La Tierra Prometida
La Tierra Prometida
La Tierra Prometida
Elegido por Dios para suceder a Moisés como guía de Israel, Josué es
investido del Espíritu de Dios cuando Moisés le impone las manos. El
Señor dice a Moisés: "Toma a Josué, hijo de Nun, hombre en quien está
el espíritu e impón la mano sobre él" (Dt 31,14). Moisés le dice en
presencia del pueblo: "Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a
este pueblo en la tierra que el Señor, tu Dios, prometió dar a tus padres.
Y tú les repartirás la heredad. El Señor avanzará ante ti. El estará
contigo, no te dejará ni abandonará. No temas ni te acobardes" (Dt
31,1-8). Y Dios confirma la palabra de su profeta Moisés, añadiendo:
"Yo estaré contigo" (Dt 31,23).
C) GEDEÓN Y SANSÓN
Elegido por Dios, el espíritu del Señor reviste a Gedeón. Con el espíritu
de Dios, Gedeón reúne a su gente y acampa frente al campamento de
Madián. El Señor le dice: "Llevas demasiada gente para que yo os
entregue Madián. Si lo vences así Israel podrá decir: Mi mano me ha
dado la victoria. Despide a todo el que tenga miedo". Se quedan mil.
Aun le parecen muchos al Señor, que dice a Gedeón: "Todavía es
demasiada gente. Hazles bajar al río. Los que beban el agua con la
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lengua, llevándose el agua a la boca con la mano, ponlos a un lado; los
que se arrodillen, ponlos a otro". Los que beben sin arrodillarse son
trescientos. El Señor le dice: "Con ésos os voy a salvar, entregando a
Madián en vuestro poder" (Jc 7,1-8).
Gedeón es figura de todo elegido de Dios para una misión. Dios llama al
hombre y le confía una misión. El hombre se siente impotente y se
resiste. Dios le promete su ayuda, dándole un signo de cuanto promete.
Y Dios lleva a cabo con la debilidad humana su actuación salvadora.
Dios derriba del trono a los potentes y exalta a los humildes. Gedeón
triunfa con una tropa reducida a la mínima expresión para que toda la
gloria sea atribuida a Dios y no a la fuerza humana. La victoria sobre el
enemigo no es fruto de la fuerza, sino de la fe en Dios, que está con su
pueblo. En el comienzo del Evangelio se nos anuncia: "He aquí que la
Virgen concebirá y dará a luz un hijo, al que será dado el nombre de
Emmanuel: Dios-con-nosotros" (Mt 1,23).
Veinte años juzga Sansón a Israel, es decir, hace justicia de los filisteos,
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enemigos de su pueblo. Pero un día Sansón, débil de corazón, sobre
todo, con las mujeres extranjeras, va a Gaza, ve allí una prostituta y
entra en su casa. Enseguida se corre la voz entre los de la ciudad: "iHa
venido Sansón!". Cercan la ciudad y esperan apostados a la puerta toda
la noche, diciéndose: "Al amanecer lo matamos". Sansón se levanta a
medianoche, arranca de sus quicios las puertas de la ciudad, con
jambas y cerrojos, se las echa al hombro y las sube a la cima del
monte, frente a Hebrón. Los filisteos no pueden apresarlo (Jc 16,1-3).
Sansón es figura de su mismo pueblo. Dios realiza sus planes con él así
como es. Hasta toma ocasión de su amor por las mujeres filisteas para
llevar a cabo la historia de la salvación: "Su padre y su madre no sabían
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que el matrimonio con la joven de Timma venía de Dios, que buscaba
un pretexto contra los filisteos, pues por aquel tiempo los filisteos
dominaban a Israel" (Jc 14,4). Sansón, consagrado a Dios desde antes
de nacer, con sus infidelidades a su vocación, causa de su ruina, es
figura de Israel, infiel a la alianza con Dios, por lo que le vienen todos
sus males. Sin embargo, a pesar de sus infidelidades, Dios hace justicia
a su pueblo con él. La historia de Sansón termina derruyendo el templo
del dios Dagón. La "fuerza de Dios" triunfa sobre la idolatría, invitando a
Israel a la fidelidad a la Alianza.
A los tres años, después del destete, Ana vuelve con el niño al
santuario, "para presentarlo al Señor y que se quedara allí para
siempre". Al presentar el niño al sacerdote Elí, Ana entona su canto de
alabanza: "Mi corazón exulta en el Señor; me regocijo en su salvación.
No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. La mujer
estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía.
El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta del polvo
al desvalido" (1S 2,1-10). A Dios le gusta el juego del columpio: lo fuerte
baja y lo débil sube. Lo fuerte lleva el signo de la arrogancia y de la
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violencia, mientras lo débil se viste de humildad y confianza en Dios.
Samuel crece y el Señor está con él. Todo Israel sabe que Samuel está
acreditado como profeta ante el Señor. Pero los filisteos se reúnen para
atacar a Israel. Los israelitas salen a enfrentarse con ellos e Israel es
derrotado una primera vez. Los israelitas se dirigen a Silo a buscar el
Arca de la Alianza del Señor, "para que esté entre nosotros y nos salve
del poder enemigo". Los dos hijos de Elí van con el Arca. Cuando el
Arca llega al campamento, todo Israel lanza un gran grito que hace
retemblar la tierra. Entonces los filisteos se enteran de que el Arca del
Señor ha llegado al campamento. Presa del pánico se lanzan a la
batalla con todo furor para no caer en manos de Israel. Los filisteos
derrotan de nuevo a los israelitas, que huyen a la desbandada. El Arca
de Dios es capturada y los dos hijos de Elí mueren. Cuando le llega la
noticia a Elí, éste cae de la silla hacia atrás y muere (1S 4). Por siete
meses va a estar el Arca en territorio filisteo, yendo de un sitio a otro,
porque la mano de Dios cae con dureza sobre ellos y sobre su dios
Dagón hasta que la devuelven a Israel (1S 6).
Samuel, viendo que todo Israel añora al Señor, les dice: "Si os convertís
de todo corazón al Señor y quitáis de en medio los dioses extranjeros,
sirviéndole sólo a El, El os librará del poder filisteo". El pueblo confiesa
arrepentido su pecado de infidelidad y Samuel ora por ellos al Señor. El
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Señor acoge la confesión del pueblo y la súplica de Samuel. Los
filisteos quieren atacar de nuevo a Israel, pero el Señor manda aquel
día una gran tormenta con truenos sobre los filisteos, llenándolos de
terror. Israel puede finalmente derrotarlos. Samuel se vuelve a Ramá,
donde tiene su casa. Desde allí gobierna a Israel.
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