La Revolución Relativista
La Revolución Relativista
La Revolución Relativista
EL ÉTER CÓSMICO
• La idea de un medio universal que lo penetra todo y llena el espacio entre y dentro de todos los
cuerpos materiales fue establecida firmemente en la ciencia física a fines del siglo XIX bajo el
nombre de "éter cósmico" de Huygens, este medio servía de vehículo para la propagación de las
ondas luminosas.
• Los trabajos de Maxwell llevaron a una síntesis mostrando que la luz era una onda
electromagnética que se propaga y suministró una elegante teoría matemática que enlazaba todos
los fenómenos de la luz, la electricidad y el magnetismo, pero fue imposible para los físicos
describir las propiedades de este misterioso medio universal, el éter, en los términos usados para
la descripción de medios materiales conocidos, tales como gases, sólidos y líquidos, y todos los
intentos en esta dirección llevaron a violentas contradicciones. Tuvo que ser el genio de Einstein
quien arrojase por la borda el viejo y contradictorio éter cósmico y sustituirlo por la extendida
noción de campo electromagnético, al que adscribió una realidad física igual a la de cualquier
cuerpo material ordinario.
LA VELOCIDAD DE LA LUZ EN LA TIERRA EN MOVIMIENTO
• En el año 1887, cuando Einstein tenía ocho años, el físico americano A. Michelson y su ayudante
E. W. Morley realizaron otro notable experimento. Si Fizeau pudo observar la influencia de una
corriente rápida de agua sobre la luz que se propaga a su través, se podría observar también el
efecto del movimiento de la tierra en el espacio sobre la velocidad de la luz medida en su
superficie. En efecto, la tierra se mueve en su órbita alrededor del sol a la velocidad de 30 km por
segundo y, por tanto, debe producirse un viento de éter soplando sobre su superficie y
probablemente también a través del cuerpo de la tierra, exactamente como en el caso de un
automovilista que conduce un coche abierto en un día sin viento. Midieron el tiempo de un viaje
redondo de la luz, en un caso propagándose en la dirección del supuesto viento del éter y, en otro
caso, propagándose perpendicularmente a él.
• Los haces de luz se movían siempre con una velocidad constante, independientemente de su
orientación. Por tanto: no existe movimiento relativo entre la tierra y el éter. Las
transformaciones de galileo no se cumplen en el caso de la luz. La velocidad de la luz es
siempre constante, independientemente del movimiento del foco emisor
Experimento de Michelson-Morley
• Albert Einstein se convirtió en el señor de la física moderna al cortar el etéreo nudo con
la agudeza de su lógica y arrojar los retorcidos trozos del éter cósmico por las ventanas
del templo de la ciencia física. Pero si no hay éter cósmico llenando todo el espacio del
universo, entonces no puede haber movimiento absoluto. Así —dice Einstein—
únicamente se puede hablar del movimiento de un cuerpo material respecto a otro o de
un sistema de referencia respecto a otro sistema de referencia y dos observadores,
situados cada uno en uno de estos sistemas de referencia, tienen el mismo derecho para
decir: "yo estoy quieto, el otro es el que se mueve." Si no hay éter cósmico que
suministre un sistema universal de referencia para el movimiento por el espacio, no
puede haber métodos para detectar tal movimiento y, de hecho, una afirmación referente
a ese movimiento debe ser rechazada como absurda físicamente. No es extraño, por
tanto, que Michelson y Morley, al medir en su laboratorio la velocidad de la luz en
diferentes direcciones, no pudieran detectar si su laboratorio y la tierra misma estaban o
no moviéndose en el espacio.
Recordemos las palabras de galileo:
• Enciérrese usted con algún amigo en la estancia más grande bajo la cubierta, de algún gran
barco y encierre también allí mosquitos, moscas y otras pequeñas criaturas aladas. lleve también
una gran artesa llena de agua y ponga dentro ciertos peces; cuelgue una cierta botella que gotee
su agua en otra botella de cuello estrecho colocada debajo. entonces, estando el barco quieto,
observe cómo estos pequeños animales alados vuelan con parecida velocidad hacia todas las
partes de la estancia, cómo los peces nadan indiferentemente hacia todos los lados y cómo todas
las gotas caen en la botella situada debajo. y lanzando cualquier cosa hacia su amigo, usted no
necesitará arrojarla con más fuerza en una dirección que en otra, siempre que las distancias
sean iguales, y saltando a lo largo, usted llegará tan lejos en una dirección como en otra.
Podemos parafrasear las palabras de Galileo para el experimento Michelson-Morley
del modo siguiente:
Enciérrese usted con un ayudante en un gran laboratorio sobre la tierra y encierre también fuentes de luz,
espejos y toda clase de instrumentos ópticos, y también toda clase de aparatos que puedan medir las fuerzas
eléctricas y magnéticas, corrientes y otras cosas. Entonces persuádase usted por un razonamiento lógico de
que si la Tierra está quieta la propagación de los rayos luminosos, la interacción de las cargas, imanes y
corrientes eléctricas no dependen de sus posiciones relativas y sus direcciones respecto a las paredes del
laboratorio. Suponga después que, como es verdad, la Tierra se mueve en torno al Sol y con el Sol en torno
al centro del sistema estelar de la Vía Láctea. Usted no será capaz de percibir la menor alteración en todos
los efectos anteriores y colegir por ellos si la Tierra se mueve o está quieta.
Así, lo que era verdad para las moscas, mosquitos, gotas de agua y objetos
arrojados sobre el hipotético barco de Galileo que navegaba a través de las aguas
azules del Mediterráneo resulta ser verdad también para las ondas luminosas y
otros fenómenos electromagnéticos sobre la Tierra moviéndose por el espacio.
Galileo podía saber fácilmente si su barco se movía respecto a la Tierra o no,
saliendo de su cabina cerrada a la cubierta y mirando el agua o la línea de la costa.
El espacio y el tiempo constituyen una sola dimensión, un solo tejido, y la gravedad no es otra cosa que
la deformación de ese tejido que tiene lugar por la presencia de las masa (y también de la energía). Esto
nos lleva a las consecuencias que tiene la Relatividad para la Mecánica newtoniana, que ya resulta
insuficiente desde la perspectiva del movimiento de los cuerpos celestes:
En la mecánica relativista, una masa de partículas en movimiento no permanece constante
como en el modelo newtoniano, sino que su masa aumenta al aumentar la velocidad. Por ello no
se podrá alcanzar nunca la velocidad de la luz, pues para alcanzarla habría que aplicar una
fuerza infinita, ya que la masa va aumentando a medida que avanza la velocidad (y se debe
vencer la fuerza de inercia creciente).
Según la 2ª ley de Newton, la acción continuada de una fuerza produce una aceleración. Pero si
imponemos un límite a la velocidad, c, la acción continuada de la fuerza ya no produce
aceleración, lo cual sólo puede explicarse si suponemos que la masa se incrementa con la
velocidad. Así, cuando v=c, la masa relativista debe alcanzar un valor infinito.
Las órbitas que describen los planetas son, pues, en realidad la expresión de la deformación del
tejido espacio-tiempo que se produce por la cercanía de una masa mayor.