Naturaleza Del Culto Mariano

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La Santa Sede

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 22 de octubre de 1997

Naturaleza del culto mariano

1. El concilio Vaticano II afirma que el culto a la santísima Virgen «tal como ha existido siempre en
la Iglesia, aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración, que se da
al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy
poderosamente» (Lumen gentium, 66).

Con estas palabras la constitución Lumen gentium reafirma las características del culto mariano.
La veneración de los fieles a María, aun siendo superior al culto dirigido a los demás santos, es
inferior al culto de adoración que se da a Dios, y es esencialmente diferente de éste. Con el
término «adoración» se indica la forma de culto que el hombre rinde a Dios, reconociéndolo
Creador y Señor del universo. El cristiano, iluminado por la revelación divina, adora al Padre «en
espíritu y en verdad» (Jn 4, 23). Al igual que al Padre, adora a Cristo, Verbo encarnado,
exclamando con el apóstol Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Por último, en el mismo
acto de adoración incluye al Espíritu Santo, que «con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria» (DS, 150), como recuerda el símbolo niceno-constantinopolitano.

Ahora bien, los fieles, cuando invocan a María como «Madre de Dios» y contemplan en ella la
más elevada dignidad concedida a una criatura, no le rinden un culto igual al de las Personas
divinas. Hay una distancia infinita entre el culto mariano y el que se da a la Trinidad y al Verbo
encarnado.

Por consiguiente, incluso el lenguaje con el que la comunidad cristiana se dirige a la Virgen,
aunque a veces utiliza términos tomados del culto a Dios, asume un significado y un valor
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totalmente diferentes. Así, el amor que los creyentes sienten hacia María difiere del que deben a
Dios: mientras al Señor se le ha de amar sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el
alma y con toda la mente (cf. Mt 22, 37), el sentimiento que tienen los cristianos hacia la Virgen
es, en un plano espiritual, el afecto que tienen los hijos hacia su madre.

2. Entre el culto mariano y el que se rinde a Dios existe, con todo, una continuidad, pues el honor
tributado a María está ordenado y lleva a adorar a la santísima Trinidad.

El Concilio recuerda que la veneración de los cristianos a la Virgen «favorece muy


poderosamente» el culto que se rinde al Verbo encarnado, al Padre y al Espíritu Santo. Asimismo,
añade, en una perspectiva cristológica, que «las diversas formas de piedad mariana que la Iglesia
ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las circunstancias de
tiempo y lugar, y según el carácter y temperamento de los fieles, no sólo honran a la Madre.
Hacen también que el Hijo, Creador de todo (cf. Col 1, 15-16), en quien "quiso el Padre eterno
que residiera toda la plenitud" (Col 1, 19), sea debidamente conocido, amado, glorificado, y que
se cumplan sus mandamientos» (Lumen gentium, 66).

Ya desde los inicios de la Iglesia, el culto mariano está destinado a favorecer la adhesión fiel a
Cristo. Venerar a la Madre de Dios significa afirmar la divinidad de Cristo, pues los padres del
concilio de Éfeso, al proclamar a María Theotókos, «Madre de Dios», querían confirmar la fe en
Cristo, verdadero Dios.

La misma conclusión del relato del primer milagro de Jesús, obtenido en Caná por intercesión de
María, pone de manifiesto que su acción tiene como finalidad la glorificación de su Hijo. En efecto,
dice el evangelista: «Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su
gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2, 11).

3. El culto mariano, además, favorece, en quien lo practica según el espíritu de la Iglesia, la


adoración al Padre y al Espíritu Santo. Efectivamente, al reconocer el valor de la maternidad de
María, los creyentes descubren en ella una manifestación especial de la ternura de Dios Padre.

El misterio de la Virgen Madre pone de relieve la acción del Espíritu Santo, que realizó en su seno
la concepción del niño y guió continuamente su vida.

Los títulos: Consuelo, Abogada, Auxiliadora, atribuidos a María por la piedad del pueblo cristiano,
no oscurecen, sino que exaltan la acción del Espíritu Consolador y preparan a los creyentes a
recibir sus dones.

4. Por último, el Concilio recuerda que el culto mariano es «del todo singular » y subraya su
diferencia con respecto a la adoración tributada a Dios y con respecto a la veneración a los
santos.
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Posee una peculiaridad irrepetible, porque se refiere a una persona única por su perfección
personal y por su misión.

En efecto, son excepcionales los dones que el amor divino otorgó a María, como la santidad
inmaculada, la maternidad divina, la asociación a la obra redentora y, sobre todo, al sacrificio de
la cruz.

El culto mariano expresa la alabanza y el reconocimiento de la Iglesia por esos dones


extraordinarios. A ella, convertida en Madre de la Iglesia y Madre de la humanidad, recurre el
pueblo cristiano, animado por una confianza filial, a fin de pedir su maternal intercesión y obtener
los bienes necesarios para la vida terrena con vistas a la bienaventuranza eterna.

Saludos

Me complace saludar ahora a los peregrinos de lengua española. De modo particular, a las
Religiosas Misioneras de Santo Domingo, a los miembros del Institut industrial de Terrassa, a los
fieles de Oropesa, España, así como a los demás grupos de México, Argentina y Costa Rica. A
todos os invito a acudir con confianza a María, Madre de la Iglesia y Madre de la humanidad,
mientras os imparto con afecto la bendición apostólica.

(En italiano)
Como sabéis, el domingo pasado proclamé Doctora de la Iglesia a santa Teresa del Niño Jesús y
de la Santa Faz. A vosotros, queridos jóvenes, la propongo como auténtica maestra de fe y de
vida evangélica; a vosotros, queridos enfermos, como modelo de sufrimiento cristiano; y a
vosotros, queridos recién casados, como ejemplo de amor vivido en la existencia diaria.

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