LEYENDO HISTORIA DE LA FILOSOFÍA en Bachillerato (3) .: Platón (427-347 A. C.)

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LEYENDO HISTORIA DE LA FILOSOFÍA en bachillerato1 (3).


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PLATÓN (427-347 a. de C)

Platón (427-347 a. C.) se llamaba, en


realidad, Aristocles, aunque le llamaban “Platón” por lo
ancho de sus hombros. Fue un filósofo ateniense nacido de
una familia aristocrática. De joven recibió probablemente
las enseñanzas de Crátilo, un discípulo de Heráclito. Pero
no es hasta el 407, cuando tiene veinte años, que conoce a
Sócrates, a quien permanecerá unido intensamente hasta
la muerte de su maestro.

Se trata de una época muy agitada políticamente en


Atenas: en el año 404 Esparta había impuesto a Atenas el
gobierno oligárquico de los Treinta Tiranos, entre los que
se encontraban algunos parientes de Platón. Pero se
implanta un régimen de terror que aleja a Platón de ese
gobierno. Un poco más tarde, en el 399, la democracia
restaurada, que había despertado de nuevo las ilusiones
de Platón, acaba condenando a muerte a Sócrates, dando muestra de la debilidad de la democracia
y de la existencia de ciertas corrientes demagógicas. Estos hechos van a orientar para siempre el
pensamiento de Platón, que explica su desilusión y su determinación política en su famosa Carta VII:

Al ver yo esto y al ver a los hombres que llevaban la política, cuanto más consideraba yo las leyes y las
costumbres, y más iba avanzando en edad, tanto más difícil me fue pareciendo administrar bien los
asuntos del Estado. (...) Estaba todo tan corrompido que yo, lleno de ardor al principio por trabajar por el
bien público, considerando esta situación, y de qué manera iba todo a la deriva, acabé por quedar
aturdido (...). Y al final comprendí que todos los Estados actuales están mal gobernados (...). Y me sentí
irresistiblemente movido a alabar la verdadera filosofía, y a proclamar que solo con su luz puede
reconocerse dónde está la justicia en la vida pública y en la vida privada. Así pues, no acabarán los
males para el hombre hasta que llegue la raza de los puros y auténticos filósofos al poder, o hasta
que los que son jefes de las ciudades, por una especial gracia divina, no se pongan verdaderamente
a filosofar.

En este texto se encuentra el proyecto filosófico de Platón, el cual tiene una finalidad claramente
política. Platón ambiciona crear un Estado en el que la muerte de su maestro Sócrates (“el mejor de
los hombres que hemos conocido, el más justo y sabio”, se lee en el Fedón platónico) sea imposible.

1
Texto de referencia: César Tejedor Campomanes, Historia de la filosofía en su marco cultural, Ediciones SM,
Madrid, 1993

1
LA FILOSOFÍA DE PLATÓN

No es fácil exponer la filosofía de Platón, pues tan solo contamos con los Diálogos que escribió (los
cuales fueron bien conservados en su Academia y tienen en su mayoría como protagonista a Sócrates)
y estos diálogos no son tratados sistemáticos sino obras que incluyen muchos discursos de varios
interlocutores. Por otro lado, la obra de Platón representa ciertas doctrinas en evolución constante. Es
probable que Platón no diera demasiada importancia a la palabra escrita, donde el filosofar ya está
fijado y muerto, y tal vez prefiriese la indagación continua y en compañía de otros, como Sócrates.

LA TEORÍA DE LAS IDEAS

El filósofo griego Aristóteles, que fue discípulo de Platón, explica en el siguiente texto de su obra
Metafísica cuáles fueron probablemente las fuentes de inspiración y las intenciones de la conocida
como “teoría de las ideas” (o formas) platónicas:

Platón, desde su juventud, se había familiarizado con la opinión de Heráclito de que todas las cosas
sensibles se encuentran en flujo permanente, por lo que no hay ciencia posible de estos objetos. Por otra
parte, su maestro Sócrates se consagró exclusivamente a los problemas morales, proponiéndose buscar
definiciones en el ámbito de la moral. Platón le siguió y pensó que las definiciones no podían referirse
a las cosas sensibles -ya que no puede darse una definición común de aquello que se encuentra
constantemente cambiando- sino a otro tipo de seres, a los que llamó “ideas”. Y añadió que las cosas
sensibles se encuentran separadas de las ideas, pero que reciben su nombre de ellas. Y todas las cosas
participan en las ideas.

