Fascismo
Fascismo
Fascismo
La Primera Guerra Mundial concluyó con la derrota de los imperios autoritarios de Alemania y
Austro-Hungría y la caída de Imperio Otomano.
Salvo en la URSS, el sistema político democrático pareció consolidarse tras el conflicto. Las
constituciones recogieron derechos como el sufragio universal masculino y femenino, mejoras
laborales como la jornada de 8 horas, medidas de carácter protector en caso de enfermedad y
vejez, etc. Sin embargo, la forma en que se resolvió la paz, el temor suscitado entre la burguesía
conservadora por el éxito de la Revolución Soviética, así como las consecuencias de la crisis de
1929, impidieron el fortalecimiento de las y alentaron las tendencias autoritarias.
En Europa occidental, dos estados esenciales por su peso histórico, económico y político,
Alemania e Italia, abandonaron la democracia y evolucionaron hacia el totalitarismo. Se
impusieron gobiernos militaristas que destruyeron el parlamentarismo y persiguieron a partidos
políticos y a sindicatos por igual.
Otros países, sin embargo, mantuvieron con vigor las estructuras democráticas. Fueron los
casos de Francia, Reino Unido, Holanda, Bélgica, Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca,
Checoslovaquia o Suiza. Fuera de Europa, Estados Unidos se convirtió en el baluarte del Estado
liberal democrático clásico.
d) El extremismo político
Los diferentes gobiernos de este período tuvieron como rasgo común la intransigencia. La vida
política se radicalizó y polarizó. Frente al ascenso de la ultraderecha, nacieron movimientos que
tenían como objetivo atajar el auge de los totalitarismos.
De ese modo emergió el fenómeno del frentepopulismo, con destacados ejemplos en Francia y
España. Ello no impidió el declive de las tradicionales formaciones progresistas, muy débiles o,
incluso, extintas, como sucedió con la socialdemocracia alemana, que desapareció de la escena
política tras la llegada al poder de Hitler.
2. El ascensos de los fascismos
Los fascismos surgieron tras la Guerra en un escenario de crisis económica, social y política.
Constituyeron una ideología que se extendió por casi toda Europa por organizaciones inspiradas
en el modelo italiano de Mussolini y, algo más tarde, en el nazismo alemán.
Su acción contribuyó decisivamente al estallido de la Segunda Guerra Mundial, al término de la
cual, derrotados, desaparecieron en la mayor parte de los estados europeos.
El término "fascismo" proviene de la palabra “fascio”, que significa “haz”, hierbas, espigas o
cualquier otro tipo de objetos ligados entre sí.
Pero de manera más concreta, la palabra alude a las "fasces" ("haces"), símbolo romano de
poder. Las fasces romanas estaban compuestas por un fajo de bastones de madera amarrados
entre sí por un cinto de cuero entre la que sobresalía un hacha.
Los bastones representaban la autoridad y el hacha el poder sobre la vida y la muerte. El
fascismo italiano, identificado con la grandeza del imperio romano, al que intentó emular, adoptó
las fasces como símbolo y nombre del movimiento.
Los haces sugieren también la idea de unión o ligazón, es decir, de homogeneidad y cohesión,
cualidades muy queridas por la ideología fascista, en contraposición con la desunión y
disgregación que, supuestamente -desde la perspectiva de esa ideología- aquejaban a las
sociedades liberales democráticas.
b) Antiliberalismo y anticapitalismo
Los ideólogos fascistas tildaron al liberalismo de ser una ideología débil, incapaz de frenar al
auge del comunismo e ineficaz para mantener el rumbo de una economía sometida a crisis
cíclicas. La democracia y el sufragio universal se consideraron métodos artificiales e inútiles que
intentaban igualar la natural desigualdad entre los hombres.
La libertad, encarnada en los derechos de expresión, asociación o reunión fue contemplada con
desdén: intelectuales y artistas fueron hostigados cuando no se ajustaron a los estrechos cauces
establecidos por el Estado fascista.
Los partidos políticos fueron catalogados como instrumentos de desmembración social y, en
aquellos países donde el fascismo alcanzó el poder, fueron ilegalizados y perseguidos. La unidad
del Estado se consideró sagrada y para preservarla, se confíó en la acción de un único partido
bajo el liderazgo del jefe o caudillo.
