Flannery O Connor
Flannery O Connor
Flannery O Connor
La obra de creación de Flannery O’Connor se reparte en pocas páginas: treinta y dos cuentos y dos
novelas, por lo que se refiere a la obra de creación, además de las cartas, recogidas bajo el título The
Habit of Being, y del conjunto de ensayos reunidos bajo el título Mystery and Manners , en los que la
autora habla de su oficio, de la enseñanza de la literatura y de algunas de sus aficiones. Estas páginas
quieren ser una introducción a uno de estos ensayos, el titulado «Aspectos de lo grotesco en la
literatura sureña», del que ofrecemos la primera traducción al español que Esther Navío Castellano y
yo estamos realizando para Ediciones Encuentro. En él se pueden ver el acierto de los comentarios
de la escritora y el valor de sus reflexiones que, aun expresados en ese tono irónico y desenfadado
que es propio de la autora, resultan muy lúcidos y ofrecen elementos para una poética original.
Un realismo de distancias
Flannery O’Connor era una artista y, como reza el título de uno de los libros de crítica sobre su obra
–The Obedient Imagination–, sus mundos imaginarios obedecen a una visión. Es esta obediencia la
que hace posible su irrenunciable libertad personal y creadora. Precisamente sobre la incomodidad
que sentía respecto a las etiquetas que le intentaban pegar –y de las que le resultaba difícil
despegarse– es sobre lo que habla en el ensayo que reproducimos a continuación. En él, en varias
ocasiones y de diferentes maneras, ironiza sobre los esfuerzos por incluir su obra en un estrecho
esquema, en los parámetros de una escuela o en los límites de una linde. Cuando así sucede, confiesa
sentirse como el conejo protagonista del cuento tradicional sureño –Br’er Rabbit– que caía en la
trampa tendida por el zorro y se quedaba pegado a un muñeco de alquitrán: así se sentía ella cuando
forzaban su obra para incluirla en alguna de las escuelas sureñas de moda. O bien protesta, con
menos ironía y más contundencia, cuando intentan presionarla para hacerla recaer en las «maneras»
del norte de los Estados Unidos, que pretendían ajustar su narrativa al modelo de hombre o mujer
prósperos americanos, además de adecuar sus tramas a los dulces finales felices. Ahora bien, aun
siendo el talento y la originalidad de su escritura únicos, es cierto también que su obra presenta una
serie de cualidades que piden una averiguación y un acercamiento críticos. Por otro lado, ella
tampoco se resistió a señalar algunas de las claves de su oficio: reclamaba que al escritor no se le
puede clasificar por su «función, sino por su visión». Y considera los términos de esta visión
emergiendo de la experiencia que describe, en su radical sencillez, del siguiente modo: «Mi forma de
abordar los problemas literarios es muy parecida a la que seguía la ciega ama de llaves del Dr.
Johnson para servir el té: metiendo el dedo en la taza». Creo que se puede comenzar a ordenar sus
ideas a partir de estas consideraciones, es decir, que el escritor no realiza su actividad para
desempeñar una tarea de utilidad social, sino que escribe para poner de manifiesto su particular modo
de mirar, o sea, su visión. Así, definir el origen de la escritura como algo que nace de la visión
implica que el proceso de creación literaria comienza por uno de los sentidos del sistema perceptivo,
la vista. Flannery O’Connor se sitúa en la larga tradición de la literatura occidental de todos los
tiempos; ésa que Erich Auerbach describía en Mimesis con ese significativo subtítulo: La
representación de la realidad en la literatura occidental. La escritora considera que nuestra historia
está marcada por esta intención realista en la que participan todos los autores, aunque también sabe
que ser realista no es tan fácil como parece, para serlo hay que tener un interés por los aspectos más
corrientes y cotidianos de la realidad, una atención hacia todo lo insignificante: El hecho es que los
materiales del escritor son los más humildes. La literatura trata de todo lo humano y nosotros
estamos hechos de polvo, y si despreciáis mancharos de polvo, entonces no deberíais intentar
escribir. No es un trabajo lo bastante grande para vosotros. Ahora bien, por realismo no entiende la
descripción de la realidad en su veracidad y la captación analítica de sus detalles. La visión de lo real
de la que se alimenta su obra se refiere a aquélla que implica un modo de acercamiento a las cosas a
través de un impulso interior, la fuerza creativa de la autora, que se mide con la visión de la realidad
de los lectores, y que genera un mundo imaginario grotesco. Ella sabía que «la vida en Georgia no es
en absoluto como yo la pinto, que los criminales fugados no vagan por las carreteras exterminando
familias, ni los vendedores de biblias merodean al acecho de chicas con patas de palo». ¿Cuáles son,
entonces, las claves del realismo de Flannery O’Connor? Auerbach en el epílogo a su texto señalaba
que la obra literaria era fruto de «la observación de los cambiantes modos de interpretación de los
sucesos humanos», y Flannery O’Connor considera que «el realismo de cada uno dependerá de la
visión que tenga del alcance último de la realidad». Uno y otro coinciden, por tanto, en que la
riqueza de la historia de la literatura está en ese elemental empeño de «fabular» a partir de la
interpretación/concepción que se tenga de la realidad. El problema se desplaza entonces más allá,
porque según esta afirmación de Auerbach, la que ponía de manifiesto los distintos modos de crear
dependiendo de las diferentes maneras de interpretar las cosas, ha generado diversidad de formas de
realismo; lo que para él era la marca de Occidente, es decir, la apasionada atención a la realidad que
busca diferentes formas literarias de representación. Hawthorne, escritor del que Flannery O’Connor
se siente descendiente, consideraba que la escritura nace de la realidad, pero considerada ésta en la
perspectiva de su significado. Así, en «La agencia de aduanas», comentando su impotencia para
escribir mientras trabaja para el gobierno, dice: «La culpa era mía. La página de la vida que estaba
extendida ante mí me parecía vulgar y falta de interés solamente porque no podía llegar a descubrir
su más profundo significado». Desde esta experiencia establece la diferencia entre novela y romance,
donde romance incluye esa «certain latitude», –u «holgura de movimientos», según la traducción
española– que requiere el romance, género al que quiere ajustarse Flannery O’Connor, es decir, ése
que permite la libertad de no tener que plegarse a un determinado realismo que excluya «la verdad
del corazón humano», sabiendo que la verdad del corazón humano es misteriosa.
