Pena de Muerte. Revista

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LA PENA DE MUERTE EN LA CONVENCIÓN

AMERICANA SOBRE DERECHOS HUMANOS


Y EN LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE
INTERAMERICANA*

Sergio GARCÍA RAMÍREZ**

RESUMEN: En el presente artículo, el ABSTRACT: In the present article the author,


autor, a través del estudio de la Con- through the examination of the American Con-
vención Americana sobre Derechos vention on Human Rights, case law of the
Humanos y la jurisprudencia de la Inter-American Court on Human Rights and
Corte Interamericana y otros instru- other international conventions, discusses the
mentos internacionales sobre derechos most important decisions and criteria produced
humanos, discute los criterios y decisio- by said Court concerning the death penalty.
nes más importantes adoptadas por la The study of said materials allows the identi-
Corte Interamericana de Derechos Hu- fication of the reach and applicability of new
manos sobre la pena de muerte. El consulting opinions of the Court which are
estudio de los diversos convenios, con- against the death penalty. As shown in the es-
venciones, tratados y jurisprudencia say, in some cases it has been possible to see
internacional, permite conocer el alcan- some progress not so much in the form of the
ce y aplicabilidad de nuevas opiniones abolition of this kind of penalty, but in the form
consultivas que se manifiestan en con- of a more modest step, which is the limita-
tra de la pena de muerte; como se tion of the death penalty to cases of intentional
muestra en el ensayo, en algunos casos homicide.
se avanza no tanto con su abolición
sino con un paso pequeño pero impor-
tante, reservándola a los homicidios
dolosos, uno de los delitos más graves
dentro de los catálogos de delitos en los
Estados contemporáneos.

Palabras clave: derecho penal, penas, Descriptors: criminal law, penalties, case
jurisprudencia, justicia internacional. law, international justice.

* La presentación inicial de este tema, en una versión más reducida, fue hecha por el autor
en la conferencia principal del Seminario “The Death Penalty and Mexico-U.S. Relations. His-
torical Continuities and Present Dilemas”, University of Texas at Austin, el 14 de mayo del
2004.
** Investigador en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autó-
noma de México. Presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Boletín Mexicano de Derecho Comparado,


nueva serie, año XXXVIII, núm. 114,
septiembre-diciembre de 2005, pp. 1021-1088
1022 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

SUMARIO: I. Introducción y marco normativo. II. Artículo 4o. de la Con-


vención Americana sobre Derechos Humanos. III. Opinión Consultiva
OC-16/99. “El derecho a la información sobre la asistencia consular en el
marco de las garantías del debido proceso legal”. IV. Apéndice.

I. INTRODUCCIÓN Y MARCO NORMATIVO

En este trabajo me propongo exponer los criterios sustentados y las deci-


siones adoptadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos1 en
torno a la pena de muerte o a las cuestiones aledañas a esta sanción gra-
vísima, hasta agosto de 2004. No considero, pues, pronunciamientos que
pudiera emitir la corte con posterioridad a esta fecha, como sería la co-
rrespondiente a una posible Opinión Consultiva OC-20, solicitada en es-
te mismo año, cuyas interrogantes constan en un apéndice.
La pena capital constituye un asunto constante y notable en las
ocupaciones y preocupaciones de los juristas, y especialmente de los
penalistas. La obra más influyente en el desarrollo de las ideas y las
prácticas penales, Dei delitti e delle pene,2 fue redactada a la sombra de
la pena de muerte y contuvo un alegato vibrante en contra de ella.
Se ha dicho, con razón, que Beccaria “modificó las ideas de todo el
mundo civilizado acerca de la pena de muerte”.3 Nos encontramos,
pues, como ha señalado un tratadista ilustre, ante un tema radical en
el orden penal, que gravita sobre los restantes. Donde existe, la
muerte punitiva es una gota que inficiona el vaso del sistema penal.4

1 En lo sucesivo, la corte o la Corte IDH o el tribunal interamericano.


2 Beccaria, César, De los delitos y las penas, trad. de Juan Antonio de las Casas, est. introd. de
Sergio García Ramírez, ed. facsimilar de la edición príncipe en italiano, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 2000. El capítulo destinado al examen y la impugnación de la pena capital
(pp. 274 y ss.) se inicia con una reflexión presagiosa: “Esta inútil prodigalidad de suplicios, que
nunca ha conseguido hacer mejores a los hombres, me ha obligado a examinar si es la muerte
verdaderamente útil y justa en un gobierno bien organizado. ¿Qué derecho pueden atribuirse és-
tos para despedazar a sus semejantes?”, p. 274.
3 Mittermaier, De la peine de mort d´après les travaux de la science, les progrès de la législation et les ré-
sultats de l´expérience, París, Marescq Ainé, Libraire-Éditeur, 1865, p. 16.
4 Cfr. Beristáin, Anto nio, “Pro y contra de la pena de muerte en la política criminal contem-
poránea”, en varios autores, Cuestiones penales y criminológicas, Madrid, Reus, 1979, p. 579.
LA PENA DE MUERTE 1023

Siempre he militado en la corriente abolicionista.5 Sin embargo,


no pretendo insistir aquí en este parecer, que se halla, a mi juicio,
ampliamente sustentado, sino explicar la posición de la jurisprudencia
acuñada por la Corte Interamericana desde la perspectiva que le
compete. Sobre este punto, conviene tomar en cuenta que la Con-
vención Americana sobre Derechos Humanos,6 fuente de la compe-
tencia de la corte, no dispone la abolición de aquella pena, aunque
trabaja intensamente en ese sentido, como expondré adelante.7 Esa
posición, que apareció en algunos de los primeros pronunciamientos
de la corte, se explaya en varias opiniones consultivas y en diversos
casos contenciosos que darán contenido a estas notas. El tribunal se
ha referido a las disposiciones internacionales sobre pena de muerte,
en sentido estricto, y a normas referentes al debido proceso legal en
conexión con casos contenciosos en los que se desembocó o se podría
desembocar en la imposición de pena capital. Estas son las dos pers-
pectivas desde las que la Corte IDH ha contemplado el tema que
ahora me interesa.
Por lo que hace a textos internacionales, invocaré los mismos que
ha tomado en cuenta la corte, así como algunos otros que guardan
estrecha relación con esta materia, como son, principal, aunque no
exclusivamente: Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), De-
claración Americana de Derechos y Deberes del Hombre (1948),
Convención (europea) sobre Derechos Humanos y Libertades Funda-
mentales (1950),8 Convención Americana sobre Derechos Humanos
(1969), Carta Africana de los Derechos del Hombre y de los Pueblos
(1981), Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966),9
diversos protocolos correspondientes a la CADH,10 la CE11 y el

5 Mi posición constante sobre la pena capital figuró en el artículo “La pena de muerte” (edi-
ción de 1970) de mi Ma nual de pri sio nes. La pe na y la pri sión, 4a. ed., Mé xi co, Po rrúa, 1998,
pp. 239 y ss.
6 En adelante, la Convención Americana, la convención, el Pacto de San José o la CADH.
7 Cfr., principalmente, II, 2.
8 Citada también como CE o CEDH.
9 También citado aquí como PIDCP.
10 Protocolo a la Convención Americana sobre Derechos Humanos relativo a la abolición de
la pena de muerte, de 8 de junio de 1990; vigente el 28 de agosto de 1991.
11 Protocolo núm. 6, del 28 de abril de 1983, y Protocolo núm. 13, del 3 de mayo de 2002.
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PIDCP12 y salvaguardias aprobadas por el Consejo Económico y So-


cial de Naciones Unidas.13 Tendré presente, por motivos específicos,
la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares,14 en torno a la
cual se ha producido una importante opinión consultiva de la Corte
Interamericana, que menciono en el siguiente párrafo.
Traeré a colación dos opiniones consultivas emitidas por la Corte
Interamericana en el ejercicio de esta vertiente de su competencia,
que implica un campo de aplicación más amplio que el que suele co-
rresponder a otros tribunales internacionales:15 la Opinión Consultiva
OC-3/8916 y la Opinión Consultiva OC-16/99.17 Por lo que hace a
sentencias en asuntos contenciosos, examinaré, de manera especial,
las sentencias dictadas por la misma corte en los casos Hilaire, Cons-
tantine y Benjamín y otros.18 También he tomado en cuenta las sen-

12 Segundo Protocolo Facultativo al Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos,


destinado a abolir la pena de muerte, de 29 de diciembre de 1989.
13 Salvaguardias para garantizar la protección de los derechos de los condenados a la pena de
muerte, del 25 de mayo de 1984.
14 Convención sobre Relaciones Consulares, del 24 de abril de 1963.
15 Es común que los tribunales internacionales posean competencia consultiva, pero la asigna-
da a la Corte Interamericana —que ésta ha ejercido en forma muy apreciable— tiene mayor
amplitud que sus equivalentes en lo que toca a la legitimación para formular consultas y a la
materia de éstas. Al respecto, cfr. Ventura Robles, Manuel E. y Zovatto, Daniel, La función consul-
tiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Naturaleza y principios. 1982-1987, Madrid, Institu-
to Interamericano de Derechos Humanos-Civitas, 1989, pp. 34-35; y Pasqualucci, Jo M., The
practice and procedure of the Inter-American Court of Human Rights, Cambridge University Press, 2003,
pp. 31-33 y 80. Generalmente se niega —o no se atribuye— carácter vinculante a las opiniones
consultivas de la Corte IDH. Sin embargo, hay autores que sustentan un parecer diferente: así,
cfr. Faúndez Ledesma, Héctor, El sistema interamericano de protección de los derechos humanos. Aspectos
institucionales y procesales, 3a. ed., San José, Costa Rica, Instituto Interamericano de Derechos Hu-
manos-Autoridad Noruega para el Desarrollo Internacional-Agencia Sueca de Cooperación
Internacional para el Desarrollo, 2004, esp. pp. 947-949 y 989 y ss. Según Alonso Gómez-Ro-
bledo Verduzco, las opiniones consultivas poseen “force de droit en lo general, ya que son suscepti-
bles de conllevar ciertos efectos jurídicos a la par que ciertas Resoluciones de la Asamblea Gene-
ral de Naciones Unidas”. Derechos humanos en el sistema interamericano, México, Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas-Porrúa, 2000, p. 46.
16 CIDH, Opinión Consultiva OC-3/83 del 8 se septiembre de 1983. Restricciones a la pena
de muerte (artículos 4.2 y 4.4. Convención Americana sobre Derechos Humanos), serie A, núm. 3.
17 CIDH, Opinión Consultiva OC-16/99 del 1 de octubre de 1999. El derecho a la informa-
ción sobre la asistencia consular en el marco de las garantías del debido proceso legal, serie A,
núm. 16.
18 La sentencia del 21 de junio de 2002 en el caso Hilaire, Constantine y Benjamín y otros vs.
Trinidad y Tobago, corresponde a la acumulación de los Casos Hilaire, Constantine y otros y
Benjamín y otros, ordenada en la resolución del 30 de noviembre de 2001, conforme al artículo
28 del Reglamento de la Corte IDH. Para esto, el tribunal tomó en consideración, entre otros
elementos de juicio, que las partes eran las mismas en los tres casos: Comisión Interamericana y
LA PENA DE MUERTE 1025

tencias correspondientes a los casos Soering vs. The United King-


dom19 y Ôcalan vs. Turkey,20 dictadas por la Corte Europea de Dere-
chos Humanos.21 Finalmente, me ha parecido indispensable cotejar
los pronunciamientos de la Corte IDH con las sentencias correspon-
dientes a ciertos procesos ante la Corte Internacional de Justicia,22 a
saber: LaGrand Case (Germany vs. United States of America)23 y Ca-
se concerning Avena and other Mexican nationals (Mexico vs. United
States of America).24

II. ARTÍCULO 4 DE LACONVENCIÓN AMERICANA


SOBRE DERECHOS HUMANOS

Tras un largo esfuerzo formativo, que refleja las intenciones uni-


versales y continentales, fue suscrita la Convención Americana sobre
Derechos Humanos. En ella culminó una primera etapa de este aza-
roso camino,25 a partir de la Declaración Americana. En esa estación
quedaron reconocidos los derechos civiles y políticos, sin perjuicio de
la referencia general a los derechos económicos, sociales y cultura-

Estado de Trinidad y Tobago; que el objeto era esencialmente idéntico en aquéllos: “todos se re-
lacionaban con las garantías del debido proceso en supuestos de imposición de ‘pena de muerte
obligatoria’ a todas las personas condenadas por el delito de homicidio intencional en Trinidad
y Tobago, siendo las únicas diferencias las circunstancias individuales de cada caso”; y que los
preceptos de la CADH, cuya violación se invocaba “eran fundamentalmente los mismos”. Caso
Hilaire, Sentencia del 21 de junio de 2002, párr. 1, n. 2. Acerca de la jurisprudencia de la corte,
en asuntos contenciosos, sobre el derecho a la vida, cfr. Remotti Carbonell, José Carlos, La Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Estructura, funcionamiento y jurisprudencia, Barcelona, Instituto Eu-
ropeo de Derecho, 2003, pp. 370 y ss.
19 Case of Soering vs. The United Kingdom, Judgment (Merits and Just Satisfaction), 23 April
1989. Se citará, igualmente, como Soering.
20 Case of Ôcalan vs. Turkey, Judgment (Merits and just satisfaction), 12 March 2003. Tam-
bién se citará como Ôcalan.
21 También mencionada aquí como Cor te Europea o tribunal de Estrasburgo.
22 Aludida, en ocasiones, como CIJ.
23 Judgment, 27 June 2001. Se citará como LaGrand.
24 Case concerning Avena and other Mexican Nationals (Mexico vs. United States of Ameri-
ca), Judgment, 31 March 2004. Se citará como Avena.
25 Sobre la formación de la CADH, cfr. Documentos básicos en materia de derechos humanos en el sis-
tema interamericano (actualizado a enero de 2004). Washington, D. C., Organización de los Estados
Americanos-Comisión Interamericana de Derechos Humanos-Corte Interamericana de Dere-
chos Humanos, OEA/Ser.L/V/1.4 rev. 10, 31 de enero de 2004, pp. 9 y ss.; y Conferencia
Especializada Interamericana sobre Derechos Humanos, San José, Costa Rica, 7-22 de noviem-
bre de 1969. Actas y Documentos (OEA/Ser.K/XVI/1.2), Washington, D. C., Secretaría Gene-
ral, Organización de los Estados Americanos.
1026 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

les.26 Luego llegarían éstos, de manera extensa y específica, en el Pro-


tocolo de San Salvador.27 El tema que ahora analizo figura en el ar-
tículo 4 de la convención. Destinaré las siguientes páginas al examen
de este precepto. Para ello me referiré a cada uno de los seis párrafos
que lo integran.

1. Párrafo 1. “Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este


derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento
de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente”

A. Textos internacionales

Esta fracción tiene concordancias o correspondencias en los gran-


des textos declarativos y preceptivos que presentan y exaltan el prin-
cipal entre todos los derechos, aquel sin el cual los restantes carecen
de cimiento o de eficacia. Es así que lo recogen la Declaración Uni-
versal,28 la Declaración Americana,29 el Pacto Internacional,30 la
Convención Europea31 y la Carta Africana.32 La identificación de
“toda persona” —expresión que se utiliza en todos los artículos de la

26 El artículo 27, CADH, estipula que “los Estados partes se comprometen a adoptar pro vi-
dencias, tanto a nivel interno como mediante la cooperación internacional, especialmente econó-
mica y técnica, para lograr progresivamente la plena efectividad de los derechos que se derivan
de las normas económicas, sociales y sobre educación, ciencia y cultura, contenidas en la Carta de
la Organización de los Estados Americanos, reformada por el Protocolo de Buenos Aires, en la
medida de los recursos disponibles, por vía legislativa u otros medios apropiados”.
27 Protocolo adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos en materia de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales, “Protocolo de San Salvador”, de 17 de noviembre
de 1988, vigente el 16 de noviembre de 1999.
28 “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” (ar-
tículo 3).
29 “Toda persona tiene derecho a la vida, a la libertad y a la integridad de su persona” (ar-
tículo I).
30 “El derecho a la vida es inherente a la persona humana. Este derecho estará protegido por
la ley. Nadie podrá ser privado de la vida arbitrariamente” (artículo 6.1).
31 “El derecho de toda persona a la vida está protegido por la ley. La muerte no puede ser
infligida intencionadamente a nadie, salvo en ejecución de una sentencia de pena capital pro-
nunciada por un tribunal en el caso en que el delito sea castigado con esta pena por la Ley” (ar-
tículo 2.1).
32 “La persona humana es inviolable. Todo ser humano tiene derecho a que se respete su vi-
da y la integridad de su persona. Nadie puede ser privado arbitrariamente de ese derecho” (ar-
tículo 4).
LA PENA DE MUERTE 1027

Declaración Americana y en la mayoría de los preceptos de reconoci-


miento o atribución de derechos de la CADH— para identificar al ti-
tular de los derechos, se refiere al ser humano, a la persona física,33
no a la persona moral,34 cuya constitución puede derivar del ejercicio
de derechos individuales. Esta posibilidad encuadra, en el derecho de
asociación,35 genéricamente, y de asociación laboral o profesional,36
específicamente.

B. Derecho universal a la protección de la vida

Nos hallamos, como es evidente, ante el más esencial de todos los


derechos —valga la expresión—, correspondiente a la categoría que
algunos tratadistas denominan de primera generación.37 La jurispru-

33 Así, ar tícu lo 1.2, CADH: “Para los efec tos de es ta Conven ción, per sona es to do ser hu-
mano”.
34 La Corte IDH ha examinado el problema de los derechos humanos con respecto a las per-
sonas morales. Hizo “notar que, en general, los derechos y las obligaciones atribuidos a las
personas morales se resuelven en derechos y obligaciones de las personas físicas que las constitu-
yen o que actúan en su nombre y representación”. Aun cuando la convención no reconoce ex-
presamente la figura de las personas morales —a diferencia del reconocimiento expreso que con-
tiene el Protocolo 1 a la Convención Europea— “esto no restringe la posibilidad de que bajo
ciertos supuestos el individuo pueda acudir al sistema interamericano de protección de los dere-
chos humanos para hacer valer sus derechos fundamentales, aunque los mismos estén cubiertos
por una figura o ficción jurídica creada por el mismo sistema del derecho”. Caso Cantos vs.
Argentina. Excepciones preliminares. Sentencia de 7 de septiembre de 2001, párrs. 27 y 29. La
CIDH invoca la resolución de la Corte Europea en el caso Pine Valley Developments Ltd. and
others vs. Ireland, en el que figuraban tres peticionarios “personas jurídicas”, que “no eran más
que vehículos a través de los cuales el señor Healy, en su condición de persona física, desarrolla-
ba una determinada actividad económica”. La Corte Europea “rechazó el argumento del Estado
y señaló que era artificial hacer distinciones entre los peticionarios para efectos de ser considera-
dos víctimas de una violación de algún derecho consagrado en la Convención Europea”. Idem,
párr. 29, n. 1.
35 Artículo 16, CADH.
36 Artículos 16, CADH, y 8.1.a. del Protocolo de San Salvador. Las violaciones a este dere-
cho se hallan expresamente sometidas a la competencia contenciosa ratione materiae de la Corte
IDH, en los términos del artículo 19.6 del mismo protocolo.
37 Cfr. Bidart Cam pos, Ger mán F., Teoría general de los derechos humanos, México, UNAM, Insti-
tuto de Investigaciones Jurídicas, 1989, pp. 195 y ss., y Rey Cantor, Ernesto, y Rodríguez Ruiz,
María Carolina, Las generaciones de los derechos humanos, Bogotá, Página Muestra Editores, 2003,
pp. 47 y ss. Sobre los componentes del sistema de derechos humanos, como dato actual de las
aportaciones “generacionales”, y su posible síntesis en un derecho individual al desarrollo, que
abarca libertad, justicia y bienestar, véase García Ramírez, Sergio, Los derechos humanos y el derecho
penal, México, Secretaría de Educación Pública, 1976, colección Septentas, núm. 254, pp.
172-173. Cfr., asimismo, mi trabajo “La jurisdicción americana sobre derechos humanos.
Actualidad y perspectivas”, en García Ramírez, Sergio, Estudios jurídicos, México, Universidad
1028 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

dencia de la Corte IDH considera que este reconocimiento encierra


un principio “sustancial” a propósito de la vida:38 la declaración más
amplia sobre este derecho, la protección que requiere, la consagra-
ción que demanda. La alusión al “respeto a la vida” debiera ser en-
tendida, a mi modo de ver, conforme a la versión extensa de la tute-
la de los derechos humanos que es posible construir a partir de los
pronunciamientos del tribunal interamericano. En tal sentido, abarca-
ría los siguientes datos o elementos: a) El reconocimiento mismo del
derecho a la vida, con carácter universal;39 b) La adopción de medi-
das para preservar ese derecho, con base en las obligaciones genera-
les estatuidas por la convención;40 c) La remoción de obstáculos que
se opongan a la eficacia de aquel derecho, lo cual entraña, entre
otras cosas, la actuación del Estado contra prácticas adversas;41 d) Una
vertiente especial de esta obligación: ineficacia internacional de los

Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2000, pp. 280 y 281, y en
La jurisdicción internacional. Derechos humanos y justicia penal, México, Porrúa, 2003, pp. 139-141.
38 En la Opinión Consultiva OC-3 se formula un pertinente deslinde en lo que toca a los
principios recogidos por la convención a este respecto: “El asunto está dominado por un princi-
pio sustancial expresado por el primer párrafo (del artículo 4), según el cual ‘toda persona tiene
derecho a que se respete su vida’ y principio procesal según el cual nadie puede ser privado de
la vida arbitrariamente’”, párr. 53.
39 Conforme al artículo 6.1 de la Convención sobre los Derechos del Niño, “los Estados par-
tes reconocen que todo niño tiene derecho intrínseco a la vida”.
40 Artículos 1 (“Obligación de respetar los derechos”) y 2 (“Deber de adoptar disposiciones de
derecho interno”) de la CADH, con correspondencia en el artículo 2 del PIDCP.
41 Cfr. Opinión Consultiva OC-18/03, de 17 de septiembre del 2003, Condición jurídica y
derechos de los migrantes indocumentados. En mi Voto razonado concurrente a esa opinión consulti-
va, manifesté: “Tomando en cuenta las características de los deberes generales de los Estados al
amparo del derecho internacional general y del derecho internacional de los derechos humanos,
específicamente, en lo que corresponde a estos extremos del jus cogens, aquellos deben desarrollar,
como se sostiene en la OC-18/2003, determinadas acciones en tres órdenes mutuamente comple-
mentarios: a) por una parte, asegurar a través de medidas legislativas y de otra naturaleza —es
decir, en todo el ámbito de atribuciones y funciones del Estado— la efectiva vigencia —no sólo
la consagración nominal— de los derechos humanos de los trabajadores en forma igualitaria y
sin discriminación alguna; b) por otra parte, suprimir las disposiciones, cualesquiera que sean su
rango o su alcance, que entrañan desigualdad indebida o discriminación; y c) finalmente, comba-
tir las prácticas públicas o privadas que tengan esta misma consecuencia. Sólo entonces se puede
decir que un Estado cumple sus obligaciones de jus cogens en esta materia, que, como se ha men-
cionado, no dependen de que el Estado sea parte en determinado convenio internacional, y sólo
entonces quedaría a cubierto de la responsabilidad internacional que proviene del incumplimien-
to de deberes internacionales”. Cfr. mi examen sobre esta opinión consultiva en García Ramírez,
Sergio, “La función consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la
OC-18/2003”, Corte Interamericana de Derechos Humanos. Opinión Consultiva OC-18/03,
México, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2004, pp. 9 y ss.
LA PENA DE MUERTE 1029

obstáculos contenidos en el orden interno;42 e) Provisión de garantías


para la tutela del derecho,43 y f) Interpretación consecuente con el
designio de la convención.
En un estudio sobre la tendencia jurisprudencial en torno a la pe-
na de muerte y el debido proceso legal cuando se halla a la vista la
aplicabilidad de la sanción capital, es relevante inquirir sobre la in-
terpretación de los textos convencionales. Siempre viene a cuentas el
principio pro homine (que algunos prefieren expresar como pro personae)
—una regla de interpretación, pero también de construcción de nor-
mas—, que se deduce de: a) La orientación antropocéntrica del mo-
derno Estado constitucional;44 b) Las disposiciones generales del dere-
cho internacional público sobre interpretación de tratados a la luz del
objeto y el fin de éstos;45 c) Los fines a los que sirve el derecho inter-
nacional de los derechos humanos: protección de los derechos funda-
mentales del individuo; a la cabeza, el derecho a la vida, y d) Las
normas particulares de la Convención Americana, que procuran la
más amplia tutela de los derechos y para ello resuelven la preferencia