El capitalismo se identificó con los financieros y banqueros judíos, calificados como elementos
degenerados de la burguesía. Se distinguió claramente entre la figura del gran capitalista,
sinónimo de usurero corrupto, y la del empresario, honrado, laborioso y solidario con la
comunidad.
Empresarios, trabajadores y producción fueron puestos al servicio del Estado. Se encuadró a los
obreros en ramas organizadas según la actividad laboral (construcción, textil, metalurgia, etc),
en las que también fueron integrados los empresarios. Los sindicatos de izquierda, surgidos para
defender los intereses de la clase trabajadora frente a la patronal, fueron eliminados y
sustituidos por organizaciones estructuradas al modo militar.
Sin embargo, a pesar de ese discurso propagandístico, Hitler, Mussolini y otros dictadores
fascistas se apoyaron y defendieron al gran capital, al que recurrieron como fuente de
financiación en su camino hacia el poder. Una vez alcanzado éste, la alianza con los grandes
empresarios se estrechó aún más, hasta constituirse en la columna sobre la que se vertebró la
economía.
c) Antimarxismo
La lucha de clases, elemento fundamental en el análisis marxista de la sociedad, chocaba
profundamente con la homogeneización y el corporativismo propuestos por el fascismo.
Sindicatos, partidos políticos, organizaciones de izquierda fueron hostigados por grupos de
carácter paramilitar, más tarde, ilegalizados y perseguidos por el Estado totalitario.
La presión del fascismo sobre los partidos y organizaciones obreras coincidió con una profunda
desunión de la izquierda.
d) Autoritarismo y militarismo
El fascismo concebía la sociedad como si de una organización militar se tratase. Había de formar
organismo vertebrado, en el cada individuo ocupase un lugar determinado y desarrollase una
función específica. En el seno de ese organismo no tenían cabida las discrepancias o
disensiones.
Como en toda organización militar, la autoridad, la disciplina y la fuerza se imponían a la
igualdad, la libertad de acción y el pacifismo.
El fascismo potenció el papel de las fuerzas armadas, esenciales para poner en práctica los
planes de expansión territorial que permitiesen ensanchar el espacio vital del pueblo y vengar los
"agravios históricos" sufridos por la nación.
Los estados fascistas diseñaron una compleja escenografía con el fin de exaltar y glorificar los
valores de la milicia, transmitiendo a la sociedad un sentido guerrero de la vida. Mediante
imponentes y pomposos desfiles congregaron auténticas muchedumbres para enardecer el
patriotismo.
Niños y jóvenes recibieron una educación basada en los valores castrenses, proliferando el uso
de uniformes de carácter pseudomilitar (camisa negra en Italia, parda en Alemania, azul en
España, etc) y los gestos y actitudes marciales (saludo fascista).
e) Ultranacionalismo
Los fascismos ambicionaron alcanzar la unidad y la identidad nacionales, desde una visión
conservadora, excluyendo y hostigando a quienes pusiesen en peligro tal aspiración, ya fuesen
otras naciones o, dentro del mismo Estado, aquellos elementos considerados extraños, por
ejemplo, las minorías raciales (judíos, gitanos, etc.).
Hubo casos en los que los sentimientos nacionales se exasperaron, como en el caso de las
regiones de Alsacia y Lorena, en poder de Francia a raíz del Tratado de Versalles, o la parte
oriental de la Prusia alemana, bajo soberanía polaca.
En ambos casos el nacionalismo fue utilizado como arma política contra otros estados, creando
un ambiente de xenofobia, rencor e intransigencia que originó tensiones y conflictos.
Frente a este ambiente de ultranacionalismo, las principales potencias democráticas
reaccionaron con tibieza, adoptando una estrategia conocida como "política de apaciguamiento",
basada en el mantenimiento a toda costa de la paz pese a las provocaciones y hostilidad de las
potencias fascistas.
Para condicionar a las masas en torno a la idea de una patria común se manipuló a
conveniencia la historia: por ejemplo, Mussolini volvió su mirada en la antigua Roma, tratando
de evocar la grandeza de ese imperio e identificándolo con la Italia fascista. Consideró "mare
nostro" al Adriático, al modo en que los romanos distinguieron al Mediterráneo. Creó un imperio
que, hasta 1941, tuvo posesiones en África (Somalia, Etiopía o Abisinia y Libia), en el Egeo
(Dodecaneso) y en el Mediterráneo (Albania).
