A Un Siglo Del Muralismo
A Un Siglo Del Muralismo
A Un Siglo Del Muralismo
A 100 años de la irrupción del muralismo, es importante tener presente que no se trató, ni
de lejos, de un movimiento homogéneo; cada uno de las y los artistas brindó una
perspectiva única, estilos y temáticas particulares.
Arranca el movimiento
Entre los recintos cuyos muros fueron ofrecidos para esta empresa se encontró el
extemplo de San Pedro y San Pablo, edificio que actualmente ocupa el Museo de las
Constituciones; ahí se halla el mural “El árbol de la vida”, pintado por Roberto Montenegro
en 1921 y considerado por algunos especialistas como la primera obra del movimiento
muralista mexicano.
Para Hoyos Galvis, Roberto Montenegro inauguró la representación del cuerpo pictórico
del hombre en el arte revolucionario a través de una imagen en la que el cuerpo masculino
era “amenazado por la penetración femenina”[4]. Según apunta el autor, el San Sebastián
de Montenegro contradecía el imaginario del cuerpo masculino, vigoroso y saludable
como el cuerpo de la nación; por ello, dicho cuerpo nacional estaba vinculado con la
exclusión de la feminidad del cuerpo del hombre, razón por la que la representación final
del mural mostró a un caballero viril, blindado por una armadura y desvinculado de
cualquier signo de feminidad: “El afeminamiento del cuerpo se convierte en un elemento
indeseado que debía ser sepultado y excluido del espacio público. El cuerpo masculino
debía funcionar como un actor activo con el fin de reproducir el cuerpo ideal de la
nación”[5].
Cabe mencionar que esta obra forma parte del primer momento de la producción del
muralismo mexicano, que se caracterizó por seguir temáticamente las ideas de José
Vasconcelos; es decir, estas primeras obras poseían un marco ideológico y estético
delimitado por el misticismo, lo metafísico, las alegorías a los mitos cristianos y alusiones
al ocultismo[6]; además, contaban con una fuerte carga simbólica y obedecían a las ideas
del mestizaje y la integración nacional.
El giro político del muralismo se ubica en un segundo grupo de obras caracterizadas por
alejarse de los planteamientos vasconcelistas. Este distanciamiento ideológico respondía a
las preocupaciones de los artistas sobre el arte y su función social, las cuales se vieron
expresadas en el Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores, texto
que ubica al muralismo dentro de la tradición de las vanguardias artísticas.
Por otro lado, el edificio sede de la Secretaría de Educación Pública (Antiguo Convento de
Santa María de la Encarnación del Divino Verbo) también fue parte del proceso de
alfabetización gráfica que representó el muralismo, y si bien, Jean Charlot, Amado de la
Cueva y Roberto Montenegro plasmaron su obra allí, fue Diego Rivera quien abarcó la
mayor parte de los muros y por ende de quien mayor obra pictórica hay en el recinto. Este
tipo de acaparamiento por Rivera hizo que Siqueiros lanzara severas críticas a su labor
como artista e incluso lo descalificara llamándolo “oportunista”, “contrarrevolucionario” y
“pintor de cámara del gobierno”[8].
La mayoría de las obras generadas en estos recintos respondían a la idea de un arte de
carácter social que tenía en el centro a la identidad nacional, al introducir en sus temáticas
los movimientos campesinos e indígenas, el pasado mesoamericano, el enaltecimiento de
algunos pasajes de la historia, las artes populares, las denuncias de los abusos del poder y
la caricaturización de la burguesía. Si bien hubo un grupo de obras generadas por los
muralistas que respondían a los esquemas estéticos e ideológicos de Vasconcelos basados
en sus ideas sobre la raza cósmica y el mestizaje; hubo también un grupo de obras que se
aproximaron a un arte político con el que comúnmente es asociado el movimiento
muralista.
Este mismo manifiesto añadía: “Los creadores de belleza deben esforzarse porque su labor
presente un aspecto claro de propaganda ideológica en bien del pueblo, haciendo del arte,
que actualmente es una manifestación de masturbación individualista, una finalidad de
belleza para todos, de educación y de combate”.
Mujeres muralistas
Lejos de lo que las narrativas masculinistas indican, la triada de hombres que siempre es
aludida cuando se habla de muralismo no fue ni de lejos la única protagonista de este
movimiento. Otros artistas varones que tuvieron una destacada participación han quedado
minimizados frente al interés sobre las obras de Rivera, Orozco y Siqueiros, pero fueron
principalmente las mujeres creadoras las que quedaron relegadas al olvido; sin embargo,
en años recientes connotadas investigadoras se han encargado de sacar del anonimato a
estas grandes artistas.
A decir de la historiadora Dina Comisarenco, artistas como Aurora Reyes, Elena Huerta,
Marion Greenwood, Elvira Gascón, Fanny Rabel, Rina Lazo, Electa Arenal, entre otras,
participaron activamente en el movimiento muralista a pesar de los múltiples obstáculos y
dificultades que experimentaron. Sin embargo, debido a sus talentos y perspectivas
logaron enriquecer al movimiento muralista tanto en el ámbito temático como expresivo.
