quien publicó “La mística de la feminidad” en 1963, donde explica
que la lucha de las mujeres se concibe en términos de obtener la igualdad. A
estas alturas, la lucha por la “igualdad” no presentaba ningún
cuestionamiento al funcionamiento del capitalismo mismo. Friedan destacaba
la importancia de la lucha por la reestructuración de lo doméstico y familiar,
la paridad económica y laboral y las mismas posibilidades de acceso a los
más altos puestos en empresas, parlamentos y gobiernos. Es decir, se trataría
de la conquista de la igualdad formal y de la redistribución de las tareas
dentro del ámbito del hogar, lo que no cuestiona en absoluto las bases
materiales de la opresión de la mujer, al no cuestionar el pilar sobre el que
se sostiene el patriarcado, que es la resolución en forma privada de las
cuestiones de la vida cotidiana y por lo tanto, uno de los sostenes del sistema
capitalista.
En cuarto lugar, con la caída del muro de Berlín y el llamado socialismo real,
se abrió una etapa de profunda reacción, donde se impuso el “fin de la
historia”, de los grandes relatos, de las ideologías y de los sujetos. Las teorías
posmodernas asumieron que el capitalismo había logrado demostrar su
superioridad absoluta como sistema que, aunque fuera perfectible, sería el
único capaz de organizar a la sociedad humana. Las versiones por
izquierda de las teorías posmodernas son el posmarxismo y el posfeminismo.
La irrupción de los movimientos sociales junto con el movimiento globalifóbico
y las rebeliones populares en América Latina puso en tela de juicio toda la
palabrería del fin de la historia. En la Argentina la incorporación de miles de
mujeres de los movimientos de trabajadores desocupados, oxigenó los
Encuentros Nacionales de Mujeres, que se habían visto reducidos a foros de
opinión.
La descomunal crisis capitalista global que empezó en 2008, con la reedición
de golpes de estado en Latinoamérica (Honduras) dará nuevos capítulos en
la lucha de las mujeres. La lenta pero tenaz recomposición del movimiento
obrero, seguramente deparará apasionantes y heroicos ejemplos de la
capacidad de resistencia y lucha de los trabajadores y trabajadoras. En ese
marco, también el movimiento de mujeres, aunque todavía muy atrás en su
recomposición, ha dado una nueva camada de jóvenes luchadoras, todavía
muy atomizado y desorganizado, pero al que veremos dar grandes batallas.
A eso apostamos.
El feminismo políticamente correcto
El feminismo de los años ’60 y ’70 del siglo XX se vio cruzado una vez más
por los debates entre las corrientes que cuestionaban el rol asignado a la
mujer, pero que no cuestionaban el status quo capitalista y las que encaraban
la lucha socialista.
La teoría feminista, con sus debates y sus diferentes corrientes internas se
fue nutriendo de la lucha viva de las mujeres. Con cada nuevo impulso y
nueva conquista, el movimiento fue de la lucha política a la teoría. Las
teóricas académicas eran a su vez activistas destacadas por los derechos de
las mujeres, socialistas, anarquistas, anti guerra, sindicalistas y un largo
etcétera. Las mujeres que luchaban en las calles a su vez hacían teoría, en
una tradición que sólo se rompe en los años ’80.
En los años ’80 del siglo XX y con la caída del llamado socialismo real, se
produce un cambio muy significativo en la relación entre la teoría feminista y
el movimiento de lucha de las mujeres y por los derechos de gays y lesbianas.
Como ya dijimos, el fin de la historia y de los grandes relatos, trajo consigo
la crisis de los viejos movimientos, y el feminismo no fue la excepción.
Herederas del feminismo del status quo capitalista clásico, son las feministas
institucionales de la actualidad. El feminismo de la igualdad había acuñado la
teoría del “techo de cristal”, que no cuestiona al sistema capitalista y según
la cual hay un cierto límite invisible, pero real, que les impide a las mujeres
estar en igualdad con los hombres. Barriendo ese límite se irían ampliando
los derechos de las mujeres en la sociedad, terminando con el patriarcado,
dado que en esta postura el patriarcado es definido como la desigual
distribución de poder entre hombres y mujeres. La lucha feminista estaría
orientada a conquistar puestos de poder dentro del esquema capitalista. El
objetivo sería que más mujeres lleguen a ser presidentas, diputadas, juezas
y gerentes de grandes compañías multinacionales. Estas posiciones eran y
son profundamente capitalistas y no ven ningún vínculo entre la lucha de las
mujeres y la lucha de los oprimidos y explotados.
Las versiones más actuales de esta corriente proponen la radicalización de la
democracia como objetivo. Amelia Valcárcel dice: “Por lo que toca a las
sociedades políticas dentro del mismo marco de globalización, es evidente
que las oportunidades y libertades de las mujeres aumentan allí donde las
libertades generales están aseguradas y un estado previsor garantice unos
mínimos adecuados. El feminismo, que es en origen un democratismo,
depende para alcanzar sus objetivos del afianzamiento de las democracias.
Aunque en situaciones extremas la participación activa de algunas mujeres
en los conflictos civiles parezca hacer adelantar posiciones, lo cierto es que
éstas sólo se consolidan en situaciones libres y estables.”[8] Vale decir, el
gran objetivo del feminismo es profundizar la democracia burguesa, evitando
los conflictos, evitando que las mujeres sean partícipes de la lucha de clases.
Como mínimo es un consejo inútil, porque la virulencia del sistema que no
escatima los golpes, como en el caso de Honduras, y cuya “estabilidad” es al
menos puro cuento televisivo, hace inevitable que se den conflictos “civiles”.