En los diálogos de madurez, la concepción platónica de las ideas puede resumirse así:

- Las ideas son esencias (eîdos), es decir, aquello por que una cosa particular es lo que es. Por
ejemplo: la Idea de la belleza es “la Belleza en sí” y “aquello por lo que” las cosas bellas son
bellas.
- Las ideas existen separadas de las cosas particulares y son entidades que poseen una
existencia real e independiente.
- La teoría implica una duplicación del mundo: existe una “separación” (chorismós) entre
ambos mundos: el mundo visible de las cosas particulares (kósmos horatós) y el mundo
inteligible (kósmos noetós) de las Ideas. Esta duplicidad está bellamente representada en el
conocido “mito de la caverna” (República, VII): el mundo irreal de las sombras y el mundo real
de la luz solar.
- Las ideas son como el ser de Parménides: cada idea es única, eterna, inmutable. En cambio,
las cosas particulares son múltiples, temporales y mutables (por ejemplo: solo existe una
Belleza, la Idea de Belleza eterna, siempre la misma. Las ideas no son realidades corpóreas,
sino que son solamente inteligibles (es decir, sólo cognoscibles mediante la inteligencia).
- La relación entre las Ideas y las cosas se da por “participación” o “imitación”: las cosas
imitan a las ideas, las ideas son modelos de las cosas.

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Parece que Platón plantea esta teoría con una intención de tipo político y moral (los futuros
gobernantes deberán ser filósofos que no se guíen por su ambición política sino por ideales
trascendentes (separados de este mundo) y absolutos; y con una intención científica: el objeto de la
ciencia sólo pueden ser las Ideas.

EL ALMA

Así como la concepción del mundo de Platón es dualista (mundo de las Ideas y mundo de las cosas),
su concepto del ser humano también es dualista: el alma y el cuerpo. El mundo de las Ideas tiene
prioridad absoluta sobre el mundo de las cosas, y eso ocurre también con respecto al ser humano: el
alma es más importante que el cuerpo (que es considerado un estorbo, una cárcel para el alma).
Además, el alma es considerada como una realidad intermedia entre los dos mundos platónicos y algo
muy difícil de conocer, como se afirma en el diálogo platónico de título Fedro:

Descubrir cómo es el alma es tarea divina y demasiado larga; hablar con semejanzas es todo lo que
podemos hacer.

Platón es tal vez el creador de la psicología racional, esto es, el primero que reflexiona sobre la psique
humana de un modo racional aunque con un discurso cargado de mitos y bellas imágenes. Su
intención es doble: ética (necesidad de controlar las tendencias instintivas del cuerpo y asegurar una
retribución segura al que practica la justicia) y gnoseológica (establecer la prioridad de un
conocimiento de las Ideas).

Platón establece una división tripartita del alma. Tal vez con ella busca expresar los conflictos éticos y
psíquicos que el ser humano experimenta en sí mismo:

- El alma racional (nous, lógos), que es inmortal, inteligente, de naturaleza “divina” y ubicada
en el cerebro.
- El alma irascible (thymós), que es fuente de las pasiones nobles, se encuentra en el tórax y es
inseparable del cuerpo (por lo que es mortal);
- El alma apetitiva (epithymía), fuente de pasiones innobles, se encuentra en el abdomen y es,
también, mortal.

3
EL CONOCIMIENTO Y EL AMOR

¿Cómo podemos acceder a las ideas, si estas pertenecen a otro mundo -el “mundo inteligible”-
distinto del mundo en el que vivimos? El tema es abordado de diferentes maneras en Platón, aunque
en realidad éste no nos dice cómo se llega a conocer las Ideas. Únicamente sabemos que el alma tiene
capacidad para ello y que se trata de “mirar en la buena dirección”.

1. La reminiscencia: “conocer es recordar”.

El tema, que aparece por primera vez en el diálogo platónico titulado Menón, puede resumirse así: no
podemos buscar lo que ya conocemos (pues es inútil), ni lo que no conocemos (pues no sabríamos
qué estamos buscando, ni reconocer si lo hemos encontrado). Por lo tanto: no buscamos lo que
desconocemos, porque buscar es intentar recordar lo que ya conocemos, pues conocer es recordar.
Nuestro alma conoció las Ideas en una existencia anterior y “separada” del cuerpo. Además, como las
cosas imitan a las Ideas, el conocimiento sensible sirve como ocasión para el recuerdo de las Ideas.