42 La Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, del 23 de mayo de 1969, dis-
pone: “Una parte no puede invocar las disposiciones de su derecho interno como justificación
del incumplimiento de un tratado. Esta norma se entenderá sin perjuicio de lo dispuesto en el
artículo 46” (artículo 27), que se refiere a los tratados celebrados con violación del derecho in-
terno.
43 Frecuentemente se ha observado que a la etapa inicial de proclamación (nacio nal e inter-
nacional, en sus ámbitos históricos respectivos) de los derechos humanos, seguiría la consagra-
ción vinculante (en lo internacional: a través de tratados y convenciones), y en seguida vendría el
establecimiento de “garantías”: instrumentos, generalmente jurisdiccionales, para la efectividad
de los derechos. Cfr., en lo que toca al orden internacional, las consideraciones de Norberto
Bobbio: “el problema cada vez más urgente frente al que nos encontramos no es el problema
del fundamento (de los derechos fundamentales), sino el de las garantías” (“Presente y porvenir
de los derechos humanos”, en varios autores, Anuario de Derechos Humanos 1981, Madrid, Universi-
dad Complutense, Facultad de Derecho, Instituto de Derechos Humanos, 1982, p. 10), o dicho
de otra manera: el problema “no es filosófico sino jurídico, y en sentido más amplio, político”.
El problema de la guerra y las vías de la paz, trad. de Jorge Binaghi, Gedisa, 1982, p. 130. Este ar-
tículo fue publicado, bajo su título original, “Sobre el fundamento de los derechos del hombre”,
en la Gaceta de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, México, año VI, núm. 4, abril de
1999, p. 112. Estado de derecho es, en síntesis, un Estado con sistema de garantías de los dere-
chos humanos; cfr. Bobbio, “Presente y porvenir...”, en varios autores, Anuario de Derechos..., cit.,
en esta misma nota, p. 24.
44 Cfr. Häberle, Peter, El Estado constitucional, trad. de Héctor Fix-Fierro, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2001, p. 115.
45 El artículo 31.1 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados previene que
éstos “deberá(n) interpretarse de buena fe conforme al sentido corriente que haya de atribuirse a
los términos del tratado en el contexto de éstos y teniendo en cuenta su objeto y fin”.
1030 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

de las disposiciones e interpretaciones que mejor abonen esta tutela,46


criterio adoptado, asimismo, por recientes disposiciones internas.47
Estas reflexiones acerca de la interpretación llevan a desentrañar el
mejor sentido de las normas convencionales, tomando en cuenta la
variación de las con di cio nes y el de sen vol vi mien to pro gre si vo de
la tu tela pública de la dignidad humana, proyectada en el incremen-
to cuantitativo y cualitativo de los derechos fundamentales. De ahí la
posibilidad de asumir novedades que mejoren la posición de la perso-
na. En un caso notable, la Corte Europea reconoció que la CE “es
un instrumento vivo que… debe ser interpretado a la luz de las con-
diciones actuales”.48 Es preciso, pues, releer los textos con mirada
que les confiera sentido contemporáneo e idoneidad evolutiva,49 co-

46 En este sentido, el artículo 29 CADH.


47 Por ejemplo, en lo que corresponde a Argentina, cfr. Vanossi, Jorge R., “Los tratados inter-
nacionales ante la reforma de 1994”, en Abregú, Martín y Curtis, Christian (comp.), La aplicación
de los tratados sobre derechos humanos por los tribunales locales, Buenos Aires, Centro de Estudios Lega-
les y Sociales, 1997, pp. 106 y 107. Esta Constitución establece categorías de instrumentos inter-
nacionales: tratados clásicos; tratados y normas vinculados con derechos humanos mencionados
en el inciso 22 del artículo 75, “y que, según el constituyente, formarían o constituirían en su
conjunto un sistema”; “los demás tratados y convenciones de derechos humanos”; tratados de
integración con los países latinoamericanos; y tratados de integración con Estados no latinoame-
ricanos. En cuanto a Venezuela, que aporta otro ejemplo notable y reciente, el artículo 23 de la
Constitución previene: “Los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos, sus-
critos y ratificados por Venezuela, tienen jerarquía constitucional y prevalecen en el orden inter-
no, en la medida en que contengan normas sobre su goce y ejercicio más favorables a las esta-
blecidas por esta Constitución y la ley de la República, y son de aplicación inmediata y directa
por los tribunales y demás órganos del poder público”. Cfr., asimismo, Ayala Corao, Carlos, “La
jerarquía de los tratados de derechos humanos”, en varios, El futuro del sistema interamericano de
protección de los derechos humanos, San José, Costa Rica, Juan E. Méndez y Francisco Cox, Edito-
res-Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 1998, pp. 141 y 142.
48 La expresión fue utilizada por Amnesty Internacional y recogida por la corte en el caso
Soering…, cit., nota 19, párr. 102, en el marco de unas condiciones que favorecían el abolicio-
nismo. Se reiteró en la sentencia del caso Ôcalan…, cit., nota 20, párr. 193. En este punto, la
Corte Europea citó también el caso Selmouni vs. France, Judgement of 28 July 1999, Reports
1999-V, párr. 101.
49 Al respecto, es interesante la expresión contenida en la sentencia de la Suprema Cor te de
Justicia de Estados Unidos de América en el caso de Borghis vs. Falk Co. (1911): “Cuando una
Constitución del siglo XVIII forma la carta de libertad de un Estado del siglo XX, ¿han de ser
sus preceptos generales construidos e interpretados con un espíritu del siglo XVIII?”. Añade la
resolución judicial: “Cuando no entran en consideración mandato o prohibición expresos, sino
solamente ideas generales (general language) o principios de política (policy) las condiciones domi-
nantes en el tiempo de su adopción (de la norma) tienen que tener su debido peso; pero las con-
diciones cambiantes sociales, económicas y gubernamentales y los ideales del tiempo, así como
los problemas que los cambios han producido, lógicamente tienen que entrar también en consi-
deración y convertirse en factores influyentes en la resolución de problemas de construcción e
LA PENA DE MUERTE 1031

mo se ha predicado acerca de la jurisprudencia interpretadora de la


Constitución de Estados Unidos de América, que ha conferido a ésta
—con antigüedad de más de dos siglos— la modernidad que nece-
sita.
En este punto conviene atender, asimismo, a la vigencia plena de
los derechos del ser humano en los Estados federales, saliendo al pa-
so del sabido argumento de que las entidades de la unión federal no
son suscriptoras del tratado internacional, y por lo tanto no se hallan
vinculadas por éste ni por las resoluciones que de él derivan. La
Convención Americana establece, en este orden de cosas, una obliga-
ción específica para los Estados federales, que acentúa los deberes ge-
nerales atribuidos a todos los Estados.50 En este ámbito existe, pues,
una suerte de obligación “reforzada”: la que resulta de la obligación
general de adoptar medidas y la específica que proviene de la llama-
da cláusula federal.
Este asunto ha estado presente en algunos casos notables, como la
petición de extradición del alemán Jens Soering, de la que conoció
la Corte Europea. Aquél fue inculpado de dos asesinatos en Virginia.
Estados Unidos de América requirió a Gran Bretaña la entrega de
Soering. El Estado requerido no recibió plena seguridad de que no se
impondría la pena de muerte en la jurisdicción local de Virginia.51
Asimismo, el tema federal —asociado a la supuesta injerencia de un
tribunal internacional en el sistema judicial estadounidense— se plan-
teó en los casos LaGrand y Avena, ante la Corte Internacional de
Justicia.52 En la resolución sobre reparaciones en el caso Garrido y
Baigorria, la Corte IDH manifestó que un Estado no puede invocar
su estructura federal para omitir el cumplimiento de las obligaciones

interpretación”; García-Pelayo, M., Derecho constitucional comparado. Manuales de la Revista de Occiden-


te, 7a. ed., Madrid, 1964, p. 425.
50 Los Estados federales cumplen en el ámbito de su propia jurisdicción, y se comprometen a
“tomar de inmediato las medidas pertinentes, conforme a su Constitución y sus leyes a fin de
que las autoridades competentes de dichas entidades (componentes de la Federación) puedan
adoptar las disposiciones del caso para el cumplimiento de esta Convención” (artículo. 28.2).
51 En este asunto se suscitó, además, a propósito de la pena de muerte y las condiciones en
las que se hallan los condenados a ésta en la death row, el tema de los tratos crueles, inhumanos y
degradantes.
52 Cfr. LaGrand, párrs. 50 y ss., y Avena, párrs. 31 y ss.
1032 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

internacionales que ha contraído,53 tema que aparece regulado en el


artículo 28 CADH.54

C. Alcance del reconocimiento y la protección

La jurisprudencia interamericana ha destacado el reconocimiento


del derecho a la vida, en sí misma, pero últimamente se ha referido
además a las condiciones de vida del individuo. En esta virtud, el ar-
tículo 4 de la CADH no sólo comprende:

El derecho de todo ser humano a no ser privado de la vida arbitraria-


mente, sino también el derecho a que no se le impida el acceso a las
condiciones que le garanticen una existencia digna. Los Estados tienen
la obli gación de garantizar la creación de las condiciones que se re-
quieran para que no se produzcan violaciones de ese derecho básico y,
en particular, el deber de impedir que sus agentes atenten contra él.55

D. Protección por la ley

La referencia del párrafo 1 del artículo 4 a la protección de la


“ley” lleva a examinar lo que la CADH entiende bajo este rubro. El
punto fue estudiado en diversos pronunciamientos de la jurisdicción
interamericana. Al respecto, se ha dicho que el sentido de la expre-
sión “ley” ha de ser determinado específicamente con respecto a cada

53 En la sentencia de reparacio nes, la corte estimó “conveniente recordar que, según una ju-
risprudencia centenaria y que no ha variado hasta ahora, un Estado no puede alegar su estructu-
ra federal para dejar de cumplir una obligación internacional”. Al respecto, citó la sentencia ar-
bitral del 26 de julio de 1875 en el caso del Montijo, La Pradelle-Politis, Recueil des arbitrages
interationaux, París, 1954, t. III, p. 675; y la decisión de la Comisión de reclamaciones franco-me-
xicana del 7 de junio de 1929 en el caso de la sucesión de Hyacinthe Pellat, UN, Reports of Interna-
cional Arbitral Awards, vol. V, p. 536. CIDH, caso Garrido y Baigorria. Reparaciones (artículo
63.1 Convención Americana sobre Derechos Humanos). Sentencia de 27 de agosto de 1998,
serie C, núm. 39, párr. 46.
54 El párrafo 2 de este precepto previene: “Con respecto a las disposiciones relativas a las ma-
terias que corresponden a la jurisdicción de las entidades componentes de la federación, el go-
bierno nacional debe tomar de inmediato las medidas pertinentes, conforme a su constitución y
sus leyes, a fin de que las autoridades competentes de dichas entidades puedan adoptar las dispo-
siciones del caso para el cumplimiento de esta Convención”.
55 CIDH, caso Villagrán Morales y otros (caso de los “Niños de la calle”), Sentencia del 19
de noviembre de 1999, serie C, núm. 63, párr. 144.
LA PENA DE MUERTE 1033

norma que lo utiliza.56 También se ha señalado que “siempre que un


convenio internacional se refiera a ‘leyes internas’ sin calificar en for-
ma alguna esa expresión o sin que de su contexto resulte un sentido
más restringido, la referencia es para toda la legislación nacional y
para todas las normas jurídicas de cualquier naturaleza, incluyendo
disposiciones constitucionales”.57
Especial exigencia entraña el uso de la voz “ley” cuando se trata
de restringir derechos en los términos del artículo 30, CADH. En es-
ta hipótesis se combina el sentido material o sustantivo de la norma
(que remite a datos externos al proceso legislativo), con el sentido for-
mal (que corresponde al método legislativo).58 Desde luego, el dere-
cho a la vida y las garantías que lo preservan no se hallan sujetos a
la suspensión que previene el citado artículo 30.59 Finalmente, recor-
demos que los proyectos de ley, es decir, los textos que pudieran al-
canzar este rango, pero aún no lo tienen, también pueden quedar su-
jetos a consul ta por parte de los legitimados, en general, para
formularla, y a opinión a cargo de la Corte Interamericana.60

E. Límites

No obstante su enorme importancia, el derecho a la vida no es ili-


mitado. En otros términos, puede verse afectado legítimamente. En
este sentido se pronuncia, por ejemplo, la Convención Europea, que

56 Así, en CIDH, La expresión “leyes” en el artículo 30 de la Convención Americana sobre


Derechos Humanos. Opinión Consultiva OC-6/86 del 9 de mayo de 1986, serie A, núm. 6,
párr. 16.
57 CIDH, Propuesta de modificación a la Constitución Política de Costa Rica relacionada con la
naturalización. Opinión consultiva OC-4/84, del 19 de enero de 1984, serie A, núm. 4, párr. 14.
58 Cfr. Opinión Consultiva OC-6/86, a propósito del artículo 30, que se refiere a las restric-
ciones al goce y ejercicio de los derechos, y por ende entraña la mayor exigencia: “actos norma-
tivos enderezados al bien común, emanados del Poder Legislativo democráticamente elegido y
promulgados por el Poder Ejecutivo”, párr. 35.
59 Artículo 27.2.
60 En efecto, la corte ha resuelto que los meros proyectos de ley son analizables to mando en
cuenta el objetivo de servicio que persiguen las opiniones consultivas. Si se exigiera otra cosa,
podría “equivaler a forzar a (un) gobierno a la violación de la Convención, mediante la adop-
ción formal y posiblemente la aplicación de la medida legislativa, para luego acudir a la corte en
busca de opinión”. Opinión Consultiva OC-3/83, cit., nota 16, párrs. 26 y 43, y CIDH, Compa-
tibilidad de un proyecto de ley con el artículo 8.2.h de la Convención Americana sobre Dere-
chos Humanos. Opinión Consultiva OC-12/91 del 6 de diciembre de 1991, serie A, núm. 12,
párrs. 20-22.
1034 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

invoca algunas excluyentes de responsabilidad,61 que a su turno de-


ben ser puntualmente analizadas para determinar su presencia en ca-
da hipótesis. Los límites del derecho a la vida, como de otros dere-
chos, resultan asimismo del sistema general acogido, con ascendiente
histórico en las declaraciones primordiales, por los textos del sistema
interamericano: derechos de los demás, seguridad de todos y justas
exigencias del bien común en una sociedad democrática.62
En suma, la privación de la vida se legitima en la medida en que
sea impuesta con arreglo a la ley —en el sentido más exigente— y
corresponda a los requerimientos del derecho de gentes para limitar
o restringir los derechos fundamentales. Por supuesto, no cesa en este
punto el debate, sino se abre hacia otro horizonte. ¿Es admisible la
aplicación de la pena de muerte —materialmente— en función del
bien común, la seguridad colectiva o el derecho de los demás? Si es-
tos bienes se protegen con otro género de medidas, como efectiva-
mente ocurre, nada habría que justificara la sanción capital. Este fue,
justamente, el alegato del abolicionista Beccaria.63

F. “En general”, a partir de la concepción

La protección que la CADH ofrece al derecho a la vida se inicia


en “la concepción”, esto es, a partir de que se produce la unión de
los óvulos y comienza la preñez. Antes no habría vida, sino expectati-
va: spes vitae. Por supuesto, en este punto surge una fuerte polémica,
que no ha cesado. ¿Realmente hay —ya— vida humana cuando ocu-
rre la concepción? ¿Es preciso que la tutela de la ley comience en ese
instante, con todas sus consecuencias: las de orden civil y familiar,

61 En la Convención Europea (artículo 2.2): “La muerte no se considerará infligida en infrac -


ción del presente artículo cuando se produjere a consecuencia de un recurso a la fuerza que sea
absolutamente necesario: a) Para asegurar la defensa de cualquier persona contra la violencia ile-
gal; b) Para efectuar una detención legal o para impedir la evasión de una persona detenida le-
galmente; c) Para reprimir, de conformidad con la Ley, una revuelta o una insurrección”.
62 “Los derechos de cada hombre —establece el artículo XXVIII de la Declaración America-
na— están limitados por los derechos de los demás, por la seguridad de todos y por las justas
exigencias del bienestar general y del desenvolvimiento democrático”. El artículo 32.2, CADH,
utiliza los mismos términos, pero la última frase alude a “las justas exigencias del bien común,
en una sociedad democrática”.
63 “Si demostrase —dijo— que la pena de muerte no es útil ni es necesaria, habré vencido la
causa a favor de la humanidad”. De los delitos…, cit., nota 2, p. 274.
LA PENA DE MUERTE 1035

por una parte, y de carácter penal —las más intensamente controver-


tidas—, por la otra? Piénsese en las diversas etapas que atraviesa el
producto de la concepción, desde que ésta se realiza hasta que llega
el alumbramiento.64 Se ha considerado que cada una debe quedar
contemplada por diversas formas de tutela jurídica, y que las corres-
pondientes vulneraciones han de acarrear efectos diferentes.
Las consideraciones que esta cuestión suscita incorporan en la con-
vención un dato de relatividad que no existe en otros extremos: “en
general”. De aquí se desprende la posibilidad de que la protección a
la vida, derecho fundamental, pueda comenzar en otro momento, si
así lo resuelve el legislador interno. Esto significaría, por ejemplo, tu-
tela en un estado posterior de la preñez. La expresión utilizada en el
Pacto de San José no implica, por supuesto, que la tutela de la vida
deba diferirse hasta un momento posterior a la concepción: sólo es
“posible” hacerlo. ¿Cuál pudiera ser ese momento? ¿Alguno muy cer-
cano al alumbramiento? Sobra ponderar la importancia que este
asunto reviste para el debate en torno al aborto y al empleo de cier-
tos medios anticonceptivos. En la especie, habría que distinguir entre
los que evitan la concepción y los que, más que evitarla, suprimen
sus consecuencias.
La solución aportada, a este respecto, por el texto de la conven-
ción, expresa los términos de un difícil compromiso. Por lo demás,
debe ser vinculada con otros espacios de protección, como la tutela
del niño y de la familia. Bajo la Convención sobre los Derechos del
Niño, de 1989, instrumento ratificado por un gran número de países,
niño es el ser humano menor de 18 años (artículo 1), pero la conven-
ción no dice a partir de qué momento o de qué acontecimiento se
entenderá que existe un ser humano. Los Estados partes “reconocen
que todo niño tiene derecho intrínseco a la vida” (artículo 6.1).
No es mi propósito ir más lejos, en este momento, a propósito del
derecho a la vida. Recordaré solamente que México se adhirió a la
CADH el 24 de marzo de 1981, y que al hacerlo formuló una decla-
ración interpretativa: el Estado “considera que la expresión ‘en gene-
ral’ usada en el (párrafo 1 del artículo 4), no constituye obligación de
adoptar o mantener en vigor legislación que proteja la vida ‘a partir

64 Cfr. Pérez Tamayo, Ruy, Etica médica laica, México, El Colegio Nacional-Fondo de Cultura
Económica, 2002, pp. 177 y 178.
1036 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

del momento de la concepción’ ya que esta materia pertenece al do-


minio reservado de los Estados”.
La afirmación contenida en esa declaración mexicana sugiere algu-
nas cuestiones relevantes: por ejemplo: ¿hay un dominio reservado per
se? ¿Se halla dentro de ese dominio el derecho a la vida? ¿Quién re-
suelve sobre el alcance de lo ‘reservable’? ¿Sólo se sustrae al derecho
convencional lo que específicamente se reserva? ¿Tiene eficacia la re-
serva que pugna con el objeto y fin del tratado? Algunos de estos
puntos fueron examinados por la Corte Interamericana en los casos
contenciosos de Trinidad y Tobago, a los que también me refiero en
este trabajo. La preocupación por estas cuestiones, entre otras cosas,
reaparece en la reticencia expresada en determinados medios de al-
gún Estado para adherirse a la convención, problema que pudiera re-
solverse a través de una reserva o de una declaración interpretativa,
como ya se ha hecho.65

G. Privación “arbitraria” de la vida

Esta expresión del mismo artículo 4.1 del Pacto de San José, que
en concepto de la Corte Interamericana entraña un principio “proce-
sal”66 —a diferencia del principio “sustancial” recogido en las pri-
meras palabras del mismo precepto— distingue entre privaciones ar-
bitrarias y no arbitrarias de la vida, o bien, desde otro ángulo, repro-
badas y autorizadas. Autorizadas serían, por ejemplo, las que ocurren
bajo el amparo de una excluyente de incriminación (como en las hi-

65 México formuló la siguiente declaración interpretativa: “Con respecto al párrafo 1 del ar-
tículo 4 considera que la expresión ‘en general’, usada en el citado párrafo, no constituye obliga-
ción de adoptar o mantener en vigor legislación que proteja la vida ‘a partir del momento de la
concepción’ ya que esta materia pertenece al dominio reservado de los Estados”. Documentos bási-
cos en materia de derechos humanos en el sistema interamericano…, cit., nota 25, pp. 58 y 59. En Canadá,
el Comité sobre Derechos Humanos del Senado que examinó la posible adhesión de ese país a
la CADH, y a este respecto se pronunció en tal sentido, formuló la siguiente recomendación:
“The Committee… recommends that Canada consider making a reservation to article 4(1) in or-
der to address concerns related to the preservation of the status quo, in Canadian law, with res-
pect to abortion. This reservation should be drafted so as to make it clear that Canada does not
seek to deprive the right to life as a whole of its basic purpose, but merely to restrict certain as-
pects of it, as suggested by the Inter-American Court of Human Rights”. Enhancing Canada’s Role
in the OAS: Canadian Adherence to the American Convention on Human Rights. Report of the Standing Senate
Committee on Human Rights, May 2003, pp. 42-44 y 61.
66 Cfr. Opinión Consultiva OC-3/83…, cit., nota 16, párr. 53.
LA PENA DE MUERTE 1037

pótesis que recoge la Convención Europea, que antes invoqué: legíti-


ma defensa, estado de necesidad o cumplimiento de un deber). Y se-
rían reprobadas las ilegítimas, caprichosas, injustificadas, desautori-
zadas o rechazadas por la “ley”, término cuyo alcance examiné ante-
riormente.67 Todas éstas significan hacer de lado la solución legal
—o mejor dicho, legítima— o imponer una solución personal sobre
la solución que deriva de la naturaleza misma de las cosas o de las
relaciones intersubjetivas.
En el conjunto de los casos de que ha conocido la Corte IDH des-
de que inició sus funciones jurisdiccionales —una historia en cuya
primera etapa abundaron las opiniones consultivas, a cambio de que
se multiplicaran, en la segunda y actual, los asuntos contenciosos—68
han sido muy frecuentes los litigios que involucran privación arbitra-
ria de la vida, sea en forma individual, sea de manera colectiva: las
ejecuciones extrajudiciales69 constituyen un tema recurrente, en el
que se inscriben numerosos pronunciamientos tendientes a enfrentar
esta forma de “operatividad violenta del sistema penal”.70

67 Supra II, 1, D.
68 Entre 1982 y 1994, es decir, a lo largo de poco más de una década, la corte emitió catorce
opiniones consultivas. A partir de 1997 y hasta el primer semestre de 2004, ha emitido cua-
tro opiniones consultivas. En contraste, las cuestiones contenciosas han aumentado considerable-
mente. En mi informe ante la Comisión de Asuntos Jurídicos y Políticos de la Organización de
los Estados Americanos, el 11 de marzo del 2004, observé que, “a mi modo de ver, esto es el
producto de la maduración de la jurisdicción interamericana, la confianza de los órganos del sis-
tema y de los propios Estados, y el avance vigoroso de los conceptos y las exigencias de tutela de
los derechos humanos, no obstante ocasionales y transitorios problemas que difícilmente podrían
detener la marcha”. Igualmente, comenté que “en el transcurso de 2003, la corte recibió quince
nuevos casos. Esto equivale al número total de los recibidos durante 2000, 2001 y 2002, en con-
junto. Se prevé que la comisión podría presentar veinticinco nuevos casos en 2004. Pasaríamos,
pues, de cinco nuevos casos hace sólo tres años —2001— a los mencionados veinticinco en el
año que corre, es decir, un aumento de cuatrocientos por ciento. En 1998, veinte casos se halla-
ban en trámite —número que abarca los nuevos y los pendientes de diversos actos procesales—;
en el 2002, la cifra se elevó a treinta y nueve; y en el 2003, ascendió a cincuenta y cuatro, sin
tomar en cuenta los asuntos en que fue preciso dictar medidas provisionales, que pasaron de
diez en 1998 a veintitrés en el 2003”. En el mismo sentido, mi Informe ante la Asamblea General de
la OEA el 8 de junio del 2004. Cfr., sobre la trayectoria de la corte, Ventura Robles, Manuel E.,
“La Corte Interamericana de Derechos Humanos: camino hacia un tribunal permanente”, en
Cançado Trindade, Antônio, y Ventura Robles, El futuro de la Corte Interamericana de Derechos Hu-
manos, 2a. ed., San José, Costa Rica, Corte Interamericana de Derechos Humanos-Alto Comisio-
nado de las Naciones Unidas para los Refugiados, 2004, pp. 117 y ss.
69 Cfr. Neuman, Elías, La pena de muerte en tiempos del neoliberalismo, México, Instituto Nacional
de Ciencias Penales, 2004, pp. 380 y ss.
70 Cfr. Zaffaroni, E. Raúl, Muertes anunciadas, Temis-Instituto Interamericano de Derechos
Humanos, 1993, pp. 11-13.
1038 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