Ejemplos similares se dieron en otros regímenes totalitarios: en España, el franquismo apeló a la
monarquía de los Reyes Católicos y a la época de los primeros Austrias como paradigmas de
unidad y grandeza. Valores que había que rescatar frente a la "desunión" y "decadencia" en que
había caído el país
h) Racismo y xenofobia
Todo aquello que el fascismo interpretó que podía descomponer una sociedad uniforme y
rígidamente estructurada fue perseguido. Así ocurrió con las minorías raciales (judíos, eslavos,
gitanos, etc).
En la Alemania nazi estos grupos fueron en principio aislados para evitar que contaminasen a
los "ciudadanos normales"; más tarde se procedió a eliminarlos desde una visión que perseguía
contribuir a la idea eugenésica de mejorar la raza aria, considerada como superior e identificada
con el pueblo alemán.
Otros pueblos, racialmente impuros (ej., los eslavos) fueron objeto de desprecio o persecución y,
en cualquier caso, puestos al servicio de los intereses de esa raza superior.
Tras esos planteamientos subyacía, de hecho, un darwinismo social que enfatizaba
pseudocientíficamente la desigualdad cultural, racial y étnica de la humanidad, estableciendo
una escala en importancia cuyo peldaño superior era ocupado por la raza aria.
Esa idea suponía la culminación ideológica que los europeos habían exhibido durante la
formación de los grandes imperios coloniales.
En otros países la xenofobia y el racismo, si bien estuvieron presentes en su discurso ideológico,
no llegaron a alcanzar el grado de violencia y sistematización que en Alemania.
4. El fascismo italiano
La formación del Estado fascista en Italia arrancó en 1922.
El líder indiscutible del fascismo italiano fue Benito Mussolini, nacido en 1883 en el seno de
una familia de origen humilde.
Trabajó como maestro durante cinco años, militó en el Partido Socialista Italiano desde 1900
hasta 1914, fecha en que fue expulsado de la organización por defender la entrada de Italia en la
guerra, frente al neutralismo del partido. En 1915 fue militarizado y en 1917 gravemente herido
en combate. Una vez recuperado se embarcó en una intensa actividad política y periodística,
ejerciendo su labor en el periódico “Il Popolo”, fundado por el en 1914.
En 1919 constituyó en Milán el grupo de carácter paramilitar los “Fasci di Combattimento”,
grupo paramilitar de ideología ultranacionalista, anticomunista y antiliberal, cuyos miembros
lucían uniformes de color negro. De ahí surgiría en 1921 el Partido Nacional Fascista.
Mediante la acción violenta sobre socialistas, comunistas, anarquistas y, en general sobre todos
los demócratas italianos, logró alcanzar el poder en 1922, creando un régimen totalitario modelo
de otros tantos surgidos en Europa a lo largo de la década de los treinta.
La Marcha sobre Roma movilizó a miles de fascistas de todo el país que se dirigieron desde
Nápoles hacia la capital. Ataviados con característicos uniformes, “los camisas negras” fueron
conducidos por Mussolini que permaneció en Milán a la espera del desarrollo de los
acontecimientos.
El 29 de octubre el rey pidió a Mussolini la formación de un gobierno. El fascismo había llegado
al poder con la participación del jefe del Estado italiano.
Aunque convertido en primer ministro, gobernó durante unos meses sustentado en una
coalición de partidos dentro de los cauces constitucionales; de hecho, su primer gobierno (1923)
tan solo contó con cuatro ministros fascistas.
En 1924 se celebraron elecciones generales en un ambiente de tensión y violencia. De 7 millones
de votos algo más de 4 fueron para los "fasci", mientras que 3 recayeron sobre la oposición. Sin
embargo, aquellos obtuvieron mayoría gracias a una ley electoral aprobada en 1923, según la
cual el partido que obtuviese un 25 % de los votos se alzaría con una representación de dos
terceras partes de la Cámara.
En 1925 suprimió los partidos políticos, los sindicatos y la libertad de prensa, mandó arrestar a
los líderes de izquierda (Ej. Gramsci). Centenares de miles de italianos hubieron de exiliarse.