Y agrega: “Del mismo modo la presencia y visibilidad de las mujeres en los
organismos internacionales debe aumentarse, así como la capacidad de
acción de las propias instancias internacionales de mujeres, ya sean
partidarias o foros generales. Las experiencias habidas en conferencias
internacionales, declaraciones y foros indican la voluntad de presencia en el
complejo proceso de globalización, así como la capacidad de marcarle
objetivos generales éticos, políticos y poblacionales. Por otra parte, la
presencia del feminismo en las mismas instituciones internacionales asegura
también la adecuación de los programas de ayuda en función del género, así
como su eficacia. En un momento en que los estados nacionales no son ya el
marco adecuado para resolver gran parte de los problemas porque estos se
plantean a nivel mundial por encima de su capacidad de acción individual, el
contribuir a la capacitación, mejora y empoderamiento de las instituciones
internacionales contribuye a la causa general de la libertad femenina”.[9]
Con el retroceso general de los años ’80, el feminismo clásico se refugió en
las universidades al calor de la creación de los departamentos de
multiculturalismo, estudios de mujeres y estudios Queer y por el frío que
reinaba en las calles. Por primera vez la teoría surge de una academia que
tiene poca relación con la lucha en las calles. El feminismo clásico sufre la
cooptación de las referentes del viejo movimiento feminista por parte de los
Estados y los organismos internacionales de crédito, a través de ONGs
europeas y norteamericanas. La Cumbre de Beijing (1995) marca un antes y
un después. El tema de género o de las mujeres pasa a ser parte de la agenda
del imperialismo y los Estados burgueses, que destinan millones de dólares a
estudios académicos y a propiciar programas de “desarrollo” para las mujeres
de los países pobres. El concepto de “empoderamiento” (empowerment, en
inglés) tiñe todo el lenguaje del nuevo feminismo. Este es un concepto atroz,
que se apoya en la desesperación de millones de mujeres sumidas en la
miseria capitalista, y que supone que dándoles herramientas para desarrollar
emprendimientos productivos insignificantes, lograrán salir de la pobreza. El
imperialismo adoptó la política de “empoderar” a las mujeres pobres para
apuntalar uno de los pilares fundamentales del capitalismo, que es la familia
patriarcal burguesa. Ante la desocupación de masas y la precarización de la
vida, las mujeres de los sectores más pobres son las que podrían cohesionar
a la familia para salvarla de la hecatombe. De esta manera el supuesto
empoderamiento no es otra cosa que un nuevo eslabón en la larga cadena de
la opresión femenina. La cruzada cristiana para rescatar a la familia
tradicional de su crisis empalma con los denodados esfuerzos de las agencias
de financiamiento e ideología al servicio del capitalismo -una vez más. Y el
aporte de las feministas hoy llamadas “institucionales” fue clave en este
sentido. Las consecuencias políticas fueron tremendas porque desarmaron al
ya raquítico movimiento de mujeres en todo el mundo, reduciéndolo a un
puñado de funcionarias ocupadas en caminar los pasillos de los parlamentos,
organismos de crédito y oficinas del imperialismo para conseguir subsidios y
prebendas, con su cartera Louis Vuitton en un brazo y sus pasajes a
congresos internacionales, monografías y libros de “empoderamiento” en el
otro. Son las que festejaron cuando el fascista de Bush hijo nombró secretaria
de Estado a la no menos fascista Condoleezza Rice.
Este feminismo se caracteriza también por el sectarismo respecto de los
movimientos de lucha por los derechos de gays, lesbianas, travestis, etc.
Muchas feministas derivaron de la teoría del par sexo /género la conclusión
de que la heteronormatividad es sólo un adorno que puede ser ignorado y
que más bien opaca la lucha feminista. La batalla de las lesbianas organizadas
para que se incluyan sus reclamos específicos dentro de las demandas de las
mujeres, sigue estando vigente. O como alguna vez escuchamos, la lucha de
los gays no le compete al movimiento feminista, porque los gays son hombres
y son parte del “colectivo de los varones que oprime al colectivo de las
mujeres”.
Sexo/Género y la confusión del género
La teoría Queer apareció en las universidades norteamericanas a mediados
de los años 80 del siglo pasado, fundamentalmente a partir de los estudios
filosóficos y literarios pos estructuralistas, que se basan en la idea del
descentramiento del sujeto. Esta teoría tiene su mayor influencia en Michel
Foucault y Julia Kristeva.
El hecho de que la teoría Queer haya surgido de la academia para nosotras
es un signo de que es hija de la derrota y solamente entendiéndolo así es
como se comprende la polémica. Esta teoría caló tan hondo que parece
haberse convertido hoy en lo que llamamos el “sentido común” del activismo
de género. Queremos señalar sus limitaciones porque consideramos que sus
consecuencias políticas le hacen un flaco favor a la lucha contra el capitalismo
patriarcal, ya que resultan ser una teoría de la adaptación al sistema más que
una armazón teórica para la liberación, al negarle toda materialidad a la
opresión, concebirla como una cuestión puramente ideal y presentar como
estéril todo intento por superar al capitalismo patriarcal.
En 1989 apareció Gender Trouble (El género en disputa) de la académica
norteamericana Judith Butler. La corriente ideológica en la que se inscribe
Judith Butler es la del pos marxismo, conocida fundamentalmente a través
de la obra de Ernesto Laclau y Chantalle Mouffe.
El pos marxismo se caracteriza por intentar hacer una amalgama entre lo
que ellos consideran correcto del marco teórico marxista desechando los
aspectos que se habrían demostrado incorrectos y caracterizando su propia
obra como una superación de las taras y errores del marxismo tradicional.
Por otra parte, tomando ideas y elaboraciones de otras corrientes no
marxistas, Laclau presenta su teoría como una pretendida síntesis, que es en
realidad una justificación para su definitivo alejamiento de toda teoría
marxista y su apoyo a los nuevos populismos, como el de Hugo
Chavez.[10] Judith Butler comparte las posiciones de los pos marxistas,
como lo demostró en el libro de autoría colectiva junto con Laclau y Zizek.[11]
Butler es una académica norteamericana de la Universidad de Berkeley, que
dicta cursos sobre retórica y literatura comparada y escribe sobre
teoría Queer. Antes de las elecciones presidenciales norteamericanas de 2008
hizo campaña por Barak Obama.[12]Mencionamos esto porque rechazamos
la extendida creencia de que una cosa es la producción teórica y otra distinta
las posiciones políticas. Nos parece políticamente feroz que Butler venga a un
país de la periferia a hacer campaña y propaganda por el mandamás del
imperialismo.