La jurisprudencia de la corte ha señalado que “la expresión ‘arbi-


trariamente’ excluye, como es obvio, los procesos legales aplicables
en los países que aún conservan la pena de muerte”.71 Pero legalidad,
para estos fines, no es necesariamente legitimidad ni excluye, por sí,
la arbitrariedad. Puede haber leyes arbitrarias, como veremos al exa-
minar los casos en que se planteó directamente este problema a pro-
pósito del conflicto entre la ley interna y la norma internacional. Por
esto se debe tener a la vista el concepto de ley contenido en la citada
Opinión Consultiva OC-6/86, puesto que en la especie viene a cuen-
tas el quebranto más grave de un derecho, o peor todavía, el más
grave quebranto del derecho, habida cuenta de la magnitud del bien
jurídico que ampara la norma.72

2. La pena de muerte en el artículo 4 de la convención

A. Relevancia

Al abordar las disposiciones de la CADH acerca de la pena de


muerte, es importante destacar, de entrada, el “peso específico” que
este asunto tiene en el conjunto del artículo 4. Conviene observar

71 CIDH, caso Neira Alegría y otros, Sen tencia de 19 de enero de 1995, serie C, núm. 20,
párr. 74
72 Para ilustrar este asunto, anticiparé la invocación de mi Voto concurrente a las sentencias de
los casos de Trinidad y Tobago, sin perjuicio de ampliar infra la consideración de este tema: “Si
nos atenemos, con visión superficial, al hecho de que la pena de muerte se halla prevista en una
ley y su aplicación a los casos concretos proviene de una sentencia judicial emitida por un tribu-
nal competente, pudiera parecer excesiva la calificación de arbitrariedad en el caso que ahora
nos ocupa. En cambio, esa calificación se justifica si se utilizan algunas referencias plenamente
acreditadas ante la Corte Interamericana y expuestas en la sentencia expedida por ésta, a saber:
a) la prevención de pena de muerte, tabula rasa, para cualesquiera homicidios intencionales, sin
miramiento hacia las diversas características que éstos revisten, como se ha dicho en puntos an-
teriores del presente Voto: este dato —la existencia de una ley arbitraria-— tiñe de arbitrariedad
las condenas y, por supuesto, las eventuales ejecuciones; b) la aplicación de la pena de muerte
mediante juicios que no satisfacen, en modo alguno, ciertas exigencias del debido proceso legal,
como son las concernientes al plazo razonable para resolver la controversia y a la provisión de
asistencia legal adecuada; c) la inoperancia real, en los casos concretos del derecho a solicitar
—y, se entiende, a gestionar y sustentar— la amnistía, el indulto o la conmutación de la pena; y
d) la ejecución de una persona —Joey Ramiah— que se hallaba protegido por medidas provisio-
nales ordenadas por la corte; una ejecución antes de que hubiera un pronunciamiento de los ór-
ganos del sistema interamericano de protección de los derechos humanos constituye —como di-
jera el Comité Judicial del Privy Council— una ‘violación de los derechos constitucionales’ de los
solicitantes”.
LA PENA DE MUERTE 1039

que de los seis párrafos que integran esa disposición, uno se refiere al
derecho a la vida, aun cuando ya incluye el problema de la privación
arbitraria de ésta, y los otros cinco aluden única y exclusivamente a
la más inquietante salvedad de ese derecho desde el ángulo de la re-
lación que existe entre el Estado investido de la potestad punitiva for-
mal —no sólo de la fuerza material para privar de la vida, que se ex-
playa en las ejecuciones extrajudiciales, manifiestamente arbitrarias—
y el individuo titular de ese derecho. Otro tanto ocurre, por cierto,
en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.73

B. El tema en la Conferencia de 1969

Reviste particular importancia, tanto para conocer la historia del


tema en el derecho de gentes americano como para conducir la in-
terpretación del artículo 4, revisar la formación de este precepto en
el curso de los trabajos desarrollados por la Conferencia sobre Dere-
chos Humanos, de 1969, que culminó en la suscripción de la CADH.
El conocimiento de los travaux préparatoires contribuye a la exégesis de
la norma, con el alcance que le confiere el artículo 32 de la Conven-
ción sobre el Derecho de los Tratados.74 Fue evidente la reprobación
política de la pena de muerte, que no sería suprimida, sin embargo,
del texto de la convención aprobada. Nos hallamos aquí, de nueva cuen-
ta, ante una solución de compromiso en espera de “mejores tiempos”.
Valga decir que en la crónica de esos compromisos figuran diver-
sas variantes. Una de ellas implica la elusión del tema, una vez que
el debate, arduo y directo, no aporta una solución que atraiga la
conformidad pacífica de los Estados o que se sustente, por lo menos,
en una mayoría decisiva. Este fue el caso, por ejemplo, del Congreso

73 El ar tículo 6 se integra con seis párrafos. El primero concierne al derecho a la vida y a su


protección, y prohíbe la privación arbitraria de aquélla. El párrafo 3 alude las obligaciones de
los Estados bajo la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio (tratado
que no contempla la pena de muerte). Los otros cuatro párrafos se refieren directamente a la pe-
na capital.
74 Bajo el epígrafe “Medios de interpretación complementarios”, este instrumento señala que
se podrá recurrir a ellos, “en particular a los trabajos preparatorios del tratado y a las circuns-
tancias de su celebración, para confirmar el sentido resultante de la aplicación del artículo 31
(que contiene la “Regla general de interpretación”), o para determinar el sentido cuando la in-
terpretación dada de con for mi dad con el ar tícu lo 31: a) deje am biguo u os cu ro el sen ti do; o
b) conduzca a un resultado manifiestamente absurdo o irrazonable”.
de Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del
Delincuente (Caracas, 1980), en el que llegó a plantearse la posibili-
dad de introducir un “plazo de prueba y espera” para verificar la
pertinencia de la pena ca pital o su abo li ción. ¡Co mo si no lleva ra
la humanidad muchos milenios de espera y prueba sobre esta cues-
tión! El resultado de las deliberaciones invitó a dejar el asunto para
reconsideración en “mejores tiempos.75
Otra forma de abordar este asunto, bien conocida y practicada,
implica retener la pena capital asediada por una tendencia de aboli-
ción progresiva, que se articula de manera separada.76 Así se ha visto
en lo que respecta al Pacto Internacional, a la Convención Europea
y a la Convención Americana, con sus respectivos protocolos aboli-
cionistas. El Segundo Protocolo al PIDCP estipula que “no se ejecu-
tará a ninguna persona sometida a la jurisdicción de un Estado Parte
en el presente Protocolo” (artículo 1.1), e igualmente dispone que
“cada uno de los Estados Partes adoptará todas las medidas necesa-
rias para abolir la pena de muerte en su jurisdicción” (artículo 1.2).
Sin embargo, el instrumento conserva la posibilidad de aplicar aque-
lla en tiempo de guerra por delito militar sumamente grave, cometi-
do en esa circunstancia.
En el caso de Europa, la progresiva supresión se ha hecho a través
de los protocolos 6, de 1983, y 13, de 2002. También ha pesado la
política del Consejo de Europa en el sentido de admitir nuevos Estados
sólo bajo el compromiso de abolir la pena de muerte en sus respecti-
vas jurisdicciones.77 Es importante recordar que el Protocolo 6 refle-
jó, en su hora, la abolición de jure o de facto, por parte de los Estados
europeos, de la pena de muerte en tiempos de paz, lo que algunos
vieron como un consenso virtual en el sentido de que esa sanción ha-
bía dejado de corresponder a los estándares de justicia en la región.78
El protocolo acogió la posibilidad de imponer pena de muerte en si-

75 Acerca del debate en este congreso, cfr. Schabas, William A., The Abolition of the Death Penalty
in International Law, 3a. ed., Cambridge University Press, 2004, p. 167.
76 Cfr. Neuman, La pena de muerte…, cit., nota 69, pp. 236 y ss.
77 Cfr. Ôcalan…, cit., nota 20, párr. 195.
78 Cfr. Soering…, cit., nota 19, párrs. 102 y 103. Asimismo, cfr. Schabas, The Abolition of the
Death Penalty…, cit., nota 75, pp. 260 y 261.
LA PENA DE MUERTE 1041

tuación de guerra o, más ampliamente, de amenaza de guerra.79 El


instrumento que suprime de plano la pena de muerte es el Protocolo
13: “Quedará abolida la pena de muerte. Nadie será condenado a di-
cha pena o ejecutado” (artículo 1). Al suscribirlo, los Estados reafir-
maron el derecho a la vida y la necesidad, en consecuencia, de abolir
la pena capital.80 En sentido semejante se pronunció, con énfasis, la
Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa.81 La influencia del
derecho estadounidense en el orden europeo tropieza con la firme
oposición a la pena de muerte, que —se dice— no cederá.82
Finalmente, sirve al mismo objetivo abolicionista el silencio que
nuevos textos guardan en lo que respecta a la pena capital, relevada
por un sucedáneo cuestionado, pero eficaz para apoyar la causa abo-
licionista, como es la prisión perpetua. Así se observa en el Estatuto
de Roma de la Corte Penal Internacional.83 En la formación de éste,
los países árabes insistieron en la recepción de la pena capital, posi-
ción que habían planteado en el marco de los debates sobre el Se-
gundo Protocolo del PIDCP.84 Los Estados europeos, por su parte, se

79 Artículo 2: en “tiempo de guerra o amenaza inminente e guerra”.


80 En el preámbulo, los Estados se manifestaron “convencidos de que el derecho a la vida
constituye un valor básico en una sociedad democrática, y de que la abolición de la pena de
muerte resulta esencial para la protección de este derecho y para el pleno reconocimiento de la
dignidad inherente a los seres humanos”.
81 En las Resoluciones 1187, de 1999, y 1253, de 2001, reafirmó que “la aplicación de la pe-
na de muerte constituye un castigo inhumano y degradante, así como una violación del más fun-
damental de todos los derechos, el derecho a la vida, y que la pena capital no tiene cabida en
las sociedades civilizadas democráticas gobernadas por la regla de derecho (rule of law)”.
82 “El influjo de los EEUU en la reciente evolución del derecho penal europeo es considera-
ble y debe juzgarse de un modo diferenciado. La sostenida tendencia consistente en acentuar los
aspectos represivos del derecho penal a través de la imposición de penas de muerte, utilización
excesiva de penas privativas de libertad y sanciones estigmatizadoras tienen, a mi juicio, escasas
posibilidades de influencia en el centro y oeste de Europa”, señala el profesor en la Universidad
de Mannheim: Khulen, Lotear, “El derecho penal del futuro”, trad. Adán Nieto Martín, en
Arroyo Zapatero, Luis et al., Crítica y justificación del derecho penal en el cambio de siglo, Madrid, Uni-
versidad de Castilla-La Mancha, Cuencia, 2003, p. 227.
83 De los temas que figuran en la parte VII del estatuto, la pena de muerte fue el más inten-
samente discutido en la Conferencia de Roma. Cfr. Kreb, Claus, “Sanciones penales, ejecución
penal y cooperación en el Estatuto de la Corte Penal Internacional (partes VII, IX y X)”, trad.
de Óscar Julián Guerrero P., en Ambos y Guerrero (comps.), El Estatuto de Roma de la Corte Penal
Internacional, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 1999, p. 341.
84 Sobre esta posición en los trabajos preparato rios del Segundo Protoco lo, y el punto de la
relación entre la ley islámica y la abolición de la pena capital, cfr. Schabas, The Abolition of the
Death Penalty…, cit., nota 75, pp. 174 y ss., y p. 365, donde manifiesta, entre las conclusiones de
su obra, que “regularmente se indica que la ley islámica constituye un obstáculo insuperable pa-
ra la abolición de la pena de muerte”.
1042 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

opusieron. El punto de entendimiento se halló en la prisión perpe-


tua,85 que no constituye, en rigor, reclusión vitalicia.86
Volvamos a la Convención de San José. La tendencia general
—en realidad, una corriente de convicción o simpatía, que no consi-
guió, no obstante ser mayoritaria, instalar su preferencia en el pacto
mismo— quedó expresada en una declaración suscrita por catorce de
los diecinueve Estados87 participantes en la conferencia reunida en la
hospitalaria capital de Costa Rica. Aquéllos dejaron explícita cons-
tancia del deseo de abolir la pena de muerte a través de un futuro
protocolo adicional a la convención.88 Un Estado hizo notar, por se-
parado, el testimonio de su preferencia abolicionista.89 El sentido de
la corriente dominante fue recogido por el relator de la Comisión I.90
Desde luego, estas manifestaciones abolicionistas han sido invoca-
das por la jurisprudencia de la corte al tiempo de interpretar la con-
vención en asuntos contenciosos o consultivos. Así, por ejemplo, al

85 Cfr. Kreb, “Sancio nes penales…” (partes VII, IX y X)”, en Ambos Guerrero, Óscar Julián,
El Estatuto de Roma…, cit., nota 83, pp. 341-343.
86 Esto, en virtud del artículo 110, sobre “Examen de una reducción de la pena”. El párrafo
3 señala: “Cuando el recluso haya cumplido las dos terceras partes de la pena o 25 años de pri-
sión en caso de cadena perpetua, la corte revisará la pena para determinar si ésta puede reducir-
se. La revisión no se llevará a cabo antes de cumplidos esos plazos”. El párrafo 4 señala los fac-
tores que la corte tomará en cuenta para disponer, en su caso, la reducción de la pena.
87 Los cator ce Estados fueron: Costa Rica, Uruguay, Colombia, Ecuador, El Salvador, Pana-
má, Honduras, República Dominicana, Guatemala, México, Venezuela, Nicaragua, Argentina y
Paraguay. Cfr. Conferencia Especializada Interamericana sobre Derechos Humanos, San José,
Costa Rica, 7-22 de noviembre de 1969, Actas y documentos, OEA/Ser.K/XVI/1.2, Washington,
D. C., 1973, p. 467.
88 Los catorce Estados manifestaron: “reco giendo el sentimien to ampliamente mayoritario ex-
presado en el curso de los debates sobre la prohibición de la pena de muerte, concorde con las
más puras tradiciones humanistas de nuestros pueblos, declaramos solemnemente nuestra más
firme aspiración de ver desde ahora erradicada del ámbito americano la aplicación de la pena
de muerte y nuestro indeclinable propósito de realizar todos los esfuerzos posibles para que, a
corto plazo, pueda suscribirse un Protocolo adicional a la Convención Americana de Derechos
Humanos —Pacto de San José, Costa Rica— que consagre la definitiva abolición de la pena de
muerte y coloque una vez más a América en la vanguardia de la defensa de los derechos funda-
mentales del hombre”. Idem.
89 Fue el caso de República Dominicana, que manifestó: “La República Dominicana, al sus-
cribir la Convención Americana sobre Derechos Humanos, aspira que el Principio sobre la Pros-
cripción de la Pena de Muerte llegue a ser puro y simple, de aplicación general para los Estados
de la region americana, y mantiene asimismo las observaciones y comentarios realizados al Pro-
yecto de Convención citado y que hiciera circular ante las delegaciones al Consejo de la Organi-
zación de los Estados Americanos el 20 de junio de 1969”.
90 Indicó que esta comisión “dejó constancia, en este artículo (es decir, en el examen del ar-
tículo 4), de su firme tendencia a la supresión de la pena (de muerte)”. Conferencia especializa-
da…, Actas y documentos, p. 296.
LA PENA DE MUERTE 1043

referirse al artículo 4 de aquel instrumento, el tribunal interamerica-


no consideró que ese precepto “revela una inequívoca tendencia limi-
tativa del ámbito de (la) pena (de muerte) sea en su imposición, sea
en su aplicación”, y “en esta materia, la convención expresa una cla-
ra nota de progresividad, consistente en que, sin llegar a decidir la
abolición de la pena de muerte, adopta las disposiciones requeridas
para limitar definitivamente su aplicación y su ámbito, de modo que
ésta se vaya reduciendo hasta su supresión final”.91
La mencionada corriente limitativa se proyecta en cuatro vertien-
tes, a saber: a) Conminación, esto es, previsión legal de la pena de
muerte para ciertos hechos; b) Imposición, es decir, disposición judi-
cial de la pena de muerte al cabo de un proceso que culmina en la
resolución penal individualizada; c) Aplicación o ejecución de esa pe-
na,92 y d) Como ya se dijo, interpretación, que constituye una pers-
pectiva para el examen y la valoración de las vertientes anteriores.
Aun cuando no suprime de plano la pena de muerte, la CADH
avanza hacia ese objetivo. Se ha dicho, incluso, que constituye un
tratado abolicionista.93

C. Protocolo de 1990
El régimen de la convención se ve ampliado —como ha sucedido
en los otros instrumentos internacionales que mencioné en el aparta-
do precedente— por el protocolo relativo a la Abolición de la Pena
de Muerte, de 8 de junio de 1990, que ha sido suscrito y ratificado
por ocho países94 y se halla en vigor.95 En los considerandos de este

91 Opinión Consultiva OC-3/83…, cit., nota 16, párr. 99.


92 Esta vertiente no figura expresamente, como tal, en el párrafo de la Opinión Consultiva…,
citada en la nota anterior.
93 En este sentido, Schabas: “fue, en realidad, un tratado abolicionista, al menos para aque-
llos Estados que ya habían suprimido la pena capital, porque previno que dicha sanción no sería
reimplantada en la legislación de los Estados que la habían abolido”. The Abolition of the Death Pe-
nalty…, cit., nota 75, p. 367.
94 Ha sido firmado y ratificado por ocho Estados: Brasil (ratificado el 13 de agosto de 1996),
Costa Rica (ratificado el 26 de mayo de 1998), Ecuador (15 de abril de 1998), Nicaragua (9 de
noviembre de 1999), Panamá (28 de agosto de 1991), Paraguay (7 de diciembre de 2000), Uru-
guay (4 de abril de 1994) y Venezuela (6 de octubre de 1993). Cfr. Documentos básicos en materia de
derechos humanos en el sistema interamericano…, cit., nota 25, p. 83.
95 Entró en vigor el 28 de agosto de 1991, fecha en que Panamá depositó su ratificación, que
fue la primera. El artículo 4 del protocolo manifiesta: “El presente protocolo entrará en vigen-
cia, para los Estados que lo ratifiquen o se adhieran a él, a partir del depósito del correspondien-
1044 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

protocolo se menciona el derecho al respeto de la vida, la tendencia


abolicionista que ya he señalado, el hecho de que la abolición contri-
buye a proteger aquel derecho, el carácter irreparable de la pena de
muerte y la necesidad de que exista un “acuerdo internacional que
signifique un desarrollo progresivo” de la CADH en esta materia.
El artículo 1 del protocolo dispone que los Estados partes “no apli-
carán en su territorio la pena de muerte a ninguna persona sometida
a su jurisdicción”. Empero, es posible aplicarla por delitos sumamen-
te graves de carácter militar, tema sobre el que volveré adelante. He
aquí, pues, la única reserva que los Estados pueden formular, como
en efecto lo hizo Brasil. Es así que se reduce la geografía americana
de la pena de muerte. No obstante, ésta persiste en países caribeños
y, desde luego, en Estados Unidos de América, donde anualmente se
dictan y ejecutan numerosas sentencias de esta naturaleza.96

3. Párrafo 2. “En los países que no han abolido la pena de muerte,


ésta sólo podrá imponerse por los delitos más graves, en cumplimiento
de sentencia ejecutoriada de tribunal competente y de conformidad con una ley
que establezca tal pena, dictada con anterioridad a la comisión
del delito. Tampoco se extenderá su aplicación a delitos a los cuales
no se la aplique actualmente”

A. Los delitos “más graves”

Esta norma constituye un paso relevante hacia la abolición definiti-


va de la pena capital. Tiene correspondencia en diversos instrumen-

te instrumento de ratificación o adhesión en la Secretaría General de la Organización de los


Estados Americanos (OEA)”.
96 En 2001 hubo por lo menos 4700 ejecuciones en el mundo entero. Los países que ocupan
los diez primeros lugares en este escenario, mencionados en orden descendente en el número de
ejecuciones, fueron: China, Irán, Irak, Kenya, Tayikistán, Vietnam, Saudi Arabia, Yemen, Afga-
nistán y Estados Unidos de América (Hands Off Cain, The Death Penalty Worldwide, 2002 Report,
Roma, 2002, p. 76). Por lo que respecta a China, en 1999 hubo 1769 ejecuciones; en 2001 fue-
ron más de 3500, lo que representa el setenta y cuatro por ciento del total en el mundo (ibidem,
pp. 32, 36 y ss.).
LA PENA DE MUERTE 1045

tos, como el PIDCP97 y las Salvaguardias de Naciones Unidas.98 La


prohibición convencional se dirige a los países que no hubiesen aboli-
do la pena capital cuando la convención adquiere vigencia con res-
pecto a ellos. En consecuencia, se proscribe la adopción futura de es-
ta pena, mientras se halle en vigor la CADH. En el examen de este
párrafo surge uno de los temas de mayor relevancia a propósito de la
posible aplicación de la muerte punitiva: la identificación de los deli-
tos sancionables con esta pena, que sólo serán los “más graves”. La
corte ha examinado este punto, pormenorizadamente, en las senten-
cias dictadas en los Casos Hilaire, Constantine y Benjamín y otros vs.
Trinidad y Tobago.
Este concepto adoptado por la convención, con fuerte carácter res-
trictivo, entraña una aplicación específica de la idea político-criminal
del derecho penal mínimo,99 que ciertamente no fue invocado en los
documentos preparatorios de la convención. En efecto, milita en fa-
vor de la reducción penal —en la especie, de la gravedad de la pe-
na— como manifestación de la racionalidad y humanización del sis-
tema punitivo. Se trata, en fin, del uso racional y moderado del
instrumento penal: respuesta a las lesiones más severas de los bienes
más relevantes, con las penas estrictamente necesarias, que debieran
ser, además, las más benignas que sea posible utilizar.100 La circuns-
tancia de que se limite la pena de muerte a los delitos más graves

97 Artículo 6.2: “En los países que no hayan abolido la pena capital só lo podrá imponerse la
pena de muerte para los más graves delitos y de conformidad con leyes que estén en vigor en el
momento de cometerse el delito y que no sean contrarias a las disposiciones del presente pacto
ni a la convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio. Esta pena sólo podrá
imponerse en cumplimiento de sentencia definitiva de un tribunal competente”.
98 Párr. 1: “En los países que no la hayan abolido, la pena de muer te sólo podrá imponerse
como sanción para los delitos más graves, entendiéndose que su alcance se limitará a los delitos
intencionales que tengan consecuencias fatales u otras consecuencias extremadamente graves”.
99 Reinhart Maurach señala que “en la selección de los recursos pro pios del Estado, el dere-
cho penal debe representar la última ratio legis”. La “hipertrofia cualitativa” del derecho penal
constituye un rasgo del Estado totalitario. Tratado de derecho penal, trad. de Juan Córdoba Roda,
Barcelona, Ariel, 1962, t. I, pp. 31 y 32.
100 La famosa obra de Beccaria, que reivindica la racionalidad de la pena, concluye con una
fórmula admirable: “para que toda pena no sea violencia de uno o de muchos contra un parti-
cular ciudadano, debe esencialmente ser pública, pronta, necesaria, la más pequeña de las posi-
bles en las circunstancias actuales, proporcionada a los delitos, dictada por las leyes”. De los deli-
tos…, cit., nota 2, p. 323.
1046 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

—señaló la corte— “es reveladora del propósito de considerar dicha


pena aplicable sólo en condiciones verdaderamente excepcionales”.101
Corresponde establecer, pues, cuáles son los delitos más graves,
para adelantar un criterio de identificación que influya en la formula-
ción típica y permita confrontar las disposiciones de la CADH con
las previsiones de la ley local, como se ha hecho. Vale decir que los
delitos “más graves” son aquellos que lesionan del modo más severo,
conforme a su naturaleza y características, y tomando en cuenta la
culpabilidad del autor, los bienes de mayor jerarquía tutelados por el
orden jurídico. Este principio rector, que es también una regla de le-
gitimidad para la actuación de la autoridad (regularmente, el legisla-
dor), tiene carácter material, no simplemente formal. Puesto en otros
términos, se desprende de la “lógica misma” del sistema, no sólo de
la voluntad del legislador, porque si bastara ésta —formal mente
expresada en la ley— la tutela tendría un carácter meramente simbó-
lico.

