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Padre Brown 4

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1-MIKNOS A I K I C S . 11 DIC . l U L I O I) F.

]<i-:'

AÑO XXVI

CAR A5 Y CAR ETA5


.Ssr^Vl ' 'N
/"/./,

MONSEÑOR MIGUEL DE ANDREA


N U E V O A R Z O B I S P O DE B U E N O S A I R E S
A <l™if.iK.riún n-cai.ln .MI el .-mincnle pichul., lia sido re.ihi.lu cnn gran Halisfiu-,.,,,,, «„ ,„<ÍOK 1,,,. oireulos

Len nli<„H y r n t r c l.íH niiih ilcHlaciulo» i-leniciiíOH <le niuwlra wiciodaii, (ioiulc Kli lliintrisima disfruta dei
luid prpgtiBirp V <1B1 i'ariñuwi riwtmiii n muí «o li» lwx,4n o,.,™.,!,,, .„.» i„ i ., .i.,,.\:.t-. i. . i i
CARAS Y C A R E T J Í ^
LOS PERSEGUIDOS

LAS VACAS
— Nos persiguen a ver lo que se saca.
¡Ay que triste es ser vaca!

LOS GANADEROS
•Los bancos nos persiguen, ¡oh señores!
Son muy perseguidores.

HERRERA VEGAS

I — 1 Empréstitos, cesad, por compasión!


escocesa ai ¡t/iSí.^i
escocés; cómo se ha-
bía redmrido de ¡o
uno y lo otro, y ha-
lí¿/THUríENTa/' bía llegado a ser (se-
gún 61 modestamente
decía) lo qiie ora. La
DElAnUERTE verdad es que su bar-
ba blanca y bellida,
su cara de q . i c f -
ANTo p o r Por bín, sus gafas deslunilna
\ profesión co- ras, y las lnnámera^ (oin--
mo por con- das y congresos a ijue ,i>.:-,-
G.K.CWEy*TERTOM
v i c c i ó n , el tia. hacían difícil cicei cp.í'
padre Brown sabía, mejor que hubiera sido nunca ))oro>iix
casi todos nosotros, que la muer- DIBUJOS D B E s A R B •! I.in tétnca como un borrachín
te dignifica al hombre. Con t o - o un <alv mista No: aquél era
do, t u v o un sobresalto cuando, a! amanecer, vinieron , el más soiiamentc alegie de todos los hijos de (os
a decirle que sir Aaron Armstrong había sido hombres.
asesinado. Habla algo de incongruente y absurdo Vivía poi los u'isticos alrededores de Hamps-
en la idea de que una figura tan agradaljie y popu- tcad, (Uí lili i Inimosa casa, alta, pero no .incha
lar tuviera' la menor relación con la \nolencia se- una de i'-i-. iiiod>'iiias toires lan prosaicas f a
creta del asesínalo- i'orque .sir Aaron Armstrong más ostici'lia de sus estiochas lachadas dab.i so-
era agradalile liasta el ]>uiito de ser cómico, y po- bre la verdi- pendiente del ramino féiieo, y liast.i
pular hasta ser casi legendario. Era aquello tan la casa llei;.aban las licpidaciones de! tren Sir
imposi)-'le como iigmarse qiu' «Knnny Jim» se había Aaron Aimsftong, como el decía ron tuibulenta
colgado, o (pie el pacdico «.Mr. I'ickwick» de Dic- manera, no tenía neivios. Pero si a menudo el tren
ken-. liabía nuieiio (,>n el nian!''oiiiiii de Hanwell. hacia trepidar la rasa, aquella mañana se cambia-
Por<llU^ aunque sir Aaron, como filántropo que ron los papeles, y fué la casa la que hizo trepi-
era, tenía que conocer los obscuros fondos de nues- dar a r tren.