Judith Butler hizo una crítica del concepto de género partiendo de una revisión
de Simone de Beauvoir. Filosóficamente el feminismo siempre se ha
preguntado qué es ser una mujer. Para de Beauvoir, ser mujer es haber
devenido mujer (no se nace mujer, se hace), la mujer se construye a partir
de lo que la que la sociedad le impone apelando a la “naturaleza” de su sexo.
Aunque la elaboración de de Beauvoir es anterior a la elaboración del
concepto de género, Butler considera que es una visión voluntarista del
género. Según Butler, de Beauvoir ve al sexo como un dato, un hecho que
corresponde con los caracteres reconocibles del cuerpo, mientras que el
género es una forma cultural que se deduce del sexo biológico.
Para Butler, el sexo se construye a partir de la imposición genérica y le
atribuye al género un poder performativo. Es decir, los géneros femenino y
masculino impuestos por la heteronormatividad informan al sexo y el sujeto
“actúa” (performance) de manera de encajar en el modelo de la
heterosexualidad obligatoria.
Cabe aclarar que Butler, como todos los posmodernos, habla del sujeto en un
sentido individual. Cada sujeto (persona) interpreta el cuerpo a partir del
género. Por lo tanto, el cuerpo se convierte en un campo de posibilidades
interpretativas que el sujeto realiza y “su existencia debe interpretarse como
el modo personal de asumir y de reinterpretar los mandatos de género
recibidos. Siendo una situación cultural, el cuerpo natural concebido como
sexo natural, cae bajo sospecha y los límites interpretativos de la anatomía
diferenciada quedan restringidos al peso de las instituciones culturales”[13].
Entonces, la anatomía no dicta el género. Sino que el género es la repetición
de actos y postulados por los cuales el sujeto se construye genéricamente y
“elige” el sexo. Por lo tanto, lo que ha sido tomado como algo “interior” (el
sexo) es en realidad una construcción voluntaria del sujeto en su
interpretación libre del género.
De esto se deduce que el sistema binario femenino / masculino que es el
hegemónico, impone la heternormatividad. Por lo tanto, para Butler, la
categoría mujer reifica la norma heterosexual.
“El empeño (…) por ‘desnaturalizar’ el género tiene su origen en el deseo
intenso de contrarrestar la violencia normativa que conllevan las morfologías
ideales del sexo, así como de eliminar las suposiciones dominantes acerca de
la heterosexualidad natural o presunta”[14]. Entonces, al elegir actuar uno
de los dos géneros del par heteronormativo el sujeto perpetúa la violencia de
las normas de género. Consecuentemente, los sujetos que eligen actuar otros
múltiples géneros por fuera del par heteronormativo desestabilizan la
heterosexualidad obligatoria y por lo tanto lo que sostiene al patriarcado. Al
mismo tiempo el género-sexo es un resultado político del discurso
heteronormativo. Al respecto, Butler define que “decir” es igual que “hacer”,
porque decir algo es producir un efecto en uno mismo o en otros. Este decir
no es lo dicho en único momento, sino que se produce por la iteración
(reiteración ritual). Es la performatividad, es decir la reiteración de los actos
del habla, la que instituye al sujeto, lo construye. Finalmente, una supuesta
performatividad alternativa permite la desidentificación con los géneros
hegemónicos, la diversidad de géneros-sexos paródicos (que actúen) en
oposición a los géneros-sexos heteronormativos a partir de construir nuevos
discursos, pueden definir nuevas identidades. Y por tratarse de identidades
por fuera de la heteronormatividad estaríamos frente a la posibilidad de la
emancipación de una forma individual y por los actos de nombrarnos de
manera diferente a las opresivas del par hombre-mujer.
Bajo esta perspectiva, otras feministas elaboraron y cuestionaron el concepto
de mujer, y encararon la tarea de reconstrucción de la identidad femenina.
Estas filósofas feministas plantean la necesidad de recodificar y renombrar al
sujeto femenino ya no como otro sujeto soberano, jerárquico y excluyente,
no como uno “sino más bien como una entidad que se divide una y otra vez
en un arco iris de posibilidades aún no codificadas”[15]. Proceden a construir
una nueva subjetividad femenina, a resignificar el sujeto femenino, teniendo
en cuenta que el término “mujer” no tiene un único significado, que las
mujeres no son una realidad monolítica sino que dependen de múltiples
experiencias y de múltiples variables que se superponen como la clase, la
raza, la preferencia sexual o el estilo de vida. A la hora de reinventarse a sí
mismas y de presentar nociones de subjetividad alternativas no recurren a
conceptos como ser, sustancia, sujeto etc. sino a categorías conceptuales
como fluidez, multiplicidad, inter corporalidad o nomadismo. Por lo tanto, el
sujeto no puede ser definido de una vez y para siempre, sino que es múltiple,
se transforma, y tiene un final abierto.[16]
Lo Queer sería superar la barrera de los dos géneros hegemónicos (hombre
y mujer) que son funcionales al sistema y adoptar una identidad cambiante,
nómade, que no puede ser encasillada o clasificada en forma permanente. De
allí se deduce que adoptar una identidad Queer, es decir romper con el
mandato heteronormativo, es lo único verdaderamente subversivo respecto
del patriarcado. Profundizando, Butler señala: “Hablar de performatividad del
género implica que el género es una actuación reiterada y obligatoria en
función de unas normas sociales que nos exceden. La actuación que podamos
encarnar con respecto al género estaría signada siempre por un sistema de
recompensas y castigos. La performatividad del género no es un hecho
aislado de su contexto social, es una práctica social, una reiteración
continuada y constante en la que la normativa de género se negocia. En la
performatividad del género, el sujeto no es el dueño de su género, y no realiza
simplemente la ‘performance’ que más le satisface, sino que se ve obligado
a ‘actuar’ el género en función de una normativa genérica que promueve y
legitima o sanciona y excluye. En esta tensión, la actuación del género que
una deviene es el efecto de una negociación con esa normativa”. Por lo tanto,
para la teoría Queer el romper con esa norma impuesta, la posibilidad de
cambiar de performance, es un acto de valentía individual, para “negociar”
una salida de esa normativa. Es decir, cada persona puede devenir otro
género en tanto rompa con la performatividad del género normativo y se
construya a través de una nueva performatividad como un género nuevo.
