Esclavo Del Deseo

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A mis daddy issues, ya nos veremos las caras en

terapia.
Índice

ÍNDICE

GLOSARIO:

ADVERTENCIA DE CONTENIDO:

GANAR TU PROPIO LUGAR

DULCE VIDA MATRIMONIAL

EL ALFA DE LOS BALAM

VIAJE SIN VUELTA

EXPUESTO EN LO ALTO

ENCUENTROS CON SABOR AMARGO

ES SOLO UN BESO

CONTROL DE DAÑOS

GUARDAR LAS GARRAS

ASHDIA, FRUTA MADURA

VOLVER CON LA COLA ENTRE LAS PATAS


LA CUEVA

ENEMIGO EN CASA

LAMER HERIDAS

RESTRICTORES & EJECUTORES

99%

NO BUSQUES LO QUE NO QUIERES ENCONTRAR

LUNAS QUE SE QUIEBRAN

COLISIONAR HASTA ESFUMARSE

CRUZADO EL UMBRAL

VESTIDO DE NOVIA

LA VISIÓN DE LA SACERDOTISA

COLMILLOS OCULTOS

CAMBIO DE TORNAS

UN HUESO DURO DE ROER

QUE SUENEN LOS TAMBORES

FUGAS
AFRENTAS Y VERDADES

TE PERTENEZCO

CAÍDA LIBRE

AGRADECIMIENTOS:

CÓMPLICE DE PLACER

EL VIAJE NO HA TERMINADO
Glosario:
Omegaverse (ABO): subgénero del romance
paranormal. Su principal característica es que los personajes
presentan un segundo género biológico que puede ser alfa,
beta u omega. Cada autor diseña su propio mundo, que
puede distar mucho del clásico género de cambiantes o
apegarse más a él. Por lo que no las reglas las decide el
autor y su mundo.

alfa: Escrito en minúsculas hace referencia a un


cambiante, hembra o macho, cuyo segundo género sea el
alfa. Se caracterizan porque sus feromonas de dominación
son las más fuertes de los tres subgéneros. Pueden usar la
Voz Alfa, en la que mezclan una orden con su olor y obligan a
cambiantes más sumisos a obedecer.

Alfa: Con mayúsculas hace referencia al líder de la


manada. Siempre será un cambiante de género alfa.

beta: Cambiantes hembra o macho con feromonas


neutrales que de manera general evitan confrontarse con los
alfas de su manada ya sea por territorio o parejas. Sus celos
son sosegados. Tienen también una glándula de olor pero no
es necesario una mordida para vincularse.

Consejero principal/ Beta: Segundo líder de la manada.


Papel que muchas veces recae en un beta.

Mabellkú: Título que se le otorga a la esposa o esposo


del líder de una manada de clan de luna. Comúnmente se
trata de un omega, pero un beta u otro alfa pueden ostentar
el título. Su traducción quiere decir “pequeña enviada de
Mabel”.

Omega: Hembra o macho con capacidad reproductiva y


cuyas feromonas están orientadas a apaciguar, consolar,
cuidar y, en general, a influir en el resto de cambiantes de
manera positiva. Se dividen en Omegas de Luna Nueva y
Omegas de Luna Llena. Sus diferencias residen en los ciclos
lunares a los que su cuerpo responde, que determinan parte
de la personalidad de los omegas.
Celo: Periodo de apareamiento. La frecuencia varía
dependiendo del segundo género. Tiene una duración
promedio de tres a cuatro días sin supresores ni
apareamiento.

Glándula de olor: Ubicada en el cuello del cambiante, es


la encargada de desprender feromonas para comunicarse al
nivel del instinto. Cuando una pareja se enlaza, es por medio
de una mordida en este punto de la anatomía.

Clanes de luna: Cambiantes caninos con devoción al


matrimonio de la Diosa lunar Lucine y a la estrella Mabel.
Clanes de sol: Cambiantes felinos con devoción al
matrimonio de la Diosa lunar Lucine y el Dios solar Arav.

Restrictor: Miembro de la manada que se dedica a la


protección de las fronteras y lidia con amenazas extranjeras.

Ejecutor: Miembro de la policía interior de la manada,


supervisan la aplicación de sus leyes y castigan a quienes
las infrinjan.
Ceremonia de Floración: Evento prenupcial en la que se
realiza el baile de las máscaras. Se considera la oportunidad
ideal para pasar la última noche como solteros antes de
tomar los votos.
Advertencia de contenido:

Novela recomendada para mayores de 21 años ya que


contiene temas que pueden resultar sensibles para la
mayoría de lectores. La historia se centra en una relación
tabú erótico romántica Padre-hijo | Alfa- Omega con escenas
explícitas que apelan al criterio del lector de ser
consideradas como una obra de entretenimiento y un
trabajo de pura ficción.
La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella

El retrato de Dorian Gray


Ganar tu propio lugar
Han subido la montaña sin detenerse ni cuando los
músculos amenazaban con desmoronarse. Pisan sobre
piedra resbaladiza y un suelo que se hunde. Quien dé un
paso equivocado abrazará el golpe, tal vez la muerte.

—¡No mires! ¡Salta!

El grito eriza su nuca y Yuma alza la vista. El joven


jaguar se ve cohibido y tembloroso con los pies al borde de
la cascada.

—¡No puedo! ¡Lo siento! —grita. Su voz apenas llega a


ellos cargado de vergüenza.

Todos en la fila permanecen callados. El instructor ruge.


Luego de segundos en los que nadie más se mueve, el chico
en el borde se quita el listón naranja del antebrazo, lo tira y
se marcha. El estruendo del agua obliga a Yuma a imaginar
el sonido de los pasos vencidos que se pierden en la selva.
Se fija en su propio listón cuyas puntas ondean por el fuerte
viento.

—¡Siguiente! —ordena el instructor y Yuma sale de la


fila.

Se separa del resto, sube a la boca de la cascada con el


semblante estoico. A diferencia de los más jóvenes, él ya no
es un chico inexperto al que se le permita mostrar debilidad.
Debería ser un ejemplo para esos cachorros. Sacude la
cabeza y sigue subiendo. Sabe que no lo es.
El agua tiene su propio sonido y embota sus sentidos,
las gotas le pegan en el rostro y arden en sus ojos. No le
dejan ver completo el camino.

—¡No te detengas! ¡Solo salta!

Yuma se acerca al precipicio hasta que las puntas de


sus dedos desnudos quedan en el aire. Una piedrita se
desprende del borde y se pierde de vista en el mismo
instante en el que cae. El agua la devora; él sabe lo que se
siente, es la segunda vez que se encuentra ahí arriba. No
por eso resulta más fácil. No por eso deja de mirar.

Cruza los brazos en una X a la altura del pecho, aprieta


los hombros aunque sabe que el abrazo no va a mitigar el
dolor de la caída. Se da la vuelta y queda de espaldas al
vacío. La cascada y el río de su antiguo hogar cantan la
misma canción, eso es lo que lo ha paralizado en las
ocasiones anteriores segundos antes de arrojarse.

La primera vez que intentó las pruebas para unirse a


las fuerzas de protección de la frontera en su nueva
manada, no pudo saltar. No por el vértigo, no por miedo al
dolor o al agua.

Sino por los recuerdos.

Han pasado años desde su ritual de paso a la mayoría


de edad. La sensación de ser insuficiente permanece
intacta, el miedo a fallar se atora en sus costillas. La
diferencia es que ahora no habrá nadie que evite que la
fuerza de la corriente lo arrastre.
¿Si aquél día no hubiera saltado, la relación con su
padre sería distinta? Si no hubiera sido tan temerario y
arrogante…

No. En aquel momento ya estaba roto. Era un omega,


uno defectuoso; y, con o sin salto, estaba condenado a
echarlo todo a perder. No pertenecía a su vieja manada, no
tenía un lugar dentro de ella y el único vínculo que lo ataba
a la tierra estaba deshecho.

Ya no importa, no vive allí. Lo dejó todo atrás.

Ahora está aquí, de espaldas a lo nuevo. Si no lo


aceptan, volverá a intentarlo. Lo hará las veces que haga
falta para demostrar que pertenece a la manada Balam, que
puede ser útil en su nuevo hogar.

—¡Yuma-há! —grita Bej, el instructor.

Levanta los talones, muellea, flexiona las rodillas, cierra


los ojos y el peso muerto con el que carga desde que tiene
memoria viaja desde el fondo de su vientre hasta la boca
del estómago.

Salta.

El viento atruena en sus oídos mientras cae. Mantiene


los ojos abiertos, el cielo es inmenso y está tan lejos. Todo lo
bello está siempre tan lejos.

Toma una gran bocanada de aire, cierra los ojos, se


sumerge con un estruendo que lo deja sordo. El agua lo
abraza con la misma fuerza con la que golpea.
Ahora todo se ve difuminado, las nubes son borrones
de humo y la luz crea ondas en la superficie. Algo tan puro
no debería tocarlo. Cuando está rodeado de esa claridad
sobrecogedora, Yuma se siente desnudo y expuesto, con
todos sus pecados flotando alrededor para ser juzgados.

Sale tiritando con los músculos agarrotados.

—No te pedí un salto mortal —dice Bej al arrojarle la


toalla.

—Tampoco lo prohibiste —contesta castañeando los


dientes.

El instructor niega sin perder la sonrisa.


—Esperemos que esta vez sea la buena—dice y le pega
en el hombro. Yuma también lo desea. —¡Siguiente!

El joven jaguar frente a él, tembloroso, da un paso en


dirección al pico. Yuma quisiera darle un consejo y a su
mente acude un recuerdo del mismo día en que pasó el
ritual: «Mira el miedo o este te devorará» le dijo su padre.
Yuma se queda con la frase en la punta de la lengua. Huele
la aversión que causa su presencia en el resto de reclutas.
Sabe que sus palabras carecerán de sentido para alguien
que no quiere oírlas.

Olisquea el aire, sus patas se hunden en el barro y la


oscuridad no es su aliada. La prueba ha durado catorce
horas. Todos se mantienen en pie por pura fuerza de
voluntad. Yuma no puede ver bien, pero oye el barro cuando
se hunde porque los Balam son cambiantes de poderosas
zancadas cuyo andar se deja sentir. Él solo se fía del aroma
y el sonido. La espesura del territorio, con esos árboles de
copas frondosas que impiden que la luz de una de las lunas
los guíe, mantiene sus sentidos sobreestimulados.

El equipo debe llegar a una de las fronteras de los


Balam, tomar una de las dos banderas y volver sin ser
capturados por el equipo de supervisión.

El líder del grupo, un joven al que la voz le tiembla


cuando describe a duras penas la ruta que seguirían para
evadir a los supervisores, despide un olor amargo que
ayuda a Yuma a orientarse en el camino y no perderles el
rastro.

Los jaguares confían en sus ojos para vencer la negrura


de la noche. Desprecian los métodos de Yuma porque son
distintos. Él es consciente de que el equipo al que lo han
asignado lo considera un lastre y una desventaja frente al
resto de equipos.

Avanzan por un camino estrecho. El líder elige la ruta


más rápida, que es también la más peligrosa. Les pide a
todos cambiar a su forma humana para que sus cuerpos
puedan avanzar por el bordillo. Caminan varios metros en
un silencio tenso, mirando hacia el vacío oscuro que es el
barranco a sus pies.

Una caída libre desde esa altura sería fatal. Las


piedrecillas que se desprenden bajo sus pies son lo único
que necesita Yuma para que todo su cuerpo cosquillee
anticipando un desastre. Es un presentimiento, la imagen ni
siquiera se acaba de formar frente a sus ojos y Yuma ya
sabe que el líder a su lado está por tropezar y caer.

Es capaz de oír el cuello del chico partirse con la misma


nitidez que si estuviera ocurriendo en ese momento, así que
lo toma del brazo en el instante exacto que el jaguar da el
paso en falso. Ambos se deslizan unos metros por el
voladero.

Todo el grupo se queda paralizado. El líder emite un


chillido que irrita los sensibles oídos de Yuma mientras
ignora el dolor de los golpes que se dan contra las rocas y la
vegetación. Se transforma en lobo. Continúan derrapando
hasta que se aferra con sus garras a unas raíces que
sobresalen del lodo y logra sostener al chico con su hocico.

Dejan de caer, el jaguar se transforma por fin y con


dificultad se pone en pie. Con torpeza, ambos suben de
vuelta al borde, magullados y exhaustos. Bej está
esperándolos, toma del brazo al joven y revisa sus heridas.
Yuma regresa a su forma humana y se sienta en la orilla,
jadeando.

—¿Por qué me agarraste? ¡Me hiciste tropezar! —


reclama el recluta con las pupilas afiladas—Un fracasado no
tiene derecho a joderme esta prueba. No lo tiene, ¿verdad?
—pregunta lastimero al instructor.

Bej cierra los ojos un momento antes de negar con un


suspiro. Yuma no puede justificar su impulso recurriendo a
una supuesta intuición del futuro. No es una explicación
aceptable y lo sabe.

—Yuma, vete. Los demás, continúen.

El grupo se aleja de Yuma con un ademán de desprecio.


Culparlo es más fácil para todos. El único que se queda
atrás es Bej. Yuma se traga la acidez que sube por su
garganta. También se culpa. La impulsividad a la que se
entrega cuando tiene sus presentimientos siempre lo mete
en problemas.

—Son diferencias culturales —dice Bej mientras se pasa


la mano por la nuca—. Ustedes los lobos solo… eso de
trabajar en equipo, de salvar a otro por encima de la misión
es algo que no va con nosotros, ¿entiendes?

No lo hace, pero asiente. Bej continúa:


—Mira, sé que es complicado adaptarte a cómo
hacemos las cosas por aquí y no dudo de tus capacidades.
Seguro que en tu manada eras muy bueno. —Yuma ladea el
rostro intentando sonreír.—¿Cómo dices que lo hacían allá?

Yuma no sabe si Bej está siendo amable o


condescendiente.

—No tiene sentido hablar de eso, ya no estoy allí —


responde mientras se pone de pie, hace una pausa y traga
el nudo de su garganta—. Mejor continúo aprendiendo para
el año que viene.
Bej asiente e inhala tan fuerte que sus fosas nasales se
expanden y, sin mirarlo, le da un golpe en el hombro antes
de volver con los demás.

Yuma se estira hacia el cielo. La luz apenas pasa a


través de la espesura y las lianas. Desde su época de
restrictor ama los largos paseos en solitario por los límites
de su territorio. Conoce los bosques mejor de lo que se
conoce a sí mismo.

Se transforma en lobo y echa a correr.

Espera que andar por la selva de esa forma le ayude,


pronto, a reconocerla propia. A compensar su falta de visión
nocturna con un conocimiento corporal y olfativo.

Se interna entre los miles de ruidos de la naturaleza: el


zumbido de los mosquitos en sus orejas, el siseo de los
reptiles, crujidos que vienen de todos lados y no van a
ninguno. Pisa firme por dónde camina, reconoce la
hojarasca podrida mezclada con el fango, esquiva las raíces
que podrían hacerlo caer. Así llega hasta uno de los bordes
del territorio del clan: una roca de cabeza lisa marca el final.
Yuma trepa y se sienta, de nuevo en su forma humana. Los
pies le cuelgan, así que los retrae hasta que las rodillas le
tocan el pecho. Apoya la frente en ellas y reprime el ardor
de sus ojos.

La imagen de aquél pobre lobo es tan vívida que no


parece que hubiera ocurrido hace años: ve la sangre
manchar la esclerótica de sus ojos dilatados por el pánico. El
crujir de sus costillas con otra de las patadas que le propina
su abuelo, la risa cruda que acompaña la violencia. Lo peor
son los balbuceos en busca de ayuda, la mano que se
extiende hacia Yuma y la impotencia de él al no poder
tomarla. «No llores, no lo vale,» decía el abuelo. «Es un
paria, Yuma. Un paria no merece nada, por eso morirá solo,
así mueren los inútiles». Luego su abuelo giró el cuerpo con
la punta del pie, hincó una rodilla, sacó sus garras y rasgó el
tatuaje con una sonrisa de placer. La imagen de Lucine y
Mabel, sus diosas, descarnadas, se clavaron en lo profundo
de su memoria junto al alarido de dolor. El destino de los
parias, de los olvidados, de los sin hogar. Entonces tenía
cinco años recién cumplidos y se juró que jamás se
convertiría en uno de ellos.

—La temporada que viene. Lo lograré la temporada que


viene—le dice a Mabel, la estrella, aunque no puede verla.
Dulce vida matrimonial
Yuma arrastra los pies hasta casa. Desde lejos, divisa
una tenue luz que se cuela entre la cortina de carrizos.
Detrás, una sombra inquieta se pasea de un lado a otro.
Algo duele en el centro de su pecho al saber que Zamil lo
sigue esperando.

Entra directo al baño, su esposo ha tenido la


consideración de preparar la tina y aunque le gustaría
disfrutar del agua tibia, no quiere hacerlo esperar. Sale del
baño y se coloca la bata de seda que dejó en la cama antes
de marcharse.

El olor de la comida alborota su estómago y lo arrastra


a la cocina, donde la mesa brilla adornada con una hilera de
pequeñas velas. El jaguar ha cocinado dos platillos de los
que Yuma aún no se aprende el nombre.

—Siento que no haya nada que celebrar —dice con una


sonrisa tensa.

Zamil abre la boca, la cierra y asiente mientras va


apagando las velas una a una. Se detiene en la última, se
muerde los labios. Yuma espera que todo termine.

—Siempre hay algo que celebrar—dice y jala la silla. —


Siéntate.— Yuma obedece y recibe un beso en la mejilla. Su
esposo vuelve a encender las velas.

—Gracias.
El cambiante solar frota su mejilla con la suya, tiene
una piel suave que siempre consigue mejorar el humor de
Yuma. Es algo cariñoso y territorial.

En el intercálido de sus veintiún años, la época de


mayor calor del territorio, Yuma lo olió por primera vez.

En aquel entonces, un aroma extranjero en los bordes


del territorio era señal suficiente para que un restrictor se
acercara a comprobar que no sucediera nada. Cada clan a lo
largo de la región que su especie ganó a los humanos en
una guerra de décadas protegía sus límites con los
conocimientos ancestrales y mágicos de sus dioses y sus
recursos naturales.

El puente era una de las tres formas de entrar en el


área. Sin embargo, cruzarlo no garantizaba llegar al corazón
de la manada. Los bosques de los Moonlight estaban
protegidos por una neblina ancestral. Sin un guía ni el
permiso de otro miembro de la manada, el intruso jamás
encontraría el camino. Si tenía suerte volvería al pie del
puente.

Aun así, durante el mandato de Abrat, más de un paria


desterrado de la manada los traicionaba y mostraba el
camino a extraños que buscaban hacerse con el control. Por
eso los restrictores seguían custodiando las fronteras.

Aquella tarde que ahora recordaba, el animal estaba


con los sentidos aguzados cuando Yuma lo descubrió. Su
pelaje era negro con reflejos dorados, que destacaba en el
bosque de coníferas y despertó la curiosidad del lobo.
Aunque ya era formalmente un adulto, Yuma todavía no
había salido de los límites de la región ni tampoco había
convivido con clanes del Sol.

El jaguar se quedó sentado en su extremo del puente.


Se lamía una pata prestando atención a cada movimiento
de Yuma, que avanzaba hacia él tabla a tabla. El puente se
cimbreaba a su paso, los vientos de la estación lo movían
con un ritmo pausado de un lado al otro. Yuma ya conocía el
compás; su cuerpo lo seguía tan bien que, en la distancia,
daba la impresión de caminar en línea recta, ignorando el
movimiento de la estructura. Cuando llegó a la otra orilla, el
jaguar cambió a su forma humana y levantó las manos por
encima de su cabeza de cabellos negros.

—No estaba intentado colarme en territorio prohibido —


exclamó en el idioma de los humanos, el lenguaje neutro
que los cambiantes eligieron para comunicarse—. Mi
hermano y yo estamos de visita en el clan rojo. Me aburrí y
me gusta explorar. Que yo sepa, eso no es un crimen.

Yuma gruñó. El hombre se puso en cuclillas y extendió


la mano con el dorso hacia arriba.

—Me llamo Zamil-há. —Se señaló el pecho desnudo,


donde llevaba tatuada la marca de la manada Balam, uno
de los clanes con el que los lobos mantenían un tenso
acuerdo de paz—. Este puente es una belleza.
Yuma olfateó el dorso de su mano y la intuición le dijo
que el hombre no era peligroso. Como un Hijo de la Luna
debe aprender a escuchar esa voz que no obedece a la
razón, sino a algo superior, cambió a su forma humana, se
palmó el cuero atado a la cintura y cernió los dedos
alrededor del silbato de alerta: si veía algo sospechoso lo
haría sonar sin titubeos.

El jaguar se puso en pie y durante un momento se


examinaron uno al otro. Zamil-há y él medían lo mismo, el
cuerpo de Yuma era más estrecho en las caderas y el jaguar
tenía la piel bronceada, un moreno suave, mientras que
Yuma era más pálido por su ascendencia albina.

—Vaya, así que el puente no es lo único bello del


paisaje —dijo Zamil con sus ojos verdes brillando mientras
recorrían el abdomen desnudo del lobo.

Yuma sonrió de lado. Zamil-há también.

Un año después se casaron.

De vuelta su atención en la mesa, Yuma ve los mismos


ojos aduladores de Zamil.

—Sabes que no tienes que buscarte un lugar en ese


equipo, ¿no? Eres mi pareja, los jaguares te aceptarán si yo
lo digo, Yuma —insiste Zamil.

«El poder solo sirve para hacernos temer, un líder


requiere de ganarse el respeto», decía su padre. Yuma ya no
sabe si esas palabras deberían seguir guiando su vida
cuando, de hecho, Quillian Blackwood había resultado ser
un mentiroso de primera categoría.

—Me sentiré más cómodo trabajando en algo útil.


Zamil asiente. Se inclina para besarle los nudillos.

—¿Esto de los Guardianes de frontera te emociona más


que tu ceremonia de marca?

Yuma niega y se inclina sobre la mesa para besar la fría


nariz de su marido a modo de respuesta.

—El día que me marques será una demostración más


de nuestro compromiso de pareja. Ni a ti ni a mí nos supone
un sacrificio ni un esfuerzo. Ser Guardián de frontera es algo
para mí mismo ¿Entiendes la diferencia?

Zamil ladea el rostro y roza sus labios en un beso casto.


El estómago de Yuma se hunde; mentiras, secretos, todos
los guardan, ¿no es así? Se separa con suavidad, Zamil se
levanta y va hacia la alacena, saca un pequeño vial y lo deja
sobre la mesa.

—¿Son estrictamente necesarias? —pregunta sirviendo


agua en el vaso de Yuma—. Tu olor es encantador incluso
con estas cosas y deseo saber a qué huele mi omega sin
estos inhibidores de por medio. Estoy seguro de que podré
con tu celo ¿No confías en la resistencia sexual de tu
esposo?

Yuma se encoge de hombros, toma la pastilla en un


arrebato y se la traga. El agua le escurre por las comisuras.
Se frota con la manga de la bata y deja el vaso con un
golpe.

—Ya te dije, no son supresores normales. No tiene nada


que ver contigo —oye un jadeo de Zamil, pero no lo mira. Ya
han hablado de esto antes y odia que insista—. Con
nosotros, no tiene nada que ver con nosotros. Esto son solo
temas de salud.

Zamil hace un ruido de resignación, recoge el vaso y se


marcha al fregadero. Yuma se pasa la mano por la cara,
Zamil no tiene la culpa de su aversión al tema. Sin embargo,
la opción de explicarle que es un omega defectuoso jamás
ha estado en sus planes.

Mientras siga tomando sus supresores todo estará bien.

Minutos más tarde entran a la habitación matrimonial.


Yuma no soporta el dolor de sus músculos, la adrenalina de
la prueba ya abandonó su cuerpo y su cerebro amenaza con
deshacerse antes de tocar la almohada.

Se acomoda al lado de su esposo, le da la espalda. Los


dedos de Zamil rozan su nuca, bajan el cuello de la bata y el
índice se pasea por el tatuaje de su clan: dos medias lunas,
una debajo de la otra, detrás las placas que sostienen el
mundo y los cielos. Más abajo está la constelación que
indica la posición de su territorio, la forma de volver al
hogar. Todos los miembros de los clanes lunares llevan ese
tatuaje, que varía solo por la constelación que corresponde
a la ubicación de sus territorios.

—¿A qué edad te lo hiciste? —pregunta besando donde


termina su cabello y empieza la cola de la flecha. Al ser hijo
de la familia líder, Yuma muestra un elemento diferenciador:
una flecha que lo recorre desde su nuca hasta el final de la
columna.

—Son progresivos, empiezan a tatuarlos cuando


tenemos trece y se terminan cuando pasamos por el rito de
adultez —responde somnoliento. Las uñas de Zamil
remarcan las tres medias lunas, similares a garras, que
sobresalen a los costados. Es el símbolo de su unión a los
restrictores, se lo grabaron la noche que juró lealtad al líder
y al grupo.

El tatuaje Yuma que lleva a la espalda es único y


tiempo atrás estuvo orgulloso de él. Ahora no es capaz de
mirarlo en el espejo sin pensar en aquella marca de paria,
en esa piel descarnada, arrancada del hogar. El temor de
que le suceda lo mismo le cierra la garganta porque solo
basta con que su secreto se vea expuesto para que todo
cambiante lo repudie.

—¿Te da miedo? —pregunta la aterciopelada voz de su


beta.

—¿El qué?

—Tomarás el nombre de otra manada. La marca de los


jaguares irá en tu pecho, en el lugar de tu corazón —dice
Zamil en un ronroneo tranquilizador. Yuma quiere sentirse
bien. Su cuerpo se retrae por inercia y él se obliga a
relajarse. Ahora que está casado, este es un paso
importante para construir su nuevo hogar. El jaguar le pasa
los dedos por los aretes en la oreja—. No hay muchos lobos
que la lleven. A partir de entonces pertenecerás a los
Balam, a mí.

Pertenecer.

Los vellos de su nuca se erizan.

—Lo sé, Zamil.

Yuma entierra la cara en la almohada, el sueño lo


arrulla. De todas formas oye el suspiro pesado del hombre a
su lado, un presagio de malas noticias.
—Quiero que sepas que me opuse. Pero mi hermano no
me dio alternativa. Xel-há le enviará una invitación formal a
tu padre. —Yuma retiene el aire, todos sus músculos
cansados entran en tensión—. El Senado no nos ha
perdonado que la boda fuera solo para la familia cercana.
No quiero saber cómo se pondrán si no los invitamos a la
ceremonia de marca.

Yuma busca su voz, pero apenas consigue gemir algo


ininteligible que en su cabeza suena a: «Estúpido Senado».

Su marido se nota incómodo cuando vuelve a inhalar


con fuerza.
—No justifico en ningún momento lo que te hizo y sé
que como padre debe seguir reacio a reconocer nuestra
unión por todas esas falsas acusaciones de años atrás. Pero
como líder tiene obligaciones ineludibles…

Yuma se remueve, Zamil aparta la mano.


—No gastes tus energías. Mi padre no vendrá —dice
con una seguridad fingida.

—¡Ah, tan terco! —exclama llevándose las manos a la


cara mientras rueda al otro lado de la cama—. Hará parecer
que los clanes tienen mala relación. ¿No crees que si me
conociera cambiaría de opinión? No soy tan mal marido, ¿o
sí?

Yuma suelta un bufido a cambio de tragarse las


palabras que de verdad quiere pronunciar.
—No es algo personal contra ti ni contra el clan Solar. A
Quillian le desagradaban todos los pretendientes que me
rodeaban.

Zamil continúa quejándose. Yuma deja de prestarle


atención y se sumerge en un sueño que, en contra de lo que
el estado de su cuerpo maltrecho presagiaba, es un ligero
velo de seda.

Vuelve algunos años atrás, durante la Luna Roja. La


celebración en la que solteros omegas, betas y alfas se
aparean sin compromiso. Una fiesta de fertilidad. Claro,
reflexiona Yuma dentro del recuerdo, su padre siempre fue
intransigente y autoritario. Tanto en su papel de alfa como
en el de padre.

—No te acerques mucho a los bordes, estas noches la


cantidad de restrictores es menor —fue la única indicación
que Quillian le dio, lo dijo restándole la importancia que
tenía para Yuma.
Lo único que delataba su mal humor era el aroma
avinagrado que desprendía su glándula.

—Oh vaya, ¿No me dejarás traer a mi acostón de una


noche a casa?

Yuma se recargó de brazos cruzados en el marco de la


puerta del laboratorio. Quillian le miró con un reproche que
encendió las entrañas del adolescente.

Cuánto ansiaba otras palabras.

Golpes duros en la puerta lo despiertan. Un aroma con


notas de sudor delata al visitante nocturno. Zamil se levanta
primero y Yuma lo sigue a la puerta. Un joven está de pie
con las manos apoyadas en las rodillas.
—Hubo un problema con el… —jadea—, con el…

—¿Mi hermano? —corta Zamil.

El chico levanta la cabeza, su mirada se encuentra con


la de Yuma y el joven jaguar aparta rápido la suya.
—No. Se trata del líder de los Moonlight, señor.
Zamil respinga, sus hombros se cuadran y, sin girarse
por completo, dirige sus ojos entornados a Yuma.

—Si algo grave le ha pasado a tu padre, mandaré a


informarte. Confía en mí, todo estará bien.
Luego la casa se queda en silencio y a oscuras. La luna
no alcanza el ventanal, Yuma lo sabe porque se queda de
pie en la puerta, incapaz de ver más que negrura.

La noche se llena de fantasmas.

Los primeros minutos su cabeza es un tablero en


blanco. Se queda apoyado en los carrizales de la puerta con
un zumbido agudo que chilla de un lado a otro de sus oídos.

Quiere ir detrás de Zamil y averiguar qué ha pasado


porque el miedo es un veneno que se extienden con
facilidad sin un antídoto. Sin embargo, encaja las garras en
el dintel: no va a salir de esa habitación.

No tiene sentido.

Conoce las pautas según las que los jaguares se


manejan y, sin la autorización necesaria, Yuma no obtendrá
la información que quiere. Se suelta de la puerta, vaga de
un lado a otro del cuarto en penumbra. En realidad las
respuestas están a su alcance si se atreve a tomarlas.

Los lobos mantienen un vínculo cálido con sus


progenitores, una sensación de pertenencia constante. Si su
padre estuviera en problemas, si lo hubieran herido o algo
peor, él lo sabría. Lo sentiría de la misma forma en que supo
que su madre había muerto.

Había sucedido durante los meses más fríos, cuando él


todavía era un cachorro de apenas cuatro años. Por eso los
recuerdos fragmentados siguen sin armar la escena
completa, a pesar de las aportaciones de su padre.

Nicté, su madre, lo llevó a visitar la manada de la que


era originaria. Su hogar estaba en el Norte Nevado. Su
padre le dijo que el accidente ocurrió de regreso. Él no
recordaba haber conocido las tierras de su progenitora, pero
aún ahora, con veinticinco años cumplidos, conserva la
violencia del vínculo roto.

Cortado, de cuajo, en el medio de la nieve.

Era media tarde, la luz se desvanecía en el horizonte


sobre la particular nieve del norte que no llegaba a ser
blanca sino del color de una nube a la que traspasan los
tiernos rayos de luz de la mañana: rosa suave cual baya sin
madurar. Iba de la mano de Nicté. Yuma recuerda que otras
personas los acompañaban en esa caminata: eran nueve,
entre adultos y niños. Nunca supo a donde se dirigían, solo
que nunca llegaron. Fueron emboscados por cambiantes
anónimos. No portaban símbolos visibles, como tatuajes o
accesorios distintivos que los relacionaran con ninguna
manada.
Estruendos, golpes y gritos.

Su madre echó a correr con él en su hocico, lo empujó


a un agujero debajo de la corteza de un árbol y protegió la
entrada hasta que algo la obligó a alejarse. Luego de un
tiempo que a Yuma le pareció infinito, agazapado temblando
de frío y miedo, oyó el grito de Nicté, un gruñido lastimero,
luego vino el silencio.
Y la muerte.

Yuma no lo supo en ese instante, solo lo experimentó:


un tirón desde su pecho, igual a que si un pedazo de piel le
fuera arrancado de un solo movimiento. El dolor lo dobló. Se
hizo un ovillo, aturdido y perdió el conocimiento.

Si toca debajo de su esternón aún puede sentir el vacío


que le dejó la muerte de su madre.

Es una pérdida que siempre está presente. Yuma no


recuerda lo que ocurrió con el resto de cambiantes. Lo único
que viene a su mente es el momento en que Abrat, su
abuelo, lo encontró.

Nunca había sentido a su abuelo por el vínculo familiar.


A su madre la perdió muy pronto y solo quedó el vínculo de
su padre, robusto como el tronco del árbol más antiguo de
la manada.

Está atado a él, pero se resiste a tocarlo, a hacerlo


vibrar. No ha perdonado a su padre y teme que esta sea una
muestra de debilidad que le haga creer que lo que le hizo ya
está olvidado.

Sin embargo, aunque su cerebro racional y el


resentimiento tiran hacia el lado contrario, cuando los
pensamientos se vuelven más abrumadores, más violentos
y fatalistas, Yuma no puede más.

Se sienta en la orilla de la cama, agitado, igual a que si


estuviera de vuelta en la cascada. Duda. Pone la mano
sobre su corazón, se aferra a sus latidos, a ese eco profundo
que vibra en sus oídos. Busca el enlace, el vínculo que antes
fue el pilar de su vida ahora es un hilo débil, apagado. Lo
toca como se tocan las cuerdas de un arpa y el corazón le
late tan deprisa que todo su cuerpo quiere salirse de su piel.
Su vínculo resuena en la distancia, es una conexión que
creía perdida y el alivio relaja su cuerpo: hay alguien al otro
lado.

El vínculo cascabelea en respuesta. Es suave, tímido,


nada parecido a su padre, pero lo embriaga hasta las
lágrimas. Su garganta parece vencerse ante la necesidad de
pronunciar su nombre. Yuma corta la conexión de tajo con la
respiración errática, se aferra a las sábanas, da
respiraciones profundas y traga las lágrimas que aguan sus
ojos.

Tantos años intentando mostrar indiferencia, cortar


aquella insana relación para que un momento de debilidad
lo traicione.
Se hace un ovillo, incapaz de dejar de escuchar el
tamborazo de su corazón, así que tararea una nana:
«Cuando la estrella besa a la luna, siempre llega el alba».
Sigue así, incluso cuando olvida la letra, hasta quedarse
dormido.
El Alfa de los Balam
La luz del sol lo despierta y sus ojos tardan en
acostumbrarse a la claridad del territorio. Incluso luego de
tres años el dolor de cabeza matinal persiste, pues reflejos
de las lagunas se cuelan por el ventanal. Las casas de los
jaguares son todas blancas, la luz natural es suficiente: A los
Balam no les importa, aman el sol. Y él es un lobo, un
maldito lobo mestizo que solo quiere cortinas.

Dan dos golpes rápidos a la puerta. Cuando abre, Yuma


se encuentra con que el chico de ayer está de vuelta. Lo
mira fijo fijamente, con un aire de hostilidad que no se
atrevió a mostrar ante Zamil.

—El líder Xel-há lo requiere en el salón de reuniones. —


Yuma se estira, todo el cuerpo le duele y no piensa ir sin
tomarse una ducha antes. El joven jaguar parece leerle el
pensamiento, porque agrega—: De inmediato, Yuma-há.

Yuma apoya una mano en la cadera y mantiene los ojos


fijos en él. A pesar del «Há» que marca el apellido de la
familia de más alto rango de los Balam, su tono denota lo
mal que le sabe dirigirse a él con respeto.

—Espérame aquí —indica y se da media vuelta.


Quince minutos después, arreglado y limpio, sale de
casa. El chico gruñe por lo bajo durante todo el camino. Lo
mira por el rabillo del ojo con una furia que no consigue
disimular. Yuma sonríe.
Ya no eran cambiantes tribales luchando a mordiscos
por los territorios, pero las costumbres, esa tradición de odio
entre los clanes del Sol y la Luna, no saldrían de sus
sistemas en varias generaciones.

Quillian se lo había repetido muchas veces: «Se supone


que tenemos inteligencia, a esta gente le vendría bien
usarla». A Yuma aquello solía hacerlo reír. Su padre se
quejaba mucho de la falta de sentido común del resto de
cambiantes.
La naturaleza y los instintos no mutan tan rápido a
diferencia de los acuerdos y las guerras.

Cruzan el jardín central, un precioso conjunto de


lagunillas aguamarinas donde las mujeres se reúnen para
las diferentes labores mientras los niños juegan entre los
charcos, a la vista de la comuna.

—¡Yuma-há! —grita Ixchel desde el centro de una de


ellas, donde un círculo de omegas macho y hembra bordan
los tapetes de sus próximas ceremonias sobre los nenúfares
gigantes—. Hoy no te salvas.
Ixchel tira del codo de Yuma. El joven jaguar rueda los
ojos y le da un golpecito en la mano.

—El líder ha requerido su presencia, no tiene tiempo


para sus cosas de Omega —refuta con el ceño fruncido.

Ixchel y Yuma levantan una ceja, sincronizados.


—Se ve que aún no te sale pelaje de hombre —
responde la omega con las manos en jarras—. Tu madre
tejió un tapete antes de casarse, tu hermano lleva bordando
desde que tú eras un cachorro y tu esposa o esposo lo
harán también. Eres un alfa y debes honrar las tradiciones,
incluso Yuma-há muestra más respeto que tú aunque no
pertenezca a este clan.

El chico se eriza. Ixchel es una omega alta con el pelo


claro y suave que entre los rayos de sol aparenta pesar lo
mismo que una pluma. Es la única persona que Yuma
considera una amiga entre los Balam. La conoció cuando se
anunció su ceremonia de marca y se la asignaron para
guiarlo en la confección del tapete de bodas.

—Vendré después de la reunión —dice Yuma colocando


sus manos en los hombros de Ixchel—. No frunzas tanto el
ceño o te quedará marca.

Ella se pone roja y se lleva las manos a donde sus cejas


hacen una arruga. Yuma ríe y sigue su camino. Al cabo de
unos pasos su guía se limpia la garganta.

—¿En el clan Moonlight no hacen el tapete


matrimonial?

—¿Te ha picado la curiosidad? —pregunta inclinándose


para buscar sus ojos.

La respuesta es un salvaje enrojecimiento hasta la


punta de las orejas felinas. El chico niega y aparta la cabeza
para ocultar el rubor.
—Tenemos otros ritos, tampoco usamos aretes.

—¡Sin aretes! —exclama. Y vuelve a mirarlo.—


¿Entonces cómo dicen que están casados?

Yuma se toca la oreja izquierda donde hay tres


perforaciones: las primeras dos argollas simbolizan el
compromiso y el honor al sol; el tercero es un arete
trenzado que significa la unión sagrada e indivisible de los
esposos.

Debido a las diferencias religiosas entre ambos clanes,


los matrimonios entre Hijos de Luna y Sol no son muy
comunes. No están prohibidos, pero en la mayoría de
situaciones uno de los conyugues renuncia a sus ritos
ceremoniales.

El caso de Yuma y Zamil carece de precedentes: ambos


forman parte de las familias líderes de sus respectivos
clanes. Yuma es hijo del líder de los Moonlight y nieto del
viejo cabeza de Clan del Norte Nevado. Zamil es el hermano
del líder de los Balam y el Beta oficial.

Ninguno renunció a sus prácticas religiosas. Xel-há


prefirió que la boda se hiciera de forma discreta y solo
intercambiaron esos aretes frente a las figuras del santuario
de los dioses principales de los clanes del sol: Arav y Lucine.

—¿Yuma-há? —pregunta el chico de nuevo.

—Una mordida, justo aquí —responde y se señala el


cuello, en el punto exacto en que la vena que se tensa y
que indica el lugar de su glándula de olor.
Él abre tanto los ojos que parece que se saldrán de sus
cuencas.

—¿Y usted por qué no tiene una?


Yuma aparta la mirada.

—¿Es aquí? —dice deteniéndose en la sala de


conferencias del líder. El guía se frena de golpe, asiente.

—El líder Xel-há lo espera —dice con voz ceremoniosa.

Yuma encaja el colmillo en su labio inferior, huele a


varios jaguares en la sala. Lo que sea, es grave. Ahora se
arrepiente de haberse dado el lujo de bañarse.

Los dedos le tiemblan al tomar la orilla del tapiz que


hace de puerta, no sabe qué esperar, no sabe qué clase de
noticia van a darle y el temor de un futuro incierto se
aprieta en sus costillas. Desde que cruzó el puente y se
alejó de su manada se ha sentido de esa forma.

Cuando entra, el peso de miradas afiladas y otras de


desprecio se asienta en sus hombros. El clan del Sol se
compone de diferentes comunas. Los jaguares no tienden a
permanecer demasiado cerca unos de otros, por tanto,
aunque Xel-há es el líder de todos ellos, un señor vasallo
dirige cada comuna. En total, son siete cambiantes del sol
juzgándolo.

Zamil no está por ninguna parte.

—Es bueno que nos honres con tu presencia, Yuma-há


—dice Xel desde la punta de la mesa. Él traga espeso y baja
la cabeza al tomar asiento.

—¿Podemos continuar? —gruñe el que está sentado


frente a él. Yuma reconoce al encargado del oeste del clan
—. Nosotros, a diferencia del joven de la luna, no tenemos
todo el tiempo del mundo.

—Yuma-há es quien mejor informado debería estar, así


que repetiremos —corta Xel. El cambiante asiente con
desgano y se hace pequeño en su silla.

Xel-há no es un tipo que imponga gracias a su


envergadura, al contrario que Quillian Blackwood, su padre.
Xel es un hombre joven. Estará acercándose a los treinta y
cinco, pero presenta los rasgos que acompañan a la
madurez del liderazgo. Pequeñas arrugas acentúan sus ojos
verdes afilados, profundos. Su color es capaz de hipnotizar a
cualquiera que, antes de darse cuenta, cederá a sus
demandas.

Luego está su postura. Tiene algo que Yuma reconoce


como autoridad aunque no puede definir de qué se trata. No
sabe si son los pasos firmes cada vez que se mueve, o la
manera en que levanta el mentón, que parece retar al resto
a poner en duda sus decisiones.

Siempre se ha preguntado si con solo esa imagen ha


logrado aplazar un matrimonio político con alguna jaguar.
Cuando lo comentó con Zamil el beta le explicó que su
hermano estaba harto de que sus señores vasallos le
restregaran a sus hijas e hijos omegas por debajo de la nariz
y que Xel se negaba a darle más poder a ninguno de ellos
con ese enlace.

Yuma no lo encuentra difícil de creer, su nuevo Alfa


parece ese tipo de hombre. No dejaría que cualquiera
ocupara el lugar de esposa del líder, la posición que en los
clanes de Sol se llama Atitlucine, estrella de Lucine.

—Hubo un ataque en Bariló: dos lobos muertos y tres


humanos —dice Xel-há con la voz llana y clara—.
Cambiantes de la manada Moonlight. Residentes de…

—La Farmacéutica Blackwood —interrumpe Yuma


aunque pretendía hablar para sí. Xel-há carraspea.

—Siempre dije que ese proyecto de integración nos


llevaría a la desgracia, pero nadie se atrevió a decírselo al
Alfa Blackwood. Todos fueron y le lamieron las patas aunque
sabían que era un error.

Yuma gruñe en dirección al encargado del oeste, pero


se muerde los labios cuando se da cuenta que el jaguar lo
mira con una sonrisa sardónica.

—Cuando la crítica se puede aplicar a uno mismo —


dice Yuma ladeando el rostro. El hombre arruga la nariz y le
muestra los colmillos, pero Yuma aparta la mirada sin perder
el porte recto de su espalda—, ¿no es más razonable
mantenerse callado?

Su relación con Quillian no es la mejor. Ni siquiera se


puede considerar decente. Aún así su cuerpo hierve de
rabia cuando alguien que no es él habla mal de su padre.
Cuando el tipo va a responder, Xel-há golpea la mesa
con la palma abierta y toda la atención de la sala vuelve a
él. Se ha erguido en toda su estatura, mostrando el pecho
«Ahí está» piensa Yuma «Esa es la actitud que dice
“obedéceme”».

—No es momento de esta tonta pelea entre clanes de


sol y luna, somos cambiantes. Todos —recalca Xel volviendo
su vista a la pantalla holográfica de la mesa donde está el
reporte.

—Sin ese programa de integración no tendríamos esta


tecnología, por ejemplo —interviene el encargado del este
señalando el aparato.

—¿Y? Es la única de esta zona porque, a diferencia de


los humanos que se llenan de esas porquerías luminosas, a
nosotros no nos obsesiona —refuta el jaguar frente a él.

—Exacto —retoma la palabra Xel-há—. No somos


humanos, no entendemos sus ritos ni ellos no entienden los
nuestros. Nos importan cosas distintas y, sin embargo, la
guerra de antaño nos dejó algo en claro: a ninguno de los
dos lados le gusta ver a su gente herida. ¿Entienden? Esta
es información reciente, pero el Senado Cambiante ya está
preocupado. No tenemos noticias de la reacción de los
humanos, ni sabemos cómo manejará el conflicto Quillian
Blackwood. El reporte dice que el comportamiento de los
cambiantes fue errático, como si estuvieran medicados. Me
preocupa que fuesen sujetos experimentales del laboratorio.
—Si su hijo le pregunta directamente, estamos seguros
de que cooperará —comenta Uxmal, el jaguar del este.

—Permítame ponerlo en duda —dice mordaz Nahil, el


encargado del oeste—, no se presentó en su boda.
¿Sabemos siquiera si se han comunicado en estos tres
años?
Xel-há no cambia de expresión, se cruza de brazos y se
mantiene en silencio. Todas las miradas se concentran de
nuevo en Yuma, cuyo rostro se llena de vergüenza. Lleva
mucho tiempo mintiendo, ha cubierto cada posible rumor
sobre su mala relación. Incluso ha fingido llamadas
telefónicas una vez al mes que, es consciente, ni Zamil ni
Xel-há se creen.

—Mi padre es un hombre de pocas palabras —dice


cuando el silencio pesa demasiado.

—Tiene esa fama —contesta Xel y clava su mirada


indescifrable en él. Yuma se aferra a su pantalón—. El
Senado ha pedido que cada manada envíe un emisario
diplomático a Bariló. Yuma-há, eres nuestra mejor opción.

Yuma no puede decir ni una palabra, su garganta se ha


cerrado. Agradece seguir sentado porque no siente las
piernas. «¿Dónde está Zamil? Él no permitiría esta locura».

—No creo que sea lo más adecuado —contradice otro


de los miembros—. Son familia. Si Blackwood fuera
responsable de los ataques, ¿Su hijo no intentaría cubrirlo?
—¿No acaban de decir que el chico tiene mala relación
con el padre?—replica Nahil.

—La sangre de los clanes de luna es espesa —comenta


otro con desdén—. Hasta en las peores circunstancias se
cubren sus desagradables secretos.

—Líder —dice Yuma poniéndose en pie. No puede


escuchar más—. Concuerdo con los señores aquí presentes.
No soy el más indicado para representarlos. Mi padre y yo
no tenemos una relación muy estrecha. Aunque tampoco es
mala, dudo que comparta de buena fe sus errores. Es un
hombre orgulloso.

—Precisamente —dice Xel, que camina en su dirección.


Yuma no es capaz de volver a sentarse—. Creo que eres un
miembro de esta manada ahora. Y que conoces a tu padre
mejor que cualquiera de nosotros. Durante los últimos años
ha experimentado con varios compuestos a los que podría
darse un mal uso. No digo que él lo haga; digo que pudo
cometer un error y que ese orgullo que mencionas quizá le
impida verlo.

—Y es un error que podría costar muchas vidas si


tenemos la desgracia de que escale. Los cambiantes no
queremos más guerras con los humanos —asegura Nahil
poniéndose en pie para ceder su lugar a Xel.
—No se trata solo de ti, Yuma. ¿Lo entiendes? —Xel se
sienta y obliga a Yuma a hacerlo también. Le toma de las
manos y el lobo retiene el aire—. Estoy seguro de que
Quillian apreciará que sea su hijo, sangre de su sangre,
quien le ayude a no volver a cometer un error así. Y no un
cambiante ajeno que lo juzgue sin más y lleve esa
información al Senado. Esto no tiene que escalar hacia
consecuencias desastrosas. ¿Estamos de acuerdo? Además
—susurra inclinándose—, ¿No quieres ganarte la confianza
de estos?

La sonrisa de Xel es un arma que impide que Yuma


conteste de la forma que le gustaría, así que se limita a
asentir.
Viaje sin vuelta
Yuma no tiene tiempo para despedirse de Zamil. Xel-há
lo ha enviado a resolver unos asuntos en la frontera y
asegura que le explicará todo cuando vuelva. A medio día el
lobo mestizo sale de la región Balam en la única línea de
ferrocarril que cruza el territorio hasta Bariló.

Cuando el tren empieza su marcha y ve cada vez más


lejos las lagunillas que ni siquiera le gustan, el pecho le
duele. Está dejando el hogar, de nuevo.

Sigue mirando hacia atrás, algo que no hizo cuando


cruzó el puente colgante de la manada Moonlight para no
volver. En aquél momento estaba tan herido que presentía
que, de girarse, se volvería una estatua.

Un espasmo le engarrota los músculos al no recordar si


ha metido en su maleta el medicamento. Se gira sobre su
asiento y la mujer frente a él sube el libro que lleva entre
manos para disimular que le sigue con la mirada. «Fertilidad
en Omegas Luna Nueva» dice el título. Es una humana.
Yuma la huele y asume que ha entrado en el país de
cambiantes por cuestiones de trabajo. No tiene pinta de
turista.

Desde que su padre empezó el programa, más


humanos se han animado a conocer las manadas, hacer
viajes recreativos y algunos incluso se han integrado en los
clanes y han formado familias. No son muchos, no todavía.
Yuma mete la mano en su mochila. Afortunadamente,
sus dedos pronto tocan el frío del vial y se relaja de
inmediato. Nunca, jamás, iría a ver a su padre sin esas
malditas pastillas. ¿No son acaso ellas las que ocasionaron
todo esto? ¿No es por un simple medicamento que Yuma
lleva tres años sin hablar con Quillian? ¿Con Ellian, con Ace?

Odia admitirlo, pero las preocupaciones del resto de


cambiantes respecto a los métodos de su padre no son
infundadas. Yuma es el principal testigo de que una vez que
Quillian determina un objetivo, es capaz de lo que haga
falta con tal de conseguirlo.

Y para su padre hay solo dos cosas más valiosas que su


vida: la manada y sus investigaciones farmacológicas.
Cualquier persona que se interpusiera en ambos campos
sería borrada del mapa.

Mira sus supresores y se ríe para sí mismo: «No puedes


culpar de todo a un frasquito, Yuma. Madura.» y los echa de
nuevo dentro de la mochila. Para distraerse durante las
horas de viaje saca un cuaderno de hojas de colores. Dentro
de las espirales se enreda una bolsa de terciopelo negro.
Yuma la abre, saca el accesorio y lo mira a contraluz. Se
debate entre colocárselo o no. Sus dedos recorren la pieza.
Cuero rojo y dos argollas, una dentro de otra, sique
simbolizan a las diosas.

Pasó con él siete años, solo se lo quitaba al dormir y


bañarse, formaba parte de su vida de la misma forma que
su pelo y su rostro. Desde que Zamil anunció la ceremonia
de marca, lo guarda en la bolsita de terciopelo. Nota que a
la humana le brillan los ojos, que no puede apartarlos de su
collar omega.

—Es bonito —dice, un poco torpe, en el lenguaje de los


clanes de luna. Yuma parpadea en su dirección y ella señala
el collar—. Me gusta su color. ¿Por qué rojo?
—«Mi niño de ojos rojos» —murmura bajito, y ella alza
una ceja—. Mi padre me decía así.Hicimos este collar juntos.

Ella sonríe.

—Perdona que pregunte, si no quieres contestarme


está bien —dice cerrando el libro e inclinándose—. He visto
a varios cambiantes usarlos, todos distintos. ¿Qué
significan?

Yuma nunca ha sido un lobo muy interesado en las


sociedades humanas, pero ahora que viaja a una ciudad, le
haría bien un intercambio de información.

—Son únicos ya que cada uno elabora el suyo. Bueno,


solo los omegas. Lo usamos hasta que encontramos a
nuestra pareja destinada. Solo esa persona puede quitarlo
porque solo para ella ha sido hecho. Es una especie de…

—¿Amuleto? —indaga ella. Yuma asiente—. Así le piden


a sus diosas qué pareja quieren. ¿Los colores y las argollas
tienen un significado?

—Estás muy informada —dice Yuma cruzando una


pierna sobre la otra. La mujer se ruboriza—. Los collares y
sus significados son íntimos, ¿sabes?

—Perdona. Vine al país para conocer más a los


cambiantes, pero encontré algunos clanes muy herméticos.
Principalmente sobre los ritos que acompañan a los omegas.

A Yuma no le extraña. Desde la guerra por los


territorios entre las dos especies, hace ya varias décadas,
los clanes de sol y luna nunca han considerado que los
humanos sean capaces de entenderlos. «Trasgreden
nuestras costumbres, las critican y luego las intentarán
hacer desaparecer si se lo permitimos. Todo lo que los
humanos tocan, lo destruyen» recuerda oírle decir a Ravieri,
uno de los miembro del Senado Cambiante.

—¿Y ya no lo usas? ¿Significa que has encontrado ese


amor? —Yuma respinga, deja de ver el collar para mirarla a
los ojos y ella se retrae en el asiento—. Perdona de nuevo,
no quería incomodarte.

Yuma niega con una sonrisa mientras pasa sus dedos


por las argollas. El metal frío eriza sus vellos.

—Yo… sí, puede decirse que lo encontré.

Apenas salen las palabras de su boca, se arrepiente.


Gira el rostro hacia la ventana, aunque era evidente que el
aire no era capaz de llevarse esa declaración.

Ella regresa la espalda al asiento y vuelve a abrir su


libro. Yuma huele un rastro cítrico, el aroma que asocia a la
vergüenza. Antes de sumergirse por completo en su lectura,
la mujer agrega:
—Eso debe hacerte feliz.

Y esa frase basta para que el vértigo lo sacuda. El peso


del viaje cae sin previo aviso sobre sus hombros y le corta la
respiración. Desde la reunión de esa mañana no han pasado
más que un par de horas y no ha tenido tiempo para pensar
qué va a hacer cuando se encuentre frente a la persona con
la que más débil es. La persona que le recuerda, con una
sola mirada, lo inadecuado, roto, atrofiado que esta. Un
único vistazo y él se desmorona como una estatua de sal.

Se recuerda que ya no es el omega hormonal y sin control


que fue, ese que avergonzaba a Quillian. No lo es. Para
confirmarlo, se lleva los dedos a los tres aretes en su oreja
izquierda y los palpa. A diferencia de las argollas de su
collar, son menos fríos y mucho más pequeños, pero están
ahí, encarnados a su piel.

Hizo una vida lejos y no vuelve ahora rogando migajas


de afecto. No vuelve porque quiera verlo, solo cumple sus
deberes. Deberes con su nueva familia.

Yuma se acomoda en el asiento, se pone el collar y lo


ajusta. No ha cambiado el grosor de su cuello. Hay algo
familiar cuando el cuero toca su piel, se siente… bien,
correcto. Es una prueba, una demostración de que aquél
secreto que guarda para sí mismo ha sido superado, que no
es anormal, que no está desviado. Pasará la prueba y
volverá a casa, a Zamil, a su nuevo Alfa Xel-há y sin ese
secreto atenazando su ser.
Se recarga en la moldura de la ventana y retiene el aire
que todavía se siente natural. Aunque nunca ha estado en
territorio humano, Vellner solía contar que en las ciudades
era difícil respirar «Como si en vez de aire, fuera engrudo»
decía negando con el semblante serio que lo caracterizaba.

De todas las personas que dejó atrás, definitivamente


al que menos quiere volver a ver es al Beta Vellner Ningan.

El tren cruza la frontera luego de ocho horas de


recorrido. Los inspectores de Bariló suben y piden papeles.
Cuando Yuma entrega su carnet de identificación, que
incluye las palabras «CAMBIANTE LUNAR» y «OMEGA», le
emociona ver que el humano introduce la tarjeta en una
terminal de mano. La tecnología humana no tiene nada que
ver con la suya.

—Cambiante lunar pero de un clan solar… estos tipos


nunca dejan de sorprenderme —dice el encargado y le
entrega su identificación de vuelta con una sonrisa.— ¿De
casualidad conoces a Quillian Blackwood?

La sonrisa de Yuma se congela en sus labios.

—Deja de incomodar a los pasajeros —interrumpe otro


de los inspectores, un poco mayor que el primero. Le da
empujoncitos para alejarlo e inclina ligeramente la cabeza
en dirección a Yuma a modo de disculpa.
—Debe de ser un fan —dice su compañera de asiento.
Al haber visto sus papeles, sabe que se llama Resha—. Pero
supongo que no hay nadie interesado en los cambiantes
que no haya oído hablar de ese hombre.

—¿Por qué? —pregunta y de inmediato se arrepiente.


Sabe por qué.

Resha abre sus ojos enormes, cierra el libro y se inclina


en su dirección con la complicidad de contarle un secreto;
aunque el volumen de su voz asegura todo lo contrario.

—¿Por qué? ¡Bueno! El hombre ha revolucionado el


campo de la farmacéutica y, nos guste o no, estemos de
acuerdo o no, ha cambiado por completo las relaciones
sociales. Cuando era niña oía cosas horribles de los
cambiantes. Ya sabes, esos cuentos para dormir donde el
monstro te come… Todos teníamos ideas muy desacertadas
sobre ustedes y luego vino ese hombre —Yuma se percata
del deje de excitación y un brillo en los ojos que hace que el
omega territorial que late en su interior se ponga a la
ofensiva—, puso un pie en esta ciudad y abrió puertas, creó
puentes y a muchos nos cambió la imagen de ustedes. Es
respetable e inteligente y, no sé si lo has visto alguna vez,
pero es demasiado. No se me ocurre otra forma de
describirlo más que «demasiado». Es sexy, exuda algo muy
animal debajo de ese traje. Cuando viajé a los clanes de
luna pensé que todos los alfas eran así, pero no. No existe
otro como Quillian Blackwood. No me sorprendió enterarme
de que su especie en particular estaba extinta.
Yuma inhala, guarda el aire y cuenta hasta diez. No le
gusta que hablen del Quillian que vive en Bariló. No le gusta
que hablen del hombre que él no ha conocido, del hombre
en que se ha convertido durante los tres años pasados
desde que se separaron. Al mismo tiempo, su pecho está
lleno de un orgullo que conoce de mucho tiempo atrás, ese
que lo hacía decir con felicidad: «¡Y es mi padre!».

Ahora no puede encontrar las palabras. Todo ese


pasado suena lejano.

—¿Por qué te interesaría la fertilidad de omegas?


Después de la guerra se firmó un tratado de cero
experimentación —dice señalando el libro—. Solo otros
cambiantes pueden indagar nuestra naturaleza.

Ella parpadea, aturdida por el obvio cambio de tema.

—¡Oh no! Solo quiero ayudar a una amiga. Una omega


de luna llena.

—Vaya eso es raro, las omegas de luna llena tienen


pocos problemas de fertilidad. A diferencia de las de luna
nueva.

—¿Y tú eres?

El tren reanuda la marcha, ella sonríe y, aunque Yuma


siente miedo mezclado con vértigo, también hay excitación
bajo su piel.
—Omega de luna nueva.
—¿Es verdad o es un mito que los omegas de luna
nueva son más… intensos y territoriales con sus alfas?

Yuma se ríe, una limpia carcajada. Sacude la cabeza.

—Varía. Sería como decir que todas las mujeres


humanas son iguales.

Resha se ruboriza y se pasa un mechón de cabello


detrás de la oreja.

—¿Pero en promedio?
Él cruza los brazos, se reclina en el asiento. Piensa en
Zamil. Jamás lo ha celado. Lo quiere y es un jaguar muy
atractivo, ni siquiera su naturaleza juguetona y coqueta han
provocado desconfianza o posesividad.

Podría decir eso.

El tren entra a un túnel cuyas vías rechinan y hacen


temblar los vagones. La oscuridad se lo traga todo por unos
minutos.

—En promedio los Luna Nueva somos más de todo.


Territoriales, pasionales y agresivos. Nuestros celos son más
intensos y con mayor frecuencia. Tenemos menos control
cuando se trata de nuestras parejas. En la única área donde
tenemos complicaciones es en la de fertilidad. Se nos
distingue de los Luna Llena por el olor, pero una humana no
sabría diferenciarnos.

—¡Fascinante!
Salen del túnel y la luz reflectada en los edificios que
parece que brotaran de la tierra, hacen a Yuma asomarse.

Bariló, desde la ventana, ya le anuncia que no es nada


parecido a lo que ha conocido antes. Es verdad que el aire
es espeso, que oprime las costillas. Y el comentario de
Resha no ayuda: «Si se te ocurre ir más al sur, a Gavalt,
necesitarás una mascarilla». A pesar de todo, a Yuma le
resulta increíble.
Los edificios son gigantes de metal que se alzan hasta
donde alcanza la vista. Desde sus ventanas las personas
son puntitos haciendo una danza practicada. Autómatas sin
alma, programados en una tarea de bucle infinito.

Resha no vuelve a hablar de Quillian y eso permite que


Yuma y ella mantengan una conversación amigable el resto
del viaje. Yuma le explica un poco lo que sabe de las
diferencias entre los omegas de Luna Llena y los de Luna
Nueva. Ella es una esponja ávida por más información: «Es
fascinante la forma en que todo se relaciona con sus
deidades».

Cuando por fin se bajan del tren es ella quien le indica


cómo llegar a la farmacéutica Moonlight. «¿Y no conoces a
Blackwood?» Pregunta con una mueca incriminatoria
«Nunca dije que no lo conociera» sonríe él de vuelta, la
toma de la mano y pone en su palma una flor de papel que
ha hecho mientras hablaban. Se despiden con sonrisas
francas.
Expuesto en lo alto
Yuma se queda de pie en la acera frente a la puerta del
enorme edificio. Desde su posición ni siquiera es capaz de
contar cuántos pisos se extienden hacia el cielo. Todo el
ruido de la ciudad le estremece los sentidos, un estímulo
que le provoca dolor en las sienes.

Ahora entiende por qué la mayoría de cambiantes no


son entusiastas de los viajes a las ciudades humanas:
resultan excesivas. Se desbordan, parece que necesitaran
arrasar con todo a su paso. Todo es más grande, más alto,
más luminoso, más poblado.

«Hagamos más ruido, mostremos que estamos aquí,


que vean. Que nos vean» grita la ciudad. Y Yuma la oye tan
alto que solo quiere que pare. Le bastan unos minutos para
comprender que vivir ahí le drenaría el alma. Es una
sensación que se instala en cada parte de su instinto de
supervivencia.

Se pregunta si Quillian también lo siente así.

Cruza la calle con cuidado, tropieza con gente que no


mira otra cosa que las pantallas holográficas de sus relojes,
que no escucha con sus propios oídos sino con esos
pequeños aparatos incrustados en sus orejas. Absortos,
ensimismados.

Uno de los humanos tropieza con otro y de pronto hay


dos personas insultándose.
Yuma sigue el ejemplo del resto y continúa su camino.
¿Qué es lo que su padre admira tanto de la especie
humana? «Son libres» le decía cuando se encerraba en el
laboratorio. ¿Libres de qué? Se pregunta Yuma.

Las imponentes puertas de vidrio con el símbolo


simplificado de la manada Moonlight le dan la bienvenida,
Yuma las mira como si estuviera por colocar el cuello en el
dogal de una soga.

En el invernal de sus veinte años, mientras vigilaba la


frontera al oeste, le dispararon una flecha. Acertaron justo
en su hombro. La fuerza del impacto lo desequilibró y le
obligó a agazaparse detrás de una roca. Ignoró el dolor.
Necesitaba ubicar al atacante, así que tomó el silbato para
llamar al resto de la guarda de restrictores. Cuando una
segunda flecha le rozó los dedos, el silbato cayó de sus
manos.

Recuerda la adrenalina latiendo en sus oídos,


augurándole el siguiente movimiento. Supo lo que pasaría
después, la imagen apareció en la forma de un destello; y
supo con certeza lo que debía hacer para evitar una herida
mayor. Se movió a la derecha y la siguiente flecha le pasó
cerca, sin tocarlo. De un tajo se arrancó la que tenía en el
hombro, tomó su arcó y la disparó a un punto dado, sin
pensar. El grito de dolor de su atacante activó su propio
dolor. La sangre caliente bajaba por el brazo hasta la punta
de sus dedos. Entonces recogió el silbato y lo hizo sonar.
Entrar a la farmacéutica de Quillian es eso mismo: una
flecha clavada en algún lugar incierto. Debe arrancarla, ya.
Tira de la puerta con la intención de dar pasos firmes.

Jala de la pequeña maleta y, al subir a la banqueta, una


de las rueditas se atasca en una alcantarilla. Yuma tiene los
sentidos embotados y solo quiere aislarse. Tira con fuerza,
la maleta sale volando y la ruedita se queda atascada.

Maldice en voz baja cuando recoge su valija del suelo.

Ahora, una multitud de ojos curiosos lo escudriña, de


manera que endereza los hombros. No quiere lucir perdido,
algo que se notará enseguida si sigue caminando en línea
recta.

—¿Acaso no es…?

—Sí, creo que sí. Tiene que ser él: Yuma Blackwood.

—¿El hijo de..?

—¡Claro que su hijo! ¿No se había casado?

—Oí que cuando se marchó iba herido.

—Shh, ahí viene.

Yuma camina con el mentón levantado, pero sus ojos


buscan desesperados una forma de desaparecer. ¿Cómo
saben cuál es su aspecto? ¿Cómo saben su historia? Duda
mucho que Quillian pase horas hablando de él. Sabe que su
existencia es de esas manchas en el expediente que, si bien
no puedes eliminar, al menos intentarás disimular.
La condenada maleta no deja de traquetear y los ojos
le siguen como si fuera una presa entre cambiantes listos
para lanzarse encima. Busca el baño, pero la única puerta
que ve abierta es la que reza «elevador» y, cuando se
acerca, las puertas ya se están cerrando. Yuma hace un
movimiento de mano y un hombre detiene el cierre
automático desde dentro.

—Gracias.

—¿Piso?

Yuma mira la serie de botones, le sudan las manos.

—¿La oficina del señor Blackwood? —y se recrimina el


tono de pregunta.

Su interlocutor viste una bata de laboratorio y lo mira


de arriba abajo. Si lo reconoce, que seguro que lo hace, no
dice nada. Presiona el botón y suben y suben y suben en un
silencio sofocante.

El científico se baja un piso antes, así que Yuma llega


solo al largo pasillo del piso cuarenta. En todos los altos
rascacielos de Bariló, las paredes son ventanales preciosos
que muestran la ciudad. Yuma no se acerca demasiado,
jamás ha estado a tanta altura y no quiere averiguar cómo
se sentirá mirar hacia abajo. Mejor se concentra en las
paredes internas, puertas sucesivas identificadas con
nombres desconocidos. Al fondo hay una distinta, la única
de madera rústica.
Yuma podría identificar a su padre a kilómetros sin
importar cuántos años pasaran. Está detrás de esa puerta.

Tiene el corazón latiendo fuera del cuerpo, alguien


empuja la puerta, que se percibe pesada, y una mujer sale
dándole la espalda. Lleva una coleta alta de cabello rubio
cenizo con destellos platinados. Se gira aún con el rostro
metido en unos papeles, arruga la nariz y alza la vista.

Ellian.

Yuma ya no puede caminar. La mujer lo reconoce y se


acerca a él con pasos frenéticos.

No pensaba encontrarla ahí. Su presencia lo desarma,


es incapaz de conectar una palabra. Era obvio que su padre
la llevaría consigo. Es una mujer eficaz, leal y cariñosa.

Las lágrimas se atascan en su garganta. La culpa, ¡oh


la culpa!, esa que ha intentado ignorar durante todos estos
años ahora le explota en la punta de la nariz y no sabe cuál
es el aspecto de su rostro. Ellian no se merecía lo que le
hizo, no era quien debía pagar por los errores de Quillian.

Ella llega hasta él y sus manos no dudan, acunan su


rostro, las yemas de sus dedos repasan el contorno de su
cara, tocan su collar. Se acerca más y lo huele justo en el
centro del pecho, alza sus ojos dorados y brillosos para, acto
seguido, envolverlo en sus brazos.

—Regresaste, Yuma. Regresaste —dice con la voz


quebrada y él no se atreve a abrir la boca. Se inclina y
entierra el rostro en su hombro, le devuelve el abrazo y el
gesto de reconocimiento con su nariz. La ropa que huele a
ciudad no puede esconder su esencia natural: Ellian huele al
norte, a un camino de nieve y bayas rojas. Huele a su
infancia—. Traes tu collar puesto ¿te divorciaste? ¿Te hizo
daño ese idiota? Yo misma lo mataré, ¡cómo se atreve!

Las feromonas alfa de Ellian pican en su nariz antes de


que lo aparte sin soltarlo de los hombros, lo examina de
pies a cabeza.

—Ellian… Ellian… —ella no escucha, Repite la palabra


«divorcio» muchas más veces de lo que Yuma considera
apropiado. Le duele un poco saber que ella, de entre todas
las personas, pueda creer que haya vuelto por un abandono
—. ¡Ellian!

Ella se detiene, parpadea confusa y Yuma le señala su


arete.

—Felizmente casado —agrega.

—Sagrada Lucine. Es un alivio oír eso. ¿Entonces? Oh,


Yuma, te has enterado del ataque y… y has venido a hacer
las paces con tu padre.

Yuma tiene que retroceder dos pasos. Ellian se queda


con las manos en el aire y la forma en que se curvan sus
cejas grita decepción.

—Alfa Ellian —interrumpe un cambiante detrás de


Yuma—. Soy el diplomático de la manada del suroeste, clan
de Luna. Informo de mi llegada.
Él se aparta y ella asiente, aún descolocada. Apunta en
las hojas que lleva e invita al cambiante a tomar asiento en
la fila de sillas negras a un lado de la puerta de madera.

—El señor Quillian los atenderá en breve —dice y esta


vez mira la maleta de Yuma.

—Lo siento —es lo único que se le ocurre decir a él.

Ella niega y lo vuelve a abrazar, más fugaz. Luego se


aparta para dejarlo pasar.

—Anotaré que el representante de los Balam ya está


aquí.

Yuma toma asiento, al otro lado de la puerta de madera


la fuerza de un imán lo atrae. Tiene algo eléctrico que dice
«acércate». De manera inconsciente, Yuma se lleva la mano
al collar. Ahí se da cuenta de que no es la puerta, es su
vínculo lo que le atrae. Está palpitando debajo del cuero,
cascabelea con una familiaridad que lo absorbe en un bucle
de sensaciones que pensó que la distancia habría
menguado. El vínculo filial se sacude, molesto, exige que
Yuma cruce la puerta, pero él se queda en su lugar.

Hace el intento de sacar una de las hojas de su


mochila, pero las manos le tiemblan. El olor lo envuelve, su
padre también sabe que está ahí, es imposible no notarlo.
Sus feromonas y el vínculo palpitan entre ambos. Yuma no
puede distinguir si la necesidad de verlo y el rechazo de
hacerlo son solo emociones suyas o compartidas.
Nunca lo pensó, nunca se quiso dar tiempo para eso:
¿Quillian quiere verlo? ¿Habrá sentido alivio el día que se
marchó? ¿Lo extrañará?