Con la conciencia de esta tendencia al realismo de nuestra tradición, pero también de sus límites,
Flannery O’Connor señalaba cómo la literatura dependerá de la concepción del alcance último que la
realidad tenga y, en este sentido, considera que su realismo es un «realismo de distancias». Excede a
nuestro propósito entrar en la reflexión sobre las diferentes formas de realismo que, como hemos
señalado, son tantas como visiones de los escritores. Sí queremos intentar realizar una aproximación
a eso que la autora llama «realismo de distancias». En ese término se conjuga la tensión por la
representación de la realidad, que veíamos, y al mismo tiempo se establece una distancia con lo
contado, la que Flannery O’Connor denomina propia de los profetas, y de la que nace lo grotesco
porque, como se verá más adelante, la escritora incluye, exagerando, los puntos ciegos de la visión
de sus lectores. La definición del realismo de distancias podría ser descodificada en tres niveles; cada
uno de ellos se refiere a una realidad distinta en la comunicación literaria. Es realismo de distancias
porque el narrador debe levantar lo imaginado desde la distancia que exige su mundo de fábula para
no ser poseído, doblegado, estrujado o analizado como un objeto únicamente medible. Lo es, en
segundo lugar, en el seno mismo del texto porque la realidad de la obra debe mostrar la distancia
entre la materia y el misterio que la soporta, distancia siempre dramática y que en sus escritos se
hace grotesca. Las desconcertantes figuras de Flannery O’Connor –la estatua artificial y miserable de
un negro, un monstruoso toro, una mancha en el techo, una prostituta perversa, un hermafrodita de
feria, un inadaptado asesino, un predicador excéntrico, etc.– exhiben una larga distancia, la que va de
la rareza de la cosa a lo que revela, que sólo reúne el significado del cuento. Es de distancias porque
es voluntad de la escritora no reducir ninguno de los dos términos que hacen que la palabra literaria
sea tal: Flannery O’Connor considera que la obra consiste en el trenzado entre el mystery y las
manners. Dos términos complejos: el primero, es decir, mystery, es un término que hace referencia al
vértice de la razón y de la que es culminación en la cosmovisión de Flannery O’Connor. En la
contemporaneidad, es término reinterpretado de muchas maneras o borrado prácticamente del
horizonte de los lectores, por eso para tener hueco en la obra y ser sentido por el lector debe irrumpir
de manera violenta y a través de un acontecimiento inesperado. El segundo término, manners, hace
referencia en una traducción literal a modales, es decir, las formas de comportamiento, los gestos y
palabras, las convenciones que hacen posible la buena educación y las costumbres propias de cada
época y sociedad. Normalmente son gestos y palabras que se aprenden en la familia y que se asumen
como normas de convivencia. Desde este sentido literal de manners, la palabra hace referencia a las
formas concretas y precisas, precarias y particulares, que hacen posible la historia de ficción; sin
ellas no hay relato. En tercer lugar, este realismo incluye a sus lectores, o mejor, lo que sus lectores
no ven y que choca con lo que ella ve –el misterio–. De esta distancia que va de la ignorancia o la
degradación al conocimiento nace lo grotesco. Si es posible distinguir, teóricamente, las diferentes
distancias que despliega el realismo de Flannery O’Connor, en la escritura confluyen. Escribe desde
la visión que permite ver más allá de la apariencia cuando ésta no está frenada por la obtusidad; al
mismo tiempo, en sus cuentos todo se nos da por los sentidos: vemos, olemos, sentimos y hasta
tocamos o gustamos, pero no se agota en la descripción, sino que la visión abre hacia otros alcances.
Estos alcances son amplios como el misterio con el que sus lectores no tienen familiaridad y que,
como he dicho más arriba, abren una distancia, la que establece el carácter no-dominable de la
realidad fabulada; de esta manera creo que esta concepción es la que confiere una vitalidad e
indomabilidad a su literatura.