Nacía el Estado totalitario controlado por un líder fuerte e indiscutido.
b) El Estado fascista italiano
Los campos de actuación del Estado fascista fueron los siguientes:
-La acción del Estado fascista en el campo político:
El régimen fascista abolió los derechos políticos y los sustituyó por una estructura de carácter
corporativo que subordinaba la esencia y la iniciativa individuales al interés nacional. Todo
quedaba sujeto al Estado: como Mussolini expresó: "Todo en el Estado, nada fuera del Estado,
nada contra el Estado".
En 1925 una ley le otorgaba plenos poderes. Sometió a control al partido único desprendiéndose
de los elementos que menos confianza le inspiraban. El Partido Fascista quedó relegado a mero
instrumento propagandístico, útil para encuadrar a un creciente número de militantes. Las
funciones que teóricamente le correspondían fueron asumidas por el Gran Consejo Fascista, en
estrecho contacto con el Duce, quien recurrió para ejercer su gobierno al uso de decretos ley.
La oposición fue eliminada, los intelectuales silenciados. Se creó un Tribunal especial para
juzgar los casos relacionados con los delitos políticos al tiempo que se instituía una policía, la
OVRA ("Organizzacione di Vigilanza e Repressione dell'Antifascismo"), creada en 1926 y
especializada en la persecución de la disidencia.
La política exterior de Mussolini se encaminó en dos direcciones: por un lado, al
restablecimiento de relaciones con la Santa Sede, por otro, a ofrecer una imagen internacional de
Italia como gran potencia militar y colonial.
En 1929, mediante los Pactos de Letrán, Mussolini normalizó sus relaciones con la Iglesia
católica, muy tensas desde que en 1870, ocho años más tarde de la unificación italiana, el
ejército italiano ocupara Roma.
Desde entonces los papas se habían considerado prisioneros dentro del Vaticano. Mediante ese
concordato (signado por el Rey de Italia, a instancias de Mussolini y el papa Pío XI) Italia
reconocía la soberanía del Estado del Vaticano y, a cambio, se reconocía la religión católica como
la oficial del Estado.
La guerra civil española (1936-1939) ofreció al fascismo italiano la oportunidad de intervenir en
un conflicto internacional, intentando exportar la imagen de gran potencia. Junto a Alemania,
ayudó a los sublevados contra la II República capitaneados por el general Franco.
En el campo se fomentó la autosuficiencia del país mediante la autarquía, para lo que se hizo
necesario incrementar la producción y disminuir la dependencia del exterior.
Se desarrollaron campañas cuya denominación evocaba el lenguaje bélico: así nacieron la
“batalla del trigo”, la “batalla de la lira” o la “batalla de los nacimientos”, ésta última encaminada
a impulsar el crecimiento de la población.
Se pusieron en cultivo tierras baldías, se sustituyeron cultivos tradicionales por otros nuevos, se
fomentaron los cultivos cerealistas de carácter extensivo, se desecaron charcas y marismas, se
construyeron embalses en las zonas de déficit hídrico y se levantaron poblados para albergar a
los nuevos colonos.
Los resultados finales no pasaron de mediocres; entre otras razones, porque la mayor parte de
las inversiones se centraron en las zonas cercanas a la capital, en algunas regiones como la
llanura del Po y las áreas litorales del Adriático y Tirreno, en detrimento de otras periféricas.
Con la “batalla de la lira” el régimen se propuso dotar a la moneda italiana de prestigio
internacional, asignándole un alto valor de cambio.
Sin embargo, los efectos resultaron en buena medida contraproducentes, ya que los productos
italianos perdieron competitividad frente a los extranjeros y las exportaciones disminuyeron,
privando al país de una importante fuente de divisas.
Ante la Crisis de 1929, el Estado incrementó el control sobre la economía, intensificando la
autarquía y creando organismos como el IRI (Instituto para la Reconstrucción Industrial, 1933).
Éste aglutinaba empresas pertenecientes a sectores estratégicos como las comunicaciones o la
siderurgia (indispensable para la industria de armamentos).
El régimen acometió una importante labor de modernización de las infraestructuras de
comunicación y transporte, especialmente en lo relativo al ferrocarril y la red de carreteras,
construyéndose las primeras autopistas e impulsando la motorización.