2. La dialéctica: método que permite ascender a un saber absoluto y total.

El mundo de las Ideas se encuentra


jerarquizado y las Ideas están comunicadas
y trabadas entre sí: se trata de un sistema
en el que todas las Ideas están
ensambladas y coordinadas en una
gradación jerarquizada en cuya cúspide
se encuentra la Idea de bien. El bien, como
idea primera, como supremo principio,
expresa el orden, el sentido y la
inteligibilidad de lo real.

En el libro VII de la República se encuentra


el más famoso texto platónico: el llamado
“mito de la caverna”2. Este texto es, en
realidad, una alegoría acerca de la
educación del filósofo y permite
comprender cómo entendía Platón la
dialéctica: existe una continuidad entre los
diversos grados de conocimiento, que tiene
que ver con la mencionada visión jerárquica
de la realidad: existen distintos grados de
participación de las ideas en el mundo
visible, grados de participación y cercanía a

2
Dibujo tomado de Peter Kunzmann y otros, Atlas de filosofía, Alianza Editorial, Madrid, 2003, p. 40

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la Idea del Bien en el mundo inteligible. La educación supone un ascenso a través de las diversas
formas de conocimiento, teniendo la física y las matemáticas un carácter preparatorio para dicha
ascensión.

A lo largo de su obra, Platón distingue y contrapone dos formas generales de conocimiento: el saber
o ciencia (episteme) y la opinión (doxa). El saber tiene como objeto las ideas, mientras que la opinión
tiene como objeto el mundo físico, sensible. Las opiniones son inestables e inexactas, pues tratan del
inestable y mutable mundo físico. El saber, en cambio, trata de las ideas, y el conocimiento de las
ideas y de sus relaciones constituye el auténtico saber, el más perfecto. Es difícil alcanzarlo y han
de seguirse ciertos pasos: primero, el estudio de las matemáticas, y a partir de ahí puede iniciarse un
estudio del sistema total de ideas, ascendiendo hasta la cúspide, el conocimiento del bien. Y este
ascenso es denominado dialéctica.

3. El amor: se trata también de un proceso ascendente desde las cosas hasta la Idea suprema (la
Belleza o el Bien).

El “amor platónico” consiste en un ascenso hacia la Belleza. El bello texto de el Banquete puede servir
como imagen para imaginar a qué se refiere Platón:

Éste es precisamente el camino correcto para dirigirse a las cuestiones relativas al amor: con la mirada
puesta en aquella belleza, empezar por las cosas bellas de este mundo y, sirviéndose de ellas a modo de
escalones, ir ascendiendo continuamente de un cuerpo bello a dos y de dos a todos los cuerpos bellos, y
de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos
conocimientos y, a partir de los conocimientos, acabar en aquel que es conocimiento no de otra cosa
sino de aquella belleza absoluta, para que conozca por fin lo que es la belleza en sí. En ese instante,
querido Sócrates, más que en ningún otro, vale la pena el vivir al hombre: cuando contempla la belleza
en sí.

EL ESTADO

Piensa Platón que el hombre aislado no puede ser bueno ni sabio: necesita de la comunidad política,
esto es, del Estado. En su obra la República, trata Platón el tema de la justicia en el individuo y en el
Estado. Se trata en la obra de una utopía política en la que el gobierno pertenece a los filósofos (o
los gobernantes han de practicar filosofía). Se podría entender esto como un gobierno aristocrático,
pero de una aristocracia no basada en la sangre sino en el saber o la virtud. Así, los gobernantes no
deben conducirse por la ambición personal y el derecho del más fuerte, sino que han de inspirarse en
la contemplación del orden inmutable de las Ideas. En el “mito de la caverna” se expresa muy bien: los
que consiguen escapar de la caverna y contemplar el sol de Verdad, la Justicia y el Bien, deben “volver
a la caverna” para gobernar y guiar a los que allí siguen encadenados.