Esta idea es para nosotras doblemente cuestionable. Por una parte, supone
que es posible realizar una especie de revolución en soledad para dejar de
ser oprimido, que es puramente ideal ya que sólo se trata de nombrarse de
una nueva manera. Por otra parte, no hace más que colocar al oprimido en
un lugar sumamente angustiante, culpabilizándolo de no salirse por sus
propios medios de las trampas de la opresión. Además es una teoría espuria
e inconducente, puramente idealista, que diluye el carácter social de la
opresión y despolitiza la acción colectiva por la emancipación.
Monique Wittig, escritora y poetisa francesa, al final de su vida ocupaba una
cátedra de Estudios de Género en la Universidad de Arizona, Estados Unidos.
Wittig es considerada una precursora de la teoría Queer. En los años 60 y 70
del siglo pasado escribió obras en las que exponía su teoría acerca de que las
lesbianas no son mujeres. En 1992 publicó una serie de artículos bajo el título
de “La mente hétero”.
Wittig, señala que “Toda la sociedad está fundada en la prohibición de la
homosexualidad. La sociedad está fundada en la división en dos géneros,
masculino-femenino, que son hegemónicos. La sociedad patriarcal está
basada en el par masculino-femenino que santifica la heterosexualidad
obligatoria. La heteronormatividad moldea toda la ideología y naturaliza la
relación hombre-mujer en una par binario y excluyente que moldea a toda la
sociedad”.[17] “En esos conceptos incluyo ‘mujer’, ‘hombre’, ‘sexo’,
‘diferencia’ y toda la serie de conceptos que llevan su marca, entre ellos
‘historia’, ‘cultura’ y lo ‘real’. Y si bien en los últimos años se ha aceptado que
no existe nada a lo que se pueda llamar ‘naturaleza’, que todo es cultura,
sigue habiendo dentro de esa cultura un núcleo de naturaleza que se resiste
a todo examen, una relación excluida de lo social en el análisis, una relación
cuya característica es ser ineludible en la cultura así como en la naturaleza,
y que es la relación heterosexual. A esto le llamo la relación social obligatoria
ente ‘hombre’ y ‘mujer’… Con ese carácter ineludible, como conocimiento,
como principio obvio, como algo dado previo a toda ciencia, la mente hétero
desarrolla una interpretación totalizadora de la historia, de la realidad social,
de la cultura, del lenguaje y de todos los fenómenos subjetivos al mismo
tiempo. Apenas puedo subrayar el carácter opresor que reviste la mente
hétero en su tendencia a universalizar inmediatamente todo concepto que
produce como ley general y sostener que es aplicable a todas las sociedades,
épocas y personas. Así hablan del intercambio de mujeres, de la diferencia
entre los sexos, del orden simbólico, del inconsciente, deseo, cultura, historia,
dándole un significado absoluto a todos esos conceptos que en realidad son
sólo categorías basadas en la heterosexualidad, o sea el pensamiento que
produce la diferencia entre los sexos como dogma político y filosófico.”[18]
Wittig parte de una concepción falsa sobre los fundamentos de la sociedad
actual, al considerar que toda la sociedad está fundada sobre la prohibición
de la homosexualidad. La sociedad burguesa actual está fundada sobre la
posición de las clases sociales con relación a la posesión de los medios de
producción. Está construida a imagen y semejanza de la clase propietaria, la
clase burguesa, incluyendo todos los ámbitos de la vida, también la cultura,
entendida como construcción social en oposición a la naturaleza, “moldeando”
además el tipo de relacionamiento sexual-afectivo, imponiendo el mandato
de la heterosexualidad. Analicemos el asunto más de cerca.
¿Qué es el patriarcado?
La teoría Queer parte de una definición errónea del patriarcado, al reducirlo
exclusivamente a la heteronormatividad, concibiendo a la mujer como uno de
los dos polos opresivos de esa heterosexualidad obligatoria. De esta manera
patriarcado y heteronormatividad son sinónimos. Esta forma de ver el
problema le quita al patriarcado toda una serie de responsabilidades que
incluyen la heteronormatividad, pero que la exceden.
El fundamento del patriarcado, que es muy anterior al capitalismo, es el
sostenimiento de la familia como institución que garantiza la reproducción de
la vida, tanto en el sentido de la procreación como en el de garantizar las
tareas para la vida cotidiana. La familia se fue transformando en su forma a
lo largo de la historia desde la aparición de la propiedad privada, pero su
sustento siguió intocado hasta nuestros días. El capitalismo es el primer
sistema que logra independizar la producción de la vida de las relaciones de
parentesco. Si en todas las sociedades anteriores el mercado era marginal y
la producción de los bienes materiales para la subsistencia se garantizaban
de una u otra forma a partir de la organización de las relaciones de
parentesco, bajo el capitalismo el objetivo es la producción en masa para la
venta en el mercado y no para satisfacer necesidades. Así el capitalismo logra
una forma muy original de dependencia, bajo la ilusión de la igualdad y la
libertad, donde los dominados venden o alquilan su capacidad de trabajar por
un salario. Lo que a la vez la de la apariencia de una transacción “libre” y
“justa”.