5. El nazismo alemán
La llegada al poder de Hitler en 1933, a través de las urnas, arruinó la experiencia democrática
de la República de Weimar y supuso la implantación de un Estado totalitario basado en una
dictadura personal. Las repercusiones a nivel internacional fueron enormes. En los años treinta
Alemania emprendió una política de rearme en una estrategia agresiva y expansionista que
condujo a la Segunda Guerra Mundial.
El nazismo no puede entenderse sin Adolf Hitler, su máximo representante e ideólogo.
Hijo de un funcionario austríaco, su verdadera pasión de juventud fue la pintura, se trasladó a
Viena para ingresar en la Academia de Bellas Artes, pero suspendió el examen de ingreso.
Su estancia en la capital del Imperio Austríaco transcurrió entre penurias económicas.
En 1913 se trasladó a la ciudad alemana de Munich.
La I Guerra Mundial le sorprendió en Alemania en cuyo ejército se enroló como voluntario,
obtuvo varias condecoraciones y fue herido gravemente en 1916.
La derrota alemana le causó una profunda consternación y responsabilizó de ella a los políticos
socialistas, comunistas y judíos quienes, según él, habían asestado desde la retaguardia una
“puñalada por la espalda” al valeroso ejército alemán. Consideró la firma del Tratado de
Versalles como una humillación inaceptable y se impuso la tarea de devolver a Alemania su
papel de potencia respetada y temida en el mundo.
En 1919 Hitler se afilió al pequeño Partido de los Trabajadores Alemanes y un año más tarde
esta formación adoptó el nombre de Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores, cuyas siglas
fueron NSDAP, más conocido por "Partido Nazi".
a) Los orígenes del nazismo
El 8 de noviembre de 1923 Hitler ensayó un golpe de Estado en Munich con la intención de
colocar al general Ludendorff como dictador y destruir la legalidad republicana.
El 9 de noviembre, una manifestación de varios miles de nazis que discurría por las calles de
Munich fue destruida por las fuerzas del orden, con lo que la rebelión fue abortada. De haber
triunfado, habría permitido a Hitler avanzar sobre Berlín, tal y como Mussolini lo había hecho
meses antes con su "Marcha sobre Roma".
Sin embargo, la intentona golpista fracasó y Hitler fue condenado a 5 años de cárcel. Durante su
estancia en prisión escribió el libro "Mein kampf" (Mi lucha), publicado en 1925, donde
expresaba los fundamentos de su ideología: antisemitismo, anticomunismo y antiliberalismo.
El fracaso del golpe de estado llevó a Hitler a la convicción de que el poder había de ser
conquistado mediante la legalidad, es decir, a través de la vía parlamentaria.
b) Nazismo. La toma del poder
En las elecciones de mayo de 1928 los nazis tan solo obtuvieron 12 escaños en el Parlamento,
mientras la izquierda alcanzaba un claro triunfo. Meses más tarde se producía el crack de la
Bolsa de Nueva York, de dramáticas consecuencias para Alemania.
En las elecciones de 1930 el Partido Nacionalsocialista contabilizó 107 diputados que
representaban a casi 6,5 millones de votos (18% del electorado), lo que significaba su primer
gran éxito en las urnas. Frente a ellos, 4,5 millones de votantes otorgaron su confianza a los
comunistas que situaron 77 diputados en el Parlamento.
La imposibilidad de formar un gobierno estable llevó a la celebración de otras elecciones, esta
vez en julio de 1932. Los resultados fueron aún más alentadores para los nazis, pues el
NSDASP consiguió 230 diputados, alcanzando la mayoría (no absoluta) del Parlamento.
La negativa del presidente Hindenburg a nombrar jefe de gobierno a Hitler, forzó a una nueva
convocatoria electoral. Esta vez los nazis obtuvieron 196 diputados y el presidente de la
República invistió canciller a Hitler y le encargó la formación de un gobierno.
El nuevo gabinete se configuró como una coalición de partidos de centro-derecha, con el apoyo
de las fuerzas armadas. La razón de esa asociación radicó en que el Partido Nazi carecía de
mayoría suficiente para gobernar en solitario.