tra sociedad, so enorguMecía de hacerlo de la ma- La ni,íipiina disminuyó do velocidad y, al
nera más brillante posible. Sus discursos políticos fin, paró fíenle al sitio on que un ángulo de
y sociales (íran ca1ar:i(:is de anécdotas y carcaja- la casa s<> adi>Ian1aba s o b i e l a p e n d i e n t e de
i^lus; su sa,hid corporal era tremenda: su ética, el
paso, (ieneíalmeiile los meranisinos paran poco
'-'Ptituismo más c.()ini)leto. V (ralaba el problema de
a poco, peio la cauvi de aquella jiaiada fue
'a_<!mbriagiie/ (su tópico favoi-itoj con aciuella ale-
aría perenne y aun monótona, que es muchas ve- muy rájiida Im lunnbte v e s l i d o iiguiosamen-
';ea la scilai de una absoluta y provechosa absti- te de negio, sin omitir (cumo lo recordaron kw
nencia. testigos da la cs<"ena) e! iemerfiso detalle de \<&
guaníes negins, apaieció en lo alto de! terraplén,
La historia corriente de su conversiém era muy frente a !a nxáquma, y agitó las negias inanoa
conocida en los círculos v l>itIpitos más puritanos: como un tiegio niolino de viento. E n n no hiibieía
como, (Je- ii>,i(,^ iiaijj'a sido arrastrado de la teología bastado siquieía para detener a un ti en lentisim-j
Pero de aquel hombre salió un grito que después muy alegre. Pero, ¿comunicó a los demás su alo
todos repetían como sí hubiera sido algo nuevo y gria? Francamente, ¿había en esa casa ninguna
sobrenatural. Fué uno de esos gritos hórridamen- persona alegre, fuera de él?
te claro, aun cuando no se entienda qué dicen. Las En la mente de Merton pareció abrirse una
palabras articuladas por aquel hombro íueron: ventana, dejando penetrar esa extraña luz de sor-
sjUn asesinato!» presa que nos permite damos cuenta de lo que
Pero el conductor asegura que si sólo hubiera siempre hemos estado viendo. A menudo había
oído aquel grito penetrante y horrible, sin enten- estado en casa de Armstrong, para cumplir, en
der las palabras, hubiera parado igualmente. sus funciones policiacas, ciertos caprichos del vie-
Una vez detenido el tren, bastaba un vistazo jo filántropo. Y ahora que pensaba en ello se dio
para advertir las circunstancias del incidente. El cuenta de que, en efecto, aquella casa era depri-
hombre de luto era Magnus, el lacayo de sir Aaron mente. Los cuartos, muy altos y fríos; el decorado,
Armstrong. El cbaronet», con su habitual optimis- mezquino y provinciano; los pasillos, llenos de co-
mo, solía burlarse de los guantes negros de su lú- rrientes de aire, alumbrados con una luz eléctrica
gubre criado; pero ahora toda burla hubiera sido más fría que la luz de la luna. Y aunque, a cambio
inoportuna. de esto, la cara escarlata y la barba plateada del
Dos o tres curiosos bajaron, cruzaron la ahuma- viejo ardieran como hogueras en todos los cuartos
da cerca, y vieron, casi al pie del terraplén, el y pasillos, no dejaban ningún calor tras do sí. Sin
cuerpo de un anciano con una bata amarilla que duda aquella incomodidad de la casa se debía a la
tenía un forro de rojo vivo. E n una pierna se veía vitalidad misma, a la misma exuberancia del pro-
nn trozo de cuerda, enredado tal vez en )a confu- pietario. A él no le hacían falta estufas ni lámpa-
sión de una lucha. Había una o dos manclias de ras, llevaba consigo su luz y su calor. Pero, re-
sangre: m u y poca. Pero el cuerpo estaba doblado cordando a las otras personas de la casa, Merton
o quebrado en una postura imposible para un cuer- t u v o que confesar que no eran más que las sombras
po vivo. E r a sir Aaron Armstrong. A poco apare- del señor. El extravagante lacayo, con sus guan-
ció un. hombre robusto de hermosa barba, en quien tes negros, era una pesadilla. Royce, el secretario,
algunos viajeros reconocieron al secretario del di- hombre sólido, hombrachón o muñecón de trapo '
funto, Patricio Royce, un tiempo muy célebre en la con barbas, tenía las barbas de paja llenas de sal
sociedad bohemia, y aun famoso en el arte bohemio. gris — como de trapo bicolor, — y la ancha frente
El secretario manifestó la misma "angustia del cria- surcada de arrugas prematuras. Era de buen na-
do, de un modo más vago, aunque más convincen- tural, pero su bondad era triste y lánguida, y tenía
te. Cuando, un instante después, apareció en el ese aire vago de los que se sienten fracasados. E n
jardín la tercera figura del hogar, Alicia Arms- cuanto a la hija de Armstrong, parecía increíble
trong, la hija del muerto, vacilante e indecisa, el que lo fuera: tan pálida era y de un aspecto t a n
conductor se decidió a obrar: oyóse un silbo, y el sensitivo. Graciosa; pero con un temblor de álamo
tren, jadeando, corrió a pedir auxilio a la próxima temVjlón. Y Merton a veces se preguntaba si habría
estación. adquirido esc temblor con la trepidación continua
y así, a petición de Patricio Royce, el enorme del tren.