Afecto, hogar, desprecio, indiferencia. Rabia.


¿Quillian sería capaz de admitir que se equivocó?

«No me importa qué es lo que él quiera» se dice y se


fuerza a que sus manos dejen de moverse sin control. Se
pone a doblar el papel: una esquina hacia la otra, siempre
sobre sí misma.

Lleva hechas dos flores y tres lobos cuando la fila se


completa. La información del ataque ha debido de
difundirse muy rápido, porque la mayoría de los clanes ya
han hecho llegar a sus emisarios. Yuma se pregunta cuál de
ellos vendrá de la manada del norte nevado, la de su
madre.
La puerta de madera se abre, un par de hombres en
bata blanca salen inmersos en una conversación, sin
siquiera mirarlos. Ellian se queda de pie frente a la puerta.

—Pasen, los esperan.

Yuma mira la fila de pequeñas maletas que se han ido


juntando en el pasillo, parecen viajeros haciendo un
transbordo. No es un trato hospitalario. Su padre utiliza
formas poco sutiles de dejar en claro quién lleva las riendas
en esa situación. Y es obvio que los emisarios no son
bienvenidos.
Entran uno detrás de otro. Yuma espera hasta el final,
su resolución flaquea; Ellian le da un suave empujón, que
acompaña con una sonrisita materna, pero él no sabe si
eso lo hace sentir mejor.

Una vez dentro, la presencia abrumadora del Alfa de


los Moonlight lo sofoca. El espacio se reduce, el aire se
espesa y sabe que esa sensación intimidante no solo lo
afecta a él sino también al resto de cambiantes presentes
en el salón. Huele el miedo en todos ellos.

Yuma no está asustado.

No es eso lo que anida en su pecho. Es algo menos


agradable, más retorcido y vil.

«Mírame» demandan las feromonas del alfa y Yuma


obedece para luego maldecir su falta de resistencia. Quillian
está sentado en la cabecera de la mesa redonda, con las
manos entrelazadas por encima de su nariz cubriendo la
cicatriz que le cruza el rostro. Aunque el ventanal detrás es
menos amplio que en el resto del edificio, el contraluz
impide que Yuma lo vea en su totalidad. Quillian ladea el
rostro, lo busca y sus miradas se reconocen. El vínculo rasga
en devoción. Bastan sus ojos ámbar, que tintinean con
pupilas dilatadas, para hacerlo sentir de gelatina, pequeño e
indefenso.
Los tres años de separación se sacuden en su interior y
debe resistir el impulso físico de acercarse, de tocarlo, de
que sus pieles se reconozcan como la familia que han
dejado de ser.
Yuma es el primero en interrumpir el contacto. Debido a
su medicación, no puede responder con sus feromonas, lo
cual es bueno o todos en esa habitación verían el tenso
intercambio. Porque Yuma solo tiene una frase a comunicar:
«No estoy aquí por ti».

El silencio se alarga por más tiempo del educado y


Ellian lo corta cuando cierra la puerta. Tras la distracción,
Quillian se sacude y, por fin, deja de clavar sus ojos en él.
—Tomen asiento —ordena y todos se mueven en una
coreografía organizada. Yuma se sienta lo más lejos que
puede, intenta no volver a mirarlo y parece que Quillian
hace lo mismo—. Mi tiempo es valioso. Así que no nos
perdamos en formalidades. Mi secretaria les entregará un
informe detallado de lo que sabemos hasta ahora acerca del
desagradable incidente del día de ayer.

Ellian reparte carpetas individuales. Yuma recibe la


suya, sorprendido de que Quillian haya tenido tiempo de
prepararlas cuando el ataque ha ocurrido hace unas
veinticuatro horas.

—Además —interrumpe uno de los hombres con bata


que Yuma ni siquiera ha visto—, incluimos información sobre
todos los compuestos orgánicos que estamos investigando y
otros que ya manipulamos en estas instalaciones.
—El compuesto alfa… —exclama uno de los emisarios
dando vuelta a las páginas.
—Entre otros —dice el tipo de la bata y señala la
pantalla holográfica al centro de la mesa—. El señor
Blackwood lleva investigando la naturaleza cambiante
durante más de dos décadas. Todas las investigaciones
comportan factores de riesgo. El uso indebido de los
compuestos por personas externas tampoco es algo que
podamos controlar cuando las fórmulas se lanzan al
mercado. La seguridad en esta empresa es impecable.

—Eso es algo que nosotros tenemos que juzgar —


responde un cambiante del clan solar.
—Háganlo, por favor —dice Ellian al lado de Quillian. La
alfa también muestra una pose de respeto a pesar de su
sonrisa amable—. Mientras se encuentren en Bariló como
emisarios dispondrán de un cuarto y comida patrocinados
por la hospitalidad Moonlight. Les pedimos por favor
mantener los protocolos de seguridad. Si entran a los
laboratorios seguirán las instrucciones del personal. Y antes
de pasar sus reportes al Senado o sus líderes, me los
mostrarán a mí. Eso es todo.

Los cambiantes sueltan exclamaciones de sorpresa y


otras de molestia. Algunos murmuran.

—Con todo respeto, líder de los Moonlight —comienza


una de las cambiantes, sin siquiera mirar a Ellian—,
nosotros hemos sido enviados por nuestros propios Alfas.
Solo a ellos y, en todo caso al Senado, le debemos nuestros
reportes.
Quillian se reclina en el asiento, cruza sus piernas en
forma de escuadra.

—Por eso mismo —prosigue Ellian—. No estamos, como


empresa, vinculados a los ataques. Pero queremos que
nuestra apertura muestre a sus líderes y al Senado que no
estamos ocultando nada. ¿Debo recordarles que lo que
sucede en territorio humano es competencia de las
autoridades humanas y no de las cambiantes?

Yuma se encoge en su asiento, esa es una de las


mayores preocupaciones de Xel-há y, seguro, del resto de
manadas. La ley permite detener a un cambiante si se
sospecha de un crimen y retenerlo fuera de su propia
manada, pero solo dentro del territorio cambiante. En el
caso de su padre, que está viviendo en Bariló, el Senado
debe sentir que se le escurre entre los dedos.

—Todavía —exclama el jaguar al lado de Yuma— no hay


nada que los vincule. Es eso lo que debemos investigar.

Quillian se frota el mentón con los dedos índice y


pulgar. Su voz grave y pesada suena igual que a la orden de
un rey.
—Y no lo habrá. Eso es todo, retírense.

—Pero...

Quillian regresa la vista a los papeles.


—Les sugiero no averiguar dónde están los límites de
mi hospitalidad. Ellian los acompañará a sus habitaciones.
Los cambiantes reprimen sus gruñidos de molestia,
pero Yuma detecta la tensión en su olor. Va saliendo con el
resto cuando Ellian lo detiene.

—Necesitan hablar —dice. Y cierra la puerta.


La sorpresa le impide reaccionar a tiempo. No quiere
mostrar debilidad, así que se gira para encararlo. Quillian se
ha vuelto a poner en pie, apoya ambas manos en la mesa.
Su padre es el alfa más endemoniadamente atractivo que
ha conocido. Su cabello negro ahora tiene algunos
brochazos blancos por las canas nuevas, hay más arrugas
en la esquina de sus ojos profundos, primitivos y
masculinos. Su mandíbula cuadrada y sus hombros anchos,
imposibles de ignorar.

Yuma había admirado a su padre como a nadie. De niño


deseó ser un alfa para parecerse a su progenitor. Lástima.
La naturaleza lo eligió omega. Al inicio se consoló con la
idea de seguir los pasos de su madre, que había sido una
líder respetada y amada, pero pronto se dio cuenta que no
podía más que quedarse a su sombra porque estaba
atrofiado. Era un inútil, daba igual su designación de género.

Trabajó más que nadie por ganarse el lugar que le


correspondía, incluso siendo un omega. Ahora ve que nada
de lo que hizo bastó, ni para Quillian ni para él mismo.

Su padre deja los papeles.

—Yuma… ¿Puedes tomar asiento?


Ahí está, es la misma forma en que el vínculo respondió
la noche pasada cuando lo buscó angustiado por las noticias
del jaguar. Es una voz con cero arrogancia, cero
imposiciones. Es una voz que pende de un hilo, más un
susurro. Su padre nunca habla de esa forma, nunca baja la
voz ante nadie. Yuma no lo mira. Un poco de sumisión no
basta para destruir el muro que se ha formado entre los
dos.

Un muro que se ha engrosado a base de mentiras,


decepciones y vergüenza. Ha tenido tres años para
pensarlo, para perdonarlo, para curarse lejos de él. No va a
recaer.
—Soy el emisario de los Balam, señor Quillian. Si me
disculpa, no hay nada que tengamos que tratar en privado.

Cierra la puerta al salir.

Su mente le da la razón, su cuerpo lo castiga con un


dolor que aprieta justo debajo del corazón.
Encuentros con sabor amargo
Ellian no lo deja quedarse en las habitaciones de los
emisarios. «Ningún hijo mío dormirá lejos de su gente
estando bajo mi tutela» le dice al enseñarle el cuarto
contiguo al de ella. Sus palabras lo embriagan de calidez. La
manada ya no es su hogar, pero no se atreve a pensar lo
mismo de Ellian. No hablan más porque, si algo caracteriza
a la alfa, es su incapacidad para quedarse quieta. Por eso
vuelve al trabajo.

Si oyó lo que le dijo a Quillian antes de salir de la


oficina, no lo menciona.

Yuma no tiene fuerzas ni para pensar en el tema. Deja


la maleta a un lado de la cama. El cuarto tiene un buró
pequeño, un baño con regadera y un clóset. Aunque no se lo
dice a Ellian, está sorprendido de lo que su padre ha hecho
en la ciudad humana. Un edificio entero destinado a la
farmacéutica que, en sus pisos superiores, también alberga
habitaciones para los cambiantes lunares de los Moonlight
que quieran instalarse en Bariló.

Cuando su padre se hizo con el liderazgo de la manada,


se tomó tan en serio la promesa de proteger a su gente que
incluso fuera de los territorios cambiantes ha creado
espacios para ellos.

Ojalá esa intensidad para cuidar a su pueblo la hubiera


usado para proteger a su madre. Yuma aprieta los párpados
en cuanto la idea aparece. No vale la pena ahondar en esos
pensamientos. Se acomoda en la cama y se queda dormido.
Esa noche sueña con la cascada, sueña que cae desde lo
alto y, antes de sumergirse en el agua, la imagen de la
punta de la montaña es reemplazada por el largo puente
colgante donde el olor a humo arde en las fosas de su nariz.
Despierta con un miedo crudo que le provoca escalofríos.

Se da una ducha larga y caliente. Al salir se mira en el


espejo del baño, repasa sus párpados caídos, herencia de su
madre junto al color rojo de sus ojos. Las yemas de sus
dedos recorren la ceja derecha. A su edad Quillian ya se
había hecho la cicatriz que le cruza en vertical, pero él solo
tiene un párpado terso y joven. Sus dedos siguen bajando
por la nariz refinada, menos recta que la de su padre. La de
Quillian, sin embargo, se ve tosca por la herida que va de un
lado a otro de su cara, obra del abuelo Abrat.

El liderazgo de las manadas lunares se hereda de dos


formas: Con la muerte del jefe de clan, el poder cambia por
legado familiar de Alfa a Alfa, ese fue el caso de Abrat, que
recibió la manada Moonlight de su padre. Y por «Sumisión»,
cuando un Alfa no está de acuerdo con el liderazgo en curso
o no hay un sucesor claro (como cuando nacen solo hijos
omega) y los candidatos se enfrentan en un combate
cuerpo a cuerpo.

El vencedor debe recibir, además, la bendición de las


sacerdotisas en una ceremonia especial para ser reconocido
por el resto de su gente. Aunque varios cambiantes llegaron
a la región con la intención de reclamar el poder de la tribu
más grande de lobos negros, ninguno salió vencedor.
Perdieron la vida a manos de su abuelo. No había otro
cambiante capaz de matar a un lobo de la especie de Abrat,
solo la sangre de su sangre. Quillian tuvo que arrancarle la
cabeza para darles una mejor vida a todos los Moonlight.

Cuando Quillian se mira en el espejo ¿También ve una


versión más joven de Abrat? ¿Qué sentirá? ¿Culpa, odio,
alivio? Porque cuando él lo hace, no consigue dilucidar qué
emoción predomina, cuál de todas las que se revuelven en
cada parte de su piel es la más fuerte. A sus veinticinco
años Quillian ya era padre y líder. Yuma no puede
esconderse de su reflejo, su propia imagen le recuerda al
hombre que cuidó con tanto amor de él. Ese que intentaba
sacar a una manada de la miseria mientras era incapaz de
cocinar el desayuno sin quemarlo.

Se aparta del espejo, intenta disipar los recuerdos para


enfocarse en lo que lo ha hecho volver. Se pone una de las
camisas vaporosas blancas con cuello en uve que muestra
la línea entre sus pectoraless y se enfunda un pantalón
negro. Toma el reloj comunicador que le entregó Xel-há.
Apenas consigue encenderlo cuando empieza a sonar.

—¿Qué tal el viaje? —pregunta la clara voz de Zamil.

—No se me hará costumbre, te lo aseguro.

Zamil se ríe al otro lado, su tono siempre tan melodioso


que Yuma también empieza a reír. La conversación fluye en
dirección al viaje, a su encuentro con Resha y cuando llega
el momento de hablar de Quillian es el mismo Zamil quien
cambia el tema y Yuma se lo agradece sin palabras.

—Te extraño —dice su marido.

«Por las Diosas, Zamil. No tenemos ni dos días


separados».

—Volveré pronto, seguro esto se solucionará antes de


que nos demos cuenta.

—Eso espero.

Yuma termina la llamada justo cuando llaman a la


puerta. El olor le dice que es Ellian. Toma su botella de
pastillas. Le quedan pocas pero ¿qué importa? Está en la
sede donde se producen.

Duda que su padre dejara de producir sus supresores


de celo. Aunque lleva más de dos años tomando los
normales que venden en las distintas manadas, todos
patentados por la farmacéutica de Quillian, su medicamento
es especial, creado específicamente para su roto y desviado
ser.

Su boca emula una sonrisa tirante. Qué irónico que,


aunque los odie tanto, sus supresores sean la última
defensa ante su debilidad por Quillian Blackwood.

Se toma el doble de sus pastillas genéricas antes de


salir del cuarto.
Ellian es la guía turística perfecta, aunque Yuma no
está seguro de su objetividad en el asunto. Mientras el resto
de emisarios deambulan por el edificio con apenas un
gafete que les permite entrar a ciertas zonas y una hoja de
horarios con un croquis de la farmacéutica, él va del brazo
de la secretaria principal del jefe. Recorren los pasillos
mientras ella explica con lujo de detalle cómo era el edificio
cuando recién llegaron a Bariló.

Los pasos acelerados de Ellian no se oyen, pues la


alfombra amortigua el golpe del tacón. Yuma escucha
atento el relato, sin embargo sus ojos se desvían
constantemente hacia las paredes de cristal que muestran
un cielo grisáceo. Los estrechos corredores llenos de
puertas seriadas lo hacen sentir dentro de una caja con
apenas tres agujeros para respirar.

Desde fuera, recuerda, el edificio es impotente y alto.


Por dentro es aún más abrumador. Yuma presiente que si
solo le hubieran dado el mapa, habría acabado perdido.
Ellian le muestra los laboratorios, la zona de patentes, el ala
de comercialización y hasta lo arrastra por el área de
oficinas. Es una mujer alfa cual huracán, lo envuelve en su
ritmo.

—Viene lo mejor —exclama jalando de su brazo con


entusiasmo—. Lo que tienes que ver es el museo, es…

—¿Maravilloso, magnífico, reluciente? —Yuma se


detiene mientras se mofa de la cantidad de veces que su
madre adoptiva ha dicho esas tres palabras. Ellian intenta
tirar de él, pero no consigue moverlo. Acaban de salir del
área de patentes, donde todo era impoluto y de un blanco
tan brillante que el territorio de los Balam ya no le parecía
tan insoportable.

—Viniste cuando eras un niño, solo quería mostrarte


cómo ha cambiado el lugar, cómo ha mejorado todo.

—No hagas esto. Soy yo quien debe juzgar si el


incidente puede estar relacionado con la farmacéutica. Sé
que intentas influenciarme para guiar mi opinión.

—Solo equilibro las cosas —contesta ella soltándose y


colocando las manos en la cintura—. El juicio hacia tu padre
está empañado. No ha sido un hombre perfecto, pero tú
sabes lo que ha trabajado por esta empresa y que no sería
tan descuidado para provocar un incidente así. Nunca
pondría en peligro a la manada.

Yuma ladea el rostro y una sonrisa cínica se pinta en


sus labios.

—Es verdad, pero si lo conocieras la mitad que yo, no


colocarías las manos al fuego por él con tanta devoción.

Ellian frunce la nariz y un aroma avinagrado tensa el


espacio entre ellos. Yuma no sabe si es su propio olor o el de
su madre.

—¿Es tan irreparable lo que sucedió aquella noche?

—No sabes nada.

Ellian aprieta los puños.


—Entonces explícame. Te casaste como si escaparas de
tu padre y de la manada. No acudiste a mí ni una vez, no
me contaste cómo te causaste esa herida.

—Y aún no voy a hacerlo.

No puede hacer frente a los ojos heridos de su madre,


necesita aire. Hace una pequeña inclinación y la deja con la
palabra en la boca.

Quiere salir y correr por el bosque, aunque sabe que no


hay ninguno cerca. De camino a la farmacéutica no vio ni
siquiera un parque. Necesita sacarse la frustración
contenida, no puede reventar.

El croquis indica que hay un gimnasio en la planta


cuarenta y siete. No importa que sea un espacio cerrado, es
mejor que nada.
Toma el elevador y, una vez dentro, se deshace de la
holgada blusa de algodón blanco. La ira sigue punzando por
toda su piel y el tacto con la tela le irrita. ¿Qué mentira
habrá inventado su padre para explicar que su hijo
escapase de casa? ¿Cómo justificó su matrimonio ante los
Moonlight y el Senado?

Las puertas automáticas del gimnasio se abren de par


en par y el olor de su padre golpea cada fibra de su ser. El
aroma que conoce de toda la vida está mezclado con uno
nuevo y, aturdido como está, es incapaz de reconocerlo.

Es obvio que su padre no sale a hacer ejercicio, el físico


imponente que tiene es de gimnasio.
Ahí está Quillian, se sostiene a la barra, los bíceps
tensos y abultados por el esfuerzo de mantener su cuerpo
en el aire. El sudor empaña su espalda desnuda, el crudo
olor de feromonas y transpiración pica en la nariz de Yuma.
Esta por dar marcha atrás, pero su padre lo mira a través
del espejo.

Él endereza la postura, echa los hombros hacia atrás y


avanza indiferente hasta la barra, da un brinco, se aferra a
ella y comienza las flexiones.

El corazón le late en la garganta, su padre deja de


mirarlo y continúa su rutina. Yuma intenta no mirarlo ni de
reojo, ni por el espejo; a los pocos segundos le resulta
imposible. Su padre tiene un cuerpo envidiable, un cuerpo
de alfa, algo con lo que ningún omega podría soñar por más
ejercicio o suplementos que metiese en el suyo.

Todos los músculos tensos, sus hombros anchos y


fornidos, Yuma no quiere que sus ojos bajen de su cintura,
de alguna forma se siente… imprudente.

Entonces reconoce el agente extraño en el olor de


Quillian.
—¿Ahora bebe por las mañanas? —pregunta con tono
mordaz.

Su padre continúa con las flexiones. Cuando Yuma


intenta seguirle el ritmo, los brazos le hormiguean. Al cabo
de algunos minutos sin respuesta, Quillian suelta la barra,
toma la toalla a sus pies y se limpia el sudor.
Un escalofrío recorre toda la columna del lobo mestizo,
no sabe si es porque su padre está liberando más
feromonas debido al sudor o por la sorpresa de su
descubrimiento: Quillian no era un bebedor habitual.

—El famoso Quillian Blackwood ha descuidado su


seguridad por temas de bebida. Al resto de manadas les
encantará oírlo.
El vínculo primario tironea con una amargura que
contamina hasta su paladar. Su sangre bombea más rápido
cuando su padre se acerca con los puños apretados y la
mandíbula tensa. Yuma se mantiene suspendido en el aire,
no quiere que su instinto lo obligue a mostrarse como una
presa acorralada.

—Estoy seguro de que se regocijarán con tu reporte,


Yuma. Apúntalo.

—Aunque le cueste creerlo, no estoy aquí para


inventarme fallos. No vine motivado por el pasado,
simplemente estoy sirviendo a mi nuevo hogar.

Espera cualquier reacción y la que obtiene le deja sin


palabras. Su padre baja la mirada a su abdomen desnudo,
nota el momento exacto en el que los ojos ámbar
encuentran esa vieja herida. El vínculo ahora arde tanto que
el dolor obliga a Yuma a soltarse de la barra y quedar frente
a frente con su progenitor.

Cuando Quillian da un paso al frente, Yuma retrocede


dos. Hasta que choca contra la pared.
Incapaz de sostener un encuentro de miradas, Yuma se
queda absorto en la espalda desnuda de Quillian reflejada
en el espejo. Ni eso consigue que su cuerpo ignore el
escrutinio al que lo están sometiendo.

—Lo sé, si quisieras hundirme —dice con voz gruesa


mientras se acerca tanto que el calor que despide su cuerpo
le estremece la piel—, me habrías acusado de intento de
asesinato hace tres años.
A Yuma le arden los ojos cuando su padre delinea la
cicatriz con una suavidad que asemeja a una caricia,
aunque los dedos son ásperos y calientes. Es casi imposible
pensar que esos mismos dedos que apenas se atreven a
rozarlo, como si estuviera hecho de cristal, son los mismos
que desgarraron su carne. Garras filosas, la sangre, los
dientes, el miedo. El maldito calor que sofocó todo aquella
noche.

Su garganta se cierra, incapaz de pronunciar nada. No


es necesario, pues el vínculo comunica sus emociones tan
fuertes que colisionan con Quillian.

—Maldición —gruñe su padre, retrae la mano en un


puño—. Esto nunca debió pasar.

Quillian se marcha sin mirar atrás y Yuma se desliza por


la pared hasta abrazar sus piernas, intenta calmar el latir
frenético de su corazón; se mira en el espejo y solo ve su
propia confusión.
Es solo un beso
Yuma lleva toda la tarde entrando y saliendo de
habitaciones esterilizadas y laboratorios que funcionan con
la precisión de un reloj.

Escucha las explicaciones de los distintos encargados


de área e intenta seguir el hilo de sus palabras mirando los
apuntes que recibieron de parte de Ellian el día anterior.
Aún con esa información, Yuma no entiende mucho y duda
que alguno de los emisarios de las distintas manadas se
encuentren en diferente situación.
¿Qué sabe él de compuestos activos y patentes?

¿Cómo se supone que descubrirán algo incriminatorio si


desconocen lo más básico de los procesos? Si Xel-há
esperaba que su parentesco con Quillian le diera ventaja, lo
va a decepcionar. Era un adolescente cuando su padre
empezó el proyecto en la ciudad humana y la relación entre
ellos ya estaba de sobra deteriorada como para que se
involucrase de cerca en todo lo que implicaba el negocio de
los fármacos.

—Exportamos a las ciudades humanas de la frontera y


los cargamentos que entran en el territorio cambiante van
supervisados por empleados de cada una de las sucursales
de sus respectivas tribus —explica el encargado de la
distribución de medicamentos, un humano de manos
regordetas y pómulos rojizos—. Hemos creado una base de
datos con los intermediarios humanos y relaciones de los
números de lote.

Asiente, toma notas y luego de un rato de más charla,


se despiden con un apretón de manos. Sale del área, se fija
en sus apuntes y en el itinerario que ha planeado. No le
encuentra sentido a continuar. Está perdido porque no sabe
con certeza qué es lo que busca.

Para esas horas, las luces de los pasillos ya están


encendidas. Yuma se cubre con la mano a modo de visera.
Es incapaz de ver la luna a través de los ventanales, pues
los altos edificios opacan todo con anuncios. Se masajea las
sienes, los más de trescientos empleados han ido
abandonando las instalaciones en las últimas horas, así que
se encamina al único lugar en el que no ha estado: el
museo.

La puerta está semiabierta, así que entra ladeando el


cuerpo para evitar moverla. Sus pupilas agradecen el
interior pobremente iluminado. El sonido hueco de sus
pasos rebota en el techo abovedado. Se acerca a los
cuadros de las paredes, enmarcados por un filo de luz
cenital azul. Son retratos de la Mesa Fundadora, colocados a
la altura de su rostro mirándole directo a los ojos.

Ellian estaba muy emocionada al hablarle del lugar y


ahora entiende por qué. La historia y cultura de su clan se
cuentan a través de textos en las paredes y otros con
cuadros colgantes. Yuma descubre que no es el único en la
sala: otro cambiante analiza la escultura que preside la sala.
Se trata de dos mujeres trenzadas en un abrazo en el que
sus delgados vestidos emulan la sábana del cielo. Sus labios
a milímetros de un beso. Son Lucine y Mabel.

Yuma huele que se trata de un cambiante del clan de


sol, así que dirige su atención a los cuadros. Ya no hay
empleados en la zona ni la mujer que se encarga del
recorrido, así que lee cada uno de ellos con atención y
nostalgia. Es una exposición para humanos, para explicarles
las costumbres y el origen de la manada Moonlight.

Aparece la cronología de los descubrimientos que hizo


Quillian y que alteraron el rumbo de la biología cambiante.
Desliza sus dedos por la pared, las letras son de un muy
ligero relieve.

—Te ves bien en esta pintura —dice el cambiante que


ha desviado su atención de la escultura a los cuadros detrás
de la misma, a poco metros de Yuma—, más joven.

Yuma mira en su dirección para descubrir un retrato de


él cuando tenía unos diecinueve años. La leyenda reza:
«Yuma Blackwood, omega de los Moonlight y restrictor.»
Ladea el rostro para contrarrestar la tensión de su cuello
mientras camina hasta colocarse al lado del cambiante
jaguar.

—Te vi en los laboratorios del área C, ¿Encontraste algo


interesante? —pregunta el mestizo fijándose en el cuadro al
lado del suyo: «Quillian Blackwood. Fundador de la
farmacéutica. Líder de la manada Moonlight». Encaja el
colmillo en su labio inferior. ¿Por qué su padre colocaría su
retrato también? Ya no pertenece a la manada.

—No, después de entrar a los laboratorios me fui a dar


una vuelta por la ciudad. —El cambiante gira el rostro para
verlo. Yuma frunce el ceño—. ¿Qué? ¿Acaso crees que el
Senado espera que unos ignorantes en el tema
descubramos si el atentado es culpa de los fármacos de
Quillian?

—Quieren saber cómo este atentado afectará la


relación diplomática con los humanos, es normal que todos
los clanes estén en alerta.

—Claro que no. Esta es solo una forma burda de


nuestros líderes de decirle a Quillian que no tiene libertad
para hacer lo que le plazca. Que lo observan.

Su voz deja entrever unas notas de diversión. Yuma


cierra los ojos, suspira. No recuerda haberlo visto en las
reuniones de jaguares, así que asume que no pertenece a
los territorios en jurisdicción de los Balam. De otra forma,
incluso de dientes para afuera, habría usado sus honoríficos.

El hombre le da un par de palmadas en el hombro,


luego se desvanece detrás de la puerta de salida, que
queda un poco menos abierta que cuando Yuma entró.

El omega deja salir el aire hasta que ya no huele al


jaguar cerca.

Vuelve el rostro hacia el cuadro de Quillian. Sus ojos


son serios y duros, la cicatriz de su ceja influye en la imagen
general de un alfa violento e intransigente. A Yuma le
divierte saber que su padre siempre ha buscado ofrecer una
imagen opuesta a la del retrato. Extiende su brazo, sus
dedos tocan el lienzo, hacen un camino por el puente de su
nariz, sobre la cicatriz más grande. Quillian no está
sonriendo, sus labios son unas líneas horizontales
ligeramente abiertas, enmarcadas por la barba que conecta
con las patillas. Yuma cierra los ojos, se deleita con la
textura rugosa de las pequeñas cuarteaduras de la pintura.
Se deja llevar, inclina su cuerpo hasta que sus labios tocan
las grietas del lienzo.

Es solo un instante que se rompe cuando un olor


conocido lo hace retirarse como si el cuadro quemara. Un
regusto ácido le sube por la garganta, aprieta los puños y se
dirige a la salida sin intercambiar miradas con el juez en la
puerta.

—¿Piensas quedarte o solo vienes de paso, joven


Yuma? —pregunta el cambiante cubriendo con su cuerpo el
espacio de salida.

—Para su agrado, solo estoy de paso, consejero Vellner.

La cara de Yuma arde de ira cuando intenta apartarlo


para salir. El Beta Vellner Ningan es un cambiante lunar de
cuerpo ancho y fornido. Fue primero el líder de restrictores y
ejecutores; más tarde se convirtió en la mano derecha de
Quillian. Solo se moverá por voluntad propia.

—Me alegra verte, estoy seguro que a tu padre


también.
—Vaya, uno se vuelve alcohólico y el otro mentiroso. —
Yuma sonríe de lado, entorna los ojos—. ¿Puedes apartarte?

Yuma recuerda las ásperas palabras que le oyó decir en


el pasado: «Está fuera de control, Quillian. Debes ponerle un
alto o llevará al caos a la manada» ¿Cómo se atreve a fingir
de esta forma ahora?

—Le has hecho falta, Yuma. Como estoy seguro que te


ha hecho falta a ti. Por el bien de todos, intenten dejar su
orgullo de lado.

Yuma resopla a modo de respuesta. Vellner se retira de


la puerta y él escapa sin dirigirle un pensamiento más.

Después de cenar un snack de una de las máquinas


expendedoras, Yuma reúne todo su valor y toca la puerta
del cuarto de Ellian. Cuando abre, una toalla corona la
cabeza de la alfa y un dulzón aroma a bayas rojas impregna
su piel. Él se muerde el labio inferior antes de extenderle
una flor de papel.

—Fui grosero esta mañana.

Ellian la toma, tiene la comisura derecha de sus labios


torcida, la misma mueca que ponía cuando Yuma se robaba
los frutos azucarados de la cocina. Se quita de la puerta y lo
invita a entrar.
—No estás del todo perdonado, jovencito. Pero tengo
helado y me vendrá bien compañía para comerlo.

Juega a oler la flor y la coloca en el buró de su sala.

Dos horas más tarde, Yuma está recostado en el


hombro de Ellian mientras ella acaricia su cabello. Escuchan
música igual que cuando él era un cachorro y ella le contaba
historias de aventuras para dormir.

—¿Por qué seguiste a Quillian hasta aquí? —pregunta


con voz suave—. Pudiste volver al Norte Nevado. A tu hogar.

Ellian se encoge de hombros.

—Haciendo cuentas creo que he pasado más tiempo


con ustedes que en mi manada. Aunque volviese, me
sentiría una extraña —dice. Inmediatamente se lleva la
cuchara sin helado a la boca—. Además, prometí a tu madre
y a tu tía cuidarte y esa promesa sigue en pie.

—¿Incluso cuando ya tengo otro apellido?

Ellian resopla.

—Los cachorros siempre son cachorros ante los ojos de


las madres.

Yuma asiente.

—¿Mamá aprobaría la forma en que me casé?

—No como tal. La imagino animándote a vivir más


cosas antes de sentar cabeza. Nicté era así, cuando decidió
que era ella quien debía sellar el enlace entre ambas
manadas ni yo ni Ashdia pudimos detenerla.

—Uff al menos mi madre tuvo mejor gusto en amigas


que Quillian.
Ella se ríe, mete la cuchara al helado y se la pasa a
Yuma.

—Ah ya, te encontraste con Vellner.

Yuma se limita a gruñir mientras toma el bocado.


—Aunque a las madres nos gusta tratar a nuestros hijos
como niños, sabemos cuándo han dejado de serlo. Yuma, ya
no tienes que hacerte pequeño con la presencia de Vellner.
Eres un lobo independiente, un adulto con sus propios
pensamientos y decisiones. Tu padre y el beta Ningan
respetarán eso en la medida en que tú defiendas quien
eres.

Yuma huele el confort que emana de Ellian. Aunque es


una alfa, el aroma de bayas siempre le ha resultado casero
y acogedor. Se pega a ella, sus palabras han despertado
algo caliente en su pecho.

—Mejor cuéntame otra historia de las tres pícaras —


pide Yuma y Ellian lo complace. Las tres pícaras era la forma
de decir al trío de amigas de su madre, su tía y Ellian.
En algún punto de la historia, Yuma se queda dormido
con una sensación de desosiego.
Cuando despierta, el reloj le indica que es un nuevo
día. Ellian va de un lado a otro de la habitación, ni bien
termina de abrocharse la blusa ya está sujetándose
torpemente el cabello en una coleta alta que le queda
desprolija. Yuma sigue desorientado mientras se incorpora.
Cuando ella lo mira, suelta un suspiro.

—Se filtró el video del ataque a los medios. Arréglate,


nos vemos en la sala de conferencias.
Control de daños
El lugar está abarrotado por los reporteros. Yuma no ve
al resto de emisarios aunque hay una zona marcada en las
sillas que son para ellos. A quien sí ve es a su padre, parado
detrás de la pared que conecta la sala con un pasillo que,
Yuma recuerda, conduce a las oficinas ejecutivas. Quillian
voltea, sus miradas se encuentran y la llamada del vínculo
resuena como la nota musical de un instrumento de cuerda.
Quillian rompe el contacto primero, revisa los papeles en
una carpeta y Yuma nota el tic en su pierna, que golpetea
rítmicamente el suelo.

Se acerca sin pensar y cuando se percata están frente


a frente. Su padre levanta la vista, entorna los ojos. Yuma
echa los hombros para atrás y, fingiendo una seguridad que
no siente, estira las manos para acomodar el cuello chueco
del traje de su padre. Otra vez el aroma a licor le pica en la
nariz.

—¿A qué se debe esta amabilidad? —pregunta Quillian.

Los nudillos de sus dedos rozan la barba oscura. La


quijada de su padre se tensa.

—¿A qué se debe que Ellian esté deseando una


reconciliación? Incluso Vellner me abordó anoche ¿Qué es lo
que ha contado? —pregunta Yuma mientras retira sus
manos con la mayor naturalidad posible.

Quillian bufa, menea la cabeza con frustración.


—Su preocupación se debe más a lo que he callado.

Yuma se humedece los labios resecos y su padre mira


su ritual con ojos oscuros. El hijo vuelve a pasar su lengua
por el labio inferior, un poco más lento que de costumbre,
un poco más húmedo. La respuesta es un gruñido grave.

—¿Sigues tomando tu medicamento? —pregunta


Quillian apartando la vista y abotonando las mangas de su
camisa.

La pregunta se siente como un bofetón y el cuerpo del


mestizo se enciende. Va a contestar cuando el vínculo se
eriza de manera inevitable ante la presencia de un intruso.
Su padre se estremece debido el estímulo que comparten.
Es demasiado confuso tener que vivir con las emociones
mezcladas cuando están juntos.

—Joven Balam —saluda Vellner tras situarse al lado de


Quillian. Yuma desea morderlo.

—Beta Vellner —responde, formal.

La naturaleza salvaje del antiguo líder de los


restrictores y ejecutores no encaja con su vestimenta de
ciudad. Es un cambiante fornido, al que el traje gris le
combina con sus ojos cafés, aunque Yuma no se acostumbra
a la imagen asume su cotidianeidad, puesto que Vellner es
la mano derecha y amigo de la infancia del Alfa Blackwood.

—Quill, vamos a empezar ya —dice Vellner mientras


toma a su padre de los hombros y lo sacude un poco—.
Concéntrate.
Yuma se contiene. Nunca le ha gustado ese nivel de
intimidad. Odia el vínculo especial de los consejeros Beta
con sus líderes Alfa. Siempre parecen compartir un código
que grita intimidad por todos lados. Solo falta ver a Zamil y
Xel.

—Terminemos con esta mierda. Yuma—llama Quillian.


Él alza la vista un poco perdido en sus pensamientos—, ve a
tu lugar.

—No me lo tiene que ordenar. Quiero ver cómo se


defiende de esto, jefe de los Moonlight.

Quillian emula una risa sarcástica, una mueca


prepotente que solo acentúa lo atractivo que es.

Por su parte, Yuma se dirige hasta la cuarta fila, detrás


de los periodistas y toma asiento junto a los representantes
que ya han llegado.

Ojalá su padre supiera vender mejor toda la imagen de


poder y seducción que concentra en la palma de su mano.
El hombre podría poner a quien quisiera de rodillas.

Y lo sabe. Aún tiene el pulso acelerado por la reciente


cercanía, de modo que intenta apartar la sensación,
deshacerse de ella como se sacude el polvo del pelaje,
aunque reconoce que es un intento vano. Una añoranza lo
invade, la del tiempo en que su relación no era así de
incómoda. Aquellos años en los que Quillian, a pesar de ser
hermético e intransigente, también se comportaba como un
padre atento y cariñoso. Juguetón incluso.
La subida del hombre al podio y los flashes que la
acompañan recuerdan a Yuma que se encuentra ante un
Quillian a quien ya no reconoce. El alfa se apoya en el atril,
acomoda el micrófono y aclara su garganta. Alza la barbilla
en posición ofensiva. Los murmullos demasiados altos se
disparan.

—Hemos reunido a la prensa hoy para aclarar nuestra


postura sobre el ataque de cambiantes de luna a humanos,
que tuvo lugar hace dos días —declara con la voz dura y
grave.

Una periodista se pone en pie.

—¿La empresa Moonlight tuvo algo que ver?

—No —responde Quillian.

Yuma está agarrotado en su lugar. Esa no es la forma


correcta de hablar con la prensa.

—¿Conocían de manera previa la existencia de este


ataque? Ocurrió hace más de un día y medio y solo han
admitido los hechos después de que el vídeo se filtrara.

Ellian enciende la pantalla detrás de Quillian.

—Nosotros no conocíamos la existencia del video. Las


autoridades humanas —recalca—, fueron las que decidieron
informarnos solamente de lo básico.

Ellian reproduce el metraje de menos de cuatro


minutos: muestra dos cambiantes caminando por una calle
poco transitada que conversan, ríen. De súbito, su forma de
lobo rompe las ropas y emerge con violencia. Colmillos,
gruñidos, sangre. Los cambiantes se abalanzan sobre las
primeras personas con las que tienen la mala suerte de
cruzarse. Están totalmente fuera de sí. No se ve a las
autoridades y el video no tiene sonido, pues pertenece a
una cámara de seguridad. Sí se ven los fogonazos de los
disparos: los cambiantes resisten. El primero se desploma,
el segundo apenas queda en pie después de una segunda
ráfaga. La policía se acerca hasta abatirlos a quemarropa.

Yuma ve rojo, la rabia lo recorre en una emoción


compartida con el hombre en el pódium.

—Las autoridades del país dijeron que estaban fuera de


sí, que parecían… —continuó la mujer con un tono mordaz
interrumpiendo a otro periodista.

—Animales poseídos por la sed de sangre. Los medios


lo dejaron muy claro —acota Quillian apretando las orillas
del atril. Yuma teme que muestre sus garras si pierde el
control. —Pudieron usar sedantes. Aquello fue un uso
excesivo de la fuerza.

—El gobierno ya emitió un comunicado. Se verificó que


las identidades de ambos cambiantes pertenecen a
miembros de la manada Moonlight. Una manada cuyo Alfa
es el científico más importante en el panorama de
investigación cambiante —expresa un periodista.

Una cambiante lunar chifla bajito al lado de Yuma. Este


le dirige una mirada cargada de advertencia. Ella se encoge
en su asiento.
—Se presume que la droga les dio más fuerza, que fue
un ataque planeado —continúa la periodista—. ¿No ha
anunciado Blackwood hace poco un nuevo medicamento
para tratar a los cambiaformas con problemas para
controlar su cambio a bestias? ¿La misma fórmula no
funcionaría para inducir el estado bestial?

Mierda.

Su padre odia la palabra bestias.

—¿Ustedes siquiera entienden cómo funciona la


biología de los cambiantes? Sus preguntas solo demuestran
su ignorancia sobre el tema —refuta Quillian—. Anunciamos
el comienzo de la fase inicial, aún no existe un
medicamento a la venta. Y, aunque lo hubiera, les recuerdo
que la farmacéutica cuenta con todos los papeles y
certificaciones que el gobierno humano nos ha requerido.

—¿Cómo piensa hacerse responsable por la pérdida de


vidas humanas? —pregunta otro hombre al inicio de la fila.

Yuma odia el tono. ¿Por qué su padre tendría que


responder por las vidas humanas? ¡Los lobos habían sido
drogados a espaldas de Quillian! No es como si él los
hubiera drogado a propósito para atacar humanos.

—Acribillaron a dos lobos de mi manada, no les dieron


derecho a defensa. El gobierno los asesinó como si
estuvieran de cacería y encima se negaron a
proporcionarnos los resultados de las autopsias. ¿Cómo
puedo hacerme responsable de algo que desconozco?
¿Cómo esperan que respondamos cuando nos han señalado
como culpables sin pruebas?

—¿Está diciendo que las vidas humanas no importan?


—pregunta de nuevo.

Yuma los maldice a todos mientras las preguntas se


sobreponen unas a otras en un caos de palabras
ininteligibles.

—¿Considera que el gobierno está detrás de esto?


¿Está sugiriendo un complot?

Su padre niega.

—¿Se creen que por vivir en manadas están por encima


de las leyes del Estado? ¿De las leyes humanas?

—¿Insinúa que los policías debieron dejar que mataran


a gente inocente? ¿Solo porque son cambiaformas se creen
superiores?

—¡Cállense! —exige Quillian. Yuma cierra los ojos. La


orden altera todo su organismo y el de los presentes
también. Su padre ha usado la Voz Alfa. Un tremendo error
para la imagen de la manada.

Los periodistas se vuelven locos. Hay exclamaciones de


incredulidad y desconcierto incluso entre los representantes
de las manadas, quienes sudan profusamente y se encojen
en sus asientos, incapaces de resistir la orden.

—La manada Moonlight no se hará responsable de esas


muertes civiles hasta que no se lleven a cabo las
comprobaciones pertinentes. En vez de investigar lo que
importa, ustedes pierden el tiempo buscando noticias
sensacionalistas. Pueden irse a la mierda —sentencia al
salir.

Los periodistas se levantan de sus asientos entre


preguntas que rozan los gritos e intentan seguir a Quillian
detrás de la mampara. Vellner lo impide con su cuerpo. En
su rostro y en el de Ellian no hay sorpresa por la actitud de
Quillian.

Los de seguridad también se colocan a modo de


barrera.

Yuma quiere quedarse quieto en su lugar, pero el fuerte


tirón del vínculo, tan amargo y necesitado, lo lleva a
ponerse en pie y seguir a su padre. Incluso conociendo lo
imprudente de ese gesto. Pasa a empujones entre la
marabunta de reporteros e intercambia una mirada con el
beta que, con el ceño fruncido, lo deja pasar.

Buscar a su padre en ese momento es


contraproducente, aun así marcha detrás de sus pasos, cual
acechador siguiendo el rastro de su presa. El lazo que los
une se contrae entre ellos hasta el punto del dolor. El lobo
mestizo jala de su ropa y se sacude en un intento vano de
borrar la sensación.

Sabe que no es así, que no basta. Desde cachorro notó


que su vínculo con Quillian era diferente al que otros
cambiantes compartían con sus progenitores. Bastaba con
que Yuma comparara las emociones que su madre y él
compartían por medio del lazo: calmadas, sólidas y
afectuosas. Todo lo contrario de las que iban y venían entre
él y Quillian.

Con el alfa todo estaba mezclado, las líneas difusas. Su


padre era capaz de saber cuándo estaba triste con solo
acercarse un poco. Él de igual forma reconocía cuando este
llegaba a casa y había sido un mal día en el trabajo. Sin
palabras, sin comprobaciones.

Los cambios de humor también los afectaban de esa


manera recíproca. Pero él era un cachorro, todo le parecía
tan natural y funcional que nunca cuestionó ni odió el lazo.
Hasta que llegó a una edad en la que empezó a sentirse
como si una mecha alcanzara una cuerda bañada en
gasolina. A partir de entonces todo se volvió confusión y
caos. Y odió el lazo que lo hacía sentir incorrecto y atrofiado.

Lanza el pensamiento lo más lejos que puede.

Se acerca a Quillian. Los pasos de su padre son


pesados y de largas zancadas. Aunque el hombre entra a su
oficina sin mirar atrás, debe de ser consciente de que lo
sigue de la misma forma que Yuma es consciente del enojo
y la angustia que emana. Quillian intenta cerrar la puerta,
Yuma coloca el pie y lo impide.
Escucha el gruñir del alfa, que se mete por completo en
la habitación oscura donde los rayos del sol pasan
entrecortados por las extensas persianas y proyectan
sombras alargadas en el suelo.
A Yuma le cuesta pasar saliva, aún puede retractarse.
Dar media vuelta.

Parado en el dintel se maldice. Creyó, iluso, que la


medicación y el tiempo separados borrarían todo rastro de
lastimera obediencia y búsqueda de afecto. ¿Entonces por
qué le es imposible alejarse lo suficiente?
«Es el medicamento, necesito conseguir el adecuado.
Eso es todo. Ellian tiene razón, ahora puedo hacerle frente.»

Entra con el aliento contenido. Su padre está de pie a


un lado de su escritorio, con ambas manos apoyadas en la
madera. Las puntas de sus garras visibles amenazan con
salir. Las feromonas que exuda y piden su compañía se le
meten debajo de la piel.

Esa verdad lo aturde. De joven, tan inmerso en su


propio sentir, no notó esa necesidad del Alfa. Él también lo
quiere ahí, aunque su boca e incluso su mirada hostil digan
lo contrario.
Saber eso, en vez de calmar a Yuma, solo enardece el
fuego de su ira.

—Todo un diplomático, señor Blackwood. ¿La bebida ha


diluido su capacidad de raciocinio?

Quillian cierra los ojos, las garras se asoman cada vez


más.

—No recuerdo haber autorizado al emisario de los


Balam en mi oficina personal. Haz tu maldito reporte y vete,
Yuma. No estoy de humor para soportar tu actitud
desafiante.

—¿Y para qué está de humor? ¿Se da cuenta que ese


autoritarismo solo empeorará las cosas para los Moonlight?
Aunque no puedo decir que me sorprenda la manera en que
trató con la prensa. El señor Blackwood solo admite que se
haga su voluntad tanto en el trabajo como en lo familiar.

Yuma cierra la puerta y activa el seguro electrónico,


que resuena en el silencio con la urgencia de un aviso.
Quillian se gira a verlo con la cicatriz marcada por su ceño
fruncido. El joven se limpia el sudor de las manos en el
pantalón.

—Hago lo que me parece mejor para proteger lo que


me importa. En este momento me importa que un solo error
ponga en peligro a toda mi gente y lo que he construido
durante años. Y, por Lucine, no creo que quieras tener esta
conversación ahora.

—¿Cuándo le ha importado lo que yo quiera? Desde


que recuerdo se ha hecho su voluntad.
Quillian lo mira con ojos vidriosos y oscuros. Su padre
detesta con el alma perder el control y mostrarse violento.
Yuma lo vio siempre conteniendo la agresividad natural de
los de su especie. El hombre aseguraba que era posible
vencer sus instintos naturales, que su designación no era
más fuerte que ellos. En la práctica, sin embargo, esos
instintos doblegaban las voluntades más férreas.
—Vete.

Su tono de voz es duro e impositivo. Sin embargo, el


vínculo dice otra cosa, envuelve todo el cuerpo de Yuma.
Quillian siempre pareció bueno resistiendo los llamados del
vínculo. Era capaz de mostrarse frío y hermético incluso en
las situaciones más comprometedoras a las que Yuma lo
expuso en su turbulenta adolescencia. ¿Pero ahora?

Decide hacer algo que tiene muchos años sin probar.


¿Es una forma de corroborarse a sí mismo que su padre ya
no tiene el control? ¿Está actuando otra vez guiado por su
naturaleza omega? Esa naturaleza de su especie de luna
nueva que lo incita a dar consuelo a su líder, a proveer
placer en todos los sentidos. Tal vez Yuma nunca ha sido
más fuerte que su designación, por mucho que odie pensar
que eso lo hace débil.

Pasa saliva con dificultad, su estómago se encoje, pero


él no se detiene. Se concentra y deja salir sus feromonas de
confort. Sabe que el olor está apagado por los
medicamentos porque ningún omega tiene que hacer
esfuerzo en comunicarse con sus feromonas, pero él sí. Otro
de los muchos defectos que lo hacen inadecuado.

Las fosas nasales de Quillian se ensanchan, sus ojos se


empañan de algo oscuro y primitivo. En un segundo, el alfa
cruza la estancia y lo arrincona contra la pared. Sus brazos
lo atrapan entre su cuerpo.

—Odio que uses tus feromonas omega. Lo sabes.


—Odia todo aquello que no puede controlar, señor
Blackwood.

Los intensos ojos de Quillian están desenfocados,


nublosos.
—Créame, señor Balam —gruñe frunciendo la nariz y
Yuma nota que intenta retraer las garras que se clavan en la
pared detrás de él—. Cuando se trata de usted, de lo que
más carezco es de control. Tenemos una cicatriz que nos lo
recuerda.

Yuma se encoge de hombros, un sudor frío baja por su


espalda. Le cuesta respirar. La última vez que provocó a su
padre la situación los sobrepasó. El miedo lo hace pequeño.

—¿Tampoco tenía el control cuando me medicó sin mi


consentimiento?
Quillian apoya la frente en su hombro, el contacto le
quema.

—No. Dime, ¿qué podía hacer en ese momento? ¿Cuál


habría sido el rumbo correcto?

Yuma pega las palmas de sus manos a la pared,


necesita sentir que se apoya en algo.
—No tomar decisiones así por su cuenta.

Su padre levanta el rostro y toca la glándula de olor con


su nariz. Yuma, embriagado por puro instinto, descubre su
cuello y ladea un poco el mentón para facilitar el acceso.

—Soy tu padre. Eres mi entera responsabilidad.


Yuma se muerde los labios cuando el alfa olisquea y se
frota en la extensión de su cuello. Lo marca con su olor.
Yuma no sabe qué decir: los alfas territoriales necesitan
marcar su aroma en lo que consideran que les pertenece.
Mostrar la garganta es un acto de sumisión que suele
calmarlos.

Sin embargo, son prácticas obsoletas que la mayoría de


alfas y la gente de sus manadas ya no ponen en práctica.

«No somos bestias para estar marcando a otras


personas. Si queremos que nos traten como gente racional
debemos comportarnos como tal» le dijo Quillian hacía
muchos años.

Sin embargo, su actitud contradice sus palabras. Y la


razón le dice que debe alejarse, que está entrando en el
mismo agujero oscuro del que escapó desesperado. Sus pies
no se mueven.

Quillian bombea sus feromonas con desesperación. La


glándula de Yuma palpita hambrienta al recibirlas. Quiere
más, pero ahoga la petición en su garganta. Su cuerpo es
un traidor.
—Ya no soy su responsabilidad —gime con la voz
entrecortada. Necesita levantar un muro. Otra vez.

—No. Ya no. Sin embargo ¿Eres tú el que decide


quedarse aquí o es tu naturaleza ordenándote obedecerme?

Los párpados de Yuma tiemblan cuando las lágrimas


quieren fugarse entre sus pestañas. La garganta le arde en
ira. Aprieta los puños para contraer sus garras. Quillian
tiene razón: su naturaleza siempre ha dominado sus
acciones, no importa cuánto las reprima a base de voluntad.

Se escapan de su poder.
Quillian siempre ha odiado la falta de libertad de su
especie. Yuma sabe que él debe de ser la peor decepción de
su vida: un omega atrofiado incapaz de resistir a su instinto.
A su enfermedad.

—¿Y tú, padre? ¿Eres tú quien decide acorralarme en


cada encuentro o es tu naturaleza ordenándote doblegar a
cada omega que se cruza en tu camino?

Quillian se separa, su olor se ha vuelto ácido. Culpa e


indignación. Yuma traga el sabor al reconocerlo como
propio.
Dos golpes en la puerta interrumpen una conversación
que, de todos modos, no iba a ninguna parte.

—¿Señor? Un miembro del Senado está al teléfono.

Quillian retrae las garras y la arruga entre sus cejas se


profundiza. Sostiene su mirada y Yuma lo nota: está
arrepentido.
—Ya va —responde Yuma con la voz más ronca de lo
que pretendía.

—¿Todo bien? —Ellian vuelve a tocar—. ¿Estás bien,


Yuma? ¿Necesitas que entre?
Yuma empuja de los hombros a Quillian, el hombre no
opone resistencia.

—Envíeme las pastillas. Tiene razón, es mejor que siga


tomándolas —dice antes de abrir la puerta y dar paso a
Ellian, que los mira desconcertada. Yuma se excusa y con el
corazón acelerado huye hacia su habitación.
Algo punza en sus pantalones, el ardor que conocía tan
bien, el ardor que tanto quería borrar de su piel, está de
vuelta.

No lo quiere.

Yuma da un portazo, se recarga en la puerta con todo el


cuerpo palpitando. Es un vapor que viene desde el centro
del vientre y convierte su sangre en un rio de lava.

Es su celo.
Saca el vial que lleva en el bolsillo, se traga las dos
pastillas sin agua. Le raspan la garganta. Aprieta los
párpados en un intento de frenar lo inevitable, aunque lleva
años sin experimentarlo, lo reconoce como un viejo
enemigo.

Su celo es el culpable de las mayores vergüenzas de su


vida. Culpable de su pérdida de cordura. También es la
razón por la que Quillian se alejó de él.
Su miembro punza buscando atención, la mente se le
disuelve con el calor y obedece al mandato de su cuerpo. Se
desliza por la puerta, desabrocha los botones e introduce su
mano en el pantalón. Tocar la punta de su pene erecto.

Echa la cabeza hacia atrás.


«¿Qué podía hacer en ese momento? ¿Cuál habría sido
el rumbo correcto?» las preguntas de su padre se repiten en
sus oídos. Yuma no tiene una respuesta. Durante años
albergó dolor e ira por haber recibido un medicamento sin
su conocimiento. Un medicamento que bloqueaba por
completo su capacidad de comunicarse con feromonas, que
convertía su nariz en un páramo de olores secos y cortaba
de tajo su celo.

Ser medicado fue la confirmación de uno de sus


mayores miedos: su padre repudiaba su conducta. Lo
repudiaba a él. ¿Pero cómo no hacerlo? ¿Qué opciones le
había dejado?

Ojos ámbar desenfocados por su olor. Un gemido de


placer se escapa de su boca. Las garras empotradas en la
pared, advirtiendo con violencia. Otro jadeo.
No es la primera vez que se masturba pensando en
Quillian, pero eso no hace que se sienta menos sucio, solo
menos sorprendido, menos horrorizado de sus deseos
ocultos.

Sentado en el suelo del cuarto, bombeando su


erección, se ve otra vez como el adolescente para quien
ninguna de las reglas morales o el sentido común fueron
suficiente barrera.

Lo intentó. Jura por Lucine que lo intentó.


Desde su primer celo, ansió con todas sus fuerzas
convencerse de que no albergaba deseos impuros hacia
Quillian. Su cuerpo pedía contacto, entraba en celo fuera de
los periodos comunes y, cuando Yuma se negaba a darle lo
que demandaba, lo castigaba con un dolor apenas
soportable.

Trataba de calmar el sufrimiento dándose placer él


mismo. Todos los omegas lo hacían en sus periodos de
apareamiento, pero Yuma estaba seguro de que ninguno de
ellos se esforzaba en poner la mente en blanco, en no
evocar la figura de uno de sus padres.

A veces, en los celos más intensos, la imagen de su


madre era la única capaz de calmar la corriente de sus
pensamientos, cada vez menos filiales, hacia el alfa de la
casa. Ver a Nicté era un latigazo de remordimiento que lo
frenaba cuando estaba por cometer una imprudencia.
Hasta aquél primaveral cuando dejó de ser suficiente,
cuando se cansó de luchar contra sí mismo. Se encontró en
la misma posición que ahora, bombeando una erección,
suprimiendo un celo, una forma burda del destino de decirle
que no es tan distinto al Yuma de antaño.
La decadencia de su resistencia comenzó a media
tarde. El anuncio semestral de reformas en la explanada de
la comuna había reunido a la mayoría de cambiantes.
Quillian y Vellner lo presidían sobre la tarima que los
elevaba unos metros por encima del suelo para ser vistos y
escuchados por toda la comunidad.

Yuma estaba entre el gentío de la parte más alejada,


junto al grupo de su misma edad. A los jóvenes no les
interesaban mucho las reformas; al contrario que a los
ancianos, que solían exponer eternos «puntos en contra»
con los que el Alfa y el Beta de los Moonlight tenían que
lidiar.
El mestizo estaba en la fase en la que debía
acostumbrarse al nuevo trato de parte de los cambiantes
que ya conocían su designación y ya sabían que era un
omega. De todas formas, prefería pasar desapercibido
mezclándose con el resto.

Fue así que quedó detrás de un pequeño grupo de


conocidos que no se percataron de su presencia.

—Escuché a mi madre cuchichear con sus amigas,


todas dijeron que ningún omega se podría resistir a nuestro
Alfa —murmuró Trish, inclinada hacia un chico también
omega. Yuma alcanzó a escuchar y la curiosidad lo obligó a
aguzar el oído mientras fingía prestar atención a lo que
sucedía en el estrado.
—Me moriría porque me follara. Dicen que los lobos
negros gigantes, cuando están en celo, se tienen que
aparear en su forma de lobos —contestó el muchacho con
una voz cómplice y traviesa.

—¡Por Lucine! No puedes hablar en serio —exclamó


Trish a quien la mirada, que estaba puesta en Quillian, se le
perdía en fantasías—. Yo nunca lo había pensado… ¿Tú lo
harías? ¿No te da miedo?
—¡Que me destroce!

Trish empezó a reír, luego giró el mentón sobre su


hombro y se encontró con los ojos de Yuma, palideció y
golpeó a su compañero. El chico dio un brinco.

—Perdón Yuma, debe de ser incómodo que hablen así


de tu papá —se disculpó ella sobando su hombro y
desviando la mirada con vergüenza.
—Vamos, no puedes juzgarnos. Si no fuera tu padre tú
también querrías que te montara—bromeó el chico.

—¡Eso es desagradable! ¡Para! —corrigió ella con horror


en la mirada.

Se hizo un silencio tensó.


—Son más bajos que animales —dijo Yuma conteniendo
las emociones que se filtraron en su voz rasposa—. Ustedes
nos dan esa fama a los omegas de que con solo ver a un
alfa vamos a saltarles encima.

El chico lo encaró, furioso.

—Repítelo —retó el omega.


Yuma estaba a punto de reventar, pero su padre
despreciaba la violencia sin sentido y él también. No ganaría
nada con un intercambio de golpes. Que babearan por
Quillian solo lo llenaba de orgullo. Mientras ellos soñaban
despiertos con un alfa que estaba completamente fuera de
sus posibilidades, él vivía bajo su mismo techo.

Aun con ese pensamiento, la amargura de su paladar


no se fue. Cuando el omega iba a hablar de nueva cuenta
pese a los intentos de Trish de detenerlo, un brazo rodeó los
hombros de Yuma y el rostro de Karan se frotó en él como si
estuviera marcándolo.
Trish jaló del chico y se alejaron, dejando a Yuma con el
que antaño había sido su amigo. Presionó la palma de su
mano sobre la mejilla extraña para apartarlo. Era invasivo e
incómodo. Caminó en un intento de deshacerse de él.

—¿Quién iba a decirlo? En el equipo apostamos por tu


designación —dijo Karan, un beta—. Aunque muchos ciegos
votaron porque serías alfa, yo lo hice por omega.

—Encantadores —bufó Yuma.


—Tú eres encantador, te has convertido en un omega
muy atractivo.

—En tu caso, lo de saberte beta solo ha amplificado tu


imbecilidad, aparta.

El chico frunció el ceño, apretó más el abrazo a la


altura del hombro e intentó pegarlo a su cuerpo. Yuma se
resistió. La sola idea de pasar el resto de su vida así,
luchando contra el acoso de imbéciles que no podían mirar
más allá de una dicotomía biológica, lo ponía enfermo.

—¿Vendrás a la luna roja de este año? Podríamos


probar conocernos de otra forma hasta que llegue ese día.
Yuma torció una sonrisa. Se conocían desde hacía años,
pero todo cambiaba ahora que sabían que era un omega.

—No irá —dijo una voz grave. El chico retrocedió y


Yuma olió su miedo. Le gustó—. La luna roja de esta
temporada es para parejas vinculadas. Así que tú tampoco
deberías asistir, Karan.

—Sí, Alfa. Perdóneme.


Karan reculó con las manos a la espalda y la cabeza
baja.

—Ven aquí, Yuma.

Quillian lo esperaba recargado en una de las cabañas.


El evento había terminado y las personas se dispersaban.
No faltaban las mujeres y omegas que miraban a la
distancia con ojos de hambre y admiración hacia Quillian.
Algunas no perdían la esperanza de descubrir que eran ellas
las omegas destinadas del último lobo negro.
Era una especie de fantasía, de cuento romántico que
circulaba desde que Nicté murió. Cuando niño, Yuma no
prestaba mucha atención a ese asunto, pero desde lo
ocurrido en la cueva, todo cobraba un significado menos de
cuento y más de competencia.
Intentó no ahondar en eso, se colgó del brazo de
Quillian y marcharon juntos a casa. Ser el Alfa le dotaba de
la mayor jerarquía y su aura siempre provocaba que nadie
se acercara a él.

Marcharon a la Casa Alfa y en todo el trayecto Yuma no


pudo quitarse la imagen que aquél omega le tatuó en las
retinas. Solo eso bastó para que su instinto comenzara a
descontrolarse otra vez.

Esa noche luego de bañarse, preparó la cena y entró a


la oficina de Quillian. Su padre revisaba pilas y pilas de
papeles con el ceño fruncido cuando él cerró la puerta con
más fuerza de la necesaria, y por fin levantó la vista. Lo
miró con ojos entornados desde la mesa. También con
cariño. Desconcierto.

Yuma inspiró y retuvo el aire. Llevaba solo una playera


sin nada debajo y el calor de su fiebre estacional lo
mareaba.

—Ya está la cena —indicó y entre más se acercaba más


iba perdiendo los sentidos racionales. La esencia de su
padre lo turbaba, la mirada breve que le dedicó a sus
piernas desnudas prendió fuego en su sangre.
—¿Estás seguro de que tu vida no sería más fácil si
alguna persona nos ayudara con las labores de casa? —
preguntó su padre.

—No lo sería.
—Tendrías más tiempo libre, Yuma. —Su padre se rascó
la nuca, suspiró incómodo—. Te vi con ese chico, noté como
te olía ¿Es tu amigo?

El vínculo con su padre tironeó, fue tan claro como una


liga que está por reventar. La sensación era la misma: el
peligro, la anticipación del dolor, del momento en que
dejará de estirarse y solo escocerá en la piel.
La expectación.

—¿Cuándo podré aparearme? —preguntó con tono


inocente. Se acercó cada vez más, su padre se quedó un
momento pasmado—. La época de celo ya está cerca.

—Eres un omega de luna nueva. Si te llegan a morder…

El chico echó los brazos al cuello de su padre, trepó a


su regazo como cuando era un cachorro. Quillian lo sostuvo
por la espalda por costumbre que antaño le resultaba tan
natural como respirar.

Yuma estaba harto de martirizarse solo en su


habitación. De resistir. Estaba cansado y ahora enojado, de
forma irracional, por la insinuación de Quillian sobre el beta
de esa tarde. ¿Tanto quería quitárselo de encima?

—Solo hablo de aparearme no de formar un vínculo, no


soy idiota, papá. ¿Puedo ir a la fiesta lunar del año entrante?
El Alfa estaba recargado en su silla, su ceño arrugado y
la cicatriz remarcada. La respuesta llegó luego de segundos
ralentizados.
—Siempre que sea lo que quieres.

Yuma soltó sus feromonas, su glándula palpitó con la


acción y la oficina se llenó de su olor. Los ojos de Quillian se
desenfocaron, sus pupilas se dilataron y el agarre en su
espalda se endureció.
Quillian no se movió, pero sus fosas nasales se
ensancharon al inhalar su aroma. Yuma se acunó en el
cuello del mayor.

—¿Podré aparearme?

—Basta. Sé un buen chico.


—Soy bueno, lo soy. —Yuma frotó su mejilla contra el
cuello, subió hacia la barba en un camino que solo podría
conducir a los infiernos. Luego acarició con sus labios la piel
cálida del rostro ajeno. Quillian estaba tieso en su lugar
mientras Yuma notaba las profundas respiraciones que
hacían subir y bajar su pecho—. Puedo ser más bueno,
papá. Déjame ser más bueno.

—Para esto, Yuma.

Los labios del lobo besaron la comisura de los de su


padre, un movimiento atrevido y Yuma lamió, apenas un
poco, entre los labios de Quillian con la punta de su lengua.
El Alfa lo apartó.
—Ayúdame otra vez, papá. Así no necesitaré salir de
casa, ayúdame.
Fue una súplica lastimera, necesitada. Quillian empujó
en su vínculo, inquieto y agresivo. La sangre de Yuma se
calentó y subió por su entrepierna. Las feromonas de
Quillian de pronto golpearon todos sus sentidos de una
forma tan abrumadora que lo marearon. El olor de Quillian
nunca había sido tan fuerte. Raíces profundas, corteza de
roble y almizcle.

El hombre se levantó de golpe, Yuma fue apartado con


un rasgo de violencia.
—A tu cuarto. Ahora.

Aunque las palabras del alfa eran tajantes, el olor de su


celo llegó a Yuma y cortó la última cuerda que lo anclaba a
la tierra. Yuma ladeó el rostro, se paró frente a su padre y
sus manos fueron desabotonando uno a uno los botones del
camisón. Quillian se perdió por un segundo en la acción.

—No hagas esto, Yuma. Por favor —imploró con un hilo


de voz.
—Una vez, pá. Una vez... ¿Por favor?

Yuma dejó caer la tela y se reclinó en la esquina del


escritorio. Quillian se echó para atrás. Yuma se montó en la
mesa, se frotó contra ella, gimió y los líquidos que
lubricaban naturalmente su cuerpo se convirtieron en una
estela brillante sobre la madera.

Yuma gemía mientras golpeaba su pelvis contra el


escritorio que se cimbraba a cada estocada. El rechazo del
alfa provocó lágrimas en sus ojos rojos, el vínculo ardió con
más fuerza, castigando su rechazo. Yuma se dobló por el
dolor, se estremeció entre lágrimas al pie del escritorio.

—Duele... sé que está mal. Solo, solo una vez.


Los ojos de su padre pasaron al negro vibrante, algo
oscuro y malvado brilló en ellos. Quillian se vio forzado a
suprimirlo, porque desapareció al momento siguiente. Luego
vinieron las garras y los colmillos. Se sacudió como un
animal.

—¿Es tu celo? ¿P-puedo ayudarte?

El aroma atravesó toda la columna de Yuma. Su cuerpo


reaccionó por él, la sensación de su ano dilatándose, a la
espera de algo que no le sería dado. El miedo también se
hizo presente: el animal era grande e imponente, un
rasguño y lo partiría a la mitad.

Tragó espeso, su padre empezó a gruñir, sacudía su


cabeza como si intentara desprenderse de algo enredado en
su pelaje.

—Es peligroso, largo —bramó con lo último que


quedaba de su racionalidad.

Pero Yuma no era tonto y el olor de su padre descubría


su excitación. Era el mismo aroma que había desprendido
en aquella cueva. Nunca había visto el celo de un alfa.

—¿Hay algo que pueda…?

—¡No!
Quillian salió de la oficina y Yuma apenas llegó a
escuchar el sonido de la llave cerrando por fuera. Lo siguió
hasta quedarse parado frente a la puerta y oyó las ropas
rasgarse y los muebles cayendo al paso del alfa. Luego
llegaron el gruñir del lobo, los aullidos entrecortados y
espaciados. ¿Qué haría su padre para aliviar su celo?

El alfa odiaba perder la racionalidad y Yuma empezaba


a entender por qué. Apoyó la espalda en la puerta y se
deslizó en los recovecos de sus deseos. El pensamiento que
su cabeza no podía apagar seguía empujando y era
incorrecto; horrible e incorrecto «Yo estoy aquí. Yo estoy
aquí, mírame a mí. Úsame»
Miró su erección roja, punzante y húmeda. La bombeó.

Los gruñidos aún eran sonoros, bajos pero guturales al


otro lado de la puerta. Yuma quiso ser malo. Quiso dejar de
comportarse como tenía que comportarse. Chupó sus dedos
y terminó de bajarse los pantalones. Su entrada estaba
dilatada y chorreante, sus líquidos escurrían por su
entrepierna.

Cuando introdujo dos dedos siseó de placer, el sonido


fue obsceno.
Pero más obscenos eran los pensamientos no filiales
que se deleitaban con el acto, con el sonido de los gruñidos
de apareamiento de su mayor. Con el aroma a sexo que no
podía ocultarse por más que intentase suprimirlo.
Yuma no podía saber qué desató el celo en su padre,
pero quería creer que era él. Que su olor, sus besos, su
necesidad de ser tocado movían algo dentro de Quillian. La
misma necesidad de tomar y ser tomado. Sus dedos
hurgaron su interior, tocó el pequeño y roñoso bulto
escondido, frotó los dedos por encima con un poco más de
fuerza, se dio placer justo como Quillian había hecho. El
recuerdo y el placer físico enviaron electricidad por todo su
cuerpo.

La excitación se lo comía desde sus entrañas más


calientes, gimió consumido en la culpa, se apoyó en la
puerta para captar la presencia del vínculo con Quillian.

Su padre estaba luchando, podía sentirlo, ambos lo


estaban. El lobo jadeaba y gemía en una combinación de
gruñidos molestos, con un aullido lastimero e insatisfecho.
Lo escuchó golpear contra algo duro, una mesa tal vez.

Yuma lo imaginaba, con sus patas delanteras apoyadas


en la tabla, clavando sus garras en la madera. A él,
reclinado sobre la tabla, con el culo levantado, la dura verga
del alfa rozándose entre sus nalgas, tomándolo como un
animal.

Había sido un mal hijo.

La tensión agarrotó cada uno de sus músculos, el tirón


se intensificó, Yuma aumentó la velocidad, un empujón en
su vínculo le dijo que Quillian lo sentía también. Su padre
estaba sobre estimulado y furioso. Más allá de la
comprensión racional. El aroma que empujaba era de pura
posesividad, lo quería, quería el orgasmo, lo quería a él.

La liga reventó, Yuma se derramó sobre el suelo, su ano


se contrajo apretando sus dedos. Gimieron al mismo
tiempo, narcotizados.

Yuma nunca podría tener lo que quería, él no podía


conformarse con trozos o con medias dosis. Quillian solo
podía tener una pareja, solo podía morder y vincularse una
vez.

Y esa había sido su madre.

La imagen de Nicté transmutó en algo oscuro y


posesivo. ¡Celos de su propia madre! Yuma se rio con
lágrimas en los ojos. A partir de ese día nunca dejaría de
sentir repulsión por sí mismo. Y no podía culpar a su padre
por poner distancia luego de aquello.

En el presente, la descarga de éxtasis de su orgasmo lo


devuelve al cuarto de la empresa Blackwood con todo lo
que eso implica. El semen escurre entre sus dedos y
mancha la alfombra gris.