B. Aplicación de la tesis a la privación punible de la vida

La tesis que antes expuse puede aplicarse a los diversos supuestos


de privación punible de la vida. Todos implican este resultado, pero
entre las diversas hipótesis median notables diferencias, sea en orden
a la intención homicida del agente, sea en lo que respecta a la cali-
dad del sujeto pasivo —que puede traer consigo la lesión a otro bien
destacado—, sea a propósito de la forma de cometer el delito —que
entraña calificativas agravatorias de la punibilidad ordinaria—.
De esta forma, se distingue entre homicidio imprudencial o culpo-
so, generalmente sancionado con pena menos severa, homicidio dolo-
so o intencional simple o básico, y homicidio doloso calificado. Con-
curren elementos objetivos o subjetivos que traen consigo una mayor
gravedad del hecho,102 que de esta suerte destaca del homicidio sim-
ple y se inscribe, por ello, en un tipo autónomo al que se asocia una

101 Opinión Consultiva OC-3/83…, cit., nota 16, párr. 54.


102 Cfr. López Bolado, Jorge D., Los homicidios calificados, Buenos Aires, Plus Ultra, 1975, pp. 18
y 19.
LA PENA DE MUERTE 1047

pena más severa.103 He examinado este punto en un Voto concurrente a


las sentencias en los casos de Trinidad y Tobago.104 Evidentemente,
es aplicable a la formulación de los tipos penales que describen con-
ductas sancionadas con pena capital el principio general de legalidad
sustantiva que contiene la convención y subraya la jurisprudencia de
la corte, y que desecha las descripciones vagas o equívocas de con-
ductas punibles.105
En este orden de consideraciones han sido relevantes las sentencias
dictadas en aquellos casos, identificados como Hilaire, Constantine y
Benjamín y otros. La atención del tema se inició con medidas caute-
lares106 adoptadas por la Comisión Interamericana de Derechos Hu-
manos para detener la ejecución de algunos condenados a muerte
mientras se apreciaba, por parte de aquél órgano, la subordinación
del procedimiento local al debido proceso previsto en la CADH.107

103 Cfr. Islas de González Mariscal, Olga, Análisis lógico de los delitos contra la vida, 4a. ed., Méxi-
co, Trillas, 1998, pp. 121 y 122.
104 En ese Voto señalo que “la legislación penal suele prever —desde hace mucho tiempo, y
muy ampliamente en la hora actual— al lado del llamado homicidio básico o fundamental,
otros tipos en los que figuran esos elementos agravadores: en función del vínculo entre los su-
jetos activo y pasivo (parricidio) de la situación en que se colocó el agente para privar de la vida
a la víctima (homicidio calificado por la ventaja o la traición), del móvil que impulsa la conducta
del autor (homicidio calificado por el propósito de obtener una remuneración o de satisfacer ob-
jetivos bastardos), de los medios empleados (homicidio calificado por el empleo de explosivos y
otros instrumentos devastadores), etcétera”.
105 La legalidad penal sustantiva fue examinada en el caso Castillo Petruzzi y otros, de 1999:
“en la elaboración de los tipos penales es preciso utilizar términos estrictos y unívocos, que aco-
ten claramente las conductas punibles, dando pleno sentido al principio de legalidad penal. Esto
implica una clara definición de la conducta incriminada, que fije sus elementos y permita deslin-
darla de comportamientos no punibles o conductas ilícitas sancionadas con conductas no pena-
les… Normas como las aplicadas en el caso que nos ocupa (se refiere a cierta legislación antite-
rrorista, aplicada a los peticionarios) que no delimitan estrictamente las conductas delictuosas,
son violatorias del principio de legalidad establecido en el artículo 9o. de la Convención Ameri-
cana”, CIDH, caso Castillo Petruzzi, Sentencia de 30 de mayo de 1999, serie C, núm. 52,
párr. 121.
106 En el Reglamento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se previene: “En
caso de gravedad y urgencia y toda vez que resulte necesario de acuerdo a la información dispo-
nible, la comisión podrá, a iniciativa propia o a petición de parte, solicitar al Estado de que se
trate la adopción de medidas cautelares para evitar daños irreparables a las personas” (artículo
25.1).
107 La comisión manifestó a la corte que las medidas cautelares habían sido desatendidas por
el Estado, y que éste señaló que la Comisión Interamericana “ni por acción u omisión tiene ju-
risdicción para prevenir de manera alguna la ejecución de una sentencia autorizada por la Cons-
titución y las leyes de Trinidad y Tobago y que fue pronunciada por un tribunal de jurisdicción
competente”, e indicó que estaba en libertad de ejecutar las sentencias dictadas de acuerdo con
las normas del derecho interno. Cfr. CIDH, Medidas provisionales. Compendio julio 1996-junio
1048 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

Posteriormente, la corte dictó medidas provisionales a solicitud de la


comisión.108 A raíz de estos procedimientos, el Estado denunció
—con fecha 26 de mayo de 1998— la Convención Americana.109 La
potestad de dictar medidas provisionales integra, a mi juicio, una ter-
cera vertiente de la competencia de la Corte Interamericana, que de
esta suerte se distribuiría en tres términos: a) Consultiva, b) Conten-
ciosa y c) Preventiva.110

2000, serie E, núm. 2, Resolución del Presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de 27 de
mayo de 1998, respecto de la República de Trinidad y Tobago. Casos James, Briggs, Noel, García y Bethel,
párr. 3 c), p. 276.
108 La CADH faculta a la corte para adoptar medidas “provisionales”, en los siguientes térmi-
nos: “En casos de extrema gravedad y urgencia, y cuando se haga necesario evitar daños irrepa-
rables a las personas, la corte, en los asuntos que esté conociendo, podrá tomar las medidas pro-
visionales que considere convenientes. Si se tratare de asuntos que aún no estén sometidos a su
conocimiento, podrá actuar a solicitud de la comisión” (artículo 63.2). Como se advierte, la fa-
cultad de la corte se ejerce en casos de “extrema” gravedad y urgencia. Tanto las medidas “cau-
telares” de la comisión como las “provisionales” de la corte son, en esencia, expedientes precau-
torios a propósito de bienes jurídicos que corren un alto riesgo y cuya pérdida o menoscabo
causaría a los individuos —beneficiarios de las medidas— un daño irreparable en el goce o ejer-
cicio de derechos fundamentales. En el caso a consideración, la corte actuó a instancia de la
Comisión Interamericana; el litigio no se había sometido aún al tribunal a través de la demanda
correspondiente. En la especie, las primeras medidas provisionales se adoptaron en la Resolución
del Presidente de la Corte, del 27 de mayo de 1998, a la que se aludió en la nota anterior, a favor de
los sentenciados James, Briggs, Noel, García y Bethel. La sucesión de medidas y otras comunica-
ciones en torno a este asunto puede verse en el citado Compendio julio 1996-junio 2000 (menciona-
do infra n. 111), pp. 275 y ss.
109 Conforme al artículo 78.1 de la CADH, la denuncia entró en vigor al cabo de un año de
su notificación. En consecuencia, la corte retuvo competencia, ratione temporis, para conocer de he-
chos ocurridos antes de que concluyera ese plazo, como en efecto ha sucedido a través de casos
sometidos mediante demandas de la Comisión Interamericana. En las sentencias del 1o. de sep-
tiembre del 2001, el tribunal interamericano afirma su competencia: “El 26 de mayo de 1998
Trinidad y Tobago denunció la Convención y de acuerdo con el artículo 78 de la misma, esta
denuncia tuvo efecto un año más tarde, el 26 de mayo de 1999. Los hechos a los que se refiere
el presente caso ocurrieron con anterioridad a la entrada en vigor de la denuncia hecha por el
Estado. Por lo tanto, esta corte es competente, en los términos de los artículos 78.2 y 62.3 de la
convención, para conocer el presente caso y dictar sentencia sobre la excepción preliminar pre-
sentada por el Estado”, párr. 28.
110 La sección 2 del capítulo VIII de la CADH se refiere a “Competencia y funciones”. No
enuncia las categorías de aquélla, sino establece las disposiciones competenciales de las que pu-
dieran derivar dichas categorías. Los artículos 61, 62 y 63.1 aluden a la competencia contencio-
sa: resolución de controversias planteadas a la corte a través de una demanda. Los artículos 64 y
65 instituyen la competencia consultiva. El artículo 63.2 recoge la que he llamado competencia
preventiva, que se reconoce a la corte aun en ausencia de contienda, es decir, antes de que ope-
re la jurisdicción contenciosa, en sentido estricto. Entonces no hay litigio o contienda —esto es,
contención— y tampoco existen partes procesales, porque todavía no hay proceso. La acción
que ejerce la comisión solicitante tiene entidad propia, y el procedimiento y las decisiones del
tribunal se instalan en el marco de una categoría competencial asimismo propia. Examino este
punto en mi “Reflexión sobre las medidas provisionales en la jurisdicción interamericana”, pre-
LA PENA DE MUERTE 1049

Lo anterior suscita varios temas de primera importancia, entre


ellas: los supuestos para la adopción de las medidas —extrema grave-
dad y urgencia, y necesidad de evitar daños irreparables a las perso-
nas—, contenido de éstas —pertinencia en función del bien amenaza-
do y de las circunstancias del caso—, instancia —las emitidas por la
corte: a solicitud de la comisión, antes o durante el enjuiciamiento de
un caso, o motu proprio— y obligatoriedad de dichas medidas, así las
dispuestas por la comisión como las ordenadas por la corte.111 En la
resolución de la Corte IDH, del 29 de agosto de 1998, a propósito
de la petición de medidas provisionales en favor de condenados a
muerte, el tribunal hizo notar, obviamente, que “si el Estado ejecuta
a las presuntas víctimas, causaría una situación irremediable e incu-
rriría en una conducta incompatible con el objeto y fin de la conven-
ción, al desconocer la autoridad de la comisión y afectar seriamente
la esencia misma del sistema interamericano”.112
La Corte Internacional de Justicia examinó la obligatoriedad de
las medidas provisionales y su eventual conversión en medidas defini-
tivas, como producto de la sentencia de fondo dictada en el mismo
juicio en el que fueron adoptadas aquéllas. Fue la primera vez que
ese tribunal estudió y resolvió el tema de la obligatoriedad de dichas
medidas, considerando que este asunto formaba parte de los plantea-
mientos discrepantes de Alemania y Estados Unidos de América,
acerca de los cuales se requería un pronunciamiento judicial.113 En el
caso LaGrand, ese tribunal emitió medidas provisionales el 3 de mar-

sentación de la obra Medidas provisionales y cautelares en el sistema interamericano de derechos humanos, de


Ernesto Rey Cantor y Ángela Margarita Rey Anaya (Bogotá, 2004, en prensa). En ese trabajo
menciono “lo que se podría llamar una competencia preventiva, que se manifiesta a través de las
medidas provisionales y que igualmente se acostumbra analizar en el marco de las atribuciones
contenciosas, sin tomar en cuenta su posible autonomía, toda vez que el desempeño de la fun-
ción preventiva puede plantearse sin que se haya suscitado todavía la cuestión de fondo a través
de una demanda formal que ponga en marcha el proceso de conocimiento. Esta última compe-
tencia, traducida en aquellas medidas, es la que ahora nos interesa”.
111 Sobre medidas provisio nales, cfr. los compendios publicados por la corte: Compendio
1987-1996, serie E, núm. 1; Compendio julio 1996-junio 2000, serie E, núm. 2; Compendio julio
2000-junio 2001, serie E, núm. 3, y Compendio junio 2001-julio 2003, serie E, núm. 2003.
112 Caso James y otros, Resolución sobre medidas provisio nales solicitadas por la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos respecto de la República de Trinidad y Tobago, 29 de
agosto de 1998, considerando 9.
113 Cfr. LaGrand, párr. 98. El punto se examina pormenorizadamente en los párrs. 96 y ss.
1050 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

zo de 1999.114 En la misma fecha fue ejecutado Walter LaGrand,


uno de los dos hermanos alemanes condenados a sufrir la pena capi-
tal. La corte sostuvo, en su hora, que dichas medidas no constituían
una “simple exhortación”, sino “creaban una obligación jurídica para
Estados Unidos de América”.115
México pidió y obtuvo medidas provisionales a favor de tres sen-
tenciados comprendidos en el caso Avena, sometido a la CIJ. La cor-
te ordenó dichas medidas en resolución del 5 de febrero de 2003, no-
tificada por el gobierno federal estadounidense a las autoridades
locales correspondientes. Por disposición del 1 de marzo de 2004, la
Corte de Apelaciones Criminales de Oklahoma fijó la fecha de ejecu-
ción de un sentenciado: 18 de mayo de 2004.116 Posteriormente, en

114 Las medidas se basaron en los artículos 41 del Estatuto de la CIJ y 75.1 de su Reglamento.
El mandamiento judicial se emitió en los siguientes términos: “(a) The United States of America
should take all mesasures at its disposal to ensure that Walter LaGrand is not executed pending
the final decision in these proceedings, and should inform the Court of all measures which it has
taken in implementation of this Order; (b) The Government of the United States of America
should transmit this Order to the Governor of the State of Arizona”. LaGrand, párr. 32. En este
procedimiento, el Solicitor-General de Estados Unidos de América emitió su punto de vista en el
sentido de que “an order of the International Court of Justice indicating provisional measures is
not binding and does not furnish a basis for judicial relief”. El mismo 3 de marzo, la Suprema
Corte de Estados Unidos de América desestimó la moción de Alemania para que se atendiera la
orden de medidas provisionales, haciendo ver, como motivo del rechazo, la tardanza del gobier-
no alemán en presentar su solicitud, así como los obstáculos existentes desde la perspectiva del
derecho nacional estadounidense: “(t)wo central factors constrained the United States ability to
act. The first was the extraordinarily short time between issuance of the Court’s Order and the
time set for the execution of Walter LaGrand… The second constraining factor was the cha-
racter of the Untied States of America as a federal republic of divided powers”. La misma suerte
corrieron las gestiones del propio Walter LaGrand ante la Suprema Corte. Cfr. idem, párrs. 33-34
y 95.
115 La CIJ examinó los textos inglés y francés del ar tículo 41 del estatuto, que mueven a dis-
crepancias (en español, el artículo 41.1 dice: “La corte tendrá facultad para indicar, si considera
que las circunstancias así lo exigen, las medidas provisionales que deban tomarse para resguardar
los derechos de cada una de las partes”; énfasis agregado) , y concentró su estudio sobre el “ob-
jeto y fin del tratado”, que debe interpretarse de “buena fe”, con el propósito de permitir que el
instrumento alcance las consecuencias que le son inherentes. Para esto, el tribunal internacional
invocó el derecho internacional consuetudinario, que se refleja en el artículo 31 de la Conven-
ción de Viena sobre el Derecho de los Tratados. La CIJ señaló que la orden sobre medidas pro-
visionales, del 3 de marzo de 1999, “was not a mere exhortation. It han been adopted pursuant
to Article 41 of the Statute. This Order was consequently binding in character and created a le-
gal obligation for the United States”. LaGrand, párr. 110. No sobra recordar, a este respecto,
que “debe rechazarse toda interpretación susceptible de despojar al convenio o parte del mismo
de su plena eficacia” (subrayado del autor). Verdross, Alfred, Derecho internacional público, trad. de
Antonio Truyoy y Serra, Madrid, Aguilar, 1957, p. 145,
116 Avena, párr. 21. En este caso, el gobernador del Estado conmutó la pena capital por cade-
na perpetua.
LA PENA DE MUERTE 1051

la sentencia de fondo de Avena, la Corte Internacional de Justicia es-


timó que las obligaciones estatales derivadas de la orden del 5 de fe-
brero habían sido sustituidas por los deberes afirmados en la senten-
cia: revisión y reconsideración de los casos.117 La consecuencia lógica
de esta disposición es que no proceda la ejecución de los condenados
hasta que se realice y concluya el nuevo procedimiento revisor.
Es interesante —para los fines de este trabajo, pero más todavía
para el examen de la competencia de la Corte IDH y de las relacio-
nes entre las normas internacionales y las disposiciones nacionales,
bajo la óptica de los compromisos, asimismo internacionales, adquiri-
dos soberanamente por el Estado— recordar que en la tramitación
de los casos de Trinidad y Tobago el Estado invocó la amplia reser-
va que había formulado al incorporarse a la convención. Se dijo en-
tonces que aquél:

Reconoce la competencia obligatoria de la Corte Interamericana de


Derechos Humanos que se estipula en dicho artículo sólo en la medida
en que tal reconocimiento sea compatible con las secciones pertinentes
de la Constitución de la República de Trinidad y Tobago, y siempre
que una sentencia de la corte no contravenga, establezca o anule dere-
chos o deberes existentes de ciudadanos particulares.118

La Corte IDH ha expuesto una tesis general en materia de reser-


vas en la Opinión Consultiva OC-2/82.119 En estos términos, las re-
servas no han de ser contrarias al fin y objeto del tratado, tomando

117 Ibidem, párr. 152.


118 La correspondiente reserva de Trinidad y Tobago, al adherir a la convención, se expuso en
los siguientes términos: “Con respecto al artículo 62 de la Convención, el Gobierno de la Repú-
blica de Trinidad y Tobago reconoce la jurisdicción obligatoria de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos que se estipula en dicho artículo sólo en la medida en que tal reconocimien-
to sea compatible con las secciones pertinentes de la Constitución de la República de Trinidad y
Tobago, y siempre que una sentencia de la corte no contravenga, establezca o anule derechos o
deberes existentes de ciudadanos particulares”. Esta expresión guarda similitud con las reservas
de Estados Unidos de América, de 1946, y de México, de 1947, a la jurisdicción contenciosa de
la Corte Internacional de Justicia. México señaló, además de la condición de reciprocidad, que
el sometimiento a la jurisdicción internacional “no es aplicable a aquellas controversias emana-
das de asuntos que, en opinión del gobierno de México, sean de jurisdicción interna de los Esta-
dos Unidos Mexicanos”.
119 CIDH, El efec to de las reservas sobre la entrada en vigencia de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos. Opinión Consultiva OC-2/82 del 24 de septiembre de 1982, serie A,
núm. 2, párrs. 17 y ss.
1052 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

en cuenta que, conforme al artículo 31.1 de la correspondiente Con-


vención de Viena, los tratados deben interpretarse de buena fe, según
el sentido corriente de los términos utilizados y teniendo en cuenta el
objeto y fin de aquéllos.120 Toda reserva “destinada a permitir al Esta-
do la suspensión de uno de esos derechos fundamentales (los previstos
en el artículo 27, CADH), cuya derogación está en toda hipótesis
prohibida, debe ser considerada incompatible con el objeto y fin de
la convención y, en consecuencia, no autorizada por ésta”.121 Estos
conceptos tienen connotación especial en un tratado tutelar de los de-
rechos humanos. Objeto de ellos son los compromisos adquiridos para
aquella tutela, y su fin es la mejor preservación y la mayor exaltación
de la dignidad humana, con su escudo protector jurídico.122
Al amparo de la tesis general, el tribunal interamericano rechazó
la reserva del Estado en la sentencia sobre excepciones preliminares
del 1 de septiembre de 2002. Para esto invocó el artículo 19 de la
CADH, sobre interpretación del convenio: ninguna disposición de és-
te puede interpretarse en el sentido de permitir a un Estado suprimir
el goce o ejercicio de derechos o limitarlos en mayor medida que la
prevista en él. Así, “no tendría sentido suponer que un Estado que
decidió libremente su aceptación a la competencia contenciosa de la
corte, haya pretendido en ese mismo momento evitar que ésta ejerza
sus funciones según lo previsto en la convención. Por el contrario, la
sola aceptación conlleva la presunción inequívoca de que se somete a

120 “El objeto y fin del tratado se determinará(n) a través del análisis del texto del tratado.
Normalmente será suficiente examinar el preámbulo, pues... es en éste donde normalmente se
encuentran enunciados el objeto y fin del tratado”. Acosta Estévez, José B. y Espaliat Larson,
Astrid, La interpretación del derecho internacional público y derecho comunitario europeo, Barcelona, Promo-
ciones y Publicaciones Universitarias, 1990, pp. 97 y 98.
121 Opinión Consultiva OC-3/83…, cit., nota 16, párr. 61.
122 La Corte IDH sostiene que “el objeto y fin de la Convención Americana es la protección
de los derechos humanos, por lo que la corte siempre que requiera interpretarla debe hacerlo en
el sentido de que el régimen de protección de derechos humanos adquiera todo su efecto útil”.
Informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Art. 51 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos). Opinión Consultiva OC-15/97 del 14 de noviembre de
1997, serie A, núm. 15, párr. 29. Cfr., ahí mismo, la nutrida jurisprudencia de la Corte Intera-
mericana a este respecto. En mi Voto razonado concurrente a la sentencia de fondo y reparaciones de
la Corte Interamericana en el caso de la Comunidad Mayagna (Sumo) Awas Tingni, del 31 de agosto
de 2001, señalo que “el objeto y fin de la Convención Americana sobre Derechos Humanos se
concentran en el reconocimiento de la dignidad humana y de las necesidades de protección y
desarrollo de las personas, en la estipulación de compromisos a este respecto y en la provisión de
instrumentos jurídicos que preserven aquélla y realicen éstos” (párr. 4 del voto mencionado).
LA PENA DE MUERTE 1053

la competencia contenciosa de la corte”.123 En la misma resolución se


invocó de nueva cuenta el carácter específico de las convenciones so-
bre derechos humanos, que no implican solamente ciertos vínculos
entre los Estados partes, sino generan obligaciones estatales frente a
los individuos.124
En los casos de Trinidad y Tobago se cuestionó la norma aplica-
da: Ley de delitos contra la persona, de 1925, que recoge la llamada
mandatory death penalty.125 Bajo este concepto, basta con acreditar la
existencia de un homicidio doloso para que resulte pertinente —más
todavía: inexorable— la imposición de pena capital. Conviene men-
cionar que el propio Estado había iniciado la reforma de esa nor-
ma126 antes de que la corte resolviera el litigio, de manera similar a

123 CIDH, caso Hilaire, Excepcio nes preliminares, Sentencia del 1o. de septiembre de 2001,
párr. 90. La declaración de Trinidad y Tobago “facultaría a éste para decidir en cada caso con-
creto el alcance de su propia aceptación de la competencia contenciosa de la corte en detrimen-
to del ejercicio de la función contenciosa del Tribunal. Además, concedería al Estado la potestad
discrecional para decidir qué asuntos puede conocer la corte, lo que privaría el ejercicio de la
competencia contenciosa del Tribunal de toda eficacia” (párr. 92). Aceptar esa declaración —se
agregó— “conduciría a una situación en que la corte tendría como primer parámetro de refe-
rencia la Constitución del Estado y sólo subsidiariamente la Convención Americana, situación
que acarrearía una fragmentación del orden jurídico internacional de protección de los derechos
humanos y haría ilusorios el objeto y fin de la Convención” (párr. 93). En el mismo sentido, las
sentencias sobre excepciones preliminares, también del 1o. de septiembre de 2001, en los Casos
Constantine y otros y Benjamín y otros.
124 Los tratados sobre derechos humanos no entrañan obligaciones ante otros Estados, “sino
hacia los individuos bajo su jurisdicción” (párr. 94 y 95, en que se mencionan coincidencias in-
ternacionales y se invoca la jurisprudencia de la propia Corte Interamericana). Sobre ésta, cfr.
CIDH, El efecto de las reservas sobre la entrada en vigencia de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos. Opinión Consultiva OC 2/82 del 24 de septiembre de 1982, serie A, núm. 2,
párr. 29; y CIDH, caso del Tribunal Constitucional. Competencia, Sentencia del 24 de septiem-
bre de 1999, serie C, núm. 55, párr. 41, y caso Ivcher Bronstein. Competencia, Sentencia del 24
de septiembre de 1999, serie C, num. 54, párr. 42.
125 Algunos ordenamientos prevén la imposición de cierta pena cuando se acredita la comisión
de determinados delitos. Se contempla esta mandatory sentence para evitar la benevolencia judicial,
y conseguir, de esta manera, la mejor prevención de la criminalidad. Cfr. Cole, George F., The
American System of Criminal Justice, Monterey, California, Brooks-Cole Publishing Company, 1983,
p. 363. En la sentencia del caso Wooson vs. North Carolina (1976), la Suprema Corte de Esta-
dos Unidos de América consideró que la mandatory death penalty contravenía las enmiendas octava
y décimocuarta. Cfr. Latzer, Death Penalty Cases. Leading U.S. Supreme Court Cases on Capital Punish-
ment, Butterworth-Heinemann, 1998, pp. 69 y ss.
126 El legislador de Trinidad y Tobago aprobó la Offences against the Person (Amendment) Act,
2000, que reformaría la Ley sobre Delitos contra la Persona, y que no había entrado en vigor al
tiempo de la sentencia de la Corte IDH. En los términos de esta enmienda, habría tres catego-
rías de homicidio, a saber: capital murder o murder 1, murder 2 y murder 3. La primera abarca los su-
puestos de mayor gravedad: homicidios calificados con elementos que regularmente traen consi-
go, como se observa en derecho comparado, la máxima penalidad y que en la especie se hallan
1054 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

otras reformas incorporadas en el sistema penal caribeño: así, en Ja-


maica.127
En su sentencia de estos casos, de la que procede transcribir algu-
nos párrafos, por tratarse de puntos esenciales para establecer el cri-
terio de la corte en lo que respecta a la pena de muerte conforme al
artículo 4 de la CADH, ese tribunal señaló que:

La privación intencional e ilícita de la vida de una persona (homicidio


intencional o doloso, en sentido amplio) puede y debe ser reconocida y
contemplada en la legislación penal, si bien bajo diversas categorías (ti-
pos penales) que corresponden a la diversa gravedad de los hechos, to-
mando en cuenta los distintos elementos que pueden concurrir en ellos:
especiales relaciones entre el delincuente y la víctima, móvil de la con-
ducta, circunstancias en las que ésta se realiza, medios empleados por
el sujeto activo, etcétera. De esta forma se establecerá una graduación
en la gravedad de los hechos, a la que corresponderá una graduación de
los niveles de severidad de la pena aplicable.128

Asimismo, la corte hizo ver que:

La referida ley impide al juez considerar circunstancias básicas en la


determinación del grado de culpabilidad y en la individualización de
la pena, pues se limita a imponer, de modo indiscriminado, la misma
sanción para conductas que pueden ser muy diferentes entre sí, lo que,
a la luz del artículo 4 de la Convención Americana, es sumamente gra-
ve cuando se encuentra en riesgo el bien jurídico mayor, que es la vida
humana, y constituye una arbitrariedad en los términos del artículo 4.1
de la convención.129

sancionados con pena capital; homicidios de menor gravedad, con otras características, que se
sancionan con prisión perpetua, y homicidios culposos. Esta regulación ya aparece en el derecho
correspondiente a otros Estados de la región, que tipifican con pormenor diversas hipótesis de
privación intencional de la vida.
127 En Jamaica, la Act to amend the Offences against the Person Act (14 de octubre de 1992), distin-
gue entre capital murder, punible con pena de muerte, y non-capital murder, sancionable con prisión
perpetua.
128 Caso Hilaire, Constantine y Benjamín y otros…, cit., nota 18, párr. 102.
129 Ibidem, párr. 103.
LA PENA DE MUERTE 1055

En apoyo de su tesis, la corte mencionó algunos pareceres concor-


dantes con ella.130
Una ley que presenta las características de la aplicada en Trinidad
y Tobago viola también el artículo 2, CADH, acerca de la obligación
de adecuar el derecho interno conforme a las estipulaciones de la
convención. En apoyo de este criterio se citó la resolución correspon-
diente al caso “La última tentación de Cristo”.131 Hay leyes que vio-
lan, per se, la convención, aunque no se hayan aplicado todavía a un
caso concreto. Esto ocurre en el ordenamiento de Trinidad y Tobago
sujeto a cuestión, aun cuando no se haya ejecutado a los condenados
a muerte. En efecto: “En el caso de las leyes de aplicación inmedia-
ta… la violación de los derechos humanos, individual o colectiva, se
produce por el solo hecho de su expedición”.132
La jurisprudencia interna examinó el problema suscitado por la
mandatory death penalty. Así, hubo pronunciamientos de los tribunales
trinitarios y del Judicial Commitee del Privy Council, este último por
vía de recurso contra resoluciones de la Corte de Apelación, confor-
me a la ordenación de instancias jurisdiccionales entre los órganos de

130 Así, la Observación General núm. 6 de 1982, del Comité de Derechos Humanos de Nacio-
nes Unidas en relación con el ar tículo 6.2-6 del Pacto: abo lir la pena de muerte “para los crí-
menes que no son los más serios” (párr. 100), así como diversos casos conocidos por el comité.
En el mismo orden, el tribunal interamericano mencionó la sentencia de la Suprema Corte de
Justicia de los EU en el caso Woodson vs. North Carolina, de 1976: la condena obligatoria a la
pena de muerte viola las enmiendas VIII, sobre trato cruel o inusual, y XIV, acerca de debido
proceso. La jurisprudencia de la Suprema Corte estadounidense no ha sido uniforme. Conviene
recordar que en la sentencia del caso Furman vs. Georgia (1972) declaró que la pena capital
constituía un castigo cruel e inusitado; cuatro años más tarde, en la sentencia dictada en el caso
Gregg vs. Georgia (1976) rechazó que esa sanción fuese siempre, per se, cruel e inusitada. Cfr. so-
bre este punto y, en general, acerca del desarrollo de la jurisprudencia estadounidense en mate-
ria de pena de muerte, Latzer, Death Penalty Cases…, cit., nota 125. La referencia a los casos Fur-
man y Gregg puede verse en las pp. 3-4, 69 y ss. En el sentido de la sentencia correspondiente
al caso Woodson vs. North Carolina, cfr. también Roberts vs. Louisiana (1977) 431 US 633.
131 En la sentencia sobre el litigio citado, la corte señaló: “En el derecho de gentes, una norma
consuetudinaria prescribe que un Estado que ha ratificado un tratado de derechos humanos debe
introducir en su derecho interno las modificaciones necesarias para asegurar el fiel cumplimiento
de las obligaciones asumidas… En el presente caso, al mantener la censura cinematográfica en el
ordenamiento jurídico chileno (artículo 19, núm. 12, de la Constitución Política y Decreto Ley
núm. 679) el Estado está incumpliendo con el deber de adecuar su derecho interno a la Conven-
ción de modo a hacer efectivos los derechos consagrados en la misma, como lo establecen los ar-
tículos 2o. y 1.1 de la Convención”. CIDH, caso “La última tentación de Cristo” (Olmedo Bus-
tos y otros vs. Chile), Sentencia de 5 de febrero de 200, serie C, núm. 73, párrs. 87 y 88.
132 CIDH, Responsabilidad internacional por expedición y aplicación de leyes violatorias de la
Convención (artículo 1o. y 2o. de la Convención Americana sobre Derechos Humanos), Opi-
nión Consultiva OC-14/94 del 9 de diciembre de 1994, serie A, núm. 14, párr. 43.
1056 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

países del Caribe y la Gran Bretaña. Los litigios han abarcado a


otros Estados del Caribe, que también contemplan esa forma de san-
ción estricta para los supuestos de privación intencional de la vida. El
examen de esta materia giró en torno a la admisión o el rechazo de
penas inhumanas o degradantes, crueles o inusitadas —calificada
de esta manera la mandatory death penalty, que excluye el arbitrio judi-
cial vinculado a las características del caso concreto— y a la posibili-
dad de aplicar en el enjuiciamiento de casos concretos ciertas disposi-
ciones vigentes antes de la independencia de los Estados del Caribe,
cuyas nuevas Constituciones contienen normas más favorables para el
inculpado, en este orden de cosas, que las expedidas anteriormente.
La aplicación de éstas —conforme a lo que pudiéramos llamar una
“cláusula de vigencia ultractiva”—133 trae consigo la validez de la
mandatory death penalty, que se excluye, en cambio, conforme a una in-
terpretación progresiva de las nuevas Constituciones.
En un primer momento, en 2004, el Privy Council desechó la su-
pervivencia de las normas anteriores e interpretó las disposiciones
constitucionales en forma que excluyese la pena de muerte obligato-
ria.134 Este criterio cambió poco después —en el mismo 2004—,
cuando el Judicial Committee, integrado por un número mayor de
miembros que el que había emitido la sentencia en el caso Roodhal,
sostuvo la validez de la cláusula de ultractividad, en sus términos es-
trictos.135 La decisión se tomó por mayoría de votos.136 Los integran-

133 La sección 4 de la Constitución de Trinidad y Tobago de 1976 protege el derecho a la vi-


da; la sección 5.1 establece que ninguna disposición podrá abrogar, limitar o infringir los dere-
chos y libertades constitucionalmente reconocidos, y la sección 5.2.b prohíbe al parlamento im-
poner o autorizar la imposición de sanciones crueles e inusitadas. Sin embargo, la sección 6.1
(con equivalentes en los ordenamientos de otros Estados) resuelve: “Nothing in sections 4 and 5
shall invalidate: (a) an existing law; (b) an enactment that repeals and re-enacts an existing law
without alteration; or (c) an enactment that alters an existing law but does not derogate from
any fundamental right guaranteed by this Chapter in a manner in which or to an extent to
which the existing law did not previously derogate from than right”.
134 Así se resolvió, por lo que toca a Trinidad y Tobago —con repercusión en otros Estados
caribeños—, en el caso Roodhal vs. State of Trinidad and Tobago (2004) 2 WLR 652,
135 Así ocurrió en varios casos en que el Judicial Committee del Privy Coun cil conoció de
asuntos previamen te llevados ante las Cor tes de Apelaciones lo cales, todos ellos fallados el 7
de julio del 2004, a saber: Lennox Ricardo Boyce and Jeffrey Joseph vs. The Queen (Barbados)
(2004) UKPC 32, Charles Matthew vs. The State (Trinidad and Tobago) (2004) UKPC 33, y
Lambert Watson vs. The Queen (Jamaica) (2004) UKPC 34.
136 En el caso Watson vs. The Queen hubo unanimidad adversa a la mandatory death penalty, en
virtud de que la ley en la que se previó esta sanción no fue expedida antes de que entrara en vi-
LA PENA DE MUERTE 1057

tes de la minoría dejaron constancia de su oposición y de las razones


en que la sustentaban. Aun cuando en estas sentencias se aludió al
estado de la cuestión a la luz del derecho internacional, así como a
la recepción e interpretación de éste conforme a la legislación de la
Gran Bretaña,137 el tema fundamental fue la relación entre la Consti-
tución nacional y los ordenamientos secundarios precedentes, no en-
tre éstos y las normas y principios internacionales. No omitieron los
autores del voto minoritario examinar los argumentos derivados de la
seguridad pública,138 así como las consecuencias del viraje que entra-
ñan las sentencias aprobadas por la mayoría.139

gor la Constitución. Los componentes de la minoría en las otras sentencias fueron Lord Bing-
ham of Cornhill, Lord Nicholls of Birkenhead, Lord Steyn y Lord Walker of Gestingthorpe.
137 La sección 3.1 de la United Kingdom Human Rights Act 1998 dispone que los tribunales
interpretarán las disposiciones de esta ley de manera que resulten compatibles con las previsio-
nes internacionales, “en la medida en que sea posible” lograr esa compatibilidad.
138 “In the Court of Appeal and in argument much emphasis was laid on the very high inci-
dence of murder and the widespread use of firearms in Jamaica. These facts are well known to
the Board and are, regrettably, notorious. Criminal conduct of the kind described is not unk-
nown in the United Kingdom. So long as those conditions prevail, and so long as a discretionary
death sentence is retained, it may well be that judges in Jamaica will find it necessary, n ortho-
dox sentencing principles, to impose the death sentence in a proportion of cases which is, by in-
ternational standards, unusually high. But prevailing levels of crime and violence, however great
the anxiety and alarm they understandably cause, cannot affect the underlying legal principle at
stake, which is that no one, whatever his crime, should be condemned to death without an op-
portunity to try and persuade the sentencing judge that he does not deserve to die”. Lambert
Watson vs. the Queen, párr. 64.
139 Al respecto, es muy interesante la posición de la minoría en la sentencia del caso Charles
Matthew vs. The State (Trinidad and Tobago), párrs. 34 y ss., así como el voto particular de
Lord Nicholls of Birkenhead, quien señaló, ante la cuestionable y persistente admisión de la man-
datory death penalty: “Times have changed. Human rights values set higher standards today. The
common endeavour, to rid the world of man’s inhumanity to man, has noty ceased. Conduct,
once tolerated, is no longer acceptable. Murder can be committed in all manner of circumstan-
ces. In some the death penalty will plainly be excessive and disproporcionate… To condemn
every person convicted of murder to death regardless of the circumstances is a form of inhuman
punishment. A sentence of death which lacks proportionality lacks humanity —The three coun-
tries which these appeals are concerned have human rights values at the very fore front of their
constitutions. Among the fundamental human righte expressly enshrined is prohibition of cruel
and unusual punishment in section 5 of the Constitution of Trinidad and Tobago, inhuman pu-
nishment in section 17 of the Constitution of Jamaica, and inhuman punishment in section 15 of
the Constitution of Barbados. Each country has also entered into international commitments of a
like nature—. Despite these constitutional and international guarantees the governments of these
countries insists in continuing to inflict on their citizens a form of punishment which, by today’s
standards, is inhuman. Each government justifies its mandatory sentences of death for murder by
pinting to a transitional saving clause in the country’s constitution in respect of laws in force
when the constitution was adopted. Each government seeks thereby to clothe a form of inhuman
punishment with continuing constitutional legitimacy and an appearance of human rights res-
pectability. I do not believe the framers of these constitutions ever intended the existing laws sa-
1058 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

C. Irretroactividad y debido proceso

En cuanto a la materia de este epígrafe, que atrae un punto del


párrafo 2 del artículo 4, CADH, conviene tomar en cuenta la exis-
tencia de un doble régimen de garantías cuando viene al caso la pe-
na de muerte: las ordinarias, aplicables a todas las hipótesis de enjui-
ciamiento, y las específicas —como “reforzamiento” de garantías—
destinadas explícitamente a esas hipótesis punitivas, tanto en lo que
atañe a la no retroactividad de la ley (tema sustantivo) como en lo
que concierne al enjuiciamiento.140 En fin de cuentas, la imposición
de la pena de muerte en contravención de estas normas implicaría
tanto una violación del debido proceso, en sus propios términos, co-
mo una privación arbitraria de la vida.141

ving provisions should operate to deprive the country’s citizens of the protection afforded by ri-
sing standards set by human rights values. The saving clauses were intended to smooth the
transition, not to freeze standars for ever. The constitutions of these countries should be inter-
preted accordingly, by giving proper effect to their spirit and not being mesmerised by their let-
ter. A literal interpretation of these constitutions meand that the law of Jamaica, a country
which has taken steps to distinguish between different types of murders, is held to be unconstitu-
tional, whereas the laws of Barbados and of Trinidad and Tobago, where no ameliorating steps
have been taken, are held to be constitutional. This is bizarre. Self-evidently, and interpretation
of the constitutions which produces this outcome is unacceptable. A supreme court of a country
which addopts such a literal approach is faliling in its responsabilities to the citizens of the
country. A constitution should b interpreted as an evolving statement of a country’s supreme
law”. Charles Matthew vs. The State, párrs. 66-70.
140 Las Salvaguardias de 1984 indican: “Sólo podrá ejecutarse la pena capital de conformidad
con una sentencia definitiva dictada por una autoridad competente, tras un proceso jurídico que
ofrezca todas las garantías posibles para asegurar un juicio justo, equiparables como mínimo a
las que figuran en el artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, incluido
el derecho de todo sospechoso o acusado de un delito sancionable con la pena capital a la asis-
tencia letrada adecuada en todas las etapas del proceso” (párr. 5). A esto se puede añadir, como
un derecho específicamente marcado para la hipótesis de pena de muerte (además de que lo sea
como garantía judicial general en los términos del PIDCP), que “Toda persona condenada a
muerte tendrá derecho a apelar ante un tribunal de jurisdicción superior, y deberán tomarse me-
didas para garantizar que esas apelaciones sean obligatorias” (párr. 6), así como la prohibición
de ejecutar la pena cuando esté pendiente un procedimiento de apelación u otro recurso (párr. 8).
El Comité de Derechos Humanos sostiene que la imposición de pena de muerte al cabo de un
juicio sin las garantías del debido proceso ni recurso de revisión constituye per se una violación
del derecho a la vida (Reid vs. Jamaica, de 1987, y otros posteriores, como Wright vs. Jamaica, e
igualmente los atinentes a Jamaica, de L. Simmons, de A. Little, y de R. Henry).
141 En este sentido, se ha pronunciado la Corte IDH en la Opinión Consultiva OC-16/99,
párr. 137 y resolutivo 7. La disposición, contenida en diversos instrumentos, que impide impo-
ner la pena capital sin proceso (without a ‘trial’) implica la observancia de diversos extremos: pre-
sunción de inocencia, asistencia jurídica, tiempo adecuado para la preparación de la defensa,
plazo razonable (without delay) para la realización del proceso e imparcialidad del tribunal. Cfr.
Schabas, The Abolition of the Death Penalty…, cit., nota 75, p. 370.
LA PENA DE MUERTE 1059

Con estas referencias, es preciso examinar el asunto justiciable desde


dos perspectivas, mutuamente complementarias: a) Conforme al régi-
men íntegro de garantías procesales, en sus dos extremos normativos:
garantías judiciales (artículo 8, CADH) y protección judicial (urgente
y expedita) de derechos fundamentales (artículo 25, CADH), lo cual
incluye la intangibilidad del habeas corpus y el amparo incluso en esta-
dos de excepción;142 y b) Bajo el régimen específico que acoge el
artículo 4.2, considerando además la referencias procesales, asimismo
específicas, que enuncia el párrafo 6 del mismo artículo 4.143
Ese fue el marco para el pronunciamiento de la corte en los multi-
citados casos de Trinidad y Tobago. La alusión al régimen genérico
se hizo en estos términos: “Tomando en cuenta la naturaleza excep-
cionalmente grave e irreparable de la pena de muerte, la observancia
del debido proceso legal, con su conjunto de derechos y garantías, es
aún más importante cuando se halle en juego la vida humana”.144 La
Opinión Consultiva OC-3/83 aludió al régimen específico: “La circuns-
tancia de que estas garantías (las específicas) se agreguen a lo previsto
por los artículos 8 y 9 indica el claro propósito de la convención de
extremar las condiciones en que sería compatible con ella la imposi-
ción de la pena de muerte en los países que no la han abolido”.145
A estas referencias procesales, hay que añadir el doble régimen
sustantivo que viene a cuentas en estos casos, por lo que toca a un

142 Al respecto, cfr. CIDH, El hábeas corpus bajo suspensión de garantías (artículos 27.2, 25.1
y 7.6 Convención Americana sobre Derechos Humanos). Opinión Consultiva OC-8/87 del 30
de enero de 1987, serie A, núm. 8, párrs. 27 y ss., y CIDH, Garantías judiciales en estados de
emergencia (artículos 27.2, 25 y 8a. Convención Americana sobre Derechos Humanos). Opinión
Consultiva OC-9/87 del 6 de octubre de 1987, serie A, núm. 9, párrs. 20 y ss. La Convención
Americana constituye —se ha reconocido— el instrumento internacional que con mayor clari-
dad instituye la inderogabilidad de las garantías del procedimiento bajo estados de excepción, lo
cual resulta aplicable en las hipótesis de aplicación de la pena de muerte. Cfr. Schabas, The Aboli-
tion of the Death Penalty…, cit., nota 75, p. 372. Igualmente, cfr. Meléndez, Florentín, La suspensión
de los derechos fundamentales en los estados de excepción según el derecho internacional de los derechos humanos,
El Salvador, 1999, esp. pp. 100-104, 122 y ss., y 251 y ss.
143 En las Salvaguardias de las Nacio nes Unidas hay una regla adicional concerniente a la
prueba: “Sólo se podrá imponer la pena de muerte cuando la culpabilidad del acusado se base
en pruebas claras y convincentes, sin que quepa la posibilidad de una explicación diferente de
los hechos”. Párr. 4.
144 Párr. 148. Se invoca la Opinión Consultiva OC-16/99, párrs. 134 y 135.
145 Opinión Consultiva OC-3/83…, nota 16, párr. 53.
1060 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

extremo destacado del principio de legalidad penal:146 la irretroactivi-


dad de la norma perjudicial.147 En esta materia existen dos preven-
ciones: la contenida en el artículo 9 —“Nadie puede ser condenado
por acciones u omisiones que en el momento de cometerse no fueran
delictivos según el derecho aplicable”— y la prevista en el artículo
4.2 —condena a pena capital ajustada a “una ley que establezca tal
pena, dictada con anterioridad a la comisión del delito”—.
Para establecer el alcance del concepto de sentencia ejecutoriada,
contenido en el párrafo que ahora analizamos, es pertinente tomar
en cuenta la autoridad de cosa juzgada, formal y material, que pu-
diera tener la sentencia condenatoria. En cuanto al tribunal compe-
tente, conviene recordar el criterio de la Corte Interamericana a pro-
pósito de los tribunales militares que juzgan a civiles.148 En lo que
concierne a la irretroactividad, es clara la proscripción establecida en
los artículos 4.2 y 9.

D. Prohibición para el futuro


El párrafo 2 del artículo 4 incluye una disposición de gran impor-
tancia: “No se extenderá la pena de muerte a delitos a los cuales no
se aplique actualmente”. Esto supone que en determinado país existe
cierto conjunto de delitos sancionables con pena capital. Ante esta si-
tuación, el precepto de la convención inscrita en una corriente de
abolicionismo, pero no abolicionista de manera inmediata y directa,
fija una prohibición que trae consigo el “congelamiento” de la pena
capital dentro de sus límites actuales. La duda debiera resolverse
—ya me referí a los criterios de interpretación— de manera favora-
ble a la supresión —o no extensión— de la pena capital. Por ello, la
Opinión Consultiva OC-3/83 mencionó que “el artículo 4.2 estable-

146 La legalidad penal implica que la ley punitiva sea escrita, previa a la realización del hecho
punible, y estricta, en el sentido de que establezca con claridad las características de aquél. Cfr.
Muñoz Conde, Francisco y García Arán, Mercedes, Derecho penal. Parte general, Valencia, Tirant
lo Blanch, 1996, p. 100; y Malo Camacho, Gustavo, Derecho penal mexicano, México, Porrúa,
1997, pp. 106-109.
147 En cambio, la retroactividad es admisible —y en algunos casos exigible— cuando se trata
de nuevas normas que mejoran la situación del reo: porque suprima el carácter delictuoso de
una conducta, agregue excluyentes de responsabilidad o causas de extinción, modere la punibilidad,
etcétera. El artículo 9, CADH, ordena, en su parte final, que “si con posterioridad a la comisión del
delito la ley dispone la imposición de una pena más leve, el delincuente se beneficiará de ello”.
148 Cfr. infra nota 154.
LA PENA DE MUERTE 1061

ce un límite definitivo a la pena de muerte para toda clase de delitos


hacia el futuro”.149

4. Párrafo 3. “No se restablecerá la pena de muerte en los Estados


que la han abolido”
Esta prohibición constituye una de las más intensas expresiones
abolicionistas de la CADH. Pretende cerrar la puerta del futuro a la
pena de muerte, que ha sobrevivido a la proscripción universal de
otros horrores aportados por la “justicia” penal. Esta ha corrido pa-
ralela, en experiencias deplorables, a la historia misma de la crimina-
lidad. Sorprende, como se ha observado, que el rechazo universal e
incondicional de las prácticas inhumanas —así, la tortura, cuya pros-
cripción se integra en el jus cogens—, no haya logrado remover, toda-
vía, la pena capital. Sin embargo, hay tratadistas que admiten el ca-
rácter jus cogens de algunas disposiciones sobre pena de muerte, así se
trate de un jus cogens regional en el ámbito americano,150 idea igual-
mente aplicable al espacio europeo que ha andado todo el camino
hacia la supresión de la pena capital.
En este párrafo crucial —señala la Opinión Consultiva OC-3/83—
“no se trata ya de rodear de condiciones rigurosas la excepcional im-
posición o aplicación de la pena de muerte, sino de ponerle un límite
definitivo, a través de un proceso progresivo e irreversible destinado a
cumplirse tanto en los países que no han resuelto aún abolirla, como
en aquéllos que sí han tomado esta determinación”. Bajo este párra-
fo, la decisión de un Estado “de abolir la pena de muerte se convier-
te, ipso jure, en una resolución definitiva e irrevocable”.151 La supre-
sión legislativa debiera entrañar la supresión judicial y ejecutiva,
exactamente como acontece cuando una lex posterior mejora la suerte