secretario ex bohemio, vinieron a llamar a la puer- — Yá ve usted — dijo el padre Brown pestañean-
t a del padre Brown. Royce era irlandés de naci- do modestamente. —• No es seguro que la alegría
miento, y pertenecía a esa casta de católicos acci- de Armstrong haya.sido a l e g r e . . . para los demás.
dentales que sólo se acuerdan de su religión en los Usted dice que a nadie se le puede haber ocurrido
malos trances. Pero-el deseo de Royce no se hubie- dar muerte a un hombre tan feliz. No estoy muy
ra cumpHdo tan de prisa si uno de los detectives seguro de ello; ne nos inducas in ientaiionem. Si
oficiales que intervinieron en el asunto no liubiera alguna vez me hubiera yo atrevido a m a t a r a al-
sido amigo y admirador del detective no oficial lla- guien -— añadió con sencillez —- hubiera sido a un
mado F l a m b e a u . . . Porque, claro está; imposible optimista.
ser amigo de Flambeau sin oír contar mil historias — ¿Cómo? — e x c l a m ó Merton, risueño. — ¿A us-
y hazañas del padre Brown. Así, mientras el jo- teil le parece que la alegría de uno es desagradable a
ven detective Merton conducía al sacerdote, a cam- los demás?
po traviesa, a la vía férrea, su conversación fué — A la gente le agrada la risa frecuente — contes-
más confidencial de lo que hubiera sido entre dos tó el padre Brown; — pero no creo que le agrade
desconocidos. la sonrisa perenne. La alegría sin humorismo eg
— Según me parece — dijo ingenuamente mlster cosa muy cansada.
Merton — hay que renunciar a desenredar este lío. Caminaron un rato en silencio, bajo las ráfagas,
No se puede sospechar de nadie. ¡Magnus es un loco por el herbo.so terraplén de la vía, y al llegar ai
solemne, demasiado loco para asesinar. Royce, el límite de la larguísima sombra que proyectaba la
mejor amigo del «baronet» durante años. Su hija casa de Armstrong, el padre Brown dijo de pron-
lo adoraba sin duda. Además, todo es absurdo. to, como el que echa de sí un mal pensamiento
¿Quién puede haber tenido empeño en m a t a r a este mejor que ofrecerlo a su interlocutor:
viejo tan simpático? ¿Quién en mancharse las nta- -— Claro es que la bebida en sí misma no es bue-
no8 con la sangre del amable señor de los brindis? na ni mala. Pero no puedo menos de pensar cjue, a
Es como m,itar a San Nicolás. los hombres como Armstrong, les convendría to-
:— Sí: era un hogar muy simpático — asintió eí mar de tiempo en tiempo un trago para entriste-
padre Brown. -—Al menos, mientras él vivió así cerse un poco.
fué siempre. ¿Cree usted que seguirá siendo lo El jefe de Merton, «n detective muy apuesto, de
mismo de alegre? pelo entregrís, llamado Gilder, estaba en la verde
Merton, asombrado, le dirigió una mirada inte- loma de la vía esperando a! ijiédico penal y ha-
rrogadora. blando con Patricio Royce, cuyks anchas espaldas
— ¿Ahora que ha muerto él? y orizad<» pelos io dominaban por completo, Y
—-Sí — continuó ¡nipasibíe el sacerdote. — El ora esto se notaba más porque Royce aiompre andaba
combado de una manera hercúlea, y discurría por ne.s que estaban en el escritorio de su amo. No:
entrr sus pequeños deberes domésticos y secreta- aquí lo único que merece el nombre de misterio es
riles con un aire de pesada humildad, como un bú- cómo cog^etió el asesinato. El cráneo se diría roto
falo que arrastra un carro. con un arma potente, pero no aparece arma nin-
Al ver al sacerdote, levantó la cabeza con evi- guna, y no es fácil que el asesino se la haya lleva-
dente satisfacción y se apartó con él unos pasos. do consigo, a menos que fuera lo bastante peque-
Entretanto, Merton se dirigía a su mayor con evi- ña para no advertirse.
dente respeto, pero con cierta impaciencia de mu- — O quizá lo bastante grande para no advertir-
chacho. se •— dijo el sacerdote, dominando una risita.

