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LA IE Y EL COEFICIENTE INTELECTUAL
En su libro Inteligencia Emocional, Daniel Goleman explica que el éxito de una persona no
depende de su coeficiente intelectual o de sus estudios académicos, si no de la inteligencia
emocional, que según el autor es “la capacidad de reconocer los sentimientos propios y los
de los demás, para así manejar bien las emociones y tener relaciones más productivas con
quienes nos rodean”. Por ello ciertas personas con una elevada inteligencia emocional
pueden tener más éxito a lo largo de su vida que las que tienen un mayor coeficiente
intelectual.
Las emociones no son negativas ni positivas, actúan como la más poderosa fuente de
energía humana de autenticidad y decisión con inclusión de la sabiduría intuitiva.
A diferencia de lo que sucede con el coeficiente intelectual, la inteligencia emocional se
puede crear, alimentar y fortalecer a través de una combinación de factores, entre los cuales
se encuentran las experiencias de la infancia y el esfuerzo adecuado. Por tanto, desde niño
se deberían aprender conceptos emocionales básicos.
LA I. E Y LAS COMPETENCIAS
Desde hace muchos años se ha tenido en cuenta que el ser humano es poseedor de dos
mentes; una que piensa y otra que siente, por decirlo de alguna manera “la del cerebro” y
“la del corazón”. Estas dos mentes se interrelacionan y trabajan en equipo. La primera de
ellas es la mente racional, pensante, capaz de ponderar y de reflexionar. Mientras que el
otro tipo de conocimiento es impulsivo, creativo y poderoso, es la mente emocional.
Se observa que a pesar de que el ser humano es racional, en ocasiones se deja llevar por los
impulsos más irracionales, pero Goleman insiste en que estos impulsos emocionales pueden
ser controlados para conseguir el éxito si utilizamos inteligentemente estas emociones.
Existen marcadas diferencias entre la inteligencia racional y la inteligencia emocional.
Estas dos mentes, la emocional y la racional, operan en ajustada armonía y se encuentran
exquisitamente coordinadas. Los sentimientos son esenciales para el pensamiento, y el
pensamiento lo es para el sentimiento. Pero cuando aparecen las pasiones, la balanza se
inclina: es la mente emocional la que domina y aplasta la mente racional. Cuanto más
intenso es el sentimiento, más dominante se vuelve la mente emocional y más ineficaz la
racional. Las convicciones de la mente racional son tentativas; una nueva evidencia puede
descartar una creencia y reemplazarla por una nueva, ya que razona mediante la evidencia
objetiva. La mente emocional, sin embargo, considera sus convicciones como
absolutamente ciertas, y así deja de lado cualquier evidencia en contra. Por eso resulta tan
difícil razonar con alguien que está emocionalmente perturbado: no importa la sensatez del
argumento que se le ofrezca desde un punto de vista lógico: este no tiene ninguna validez si
no es acorde con la convicción emocional del momento” (Goleman, 1996, 338)
“Por lo general, la mente emocional no decide qué emociones deberíamos tener. En lugar
de esto, nuestros sentimientos surgen en nosotros como un hecho consumado. Lo que la
mente racional puede controlar regularmente es el curso de esas reacciones” (Goleman,
1996, 336)
Entre los expertos en inteligencia emocional se encuentra muy difundido el paradigma
según el cual, “nuestro coeficiente intelectual puede ayudarnos a comprender y afrontar el
mundo a un determinado nivel, pero precisamos de nuestras emociones para entendernos y
tratar con nosotros mismos, y a su vez, entender y tratar con los demás” Sin la conciencia
de nuestras emociones, sin la capacidad de reconocer y valorar nuestros sentimientos y
actuar en sincero acuerdo con ellos, no podemos llevarnos bien con los demás, nos resulta
difícil tomar decisiones, y a menudo nos encontramos perdidos y desconectados de nuestro
sentido del yo” (18 Jeanne Segal).
HABILIDAD EMOCIONAL BASE DE LA COMPETITIVIDAD
ORGANIZACIONAL
Con base en el concepto de punto crítico de Mc Clellan, es decir, personas que han logrado
un desarrollo integral de la competencia emocional, un estudio realizado en Pepsico mostró
que “el 87% de los directivos que alcanzaron este punto crítico se hallaban en el tercio
superior de la clasificación de los rendimientos de la empresa. En Europa, los directivos
que carecían de ella sólo mostraban un índice sobresaliente en el 13% de los casos. En Asia
se reducía al 11%, mientras que en América llegaba al 20%” (JERICÓ, P. 2001, 62).
La inteligencia emocional nos permite tomar conciencia de nuestras emociones,
comprender los sentimientos de los demás, tolerar las presiones y frustraciones que
soportamos en el trabajo, acentuar nuestra capacidad de trabajar en equipo y adoptar una
actitud empática y social, que nos brindará mayores posibilidades de desarrollo personal.