Yuma mira su mano con el estómago revuelto. Se


levanta, el cuarto huele a su sexo y nuevamente el deseo
de ser olido por su padre lo cruza como una flecha. Pero ya
no es un cachorro hormonal, debe poner la mierda
emocional en su lugar.
Se lava las manos, pero no la culpa. El reflejo en el
espejo le devuelve la imagen de su rostro satisfecho. El
rubor cruza el puente de su nariz y los ojos brillantes y
vivos.

Tocan a la puerta. Yuma maldice cuando reconoce el


aroma de Vellner, abre y el beta olisquea sin reparo el
ambiente. Él se cruza de brazos: si está intentando
avergonzarlo, Yuma no quiere darle el gusto.
—Tus supresores —dice el beta y extiende un frasco sin
etiqueta, que Yuma le arranca de las manos—. Una vez que
los tomes, deberías hablar con tu padre. Será más fácil.

—Ese es mi asunto.

Yuma intenta cerrar, el beta lo impide sosteniendo la


puerta.
—Fui yo quien convenció a Quillian de medicarte. Tu
padre no sabía qué más hacer y yo lo empujé por ese
camino. Si alguien merece tu desprecio soy yo.

El omega parpadea confuso, aprieta el frasquito en un


puño. Jala de la puerta sin poder cerrarla.

—Eso ya se lo tenía ganado, oh, gran consejero. ¿Por


qué me estás contando esto? ¿Te lo pidió él?

Vellner niega. Con el dedo índice pica el pecho de


Yuma, sus ojos filosos destellan aversión.

—Porque nos encontramos en el centro de un


escándalo político. Lo que menos necesitamos es que tu
presencia arisca y rencorosa vuelva a nuestro capaz líder en
un caos. Hace un tiempo pensé que la solución era
apartarte del camino, fue mi error. Haznos un favor a todos,
Yuma. Habla con él. Odio ver a un hombre que ha obrado
milagros para los nuestros, sumirse en tal autodesprecio.

Yuma entierra el colmillo en su labio inferior.

—¿Quieres hacerme creer que Quillian Blackwood está


sufriendo por mi culpa?

—Ay, joven Yuma. ¿No ya es hora de dejar la inmadurez


a un lado?

Vellner le propina un suave empujón con el dedo, suelta


la puerta y esta se cierra por la inercia. Yuma respinga,
incapaz de contestar. Destapa el vial, se mete al baño y
abre la llave de agua, se agacha y se traga las pastillas.

La ciudad tiene un desagradable sabor a óxido.


Guardar las garras
Las noches en Bariló no son nada parecidas a las del
territorio cambiante. Lucecitas molestas titilan por fuera de
las ventanas, los altos edificios impiden el paso de la luz
natural de Mabel y Lucine y, si estuviera en su forma de
lobo, oiría el ruido de miles de cuchicheos contaminando el
aire.

Para su desgracia, no es eso lo que le impide dormir


esta noche.

Yuma se revuelca en la sábana húmeda. Sus dientes


castañean por los espasmos que sufre su cuerpo. Se
esfuerza por mantener la boca cerrada incluso cuando las
venas de la mandíbula le saltan del esfuerzo. Aunque sabía
que sufriría al cortar el celo de esa manera forzosa y
artificial, no pensó que dolería tanto. Se abraza y aprieta los
dientes rezando a Mabel para que todo pase rápido.

La diosa del amor y la fertilidad no lo mira con ojos


benevolentes, la llamada de su vínculo le dice que la
respuesta es tan sencilla como buscar a un alfa y dejarse
marcar. Lo que el vínculo no entiende, es que ese alfa se
encuentra fuera de los límites, no importa que esté a solo
un par de puertas de distancia.

Ya debería haberlo aprendido.

Encima su conversación con Vellner no lo ayuda a


pasar más tranquilo el martirio. Con dificultad alcanza el
reloj comunicador de su buró. Son la una y veinte de la
mañana.

—Por favor… con solo oír tu voz basta. Contesta, Zamil.


La llamada timbra y el sonido hace eco en su oído
como el silbato de los restrictores cuando alerta de una
amenaza en los confines del territorio. No responden. Yuma
no cuelga, aprieta los ojos e intenta evocar la imagen de su
marido, hasta que el timbrazo se extingue y la llamada se
corta sola. Se encoge aferrándose a la almohada. No culpa a
Zamil. En los territorios cambiantes la señal de
comunicación se concentra en las casas de los líderes y las
torres que hacen de antena.

Nadie estaría esperando una llamada a la madrugada.


Y menos su esposo. Aun así se imagina envuelto en sus
brazos, olisqueando su cabello, esperando que el recuerdo
de su aroma lo tranquilice.

A las tres de la mañana toda la fiebre se ha ido, solo


queda la cama empapada de sudor y un insomnio
desencadenado por la claridad de su mente. Ahora que las
hormonas ya no controlan su cuerpo, Yuma por fin vuelve a
sentirse él mismo. Y es hora de trabajar.

Vino con la misión clara de ser útil para los Balam, de


congraciarse con Xel y obtener un lugar por derecho propio
dentro de su nueva manada. ¿Por qué se ha estado
distrayendo? Vellner tiene razón en algo: está demasiado
ensimismado.

Cuando se unió a los restrictores también lo hizo por


motivos egoístas. Quería que los Moonlight dejaran de verlo
solo como el hijo omega que traería la desgracia para el
Alfa. Conforme pasó tiempo con ellos, trabajó por y para el
bienestar de la manada, encontró placer en su labor.
Propósito, objetivos y una nueva familia.

Ser un restrictor forma parte de los mejores recuerdos


de su antiguo hogar. Así que cree con todas sus fuerzas que
si obtiene el mismo puesto con los Balam, encontrará un
propósito y el lugar al que pertenecer.

¿Qué importa lo que quieran Vellner Ningan o Quillian


Blackwood?

Quedarse quieto no va a ayudarle, si quiere conocer los


trapos sucios de una empresa como la de Quillian, seguir las
indicaciones del líder, es una pérdida de tiempo. Necesita
correr riesgos. Ha viajado hasta aquí para averiguar algo
útil, no para volver al pozo oscuro de su juventud.

Sale a un pasillo oscuro. Aunque el edificio cuenta con


una zona específica para las habitaciones de vivienda, Ellian
le ha dado uno de los departamentos en el área más íntima
del lugar. Si bien es un largo pasaje, solo hay cuatro
puertas. Una es la de Ellian y, por el fuerte tironeo del
vínculo en días pasados, que ahora ya no siente, sabe que
la última pertenece al cuarto de Quillian. Una rendija de luz
se asoma por la puerta entreabierta.
Se toca el corazón al notar que el frenético ritmo al que
late cuando su padre está cerca brilla por su ausencia.
Busca el vínculo. Un fino camino de agua, cual rio en sequía,
ha sustituido al torrente embrevecido que lo ha martirizado
hasta entonces.

Contiene unas espontáneas ganas de echarse a reír.


¡Tanto tiempo renegando del medicamento para esto! Tanto
tiempo odiando en silencio el abuso de Quillian al darle esas
pastillas para tener que reconocer que es fantástico dejar
de sentirse una bestia sin control.

Abre con sumo cuidado la puerta, mira con cautela y no


encuentra a nadie, así que entra. Lo recibe un ventanal de
cortinas cerradas que le hace sentir como en una caja. Al
avanzar un par de pasos, el movimiento activa una hilera de
luces azules que enmarcan el techo.

La cama vacía y tendida, sin una sola arruga, indica


que su padre ni siquiera ha intentado acostarse. Mira en
derredor, aunque Quillian lleva viviendo tres años en ese
lugar, el cuarto parece el de un viajero de paso. A excepción
del armario, lo demás luce vacío.

No hay objetos que él reconozca como personales.

La oficina se ve mucho más habitada que este cuarto. A


Yuma no le extraña, su padre siempre ha sido muy
entregado al trabajo, solía abstraerse por días dentro del
laboratorio privado en el interior de la Casa Alfa.
Delinea con el dedo el escritorio, prende la lámpara
ajustada en una esquina y hojea los papeles que espera lo
incriminen o señalen su negligencia. Todo sería más fácil
así, tendría algo que entregar a Xel-há y podría salir de este
lugar. Alejarse de nuevo. Cerrar definitivamente el capítulo
de su vida al que le gusta llamar locura transitoria. Los
papeles no esconden nada más que la agenda del mes
pasado. Yuma repasa los nombres y maldice al no reconocer
ninguno. Camina hasta la mesita de noche. El aroma a
bosque que desprende la cama cuando se sienta en la orilla,
lo arropa. Es suave, pues las pastillas ya bloquearon su
principal sentido de comunicación.

Jala del cajón de la mesita de madera envejecida, el


único mueble que parece de Quillian y no comprado en la
ciudad. Dentro encuentra un libro de genética, unas llaves
con un colgante de madera tallada a mano (seguro un
regalo de Vellner) y lo que parece un álbum. Yuma no lo
recuerda, mueve la cabeza para cerciorarse de su soledad y
lo saca. Por su forma abultada parece un álbum de recortes
más que de fotos. Los dedos le tiemblan cuando pasa la
hoja.

Hay un barquito de papel pegado con una inscripción


debajo: «Primer intento, 7 años».

La hoja que sigue tiene un avioncito de papel que,


Yuma recuerda, era incapaz de volar; apenas lo lanzaba caía
en picado. También tiene escrita a mano una frase:
«Segundo avión, el primero cayó en la laguna».
Pasa saliva con dificultad y descubre que un nudo le
atenaza la garganta. La que sigue le pone los ojos acuosos,
es una flor: «8 años. Tuve una pelea con el viejo de Ravieri.
Yuma quiso animarme, la dejó en mi escritorio».

Las siguientes páginas del álbum son lo mismo, cada


uno de los regalos que le dio a Quillian cuando comenzó con
la papiroflexia. Acaricia la última, una golondrina negra. La
inscripción es más larga: «Un día antes de la ceremonia.
Parece preocupado por su designación. Intenté convencerlo
de que no importa, él es él. Por sus muecas no creo haberlo
logrado. Nicté habría sabido qué decir».

Luego la tinta cambia de color: «Omega de Luna


Nueva». Le sigue una palabra tachada imposible de
descifrar. «¿He obrado bien o he fallado de todas las formas
posibles? No sé si algún día lo sabré. Me da miedo
descubrirlo».

«Es más difícil de lo que parece» es la frase de su


padre debajo de un intento de flor.

En la última hoja del álbum no hay ningún papel


doblado, ningún regalo: «¿Seremos capaces de arreglar
esto? ¿Volverás a dejarme flores de papel en los malos
días?»

La última frase, agazapada en una esquina y encerrada


en un marcador rojo lo termina de desarmar: «Lo siento».

Yuma detecta por el rabillo del ojo una figura en la


puerta, cierra el álbum y da un salto para ponerse en pie.
Quillian entra sin hacer contacto visual, deja el saco en el
respaldo de la silla más cercana, se rasca la nuca.

—No te olí llegar —excusa Yuma mientras se pasa el


dorso de la mano por los ojos.

—Lo sé. Tampoco pude olerte. ¿Buscabas pruebas


incriminatorias? —pregunta y Yuma no detecta reproche en
su tono, sino un poco de jugueteo al señalar el cajón.

Su rostro se calienta.

—Buscaba algo. No estoy muy seguro el qué. Pero no


quería… no quería encontrar esto.

Quillian por fin lo mira, sus ojos ámbar salpicados de


luces azules lo hacen lucir triste, Yuma jamás lo había visto
de esa forma. El estómago le da un vuelco.

—Siempre supiste que las guardaba. ¿Lo odias?

—Pensé que se habría desecho de ellas. —Yuma se


voltea y mete el álbum en el cajón, que cierra de un
empujón. Da una respiración profunda—. Me molesta. Hace
más difícil mantenerme enojado con usted.

Yuma oye los pasos de Quillian arrastrarse por la


alfombra. Lo nota pasar a su lado. Corre las cortinas, desliza
la puerta y el frío aire de afuera entra con un chiflón agudo.
Sus pies lo mantienen fijo en su lugar, como si se hubiera
vuelto de roca.

—¿Te parece si salimos por aire fresco?

Yuma se encoge de hombros.


—Aquí no parece que el aire fresco exista —rezonga
alzando la vista.

Quillian sonríe recargado en la salida a la terraza,


invitándolo a acercarse. Yuma consigue moverse, sigue a su
padre hasta el ventanal, cuidando de no rozarlo al atravesar
el dintel. El mirador les muestra una ciudad que brilla con
miles de luces sin fin. Se apoya en el barandal de vidrio y
deja que el viento revuelva sus cabellos, que le pican en la
cara.

El golpe de dos entes de vidrio lo hace volver la vista:


Quillian sirve un vaso con licor. Alza la botella en un gesto
de complicidad, tal como hacía cuando jugaban carreritas
desde centro comunal hasta casa por pura diversión.

—Decía que no tenía edad para beber.

—Al parecer ya tienes edad para todo —contesta su


padre antes de darle un trago al vaso. Deja la botella en la
pequeña mesa de la esquina y camina hasta Yuma.
Finalmente apoya los antebrazos en el filo de la baranda.
Mueve el vaso en ondas.

—¿Cuándo empezó a tomar?

Quillian sigue con la mirada la frente, ladea el rostro


como si buscara algo entre los edificios.

—Probé el alcohol no ceremonial el día en que Ace te


trajo entre sus brazos. Fue la primera vez que resultaste
herido en la frontera.
—Fue un descuido de novato —admite con un
levantamiento de hombros—. Pero usted estaba hecho una
furia.

Quillian se pasa la mano por el pelo de la frente, suelta


el aire con frustración.
—Estaba molesto, también preocupado y hasta
orgulloso… Es difícil explicar lo que uno siente por los hijos
porque es todo a la vez. Incluso las cosas más
contradictorias. Hacías un excelente trabajo como restrictor,
sin embargo siempre estaba preocupado por lo que podía
pasarte.

Yuma humedece sus labios mientras asiente quedito.


Sus hombros se tocan y no le resulta ni incómodo ni tenso.

—¿Y ahora por qué bebe?


Quillian le da un ligero empujón con el hombro.

—Porque desde que me reencontré con mi hijo este no


deja de llamarme «Señor Blackwood». —Quillian lo mira por
el rabillo del ojo y Yuma esboza una suave sonrisa—. Sé que
no viniste por una disculpa ni por justificaciones. Recuerdo
cada palabra dicha el día que te marchaste y no pretendo
que con una conversación todo se arregle.

Yuma se contrae, se separa para que dejen de tocarse


y se aferra a la orilla helada que le impide caer.

—Ese día dije muchas cosas que no sentía del todo.

—Y yo no dije nada de lo que realmente quería decir.


Yuma estira ambos brazos sin soltarse de la baranda,
levanta el mentón y disfruta del aire. Es justo como Vellner
le dijo años atrás: difícil de respirar.

Quillian no suele hablar con esa franqueza, el alcohol


ha soltado su lengua. A Yuma le disgusta que tengan que
recurrir a la bebida para sincerarse, más cuando este
hombre que da un trago de nueva cuenta, es el mismo que
tachaba los excesos como vicios que denigraban la
voluntad.
Si no estuviera delante, le costaría creer que sea él la
razón de que el alfa haya cambiado tanto. ¿Sería capaz de
provocar otros cambios?

—Puedes decirlo ahora. Te escucharé si paras de beber.

Quillian lo observa buscando algo en sus ojos, tal vez si


habla en serio. Yuma lo hace y él debe notarlo porque se
retira, deja el vaso en la mesita y se remanga la camisa con
una actitud que emula más el inicio de un combate que el
de una charla padre e hijo. Yuma se da la vuelta, pega la
espalda al vidrio y recarga los codos. Le gusta esa situación,
le gusta ver a su padre nervioso por una vez.

Cuando el alfa se acerca hasta que las puntas de sus


zapatos chocan con las suyas y le dedica una mirada de
ojos suplicantes, Yuma comprende lo que esperaba al venir
a la farmacéutica. Inhala y retiene el aire soportando el peso
de la revelación. No buscaba ni disculpas, ni demostrar que
estaba mejor fuera de la manada. Aunque una parte de sí
intentaba impresionar, la verdadera razón es tan simple que
le entran ganas de echar a correr.

Aprieta las manos hasta que considera que ejercer más


fuerza reventará el vidrio.
Quiere expiación. Si Quillian no lo hubiera detenido,
Yuma se habría lanzado sin considerar las consecuencias,
conduciendo su relación a un punto insalvable. Arruinando
todo, sin oportunidad de retorno.

La luz del exterior ilumina un lado del rostro ajeno, las


arrugas que no estaban ahí antes de su partida, la tensión
que siempre interpretó como decepción y vergüenza.
Necesita averiguarlo si quiere continuar con su vida
¿Quillian lamenta lo ocurrido o, por el contrario, se siente
aliviado de deshacerse de un hijo irreparable como él? El
alfa sostiene su mirada. El pulso del omega va disparado al
ritmo del golpeteo de su corazón.

—Nunca quise lastimarte —dice con la voz grave y


ronca. Los dedos rozan la tela de su blusa, a la altura de su
cintura. Yuma no se retrae—. Buscaba lo mejor para ti con
cada una de las decisiones que tomé. Eso no me excusa del
resultado: te herí de todas las formas en que jamás debí. Te
alejé y no hay día en que no me arrepienta de ello.

Quillian extiende la mano hacia el rostro de su hijo y


Yuma siente el fantasma de la caricia antes de que su padre
la retire convertida en un puño. Algo tan simple como un
cariño físico ahora mismo resulta antinatural. Yuma también
se arrepiente de haber permitido que las cosas llegaran
hasta ahí.

—No estoy orgulloso de lo que pasó ese día… —dice


con la voz en un hilo mientras esconde las manos en el
pantalón—. Ni de nada de lo que hice en esos años, papá. —
Apenas pronuncia la palabra, las facciones de su padre
pierden la amargura que maquillaba sus gestos desde que
se reencontraron. Las líneas de sus labios se relajan y
aparece el indicio de una sonrisa—. He sido… ¿He sido una
decepción?
La ceja derecha de Quillian forma un arco justo donde
se corta por la cicatriz. Le pone la mano en el hombro,
aprieta con suavidad.

—En ningún momento. Has sido siempre un reto y me


has dado muchos dolores de cabeza como todos los hijos
deben hacer. Ahora has madurado, ya no eres más mi
cachorro, ¿no es así?

Una oportunidad. Eso es este momento. Una


oportunidad para desaparecer el pasado debajo de la tierra,
enterrarlo como si nunca hubiera sucedido. Podrían
reconstruir lo que eran desde aquí.
—De algo ha servido independizarme, ¿eh?

Quillian asiente, retira la mano que se lleva de nueva


cuenta a la nuca. Se desvía hacia el balcón.

—Independizarte —repite como si la palabra tuviera


sabor avinagrado—. La forma en que te casaste… Yuma, si
las cosas no van bien, si no es lo que deseabas, puedes
volver a tu manada cuando decidas. El gato ese…

—Padre, ese gato es mi esposo.

Quillian levanta ambas manos con una falsa sonrisa de


disculpa. Retrocede dos pasos. Yuma adivina el pensamiento
de su padre y no le gusta: «Eres infeliz porque te casaste
solo para escapar de casa».

—Zamil es encantador —continúa con la voz pastosa.


Tiene que carraspear para encontrar naturalidad en ella. —
Desde que llegué ha hecho lo posible por hacerme sentir en
casa. En un par de meses tomo la marca de los Balam. —
Yuma señala su pecho, en la punta del dedo nota que su
respiración va acelerada—. Mi beta y yo estaremos
encantados de que nos acompañes en la ceremonia.

Quillian baja la mirada, aprieta los puños por segundos


que a Yuma le parecen demasiado largos.
—Será un acontecimiento sin precedentes. Si estás
seguro, iré —concede Quillian y Yuma vuelve a respirar.

—Claro, si es que todo este asunto de cambiantes fuera


de control se resuelve. De otra forma retrasaré la…

—No la retrases. Resolveré esto aunque no de la


manera que más me gustaría.
—¿A qué te refieres?

Quillian abre la boca, pero no dice nada. Aprieta los


labios y hace el amago de dirigirse a la mesa donde dejó el
vaso. Al final se queda en el dintel de la puerta. Yuma
observa atento el ritual, buscando su verdadero sentir.

Aunque detesta ser leído con facilidad cuando no se


encuentra bajo los efectos del medicamento, añora saber lo
que su padre siente sin necesidad de preguntarlo.
El hombre apoya la mano en el marco. Yuma le da la
espalda y un escalofrío le recorre la columna sin motivo. La
voz de su padre queda amortiguada por el ruido de la
ciudad, le recuerda a una noche de vigilancia nocturna
cuando un rayo impactó en la rama seca de un árbol y el
estruendo lo cruzó desde la coronilla hasta los pies.

—Me vuelvo a casar.


Ashdia, fruta madura
La sala de reuniones de la farmacéutica hierve en
murmullos, como un panal de abejas recién sacudido. Los
convocaron a primera hora de la mañana.

Yuma observa a Ellian ir de un lado a otro del salón,


resolviendo las dudas que todos los emisarios le comunican,
incluyendo la logística de regreso a sus respectivos hogares.
Ella se equivoca un par de veces al dar direcciones y
traspapela recados dejados en recepción. Yuma Intenta
hablarle, sin embargo no consigue llamar su atención, que
parece esquivarlo tanto a él como al caos que acaba de
desatar su padre.

Y es que Quillian acaba de anunciar su matrimonio con


una omega de la manada del Norte Nevado: La segunda
tribu más poderosa del clan lunar y con una influencia
considerable en el Senado Cambiante.

Cuando se lo dijo anoche, Yuma tardó en procesarlo.


Agradece que la información le llegara antes o, ahí en
medio del tumulto, su desconcierto habría brillado como
una luciérnaga en una noche oscura de intercálido.

«Aunque odio someterme al Senado, tienen razón en


algo: Manchar mi imagen repercutiría negativamente en la
fuerza del clan lunar. Una alianza aplaca las malas lenguas».

Yuma escuchó una parte, la otra se difuminó entre sus


pensamientos caóticos. Quillian era un alfa viudo, algo
natural para su especie, que solo podía vincularse una vez.
«Yo soy la prueba de la alianza entre ambas manadas
—recuerda haber dicho—. Soy un lobo mestizo, hijo de un
lobo Moonlight y una loba del Norte Nevado» también
recuerda tragarse la pregunta «¿No basto?»

«Ya no lo eres, Yuma. Eres un Balam ahora».

La frase dolió como un golpe en las costillas. Después


de eso pretextó el sueño para terminar aquella
conversación que Quillian parecía desear alargar. Como si
esa noche tuviera que deshacerse de cada una de las frases
que no había dicho tiempo atrás.

Aún con ese presentimiento, Yuma no se sintió capaz


de soportarlo.

—¿Qué te dije? —pregunta con sorna el cambiante


jaguar con el que Yuma se encontró anoche en el museo. Se
ha sentado a su lado con una galantería que le resulta
incómoda—. Esto era solo un bonito asunto político. A nadie
le importan una mierda los cambiantes muertos.

Yuma echa los hombros hacia atrás, mantiene las


manos en su regazo para evitar hacer un ademán
comprometedor. El disturbio de cambiantes contactando a
sus respectivos líderes y otros haciendo preguntas a
Quillian, lo obligan a subir el tono de voz.

—Que un accidente así sea político no excluye que


también sea personal. Quillian Blackwood no se hará el
ciego cuando hay dos cambiantes de luna muertos.
El jaguar levanta ambas cejas, que acompaña de una
sonrisa histriónica.

—Al parecer padre e hijo se han reconciliado. Bien, te


conviene. Con esta noticia, los clanes de luna dejan en claro
que van a proteger su poder incluso si eso implica hacer la
vista gorda a los crímenes de sus títeres.
Yuma está por mandar a la mierda la diplomacia
cuando se produce un éxodo masivo de la sala. Quillian ha
despachado a los representantes y estos, posiblemente al
no recibir indicaciones de sus propios líderes para indagar
más en el asunto, han obedecido.

—El deber llama —exclama el cambiante cuando imita


al resto.

Yuma tiene un mensaje de Xel-há en el comunicador de


reloj. Sus sospechas se confirman. Su Alfa es directo: «Ya no
tienes que quedarte. Llámame».

Se pone en pie con las piernas un poco temblorosas y


de inmediato se gira para comprobar que nadie lo haya
notado. Endereza el porte y sale con el resto, a varias
personas de distancia del jaguar imprudente.

Cuanto más se aleja de la reunión, más pesan sus


piernas, hasta que levantar un pie detrás del otro resulta
agotador. Mira hacia atrás, Quillian está enfrascado en un
intercambio de palabras con el emisario de la tercera
manada de lobos más importante. Desequilibrar el poder
conlleva riesgos y su padre ya tiene demasiado sobre sus
hombros como para mirar en su dirección. Yuma lee el
mensaje de Xel otra vez y es consciente de que no quiere
irse. No es que le agrade la ciudad, ni tampoco las
circunstancias. Solo reconoce que, de no ser por ellas, quién
sabe cuántos años más habría tardado en retomar la
comunicación con Quillian.

Su padre no voltea. Yuma menea la cabeza. Una tregua


parcial como la de anoche puede deshacerse si pasan más
tiempo juntos. Es mejor irse.

Pocos minutos después, sentado en la orilla de su


cama, con la mochila lista entre sus piernas, Yuma escucha
atento a Xel-há a través del reloj comunicador.

—¿Entonces esto es todo? ¿Regreso a… casa?

—Así es el Senado, ya deberías saberlo. Para ellos el


tema se zanja con una boda, como en los tiempos antes de
la guerra. Así que como emisario no tienes que quedarte.

—¿Puedo hablar con Zamil? No ha contestado mis


llamadas.

Xel suspira.

—Salió del territorio por un encargo. Trabajo. Volverá


apenas a tiempo para acompañarme a la ceremonia en la
manada Moonlight.

Yuma tuerce las correas de la mochila. Es azul, el color


que su marido eligió a las prisas cuando planearon su
primer aniversario. Luego el trabajo de Xel-há requirió la
presencia de su hermano todo el tiempo y retrasaron el
viaje. Lo han pospuesto año tras año.

—¿Debería volver entonces? Quiero decir, no se ha


resuelto nada —conviene—. Mi padre tampoco está
contento con esta forma de evadir el problema real. Quiere
averiguar qué o quién está detrás del ataque. Las
autoridades humanas no parecen tener intención de
investigar a fondo más que para culparnos de locura por
nuestra «naturaleza bestial» —comenta recordando el
reporte de la policía, que no ha señalado a nadie más que a
los mismos cambiantes acribillados.

—Lo que decidas, Yuma-há. Solo mantenme informado.

Yuma encaja el colmillo en su labio inferior al terminar


la llamada. Mira en el reflejo del espejo a su otro yo, que lo
observa desde el tocador. Su cabello es de un negro oscuro
al que, al pasar por debajo de un árbol, se le hubiera
enredado una telaraña gruesa y plateada. Negro y gris
sucio, la prueba fehaciente de su origen mestizo. Cuando
niño le decían que era afortunado por tener dos manadas de
origen. Fue lo bastante ingenuo para creerlo a ojos cerrados.

Era mentira. Cuando se transformaba en un lobo lo


miraban extrañados por su apariencia diferente y está
seguro que en el Norte Nevado su color sucio solo habría
causado recelo. Nunca perteneció a ninguna de las dos
manadas. Y ahora, sin Zamil en casa, sin un puesto dentro
de los Balam ¿Dónde está su lugar?
La imagen del tatuaje rasgado por las garras de Abrat
aparece en su mente como un flamazo que le deja olor a
humo en la nariz.

Se echa la mochila al hombro, revisa no dejarse nada y,


después de tomar el pequeño regalo de despedida que
preparó para Ellian, retiene una bocanada de aire. Cruzar
puertas siempre le da esa sensación de vértigo. Empuja de
la manija y da el paso más decidido que puede, tan
repentino que golpea contra el pecho de Quillian.

—¿Te vas? —pregunta su padre. Se desajusta la corbata


por el calor que exuda su cuerpo, como si hubiera corrido
escaleras arriba en vez de tomar el elevador.

Yuma se sorprende de lo transparente que Quillian está


siendo con él. Seguro que pensó que se marcharía sin
despedirse y, debe reconocer, no estaba equivocado.

—¿Quieres que me vaya? —pregunta a su vez con las


manos a la cadera y los ojos entornados examinando las
facciones toscas de su progenitor. Este sonríe, la tensión
alrededor de su boca pierde fuerza.

—Lucine, veo que conservas esa maña de contestar


con preguntas.

—Y tú, padre, la de responder con evasivas.

Quillian ladea el rostro con la ceja levantada. Luego de


un intercambio de miradas suspira, rendido.
—Tendré que irme a la manada en poco tiempo. Vellner
se queda aquí y a mí me vendría bien tu compañía para
enfrentar todo lo que va a caerme encima.

Su intuición le arroja una imagen breve, una sonrisa en


su padre que no conoce, el bosque de noche y las hojas
revoloteando por un fuerte viento. Es un parpadeo tan
rápido como todas las visiones que suele tener. Le dice que
si va, Quillian estará feliz. Y con eso sabe que la decisión ya
está tomada.
—Creo que hay unas palabras mágicas que me harían
tomar una decisión rápida, señor Blackwood.

Quillian endereza su cuerpo y se yergue en toda su


altura.

—Quédate —ordena mientras se cruza de brazos—. Te


necesito, Yuma.

Yuma esconde su sonrisa al voltearse para arrojar la


mochila de vuelta a la cama.

La estación de tren contrasta con la arquitectura del


resto de la ciudad. Empezando porque es una construcción
de madera que se pudre en los rincones donde aparenta no
darle ni el aire.

Los tacones de las mujeres que van y vienen mirando


el reloj, suenan como pies sobre el lodo, pesados y
cansinos. La tabla de horarios anuncia que el tren de las
siete lleva retraso y se oyen quejidos de fastidio. Un hombre
sacude la cabeza y se dirige, a largas zancadas, hacia la
única oficina visible, al final del pasillo. Es un andén
destartalado, cuyos escasos techos que amparan las bancas
de espera, están infestados de termitas. Yuma las reconoce
por las picaduras de la madera, similares a la viruela en
humanos.

Quillian está recargado en una de las vigas, las piernas


cruzadas a la altura de los tobillos y sus manos jugando con
una de las hojas que Yuma llevó para pasar el rato.
¿Si hubiera anunciado su llegada, Quillian lo habría
esperado de esa misma forma?

Le gusta imaginar que sí. En un futuro, si sigue jugando


bien sus cartas, eso puede ser una realidad. Podrán
construir una relación padre-hijo normal.

Yuma examina el trabajo de Quillian, tuerce la boca e


interviene. Lo toma de las manos para indicarle la forma
correcta de hacerlo.

—No debes saltarte las líneas guía.

—¿No puedo calcularlo a ojo? —bufa.

—En papiroflexia son tan importantes las marcas de


línea como los dobleces. Aunque queden ocultos a la vista
están ahí y permiten que el resultado sea bello.
Los dedos de Yuma contrastan con los de Quillian, de
piel más clara, delgados y, aunque con cicatrices, delicados
en comparación con los toscos y gruesos de su padre. El
anillo de papel se ve tan pequeño que Yuma sabe que los
arreglos de papel no le van a salir nunca.

—¿Por qué un anillo? —pregunta su padre mientras


hace torpemente los dobleces guía.
—Conocí a una humana llamada Resha cuando venía
para acá. Me contó que los humanos, al casarse, se dan
anillos. —Yuma se palpa los aretes de su boda—. No sé por
qué hice uno, fue sin pensar. ¿Quieres dárselo a tu futura
esposa?

—Es un acuerdo político, Yuma. Ya te lo dije.

Él se alza de hombros y le quita el anillo para


terminarlo él mismo. Es de papel negro, nada atractivo para
anunciar un enlace feliz.
—El matrimonio con mamá también fue político y aun
así… —se muerde el labio, no quiere terminar la frase. El
silencio se acentúa y provoca cierto desagrado en su
estómago—. ¿Cómo crees que se sentía al llegar con los
Moonlight?

Quillian mete las manos a los bolsillos del pantalón,


deja los pulgares por fuera. Esboza una sonrisa traviesa
mientras su atención se pierde por las vías del tren. Yuma se
sienta en la orilla de la banca.

—Llegó en helicóptero, la esperé junto a Vellner. ¿Pero


saber cómo se sentía? —dice con fingido pesar—. Nunca he
visto a una omega obligada a casarse con un miembro de
otra manada, tan resuelta como tu madre. Segura de sí
misma, sin miedo y, créeme, convencida de la importancia
del enlace.

Yuma deshace el anillo, estira la tira de papel y la hace


cachitos que deja que se lleve el viento. Conoce la historia,
Ellian hablaba tanto de Nicté que él era capaz de imaginarla
sin dificultad. La ve bajando del estruendoso aparato,
cabello largo blanco, menuda, de pasos firmes y ojos
centellantes como llamas. Todos decían que él heredó sus
ojos.

Cuando llegó a la manada Balam, se preguntó cómo


actuaría su madre, cómo enfrentaría mudarse a un lugar
desconocido con costumbres ajenas y siendo tan joven. Pero
imaginarla solo sirvió para recordarle que nunca sería como
ella, jamás estaría a su altura. No lo logró mientras fue el
Mabellkú de reemplazo a la muerte de Nicté ni tampoco
cuando comenzó su propia aventura en eso del matrimonio.

—Supongo que al verla, ya sabes, fue… ¿Sorprendente?

Yuma no alza la vista. Los pedacitos rezagados de papel


se deslizan por el suelo hacia las vías.

—Para nada. Abrat me estaba obligando y yo tenía


diecisiete años. Lo que menos quería era una esposa, me
comporté como un imbécil. Recuerdo que lo primero que le
dije fue: «Es un arreglo político. Si esperas hijos, o ese tipo
de vínculo, no podré ofrecértelo y será mejor que
disolvamos esto de inmediato».
—Todo un galán —comenta el hijo.

Echa un vistazo rápido por el rabillo del ojo para


descubrir que Quillian lo mira por encima de su hombro con
ambas cejas levantadas.
—Tu madre tampoco era una princesa. Se puso las
manos en la cintura y me dijo: «Vaya carisma ¿Dónde crees
que tengo la cabeza? Vengo representando a los lobos
blancos para acabar con este estúpido conflicto en el que
los Alfas de nuestras manadas se miden las vergas» —
Quillian sacude la cabeza sin quitar la sonrisa y continúa—:
«Quiero acabar con eso. Y si resultas ser un imbécil como
nuestros líderes, te cortaré la tuya para prevenir». Todavía
recuerdo el efecto que esas frases tuvieron en mí. Y, en fin,
Vellner las usaba mucho para recordar a Nicté. Si a mí me
impresionó, él tardó todavía más en recuperarse del
impacto.

Yuma empieza a reírse, juega con sus manos.

—Es normal que todo el mundo la adorase. Veremos si


tu nueva esposa les agrada tanto.
Quillian frunce el ceño, saca las manos del pantalón y
se separa de la viga en dirección a Yuma cuando los
altavoces anuncian que el tren todavía tardará un par de
horas más y que se avecina una tormenta.

—¿La esperaremos?

El cielo nublado ha ensombrecido el ambiente, su padre


mira el reloj, niega y enfila hacia el auto.
Llueve, las gotas se deslizan por los ventanales del
edificio Blackwood y las nubes han oscurecido el cielo. Ellian
prende todas las luces de la oficina de Quillian luego de
servirles a Vellner y a Yuma una taza de café. El consejero
está recargado detrás de la puerta, mira el café con el ceño
fruncido y le da un trago, aunque sigue caliente. Yuma deja
el suyo en el escritorio, juega con la cucharita mientras su
padre les da la espalda, con su atención puesta en el
exterior. Escuchan el pasar del segundero con una
impaciencia que se siente en el aire.

—Para ti —dice Yuma al entregarle el anillo a Ellian. Ella


lo recibe con su sonrisa maternal y se lo pone en el dedo.
No ha desaparecido la tensión de su semblante, que la
acompaña desde la mañana.

—Aún sigo molesta por no haber sido invitada a tu


boda, no creas —dice Ellian admirando el regalo—. Incluso
te preparé un vestido de novio ¡Y no me diste el gusto de
vértelo puesto!
Yuma sonríe con una esquina de la boca. Algo le causa
escalofríos en la nuca; es su vínculo, que ha dado un leve
tirón en dirección a la espalda de su padre.

—Si me vuelvo a casar, te prometo usarlo.

Ella arruga el ceño. Yuma siente los ojos amarillos de


Quillian mirarlo a través del vidrio.
—No te burles de mí, Yuma —reprende con cariño—. O
le diré a Vellner que haga de acompañante cuando regreses
con los Balam.

Vellner se atraganta con el café y Yuma hace una


mueca de asco.
—¿A quién pretendes castigar con eso, Ellian? ¿A Yuma
o a mí? —recrimina mientras le entrega la taza de café
vacía. Ella pone los ojos en blanco.

—Solo por verlo sufrir unas horas, soy capaz de pedirle


que me haga de escolta, Beta Ningan.

Vellner se cruza de brazos y hace una mueca de sonrisa


fingida que incluso acompaña de un tic. Yuma se queda
tentado a mostrarle la lengua, como cuando era un
cachorro, pero prefiere imitar su horrible cara.
Quillian carraspea, divertido. Lástima que su padre
sueña si cree que algún día se llevará bien con ese
cambiante.

Ellian recoge la taza de Yuma, parece que dirá algo


cuando el teléfono interrumpe y sale veloz hacia la
recepción.

—¿Estarás bien si te dejo solo? —pregunta Quillian


mirando a Vellner desde el reflejo.
—No será la primera vez. Y honestamente prefiero
estar aquí con todo este circo mediático que lidiando con un
matrimonio.
Yuma cruza una pierna sobre la otra y apoya el codo en
la rodilla. Hay una pregunta en la punta de su lengua desde
que se enteró de la boda y ahora ya no soporta guardársela.

—¿Qué harás si busca más que un enlace político?


—¿Por qué querría ella algo así? —pregunta Quillian con
el ceño fruncido.

Vellner mueve la mano como si espantara moscas.

—No lo intente, joven Yuma. Su padre nunca capta


estos asuntos.

Yuma toma uno de los papeles del escritorio, lo hace


bolita y lo despliega una y otra vez. La especie de
cambiante de luna que es Quillian no puede vincularse a
una omega más de una vez en su vida.

La marca de mordida, el símbolo del matrimonio en los


clanes lunares y la forma en que los alfas y los omegas
sellaban su vínculo de pareja, para lobos negros como su
padre, solo eran posibles de hacer una vez. Con una pareja
cuya compatibilidad fuera muy alta.

Era sabido por todos que su especie se había extinto


tanto por la guerra como por lo complicado que les
resultaba encontrar a ese compañero de vida con el que
pudieran vincularse y tener descendencia. Se consideraba
un milagro. Nicté había sido esa omega para su padre, así
que la loba recién llegada siempre estaría con un hombre
incapaz de darle un vínculo completo.
Y si era una omega de luna nueva, como Yuma, esa
necesidad no satisfecha la devoraría lentamente, un poco
más cada día.

La puerta se abre y por la abertura se desliza como la


seda una figura de piel oscura, perlada.
Vellner arruga la nariz. Yuma también la huele. Quillian
aprieta los dientes.

Ashdia Wolfgang sostiene un cigarrillo entre sus dedos,


apoyada en el cuadro de la puerta soltando sus feromonas
omega. Pegajosas y dulzonas.

El olor revuelve el estómago del mestizo. Intercambia


miradas con su padre y le es evidente que Quillian tampoco
esperaba esta situación: el Senado ha enviado a su tía, la
hermana de Nicté.
—Oh vaya, con público. Bien jugado, Blackwood.

El beta inclina la cabeza en su dirección y sale de la


oficina.

—Bienvenida, señora —dice al despedirse.


Enfundada en un vestido blanco y un saco negro, sus
ojos rojos resaltan con descarada sensualidad. La glándula
de olor de Yuma se estruja, odia la impotencia de que su
parte animal quiera impregnar el lugar con su propio aroma.

—Toma asiento, tía —dice Yuma sin levantarse,


señalando la silla a su lado.
Yuma no detecta el vínculo entre ambos. Aunque es
hermana de su madre, los lobos solo sienten el lazo con sus
seres consanguíneos ascendentes directos y de primera
línea.

—¿Yuma? El cachorro de Nicté ya ha crecido. —Ella


coloca las manos en su cintura, enredándose en el largo
cabello que cae como hilos de seda. Es guapa, una fruta
madura de mirada afilada y movimientos suaves; las curvas
y la carne en los lugares deseables—. Me enteré de tu boda,
fue una sorpresa no haber recibido una invitación.

El vínculo con su padre se tambalea. Yuma se


arrepiente de no haber tomado los medicamentos antes de
salir. Sus pastillas tienen un efecto de ocho horas, entre más
pasa el tiempo, menos efecto hacen.

—Fue una ceremonia muy íntima —contesta con su


sonrisa más amable—. Solo familiares cercanos.

Ashdia se sienta en la silla contigua a Yuma y este se


levanta como un resorte, se acerca al borde del escritorio y
se apoya en él, con una actitud desafiante.
—Ya veo. Me enteré de que tampoco asististe a la boda,
Quillian.

La forma en la que dice el nombre de su padre no le


gusta. «No seas atrevida», piensa.

—Para no tener comunicación con nosotros, querida tía,


estás bastante informada.
La mujer no lo mira, se concentra en el porte del Alfa,
en sus ojos hay una insana posesividad que él conoce bien.
El estómago de Yuma tironea. Esta mujer alberga mucho
más que intereses políticos.

Luego de la muerte de su madre y la llegada de Ellian


como su cuidadora, Yuma no recibió visitas de parte de sus
abuelos o su tía. Llegó a verlos en ceremonias de los clanes
lunares y, aunque se mostraron amables y afectuosos en la
línea de la cordialidad, jamás los sintió involucrados con él.
Como si fuera solo el hijo de Nicté en papel.
Así que no disponía de bastante información para
juzgar a Ashdia. En sus recuerdos era una mujer reservada
que le dedicaba un abrazo al año si llegaban a verse.

—Nuestras manadas siempre han mantenido una


buena relación, aun cuando mi hermana siempre se quejó
de tu hermetismo. Me explicó que no eras un marido
cariñoso.

—Ashdia Wolfgang, esto, debo confesar, no lo


esperaba. —La voz de Quillian suena seca, tajante—. Si
Nicté compartía contigo esa información, con más razón, no
perdamos el tiempo. Ambos sabemos de qué se trata este
matrimonio.
—¡Querida Mabel! Serás un lobo duro de roer —dice
con voz divertida, al tiempo que cruza una pierna sobre la
otra y entonces dirige su atención a Yuma—. Si vamos a
poner las cartas sobre la mesa ¿No deberían los cachorros
salir del cuarto?
«Hija de puta…» Yuma se muerde el labio, todo su
cuerpo se ha tensado hasta el dolor físico. Su respiración se
agita, nunca le había ocurrido algo como esto. Quiere
alejarla, atacarla. Aprieta las manos en su regazo y hace un
esfuerzo por controlarse.

—Mi hijo es el Omega, el Mabellkú de la manada


Moonlight —responde Quillian girando el cuerpo y ocupado
la silla de cuero que, en ese instante, a Yuma le parece que
tiene la imponencia de un trono. Su cuerpo dice que no
aceptará una sola réplica sobre su presencia.
Yuma ya no es el omega de la manada, y a su mente
viene el cuadro del museo. Se estremece de gusto, incluso
si su padre solo miente por no herirlo. Se gira hacia ella.

—Espero que mi interés no te incomode, tía.

Ella niega con su seductora sonrisa.

Una extraña necesidad se apodera de Yuma, una


necesidad que lo incita a provocar a la mujer sentándose
sobre el regazo del Alfa. Su manada, su Alfa.

La forma en que Ashdia mira a su padre resulta


transparente para cualquier omega: lo quiere. ¿Cómo no
hacerlo? El Alfa más importante de sus sociedades le está
siendo servido en bandeja de plata por el Senado.

Solo un ciego no tomaría el poder que el lobo negro


representa.
El poder y el maldito atractivo que destila, una
combinación irresistible para un omega. Quiere a su padre.
Para ella.

—Yuma —murmura Quillian con voz densa.


Yuma pega un brinco fuera del escritorio, al parecer su
padre ha sentido algo en el vínculo. La vergüenza corre por
toda la columna del lobo mestizo. Regresa al asiento al lado
de Ashdia, cruza la pierna, apoya el codo en la mesa y la
mira con el rostro ladeado en interés.

—Bien, hablemos de negocios —indica Yuma.

—De tal padre… —dice Ashdia dando otra calada al


cigarro. Exhala el humo en dirección a Yuma y, aunque a
este le arden los ojos, se niega incluso a parpadear. Ashdia
apaga el cigarrillo en un bonito cenicero portátil que lleva
en el bolso—. ¿Sabías, querido Quillian, que era yo la omega
con la que mi manada iba a casarte? Al final el Senado
envió a Nicté y ahora, tantos años después, estamos aquí
de nuevo. ¿No crees que esto puede tener un significado
más profundo?

—No —corta Quillian tomando unos papeles y


extendiéndolos—. Nuestro Senado se caracteriza por
intentar resolver todo problema con muestras de alianzas y
poder.

—La manada Moonlight es la que tiene problemas de


imagen pública, no la nuestra —refuta ella al tomar las
hojas.
—Eventualmente el lodo los alcanzará, tía. No se trata
solo de un problema de imagen. Para los humanos todos los
cambiantes somos lo mismo, da igual si fueron lobos negros
o blancos.

Ella saca el aire con un resoplido cansino.


—El Senado pretende que este enlace sirva para que
ambas manadas hagan frente a un enemigo común. Hay
más senadores del clan de luna que de sol y no quieren
perder poder frente a los felinos —contesta ella mientras
pasa las hojas, que lee por encima antes de dejarlas sobre
el escritorio. Inclina su cuerpo y vuelve a soltar sus
feromonas. Fruta deliciosa y tentadora—. Lo que no significa
que yo acepte solo porque el Senado lo pide, Quillian. A mí
no me interesa esta lucha de poderes. Soy una omega de
cuarenta y dos años sin marcar. Tengo mis prioridades
claras.

Yuma nota el vínculo sacudirse y no sabe si es su


propia incomodidad o la de su padre.

—Por respeto a la memoria de mi madre, su hermana,


deberíamos dejar este enlace como lo que es —replica
Yuma.
Ashdia clava sus ojos rojos en los de Quillian, el Alfa
sostiene la mirada con una fría imposición de poder.

—Nicté era mi amada hermana, nos lo contábamos


todo. ¿Entiendes eso, Quillian? Sé cómo era su relación…
Quillian se reclina en el respaldo y enlaza las manos
sobre su pecho.

—Entonces sabes la clase de hombre que soy.

Ashdia se pone de pie, rodea el escritorio y su índice


delinea la madera hasta que encara a Quillian en su silla. Se
toma su tiempo para acomodar el cabello blanco por detrás
de su oreja y luego se apoya con ambas manos en los
descansabrazos. La distancia entre su rostro y el de Quillian
se reduce hasta que Yuma ve como sus alientos se mezclan.

Yuma emite un gruñido, no tan bajo como desea.

—Lo sé, lo estoy considerando un reto. Y Blackwood, yo


siempre gano. —Quillian ni siquiera cambia su expresión,
ella se separa y sonríe a Yuma, avanza de vuelta a la puerta
y palmea su hombro un par de veces—. Espero que no te
incomode mi interés, cachorro.
Yuma bate sus pestañas con fingida cordialidad.

—Claro que no, tía. Me encanta que todo quede entre


familia.
Volver con la cola entre las patas
Ashdia es una omega de ideas claras, no quiere perder
el tiempo. Se lo dice a Quillian la misma noche de su llegada
y le pide marchar hacia la manada Moonlight. Tanto a ella,
como al Senado, les interesa que la boda se efectúe a la
mayor brevedad posible.

Quillian accede, le dice a Yuma que entre más rápido


terminen con esto, mejor. Yuma se da cuenta de que la
impaciencia la heredó de su padre.

Vellner es el que se queda a lidiar con la imagen


pública de los cambiantes de luna en territorios humanos y
a presionar por una investigación más a fondo en la causa
del ataque.

Yuma cree que el enlace es la forma en que el Senado


intenta minimizar los daños en la política interior, si es que
el peor de los escenarios se presenta. Quieran o no, Quillian
es una figura representativa del poder del clan lunar de cara
al resto de manadas y tribus. Si Quillian cae, la facción lunar
dentro del Senado perderá poder.

Es así que comienza un nuevo viaje: cuando marchó de


su casa con Zamil, no esperó que en vez de volver con los
Balam, la siguiente vez que se internaría en territorio
cambiante, sería hacia su viejo hogar acompañado de la
prometida de Quillian.

El auto de los Moonlight es espacioso, lo que Yuma


agradece porque su padre ha terminado en medio de los
dos omegas. Con él a la derecha y Ashdia a la izquierda.

Ella, a diferencia de su madre, es una mujer con un


carácter seductor y palabras como puñales. Yuma no se deja
intimidar; la mujer podrá ser mayor y experimentada, pero
ambos pueden jugar ese juego.

Yuma creció como el hijo del líder, que no crea que es


la primera persona que lo menosprecia de esa forma.

—Me sorprende que no tomaras otra omega para tu


manada o para ti —dice ella recargándose en Quillian.

Yuma aprieta los puños para evitar alejarla, no puede


perder el autocontrol que tantos años le ha costado mejorar.

—No lo necesitó —contesta Yuma—. Yo desempeñé el


papel de Mabellkú después de la muerte de mi madre.

Ashdia asiente y se estira para palmear su pierna con


un toque maternal que él no se cree ni en broma. Lo siente
condescendiente, como si supiera que fue un desastre, que
no pudo con las expectativas, con la sombra de Nicté sobre
su cabeza.

—Recuerdo que en aquél tiempo el Senado propuso


que yo me mudara para reemplazar a Nicté ¿No fue duro
para ti, Yuma? —Él niega, pero ella ni siquiera le presta
atención—. Oí por ahí que Quillian se opuso. ¿No sabes lo
hiriente que es rechazar así a una dama?

Quillian cierra los ojos, Yuma no sabe si es mejor que el


alfa se quede callado o que conteste. Su padre tiene formas
poco sutiles de mandar a la gente a la mierda.

—Creo que es normal que esa solicitud fuera incómoda


¿No te parece, tía? —pregunta Yuma bajando los vidrios del
auto—. A los Moonlight no les hubiera gustado que el
reemplazo de su omega líder llegara tan pronto.

—Eres un lobo muy sensible, querido sobrino. ¿Es


porque eres un omega de luna nueva?

Yuma se gira a verla y asiente con sonrisa fingida. La


desgraciada hace como si ella no fuera igual. Desde que la
olió lo supo. Son del mismo tipo territorial y agresivo.

Si ambos estuvieran peleando por el mismo alfa las


muestras de dominación escalarían rápido. Los luna nueva
no se andan con rodeos, lo que consideran suyo, es suyo
por encima de todo.

—Detengan esta exhibición de feromonas.

La voz oscura de Quillian corta el ambiente. Yuma


refunfuña y se limita a mirar el camino. Cada vez más lejos
de la ciudad, más cerca de la naturaleza.

«Solo estoy poniendo límites por la memoria de mi


madre» se repite cuando los impulsos de marcar territorio lo
absorben. También ha de confesar que es la primera vez
que los siente tan en carne viva. Sin embargo, no va a dejar
que otra más de sus reacciones físicas conduzca su vida.

Los montes verdes se ven en la distancia cubiertos de


la espesa niebla característica del otoño. El camino de tierra
se extiende metros y metros, más allá de los ojos.

Aprieta el vial de pastillas que lleva en el bolsillo. Tomó


la dosis antes de iniciar el viaje y al inicio funcionó.

Han pasado seis horas desde que salieron de la


empresa, recién Yuma vuelve a sentirse vivo con el aire
limpio entrando por la ventana, el olor a tierra y el frío de la
altura. Algo sube por su garganta. Son las malditas ganas
de llorar.

Cuando dejó la manada lo hizo en las peores


condiciones. ¿Cómo lo mirarán cuando llegue? ¿Lo odiarán?
¿Alguno sabrá la verdadera razón por la que se marchó? Lo
van a juzgar, lo señalarán, hablarán a sus espaldas y él ni
siquiera podrá defenderse porque, no tan en el fondo,
reconoce que lo que se diga de él será verdad.

La pura idea le provoca escalofríos.

¿Si viniera del brazo de Zamil estaría más tranquilo,


más seguro?

«¿Más seguro de qué? “¡Hey, mírenlo! Este es mi


esposo. Prueba fehaciente de que lo otro fue una etapa. No
necesito que me acepten, tengo a dónde volver”»

Había intentado no pensar en ello. Si había aceptado,


aunque de mala gana, dejar la casa Balam era porque su
confort residía en que no tendría que pisar territorio
Moonlight.
Pero bastaron dos palabras de su padre para que
ignorara sus miedos de manera inmediata.

Todos saben que está casado. No habrá dudas, no


habrá más miradas filosas que parezcan acceder a lo sucio
de su interior, que se metan debajo de su fachada de hijo
problemático y saquen a relucir al hijo trastornado.

Es consciente de que son sus miedos. Nadie podría


saberlo, nadie más que él mismo, que aún se ve apretando
la herida y trastabillando hasta el puente, dejando un
camino de sangre. Tan roto, tan abandonado ¿Y quién
estaba esperando al otro lado?

El marido que ahora no contesta sus llamadas.

Su mano, apoyada en el asiento, siente unos dedos


rozar suavemente los suyos. Delinean su índice en una
caricia que lo azota como un tifón. Quillian hace círculos en
el dorso de su mano y Yuma inclina la cabeza hacia atrás
para retener las lágrimas. La mano de su padre se enlaza
con la suya en un apretón, la caricia lo hace sentir protegido
como en su infancia. «Mierda, como si no hubieran pasado
los años».

Solo que lo han hecho.

El auto comienza a tambalearse al subir cada vez más


los espesos montes, las curvas se pronuncian y Yuma
respira mejor que en todos esos años fuera de casa.

Se sacude sin soltar la mano ajena. No quiere que sus


pensamientos inunden el vínculo y que Quillian lo perciba.
—¿Cómo puedes manejar la manada más grande de
lobos negros del estado sin siquiera estar presente,
Blackwood?

Quillian suspira, mira por la ventana de Ashdia.

—Me hice con el cargo muy joven, me acostumbré a ser


el Alfa y tuve gente competente a mi alrededor. No hay
ningún misterio.

Ashdia sonríe, como si la respuesta fuera suficiente


para ella. Se pega más al brazo de Quillian, en una muestra
de territorialidad que enerva a padre e hijo.

—¿Qué hizo que aceptaras convertirte en la Omega de


una manada tan… trabajosa, Ashdia? —pica Yuma.

Su tía entorna sus perspicaces ojos rojos. Yuma conoce


esa forma de mirar porque él mismo la ha usado en
distintas ocasiones para conseguir lo que quiere. No se da
cuenta de su efectividad hasta que el corazón le late más
aprisa y suelta la mano de su padre. La mujer lo está
midiendo ¿Pero en qué papel lo está colocando?

—¿Qué te hizo a ti dejar tu manada, pequeño Yuma?

El coche se detiene en un movimiento brusco, el


conductor baja la cortina de vidrio que da privacidad a la
parte trasera y los tres pares de ojos lo miran por el espejo
retrovisor.

—Señor, hemos llegado.


Ashdia enarca una ceja antes de asomarse por la
ventana claramente consternada. Yuma sale disparado del
auto, estira las extremidades y admira la montaña, tan alta
y verde. La época de lluvias hace del camino un sendero
lodoso, pero el ambiente húmedo es su favorito. ¡Cómo lo
ha extrañado! Es diferente a la humedad de la selva, menos
caliente, más como una nube fría que te abraza.

—Pensé que con los años harías el camino más


accesible hacia tu manada —se queja Ashdia.
Las manadas más prosperas están rodeadas de
fronteras naturales que impiden el acceso a los invasores.
La Moonlight se asentó, cinco generaciones atrás, al amparo
del río Orü. Detrás de las montañas, desde donde nacía el
río, los antepasados de Yuma siguieron el cauce y
descubrieron que el afluente se dividía en dos. Se asentaron
en el terreno boscoso del centro. Las entradas son solo tres.
La primera es por el largo puente colgante que sobrevuela
el curso alto de Orü, la segunda desde el bosque, cruzando
por unas piedras salientes llamadas las Siete Lunas. Y la
tercera por el bosque que, cubierto por la neblina de las
sacerdotisas, se convierte en un laberinto imposible de
atravesar.

Quillian se retira el saco y lo deja caer sobre el asiento


trasero, echa la espalda hacia atrás en un movimiento que
Yuma encuentra imposible de ignorar. Sigue el movimiento
de omoplatos y hombros, en esa espalda que hace solo
unos días vio desnuda.
—Un helicóptero vendrá por nosotros —indica.

Yuma tuerce el gesto, ladea el rostro hacia su padre.

—Me gustaría correr hacia casa ¿Qué dices?

El alfa se pasa la mano por la barba, lo mira por


primera vez a los ojos en todo el viaje y Yuma sabe que ha
ganado.

—Yuma y yo nos adelantaremos.


Ashdia se suelta el largo pelo plateado que es
alborotado por el viento.

—Me parece una oportunidad para conocer los bosques


que atenderé en un futuro próximo, voy con ustedes. —Se
sacude, el fino chal que lleva se desliza por su espalda
hasta sus caderas, luego al suelo—. ¿No vas a cambiar,
Blackwood?

Su padre se termina de quitar la camisa y la arroja


dentro del auto. Ashdia mira entusiasmada el torso y los
pezones erectos por el frío de la montaña. Las feromonas
naturales de Quillian bailan en el ambiente.
—Las damas primero —sugiere amable Yuma—.
Síguenos el paso o te perderás, tía. Recuerda la neblina de
nuestras protectoras: mientras no te consideren parte de
nosotros, no te dejarán pasar.

Ella le sonríe seductora, desbotona con parsimonia su


camisa y la silueta de dos montes carnosos, oscuros
aparece poco a poco bajo el escote. Montañas suaves y
firmes a pesar de la edad.

Quillian se recarga en el auto, examinando el estado


del camino, probablemente queriendo llegar a casa.

Luego la forma de lobo de su tía aparece, el pelaje


platinado brota entre la tela de la ropa interior que se rasga
para dar paso a una loba preciosa de ojos rojos, cuello largo
y estilizado. La loba pasa por delante de ellos, la cola de
Ashdia pica en la nariz a Yuma. Su padre se gira a mirarlo a
él.

—Con la lluvia estará resbaladizo. Será mejor dejar las


carreras para otra ocasión.

—Entiendo.

Yuma esconde sus garras, los instintos lo retan a una


confrontación.

«No eres solo un animal, carajo», en todos sus años con


los Balam, su lobo interior ha estado controlado, sin
embargo ahora parece una bestia mirando con ojos
destellantes desde la oscura profundidad de una caverna.

Se retira la camisa negra, la dobla a la mitad y la


coloca sobre la de Quillian, luego se inclina sobre el asiento,
desabrocha el cinturón, la hebilla tintinea cuando los
pantalones caen al suelo. Por eso no le gusta la ropa de
ciudad, demasiadas capas para cambiantes, solo aceptó
porque Ellian la preparó para él y, por la misma razón, la
trata con cuidado. Despacio, Yuma se inclina más para
sacarse los zapatos negros y deslizar el pantalón a lo largo
de toda su pierna hasta sacárselo por completo.

Al girar nota la tensión de todo el cuerpo de su padre,


sus manos vueltas puños y su mandíbula apretada. Al
cruzar miradas, Quillian aparta la suya. Yuma sufre un
repentino espasmo en el pecho, la sangre le pinta el rostro y
no desea indagar en esas emociones. Se sacude y cambia a
lobo, sus músculos se expanden y los huesos crujen, se ve a
sí mismo del color de la niebla.
«Un gris sucio en comparación del plateado de Ashdia».

Quillian se acerca a él y le pasa la mano por la cabeza.


Yuma se encoge.

—Tenía mucho tiempo sin verte así.

Luego el sonido de desgarre eriza su pelaje y la forma


de lobo de Quillian se impone en el terreno. Es dos veces
más grande que Yuma y Ashdia. Negro intenso, como el
carbón.

Ashdia se acerca olisqueando, fascinada. Yuma la deja


babear por el último lobo negro gigante. Le encanta que lo
admiren, siempre amó jactarse del efecto que Quillian
provocaba en el resto de cambiantes. Y luego agregar con
sorna que ese eslabón de la genética que les dio el pase
ganador en la guerra, es su padre.

Pero ahora no puede entretenerse en eso. Se concentra


en controlar el cauce de sus pensamientos. En su forma
lobo, los cambiantes entablan conversaciones a través del
olor, los sonidos guturales de sus gargantas y el lenguaje
corporal.

Quillian se adelanta, las potentes zancadas de sus


patas traseras cortan el aire; Ashdia lo sigue con la misma
fuerza y gracia.

Una mancha negra y una blanca se pierden en el


interior del bosque y por un momento Yuma recuerda a sus
padres antes de la muerte de Nicté. ¿En esa situación no
sería lo correcto dejarlos solos? En unas semanas estarán
casados y… y él habrá vuelto a su hogar con Zamil. Ahí es
donde debe estar, necesita recordarse su lugar.

El aullido de su padre lo llama y su lobo lo deja ignorar


la convocatoria, lo impulsa hacia delante.

El olor a cedro, a musgo y a casa lo abrazan como la


caricia de una madre, reconoce el aroma de la manada, de
su bosque y, claro, el de su padre. Sus pisadas levantan el
lodo que salpica su rostro acompañado de ese sonido de
chapoteo. Sus jadeos resuenan en sus orejas, las ramas se
parten bajo sus patas y el éxtasis incendia su sangre.
Alcanza a los mayores en un parpadeo, se coloca al
lado de su padre. El lobo lo mira con un destello amarillo
carnívoro. A pesar de lo que habían dicho, acelera y su
padre le sigue el juego.

Quillian es más grande y sus zancadas más largas, pero


él es más ágil y usa su destreza, es capaz de pasar debajo
de las fuertes ramas que Quillian necesita destrozar con su
cuerpo.

El aliento de ambos deja una estela de vapor en sus


hocicos, las gotas del rocío golpean sus rostros y pelajes.
Aúlla por instinto, el bosque es una gruta hecha de follajes
púrpuras y frutos rojizos. Derrapa cuando su padre lo rebasa
y lo mira por encima del hombro, retándolo. Yuma acepta.

Por un momento olvida a Ashdia y a los Balam, olvida a


su esposo. Olvida su lugar.

Cuando era un cachorro corrían por esos mismos


caminos hasta que la montaña se les acababa, entonces se
echaban en el pasto y Yuma presumía de haber ganado,
incluso cuando sabía que Quillian perdía a propósito.

Son estos momentos de añoranza los que guían sus


patas y es el sonido bravo de Orü el que los interrumpe de
forma abrupta. Ha dejado a Quillian atrás, tal vez repitiendo
sus viejas rutinas de ganar y perder. Eso carece de
importancia cuando el fuerte cauce de una de las fronteras
naturales de la manada le recuerda el día en que todo se
torció.
Yuma derrapa entre las piedras del río, se detiene con
la respiración profunda pero errática. El recuerdo lo sacude,
quiere deshacerse de él, pero no se va.

Si aquella noche Yuma no hubiera sido el chico


testarudo que fue, su vida sería diferente. Se habría casado
por amor, habría encontrado su propia función dentro de su
manada y hoy no tendría que sentirse caminar en el filo de
un abismo.

Un movimiento en falso y toda esa aparente vida


estable, esa reciente tregua con Quillian, se partiría como el
hueso se troza al caer de la altura.
La cueva
La música de los tambores y los panderos acompañaba
las voces de las omegas consagradas a Lucine y Mabel. Eran
cánticos agudos que marcaban el ritmo de la transición
entre la niñez y la edad adulta. Yuma estaba en el centro del
círculo de mujeres, era el último. La ceremonia llegaba a su
final a medida que se incrementaba la intensidad de la
lluvia.

La vieja Yava ungió la cabeza de Yuma con una mezcla


de aceite natural con aromas de musgo y tierra, con un
suave toque de vainilla.

Yuma había ansiado tanto convertirse en un alfa y


cumplir las expectativas que existían sobre él que, cuando
las omegas sabias lo olieron y decretaron que sería un
omega, la fuerza del impacto le impidió reaccionar.

Pasó los primeros días furioso. Luego eso dio paso a


una tristeza tal que solo Ellian pudo ayudarlo a encontrar las
virtudes de ser omega al hablarle de su madre: «Será
maravilloso, Yuma. Podrás ayudar a tu padre también y
verás lo valioso que es ser un omega en esta manada» le
dijo. Así la resignación dio paso a la aceptación y, ahora que
tomaba su lugar en la tribu, al anhelo.

—Testigos somos, con la luz de las estrellas y la luna,


de tu crecimiento. Yuma Blackwood, a partir de ahora tus
aullidos serán para la manada, tus garras trabajarán para tu
gente, tu sangre correrá por y para los tuyos. Tu
descendencia poblará nuestras tierras.

El corazón de Yuma latía al compás de los cantos. El


joven mantenía los ojos cerrados mientras las gotas de
lluvia rebotaban en sus pestañas, frías y solemnes como
dictaba la tradición a la par que Yava colocaba con sus
dedos suaves y arrugados el collar que pasaría a formar
parte de su piel. Todos los cambiantes cazaban a su primera
presa y con su piel elaboraban el collar que, de resultar
omegas, llevarían hasta desposarse.
Era una petición a las diosas sobre su vida futura, sobre
el tipo de amor que deseaban. Yuma eligió el rojo, que tintó
con unos insectos que solo aparecían en los meses más
cálidos del año, sobre el musgo de las tierras altas.

«Amor pasional, entrega. Alguien a quien sentir en lo


profundo de mi alma y que, a su vez, me tenga a mí tan
dentro que no pueda arrancarme de su piel» dijo para sí en
el momento en que Yava ungió el collar también. Una
petición que cada omega guardaba para sí. Un secreto en
su corazón.

Yava se inclinó sobre su hombro, olió por encima su


glándula y achicó sus ojos seniles que brillaron con un
reconocimiento difícil de interpretar. La anciana era
conocida por su capacidad para vislumbrar el futuro. Sus
manos mágicas también guiaban la neblina que los
protegía.
—Lucine, nuestra estrella, te guiará. El olor de la
intuición está impregnado en tu piel, escúchalo. Escúchalo
por encima de tu propia voz, que aún es joven e insegura.

Los cantos subieron de volumen, los presentes


entonaron con ellas para cerrar la ceremonia. Yuma abrió los
ojos y un peso se hundió en su estómago al percibir la
decepción general a través de sus sentidos de omega.

«No soy lo que esperaban que fuera» pensó tocando


por primera vez el collar sobre su cuello con la punta de sus
dedos. La amargura que amenazó con salir de su boca e
invadir su torrente desapareció cuando vio a su padre y
sintió, por el tirón del vínculo, que estaba feliz.

Sus ojos brillaban de cariño. «Mientras él esté


orgulloso, es todo lo que necesito» se dijo. No importaban
los demás. Aún con eso, Yuma solicitó participar también en
el rito que, por años, se había reservado a alfas y betas: Los
saltos de las Siete Lunas.

Como los jóvenes alfas no recibían un collar, cruzaban


a Orün como rito de paso, saliendo así por primera vez de
las fronteras de la comuna. Yuma pidió realizar esa parte de
la ceremonia también y, como era el hijo del líder, nadie se
atrevió a decir que no.

Los padres de los omegas se marcharon a casa junto


con sus hijos una vez terminada la unción de collares. Yava
y las sacerdotisas dedicadas a las diosas se quedaron a
tocar los tambores. Sin más voces, solo el golpeteo rítmico
de los timbales.
La lluvia arreciaba. Ace, el penúltimo en la fila
regresaba ya cuando el río ya empezó a rebasar los niveles
seguros. Brincó desde la última roca y regresó a su forma
humana; se acercó a Yuma y olisqueó detrás de su oreja,
con sonrisa retadora. Sus compañeros gritaban que era el
momento y Yuma se transformó en lobo, movió los hombros
y pasó las patas por el suelo, que ya se había transformado
en lodo.

—¿Vas o le sacas? —preguntó Karan.

La tormenta cobró fuerza y, un relámpago serpenteó en


el horizonte. El fuerte sonido de la corriente de Orün
llevándose ramas y piedras, arrasando con todo a su paso,
aceleraron el pulso de Yuma.

—¡Eres el único que falta! —gritó alguien, a un volumen


apenas suficiente para que Yuma lo oyera desde su
posición, ya en el borde.

Cada luna saliente era una roca que implicaba un


fuerte salto, el lobo iniciado demostraba valor y fuerza, por
algo era una prueba para pertenecer a los adultos de la
comuna.

—¡La corriente es muy fuerte, Yuma! ¿No podemos


dejarlo para otro día? —replicó Ace hacia los adultos, Yuma
lo oyó vagamente.

Yava dijo algo, pero él no prestó atención.

—Nosotros lo logramos, ¿Por qué él no lo haría?


—¿Es porque eres el hijo del Alfa, Yuma? —secundó
Karan—. ¿O es que acaso por saber que eres un omega le
tienes miedo a esto?

Yuma les mostró los colmillos y dio un par de pasos


hacia atrás para ganar impulso. La imagen de la boca de
una cueva y una silueta oscura parpadeó entre sus ojos,
como la luz de un trueno. En aquellos años era incapaz de
reconocer sus visiones, las consideraba imaginaciones sin
sentido y, aunque el cuerpo le indicaba que la corriente de
Orün en ese momento solo vaticinaba desastre, saltó.
Al inicio la osadía juvenil fue recompensada y el grupo
de lobeznos aulló con regocijo cuando Yuma llegó a la mitad
del camino. Él no sentía el corazón, cada luna estaba más
distante de la otra, la corriente envolvía sus sentidos.

Otro salto. Su pata delantera resbaló y se sumergió


durante milésimas de segundo en las aguas heladas, pero
Yuma se recompuso y dio otro brinco entre los aullidos que
hacían de ovaciones. Cuando aterrizó al otro lado se sacudió
presumiendo su logro. Al girarse para recibir las miradas de
admiración descubrió que la corriente era mucho más
intensa, el viento empeoraba y el caudal llevaba consigo
piedras y pedazos de madera cada vez más gruesos. Sus
amigos se habían convertido en puntos difusos más allá del
caos.

Fue entonces cuando el miedo, al que había frenado


encapsulándolo con toda la fuerza de su voluntad, reventó y
le hizo sentir fuera de su cuerpo.
El viento le corrió por la nuca. Más allá de los terrenos
de la manada el bosque era inmenso y oscuro, como fauces
listas para hincar el diente en la yugular. La niebla de las
chamanas hacía lucir incierto y peligroso todo lo que estaba
fuera de las fronteras, más lejos de Orün. Sus piernas
flaquearon. La razón le decía que lo ideal era esperar a que
la corriente disminuyera, el instinto le insistía en alejarse de
aquél paraje húmedo y silvestre que no hacía más que
ennegrecerse con el paso de los minutos.

El sol ya había desaparecido.

Saltó de regreso. Primera luna lograda, bien.

Segunda, apenas por las garras. El viento era


impetuoso y Yuma aún no había dsarrollado toda su
musculatura de lobo, pero en ese instante sentía una
mezcla de valentía estúpida y sensación de logro, de estar
venciendo a aquél torrente natural.