— Yqué.Mr.Gilder, . . . Bueno; ustedes pueden /ormular las conclusiones que Gilder volvió la ca-
¿ha descubierto usted gusten, y no necesitarán que yo entre en deiaües. Allí, en el beza y le preguntó %
este misterio? rincón, está mi botella de whisky medio vacía. Allí, sobre el Brown secamente qué
— Aquí no hay mis- suelo, mi revólver completam,wts vacío. La cuerda que se encon- quería decir
terio — replicó Gilder, tró en el cadáver es la cuerda de mi baúl, y el cuerpo fué arrojado — Nada, una nece-
contemplando, con so- desde mi ventana. dad, ya lo sé — dijo
fioliento.'i ojos, el vuelo el padre Brown, — Al-
de las cornejas. go que parece cuento
— Bueno; para mí, al menos, sí lo hay — d i j o de hadas. Pero se míe figura que el pobre Ar-
Merton, sonriendo. mstrong fué muerto con una cachiporra gigantesca,
— Todo está muy claro, muchacho •— dijo su ma- una enorme cachiporra verde, demasiado gran-
yor, acariciándose la puntiaguda barba gris.—Tres de para ser notada, y que se llama la tierra. En
minutos después de ([ue tú te fuiste a buscar al suma, que se rompió la cabeza contra esta mis-
párroco de Mr, Royce todo se aclaró. ¿Conoces a ma lortia verde en que estamos.
ese criado de cara de palo (pie llova,,unos guantes — ¿Cómo? —preguntó c! detective con vivacidad.
negros, al que detuvo el tren? El padre Browu volvió su cara de luna hacia la
— ¡Ya lo creo! Como que me produce hornii- casa y pestañeó como un desesperado, Siguiendo
^gueos. su mirada, los otros vieron que en lo alio de aquel
_ •—• Bien —- articuló Gilder; — cuando el tren par- muro, y como ojo único, había una \'entana abier-
tió, esc hombre haiiia partido (anibién. Un criminal t a en el desván.
muy frío ívenladi- ¡Mira tú que escapar en el mis- — ¿No ven usle<Ies? — explico, señalándola con
mo tren que va a avisar a la policial una torpeza infantil -— Cayó o fué arrojado desde
— l'cro, ¿está u.stcd sec¡uro —• observo el joven — allí.
que fué 01 quien mató a su amo? Gilder considero la ventana con arrugado ceño,
— Sí, hijo nifo, complctainento, seguro — replicó y dijo después;
Gilder secameiife; — por la sencilla razón .le que — E n efecto, es muy posible. Pero no entien<3o
ha escapado llevándose veinte rail libras tn accío- cómo habla usted de ellos con t a n t a seguridad.
Brown abrió sus grises ojos. Las últimas palabras de esta frase se perdieron
— ¿Cómo? •— exclamó. — En la pierna de ese en el estridor del tren,'que se acercó temblando y chi-
hombre hay un trozo de cuerda enredado. ¿No ve rriando. Pero, por sobre el infierno de ruidos a que
nsted otro trozo allí, en e¡ ángulo de la ventana? aquella tri.ste mansión estaba sujeta periódica-
A aquella altura, la cuerda parecía una brizna o mente, se oyeron las sílabas precisas de Magnus
una hebra de cabello, pero el ast^lto y viejo inves- con toda su nitidez de campanadas;
tigador se declaró sati.sfecho: — Tengo razones para desconfiar de la familia
— Muy cierto, caballero. Creo que ¡o ha acerta- Armstrong.
do usted. Todos, aunque inmóviles, sintieron vagamente
E n este instante un tren especial de un solo co- la. presencia de un recién llegado, Merton volvió
che entró por la curva que hacía la línea a la iz- la cabeza, y no le sorprendió encjjntrarse con la
quierda y, deteniéndose, dejó salir otro contingente cara pálida de la hija de .íVrmstrong, que asomaba
de agentes, entre los cuales aparecía la carota de sobre el hombro del padre Brown, Todavía ora
Magnuss, el sirviente evadido, joven y bella, en aquel su plateado estilo, pero sus
— ¡Por Dios! ¡Lo han cogido!—gritó Gilder, Y se cabeüos eran de un color castaño t a n opaco y sin
adelantó a recibirlos coninucha precipitación. — ¿Y matices, que, a la sombra, parecían grises.
el dinero? ¿También lo traen ustedes? — preguntó a — Repórtese usted — gruñó Ro)xe, — Va usted a
uno de ¡os genrlannes. asustar a miss .Armstrong.