149 Párr. 68. Este pudiera ser el caso de México, si se entiende que la pena de muer te subsiste,
no obstante su derogación, en la ley ordinaria y su abolición de facto en la jurisdicción militar,
para los delitos contemplados por el artículo 22 constitucional. Cfr. Islas de González Mariscal,
Olga, “La pena de muerte en México”, en Díaz-Aranda, Enrique e Islas de González Maris-
cal, Olga, Pena de muerte, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2003, pp. 57 y
ss. Se halla en curso una reforma a los artículos 14 (a propósito de privación de la vida) y 22
constitucionales, que suprime la pena de muerte, en los términos de una iniciativa presentada en
la Cámara de Senadores en abril del 2004.
150 Cfr. Schabas, The Abolition of the Death Penalty…, cit., nota 75, p. 376.
151 Opinión Consultiva OC-3/83…, cit., nota 16, párr. 56.
1062 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

del inculpado o del condenado. En la especie, aparecería la necesi-


dad de sustitución o conmutación. La correspondiente obligación del
Estado corre a través de los deberes generales estatuidos en la con-
vención, que demandaría la omisión de medidas legislativas condu-
centes a restablecer la pena de muerte. Si ha ocurrido una abolición
de facto, ese deber implicaría la adopción de medidas legislativas con-
ducentes a asegurar la abolición de jure. Sobre este punto cabe hacer
las consideraciones que recojo en el siguiente párrafo.
Abolir tiene una connotación jurídica precisa: significa suprimir
una norma, y en este sentido equivale a derogar la disposición for-
malmente, bajo cualquiera de los medios que conducen a este fin.
Alude, pues, a la abolición de jure, pero se ha sostenido que también
comprende la abolición de facto. Si fuera esto último, habría que pre-
cisar cuándo ha ocurrido una abolición —aunque no exista provisión
derogatoria—, y si ella modifica los términos de un tratado. El punto
se mencionó en las sentencias del tribunal de Estrasburgo en los ca-
sos Soering vs. Reino Unido y Ôcalan vs. Turquía. Efectivamente, an-
tes de la supresión convencional de la pena de muerte se había pro-
ducido una supresión de facto que acaso reflejaba la voluntad jurídica
de los Estados.152
La tendencia que acoge el párrafo 3 del artículo 4 se extrema en
el protocolo relativo a la abolición de la pena de muerte, de 8 de ju-
nio de 1990, al que ya me referí, que tiene correspondencias en los
también mencionados protocolos 6 y 13 de la Convención Europea.
Aquel no admite reservas. Sin embargo, contiene —al igual que su
correspondiente europeo— una “vía de escape” a este rigor: “No
obstante (la exclusión general de reservas), en el momento de la rati-
ficación o adhesión, los Estados partes en este instrumento podrán
declarar que se reservan el derecho de aplicar la pena de muerte en
tiempo de guerra conforme al derecho internacional por delitos su-
mamente graves de carácter militar” (artículo 2). Esta disposición se
asemeja al artículo 2 del Protocolo 6 a la Convención Europea, de
1983, que incluye, además, una situación diferente y aledaña a aqué-
lla: la inminente amenaza de guerra, situación no comprendida en el

152 Cfr. Soering…, cit., nota 19, párr. 102.


LA PENA DE MUERTE 1063

protocolo americano. Como antes indiqué, existe una reserva de Bra-


sil, amparada en ese texto.153
En torno a este asunto es debido subrayar que la situación de gue-
rra no justifica la sanción de cualquier delito con pena capital, sino
sólo de los que sean “sumamente graves” y tengan “carácter militar”.
En cuanto al primer concepto, conviene tener por reproducido cuan-
to se dijo a propósito de los delitos más graves, considerando que los
sumamente graves se hallarían en el punto más elevado de la grave-
dad. Por lo que hace al segundo concepto, tómese en cuenta el ca-
rácter restrictivo que ha de tener la previsión de delitos del orden mi-
litar, que debieran reducirse a su mínima expresión. Bajo esa calidad
quedarían comprendidos solamente los delitos de función, en una do-
ble vertiente: en cuanto a su naturaleza —la estrictamente relaciona-
da con el desempeño militar, en sentido estricto— y en cuanto a la
calidad de quienes los cometen —sólo los militares en activo—.154
Hay disposiciones internacionales más evolucionadas en lo que con-
cierne a esta materia. Tal es el caso del Estatuto de Roma de la Cor-
te Penal Internacional, que no contempla la pena capital para los de-
litos contra el derecho internacional humanitario. Esta regulación
abarca, por supuesto, inter alia, a los militares que incurran en tales
ilícitos, muy graves, en tiempo de guerra.155
El inicio de la vigencia de un instrumento internacional se supedi-
ta con frecuencia al depósito de cierto número de ratificaciones. Así
fue, por ejemplo, en lo que respecta a la Convención Americana.156

153 Quien presentó la ratificación del protocolo, añadió: “declaro, debido a imperativos consti-
tucionales, que consigno la reserva, en los términos establecidos en el artículo II del protocolo
en cuestión, en el cual se asegura a los Estados partes el derecho de aplicar la pena de muerte en
tiempo de guerra, de acuerdo con el derecho internacional, por delitos sumamente graves de ca-
rácter militar”.
154 Cfr. caso Castillo Petruzzi…, cit., nota 105, párr. 128, y caso Cesti Hurtado, Sentencia del
29 de septiembre de 1999, Corte Interamericana de Derechos Humanos, San José, Costa Rica,
2000, párr. 151.
155 Cfr. García Ramírez, Sergio, La Corte Penal Internacional, 2a. ed., México, Instituto Nacional
de Ciencias Penales, 2004, esp. pp. 68 y ss.
156 Así, el artículo 74.2 previene que “tan pronto co mo once Estados hayan depositado sus res-
pectivos instrumentos de ratificación o de adhesión, la Convención entrará en vigor. Respecto a
todo otro Estado que la ratifique o adhiera a ella ulteriormente, la Convención entrará en vigor
en la fecha del depósito de su instrumento de ratificación o de adhesión”. La Convención entró
el vigor el 18 de julio de 1978, una vez que la hubieron ratificado Colombia (31-VII-1973), Cos-
ta Rica (8-IV-1970), Ecuador (28-XII-1977), El Salvador (23-VI-1978), Grenada (18-VII-1978),
Guatemala (25-V-1978), Haití (27-IX-1977), Honduras (8-IX-1977), Panamá (22-VI-1978), Re-
1064 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

Pero no con este protocolo, como expresión de una voluntad apre-


miante a favor de la abolición de la pena capital, que no debiera di-
ferirse cuando hay Estados dispuestos a adquirir compromisos en este
sentido. De ahí que el protocolo cobrara vigencia al depositarse la
primera ratificación, hecha por Panamá, el 28 de agosto de 1991.
La Corte IDH recibe su competencia contenciosa general de la
CADH o de otros instrumentos que expresamente se la confieren.157
No es el caso del protocolo al que ahora me refiero. Por ello, la ac-
tuación del tribunal interamericano en este ámbito solamente ocurri-
ría: a) Mediante el ejercicio de su competencia consultiva, que no di-
rime puntos contenciosos y que ya se aplicó en la Opinión Consul-
tiva OC-3/83, solicitada por la Comisión Interamericana; y b) A tra-
vés de la competencia contenciosa que proviniera de una demanda
por supuestas violaciones del párrafo 3 del artículo 4 de la conven-
ción (prohibición de restablecimiento de la pena capital), que se po-
dría analizar e interpretar a la luz del protocolo, tomando en cuenta
que si la corte no tiene competencia para aplicar directamente trata-
dos internacionales que no se la atribuyen, sí puede —y en efecto lo
ha hecho— remitirse a estos últimos para entender, en su contexto y
sentido, las disposiciones de la CADH o de otros instrumentos que le
otorgan, explícitamente, competencia material.

pública Dominicana ( (19-IV-1978) y Venezuela (9-VIII-1977). Cfr. Documentos básicos en materia de


derechos humanos en el sistema interamericano…, cit., nota 25, p. 51.
157 El Protocolo San Salvador, antes mencionado, confiere a la Corte IDH competencia mate-
rial (artículo 19.6) para conocer de violaciones a los artículos 8.1.a (derecho de asociación sindi-
cal) y 13 (derecho a la educación, en todos los aspectos recogidos por este protocolo). Otorga
competencia material a la corte la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la
Tortura, del 9 de diciembre de 1985, por cuanto el artículo 8 previene que “una vez agotado el
ordenamiento jurídico interno del respectivo Estado y los recursos que éste prevé, el caso podrá
ser sometido a instancias internacionales cuya competencia haya sido aceptada por ese Estado”.
También la Convención Interamericana sobre Desaparición forzada de Personas, del 9 de junio
de 1994, atribuye competencia material a la corte: “Para los efectos de la presente Convención
—dice el artículo XIII—, el trámite de las peticiones o comunicaciones presentadas ante la Co-
misión Interamericana de Derechos Humanos en que se alegue la desaparición forzada de per-
sonas estará sujeto a los procedimientos establecidos en la Convención Americana sobre Dere-
chos Humanos, y en los Estatutos y Reglamentos de la comisión y de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, incluso las normas relativas a medidas cautelares”. En cuanto a la pre-
sentación de peticiones ante la Comisión Interamericana, el artículo 23 del Reglamento de ese
órgano contempla los mismos instrumentos y agrega, conforme a la competencia de la comisión:
Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, Protocolo a la Convención
Americana sobre Derechos Humanos relativo a la abolición de la pena de muerte y Conven-
ción Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer.
LA PENA DE MUERTE 1065

5. Párrafo 4. “En ningún caso se puede aplicar la pena de muerte


por delitos políticos ni comunes conexos con los políticos”
Al analizar este párrafo, que no tiene correspondencia en el
PIDCP y acerca del cual varios Estados formularon reservas —Bar-
bados,158 Guatemala159 y Dominica160—, la corte señaló que se refie-
re a los delitos políticos y comunes conexos con aquéllos que “estu-
vieran sancionados con la pena capital con anterioridad, ya que para
el futuro habría bastado con la prohibición del artículo 4.2”.161 To-
mando en cuenta el planteamiento que determinó la Opinión Con-
sultiva 3, conectado a un tema concerniente a Guatemala162 —país
en el que han surgido diversas regulaciones sobre este punto—163 el
tribunal interamericano estableció que si se hace reserva del párrafo
4, sin hacerla también del 2, “lo único que (se) reserva es la posibili-
dad de mantener la pena para delitos políticos o conexos con ellos
que ya la tuvieran establecida con anterioridad”. En consecuencia,
“se mantiene plenamente para (el Estado) la prohibición de aplicar la

158 Barbados ratificó el 5 de no viembre de 1981, y expresó: “En cuanto al párrafo 4 del ar -
tículo 4, el Código Penal de Barbados establece la pena de muerte en la horca por los delitos de
asesinato y traición. El Gobierno está examinando actualmente en su integridad la cuestión de la
pena de muerte que sólo se impone en raras ocasiones, pero desea hacer una reserva sobre este
punto, ya que en ciertas circunstancias podría considerarse que la traición es delito político y cae
dentro de los términos del párrafo 4 del artículo 4”. Cfr. Documentos básicos en materia de derechos hu-
manos en el sistema interamericano…, cit., nota 25, pp. 54 y 55.
159 El gobierno de Guatemala ratificó “haciendo reserva sobre el artículo 4, inciso 4, de la
misma, ya que la Constitución de la República de Guatemala, en su artículo 54, solamente ex-
cluye de la aplicación de la pena de muerte, a los delitos políticos, pero no a los delitos comunes
conexos con los políticos”. La ratificación con reserva se presentó el 27 de abril de 1978. El
Estado retiró luego la reserva, al cambiar la normativa constitucional interna. Este retiro apare-
ce en el Acuerdo Gubernativo 281-86, del 20 de mayo de 1986, y operó a partir del 12 de agos-
to de 1986. Cfr. Documentos básicos en materia de derechos humanos en el sistema interamericano…, cit., no-
ta 25, p. 57.
160 En la ratificación del 3 de junio de 1993, Dominica señaló: “Se expresan reservas acerca
de las palabras ‘o crímenes comunes conexos’”. Cfr. Documentos básicos en materia de derechos humanos
en el sistema interamericano…, cit., nota 25, p. 64.
161 Opinión Consultiva OC-3/83…, cit., nota 16, párr. 68.
162 Las preguntas formuladas por la Comisión Interamericana fueron: “1. ¿Puede un gobierno
aplicar la muerte a delitos para los cuales no estuviese contemplada dicha pena en su legislación
interna, al momento de entrar en vigor para ese Estado la Convención Americana sobre Dere-
chos Humanos? 2. ¿Puede un gobierno, sobre la base de una reserva hecha al momento de la
ratificación al artículo 4o., inciso 4 de la Convención, legislar con posterioridad a la entrada en
vigor de la Convención imponiendo la pena de muerte a delitos que no tenían esa sanción cuan-
do se efectuó la ratificación?”.
163 Neuman estudia este punto bajo el rubro “Ruptura del Convenio Internacional y retorno a
la pena de muerte. El caso de Guatemala”. Cfr. La pena de muerte…, cit., nota 69, pp. 264 y ss.
1066 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

pena de muerte a nuevos delitos, sean políticos o comunes conexos


con los políticos, sean comunes sin ninguna conexidad”.164
En este marco se suscita un problema ampliamente analizado: la
definición del delito político, en sus aspectos objetivos y subjetivos.165
Habría que considerar criterios de interpretación muy amplios, que
obedezcan al principio pro homine —o pro personae— característico del
derecho internacional de los derechos humanos. Ayudará al intérpre-
te recurrir a la referencia internacionalmente establecida sobre delitos
que dan lugar a la extradición, tomando en cuenta que ésta es im-
procedente cuando se trata de inculpados de delitos de ese carác-
ter.166 Por exclusión, se entenderá que son comunes los que no tienen
carácter político. También se deberá atender a la conexidad delictuo-
sa: delitos que sirvan como medio para la preparación, comisión u
ocultamiento, o ilícitos realizados por otras personas y relacionados

164 Opinión Consultiva OC-3/83…, cit., nota 16, párr. 70


165 En las doctrinas que caracterizan al delito político, se refleja “el mismo proceso que afecta
a todo el derecho penal: el de la consideración preferente del delito y el de la estimación predo-
minante del delincuente. Las teorías objetivas toman en cuenta, principalmente, la naturaleza
del derecho violado; las teorías subjetivas conceden un relieve más acusado a los elementos psi-
cológicos del crimen político, o sa a los que radican en el agente y no en el acto”. Ruiz Funes,
Mariano, Evolución del delito político, México, Hermes, s/f, p. 51.
166 Ruiz Funes razona: “Si ningún Estado moderno concede la extradición para los delincuen-
tes políticos que, habiendo consumado su delito en otro país, se refugian en su territorio, ¿qué
inconveniente hay en reconocer por medio de una convención internacional, y en aceptar en las
leyes nacionales, el principio de que el delito político es un crimen sui generis, y de que, en conse-
cuencia, su tratamiento debe ser cualitativamente distinto del de la infracción penal común?”.
Evolución del delito…, cit., nota anterior, pp. 335-336. No sobra recordar que algunos delitos, so-
bre los que en ocasiones se sostiene su naturaleza política en función de los motivos y fines del
autor, han sido ampliamente excluidos de esa connotación y de las ventajas que trae consigo.
Así, el Convenio para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, del 9 de diciembre de
1948, señala que “a los efectos de extradición, el genocidio y los otros actos enumerados en el
artículo 3 no serán considerados como delitos políticos” (artículo 7). En sentido similar, la Con-
vención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, del 10 de
diciembre de 1984 (artículo 8.1). El mismo tratamiento se da al crimen de terrorismo. Por ejem-
plo, el Convenio Europeo sobre Represión del Terrorismo, del 27 de enero de 1977, que enun-
cia diversas conductas punibles generalmente consideradas terroristas, y aclara que, “a los efec-
tos de la extradición”, ninguna de ellas “se considerará como delito político, como delito conexo
con un delito político o como delito perpetrado por móviles políticos” (artículo 1). La Conven-
ción Interamericana contra el Terrorismo (Bridgetown, Barbados, 3 de junio del 2002) tampoco
proporciona una definición de terrorismo y se remite a diversos tratados internacionales (artículo
2). Luego señala que no se negará la extradición de los inculpados por la comisión de esos ilíci-
tos, a los que no se reconoce como de delitos políticos, conexos con ellos o inspirados por moti-
vos políticos (artículo 11). Se niega a dichos inculpados la condición de refugiados (artículo 12) y
los excluye del asilo (artículo 13).
LA PENA DE MUERTE 1067

con los delitos políticos. Aquí se deberá aplicar un amplio criterio de


interpretación, atento al principio pro homine (o pro personae).

6. Párrafo 5. “No se impondrá la pena de muerte a personas que, en el momento


de la comisión del delito, tuvieren menos de dieciocho años de edad
o más de setenta, ni se les aplicará a las mujeres en estado de gravidez”
Este párrafo —sobre el que hizo reserva Trinidad y Tobago—167
guarda relación con textos del PIDCP168 y las Salvaguardias de las
Naciones Unidas.169 La prevención sobre menores de edad —“niños”,
conforme a la convención de la materia—170 y ancianos alude tanto a
la disposición legislativa como a la aplicación judicial de la pena de
muerte, y toma en cuenta la fecha en que se cometió el delito, no el
momento del juicio o de la ejecución, que son posteriores. Esto aso-
cia los datos del discernimiento y la política penal, por un lado, con
la justificación de la reacción penal, por el otro. La Convención so-
bre los Derechos del Niño prohíbe la aplicación de la pena capital
por delitos cometidos por menores de dieciocho años de edad (artícu-
lo 37. a).171
En la determinación del momento de comisión del ilícito es preci-
so considerar, en su caso, el carácter instantáneo, continuado o conti-
nuo de aquél, ampliamente examinado por la doctrina penal y regu-
lado por los ordenamientos penales nacionales,172 que también se

167 Formulada “por cuanto en las leyes de Trinidad y Tobago no existe prohibición de aplicar
la pena de muerte a una persona de más de setenta (70) años de edad”. Cfr. Documentos básicos en
materia de derechos humanos en el sistema interamericano…, cit., nota 25, p. 63.
168 El artículo 6.5 del pacto previene que “no se impondrá la pena de muerte por delitos co -
metidos por personas de menos de 18 años, ni se la aplicará a las mujeres en estado de gravi-
dez”.
169 El párrafo 3 de las salvaguardias señala que “no serán condenados a muerte los menores
de 18 años en el momento de cometer el delito, ni se ejecutará la pena de muerte en el caso de
mujeres embarazadas o que hayan dado a luz recientemente, ni cuando se trate de personas que
hayan perdido la razón”, supuesto, este último, que se ha considerado en alguna legislación y ju-
risprudencia nacionales, pero no en la CADH.
170 “Para los efectos de la presente Convención —indica el artículo 1 de la Convención sobre
los derechos del niño, del 20 de noviembre de 1989—, se entiende por niño todo ser humano
menor de dieciocho años de edad, salvo que, en virtud de la ley que le sea aplicable, haya alcan-
zado antes la mayoría de edad”.
171 El mismo precepto proscribe la aplicación a estos menores de prisión perpetua sin posibili-
dad de excarcelación.
172 El delito es instantáneo cuando “la consumación se agota en el mismo momento en que se
han realizado todos sus elementos constitutivos”; permanente o continuo, cuando aquélla “se
1068 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

suscitó a propósito de la competencia ratione temporis de la Corte Penal


Internacional.173 Sobre este último punto, la Corte Interamericana se
pronunció en el caso Blake,174 en cuyas sentencia sobre excepciones
preliminares y fondo se mencionó, para determinados efectos, la De-
claración de las Naciones Unidas sobre la Protección de todas las Per-
sonas contra las Desapariciones Forzosas, de 1992, y la Convención
Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas, de 1994,
que consideran la desaparición como delito permanente.175 Anterior-
mente, la misma corte se ocupó en una caracterización de ese hecho,
a la luz de la violación de los derechos humanos que entraña: la
“desaparición forzada de personas… constituye una violación múlti-
ple y continuada de varios derechos protegidos por la convención”.176
La hipótesis sobre mujer en estado de gravidez se refiere a la apli-
cación de la pena de muerte. La palabra “aplicación” es multívoca:

prolonga en el tiempo”, y continuado, cuando “con unidad de propósito delictivo y pluralidad


de con ductas se viola el mismo precepto legal”. Malo Camacho, Derecho penal…, cit., nota 146,
p. 509. Uno de los más recientes ordenamientos mexicanos, el denominado Nuevo Código Penal
para el Distrito Federal, del 2002, estatuye que el delito, atendiendo al momento de su consu-
mación, es instantáneo “cuando la consumación se agota en el mismo momento en que se han
realizado todos los elementos de la descripción legal”; permanente o continuo, “cuando se viola
el mismo precepto legal, y la consumación se prolonga en el tiempo”, y continuado, “cuando
con unidad de propósito delictivo, pluralidad de conductas e identidad de sujeto pasivo, se con-
cretan los elementos de un mismo tipo penal” (artículo 17).
173 El artículo 7.1.i del Estatuto de la Corte Penal Internacional contempla el crimen de lesa
humanidad consistente en la desaparición forzada de personas. Este punto provocó diversos
cuestionamientos. En tal virtud, se colocó al calce del precepto, en el ordenamiento sobre Ele-
mentos del Crimen, una nota 24 que dice: “El crimen será de la competencia de la corte única-
mente si el ataque indicado en los elementos 7 y 8 se produjo después de la entrada en vigor del
Estatuto”, con lo cual se modifica el alcance que, en orden al ejercicio de la jurisdicción, tendría
el delito continuo o permanente. Los elementos 7 y 8, característicos de los delitos de lesa huma-
nidad y que se repiten en el análisis de cada hipótesis en los Elementos del Crimen, son, respec-
tivamente: “Que la conducta se haya cometido como parte de un ataque generalizado o sistemá-
tico dirigido contra una población civil”, y “Que el autor haya tenido conocimiento de que la
conducta era parte de un ataque generalizado o sistemático dirigido contra una población civil o
haya tenido la intención de que la conducta fuera parte de un ataque de ese tipo”. Cfr. García
Ramírez, Sergio, La Corte Penal…, cit., nota 155, p. 259.
174 Cfr. CIDH, caso Blake, Excepcio nes preliminares, Sentencia del 2 de julio de 1996, serie
C, núm. 27, párrs. 29 y ss., y CIDH, caso Blake, Sentencia (de fondo) del 24 de enero de 1998,
serie C, núm. 36, párrs. 53 y ss.
175 “Mientras sus autores continúen ocul tando la suerte y el paradero de la persona desapare-
cida y mientras no se hayan esclarecido los hechos”, señala el artículo 17.1 de la declaración; y
“Mientras no se establezca el destino o paradero de la víctima”, indica el artículo III de la con-
vención.
176 CIDH, caso Velásquez Rodríguez, Sentencia (de fondo) del 29 de julio de 1988, serie C,
núm. 4, párrs. 155 y 158, y CIDH, caso Godínez Cruz, Sentencia (de fondo) del 20 de enero de
1989, serie C, núm. 5, párrs. 163 y 166.
LA PENA DE MUERTE 1069

puede aludir a la condena judicial o a la ejecución de la sentencia.


En el párrafo 2 de este mismo artículo 4 se habla de aplicación en el
sentido de previsión legal de la pena de muerte, que es el sentido
más amplio y benéfico para el inculpado.