Tercera luna, trastabilló. El corazón le bombeaba en las


orejas.

En el siguiente salto, perdió el suelo, se fue de bruces y


su hocico golpeó contra el borde de la piedra. Sus patas
delanteras se sujetaron por las puntas de las garras y las
traseras cayeron al agua. La adrenalina borboteó por sus
venas empapadas de miedo. Hubo gritos, Yuma no era
capaz de dilucidar si pertenecían al grupo de lobeznos o si
salían de su garganta.
La fuerza de sus patas no era suficiente para subir. Se
sentía a punto de ser arrastrado. Lo intentó con todo lo que
tenía, pero sus garras resbalaban y abrumado, Yuma no
podía pensar en nada, solo en la angustia atascada en su
garganta mirando allá donde el río dejaba de verse, allá
donde todo se volvería silencio. Iba a morir y dejaría a
Quillian como Nicté lo había hecho con ellos dos.

Fue en ese pensamiento cuando lo olió, debió haberlo


notado antes pero el miedo le había bloqueado los sentidos.
Los dientes de su padre se encajaron en la piel de su nuca,
afilados en una poderosa quijada. Era la primera vez que
Quillian lo mordía de esa forma.

Levantándolo como si no pesara nada, Quillian cruzó de


regreso a la orilla, hacia la espesura del bosque, con él
entre los dientes. Yuma se mecía con el vaivén de sus
zancadas.

El lugar de la mordida punzaba de una forma extraña.


No dolía, pero el área se calentaba y el calor se expandía
por toda su columna, reemplazando el miedo que hacía un
instante reinaba sobre su cuerpo.

Las gotas gordas y tupidas dificultaban ver incluso el


camino por el que transitaban. Yuma cerró los ojos
escuchando el golpeteo lodoso de las patas de su padre.

A los pocos minutos, entraron a una cueva. Quillian lo


bajó. El aroma a musgo eclosionaba en la nariz de Yuma
acompañado de algo intenso, amaderado y fresco. Era el
olor de su padre, siempre tan familiar, tan presente y en ese
instante con una fuerza desconocida, como si el mundo se
hubiera reducido a él.

Como si su sentido del olfato hubiera encontrado por


fin el botón de encendido, el olor se convirtió en una caricia
que erizaba su pelaje. Echado, con los ojos mirando el suelo,
el lobezno sintió cómo su cuerpo empezaba a arder.
Tenía los ojos ámbar del lobo gigante en su nuca y
emanaban frustración y molestia. Una punzada avinagrada
que tiraba del vínculo y de su olfato.

Su padre regresó a su forma humana. Con la vista


gacha, Yuma solo era capaz de ver desde su espinilla hasta
sus pies desnudos. Pasar saliva de pronto se volvió doloroso,
su garganta estaba inflamada.

Quillian se giró y avanzó en dirección contraria. Un


gesto normal e insignificante que en su estado cobró un
significado inusitado. Como si lo estuvieran rompiendo.

La fuerza del viento troceaba las ramas que rodaban


cuesta abajo hasta que desembocaban en el río, donde eran
arrastradas y se terminaban de astillar. El cielo estaba
negro, dentro de la cueva todo era ausencia. En la salida,
con el pobre reflejo de la luna nueva, un delgado halo de luz
delineaba la silueta de Quillian: fibrosos y tensos músculos,
carnosos debajo de la cadera, con una firmeza palpable.

Yuma era incapaz de conectar pensamientos u


oraciones, quería hablar pero no encontraba las palabras.
Su mente tupida, febril como el resto de su cuerpo que
punzaba con el ritmo fogoso del río a la distancia,
empezaban a pedir algo.

—Te pusiste en riesgo de una manera tan estúpida,


Yuma —berreó Quillian golpeando con el puño la pared de la
entrada. Un trozo de roca se desprendió y rodó a sus pies—.
No debí dejar que te unieras a esos alfas tercos.
Su voz tan áspera y grave solo terminó por hacerlo
desbordarse. El vínculo tiró, con la fuerza de un imán, jaló
del otro extremo. Escuchó a su padre jadear al mismo
tiempo que él.

—¿Qué está…? ¿Yuma?

Su cuerpo hervía, todo en él se dilataba. Un lenguaje


que no conocía, una demanda que latía desde la capa más
profunda de su piel, pedía calor, pedía contacto, intrusión
desaforada.
Yuma restregó su lomo contra el suelo, se frotó
desesperado intentando aliviar una comezón que nunca
sería consolada en los años venideros, una comezón
incurable que espolearía el resto de su vida. Su aroma llenó
la cueva y el olor de su padre le regresó la petición, tenso y
pasional. Amargo y delicioso, entró en su cuerpo con un
espasmo y Yuma deseó más.

Oyó a su padre maldecir, se retrasaba, no iba en su


ayuda, no lo tocaba, no lo consolaba, ni cumplía la demanda
de su aullido ronco y bajo, cual súplica.
Bombeó su olor. Era la primera vez que lo sentía:
expulsado, insaciable, dulzón por todos los sentidos,
bombeaba y quería ser alimentado por su vínculo.

Punzó, pero no en placer, sino en dolor. Su alfa se


estaba resistiendo, su alfa lo estaba rechazando. Yuma alzó
la vista, sus ojos vidriosos por las lágrimas mezcla del placer
y el dolor, le impedían ver el semblante de su alfa.
En aquél momento no era Quillian, no era el hombre
que lo crio, era un ente ajeno, una silueta madura en la
entrada de una caverna. Era calor en esa noche de
tormenta.

El rechazo dolía, su cuerpo había elegido por él, su


agujero palpitando solo podía ser llenado de una forma y la
negativa que punzaba en el vínculo, la resistencia a la
entrega, se sentían como astillas por toda la piel. El ardor
arañaba y lo obligó a regresar a su forma humana,
exhausto, negado.

Un alfa, el olor de un macho, el alivio del dolor. ¿Por


qué no iba hacia él? ¿Por qué no lo atendía?, Yuma gimió
cuando las lágrimas le corrieron por las mejillas.

La pareja que su animal interior había elegido no lo


quería. No lo deseaba.

—De todas las cosas que pudiste heredar de tu


madre… No puedo verte así, Yuma. Resiste.

Al escuchar su nombre, Yuma tuvo un instante de


lucidez. Reparó en quién era y en dónde estaba: en el suelo
de una caverna experimentando su celo en la peor de las
circunstancias. Su padre lo miraba con algo parecido a la
lástima. Yuma le había pedido lo innombrable. El hecho lo
constriñó. Balbuceó y el llanto se incrementó, junto al dolor.
Yuma se abrazó a sí mismo, pero el cuerpo no le obedecía,
tironeaba del vínculo como una cuerda, fuerte y
demandante. Pero del otro lado solo había dudas y culpa.
Desconcierto.

—No me hagas hacer esto, por favor —masculló


Quillian en tono herido. Yuma se mordió los labios
intentando reprimir los aullidos de sufrimiento cada vez más
insoportable. Venía desde el fondo de su bajo vientre y lo
hacía retorcerse—. Yuma, Yuma…

Era incorrecto, inapropiado e irracional, quería algo que


debería provocarle arcadas pero solo hacía que su cuerpo se
abriese voluptuoso como una fruta madura.

—Haz algo, pá. Haz algo…

Yuma tenía los ojos cerrados, no pudo ver la expresión


de su padre, solo lo oyó arrastrar los pies en su dirección, el
olor más tranquilizador cuanto más cerca. El dolor bajaba
décimas. Necesitaba más.

Su padre lo tomó entre los brazos y en cuanto sus


pieles hicieron contacto el vínculo cascabeleó con regocijo.
Quillian se sentó con la espalda apoyada en la pared
cavernosa. Yuma encontró el alivio al sentarse sobre las
duras piernas de su progenitor y recargar el mentón en su
hombro desnudo.
—Relájate, ven aquí, ven… —decía la voz como seda
en su oído—. Solo esta vez, Yuma. Solo esta vez.

Las feromonas de Quillian atravesaron su piel, tocaron


su glándula y le produjeron el alivio más satisfactorio de su
vida. Una sensación de pertenencia y seguridad lo apresó
con la fuerza de un deslave, sin reparos ni dudas.

Todo lo que estaba mal dejó de estarlo. Yuma mezcló su


olor con el de su padre y a partir de ahí todo fue en declive.
De sus cuerpos emanaba un calor ardoroso, entre más cerca
más punzaban sus demandas. Yuma restregaba por instinto
su palpitante entrada en los muslos de Quillian, en la dureza
de los músculos que lo sostenían.

—No basta —musitó.

Movió el rostro para posar sus labios en la extensión del


cuello de su padre. Quillian lo sostuvo por la cadera. Yuma
notó cada digito, la presión sobre su piel y reconoció con
regocijo cómo esa mano era capaz de abarcar todo el ancho
del hueso de su cadera.

Le encantó sentir que su alfa podía tomarlo donde


quisiera, elevarlo, manejarlo a su antojo con la fuerza y
seguridad con la que se mueve un objeto de su posesión.

—Maldición —creyó imaginar el gruñido bajo de su


padre, una mezcla de dolor físico y algo más íntimo cuando
Yuma se movió y sintió entre sus nalgas una dureza carnosa
y protuberante. Jadeó entre la sorpresa y el miedo—. Quieto,
Yuma. Todo esto es…
Quillian cayó ahogando otra maldición ronca.

En los resquicios de su mente Yuma comprendió la


connotación de su resistencia, aunque por años se negó a
darle albedrío a ese momento. Siempre sería más fácil creer
que fue una víctima de su celo y no un ser deseante.
—Más. Un poco más. Aún duele —imploró al frotar con
la unión de sus nalgas la erección de Quillian. El lubricante
natural corría entre sus muslos y resbalaba sobre la carne
caliente.

Intentó levantar el rostro para ver a su padre, pero este


le contuvo con una mano en el cuello, apretándolo más
contra su hombro.

—No te muevas, Yuma.

—¿No podemos…? ¿Un poco?

No era ignorante sobre el tema del apareamiento. En


una sociedad de cambiantes como la suya, la sexualidad era
un asunto del que se hablaba abiertamente. Sus tradiciones
veneraban las uniones predestinadas y la sexualidad como
forma creativa de conexión divina y natural.

La desnudez era parte de la normalidad en cuerpos


cambiantes que quedaban sin ropa en su faceta de animal.
Sin embargo era consciente de que ese acto íntimo no
se llevaba a cabo entre un padre y un hijo. Nunca oyó de
alfas ayudando a omegas a pasar sus celos cuando estaban
relacionados por sangre. La naturaleza los hacía sentir
repulsión, no la atracción latente con la que Yuma deseaba
a Quillian.

¿Todos ocultarían esos encuentros del resto de ojos


juiciosos? ¿Acallarían el deseo haciendo cosas como estas
en época de celo? ¿O era un error exclusivo de Quillian y él
mismo? Peor aún, ¿y si solo él estaba disfrutando? ¿Y si su
padre lo odiaba por obligarlo a tocarlo de una manera que le
repelía?

Incluso con esos pensamientos que lo torturaban en


mente y alma, su cuerpo estaba fuera de sintonía. Sus
pezones se frotaban contra el pecho de Quillian y sus
caderas cabalgaban buscando que su orificio fuese llenado.

Quillian lo aferró con más fuerza por las caderas y lo


elevó unos centímetros, cortando el contacto. Yuma chistó y
se quejó con sincera frustración.

—Date la vuelta —ordenó la voz de su padre, ronca e


impositiva. Aunque Yuma dudaba de sus recuerdos y no
estaba seguro de si ese fue el tono empleado o si su
imaginación estaba llenando los huecos a su conveniencia.
Tiempo después maldeciría el momento en que aceptó
girarse. Porque por años, mientras Yuma se masturbaba, su
mente sería incapaz de imaginar el rostro de Quillian
empañado de placer. Al contrario, sus eyaculaciones
evocaban unos ojos amarillos llenos de repulsa.

Asintió y se separó de su hombro. Quillian, en una


muestra de impaciencia, giró su cuerpo como si Yuma
tuviera el peso de una pluma. El joven jadeó por la sorpresa
pero se dejó hacer y su espalda entró en contacto con el
pecho de su padre.

—Te sentirás mejor si te das alivio. Sabes cómo. Hazlo.


El mestizo tomó su erección

Yuma echó la cabeza para atrás y apoyó la nuca en el


hombro del alfa, sus brazos trémulos se aferraban a las
caderas de Quillian para no perder el equilibro; aunque no
era necesario, la fuerza de Quillian hacia todo el trabajo.

—Más de tus feromonas —pidió.

Quillian lo hizo, lo marcó con su aroma y esa era la


única forma en que el dolor menguaba. No así la necesidad
y el deseo.

—Tienes que ayudarte, tócate aquí —indicó guiando su


mano hacia su erecto pene. Nunca lo había tomado de la
forma en que su padre le enseñó, rodeando el falo con toda
su mano y bombeando al ritmo de las caderas de Quillian.
Su cuerpo se movió con espasmos involuntarios y erráticos.
Ambas manos ascendiendo y descendiendo, embarrándose
del líquido preseminal de su primer celo.

—Ah, aaah…. Mmm… No lo sueltes —imploró cuando


sintió que la mano de su padre iba a retirarse—. Por favor.
—Tienes que hacerlo solo.

—No quiero, no puedo…

—Aumentaré la velocidad entonces, no te asustes.


Yuma movía las caderas al ritmo, buscando mayor
contacto. Hubo resistencia hasta que la quebró. Su padre
empezó a moverse también. Las embestidas se
profundizaban con fuerza, el pene de su padre rozaba sus
nalgas y los jadeos del alfa deleitaban sus oídos, el vaho
caliente hacia cosquillas en sus orejas y tensaban aún más
su cuerpo receptor de puro placer. Su agujero palpitaba
desesperado por recibir algo, chorreaba líquido espeso que
facilitaba la fricción de la verga de Quillian, que ahora no
solo se sentía entre los muslos sino debajo del perineo,
rozando su entrada.

—Maldita sea, Yuma. Esto no…


Quillian empujaba sus caderas y el sonido era tan
delicioso que Yuma apretaba los muslos para escucharlo
jadear más ronco. Quillian puso su mano encima de la de
Yuma, entrelazó dedo a dedo.

El sonido de la verga de Quillian entrando y saliendo de


entre sus muslos, mientras chapoteaba en la mezcla de su
fluidos, combinado con el bombeo constante y toda la
tensión del calor que la piel de su padre le brindaba,
hincharon más su pene, contrajeron más su ano.

—Yo me… más… —sollozó mientras la pelvis se


levantaba y sus caderas se alzaban de arriba abajo, sin su
control. Apoyaba la cabeza en su padre, cuyo brazo lo
apretujaba con más fuerza. Un poco de miedo invadió la
nueva sensación. Su cuerpo era un ente separado de él,
ardía como el carbón y un cosquilleo eléctrico le erizaba
cada poro.

—No te asustes, Yuma, déjalo salir. Déjalo…


Yuma primero sintió el pene de su padre punzar, luego
un nuevo líquido manchó la parte delantera de sus piernas,
se escurrió hacia la base de su pene por la posición vertical
y el olor de todas las feromonas sexuales de su padre lo
llevó a satisfacer su primer celo.

No gimió, emitió un grito eufórico y ronco mientras se


derramaba en la mano de su padre y sus propias feromonas
reclamaban al macho, impregnándose en su piel y en su
glándula de olor, que se contraía en espasmos lentos, con el
placer remanente de su primera eyaculación.

Se condenó ahí mismo, cuando experimentó la culpa y


el placer en igual medida, tan mezclados que serían difíciles
de separar.
Enemigo en casa
A consecuencia de esa noche, la oscuridad de la cueva
ejerció en Yuma el efecto de un imán. La evitó todo el
tiempo que pudo hasta que, como restrictor, sus rondines lo
obligaron a vigilar el camino de las Siete Lunas. Cuando se
atrevía a mirar al otro lado, a la boca de la cueva, sentía un
inquietante llamado a entrar y temía que, si cedía a la
tentación, lo que fuera que moraba en su interior lo
devoraría. Lo instaba a hacerlo, cual flor que prende a su
presas con promesas de gotas de rocío en época de sequía.
Yuma se negó a ser la presa. No volvió a entrar desde
entonces.

El olor de su padre lo saca de sus recuerdos, el lobo


gigante hace temblar las piedras de río con su peso hasta
que se detiene en el mismo punto que Yuma. Este se
encomienda a las diosas esperando que el mayor no
recuerde lo mismo que él. Ojalá puedan enterrar todo
aquello.

Orü crecido denota la temporada de lluvias. No tiene


sentido ir hacia las Siete Lunas si es posible que estas ni
siquiera se miren por encima del agua así que la elección de
entrada queda reducida a una. Los minutos corren sin que el
olor de su tía les advierta de su cercanía, intercambian
miradas y Yuma bufa cuando entiende que deben volver
sobre sus pasos para encontrarla.
Aunque la manada Moonlight abarque un amplio
territorio, la protección de las chamanas es limitada. Ahí a
donde la neblina no llega se establecieron las fronteras
protegidas por los restrictores. Así que Yuma piensa que su
tía no está pérdida por culpa de la neblina, sino por su falta
de experiencia rastreando.

Su olor es apenas perceptible. Si fuera visible sería una


estela de luz dejada por una pequeña luciérnaga a media
tarde. A medida que se van alejando de la frontera y
bordeando el territorio, el olor de su tía se hace más
presente. Terminan rodeando la periferia del centro de la
manada, hasta el largo puente, la principal entrada al
corazón de los Moonlight.

Encuentran a su tía olfateando entre los árboles, sus


ojos rojos destellan cuando los divisa.

Quillian mueve la cabeza para que lo sigan. Yuma y


Ashdia obedecen y andan a cuatro patas sobre el largo
puente colgante. Aunque no es la primera vez que su tía
visita la manada, él sabe de lo imponente del puente no
importa cuántas veces lo cruces. Sobrevuela el nacimiento
de Orü, del lado de las montañas, a sesenta metros de
altura y recorre, desde la sierra hasta los bosques, una
distancia de ciento veinte metros. Ashdia se pega a Yuma y
este sonríe por dentro. La anchura es suficiente para sus
formas humanas, pero no para los cuerpos cambiantes uno
al lado del otro.
Con lo angosto que es y con el movimiento, era
previsible que su tía experimentase vértigo y miedo. Yuma
no se aparta, la deja pegarse a él el resto del camino. Es
mejor así, lo ayuda a distraerse del recuerdo de la última
vez que cruzó ese sendero. Más cuando ella da un ligero
brinco al entrar en contacto con la niebla lavanda
característica del clan Moonlight. Al venir con él y con
Quillian no hay forma de que las chamanas la consideren
una intrusa; por el contrario, cualquiera pensaría que son la
escolta de una princesa.

Yuma odia la idea.

No ha dado ni dos pasos fuera del puente cuando llega


a su nariz el cítrico olor del miedo y el metal de la sangre.
Intercambia miradas con Quillian y, sin mediar palabra,
emprenden la carrera hacia la comuna. Bajan la ladera de la
montaña y los techos marrones les dan la bienvenida, las
cabañas reemplazan el paisaje de árboles y entonces los
ven: dos lobos negros fuera de control, una pareja que él
conoce bien. Los lobos de la cuadrilla de ejecutores intentan
detenerlos, varios yacen en el suelo con mordeduras
sangrantes.

Quillian aúlla con su voz Alfa. Los miembros de la


manada vitorean al oírlo, sus rostros desfigurados en una
mueca que no es ni de completo alivio ni de total
desesperanza. Trish, la loba omega, muerde a una mujer del
brazo y corre hacia el lado contrario al de Li. El macho alfa
escapa.
Karan, el líder de los ejecutores, se acerca a Quillian en
su forma humana, echa un vistazo rápido a Yuma, pero no
se detienen en saludos

—Hace cinco minutos la pareja perdió el control.


Llegaron en su forma humana dando alaridos al centro de la
comuna, luego se transformaron y nos atacaron.

Quillian gruñe, Yuma corre detrás de Trish y, de reojo,


ve como Ashdia sigue al Alfa en persecución de Li.

Va detrás de la loba con toda su velocidad. Trish


primero se adentra en la zona de viviendas del este de la
comuna. Algunos pobladores se apartan asustados y otros
hacen el amago de detenerla. Pese a su falta de sentido
racional, se deja llevar por un cuerpo que sabe cómo
esquivar y escapar. Los animales acorralados eran más
peligrosos que los entrenados. Yuma prefiere capturarla
lejos de otras potenciales víctimas, deja que se interne en el
bosque y acelera el paso para pisarle los talones cuando
pasan la antena de comunicaciones. Comprende que Trish
quiere salir de las fronteras e internarse en el bosque que
ya no está protegido por las chamanas. Es un excelente
lugar para esconderse. Sin la neblina y con tantos rastros de
otros animales, seguir la pista es más difícil. Si Yuma
decidiera huir de esa forma también tomaría ese camino,
pero le extraña que Trish lo haga. Se conocen de toda la
vida, recibieron su collar de omega el mismo día y su
marido, Li, es un ejecutor desde antes que el mismo Yuma
ingresara al grupo. Trish no es propensa a la violencia: ¡Por
amor a la luna, si es una omega!

Una omega de luna llena, conocida por ser cálida,


sonriente y maternal. Y ahora le lleva la delantera mientras
carga con el peso de otro cuerpo. Mira a la chica que es
arrastrada mientras grita desesperada y cuando la reconoce
su pulso se dispara: ¡Resha! La humana que conoció en el
tren de Bariló. ¿Qué hace con los Moonlight?

Yuma apenas recuerda su conversación. Mencionó a


una amiga que, asume, debe ser Trish. ¿Era la omega a la
que quería ayudar? ¿Resha es alguna amante que está
siendo castigada? Yuma niega. Tal vez, solo tal vez, si Trish
fuera una omega de Luna Nueva, él comprendería ese
arranque de locura posesiva.

Pero no lo es.

Yuma aúlla buscando respuesta de Trish, pero ella lo


ignora; continúa escapando como un animal salvaje
perseguido por depredadores. Puro instinto. Yuma se niega a
creer que está actuando de manera consciente. Está seguro
de que algo la controla.

Mira alrededor y se da cuenta de la trayectoria de la


loba. Un mal presentimiento se hunde en su estómago: los
rápidos de Orü.

Tiene que detenerlas ya.

El sonido del agua golpeando contra las rocas hace


inaudible cualquier otro ruido del bosque, incluso el de su
propio jadeo. De todas formas, aúlla de nuevo implorando
que pare.

Yuma da zancadas más largas, se coloca a la par de


Trish, gruñe buscando el reconocimiento en sus ojos
amarillos. Trish no se inmuta, pero Resha lo mira con
súplica, grita su nombre. Él se sorprende ¿Cómo lo
reconoció?, no se detiene a pensar, rebasa a Trish, la encara
para frenarla. Ella derrapa antes de colisionar y cambia el
curso. Enfila bordeando el río.

Yuma teme que intente cruzar. En esta época del año


es fácil ser arrastrado por el agua. Es peligroso para los tres.

Sus patas levantan las piedras pequeñas de la orilla, el


lodo se hunde entre las almohadillas entorpeciendo la
carrera. Se esfuerza más y cuando la distancia se ha
acortado lo suficiente, abre las fauces y la apresa por el
muslo.

La loba chilla, convulsiona todo el cuerpo pero él


imprime más fuerza a sus fauces. Trish suelta a Resha, la
mujer se desparrama por el suelo como las tripas de una
presa luego de abrirle el estómago.

Trish se gira y lanza mordidas al aire mostrando los


caninos de su hocico. Sin embargo, por la postura le es
imposible alcanzarlo. La fuerza de su violento ataque hace
que tropiecen con la grava y se vayan de bruces al suelo.
Yuma la suelta en un intento de lanzarse sobre su cuello.
Escucha otras pisadas por el camino de grava. Calcula
tres ejecutores que han llegado a auxiliarlo.

—¡No le hagan daño a Trish! —grita Resha. Está herida


y no puede ponerse en pie.

Él responde con un gruñido. La loba ha mordido su pata


delantera cuando se distrajo. Trish no va a calmarse, y no le
deja opciones a Yuma: sacude la pata herida, la patea en el
hocico y brinca para encajar todos los colmillos en su cuello.
Trish emite un alarido de dolor y se vence bajo el peso de
Yuma.

Este no la suelta, se coloca sobre ella y cuando la loba


comienza a forcejear, Yuma tironea de su cuello para
golpear su cabeza contra el suelo. Trish aúlla, pero luego su
quejido se desvanece. Pierde la conciencia.

—Ella no es así, lo juro. —Llora Resha que se acerca


renqueando. Los ejecutores la intentan ayudar en sus
formas humanas—. No la mates, por favor, Yuma.

—Tráela —indica Karan. Los tres ejecutores se van


acercando por entre los árboles, están a pocos metros de
distancia. Yuma asiente, jala a la loba. Necesitan alejarse
del río.

Y entonces lo huele.

Un aroma estremecedor, imponente y crudo. Es tan


sofocante como el humo de una conflagración, que se mete
en sus fosas nasales y arde en ellas. Todo el cuerpo de Yuma
se entume, el pelo de su lomo se eriza en instinto de pelea.
Es una sensación confusa: miedo, peligro combinado
con una incontrolable necesidad de ponerse de espaldas y
mostrar el cuello en sumisión.

Nunca ha experimentado algo como esto. Escucha las


exclamaciones de sorpresa de los tres ejecutores: uno se
queja de dolor en la cabeza mientras se va de rodillas al
suelo.

—No es posible—gruñe Karan con una tos ronca.

Yuma gira el rostro. Un lobo lo mira del otro lado del río.
Es casi del tamaño de Quillian. No hay en sus ojos amarillos
ni una mínima pizca de humanidad. Su pupila dilatada es un
agujero negro de pura violencia.

Yuma lanza ladridos de amenaza. Tanto los ejecutores


como él despiden sus feromonas de advertencia. El olor
debe decirle al forastero que esa manada ya tiene un Alfa.
Entrar en el territorio implica un desafío de autoridad. Un
duelo.

El lobo enorme avanza hacia él. Su hocico es tres veces


el suyo, la fuerza de sus feromonas también. Salta al río y
aunque la corriente lo tambalea, avanza con potentes
zancadas. Yuma no puede resistir el impulso de encogerse.

—El olor es… artificial —gime Karan y Yuma lo imagina


intentando ponerse en pie, pero no se gira a comprobarlo.

No quiere darle la espalda al enemigo. Debe resguardar


a Resha, no hay forma que una humana se defienda de un
cambiante. Con toda su fuerza y rapidez la muerde de la
ropa a la altura del hombro y la arrastra hacia los
ejecutores. La deja a los pies de Karan, que se ha
transformado. Sin embargo tiembla y no por la ira. Yuma
detecta el miedo en su olor.

—Por favor, por favor, no dejes a Trish —implora ella


mientras llora por las heridas.
Yuma se da cuenta de que los ejecutores están por
colapsar. Mirarlos es como ver a una camada de cachorritos
dispuestos a ponerse panza arriba. Él es distinto, vivió bajo
el mismo techo del alfa con las feromonas más fuertes de
los cambiantes, experimentó el aroma de su celo y el de su
violencia. Y nunca bajó la cabeza ni expuso el cuello. Tiene
más resistencia que el resto y es, por tanto, el único que
puede hacerle frente.

El forastero ha llegado al otro lado del río y olfatea a


Trish, que sigue inconsciente. Yuma intenta un ataque
frontal, solo para ahuyentarlo. Es obvio que no funciona. El
lobo le da un golpe con su garra. Yuma apenas alcanza a
retroceder y evitar el rasguño.

—¡Retirémonos, Yuma! Te va a matar —ordena Karan


de nuevo en forma humana. Parece dispuesto a dejarlo solo.
A Yuma no le interesa, nunca obedecería órdenes de ese
tipo.
El intruso aplasta con la pata delantera el torso de
Trish. Yuma se lanza sobre su enorme lomo, muerde tan
fuerte como puede, pero no inmuta a la bestia, que toma
entre su hocico la cabeza de la loba caída.
—¡Para! ¡Para! —grita Resha con un tono de puro terror.

Y Yuma escucha como el cráneo cruje entre los dientes


ajenos. La sangre escurre entre las grandes fauces. Yuma
siente su cuerpo hervir de ira. Trepa por su lomo, quiere
llegar a su cara y desgarrarla.

Pero es débil, es un maldito y débil omega. Siempre va


a serlo. Su fuerza no es suficiente, apenas consigue subirse
sobre la bestia.

El intruso se gira cuando Yuma encaja las garras de


ambas patas en sus costados y se afianza sobre su lomo. La
bestia se sacude, él no cede. El pelaje es áspero y la piel
demasiado gruesa, Yuma no alcanza a sacarle sangre
cuando los dientes del enemigo muerden su hombro. El lobo
negro se ha sacudido con tal fuerza que ha conseguido
apresarlo. Yuma aúlla de dolor al sentir los colmillos
hundiéndose en su piel y luego el desgarrador tirón. Sus
garras pierden fuerza y se desprenden del lomo. Es lanzado
contra un árbol con tal fuerza que pierde el aire y oye cómo
algo se rompe. No sabe si es en su espalda o en sus
costillas.

Cae al suelo. El lobo acerca su hocico y gruñe, sus


caninos rozan sus ojos. El corazón de Yuma late sin control.
El aroma del maldito lo paraliza, es imposible moverse.
Mira en derredor a sus compañeros, todos en el suelo
sin un solo golpe. Dominados por su naturaleza obediente
ante el más dominante. Nadie va a ayudarlo, ni si quiera él
mismo.
Entonces Resha lanza una piedra, que rebota en el
párpado del lobo negro.

La bestia dirige sus gruñidos hacia ella, se acerca a


Resha con largas y fuertes zancadas que levantan la grava.
De los restrictores, el único que sigue en pie es Karan, que
lanza mordidas de advertencia; pero en cuanto el lobo se
acerca más, las patas de Karan se vencen, se doblan como
la masa. El lobo negro apresa a Resha entre sus dientes.
Yuma se levanta, el dolor le nubla la vista pero todavía
oye las súplicas de Resha. Avanza a tropezones en dirección
a los gritos. No llega a tiempo, el lobo corre hacia el río y
lanza a Resha a las aguas.

La mujer grita, Yuma corre por la orilla. Aún puede


lanzarse, aún puede intentar salvarla.

—¡Ashdia! —gime ella mientras el agua la arrastra y la


fuerza del río combinada con las piedras y troncos empiezan
a hundirla—. ¡Vine… Trish!... dia…
Un frío recorre la espalda de Yuma, que se echa hacia
atrás para tomar impulso. El río aún le recuerda el día en
que casi muere y no negará que el miedo frena la fuerza de
su salto. Al final no cae en el agua. El lobo negro lo atrapa a
medio vuelo mordiendo su costado. Lo sacude como si fuera
un muñeco de trapo y lo arroja al suelo.

La sangre caliente sale de su abdomen, ve el rastro


entre las blancas piedrecillas y sabe que su herida es grave
aunque no pueda sentir el dolor aún. Intenta ponerse en pie,
el lobo lo muerde por la pata y lo arrastra en dirección al río
para hacerle lo mismo que a Resha.

La mujer ya no se ve. El torrente se la ha tragado.


Yuma se sacude, se gira sobre su costado herido
soportando las punzadas de las enormes garras que rasgan
su abdomen. El lobo negro no lo deja, lo levanta. Yuma se
sacude tirando mordidas y arañazos. Logra golpear el hocico
del lobo y este lo suelta. Yuma cae de espaldas. El lobo le
pone la pata encima y lo aplasta con todo su peso. No
puede respirar, un poco más de presión y sus órganos
reventarán.

Y entonces el otro olor llega. El olor a casa es feroz y


abrumador.

«Es papá».
La sensación de protección y calidez es inigualable.
Nadie, nunca, en ningún lugar podrá hacerlo sentir tan
tranquilo, tan seguro y al mismo tiempo tan vulnerable. La
presión en su pecho aumenta y su mente se difumina.

En la bruma de la inconsciencia siente a Quillian lamer


sus heridas y nota sus ojos tintineantes llenos de
preocupación. Después de eso todo se va a negro.
Lamer heridas
Detener a Li no supone una tarea imposible para
Quillian. Desde que tomó el liderazgo de los Moonlight ha
enfrentado a alfas que buscaban apoderarse de esas tierras
y sabe qué hacer para proteger a los suyos.

Vivió revueltas y levantamientos de pequeños grupos


que se opusieron a su toma de poder y albergaron
resentimiento cuando mató a Abrat y perdieron sus
privilegios. La purga interna de la manada tras el
derrocamiento de su padre llevó años y mucho tacto. Creía
que esa fase ya había terminado.

La familia de Li lleva cuatro generaciones dentro de los


Moonlight y nunca han dado indicios de insubordinación o
descontento. No le gusta lo que está sucediendo, no le
agrada llamar a Li y percatarse de que su parte racional se
ha apagado por completo, que no obedece a su Voz como
debería hacerlo. No le gusta rodearlo en compañía de
Ashdia ni mucho menos tener que hincar los dientes en su
cuello y obligarlo a base de feromonas a someterse.

Li es un ejecutor, es un alfa. Tiene la fuerza para


oponerse, pero así es la debilidad de vivir bajo el yugo de su
propia biología. No puede oponerse al mandato natural de la
química, donde Quillian tiene todas las de ganar. Incluso
cuando algo ha alterado su sistema y le proporcionó una
ventaja que no debería tener.
Un pequeño grupo de restrictores los alcanzan en su
forma animal. Ace es el primero en llegar a su lado. Se
dirigen una breve mirada de entendimiento. El joven es de
la edad de Yuma y un líder nato que no tardó en encabezar
el grupo de restrictores. Li se remueve con violencia, jadea
y empuja sus patas contra el suelo.

Ace mueve la cabeza para llamar al grupo. Llevan


cuerdas en los hocicos.

Es en ese punto que el miedo de Yuma llama desde su


vínculo primario.

Quillian corre en dirección a su hijo y Ashdia hace el


amago de seguirlo, pero él ordena que se quede. Los
restrictores se cuadran y su futura esposa solo retrocede
con la nariz arrugada por el olor que despidió con el
comando.

Se dirige hacia el río.

En todos los años que Yuma formó parte de los


restrictores, jamás lo llamó pidiendo ayuda. Su hijo era
orgulloso y prefería volver de sus misiones con heridas
desagradables a solicitar asistencia externa. Mucho menos
la suya.

Pero ahora…

El vínculo con él había dejado de ser tan fuerte debido


a la la medicación. La falta de costumbre hace que este
tironeo tan tenso y amargo sacuda a Quillian como una
tormenta en el más inhóspito bosque.
Hay pánico mezclado con ira. Quillian se acerca más,
puede olerlo y también al intruso.

En el pasado solo dos momentos lo han llevado al


límite de su raciocinio. Quillian no soporta perder la parte
consciente de su persona cuando su lobo interior lo posee
como un demonio salvaje sediento de sangre.
La primera vez lo usó contra su padre. Cuando arrancó
su cabeza para darle una mejor vida a su hijo y a la
manada.

La segunda ocasión lo avergüenza tanto que se niega a


ponerla en palabras.

La tercera ocurre en este instante, cuando ve a Yuma a


los pies del árbol, al final de un rastro de sangre que
conserva el aroma de la batalla. El lobo enemigo hunde las
fauces en él y Yuma ya no opone resistencia. Antes de
conocer a su hijo, Quillian nunca había experimentado el
miedo. Tampoco el amor.

Quillian se consume por el puro instinto mientras su


razón le pide mantener al lobo gigante con vida. Ese lobo no
debe existir, no debe estar ahí. Él mismo es el último
ejemplar de su especie. Necesita respuestas y, como el Alfa
de la manada, su deber es conseguirlas para garantizar que
algo como esto no vuelva a suceder.

Su instinto animal, el alfa que yace debajo de su piel,


ve herido a su omega. Y ese alfa reclama sangre para su
causa, sangre y huesos crujiendo entre sus dientes.
Para cuando vuelve en sí, está protegiendo al cachorro,
lamiendo sus heridas, frotando su aroma e impregnándolo
de su esencia. El miedo a perderlo encuentra salida en un
roce de narices. Lame el hocico ajeno y limpia la sangre. Los
besos saben a hierro y culpa.

Mira el desastre a su alrededor. El equipo de ejecutores


está a unos metros, con las cabezas gachas. El gélido viento
desde el Orü se lleva el aroma de la sangre.

El cuerpo cálido de su cachorro se recuesta en el suyo.


Quisiera quedarse ahí pero los ojos juiciosos de Karan y el
resto lo cohíben. ¿Sabrán algo? ¿Verán en sus muestras de
cariño algo más que el amor filial?

Quillian espera que no, aunque es un temor pegajoso


imposible de retirar.

Desea tanto permanecer así un poco más. Pero el


quejido suave del pequeño lobo gris lo urge a pisar la
realidad.

Quillian regresa a su forma humana, pasa las manos


por el pelaje y llama a su hijo. Yuma no responde, pero su
respiración y la tranquilidad que viaja en el vínculo calma al
padre también. Lo toma entre sus brazos.

—Alfa —dice Karan sin levantar los ojos cuando Quillian


pasa a su lado—. Yuma hizo todo lo posible…

—Lo sé. Vuelvan a la base, Ace los necesitará. Y llama a


la doctora. Urgente.
Karan asiente y de regreso en su forma de lobo dirige la
vuelta al centro de la manada. Quillian toma otro camino,
hacia la cabaña Alfa.

Un delgado hilo de sangre resbala por el torso desnudo


de Yuma, Quillian aprieta la mandíbula al palpar por encima
de los agujeros que el cabrón intruso dejó, justo debajo de
la cicatriz que él mismo hizo. La regeneración de su hijo es
tan buena como la suya. Aun con eso, el dolor no se irá
pronto. Los párpados temblorosos y la mueca compungida
de Yuma auguran una recuperación con secuelas.
Quillian le aparta el cabello y retira las gotas de sudor
más gruesas. Manda confort por el vínculo. Sabe que la
medicación bloquea gran parte de su comunicación por
feromonas, fue diseñada con ese propósito. Aun así, Quillian
lo intenta.

Durante los años previos al matrimonio de su hijo,


Quillian se empeñó en poner resistencia a su amor por
Yuma. Creó barreras para evitar cometer un error. Ver la
herida le recuerda que todo aquello no fue la solución. Alejó
a su hijo, lo hirió de una forma irreparable y, de no ser por el
regreso de Yuma, su relación podría haberse roto de forma
permanente.

El único logro de toda aquella turbulenta época es que


Yuma ya se ha alejado de sus garras. Ha elegido un esposo
y creó una vida independiente. Quillian está orgulloso.
Ahora solo debe cumplir su papel: el de ser solo un padre
para Yuma.
No dejará que el instinto y la estúpida biología decidan
por él.

No lo hizo antes ni lo hará ahora.

—Alfa… —dice la beta médico mirando con recelo el


vaso de licor. La mujer termina de vendar las heridas de
Yuma y Quillian nota que le hace una petición silenciosa.

Quillian deja la bebida en la mesita de noche junto a la


cama de Yuma. Se limpia la boca con el dorso de la mano.
No bebe frente a otros. Considera su conducta reprochable y
traicionera para con sus propios ideales. Prefiere no pensar
que el alcohol se ha convertido en la única compañía de
noches solitarias y momentos de angustia profunda. El
miedo al ver a Yuma herido le ha obligado a buscar el tóxico
calor de la botella.

—Déjelo descansar, en una semana estará como nuevo


—afirma la doctora cuando termina de limpiar la frente y el
torso del mestizo—. Aunque no es igual de resistente que
usted, sí que se regenera a una velocidad superior al
promedio. Me encantaría investigar más esto.

Quillian se cruza de brazos y la beta parece darse


cuenta de su atrevimiento, porque se endereza con una
mueca nerviosa. Yuma descansa en la cama de su
habitación, no ha recobrado la consciencia. La mujer
asegura que es solo debido al estado de shock y que no
presenta heridas internas de gravedad.

—Si es todo, puedes retirarte —dice Quillian jalando la


silla donde ella se encontraba hasta hacía unos segundos.
Se sienta con los codos apoyados en las rodillas, presiona
sus manos unidas a su frente.

Con la adrenalina fuera de su cuerpo, solo siente


preocupación y cansancio.

—Es tierno verlo así, Alfa.

Quillian alza la mirada.

—¡Oh, Lucine! No quise molestarlo es solo que… usted


ha oído los rumores de… bueno, quiero decir… cuando el
joven Yuma se marchó y se dijo que se le vio herido y se
comentaban todas esas cosas…

La beta, de la que Quillian no conoce el nombre, guarda


sus cosas a la velocidad de la luz. La misma con la que
escupe su monólogo.

—¿Qué cosas?

La mujer está pálida. Aprieta su maletín sobre su pecho


a modo de escudo o como un peluche que da confort.

—Que usted… que… viví aquí cuando niña. Mis padres


odiaban a Abrat, por eso escapamos y durante muchos años
no quise volver. Incluso cuando se hablaba tan bien de las
reformas que usted hizo. Ya sabe… una piensa que un buen
líder no nace de un tirano. Tenían miedo de que Yuma
hubiera escapado por un asunto de poderes. Luego se fue a
la ciudad y… emm, fue una sorpresa para todos ver que
regresó con él. Es evidente que le preocupa su hijo y que lo
quiere.

—Lo quiero.
Ella asiente, hace una media reverencia y sale del
cuarto sin intercambiar miradas.

Él suspira. No va a culparla por desarrollar esos


pensamientos. Antes de Yuma, la sola idea de tener
descendencia le revolvía el estómago. Tampoco deseaba
casarse, ni siquiera quería seguir en la manada.

Su plan de juventud era escapar lejos de todas esas


responsabilidades, independizarse y que el viejo Alfa
acabara él solito con su propio reino. Nada le habría
reconfortado más que ver a Abrat sumido en la miseria por
sus propios actos. Sin descendencia ni nadie para continuar
su legado. Quillian era su hijo pero la sangre violenta y
corrupta de su familia paterna moriría con él.

Luego todos sus planes se torcieron.

Sin pensarlo, estira la mano hacia el vaso de alcohol y


cuando se da cuenta la retrae en un puño. Yuma le pidió
dejarlo. Su hijo se remueve entre quejidos lastimeros
volviendo su atención a él. Sus largas pestañas revolotean
enmarcando sus intensos ojos rojos, que se adaptan a la luz.
Quillian se acerca, toca su frente para comprobar la
temperatura.
—¿Cómo sigues?

Yuma entorna los ojos al verlo, se detiene en el raspón


de la mejilla y el brazo con vendas en la muñeca. Él ni
siquiera recuerda en qué momento se hirió, cuando pierde
la racionalidad no es más que una bestia instintiva. Cruel y
violenta, tan parecida a Abrat.
—Perdón, yo debí... ¿Qué pasó con el lobo? —Yuma
intenta levantarse, pero el dolor en su costado se lo impide.

Quillian se sienta en la cama, ladea el rostro y sonríe.

—Muerto, por supuesto. Lo maté por ti.


Yuma no oculta su impresión, boquea con negativas.
Quillian toma su mano en un intento de calmarlo. Ha
dormido toda la tarde y la medicación ha salido por
completo de su sistema. La suave caricia hace tintinear el
vínculo como una melodía de cuna.

Y Yuma por fin sonríe, se siente seguro y en casa. La


sonrisa de su hijo es lo que más quiere en el mundo.

—¿Te duele demasiado?


Yuma niega y consigue enderezarse. Quillian lo toma de
los hombros para ayudar con su equilibrio. La mano del
chico se posa en su pierna y Quillian lucha con el tirón de su
cuerpo.

—No es eso. Si lo mataste no podrás interrogarlo.

—Estaba fuera de sí, dudo que pudiese darnos


información útil.
—Padre… ese lobo, ese lobo olía diferente. Artificial. —
Quillian siente el miedo de Yuma, sus dedos tiemblan sobre
su pierna—. No tenía control, mi cuerpo me pedía tumbarme
y mostrar el cuello. Me decía que podía, que debía…—la voz
se le quiebra—. Mi cuerpo quería que lo mordieran. Fue
asqueroso.

Quillian aprieta las manos. Un ácido que conoce muy


bien se recrudece en sus entrañas, filoso y visceral. Grita
«mío» una y otra jodida vez. Necesita un trago.
—¿Te había sucedido esto antes?

Yuma hipa, su cuerpo se tensa visiblemente y tras un


par de segundos, alza la vista.

Quillian encuentra la respuesta en sus ojos brillantes y


húmedos, en el rubor que corre hasta sus orejas: «Sí,
contigo». El instinto de alfa que vive reprimiendo quiere
aullar de gozo. No lo deja fluir. Lleva años domando a esa
bestia que cada vez que aparece destroza lo que toca. No
se perdonaría ni a sí mismo que su lado animal jodiera la
vida de Yuma.

—Tenemos el cuerpo en el laboratorio, mañana lo


veremos con más calma. Ahora descansa.

Quillian intenta ponerse de pie, pero Yuma lo retiene de


la hebilla del cinturón. A pesar de que Quillian sabe que es
mala idea mirarlo, lo hace. El pecho sube y baja con la
respiración agitada, la nuez de su garganta tiembla con
palabras que no se pueden expresar y está tan seguro de
ello porque lo mismo le pasa a él. Su rostro febril contiene
una súplica que ninguno de los dos pondría en palabras. Ya
no.

Durante años Quillian siempre se preguntó por qué la


naturaleza decidió de esa forma enfermiza y retorcida.

Ama a su hijo, lo ama tanto que le duele no poder


expresarlo con todo el cuerpo.

—¿Quieres que me quede contigo?

El rostro de Yuma se ilumina, sus ojos rojos tintinean y


el calor se extiende por el vínculo como una fogata en
noche fría.
—Necesito… oler algo familiar.

Yuma hace espacio en la cama. Quillian aprieta los


dientes y le cuesta respirar. Hace muchos años que no
comparten algo tan íntimo. Pregunta con los ojos si está
seguro. El olor de Yuma es el del rocío por las mañanas,
afirmativo y necesitado.

—Tranquilo, me quedaré.

—Entonces… apaga la luz —dice quedito.

Quillian obedece, hipnotizado por la cadencia de su


voz. Se recuesta a su lado y la fría nariz de Yuma se apoya
en su cuello; el aire de su aspiración eriza cada vello de su
cuerpo. Quillian pasa el brazo por sus hombros. No sabe
dónde más colocar las manos, cómo moverse, cómo
respirar. Sus deseos hacen cortocircuito.
Yuma es quien cierra el abrazo con naturalidad y
resuella de gusto. Se acurruca como cuando era un
cachorro.

En las noches más difíciles de su crianza, Quillian se


preguntaba si las circunstancias podrían haber sido
distintas. Si Yuma hubiera sido solo un omega desconocido,
un encuentro casual, un reconocimiento de sus almas.
Entonces la historia de ambos se contaría como la de dos
amantes.
Sin embargo todo él rechazaba esa posibilidad. Sí,
imaginarlo de esa forma le dejaría vivir sin el peso de su
consciencia torcida. Pero también, con ese mismo ímpetu,
Quillian no puede imaginarse sin ser el padre de Yuma.

Desde el momento en que nació hasta ese preciso


instante en que lo deja dormir un poco más, Quillian ha
amado de manera incondicional a su niño de ojos rojos. No
es capaz de imaginarse de otra forma, para él no hay mayor
recompensa que haber visto crecer a ese chico. Incluso con
la tragedia jadeando en su nuca como un depredador
despiadado que es el juez del pasado, si volviera atrás en el
tiempo no cambiaría los acontecimientos. Nació para
conocer a su hijo.

Acaricia con los nudillos el antebrazo de Yuma, evoca el


recuerdo de su cuello desnudo y húmedo en sus días de
celo. De su piel lechosa y aperlada después de un baño,
cuando se paseaba semidesnudo por la casa. Solo las
Diosas eran testigos de la constante resistencia, del martirio
perpetuo de no tener suficiente. Quillian contenía el bullicio
de su sangre y el de su instinto que le pedía proteger como
padre y enterrar los dientes como macho.

Besa la frente de Yuma cuando la respiración de este se


suaviza por el sueño.
Él seguiría protegiéndolos a ambos de aquello como
había hecho hasta ese momento. Incluso cuando tuvo que
tomar malas decisiones acompañadas de mentira tras
mentira.
Restrictores & Ejecutores
Antes de abrir los ojos, Yuma huele su vieja habitación,
el aroma a casa: esa mezcla del papel viejo de los libros que
nunca leyó con el de la cera quemada con la que cubría sus
mejores obras de papiroflexia, que son las que cuelgan del
techo. La madera de pino del estante combinada con
humedad. El dolor y la nostalgia hacen que las lágrimas
suban por su garganta. Es más consciente de esos detalles
que del dolor que aprieta debajo de sus costillas.

Lentamente, parpadea para acostumbrarse a la


claridad y en el techo una flor de doble capa de pétalos de
papel rosa y azul le da la bienvenida. Por un abrir y cerrar
de ojos es como si el tiempo hubiera retrocedido cuatro
años y estuviera por bajar a la cocina para pelear con su
padre sobre su falta de variedad en los desayunos. La
sonrisa que el recuerdo ha formado en sus labios se
desvanece cuando otro aroma hace que frunza la nariz.

—Bienvenido de regreso, joven Yuma. Es bueno verlo.

La voz senil y rasposa corta el agradable momento.


Gira el rostro. Desde la silla junto a la cama, el viejo lobo del
Senado lo examina con una sonrisa hipócrita.

—No puedo opinar lo mismo —contesta tocándose el


costado herido por debajo de las vendas, repasando con las
yemas la piel abultada del lugar donde los colmillos
entraron—. Y estoy muy cansado para jugar a la diplomacia
con usted.

El viejo chasquea la lengua.


—La insolencia sigue envenenando tu personalidad.

«La insolencia, la debilidad, mi cobardía...»

Ravieri es un cambiante que vio los mejores tiempos de


Abrat. Un alfa que, pese a los años, conserva su porte
erguido y orgulloso. Lleva el cabello cano agarrado en una
media coleta. Su barba crecida revela destellos cobrizos que
le hacen creer a Yuma que de joven tuvo el mismo tono café
que el pelo de Vellner.

—Dudo mucho que el gran senador haya viajado desde


territorio neutral solo porque está preocupado por mi salud,
así que… ¿A qué debo el honor?

Ravieri se levanta de la silla. A Yuma no le agrada que


lo miren desde arriba y se aferra a las sábanas para cubrir
las posibles heridas visibles.

—Vine a supervisar el enlace de las manadas. Es un


evento que no se ha dado en… ¿Cuál es tu edad? —El viejo
sonríe con malicia, Yuma hace una mueca—. Además, quise
saludar antes que nadie a nuestra próxima omega Mallbekú.
Estoy seguro de que aportará tanto o más que tu madre.

—Ah, ya entiendo. Entró hasta mi cuarto solo para


recordarme que fui un pésimo omega para los Moonlight.
¿No es una actitud muy infantil para un hombre de su edad?
Cuando Yuma había intentado tomar el lugar de su
madre en la gestión de la manada, Ravieri era el enlace con
el Senado, básicamente su asesor en la gestión. Un asesor
exigente, conservador y con cero habilidad de enseñanza.
Recuerda el brillo enfermizo en su voz cuando lo trataba
como al resultado de una prueba de laboratorio solo por ser
hijo mestizo. También recuerda la transformación de su voz
hacia el menosprecio cuando no pudo cumplir las
expectativas.

—Siempre al punto, eso me gustaba de ti —dice


cruzando las manos detrás de la espalda—. Lástima que
carecieras de todas las demás cualidades para guiar esta
manada. Incluso nos deshonraste y te casaste con un…
felino.

Yuma se eriza como si también él fuera uno.

No lleva ni un día en casa y ya debe lidiar con la


imagen que dejó atrás cuando se marchó: la de un traidor
capaz de casarse con un integrante del clan asesino de su
madre.

La boca se le amarga.

—Fuera —ordena una voz. Quillian se ha recargado en


el marco de la puerta con los brazos cruzados. Muestra sus
colmillos cuando habla—. No autoricé una visita de su parte
al interior de mi casa, senador.

—Tu futura esposa me dejó pasar... —intenta el viejo.

El alfa gruñe.
—Fuera —repite con su Voz de Mando. Ravieri cuadra
los hombros y sale con el porte erguido—. Si puedes
levantarte, te espero en el laboratorio, Yuma.

Quillian sigue al senador.

Yuma se levanta con un dolor cruzando su pecho y


sonríe. El dolor lo hace sentir vivo otra vez. Le recuerda a su
época como restrictor. Incluso esa sensación, ese miedo, es
preferible a pasar todas las tardes fingiendo ser un esposo
trofeo.

Correr, morder, rasgar y hasta sufrir despiertan


emociones que tendrá que volver a guardar en el fondo de
su ser cuando regrese a su anodina existencia de casado.

«A menos que me acepten en la guardia de jaguares…»

Yuma se muerde el labio inferior, necesita comunicarse


con Xel-há. Seguro que le interesará la información del
ataque y ganará puntos con él.

Se para frente el espejo de cuerpo completo junto al


ropero. El aire que entra por la ventana pasa entre sus
piernas desnudas, pues lleva solo una camisa vieja de
cuando era más joven… Voltea en dirección a la cama y su
corazón late dos veces más rápido.

Ha dormido con Quillian.

Su padre se metió a la cama con él semidesnudo. De


pronto tiene la garganta seca y un calor que amenaza con
ponerlo duro.
Se sacude, busca su mochila. La encuentra al lado de la
cama, mete la mano en la bolsita lateral y saca el vial. Se
pasa tres pastillas con solo saliva. Lo que haga falta con tal
de no poner en peligro la pequeña tregua a la que ha
llegado con su padre. Por Mabel, Quillian lleva años sin
tocarlo, sin abrazarlo, sin dejarlo sentir su roñosa barba y la
tibieza de su piel.

Tocarlo como padre. A eso se refiere. Se conformará,


debe hacerlo o pasarán otra vez años sin sentirlo y eso es
peor.
Saca un pantalón de su viejo ropero y se enfunda el
vaquero negro. Le satisface entrar todavía en él y más aún
volver a los colores oscuros. Llevar negro en el territorio de
los Balam es un suicidio por el calor.

Se quita la camisa para observar sus nuevas cicatrices,


que probablemente desaparecerán con los meses. Ninguna
se parece a la que cruza su abdomen, tan intensa y
abultada como las emociones que la causaron.

Toma una playera vaporosa, blanca, de algodón, con el


escote pronunciado. La admira un momento, resalta el collar
contra su piel blanquecina. Contraria a la de Ashdia que,
oscura y aperlada, parece hecha de terciopelo

Yuma frunce el ceño al pensar en su tía y en las últimas


palabras de Resha. ¿Cómo sabía esa humana el nombre de
Ashdia? ¿La manada conocía quién era la elegida para el
nuevo enlace?
La intuición ya le decía a Yuma que su tía no era de fiar.
Ahora, la nueva información solo acrecienta su aversión. Por
supuesto, con él como único testigo de la mención de su tía
en los labios de una víctima, no bastaría para señalarla
como sospechosa. Por lo menos no en público.

Ravieri ha demostrado mucho interés también en ella


y, aunque deteste hasta el tuétano al senador, Yuma sabe
que el cambiante quiere a la manada y no obraría en su
contra.

Sale en dirección al laboratorio. La Casa Alfa era,


originalmente, una edificación enorme en el centro de la
manada, con una arena central para los espectáculos
enfermizos de Abrat. Cuando su padre tomó el mando,
declaró que nunca viviría en ella y que trasladaría todo los
asuntos de política a otro edificio. Él ocuparía la cabaña que
lo cobijaba desde los diecisiete.

Aunque era menos accesible que el resto de casas de


la comuna, pues estaba más retirada, al otro lado de una
extensión arbolada, los Moonlight la denominaron Casa
Alfa.Tal y como llevaban generaciones anteriores habían
llamado a cualquier lugar donde el líder durmiera.

No era demasiado diferente al resto de las casas. Quizá


demasiado espaciosa para una familia de dos. Lo único que
la hacía distinta era la conexión con la torre de
comunicaciones y el laboratorio interior, que su padre
mandó a diseñar cuando él era un cachorro; un árbol tallado
en la madera con ramas hacia Lucine, el símbolo del alfa, y
la imagen en la puerta eran las otras dos diferencias. A un
lado, el cerrojo electrónico también llamaba la atención.

El vínculo se tambalea. Yuma teclea el código con una


recién descubierta ansiedad, cuando imagina que el aparato
rechaza la contraseña que él recuerda. Conociendo lo
cuidadoso que es su padre, no sería descabellado que la
hubiese cambiado luego de tanto tiempo. Pero la luz
parpadea en verde y lo deja pasar.
El olor a químicos que se mete en sus fosas provoca un
estornudo que reprime a fuerza de voluntad. Una vez que
abre los ojos ardorosos, se enfoca en la mesa principal. Ve
trozos del lobo gigante: garras, pelo, carne. Todo en
diferentes recipientes transparentes. Su padre examina uno
al microscopio.

La autopsia ha debido de llevarse a cabo en la sede de


los ejecutores.

—¿Encontraste algo útil?

Su padre niega sin mirarlo, concentrado en la muestra.

—Ponte los guantes y sujétate el cabello—ordena. Yuma


gira sobre sus talones para tomar la liga que solía dejar en
el perchero de la entrada. Sigue ahí, justo en el medio de los
dos ganchos y la placa con sus huellas caninas talladas en
madera.

—Perdón. Lo mataste porque yo no pude someterlo.


—Lo maté porque te hizo daño. Decisión mía, Yuma.
Aunque hubieras hecho un trabajo impecable, después de
encontrarte de esa forma mi raciocinio se apagó.

Yuma pasa la saliva con dificultad, el olor artificial de


las muestras es demasiado fuerte y le provoca nauseas.
Mueve la nariz con desagrado y su padre le pasa una
mascarilla.

—¿Has revisado su sangre? Su olor es… una imitación


del tuyo. No soy científico, pero conozco tu aroma mejor que
nadie y te lo puedo garantizar. Además, la humana que el
lobo mató dijo… el nombre de tu prometida.

Quillian alza una ceja, por fin lo mira. Yuma se ruboriza,


no sabe por qué usó esa palabra. Tocan la puerta.

—Ya estoy aquí, Blackwood —dice la voz de Ashdia


fuerte y clara al otro lado.
—Ábrele —ordena Quillian.

Yuma frunce el ceño. Su padre no dejaba entrar ni


siquiera a su madre al laboratorio. Se queda en su lugar
como si no le hubiera oído.

Quillian suspira cansado, se retira los guantes y abre.

El aroma de Ashdia, tan dulzón, contrasta con el del


laboratorio. Yuma se traga el orgullo y las ganas de marcar
el lugar con su propio aroma. Mejor revisa los informes de
su padre mientras Ashdia olisquea las muestras y echa un
vistazo a las fotos que tomaron del cadáver, frunce su
perfilada nariz y menea la cabeza.

—Sin duda es un olor artificial, se buscó la muerte.


Aunque su estado revela cierta saña, querido Quillian. ¿No
fuiste demasiado violento?
Quillian la barre con los ojos.

—¿Y?

Yuma se tensa, le dirige un pulso de advertencia por


sus feromonas a su tía, ella espanta el aire como se
espantan las moscas.
—Nada, solo confirmo que eres un alfa del tipo
protector —sonríe con picardía.

Quillian regresa a las muestras.

—Los análisis de sangre estarán listos en unas horas.


Por ahora me preocupa más el ataque interno. ¿Ha pasado
algo parecido en la manada albina?

Ashdia levanta el rostro, el músculo de su cuello se


tensa cuando niega.

—No. Aunque el Senado usó el accidente para formar


esta alianza —se señala a ella y luego a Quillian—, en el
fondo creímos que se trataba de un caso aislado. Pero
viendo lo ocurrido…

Su tía estira la mano hacia Yuma, él finge una sonrisa y


le da los papeles.
—Vellner está dialogando con los humanos para
acceder a los cuerpos y buscar el origen de su falta de
control, aunque por aquí podemos apresurar las cosas.

—El lobo que capturaron —murmura Yuma—. El marido


de Trish sigue con vida.

—Está con los ejecutores —indica Quillian mirándolo


por el rabillo del ojo.

La sola mención le produce un escalofrío.

—Tenemos que conseguir toda la información posible —


dice Yuma con la garganta seca—. Lo interrogaré.
Ashdia chifla, sigue leyendo, pero Yuma sabe que aquél
desprecio va en su dirección.

—Si voy a tomar el mando de los Moonlight lo mejor


será ponerme manos a la obra. Interrogaré a tu manada
buscando pistas, dónde estuvieron estos dos lobos, con
quiénes contactaron… Si no tienes objeciones, claro —dice
ella mientras cierra la carpeta.

Su padre toma las hojas y luego se gira en su dirección


¿Acaso está esperando que él de su aprobación?
El acto lo sacude, las normas en cuanto a las funciones
que cada uno desempeña en la manada son claras desde
que Quillian tomó el liderazgo: así como el Alfa líder
representa seguridad y es su obligación proteger a los
cambiaformas, la del Omega Mallbekú es proveer confort y
canales de comunicación.
La primera que lo hizo fue Nicté, diligente, empática y
con una entrega digna de admiración. Tanto que, cuando
Yuma creció, se dio cuenta que era difícil llenar sus zapatos.

Aun le dolía su inmadurez de aquellos años. Como hijo


de un lobo viudo, sin posibilidades de un nuevo enlace de
pareja por su condición de único vínculo, recaía en Yuma el
ser el omega de los Moonlight.

No hizo un buen trabajo, no podía.

Los lobos se comunicaban por sus feromonas, las


dulcificadas olas de confort de los omegas deberían venir
naturalmente, pero las de él estaban capadas. Medicado sin
saberlo, pensaba que era defectuoso cuando en realidad
solo estaba siendo forzado a no sentir lo que debía sentir
por naturaleza. El recuerdo es amargo, el vínculo con
Quillian punza.

—Estoy seguro de que mi padre puede encargarse solo


de los interrogatorios. Los Moonlight tienen un cuerpo de
cambiantes entrenados para cuestiones de esta naturaleza.
Mejor disfrute su estancia, tía. Yo iré con los restrictores.
Quillian sonríe de lado, le pasa las manos por el pelo.

—Con cuidado.

Yuma aparta la mano con suavidad.


—No soy un cachorro —espeta intentando ocultar el
confort que le ha dado esa muestra de afecto.
—Te espero afuera, Blackwood. Ravieri me dejó algunos
mensajes.

—No te he dado la libertad de dejar pasar a cualquiera,


Ashdia.
—Me empiezo a acostumbrar a ser la señora de la casa.

Ella se pasa el cabello detrás de la oreja, sonríe con


seguridad y se encamina a la puerta. Quillian mete la
carpeta en una cajonera y apaga el microscopio.

—Hemos tenido años de paz con los humanos —


reflexiona Quillian mirando las fotos—. Me cuesta creer que
otros cambiantes hayan hecho esto.

—No descartes la opción —dice Yuma quitándole las


fotos y echándolas en el cajón para terminar el trabajo—. La
paz es frágil, el mundo siempre está cambiando y lo que
hoy parece seguro, mañana deja de serlo. ¿No acaso
estábamos en “paz” cuando mamá murió?

Yuma huele que Ashdia sigue cerca.

—No lo estábamos. Lo que sigue a la guerra nunca es


paz, Yuma. Es inestabilidad.

Yuma se adentra en la zona de los dos grupos que


mantienen el orden dentro de la manada Moonlight: Los
restrictores y los ejecutores.
La sede se encuentra, al igual que la Casa Alfa, dentro
de terreno boscoso. El edificio fue edificado por Nicté
relativamente cerca del de Quillian para propósitos
estratégicos como este: llegar más pronto de un lado a otro.

Así como los restrictores son los encargados de


custodiar las fronteras y proteger la manada de ataques
externos, los ejecutores se encargan de los conflictos
internos. En este momento ambas facciones deben estar
trabajando en el mismo caso, ya que ha sido un ataque por
ambos frentes.

¿El lobo sería un paria? ¿Un errante de la misma


especie que Quillian que no encontraba un hogar? Aunque
existen manadas muy bien organizadas y fuertes, como la
suya o la de Ashdia, aun vagan errantes grupos radicales,
que enfrentan a otros Alfas y roban sus manadas como si
estuvieran en la época tribal.

En otros tiempos, Alfas como el abuelo de Yuma había


sido necesarios, de otra forma los habrían sometido. Los
humanos les dejaron esas tierras, lejanas y silvestres. Ellos
estaban bien de esa forma, no buscaban más que paz.

Y su padre lleva la razón: el hecho de que ganaran un


territorio para su especie no les garantizó paz, solo
conflictos internos. Luchas de poder, traiciones y
derramamiento de sangre. Quillian siempre ha criticado la
naturaleza de su especie de irse a los dientes a la menor
provocación.
Sin embargo, aunque Yuma está de acuerdo con él, los
humanos no son de fiar. Nunca dejan de desear cosas, y ese
ansia los lleva a erradicar todo a su paso. Yuma espera que
no sea un conflicto entre especies. Si los humanos quieren
tomar más, pueden hacerlo.

Y las manadas, tan separadas unas de otras, tan


aisladas, no podrán contrarrestar lo devastador que sería
enfrentar a los humanos.

Suspira y se truena la espalda con un movimiento de


hombros. Está de pie ante el portón del edificio. Desde que
aceptó acompañar a Quillian, supo que iba a tener que
hacer frente a la vida que dejó al marcharse.

No solo a Quillian, sino a todo lo que algún día


consideró hogar.

Levanta el puño para tocar cuando la puerta se abre de


par en par. Los ojos marrones del beta Karan son de pura
aversión. No es la mejor bienvenida.
—Que sorpresa, pequeño niño de papá. Cuando oí que
habías vuelto no lo podía creer. Hasta que te vi en acción en
el río ¿A qué has venido? ¿A jugar a las casitas?

Yuma sonríe de lado, coloca las manos en la cadera y


cambia el peso de un pie al otro.

—Muy arrogante para alguien a quien las patas se le


doblaron cuando necesitaba atacar.
Karan aprieta los dientes, las venas de su cuello se
abultan de tal forma que Yuma teme que exploten y lo
salpiquen de sangre. Se sonríe. Es la misma mueca que
puso cuando, muchas lunas rojas de apareamiento atrás, le
había rogado por una oportunidad que Yuma no le dio. Se
moría por meterse entre sus piernas, como muchos betas y
alfas en aquella época. Yuma solo había elegido una vez y
fue a Ace, lo que aumentó el resentimiento de Karan.

—Siempre tan engreído —berrea el beta tapando toda


la puerta—. ¿Por qué no vuelves con esos gatos traidores?
¿Mmm? ¿Cómo te atreves a pisar esta manada cuando nos
diste la espalda así? ¿O se te olvidó que fue un felino el que
mató a tu madre?
—Hey, basta —la voz de mando del alfa a cargo de los
restrictores hace que Karan se quede con el siguiente
insulto en la punta de la lengua. Yuma quiere echarse a reír
al ver a Ace. Al parecer, la rivalidad de esos dos solo se ha
acentuado con los años.

—Otra vez el príncipe azul al rescate —escupe Karan y


se quita de la puerta con brazos cruzados.

—La sesión de emergencia del Alfa va a empezar, se te


ha hecho tarde —Ace señala el reloj del recibidor. Karan
frunce el ceño, lanza una maldición y gira el rostro antes de
salir a trote veloz.

—Esta relación laboral no la esperaba —sonríe Yuma


señalando a Karan, del que ya solo se ve su espada.
—La mayoría de días son buenos y nos entendemos. ¿Y
tú, Yuma? Supongo has regresado por lo de la boda.

Yuma inhala con fuerza. El olor de Ace es tan fresco


como el de la laguna en época de lluvias. El alfa le sonríe
con la tensión jalando de sus comisuras y Yuma comprende
que tampoco sabe cómo tomarse este reencuentro.
Este alfa es lo más cercano que tuvo a un novio
durante su juventud. La noche de fiesta de luna roja en la
que lo eligió aún es un bello recuerdo guardado en su
memoria. Ace le dio la oportunidad de intentar ser un lobo
normal, uno que no ansiaba las manos prohibidas de otro
hombre. Cuando su relación no prosperó como pareja, en
vez de relegarlo, como todos, le ofreció entrar en los
ejecutores. Le ayudó a construirse su propio lugar dentro de
los Moonlight. Yuma incluso compartió con él el secreto que
lo torturaba, confesó lo que ocurría en la Casa Alfa cuando
las luces se apagaban.

No lo juzgó, ni siquiera se mostró sorprendido. Era


como si Ace ya lo supiera.

El flujo de pensamientos se ve interrumpido cuando


alguien lo envuelve en sus brazos.
—¡Sabíamos que volverías! —clama su antiguo
compañero, un cambiante pardo de sonrisa franca.

Yuma mira detrás de él. Su antiguo equipo lo observa a


la distancia con sonrisas incómodas y pasos vacilantes.
Yuma saluda en su dirección. Uno a uno corresponden el
saludo.

—Es bueno ver que siguen en forma —dice con la


garganta un poco seca.
—Los años los han vuelto tímidos —contesta Ben, el
cambiante pardo, tomándolo de las manos y metiéndolo al
edificio.

—En otro momento se ponen al día—indica Ace


avanzando y Yuma lo sigue despidiéndose con una ligera
inclinación de cabeza. Cuando se adentran en un pasillo
solitario, Ace pregunta—: ¿Estás bien?

—¿Quieres la versión oficial o la extraoficial? —


pregunta con un tono en broma. Ace levanta una ceja. Su
cabello es de un anaranjado oscuro que embellece su
mirada de ojos verdes y ahora tiene la complexión de un
alfa en sus mejores años.

Le pone la mano en la espada de forma protectora.

—Quiero la verdad.

—Si no me pongo a llorar cuando lance los pétalos en la


boda, podremos decir que lo he superado. ¿Podemos no
hablar de eso ahora?
Ace le da un par de palmadas en el hombro. Se detiene
y suspira antes de abrazarlo. Es breve, pero Yuma huele
muchas emociones mezcladas y una, la principal, es alivio y
cariño. Yuma corresponde el gesto. Le gustaría responder
con sus propias feromonas.

Se separan pronto. Se sonríen.


—Vienes por Li, ¿verdad? El marido de Trish no está en
sí mismo, estuvo incontrolable desde que los ejecutores lo
tomaron bajo su guardia.

Doblan una esquina, un hall lleno de miradas hostiles


de parte de ejecutores y restrictores con antigüedad lo
reciben. Alguna vez fueron su segunda familia, pero ahora lo
consideran un paria que se ha casado con un jaguar. Él
también se odiaría si estuviera en el lugar de ellos. Los
entiende.

Caminan en silencio por el estrecho pasillo, Yuma se fija


por el rabillo del ojo en los interiores de las diferentes salas
de entrenamiento. Los lobos que se unen a cualquiera de los
grupos juran su lealtad al Alfa y a la manada. Yuma había
tenido que pelear por su lugar y su respeto con uñas y
dientes. Demostrar que ser el hijo del líder no implicaba
favoritismos, y que ser omega de luna lueva no le impedía
hacer el trabajo igual o mejor que el resto.
Encontró su espacio en ese grupo a base de mordiscos
y sangre, así que no puede evitar que le duela el desdén
actual, consecuencia de su impulsividad en lo que respecta
a Quillian.

Mira a Ace, el lobo habla de las reformas que lugar ha


experimentado desde su partida, los cambios pequeños y
los grandes. Yuma no huele incomodidad alguna en él y eso
le causa un agradecimiento especial. Ace jamás lo
aborreció, ni después de saber la clase de desviado que era.