El gendanne, con una expresión singular, con- — Creo que sí — dijo el de la clara voz.
testó: La dama retrocedió. Todos lo miraron sorpren-
— No. — Y luego anadió: — Por lómenos, aquí no. didos. Y í'l prosiguió íisl:
— ¿Quién es el inspector? — preguntó Magnus. — Estoy ya acostumbrado a los temblores de
Al oír su v'oz, todos comprendieron cómo aquel miss Armstrong. I..a he visto temblar muchas ve-
hombre hubiera podido detener el tren. Era un ces durante muchos años. Unos decían que tem-
hombre de aspecto torpe, negro.? cabellos lacios, blaba de frío; otros, que de miedo; poro yo sé bien
cara descolorida, a quien los ojos y la boca, que que temblaba de odio y de perverso rencor. . . Esta
eran unas verdaderas rajas, daban cierto aspecto mañana los diablos han estado de fiesta. A no '
oriental. Su procedencia y su nombre habían sido ser por mí, a estas horas ella estaría ¡ojos, en com-
siempre un misterio, Sir Aaron lo había redimido pañía de su amante, y con todo el dinero de mi
del oíicio de camarero, que desempeñaba en una amo a cuestas. Desde que el pobre de mi amo le
fonda de Londres, y asegiu'an malas lenguas que l^rohibió casarse con ese borracho b r i b ó n . , .
de otros oficios más infames. Su voz era t a n viva — jAIto! — dijo Güder con energía. — No nos
como su cara era muerta. Sea por esfuerzo de importan las .sospechas o imaginaciones de usted,
exactitud para emplear una lengua que le era ex- Mientras no presente usted una prueba evidente,
traña, sea por deferencia a su amo (que había sido sus .simples o p i n i o n e s . . ,
algo sordo), la voz de Magnus había adquirido — ¡Oh, >-a io creo que presentaré pruebas evi-
una sonoridad, una e.Ktraña penetración. Cuando dentes! — le interrumpió Magnus con su acento cor-
habió Magnus, todos se estremecieron. tado. •— Usted tendrá que llamarme a declarar, se-
— Siempre me ¡o había yo temido — dijo en voz ñor inspector, y yo tendré que decir la verdad. Y
afta con una suavidad ardorosa. — Mi pobre amo la verdad es ésta: un momento después de que este
se reía de mi traje de luto, y yo siempre me dije anciano fuera arrojado por la ventana, entré co-
que con este traje estaba preparado para sus fune- rriendo en ol desván, y me encontré a la señorita
rales. — E hizo un ademán con sus manos enguan- desma)'ada, en el suelo, con una daga roja en la
tadas de negro, mano. Permítaseme también entregarla a la auto-
— Sargento — dijo el inspector mirando receloso ridad competente.
aquellas manos. — ¿Cómo es que no lo ha puesto Y e.vtrajo de los faldones un largo cuchillo ca-
usted la?, esposas a este individuo, que parece t a n chicuerno con una mancha roja, y se adelantó para
peligroso? entregarlo respetuosamente al sargento. Después
— Señor —dijo el sargento, desconcertado,.—no fetrocedió otra vez, y las rajas de los ojos casi
sé si debo hacerlo. desaparecieron de su cara en una inmcn.sa mueca
— ¿Cómo es esto? ~ preguntó el otro con aspere- chinesca.
za. — ¿No lo han aprestado ustedes? Jlerion se sintió enlermo ante aquella mueca, y
E n la hendida boca de! criado hubo una mueca murmuró a! oído de Gilder:
desdeñosa, y el silbato de un tren que se acercaba — Habrá que oír ¡o que dice miss Armstrong con-
pareció comentar oportunamente la intención bur- tra esta acusación, ¿verdad?
lesca. El padre Brown levantó de pronto una cara tan
El sargento, muy gravemente, replicó: absurdamente fresca como si acabara ele lavár-
— Lo hemos arrestado precisamente cuando sa- sela.
lía de! puesto de policía de 1 lighgate, donde acalca- —jSü -— exclamó con radiante candor. — Pero,
ba de depositar todo el dinero de su amo en manos miss Armstrong ¿dirá algo contra esta acusación?
de! inspector Robinson. La dama dejó salir un grito breve y extraño.
Gilder contempló al lacayo con el mayor asom- Todos se volvieron a mirarla. Estaba rígida, como'
bro: paralizada. Sólo, en ef marco de sus caboftos casta-
— ¿Y por qué hizo usted eso? —• preguntó. lios, resaltaba un rostro animado por la sorpresa.