Sin embargo, el capitalismo mantuvo una esfera por fuera del círculo
mercantil de producción-distribución-consumo que caracteriza el
funcionamiento del sistema. Y este aspecto es el de la reproducción de la vida
en los sentidos ya mencionados. El capitalismo tuvo la habilidad de incorporar
al sistema patriarcal, resignificándolo, en una nueva totalidad. El
mantenimiento del patriarcado es fundamental para el funcionamiento del
capitalismo, ya que le garantiza que la reproducción de la vida se hace por
cuenta y cargo de la mitad de la humanidad, las mujeres, que realizan
gratuitamente ese “trabajo”.[19] “El trabajo doméstico tiene la propiedad,
junto con otras formas de trabajo concreto, de transferir valor al transformar
productos que son mercancías, y que por lo tanto contienen determinada
cantidad de valor. Esto implica que el trabajo doméstico es necesario para la
reproducción de la fuerza de trabajo, pero permanece como trabajo privado
individual, no forma parte del modo de producción capitalista de mercancías,
sino que es una de sus condiciones externas de existencia”.[20]
La heteronormatividad tiene por objetivo central el cumplimiento del mandato
patriarcal por excelencia, que es el sometimiento de la mujer al ámbito
doméstico. Para ello necesita legitimar la sexualidad como apéndice de la
procreación, convertir a la maternidad en un destino incuestionable, aunque
los medios masivos de comunicación proclamen la “libertad sexual”.
La heteronormatividad se asienta sobre la opresión de las mujeres. No es un
par de igualdades (masculino-femenino) que subsumen al resto de las
sexualidades. En eso Monique Wittig describe muy bien cómo lo normal es lo
blanco, hombre, heterosexual, libre.
La heterosexualidad obligatoria produce la violencia hacia las mujeres, los
niños y niñas, los gays, las lesbianas y las travestis.
Pero en la teoría Queer no hay crítica de la familia burguesa. Más aún, en
muchos casos se reivindica la formación de familias de parejas del mismo
sexo sin cuestionar la existencia de una de las instituciones más opresivas de
la historia.[21]
Wittig reconoce que el patriarcado oprime no sólo a lesbianas y
homosexuales, sino que a muchos y muchas otros. Ella señala que “constituir
una diferencia y controlarla es un acto de poder, dado que es esencialmente
un acto normativo. Todas las personas tratan de mostrar que la otra o el otro
son diferentes. Pero no todas tienen éxito en su empresa. Hay que ocupar
una posición social de poder para lograrlo”.[22]
Nos preguntamos, la posición social de poder que permite normar, ¿cómo se
construye? En el capitalismo no es la “diferencia” el mecanismo principal que
constituye a la clase dominante, sino justamente la “igualdad” aparente, que
es la ideología que enmascara la explotación asalariada. Por eso la lucha por
la liberación de las mujeres tiene su especificidad dentro de la lucha de “todas
aquellas personas que están en posición de dominadas”: en el caso de la
mujer, hay una expoliación (el trabajo doméstico) que sí está basada en la
diferencia. Y también es específica respecto de la lucha de los no
heterosexuales, porque en este caso no hay una expoliación económica
basada en la diferencia.
Mujer y capitalismo
Como ya dijimos, el patriarcado utiliza toda clase de herramientas no sólo
para que las mujeres continúen oprimidas, más aún, para que además se
sientan “felizmente” oprimidas, el sistema aliena a las mujeres para
convertirlas en dóciles sirvientas del trabajo doméstico, al naturalizar que son
las mujeres quienes están destinadas a realizar esa tarea.
Constituye la negación de la mujer como ser pleno, porque su destino es el
de ser guardiana del hogar y madre. Su realización personal vale menos que
nada, que está al servicio de que otros se realicen. Para la gran mayoría de
las mujeres, las que constituyen la masa de mujeres trabajadoras o
trabajadoras desocupadas, la existencia es una combinación por un lado, de
horas de explotación en las fábricas, talleres o maquilas con salarios
miserables, cada vez más miserables y por más horas de trabajo,
profundizado por la crisis capitalista. Y por el otro, a hacer malabares para
alimentar a sus familias, vestirlas, educarlas y cuidar de los enfermos. Las
horas dedicadas al trabajo doméstico y al cuidado de otros no son un mero
detalle en la vida de las mujeres. Al contrario, son causa de embrutecimiento
y alienación. Se estima que las mujeres destinan un total de 1.700 millones
de horas laborales al año en una tarea incesante que no recibe retribución
económica y tiene tan escasa valoración social.[23]
Junto con la maternidad obligatoria, mandato patriarcal, se produce la
“deshumanización” de la maternidad, al dejar de ser una decisión libre.
Genera la idea de que no se es mujer completa si no se tiene hijos. El aborto
en la clandestinidad produce que cientos de mujeres mueran al realizarse la
práctica de manera insegura. Este procedimiento, que realizado en
condiciones seguras no conlleva riesgo de vida, aumenta dramáticamente las
cifras de las muertes evitables, convirtiéndose en una amenaza para las
mujeres más pobres. En Latinoamérica se realizan alrededor de 500 mil
abortos anuales, y sólo en la Argentina mueren cerca de 800 mujeres por
abortos mal realizados. Los datos recientemente presentados por la línea
“Más información, menos riesgo”, que brinda asistencia sobre el uso del
misoprostol, son elocuentes. En sus cuatro meses de existencia (entre el 1
de agosto y el 20 de noviembre de 2009), la línea recibió 1700 llamados de
mujeres desesperadas por no tener medios para no continuar con embarazos
no deseados.[24]
Por otra parte, la negación del deseo de la mujer, al ser parte de la propiedad
privada de otro, la cosifica y la deja a expensas de la violencia. En un informe
presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el porcentaje de
mujeres que habían tenido pareja alguna vez y que habían sufrido violencia
física o sexual, o ambas, por parte de su pareja a lo largo de su vida oscilaba
entre el 15% y el 71%, aunque en la mayoría de los entornos se registraron
índices comprendidos entre el 24% y el 53%.