Tras formar gobierno, Hitler convocó nuevas elecciones. Días antes de su celebración, el edificio
del Parlamento alemán, el Reichstag, fue objeto de un intencionado incendio que lo destruyó.
Hitler aprovechó la ocasión para responsabilizar del acto a los comunistas y socialistas por lo
que, mediante el Decreto para la protección del pueblo y el Estado, promulgó una serie de
medidas de excepción que liquidaron la libertad de opinión, prensa y asociación, poniendo fuera
de la ley a la mayor parte de la oposición.
En un ambiente de amenazas se celebraron los comicios en marzo de 1933. Éstos dieron la
mayoría (44 %, 288 diputados) al NSDAP. Hitler, una vez excluidos los comunistas, forzó al
Parlamento a que le concediese poderes especiales durante 4 años.
A partir de ese momento, procedió a desmontar el régimen democrático de Weimar. Fueron
prohibidos los partidos políticos, quedando únicamente como legalmente reconocido el Partido
Nazi. Se limitaron los derechos de reunión y expresión, la prensa fue censurada, se elaboraron
listas de libros prohibidos, etc.
Se creó la Gestapo, policía política destinada a controlar y eliminar a los opositores. Parte de los
intelectuales tuvieron que exiliarse del país y los funcionarios considerados contrarios al
nazismo fueron depurados.
El siguiente paso en la senda por el control absoluto del poder se dio con la eliminación de las
facciones revolucionarias existentes dentro del Partido Nazi. La más importante la constituían
las SA, grupo paramilitar partidario la abolición del capitalismo mediante una revolución.
El proceso de integración del Partido Nazi en las estructuras de poder tradicionales, encontró en
esta organización un estorbo, por lo que Hitler decidió destruir su poder mediante la eliminación
de sus líderes.
La acción se llevó a cabo durante la denominada “noche de los cuchillos largos” (30 de junio de
1934), en el transcurso de la cual fueron asesinadas más de 200 personas ligadas a las SA.
Los grandes empresarios y la derecha más reaccionaria se sintieron aliviados respecto a las
intenciones de Hitler y acercaron sus posturas a su política que, a partir de entonces, quedaba
desprovista de cualquier tipo de reivindicación subversiva o revolucionaria.
c) El Estado nazi
El nuevo parlamento emanado de las urnas en marzo de 1933 confirió a Hitler plenos poderes
durante 4 años. Ello implicó la aniquilación del sistema democrático y la actividad de partidos.
-La acción del Estado nazi en el campo político:
La acción política llevada cabo por Hitler se materializó en la creación de un régimen totalitario,
que eliminó del campo político y social cualquier rastro de oposición.
Se valió para ello, en un primer momento, del juego político democrático complementado con el
uso de la violencia; más tarde, de la fuerza de una dictadura personalista, impuesta a través del
empleo sistemático del terror.
A raíz de su firma, un amplio sector del ejército y la derecha acusó a los nuevos gobernantes de
haber traicionado a Alemania, haciéndolos responsables de lo que consideraban una paz
vergonzosa realizada a espaldas del pueblo.
El eje fundamental de sus relaciones con el exterior estuvo constituido por una política
expansionista y pangermanista (unión de todos los alemanes) que sirvió de instrumento para
llevar a la práctica la teoría del “espacio vital”, necesaria para asegurar el desarrollo demográfico
y económico de Alemania.
En octubre de 1934 Alemania abandonó la Sociedad de Naciones y la Conferencia de Desarme,
rompiendo así con el orden internacional instituido. Su política se hizo cada vez más agresiva,
materializándose en un enérgico rearme cuya evidente motivación, además de la económica, era
la preparación para la guerra.
En 1935, tras un referéndum, celebrado en un ambiente de intimidación y violencia, Alemania
recuperó la zona del Sarre que permanecía controlada por la Sociedad de Naciones desde el
término de la Primera Gran Guerra. Este acto fue acompañado de la reinstauración del servicio
militar obligatorio, que había sido prohibido en los tratados de paz de 1918.
Mediante el llamado “Pacto Antikomintern” Alemania estrechaba sus vínculos con Japón. Ambas
potencias se comprometían a perseguir y reprimir cualquier tipo de actividad relacionada con el
comunismo de la Tercera Internacional (Komintern). En realidad tras ese tratado se fijaban las
bases de una estrecha colaboración diplomática en momentos en que ambos estados estaban
necesitados de apoyos para llevar a cabo su política agresiva internacional.