— ¡Porque había de ser! Para poner el dinero a Se diría que aíSibaban de ahorcarla.
salvo de! criminal — contestó Magnus plácida- — Este hombre — dijo .Mr. Gilder gravemente —
mente. acaba de declarar que la encontró a usted empu-
— Es que el dinero de sir Aaron — dijo Gilder — ñando un cuchillo, e inanimada, un momento des-
estaba seguro en manos de !a familia. pués de! asesinato.
— Dice la verdad — contestó Alicia. todos los rincones. ¡Me entrego a la horca, y basta,
Todos quedaron deslumhrados, y al fin se dieron por Dios!
cuenta de' que Patricio Royce adelantaba su enor- A una señal, que fué lo bastante discreta, los agen-
me cabezota y decía estas singulares palabras: tes rodearon al robusto secretario para conducirlo
— Bueno; si me han de llevar, antes he de darme preso. Pero esta operación fué impensadamente in-
un gusto. terrumpida por la extrañísima a c t i t u d que adoptó
Y, levantando los fornidos hombros, descargó el padre Brown. Este, a gatas sobre el tapiz, junta
un puñetazo de hierro en la blanda cara mongólica a la puerta, parecía entregado a exóticas oracio-
de Magnus, haciéndolo caer a tierra más aplastado nes. Como era persona que jamás se daba cuenta
que una estrella do mar. Dos o tres agentes pusie- de la figura que hacía a los ojos de los demás,
ron al instante la mano sobre Royce; pero a los de- conservando siempre su actitud, v o M ó de pronto
más les pareció que la razón misma había estalla- su cara redonda y radiante, asumiendo aspecto de
do, y que el Universo todo se convertía en una ouadrúi-)edo con una ridicula cabeza liuraana.
pantomima insensata. —¡Vamos! — dijo con amable sencillez..—• Esto ss
— Mr. Royce —:.gritó Gilder autoritariamente. — complica. Al principio, señor inspector, decía us»
Lo arresto a usted por agresión. ted que no aparecía arma ninguna, pero ahora va-
— No —- contestó el secretario con una voz coniO nros encontrando muchas armas. Tenemos ya el
un %on% de bronce. — T e n d r á usted que arrestarme cuchillo para apuñalar, la cuerda para estrangular
por homicidio. y la pistola para disparar; y todavía hay que aña-
Gilder miró muy alarmado al hombro agredido; dir que el pobi-c señor se rompió la cabeza al caer
pero conxo éste estaba levantándose y limpiándose de la vontaniv. Esto no va bien. No os económico.
la cara ensangrentada, que en rigor no había reci- Y sacudió la cabeza junto al suelo, como caballo
bido mucho daño, preguntó secamente: que pasta.
— ¿Qué quiero usted decir? El inspector Gilder abrió la boca con intención
— Que es cierto, como lia dicho esto hombre de decir algo m u y serio; pero antes de que pudiera
— expUcó Royce •— que miss Armstrong cayó articular una palabra, ya la grotesca íigiíra ram-
desmayada con un cuchillo en la mano. Pero no jiante decía, con la mayor fluidez:
había empuñado el cuchillo para atacar a su padre, — ¡Y estas tres cosas inexi^Jicabies! Primero, es-
sino para defenderlo. tos agujeros en el tapiz, donde entraron los seis
— Para defenderlo —• repitió Gilder gravemente. tiros. ¿A quién so le ocurre disparar al tapiz? Un
— ¿Y defenderlo de quién? ebrio di.spara a la cara de su enemigo, que está
— De mí.— contostó el secretario gesticulando ante él. l^ero no riñe con los pies de
Alicia lo miró con expresión compleja y descon- su enemigo, ni les pone sitio a sus pantuflas. Y
certada. Luego dijo con voz débil: luego, la dichosa cuerda. <
—-Después de todo, me alegro de que sea usted Y habiendo acabado con el tapiz, Brown levantó
vaheiite. las manos y se las .guardó en los bolsillos, pero
— Subamos — dijo Patricio Royce con pesadez —• permaneció de rodillas.