Las mujeres en América Latina denuncian mayoritariamente haber sido:
-Abofeteada o le habían arrojado algún objeto que pudiera herirla.
-Empujada o le habían tirado del cabello.
-Golpeada con el puño u otra cosa que pudiera herirla
-Golpeada con el pie, arrastrada o había recibido una paliza
– Estrangulada o quemada a propósito
– Amenazada con una pistola, un cuchillo u otra arma o se había utilizado
cualquiera de estas armas contra ella.
Además de los golpes muchas mujeres han sido víctimas de violencia sexual
aguantando cosas como:
– Ser obligada a tener relaciones sexuales en contra de su voluntad.
– Tener relaciones sexuales por temor a lo que pudiera hacer su pareja.
– Ser obligada a realizar algún acto sexual que considerara degradante o
humillante.
La OMS asegura que las mujeres más jóvenes, sobre todo con edades
comprendidas entre 15 y 19 años, corren más riesgo de ser objeto de
violencia física o sexual, o ambas.
Entre el 20% y el 75% de las mujeres había experimentado, como mínimo,
maltrato físico o psicológico, en su mayoría en los últimos 12 meses.
El maltrato psicológico también afectó a las mujeres, así:
-Son insultadas o las hacen sentir mal sobre ella misma.
-Han sido humilladas delante de los demás.
-Han sido intimidada o asustada a propósito (por ejemplo, por una pareja que
grita y tira cosas).
-Han sido amenazadas con daños físicos (de forma directa o indirecta,
mediante la amenaza de herir a alguien importante para la entrevistada).
Las expresiones extremas de la violencia contra las mujeres son los femicidios
(asesinatos de mujeres) y la trata de mujeres y niños y niñas por las redes
de prostitución y trabajos forzados. Los femicidios aparecen generalmente en
la prensa burguesa como meros casos policiales o casos “pasionales”,
presentados aisladamente, producto de la “locura” momentánea o
permanente de un hombre violento. Sin embargo, la violencia sufrida por las
mujeres, en su gran mayoría provocada por hombres cercanos a la víctima,
dan cuenta de una violencia que es estructural. Los datos de las muertes de
mujeres a manos de hombres violentos, tanto dentro del hogar como fuera
de él, aunque son de difícil acceso, ya que no hay contabilidad oficial al
respecto (y esto no es casual) son tremendos. Según un informe realizado
por la Asociación Civil “La Casa del Encuentro”, un espacio de mujeres
lesbianas feministas, a partir de noticias aparecidas en diarios nacionales, en
Argentina sólo en el primer semestre de 2009 hubo 82 mujeres asesinadas y
en el 60% de los casos el asesino fue un familiar directo o indirecto. [25]Ante
esto, los casos son caratulados por la justicia como “crimen pasional” y en
muchos casos los hombres violentos son sobreseídos o condenados con penas
menores. Un ejemplo trágico fue la argumentación de un tribunal de la
provincia de Río Negro, que consideró “que el crimen de una mujer de 22
años fue sin intención porque el asesino estaba borracho. Y tendría salidas
transitorias ya en 2011. Le dio 75 puñaladas sin parar, pero para el tribunal
que lo juzgó no tuvo intención de matar. Los jueces entendieron que, como
estaba borracho, no actuó de manera premeditada y por eso sólo le dieron 5
años de prisión.”[26]
Según el Ministerio de Salud argentino, el 15% de los nacimientos se da en
jóvenes que van de 10 a 19 años y esta maternidad precoz es 10% superior
a la media mundial, que es del 5%. Entre el 35% y el 50% de las madres
jóvenes no trabaja ni estudia. La educación sexual que se brinda en las
escuelas está hecha a la medida de sostener la apariencia de que “todos los
educandos tienen derecho a recibir educación sexual integral en los
establecimientos educativos públicos, de gestión estatal y privada de las
jurisdicciones nacional, provincial, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y
municipal. A los efectos de esta ley, entiéndase como educación sexual
integral la que articula aspectos biológicos, psicológicos, sociales, afectivos y
éticos”.[27] Sin embargo, esta ley es una mascarada, que encubre la falta
total de educación sexual en las escuelas, acompañada de la falta de reparto
de métodos anticonceptivos en los hospitales públicos. Y más aún, oculta que
la Iglesia católica ha tenido gran influencia en la redacción de la ley y en los
contenidos que se supone se deben enseñar.
Según la OIT, hay en el mundo 218 millones de niños que trabajan, y dentro
de esta cifra un porcentaje enorme lo hace en el trabajo doméstico, que
mayoritariamente recae sobre las niñas, ya que se favorece el acceso a
estudios por parte de los varones, y por la presión cultural de que a las niñas
les toca adiestrarse para su futuro.
Según la CEPAL los pobres en América Latina aumentaron este año a 189
millones, mientras que los indigentes crecieron hasta 76 millones como
consecuencia de la crisis económica mundial. Con alrededor del 60% de su
población en situación de pobreza, Honduras es uno de los países más
afectados
47.8% es el porcentaje aproximado de la población latinoamericana y del
Caribe que vive en condición de pobreza.[28] Y, lo reconocen todas las
estadísticas oficiales, la gran mayoría de los pobres del mundo son mujeres,
niños y niñas.
Por otra parte, el patriarcado en su cruzada por mantener a las mujeres
atadas al hogar y a la maternidad compulsiva, produce una tremenda
opresión sobre la sexualidad humana. Las relaciones sexo-afectivas son
también cosificadas y estigmatizadas. Una consecuencia de esto es la
heterosexualidad obligatoria, que como ya dijimos presenta el modelo de
relacionamiento sexual-afectivo monogámico entre hombre y mujer como el
único posible, deseable y respetable. Esto provoca la persecución,
discriminación e invisibilización de las sexualidades que se salen de esta
norma. Aunque el sistema logra apropiarse de las luchas de los y las
oprimidos, asimilando lo diferente de una manera aberrante o caricaturesca.