Bajan las escaleras hasta el sótano del edificio, dentro


de una de las celdas está Li, dormido y atrincherado en una
esquina. Dos restrictores le vigilan.
—¿Cómo lo calmaron?

—Vino una omega de luna llena, su olor lo ha


adormecido apenas un poco. ¿Quieres que la llame? —Yuma
frunce el ceño, él es un omega y aunque sabe de su
condición médica, el orgullo no lo permite acceder a la
sugerencia de Ace—. No habla, no quiere volver a su forma
racional y lo comprendo. Debe saber lo que le ocurrió a
Trish. A todos nos cuesta creer que la bestia del sótano era,
hasta hace unas horas, uno de nuestros compañeros. Este
no es Li —Ace aprieta los puños, la voz está cargada de
profunda molestia—, alguien les hizo esto. Y cuando los
encuentre se lo haré pagar.

Eso siempre le gustó del alfa. Vellner eligió a Ace como


su sucesor precisamente por la lealtad y cariño que sentía
hacia todos los que habitaban las tierras de los Moonlight.
—Primero hay que encontrarlos, Ace.

—¿Seguro que quieres dirigir el interrogatorio? Ni los


mejores lobos han podido sacarle algo.

Yuma le pega en el hombro, menea ligeramente la


cabeza.
—Yo siempre he sido tu mejor lobo en esto.

—Imbécil engreído —refuta Ace, sonriendo—. Es


verdad. Haz tu magia, pues. Karan autorizó tu intervención.
Aunque te trate así, te tiene respeto.

—Pues tiene maneras extrañas de mostrarlo.

Yuma mira hacia dentro de la celda. Aún es un


restrictor, por lo menos aun quiere creer que lo es. En este
momento Ashdia debe de estar presentándose como la
nueva omega, la Mallbekú que merecen. Usurpando el lugar
de su madre, coronándose en el puesto que Yuma no pudo
conquistar. Necesita hacer esto bien. Nunca pudo ser el
omega que necesitó la manada, que necesitó Quillian. Al
menos debe poder ser útil así.

Ace se marcha junto con los dos guardias a petición de


Yuma. Cuando se queda solo, jala la única silla del calabozo,
le da la vuelta y se sienta con la mejilla apoyada en la orilla
del respaldo, examinando a Li. Desde la negrura de la
esquina Yuma solo ve dos gemas rojas en agonía.

—Siento lo de Trish —dice con un tono calmado,


honesto.

La bestia encerrada gruñe lastimeramente. Yuma


evalúa sus opciones para obtener información. Como
restrictor, la fuerza física, la amenaza y la labia suelen ser
las estrategias más frecuentes.

Sin embargo, aquellas muestras de poder son más


útiles para alfas y betas que para omegas. Yuma aprendió
de ellos intentando igualarlos y muchas veces lo consiguió.
Aunque nunca acababa de sentirse cómodo. Menos cuando
alguien le sugería usar sus feromonas omega.

«Puedo fingir a la perfección que las palabras de


Ravieri no me afectan, pero sé mejor que nadie lo que duele
odiar una parte de ti. Negué mi naturaleza y nada tuvo que
ver ser un restrictor. Odiar mi instinto y mis deseos era la
única forma de mantenerme cuerdo».
Ahora reconoce que Li está odiándose, le duele ver en
lo que lo han convertido. Sabe que el lobo no volverá en sí
ni aunque pudiera porque será incapaz de verse a sí mismo
luego de lo que hizo. Lastimó a sus compañeros, atacó a
una cambiante que se debatía entre la vida y la muerte y su
esposa murió también.

Usar la fuerza no va a sacarle la verdad al hombre.

Se miran por un largo rato. Yuma descubre lo que debe


hacer, se pone en pie y cruza hasta la celda. El lobo se
retrae en su esquina. Yuma se hinca de rodillas frente a las
rejas y extiende su muñeca con la palma hacia arriba.
El lobo gruñe, muestra los dientes en señal de
amenaza. Yuma cierra sus ojos, se enfoca en su olor natural,
en dejarlo salir solo un poco. Su cuerpo toma consciencia
del ambiente opresivo a su alrededor, de la humedad de la
celda, del terrible dolor que emana de Li como oleadas con
sabor a las lágrimas.
Se concentra en reconfortarlo. ¿Cómo se siente el
abrazo de un amigo? ¿El abrazo de una hermana?

Una húmeda nariz olisquea su muñeca, el filo de los


dientes tambié tocan la piel expuesta. Yuma acaricia a Li
detrás de la oreja.

—Cambia —pide con firmeza, pero usando un tono de


voz bajo para no ponerlo a la defensiva—. Sé que no querías
que esto le pasara a Trish, ayúdanos a averiguar qué
sucedió.

Li se retuerce, sacude la cabeza, fuera de sí. Rebota


entre las paredes de la celda. Yuma revive una imagen que
le provoca ansiedad: ve a Quillian la noche e que rasgó su
piel en su forma cambiante. Esa noche perdió el control de
sí mismo, la locura de sus ojos amarillos le había provocado
un miedo inusitado y ahora, mirando a Li, Yuma registra la
lucha interna de la parte racional con la bestial.

Aunque en este caso Li es un beta y, por ende, esta


falta de control en sí mismo es artificial, como bien indicó
Ace.
Li tira una mordida que Yuma evita. El cambiante se
retrae de nuevo, como un cachorro que sabe que ha hecho
algo malo. Yuma quiere confortarlo, Yava decía que los luna
lueva eran los mejores para cambiar el rumbo emocional de
una habitación entera: «Tal vez los luna llena seamos
buenos leyendo las emociones, pero las feromonas de los de
tu tipo son más fuertes. Deberías usarlas». Por supuesto, se
lo dijo en una época en la que la sola mención de las
feromonas lo crispaba. Inhala con fuerza y se concentra en
su aroma, en enviar por su glándula un pulso de
tranquilidad, de seguridad. Li lo saca del trance al golpearse
contra los barrotes. Su hocico se tuerce en dolor, cae al
suelo y su cuerpo se contrae en espasmos.

—No puedo —gime con dolor—. Haz que pare, haz que
pare.

Su voz es una mezcla de gruñidos, lenguaje corporal y


voz. La parte racional del hombre sigue ahí.

—Concéntrate, Li. Concéntrate en mi voz—. Yuma


continua desprendiendo su olor, su cuerpo se empapa en
sudores fríos. Ha pasado tantos años negando su naturaleza
y refrenando sus feromonas que este acto le cuesta energía
física y mental. La medicación es como la corriente
desbordada de un río y él nada hacia el lado contrario—.
Escúchame, eres Li. Perteneces a la manada Moonlight,
estás casado con Trish. Perdiste el control, pero no querías
hacerlo.

—¡No quería!
—Lo sé, lo sé, Li. Veme solo a mí, ¿Por qué perdieron el
control? ¿Qué pasó momentos antes?

Li hace el intento de levantarse sobre sus dos patas


traseras, se tambalea hasta que sus garras parecen de
nueva cuenta manos con las que se aferra a los barrotes.
Jadea con el hocico abierto y muestra los colmillos, que
empiezan a retraerse. Su pelaje decrece centímetros por la
nuca y el rostro. Los ojos del hombre titilan, aun perdidos en
los de su bestia.

—Fue la humana, ella, ella fue, dio algo a Trish.


—Resha. Su nombre era Resha ¿Qué relación tenían
con ella?

—Era una amiga, una amiga reciente. Le dio algo de la


farmacéutica… no sé qué. Ni para qué. —Li se sacude,
gruesas gotas de sudor le bajan por la frente—. Iba a
ayudarla.

Yuma frunce el ceño, un fragmento de la conversación


que tuvo con ella en el tren destella frente a sus ojos.

—Querían tener hijos —murmura.

Li gruñe, sus ojos se vuelven a desvanecer en el negro


con la pupila dilatada, tira de nueva cuenta un zarpazo a la
mano de Yuma quien la retira de inmediato.

—Perdimos uno… ella… le dio a tomar eso… —musita


perdiendo el último resquicio de racionalidad.
—Li, ¿Has oído el nombre de Ashdia? ¿Tu esposa lo
mencionó? Óyeme, Li. ¿Ashdia? ¿Te suena?

El lobo tira otra mordida, avienta su cuerpo contra los


barrotes con tanta fuerza que la sangre empieza a empapar
su pelaje. Yuma suspira, no va a obtener nada más de él;
por lo menos no ahora. El lobo aúlla y en su tono se cuela
tanta pena que a Yuma se le aguan los ojos.
Perder la razón, ahogarte en dolor, hacer lo
impensable. Yuma comprende por qué su padre es tan
reticente al tema bestial. Por qué lleva años buscando
fármacos para aplacar los instintos.

Sube las escaleras. Ace lo espera y algo en su


semblante debe de decirle más de lo que cree, porque su
amigo arruga el entrecejo y aparta la mirada con una
frustración palpable.
—¿Sabes quién era la mujer que acompañaba a Trish?

—Su nombre era Resha, la conocí en el tren y ahora


encontrarla aquí no me parece una coincidencia sino una
cuestión de causa y efecto. La pregunta es ¿Cuál es la
causa? El efecto —señala hacia atrás—, lo estamos viendo.

Yuma echa a andar hacia la puerta, no quiere otro


encuentro como el de Karan. Ace le sigue el paso.
—¿Alguna conexión que encuentres?

—Ashdia —dice bajito—. Ambas llegaron a la ciudad


donde está la sede de la farmacéutica en fechas cercanas y
luego ambas vinieron a la manada. Resha era amiga de
Trish y estaba buscando una forma de ayudarla a concebir.
Necesitamos revisar su casa en búsqueda de medicamentos
o algo irregular. Ashdia pudo dárselos.

—Los ejecutores pueden registrar la casa. Mencionar a


tu tía sería arriesgado, ella no estaba en la ciudad cuando
ocurrió el primer ataque ¿O me equivoco? Además ¿Cómo
conseguiría ella un medicamento capaz de volverlos a todos
locos?

Yuma mete las manos en los bolsillos, acelera las


zancadas al oír los murmullos de los ejecutores, que no
disimulan su sorpresa.
—¿Por qué el Senado la eligió a ella? Se sabe que la
manada del Norte Nevado está en disputas internas por el
título de Alfa. Ashdia no tiene poder político allá. Su época
pasó. Ravieri no desconoce esa información y aun así se ve
sumamente interesado en que la señora se case con mi
padre.

Ace engancha su mano en la v que hace el brazo de


Yuma, como el otro es más alto, cuando echan a andar el
lobo mestizo se siente arrastrado.

—A mí lo que me sorprende es que tardaran tantos


años en volver a hacer una alianza así con los Wolfgang.
—A mí no. Ravieri solo estaba evaluando de qué tantas
formas fallaba, y la última gota fue huir de casa —dice entre
dientes, intentando mantener la calma—. Y de todas las
personas tenía que elegir a esa omega. Cuando la conozcas
vas a entender. Es tan… descarada diciendo que quiere una
marca de Quillian.

Ace camina más rápido, con los ojos al frente. Evitan la


arena de prácticas.

—¿No son…? —Ace hace una mueca de labios


compungidos.
—Dilo, creo que ya estamos viejos para andar evitando
palabras.

Salen del edificio. En la puerta, un ejecutor de aspecto


muy joven mira a Yuma con ojos de pura ilusión. Como si
estuviera ante la imagen de un héroe o algo por el estilo. Al
mestizo se le aprieta el estómago, incapaz de comprender
por qué lo mira así. Cuando el chico está a punto de hablar,
Ace le pone la mano delante para interrumpirlo y, sin
mediar otra muestra de atención, sale arrastrando a Yuma.

—Celos —suelta por fin cuando han avanzado un par de


metros por el camino de tierra que baja a la comuna.

Yuma se crispa. Se gira a verlo y no sabe qué destellan


sus ojos porque Ace suspira y lo suelta con las manos en
alto.

—¿No que ya estamos viejos para andarnos fulminando


con los ojos, jovencito?

—¿Crees que todas mis conjeturas apuntan hacia ella


solo por… celos? —la palabra le sale pastosa de la boca.

Ace se detiene, ladea el rostro con una sonrisita de


comprensión que a Yuma le sabe como una patada en las
costillas.

—No digo que estés equivocado, pero concentrarse


solo en esa ruta con tan pocas pruebas… Además, en
circunstancias normales sabes que tendrías mi confianza,
pero cuando se trata de tu padre no eres imparcial.
Yuma echa la cabeza para atrás con un bufido.

—Bien, intentaré ver el panorama completo, aunque mi


intuición no se equivoca y ya te obligaré a tragarte tus
palabras, señorito —farfulla—. Ahora iré a admirar el
espectáculo de Ashdia conquistando a su nueva manada.
Ojalá sea la omega que dicen que es y yo solo este…
paranoico.

—¿Te acompaño? —pregunta Ace. Yuma niega con la


cabeza—. Vale, te dejaré por ahora, pero necesitamos
ponernos al día. ¡Han sido tres años! Ni una mísera llamada,
ni una visita.

—Lo siento —dice bajando el mentón—. Tú sabes por


qué no podía volver.

—¿Y ahora cómo estás? ¿Cuánto vas a quedarte?


Yuma destensa los hombros.

—Mi plan era esperar la boda y luego irme, pero con


esto, no creo poder marcharme tranquilo hasta tener
respuestas.

Ace le da dos palmaditas para despedirlo. Yuma mete


las manos en los bolsillos y arrastra los pies hasta el salón
de reuniones de los Moonlight. Sabe que lo que va a ver no
le gustará.
99%
Quillian mueve el cuello de un lado a otro, los hombros
le crujen. Mira hacia el alto techo de la sala comunal, el
único edificio en la manada hecho de concreto en vez de
madera. Dos gradas en forma de medias lunas cercan el
centro. El antiguo coliseo de entretenimiento de Abrat ahora
es el salón principal de eventos de la comuna. Destinado
principalmente para sesiones del Senado cuando pisan el
territorio y para cuando Quillian se reúne con sus
funcionarios.

Ha terminado el informe de lo ocurrido el día anterior.


El veredicto es unánime: Nadie en la sala cree que Li y Trish,
dos lobos tan leales, hayan atacado sin razón. Con lo
ocurrido en Bariló días atrás, la conclusión es que se tratan
de hechos relacionados.

Desde las butacas, los funcionarios de la manada


hablan entre ellos mientras Karan organiza la entrada de
todos aquellos que tengan un testimonio útil para
comprender lo ocurrido.

Durante todos sus años como Alfa, Quillian ha estado


involucrado en varias peleas dentro del territorio. Incluso
contra su propia gente, que lo desafió y él tuvo que pelear
para demostrar su autoridad como líder de los Moonlight. En
aquella ocasión desterró a quienes lo desafiaron y dejó en
agonía a los parias externos que intentaron robarle el
liderazgo.
Odió cada parte del proceso, lo odió hasta el tuétano.
No soportaba comportarse como un tipo violento cuya única
forma de procurar y proteger a su gente era a mordiscos,
pero la realidad no le había dejado alternativas.

Esta vez la situación es distinta. Gente de su manada,


leales a los suyos, han perdido el control manipulados por
algo externo.

—Así que la víctima se llamaba Resha, ¿sabe de dónde


venía? —pregunta Karan a la beta que tiene enfrente. Es la
encargada de la entrada de humanos a la comuna
Moonlight.

—Era humana —contesta la mujer, se aprieta una mano


con la otra, no puede quedarse quieta—. Se quedó en casa
de Trish a inicios del año pasado. Veintinueve años, venía de
Bariló y el motivo de su visita, según los papeles que firmó
al ingresar, era intercambio cultural.

—¿Alguna conducta sospechosa? ¿Se llevaba con el


resto de cambiantes?

—Los primeros meses. Pero desde que inició su amistad


con Trish y vivió con la pareja, poco tiempo pasaba entre los
demás miembros de la manada.

—¿No tenía contacto con nadie más? —pregunta


Quillian inclinándose, la mujer asiente rápido. Se retuerce
las manos, nerviosa.

—Supe que durante el último periodo de su estancia


usaba mucho la torre de información. Tal vez el encargado
de las comunicaciones sepa más.

La mujer entrega los papeles que acaba de mencionar.


Karan los toma y lee por encima.

—Bien, gracias por cooperar. Puedes retirarte —indica


el líder de los ejecutores. Ella asiente y se levanta de
inmediato. Da un par de pasos vacilantes antes de girarse
de nuevo.

—Líder, muchísimas felicidades por su boda, la manada


tenía tiempo necesitando a alguien en el cargo de Mallbekú.

Quillian intenta sonreír. No está seguro de lograrlo


porque la mujer abre la boca y luego la cierra, encogiéndose
antes de alejarse y darle paso al siguiente testigo. Quillian
mira por encima de la cabeza del hombre a Ashdia, que
lleva toda la mañana presentándose a los Moonlight. Todo el
proceso de la boda y ahora estos ataques, ya en su
territorio, lo tienen con los hombros tensos y un dolor en el
cuello que empieza a volverse insoportable.

Pero se limita a saludar y a agradecer a cada uno de los


miembros de su manada, no solo a los que asistieron al
salón de reuniones por el testimonio, sino esos que van a
darle la bienvenida de regreso y la felicitación por el futuro
enlace matrimonial.

Sabe que su gente lo extraña y lo quiere más presente


en el territorio, como en los viejos tiempos. Quillian aún no
está seguro de poder cumplir esa demanda.
Tras la partida de Yuma con los Balam, Quillian intentó
permanecer en la casa, rodeado de los recuerdos y los
arrepentimientos. Al final no pudo con ello, con el vacío que
se lo tragaba cada noche, con la culpa corriendo lacerante
debajo de su piel. Al final se rindió y se mudó a la ciudad
solo seis meses después de que Yuma se hubiera marchado.

Quillian no podía tenerlo de la manera en que sus


cuerpos rogaban, pero mantendría una buena relación con
su hijo a toda costa. Separarse como lo habían hecho años
atrás, lo desmoronaría por completo.

Ahora, con su reconciliación, Quillian se debate entre


contarle la verdad o seguir guardando secretos. La noche
anterior, al tenerlo entre sus brazos, se dio cuenta de
cuánto ansiaba volver a esos viejos días donde un abrazo
producía placer y tortura en proporciones iguales. Era
preferible el sufrimiento de tenerlo cerca, que el de su
ausencia.

Si era sincero con Yuma, si exponía las crudas verdades


que los unían y separaban ¿Podrían volver a compartir la
cama de esa forma? Quillian se ríe al imaginarse a Vellner
reprendiéndolo con su cantaleta moral.

«¡Es tu hijo! Tomarlo sería un acto aberrante de poder.


No importa que el chico quiera, no está en edad de decidir»
e incluso cuando ya lo estuvo, Vellner encontró nuevas
formas de enterrar el dedo en la llaga.

A Quillian le basta su propio desprecio.


El encargado de comunicaciones saluda cuando toma
asiento, se arregla los desprolijos lentes y mira hacia el
suelo.

—Necesito un reporte de todas las llamadas que hizo


esa humana y si Trish usó la línea. También quiero todo por
escrito —indica Karan al encargado de las comunicaciones,
que apunta en una libreta de mano el pedido—. Fechas,
horarios, a quién llamaba, cuánto tiempo, todo. ¿Queda
claro?

El hombre asiente y sale despedido sin mediar otra


palabra. Quillian percibe temblor en sus hombros.

—Tienes una manada adorable —dice Ashdia al


sentarse a su lado.

—Tomemos un descanso, Karan. Ve a estirar las


piernas.

El beta se pone en pie y hace una leve reverencia antes


de alejarse. Ashdia cruza las piernas con suavidad y apoya
el codo sobre el muslo.

—Bien, Blackwood. Por fin nos das un momento a solas.


Te has tomado tu tiempo.

Quillian se muerde el interior de la mejilla, repasando


sus palabras.

—Tu hermana aceptó este compromiso porque tenía


claros sus objetivos. ¿Cuándo me dirás los tuyos, Wolfgang?
—Oh, lunas. ¿No te convence que una omega solterona
quiera casarse con el Alfa más deseado?

—Has esperado muchos años si ese fuera tu objetivo.

Ella da un manotazo a su pierna, riendo.

—Tú y tu hijo son realmente desconfiados. A veces la


respuesta más simple es toda la respuesta, Quillian. Quiero
un alfa capaz de protegerme, quiero tener mi propia
manada como la tuvo Nicté. Quiero sentir que algo me
pertenece. ¿Por qué me opondría a enlazarme al cambiante
más fuerte de los clanes?

Quillian la mira por el rabillo del ojo. Es muy parecida a


Nicté en su físico, excepto por el color de sus pieles; la de su
esposa, tan clara que se confundía entre los bosques
nevados; y la de Ashdia oscura y aperlada, cualquiera las
tomaría por gemelas.

No es bueno distinguiendo las mentiras, pero encuentra


cierta vulnerabilidad en las palabras de Ashdia.

—Así que no piensas reconsiderar los términos del


matrimonio. —Ella niega—. ¿Qué acordaste con Ravieri?

—Puso fecha a la boda. Dice que el Senado se


encargará de las invitaciones diplomáticas. Que la boda se
efectuará en dos días, pues la Luna de Mabel es propicia
para la ceremonia.

—Es demasiado pronto —reflexiona Quillian.


—Opino lo mismo. Aunque lo comenté con Ravieri no
me dio la oportunidad de cambio de fecha. La siguiente luna
de Mabel será dentro de cuatro meses. Y creo que entre
más pronto terminemos con esto, mejor. Le diré a mi
sobrino si quiere ayudarme, igual así vamos limando
hostilidades. ¡Oh! Vaya, hablando del cachorro…

Quillian alza la mirada. Yuma camina en su dirección


con pasos seguros y el mentón ligeramente levantado. Lleva
las manos metidas en la cinturilla del pantalón y los
pulgares por fuera. El escote de la vaporosa blusa deja ver
su piel lechosa.
Si no estuviera medicado, Quillian sabe que sus
feromonas danzarían por todo el recinto atrayendo miradas.
El olor natural de su hijo es volátil, capaz de derretir el
paladar con la dulzura de una fruta de temporada o
encenderlo como una especia picante y salvaje.

Su hijo ya no es un niño. Es un hombre joven, atractivo


y deseable. Un hombre que ha trazado su camino lejos del
nido. Le gustaría alabar su belleza si con ello no desafiara al
tabú.

—¿Han encontrado algo útil? —pregunta Yuma mientras


se sienta al lado de Ashdia.

—No mucho —responde la mujer—. En realidad


hablábamos de ti y tu resistencia a verme en el lugar de la
Mallbekú. Le agrado a la manada de tu padre, todos me
reciben con brazos abiertos.
—No te precipites, tía. Luego vendrán las
comparaciones con mi madre y ya me dirás.

Un aroma oscuro como el del acero oxidado pica en el


ambiente. Yuma arruga la nariz, se gira a ver a Ashdia con
ojos bien abiertos. La mujer no cambia su expresión.
—¿No es acaso extraño que un chico de tu edad sea
tan posesivo con el lugar de su difunta madre? Han pasado
muchos años, Yuma. Debes dejarlo ir. Los omegas celosos
no son agradables. Empiezo a compadecer a tu marido.

Una punzada se extiende desde la oreja, cruza por el


núcleo vincular y termina en su clavícula, Quillian se lleva la
mano al cuello e inhala para amortiguar el dolor. No
contesta. Ashdia ladea la cabeza, lo mira con ojos
entornados y la sonrisa de una fina línea.

—Tía, no lo malentienda. Me preocupa que no pueda


con las comparaciones, es todo.

—Bien, entonces no tendrás problema en ayudarme a


planear la boda, ¿verdad? Estamos a días del evento.

Yuma se pone de pie, azorado.

—¿Días? ¿El Senado está loco? ¿Qué sigue? ¿Quieren


que conciban cachorros?

—Aunque me halagan tus suposiciones, debo confesar


que soy un poco mayor para darte hermanitos. Pero bien
podríamos practicar ¿No es así, Quillian?
Dos pares de ojos lo escrutan, Quillian se remueve en
el asiento.

—Dejé mis términos para acceder a este enlace muy


claros, Wolfgang.

—Una vez vinculados, las cosas pueden cambiar muy


rápido, Blackwood. —Ella se endereza, sin quitar la sonrisa y
se pasa el pelo blanco por detrás de la oreja—. Y sé cómo
me miras, no te resistas a ello.

Quillian se frota en el medio de las cejas, pero la arruga


que ya tiene ahí se acentúa de todos modos. Yuma mira
alrededor, se ruboriza y Quillian no sabe si por vergüenza o
ira. Estira la mano para tomarlo de la muñeca, le invita a
sentarse. Yuma resopla y obedece.

—Por ahora te dejo trabajar, me gustaría andar por el


pueblo un rato —dice Ashdia al ponerse en pie—. Me
encantará aprender de ti mañana, cachorro.
—Te asignaré un guía.

Ella niega.

—Quiero ver tu manada con los ojos de mi hermana.


Llámame nostálgica. Nos vemos más tarde.

Quillian la ve retirarse contoneando las caderas,


soltando sus feromonas dulzonas, que hacen a más de uno
girarse. Incluso Karan, que continúa entre la gente, se
pierde un momento en el movimiento.
No le sorprende que Yuma se haya puesto territorial en
su presencia, que, incluso con la medicación intente marcar
lo que su instinto dice que le pertenece.

—Si sigues mirándola de esa forma, solo le darás la


razón —escupe Yuma —. Y solo Lucine sabe cómo se
portaría de ganarse tus afectos.
—Las diosas no lo permitan —responde colocando su
mano encima de la suya, es un gesto conciliador y suave.

Yuma mira hacia otro lado, las puntas de sus orejas se


han puesto de un rojo cereza. Luego, como si fuera
accidental, gira la mano para que sus dedos se entrelacen.

«Celoso, aún amas que se ponga celoso» dice una voz


gruesa que le estremece cada vello en el cuerpo.

Quillian intenta concentrarse en el problema que tiene


entre manos, pero no puede. ¿Si Yuma supiera la verdad la
aceptaría? ¿Podría entender sus decisiones?

A diferencia de su hijo, Quillian no podía fingir


ignorancia o atribuir su conducta a la confusión como vio a
Yuma hacer durante los años más turbulentos luego de su
primer celo.

Cuando él descubrió su vínculo no era un adolescente,


era un hombre, un líder, un padre. Habría sido negligente
fingir demencia, así que, por el bien de su cachorro, tuvo
que cargar con el peso.
Al inicio, las demandas de su hijo, sus constantes
provocaciones sexuales, la forma en que el celo se
presentaba en ambos de manera incontrolable, hicieron que
Vellner le planteara una duda racional:

«¿Has pensado que tal vez no es tu hijo? Eso explicaría


la atracción mutua» le dijo la tarde en que, desesperado,
Quillian buscó su consejo. Aunque odiaba dudar de Nicté y
de sí mismo, aquella posibilidad eliminaría la culpa que lo
corroía.
Cuando terminó el examen de compatibilidad y el de
parentesco, le ardían los ojos. El número no dejaba espacio
para las dudas: 99%

Una risa amarga trepó por su garganta y salió en la


forma de un graznido sarcástico. De todas las cosas que
podía haber hecho la biología en su contra, de todas las
cosas que odiaba de su designación alfa, de sus instintos,
esa era la peor. ¿Era acaso un castigo, una burla de las
diosas?

Había visto a su madre, prisionera de su designación


omega, sufrir la violencia de Abrat en nombre de su
naturaleza; a Nicté al borde de la muerte por la misma
razón. Su hijo no iba a pasar por eso, él se negaba a ello.

Él quería que Yuma fuera libre. Tan libre como podía


serlo un lobo como ellos.

—¿Por qué no lo entiende? —berrea Yuma entre


dientes, haciendo que Quillian salga de sus recuerdos—.
Sabe de mamá. No puede hacerse la loca y fingir que
desconoce que tu especie, una vez vinculada, no puede
hacerlo otra vez.

Quillian aprieta la mandíbula. No quiere cometer los


mismos errores del pasado, cuando Yuma le había dicho que
ya no era necesario que se responsabilizara por él y la
última vez que lo intentó, lo había alejado por tres años.
Necesita empezar a ser sincero, necesita confiar en que
Yuma podrá lidiar con la verdad.
Aunque él no esté seguro de ser capaz.

—Nunca me he vinculado, Yuma.

Yuma sonríe, enarca una ceja y se gira a verlo como si


estuvieran compartiendo una broma. Quillian sostiene su
mirada. Los ojos rojos y brillantes del joven empiezan a
temblar. Es él quien aparta la mano.
—Pero mamá… ella tenía la marca de mordida, estoy
seguro ¡Estoy seguro!

—Nicté tenía una marca de mordida que no era mía.

—¿Cómo es que…? ¿Entonces…?

—Te explicaré todo en casa.

—No —dice tajante apretando las manos en sus rodillas


—. Tienes que decirme. Ahora. ¿Nunca marcaste a mamá?
Yo pensaba que ella era tu… que ustedes…

Yuma sacude la cabeza. Tiembla.


—No éramos compatibles. Pensé que lo sabías.
Encontrar a una pareja para los lobos como yo es casi
imposible —Quillian escupe las palabras que siente arder en
su garganta—. Marcar a tu madre hubiera sido aberrante.

—¿Entonces de quién es la…? —Yuma se muerde el


labio.
—De su destinado.

Yuma exclama un «ah» que suena hueco.

—Ashdia sabe la verdad, por eso insiste como insiste.


Tu madre para mí siempre será la mujer más tenaz y
respetable que he conocido. Mi mejor amiga. No quisiera
que la juzgaras por algo como esto.

Yuma sacude la cabeza, la sonrisa extraña no ha


desaparecido de sus labios.

—Nunca la mordiste… ustedes no eran…

—No.
Quillian coloca su mano encima de la de Yuma, este la
aparta.

—Tengo que revisar unas cosas en casa… y llamar a


Zamil. Me voy.
No busques lo que no quieres
encontrar
Yuma contiene la respiración y se sumerge en la tibia
agua de la bañera. Relaja los músculos y controla los
nervios para aguantar la respiración el mayor tiempo
posible.

Ese ejercicio fue uno de los primeros que Vellner le


enseñó cuando se enlistó como restrictor. Y Yuma lo adoptó
como una herramienta para gestionar sus emociones.
Desde que ingresó en la guardia de restrictores descubrió
que era particularmente bueno en todas las pruebas de
control emocional, siempre que estuviese medicado y que
no se tratara de su padre.

Cualquier asunto relacionado con Quillian era sinónimo


de caos. Yuma perdía su balance como si fuera una pila de
piedras desiguales con las que un temblor hubiera querido
jugar.

Vellner le dijo una vez, con esa voz autoritaria y


horrible, que nunca lo colocaría en un escuadrón para
proteger al Alfa porque era incapaz de comportarse como
un adulto en su presencia.

¡Cuántas ganas tuvo de mostrarle que se equivocaba!


Sin embargo nunca pudo hacerlo. Odiaba a Vellner con la
misma intensidad con que se odia a sí mismo por tener que
darle la razón. Pero incluso la aversión hacia él se ve
opacada por lo que le provoca su tía. Una vieja astuta con la
capacidad de sacar lo peor de él.

«Claro, si sabe lo que yo desconozco, me tiene en la


palma de su mano» medita apretando los puños. «¿Qué más
sabe?»

Yuma abre los ojos, la visión dentro del agua es


ligeramente ardorosa. La idea de que su tía esté mirando
debajo de su piel acelera su pulso. ¿Y si Ashdia sabe todos
los secretos? Esa actitud soberbia, su forma de burlarse de
su relación con Quillian ¿Podría ella descubrir lo que tanto
ha intentado ocultar?

Es imposible.

Yuma lleva buscando el equilibrio con Quillian desde su


conversación en el balcón de Bariló. Trazar la línea mientras
al mismo tiempo puede acercarse un poco más. No es
obvio, nadie que no los conociera de mucho tiempo podría
siquiera imaginarse algo distinto a una relación paternofilial.
Ace tuvo que escucharlo de sus propios labios para
procesarlo.
Ashdia lanza comentarios para rebajarlo de la forma
que sea. Solo está buscando demostrarle cuál es su lugar
ahora que ella va a casarse con Quillian.

«Que mamá no fuera mordida por papá, que no fuera


su destinada, no cambia nada. Ni para esa mujer, ni para
mí» se repite hasta el cansancio para evitar pensamientos
de otra naturaleza.
¿Por qué Quillian esperó hasta ahora para decirle? ¿Por
la vergüenza de ser un hombre cuya esposa tuvo un
amante? ¿Por proteger la imagen de su madre?

¿Y sí…?

Si su madre y su padre no eran pareja ¿Él qué es? ¿Es


realmente el hijo de ambos? ¿Fue un hijo no deseado desde
el inicio?

Yuma escucha su corazón acelerarse, su control se


diluye en la tina y solo quiere aire. Aprieta los ojos, intenta
borrar la pregunta, pero el miedo de no pertenecer a ningún
lugar reaparece como la premonición de unas garras
lacerando el tatuaje de su espalda. Cuando la presión de la
falta de oxígeno lo obliga, sale del agua y toma una
bocanada de aire.

La última vez que buscó respuestas no pudo lidiar con


ellas. Yuma no quiere pasar por ahí otra vez, así que aparta
el pensamiento. Sale del baño con la toalla enrollada en la
cintura. Está a dos pasos de su cuarto cuando el olor de
Ashdia inunda sus sentidos; las últimas notas de sus
feromonas son ligeramente ácidas, ¿miedo, enojo?, se
pregunta.

Gracias a la medicación y al baño su aroma es


indetectable, Yuma se mete en el cuarto, deja la puerta
entreabierta e intenta rastrear hacia dónde dirige su
atención Asdhia.
Escucha el pestillo de la puerta y sus pasos sobre la
escalera. No hay nadie a su lado. A Yuma le cuesta creer
que su padre le haya entregado las llaves de su hogar.

Sus pasos son suaves, pero la madera de la casa Alfa


rechina. Yuma sabe que abre y cierra las puertas para
verificar que está sola. La pregunta es por qué, para qué.

El aroma de la mujer es característico de la fruta


madura. Desde el punto de vista del Norte Nevado de los
lobos blancos, ese aroma debe ser atractivo como agua en
medio del desierto. ¿Por qué está soltera? ¿Por qué ha
esperado tantos años? ¿Por qué ella de todas las lobas y
lobos que pudieron enviar a su manada?

Incluso si quisieran la unión mediante un cachorro,


Ashdia no sería la más indicada. Un embarazo, a su edad, es
más complicado.

Yuma no sabe por qué no se ha preguntado todas esas


cosas antes. ¿Los celos lo habían cegado? ¿La viva imagen
de su madre en ella le había nublado el sentido común?

La escucha abrir una puerta, luego otra, se va


acercando a donde está agazapado, y él piensa en
esconderse en el armario, pero sabe que a esa distancia ya
no importa lo que haga, Ashdia lo va a oler. ¿Debería fingir
que no la ha notado? ¿Reprocharle directamente por qué
husmea dentro de casa?

No. Los celos se filtrarían por su vínculo y, aunque ella


no supiera la naturaleza de su posesividad, despertaría su
curiosidad.

Entonces el reloj comunicador suena. Yuma, por reflejo,


busca en su cama. No ha sacado el aparato desde que llegó
a la manada. Así se da cuenta de que no es el suyo sino el
de Ashdia que camina hacia el otro lado del pasillo; su
interlocutor no la deja hablar, así que ella se limita a bufar.
A medida que avanza la conversación, su olor se va agria
más y más.

Yuma se enfunda los primeros pantalones que


encuentra y una playera. Rebusca en su maleta hasta dar
con el reloj comunicador, lo enciende y ve las llamadas
perdidas de Zamil. Algo se hunde en su estómago y, con la
boca seca, lo mete en el bolsillo de su pantalón. Sale del
cuarto en silencio, aguzando el oído. Antes de girar en la
esquina se atrinchera en cuclillas. Su tía está parada en el
recibidor, el pie apoyado contra la madera zapatea una y
otra vez.

—No, no me reproches de esa forma. Cumplí mi parte,


no me pidas que ahora me detenga. —Ashdia despliega sus
feromonas, marcando la casa—¿Crees que el Senado tiene
tanto poder en mí? Si yo no quisiera, no habría fuerza de la
naturaleza que me trajera aquí. Así que sí, esto es también
mi decisión, E. Nicté lleva mucho tiempo muerta… no uses
esa carta conmigo. Han pasado más de veinte años. Déjame
pensar en mí esta vez.

El corazón de Yuma late en su garganta, el nombre de


su madre, letra por letra, provoca en cada vello una
curiosidad insana, mezcla de incertidumbre, culpa y
extrañeza. Quiere oír más de ella, saber quién era, cómo
era. Sus recuerdos son pocos, dolorosos y apenas una
imagen vaga de quien fue; sin embargo, Yuma ha vivido
todo el tiempo desde que supo que era un omega, a su
sombra.

—No, no te hagas la desentendida. Nicté era


maravillosa, lo sabemos… siempre lo supimos. ¡Pues ya no
importa! Este lugar ahora es mío y Blackwood es un lobo sin
vincular. No tengo por qué descartar la posibilidad de
enlazarnos de esa forma.

«Enlazarse» la palabra suena tan bien cuando se


pronuncia, suena a la caricia en el pelaje de una presa, a
sostener un tesoro o probar un secreto. Y se siente tan
lejano que duele, tan prohibido que se desliza fuera de su
mente por más que intente reprimirlo. «Enlazarse».

El olor de su tía se vuelve familiar, algo que él mismo


ha olido en sí: sensación de insuficiencia. Recordarse que el
único vínculo de su padre fue esa mujer, esa mujer a la que
él también quiere, a la que debería amar; pero cuyo
recuerdo le provoca envidia y celos y emociones oscuras
que prefiriere acallar.

Durante años el más grande freno para sus deseos fue


la imagen de su madre.

Hasta ahora.
Hasta ahora que sabe que Nicté y Quillan no estaban
destinados.

Su corazón le implora detenerse, dejar de torturarse


«¿Qué vas a ganar?» pregunta en un hilo de voz «El amor
por tu padre seguirá siendo inadecuado ¿Acaso estás
buscando una oportunidad como hace ella?».

—¿Yuma? ¿Qué con él? E, no seas ingenua. Bien podría


no ser hijo de Quillian. ¡Oh, no te pongas a la defensiva! Las
dos sabemos que incluso si Blackwood lo supiera, aun así lo
hubiera criado. Le urgía un hijo para que Abrat dejara de
molestarlo.

Yuma deja de respirar. ¿Y si no fuera hijo de Quillian? ¿Y


si el vínculo y sus instintos hacia él tuvieran sentido porque
no son familia? Las preguntas se abren camino en su mente
como un sendero de fuego. Abre los ojos cuando nota que el
aroma de su tía está en la punta de su nariz.

—Mira nada más, eres un cachorro curioso.

—No soy yo quien deambula por una casa ajena como


si ocultara algo.

Ella se cruza de brazos, se recarga en la pared. Yuma


se incorpora, se sacude el pantalón.

—¿Por qué me estás tratando como tu enemiga,


querido sobrino?
—Debe ser por tu agradable actitud —masculla—.
¿Hablar de los orígenes de otros es lo que entiendes por
diversión?

—Así que me escuchaste. ¿Por qué no luces


sorprendido? ¿Lo sospechabas ya? Oh, no me digas que no
sientes el vínculo con tu padre.
—No es de tu incumbencia, Ashdia.

Yuma trastabilla dos pasos hacia atrás. La mujer


olisquea al aire y frunce la nariz.

—¿Sabes? Hay algo que siempre he querido


preguntarte ¿Por qué estás todo el tiempo medicado,
cachorro? ¿Por qué no te han mordido?

Yuma se lleva la mano al collar, aprieta los dientes


cuando toma consciencia del movimiento y la exhibición de
su vulnerabilidad.

—Zamil y yo tenemos nuestros acuerdos, pero


comprendo que sea difícil de entender para alguien que
nunca se ha casado.

Ashdia mueve la cabeza para que su cabello se vaya


hacia atrás. le dirige una mirada fría.
—Nunca quise casarme por desesperación. Quería lo
mejor de lo mejor —ríe—. ¿Tú de qué escapabas cuando te
fuiste con los Balam?

Yuma desea con todas sus fuerzas soltar sus feromonas


de confrontación. La mujer bordea terreno peligroso y él
quiere lanzar una advertencia.

—¿Quién dice que estaba huyendo?


Ashdia sonríe descarada cruzando los brazos.

—Nos parecemos, Yuma. Y yo jamás habría elegido algo


menos que un Alfa. La única razón por la que lo haría sería
desesperación. O averiguar que no pertenezco a mi
manada.
Ella da negaciones breves, Yuma es incapaz de ocultar
la turbación de sus ojos. Ashdia entorna su mirada, que se
cierne sobre su sobrino.

— No hables de lo que no conoces. —Es extraño, la voz


le sale entrecortada.

Ella sonríe con sorna.

—¿Y qué es lo que tú conoces? No es de mí de quien


quieres respuestas, cachorro.

Yuma inspira, el aire le quema, baja en rapel y no llega


al fondo de su pulmones. Hace una ligera inclinación ante la
mujer y pasa a su lado cuidando de no rozarla.

Se muerde los labios, encaja el colmillo hasta sangrar y


el dolor logra mantenerlo con los pies en la tierra. Quiere
respuestas, certezas. No importa lo que piense después, ni
importa si no cambia nada en la realidad. Solo quiere saber
si su padre…

Ya en el laboratorio, los dedos le tiemblan cuando


teclea la contraseña. El aroma del lobo muerto es lo primero
que sus fosas identifican, de manera que el vacío en el
fondo de su estómago se vuelve ácido y le provoca arcadas.
Tira de los cajones, su visión es un vidrio empañado en
lluvia, absorta en el ruido de papeles que no le dicen nada.
Suprime las lágrimas, el cuello le duele, mueve carpetas,
nada.

Se acerca a la mesa principal, toma asiento en el lugar


de Quillian, en lo que el hombre ve cada vez que llega ahí.
Hay un pequeño cajón, delgado, como si en él solo cupieran
cartas.
Yuma lo fuerza, está gastado y un poco astillado. Tira
con fuerza mientras nota los ojos de Ashdia sobre él. Quiere
gritarle que se vaya. La única carpeta que encuentra le
muele los sesos. Sus dedos temblorosos cogen la hoja, la
leen una y otra vez:

«Prueba de parentesco».

No.

No.

¿Quillian tenía las mismas dudas que él?

Sigue leyendo y su aroma se dispara como si la


medicación se hubiese evaporado por el calor en su sangre.
Su tía se aprieta el puente de la nariz.
—¿Acaso has descubierto que no es tu padre? —dice
ella con el tono de burla—. Digo, estás pálido, sobrino.

Yuma no encuentra palabras, los oídos le zumban de


ira. De alivio, de desconcierto. Es una mezcla de emociones
tal, que solo reconoce el dolor que punza en sus sienes, tan
fuerte que por un momento siente que se va a apagar.

—¿No vas a contestar? —pregunta su tía. Yuma por fin


se da cuenta de que el reloj en el bolsillo no deja de sonar.
—Fuera, Ashdia.

Ella no obedece, cruza una pierna sobre la otra,


recargada en el dintel de la puerta. Yuma se pasa la lengua
por los labios cuando contesta.

—¿Estás bien? Por los ancestros, te he llamado muchas


veces.
Es Zamil, y suena preocupado. Yuma no encuentra su
voz, escucha a su esposo como una especie de eco dentro
de una caverna. Lejano y ausente.

—Yuma, cariño ¿Todo bien? —repite.

—Perdón por no llamar hasta ahora—gime con la voz


rota.
—No te disculpes, no pasa nada. Yuma, no llores,
cuéntame qué pasa. ¿Estás con tu padre? ¿Estás herido?

—Yo… Zamil, yo he… no sé… Estoy ¿Bien?

—¿Seguro?

Él solloza algo parecido a una afirmación.

—Dile que iremos.

Escucha la voz de Xel-há cerca. Gotas de sudor frío


bajan por su espalda cuando el auricular hace un sonido
extraño y el terciopelo de la voz del Alfa de los Balam lo
sorprende.

—Sí. Yuma, recibimos la invitación para la boda, los


clanes están conmocionados.
La boda.

Yuma alza la mirada, Ashdia tiene las cejas levantadas


en su dirección, como si esperase algo más.

—¿Por qué sigues aquí? —dice exasperado,


levantándose del asiento y golpeando la mesa con la mano
libre.

—¿Por qué tendría que irme?

—¿Yuma? —repite Zamil.

—No es tu casa, fuera.

—Lo será. Pronto.

—¡Fuera de mi vista!

—¡Yuma-há! —exclama una Voz de Mando al otro lado.


Es el Alfa al que pertenece desde que se casó. Xel-ha, repite
el nombre en su mente, se ordena calmarse. Este es su alfa
ahora, aprieta los ojos—. No suenas bien, respira.
—Perdón, Alfa.

Ashdia chifla, se da la vuelta y se aleja contoneando las


caderas.

—¿Todo bien?
—Hablaba con otra persona. Me alteré un poco.

—Está bien, sea lo que sea que esté pasando,


estaremos pronto contigo. Zamil y yo iremos hacia tu
territorio. Te veremos mañana. No tienes de qué
preocuparte, regresaremos juntos a casa cuando todo
acabe.
Escucha como el teléfono regresa a su esposo
nuevamente.

ESPOSO. Lo repite. ¿Qué importan esos papeles? ¿Qué


importan más mentiras?

—¿Zamil?

—¿Mmm? De una vez te digo que tendrás que darme


un paseo por tu manada, me lo debes desde antes de
casarnos.

«¿Mi manada? ¿Qué es exactamente esto para mí?


¿Quién soy yo para… nadie?»

—Claro, te lo debo.
El sonido de la puerta y el aroma de su padre lo tensan.
Zamil sigue hablando, él es incapaz de conectar ya las
palabras con su mente. Balbucea algo al teléfono. Cuelga.
Abraza los papeles como si estos lo protegieran de lo que
mora su interior.

Algo bulle, amargo y horrible, lo reprime como puede,


es instinto puro llevarse la mano al abdomen, a la cicatriz.
No debe repetirlo, no puede hablar con Quillian. No ahora…
tal vez nunca. ¿Qué se supone que tiene que decirle cuando
no ha conseguido procesar la información?

Mete la carpeta en el cajón.


Sale del laboratorio dando tumbos. Escucha el cling de
la puerta al cerrarse, los pasos detrás. Hay una ventana
abierta en su habitación. Una ventana que siempre lo ayudó
a escapar cuando adolescente.

—¿Qué está pasando? —oye a su padre preguntar.


Ashdia responde algo pero no es capaz de comprender qué.

Necesita huir. No puede ver a Quillian a los ojos.

Sin embargo, su padre nunca hace lo que él quiere. Lo


siente acercarse, sus zancadas vibran en el suelo de
madera. Yuma entra a su habitación, abre la ventana y
cuando tiene un pie fuera, su padre lo toma del antebrazo.

—No me toques —chilla con voz aguda, se zafa con


todas sus fuerzas. Quillian lo observa con expresión ansiosa
—. ¿Cuándo ibas a decirme que soy…?

Le arroja los papeles a la cara.


Las fosas nasales de su padre se expanden a la misma
velocidad que sus ojos se abren con sorpresa. Lo suelta y el
olor indica miedo. Nunca ha olido esa emoción en Quillian
antes. Y a Yuma le queda claro, en ese instante, que lo que
leyó es la verdad que tanto tiempo ha estado buscando.
Una verdad cuya dimensión le es imposible digerir. Se
precipita por la ventana, cae con torpeza sobre la hierba y
echa a correr.
Lunas que se quiebran
Quillian mira con horror los documentos. Los patea
debajo de la cama con la esperanza de que Ashdia no entre
en ese cuarto.

El vínculo se tensa como un hilo que se ha enredado


tanto que reventará en cualquier momento. Es la misma
maldita sensación del día en que lo perdió por otro hombre,
es la misma que aquella pelea que lo desgarró desde el
fondo y los alejó por años.

Aquella vez se quedó paralizado por el miedo a


destapar la caja de secretos. Ahora no hay más mentiras
que ocultar. No lo dejará marcharse esta vez.

Sale detrás de Yuma. El bosque es espeso, pero el olor


nítido del mestizo permite que lo alcance a solo unos
metros. Su hijo es de hombros delgados, una espalda lejana
que siempre ha temido que se desvanecerá en cuanto la
roce. Que se quebrará si lo abraza.

Quillian lo toma del antebrazo y su hijo se congela. El


bosque se reduce al sonido del viento entre las ramas, que
queda opacado por el latir de su corazón en los oídos.

—¿Por qué lo estás haciendo más difícil? —pregunta


Yuma sin darse la vuelta, tiene las manos apretadas en
puños. —¿Cómo pudiste esconderme esto? ¡Tenía derecho a
saberlo! ¿Sabes lo difícil que ha sido para mí creerme un
desviado? Y tú sabías que yo era… soy…
—Quería decírtelo…

—¡Querer no basta, papá! —Su hijo se da la vuelta, las


lágrimas están acumuladas en sus ojos rojos; ojos heridos y
tristes. —Ni siquiera puedo creer que tuvieras la intención.
Ibas a hacer como con el medicamento. Nunca me lo dirías
si yo no lo descubriera por mi cuenta.

—No tenías edad para entenderlo.

—¿Desde cuándo lo sabes?

Quillian imprime más fuerza al agarre, el vínculo está al


rojo vivo, arde en sus pieles, pero él se niega a dejarlo ir. No
puede pasar por eso.

—¿Desde cuándo? —repite en un gruñido.

—Desde el principio.

Es un golpe de feromonas, como la ola de una especia,


ira que pica hasta arder en los ojos.

Yuma se suelta en un arrebato, lo empuja. Quillian lo


permite. Su ira está justificada. Retacha contra un árbol.
Yuma lo toma de la camisa, sus manos tiemblan y en la
mirada roja se revuelven emociones que el alfa es incapaz
de descifrar. La medicación limita su capacidad de
conectarse con él y maldice el sentimiento posesivo que
pulsa en su piel y le pide fundirse en ese infierno de ojos
destellantes. Yuma abre la boca, sus colmillos se asoman
por debajo de sus delgados labios, gruñe en vez de hablar.

—No es justo… no eres justo.


Yuma le embiste con los labios. Su colmillo roza el labio
superior y Quillian nota el suave sabor a metal de la sangre
empañar su lengua. No es un beso, es un choque áspero de
boca sobre boca, mezcla de la prisa y el temor. Tan abrupto
que termina como empezó. Quillian se queda con el
fantasma de los húmedos labios sobre los suyos. Yuma lo
empuja de nuevo para alejarse, resuella herido.

A Quillian no le gusta herirlo, quiere escuchar el dulce


sonido de sus bocas entrelazadas y arrancarle resuellos de
placer. Porque cada pequeño contacto se siente tan bien y
al mismo tiempo tan insuficiente que llevaría a la locura al
hombre más cuerdo. Caricias llenas de culpa. Sus dedos
vibran expectantes, deseosos de tomarlo por la cintura y
continuar.

Pero no se mueve.

—Me has negado de todas las formas que existen —


exclama Yuma tallándose el dorso de la mano por debajo de
sus ojos.

—No es así…

Quillian intenta aferrarse a él, estira la mano, su hijo se


retrae como si le tuviera miedo. Recuerda esos ojos
temblorosos de cuando le provocó la herida del abdomen.

—Cállate, papá. Por favor. Cállate. Tú solo…es


imposible, ¿verdad? Incluso sabiendo lo del vínculo nunca
dejé de ser una maldita aberración de la naturaleza para ti.
No me puedes aceptar, así que no me sigas. Por favor.
Él no se atreve a dar otro paso, la visión se hace
realidad y la espalda de Yuma se desvanece en la espesura
de los árboles allá donde no puede alcanzarlo.

«¿Qué puedo ofrecerte, Yuma? Más que un hombre


cobarde que solo envejece mientras tú estás lleno de vida».
Quillian sabe que necesita espacio para asimilar la
verdad, pero no puede permitir que Yuma se aleje
demasiado otra vez. Tienen que hacer frente a las
respuestas ahora que están en la mesa, incluso aunque no
sean del agrado de ninguno.

El olor de Ashdia, tan cerca, evita que Quillian sigua a


su hijo.

—¿Blackwood? ¿Todo bien? ¿Y Yuma?

Quillian aprieta los puños al verla aparecer detrás de él.

—Volvamos —ordena.

Ella se encoge de hombros, se da la vuelta y camina de


regreso. Quillian se lleva la mano al cuello, el vínculo roído,
como tela que ha sido rasgada y que se deshilacha con
cada paso.

Cuando entran a la Casa Alfa, Ashdia se deja caer en


los cojines de la sala de estar y se sujeta el cabello en una
alta coleta sin hacer contacto visual.

—¿Se enteró que no eres su padre o algo por el estilo?

Quillian se engarrota en su lugar, la ira le sube por el


pecho.
—¿Qué has dicho?

Ashdia ladea el rostro, cruza una pierna sobre la otra.

—Mi hermana me contaba todo. Sé que Yuma podría no


ser tu hijo. No me digas que no evaluaste la posibilidad
luego de descubrir que se dejó marcar por otro. Nicté y tú
solo compartieron un celo ¿Cómo podrías estar seguro?
¿Conociste a Kant? Mi hermana lo amaba mucho, Yuma bien
podría ser hijo de ese hombre.

Quillian aprieta los puños, colérico. Las feromonas que


segrega su cuerpo parecen lava bajando por su piel. Ashdia
se endereza, su rostro ligeramente descompuesto por el
aroma. Su pecho sube y baja rápido. Quillian detecta el
temor en su olor.

—Sé quién era Kant.

Ashdia se sienta sobre sus muslos, entorna los ojos con


la sonrisa tensa.

—¿Por qué continuaste protegiéndola incluso luego de


saber su traición? ¡Se dejó marcar por ese alfa, Quillian! ¿La
amabas tanto? ¿O fue tu sentido del deber?

—No me traicionó, Ashdia. Eso deberías saberlo si


confiaba en ti como aseguras. Así como deberías saber que
Yuma es nuestro hijo.

Ashdia aprieta los labios, sus ojos brillan con rabia.

—Pues espero hayas aclarado eso con él, porque


parece el tipo de omega que escapa cuando las cosas no
salen como le gustan. Actúa como un niño mimado cuando
ya es un adulto, debería volver con su manada pronto.

Quillian se inclina, frunce el ceño y emana con


conciencia las feromonas alfa. Ashdia tiembla, él la toma
por el hombro.

—Vuelve a insinuar algo así y ni el Senado impedirá que


te saque de aquí.

Ella alza la vista, con esa sonrisa de soslayo que le


irrita. No puede evitar el tirón de burla que se cuela por sus
comisuras.

—Oh, así que toqué una vena sensible —ríe.

Quillian no sabe si esa mujer está todo el tiempo en esa


postura, intentando ganar cada encuentro, llevarlo a su
terreno. Como si la vida fuera una guerra constante contra
el mundo. Se aleja. Ella se vuelve a acostar con los brazos
cruzados detrás de la nuca.

No le gusta la certeza con la que habla porque resuena


en sus propios miedos. Yuma bien podría marcharse como
hizo antaño, sin siquiera un adiós. Sin una advertencia. Se
marchó tan lejos que él no podía alcanzarlo aunque
quisiera.

Quillian se sienta a los pies de la cama de Yuma y


contempla la pintura que hicieron de ellos tres. Es la única
del cuarto. Yuma es un cachorro blanco con motas negras,
antes de que tuviera su pelaje final.
—¿Qué debía hacer, Nicté? Tú siempre tenías una
respuesta para todo. En cambio yo… tantos años después,
no dejo de hacerle daño.

Los muertos no pueden responder, así que Quillian se


inclina para esconder el rostro entre sus manos. Las
palabras pueden salvar o condenar, el silencio es un grillete
de incertidumbre.

La noche cae y la oscuridad del cuarto lo arroja a


recuerdos que lo han asolado como fantasmas, piezas de un
puzzle incompleto que nunca le darán respuestas.

Lo sabe porque ha expuesto sus acciones al juicio de


esas memorias una y otra vez. El resultado se repite sin
importar que tome el camino de la derecha o el de la
izquierda: su hijo termina con una herida en el alma.

¿Fue un único momento? ¿Una serie de malas


decisiones?

Quillian no quería culpar al destino, se juró que esa no


sería la respuesta a sus preguntas, aunque a veces
reconocía la carga que suponía. La conocía desde que nació;
tenía doce años cuando su madre murió a manos de Abrat.

En sus recuerdos, su madre siempre tenía ojos pálidos,


como si la luz no los alcanzara. Sus hombros caídos debido
a la postura con la que encaraba la vida, a él, a Abrat.

Cuando lo acunaba entre sus brazos o besaba sus


mejillas, la mordida resaltaba en su piel ligeramente
morena. Quillian desconocía el contexto en el que aquél
vínculo unilateral había sido hecho, no era necesario. Los
dientes habían dejado una cicatriz abultada, cada uno de
ellos, cercando el cuello sin cuidado, todo violencia, todo
egoísmo.

Abrat era un lobo negro de la especie cuyo vínculo


necesita del 99% de compatibilidad para funcionar. Eso no
significaba que si una omega era mordida por él, no se
formara un doloroso vínculo de una sola vía.

Mezquino, celoso y territorial, su padre siempre abusó


de una esposa que nunca intentaría llevarle la contraria. De
una unión forzada que agotó a su madre, de naturaleza
bondadosa y sumida, hasta la muerte.

«Es el deseo de nuestras diosas ¿Por qué habría de


oponerme? Todos tenemos un papel en el designio de ellas,
el tuyo también llegará, Quillian» le dijo una de las peores
noches. Él temía que aquél designio lo condujera al mismo
comportamiento de Abrat.

Los ojos centelleantes de su padre, durante los honores


mortuorios, estaban llenos de expectativas, de continuar un
legado podrido a través de los genes y él no iba a permitirlo.
No se convertiría en su padre ni aunque la naturaleza de su
especie se lo ordenara.
Si había que renunciar a ser un alfa, al poder, al
liderazgo y a la violencia, lo haría.

Si tenía que oponerse a un vínculo de única vía, con tal


de no condenar a una omega a una vida insatisfecha y
dolorosa, lo haría. Las posibilidades de que él encontrara
ese «amor destinado» eran tan ridículas que era mejor
olvidarlas.

Durante los siguientes cinco años se dedicó a encontrar


una forma de evitarle a otros omegas un destino parecido al
de su progenitora.
Vellner fue su contacto con el mundo humano, que
parecía libre de los designios del destino, de feromonas, de
instintos primarios. Si los tenían sabían contenerlos, no se
entregaban a ellos como su especie.

Quillian logró separar el activo de su sangre hasta dar


con el factor que los volvía Alfas, Omegas o Betas. Era algo
químico, biológico, ningún designio de las diosas.
Descubrirlo supuso un paso gigante para cambiar sus
realidades.

Todo parecía a su favor, la visión que tenía del mundo


empezaba a dar atisbos de luz, pero era ese tipo de falsa
victoria que pronto se desploma.

Cuando cumplió diecisiete años y aún bajo el pie de


Abrat, su padre decidió que, ya que no servía para el
liderazgo y era una vergüenza como alfa, debía servir como
peón. Así que lo casaron con Nicté.

¿Huir y dejar toda su investigación? No era una opción.


Como paria no conseguiría el cambio que anhelaba.

Al inicio Quillian vio la mayor prueba ante sus ojos: el


miedo a que la historia de sus padres se repitiera, a que él
se convirtiera en lo que Abrat más deseaba o que Nicté, esa
mujer albina sin rostro ni esencia aún, perpetuara el lastre
de su designación.

No se marchó. Aunque retraído en sus experimentos


ilegales, escondidos por ir contra las creencias espirituales
de su gente, Quillian amaba a la manada. Amaba el lugar
que su madre también había amado. Lo honraría a su
manera. La honraría a ella también.
«No peligrará a mi lado, nunca la dañaré. No nos
amaremos, no daremos descendencia a estos genes
podridos, pero al menos ella no sufrirá por mi culpa»

Nicté.

Nicté.

Nicté.

Tan distinta a las omegas que conocía. Su mujer se


convirtió en su mejor amiga, velaba por los intereses de la
manada incluso cuando Abrat se esforzaba por sabotear
cada una de sus reformas. Y Quillian le falló en el momento
que más lo necesitaba. Durante todo su matrimonio se
mostró frío e indiferente a las expectativas de Nicté.

No eran una pareja, ni siquiera lo intentaron. Ambos


tenían otras prioridades.

La de Quillian era controlarse a sí mismo, evitarse el


futuro de Abrat. Por eso quería investigar, por eso buscaba
la manera en que no solo él, sino el resto de cambiantes,
pudieran elegir lo que querían hacer con sus vidas dejando
a un lado el instinto, que era una cruz para su especie.

Cuando ocurrió la guerra contra humanos, la especie


de lobo gigante que era Quillian fue una de las más
utilizadas como arma en la defensas de sus territorios.

Sanguinarios, irracionales y violentos eran los soldados


perfectos; si el padre de Abrat y luego el mismo Abrat se
hubieran descuidado, el resto de cambiantes, temerosos de
sus fuertes feromonas, habrían aprovechado la ocasión para
despojarlos de todos los territorios y usar a los que
quedaron como hubieran querido.

Aunque su padre vio en ello una victoria, Quillian


siempre lo consideró un fracaso. ¿De qué había servido
ganarse el mejor territorio, alzarse a la cabeza de la
manada más grande y fuerte si su especie se había extinto?

Aparte de él, Quillian no tenía conocimiento de ningún


otro lobo exactamente igual. Para engendrar otro
descendiente con los mismos genes requería de una loba de
su misma especie o bien, el milagro de encontrar a una
pareja omega con la altísima compatibilidad necesaria para
hacer un enlace de dos vías.

Su madre no fue el caso. Nicté tampoco. Con él moría


el linaje de lobos negros gigantes.

Hasta la emergencia que los llevó a concebir a Yuma.

Quillian sale del cuarto, revisa la casa para asegurarse


que Ashdia esté en su habitación. La mujer lo pone tenso
como una cuerda y debe darle la razón a Yuma. No ha sido
capaz de ponerla en su lugar no solo por el acuerdo político,
sino porque verla trae consigo la culpa por lo sucedido a
Nicté.

La imagen de esa omega burlesca se contrapone con la


de su mismo rostro desencajado, bañado en lágrimas y con
ojos como dagas el día del funeral de Nicté. «Tú debías
protegerla» le gritó a media ceremonia y no hubo forma de
negar esa verdad.
Ahora con los años de la experiencia sabía que no
podía adjudicarse toda la responsabilidad, pero gran parte
de ella sí que le correspondía.

Incluso culpas que excedían a la muerte, como el


querer a su hijo de una forma que no debía.

Pasó años cargando con ello y en el momento en el que


Yuma lo había besado, en que lo había empujado tan lleno
de ira por esconderle la verdad, por no dejarle la opción de
elegir, se había dado cuenta de que su cachorro ya no era
un adolescente incapaz de racionalizar las cosas. Tampoco
era el chico resentido con el que había vivido los últimos
años antes de que todo se quebrara.
Es un hombre joven, casado, con decisiones y
sentimientos propios. Increíblemente atractivo y capaz de
tomar para sí a quien quisiera. Sin embargo, ese chico lo ha
besado y lo quiere a él.
Quillian deja de sumirse en su miseria y sale a
buscarlo.

Es el momento de tener la conversación que nunca se


dieron la oportunidad de tener. La de un alfa que ha
encontrado a su omega, la de una pareja que se ha hecho
demasiado daño y no sabe si será capaz de arreglarlo.
Quillian tiene que hacer un esfuerzo consciente por buscar a
Yuma no como un padre preocupado.

Debe cambiar la percepción de sí mismo, del lugar que


ocupaba en la vida de Yuma, pero no sabe si será capaz. Por
más que quiera pensarse como un alfa posesivo y resolutivo
por su omega, no puede.

Yuma no es SOLO su omega.

Es el chico al que vio crecer, al que juró proteger de


todo y al que entregó su vida desde la primera vez que lo
vio. No hay amor más grande que ese, no concibe que Yuma
sea “más” solo por ser su destinado.

El destino no tiene que ver con su amor incondicional.

¿Pero qué ha hecho eso por él?

Lastimó a Yuma como padre.


¿Será capaz de sanar el vínculo desde ese otro papel
que la vida le ha dado?

Huele el aire, la noche ya ha caído en la manada y


Quillian decide arriesgar al todo o al nada. Si esto sale mal,
es posible que no vuelve a ver a Yuma. Pero no puede
pensar en eso. Eso no va a pasar.
Colisionar hasta esfumarse
Yuma corre por el bosque bordeando la Casa Alfa. El
camino serpentea y las copas de los árboles dan vueltas en
sus ojos, cree que va a devolver el estómago en cualquier
momento. Toca sus labios, siguen húmedos. Se apoya en un
árbol, las manos le tiemblan y el bosque cada vez se torna
más deforme, mas desconocido. Aun así, sabe que si sigue
su olfato llegará al puente colgante.

Es en parte un deja vú. Y se maldice con la misma rabia


de antaño. No quiere repetir el patrón, ya no tiene veintiuno.
Años atrás un descuido de Quillian hizo que Yuma
encontrase los viales de medicamentos supresores. Incluso
ahora puede evocar la ira que lo apresó al averiguar que su
atrofiado instinto omega, que su incapacidad de producir
feromonas y desempeñar su papel, no eran su culpa sino de
Quillian.

¡Oh, cómo disfrutó al culparlo! Disfrutó al esconderle


que lo sabía y rebelarse. Rebelarse de la forma patética que
creyó en aquél momento la más adecuada. Dejó de comer y
beber en casa, evitó toda posibilidad de que Quillian
continuase con la medicación.

Al cabo de dos meses sus feromonas se derramaban


desde su glándula como la miel; atraía a los alfas de la
misma forma que las abejas. Hubo peleas entre machos por
su sola atención. Y aunque esperó la admisión de la
medicación de los labios de su padre, esta nunca llegó.
Quillian se mantuvo impertérrito ante su evidente desafío.
Lo que solo incrementó la apuesta de Yuma.

En ese momento no fue capaz de ver cuánto ansiaba


una confrontación con él, era un impulso violento originado
probablemente como una deformación de la frustración
sexual. Llegada la luna de apareamiento citó a Zamil. ¿Qué
sería peor que entregarse a un felino, enemigo natural de su
manada? ¿Qué sería mejor que desafiar la autoridad del
padre?
Fue la primera vez que estuvieron juntos.

Al ser un beta, su cuerpo no rechazaba su toque como


lo hacía con Ace.

Luego, con la inmadurez y el vínculo destrozado por los


constantes rechazos de lo que su cuerpo asimilaba como su
pareja, Yuma provocó a Quillian en el laboratorio. Restregó
el olor de Zamil por todo el lugar.

Mientras Yuma avanza a tropezones por el terraplén,


comprende lo que quería con aquella confrontación: una
reacción posesiva. El instinto omega deseaba ser reclamado
y celado para sofocar el dolor continuo de saberse
despreciado. No fue capaz de entenderse a sí mismo en
esos años porque faltaba una pieza clave de información.
Una pieza que ahora encaja para hace saltar el
rompecabezas de su nefasta adolescencia por los aires. Ese
día su padre perdió el control, cuando desgarró su abdomen
no fue el dolor el que lo hizo huir. Fue el miedo. El miedo a
haber perdido su hogar.
Trastabilla y resbala por la ladera del camino, la tierra
se levanta y escuece en los ojos. Yuma derrapa hasta llegar
al área oeste de viviendas. Ignora las miradas de los otros
cambiantes hasta llegar a a los pies de la casa de Ace con el
estómago tan revuelto que tiene que apoyarse en la pared
de la cabaña y doblarse para vomitar.

El fresco aroma de una flor de naranjo llega a su nariz,


y Yuma ladea el rostro para encontrarse con una mujer de
ceño fruncido. La piel de su rostro está sonrojada por el frío
que cae al llegar la tarde. Es una omega de luna llena, la
esposa de Ace.

Se acerca hasta él, palmea su espalda y le ofrece un


pañuelo. Yuma intenta negarse, su olor dulce y maternal le
provocan otra arcada.

—¿Todo bien, Amara? ¡Diosas! ¿Yuma? ¿Estás bien?

Ace sale de la casa, Yuma nota su mueca de


desconcierto. El hombre que alguna vez pudo ser su familia,
se acerca para ayudarlo. Yuma se limpia la boca con la
manga y parpadea para espantar las lágrimas. Cuando Ace
lo toma por el brazo y lo guía al interior de la casa, confiesa:

—Lo besé… —ríe.

—¿A quién?

—A mi destinado —y decirlo le quita tanto peso de


encima que comienza a llorar.
Yuma descansa la barbilla en su rodilla, con el rostro
ladeado mira a la hija de Ace correr en el patio detrás de su
madre, que se levanta las faldas para ganarle. Es un cuadro
de pintura perfecta, con el sol escondiéndose por el oeste.

Ace apoya las manos en las tejas, están en el tejado de


su hogar y mantiene sus ojos fijos en el crepúsculo. El
aroma de su turbación pica en la nariz del omega.

Amara es una mujer maternal y también una esposa


divertida que aligeró la pesadez de su corazón invitándolo a
cenar, limpió las sucias lágrimas de su rostro y propicio un
ambiente cálido que le devolvió la calma. La hija de Ace, por
otro lado, ha heredado de él esa forma tan frontal de decir
todo que puede sacar de sus casillas a cualquiera. También
su dulzura, sus risas durante la cena relajan su cuerpo y un
poco de su corazón.

Una familia, un hogar que pudo ser suyo, un hombre a


su lado que podría haber sido el marido perfecto.

—Así que a esto es a lo que Quillian no quería que


renunciara —dice apretándose más contra sus piernas—.
Nunca podría darle hijos. Si estaba con él no podría formar
una familia.

Ace muestra una mueca entre la sonrisa y el


desconcierto total.

—Ay, Lucine. Acabas de enterarte que tu padre te


escondió que son destinados ¿Y tu preocupación es no darle
hijos?
—¿Serían nietos o hijos?

Yuma se ríe, Ace le sigue. Y es un gesto sincero cuando


el alfa le pega suavemente en el hombro.
—Estás muy mal. Me cuesta tomar perspectiva de todo
esto. Es… raro —admite Ace pasándose las manos por el
pelo naranja como el atardecer.

—Mi madre estaría horrorizada de haber leído lo que yo


leí.

—Sin embargo tú estás aliviado.

—Es peor.

—¿Estás feliz?

Yuma se abraza a sus piernas. No sería esa la palabra


para describirlo, pero tampoco estaría desatinada.

—Es una tontería. Cuando encontré la prueba se me


detuvo la respiración. No quería averiguar que no
estábamos relacionados por sangre. Si no fuera su hijo
significaría que en realidad no pertenezco a ningún lugar y
yo… no sé si querría saber algo así. —Se muerde el labio, no
es capaz de reírse. —Así que los resultados, ambos, solo me
causaron alivio. Le pertenezco en todas las formas posibles.

—¿Sabes lo dependiente y necesitado que suena eso?

Yuma se encoge de hombros.

—Siempre pensé que le provocaba asco cuando soltaba


mis feromonas, cuando me venía el celo se encerraba en la
oficina, no me dirigía la mirada, se tapaba la nariz cuando
creía que no lo veía. Así que sí, estaba impactado y enojado
porque me escondiera esto, pero también feliz. No me tenía
asco…

Ace se sacude, ladea el cuello sin mirar nada en


particular. Amara y su hija siguen persiguiéndose mientras
llenan el aire de risas femeninas.