y les haré ver a ustedes cómo pasó esta atrocidad. — ¿En qué grado de embriaguez posible se le ocu-
El desván, que era el aposento privado del se- rre a un Jjombre atarle a su enemigo la soga ai
cretario — diminuta celda para tan enorme,ermita- cuello para desatarla después y atársela a la i)ier-
ño — ofrecía, en efecto, señales de haber sido esce- na? Royce no estaba tan ebrio para hacer semejante
nario de un violento drama. E n el centro, y sobre disparate, porque si ño ahora estaría más dor-
el suelo, había un revólver; por un lado, caída, mido que un tronco. Y finaimente, la botella de
una botella de ivhisky, abierta, pero no completa- zvhislty, y esto es lo más claro do todo: usted quiere
mente vacía. El tapeto de la mesita había caído y hacernos creer tpie aquí ha habido una hicha de
estaba pisoteado, Y una cuerda, como la que apa^^ dipsómano por apoderarse del whisky, que usted
recia en la pierna del cadáver, colgaba por la ven- ganó la botella, y que, después, la arrojó usted a ua
tana. En la chimenea, dos vasos rotos, y uno sobre rincón, vertiendo la mitad del ivhisky y dejando el
el tapiz. resto en la botella. Lo cual mo parece poco propio
— Yo estaba ijbrío — dijo Royce. Y esta confesión de un dipsómano,
sencilla en aquel hombre prematuramente abatido, Se irguió de un salto y, en tono sarcástico, la
tenía todo el patetismo del primer pecado infan- dijo al presunto asesino:
til, —• Todos ustedes me conocen — continuó con voz •—' Lo siento mucho, mi buen señor, pero lo que
ronca. —• Todos saben cómo empecé la vida, y pare- usted nos cuenta es una saade?,.
ce que voy a acabarla de igual modo. En otro tiem- - ~ Señor — dijo Alicia Armstrong al sacerdote en
po decían que yo ora inteligente, y pude haber voz baja, •—• ¿puedo hablar un momento a solas con
sido feliz. Armstrong salvó de la taberna este des- usted'
pojo de cerebro y de cuerpo y, a su modo, el pobre Esta potiuón obligó al parlanchín sacerdote a
hombre fué siempre bondadoso conmigo. Sólo que sahí a la oslancia pro'cuua Y antes de p u ,'!nit ir
no quería 'dejarme casar con ABoia, y todos dirán nada, la dama le dijo, con una patctu'a pi<t!--iiju;
que tenía razón. Bueno; ustedes pueden formular — ISIed es un hombre inteligente, j trata t'i' -.dl-
las conclusiones que gusten, y no necesitarán que var a Patricio, lo (orapiendo Poro es inútil L-t^
yo entre en detalles. Allí, en o¡ rincón, está mi bo- asunto os muy negm, y juicntias más mun ¡o-- MI
tella de whisky medio vacía. Aílí, sobre el suelo, cuentre usled, menos posibilidad de sahación h Oni
mi revólver completamente vacío. La cuerda que para oi desdichado ,1 quirn amo
se encontró e n o l cadáver es la cuerda de mi baúl, - ¿l'oi qué? — pjeganíó Brown m.i n toU co'i
y el cuerpo fué arrojado desde mi ventana. No íi|e/a
hace falta que los detectives averigüen nada cu —-Poique — contestó ella ion la mi-ma c%pre-
esta tragedia: es una de esas yerbas (|ue crecen en sión - yo nT-,nn le he visto «oraetei el «rime'!
— ¡Ah! — dijo Brown, impasible. — Y ¿qué fué dote mirando por la ventana.—¡Que no haya podido
-lo que hizo? él llorar un poco, c o m e a n t e s h a b í a n llorado sus pa-
— Yo estaba en este cuarto — explicó ella. — Esta dres! Sus planos mentales se endurecieron, sus
y aquella puerta estaban cerradas. De pronto, oí opiniones se volvieron cada vez más frías. Bajo la
una voz que decía repetidas veces: «ilnfierno, in- alegre máscara se escondía el espíritu hueco del
fierno!», y poco después las dos puertas, vibraron ateo. Finalmente, para conservar ante el público
con la primera detonación del revólver. Hubo tres su alegría profesional, v o h i ó a la embriaguez, que
disparos más antes de que yo lograra abrir una y había abandonado hacía t a n t o tiempo. Pero las be-
otra puerta. Me encontré en la estancia llena de bidas alcohólicas son terribles para un abstemio
humo; pero la pistola estaba humeando en la mano sincero, porque le procuran visiones de ese infier-
de mi pobre y loco Patricio. Y yo lo vi con mis no psicológico contra el cual t r a t a de poner en
propios ojos hacer el último disparo asesino. Des- guardia a los demás. Pronto el pobre Mr. Anns-