Las personas menos exitosas generalmente poseen un bajo coeficiente emocional y
enfrentan algunas dificultades que constituyen un pesado lastre para lograr un adecuado
desempeño, por ejemplo, aislamiento social, ansiedad y depresión, dificultad para la
concentración y para fijar la atención en un asunto; agresividad que conduce a involucrase
en conflictos; baja motivación y falta de energía emocional.
La apreciación que las personas tienen de su trabajo, además de las condiciones externas a
ellas, también se ve influenciada por aspectos familiares, sociales, psicológicos, de
formación y económicos. Todos estos factores externos e internos del individuo le permiten
ir percibiendo, de común acuerdo con los demás, el clima laboral de su empresa y cualquier
reacción dentro del trabajo está en función de esta percepción, la cual hace que una
situación se torne negativa o positiva.
Además, de estos factores, que afectan el clima laboral, hay otros que corresponden al flujo
de conciencia del hombre. La inteligencia emocional, por ejemplo, determina el modo
como la persona reacciona frente a las circunstancias que la vida laboral le ofrece.
El clima laboral requiere de altos índices de energía, entendida como la fuerza y el
entusiasmo que impulsa a las personas hacia adelante, es ese impulso inagotable, que no
encuentra obstáculos, porque, los retos en realidad son oportunidades para capturar las
acciones hacia metas comunes a todos los individuos de una empresa. Todos tienen el
mismo norte, eso hace que la energía emocional no se disperse, sino, que por el contrario se
enfoquen todos los talentos en una misma dirección, buscando el éxito.
En la elaboración de los programas de desarrollo de las habilidades emocionales de los
trabajadores, la empresa puede apoyarse en el modelo propuesto por Coleman, que consta
de cinco competencias principales:
Conocimiento de las propias emociones: consiste en la capacidad de reconocer un
sentimiento en el mismo momento en que aparece, las personas que tienen mayor certeza
de sus emociones suelen dirigir mejor sus vidas.
Capacidad de controlar las emociones: es una habilidad básica que permite controlar
nuestros sentimientos y utilizarlos en el momento preciso. Ya que nuestras emociones no se
pueden ni elegir ni evitar.
Capacidad de motivarse: consiste en saber utilizar el potencial existente para poder
conseguir resultados sobresalientes y no conformarse con lo que se tiene. Esta capacidad
puede ayudar a las personas a ser más productivas y eficaces
Reconocimiento de las emociones ajenas: saber ponerse en el lugar de los demás es una
habilidad fundamental. Esto es lo que se denomina empatía, donde también es importante
ser capaz de comprender pensamientos y sentimientos que no se hayan expresado
verbalmente.
Control de las relaciones: al estar en contacto con las demás personas es importante que
este sea el trato adecuado, como así también de reconocer los conflictos y de saber
solucionarlos.
Saber manejar las emociones y los sentimientos, sin importar su naturaleza da credibilidad
y confiabilidad, forma trabajadores íntegros que actúan con franqueza, honradez y
sinceridad.
Aquí es cuando la intuición se convierte en una herramienta de poder y brillantez para
afrontar situaciones y relaciones de forma benéfica para la empresa, nos da oportunidad de
innovación donde de otra forma no la hubiéramos encontrado, es decir nos permite
convertir una situación tensa y conflictiva en una gama de oportunidades para mejorar.
Una de las formas más efectivas de manejar la inteligencia emocional es abriendo espacio
al diálogo. Escuchar con atención las señales verbales o no verbales del otro, ya que hacerlo
de manera honesta, es posible entrar al mundo de la otra persona, a su visión, a su mente, a
su corazón, para encontrar soluciones mediante el análisis de las situaciones problemáticas,
buscando la raíz y el porqué de las cosas para eludir lo vacío y lo vano, para así llegar al
punto álgido y resolver la situación de manera favorable para todos: los individuos y la
empresa. Es un hecho que la capacidad para adquirir y utilizar la información se puede
mejorar entrenando las estrategias de procesamiento que se precisan. (De Bono Edward.
(1990) “Pensar Bien”, editorial Selector)
Hoy en día, la inteligencia emocional juega un rol importante en la creación de perfiles
laborales, en los procesos de selección, en el desarrollo gerencial y en el servicio al cliente.
Por otra parte, la inteligencia emocional cuenta con la resilencia, o sea “la capacidad que
tienen las personas para afrontar la adversidad saliendo fortalecidas y alcanzando un estado
de excelencia profesional y personal” (Goleman, 1996). En muchas oportunidades se puede
presentar una misma situación o inconveniente, sin embargo, un aspecto que puede generar
una gran diferencia es la actitud con la cual cada persona puede reaccionar, ya sea positiva
o negativamente, lo cual puede denotar el carácter y lograr forjarlo aún más, para permitirse
superar las dificultades, personarse los errores que pueda cometer y seguir adelante, ya que
como dice un viejo refrán: “todo pasa” y eso aplica para absolutamente todo. Se establecen
numerosas soluciones para conseguir el éxito, tanto en la vida personal como en el trabajo y
en la conservación y mantenimiento de la salud.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Villa, M. (2013). La inteligencia emocional aplicada en las organizaciones