7. Párrafo 6. “Toda persona condenada a muerte tiene derecho a solicitar


la amnistía, el indulto o la conmutación de la pena, los cuales podrán
ser concedidos en todos los casos. No se puede aplicar la pena de muerte
mientras la solicitud esté pendiente de decisión ante autoridad competente”
Una expresión específica y adicional del debido proceso cuando
existe la posibilidad de condena a muerte se halla en diversos instru-
mentos,177 entre ellos la CADH, que consagran ciertas garantías a
propósito de la impugnación de resoluciones condenatorias de este
género, o bien, acerca de medidas de extinción de la potestad puniti-
va o de benevolencia penal. Tal es el caso del párrafo 6 del artículo
4 de la convención. Este alude a tres actos: amnistía, indulto y con-
mutación. Se entiende que estos conceptos han de ser interpretados
conforme al empleo corriente de las voces respectivas, y que también
abarcan instituciones que posean la misma naturaleza y los mismos
efectos que aquéllos, aunque reciban, en las leyes nacionales, denomi-
naciones diferentes. De lo que se trata, en suma, es de poner al al-
cance del justiciable todos los medios idóneos para excluir la pena
capital o impedir su ejecución.
La amnistía es un acto materialmente legislativo (de fuente parla-
mentaria y, en ocasiones, ejecutiva) que excluye la persecución penal
e impide el enjuiciamiento; en fin de cuentas, extingue la potestad de
perseguir.178 La Corte IDH ha examinado el tema de las amnistías

177 El ar tículo 6.4 del Pacto IDCP señala: “Toda persona condenada a muerte tendrá derecho
a solicitar el indulto o la conmutación de la pena. La amnistía, el indulto o la conmutación de la
pena capital podrán ser concedidas en todos los casos”. El párrafo 7 de las Salvaguardias de Na-
ciones Unidas indica: “Toda persona condenada a muerte tendrá derecho a solicitar el indulto o
la conmutación de la pena”; y el párrafo 8 añade: “No se ejecutará la pena mientras este proce-
dimiento esté pendiente”.
178 El nuevo Código Penal mexicano para el Distrito Federal previene que la amnistía “extingue
la pretensión punitiva o la potestad de ejecutar las penas y medidas de seguridad impuestas, en
los términos de la Ley que se dictare concediéndola”. Se trata, pues, de un acto del Poder Legis-
lativo (a diferencia del indulto, que lo es del Ejecutivo, como potestad de “gracia”) y opera sobre
la persecución (investigación y enjuiciamiento) y la ejecución (en tanto que el indulto sólo actúa
en la etapa ejecutiva).
1070 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

en su variante de “auto-amnistías”: rechaza este medio de excluir el


enjuiciamiento de responsables de graves violaciones a los derechos
humanos.179 El indulto constituye un acto de perdón, generalmente
depositado en las facultades del Ejecutivo, que extingue la potestad
de ejecutar una pena prevista en sentencia condenatoria: es, por ello,
una medida de “clemencia”, que no suprime la calificación delictuosa
de los hechos. Adelante me referiré a esta medida de “clemencia” co-
mo sustituto de la revisión judicial de la condena cuando hubo viola-
ción de alguna norma procesal que debiera subsanarse a través de un
verdadero recurso judicial.180 Por último, la conmutación es un acto
del tribunal o del Ejecutivo, que sustituye una sanción por otra. La
clemencia puede aparejar conmutación.181
Los actos a los que me estoy refiriendo deben resultar eficaces pa-
ra el solicitante o beneficiario, en el sentido de que puedan ser con-
cedidos en todos los casos, sin obstáculos prejuiciosos que priven al
peticionario del beneficio que la convención dispone. En otros térmi-
nos, habrá verdadero acceso a la justicia sustitutiva de la pena de
muerte, conforme a las reglas del debido proceso, y no existirán im-
pedimentos inamovibles, previamente establecidos, derivados de la
gravedad del delito o de las condiciones del autor —dígase culpabili-

179 Esta jurispruden cia se ha formado a través de diversas sentencias: así, las correspon dientes
a los casos Loayza Tamayo (Reparaciones), de 27 de noviembre de 1998, y Castillo Páez (Repa-
raciones), de la misma fecha. En el caso Barrios Altos, con sentencia de fondo del 14 de marzo
de 2001, se reitera y profundiza: “Esta corte considera que son inadmisibles las disposiciones de
amnistía, las disposiciones de prescripción y el establecimiento de excluyentes de responsabilidad
que pretendan impedir la investigación y sanción de los responsables de las violaciones graves de
los derechos humanos tales como la tortura, las ejecuciones sumarias, extralegales o arbitrarias y
las desapariciones forzadas, todas ellas prohibidas por contravenir derechos inderogables recono-
cidos por el derecho internacional de los derechos humanos”. Cfr. mi voto concurrente en
CIDH, caso Castillo Páez. Reparaciones (art. 63.1 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos. Sentencia del 27 de noviembre de 1998, serie C, núm. 43, pp. 60 y ss., también reco-
gido en “Cuestiones ante la jurisdicción internacional”, en Cuadernos Procesales, México, año V,
núm. 13, septiembre de 2001, pp. 21 y ss., y reproducido en García Ramírez, Sergio, La jurisdic-
ción internacional…, cit., nota 155, pp. 354 y ss., y mi estudio de este asunto en “Dos temas de la
jurisprudencia interamericana: ‘proyecto de vida’ y amnistía”, en ibidem, pp. 258 y ss.
180 Infra, sub II, 7.
181 Ha llamado la aten ción la resolución del gobernador de Illinois, del 11 de enero del 2003,
que conmutó las penas de muerte impuestas en dicho Estado de la unión americana, por penas
privativas de la libertad. La medida comprendió a algunos sentenciados abarcados por la de-
manda mexicana en el caso Avena, ante la Corte Internacional de Justicia, del que también me
ocupo en este trabajo.
LA PENA DE MUERTE 1071

dad o “peligrosidad”, por ejemplo—, que impidan de plano el otor-


gamiento de los beneficios mencionados en la convención.
Esta eficacia de los beneficios fue materia de consideración en los
casos de Trinidad y Tobago. En las sentencias se dispuso que:

Las peticiones individuales de clemencia previstas en la Constitución,


deben ejercerse mediante procedimientos imparciales y adecuados, de
conformidad con el artículo 4.6 de la convención, en combinación con
las disposiciones relevantes de ésta acerca de las garantías del debido
proceso establecidas en el artículo 8. Es decir, no se trata solamente de
interponer formalmente una petición, sino de tramitarla de conformi-
dad con el procedimiento que la torne efectiva.182

La corte abundó:

El artículo 4.6 leído en conjunto con los artículos 8 y 1.1, los tres de la
Convención Americana, pone al Estado frente a la obligación de ga-
rantizar que este derecho pueda ser ejercido por el condenado a pena
de muerte de manera efectiva. Así, el Estado tiene la obligación de im-
plementar un procedimiento de esta índole que se caracterice por ser
imparcial y transparente, en donde el condenado a pena capital pueda
hacer valer de manera cierta todos los antecedentes que crea pertinen-
tes para ser favorecido con el acto de clemencia.183

El tema ha sido examinado en otros casos ante la justicia interna-


cional. Así, en el caso Avena se mencionó la posibilidad de que los
condenados recurriesen a la clemency del órgano ejecutivo. Estados
Unidos de América manifestó que ésta no constituye una simple gra-
cia, sino forma parte del sistema legal para corregir errores cometi-
dos en un procedimiento y modificar resoluciones adoptadas en éste.
La Corte Internacional de Justicia había considerado el punto en el
caso LaGrand y reiteró su posición en Avena. Aquel tribunal se pro-
nunció por un procedimiento de revisión y reconsideración practica-
do en la vía judicial, que permita ponderar efectivamente los efectos
de la violación en el proceso y la sentencia.184

182 Caso Hilaire, Constantine y Benjamín y otros vs. Trinidad…, cit., nota 18, párr. 186.
183 Ibidem, párr. 188.
184 Avena, párrs. 140 y ss.
1072 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

III. OPINIÓN CONSULTIVA OC-16/99. “EL DERECHO


A LA INFORMACIÓN SOBRE LA ASISTENCIA CONSULAR EN EL MARCO
DE LAS GARANTÍAS DEL DEBIDO PROCESO LEGAL”

1. Consideración introductoria

La Opinión Consultiva OC-16/99 de la Corte Interamericana de


Derechos Humanos,185 a la que me he referido supra, constituye un
pronunciamiento cada vez más citado y acogido en la doctrina, la ju-
risprudencia y la práctica nacional e internacional.186 En la base de
dicho pronunciamiento se hallan tanto la situación del sujeto extran-
jero privado de la libertad, que resulta doblemente vulnerable en lo
que respecta al ejercicio de ciertos derechos fundamentales —vulne-
rabilidad incrementada por la detención que se le impone y por su
condición de extranjero—, como la misión protectora de nacionales
que es inherente al desempeño consular y que ha adquirido creciente
importancia.187
Esta opinión consultiva se inserta en el conjunto de pronuncia-
mientos relacionados con las descollantes cuestiones del debido proce-
so, tema muy frecuentemente abordado en la jurisprudencia intera-
mericana, y de los grupos que son vulnerables por diversos motivos,
que también ha merecido atención en opiniones consultivas y casos

185 Cfr., además de la edición oficial de la Corte IDH, Opinión Consultiva OC-16 e la Corte
Interamericana de Derechos Humanos del 1o. de octubre de 1999 solicitada por el gobierno de
Méxi co so bre el te ma “El dere cho a la in for ma ción so bre la asisten cia con sular en el mar co
de las garantías del debido proceso legal”, con “Prólogo” de Héctor Fix-Zamudio e “Interven-
ción” de Sergio González Gálvez, Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 2001. Igualmen-
te, mi referencia a esta opinión consultiva en “La función consultiva…”, en Corte Interamerica-
na de Derechos Humanos. Opinión Consultiva OC-18/03…, cit., nota 41, pp. 28 y ss.
186 Se menciona esta Opinión Consultiva en el caso Ôcalan, fallado por la Corte Europea en
2003, no así por las sentencias de la Corte Internacional de Justicia en los casos LaGrand y Ave-
na, aun cuando dicha Opinión Consultiva fue invocada por participantes en aquellos procesos.
187 Sobre este último punto, cfr. Abrisqueta Martínez, José, El derecho consular internacional (Las
relaciones consulares entre los Estados y la institución consular en los momentos actuales), Madrid, Reus,
1974, esp. pp. 326 y ss. Acerca de la comunicación con los nacionales, cfr. pp. 339 y ss. Inicial-
mente, esta comunicación quedó reconocida en la costumbre internacional; luego fue incorpora-
da en el sistema convencional. En la conferencia de Viena, de la que provino el Convenio sobre
Relaciones Consulares, las estipulaciones del artículo 36 suscitaron reparos. Mayor fue la admi-
sión de estas reglas en el Convenio Europeo sobre Funciones Consulares, del 11 de diciembre de
1967. Ibidem, pp. 340-342.
LA PENA DE MUERTE 1073

contenciosos.188 El problema básico que contempla esta opinión con-


sultiva es la situación de hecho y de derecho que guardan los deteni-
dos extranjeros sujetos a un procedimiento penal, durante las etapas
de investigación y proceso que conducen a la emisión de una senten-
cia. No se alude únicamente al estatus del migrante, sino a la condi-
ción del extranjero, persona que está vinculada por el nexo de nacio-
nalidad con un Estado que no ejerce jurisdicción en el territorio en el
que se halla el inculpado, pero puede proveerle de asistencia consular
bajo las reglas normales de esta protección.
En la especie considerada por la Opinión Consultiva OC-16/99,
la vulnerabilidad posee implicaciones de la mayor importancia: riesgo
de aplicación de la pena de muerte, tomando en cuenta las caracte-
rísticas de la imputación que se hace al inculpado. La solicitud for-
mal de opinión llevada a la corte alude en todo momento a la pena
capital; deja fuera, en consecuencia, el procedimiento por ilícitos san-
cionables con otras punibilidades, no obstante que el argumento de
fondo puede ser válido para estos casos, menos graves o dramáticos
que los asociados a la última pena. Esta presentación, con la corres-
pondiente exclusión, ha persistido en la posición de México en el ca-
so Avena, y consecuentemente ha determinado la respectiva decisión
judicial, limitada a supuestos en los que se aplica la pena capital.189
El planteamiento mexicano se hizo en solicitud del 9 de diciembre
de 1997, esto es, antes del reconocimiento de la competencia conten-
ciosa de la corte por parte de México, y el tribunal emitió su opinión
el 1 de octubre de 1999. Esta fue adoptada por unanimidad de los
integrantes de la corte en todos los puntos, salvo uno —resuelto por
mayoría de 6 votos contra 1—, relativo al debido proceso y a las

188 Así, en lo que atañe a grupos vul nerables, OC-17/02, acerca de menores de edad: con di-
ción jurídica y derechos humanos del niño; OC-18/03, también relacionada con extranjeros:
trabajadores migrantes indocumentados; caso de la Comunidad Mayagna Awas Tigni, sobre de-
rechos de comunidades indígenas.
189 En la sentencia del caso Avena, la Cor te Internacional de Justicia mencio nó: “Its findings
as to the duty of review and reconsideration of convictions and sentences have been directed to
the circumstance of severe penalties being imposed on foreign nationals who happen to be of
Mexican nationality… the fact that in this case the Court’s ruling has concerned only Mexican
nationals cannot be taken to imply that the conclusions reached by it in the present Judgment
do not apply to other foreign nationals finding themselves in similar situations in the United Sta-
tes”. Párr. 151.
1074 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

consecuencias de la resolución que ordena la privación de la vida en


estas hipótesis.190

2. Referencias normativas y preguntas

La solicitud de México no alude a la Convención Americana, sino


a otros tratados concernientes a derechos humanos: Convención de
Viena sobre Relaciones Consulares, Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, Carta de la OEA y Declaración Americana de
Derechos y Deberes. El país solicitante es parte en aquellos tratados,
así como en la CADH. Estados Unidos de América no lo es de esta
última. Algunas preguntas formuladas por el solicitante conducen a
establecer la competencia consultiva de la corte en los términos de la
CADH; otras se refieren al fondo de la consulta: derechos humanos
del individuo y consecuencias de la inobservancia de éstos.
Es relevante mencionar ahora las prevenciones contenidas en la
Convención de Viena sobre Relaciones Consulares,191 en lo que ata-
ñe al asunto que nos ocupa. Vienen al caso, específicamente, ciertos
derechos reconocidos en ese tratado,192 en el marco de la asistencia
consular prevista en el artículo 36. Entre aquéllos figura el derecho a
la información sobre la asistencia consular, definido en la Opinión
Consultiva OC-16 como “(e)l derecho del nacional del Estado que
envía, que es arrestado, detenido o puesto en prisión preventiva, a ser
informado, ‘sin dilación’,193 que tiene los siguientes derechos: i) el de-

190 Cfr. infra, nota 218, acerca de la opinión disidente del juez Jackman.
191 Esta convención, de 1963, “es el primer intento serio y efectivo de uniformar y codificar
parte de la normatividad de esta rama jurídica” (consular). “Al mismo tiempo que transforma en
norma convenida gran parte del derecho consular consuetudinario, afirma que las normas con-
suetudinarias ‘continuarán rigiendo las materias que no hayan sido expresamente reguladas por
las disposiciones del presente Convenio’, abriendo, así, ancho camino a la costumbre internacio-
nal extra y secundum legem”. Abrisqueta, El derecho consular…, cit., nota 187, pp. 86 y 98.
192 La Opinión Consultiva OC-16 recoge y formula estos derechos en el “Glosario” que figura
en el párr. 5.
193 El artículo 36.1 de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares contiene, en este
punto, diversas referencias temporales que coinciden en el sentido de apremio, urgencia, premu-
ra con el que deben atenderse ciertos derechos, mediante el cumplimiento de determinadas obli-
gaciones, para permitir que la norma alcance, con plenitud, el “efecto útil” que se pretende. Así,
este precepto señala que “si el interesado lo solicita, las autoridades competentes del Estado re-
ceptor deberán informar sin retraso alguno a la oficina consular competente de ese Estado cuando,
en su circunscripción, un nacional del Estado que envía sea arrestado de cualquier forma, dete-
LA PENA DE MUERTE 1075

recho a la notificación consular, y ii) el derecho a que cualquier co-


municación que dirija a la oficina consular sea transmitida sin demo-
ra”. En el mismo catálogo se encuentra el derecho a la notificación
consular, que tiene el “nacional del Estado que envía a solicitar y ob-
tener que las autoridades competentes del Estado receptor informen
sin retraso alguno sobre su arresto, detención o puesta en prisión pre-
ventiva a la oficina consular del Estado que envía”.194
Asimismo, es preciso considerar dos derechos de los funcionarios
consulares, para el ejercicio de la función que les atribuye el Estado
que envía y que se halla regulada en la convención, y trae consigo
deberes del Estado receptor, a saber: derecho de asistencia consular o
de asistencia, que es el “derecho de los funcionarios consulares del
Estado que envía a proveer asistencia a su nacional” (artículos 5 y
36.1.c); y derecho a la comunicación consular o a la comunicación,
que tienen “los funcionarios consulares y los nacionales del Estado que
envía a comunicarse libremente” (artículos 5, 36.1.a y 36.1.c).195

nido o puesto en prisión preventiva. Cualquier comunicación dirigida a la oficina consular por
la persona arrestada, detenida o puesta en prisión preventiva, le será asimismo transmitida sin de-
mora por dichas autoridades, las cuales habrán de informar sin dilación a la persona interesada
acerca de los derechos que se le reconocen en este apartado”. En la versión inglesa se dice: “if
he so requests, the competent authorities of the host State shall, without delay, inform the consular
post of the sending State if, within its consular district, a national of that State is arrested or
committed to prison or to custody pending trial or is detained in any other manner. Any com-
munication addressed to the consular post by the person arrested, in prison, custody or deten-
tion shall also be forwarded by the said authorities without delay. The said authorities shall inform
the person concerned without delay of his rights under this sub-paragraph” (énfasis agregado).
194 Este derecho a información y asistencia se halla en el artículo 16.7 de la Convención Inter-
nacional sobre la Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migratorios y sus Fami-
liares, de 1990, concebido en los siguientes términos: “Cuando un trabajador migratorio o un fa-
miliar suyo sea arrestado, recluido en prisión o detenido en espera de juicio o sometido a
cualquier otra forma de detención: a) Las autoridades diplomáticas o consulares de su Estado de
origen, serán informadas sin demora, si lo solicita el detenido, de la detención o prisión y de los
motivos de esa medida; b) La persona interesada tendrá derecho a comunicarse con esas autori-
dades. Toda comunicación dirigida por el interesado a esas autoridades será remitida sin demo-
ra, y el interesado tendrá también derecho a recibir sin demora las comunicaciones de dichas
autoridades; c) Se informará sin demora al interesado de este derecho y de los derechos deriva-
dos de los tratados pertinentes, si son aplicables entre los Estados de que se trate, a intercambiar
correspondencia y reunirse con representantes de esas autoridades y a hacer gestiones con ellos
para su representación legal”.
195 En los casos LaGrand y Avena, la Cor te Internacional de Justicia examinó las diversas fi-
guras contenidas en el artículo 36 de la Convención de Viena, a propósito de las relaciones que
se establecen o se pueden establecer entre el detenido, el Estado de detención y el Estado al que
corresponde la función consular. Sostuvo que ese precepto crea un “régimen de interrelaciones
previsto para facilitar la implementación del sistema de protección consular”. Avena, párr. 29.
1076 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

Acerca de la Convención de Viena, las preguntas formuladas por


México expusieron, en síntesis, las siguientes cuestiones: la conven-
ción mencionada —especialmente el artículo 36— ¿contiene disposi-
ciones concernientes a la protección de derechos humanos en Estados
americanos?196 La exigibilidad del derecho ¿está subordinada a las
protestas que formule el Estado de nacionalidad? ¿Cómo debe inter-
pretarse la expresión “sin dilación”? Por último, ¿cuáles son las con-
secuencias jurídicas de la imposición y ejecución de la pena de muer-
te ante la falta de notificación conforme al artículo 36.1.b?
Por lo que hace al PIDCP, destacadamente en lo que atañe al ar-
tículo 14 referente a los derechos y garantías procesales, sobre todo
los penales, las preguntas se formularon en el siguiente sentido: los
artículos 2, 6, 14 y 50 del pacto, ¿contienen disposiciones concernien-
tes a la protección de derechos humanos en Estados de América)?;
¿cómo debe interpretarse el artículo 14 de este instrumento a la luz
del párrafo 5 de las Salvaguardias de las Naciones Unidas acerca de
“todas las garantías posibles para asegurar un juicio justo”? Cuando
se trata de extranjeros, ¿la notificación forma parte de las “garantías
posibles para asegurar un juicio justo”; ¿corresponde ese derecho a
las garantías mínimas? En esta misma hipótesis, ¿se conforma la omi-
sión de notificación con el derecho del sujeto a disponer de medios
adecuados para la preparación de la defensa? (artículo 14.3.b). Toda-
vía en el marco del pacto: los Estados federales americanos, ¿deben
tomar las medidas de derecho interno para garantizar la notificación
oportuna a personas a las que se pudiera imponer la pena de muer-
te? ¿Cuáles deben ser las consecuencias jurídicas de la omisión en
caso de imposición y ejecución de dicha pena?
Pasemos ahora a las cuestiones planteadas a propósito de la Carta
de la Organización de los Estados Americanos y de la Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. Aquí conviene

196 Esta referen cia se relaciona con las atribucio nes de la Corte IDH para emitir opinio nes
consultivas. El artículo 64.1 de la CADH indica que “(l)os Estados miembros de la Organización
podrán consultar a la corte acerca de la interpretación de esta Convención o de otros tratados
concernientes a la protección de los derechos humanos en los Estados americanos. Asimismo,
podrán consultarla, en lo que les compete, los órganos enumerados en el Capítulo X de la Carta
de la Organización de los Estados Americanos, reformada por el Protocolo de Buenos Aires”.
Esta última estipulación sustenta la formulación de solicitudes por parte de la Comisión Intera-
mericana de Derechos Humanos, que igualmente se apoya en el artículo 19.d) del estatuto de la
comisión.
LA PENA DE MUERTE 1077

tomar en cuenta que al resolver acerca de su competencia para emi-


tir la opinión requerida, la corte recordó el criterio expresado en otra
oportunidad: “no se puede interpretar y aplicar la Carta de la (OEA)
en materia de derechos humanos, sin integrar las normas pertinentes
de ella con las correspondientes disposiciones de la Declaración
(Americana)”.197 Se preguntó: la omisión de notificación ¿es compati-
ble con el artículo 31 de la carta y con el II de la declaración, que
reconocen la igualdad ante la ley, sin distinción alguna? ¿Cuáles de-
bieran ser las consecuencias de la imposición y ejecución de la pena
de muerte, en caso de omisión de notificación?

3. Comparecencias por escrito y en audiencias

Ocho Estados comparecieron en la audiencia realizada el 12 de ju-


nio de 1998: Costa Rica, El Salvador, Estados Unidos de América,
Guatemala, Honduras, México, Paraguay y República Dominicana.
Participó, igualmente, la Comisión Interamericana. Canadá acudió
como observador. En calidad de amici curiae participaron universida-
des, organizaciones no gubernamentales, abogados y expertos; de és-
tos, la mayoría provino de Estados Unidos de América.198

4. Opinión: respuestas a la consulta

En seguida resumiré las respuestas que la corte dio a la consulta


formulada por México. Para exponer aquéllas me referiré tanto a los
textos de respuesta, específicamente, como a las consideraciones que
resulten útiles, en el marco de este examen, para la mejor compren-
sión del criterio sustentado por el tribunal interamericano. Asimismo,
añadiré, cuando sea oportuno, alguna conexión con otros pronuncia-
mientos internacionales.

197 Cfr. CIDH, Interpretación de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre en el marco del artículo 64 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
Opinión Consultiva OC -10/89 del 14 de julio de 1989, serie A, núm. 10, párr. 36.
198 Así: Human Rights Watch-Americas, CEJIL (Centro por la Justicia Internacional), Interna-
tional Human Rights Law Institute, de De Paul University College of Law, Death Penalty Focus
de California, Minnesota Advocates for Human Rights, abogados de José Trinidad Loza y otros
juristas, en lo individual.
1078 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

A. Derecho del detenido

En lo que hace al artículo 36 de la Convención de Viena, eje de


la presente consulta, el tribunal entendió que dicho precepto efectiva-
mente reconoce derechos de carácter individual al detenido extranje-
ro, entre ellos el de información sobre la asistencia consular, a los
que corresponden, en contrapartida, ciertos deberes del Estado recep-
tor.199 En las consideraciones pertinentes, se indica que el derecho a
la comunicación se ha “concebido como un derecho del detenido en
las más recientes manifestaciones del derecho penal internacional”.200
Como anteriormente se manifestó, la Corte Internacional de Justi-
cia examinó en el caso LaGrand, primero, y en el caso Avena, des-
pués, las diversas figuras contenidas en el artículo 36 de la Conven-
ción de Viena sobre Relaciones Consulares, a propósi to de las
relaciones que se establecen o pueden establecerse entre el detenido,
el Estado de detención y el Estado al que corresponde la función
consular. Ese precepto —señaló dicho tribunal— crea un “régimen
de interrelaciones previsto para facilitar la implementación del siste-
ma de protección consular”.201

B. Derecho humano

También respondió la Corte IDH que el artículo 36 de la Con-


vención de Viena “concierne” a la protección de los derechos de la
persona y está integrado a la normativa internacional de derechos
humanos. Igualmente, los artículos 2, 6, 14 y 50 del PIDCP “con-
ciernen a la protección de los derechos humanos en los Estados ame-

199 Punto 1: se opina “que el artículo 36 de la Convención de Viena sobre Relaciones Consu-
lares reconoce al detenido extranjero derechos individuales, entre ellos el derecho a la informa-
ción sobre la asistencia consular, a los cuales corresponden deberes correlativos a cargo del Esta-
do receptor”. Cfr., asimismo, párrs. 68 y ss. de la Opinión Consultiva.
200 Así, se cita (párr. 78, n. 66 de la Opinión Consultiva): Rules governing the detention of persons
awaiting trial or appel before de Tribunal or otherwise detained on the authority of the International Tribunal for
the Prosecution of Persons Responsable for Serious Violations of International Humanitarian Law Committed
in the Territory of the Former Yugoslavia since 1991; as amended on 17 November 1997; IT/38/Rev.7;
regla 65.
201 Avena, párr. 26.
LA PENA DE MUERTE 1079

ricanos”.202 No es relevante para los fines de la opinión consultiva,


pues, que la convención misma atienda a un tema diferente de los
derechos humanos, a saber: las relaciones consulares. Basta con que
uno de sus preceptos reconozca un derecho individual —de carácter
fundamental, como adelante veremos— para que surja la competen-
cia consultiva de la corte. Esta hizo notar, en la misma respuesta,
que los Estados miembros de la Organización de los Estados America-
nos son partes en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Polí-
ticos, con excepción de Antigua y Barbuda, Bahamas, Saint Kitts y
Santa Lucía.203 Ese convenio es aplicable, pues, a Estados ameri-
canos.
Cuando México formuló la demanda correspondiente al caso Ave-
na, ante la Corte Internacional de Justicia, se refirió al derecho a la
información sobre la asistencia consular como un derecho humano
instalado en el marco del debido proceso legal. La Corte Internacio-
nal se limitó a reconocer que se trata de un derecho derivado de un
tratado, que Estados Unidos de América se han comprometido a
cumplir, independientemente del debido proceso legal conforme a la
Constitución estadounidense.204 En tal caso, el tribunal internacional
que juzga litigios entre Estados y que no constituye un tribunal de
derechos humanos, puede abstenerse de calificar la naturaleza de un
derecho bajo este rubro, pero en la especie ha aceptado que se trata
de un derecho a favor de individuos —sin perjuicio del derecho que
corresponda al Estado titular de la función consular— y que el Esta-
do receptor está obligado, por el nexo convencional, a observarlo.

