Cápsula 3-Unid1
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El continente latinoamericano fue especialmente afectado por la crisis del capitalismo internacional
en 1930, en tanto las economías centrales redujeron significativamente sus demandas de bienes
primarios, principal fuente de excedentes externos para nuestras economías. Esa contracción de la
demanda de alimentos y materias primas afectó la capacidad latinoamericana de importar productos
manufacturados; e impactó negativamente sobre los ingresos públicos, altamente dependientes de
los impuestos al comercio exterior. También incrementó la incidencia del endeudamiento externo
para estados con ingresos fiscales en franca retracción.
La respuesta de las economías latinoamericanas con mercados nacionales más o menos amplios y/o
con alguna base industrial previa (Brasil, México, Argentina, Chile, Uruguay), fue el inicio de un
proceso, en un primer momento sin planificación estatal, de sustitución de los bienes industriales que
hasta entonces se exportaban, por bienes producidos localmente, proceso que se prolongaría hasta
mediados de la década de 1970. En aquellos países donde la insuficiencia del mercado interior
tornaba inviable la industrialización por sustitución de importaciones, igualmente fue necesario
avanzar hacia un proceso de sustituciones agrícolas para garantizar el abastecimiento de alimentos en
economías que hasta entonces eran escasamente diversificadas, incluso en lo relativo a la producción
de bienes primarios.
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Los mencionados cambios en el nivel de la estructura económica produjeron, a su
vez, significativos cambios en el nivel de la estructura social, en especial por el
crecimiento de la clase obrera y por el incremento de los procesos de
urbanización.
El modelo ISI presenta, sin embargo, un conjunto de fragilidades: en primer lugar, al no reducirse la
brecha tecnológica con los países centrales, la demanda de maquinarias para la industria tendía a
agudizar los problemas en la balanza de pagos, situación que se agravaba aún más por las necesidades
de importar energía para la industria en aquellos países latinoamericanos que no producían petróleo.
En segundo lugar, la escala de los mercados nacionales se tornaba insuficiente para garantizar la
rentabilidad y competitividad internacional del sector industrial, incrementando las necesidades de
protección estatal. Todo ello generaba cuellos de botella y recurrentes crisis del modelo, aunque no
necesariamente terminales.
Ahora bien, con esas fragilidades y consecuentes crisis se articulaban intereses contrarios
al modelo ISI, en especial de los sectores vinculados a la economía primario exportadora, afectados
por reasignaciones de recursos que los estados industrialistas promovían. Cuando a mediados de la
década de 1970 se articularon potentemente muchos de estos factores, el ataque al modelo ISI
generaría una crisis irreversible y una profunda reconversión de las estructuras económicas.
El principal motor del proceso de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) fue el
estímulo al consumo en el mercado interno, y una herramienta fundamental fue la protección a las
industrias nacionales. El proceso ISI tuvo, asimismo, significativo impacto en el desarrollo de la clase
obrera y del empresariado industrial.
Con temporalidades más o menos cercanas, la crisis de la dominación oligárquica cedía paso a dos
alternativas opuestas: la ampliación de la democracia o la instauración de dictaduras. Si como señala
Ansaldi, a la dominación oligárquica le aplica la metáfora de “mano de hierro en guante de seda”, la
primera alternativa apuntaba a neutralizar esa “mano de hierro” y la segunda sólo a despojarla del
“guante de seda”. Se trataba, sin embargo, de dos alternativas mucho más inestables en comparación
con los ordenamientos oligárquicos: la primera por la impugnación de las élites, las cuales no
renegaban de los comportamientos disruptivos respecto a la legalidad vigente, y contaban, además,
con suficientes recursos de poder para garantizar el éxito de tales comportamientos; la segunda
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porque la necesidad de los gobiernos dictatoriales de barrer con todas –o casi todas- las formas
democráticas desnudaba una dominación mucho más frágil que la oligárquica
El desarrollo en América Latina del Estado de compromiso, versión un poco más modesta del
estado de bienestar de los países desarrollados en esa misma etapa, es precisamente producto de esa
confluencia de procesos. En primer lugar, porque el desarrollo del mercado interno, la respuesta a las
demandas de la clase obrera y la protección de la industria local requerían de un estado regulador,
intervencionista e incluso empresario, el cual necesitaba, a su vez, compatibilizar un conjunto de
intereses en parte convergentes y en parte divergentes. En segundo lugar, porque la ampliación de la
democracia tarde o temprano ubicaba en el centro de la escena a las demandas de los sectores
populares.
La capacidad de inclusión social es, en ese marco, una característica distintiva del Estado de
compromiso. En los países más grandes del continente (Brasil, México, Argentina) a esa capacidad de
inclusión social, los estados añadieron una mediana –nunca absoluta- capacidad de penetrar la
autonomía de las organizaciones sociales representativas de grupos populares. La confluencia entre
esas dos capacidades en el contexto del proceso ISI constituye un aspecto central para caracterizar a
un estado como populista.
Ahora bien, este tipo de estado, promovido por gobiernos populistas (Lázaro Cárdenas en México,
Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil) persistió incluso durante gobiernos anti populistas. Si el
estado populista constituye la principal forma política de una industrialización desarrollista mercado
internista, en la larga etapa transcurrida entre 1930 y 1975 actuaron también poderosos grupos en el
patrocinio de otros dos modelos: un segundo desarrollismo fundado más en la sobre explotación de la
mano de obra que en el estímulo al consumo; y aquellos sectores que propugnaban la reprimarización
de la economía.