En la ciudad platónica hay tres clases sociales que se corresponden con las partes del alma. Y cada
clase tiene asignada una tarea y una virtud:

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Partes del alma3 Clases sociales Virtudes

Racional (nous, lógos) Gobernantes-filósofos Sabiduría (prudencia)

Irascible (thymós) Guardianes-guerreros Fortaleza

Apetitiva (epithymía) Artesanos-labradores Templanza

Armonía entre las partes del alma Armonía entre las clases sociales Justicia

El Estado que imagina Platón es, ante


todo, una institución educativa.
Considera que no todos los hombres
están dotados igualmente por
naturaleza, por lo que no todos
deben realizar las mismas funciones:
en cada persona predomina un alma,
por lo que ha de ser educado según
las funciones que vaya a realizar, sin
importar que se trate de hombre o
mujer.

Este proyecto político, en el que se


busca el bien de la colectividad, va
directamente dirigido contra el
relativismo presente en los sofistas.
Asimismo, pretende escapar a la
temporalidad.

Ya de viejo, Platón escribió otra obra política titulada Las Leyes, en la que desilusionado por sus
fracasos políticos durante su vida concibe otra utopía en la que el gobierno de los sabios es
substituido por el gobierno de las leyes, por el sometimiento estricto de los gobernantes al
ordenamiento jurídico.

3
Dibujo tomado de Peter Kunzmann y otros, Atlas de filosofía, Alianza Editorial, Madrid, 2003, p. 42.

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Aunque es un poco largo, vamos a concluir estos apuntes sobre Platón leyendo el famoso “mito
de la caverna”:

A continuación, compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta


de educación con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una morada
subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella
están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar
sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos
se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más
alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros
levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.

– Me lo imagino.

– Imagínate ahora
que, del otro lado
del tabique, pasan
hombres que
llevan toda clase
de utensilios y
figurillas de
hombres y otros
animales, hechos
en piedra y
madera y de
diversas clases; y
entre los que
pasan unos
hablan y otros
callan.

– Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.

– Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros,
otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?

– Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.

– ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique?

– Indudablemente.

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– Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los objetos
que pasan y que ellos ven?

– Necesariamente.

– Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del
otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa
delante de ellos?

– ¡Por Zeus que sí!

– ¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales
transportados?

– Es de toda necesidad.

– Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué
pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de
repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del
encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué
piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en
cambio está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le
mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar
preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas
que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?

– Mucho más verdaderas.

– Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose
hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que
se le muestran?

– Así es.

– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta
la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos
llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los
verdaderos?

– Por cierto, al menos inmediatamente.

– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con
mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el
agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el

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cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la
luz del sol.

– Sin duda.

– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son
extraños, sino contemplarlo como es en sí y por si en su propio ámbito.

– Necesariamente.

– Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que
gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.

– Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.

– Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces
compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?

– Por cierto.

– Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que
con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que
mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de
ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y
envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de
Homero, y preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre o soportar cualquier otra cosa,
antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida?

– Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.

– Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los
ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?

– Sin duda.

– Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han
conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a
ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de
él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena
intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si
pudieran?

– Seguramente.

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– Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido
dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión, y la luz
del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación
de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en
cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en
todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con
dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas
rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito
inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en
vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.

– Comparto tu pensamiento.

– […] Pues bien, mira si me das también la razón esto: no hay que asombrarse de que quienes han
llegado allí no estén dispuestos a ocuparse de los asuntos humanos, sino que sus almas aspiran a pasar
el tiempo arriba; lo cual es natural, si la alegoría descrita es correcta también en esto.

– Muy natural.

– Tampoco sería extraño que alguien que, de contemplar las cosas divinas, pasara a las humanas, se
comportase desmañadamente y quedara en ridículo por ver de modo confuso y, no acostumbrado aún
en forma su­ficiente a las tinieblas circundantes, se viera forzado, en los tribunales o en cualquier otra
parte, a disputar sobre sombras de justicia o sobre las figurillas de las cuales hay sombras, y a reñir
sobre esto del modo en que esto es discutido por quienes jamás han visto la Justicia en sí.

– De ninguna manera sería extraño.

– Pero si alguien tiene sentido común, recuerda que los ojos pueden ver confusamente por dos tipos de
per­turbaciones: uno al trasladarse de la luz a la tiniebla, y otro de la tiniebla a la luz; y al considerar que
esto es lo que le sucede al alma, en lugar de reírse irracio­nalmente cuando la ve perturbada e
incapacitada de mi­rar algo, habrá de examinar cuál de los dos casos es: sí es que al salir de una vida
luminosa ve confusamente por falta de hábito, o si, viniendo de una mayor igno­rancia hacia lo más
luminoso, es obnubilada por el res­plandor. Así, en un caso se felicitará de lo que le sucede y de la vida a
que accede: mientras en el otro se apiada­rá, y, si se quiere reír de ella, su risa será menos absur­da que si
se descarga sobre el alma que desciende des­de la luz.