—¿Cómo pudiste pensar eso? A mí lo que me sorprende


es que no hubieran hecho algo antes, con esa tensión. Estar
cerca de ustedes era asfixiante.

Yuma suelta sus piernas, frunce el ceño.

—¿Lo sabías?

—¿Qué eran destinados? No. Nunca se me pasó por la


cabeza. ¿Qué tu padre sentía lo mismo por ti o por lo menos
tenía curiosidad? ¿Cómo no hacerlo?

—Ve más despacio ¿De qué hablas?

—Yuma… —suspira Ace echando la cabeza hacia atrás


—. Soy el primero que lo supo porque me elegiste aquella
noche de luna roja.

El mestizo se muerde los labios, sus orejas arden. Es un


recuerdo agridulce.

—Sé que me regresaste a casa porque al entrar en celo


te rechacé. Me he disculpado ya muchas veces. Fue
inconsciente.
—No fue así —suspira, pone la mano en su hombro
pero sigue sin mirarlo—. Perdiste el control, no querías que
te tocara, pero tus feromonas reventaron. Nunca había
experimentado algo así ni lo he vuelto a hacer, fue un olor
delicioso y pegajoso, capaz de hacerle perder la cordura a
cualquiera.

Yuma sabe esa parte de la historia. Su cuerpo se negó


a dejarse tocar por otro alfa, pero aquella luna roja no tiene
relación con Quillian. Hace memoria, entrecierra los ojos
para reconstruir los hechos.
—Al día siguiente de la celebración llegaron noticias de
un ataque en las fronteras, se supo que habían entrado
parias y que Vellner tuvo que contenerlos —dice conectando
los puntos— ¿Quieres decir que ese incidente tuvo relación
conmigo?

Ace por fin se gira para clavar sus ojos en los suyos.

—Fueron tus feromonas. Nos habíamos acercado tanto


al borde para hacer lo nuestro que sin querer terminamos
complicando todo. No fue solo Vellner el que puso orden,
también lo hizo tu padre. Y créeme, fue la primera vez que
el señor Blackwood me dio mucho miedo. Desde entonces
sentí que había algo extraño en su actitud respecto a ti,
aunque no sabía qué. Le propuse que te dejara ingresar a
los restrictores, así al menos podrías protegerte tú mismo.

—Entonces fue por ese incidente que me medicó —


asegura Yuma—, Vellner le dijo que era la única manera ¿Y
sabes? Empiezo a creer que lo era.
—No quiero justificar a tu padre. No debió drogarte ni
mucho menos esconderte el vínculo, pero si fuera mi caso
¡Y por Lucine, que no lo sea! No tendría ni puta idea de qué
hacer. No me quiero ni imaginar estar en sus zapatos.

—Mi padre era todo para mí. Al saber que era su


destinado me habría lanzado a sus brazos sin siquiera
pensarlo. No me has conocido con mi celo cuando estoy con
él. Ahora por lo menos puedo ver todo con mayor
perspectiva —confiesa justo cuando la niña atrapa a su
madre y ambas se van al suelo en un ataque de cosquillas
Ace mira a su nena, todo su cuerpo convulsiona y niega
repetidas veces.

—¿Qué harás ahora?

Yuma estira las piernas, suspira.


—¿Qué puedo hacer? No ha cambiado nada. Estoy
casado y Quillian lleva rechazándome durante todos estos
años. Cuando termine la ceremonia volveré a casa al menos
sabiéndome un poco menos anormal. Con menos culpa y
vergüenza. Creo que eso es suficiente.

Ace asiente, se pone en pie y sacude su trasero. Las


tablillas están hechas de arcilla y luego puestas al calor.
Cuando se frotan, dejan un tono rojizo de polvo.

—Si acabas de enterarte de todo esto ¿Qué fue lo que


te hizo escapar y casarte con Zamil?
—Una pelea espantosa. Yo era simplemente odioso en
esa época. Lo presioné demasiado, estaba furioso cuando
me enteré de la medicación. —Ace asiente—. Saber que fue
culpa de mi padre, descubrir que me daba esos supresores
sin decírmelo fue la gota que colmó el vaso. “¿Tanto me
odias para hacerme algo así?” le grité.

Yuma omite la escena completa. Aún se arrepiente de


lo que hizo. La herida en su abdomen no es solo culpa de
Quillian. Si el destino los había unido como pareja, la
insubordinación de Yuma debió ser, pese a todo, dolorosa
para el alfa que habita al padre.

—¿Pero eres feliz con Zamil? Mira, no digo que


empezaron con el mejor pie ni por los motivos más
románticos pero igual ahora ya… ya lo sientes tu familia.

Yuma toma la mano que le ofrece Ace y se pone en pie.


Amara interrumpe la conversación al gritarles desde el
patio. «¡Hola papá! ¡Hola tío Yuma!» Insta a la niña a
hacerlo y hasta mueve su mano. Ella se pone roja de tanto
gritar. Amara los invita a unirse un momento al juego.

Bajan de la casa con un brinco.

—Creo que es hora de irme —responde Yuma antes de


prometer que volverá otro día.

—Bueno, nos veremos durante estos días de todas


formas —exclama ella intentando peinar con los dedos el
cabello de su chachorra, que no deja de jugar. —Estoy a
cargo del comité de la boda. Se nota que a tu padre le urge
casarse, porque nos tienen a marchas forzadas. Más vale
que a la nueva Mallbekú le guste —refunfuña.

Yuma se despide con un abrazo de los tres miembros


de la casa. Cuando se aleja agradece no haber abusado de
la confianza de Ace. Si hubiera seguido su relación de
juventud, lo habría privado de la verdadera felicidad.

El mestizo se desvía del camino. No quiere volver a


casa. Aún hay una intrusa rondando por los pasillos que lo
pone tenso y no se siente con la habilidad emocional como
para entablar una charla con su padre.

Camina hacia las fronteras, donde hacía sus rondines.

El puente es una estela luminosa gracias al reflejo del


sol sobre el agua, cuelga sobre el primer tramo de corriente
desde las montañas donde nace Orü. Yuma da pasos firmes.
Aunque han pasado años, su cuerpo recuerda el ritmo al
que se balancea y el sonido de la madera que rechina
cuando avanza. Se sujeta a la tosca cuerda, cuyas fibras
duras le punzan en las manos y se queda mirando hacia
donde el río se pierde más allá de sus ojos.

Ahí realizó la prueba de valentía para unirse a los


restrictores, un grupo en el que por primera vez se sintió
como parte de una familia, como si tuviera un lugar dentro
de la manada. Y es este mismo puente donde conoció a
Zamil. Si él no hubiese estado ahí esa noche, quién sabe a
dónde hubiera ido Yuma con su herida.

Quién sabe qué sería de él.


Le debe lealtad a Zamil, sin embargo la presencia que
se acerca hace tambalear cualquier pequeña resistencia.

—No voy a irme, por lo menos no sin decirte adiós


como la última vez —dice sin girarse. El viento trae el aroma
de cedro y hogar, le llena los ojos de lágrimas. Sus nudillos
blanquecinos se aferran a la cuerda.

Quillian da un paso encima del puente, es


imperceptible por el fuerte movimiento natural de las
tablas, pero Yuma lo siente como una sacudida desde el
esternón y sabe que es su vínculo. Un vínculo que no es
familiar, que siempre ha sido intenso y desconcertante,
abrumador hasta el desgarro y ahora, por primera vez,
comprende por qué es lo que es.

—No te acerques —implora y no le importa que su voz


se quiebre, no hay vulnerabilidad que tema exponer a su
padre. Ya no—. No quiero repetir el accidente, no quiero
volver a ser ese chico.

El chico que, herido, se revolcó con Zamil e


imprudente, lleno de ira y dolor, se lo restregó a su padre en
su época de celo.

—No fue tu culpa, Yuma. Fue mía.

La voz llega suave, entrecortada por el fuerte viento.


Saberse medicado generó en él tanto resentimiento
que hizo lo que estuvo a su alcance para acabar con la
tensión que seguía existiendo entre él y su padre. Nunca
imaginó que Quillian perdería el control, que fuera
demasiado, que saberlo entregado a otro lo lastimaría así.

—Cuando hablas de esa manera me tratas como como


un niño que no sabe nada. No es así. Ya no. —Se toca la
cicatriz del abdomen, abultada y fea a la vista. Yuma sonríe.
—Esta herida significa que no querías dejarme ir, que
estabas celoso, que me querías para ti. Esta herida fue
porque te hice perder el control.
Se gira para encarar a su padre. Diosas, tiene el rostro
tenso, ojos animales que se debaten entre el deseo y el
arrepentimiento al ver la cicatriz hecha en una noche de
celo, hecha porque ninguno se entregó a nada más que a
hacerse mutuo daño. A Yuma le aletea el estómago, siempre
ha sido deseo. Un calor tironea del vínculo, es un pulso
acelerado, late con ansia. Es su vínculo de pareja.

Quiere a ese hombre. Nunca renunciará a desearlo,


nunca lo ha hecho y las verdades ahora desnudas entre
ambos le impedirán dejar de hacerlo.

—Lo es —admite Quillian, da otro paso.


El vínculo araña, los sacude con la violencia de Orü
bajo sus pies. Duele también, carne atravesada por espinas.
Es un amor imposible, los dos lo saben, no importa que se
quieran, no importan sus anhelos. Están condenados a la
separación.
Yuma no pide un futuro, no se atrevería a tanto. Solo
pide saber lo que realmente sienten por él. Saberse amado
y anhelado, su alma le ha rogado entregarse sin
miramientos y él siempre se ha retenido a sí mismo.

—Solo una vez. Quiero saberlo. Niégame como tu hijo,


niégame un momento y dime lo que quieres. Dime que me
quieres como se quiere a un amante, que me deseas como
el compañero de vida que estoy destinado a ser, Quillian.

Quillian se queda inmóvil, aprieta la mandíbula y aparta


los ojos.

El mundo de Yuma cae a sus pies, incluso con el vínculo


jalando de su padre, este se negará a él. Las lágrimas se
escapan de sus ojos. Yuma aprieta los párpados y se traga
el nudo en la garganta. No lo culpa, no se culpa a sí mismo.
Es lo que es.

Aceptará el dolor, era lo que tenía que hacer desde el


inicio.

—Te lo volveré a pedir, no me sigas. Solo quiero un


momento para deshacerme de estos anhelos, Quillian.

Yuma suelta la cuerda, camina sin tambalearse por el


puente. La luz de la tarde desaparece y la luna se refleja
con su estrella gemela en las aguas revueltas, que se llevan
las palabras con el estruendo de su fuerza.

Apenas llega al otro extremo buscando un aire que no


huela al hombre que ama, cuando este mismo aroma lo
confronta con crudeza. Entonces se gira sobre sus talones y
ve al majestuoso lobo que es su alfa atravesar el largo
puente con potentes zancadas, abrumador, gigante. Y el
corazón de Yuma se desboca.

Quillian da un último salto en su dirección, regresa a su


forma humana y lo apresa contra el tronco roñoso a su
espalda, el pecho desnudo lo golpea con cada respiración
caliente y pesada.

—No puedo, Yuma —dice sobre sus labios, hay tanta


sed en ellos, en ambos. Soledad condenada, es acabar con
todo, consumirlo hasta las cenizas—, jamás negaría a quien
siento en las entrañas. Aún si eso me condena a amarte de
esta forma.

Quillian lo toma de la cintura, lo levanta hasta que sus


caderas se tocan. Yuma jadea ante la dureza de todo ese
cuerpo, de todo este alfa que arde en descarnado instinto
sexual por él y sus labios lo devoran en un beso que lo lleva
a la locura.

Dos cuerpos colisionan en el bosque, respiraciones


violentas que se mezclan con las ráfagas de viento que
corre entre las ramas. Hay dos testigos: una luna y una
estrella cobijan a los pecadores, a los amantes, a los
perdidos.

Lenguas calientes danzan entre las bocas del padre y


del hijo. El sabor de años de deseo incógnito explota en sus
paladares, vela la amargura de la culpa. Es un beso de ojos
abiertos, pestañas temblorosas, es un beso que les arranca
las dudas. El vínculo de uno y otro es indistinto, se han
reconocido y exigen trasgredir lo que han sido hasta ahora.

Yuma descubre el cuello. Los ojos de Quillian, oscuros y


animales, destellan el reflejo de la luna. El alfa inclina el
rostro, su nariz se frota con la glándula de olor. Yuma
respinga y se aferra con los muslos a las caderas desnudas
y fuertes que lo aprisionan. Los sexos arden entre las pieles,
el vínculo aúlla fogoso, impaciente.

«Muérdeme, libérame», Yuma no encuentra su voz para


pedirlo.

Quillian no necesita escucharlo, lame a lo largo de su


cuello, chupa entre gruñidos y mordisquea suavemente.
Yuma se sacude entre el placer y la deliciosa tortura de ser
marcado, de estar tan cerca que los caninos de su padre
rozan su piel con un ardor desconocido. Siente correr la
humedad de su excitación entre las nalgas, dilatando su
ano.

—No creo poder controlarme —gime Quillian con la voz


ronca.
Yuma aprieta con sus muslos, frota su evidente dureza
y, por si eso no basta, entorna una mirada de súplica.
Quillian lo empuja contra el tronco. Yuma arquea la espalda
en respuesta al dolor de la madera astillando su piel. Su
padre saca sus garras, rasga la última barrera que separa el
contacto inmoral, el pantalón cae hecho jirones a la hierba.
El lobo mestizo aguanta la respiración al mirar hacia
abajo. Es la primera vez que ve la erección de su padre
desde aquella tormentosa noche en la cueva. Esboza una
sonrisa, el miembro de su padre, henchido de sangre,
palpita por él. Yuma mueve las caderas, tocando con su
glande el de su progenitor y el tacto húmedo de sus líquidos
preseminales lo hace gemir. Se aferra con más fuerza al
cuello de Quillian. Este le toma de las caderas, levanta su
peso por completo.

Sus respiraciones son fuertes, acompasadas y


profundas, Quillian barre con su mirada desde la pelvis, el
abdomen, el pecho desnudo. Ladea el rostro para deleitarse
con sus clavículas y continúa el camino de ojos hambrientos
hacia su boca. Yuma se pasa la lengua por los labios, su
cuerpo es la brasa que crepita en los incendios más
voraces.
En el silencio flota una pregunta, las garras de Quillian
se entierran con una violencia delicada en sus nalgas. Yuma
asiente.

—Quiero ser de alguien, quiero ser tuyo —dice con la


voz temblorosa.

Quillian se inclina, encuentra sus labios, su lengua los


fuerza a separarse, penetra la boca con ímpetu. Las garras
de su padre vuelven a su forma humana, son dedos cálidos
y toscos que se deslizan entre sus nalgas. Quillian cierra los
ojos, los párpados tensos de placer, se muerde los labios
mientras suelta una maldición.
—Yuma... estás tan preparado para mí.

Los dedos se deslizan en su agujero. Yuma tiembla


entero, deja caer la cabeza hacia atrás y menea las caderas,
aprieta y suelta el esfínter apresando entre sus carnes los
dedos que se mueven al compás. Sus erecciones se frotan.
Con la seguridad que le proporciona el agarre de Quillian,
Yuma se suelta del cuello y toma los miembros. Su padre
jadea. Él junta los glandes y empieza a moverlos al mismo
ritmo que los dedos que juegan en su interior.
—Llevo años preparado para recibirte, papá.

Quillian sonríe de lado, muestra esos colmillos sexys


que ponen endebles las piernas de Yuma.

—Así que críe a un hijo así de descarado.

El alfa muerde el pecho de su omega, lame el pezón.


Yuma acelera el ritmo con el que bombea las erecciones. Se
siente a punto de llegar y no quiere, no quiere que sea solo
así.

—Papá... papá... te quiero dentro.

—No habrá retorno. Lo sabes.


—No quiero que lo haya. Lléname de ti.

Quillian saca sus dedos. Yuma siente como si le


quitaran algo que necesita, pero se regocija cuando su alfa
lo toma de las nalgas, lo levanta sin dificultad. Yuma se
abraza a su cuello para no perder el equilibrio. De un tajo,
salvaje, desesperado, el falo de su padre se entierra en su
agujero, que clama por él. Yuma no reprime el agudo grito
de placer que le sube desde el coxis hasta la garganta.

—Buen chico, recíbeme bien.


La verga de un alfa como Quillian es colosal, gorda,
venuda y larga. Cualquier otro omega se sentiría morir con
ese tamaño, Yuma no. Yuma lubrica y dilata para dar placer
precisamente a esa verga erecta, su agujero fue creado
para satisfacerla.

Quillian lo empotra contra el árbol con violencia cruda y


mueve sus caderas con golpes desesperados. Sus pelvis
chocan y el sonido viscoso de su entrada siendo violentada
junto al de sus nalgas que chocan entre ellas, hace que
Yuma arquee la espalda profundizando la penetración. La
madera cruje con las embestidas. Se besan sin
coordinación. Quillian dice su nombre entre jadeos
acelerados y exclamaciones de sincero placer. Eso es lo que
basta. El lobo mestizo grita cuando las garras de su padre
salen instintivamente y amasan sus nalgas. Yuma lo muerde
en el hombro cuando se derrama y el semen se embarra
entre sus abdómenes. Quillian gruñe en placer, le clava las
garras tan fuerte que Yuma lo besa soportando el dolor
mezclado con el duro orgasmo.

Su padre ahoga el gemido de su clímax en la garganta


de Yuma. Este envuelve su lengua, abrumado por el placer
del semen llenando su agujero palpitante.
Quillian se frota con todo su cuerpo, lo marca con su
aroma, el vínculo se enreda y es tan sensible que no
permite que sus miembros pierdan la dureza. Sus cuerpos
necesitan más, sus almas piden entrega.

—Soy tu omega… no lo niegues más —pide Yuma sobre


sus labios.
Quillian aparta el mechón de cabello que le cubre los
ojos, el sudor le baja por las patillas y el olor de sexo con él
es el de un macho marcando a su pareja, reclamando lo
suyo. Almizcle, cedro, semen, es picante y varonil. Yuma se
consume como la mecha de una vela, su cuerpo pierde la
tensión y cae, flácido, en el hombro de su padre. Cierra los
ojos y descubre que, aunque el acto es horrible ante los ojos
ajenos, ha sido la primera vez que se ha sentido completo.
Cruzado el umbral
El frío de la madrugada no cala en sus cuerpos
calientes. Yuma no quiere apartarse, tiene las piernas
enlazadas al torso ajeno como la plaga que se enreda en las
ramas de los abetos hasta secarlos. El orgasmo ha relajado
sus músculos y su cuerpo laxo se derrite sobre Quillian, que
lo mantiene aferrado por las nalgas contra el tronco. El alfa
apoya su boca en el hueco de su cuello con la respiración
agitada. Yuma también tiembla con la conciencia de lo
ocurrido, con ese encontronazo que significa mirar lo que
has hecho.

Ya no es más el actor impaciente por entrar a escena,


anhelando desde la esquina, esperando su turno para decir
dos líneas. Es el actor principal de un encuentro que, a ojos
externos, nunca debió suceder. Son un error de la
naturaleza.
Pero son.

Son. Y la pura afirmación lo hace estremecerse. ¿Por


cuánto tiempo? ¿Hacia dónde? ¿Tiene sentido preguntárselo
siquiera? Se acurruca en el hombro de Quillian, se impregna
de su olor, que le da un cierto consuelo.

—Debemos volver —dice Yuma, resignado. Mira en


derredor, intenta prestar atención a los sonidos del bosque,
pes están al otro lado de una de las fronteras más vigiladas
por los restrictores. Uno de ellos, durante el rondín, bien
podría haberlos visto.
El latir acelerado de su corazón no lo deja percibir más
sonidos. El miedo, ahora evaporado por el caliente deseo,
sube por su estómago y se engancha a su garganta. Es
volver a su juventud, mirar constante por encima del
hombro, temeroso que alguien, con solo olerlo, descubriese
cada uno de los secretos bajo su piel. Secretos que antes
eran solo fantasías y que ahora son tangibles, puede tocar
el pecho desnudo de Quillian, sentir bajo la palma de su
mano el calor y la respiración.

Cualquier acto a partir de ahora es consciente, certero.


Imposible culpar a un impulso reprimido por años, imposible
excusarse con todos esos cuentos que se han dicho una y
otra vez. Esta es la verdad y con ella viene un nuevo tipo de
anhelo. Uno que pide un tiempo que no tienen.

No sabe qué más decir, no sabe si quiere hacerlo y


escuchar de los labios de su padre que lo ocurrido ahora
debe contraerse hasta desaparecer de la realidad. El
momento es la fina capa de hielo que se forma sobre la
laguna en los meses del invernal. Nunca debe pararse sobre
ella. Lo aprendió hasta después de caer a las heladas aguas.
De todas formas toca, repasa con los dedos el cabello corto,
delinea detrás de su oreja. Necesita un beso, luego otro y
otro.

Hasta que los segundos se estiren hasta el infinito.


Hasta que el tiempo deje de existir.

Quillian afianza sus caderas y como si no pesara nada


lo baja, el calor se aleja. Las hierbas frescas hacen
cosquillas en las plantas de los pies de Yuma, vienen con
unas punzaditas de dolor por las piedras de la realidad.
«Pisa tierra, Yuma. Los sueños solo traen decepciones».

Quillian recoge las prendas de tela que no son más que


rasgaduras imposibles de volver a llamarse ropa. Se aleja
en dirección al puente y las arroja al río, olisquea el aire y
asiente con un suspiro de ojos cerrados. Yuma corta la
distancia, se aferra al fuerte mástil de madera que sostiene
los varios metros que hay que cruzar para volver a la zona
protegida por las chamanas.

Su padre suspira, es ese suspiro que hace desde que


tiene memoria y solo implica tener una conversación que
nunca, ninguno de los dos, sabe cómo tratar. Yuma prepara
su corazón para aceptar que luego de cruzar el puente,
ambos tendrán una nueva verdad, un recuerdo que podrá
ser el de un momento mágico que jamás se repetirá o
transformarse en una pesadilla de arrepentimientos.

Unos dedos se entrelazan con los suyos, Yuma respinga


y alza la mirada que ni siquiera se había dado cuenta
estaba clavada en los maderos del puente.

—No se puede volver. Te lo dije —Quillian besa su mano


y luego tira de él hacia el otro lado. El puente los mece, el
viento hace remolinos en sus oídos pero ni ese sonido es
más fuerte que el de su corazón.
—¿Y ahora qué? —pregunta mientras avanzan—. Nunca
pensé en… incluso esta noche cuando me encontré con Ace,
la idea de… esto… no estaba en mi cabeza. No más que
como un delirio.

—No hay muchas opciones, no que yo haya previsto


por lo menos.

Yuma se detiene en seco, Quillian lo imita dirigiendo


una pregunta con sus ojos. La noche es densa, aun con eso
las gemas ámbar que brillan en el rostro de su padre son
perfectamente visibles para él.

—¿Lo habías pensado antes? ¿Tú… yo? —balbucea


Yuma.

Quillian ladea el rostro, sonríe hasta mostrar sus


colmillos.

—Lo hice.

En el pecho de Yuma se estremece de gozo. Pega su


hombro al de Quillian, retoman la larga marcha.

—¿Cuándo?

—¿Te importa más el cuándo que el qué?

Él sonríe.

—Por supuesto.

Quillian suelta una carcajada, se tapa los ojos con la


mano y niega con diversión.

—No lo sé. Era difícil dejar correr esos pensamientos,


supongo que sabes cómo se siente —dice apretando su
mano. Yuma asiente, hubiera sido agradable poder hablar
de todo esto en el pasado. La carga habría sido menos
pesada ¿Pero era una posibilidad real? Seguramente no—.
Tal vez desde que leí la prueba de compatibilidad. Una parte
de mí estaba horrorizada, ansiosa, culpable. La otra… la
otra deseó una vida contigo. Los hijos están destinados a
abandonar el hogar, hacer sus propias familias. Eres mi
destino, Yuma. Claro que una parte de mí deseó un futuro
distinto, quise ver posibilidades, escenarios.

—¿Cuáles viste?

Una tabla cruje bajos sus pies, un pedazo se


desprende.

—Ninguno favorable —Su voz se siente como una


navaja en algún lugar de la piel—. Podríamos huir a otra
manada, cambiar nuestros nombres, presentarnos como
pareja en vez de como padre e hijo. Pero soy yo.

—Te reconocerían en cualquier manada… —murmura


bajo.

—Separarnos de todas las manadas. Vagar como


errantes. Muchos cambiantes lo han hecho.

—Y luego se han matado en los bosques por territorio u


omegas. Sin conexiones con el mundo, sin hogar…

—Usados por manadas tiránicas por diversión. Tu


abuelo tenía experiencia en eso. Jamás desearía un futuro
así para ti.
El bosque a sus espaldas queda cada vez más lejos, la
neblina de protección se desliza como vapor húmedo por
debajo de las rodillas.

—Podría… podría divorciarme. Regresar a casa, usar la


mala experiencia para no volverme a casar. —Yuma aprieta
la mano enredada a la suya, las palabras son burbujas de
aire que duelen en el pecho. Respira profundo para retomar
la calma. Se está precipitando—. No es posible ¿verdad?
Ahora está Ashdia. Y un divorcio con Zamil, justo ahora
podría traer sospechas, Xel-há no me perdonaría lastimar a
su hermano.

Hay solo cinco tablas más antes de salir del puente,


Quillian se detiene, toma a Yuma de ambas manos y lo
coloca frente a él.

—Mi prioridad era que fueras libre. Atarte a mí era


atarte a un vínculo que no estabas aceptando con libertad.
—Quillian tiene el ceño contraído, todo su cuerpo parece
soportar la fuerza de una explosión.

—Papá, mírame —Yuma suelta su mano y la lleva a la


mandíbula tensa, mueve suavemente para que Quillian lo
confronte, en sus ojos hay una plegaria—. Estoy muy
medicado, no siento el vínculo si no lo fuerzo. No es mi celo
tampoco. Soy yo. ¿Ves esto? —Yuma señala los aretes de su
matrimonio. Quillian gruñe, los toca y Yuma se frota como
un perro al que han acariciado detrás de la oreja—. Son la
prueba de que puedo vivir sin ti, que puedo elegir si quiero.
Y te quiero a ti.
Quillian palpa los aretes, sus feromonas se despiden
amargas y posesivas y, aunque medicado, Yuma las siente
por encima de la glándula de olor. Su padre se inclina y lo
besa, la impresión de la fuerza de su lengua invadiendo su
boca lo hace gemir.

—Ser elegido pese a todos mis errores —dice


entrecortado por el salvaje beso. Yuma se aferra a su cuello
desnudo, sus pelvis entran en contacto y nuevamente son
puro calor—. Quiero ser egoísta, Yuma. Así que sé mío, sé
mío hasta que vuelvas con tu esposo, hasta que todo este
teatro político convertido en boda se lleve a cabo.
Yuma respinga, quiere decir algo pero los besos
intensos le licuan el cerebro, gime asintiendo. El nombre y
la silueta de Nicté destellan como una advertencia de culpa,
los dedos de su padre en su cadera borran la imagen.

—E incluso después, déjame descubrir lo que es


tenerte.

La promesa se desliza cual fuego por su sangre. Una


vez que cruzan el puente se transforman en lobos y corren
directo a casa. Yuma no aspira a más, se han jurado un
secreto que solo vivirá dentro de la casa, en los lugares
oscuros, besos y toques que nunca podrán ser públicos. Y
está bien.

Yuma quiere experimentar este amor sin


arrepentimientos. Tanto si va hacia algún lado como si se
desvanece. Esa noche, al amparo del silencio de la casa,
Yuma se acurruca en los brazos de su padre y duerme con el
corazón rebosante.
Vestido de novia
Yuma despierta con el alba. El brazo de su padre rodea
su cintura y su respiración profunda y tranquila late en su
espalda. Yuma se gira con cuidado hasta quedar frente a
frente. Le cuesta trabajo pasar saliva. Se siente de vuelta a
la adolescencia, cuando era demasiado consciente del
contacto ajeno, de la cercanía y su piel latiendo expectante
por algo que ni siquiera es físico.

Pasa el dorso de su mano por la barba corta y áspera.


Le ha gustado conocer el tacto rasposo de ésta en la piel de
su propio rostro. Sigue el camino con los nudillos hasta la
cicatriz que. Él ya había nacido para cuando Abrat la causó;
sin embargo, no logra recordar el rostro de su padre sin ella.
Delinea con la punta de los dedos la herida. Si hubieran sido
de la misma edad, si no fuera su hijo… le habría gustado
estar con él en esos tiempos difíciles. Habrían compartido el
peso de liderar la manada y el trabajo de forjar un hogar.

La idea calienta su rostro.

—¿Qué ocupa tus pensamientos? —dice Quillian sin


abrir los ojos. Toma su mano y besa la palma.

Ah, la sensación de la barba le hace cosquillas.


—¿Alguna vez creíste que tu caso sería diferente? ¿Qué
encontrarías a tu muy improbable destinado?

Quillian abre perezosamente un ojo y Yuma contiene la


respiración. No está seguro de cómo debe comportarse,
cómo debe actuar ahora que su relación ha cambiado. Es
parecido a querer caminar sobre el hielo de la laguna, esta
vez con la certeza de que entre más se interne al centro,
más difícil será escapar cuando el hielo se resquebraje bajo
sus pies.

—No. No había pasado por generaciones y no creí ser la


excepción.

—¿Te resignaste a estar solo por el resto de tu vida?


¿No fue triste?

Quillian niega, vuelve a cerrar los ojos y se recuesta en


su hombro.

—No podía sentir nostalgia por una figura intangible.


Además, era joven y pensaba que podría con todo yo solo.
Cuando naciste cambié mi forma de pensar. Ser padre es la
experiencia más confusa y contradictoria del mundo. Quería
verte crecer y ser independiente. Al mismo tiempo te quería
conmigo. No supe lo que era la soledad hasta que te
marchaste.

—¡Ay, Lucine! Vas a tener que aprender a dejar de


tratarme como si fuera solo tu hijo.

Quillian parpadea con evidente confusión. Un segundo


después una sonrisa de suficiencia se pinta en sus labios.
Toma de las muñecas a Yuma y lo cubre con cuerpo
aplastándolo contra el colchón.

—Me parece que si aún te tratase como mi hijo, no


estaría haciendo esto. —Quillian besa su glándula y hace
que todo el cuerpo de Yuma se estremezca—. Llevo muchos
años imaginándolo. Me adaptaré rápido.

Su padre lame toda la extensión de su cuello, baja


hasta sus clavículas y cuando Yuma siente los dedos
recorriendo su abdomen, los nervios florecen en su piel a
través de cada poro.
—¡Bien, bien! Tregua, por favor. Yo todavía me estoy
adaptando. —Yuma gira hasta caerse de la cama. ¿En qué
momento su padre ha olvidado todas las excusas que le dio
durante años? Cuando la risa de Quillian baila en sus oídos,
Yuma escapa hacia la cocina con el corazón acelerado.

Quillian ha tenido años para procesar el vínculo que los


unía mientras que él ha sido arrojado al agua sin saber
nadar.

Sabe lo que es ser un novio y hasta un marido, pero


este cambio es demasiado para su corazón.

Camina con pies descalzos. En la casa no se oye nada


más que los sonidos del bosque exterior. Ashdia debe
dormir aún. No le apetece pensar en ella, así que aparta su
sonrisa burlona de la mente.

Se detiene en la mitad del corredor. Quillian tardará en


salir de la cama y él no desea entrar a su cuarto. Mira en
dirección a la cocina y una idea le hace sonreír.

Una hora después, se seca las manos en el delantal


que alguna vez perteneció a Ellian. Adorna un plato de
huevos fritos con tomate y albahaca. El aroma semiamargo
del té combina con el del pan caliente y dulce de la miel.
Extrañaba los ingredientes de su bosque.. En los territorios
húmedos y selváticos de los Balam no se sentía apto ni para
cazar ni para cocinar. De vuelta en su hogar ansía recuperar
la costumbre de las cenas con Quillian. Una costumbre que
perdieron luego de la primera luna roja de Yuma.

El vínculo llama con afecto y ternura, el hilo que los une


tira suavemente. Yuma se gira veloz y el cabello suelto le
revolotea, sus mechones blancos brillan con un poco de
dorado por el reflejo de la ventana. Su padre está al otro
lado de la mesa, sus ojos fijos en él. Un tono rojizo sube por
el puente de la morena piel de Quillian hasta sus orejas.
Yuma se siente extrañamente cohibido.

—¿Es muy rápido? Quiero decir… ¿La escena es


demasiado? —pregunta mientras limpia las palmas de sus
manos en la tela con gesto nervioso.

—La escena es perfecta.

El pecho de Quillian sube y baja en respiraciones


profundas mientras rodea la mesa. Yuma se aferra a la orilla
de la encimera y mantiene sus ojos en algún punto del
suelo. El alfa lo toma por la cadera y el omega siente las
orejas arder.

—Con lo atrevido que has sido siempre ¿No crees es un


poco tarde para ponerse tímido, Yuma?

—No es por timidez —rezonga y aunque tiembla como


una hoja, no se aparta—. Yo solo quería... —Se limpia la
garganta, mira hacia un lado con ojos temblorosos—. ¿Hacer
lo de una pareja?

Quillian se aparta, toma una de las rebanadas de pan y


da un mordisco.

—¿Me lo estás preguntando?

Yuma aspira tan fuerte que las fosas nasales se


expanden más de lo normal, le arrebata el pedazo de pan y
le indica la silla.

—Te lo estoy exigiendo.

Quillian le dedica una sonrisa que desarma cualquier


intento de sonar autoritario. Lo toma de la muñeca y
muerde nuevamente el pan.

—Esto quiere decir que su salida nocturna sirvió para


reconciliar al padre y al hijo, ¿eh?

La burbuja en la que se ha sumergido desde el éxtasis


de la noche pasada se ha reventado junto al sonido de la
risa burlona de su tía. Sin mostrar un ápice de nerviosismo,
Yuma se suelta del agarre y camina hacia el otro extremo de
la encimera donde la olla de barro emana vapor. Retira los
leños hacia el fondo de la cocina artesanal y sirve una taza.

—Buenos días tía. Usted sabe que ninguna pelea es


capaz de romper ciertos vínculos ¿Gusta té o café?

Ella toma asiento. Lleva un vestido blanco con un


acabado rasgado que no llega a tapar sus rodillas; el cabello
plata cae en su hombro resaltando su piel.
—Té. Así que, Quillian, ¿te gustan las esposas que
hacen el desayuno tan diligentemente? Tendré que
levantarme más temprano —sonríe cuando Yuma le entrega
la taza. Ella bebe a sorbos pequeños.

—Me gustan los desayunos en familia—contesta


mientras le da un beso en la frente a Yuma, quien recurre a
su entrenamiento como restrictor para mantener la calma y
no soltar la jarra. Quillian no borra la sonrisa traviesa y se la
roba para servirse dos tazas que coloca en la mesa. Luego
se deja caer en la silla con la expresión que suele usar para
los asuntos que le molestan.

—Tendrás que enseñarme, querido sobrino.

—Querida tía, hay habilidades que no se pueden


enseñar —dice él mientras sirve el resto del desayuno, que
consiste en tostadas doradas con huevo y carne—. De no
ser así, mi padre habría aprendido hace mucho.

Ashdia examina el plato con un gesto de aprobación.


Yuma hincha el pecho con satisfacción e inmediatamente, al
ser consciente del gesto, se reprime. ¿Qué importa que
Ashdia apruebe su cocina?

Dos toques directos y secos en la puerta retumban en


la Casa Alfa. Yuma dirige una mirada interrogatorio a su
padre, quien se limita a levantar los hombros. Bufa y se
dirige a abrir. Cruza la sala de estar y se detiene a dos
pasos de la puerta: es el olor de las bayas del norte. Un
escalofrío le recorre la piel y encaja el colmillo en el labio
inferior. ¿Por qué está ella de vuelta?
—¿Es mal momento? —preguntan al otro lado.

—No, pasa, pasa —Yuma abre la puerta y Ellian sonríe y


olisquea el aire. Entorna los ojos con picardía. Se siente
expuesto, como si con solo olerlo ella pudiera saber lo que
ha pasado la noche anterior.

¿Qué pensará? ¿Qué tan horrorizada estará?

Cuano Ellian toma sus manos en un saludo maternal,


Yuma se percata de que están sudadas y las aparta por
reflejo. La alfa entorna los ojos, se inclina más. Yuma tiene
un nudo en la garganta, con solo ese escrutinio lo ocurrido
la noche anterior vuelve a él, ahora velado por una
sensación opresiva.

—Vellner dijo que llegarían mañana. —Oye la voz de


Quillian desde el umbral de la cocina.
—Hay información nueva y… apremiante, Alfa.

Quillian asiente. Yuma recupera la compostura, toma


del brazo a su madre y la guía a la cocina.

—Sea lo que sea puede esperará a que te alimentes.

—¿Cuándo intercambiamos papeles, Yuma? —pregunta


ella dejándose llevar.

Cuando entran, Ashdia levanta ambas cejas y deja los


cubiertos sobre el plato con un sonido hueco.

—Oh, la querida alfa perdida, ¿Por fin me dejas verte?


—pregunta con una sonrisa.
Ellian se recoge el cabello con manos torpes mientras
Yuma prepara el plato de su desayuno.

—Sabes que no me gusta ese apodo, A.


—Pequeña venganza por haberme ignorado el día que
llegué a la empresa —canturrea poniéndose en pie. Después
extiende los brazos y Ellian suspira resignada al abrazarla.

Yuma sirve el desayuno en un contemplativo silencio.


Había olvidado que Ellian, Nicté y ella eran grandes amigas.
De niño adoraba las historias de las tres y la tía Ashdia le
gustaba especialmente porque era las más perspicaz y la
que siempre se salía con la suya. Ahora quiere borrar sus
pensamientos.

—¿Serás mi dama de honor? —pregunta la omega—.


Porque viniste a ayudarme con la boda ¿no es así?
Ellian se separa, mira hacia Yuma y Quillian con una
sonrisa incómoda que él conoce bien. Su olor se pega en el
paladar con un desagradable sabor a humedad.

—Ellian vino a recibir a los líderes de manada, Wolfgang


—dice Quillian, que llama a la alfa con un movimiento de
cabeza. Pero Ashdia no la deja marchar, la toma de la
muñeca.

—Deberías llamarme por mi nombre, Quillian. Pronto


dejaré de ser una Wolfgang —comenta, mordaz. Y, aunque
sus palabras se dirigen al macho alfa de la habitación, la
loba albina no aparta sus ojos rojos de Ellian.
Yuma se quita el delantal y lo cuelga.

—Tía ¿Ha olvidado que el favor de ayudarla con la boda


me lo pidió a mí? —dice Yuma. Y los tres pares de ojos se
dirigen a él—. El senador Ravieri también estaba interesado
en que la guiara, así que ¿Nos vamos?
Quillian le había dicho que esa mañana Ace y Karan le
llevarían los informes de las investigaciones sobre el ataque
de Li. Con Ellian ahora en la ecuación, Yuma espera que
pronto se revele que Ashdia Wolfgang no es una inocente
candidata a Mallbekú como el Senado pretende hacerles
ver. Entonces, ese enlace sin sentido no se llevará acabo.

«No es que impedir el enlace signifique quedarme con


Quillian… solo implica que no sea ella quien lo haga».

—Ve con él, A. Yuma cuenta con una experiencia que


ninguna de las dos tiene. Además esta tarde estaré muy
ocupada.
Ellian aparta la muñeca con relativa brusquedad y se
va detrás de Quillian. El desayuno se enfría en la mesa.

Arreglar los detalles de la boda de su tía con su padre,


que encima es su pareja, es una de las situaciones
surrealistas con las que Yuma jamás pensó que debería
lidiar. Por más que intenta hacerse a la idea de que, de una
u otra forma, ese enlace no se llevará a cabo, no le basta
para quitarse de encima la incomodidad de unos celos a los
que ahora puede poner nombre.

Desde que salen de casa, su tía y él se ocupan de las


gestiones básicas, como hablar con Amara y la comisión de
omegas.

Sin duda la esposa de Ace es diligente y tenaz porque


lleva la organización con una maestría total. Yuma y Ashdia
están sentados en el borde del escenario de madera que se
ha colocado en el extremo sur del centro comunal. Las
omegas montan un arco de raíces tratadas que se trenzan
para colgar las campanas.

—Mañana pasará por usted una de las chicas —indica


Amara tras comprobar su libreta—. Por favor, lleve su
máscara y el vestido con velos. Nosotras nos encargaremos
de prepararla.

—Querido sobrino, ¿serías tan amable de indicarme


dónde comprar esos aditamentos?
Amara jadea por la sorpresa, Yuma ni siquiera le dirige
una mirada.

—Por favor, dígame que tiene vestido de boda —


implora Amara, en cuyo rostro se refleja el pánico.

—¿Escapó de casa, tía? ¿Por qué no trajo su ajuar?


Quiero decir, tuvo muchos años para prepararlo.

Amara hipa, desvía la mirada. Yuma ha soltado sus


feromonas y su tía ha respondido a la pulla. La mujer se
levanta y, con las manos en la cintura, mira hacia las
campanas del arco. Golpea una para hacerla sonar.

—He decidido que usaré el vestido de Nicté —contesta.


—¿No sientes que le da un toque simbólico? No te enojes,
cachorro. Ese vestido fue mío desde el principio, solo estoy
tomándolo de vuelta.

Yuma aprieta los dientes. Amara parece querer darse la


vuelta y dejarlos para que se arranquen las orejas a
mordiscos.

—Hay un favor que me gustaría pedirte —interrumpe


Amara sin saber si mirar a Yuma o a Ashdia. —Yava no ha
respondido a la petición de oficiar la ceremonia. ¿Podrías ir
a convencerla? Dudo que tu padre quiera ir en persona.

—Por algo será —masculla levantándose. —Vámonos,


tía. Aún queda mucho por hacer.

Yuma guía a su tía por el centro comunal hacia el sur.


Durante su trayecto, el mestizo descubre que hay niños
jugueteando a las carrerillas. Uno de ellos va en su forma de
lobo mientras los otros entonan una canción que nunca
había oído: «No dejes de correr, no mires atrás, o vendrá el
lobo y te comerá. Cuenta hasta tres y un hijo mestizo te
protegerá». Uno de los niños, al ver a Yuma, ha gritado de
emoción y junto a sus amiguitos los han rodeado con ojos
chispeantes llenos de curiosidad.

—Al parecer tu hazaña ha llamado la atención de las


nuevas generaciones —bromea Ashdia, quien lo sigue a
medida que dejan atrás la zona oeste de viviendas.
Caminan por el área de trueque, un amplio trecho de hierba
donde se coloca el mercadillo de clanes lunares. Cuanto
más se acercan, más personas encuentran en el camino.
Pronto, los picos de las tiendas de campaña montadas por
las caravanas lunares, asoman por encima de la ladera. En
el territorio dado a los cambiaformas existen tres grandes
clanes de luna, pero también más de quince pequeños,
desperdigados y aislados unos de otros por la geografía. Los
comerciantes se instalan por épocas en los territorios
grandes. A veces llegan a permanecer en un mismo sitio
hasta por un ciclo bilunar completo, casi cuatro meses. Y de
las caravanas, una pequeña comitiva es la que se mantiene
yendo y viniendo entre clanes para el intercambio de
productos.

Se abren paso entre los dos pasillos rebosantes de


trueques y regateos, de risas y también de murmullos que
surgen al verles pasar. Los productos expuestos en tapetes
y mesas que apenas llegan a la rodilla, para que todo el
mundo pueda verlos, dan una impresionante sensación de
abundancia y prosperidad. Yuma debe inclinarse o sentarse
en cuclillas para observarlos con detenimiento.

—Yo buscaré la máscara, tú pregunta si hay vestidos


para el baile de la ceremonia deFloración.

—¿No es trampa, cachorro? Si tú sabes cuál es mi


máscara durante el baile seguro que tu padre también.
Lo toma del brazo y al igual que Ellian, lo arrastra a su
propio ritmo. Yuma se controla para no poner los ojos en
blanco. Se tranquiliza pensando que pronto Ace encontrará
las pistas necesarias y esa mujer saldrá de su vista de la
mejor forma posible.

«Celos» repite la voz de Ace en su cabeza y teme tener


que darle la razón a su mejor amigo. No hay pruebas que
señalen a Ashdia a parte de lo que él escucho de boca de
Resha. Desde el ataque ha pasado solo un día, aunque a él
le parece una vida de distancia. No han tenido tiempo para
poner sobre la mesa a los sospechosos y las implicaciones
de estos ataques. El Senado no se ha pronunciado acerca de
Li y Trish, ni tampoco sobre la muerte de la humana.
Caminan sobre hielo delgado y Yuma reconoce que sus
sospechas se dirigen en una sola dirección por motivos que
poco tienen que ver con las pruebas. ¿Qué ganaría Ashdia
destruyendo a una familia? ¿Por qué ayudaría a un lobo con
las feromonas artificiales de Quillian a atacar la manada que
ella misma va a liderar? Lo único que puede pensar es que
esté relacionado con la lucha de poder del Norte Nevado.

—¿Qué opinas de este? —pregunta Ashdia saliendo de


la pequeña tienda en donde llevan ya veinte minutos de
pruebas sin resultados positivos.

—Lo mismo que del anterior, tía. Se te ven bien.


¿Podemos seguir?
—La vida te ha hecho muy impaciente, sobrino. Espero
que tu padre sea igual para que estos vestidos no lleguen
enteros a la noche de bodas.

Yuma bufa y se aleja para mirar otros productos. Sabe


que a la mujer no le importa su opinión y solo sale de la
tienda para mostrarle a los transeúntes su aspecto.
«Descarada», piensa.
Mientras recorre el mercadillo, nota los ojos curiosos
del resto de compradores. A la mayoría los conoce de toda
la vida y encuentra curioso hallar en ellos tanto miradas de
desagrado como otras de alegría. Al parecer, su vuelta ha
causado reacciones contrarias. Sincerándose consigo
mismo, Yuma agradece el recibimiento mixto: esperaba un
desplante total de repudio ¿Por qué había estado tan seguro
del desdén del lugar que lo vio crecer? Puede que sus
miedos distorsionaran la realidad.

Le alegraba estar equivocado.

Una pareja de betas lo observan a unos pasos de


distancia. La chica se aprieta las manos y es incapaz de
sostener su mirada. El chico, por el contrario se endereza,
toma una bocanada de aire y elimina la distancia entre
ambos.
Yuma enarca una ceja cuando el beta balbucea algo
que no llega a comprender.

—… y oímos que esta noche llegan los dirigentes del


clan solar y bueno, como son los Balam y su familia, su
esposo, digo, ammm ¿Habrá posibilidades?

—¿Cómo dices?
—Lo que queremos decir es que nos encantaría recibir
en nuestra casa a los clanes que vienen a la boda, tenemos
espacio. Mi marido se crio en una clan solar, así que no se
sentirán incómodos con nuestra atención —explica ella
parándose frente al beta.

Los murmullos son un enjambre de moscas zumbando


en los oídos de Yuma. Los clanes solares no han entrado en
el territorio Moonlight desde hace más de una década;
desde la muerte de Nicté. Y la mayoría de su gente no
parece tener intenciones de esconder tanto su hostilidad
como su emoción.
—¿Estás seguro que los Balam llegan hoy?

El hombre frunce el ceño.

—Oímos que sus líderes ya estaban en camino.


El rostro sonriente de Zamil brilla entre sus parpadeos,
increíblemente cerca, opacado por la culpa, por la irracional
molestia que implica su llegada. Es como un contador hacia
atrás, una alarma que cuando se dispare quemará su fugaz
felicidad. «He sido un mal hijo, también un pésimo marido».

—Es posible que los Balam se alojen en la Casa Alfa.

La pareja baja la mirada, sus ánimos son hojas llevadas


por el viento.
Yuma se muerde el labio.

—Amara gestiona el hospedaje. Consulten con ella,


estoy seguro de que agradecerá más voluntarios.
La pareja sonríe, agradecen y se marchan en silencio.

Yuma busca en su bolsillo algún papel con el que


entretenerse y al no encontrarlo sigue su camino. Recorre el
mercadillo con un solo objeto en el punto de mira, hasta que
los colores llamativos de unas máscaras lo detienen. Se
hinca de rodillas, ya que el vendedor tiene expuesta su
mercancía en el suelo.
El acabado del producto es exquisito, Yuma repasa con
los dedos el esmalte sobre la pintura.

—¿Quiere una para usted? —pregunta el vendedor


mirando su collar. Yuma se lleva las manos a las argollas de
forma instintiva. —Es un bonito color, difícil de encontrar un
alfa así de intenso.

El vendedor, un omega de luna llena cree él, sonríe con


ternura. Yuma nota que el collar de él también es rojo y le
regresa la sonrisa con complicidad. Los colores de los
collares comunican a las diosas el tipo de pareja deseada, el
tipo de carácter que buscan. Los de color rojo demuestran el
deseo de un alfa posesivo. No aceptarían algo menos que
eso como bien dijo Ashdia.
—Deme esa máscara —pide Ashdia que ha llegado a su
lado y mira por encima de su cabeza.

El omega sonríe con su mueca de entrenado vendedor


y procede a envolver su venta. Ashdia sigue su camino,
deteniéndose esporádicamente en otros puestos.
Cuando el vendedor entrega la bolsa a Yuma, le guiña
un ojo.

—Incluí una máscara más —confiesa.


El mestizo sonríe. Una de las reglas de las caravanas es
que a los líderes de las manadas no se les cobra en especie,
sino en favores.

Alcanza a su tía y la conduce fuera del mercadillo.

—Llegó la hora de que me encuentre con Yava. Vamos.


Ashdia obedece.

Tras unos minutos en silencio, en los que se alejan cada


vez más del centro y la niebla se vuelve más espesa, Yuma
se fija en el collar omega de la mujer: azul oscuro, adornado
por una fina cadena dorada que culmina en una estrella.

—¿Cómo era el collar de mi madre?


Ashdia lo mira de soslayo sin su sonrisa habitual.

—Nicté no logró cazar ni una presa en los días previos a


su ceremonia. Cada vez que veía un animal herido, las
lágrimas le empañaban los ojos. Así que su collar fue de tela
de color crema, se ajustaba con unos delicados listones. No
era un collar muy resistente. A mi padre lo avergonzaba
verlo, ella en cambio lo lucía muy orgullosa.

Yuma divisa la laguna. Las omegas dedicadas a las


diosas viven apartadas del resto, en chozas modestas y
comunales cruzando el lago que se forma entre uno de los
brazos de Orü y la llanura aluvial. La mayoría de ellas
prefieren dormir a la intemperie, alrededor de un fuego que
no se apaga nunca.

—El alfa que le retiró el collar… ¿era merecedor de


ella?
No es sutil, el olor de la loba albina se agria como las
naranjas fermentadas por las tardes calientes. Yuma le echa
un vistazo, las comisuras de sus labios se tensan alrededor
de su boca avejentando su aspecto.

—Kant era el mejor alfa que haya conocido. Supongo


que se merecían uno al otro.

El humo de la fogata de las omegas es del color de los


campos de lavanda y deja rastros pegajosos en la piel. Es el
humo de la neblina que protege las fronteras. Un fuego
sagrado, un río deificado y el humo consagrado son los
elementos que custodian y alimentan las sacerdotisas. Yava
es la anciana que durante generaciones ha enlazado los
matrimonios de los Moonlight. No recibir su aprobación es
no recibir la del pueblo.
—¿Por qué con mi padre, Ashdia? —pregunta al
empezar a quitarse la blusa—. Su collar no me habla de un
alfa como Quillian.

Ella mira hacia el otro lado de la laguna mientras Yuma


continúa quitándose la ropa. Solo hay dos formas de llegar a
Yava: rodeando o cruzando a nado. Él no quiere pasar
mucho más tiempo con esa mujer.

—El tuyo tampoco se parece al beta Zamil.


—Es verdad —confiesa al sentarse en el pasto y
desatar las botas—. Me resigné a que el alfa para quien hice
este collar, no pudiera quitarlo.

Ashdia se sienta a su lado, cruza las piernas y en su


regazo deja los vestidos, juguetea con los volados
adornados con cuentas de colores engarzadas a la tela.
—¿Resignarse? Mmm, eso no entra en mi vocabulario.

—Debería, tía, debería.

—¿No te parece que estos ritos están sobrevalorados,


sobrino? Hacer collares tan jóvenes cuando no sabemos qué
queremos. Cuando aún falta demasiada vida… cuando
encontrar a nuestro destinado no significa amarlo o si
quiera ser correspondido. ¿Has pensado qué pasaría si
amaras a alguien y ese alguien no fuera tu destino?
Yuma se vuelve a mirarla, apoya las manos en el pasto
y gatea hasta ella en busca de una de sus muecas burlonas,
de algún indicio de mentira.

—Lo encontró… encontró a su destinado ¿Entonces por


qué? ¿Por qué está aquí si no sabe cómo resignarse?

Ella se pasa el cabello detrás de la oreja. Su fino perfil


luce pálido en reflejo del agua. Oscura piel marchita.

—Porque el amor no basta, querido. ¿No deberías


saberlo ya? Los sentimientos son efímeros, la protección de
un enlace es perenne. Quillian guarda el luto de mi hermana
de una forma admirable. Incluso sabiendo que fue mordida
por otro, la aceptó de vuelta. ¿Acaso no es normal desear
estar con alguien así de incondicional? Ni siquiera le guarda
rencor por haber huido con Kant.

Yuma se queda de pie, desnudo, mirando a los ojos


rojos de la loba albina.
—¿Y esperaste más de veinte años para esto? —ríe
irónico—. Dijiste que nos parecíamos y creo que tienes
razón. Me acusaste de escapar y refugiarme en mi marido.
Así que ¿De qué estás huyendo tú, Ashdia?

Ella toma una piedrita y la arroja al agua, las ondas se


expanden como el eco de su respuesta.

—De mí, supongo. Como todos los que escapamos de


una parte de nosotros mismos.
Yuma aprieta los puños. Le da la espalda y salta a la
laguna. Se transforma en lobo antes de tocar las frías
aguas. Ojalá el humo de las chamanas y Orü sean capaces
de llevarse todos los sentimientos contradictorios que lo
asfixian.
La visión de la sacerdotisa
Cuando Yuma emerge de la laguna, dos sacerdotisas lo
cubren con la piel de un venado y bañan su cuerpo con el
humo de la fogata en sus manos. Una vez purificado, las
mujeres lo guían a la tienda de Yava en un silencio
ceremonial que le recuerda por qué la relación de su padre
con la anciana no es buena.

En los tiempos de Abrat este las relegó y confinó al otro


lado de la laguna sin permiso para cruzar. Cuando Quillian
tomó el poder les permitió reintegrarse y los Moonligth
pudieron retomar sus ritos. Incluso alzaron un templo en la
zona del oeste. Sin embargo Yava decidió quedarse donde
estaba y que fuera Quillian quien buscase su consejo. Su
padre, aunque respetaba las creencias de su pueblo,
prefería no basar en las visiones de las ancianas sus
decisiones de gobierno.
Los pies descalzos duelen al contacto con la grava del
color del cielo nublado. Yuma se inclina ante la chamana y,
cuando esta da su consentimiento, se sienta de piernas
cruzadas. El cabello negro de Yava es como el pelaje más
oscuro, resbala cual cascada por sus hombros y se
arremolina entre ambos, donde piedras turmalinas, plumas
y huesos forman una media luna.

—Has tardado en venir, Idajimoon —dice ella con ojos


cerrados y manos entrelazadas sobre su regazo.
—Este Idajimoon se disculpa —responde Yuma usando
el título que se daba a los lobeznos hijos del gran jefe antes
del rito de mayoría de edad. La mujer quiere dejar claro que
este es su territorio y él un simple cachorro sin experiencia.
Yuma no la va a refutar. A diferencia de Quillian él cree en la
guía de Lucine y Mabel; por tanto, cree en las mujeres
omega que conectan con ellas—. Yava, que todo lo ve,
conoce el motivo de mi visita. Un enlace importante se
avecina y se espera que bendiga a la pareja.

—No faltes el respeto a mi intuición y explica los


verdaderos motivos de tu visita.

Yuma descansa los puños en sus rodillas desnudas.

—Ella no es de fiar y cuando oí que Yava se negó a


oficiar la ceremonia pensé que sus premoniciones le habían
mostrado algo ¿He juzgado mal?

Yava levanta uno de sus ojos, el párpado colgado solo


deja ver el cerco blanquecino de su iris.

—Las diosas dejaron de acudir a mí. Se esfumaron


como las cenizas tras el viento del amanecer hace ya diez
años. ¿Cómo aseguras que la omega elegida no es buena
para los Moonlight?

Yava pasa sus dedos por los huesos más pequeños de


su colección, los reacomoda mientras tararea un cántico.

Yuma entierra las uñas en sus muslos. Es por un


mandato instintivo que solo le dice verdades. A veces en
forma de presentimiento, otras en imágenes fugaces. Hace
apenas unos días, en su prueba para entrar a las fuerzas
protectoras de los Balam, su intuición lo llevó a salvar a uno
de los jaguares y con ello perder su oportunidad de pasar el
examen. Dos días atrás le indicó seguir a Trish y así oyó el
nombre de Ashdia cuando nadie más lo hizo.

—Creo… creo que a veces las diosas me susurran—dice


con la voz en un hilo—. Aunque no lo suficiente.

Yava asiente, se acicala el cabello con los huesos.

—Te lo dije el día de tu rito de paso. Las diosas te


bendijeron. Si no ves claro es porque no has aceptado tu
naturaleza. Toda ella. Verás mucho más, está en tu sangre.

Yuma se hace pequeño en su lugar, toma de las orillas


el trozo de piel que apenas lo cubre y jala de él para
intentar taparse el pecho desnudo.

—¿Cómo? No tengo el entrenamiento de las


sacerdotisas, no he oído de ningún macho que pueda
conectar con las diosas.

—Y no lo harás. El día que te ungí vi otro tipo de


conexión con la naturaleza en ti. Tus feromonas tienen la
fuerza de avasallar. Eres, al final, el hijo de un lobo negro
del linaje de sangre de los Blackwood.

—La última vez las cosas se salieron de control, usted


lo sabe. No puedo hacerlo.

—Fue un incidente bastante interesante.


Él no lo describiría de esa forma. Si lo que le contó Ace
el día anterior es verdad, lo acontecido durante la luna roja
de apareamiento de aquél año demostró que sus feromonas
eran un peligro. Yuma es el gatillo para hacerles perder la
razón a muchos alfas, incluso a su padre. Ahora que es
consciente de su vínculo, no está seguro de lo que pueda
pasar si sus hormonas regresan a ese estado de alteración.

No sabe controlarlas y teme que solo empeore la


situación.

Yava le arroja una de las piedras, Yuma, apenas por


reflejo, la atrapa en el aire.

—Tu instinto no acepta a esa omega porque ese lugar


es tuyo. Eres el líder de esta manada, Yuma. —La mujer
hace una pausa, él comprende que al decir su nombre le
ofrece respeto—. Deja que tu alfa te muerda, no volverá a
ocurrir un accidente así. Serás dueño de tus feromonas,
dueño de ti.

—No puedo. Él no puede… no querrá hacerlo —gime


luchando contra el nudo en su garganta—. Nadie lo
aprobará. Nadie me aprobará en este lugar.

Yava se ríe, su voz raspa por la edad pero es aún tan


aguda que rebota por dentro de su cabeza.

—Las diosas lo aprobaron.

Sudor frío baja por la columna del lobo mestizo, que


dirige sus ojos aterrados a la anciana.
—¿No es un error? ¿No se equivocaron?

—La naturaleza no se equivoca —dice Yava con una


sonrisa que remarca sus pómulos caídos—. Tu abuelo
siempre quiso ser más bestia que humano, tu padre más
humano que bestia. No somos ninguno, somos distintos.
Otros. Espero que tú lo entiendas y dejes de luchar contra ti
mismo. O vas a perder y nos arrastrarás a todos.

Yuma encaja el colmillo en el labio. Desde que Ashdia


entró en la oficina, una serie de comparaciones tediosas no
han dejado de acosarlo. Como si la mujer fuera la
representación de su madre, volviendo de la tumba para
señalar sus fallos como omega.

No le gusta que Ashdia se vea tan cómoda en su piel de


omega de luna nueva. No es justo que ella parezca tan
resuelta, confiada y segura cuando ambos son iguales en
esencia y él reniega de esa parte de sí mismo.

—Yo…

—Esta es tu manada, Yuma. Este es tu hogar, acéptalo


con la carga que representa.

Yava cierra los ojos, recoge su cabello en un rodete


sobre la cabeza y se queda en silencio. Yuma comprende
que lo que tenía que decir, ha sido dicho.

El regreso a la Casa Alfa se dilapida en respuestas


monosilábicas de parte de Ashdia. Al parecer la
conversación de hace un rato también la afectó a ella.
Yuma no se queja. El silencio es lo que necesita tras la
conversación en la tienda de Yava. ¿Qué significan las
palabras de la anciana?

Al acercarse al centro de la comuna por el camino de


grava, se topan con un grupo de cambiantes que rodean la
figura de Quillian, parece una comitiva. «Seguro que es por
la boda» piensa y aparta de su mente la imagen de Ashdia
con el vestido ceremonial. Yuma prefiere disfrutar del
magnetismo que Quillian siempre ha ejercido sobre él, lo
saborea de forma distinta ahora que puede mirarlo y saber
qué se siente al ser tocado por sus toscas manos. Pasea sus
ojos por los brazos en tensión y el contorno de sus piernas
fornidas.

Lo sabe, está perdido. Irremediablemente atraído,


hasta el punto de que todo su cuerpo arde y se tambalea
con una emoción que roza lo insano. Ríe para sí mismo. Es
nocivo, todo en ese deseo lo es y, sin embargo, ya no quiere
resistirse a ello. El hombre le fascina, le gusta su barba de
días, le gusta el tono ronco de su voz por las mañanas y la
forma en que la cicatriz de su ceja se arruga cuando el tema
no le agrada.

Admira su devoción con una manada que durante años


lo menosprecio, su tenacidad para darles una mejor vida y
el férreo compromiso que muestra con cada una de las
decisiones que toma.

Su pecho se hincha de anhelo, quiere más mañanas


como la de este día, quiere volver a su manada, a su hogar
y esta vez sentir que es realmente suyo como dijo Yava. No
es un intruso, no es un indeseable.

No quiere dejar el territorio otra vez, ni de vuelta con


los Balam ni a ningún otro lado. Quiere despertar en la casa
en la que creció, con el hombre al que conoce de toda la
vida y que puede darle el confort y amor que siempre ha
necesitado. Él puede devolverlo con creces, puede ser el
lugar seguro de Quillian y amarlo como creyó que no era
posible.
¿Pero cómo? No tienen futuro, están atados a otros
compromisos y vínculos. A otras expectativas.

Quillian alza la vista, sus ojos se encuentran y el


estómago de Yuma contrae con calidez. Ambos sonríen.

Pequeñas muestras de afecto que para otras parejas


son cotidianas y hasta insulsas, para ellos representan un
abismo, una imposibilidad. ¿Es estúpido añorar pequeños e
insignificantes momentos rutinarios con tanta fuerza?

—Oh vaya, así que por fin tendremos el gusto de


conocer a tu marido —dice Ashdia con un tono dulce y falso.

Yuma parpadea y desenfoca a Quillian para prestar


atención a las figuras con las que él y Ellian conversan: el
Alfa y el Beta de los Balam. Zamil se gira y volverlo a ver
golpea a Yuma como una bofetada.

Xel-há alza su mano en señal de saludo, Yuma acelera


el paso y la gente lo deja pasar entre cuchicheos a los que
le es imposible prestar atención; teme que sus pies lo
traicionen y lo dejen pegado al suelo, incapaz de dar el
siguiente paso. El senador Ravieri también está en la
comitiva de bienvenida, se gira y lo barre con sus siempre
desagradables ojos, para luego volver a los hermanos
Balam.

Cuando Yuma trastabilla, Ashdia es quien lo toma por el


brazo en un gesto que, asume, quiere demostrar su buena
relación y aunque todo es falso, en ese preciso instante
Yuma lo agradece porque le da tiempo de recomponerse y
regresar al juego que siempre ha sido su vida.
Hasta hace unos días, su mayor deseo era ser aceptado
por esta gente, encontrar un lugar para él en el clan de sol y
nada de eso debería cambiar. Se concedieron esa aventura
porque Yuma debe volver con su esposo.

Así que ha de ponerse la máscara, intercambiarla con


otras según la situación, esperar que nadie vea debajo de
ellas y rezar porque él tampoco se atreva a mirar lo que
oculta. Teme descubrir que ya no pueda seguir el juego.

La bienvenida de su esposo es tal cuál la imaginaba: lo


recibe con la sonrisa franca y luminosa, aunque el brillo de
sus ojos verdes se siente dubitativo, lo que incrementa su
ansiedad. El cambiante del sol camina hacia él con los
brazos abiertos.

Yuma no puede hablar, el nudo en su garganta aprieta


hasta el punto de hacerle creer que no puede respirar,
busca con los ojos a su padre. Los encuentra, pero el gozo
no dura. Quillian desvía la mirada cuando Zamil lo besa.
Colmillos ocultos
—Es un honor haber sido invitados a un nuevo enlace
para los Moonlight —dice Xel-há cuando Ashdia les da la
bienvenida y les agradece su asistencia a lo que ella
describe como: «Uno de los momentos más importantes de
nuestra vida y de las manadas de Luna»—. Comprendemos
que abrir las puertas de su manada los Balam, es un acto de
buena fe.

Yuma ve cómo Ravieri se tensa y a Quillian guardar las


manos en los bolsillos. Aunque nunca hubo una declaración
formal de guerra, la hostilidad entre los Moonlight y los
Balam es de sobra conocida. Existen rumores, nunca
confirmados, que acusaban a los jaguares de estar
involucrados en la muerte de la anterior Mallbekú. Su padre
y el senador saben perfectamente que aquél asesinato
corrió a manos del mismo Abrat. Yuma ahora comprende
que su abuelo debió averiguar el acto de traición de Nicté y
se cobró la ofensa con su vida.

—El honor es nuestro —responde la anfitriona—, creo


que han pasado ya demasiados años para continuar con
estas formalidades. Que este sea un parte aguas para una
nueva relación entre nosotros.

Xel sonríe y luego se gira para acercase a Zamil y


Yuma. Este espera que no empiece una conversación
surrealista en la que se conviertan en una gran familia
perfecta que incluya a Ashdia, a los Balam y donde todos
son felices y comen perdices.

Su cuñado se coloca a su lado y le apoya una mano en


el hombro, entorna sus ojos y es entonces cuando Yuma
recuerda la llamada del día anterior. Seguro los preocupó. Si
las cosas continuasen mal con Quillian, ese simple gesto de
parte de su nuevo Alfa y su esposo, habrían bastado para
hacerlo sentir parte de algo, habría llenado su pecho de
orgullo con un «No fue un error, tengo un lugar al que
volver». Ahora es una cadena en su cuello que tira hacia el
lado contrario de su corazón.

—Eso es agradable de escuchar. Alfa Blackwood,


esperamos que pronto nos permita regresarles esta
hospitalidad. Lamento que las circunstancias no dejaran que
el último enlace entre nuestras familias se celebrara como
merecía.

A pesar de que Yuma lleva años viviendo con los


Balam, no puede predecir su actitud al entablar contacto
con el padre que no aprobó el enlace con uno de ellos.
Diosas. Ni siquiera tiene claro cómo debe presentarlos.

«Papá, este es mi esposo con el que me casé para huir


de nuestra atracción incestuosa. Zamil, mi padre, con el que
llevo un día y probablemente toda la vida, siéndote infiel».

Directo, honesto y un suicidio.

—Esas palabras me corresponden, Alfa Balam. Mi hijo


no se ha reservado halagos para ustedes y les agradezco
que siempre lo hicieran sentir como en casa.

Yuma siente el agarre más firme de Zamil en su cintura.


Le sigue un breve silencio, que se hace eterno mientras se
pregunta cuál debería ser el siguiente movimiento, la
siguiente frase… Tan enfrascado está con lo que sucede
dentro de su cabeza, que no nota al resto de miembros del
clan solar acercarse, hasta que oye su nombre.

—¡Yuma! —grita una mujer, él se da la vuelta y es unos


brazos menudos lo envuelven—. Te ves súperbien —dice
Ixchel al separarse y barrerlo con los ojos.

—Tú también —consigue articular.

—Tiene tanto que te fuiste que ya casi termino tu


tapete y el mío —dice bajito mientras los demás continúan
con las presentaciones—, tuve que darle prioridad al mío
porque, oh Arav, me caso pronto.

Ixchel está radiante, su piel parece haber rejuvenecido


en los pocos días que han pasado desde que comenzaron a
bordar sobre los nenúfares los tapetes nupciales. La única
amiga que hizo en territorio extranjero luce muy feliz y él
quisiera compartir esa alegría, confesarle secretos y festejar
un momento tan importante como lo es el enlace.

—Disculpa a mi prometida —dice un jaguar apartando a


Ixchel. Su porte erguido y rudo se ve un poco ridículo con el
rubor de la vergüenza pintándole hasta el nacimiento del
cabello. A Yuma le entran ganas de reír ¿Quién habría
imaginado que su temible supervisor se vería así de
adorable?

—Entrenador Bej, bienvenido y felicidades —dice


estrechando la mano del jaguar.

Zamil y Xel-há van llamando a los vasallos del clan del


sol para presentar sus respetos al anfitrión. A Yuma le
cuesta mucho fingir sonrisas cuando pasan los encargados
del este y oeste: Uxmal y Nahil.

Conforme transcurre la tarde, Yuma debe acudir con


Ashdia a recibir a otros clanes de luna. Y la interacción
política se alarga hasta que Amara comienza a asignar las
casas en las que pasarán la noche. Para los Moonlight no
hay mayor muestra de hospitalidad que la de ofrecer sus
viviendas, así que los anfitriones escoltan a sus respectivos
invitados.

Yuma ya no siente las comisuras de su boca, quiere que


todo el protocolo termine ya para ir a dormir. Y al mismo
tiempo desearía alargarlo eternamente para no tener que
convivir en el mismo espacio que Zamil y Quillian.

Sus pensamientos se desvían cuando ve al matrimonio


que lo abordó por la mañana temprano para ofrecer su
hospitalidad. Miran desde lejos, con nerviosismo. Son una
pareja tan joven y tímida que Yuma siente cierta ternura por
ellos.

—Amara —llama Yuma—, ¿Ves a esa pareja de allá?

La mujer asiente.
—Manda a Ixchel y Bej con ellos, por favor.

—Hecho.

El matrimonio de lobos le agradece su ayuda con un


asentimiento de cabeza. Aunque odia estar de acuerdo con
Ashdia, Yuma también quiere creer que este puede ser un
inicio nuevo para las relaciones diplomáticas. A medida que
los invitados marchan a las casas de sus anfitriones, los
Blackwood vuelven a quedarse solos con los Balam y
Ravieri. Yuma se siente dentro de uno de esos momentos
incómodos en que los actores han olvidado sus frases y
saben que algo debe suceder, pero no él qué. En ese
momento, el olor a bayas frescas llega a su nariz con un
tañido de campanas de expiación. Ellian vuelve escoltar a
otros Alfas, su aroma contiene una nota cítrica de nervios.