Un ejemplo de esto, como menciona Comisarenco, es que obras de mujeres muralistas
como Leonora Carrington y Lilia Carrillo demostraron que el movimiento muralista poseyó
una dimensión temática y estética que no se limitaba al nacionalismo y el realismo, pues
estas pintoras produjeron obras murales inscritas en el surrealismo y el arte abstracto,
respectivamente; asimismo, las representaciones elaboradas por las muralistas daban a las
mujeres papeles activos y protagónicos en oposición al lugar pasivo y estereotípico que los
muralistas hombres daban a las mujeres en sus obras pictóricas[10].
Una de las obras más famosas de Aurora Reyes se encuentra en el Centro Escolar
Revolución y es titulada "Atentado a las maestras rurales"; este mural, que refleja algunas
preocupaciones de Reyes: la educación y la lucha por mejorar las condiciones laborales de
las mujeres trabajadoras, está inspirada, según apunta Comisarenco, en una matanza de
maestros rurales que tuvo lugar en San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, en 1936[11].
A 100 años de la irrupción del muralismo en las paredes de diversas instituciones públicas
de México, es importante tener presente que no se trató, ni de lejos, de un movimiento
reducido a unos cuantos artistas; si bien quienes formaron parte de él coincidieron en
algunas posturas en torno al arte público con conciencia social, cada uno de las y los
artistas brindó una perspectiva única, estilos y temáticas particulares. Si bien podemos
situar la década de 1920 como origen y establecimiento de las bases discursivas del
movimiento muralista, con el pasar de los años el muralismo se diversificó en sus
temáticas, formatos y lenguajes; además, múltiples artistas se sumaron a él dejándole su
impronta y convirtiéndolo en un movimiento diverso, nada homogéneo y en constante
tensión al no estar libre de conflictos y disputas ideológicas entre sus exponentes.
El movimiento muralista fue tan diverso que, por una parte, fue exportado a otras
latitudes (hoy es posible ver obras de grandes muralistas en diversas ciudades de Estados
Unidos y Latinoamérica); y por otra, diversos artistas provenientes del extranjero arribaron
a nuestro país atraídos por el movimiento, y dejaron en él su particular estilo, algunos
ejemplos de ello fueron las hermanas Marion y Grace Greenwood, Pablo O´Higgins y
Carlos Mérida. Asimismo, los muros que fungieron como lienzo para las obras de los
muralistas no se limitaron a las de los recintos institucionales; sino que hubo una gran
variedad de espacios: paredes de balnearios, pulquerías, mercados, hoteles, etc.
Esta diversidad de actores, espacios y temáticas nos invita a revisitar la historia del
muralismo a la luz de nuevas perspectivas que nos permitan repensarlo también como un
discurso histórico que legitimó un orden político y una forma de mexicanidad; además,
miradas renovadas podrían desarticular posturas generalizantes, homogenizantes y
masculinistas que se han alzado como la única historia oficial del muralismo y que reducen
su devenir a lo largo de un siglo a la narrativa de los “Tres grandes” (Rivera, Orozco y
Siqueiros), eclipsando de esta manera la diversidad de aportaciones que otros artistas,
principalmente mujeres, hicieron a este movimiento.
---
[1] Vasconcelos, José. (1921) Discurso pronunciado en el Día del Maestro. José
Vasconcelos y el espíritu universitario. Selección de textos y prefacio de Javier Sicilia.
UNAM 2001.
[3] Ortiz, Julieta. El árbol de la vida. Julieta Ortiz Gaitán, de Investigaciones Estéticas, habla
sobre esta obra. Gaceta UNAM, marzo 2022.
[4] Hoyos, Jairo. Los laberintos de la jotería. Una historia sexual de la estética mexicana
(1917-1934). University of Pittsburgh, 2016. p. 110.
[5] Hoyos, Jairo. Los laberintos de la jotería. Una historia sexual de la estética mexicana
(1917-1934). University of Pittsburgh 2016. p. 114.
[7] San Idelfonso, cuna del muralismo mexicano. Gaceta UNAM, marzo 2022. Disponible
en: https://bit.ly/3zujLXW
[8] Siqueiros, David Alfaro. "Diego Rivera pintor de cámara del gobierno de México."
Frente a Frente. Ciudad de México, no.3, mayo de 1935, p. 8.
[9] Mandel, Claudia. Muralismo mexicano: arte público, identidad, memoria colectiva.
ESCENA. Revista de las artes, vol. 61, núm. 2, 2007, pp. 39. Universidad de Costa Rica
[10] Cfr. Comisarenco, Dina. Mujeres Muralistas. Revista La bola, núm. 16, 2022.
[11] Mirkin, Dina Comisarenco. “Aurora Reyes’s ‘Ataque a La Maestra Rural’: The First
Mural Created by a Mexican Female Artist.” Woman’s Art Journal 26, no. 2 (2005): 19–25.