En las series de televisión importadas de Estados Unidos, nunca falta un gay
políticamente correcto, lo que da la apariencia de liberación y de falta de
represión. Mientras tanto, la mayoría de las personas que viven su sexualidad
por fuera de la heteronormatividad sufren la persecución, el desprecio de sus
familiares, ocultamiento de su vida en el trabajo, estigmatización y burla.
En conclusión, consideramos como mínimo ingenuo, pero sobre todo
teóricamente absurdo y políticamente reaccionario decir que las mujeres son
simplemente un polo del par heteronormativo hegemónico. Los datos, hablan.
Por la emancipación de la mujer
Dice Wittig “Mientras tanto, los conceptos hétero se van socavando. ¿Qué es
la mujer? Pánico, alarma general para una defensa activa. Francamente, es
un problema que las lesbianas no tenemos porque hemos hecho un cambio
de perspectiva, y sería incorrecto decir que las lesbianas nos relacionamos,
hacemos el amor o vivimos con mujeres, porque el término ‘mujer’ tiene
sentido sólo en los sistemas económicos y de pensamiento heterosexuales.
Las lesbianas no somos mujeres, como no lo es tampoco ninguna mujer que
no esté en relación de dependencia personal con un hombre”.[29]
Por nuestra parte, ningún pánico ni alarma: luchamos por la extinción de los
géneros, y por lo tanto, de la “mujer”. El problema es que estos son mucho
más que conceptos, son relaciones sociales materiales, que por ahora se las
arreglan para sobrevivir al socavamiento cultural gradual. Po ejemplo, se
adaptan al cuestionamiento de la heterosexualidad obligatoria convirtiendo
(como bien dice Wittig) la homosexualidad en otra heterosexualidad.
“Podemos redimir las palabras esclava o esclavo. Podemos redimir nigger,
negress (términos derogatorios para las personas negras). ¿En qué difiere
‘mujer’ de esas palabras?”, se pregunta Wittig. Nosotras respondemos: en
que ha habido una abolición de la esclavitud en el ámbito de la producción
social, pero no en el ámbito de reproducción de la vida cotidiana, la familia.
¿Qué es la mujer en el capitalismo patriarcal? La mujer es la madre. Es la
única responsable de la buena marcha de la reproducción a costa de su
trabajo esclavo, entendiendo por “buena” la medida de necesidad del
sistema. Aunque no esté “en relación de dependencia personal con un
hombre”, sí lo está con el “sistema económico y de pensamiento
heterosexual”. Para que el concepto de mujer deje de tener sentido como
polo genérico dominado, la sociedad tiene que realizar todavía la tarea de
separar totalmente la sexualidad (vida emocional, identidad, inclinación
individual, el deseo de tener hijos) como elemento del ámbito privado, de la
reproducción de la vida cotidiana, como elemento del ámbito social. A nuestro
entender, esto sólo será posible encarando la lucha contra el capitalismo
como sistema total que incluye al patriarcado. En ese camino, la pelea contra
todas las formas de violencia patriarcal es imprescindible para la
emancipación de la humanidad. Promovemos la extinción del contrato
heterosexual. Esta es una tarea social, no individual, porque este contrato va
a permanecer mientras no se construya una forma mejor de realizar el trabajo
de reproducción de la vida cotidiana. A nuestro juicio, sólo convirtiendo ese
trabajo en una rama de la producción social terminará el contrato
heterosexual y el patriarcado, para lo que hace falta un nuevo tipo de
sociedad, la sociedad socialista.
En la concepción Queer, como ya habíamos dicho, el hecho de salir de la
opresión es un acto individual. Adoptando la identidad Queer se podría salir
de la opresión. Si el patriarcado se reduce simplemente a la
heteronormatividad y la mujer es uno de los dos polos dominantes que
sostiene la opresión, se concluye que adoptando la identidad Queer de forma
individual se terminaría con el problema, en franco retroceso respecto del
grito de guerra feminista de “lo personal es político”. Sin embargo, el
patriarcado tiene una funcionalidad más allá de la heteronormatividad, que
es la de mantener a las mujeres como garantes de todo el trabajo doméstico.
Miles de millones de horas de las mujeres destinadas a sostener la vida
cotidiana, millones de mujeres víctimas de violencia, millones de mujeres
sumergidas en las tareas más degradantes son más que una cuestión ideal.
Porque, reiteramos, la finalidad del patriarcado es garantizar la reclusión de
la mujer en el hogar.
Las feministas socialistas, así como luchamos por la extinción de las clases
sociales, es decir, por el fin de la explotación de la clase burguesa sobre la
clase trabajadora y por la extinción de toda forma de explotación humana,
luchamos también por la extinción de los géneros. No es una cuestión
puramente lingüística. Para eliminar la categoría mujer hace falta superar
todo un sistema de opresión que se monta sobre la alienación de la mujer
para convertirla en una máquina de limpiar y reproducir.
Pero ese “arcoiris de posibilidades aún no codificadas” que da cuenta
correctamente de una completa posibilidad de total libertad sexual no debe
servir para disolver reaccionariamente al género mujer que en todo caso
sufrirá un revolucionamiento completo cuando sea posible la extinción de la
propiedad privada y por lo tanto de las clases sociales. No se trata de
redistribuir el trabajo doméstico al interior de cada familia individual, aunque
hipotéticamente se pudiera, cosa que está muy lejos de ocurrir. De lo que se
trata es de socializar el trabajo doméstico, que las tareas cotidianas más
rutinarias pasen a formar parte de la esfera de la producción social. De esta
manera se podrán establecer relaciones afectivas totalmente inéditas,
basadas en la afinidad y no condicionadas por contratos económicos ni
relaciones opresivas entre las personas.