—Estoy encantada de conocerte —dice tomando las


manos de Zamil, que acababan de posarse alrededor de la
cintura de Yuma de forma protectora—. Es reconfortante por
fin ponerle rostro al hombre que hace feliz a Yuma. Yo soy
amm, bueno lo cuidé de niño y…

—Es mi madre —interrumpe Yuma—, no me ha


perdonado no haber estado en la boda.

Ellian asiente y abraza a Zamil en un gesto que


desconcierta al Beta pero que, al cabo de unos segundos,
corresponde.

—¡Pues no se diga más! Entonces tiene que


acompañarnos a la ceremonia de marca de Yuma. Se hará el
tatuaje Balam y concretaremos la mordida nupcial. Claro
que la invitación también va para usted, Alfa Blackwood.

La alfa parpadea y su mirada va de Yuma a Zamil y de


regreso. Él espera no mostrar el mismo desconcierto. Hasta
antes de marcharse, el acuerdo era solo tomar el tatuaje.
Nunca la mordida. Yuma le había dejado claro que sufre un
desequilibrio hormonal que no hacía recomendable la
mordida de un beta. Por supuesto, era falso, pero eso no es
lo que importa... la cuestión es que ha hecho el anuncio sin
consultarle. Yuma busca la atención de Quillian, que no
oculta lo descolocado que lo deja la información.

—Claro —musita Ellian recomponiéndose—, esta noche


cenaremos en la Casa Alfa y ustedes son nuestros invitados.
Ven, Yuma, debemos preparar la cena.

Yuma se aparta de Zamil de la forma más natural que


puede. Su cuerpo está luchando por mantenerse sereno. La
sudoración fría de rechazo que había experimentado en su
pasado al intentar estar con otros alfas, invade ahora la
interacción con su esposo.

¿Podría volver a esa vida? ¿Qué pasaría si su instinto se


negaba a convivir con Zamil otra vez?

—Perdone la rudeza de mi hermano —irrumpe la voz de


Xel-há—, le haremos llegar una invitación formal cuando se
fije la fecha. También a usted, Quillian. —Su cuñado se pasa
las manos por el rubio cabello y ladea el cuello; todo sin
apartar su atención de él—. Aunque solo si estás de
acuerdo. Ayer no parecías en condiciones de recibirnos,
Yuma-há. —Oh el apellido, ese apellido—. No queremos
incomodar —dice y esta vez mira en dirección a Quillian.

Claro. Es imposible que Zamil o Xel sepan que durante


los últimos días la relación con Quillian ha cambiado
drásticamente. Tanto que nadie en su sano juicio asumiría el
cambio.

—Incomodar es el trabajo de la familia —dice Ashdia


colgándose al brazo de Quillian. Al parecer ha terminado su
teatrito de novia nerviosa. —Y ahora todos formaremos
parte de la misma, ¿verdad?

—Sé que no nos casamos como debíamos —contesta


Zamil—, lo que le aseguro es que no fue un matrimonio
político, sino un enlace por amor. Espero que su opinión
sobre nosotros sea mejor que en el pasado y nos dé su
bendición.

Zamil abraza a Yuma con gesto protector, y este nota la


fuerza de su agarre. La última vez que su esposo oyó hablar
de Quillian, Yuma se refirió a él como un padre intransigente
y violento.
—¿Y cuál se supone que es mi opinión respecto a su
matrimonio? —pregunta Quillian con la vena del cuello
abultada, su olor natural oscureciéndose—. Me gustaría
escuchar su punto de vista.

Yuma suda frío. Es posible que su padre no comprenda


que, desde la aparición de Zamil, su mirada cruda no ha
hecho más que crear un ambiente de evidente hostilidad. Lo
cual, admite, le complace, aunque no sea la mejor de las
acciones diplomáticas de su padre.

—Usted se opuso con tanta fuerza que incluso


lastimó…
—Lo siento por preocuparlos —Yuma interrumpe el
discurso ácido de Zamil, se separa de él nuevamente e
inspira para darse valor—. La llamada de anoche no tiene
nada que ver con Quillian. Les he mostrado una actitud
inmadura durante estos años, cuando no había hecho el
menor intento por reconciliarme con mi padre. Hasta ahora.
Estos últimos días hemos resuelto varias de nuestras
diferencias, ya no tienen que preocuparse. Apreciaría
mucho si aceptaran mis disculpas por causar una negativa
impresión de mi familia y tuvieran la apertura para
conocerlos de nuevo.

Xel entorna la mirada, al contrario que Zamil, que


muestra la calidez del verano en sus ojos. Los de Alfa Balam
son un bosque perenne durante un duro invierno. Cuando
huyó con Zamil llevaba la herida del abdomen abierta y,
aunque nunca dijo una palabra de cómo se la hizo, para los
dos jaguares no fue difícil unir los puntos. Asumieron que
Quillian se había opuesto tanto al enlace que la pelea escaló
a esas proporciones. De hecho, si lo pensaba mejor, le
sorprendía la diplomacia de Zamil, que nunca se había
caracterizado mantener por conversaciones veladas. Era un
tipo directo.
—Pues entonces en marcha ¡Que hace hambre!—
exclama Ellian.

La alfa no deja espacio para más conversaciones


incómodas. En su papel de secretaria principal de los
Moonlight y asistente personal de Quillian, su madre
gestiona el camino a la casa con una maestría diplomática
que se siente más maternal que política y es tan natural que
Yuma envidia esa facilidad para gestionar los ambientes
más tensos. por supuesto que su padre la considera una de
las alfas más valiosas de la manada aunque provenga del
Norte Nevado.

Ellian acomoda a los invitados en el salón principal. Ni


siquiera echa a Ravieri, que se autoinvita con una
naturalidad que enerva a Quillian y que Yuma intenta disipar
con comentarios sobre las diferencias climáticas y otros
asuntos mundanos. Pronto, pese a sus esfuerzos, la
conversación se centra en el conflicto de los cambiantes
fuera de control.

—Admiro profundamente la política de los clanes de sol


de no involucrarse con los humanos —cacarea Ravieri
tomando un trago del alcohol que Ashdia ha servido—. Si los
Moonlight hubieran seguido su ejemplo, ahora mismo no
tendríamos dos muertas y un cambiante fuera de control.

Yuma jadea en su dirección, es imposible que el


senador exponga secretos con tal desfachatez. Si bien los
invitados han llegado un día antes de lo previsto y no ha
habido tiempo de difundir las órdenes precisas, debería ser
evidente que los problemas de seguridad de la manada no
son objeto de discusión.

—Es normal que seamos más cautelosos —explica Xel


cruzando una pierna encima de la otra y echando el cuerpo
hacia adelante—, nuestro territorio bordea con el de los
humanos. Somos la primera línea de defensa en caso de
conflicto.
—¡Ese pensamiento pragmático me gusta!

Ravieri golpea su pierna con entusiasmo.

—¿Y qué fue exactamente lo que pasó con esos


cambiantes? En un inicio se temía que fueran a
descontrolarse en territorio humano y a causar problemas.
Creo que nadie en el Senado imaginó que fuese a suceder
dentro de una manada —admite Zamil rodeando con su
brazo el hombro de Yuma.

—Podrían preguntarle al joven Yuma —dice Ravieri con


la sonrisa maliciosa—, fue él quien se enfrentó a uno de
ellos.

Por un segundo impera el silencio. Hasta que su marido


sale de su estupor, lo suelta y encara.

—¡Eso fue peligroso, Yuma! Debiste dejar que otro lo


hiciera.

Yuma odia la forma en que Zamil manifiesta sorpresa:


alza mucho las cejas y sus ojos se desorbitan. Desde sus
primeros días de casados, Zamil no podía creer que un
omega trabajase defendiendo la frontera. Ni cuando vio sus
cicatrices, ni cuando empezó con las pruebas de los Balam.
No se opuso, pero su escepticismo resultaba evidente.

—Nunca lo han visto en acción. —la voz de Quillian,


más grave que la de todos los presentes, redirige la
atención. El líder de los Moonlight esta recargado en el
respaldo del sofá con los brazos extendidos por el borde del
sillón. —Si lo hubieran hecho no tendrían esos semblantes
de pánico. Cuando Yuma se unió a los restrictores tenía
diecisiete años. Nos probó a todos que él podía hacer lo que
quisiera si se lo proponía. Las heridas de su cuerpo son
muestra de ello, ¿lo sabían?

—De todas formas, para eso están los restrictores y mi


esposo ya no es uno de ellos. No debiste arriesgarte así.

—Es normal que los padres se preocupen por sus hijos


y quieran impedirles ciertas actividades ¿Pero no es acaso el
papel de una pareja el de alentar los logros? —prosigue
Quillian echando el cuerpo hacia adelante con una de esas
sonrisas que hacen que el corazón de Yuma se funda.

Xel-há hace una mueca a medio camino entre la


sonrisa y la incredulidad. Zamil aprieta los puños y se
encoge en el asiento.

—Quillian es un padre muy orgulloso ¿no? —interviene


Ashdia mientras se recuesta sobre el hombro del alfa.

Antes de que su padre haga el ademán de quitarse,


Ellian toma a Ashdia del brazo y la arrastra a la cocina «Es
deber del omega de la casa ser un buen anfitrión. Te
ayudaré, A» le dice con toda amabilidad y Yuma no quiere
quedarse en el salón con esa sensación de falta de aire, así
que se aferra al brazo de su tía, se disculpa con Zamil y
acompaña a las mujeres a la cocina con la excusa de ofrecer
una buena bienvenida a su marido.

Su corazón ha subido hasta su garganta y en cualquier


momento lo va a escupir.

Pasan los siguientes minutos en la cocina preparando


una cena rápida con lo que hay en la hielera.

—Ay querido —exclama mientras se apoya en la


encimera—, es más guapo el hermano mayor. Estoy
decepcionada de tu decisión.

Ellian le pasa unas verduras con brusquedad.


—Déjalo en paz. Al menos mi niño tuvo el valor de
seguir su corazón.

El ambiente en la cocina se carga tanto de una


sensación pesarosa que nunca ha visto en el semblante de
Ellian que, solo por un segundo, Yuma quisiera estar en la
conversación al otro lado del salón.

—Tal vez no soy tan parecido a ti, tía. Y me parezco


más a mi madre —comenta sin mirarla mientras pone a
hervir la carne—. Al final se dejó marcar por quien amaba y
no por quien ostentaba el poder.
Ellian hace un sonido estrangulado. Yuma no la mira.
—Y le costó la vida —responde Ashdia apartándose de
la encimera.

—Amar no fue lo que le costó la vida —responde Ellian


azotando las manos contra el metal del fregadero—. ¿Quién
te dijo lo de la mordida?
Yuma se lava las manos mientras se encoge de
hombros.

—Han pasado muchas cosas estos días. No sé qué fue


más complicado de asimilar, si lo de mi madre o el hecho de
que fui un hijo no esperado.

—¡Yuma! —Ellian se gira, ofuscada. El aroma alfa de la


mujer impregna la cocina y Ashdia se recarga en la
encimera con los ojos desorbitados. A Yuma no le afectan
las feromonas de otros alfas, ni siquiera las de su madre
adoptiva—. ¿De dónde sacas semejantes ideas? Tu madre te
adoraba.
—Ellian —dice soltando suaves feromonas de afecto (es
un aroma delicado como el de las flores tiernas). Desde la
mañana anterior Yuma no ha tomado sus medicamentos—.
No hay necesidad de ocultarlo. Papá me ha contado sobre
Kant.

La alfa se pone colorada y desvía la mirada.

—Creo que tienen que platicar a solas. Iré a arreglar las


mesas y a evitar que los hombres en el salón se maten.
Ashdia escapa y Yuma continúa cocinando, intentando
restar importancia a la tensión del ambiente.

—¿Cómo fue? —prosigue. Ellian se recompone y


prosigue a deshojar la albahaca—. Quillian no entró en
detalles. ¿Cómo fue que nací? ¿Mamá conoció a Kant
después? ¿Fue él el alfa al que mataron el día de la
emboscada?

Ella asiente, se suelta el pelo y se pasa los dedos entre


los mechones rubios para luego volver a hacerse la coleta
con dedos trémulos.

—Tu madre te quiso, no lo dudes nunca. Cuando tus


padres se casaron eran muy jóvenes. Nicté ya había
conocido a su destinado, pero tus abuelos nunca apreciaron
a Kant y lo alejaron del Norte Nevado. Nicté pensó que
nunca volvería a verlo y se casó con Quillian por sus sueños
de reformas para los omegas. Eso ya lo sabes.

—Se reencontraron en uno de los viajes que hacía


mamá a su manada—dice Yuma siguiendo el hilo.
—Hay destinados que son capaces de negar sus
vínculos y resistirse a ellos. Nicté no era una de esas
omegas, ella, ellos… se amaban. Realmente lo hacían.

—¿Yo ya existía para cuando eso sucedió?

Yuma toma una servilleta de papel y comienza a


doblarla, es complicado porque sus manos están sudorosas.
—Naciste después.
—¿Por qué? Si mi madre ya estaba con otro… ¿Por qué
volvió con Quillian?

—Abrat descubrió lo de tu madre y a su vuelta la aisló.


Evitó que volviera al Norte. Sabes qué pasa si una omega
vinculada no comparte el celo con su pareja. Necesitaba las
feromonas de un alfa más fuerte para contrarrestar el
malestar.

Yuma asiente, la servilleta se rompe cuando trata de


jalar las esquinas.

—Así que Quillian estuvo con ella para salvarle la vida y


tuvieron la mala suerte de que nací yo. —Ellian quiere
interrumpir, Yuma no le da la oportunidad, alza su mano
para que lo deje terminar.—Fui un hijo querido pero no
deseado, puedo vivir con eso. Mis padres no estaban
enamorados ni en una relación de pareja entonces,
¿verdad? ¿Mamá se sintió culpable por hacerle eso a
Quillian?

Ellian enarca una ceja, se pasa la lengua por los labios.


—¿Eso es relevante?

—Lo es.

—No. Tu padre respetó que siguiera su corazón y ella


fue feliz con su elección. Durante un tiempo mantuvo su
relación con Kant yendo y viniendo entre el Norte y los
Moonlight. Tampoco quería abandonar sus sueños ni podía
separarte de tu padre.
Yuma sonríe, hace bolita la servilleta y anota una
canasta en el basurero.

—¿Qué hacia mi madre el día que la atacaron? Iba con


Kant y conmigo ¿Pretendía escapar con él?
Ellian toma una bocanada de aire, se aferra a la orilla
de la mesa y su olor de alfa en confrontación vuelve a picar
en la nariz de Yuma.

—Estamos muriendo de hambre por aquí —dice Ashdia


de vuelta en la cocina—. ¿Podemos apurarnos?

—Si nos ayudaras terminaríamos más rápido.


Ashdia rueda los ojos y se remanga figurativamente las
mangas. La noche aún pinta larga.
Cambio de tornas
Pasan de las once de la noche y un poco de alcohol
mantiene viva la velada. Xel-há dormita en su asiento
mientras el resto eleva sus copas y brinda por prosperidad,
bodas y temas que Yuma no escucha. El aroma asado del
conejo llena el recinto, aunque del animal solo quedan
huesos sobre la charola. El postre, frutas hervidas
mezcladas con miel, endulza los paladares de la familia con
excepción de Yuma. Cada sonrisa cándida de Zamil, cada
mirada verdosa de complicidad durante la cena deja el
regusto pastoso del barro; es como masticar y que entre sus
dientes revienten las piedrecillas que acompañan la tierra
mojada. Crack, crack, crack.

Zamil enreda en sus dedos las puntas plateadas de su


cabello e imprime un beso en la piel expuesta de su
hombro. Yuma se encoge, ignora con todas sus fuerzas el
fantasma de la caricia que repta debajo de su piel cual
gusano. El impulso natural le pide sacudirse, sacar la
sensación con otro tacto.

El agudo sonido del chirriar de una silla provoca que


todos los presenten fijen su atención en el alfa anfitrión que
se ha puesto en pie. Las feromonas de su padre huelen a
madera carbonizada, arden en los ojos.

—Necesito hablar contigo, Yuma. Te veo en la oficina.

La espalda de su padre se pierde en la negrura del


pasillo interior.
—Por Arav, tu padre es incluso peor de lo que dijiste —
susurra Zamil en su oído con la complicidad de antaño, que
ahora se siente fuera de lugar.

—Exageré —responde mientras aparta la mano que se


ha aferrado a su muñeca—. Discúlpalo, no es muy bueno
con los protocolos básicos de educación. Tengo que ir.

—¿Te acompaño?

—No hace falta. Tardaremos y será tedioso para ti.


Disfruta la velada.

Zamil lo deja ir con inseguridad.


Camina a tientas por el pasillo, no puede guiarse por el
sonido porque el golpeteo de su corazón hace eco por las
paredes. Inhala con fuerza para romper el témpano que se
ha formado en sus pulmones y el aroma a bosque frío, a
coníferas y humedad lo taladra. Unos dedos se enroscan en
su muñeca y una fuerza que surge de la oscuridad lo toma
del rostro antes de que un par de ásperos labios le
devuelven la vida. Yuma se afianza al cuello del mayor.

La lengua de su padre entra en su boca con una


desesperación desconocida. Yuma jadea al corresponder el
beso, sus pasos se enredan mientras ambos se tambalean
hasta la puerta de la oficina. La risa aguda de Zamil les
llega apagada desde el comedor y, en vez del miedo a ser
vistos, Yuma descubre con horror que su pulso se acelera de
excitación. Entonces, la razón se desliza fuera de su cuerpo
como el aire que desaparece por el hambriento beso.
Retachan contra la puerta, Yuma podría abrirla. No lo hace.
Sus manos se deslizan por los músculos de la espalda,
arañan los omoplatos sobre la camisa.

La erección de su padre presiona contra su pelvis. El


olor descarado de los celos lo dilatan y lo mojan.

Su padre gruñe al rozarse contra él, su piel caliente y el


vínculo que palpita de ira.

—¿Vas a tomarme aquí? ¿Así?

Quillian gira la perilla y Yuma jadea cuando pierde el


apoyo de la puerta y entran a tropezones a la oficina. No
dejan de besarse hasta que la cadera de Yuma golpea
contra la orilla del escritorio.
—Me preparé durante años para soportar verte con él
—jadea Quillian repartiendo besos por detrás de su oreja,
bajando por la línea de su cuello—. No sirvió de nada.

—Me tientas a volver y darte más celos —reta Yuma.

La boca de Quillian baja por el cuello, muerde el


hombro y Yuma contiene el deseo de pedirle que lo haga
más fuerte. Las manos de su padre recorren su espalda
enterrando las uñas en los omoplatos y arañando hasta sus
nalgas.

Su respiración pesada habla por él. Durante su


encuentro en el bosque, el miedo de que Quillan fuera
incapaz de cambiar la dinámica entre ellos, le turbaba.
Ahora se le da mejor leer el cuerpo de su padre. Sus jadeos
y el calor que desprende su piel son iguales, se anhelan y
desean meterse en las entrañas del otro.

—No lo haría si fuera tú, puedo perder el control.

—No me voy a romper...

Las voces de fuera suenan lejos, amortiguadas, pero


cualquiera podría aparecerse por ahí, podría atraparlos y…
Quillian de manera que una sensación de pérdida reemplaza
el calor de su cuerpo. Yuma titubea, es consciente del
peligro al que se exponen y aún con eso, su instinto no
soporta ni una sola muestra de rechazo. No después de
tanto.

—No estoy listo para volver a casa con Zamil —confiesa


—. No voy a poder fingir que esto no está pasando. ¿Qué
voy a hacer?

Quillian lo escruta con sus afilados ojos ámbar. Por


fuera de la cabaña una rama llama a la ventana con un
toque que suena a garra deslizándose por el cristal,
arañando ahí donde no llega ningún tacto. La voz de su
padre se cuela por las grietas de heridas que, en el fondo,
no han acabado de cicatrizar.

—Quédate —pide mientras lo toma de la barbilla y lo


obliga a encararlo.

Yuma parpadea, su corazón se comprime pero basta


pensarlo un momento para menear la cabeza. Él también
quiere eso, pero no es tan sencillo.
—No lo dices en serio.

—No soy de los que bromean.

—¿Y entonces tenemos encuentros clandestinos para


que la señora de la casa no nos descubra? Eso no va a
funcionar. Debe haber alguna manera —suspira y recarga la
frente en el pecho de su padre—. Si Ellian o Ace encontraran
pruebas podríamos deshacer el arreglo político.

El cuerpo de Quillian se agarrota, el aroma de la


excitación se torna avinagrado y el vínculo chirria. Yuma se
endereza con un sobresalto.

—Karan y Ace vinieron esta mañana. El encargado de


las comunicaciones descubrió que Resha, la humana, se
comunicaba con alguna manada en el territorio del clan
solar. No pudimos determinar exactamente cuál, pero es un
hecho que pertenece al territorio de cambiantes felinos.

—Aunque ellos hubieran enviado a Resha… ¿Cómo


consiguió que dos cambiantes leales atacaran a la manada?

Quillian menea la cabeza y toma asiento en su silla


ejecutiva. Se pasa las manos por el pelo y Yuma solo quiere
que lo suelte todo.

—La autopsia de los cambiantes fuera de control reveló


que su sangre contenía una sustancia externa. Las
autoridades humanas no pudieron identificarla, pero Vellner
sí. Era una imitación del compuesto alfa que desarrollé hace
años. Ese compuesto tomó mi sangre y ADN como base.
Karan encontró en la casa de Trish y Li unas jeringuillas
usadas. Alguien les proporcionó un medicamento
experimental, el mismo que se usó en la ciudad.

—Nunca revelaste el compuesto ni lo has sacado al


mercado. Creí que toda esa investigación se guardaba
únicamente en el laboratorio de esta casa —musita Yuma,
su sangre corre lenta por su cuerpo, se siente fría.

—He estado investigando el compuesto para evitar la


transformación bestial sin control durante años, todo dentro
de estas paredes. Y solo hay un medicamento en el que se
ha utilizado.

A Yuma le fallan las piernas, se sostiene del escritorio.


Su padre busca sus ojos pero él tiene la vista en un punto
lejano.

—Mis supresores —jadea mientras niega con


vehemencia. Empuja a Quillian porque necesita caminar,
moverse. Se pone en pie y se arregla el pantalón mientras
las palabras salen atropelladas. —Pero mis supresores solo
los tengo yo… ¿Y Ashdia? ¿Nada señala a esa mujer?

—Nada. Necesitamos enfocarnos en las pruebas y no


en lo que nos gustaría que fuera. ¿Quién tuvo acceso a tus
supresores? Yo hago la fórmula y solo Vellner sabe de ellos.

—Es que no puede ser —replica girándose, sus ojos


arden por las lágrimas—. Zamil no habría… no…. ¿Es
posible hacer una copia de tu olor con solo mis supresores?

—Tus supresores son, en pocas palabras, mis


feromonas manipuladas. Era la única forma de controlar tu
celo. Todos los medicamentos hasta entonces producidos
eran insuficientes contigo, probablemente porque soy tu
alfa.

—¡Fueron ellos! —grita y de inmediato se contiene.


Tiene que calmarse, se muerde el labio para evitar el
estallido—. Nunca contabilicé los viales ni las pastillas.
Jamás creí que alguien se robaría mis medicamentos para
buscar el componente activo de tu especie. Menos…
menos…
—Pudo ser alguien de los Balam a espaldas de tu
esposo.

Yuma escucha como si fuera otro al que le sucede la


traición, como alguien a quien referirse en tercera persona.
Alguien que se pone la máscara y danza al son de otros, al
del padre protector que le negó la verdad para protegerlo;
al de la madre que le vendió una imagen ficticia de su
nacimiento; al del marido que se acercó rascando en sus
inseguridades, lamiendo sus heridas e inflando su ego para
aprovecharse.

¿Quién es él ahora entre tantas verdades?


¿Cómo se actúa ante la mentira cuando él mismo ha
mentido con descaro?

—¿Sin que Xel-há ni Zamil estuvieran enterados? —ríe


—. Ni siquiera yo soy tan ingenuo. ¿No es gracioso? ¿No vas
a echarme en cara lo imbécil que fui creyendo encontrar a
alguien que me quería cuando solo me estaban usando?
Estaba tan desesperado que, si hubo señales, no las vi.

Quillian golpea la madera con el puño.


—¿Por qué sería gracioso? ¿Por qué estaría contento de
que un imbécil lastime a la persona más importante para
mí? Llevo horas con el deseo de aplastar su cráneo entre
mis dientes, Yuma. No fue tu culpa.

Aunque dice la última frase en un tono suave, casi


como una caricia, en el rostro contrariado de su padre hay
una contracción de ira. Es solo un temblor fugaz en la
mejilla, un asomo de indignación más que de protección.

Él no se encuentra mejor, no sabe si va a calmarse


fácilmente así que se concentra en el problema y no en sus
emociones.
—Todo apunta hacia ellos, si los llevamos ante el
Senado y se investiga en profundidad, podrían hacer justicia
a Trish, a Li y a Resha. Tenemos a todos los señores vasallos
del clan del sol a unas casas de distancia. Podemos
encerrarlos primero y que Ravieri avise al Senado.

—¿Comprendes que explicar lo de los viales implicará


tu participación? Algunos cambiantes creerán que estabas
implicado y otros…

Yuma se palpa los aretes, que queman como si


hubieran sido expuesto a las llamas vivas de una hoguera.
¿Alguna vez fue verdad alguna muestra de cariño? ¿Zamil lo
llegó a querer o todo este tiempo ha fingido para usarlo?
Yuma se sienta en la orilla del escritorio. Toma una hoja
y empieza a hacerla pedacitos. Qué maldita ironía. Siempre
quiso volver a su casa con la frente en alto, con el marido
perfecto del brazo, con un nuevo Alfa apoyándolo, quiso
decirles a todos que había encontrado un hogar mejor.

Ahora sería, en el mejor de los casos, si no lo acusaban


de traición, el imbécil omega engañado con promesas de
amor. Justo como esos a los que tanto había criticado de
joven. Solo le habría faltado volver con un bebé del
enemigo.

¡Esa hubiera sido la cereza en el pastel!

—Muérdeme.

Quillian sacude la cabeza, se lleva las manos al cabello.

—No es el momento, Yuma. No aquí, no así.

—Quillian, en dos días mi vida se ha vuelto un maldito


caos. No encuentro ni dónde estoy parado. Lo único que he
conseguido es estar contigo y ahora, más que nunca,
necesito sentir a mi alfa, no a mi padre. A mi alfa. ¿O vas a
volver a negarte? ¿Vas a volver a ponerte en el papel de
padre sobreprotector y decirme que esto está mal? Porque
puedes hacerlo, solo que esta vez prefiero que me folles a
que me encajes las garras en el estómago.

—No me provoques.

—Si hubieras sido más valiente la primera vez, en vez


de herirme habrías admitido que me deseabas y te morías
de celos —replica empujando con todo su cuerpo, sacude
las manos con violencia—. ¡No! Es más, me habrías tomado
desde que me follé tu escritorio. Si lo hubieras hecho no me
habría casado con Zamil, no nos habríamos separados
tantos años y Ashdia no estaría afuera esperando para
compartir tu lecho. No voy a fingir que no estoy sintiendo
toda esta rabia. Muérdeme.

Quillian gruñe cuando sus cuerpos se rozan con


violencia. La erección provocada por el juego previo sigue
ahí, ahora más dura que antes.

—¿Y crees que yo estoy mejor? Como padre entendí tus


decisiones, las apoyé incluso cuando supe que era un
estúpido felino. Pero no confundas ese entendimiento con la
resignación pasiva. Mi omega se marchó con otro —berrea
forcejeando con Yuma. No ha soltado sus muñecas—, se
entregó a otro cuando debió estar solo entre mis brazos.

Quillian lo empuja encima del escritorio, la madera


cruje por las garras que se incrustan apresando a Yuma
entre el mueble y el cuerpo del alfa.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

El anhelo manó de su cuerpo cuando escuchó a Quillian


hablar de él con la voz empañada de reconocimiento y
admiración. Es dependiente y posesivo en medidas insanas
y ha pasado castrando ese deseo año tras año, celo tras
celo. No tiene por qué continuar así.

Más que nunca necesita fundirse con él.


Quillian lo avasalla con un beso profundo que desdibuja
la línea de la razón, las garras hábiles se deshacen del
pantalón con un tirón. Sus bocas se separan y Quillian
emprende un viaje por el escote de la blusa, dejando una
estela de saliva hasta su muslo. Yuma ahoga el jadeo agudo
de desesperación, pues su padre lame y chupa evadiendo
su miembro erecto en una tortura deliciosa. Mordisquea y
sus garras se entierran en sus glúteos hasta escocer.

El lubricante natural de su cuerpo gotea por el interior


de su pierna y necesita más de esas caricias. Quiere esa
boca alrededor de su miembro.

—Por favor, más —implora aferrándose a la mesa, no


se siente con la autoridad de tomarlo de los cabellos
aunque el impulso palpita en toda su piel.

Las garras de su padre delinean el recorrido de las


gotas viscosas, con la otra mano se deshace sube a la
pierna a su hombro. El cuerpo entero de Yuma tiembla de
expectación.

La imagen de su padre con la cara entre sus piernas es


suficiente para sentir que está al borde del orgasmo.
Quillian toma su otra pierna y empuja, Yuma jadea por la
sorpresa. Queda recostado y se siente expuesto y
vulnerable, un ramalazo de vergüenza lo sacude. Quillian
toma su mano y lo obliga a sujetarse de los muslos para
quedar con las piernas flexionadas y levantadas.
—Espera… espera, papá —suplica imaginando a donde
van las cosas.
La lengua porosa de su alfa lame la piel sensible de su
ano.

—Al parecer he sido muy suave contigo. Lo que


necesitas es un castigo.
Yuma se tapa la boca, el chillido de placer le recorre
con temblores por toda la columna. El sonido excita a
Quillian, cuyas feromonas se oscurecen tanto que asfixian
como unas manos alrededor de su cuello. Y le gusta, le
gusta tanto que asusta. La punta de su lengua juguetea
haciendo círculos que derriten sus neuronas y en un
parpadeo ésta cambia su estructura. Más grande, más
larga, hurga en su interior.

Es la lengua de un lobo. De uno colosal.

Roza con la punta las paredes estrechas y húmedas de


su excitación. Yuma arquea la espalda, la penetración es
gloriosa, se aferra a las orillas del escritorio, empuja su
pelvis con torpeza. La barba raspa la cara interna de sus
muslos en una fricción solo eclipsada por la anchura de la
lengua cuando se expande en su interior. Sus paredes se
dilatan y se cierran al ritmo que dicta tremenda
envergadura.
—Más profundo —pide.

La lengua se retira y Yuma chista, molesto. La voz de su


padre sale más gutural, es un gruñido animal.

—Va a entrar más profundo, pero no será mi lengua.


Tres dedos intempestivos lo penetran a un ritmo
contundente. Yuma se arquea al recibirlos, maldice el
nombre de su torturador y echa la cabeza hacia atrás,
rendido. El sonido acuoso es fogoso. Quillian no tiene
piedad, no le permite aclimatarse a ninguno de sus
movimientos, cuando toca el punto en su interior, su cuerpo
se sacude igual que una llama.

—Aprietas mis dedos como si estuvieras en celo ¿Tan


desesperado estás por la verga de papá?

Son palabras que a Yuma le saben a una identidad de


distancia, a una relación completa.

—¡Estoy por…! ¡Me…!

El orgasmo es una marea embravecida a la que Quillian


no da la oportunidad de romper contra el malecón. Saca sus
dedos y cuando Yuma lo mira con el inicio de una maldición
en sus labios, la sonrisa de su alfa desmantela el
improperio. Picaresca como jamás le había visto articular,
descarada y hasta desvergonzada. En un parpadeo, el
hombre que conocía ha mutado en una criatura desconocida
que enciende fuego negro en la glándula de su cuello. Un
hombre que nadie más que él será capaz de ver.

Quillian lo toma de la cadera, lo voltea con brusquedad


para hacer que le dé la espalda. Presiona su firme mano
sobre su espalda hasta hacerle pegar el pecho al escritorio.
Yuma apenas puede jadear cuando oye el tintineo de la
hebilla de un cinturón y el zin zin de un cierre al ser bajado.
Se aferra a los bordes de madera y se muerde los labios al
recibir la gruesa erección hasta el fondo de su ser.

Su glándula palpita, demanda ser mordida. Desprende


sus feromonas y Yuma se eriza al olerse por primera vez
acompañado de Quillian. La mezcla crea un fuerte olor al
que es imposible poner nombre, pues huele a ellos. A lo que
son juntos.

La fricción contra el mueble no basta. Le recuerda a


una escena acontecida en el pasado, a un Yuma
desesperado, llorando, meneando las caderas sobre la
mesa, sufriendo el desprecio. Repara en que por primera
vez sus feromonas salen de manera natural, sin la culpa ni
el remordimiento. Sin la castración química. Se siente tan
bien, tan correcto. Yuma hace el amago por tocarse.

—No —ordena su padre—, me encargo yo. Tú sostente.

El peso de Quillian cae sobre su espalda, su miembro


es rodeado por los dedos del alfa que acompasa el ritmo al
de sus estocadas.
—¿Blackwood? —pregunta Ashdia al otro lado de la
puerta.

Por todos sus poros Yuma siente que algo chispeante


vibra y acelera su corazón y su respiración. Oh si esa mujer
abriese la puerta, si los mirase, estaría encantado.
Adrenalina, reconoce, droga que le embriaga.

—Ocupados —espeta Quillian con la Voz Alfa, sin una


pizca de consideración.
—Ya vamos —consigue responder Yuma. Su tía emite
un sonido estrangulado entre la molestia y la embriaguez,
incapaz de negarse a un comando de la voz potenciada por
feromonas. Su alfa es tan severo, tan impositivo. El subidón
contrae el cuerpo del lobo mestizo, cada músculo se
aprieta.

Quillian muerde su hombro profiriendo una maldición.


El bombeo en su miembro se acelera frenético junto al
empuje de caderas. El escritorio se levanta y cae con la
última embestida, que lleva a ambos al clímax.

Violenta dulzura. Goce desmedido en el que Yuma se


encuentra en casa. Es una fuerza que asemeja una
experiencia divina y que lo cimenta como las raíces
profundas de los árboles. Inamovible. Este es su lugar, esta
es su casa y nadie va a tomar lo suyo.

Cuando vuelven al salón, Ellian ha mantenido el ánimo


en los presentes. Yuma se sienta al lado de Quillian, pues
Ravieri ha tomado el lugar junto a Zamil. Su esposo le dirige
una mirada de preocupación que él ignora. Su estómago
está revuelto. El olor los puede delatar y no sabe si desea o
teme que eso pase.
—Es de mis mejores trabajos —dice Ellian achispada.
Sostiene un traje que hace que Yuma se quede sin
respiración. Zamil extiende las manos fascinado—. Lo
preparé para la boda, pero ahora puede usarlo para la
ceremonia de tatuaje. ¿No crees que se verá encantador?
—Estoy seguro —afirma su marido mientras revisa el
traje de bodas que Ellian hizo años atrás. Yuma nunca lo ha
visto, hasta ahora. Es de un blanco grisáceo que se asemeja
a su propio pelaje, la parte superior está coronada por la
piel esponjosa de varias chinchillas. Presas que seguro Ellian
consiguió con sus propias garras, como la tradición de
madres e hijos dicta. Durante años vivió a la sombra de una
madre a la que apenas recordaba e ignoró el papel que
Ellian había asumido con devoción y cariño reales. ¿A
cuántas cosas más se mantuvo ciego por temor?

—Haces el traje de tu cachorro y este ni siquiera te


invita a la boda —reclama Ashdia. Es obvio que ha bebido
de más.
—No les hubiera gustado su boda —dice Xel-há,
echando el cuerpo hacia atrás en la silla. Zamil lo mira con
ojos entornados. —Fue una pequeña ceremonia, cual
escapada romántica. Como si fueran fugitivos. Ni siquiera se
mordieron.

—Hermano —dice suave Zamil palmeando su hombro


—, has tomado suficiente. Lo mejor será que vayas a
descansar.

Xel-há da un manotazo que nadie más que Yuma


parece percibir como violento, nunca había visto al sereno
Alfa de los Balam con el rostro febril y los ojos cristalinos.
—Ni se te ocurra decirme qué hacer.
Zamil sonríe como si nada estuviera fuera de lo normal,
pero las comisuras de sus labios muestran un rictus amargo.

—Un tema que no tratamos, Alfa. Queremos que en la


ceremonia se realice una marca de mordida —dice Ravieri
firme. Quillian frunce el ceño. Yuma se eriza y el vínculo
tironea con un sabor a hierro.
—Es una propuesta de mal gusto —responde Quillian
cruzándose de brazos. Ashdia no parece ajena a la
información—. No sé a qué juegas, Ravieri. Sabes que si los
de mi tipo mordemos a un cambiante con el que no
tenemos una compatibilidad del 99%, lo forzamos a
obedecernos. No puedo creer que estés de acuerdo con
esto, Ashdia.

Ella levanta los hombros.

—No me importaría si ese lobo me promete protección


—dice tomando otro trago con una frialdad que no va
acorde con la situación—. Si no lo haces, no me casaré.
Ella suelta sus feromonas, que hacen que las pupilas de
Ravieri se dilaten. Yuma siente el reflejo de una arcada.

—No voy a hacerlo. Punto.

—Es necesario que este enlace sea percibido como algo


serio. —Ravieri se pone en pie, con los hombros cuadrados y
el porte orgulloso de alfa—. Ni siquiera Abrad era tan
irresponsable como usted.
Ante la sorpresa de todos, Yuma le gruñe.
—¿Sabe, senador? Si bien soporto sus comentarios
despectivos hacia mi mal desempeño, el Alfa de esta
manada ha hecho un trabajo impecable, mejor que
cualquiera de su especie. ¿O es que acaso extraña el
mandato de Abrat? ¿Extraña como abusaba de usted y lo
humillaba en la plaza pública? No, ¿verdad? Pues guárdese
sus despectivos comentarios para cuando se mire en el
espejo.

Ashdia chifla, su mirada afilada y divertida se posa en


Yuma con algo más que curiosidad. Ravieri enrojece y busca
en Quillian alguna clase de reacción, pero el lobo negro se
limita a disimular la sonrisa. Aquella era una vieja herida de
los tiempos del abuelo y Yuma había oído la anécdota en los
pasillos de los restrictores. En otro momento de su vida
jamás habría usado una carta de tan mal gusto ¿Pero ahora?
Ravieri podía ahogarse en la laguna.
—Miren la hora. Si no descansamos, mañana no
podremos seguirle el paso a esta boda —dice Ellian dejando
el traje en el respaldo de la silla y obligando a Ashdia a
ayudarla con la mesa.

La cena termina. Ellian marcha a casa con Xel-há como


huésped de honor y Ashdia decide acompañar a su amiga
porque esa es su última noche como soltera. Yuma guía a su
esposo a la habitación de su infancia. Deberían tener miles
de cosas de las que hablar, pero aunque Zamil intenta llevar
la conversación a algún lado, Yuma no quiere interactuar
con él. Se encierra en el baño y se da una larga ducha.
Cuando sale, desea que su marido esté dormido, pero este
lo espera observándolo con ojos felinos en la oscuridad.

—¿Ha pasado algo? Pensé que estarías más feliz de


verme —dice sentado en su lado de la cama. Yuma se
recuesta y le da la espalda.
—Estoy cansado —responde tajante.

—Yo también, pareces olvidar que acabo de viajar


varias horas para verte. Xel no quería que viniera y hasta
discutimos porque pensaba dejarme haciendo trabajo fuera.
Tu actitud no me hace sentir que haya valido la pena.

—¿En serio? ¡Qué novedad! Siempre que tu hermano


dice algo mueves la cola como si fueras un gato
domesticado. Haces todo lo que te pide ¿Qué te hizo tener
esa pizca de independencia?
—¿Sabes qué? Tienes razón, vamos a dormir. Tampoco
quiero platicar contigo cuando te pones así.

Zamil se encoge en su lugar y se gira para quedar


espalda con espalda. Yuma aprieta las pestañas para evitar
llorar, porque si las lágrimas le ganan la batalla no va a
poder controlarse y acabará haciendo una estupidez.

Los sentimientos a los que no ha puesto nombre se


revuelven en su pecho y amenazan con desbordarse en un
arrebato emocional que no hará bien a nadie. De ser ciertas
las acusaciones de Quillian, ha dormido con el enemigo
durante los últimos tres años. Ha confiado su espalda a
quien pensaba apuñalarlo. ¿Por qué? ¿Para qué?
¿Qué era tan importante como para llegar hasta el
matrimonio?

No fue una coincidencia aquél primer encuentro. Zamil


siempre rondaba las fronteras del territorio, y él creyó que
era porque lo había cautivado y su ego se le subió a la
cabeza ¡Fue tan estúpido! Yuma aprieta los párpados
mientras todas las alertas brillan como puntos de una
constelación. Solo falta tener la imagen completa.
La guerra entre cambiantes está en el pasado, las
disputas territoriales cesaron gracias a los acuerdos
establecidos por un Senado con representantes de todos los
clanes y manadas. ¿Qué quieren los Balam?

Yuma finge dormir. Cuando la respiración de Zamil se


sosiega, se levanta y sale del cuarto. Se apoya en la puerta
y da una exhalación en la que su alma se dispersa. Hará
vigilia en el sillón.

Pasa las siguientes horas cruzado de brazos y piernas


en los cojines del recibidor, una acción que le recuerda sus
días de restrictor. El crujido de la madera le indica que
pesados pasos se acercan y el olor que los acompaña
reconforta sus sentidos.
La silueta de Quillian, enmarcada por el reflejo de
Mabel, lo hace lucir solitario, tal y como Yuma lo recuerda
luego de la muerte de Nicté. Una explosión de afecto
revienta en el silencio. Él no va a dejarlo como hizo su
madre.
—¿No puedes dormir?

Yuma niega en silencio. Quillian se sienta a su lado, le


pasa los mechones rebeldes detrás de la oreja. Trae consigo
una manta que Yuma acepta gustoso aunque el frío del
ambiente no la hace necesaria.

—¿Quieres que te releve?

—Esta ronda tendrá que confiármela a mí, señor


Blackwood.

Quillian asiente y se recarga en su hombro,


adormecido.
—Me pongo en tus manos, Yuma. Mañana todo irá a
mejor.

Él quiere creerle.
Un hueso duro de roer
La comitiva de omegas de Amara lleva horas
adornando el plató para la ceremonia prenupcial. Ashdia
ordenó una cortina de azafrán y un tapete de lavanda para
el baile y ritual de la noche que los ha mantenido en un
cortar y acomodar constante.

Como le fue encomendado, Yuma mantiene un ojo en


Xel-há, quien desde la mañana conversa con otros líderes
en las mesas colocadas derredor para que los visitantes
admiren las costumbres de los Moonlight.
Aunque molesto, el aroma floral es mil veces mejor que
soportar la mezcla de notas y tonos de cambiantes tan
distintos y masculinos. La afluencia de Alfas, además,
trastoca los sentidos de omega de Yuma, que ha dejado de
tomar los medicamentos de manera definitiva.

La manada Moonlight es la cumbre de una reunión de


Alfas, no es un evento diplomático, es un enlace político.
Con tantos cambiantes de alto rango reunidos en el mismo
lugar, no es descabellado que un ataque escale a
proporciones escalofriantes en un abrir y cerrar de ojos.

Esa mañana la llegada de Vellner fue motivo de una


reunión entre Ace, Karan y él en la oficina de Quillian. El Alfa
compartió el panorama completo, incluido lo de sus
supresores. Karan le dirigió una mirada afilada y se guardó
sus comentarios. Vellner por otro lado comenzó a idear una
estrategia y es que la única ventaja que tenían sobre los
clanes solares en ese momento es que sabían de su
culpabilidad. Para encerrarlos sin que hubiera resistencia lo
mejor era seguir fingiendo la cordialidad del día de ayer, por
muy mal que eso le supiera.

—Siento lo de anoche —dice Zamil que se ha separado


de su hermano y se ha ido a sentar a su lado y ayudarlo con
la recolección de flores.

—No, tenías razón. Yo solo estoy con mucha presión por


todo esto —indica con los ojos los arreglos y las mujeres que
corren de un lado a otro como si una bomba de tiempo
estuviera contando hacia atrás.

Mira de reojo a su marido, el beta está colocando flores


en el suelo para terminar el tapete. Si anoche Quillian se
hubiera mantenido en silencio, Yuma estaría ahí atenazado
en culpa e intentando convencerse de que volver con él era
la solución.

—Se te ve bien —prosigue su marido dirigiéndo sus


ojos al traje de restrictor de Yuma, este finge una sonrisa; el
conjunto se amolda como una segunda piel y le transmite
cándida sensación a hogar, por lo que no le cuesta mostrar
una expresión facial que no siente.

—Lo que me sorprende es que aún me quede —intenta


bromear.

En la reunión Ace había insistido en que Vellner


permitiera que Yuma volviera a los restrictores: «Fue líder
de un equipo, tiene experiencia y conoce a los jaguares», lo
dijo con tal firmeza que el Beta no tuvo más que resignarse
a aceptar. Ace era el mejor amigo del mundo. Se alegraba
de no haberse casado con él y luego joderle la vida. Porque
incluso cuando Yuma pensaba en Zamil como el mejor
marido, no tuvo reparos en entregarse al destino. Al menos
ahora se quitaba un peso de consciencia. Si lo habían
utilizado desde el principio ¿No eran ambos iguales?

«Bueno, pero tú no pusiste en peligro vidas ni te


cargaste a cinco víctimas» le respondió Ace al externarle
sus liosos pensamientos, «Tenemos que acorralarlos, lo que
hicieron con Li y Trish… alguien debe pagarlo»

Cuando la reunión terminó, Vellner dejó ver su


expresión contrariada al olerlo. Al Beta le bastó un vistazo
para saberlo y él no dudaba de que, luego de quedarse a
solas con Quillian, intentaría disuadirlo y reprenderlo por lo
que habían hecho.

No sería la primera vez. El Beta era la voz de la razón


en los Alfas. Era la misión que las diosas designaban para
ese puesto y, por ello, un Alfa elegía con sumo cuidado a la
persona a su segundo al mando. Eran las rocas a las que
sostenerse cuando el instinto, la ira o la locura transitoria
amenazaban con arrancarlos de la tierra.

Así que aunque Yuma conoce cuál es su misión


principal, no puede controlar que sus ojos se desvíen al
camino de grava que baja desde la casa Alfa. Necesita
saber qué han hablado y si Vellner se ha opuesto a lo de
ellos con tanta fuerza como ha predicho.
—Pues es un atuendo que pone a prueba mi resistencia
—juguetea seductor Zamil que hace el amago de colocar
una de las flores en su cabello.

—El traje de los Balam nunca se te hubiera visto igual


de bien que el de tu manada, Yuma-há —dice Xel que se ha
puesto de cuclillas junto a ellos. Zamil se queda con la flor
en el aire, congelado. Un escalofrío recorre la espalda de
Yuma.

Los ojos de su antiguo líder han sufrido una


transformación en el transcurso de la noche, puede que solo
sea la interpretación de Yuma ahora que sabe que el
cambiante solar es capaz de sacrificar a cualquiera para
alcanzar sus objetivos.

Objetivos que ni siquiera están claros. No del todo.

Una guerra entre clanes solares y lunares, en este


punto de la historia, no tendría beneficios que superasen a
las pérdidas y el derramamiento de sangre. Incluso con las
diferencias políticas, ambos líderes deberían priorizar el
cuidado de su gente.

—Creo que Yuma se verá bien con cualquier cosa —


musita Zamil volviendo a su sonrisa habitual. Coloca la flor
en la oreja de Yuma a la que acompaña de un guiño
picaresco. Muestras que en el pasado le hicieron pensar que
Zamil era genuino.

—Los trajes de restrictor no obedecen a un concepto de


gala, Alfa. Son más funcionales que estéticos. Y ahora
mismo mi función es protegerlos mientras dura su estancia.

Yuma intenta ser más cuidadoso que de costumbre con


sus palabras. Como bien dijo Vellner en la reunión, era vital
que ninguno de los Balam se diese cuenta que ellos ya
sospechaban de su participación en los ataques.

A Xel se le escapa una risita burlesca de entre los


labios. Yuma parpadea atónito, es la primera vez que
escucha ese tono en su líder.

—Perdona, es que es difícil pensar en ti como nuestro


protector. —Xel há se pone en pie y, mirándolo desde arriba
con un desdén poco disimulado, toma la flor de la oreja de
Yuma.

El mestizo se queda estupefacto. Cuando salió del


territorio, herido y confundido, no fue Zamil la roca segura a
la que asirse. Zamil era la balsa salvavidas en el momento
de ahogamiento, Xel era el barco de rescate que te lleva
hasta el puerto.

Lo acogió con tanta naturalidad y facilitó el enlace


incluso cuando tuvo sus dificultades. No puso ni un solo
pero ni cuando fue evidente que el líder de los Moonlight no
aprobaba el matrimonio. La sonrisita triunfal del día de la
boda destella frente a sus ojos «Como si ese fuera su plan».

—Deja este trabajo a los omegas Moonlight, Zamil —


ordena Xel-há con una mueca amigable que no va acorde al
tono imperativo de su voz.
—Iré en un momento —responde sin mirar a su
hermano que se aleja de vuelta con sus señores vasallos.

Algo pasó entre los hermanos y el mestizo sospecha


que él tiene algo que ver. Yuma pierde el foco de la
conversación cuando divisa a Vellner por el camino terroso,
no parece tener intenciones de bajar a la comuna. Anda por
el sendero hacia la laguna, por la tensión en su caminar, no
parece que la conversación con Quillian fuera agradable.
—¿Esta noche qué haremos? —pregunta Zamil
jugueteando con los aretes en su oreja.

Yuma se gira con reticencia, siente la mirada de Uxmal


y Ajbej.

—Participaré en el baile de las máscaras —responde


Yuma, que al volver la vista, ha perdido a Vellner. Estira el
cuello, pero Zamil continúa hablando y pidiendo su
atención.

—Pensé que la ceremonia de Floración era solo para la


novia —indaga con el tonecito que suele usa cuando desea
que Yuma profundice en el tema. Ah, que iluso fue creyendo
que aquél interés brotaba del genuino deseo de conocerlo
más. Que crédulo actuó dándole toda la información que
requería. Durante su matrimonio el único secreto que
guardó fue el de un deseo prohibido.

Deshoja la flor entre sus dedos.

—Participa todo omega casado. La novia se viste igual


que el resto y se oculta con su propia máscara. Una vez
finalizado el baile, el novio se adentra en el grupo y debe
dirigirse a su prometida a la que besará en reconocimiento.
Si acierta, pasan su primera noche juntos. Si pierde es
castigado con la novia durmiendo en la casa del comité
donde se bebe y canta con otras potenciales parejas, es la
última oportunidad de la novia para arrepentirse.

Yuma recorre con la mirada el derredor: el comité va y


viene llevando flores, cojines y los inciensos. La novia se
pasea del brazo de Ellian ultimando detalles del itinerario de
la ceremonia del día siguiente y, cuando cree que lo ha
perdido por completo, divisa a Vellner. Su espalda se
distingue por el traje de ciudad, el hombre se detiene y mira
por encima de su hombro. Sus ojos se encuentran, luego
este sigue su camino.

—Con el carácter de tu padre, no parece un alfa


dispuesto a perder. Así que, mientras él está ocupado
¿Cuáles son nuestros planes? No creo que nos vayamos a
quedar en tu casa. ¿No dicen que los casados casa quieren?

La seguridad en la voz de Zamil es un tirón de ese


contrarreloj que aprieta como una soga en su cuello. La
felicidad al lado de Quillian, esa que apenas ha rozado con
la punta de los dedos, se aleja más y más.

—En algo llevas la razón, mi padre no es un alfa


dispuesto a perder. —Yuma se pone en pie, da un vistazo
rápido a uno de los lobos de Karan y este entiende la
petición de relevar su misión de vigilar a los Balam. Aunque
la opinión de Karan esté mancillada por sus encontronazos
pasados, admite que ha entrenado bien a su equipo—.
Tengo que reunirme con el Beta.

Yuma se sacude el pantalón y dirige sus pasos detrás


de Vellner, pero Zamil se pone de pie en un salto y lo
detiene por los cintos que rodean su torso desnudo.
—¿Podemos vernos a solas después de la ceremonia?
Quiero hablar de algo importante para ambos —pide con la
mano temblorosa, Zamil pocas veces se muestra serio y ni
eso hace dudar el corazón de Yuma.

—No estoy seguro de tener tiempo…

—Yuma, por favor, es muy importante.

—Está bien.

Su esposo lo deja marchar y Yuma corre detrás de


Vellner.

La explanada divide a la comuna en las viviendas del


este y del oeste, más allá de ambas zonas, el resto de
lugares están separados por los árboles que no se talaron
para la creación de cabañas. Así que Yuma sigue el rastro
del Beta hacia la antena en el este, detrás del colegio para
los cachorros.

La torre de comunicaciones es una alta estructura de


acero, la mayoría de los Moonlight la consideran el símbolo
de la modernidad llegando a los territorios cambiantes. En
la base hay un pequeño cuarto de controles. Yuma divisa al
Beta y huele a un alfa cerca, es Ravieri.
En vez de seguir recto, se transforma en lobo y se mete
entre los abetos y árboles. Camina a cuatro patas hasta que
está lo más cerca de la base, arriesgándose a que el
senador lo detecte. Sabe que Vellner ya lo hizo.

El senador está recargado en la pared, revisa unos


papeles y cuando Vellner está frente a él por fin sonríe. Y no
es la mueca desagradable a la que Yuma está
acostumbrado.
—Es bueno verte de regreso, hijo. La ciudad no es un
lugar para cambiantes como nosotros.

—Quillian quiere que sea cada cambiante quien elija


eso.

Ravieri carraspea y escupe a los pies de Vellner.

—El líder al que decidiste seguir no es bueno para los


Moonlight, te lo he dicho desde que lo conociste. Nuestra
familia ha sido la más importante debajo de los Blackwood,
solo nosotros sabemos lo que es mejor para los nuestros.

Yuma percibe el movimiento rígido de hombros de


Vellner, se ha cruzado de brazos en una pose incluso más
hermética que la que tenía con él.

—Pareces muy senil para recordarlo, pero tú creías que


lo que Abrat hacía era lo correcto. Cubriste las espaldas de
un maldito psicópata y te diste el lujo de justificarlo. Incluso
lo que le hizo a mi madre. No le juré lealtad a un Alfa, se la
juré a un buen amigo —masculla con la voz grave—, no he
venido como tu hijo, sino como el Beta de los Moonlight y
preferiría hablar con el senador.

Ravieri suspira, enrolla los papeles.


—Ya he revisado lo de las comunicaciones. No es una
prueba suficiente como para acusar a los jaguares. La mujer
podría tener familia allá o alguna conexión que no sabemos
y que, al exponerla, solo nos dejará en ridículo.

Veller mira dentro de la cabina de control, luego se


recarga en la pared al lado del senador. Yuma escucha cómo
explica la relación de los viales con el medicamento
encontrado en la sangre de los lobos afectados. Contiene la
respiración durante el relato, cuando termina, Ravieri tiene
el ceño fruncido.

—¿Por qué los supresores de ese chico son diferentes al


resto? ¿Cómo vamos a presentar eso como evidencia? Los
Balam pueden argumentar que ese medicamento no existe.

—Existe. Yuma lleva tomándolo muchos años, tenemos


registros desde entonces.

—¿Por qué se usan las feromonas de Blackwood en


ellos? ¿Cómo los Balam sabrían que justo esas pastillas eran
la clave?

Yuma escucha el fuerte latir de sus nervios en la


garganta, no pensó en esa clase de cuestionamientos.
Vellner se remanga.
—Mi sobrino es el hijo del último lobo negro. Sus
feromonas también son especiales. No son relevantes los
motivos de la creación de esos supresores sino el mal uso
que los Balam han hecho de ellos. Así que espero que lleves
estas pruebas al Senado. Mañana después de la ceremonia
los contendremos en la sala comunal y necesitamos que
una autoridad del Senado apruebe la investigación.

Ravieri se para frente a Vellner, extiende la mano en un


intento de tomarlo por el hombro o incluso abrazarlo, Yuma
no está seguro, pero el alfa se arrepiente, retrae la mano en
un puño.
—La sangre es más espesa que el agua, recuérdalo. Ya
una vez sacrificaste tu felicidad por el inútil hijo de Abrat. Y,
aunque te cueste creerlo, deseo ver a mi primogénito del
lado de los ganadores. Piénsalo mejor.

El senador se marcha a largas zancadas y el porte


orgulloso de siempre. Vellner se queda en su lugar, apenas
y parece respirar por el movimiento ligero de su torso. Una
parvada de pájaros revolotea por encima de la antena,
pelean en un piar que opaca los murmullos lejanos de la
boda que se acerca.

—Tienes suerte de que la vejez haya atrofiado su olfato


—suelta luego de unos minutos —, ven de una vez.

Están solos y Yuma se ve a sí mismo años atrás la tarde


que el hombre le dijo que jamás lo colocaría para la guarda
del Alfa por su inestabilidad, la primera vez que encontró su
secreto expuesto. Vellner Ningan aunque hace años que
dejó el puesto, todos los restrictores y ejecutores continúan
respetando su jerarquía como el cambiante que les enseñó
todo lo que saben. Incluso Yuma no ha logrado deshacerse
de esa sensación.

Vellner vuelve a llamarlo. La presencia destila


inconformidad e ira, las cuencas verdosas debajo de sus
ojos y su cabello opaco coronan la pintura de un hombre
con el margen de la paciencia terminado. En las facciones
del Beta cuatro días se habían convertido en años,
envejecido y hastiado. Él no aparta la mirada de esos ojos
cafés que arden en rabia.
—El olor de Quillian está impregnado en todo tu cuerpo
—reclama frunciendo la nariz—. Han marcado su olor en el
otro ¿Es que han perdido la cordura? Es como si estuvieran
gritándolo. Agradezcan que no monté en cólera con Karan y
Ace presentes.

—Pero montaste en cólera cuando se quedaron solos


¿no? ¿Qué hablaste con Quillian?

Vellner sacude la cabeza y se aprieta el puente de la


nariz. Su aroma se ennegrece como el del fierro soldado.
—Se ha vuelto irracional. Hay situaciones en que
querer algo no significa que sea correcto. Hay límites, Yuma.
Nunca esperé que tú comprendieras el concepto, pero sin
duda esperaba más del adulto a tu cargo. Parece querer
olvidar que no es un alfa cualquiera sino el Alfa de los
Moonlight. Por encima de sus deseos egoístas, tiene un
deber. ¡Y es tu padre!
Yuma experimenta una extraña mezcla de desazón con
felicidad.

—¿No acaso lleva desde los catorce poniendo por


encima el deber a sus deseos?
Vellner patea una piedra en dirección al lago.

—Él dijo lo mismo.

Cuando Quillian le pidió quedarse, Yuma encontró la


resolución de arriesgarse de alguna forma que no pusiera
en peligro los Moonlight. Al final, él era el hijo del líder y su
pareja, los intereses del Alfa son también los intereses del
Omega Mallbekú. Él no era Nicté, no podía hacer lo mismo
que ella, así que Yuma encontraría sus propias formas.
Vellner se aleja y Yuma lo sigue; aunque solos, habla
sin aspavientos ni gritos.

—Nos quieres ¿no? Me has llamado —Yuma pasa saliva


antes de decirlo—: sobrino.

—¿Qué clase de imbécil insensible me consideras?


Conocí y admiré a tu madre, soy amigo de tu padre desde
los catorce años. Te vi crecer y ayudé como si fueras hijo de
mi hermano de sangre. No me opuse a la locura que dictó la
naturaleza entre tú y Quillian porque los odie. Todo lo
contrario.
Yuma lo rebasa y se le planta enfrente.

—Vellner… nos hemos opuesto mucho a la naturaleza y


al destino. No ha salido bien, sé que no es fácil de aceptar,
digo ni siquiera creo que puedas con eso. Pero no quieres
vernos infelices el resto de nuestras vidas. Ayúdame a que
ese enlace no suceda, adelantemos el plan a antes de la
boda.

—Incluso si fueran una pareja omega y alfa normal, si


los Balam están detrás de esto, el poder dentro de la mesa
de cambiantes se desbalanceará y más que nunca
necesitamos una alianza con el Norte.

—Concuerdo, lo que no significa que deba ser mediante


una boda. ¿No te parece raro que el Alfa del Norte no se
haya presentado aun considerando que este enlace es por
ambas manadas? Vino un representante que no ha cruzado
palabra con nadie más que con Ashdia. —Vellner tuerce una
ceja, Yuma inhala para soltar todo de una antes de una
interrupción—: El Senado está encubriendo que el Norte
está inestable. No tienen un líder claro luego de la muerte
de mis abuelos. Hacer un enlace con Ashdia no servirá de
nada, por el contrario, nos atará… Ravieri dijo que
sacrificaste algo ¿Qué fue?

—Nada relevante para esta conversación.

Vellner entorna los ojos y sus cejas se enjutan.


—Conoces mis secretos más oscuros. Asumo que
emparejar un poco la balanza nos hará mejores aliados ¿eh?

—Conocí a mi destinado hace mucho tiempo —Vellner


se inclina y toma una piedrecilla del suelo y la arroja hacia
la parvada que seguía montando un espectáculo por encima
de sus cabezas—, renuncié a él por la estabilidad de la
manada. Tú padre me necesitaba en esa época y, por
Lucine, parece que me necesita también ahora. Quiero
dejarte en claro que no significa que esté de acuerdo con su
anómala relación. En lo más mínimo.

Yuma sonríe al ver la vulnerabilidad de esa verdad.


Toda su vida había creído que, o Vellner estaba enamorado
de Nicté o era incapaz de querer a nadie. Su personalidad lo
había hecho olvidar que ese lobo huraño había estado
presente en su vida desde la infancia. Precisamente como
eso, un tío de mal carácter.

—Puede que a partir de ahora nos llevemos mejor.

—Lo dudo.
Que suenen los tambores
Lucine y Mabel flotan en el oscuro cielo para la hora en
la que la música toca la puerta de la Casa Alfa. Los
Moonlight celebran con velas en las manos y el sonido de
campanas, que facilitarán el primer encuentro ceremonial
de la pareja de líderes. Esta es la forma de su pueblo de
decirle que aprueban y bendicen la unión.

Como dicta la tradición, la amiga íntima de la novia


venda los ojos del novio. Luego, el testigo del novio lo guía
del brazo hasta la explanada donde dará comienzo la
ceremonia de Floración: El ritual preceremonia nupcial en el
que la comuna canta y reza por la fertilidad futura del
matrimonio. Y los omegas vinculados bailan para atraer
abundancia a la pareja.

Quillian sale al portón a recibirlos.

Ellian lleva en sus ojos una resignación contemplativa


que Quillian nunca había visto en su mirar. Pasa la tela
oscura por encima de sus ojos con endeble resolución, él no
sabe por qué la forma en que lo hace se siente como una
petición. Una petición a la que no encuentra significado.

Vellner lo toma del brazo y lo adentra entre la gente de


su pueblo, que es pura oscuridad y cuerpos tibios que
aprecian su liderazgo. El agarre de su Beta es tenso, en sus
feromonas flotan aún las notas amargas de su encuentro en
la mañana.
En la penumbra entre sus ojos y sus párpados, Quillian
recrea la pelea con el hombre que lo ha apoyado en todo,
menos en lo concerniente a Yuma. No puede evitar que se le
comprima el pecho, sabe que lo que ha hecho no es
aceptable. Vellner, de haber estado en su lugar, habría
encontrado la fortaleza para hacer lo correcto. Él es débil y
ya lo ha aceptado.

Su amigo lo guía hasta el cojín reservado para el novio,


en el centro del círculo que rodea el baile. Quillian toma
asiento, los cantos en la vieja lengua nativa, más atrás de
los tiempos de la guerra, más atrás de que fueran capaces
de caminar sobre dos patas, dan inicio a la ceremonia. Las
campanadas ahora se mezclan con los chasquidos de dedos
y palmas contra el pecho y las piernas, más chasquidos.
Cuatro tiempos. El ritmo sagrado del cuerpo cambiante, de
dos en dos; es suave y anticipa diversión, fiesta.

El tintineo de los pequeños huesos y piedrecillas que


adornan los vestidos se acerca a él. Quillian siente el calor
corporal de alguien que ya no es Vellner. Por los recuerdos
de las ceremonias a las que ha asistido como espectador,
sabe que de rodillas frente a él hay tres omegas que le dan
la bienvenida. Deben ocultarse del novio con antifaces
pintados a mano con figuras de animales de los clanes
lunares: zorros, lobos, hienas, coyotes. Su aroma es
indistinto, pues su sentido del olfato se encuentra abrumado
por el misceláneo de las flores, el incienso y el perfume que
todas usan antes de empezar el baile.
Frías y delicadas manos retiran la venda. Detrás de su
oreja, la punta de un colmillo manda cosquillas al tintineo
de la pulsera. Incluso ante de olerlo, de sentirlo por el
vínculo, sabe de quién se trata.

Sus ojos se acostumbran a las luces rojizas y naranjas


de las antorchas que cercan la silueta que lo recibe con una
mirada de tinta blanca. La máscara del omega es negra con
detalles rojos, cubre hasta su nariz y deja visibles sus
delgados y húmedos labios, que ha pintado de carmín. La
caricia de su aliento encandece su sangre.

La segunda omega le coloca un collar de cuero


trenzado del que cuelgan cuentas de madera y la tercera
unta en su frente una media luna con la mezcla de aceite y
polen.

El trío de bienvenida hace una reverencia y se aleja de


vuelta al centro. En el acto, los chasquidos cesan y el golpe
profundo de un tambor reverbera. En ese momento, lo que
se anticipaba como alegría se convierte en el paso previo a
la fogosidad. El baile ha comenzado.

Los vestidos del amarillo tostado de los otoños dejan


estelas al girar, las pequeñas llamas de las velas en las
manos de los Moonlight acompañan el movimiento. Vientres
expuestos, brillantes por una ligera capa de sudor, ondulan
con sensualidad; un solo omega cubre esa parte de su piel
con una de las alas del vestido. Quillian sigue los ojos
blancos de la máscara, sus pies ligeros y la fibrosidad de un
cuerpo entrenado. Su danza carece de la fluidez de la
costumbre, es un primerizo. Compensa la inexperiencia con
una entrega que dice «mírame» y Quillian ha aprendido a
ser un hombre obediente.

Los golpes de sus pasos van marcados por el de los


aplausos contundentes cada cuatro tiempos. Quillian se
toca el pecho, su corazón ha replicado, como espejo, el
mismo retumbar. En la inmadurez de su juventud detestó
cada una de las ceremonias tradicionales, más las que
estaban relacionadas con uniones y apareamientos. Eran el
recordatorio constante de que las diosas olvidaron a su
acompañante en el tránsito efímero de la vida. Que estaba
destinado a la verdadera soledad como lo estuvo Abrat.

Reza una breve oración de agradecimiento a sus


diosas.

El cuello desnudo de los omegas es un espectáculo


erótico a la luz de la estrella, es el deseo prohibido para
todos los presentes que aún no se han vinculado. Él nunca
ha acompañado a sus congéneres en la sensación, hasta el
preciso instante en que el omega de ojos blancos descubre
el cuello al son del baile.

Es una exhibición de piel del color de la luna, pálida y


frágil; contrasta con la textura del músculo que se marca
con sensual masculinidad.

La música se intensifica, los pies ligeros cambian el


peso de sus zapateos, los danzantes giran sobre su eje
mientras orbitan hacia el novio. Forman una espiral. La
canción entra en su clímax, el jadeo de algunos
espectadores se escapa de sus bocas. Las feromonas
mezclan su propio aroma con la cama de flores de lavanda y
las cortinas de azafrán; los pétalos son aplastados con la
previa a la unión sexual. El trozo de tela que cubre el
abdomen es retirado en el cénit del fogoso movimiento, la
cicatriz queda expuesta y su imagen estremece a Quillian a
quien, en la euforia del momento, aquella marca le parece
un rasgo divino y natural, como si la piel fuera la tierra
agrietada por el terremoto de su violenta unión y no la de su
separación.

La danza termina con una reverencia de brazos


extendidos hacia el cielo y la música hace énfasis en el
último golpe de un platillo. No hay aplausos ni gritos, las
panderetas continúan. Quillian se pone en pie y camina
hacia el omega de la máscara negra.

Al adentrarse en el apretujado círculo de danzantes,


sus alientos agitados forman nubes de vapor en el frío aire
de la noche. Los cuerpos calientes se rozan con él en una
invitación a fallar. Omegas seductoras y casadas piden el
beso del protector. Una muestra reservada solo para el Alfa
de la manada, tal vez una práctica de los tiempos del tirano.

El pecho del omega sube y baja, sus feromonas se


filtran por su vínculo y Quillian por fin puede olerlo solo a él.
La intensidad que mana de su glándula se ha avivado por el
baile y droga sus sentidos sumiéndolo en puro caos. Lo
toma de la cadera y siente en sus dedos el electrizante
reconocimiento de sus cuerpos.
Se inclina y desvía suavemente el rostro para que sus
labios toquen los suyos. El omega tiembla, aunque es el
más experimentado de los dos. El gesto provoca un instinto
travieso desconocido hasta entonces por el alfa. Toma al
omega por el cuello y profundiza el beso, su lengua explora
la tibia cavidad. El omega jadea entre su boca y
corresponde parándose en las puntas de sus pies y tomando
su rostro con ambas manos, liderando el ritmo.

Se separan porque sus cuerpos elevan la temperatura


del círculo y el vínculo tira de ambos como un imán. El hilo
de saliva brilla a la luz de las velas.

Como dicta la tradición, la novia se desenmascara al


final. Un abucheo general se alza por encima de la música y
las risas de la comitiva de omegas juzgan al errante novio,
que ahora no podrá ver a la novia durante el resto de la
noche.

Quillian no ha despegado sus ojos del omega de


máscara negra que se pierde entre la multitud de la fiesta
que acaba de comenzar.

Escapan de la manada y sus deberes, de ojos de juicio


y de un futuro incierto. Como si el calor de una jovial
primavera los hubiera alcanzado con un retraso de años.
Muchos años para Quillian. Una vida atrás.
Quillian toma su mano, lo hace girar con una melodía
que solo ellos oyen. Yuma, frente a él, se aferra a sus manos
con la fuerza del viento desatado de la montaña, riendo con
el sonido inmutable de los años.

El lobo negro se inclina más hacia el hombre que ama,


besa los pálidos nudillos de sus dedos delgados. Quillian
imagina que desde el otro lado de la luna alguien se ríe y
llora. Ríe por el destino caprichoso, llora por el error de
mantener al hombre que es la prolongación de su sonrisa y
de su carne tan cerca y tan lejos a la vez.
Se mecen, Qullian guía los pasos, pero su indómito
chico de ojos rojos es quien posee la cadencia, el ritmo que
se pega a él, que crea mundos entre sus pieles. Las dos
madres lunas podrán condenarlo, pero su alma se regocija
con el calor que se mantiene constante entre sus brazos.

El vestido de bodas ondea con el giro, Yuma se ha


vestido solo para él. Las plumas del tocado hacen cosquillas
en su barba y las partículas de melancolía se dispersan con
sus respiraciones. Es el momento; Se arrodilla, su omega
respinga y en sus ojos hay curiosidad mezclada con nervios.

—No puedo hacerte juramentos a la luz del sol.


Permíteme hacerlos a la luz de las lunas.