Más tarde, en octubre del mismo año, invadió con el beneplácito de Francia, Reino Unido e
Italia, expresado en el Pacto de Munich, los 28.000 km2 por la que se extendía la región de los
Sudetes, bajo la soberanía de Checoslovaquia y donde residían unos tres millones de personas
de ascendencia alemana, deseosos de pertenecer al Reich. En marzo de 1939 invadió el resto de
Checoslovaquia, fundando con sus territorios un Protectorado dependiente del III Reich.
La economía alemana bajo el nazismo estuvo condicionada por los intereses del Estado. Pero, a
diferencia de la URSS, se mantuvo el sistema capitalista y con él la propiedad privada. Al igual
que en el régimen fascista italiano ni las grandes empresas ni la banca fueron nacionalizadas.
La tierra permaneció en manos de los grandes terratenientes y las condiciones de trabajo de los
campesinos no mejoraron sensiblemente.
Hitler hizo hincapié en el desarrollo de la industria pesada y química, en manos de grandes
grupos industriales (Krupp, Boch, Siemens, etc), preparados para hacer frente al rearme del
ejército alemán, clave para garantizar una política internacional agresiva y expansionista.
En 1936 se puso en marcha un plan para la militarización de Alemania con vistas a una futura
guerra, dando prioridad a la consecución de la autarquía que permitiese el autoabastecimiento
de alimentos y materias primas durante el conflicto.
Esta política acrecentó el poder de los magnates de la industria militar, que conseguirían por
medio de la guerra enormes beneficios, acrecentados por la política de saqueo de territorios
conquistados y el empleo de mano de obra esclava o semiesclava en sus factorías.
En sustitución de los sindicatos, suprimidos en mayo de 1933, se creó el Frente Alemán del
Trabajo, presidido por Robert Ley, que reunía en su seno tanto a trabajadores como a
empresarios y prescindía de la lucha entre clases esgrimida por las organizaciones de
inspiración marxista.
Llegó a contar con 25 millones de afiliados y gran influencia dentro del entramado estatal.
La política social se llevó a la práctica mediante una intensa acción de control sobre los
trabajadores, que fue más allá incluso de su vida laboral. Para ello fueron planificadas
numerosas actividades culturales (cine, teatro, deportes, viajes, etc), cuya misión era identificar
a las masas con el régimen y potenciar una falsa imagen de igualdad entre sus miembros y los
de la clase dominante.
La educación se utilizó como instrumento de adoctrinamiento en los ideales del nazismo. Todos
sus niveles se vieron sometidos a un riguroso control y los profesionales de la enseñanza fueron
depurados y encuadrados en una estructura de carácter pseudomilitar. Los programas de
estudios se desarrollaron bajo las premisas de un profundo racismo.
En 1933 fue instituida la Cámara de la Cultura del Reich, de la que pasaron a depender siete
organismos: cine, teatro, música, prensa, radio, literatura y arte, y en la que debían inscribirse
de forma obligatoria los profesionales que desarrollaran alguna de esas actividades.
Los libros y la prensa fueron estrechamente vigilados por medio de la censura, prohibiéndose la
publicación de aquellos ejemplares juzgados como depravados o atentatorios contra el régimen
Se quemaron públicamente miles de volúmenes, como aconteció el 10 de mayo de 1933.
Numerosos escritores debieron huir (Thomas Mann, Bertolt Brecht, Stephan Zweig y otros).
La censura se extendió también a otras manifestaciones expresivas como el cine o la radio.
El régimen invirtió grandes esfuerzos en el control y adoctrinamiento de la juventud. Ésta fue
encuadrada en organizaciones, entre las que destacó la de las "Juventudes Hitlerianas", a cuyos
miembros les eran inculcados los principios del nazismo. Se hizo énfasis en el cuidado físico y
deportivo, por ser considerados medios idóneos para el mantenimiento de una raza sana y
fuerte, base del futuro ejército alemán.
El papel de la mujer, aunque en menor medida que en otros regímenes similares, se
circunscribió a la esfera doméstica y su función principal quedó reducida a la de engendrar y
educar a los hijos. Desde niños, hombres y mujeres eran separados y en razón a su sexo.