– Lo que dices es razonable.

– Debemos considerar entonces, si esto es verdad, que la educación no es como la


proclaman algunos. Afir­man que, cuando la ciencia no está en el alma, ellos la ponen, como si se
pusiera la vista en ojos ciegos.

– Afirman eso, en efecto.

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– Pues bien, el presente argumento indica que en el alma de cada uno hay el poder de aprender y el
órgano para ello, y que, así como el ojo no puede volverse ha­cia la luz y dejar las tinieblas si no gira todo
el cuerpo, del mismo modo es preciso mover el alma entera, hasta que llegue a ser capaz de soportar la
contemplación de lo que es, y lo más lu­minoso de lo que es, que es lo que llamamos el Bien. ¿No es así?

– Sí.

– Por consiguiente, la educación sería el arte de volver este órgano del alma del modo más fácil y
eficaz en que puede ser vuelto, mas no como si le infundiera la vista, puesto que ya la posee, sino, en
caso de que se lo haya girado incorrectamente y no mire adonde debe, posibilitando que mire adonde
es menester.

– Así parece, en efecto.

– […] ¿ Y no es también probable, e incluso necesario a partir de lo ya dicho, que ni los hombres sin
educa­ción ni experiencia de la verdad puedan gobernar adecuadamente alguna vez el Estado, ni
tampoco aquellos a los que se permita pasar todo su tiempo en el estudio, los primeros por no tener a la
vista en la vida la única meta a que es necesario apuntar al hacer cuanto se hace privada o
públicamente, los segundos por no que­rer actuar, considerándose como si ya en vida estuvie­sen
residiendo en la Isla de los Bienaventurados?

– Verdad.

– Por cierto que es una tarea de nosotros, los fundadores de este Estado, la de obligar a los hombres de
naturaleza mejor dotada a emprender el estudio que he­mos dicho antes que era el supremo, contemplar
el Bien y llevar a cabo aquel ascenso y, tras haber ascendido contemplado suficientemente, no
permitirles lo que ahora se les permite.

– ¿A qué te refieres?

– Quedarse allí y no estar dispuestos a descender junto a aquellos prisioneros, ni participar en sus
traba­jos y recompensas, sean éstas insignificantes o valiosas.

– Pero entonces, ¿seremos injustos con ellos y les haremos vivir mal cuando pueden hacer­lo mejor?

– Te olvidas nuevamente, amigo mío, que nuestra ley no atiende a que una sola clase lo pase
excepcional­mente bien en el Estado, sino que se las compone para que esto suceda en todo el Estado,
armonizándose los ciudadanos por la persuasión o por la fuerza, haciendo que unos a otros se presten
los beneficios que cada uno sea capaz de prestar a la comunidad. Porque si se forja a tales hombres
en el Estado, no es para permitir que cada uno se vuelva hacia donde le da la gana, sino para utilizarlos
para la consolidación del Estado.

– Es verdad; lo había olvidado, en efecto.

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– Observa ahora, Glaucón, que no seremos injustos con los filósofos que han surgido entre
nosotros, sino que les hablaremos en justicia, al forzarlos a ocuparse y cuidar de los
demás. […] Cada uno a su turno, por consiguiente, debéis descender hacia la morada común de los
demás y habituaros a contemplar las tinieblas; pues, una vez habi­tuados, veréis mil veces mejor las
cosas de allí y cono­ceréis cada una de las imágenes y de qué son imágenes, ya que vosotras habréis
visto antes la verdad en lo que concierne a las cosas bellas, justas y buenas. Y así nuestra ciudad vivirá
despierta y no entre sueños, como para actualmente en la mayoría de las ciudades, donde compiten
entre sí como entre sombras y disputan en torno al gobierno, como si fuera algo de gran valor. Pero lo
cierto es que el Es­tado en el que menos anhelan gobernar quienes han de hacerlo es forzosamente el
mejor y el más alejado de disensiones.

– Es muy cierto.

Platón, República (541a-520s), en Diálogos IV, traducción de Conrado Eggers Lan (con pequeñas modificaciones),
Gredos, Madrid, 1998, pp. 338-346

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