El rostro de Yuma se contrae, tuerce la ceja y el pecho


sube y baja mientras por su dedo se desliza un sencillo
anillo hecho de papel. Levanta su mano y al admirarlo sus
cejas se levantan y la comisura de su boca se arquea de
felicidad.
Es una promesa de papiroflexia. Dentro del anillo se
entrevén, para quien mire sabiendo qué buscar, los
resultados de una prueba hecha años atrás. Se pertenecen
en más de un 99%.

Quillian acaricia su pelo, besa sus labios con un cariño


desbordado.
—Muérdeme —suplica Yuma y Quillian conoce la
resolución de su mirada. Su hijo no es un hombre de
entregarse a medias. Es un amante exigente—. Lo cubriré
con el collar, solo lo sabremos tú y yo. Un secreto más.

Besar a quien amas, reclamar a quien posees. Dos


acciones que para otros forman parte de la libertad, son una
posibilidad cotidiana, para ellos suponen el abismo entre la
realidad y la fantasía.

Embriagado por la ilusión de un final distinto, Quillian


atrae a su hijo de la cadera, Yuma jadea cuando sus miradas
se encuentran y descubre que no hay gesto de duda que
valga ahora. Tembloroso, oliendo a nervios y ansía, Yuma
descubre el cuello. Su glándula de olor palpita y hace
estremecer cada nervio del padre.
Roza con los colmillos la suave piel, Yuma se aferra a
sus hombros, su excitación se frota en su pierna. El aliento
caliente de Quillian eriza el deseo, lame desde la base de la
glándula hasta el lóbulo de su oreja. El aroma lo convierte
en una roca a punto de eclosionar por la presión.
Marcarlo es una sentencia, una prueba visible del
crimen, es la condena hecha imagen y ambos son
pecadores dispuestos a grabarla a hierro vivo en sus
sistemas.

Los dientes tocan su piel, despacio. Los colmillos


superiores aprietan la suave carne que se resiste a ser
perforada, pero que va cediendo en un dolor agudo e
incoherentemente delicioso. Se hunden un poco más, muy
cerca del núcleo de la glándula. La caricia del prometido
sabor a hierro que sellará su relación está por llegar.

El chillido de un animal herido corta el aire como el


impacto de un proyectil entre la carne. Ambos se giran.
Ellian tiembla a unos metros de ellos, sus ojos
desencajados, otro grito que ahoga entre sus manos.

—Aléjate de él. ¡Yuma, ven aquí!

Yuma palidece y se aferra a su brazo, encajando las


garras. El rostro de la alfa en la que Quillian más confía
muta su rostro en ira. Enrojece desde el cuello hasta la raíz
del pelo, sus garras asoman en sus manos. Su olor cálido se
transforma en cenizas.

—Detente, Ellian —gruñe Quillian con la Voz Alfa.

La mujer le dirige una mirada de puro horror y asco,


retrocede incapaz de negarse a un mandato directo de su
Alfa. Gruñe antes de dar la vuelta y marcharse en su forma
lobo.
—Tenemos que explicarle—implora Yuma a punto de
echar a correr.

Quillian lo frena, lo arropa entre sus brazos.

—Necesitas dejar que lo asimile.

Yuma se aferra a él y se permite llorar mientras Quillian


acaricia sus cabellos. Ambos sabían que esta era una
posibilidad. La consecuencia de su amor es el rechazo de los
demás.

Esa noche no vuelven a casa.


Fugas
El grupo de restrictores a las órdenes de Yuma hace el
último rondín de vigilancia antes de que dé comienzo la
boda. Por entre el cielo despejado, la luz del sol marca duras
sombras en el bosque. Yuma olfatea el sendero hacia el
puente colgante. Estornuda buscando deshacerse del aroma
a lavanda y azafrán que se pegó a las paredes de su nariz al
pasar por la comuna.

Los nervios de todo su cuerpo están electrificados y no


solo es por la inminente ceremonia que pondrá al Senado
patas arriba. Sino que desde que abandonó los brazos de
Quillian, el rostro de Ellian se repite en su mente como un
remolino.
Yuma se ha negado a dejar que la conocida sensación
que grita «La has decepcionado» domine su vida otra vez.
Ya ha pasado mucho tiempo viviendo con el miedo de
convertirse en la decepción que siempre se creyó.

Ellian es la mujer más importante para él, pero no


quiere su aprobación. Quiere su cariño. Y sabe, con una
descubierta fe ciega, que cuando ella escuche la historia,
más tarde o más temprano, aceptará que la felicidad del
niño que considera su hijo está al lado de Quillian
Blackwood.

—El equipo C ya debe estar en su posición —informa el


cambiante a su lado antes de convertirse en lobo. Yuma
inclina la cabeza en señal de asentimiento y el cambiante se
aleja.

Los ejecutores están el centro comunal mientras que


los restrictores, por orden de Vellner, serán divididos en dos
grupos: el primero permanecerá en puntos estratégicos de
la frontera por si los clanes solares intentasen entrar sin
autorización; el segundo será soporte para los ejecutores en
la protección de los líderes de clan cuando llegue el
momento del encierro.
—Si soy honesto, me siento más tranquilo contigo otra
vez liderando el equipo —confiesa un restrictor a su lado.
Yuma suelta sus feromonas de aprecio con una naturalidad
que hasta a él le resulta extraña.

Su compañero sonríe, cambia a un lobo pardo y junto


con el equipo de restrictores se separan a medida que
avanzan. Aunque la mayoría lo mira con cierto recelo, sus
años juntos no se pueden disolver en agua. Entrenaron bajo
el inclemente sol, pasaron noches de vigilia hombro con
hombro confiando su vida en el otro, atravesaron las
penurias de ser heridos y rescatados. Es por eso que su
antigua familia lo acepta, aunque no sin reservas.

Ese gesto, aunque no exento de tensión, cultiva en


Yuma el idealista pensamiento de que, si todo sale bien,
podrá volver a casa y ganarse de nuevo su lugar. Ya lo hizo
una vez, podrá de nuevo. Esta vez tiene a Quillian con él,
esta vez sabe quién es y el lugar que ocupa.
La primera a la que necesita contarle más es a Ellian. Si
tuviera su apoyo, Yuma siente que podría conquistar el resto
de adversidades. Sin embargo, luego del encuentro de
anoche, no ha tenido oportunidad alguna de hablar con ella;
ha estado inmersa en la boda y evidentemente lo ha estado
evitando.

—¿Pensando cómo ayudar a los gatos? —Yuma escucha


a Karan a sus espaldas, camina en su forma humana
siguiendo sus pasos—. Porque no creerás que confiamos en
ti.

Yuma no le dedica ni una mirada, continua con la nariz


pegada al suelo, buscando olores felinos en zonas donde no
deberían estar.

—Mucha casualidad ¿No, Yuma? Te vas por años y


cuando vuelves tu familia política está drogando cambiantes
¿O planeaste esto desde que te marchaste?

Yuma se gira, el pelaje se retrae y el cuero de su traje


vuelve a pegarse a su piel. El uniforme de restrictor es una
maravilla de diseño, creado para las dos mitades de los
cambiantes.

—No te sugiero que sigas midiendo mi paciencia,


Karan.

—¿No lo vas a negar? —pregunta ladeando el mentón


con sorna—. O eres un idiota que defiende a su marido o
estás aliado con el enemigo. No hay mucha interpretación.
No voy a dejar que eches a perder la misión.
—¿Quieres teorizar? Bien, teoricemos. ¿Por qué estás
tan molesto? ¿Por qué buscas una confrontación? Mi
interpretación es que eres un beta frustrado que no ha
superado que no lo eligiera. Cuando era Ace te resignaste
porque era un alfa, pero luego viste que me casé con un
beta y simplemente no pudiste con eso ¿Qué opinas?

Karan aprieta los dientes y él los oye chirriar, el olor de


enfrentamiento se instala entre los dos. Yuma también
detecta el de ligera excitación, así que pega una risotada
dándose la razón.

—Oh, querido —dice imitando a Ashdia—, nada tuvo


que ver tu designación con mi elección. Fuiste rechazado
solo porque eres tú.

El beta muestra los colmillos. Antes de que empiecen


una pelea en la que Yuma no tiene el menor interés, un grito
llamando a Karan los interrumpe.

Uno de sus lobos corre en su dirección, se transforma


justo antes de chocar con ellos.

—Jefe —jadea hacia Karan—. ¡Li se ha escapado!

El tiempo que tarda en procesar las palabras, Yuma


escucha un silencio tenso pitarle en los oídos. ¿Cómo han
creído que los jaguares se quedarían quietos? ¿Quién ha
sido? Las instrucciones generales establecían que ningún
miembro del clan solar quedara sin vigilancia.

—Maldición, reúne al equipo. ¿Por dónde huyó?


—Dicen que lo vieron bajar por el bosque circundante a
la comuna de Yava. Seguía fuera de sí.

—Avisaré a Vellner —indica Yuma. —No dejes que los


invitados se enteren. Llévate a mi equipo, el tuyo ya tiene
una misión y moverlos será contraproducente.

Karan aprieta los dientes y el ceño. Suelta el aire y


chifla hacia los restrictores. Estos miran en dirección a
Yuma, quien hace un asentamiento de cabeza, y el grupo
marcha detrás del jefe de ejecutores.

Yuma baja por ladera hacia el centro de la comuna.

Los preparativos están terminados, Yuma vuelve a su


forma humana y camina con la mayor mesura posible ya
que las sillas ya están ocupadas por los representantes de
las manadas. No hay espacio para errar. Yuma divisa a su
familia política, a Xel-há con una pierna cruzada sobre la
otra. Lleva el mismo traje que usó en su enlace con Zamil:
un conjunto de algodón, pantalón negro y la blusa vaporosa
en verde. Su mirada estoica no deja entrever ninguna
emoción. A su lado, Ixchel y Bej. Ni rastro de Zamil.

Su pulso se acelera tanto que lo siente latir debajo de


la piel. Llega al lado de Vellner, que está de pie, en guardia,
detrás de los invitados. En cuanto intercambian miradas, la
postura del Beta se cuadra e inspira como si estuviera
preparándose para un enfrentamiento. Yuma le explica
rápido lo sucedido.
—Vellner, quien dejó escapar a Li sabía que el edificio
se quedaría desprotegido. ¿Crees que es una coincidencia
que los Balam hicieran el movimiento antes que nosotros?

El Beta aprieta los párpados. La insinuación está clara,


alguien de dentro los traicionó.

—Dudar de todos, ahora mismo, será peor. Lo


importante es capturarlo y tratar de seguir el plan —ordena
Vellner.

—Podemos usar esto a nuestro favor. Pretextando la


seguridad de los presentes, los llevamos a la sala comunal y
los retenemos amparándonos en la ley.

—Sin Karan aquí, Ace y yo tendríamos que dirigir la


operación. Eso puede salir mal.

—Li también puede irrumpir y causar un desastre,


además de que no sabemos qué más tienen pensado. El
tiempo apremia.

El Beta examina su entorno con disimulo, su mandíbula


apretada le indica a Yuma que lo está sopesando.

—La ausencia de tu marido me inquieta. Lo haremos


como dices, buscaré a Ace mientras tú has que Zamil vuelva
a su lugar.

El Beta se marcha.

A Yuma le sudan las manos, todo en el ambiente le


grita que falta una sola pieza para el desastre. Al parpadear
ve entre la oscuridad el destello del caos. Y no le gusta
recordar las palabras de Yava

Se fija en el arco de flores donde tendrá lugar el enlace.


Dos sacerdotisas han encendido el fuego sagrado en el
pebetero que corona la tarima nupcial. La doncella que
sostendrá el collar una vez que el novio se lo quite a la
novia para morderla está pálida, recargada en el pilar del
arco. Juguetea con sus manos.
¿Cuál es la pieza?, se pregunta. Lo aprisiona una
horrible la premonición de que algo malo sucederá y es
incapaz de determinar el qué y cómo evitarlo.

Emprende el camino hacia la sala comunal donde


Quillian debe estar terminando de prepararse para la farsa
de boda. Hasta el final deben mantener la imagen de que
ese enlace se llevará a cabo para frustrarlo en el último
momento.

Circunda a los invitados y está a punto de dejar atrás el


arco de flores cuando se topa de frente con Ellian. Su rostro
pálido, sus labios resecos y machacados por lo que parece
un constante morder le quitan el aliento a Yuma.
—Tenemos que hablar… urgente —dice ella
bloqueándole el paso, Yuma inspira y retiene el aire.

—Comprendo que necesitamos esta conversación. Pero


no es el momento, Ellian. Hubo un incidente, hay órdenes
de cambiar los planes y…
—Tiene que ser ahora —exclama ella sosteniendo sus
manos, sus ojos desorbitan mirando hacia atrás y hacia los
lados. Lo jala hacia las casas de la comuna, se esconden en
un pasillo. Él se deja arrastrar—. Dime Yuma ¿él te obligó?
No me importa que sea nuestro Alfa, ni que sea tu padre, él
nunca debería haberte… Podemos irnos, denunciarlo ante el
Senado.

Yuma abre los ojos como platos, gira la cabeza con el


temor de que alguien la oiga, aguza sus sentidos y no huele
a nadie lo bastante cerca.
—Sé que no esperas escuchar esto: Quillian es mi alfa
—confiesa mirándola a los ojos. Las pupilas de ella se
dilatan. —Nuestro vínculo es de destinados. Mi padre puso
distancia conmigo por lo mismo, no quería obligarme. No
me está obligando.

—Es que eso… eso no es natural, Yuma. No puede ser.


Incluso si lo fuera, hay parejas que no aceptan sus vínculos.
Puedes rechazarlo. ¡Puedes rechazarlo!

El olor de dos cambiantes acercándose golpea a Yuma.


Las familias están empezando a salir de sus casas para
dirigirse a la boda.
—Dice Yava que la naturaleza no se equivoca. Es lo que
somos y yo quiero seguir con él.

Ellian lo suelta, sacude la cabeza y se lleva la uña a la


boca. Yuma por fin se percata de que la alfa no lleva el
atuendo ceremonial para el enlace, no luce como una dama
de honor sino como una mujer atormentada.

—Esa relación no tiene futuro. No los aceptarán…

Yuma la toma de la muñeca y sale del pasillo, se cruzan


con una pareja que les sonríe a modo de saludo y él intenta
hacer lo mismo para desviar la atención de Ellian, que
murmura cosas para sí misma.

Enfila derecho hacia la sala comunal, no puede


entretenerse demasiado con sus asuntos personales cuando
tienen una misión que urge. Sin embargo, el peso en su
pecho le produce tanta molestia que prefiere continuar
hablando, tirar de la flecha con un solo movimiento. Y que
sangre lo que tenga que sangrar.

—¿Tú no me aceptas? ¿Conocer esto te alejará de mí?


—pregunta con un nudo en la garganta, sin atreverse a
tocarla.
Ella se detiene, la fuerza de su resistencia jala a Yuma
hacia atrás. La mujer tiene una expresión marcada por la
sorpresa. Niega.

—Jamás, no importa qué hagas. Solo temo por tu


futuro, temo porque tomes malas decisiones. Pero no tengo
derecho a juzgarte.

Yuma la abraza. Impulsivo, suelta sus feromonas para


que ella capte el mensaje. Su olor dice: Te quiero, te quiero.
Gracias.
Ellian se separa con su respiración agitada.

—No lo merezco —gime, las lágrimas le empañan la


vista—. Hay muchas cosas que te he ocultado, que merecías
saber, que yo…

—Calma, Ellian, No digas eso.

Se han alejado ya del centro de la explanada, parecen


solos y aun así Yuma no está del todo tranquilo.

—Ayer te busqué por esto. Escucha bien: Ashdia fue


quien liberó a Li. Y en este momento debe estar yendo a la
Casa Alfa. Quiere robarse las muestras de sangre de
Quillian. Los Balam la han chantajeado con revelar
información y…
A Yuma lo recorre una insana satisfacción que surge de
sus palabras. Su instinto no se había equivocado con
Ashdia.

—¿Qué información? ¿Qué traman?

—Yuma, por favor, ella no es… ella tiene secretos y…


está siendo forzada.
Toma a su madre por los hombros.

—¡Ellian! Está actuando contra los intereses de los


clanes de luna. ¿Con qué la están chantajeando? ¿Qué tan
grave es para que se ponga de parte de los Balam?

El tañido de una campana acelera su pulso. Los


repiques hacen el primer llamamiento al enlace.
—Nicté tuvo dos cachorros con Kant —escupe con la
respiración en un hilo—, Ashdia los crió. Son como hijos para
ella. Y hay cosas que no quiere que sepan.

Yuma aprieta los puños. Saca el aire con frustración,


harto de ir recopilando secretos de su madre como si estos
fueran preciosas gemas que todos los demás intentan
proteger. Si la existencia de esos dos niños hubiera llegado
a oídos del Senado o de Abrat…
—¿Quillian lo sabe? —Ellian niega, Yuma se aparta—.
Tengo que ir a detenerla, tú irás a ver a mi padre y le dirás
todo esto. Todo. Incluso lo que no me estás contando a mí.

Ellian se encoge de hombros como una niña regañada.


Yuma aprieta los dientes.

—Quillian se enfurecerá. Podría lastimarla.

—¡Pues claro! ¿Por qué lo callaste? ¿Sabías desde el


principio que ella aceptó este matrimonio para robarnos?
Han usado las feromonas de mi padre para convertir en
bestias a nuestra gente ¿Y no dijiste nada?

—No lo sabía, no desde el inicio —Ellian se abraza a sí


misma, está temblando—, me confesó todo apenas anoche
después del baile. Si Quillian hubiera accedido a morderla,
ella iba a desistir de…

—¡Será cabrona! —La sangre de Yuma burbujea, la ira


le está subiendo por la garganta.

—Detenla, pero no la hieras. Por favor.


—¿Por qué? Aunque sea tu amiga, nos…

—Es mi omega —confiesa Ellian. No mira a Yuma, fija


los ojos en el suelo y las lágrimas bajan por sus mejillas
pálidas. —Nunca me aceptó. No tengo derecho a juzgarte,
yo también he hecho cosas imperdonables porque la amo.
Pese a todo.

Yuma inspira, su estómago se revuelve. Sus feromonas


se convierten en ácido y Ellian se aparta por completo con
la nariz fruncida y los ojos desorbitados.

—Ya no perdamos el tiempo.

El mestizo se sacude y está por transformarse en lobo


para cruzar más rápido hacia la casa Alfa cuando Ellian
vuelve a hablar.
—¡Yuma! Hay otra cosa.

—¿En serio? ¿Qué más? —Yuma está harto, se gira


exasperado sacudiendo las manos.

—Anoche cuando los seguí, estoy segura de haber olido


a Zamil cerca… él también los vio. Lo sabe.
Afrentas y verdades
Quillian supervisa la sala comunal, los ejecutores están
en sus posiciones cuidando las salidas y entradas alternas a
las que han cerrado a cal y canto.

Amara, junto a sus mujeres de confianza, está dentro


ayudándolo a prepararse para una boda que no se realizará,
pero que debe aparentar que sí. Le colocan el collar de
colmillos que muestra la autoridad del liderazgo, cada
colmillo de un lobo al que ha vencido en combate. El más
grande, en centro del collar, es el colmillo de Abrat.
Cuando se casó con Nicté la cadena estaba vacía.
Nunca imaginó que, después de tantos años, volvería a usar
la vestimenta de enlace. La primera vez que se vio a sí
mismo con el pecho descubierto y el collar, se sintió un
títere cuyos hilos manejaba Abrat. Desde que comenzó el
programa de la farmacéutica y abrir las fronteras, Quillian
tuvo que acceder a las demandas del Senado, sin darse
cuenta de que volvía a perder la autonomía que tanto le
había costado ganar.

Cuando estos organizaron la boda, Quillian no opuso


resistencia. Ya había dado todo su tiempo y atención por lo
que él consideraba el bienestar de los Moonlight. Se había
dejado el pellejo por protegerlos incluso cuando nunca quiso
hacerse cargo del liderazgo. Cuando se acostumbró a poner
los intereses de la manada por encima de los suyos, la toma
de decisiones siempre fue más sencilla. Incluso el enlace
con Ashdia.

Cuando la omega le preguntó si no había odiado a


Nicté por engañarlo con Kant, Quillian en realidad quería
decir que admiraba a su compañera. Admiró la valentía que
tuvo de escapar de todas las responsabilidades que otros
habían puesto sobre sus hombros y elegirse a ella misma al
menos una vez. A Quillian no le molestó que se marchara, le
molestó que lo hiciera con Yuma. Si su hijo hubiera muerto
como ella y Kant, a Quillian le habría costado no guardarle
rencor.

Y como él solo había hecho el trabajo de alejar a Yuma,


cuando el compromiso con Ashdia le fue encomendado por
el Senado, no tenía motivos para negarse. Estaba más solo
que nunca, sin Nicté, sin Yuma. Solo la manada para velar
por ella. Firmar una alianza con el Norte Nevado no era algo
que supusiera un sacrificio mientras ambas partes
estuvieran de acuerdo.

Pero la situación había cambiado. El presente y futuro


solitarios que siempre había visto cómo su único destino, ya
no eran una realidad. Alguien quería caminar a su lado y
Quillian estaba dispuesto a pensar en ellos como su
prioridad.

—Alfa —dice uno de los hombres de Karan. Amara y él


se giran—, el Beta de los Balam quiere hablar con usted.

Quillian hace un gesto con la cabeza para que lo dejen


pasar.
—Tú —dice Quillian a la omega al lado de Amara—,
encuentra a Vellner, Ace o a Karan. Informa que los Balam
se han movido primero y llévate a uno de los ejecutores
contigo.

La chica asiente, Amara le da un par de palmaditas en


señal de confianza y la joven se marcha cruzándose en el
trayecto con el Beta del clan solar.

Zamil-há tiene el porte de un hombre joven que siente


que el mundo está a sus pies. No con la frialdad con la que
su hermano mayor suele andar, el del marido de Yuma es un
caminar lleno de confianza y cierto aire de optimismo que le
recuerda a Vellner muchos años atrás.

—¿Emocionado por la boda? —pregunta con un brillo


malicioso en sus ojos verdes. Quillian ha librado muchas
batallas para no reconocer una—. Bonito tatuaje. ¿Qué
significa la flecha?

Amara abre los ojos con sorpresa, boquea y pasea la


mirada entre Quillian y Zamil.

—La flecha es el símbolo de la familia líder —exclama


escandalizada por la forma en que Zamil se está dirigiendo
a él.

El alfa ignora la provocación y Amara regresa a su


labor. Es el momento de colocar aceite sobre su pecho para
resaltar el tatuaje que lo distingue como el Alfa de los
Moonlight. Es un árbol de copas frondosas y raíces que
bajan hacia su abdomen para terminar en la punta de una
flecha.

—La boda comenzará pronto, Zamil —dice Quillian


arreglándose las vendas de las manos. Aún le extraña
mirarse sin la camisa, luciendo tan… tribal. —Te perderás la
ceremonia si no estás en tu asiento.

—Consideré que antes deberíamos intercambiar unas


palabras en privado.

—Lo que sea que quieras decir, hazlo aquí.

Amara hace el amago de retirarse, pero Quillian la


toma de las muñecas y la omega traga saliva antes de
volver a su labor. El alfa está intentando controlar las
feromonas de confrontación y celos que quieren correr por
su torrente.

El jaguar se balancea sobre sus talones con las manos


en los bolsillos. El aroma de los betas no es tan tajante
como el de omegas o alfas, aun así el de Zamil, tan ácido,
se percibe con claridad.

—Creo que le convendría que fuera a solas, ¿sabe? —


No quita la sonrisa. —Por el bien de Yuma.

Quillian busca la mirada del felino por el reflejo del


espejo. Aunque la boca del esposo de Yuma emula una
sonrisa, la tensión del resto de su cuerpo indica crispación.
Eso no le impide acercarse. Entre ambos cuerpos los celos y
la rabia tensan el aire. Amara jadea y se tapa la nariz. Ese
aroma no estaba en Zamil el día de ayer, algo tuvo que
cambiar en las últimas horas para que su actitud hacia él
haya cambiado de esa forma y no solo algo relacionado a
los planes de los Balam. Se trata de un asunto personal.

«Oh vaya…»

Quillian termina de acomodar la venda de sus manos.

—Que sea a solas entonces.

Con un gesto, indica el camino hacia la salida. Zamil


avanza primero y Quillian le hace una seña a Amara. Es
mejor que estén fuera y lejos del resto de ejecutores para
esta conversación.

Quillian reprime una sonrisa burlesca, comprende que


Zamil no quiere una charla con su suegro. Sino con el
amante de su esposo.

Andan en silencio durante escasos minutos mientras se


adentran en el bosque. Las primeras campanadas ya llaman
a la boda, aunque Quillian piensa más en un ring donde la
campana anuncia el inicio del round.

—En la noche de bodas conocí el tatuaje de Yuma, lo


recorrí todo. Es increíble el trabajo de la tinta sobre su piel.
Me gusta tanto que siempre que le arañaba la espalda
temía borrarle alguna parte, como la flecha. ¿Sabe que las
garras de los jaguares salen sin querer en momentos de
máximo placer?

—Te recomiendo que desistas de esa estrategia. No


lograrás provocarme.
Quillian se recarga en el tronco de un árbol, se cruza de
brazos.

—¿No? Creo que si presiono los lugares correctos nos


sorprenderíamos.

—No viniste aquí a hablar de tu vida de casado. Si fuera


así estaría muy decepcionado.

Zamil aprieta los puños, muestra los dientes.

—Aléjate de Yuma. Lo que vi anoche fue el abuso de un


padre hacia su hijo. Lo has manipulado toda su vida y ahora
que se alejó por fin de ti le haces esto para retenerlo a tu
lado. Es asqueroso y vil.

Zamil no sabe del autocontrol que Quillian ha cultivado


durante toda su vida. Aunque esté celoso, aunque tenga
ganas de encajarle los colmillos en la yugular y arrancarle
garra por garra para que el dolor reemplace el placer de
haber tocado a Yuma, no lo hará.

—Al parecer te hace falta conversar con mi omega para


entender mejor —bufa.

—La forma en que lo aceptas me repugna. Las víctimas


no son capaces de ver el abuso, me llevaré a Yuma cuando
te hundamos, Blackwood.

—Te casaste con mi hijo para acceder a mis feromonas,


ya lo conseguiste. No te queda el papel de marido al
rescate, gato.

Zamil se ríe y echa la cabeza para atrás.


—¿Y a ti el de pareja? ¡Eres su padre! Mi matrimonio
con Yuma dejó de ser falso hace años.

El Beta de los Balam se acerca a largas zancadas, sus


colmillos se asoman y Quillian muestra sus garras también.

—Yuma no te elegiría, gato —sonríe—. No importa qué


hagas o cuánto te arrepientas de haberlo usado. Yuma es mi
omega. Punto.

—¡Repugnante! —clama Zamil dando un zarpazo.


Quillian lo esquiva y las garras del beta dejan una cicatriz en
el árbol.

Quillian duda muchísimo de que un planificador como


Xel-há haya mandado a su hermano en un ataque frontal. Ni
siquiera un jaguar podría vencer a un lobo de su tipo y con
su experiencia. ¿Creyeron que porque Zamil conocía su
secreto lo harían perder el control?

Zamil intenta acortar la distancia, su figura cada vez


más como un jaguar. Quillian predice los movimientos
ajenos con demasiada facilidad. La frustración del beta
resulta satisfactoria para quien nunca ha disfrutado una
pelea física. Hasta ahora.

—¿Quieres que te lastime para clamar defensa propia?


—pregunta divertido cuando el primer mordisco le pasa a un
lado.

El sonido de alguien acercándose desconcentra a


Quillian. El gruñido de un animal herido chilla a sus
espaldas. Li corre hacia ellos con el pelaje empañado en
sangre y las fauces abiertas. Quillian suelta sus feromonas
de obediencia, el cambiante se retuerce, pero no se
doblega, tira mordidas caóticas.

—¡Basta, Li! —ordena con voz ronca de Alfa. Li cae al


suelo doblandose y aullando.
El pinchazo en su brazo se siente como el aguijón de un
abejorro, no duele, solo escuece. El líquido arde al entrar en
su torrente y lo último que puede hacer Quillian antes de
que sus pupilas se dilaten es maldecir.

Yuma regresa a su forma humana cuando entra a toda


prisa a la casa. No hay nadie en el recibidor ni tampoco en
las escaleras, así que enfila directo al laboratorio.
El aroma de Ashdia es un camino de color azul, como
un hechizo flotando en el ambiente. Ahora que la
medicación ha salido por completo del sistema de Yuma,
este es capaz de verlo cual estela.

La puerta del laboratorio está abierta. ¿En qué


momento obtuvo la contraseña? ¿Quién se la dio? A la
mente de Yuma llega la imagen de Ashdia recargada en el
marco de madera, con su sonrisa burlona: «¿Acaso has
descubierto que no es tu padre?» Ah, qué tonto e ingenuo
fue. Él se la dio.

Encuentra a su tía esperándolo, no lleva el vestido de


su madre sino unos pantalones y de su hombro cuelga un
bolso donde Yuma asume que lleva lo que ha robado. Ashdia
se recarga en la encimera de los tubos de ensayo.

—Así que Ellian te eligió a ti después de todo —ríe con


amargura.

La mujer mira la puerta de forma intermitente. Yuma


huele en ella un ligero miedo combinado con alivio. Es como
si quisiera que la detuvieran.

—¿Con qué te están chantajeando los Balam? Dímelo y


podremos encontrar la forma de liberarte de ellos.

Yuma bloquea la puerta Si no puede convencerla le


arrebatará el bolso y destruirá cualquier muestra que lleve
la sangre de Quillian. Su tía no es ninguna tonta, sabe que
no tiene oportunidad contra un cambiante entrenado para
combate. Resistirse solo la lastimará.
Ella niega con la cabeza

—Tú menos que nadie me ayudaría después de saberlo.

Las feromonas de Ashdia brotan de su glándula con una


dulzura empalagosa, demasiado fuerte, turbadora. Yuma
estornuda, por primera vez se da cuenta que el olor de su
tía no es común. Es hipnótico, aturde el resto de sentidos y
el de su mente.

Ashdia aprovecha su desconcierto para intentar


escapar, lo empuja con todas su fuerzas y Yuma trastabilla
hacia atrás. Su tía corre hacia la ventana del final del
pasillo, pero Yuma se recompone rápido y salta hacia ella
convertido en lobo. Muerde el cinto de su ropa evitando la
carne. Ella cae al suelo. Él se sube a horcajadas sobre ella y
sostiene sus muñecas.

—Siempre he odiado eso de ti —masculla ella pateando


en un intento de zafarse—, tienes las feromonas más
fuertes que he olido jamás. Ni a tu padre ni a ti les afectan
las mías.
Yuma regresa a su forma humana a excepción de las
garras, con las que intenta someterla. Ella forcejea, sus
feromonas siguen intentando doblegar la voluntad del
mestizo, de modo que Yuma opta por contrarrestarlas con
su propio olor.

No sabe usarlas aún, no sabe qué mensaje está


enviando pero las pupilas de su tía se dilatan y parece
amansarse.

—¿Por qué no te ayudaría? Ellian me imploro que no te


lastimara, te quiere. Aunque eres desagradable, sigues
siendo la hermana de mi madre y algo de bueno debe haber
en ese corazón egoísta. ¿No criaste a los hijos de Kant y los
protegiste de la ira de mi abuelo?

Ashdia tuerce el gesto, una sonrisa sardónica desfigura


su bello rostro de filosos ángulos. Su olor pasa de hipnótico
al de la carne en descomposición. Yuma reprime una arcada.

—¿Parecernos? Tu madre siempre tuvo todo lo que


quiso. Yo por el contrario me he quedado con las sobras,
incluso ahora. Nicté ya tenía a Quillian ¿Por qué me arrebató
a Kant? ¿Por qué tuvo los hijos que deberían haber sido
míos?

Esa era la pieza de información que faltaba. La rabia


sube por la garganta de Yuma, le clava las garras en las
muñecas, Ashdia chilla. El olor del joven se vuelve el del
humo de un carbón.

—Tuviste algo que ver en la muerte de mi madre. Xel-


há lo sabe y te amenazó con contárselo a los hijos que
criaste. ¡Eres patética, tía! Sabes que en cuanto lo sepan los
vas a perder.

Ashdia se transforma, la correa de la bolsa se revienta


y ella ni siquiera intenta volver a tomarla. Tira una mordida
y sus colmillos se encajan en el hombro del sobrino. Yuma
jadea sin soltarla, la sangre le mana de la herida.

—¡Basta! —clama enterrando su rodilla en el abdomen


de la omega—. Enfréntalo, estás cometiendo el mismo error.
Mi madre no te quitó nada, la mataste por celos. Porque no
supiste lidiar con el rechazo de un alfa que no te quería.
Ella lo suelta, sus ojos rojos destellan rabia. Vuelve
parcialmente a su forma humana, su cabello platinado
regado por el suelo aparenta una telaraña deshecha.

—No seas hipócrita, Yuma. Si mi hermana estuviera


viva y siguiera casada con tu padre ¿No querrías sacarla del
camino también?

Yuma se congela.
—Estás balbuceando tonterías.

—Ellian estaba en shock, insistía en que Quillian te


estaba forzando. Pero nos parecemos, sobrino, y en cuanto
me lo contó, comprendí tu aversión. Para ti, Quillian es tu
alfa. Si Nicté estuviera aquí, tu naturaleza también la
consideraría un obstáculo. Somos Luna Nueva, Yuma.
Habrías hecho lo mismo que yo.

Yuma flaquea. Ashdia se zafa del agarre, que se ha


vuelto débil. Con un movimiento limpio da un zarpazo al
rostro de Yuma. Este jadea por el dolor de la carne
desprendida. La omega le asesta un rodillazo que lo echa
hacia un lado. Convertida en lobo intenta saltar por la
ventana. Yuma no ve bien, la sangre arde en su ojo. Apenas
distingue la sombra de Ashdia, oye el vidrio reventar. El
cuerpo de la loba rompe la ventana, pero antes de poder
salir, Yuma apresa su pierna con los dientes. Jala de ella con
tanta fuerza que siente como crujen los huesos de su pata.

El sabor metálico baña su paladar.

Ella chilla y se gira para defenderse a mordiscos. Logra


darle un zarpazo en la herida de su hombro y morder su
brazo. Yuma se convierte en lobo por completo y regresa el
ataque lo más cerca del cuello de la omega. Encaja las
fauces, ella lo araña con las patas, se empuja contra el
suelo, forcejeando. La carne se corta entre los dientes de
Yuma. El blanco pelaje se tiñe de rojo y el aullido de Ashdia
resuena en toda la casa. El dolor la obliga a regresar a su
forma humana.
Ashdia se hace pequeña, se encoje en posición fetal.
Las lágrimas le bañan el rostro compungido entre el dolor y
la ira. Yuma la mira con un poco de pena. No conoce la
historia y no está seguro de querer oír lo que sabe que es
una excusa. Descubre que le hubiera gustado conocerla en
su papel de tía, ser familia. Compartir algo con sus
hermanos.

En cambio son esto.

—Escúchame, tía —dice mientras saca una cuerda de


su cinturón, pone a la mujer de espaldas y ata sus muñecas.
La herida en su hombro necesita atención—. Todo lo que
crees haber perdido por culpa de otros, ha sido por ti.
Debiste agradecer cada día a las diosas por haberte dado a
una alfa como Ellian, en vez de negarla y anhelar lo que
Nicté tenía.

Yuma recoge la bolsa y entra al laboratorio. Se lo


piensa un par de segundos, su padre no estará feliz con el
resultado de esta intervención, pero es preferible a que el
contenido del laboratorio, llegue a las manos de los Balam.
Rompe los viales, vacía la mayor cantidad de frascos en el
fregadero y quema los papeles en la pira de la estufa.

Cierra la habitación y maldice por no saber cambiar la


contraseña. Su tía sigue en el suelo, ha dejado de llorar.

—Le diré a Ellian que venga a ayudarte.

Ella no responde. Yuma debe volver a la comuna. Sin la


novia, es imposible fingir una boda. Cuando sale de la Casa
Alfa en su nariz pica el olor del fuego. Alza la vista: enormes
llamas se vislumbran en la comuna y los gritos anuncian la
melodía del desastre.
Te pertenezco
Yuma corre hacia el centro de la comuna. Los gritos son
más nítidos y las feromonas de miedo y angustia de todos
los Moonlight e invitados golpean al mestizo con la fuerza
de un tifón. Al parecer, dejar los supresores de su celo
también ha maximizado la sensibilidad a los olores. La
cabeza le da vueltas y experimenta arcadas.

Debajo de los fuertes aromas emocionales hay otro,


una esencia en el subtexto que solo corresponde a Quillian.
De hecho, su padre es la primera imagen que lo recibe
cuando se acerca lo suficiente.

Donde el arco de flores anunciaba una fiesta, un lobo


gigante con las fauces ensangrentadas gruñe y arrasa con
todo a su paso. Hay heridos en el suelo, cambiantes que
corren lejos y otros que intentan ayudar a los que ya no
pueden moverse.

Los gritos van y vienen, el pebetero caído ha prendido


en llamas las telas de la ceremonia y el fuego se ha
extendido por la madera seca y, con el viento, ha llegado
hasta las cabañas cercanas. El crepitar del incendio sirve
como banda sonora de fondo para los alaridos.

—¡Que los ejecutores se encarguen del fuego! —ordena


Ace.

Los grupos estaban divididos para una misión. Con los


cambios abruptos en el plan, los equipos están
desorganizados.
Ace y unos pocos restrictores intentan, sin éxito,
contener a Quillian con cuerdas. El lobo solo tiene que
sacudirse para que los hombres a sus costados salgan
disparados en todas direcciones.

Quillian tiene sus ojos puestos en una presa, sus


zancadas son fuertes y retenerlo parece imposible. Yuma
sigue su mirada y descubre a los pies de un árbol a Zamil en
su forma jaguar. Hay sangre en su costado y yace
inconsciente.
—¡Líder! Vuelva en sí, por favor —clama Ace lazando a
la bestia por el cuello. Jala de la soga y ralentiza la marcha
del Alfa.

—¡Páralo por la fuerza! —ordena Vellner, quien aparece


a toda prisa por el sendero de tierra que viene desde la
laguna—. Hay otros cambiantes drogados, no es solo
Quillian. Tenemos que contenerlos también.

Detrás de Vellner tres cambiantes corren hacia la gente


con los ojos perdidos, fuera de control. Entre ellos está Li. Se
abalanzan sobre los invitados que han escapaban en
distintas direcciones. Huelen igual que el lobo artificial que
cruzó el río días atrás.

Quillian avanza a largas zancadas hacia Zamil, poseído


por una naturaleza que le insta a matarlo. Yuma toma el
extremo de una de las cuerdas y tira para ayudar a Ace. La
fuerza bruta del lobo los arrastra. El trenzado de cerdas se
deshilacha y las manos del mestizo arden al pelarse por la
fricción.
—¡Detente, papá! ¡Detente!

Su padre no parece escucharlo.

—¡Tendrá que ser a mordiscos! —grita Vellner mientras


se transforma en lobo. Ace maldice y suelta la cuerda. Yuma
cambia a lobo, no quiere pelear así con Quillian pero no
pueden dejar que mate a Zamil o una guerra contra los
Balam estará garantizada.

Vellner salta sobre el lomo del lobo negro. Yuma y Ace


muerden por detrás sus patas delanteras y otros dos
cambiantes las traseras. Hacen tracción con sus patas para
frenarlo y es en ese instante que Yuma, por vez primera,
conoce el miedo irracional de perder la voluntad. Durante
décadas ha oído las leyendas que giraban alrededor de la
especie de su padre, del por qué fueron los ases en la
guerra. Pero hasta antes de ese segundo exacto solo podía
imaginarlo, ahora lo experimenta de primera mano. Las
feromonas de su padre doblegan las voluntades de todos.
Los hombres de Ace se sacuden intentando resistirse pero
es imposible para su naturaleza. Se ponen de panza y
muestran el cuello en total sumisión.

Es la misma escena que durante el ataque de Trish y


Resha, solo que en vez de ser un olor artificial que pretendía
imitar el de Quillian, esta vez es el aroma real, potente,
concentrado y opresor.
Vellner y él son los que más resisten, pero la cabeza de
Yuma da vueltas y los músculos del Beta aflojan el agarre.
Quillian se sacude una segunda vez y Vellner sale
disparado hasta retachar contra la pared de una cabaña.
Quillian levanta a Yuma del suelo como si no pesara; este
intenta apretar con más fuerza su mordida pero sabe que es
inútil, es como si su capacidad motriz ya no le perteneciera.
Quillian también lo arroja lejos. Yuma derrapa de costado
por la grava del suelo.

El hombro herido por Ashdia sigue sangrando, su ojo


está lastimado y está perdiendo el sentido. La visión borrosa
y ensangrentada es desalentadora: los cambiantes de luna
que podrían hacer algo están de panza, mostrando el cuello,
gimiendo como cachorros pateados.

Vellner intenta ponerse de pie, muestra los dientes,


gruñe pero es incapaz de desobedecer el mandato de poder
del Alfa. Agacha la cabeza y baja las orejas.

El olor de Quillian es picante, arde en las fosas y


cuando entra en el sistema derrite las voluntades. Solo otro
lobo negro de su especie podría competir con sus
feromonas, por eso fue el único capaz de matar a Abrat. No
hay químico natural más fuerte que el suyo.

El grito de una niña por fin vuelve en sus sentidos a


Yuma. Busca a la cachorra, está detrás de lo que queda del
arco de flores. Se tapa los oídos con sus pequeñas manos
mientras se encoge sobre sí misma. Yuma se levanta y todo
el cuerpo le cruje de dolor. Trastabilla hacia ella cuando
alguien se le adelanta: Xel-há toma a la niña y la levanta en
brazos.
—¡Cambiantes de sol y luna! —grita subiendo a la
tarima, sus feromonas alfas son como un camino de
esperanza entre toda la confusión. La mayoría de
cambiantes se siente atraído hacia él, es el fresco olor de
las flores y la menta. —Protejan a las mujeres. Todo alfa y
beta que aún pueda moverse, que ayude a los heridos.
Llévenlos a la sala comunal. Clanes solares, manden a sus
Betas de confianza a ayudar a apagar el fuego. ¡Bej,
ayúdame a detener al Alfa Blackwood!

Yuma odia su figura segura e imponente, sin un solo


rasguño. Ha sido metódico, ha esperado que todos
estuvieran sumidos en el caos para alzarse como el
salvador. Se voltea a ver a Zamil. Si tan solo diera pelea, si
solo escapase…

—¡Maldito seas, Zamil! ¡Despierta! —grita Yuma, pero


su marido no reacciona.

Quillian llega hasta el Balam, su hocico se abre como si


fuera a comerlo. Entonces, una jaguar le araña la cara. Es
Ixchel, la felina tiembla pero no se echa para atrás, salta y
encaja sus colmillos en la oreja de Quillian. El lobo
zangolotea la cabeza para golpearla contra el tronco. El
dolor hace que Ixchel lo suelte y cae al lado de Zamil. En un
parpadeo, Ixchel da un salto hacia el lateral para escapar,
pero los colmillos de Quillian la atrapan de la cabeza.
Aprieta con fuerza. Hay un crujido. La sangre resbala por
todo el hocico. El cuerpo de Ixchel se desmadeja y cae
reventado a los pies del lobo negro.
Bej gruñe, sube por el lomo de Quillian, las garras van
dejando un camino de carne perforada hasta que se
afianzan como tenazas en su espalda. El jaguar muerde la
nuca con toda su ira. Quillian suelta un alarido y corre
caótico, sacudiéndose.

Alguien aprieta el tobillo de Yuma.

—Aleja a tu padre de aquí. ¡Ahora! —dice Ace. Su rostro


pálido, es incapaz de respirar ni de ponerse en pie.

Yuma examina rápidamente el estado de su propio


cuerpo: siente un dolor insoportable en la cabeza y el
hombro. Una de sus costillas duele lo suficiente para
preocuparle y su fuerza para oponerse al aroma de su Alfa
es escasa.

Quillian se golpea contra todo a su paso, derrapa y da


vueltas sobre sí mismo hasta que consigue desprenderse
del jaguar. El tamaño juega a su favor, lo domina bajo su
pata. Abre el hocico, muerde el abdomen de Bej y arranca la
carne. Las vísceras dibujan un arco en el aire.

Yuma recuerda la estela de olor de Ashdia. La omega la


usaba como una herramienta de manipulación, como un
hechizo. Quillian lo necesita ahora. Si él no es capaz de
calmarlo con su olor, ¿cuál es el sentido de ser su pareja?
Calma su respiración y suelta su aroma, el de un omega en
celo.

En cuanto lo hace, su cuerpo sube de temperatura, es


la fiebre del apareamiento. Sus instintos sin medicar
reconocen el llamado y preparan su sistema para el juego
previo de conquista entre cambiantes.

Se siente como aquella noche de luna roja. Ardiente y


dolorido. Clama por su pareja.

Aunque esta vez tiene más fuerza y entrenamiento


para mantener la cordura y ve el modo en que todo a su
alrededor se ralentiza. Los cambiantes, que hasta hace
segundos mostraban sus cuellos en sumisión, parecen
revivir con un aire de combate que solo se puede atribuir a
las peleas típicas para reclamar la atención del omega.

El gruñido de Quillian los deja a todos congelados, el


lobo gigante se aleja de Zamil y los cuerpos de Ixchel y Bej.
Se acerca a Yuma. Sus ojos negros son un espejo de
obsidiana y brillan con el mismo misticismo. También con
anhelo. Ahora huele a almizcle y los cambiantes alrededor
empiezan a sofocarse. Yuma sabe lo que se siente, es aire
caliente que duele respirar.

La prioridad es alejar a Quillian de ahí, volverlo a la


racionalidad. Yuma deja su propia estela de olor mientras
corre con las zancadas más largas que puede dar. ¿A dónde
llevarlo? ¿Dónde puede intentar calmarlo?
El temor y el alivio tejen un trenzado extraño en su
pecho cuando se da cuenta de que Quillian es el único que
lo sigue. Está jugando. Yuma traga con dificultad, espera
que esta vez también lo deje ganar. Por el bien de ambos.
El sonido de la corriente alerta a Yuma quien, sin ser
consciente de ello, ha guiado a su padre a los saltos de
luna. La cueva lo mira desde el otro lado del río, lo llama al
espacio vacío de su interior. Y Yuma accede a convertirla,
nuevamente, en su cómplice.

Salta las primeras lunas. Orü está de un humor


tranquilo, nada parecido al que mostraba la noche de su rito
de mayoría de edad. Yuma aúlla llamando a Quillian, quien
lo observa desde la orilla. El omega termina de dar saltos
hasta cruzar las siete piedras. El Alfa solo necesita dos
fuertes saltos para alcanzarlo.
Llegan a la cueva y Yuma derrapa para detenerse. Su
padre se toma su tiempo para entrar, los músculos de su
espalda se marcan con el movimiento profundo de sus
pasos al acercarse. El hocico de su padre jadea en su rostro,
los ojos, con la pupila dilatada, son un pozo que hace
temblar los huesos de Yuma. El lobo da un paso más y el
corazón del mestizo retumba en todo su cuerpo. Huele la
excitación de su sangre. El miedo le insta a dar un paso
hacia atrás. Su cuerpo recuerda la herida de su costado, la
sensación de la muerte entre los dientes de animal. Ahora
conoce a Quillian prisionero de sus instintos. Esos a los que
siempre había temido.

Temor y deseo, culpa y lujuria. Estar con él siempre ha


significado convivir con emociones antagónicas. La sed de
sangre del alfa ha mutado en celo.
Quillian lo muerde en la nuca, lo mueve hacia la pared.
No le hace daño, el mordisco es más un agarre que un
ataque, pero tiene la fuerza y desesperación suficiente para
que Yuma jadee de sorpresa. Sus patas delanteras se
apoyan en la pared cavernosa.

Su padre apoya la nariz detrás de su oreja, huele todo


el pelaje, recorre desde el cuello hasta la entrepierna de
Yuma, que jadea con la lengua fuera. Quillian lame su
entrada dilatada, el sonido de succión quiebra las últimas
barreras de conciencia de Yuma.

El alfa instintivo dentro el hombre racional, además de


ser dominado por la pulsión violenta de deshacerse de los
intrusos dentro de su manada, también es dominado por las
pasiones de reclamar a la pareja que considera que le
pertenece.

«Ha pasado tanto tiempo reprimiendo su naturaleza


violenta y dominante que su parte animal está desesperada
por mí».

Cuando Quillian se sumerge en él, Yuma cruza la


frontera mental que separa el placer del dolor. Su cuerpo se
llena de la intensidad de su destino y esta lo abre desde las
profundidades. Lo hace sentir completo, ese peso muerto
con el que ha cargado desde que tiene memoria, ese que se
instalaba en su pecho y oprimía su voluntad, se desintegra
con la fuerza de la embestida. Como si Quillian pudiera
romper cada uno de sus miedos. El mestizo resiste los
fuertes empujones. El jadeo cortado y gutural de Quillian le
remite a aquella tarde fuera de su oficina. La primera vez
que ambos entraron en celo al mismo tiempo.

El vínculo no tintinea, no hace música de cuerdas con


el anhelo de su unión. No. Arde y quema. La picazón se
extiende desde el cuello hasta la parte que los conecta. Los
sonidos acuosos de sus cuerpos en colisión no le bastan, el
aullido de Quillian es lastimero. Su padre está sufriendo por
la transformación, por convertirse en el tipo de alfa que
nunca quiso ser. Yuma siente que las lágrimas le
emborronan la visión. Quiere consolarlo, decirle que todo
estará bien aunque ni él está seguro de esa afirmación. No
puede ofrecerle mucho, ni protección, ni si quiera la
felicidad de ser públicamente suyo. Muestra su cuello.
«Estoy aquí. No me voy a ir a ninguna parte. Márcame».
Quillian gruñe, es normal para los alfas morder a sus
parejas en medio del apareamiento. La especie de su padre
solo puede pasar un celo en forma de lobo, no pueden
encontrar alivio ni vincularse de otra manera. Así que de
pequeño había escuchado sobre los horribles sufrimientos
de las omegas de Abrat, algunas murieron en el mismo
momento en que la marca fue hecha.

Yuma inspira, aprieta los dientes y se encomienda a


Mabel para sobrevivir a esto. Muestra su cuello, su glándula
palpita y llama a su alfa. Su cuerpo retumba por la cercanía,
los caninos de su padre arañan la piel del hombro, la lengua
colosal lame la sangre seca que dejó la mordida de su tía y
que no será nada en comparación con lo que el alfa le hará.
Cierra los ojos y se aferra a la rocosa pared recordando la
sangrienta muerte de Bej, con el miedo a ser el próximo
masacrando sus nervios.

«No. No me hará lo mismo, no me dañará. Porque soy


parte de su carne como él lo es de la mía».

Las embestidas aumentan en velocidad. Los músculos


de Yuma se tensan y gruñe por el placer. Los primeros
dientes se encajan en su cuello, la perforación mezcla el
orgasmo con el dolor, su glándula hace el sonido de un
petardo al reventar. Aúlla y los dientes se retiran y son
reemplazados por una cálida lengua en su hocico. Quillian lo
está lamiendo con cariño y reconocimiento.

Yuma no consigue ver bien. Su cerebro, que se ha


cortocircuitado por la mezcla de emociones, detecta por
encima que todo el tamaño de su alfa se ha reducido.
Corresponde el beso, ladea la cara para que sus lenguas se
toquen, ásperas y en un ritmo frenético de lengüetazos. Sus
lobos se están encontrando, por fin. Comparten el celo.

El hocico de Quillian regresa a su cuello, esta vez más


sosegado. El ronco gemido se compone de una parte animal
y otra humana. Los dientes perforan por completo, la sangre
escurre caliente por su cuello y el vínculo se enlaza igual
que los bastones del ADN. Su unión está completa.

La tensión que abandona su cuerpo también se lleva


sus fuerzas. Yuma se desmadeja como un muñeco. Cae de
rodillas al suelo, ha regresado a su forma humana y su piel
arde de fiebre.
Las garras de Quillian arañan su espalda. A medida que
descienden se van volviendo menos filosas, menos grandes,
hasta que conforme se acercan al final de su columna son
casi humanas. Un beso de labios toca su piel. La respiración
agitada le eriza los vellos, la barba le hace cosquillas
también.

Luego todo movimiento se detiene, abrupto. Escucha


un jadeo de sorpresa.

—¿Yo te hice esto? Por Lucine, Yuma ¿Yo te herí de esta


manera? —pregunta con la angustia filtrándose por el
vínculo. Yuma niega—. No quería que fuera así —musita el
Alfa recargando la frente en su hombro.

Yuma se da la vuelta, el cuerpo desnudo de Quillian


está cubierto de la sangre de Zamil, de Ixchel y Bej. Está
cubierto de culpa. Yuma lo toma del rostro, besa sus labios
que saben a muerte. No le importa, los saborea. Si su padre
es la muerte, él hará de guadaña. Si está condenado, él se
esclavizará a su lado.

—No me lastimaste. Así es como tenía que ser.


Yuma toma la muñeca de Quillian y la pone sobre la
marca palpitante y húmeda. Quillian besa la comisura de
sus labios.

—No era yo el de allá afuera —exclama con la voz rota


sobre sus labios, el aliento cálido es todo lo que Yuma
necesita. No le importa el mundo, mientras pueda seguir al
lado del hombre que ama. Saber que vive, que respira y que
su corazón late, es suficiente recompensa para él.

—Lo sé. Lo resolveremos —promete Yuma, aunque las


lágrimas de angustia lo traicionan. Mira hacia el interior de
la caverna y desea poder encerrarse ahí dentro. Un mundo
solo de los dos. Un mundo imposible. Los párpados pesan y
cierran sus ojos. Todo se vuelve de noche.
Caída libre
Si bien cada centímetro de sus músculos y huesos
están vencidos por el agotamiento y la pérdida de sangre le
embota los sentidos, es la rozadura de una cuerda lo que lo
despierta.

Su mejilla arde, parpadea confuso para darse cuenta


que su cara raspa contra el suelo desigual y rocoso de la
cueva. El peso de un hombre le impide moverse y, aunque
forcejea, sus muñecas han sido atadas detrás de su
espalda. El resto de la soga rodea su cuello como el de un
perro al que le llegó la hora de salir a pasear.

El hombre aprieta la cuerda, la presión deja sin aire al


mestizo, que manotea con angustia. Su captor ríe cuando lo
suelta. Yuma jadea con dolor al tragar saliva, la piel de su
cuello arde y la sangre resbala hasta su clavícula. Le ha
reabierto la mordida de unión.

Lo levantan a zarandeos. A Yuma le cuesta sostenerse,


por fin ve la cara del felino que se ríe de su estado. Es el
encargado del Oeste, Ajbej. Su mueca socarrona lo remite al
día en que Xel-há le asignó la tarea de viajar a la
farmacéutica. El tipo lo jala fuera de la cueva con su nueva
correa. La luz otoñal lastima las pupilas acostumbradas a la
oscuridad de las últimas horas. Su padre está de rodillas en
el suelo, al otro lado del río. Los dientes de los jaguares han
dejado heridas expuestas en su espalda y sus ojos dilatados
le dicen que la droga que casi lo vuelve loco, tendrá efectos
secundarios a corto y medio plazo.

Frente a Quillian, Ravieri habla con aspavientos que


Yuma no comprende. A su lado, su marido se ve
recompuesto, mantiene las manos en jarras, como si poco
tiempo atrás no hubiera estado inconsciente y al borde de la
muerte. Yuma se ríe para sus adentros. Lo fingió. Habían
caído en la trampa de los Balam.

Cuando Zamil hace un movimiento de cabeza, el


hombre que lo custodia empuja a Yuma para cruzar por las
lunas salientes. Yuma cierra los ojos al saltar por las piedras.
El destello de una imagen aparece tan rápido como llega: él
y la corriente. La visión lleva asociada una orden, algo que
pulsa en su inconsciente y le pide escapar.

Aprieta los párpados buscando más pistas. Le responde


la luz roja que se ve detrás dela final piel que cubre sus ojos
¿Cómo va a escapar? Ravieri es el enlace con el Senado y
los crímenes de Quillian son innegables. La única esperanza
es que los senadores investiguen a fondo y descubran que
detrás de la pérdida de control de Quillian hay mucho más
que un arrebato animal.

Al llegar al otro lado, una patada en las corvas lo tira de


rodillas al suelo. Cae al lado de Quillian. Se gira a verlo y un
mutuo entendimiento se refleja en sus facciones. Se sonríen
con pesadumbre.

—No pueden acusarte por mis crímenes —dice Quillian,


luego mira en dirección a Ravieri—, tendrás que dejarlo en
paz.

—Eso lo decido yo.

Los dedos de Zamil toman el mentón de Yuma y lo


obligan a ver en su dirección. El hombre que emanaba el
aroma de los veranos ahora supura el del hierro de la
sangre. El cabello negro se le pega a la cara por el sudor.
Acerca su boca a la suya y en sus ojos hay una rabia que
nunca le vio antes.

—Es tu última oportunidad, Yuma. Elígeme y perdonaré


tus fallos.

—¿Lo haces por compasión o porque te crees un


salvador, Zamil?
Los dientes del jaguar trinan y el agarre entre su dedo
índice y pulgar aumenta en fuerza.

—Egoísmo. Te quiero…

Yuma quiere echarse a reír. Se limita a ladear el rostro,


muestra su cuello acompañado de una sonrisa. Su marido
cierra los ojos y lo empuja.
—Tú te condenaste solo. Vámonos.

Uxmal empuja a Quillian mientras Ajbej lo hace con


Yuma. Caminan durante minutos por el bosque, pasan
detrás de la sala comunal y Zamil evita por completo la
explanada.

El olor que deja el caos pica en la nariz de Yuma. El


perfume de madera húmeda le dice que el fuego ha sido
controlado. El largo puente se ve a lo lejos y dos figuras en
la entrada del mismo los esperan.

—Tú no… —exclama con un graznido irónico. Ver a


Ellian al lado del líder de los Balam termina por
resquebrajarle el último indicio de esperanza.
Si es que había albergado siquiera un poco.

Yuma mira por encima de su hombro a Ravieri y se


pregunta desde cuándo está del lado de los Balam ¿Desde
los ataques en la ciudad? ¿Desde que llegaron para la boda
y lo convencieron de alguna manera? Ahora Ellian también
¿Qué acaso los Balam tenían alguna feromona o táctica
especial para convencerlos a todos, él incluido, para
seguirlos?

Llegan al inicio del puente y el séquito de jaguares


hace una reverencia a su líder antes de avanzar por los
tablones. Yuma se jala de las cuerdas solo para acercarse
más a Ellian, no tiene ni siquiera que pronunciar una
palabra, sabe que sus ojos destellan de rabia.

—Te pedí que no la lastimaras —murmura Ellian


mirando hacia el suelo—. Fue lo único que te pedí.

Yuma asiente con una sonrisa irónica, el jaguar lo jala


del collar de cuerdas y lo fuerza a volver a la fila. Luego de
lo sucedido el día de hoy, Yuma cree que ya nada puede
sorprenderlo. En este punto no podría confiar ni en su propia
sombra.
«Al menos Ashdia estará feliz de haber sido la elegida.
Bastarda con suerte».

—Una recepción maravillosa, Blackwood —dice Xel-há


cuando los dos cambiantes de luna pasan frente a él. —
Invitados muertos, representantes de manada heridos, la
novia ensangrentada. Las fiestas de los Moonlight seguro
son memorables.

—Igual que las obras de teatro que interpretan los


Balam —escupe Yuma sosteniendo la mirada de Xel. El Alfa
hace un ademán para que se detenga. Se acerca, su rostro
impasible, sus zancadas tan suaves que si caminase sobre
agua apenas crearía ondas. Encara a Yuma.

El jaguar ladea el rostro, entorna los ojos mirando a su


lado. Estira la mano y sus cálidos dedos delinean el
contorno de su oreja hasta llegar al lóbulo. Introduce el dedo
índice en la argolla que representa al Dios Arav. Yuma
aprieta la mandíbula.

—Nunca debiste usarlos —dice al arrancarlo.

El ardor produce lágrimas que escuecen y se quedan


atrapadas en las pestañas del mestizo.

—Entonces no debiste prostituir a tu hermano, ¿O es


que acaso estás celoso?

La tensión del músculo en el cuello de Xel-há parece


palpitar. A pesar de ello, ignora a Yuma y pone la argolla a
contraluz. La banda enmarca la figura de Zamil. Xel se ríe
como si tuviera algo atascado en la garganta y se guarda el
arete ensangrentado en el bolsillo. Luego se gira y encabeza
la procesión puente adelante.

Yuma va detrás de Quillian, a su flanco tiene a Ravieri y


detrás a Zamil. Se fija en las tablas del puente, en el
entramando de cuerdas que sirven de contención. El
espacio es tan estrecho que no caben más de tres personas.
Aunque están al aire libre, con el cielo sobre ellos y el río
debajo, el mestizo encuentra respirar más difícil que si
estuviera encerrado en una caja de cartón. Mira hacia
adelante, al largo tramo que aún les falta por recorrer y
siente que los próximos pasos lo acercan a la muerte. Una
vez que dejen el territorio Moonlight estarán a merced de
los Balam. Podrían intentar escapar en algunas de las
escalas que inevitablemente tendrán que hacer. ¿Pero
entonces qué? Serán fugitivos y solo darán más razones al
Senado y al resto de manadas para acusarlos y negarles un
juicio con una investigación a profundidad.

Además, en territorios desconocidos encontrar aliados


será más difícil y el estado del cuerpo de Yuma no augura
que sea capaz de enfrentarse a más enemigos. Está
exhausto. La mordida aun palpita dolorosa y, aunque la
herida que le hizo Ashdia parece haber cicatrizado,
amenaza con volverse a abrir.

El vínculo lo llama. Quema con urgencia por el hilo que


ahora los une en mutuo acuerdo. A Yuma le fallan las
piernas, Ravieri lo sostiene con brusquedad.
Es la primera vez que siente a su padre tan nítido, los
vellos de su nuca se erizan en reconocimiento. Traga a
punto de echarse a llorar, por fin todos sus sentidos están
en la sintonía de vinculados y duele saber que lo primero
que se transmiten es un intento de confort que no se
corresponde con la realidad. «Confía. Lo siento. Mantente a
salvo. Te quiero». No son palabras, son puro sentir, son
oleadas de amor y angustia que vibran entre ambos con
una frecuencia que solo la cuerda que los une puede emitir.

«Confía. Lo siento. Mantente a salvo. Te quiero»


«No. No. No.»

Yuma no sabe qué está pidiendo, solo sabe que no


quiere alejarse de él ni ahora ni nunca. Y que, sin embargo,
eso es lo que está escrito si quieren salir de esa.

—A pesar de no haber contado nunca con mi estima,


Ravieri, pensé que jamás traicionarías a los Moonlight —dice
Quillian sin voltearse.

—Y no lo he hecho —contesta el otro, petulante—. Tu


padre entendía mejor que tú en qué consiste proteger a los
nuestros. Jamás habría permitido la apertura al territorio
humano. Una blasfemia para tu legado, Blackwood. Solo
estoy arreglando tus errores.

—Así que eso hizo que te confabularas con esos gatos


de los que no has hablado más que pestes —dice girando el
rostro. Pese a las magulladuras y la sangre, luce una sonrisa
burlesca que muestra sus colmillos.
—No le recomiendo montar otro numerito, Alfa
Blackwood —oye Yuma decir a Xel-há y ve como el cuello de
Quillian es asido hacia el frente—. O tendremos que
aplicarle uno de nuestros medicamentos.

—¿Y tu objetivo es? —pregunta Quillian—. A ninguno de


los clanes les favorece otra guerra.
—¿Hipócrita o solo falto de memoria? —cuestiona Xel
con una voz cantarina que causa escalofríos a Yuma,
aunque el jaguar quede fuera de su campo de visión—. Los
Moonlight culparon hace muchos años a un cambiante de
Sol para evitar un conflicto interior. Demostraron que no les
importaba nadie más que sí mismos. ¿No recuerdas al
jaguar al que señalaron como responsable? No me
sorprende. No me parezco mucho a mi padre.

—Así que esto es venganza.

—Oh, vaya… no. Carezco de tiempo para perderlo en


disputas personales. Esto, como bien señaló el senador, es
por un bien mayor.

El corazón de Yuma retumba en su pecho como loco,


siente la adrenalina de Quillian y la mezcla con el temor.
Podría perder el control de nuevo, podría empeorarlo todo, y
Yuma comprende sus dudas. «Hazlo. Amaré todas las partes
de ti» declara.

Lo siguiente es la forma colosal del lobo negro


irrumpiendo en el puente, zarandeando con tal fiereza que
todos se han ido al suelo.
Ellian corre en su forma lobo hacia Yuma y muerde sus
cuerdas para liberarlo.

Yuma no se pone en pie, se gira a gatas. Su madre le


lame el rostro y él alcanza a acariciar su pelaje antes de que
Ravieri la pesque del cuello y se lance sobre ella entre
mordidas y arañazos. La sangre en su pelo blanco y el
chillido que emite la loba congelan a Yuma en su sitio.
«¡Corre!» demanda la voz de sus premoniciones. Antes
de que suceda, Yuma lo ve. Ve al encargado del oeste
hincándole los colmillos en la yugular. Aparta la visión, no
debe dejar que se haga realidad. Mira hacia atrás, ambos
jaguares vienen hacia él. Se da la vuelta: el puente ondea
sobre el río y cuesta ponerse en pie.

Yuma se lanza hacia la derecha, intentando aferrarse a


la barandilla. Unas garras lo toman por el tobillo y lo tiran de
vuelta al suelo.

—Si te lanzas… —es Zamil, el rostro desencajado,


intenta ponerse en pie, pero el movimiento ayuda a Yuma a
evitarlo. Forcejean—. Morirás por la corriente. No lo hagas.

Es una frase rota y desesperada. Puede que sea una


petición silenciosa y de fidedigna preocupación. A Yuma no
le importa. Tira del agarre, las zarpas se clavan en su talón.

Hay un brillo en sus pupilas, el mismo que cubría sus


ojos como una estela cuando hacían el amor. Puede que la
mentira de ambos, en algún segundo sincronizado, fuera
algo parecido al cariño. Ya no importa.
—Por favor… no —implora Zamil.

Escucha gruñir a los lejos a Xel-há, las tablas crujen, el


olor de la sangre y las feromonas de dos alfas enzarzados
en una confrontación aceleran el pulso de Yuma.

—¡No lo pienses! ¡Solo salta! —dice Quillian con la voz


entre la bestia y el hombre.

Yuma patea en la cara a su esposo, este gruñe


exasperado al soltarlo en el último momento.

Yuma ve el camino de sangre, a Ellian inmóvil y


maldice. No puede hacer nada por nadie. Salta de espaldas
al vacío. Los nubarrones se difuminan con la caída, jala el
aire y el impacto del agua contra sus oídos no acalla el
lastimero aullido de Quillian. Siente ira mezclada con la
amarga separación.

También quiere aullar y llorar su pérdida.

Cierra los ojos y deja que la fuerza del río haga con él lo
que quiera. Su cabeza golpea contra troncos que la
corriente arrastra de la misma manera que a él y siente los
encontronazos de su cuerpo chocando contra piedras. La
herida sangra y deja un camino de despedida, un hilo de
color bermellón que promete volverlos a reunir.

El puente se ve difuso desde el agua, cada vez más


lejos.

Se aferra a la rabia para sobrevivir, para encontrar


fuerzas. La traición de los Balam no se quedará así. Ojo por
ojo, diente por diente.

CONTINUARÁ
Agradecimientos:
Gracias, lectora querida, por llegar hasta aquí. Sin ti
esta historia no hubiera sido posible.

Esclavo del Deseo nació una tarde del año 2018,


estaba escribiendo el segundo capítulo de un fanfiction
omegaverse cuyo título era: Que te jodan, biología y la frase
brilló ante mí como un tesoro. Hasta ese momento los
fanfics omegaverse estipulaban que las feromonas no
afectaban a familiares y me pregunté qué pasaría si esa
“ley” fallaba en mi universo y detonaba una atracción tabú.
El resto fue deslizarse por un tobogán con mantequilla.
Comencé a escribir por el puro placer de sacarlo de mi
sistema, convencida de que nadie estaría interesado en una
trama con estas características. Puedes comprobar, por el
material que tienes en las manos, que eso fue un error de
cálculo. Fue una sorpresa pensar: ¡Estoy enferma, pero no
sola!

Y eso, querida, no tiene precio.

Ha sido una novela complicada, a la inherente


complejidad que acompaña cualquier proceso creativo, se
sumó la dificultad de compartirla en páginas de lectura
online, porque incumplía las normas, también el de
conseguir lectores beta, correctores, ilustradores y otros
profesionales que son parte de la cadena de producción de
un libro.
Por eso en este apartado es para agradecer a quienes
tomaron al toro por los cuernos y no tuvieron problema en
asistirme. Primero a Jonaira Campagnulo, gracias por
ayudarme a sentar las bases de la historia y darme el
empujón para adentrarme en el mundo de la manada
Moonlight.

Gracias Alicia Pérez Gil, directora en La Escribeteca,


porque de no ser por tu tutoría y acompañamiento
constante no sé para dónde hubiera ido el pobre de Yuma y
por consecuente para dónde hubiera ido yo (Algo que me
dice que a la locura). Me has ayudado a crecer como
escritora, para mí hay un antes y un después de esta novela
y de nuestro trabajo juntas. Infinitas gracias.

Mis adoradas ilustradoras, ha sido un camino largo y un


poco irregular pero sin ustedes este libro no se vería como
se ve: Okamiou Shinnata, Yuma brilla en tus manos y desde
que conocí tu trabajo quise que fueras la ilustradora de
Quillian. Gracias por comprometerte con mis muchachos.
Karu Dsu, gracias por ayudarme cuando me sentía perdida,
por poner tanta ilusión y esfuerzo en el proyecto, tus
palabras han alentado mi trabajo y tus ilustraciones lo han
embellecido. Y por último a Flower Raven, ilustradora
vietnamita a la que conocí por sus preciosos fanarts de
Good Omens y que ha sido un sueño poder tener su arte en
un libro de mi autoría.

¡Gracias a todas!
Cómplice de placer
Los gemelos Wolfgang están en el medio de una lucha
por el poder del Norte Nevado. Las leyes son claras: solo
uno puede gobernar y para ser candidato al puesto de Alfa
este deberá desposarse con una omega fértil.

Sentimientos escondidos afloran con una pasión capaz


de derretir los más gruesos témpanos de hielo. Secretos
hacen que el futuro de ambos tambalee en el filo de un
precipicio y la aparición de dos omegas que alborotan los
celos hasta en los alfas más férreos podrán ser la perdición
para un par de hermanos que han trasgredido la línea del
amor fraternal.

Pasión, deber, instinto ¿Cuál de ellos se alzará por


encima del aullido que llama a la batalla?
El viaje no ha terminado
Yuma tiene ante él la misión más complicada de su vida
y sus habilidades como restrictor no serán suficientes para
ir en contra del clan del sol. Ahora, más que nunca, debe
asumir su papel como el omega de la manada Moonlight. Ya
no es el cachorro que intenta seguir los pasos de su
fallecida madre, es la pareja del Alfa líder y la situación le
exige trazar su propio estilo de liderazgo. Su gente lo
necesita.

Una nueva manada, un territorio inexplorado y una


familia en el Norte Nevado a la que no conoce, se
convertirán en su única opción para salvar a su padre y al
resto de cambiantes de los planes de Xel-há.

Reúnete con otras lectoras de EDD y haz más corta la


espera de la segunda parte con un regalo que tengo para ti
en:

https://www.gavifigueroa.com/esclavo-del-deseo-extra

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