Se ensalzó el papel de madre y se instituyó una festividad para conmemorarlo, llegándose a
conceder premios a la fertilidad a aquellas mujeres que lograsen una mayor descendencia.
Determinadas libertades que habían sido conquistadas por la mujer durante la República de
Weimar fueron suprimidas y sus puestos laborales ocupados por los varones. Solo cuando
durante la II Guerra mundial escaseó la mano de obra, se acudió de nuevo a las mujeres como
sustitutas de los varones.
Junto con el terror, la propaganda fue empleada como forma de imponer las ideas.
Se generalizó la celebración de imponentes concentraciones de masas, presididas por Hitler y los
máximos dirigentes del partido donde, en un ambiente de enardecido patriotismo donde se
enarbolaban los símbolos nazis (estandartes y banderas con la esvástica, saludos marciales, etc).
En el centro de todos esos fastos se situaba la figura del Führer. Incluso los Congresos del
Partido, desprovistos de un verdadero carácter deliberativo, se convocaban para exaltar su
figura. Se alteró el calendario laboral y se instituyeron nuevas festividades como la que
conmemoraba el cumpleaños de Hitler.
Su imagen se representó hasta la saciedad en las más diversos escenarios y actitudes: militar,
político, familiar, paternal, etc.
Figura insustituible en la organización del aparato propagandístico del régimen fue Joseph
Goebbels. Mediante inflamados discursos radiofónicos y artículos de prensa, cargados de
antisemitismo y xenofobia, encandiló a las masas.
Respecto a las relaciones con la Iglesia, los nazis intentaron controlar las dos confesiones más
importantes de Alemania, la Evangélica (mayoritaria) y la Católica. Con la Santa Sede firmó un
acuerdo en julio de 1933 que regulaba las relaciones entre ambas instituciones y contribuyó a
incrementar el prestigio internacional del régimen.
Sin embargo, esas relaciones se enfriaron, ya que una parte del clero recelaba del control que
Hitler ejercía sobre el Estado y los métodos que utilizaba para perpetuarse en el poder.
El antisemitismo nazi
La II Guerra Mundial agudizó la política antisemita nazi. Los judíos hubieron de abandonar sus
hogares y fueron recluidos en guetos y campos de concentración. Y no solo los de nacionalidad
alemana, sino también aquellos que pertenecían a los países conquistados por la Wehrmacht
(Ejército alemán) o que caían bajo la órbita nazi.
El gueto más importante fue el de Varsovia, donde miles de personas fueron condenadas a vivir
hacinadas y mal alimentadas. En abril de 1943 los judíos de dicho gueto se sublevaron ante la
masiva política de deportaciones a campos de concentración que realizaban los nazis.
Junto a los guetos, los judíos fueron recluidos en campos de concentración cercados por muros,
alambradas y vigilados desde torretas. En la década de los treinta se construyeron algunos,
como los de Buchenwald o Dachau, pero durante la Segunda Guerra Mundial se incrementó su
número y capacidad.
Allí fueron internados los disidentes del régimen, soldados enemigos, homosexuales, gitanos y,
por supuesto, judíos. Los prisioneros eran sometidos a trabajos forzados, hasta la extenuación,
en la fabricación de componentes militares para el ejército alemán y otros menesteres; cuando se
veían imposibilitados para hacer frente al ritmo de trabajo, eran eliminados.
Con la puesta en práctica de la “solución final”, es decir, la eliminación sistemática de todos los
judíos bajo jurisdicción alemana, se crearon campos especiales, dotados de instalaciones
capacitadas para hacer frente al exterminio masivo de personas.
Auschwitz-Birkenau y Lublin-Majdanek poseían cámaras de gases venenosos para las
ejecuciones y hornos crematorios para eliminar los cuerpos.
Las condiciones de vida en esos campos eran infrahumanas y el trato que los prisioneros
recibían a manos de sus guardianes, normalmente miembros de las SS (Schutz-Staffel), brutal.
Muchos fueron sometidos a experimentos médicos, otros castigados cruelmente. Se calcula que
unos 4 millones de prisioneros, en su mayor parte judíos, murieron en los campos nazis.