En ese camino, la pelea por mejorar las condiciones de vida de millones de
mujeres, conquistando guarderías en los lugares de trabajo, el derecho al
aborto libre, legal, seguro y gratuito, la educación sexual científica, laica y
feminista, por el reparto gratuito de anticonceptivos en hospitales públicos,
por la libertad de las mujeres como Romina Tejerina, por el castigo de
asesinos y violadores de mujeres y niños y niñas, por el derecho a vivir la
sexualidad de la manera que a cada persona le plazca, por el
desmantelamiento de las redes de prostitución y trata y la aparición con vida
de las mujeres apropiadas, por detener la epidemia de femicidios… son tareas
urgentes, necesarias e ineludibles.
Como feministas socialistas, desde Las Rojas queremos aportar a la tarea
más importante que creemos tienen por delante las mujeres oprimidas. Es
necesario recrear un movimiento de mujeres dispuesto a luchar en las calles,
lejos de los subsidios y la cooptación del Estado y los organismos
internacionales de crédito, lejos de las oficinas gubernamentales de
“empoderamiento”, por y para las mujeres jóvenes, trabajadoras, ocupadas
y desocupadas, las mujeres de los barrios populares, un movimiento que
adopte como propias las reivindicaciones del movimiento lgttbi, dispuesto a
luchar contra todas las miserias del capitalismo patriarcal y conquistar
mejores condiciones de vida para las mujeres.
Queremos un movimiento que reivindique la identificación de la mujer como
oprimida que al ingresar en la lucha colectiva se carga de atributos positivos,
muy lejos de la deconstrucción Queer, que disuelve a las mujeres oprimidas
y las niega como sujeto capaz de producir algún tipo de cambio.
Necesitamos construir un movimiento de mujeres rebelde, de lucha en las
calles, hermanado por mil lazos con todos los oprimidos y explotados, codo a
codo con las minorías sexuales, afirmando la especificidad de la lucha de las
mujeres en todos lados y confluyendo con la clase llamada a liderar el cambio
social, la clase trabajadora mundial, por una sociedad donde no existan la
propiedad privada, las clases sociales ni los géneros, una sociedad al fin libre
de explotación y opresión.
Bibliografía
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Wittig, Monique El pensamiento heterosexual. Egales
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[1] Engels, F. El origen de la familia…
[2] Simone de Beauvoir, El segundo sexo. 1949
[3]Esta visión de la naturaleza como algo estático e inmutable responde a un
esquema religioso. En rigor de verdad, la naturaleza se caracteriza por el
cambio permanente.
[4] Rubin, Gayle. “El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía política”
del sexo”, 1975.
[5] Tristán, F. 1993.
[6] Cap. 7 “Cinco días (23-27 de febrero de 1917)” en Trotsky, 1997.
[7] Waters, 1989.
[8] Valcárcel, 2000
[9] Valcárcel, 2000
[10] Ver Borón, Atilio.
[11] Butler, Laclau, Zizek, 2004.
[12] “Es verdad que voté a Obama en las primarias demócratas y en la
elección final, pero tenía algunas dudas sobre sus posiciones. Es un
demócrata centrista y es importante saber que la ‘izquierda’ consiste en
movimientos sociales radicales que no siempre están bien representados por
Obama o sus funcionarios. Mi esperanza es que surja una práctica de la crítica
en la izquierda. Por supuesto que estamos aliviados ahora que Bush se fue y
que Obama está en el poder. Pero hay que recordar que Obama nunca apoyó
el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo y que tenía el poder
para influenciar en la votación de California que anuló el matrimonio gay.
Pero, por razones tácticas, eligió no hacer nada. Y estuvo dolorosamente
callado durante el ataque a Gaza, incluso cuando debería ser claro para él
que los judíos progresistas están preparados para criticar la violencia del
Estado israelí. También eligió en su gabinete a gente que es muy conocida
por su misoginia (…) Así que veamos cuán lejos está dispuesto a ir con
respecto a decisiones más difíciles. Debo decir que luego de sus primeros tres
meses en el gobierno estoy más contenta de lo que había pensado. Cuando
fue electo, me preocupaba que tanta gente estuviera enamorada de él y lo
idealizara y que luego se decepcionara por completo o que ‘disculpara’ sus
numerosos compromisos con fuerzas más conservadoras. Pero creo que
Obama hizo un buen trabajo al asegurarse de que la gente no lo viera como
un Mesías. Ofrece esperanza, pero no redención, lo que para mí es un alivio.
Ya veremos qué posición tomará su gobierno en cuanto al aborto. En mi
opinión esta es una pregunta abierta” Suplemento Soy, Página 12, 8/5/09.
[13] María Luisa Femenías, p.34.
[14] Butler, J. Revista Mu, N° 26, Julio 2009.
[15] Braidotti, R
[16] Rodríguez Mayorbe, Purificación, 2006.
[17] Wittig, edición digital.
[18] Ídem.
[19] En realidad, no se trata de “trabajo” en sentido estricto, justamente por
darse fuera de las relaciones asalariadas. Utilizamos el término por estar
extendido en la literatura feminista respecto del tema.
[20] Uría, Pinead, Oliván, 1985
[21] En estos momentos hay un debate en curso sobre el matrimonio gay.
Consideramos justa la reivindicación de conquistar derechos para las
llamadas minorías sexuales, por conseguir derechos de salud y por no ser
despojados de un lugar para vivir cuando muere uno de los miembros de la
pareja, derechos que deben ser conquistados para todas las personas. Sin
embargo, criticamos la pretensión de algunos sectores de presentar esta
lucha como un intento por entrar en la “normalidad” burguesa, sin cuestionar
a la familia patriarcal.
[22] Wittig. Ídem.
[23] Cimac noticias
[24] Página 12, 27/12/09
[25] http://www.lacasadelencuentro.com.ar/
[26] Clarín, 12/9/09
[27] Programa Nacional de Educación Sexual Integral, Ley 26.150,
sancionada en octubre de 2006
[28] http://www.eclac.org/
[29] Wittig. Ídem.

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