C. Eficacia inmediata del derecho. Oportunidad de la información

En otro punto, la corte hizo notar que la observancia del derecho


que ahora interesa no está subordinada a las protestas del Estado que

202 Punto 2: se opina “que el artículo 36 de la Convención de Viena sobre Relaciones Consu-
lares concierne a la protección de los derechos del nacional del Estado que envía y está integra-
da a la normativa internacional de los derechos humanos”. Cfr., igualmente, párrs. 68 y ss., y
107 y ss. de la Opinión Consultiva.
203 Cfr. párr. 109.
204 Cfr. Avena, párr. 139. En LaGrand, la CIJ no estimó necesario analizar el carácter de este
derecho como “derecho humano”, alegado por Alemania, en virtud de que se había establecido
la violación de un derecho individual consagrado convencionalmente. Cfr. LaGrand, párrs. 78 y 126.
1080 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

envía.205 Dicho de diversa manera, ese derecho surge y vale por sí


mismo, sin supeditarse a que exista o no una protesta por inobser-
vancia formulado por el Estado cuya función de asistencia consular
se ha impedido u obstaculizado. En este orden de consideraciones
aparece un tema digno de examen: la dificultad que pudiera existir
para determinar la nacionalidad del detenido. En algunos casos pue-
de resultar evidente que éste no tiene la nacionalidad —o puede no
tenerla— del Estado cuyos agentes proceden a la detención; pero en
otros resulta difícil apreciar, prima facie, que se trata de un extranjero.
Al ocuparse en esta cuestión, la Corte Interamericana señala que
la referida dificultad de precisar la nacionalidad del detenido:

No desvirtúa el principio de que el Estado que lleva a cabo la deten-


ción tiene el deber de conocer la identidad de la persona a la que priva
de libertad. Ello le permitirá cumplir sus propias obligaciones y obser-
var puntualmente los derechos del detenido. Tomando en cuenta la di-
ficultad de establecer de inmediato la nacionalidad del sujeto, la corte
estima pertinente que el Estado haga saber al detenido los derechos
que tiene en caso de ser extranjero, del mismo modo que se informa
sobre los otros derechos reconocidos a quien es privado de libertad.206

Esta cuestión fue analizada por la Corte Internacional de Justicia


en el caso Avena. En la sentencia se manifestó que el deber de infor-
mar surge cuando se considera que el detenido puede ser extranjero.
Al respecto, se hizo ver que en una comunidad heterogénea, como la
estadounidense, es pertinente hacer saber a los detenidos el derecho que
les asiste en términos similares a los que se utilizan bajo la fórmula
acuñada en el caso Miranda.207 Esto significa que exista una amplia y
prudente disposición por parte de las autoridades que practican de-
tenciones, que contribuiría a evitar de plano o disminuir radicalmente
el número de casos en los que, por error, se prescinde de la informa-
ción y se incurre, en consecuencia, en una violación del derecho esta-
blecido en la Convención de Viena. Vale recordar que la fórmula

205 Punto 4: se opina “que la observancia de los derechos que reconoce al individuo el artículo
36 de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares no está subordinada a las protestas
del Estado que envía”. Además, cfr. párrs. 88 y ss. de la Opinión Consultiva.
206 Párr. 96.
207 Cfr. párrs. 58, 63 y 64.
LA PENA DE MUERTE 1081

Miranda opera en la circunstancia misma de la detención, de manera


inmediata, no al cabo de algún tiempo de haberse realizado aquélla y
una vez que el inculpado ha rendido declaración ante la policía.208
En diverso punto de la opinión, la Corte IDH señaló que la expre-
sión “sin dilación”, utilizada por la Convención de Viena, implica
que la información sobre el derecho a recibir asistencia consular se
suministre al detenido “al momento de privarlo de libertad y en todo
caso antes de que rinda su primera declaración ante la autoridad”.209
Este fue un capítulo importante en el examen realizado por la Corte
Internacional de Justicia en el caso Avena. El Tribunal de La Haya
consideró que no hay elementos para suponer que la expresión “wit-
hout delay” signifique “inmediatamente antes de que se rinda declara-
ción”. En tal virtud, la condena contra Estados Unidos de América
obedeció al hecho de que transcurrió excesivo tiempo entre la deten-
ción de los sujetos y la información a éstos de que tenían derecho a
recibir asistencia consular.210
La Corte Internacional analizó la lesión causada al derecho del
Estado que envía a proveer asistencia consular a su nacional. En la
especie, el agravio afecta al Estado mismo, no sólo a su nacional.
Esta posibilidad, sostuvo el tribunal, debe establecerse en consideración

208 En la célebre sentencia de la Suprema Corte de Estados Unidos de América en el caso Mi-
randa vs. Arizona, de 1966, redactada por el Chief Justice Warren, la mayoría sostuvo: “when
an individual is taken into custody or otherwise deprived of his freedom by the authorities in any
significant way and is subjected to questioning, the privilege against self incrimination is jeopar-
dized. Procedural safeguards must be employed to protect the privilege and unless other fully ef-
fective means are adopted to notify the person of his right to silence and to assure that the exer-
cise of the right will be scrupulously honored, the following measures are required. He must be
warned prior to any questioning that he has the right to remain silent, that anything he says can
be used against him in a court of law, that he has the right to the presence of an attorney, and that if
he cannot afford an attorney one will be appointed for him prior to any questioning if he so desires.
Opportunity to exercise these rights must be afforded to him throughout the interrogation. After such
warnings have been given, and such opportunity afforded him, the individual may knowingly and intelli-
gently waive these rights and agree to answer questions or make a statement. But unless and un-
til such warnings and waiver are demonstrated by the prosecution at trial, no evidence obtained as a
result of interrogation can be used against him” (énfasis agregado). Cit. Weaver, Russell L. et al, Criminal
Procedure. Cases, Problems & Exercises, West Group, St. Paul, Minn., 2001, p. 389.
209 Punto 3: se opina “que la expresión ‘sin dilación’ utilizada en el artículo 36.1.b) de la Con-
vención de Viena sobre Relaciones Consulares, significa que el Estado debe cumplir con su de-
ber de informar al detenido sobre los derechos que le reconoce dicho precepto al momento de
privarlo de libertad y en todo caso antes de que rinda su primera declaración ante la autoridad”.
Cfr., asimismo, párrs. 98 y ss. de la Opinión Consultiva.
210 Cfr. LaGrand, párr. 68, y Avena, párrs. 85 y ss.
1082 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

del momento en que se hace la notificación.211 En el caso LaGrand,


la demora fue notoria y excesiva: dieciséis años, nada menos.212

D. Afectación del debido proceso legal


Un punto de especial relevancia en la Opinión Consultiva OC-16/99
es el relativo a la conexión entre el debido proceso legal, que agrupa
un buen número de derechos específicos, cuyo conjunto permite esta-
blecer que en la especie ha habido, en efecto, observancia del proce-
so debido, y el artículo 36.1.b) de la Convención de Viena, que reco-
ge un derecho de ese conjunto, en concepto de la corte. Ésta dijo
que el derecho consagrado en el artículo 36.1.b) de la convención que
estamos examinando permite que resulte eficaz, en casos concretos, el
debido proceso legal al que se refiere el artículo 14 del PIDCP. Este
precepto “establece garantías mínimas susceptibles de expansión a la
luz de otros instrumentos internacionales como la Convención de
Viena sobre Relaciones Consulares”.213 La opinión de la corte es im-
portante por partida doble: en lo que atañe al derecho mismo de in-
formación sobre la asistencia consular, y en lo que corresponde al ca-
rácter expansivo, histórico, del concepto de debido proceso.
En las consideraciones conducentes a sustentar la opinión de la
corte en este extremo preciso, se indicó que el corpus juris del derecho
internacional de los derechos humanos:

Está formado por un conjunto de instrumentos internacionales de con-


tenido y efectos jurídicos variados (tratados, convenios, resoluciones y
declaraciones). Su evolución dinámica ha ejercido un impacto positivo
en el derecho Internacional, en el sentido de afirmar y desarrollar la

211 Cfr. Avena, párr. 104.


212 En LaGrand, la CIJ “found that the failure for 16 years to inform the brothers of their
right to have their consul notified effectively prevented the exercise of other rights that Germany
might have cho sen to exercse under subparagraphs (a) and (c)” del artículo 36.1. Cit. Avena,
párr. 99. Cfr., en LaGrand, párrs. 72-74.
213 Punto 6: se opina que “el derecho individual a la información establecido en el artículo
36.1.b) de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares permite que adquiera eficacia,
en los casos concretos, el derecho al debido proceso legal consagrado en el artículo 14 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos; y que este precepto establece garantías mínimas
susceptibles de expansión a la luz de otros instrumentos internacionales como la Convención de
Viena sobe Relaciones Consulares, que amplían el horizonte de la protección de los justicia-
bles”. Asimismo, cfr. párrs. 110 y ss. de la Opinión Consultiva.
LA PENA DE MUERTE 1083

aptitud de este último para regular las relaciones entre los Estados y los
seres humanos bajo sus respectivas jurisdicciones. Por lo tanto, esa cor-
te debe adoptar un criterio adecuado para considerar la cuestión sujeta
a examen en el marco de la evolución de los derechos fundamentales
de la persona humana en el derecho internacional contemporáneo.214

La opinión se ocupó detenidamente de lo que era su materia prin-


cipal: la relación entre el derecho que venimos examinando y el debi-
do proceso legal. En torno a este punto y a propósito de la igualdad
ante la ley que es indispensable reconocer —y proveer— a quienes se
ven sujetos al enjuiciamiento penal, la corte hizo notar que, “para al-
canzar sus objetivos, el proceso debe reconocer y resolver los factores
de desigualdad real de quienes son llevados ante la justicia”. Es así
como se atiende al principio de igualdad ante la ley y los tribunales y
a la correlativa prohibición de discriminación. La presencia de condi-
ciones de desigualdad real obliga a adoptar medidas de compensa-
ción que contribuyan a reducir o eliminar los obstáculos y deficiencias
que impidan o reduzcan la protección eficaz de los propios intereses.

Si no existieran esos medios de compensación, ampliamente reconoci-


dos en diversas vertientes del procedimiento —siguió exponiendo la
corte—, difícilmente se podría decir que quienes se encuentran en con-
diciones de desventaja disfrutan de un verdadero acceso a la justicia y
se benefician de un debido proceso legal en condiciones de igualdad
con quienes no afrontan esas desventajas.215

Se puso énfasis, además, en el “reconocimiento uniforme de que el


derecho a la información sobre la asistencia consular constituye un
medio para la defensa del inculpado, que repercute —y en ocasiones
decisivamente— en el respeto de sus otros derechos procesales”.216

E. Consecuencias de la violación
Hubo resolución dividida en cuanto al efecto que debe asignarse a
la violación del derecho a la información. Por mayoría de seis votos

214 Párr. 115.


215 Párr. 119.
216 Párr. 123.
1084 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

contra uno, la corte consideró que esa inobservancia afecta las garan-
tías del debido proceso y entraña una violación del derecho a no ser
privado de la vida arbitrariamente; en consecuencia, genera responsa-
bilidad internacional del Estado por este concepto y hace surgir el
deber de reparación a cargo de aquél.217 Un juez objetó el alcance
que la mayoría reconoció a la información sobre asistencia consular
en el conjunto del proceso, lo cual trae consigo, a su vez, el cuestio-
namiento de los efectos procesales de la violación.218
Es relevante mencionar que en el planteamiento del caso Avena, el
Estado demandante solicitó la restitutio in integrum, con anulación del
procedimiento desarrollado tras la violación del derecho de informa-
ción sobre la asistencia consular, y la consecuente invalidación de las
sentencias dictadas por la justicia interna, así como la exclusión de
todas la pruebas obtenidas en contravención de la Convención de Vie-
na en los futuros procesos contra los mexicanos abarcados por la de-
manda de México y, en su hora, por la sentencia de la Corte Inter-
nacional. Ésta se remitió a la resolución del caso LaGrand y reiteró
la posición adoptada en dicho juicio: existe un derecho (y el conse-
cuente deber estatal) a la revisión y reconsideración de los casos cues-
tionados, tomando en cuenta la violación cometida y el perjuicio cau-
sado por ésta al inculpado en el curso del proceso. Corresponde a
Estados Unidos de América resolver la forma de realizar esa revisión

217 Punto 7, adoptado por seis votos contra uno: se opina “que la inobservancia del derecho a
la información del detenido extranjero, reconocido en el artículo 36.1.b) de la Convención de
Viena sobre Relaciones Consulares, afecta las garantías del debido proceso legal y, en estas cir-
cunstancias, la imposición de la pena de muerte constituye una violación del derecho a no ser
privado de la vida ‘arbitrariamente’, en los términos de las disposiciones relevantes de los trata-
dos de derechos humanos (por ejemplo, Convención Americana sobre Derechos Humanos, ar-
tículo 4; Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, artículo 6), con las consecuencias
jurídicas inherentes a una violación de esta naturaleza, es decir, las atinentes a la responsabilidad
internacional del Estado y al deber de reparación”. Igualmente, cfr. párrs. 125 y ss. de la Opi-
nión Consultiva.
218 El juez Oliver Jackman precisó su parecer en los siguientes términos, expuestos en una
“Opinión parcialmente disidente”: “los conceptos de relevancia, proporcionalidad, oportunidad
y sobre todo necesidad, son herramientas indispensables para valorar el papel que juega un de-
recho dado en la totalidad de la estructura del debido proceso. En este análisis es difícil ver co-
mo una disposición tal como la del artículo 36.1.(b) del Tratado —que es esencialmente un de-
recho de un extranjero acusado por un asunto criminal a ser informado de un derecho de
aprovechar la posible disponibilidad de asistencia consular— pueda ser elevado al estado de ga-
rantía fundamental, universalmente exigible como una conditio sine que non para cumplir con los
estándares internacionalmente aceptados del debido proceso”. CIDH, Opinión Consultiva
OC-16/99, pp. 125 y ss.
LA PENA DE MUERTE 1085

y reconsideración,219 en la inteligencia, sin embargo, de que debe ser


“efectiva”.220
En el caso Avena, la Corte Internacional de Justicia examinó la
doc tri na es ta dou ni den se del pro ce du ral de fault, 221 que trae con si go
la preclusión,222 esto es, la pérdida de la posibilidad de ejercer cierto
derecho en el proceso.223 En este caso, con antecedente en LaGrand,
la Corte de La Haya estableció que negar, en función del procedural

219 Cfr. párrs. 111 y ss.


220 Cfr. párr. 130
221 En la terminología jurídica estadouniden se, default constituye “by its derivation, a failure.
An omisión of that which ought to be done. Specifically, the omission or failure to perform a le-
gal or contractual duty”. “Default”, en Black’s Law Dictionary, St. Paul, Minn., Centennial Edi-
tion, 1991. Preclude significa “to prohibit or prevent from doing something”. “Preclude” en
idem. “The procedural default rule requires that if a state court rejects a habeas petitioner’s fede-
ral constitutional challenge on the adequate and independent state ground that the claim is de-
faulted under a state procedural rule, a federal habeas court is ordinarily precluded from revie-
wing that claim unless the petitioner can show cause for the default and prejudice resulting from
it”. Justus vs. Murray, 897 F.2d 709 (4th Cir. 1990). O’Sullivan vs. Boerckel, 526 U.S. 838
(1999), characterized the procedural default rule as necessary to protect the integrity of the fede-
ral exhaustion rule. The purposes of the exhaustion requirement ‘would be utterly defeated if the
prisoner were able to obtain federal habeas review simply by ‘letting the time run’ so that state
remedies were no longer available. Those purposes would be no less frustrated were we to allow
federal review to a prisoner who had presented his claim to the state court, but in a such man-
ner that the state court could not, consistent with its own procedural rules, have entertained it.
In such circumstances, though the prisoner would have ‘concededly exhausted the state reme-
dies,’ it could hardly be said that, as comity and federalism require, the State han been given a
‘fair opportunity to pass upon (his claims)’”. The most common form of procedural default is the
defendant’s failure to present a federal constitutional claim to the trial court and thus preserve
the issue for appellate review. The consequence of a procedural default is that the petitioner
may be barred from judicial review of the forfeited claim in both state and federal courts. Unlike
Stone vs. Powell which bars federal habeas relief only when Fourth Amendment issues are given
a full and fair hearing in the state courts, if there is a procedural bar, there is no hearing on the
constitutional challenge in any state or federal court”. Weaver et al., Criminal Procedure…, cit., no-
ta 208, pp. 1165 y 1166.
222 “La preclusión se define general mente como la pérdida, extinción o consumación de una
facultad procesal. Resulta, normalmente, de tres situaciones diferentes: a) por no haberse obser-
vado el orden u oportunidad dado por la ley para la realización de un acto; b) por haberse cum-
plido una actividad incompatible con el ejercicio de otra; c) por haberse ejercido ya una vez, vá-
lidamente, esa facultad (consumación propiamente dicha)”. Couture, Eduardo J., Fundamentos del
derecho procesal civil, 3a. ed., Buenos Aires, Depalma, 1966, p. 196. Preclusión es “la situación que
se produce porque alguna de las partes no ha ejercitado oportunamente y en la forma legal al-
guna facultad o algún derecho procesal”. Pallares, Eduardo, “Preclusión”, Diccionario de derecho
procesal civil, 2a. ed., México, Porrúa, 1956.
223 La corte mencionó la caracterización hecha por México acerca del “procedural default”,
no cuestionada por Estados Unidos de América, y en consecuencia aprovechable por el tribunal
para el examen de esta figura procesal: “a defendant who could have raised, but fails to raise, a legal issue
at trial hill generally not be permitted to raise in the future proceedings, on appeal or in a petition for a writ of
habeas corpus”, párr. 111.
1086 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

default, la posibilidad de invocar la violación del artículo 36.2 de la


Convención de Viena sobre Relaciones Consulares, significa una vio-
lación del artículo 36.1.b de dicha convención.224

F. Implicaciones del sistema federal

En lo que toca a las implicaciones del sistema federal sobre las


obligaciones contraídas a la luz de un tratado internacional, la Corte
Interamericana manifestó que las disposiciones internacionales sobre
derechos humanos deben ser respetadas por los Estados independien-
temente de la estructura que éstos adopten: federal o unitaria.225 En
las consideraciones dirigidas a sustentar este criterio, el tribunal inte-
ramericano hizo ver que la Convención de Viena, a diferencia del
PIDCP y de la CADH, no contiene una cláusula relativa a Estados
federales.226 Señaló, asimismo, recogiendo el criterio expuesto en la
sentencia correspondiente al caso Garrido y Baigorria, que “un Esta-
do no puede alegar su estructura federal para dejar de cumplir una
obligación internacional”.227

224 Cfr. Avena, párrs. 107 y ss. Para que esta violación alcance al artículo 36.2, se requiere que
el pronunciamiento de la justicia nacional tenga carácter definitivo y no pueda ser modificado
en alguna etapa posterior del enjuiciamiento, porque entonces se estaría en la hipótesis reproba-
da por ese párrafo 2: el ordenamiento interno impediria que tengan pleno efecto los derechos
reconocidos en el párrafo 1 del artículo 36. Cfr. párrs. 112-114.
225 Punto 8: se opina “que las disposiciones internacionales que conciernen a la protección de
los derechos humanos en los Estados americanos, inclusive la consagrada en el artículo 36.1.b)
de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares, deben ser respetadas por los Estados
Americanos partes en las respectivas convenciones, independientemente de su estructura federal
o unitaria”. Cfr. las consideraciones sobre este asunto, en párrs. 138 y ss. de la Opinión Con -
sultiva.
226 El artículo 28 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos ordena: “Las disposi-
ciones del presente Pacto serán aplicables a todas las partes componentes de los Estados federa-
les, sin limitación ni excepción alguna”. En lo que toca a la Convención Americana hay que to-
mar en cuenta tanto las obligaciones generales del Estado (artículos 1 y 2) como la llamada
“claúsula federal”, epígrafe que ostenta el artículo 28. Este obliga inmediatamente a los Estados
nacionales, en los términos de su propia competencia (artículo 28.1), y señala además que “con
respecto a las disposiciones relativas a las materias que corresponden a la jurisdicción de las enti-
dades componentes de la Federación, el gobierno nacional debe tomar de inmediato (énfasis agre-
gado) las medidas pertinentes, conforme a su constitución y sus leyes, a fin de que las autorida-
des competentes puedan adoptar las disposiciones del caso para el cumplimiento de esta
Convención”.
227 Caso Garrido y Baigorria, Reparaciones (art. 63.1 Convención Americana sobre Derechos
Humanos). Sentencia de 27 de agosto de 1998, serie C, núm. 39, párr. 46.
LA PENA DE MUERTE 1087

La Corte IDH recordó también los términos del artículo 29 de la


Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, que extiende
la vigencia de éstos sobre todo el territorio del Estado parte, salvo
que se haga valer una intención diferente.228 Ahora bien, ni de la le-
tra ni del espíritu de la Convención —también de Viena— sobre Re-
laciones Consulares se desprende el propósito de establecer semejante
excepción.229

IV. APÉNDICE

Con fecha 20 de abril del 2004, la Comisión Interamericana de


Derechos Humanos presentó a la corte una solicitud de opinión con-
sultiva, que sería la número 20 (se halla pendiente, en efecto, una
consulta de fecha anterior, planteada por Venezuela, a la que corres-
pondería el número 19), acerca de puntos relacionados con la pena
de muerte. El planteamiento del 20 de abril se hizo en inglés, uno de
los idiomas de trabajo de la corte. El 1 de junio siguiente se hizo lle-
gar al tribunal la misma solicitud, en su versión española. A conti-
nuación transcribo las tres preguntas que formula la comisión:

1. ¿Es incompatible con las garantías de los artículos 1.1, 2, 4, 5, 8 y


25 de la Convención Americana de Derechos Humanos, y con las co-
rrespondientes protecciones de la Declaración Americana de los Dere-
chos y Deberes del Hombre, que un Estado adopte medidas legislati-
vas o de otra índole que niegan a los condenados a muerte el acceso a
un recurso judicial o a otro recurso efectivo para impugnar el carácter
obligatorio de la sanción impuesta?
2. ¿Es incompatible con las garantías de los artículos 1.1, 2, 5 y 25
de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, y con las pro-
tecciones correspondientes de la Declaración Americana de los Dere-
chos y Deberes del Hombre, que un Estado adopte medidas legislati-
vas o de otra índole que niegan a los condenados a muerte el acceso
a un recurso efectivo para impugnar la sanción impuesta en razón de

228 El artículo 29 de este instrumento, bajo el epígrafe “Ámbito territorial de los tratados”,
previene: “Un tratado será obligatorio para cada una de las partes por lo que respecta a la tota-
lidad de su territorio, salvo que una intención diferente se desprenda de él o conste de otro
modo”.
229 Párr. 140.
1088 SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

la demora o de las condiciones en que se mantuvo a la persona dete-


nida?
3. ¿Es incompatible con las garantías de los artículos 1.1, 2, 25 y
44 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y con las
protecciones correspondientes de la Declaración Americana de los De-
rechos y Deberes del Hombre, que un Estado adopte medidas legislati-
vas o de otra índole que niegan a los condenados a muerte el acceso a
un recurso judicial o a otro recurso efectivo para impugnar la sanción
impuesta en base a que tienen un procedimiento pendiente ante el sis-
tema interamericano de derechos humanos?

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