pués saltó sobre mi padre, que, lleno de terror, trong se encontró hundido en ese infierno. Y esta
estaba trepado en la ventana, y aíerrándolo, trató mañana se hallaba en tal estado, que se sentó
de estrangularlo con la cuerda, echándosela por la aquí a gritar que estaba en el infierno, y esto con
cabeza; pero la cuerda se deslizó por los hombros \'!Oz tan trastornada, que su misma hija no la re-
estremecidos y cayó hasta los pies de mi padre, conoció. Le entró ¡a locura de la muerte, y con la
atándosele sola a una pierna. Patricio tiró de la agilidad de un mono, propia del maniático, se rodeó
cuerda enloquecido. Yo cogí entonces un cuchillo de instrumentos mortíferos: el lazo corredizo, el
que estaba sobre la estera y, metiéndome entre revólver de su amigo, el cuchillo. Royce entró ca-
ellos, logré cortar la cuerda antes de caer desma- sualmente, y, comprendiendo lo que pasaba, se
yada. apresuró a intervenir. Arrojó el cuchillo por aque-
— Ya lo veo todo — dijo el padre Brown con la lla estera, le arrebató el revólver, y sin tener tiem-
misma cortesía impasible. — Muchas gracias; po de sacar los cartuchos, lo descargó tiro a tiro
Y mientras ¡a dama desfallecía, al evocar tales contra el suelo. El suicida vio aún otra posibiUdad
recuerdos, el sacerdote regresó rápidamente adonde de muerte, y quiso arrojarse por la ventana. El
estaban los otros. Allí se encontró a Gilder y a salvador hizo entonces lo único que podía: le dio
Merton con Patricio Royce, que estaba sentado alcance, y t r a t ó de atarlo con la cuerda de manos
en una silla con las esposas puestas. Y dirigién- y pies. Entonces esa desdichada joven entró aquí,
dose, respetuosamente al inspector, dijo: 5' comprendiendo al revés las cosas trató de liber-
— ¿Puedo decir algo al preso en presencia de us- tar a su padre cortando la cuerda. Al principio no
ted? ¿ Y le permite usted quitarse esas cómicas ma- hizo más que rasguñarle las muñecas a líoyoe, y
nillas un instante? esa es toda la sangre que ha habido en este asun-
— Es hombre muy fuerte — dijo Merton en voz to. Porque supongo que ustedes liabrán advertido
baja. — ¿Para qué quiero usted que se las quite? que, aunque su puño dejó sangre en la cara del
— Pues, mire usted — dijo el sacerdote con humil- criado, no dejó la menor herida. Y la pobre mujer,
dad. — Porque quisiera tener el honor de darle un antes de caer desmayada, logró cortar la cuerda
apretón de manos. que retenía a su padre, el cual salió lanzado por
Los dos detectives se miraron sorprendidos, y el esa ventana rumbo a la etertudad.
padre Brown añadió; Hubo un silencio, y al fin se oyó el ruido metáli-
— Caballero, ¿no quiere usted decirles cómo fué co que hacía Gilder al abrir las esposas de Patri-
la cosa? cio Royce, a quien dijo:
El hombre de la silla movió negativamente la — Creo que debo decir lo que siento, caballero.
enmarañada cabeza, y entonces el sacerdote decla- Usted y esa dama valen más que la esquela de de-
ró, impaciente: función de Armstrong.
— Pues lo diré yo. La vida privada es más im- — ¡Al diablo con Armstrong y su esquela! — gritó
portante que la reputación pública. Voy a salvar brutalmente Royce. — ¿No comprenden ustedes que
al vivo, y dejar que los muertos entierren a los se trataba de que ella no lo supiera?
muertos. . — ¿Que no supiera qué? — preguntó Merton.
Dirigióse a la ventana fatal, y se asomó, pesta- — ¿Cómo qué? ¡Que es ella quien ha matado a su
ñeando, mientras decía: padre, imbécil! — rugió el otro. — A no ser por ella,
— Le dije a usted que aquí había muchas armas estaría vivo. Cuando lo sepa va a volverse loca.
para «na sola muerte. Ahora debo rectificar: aquí — No; no lo creo — observó el padre Brown, to-
no ha habido armas, porque no se las ha empleado mando el sombrero. — Al contrario, creo que debo
para causar la muerte. Todos estos instrumentos decireelo. Ni la más sangrienta equivocación en-
terribles: el nudo corredizo, la sangrienta navaja, venena la vida tanto como un pecado. Y creo tam-
ia pistola explosiva, han servido aquí como instru- bién que en adelante ella y usted podrán ser más
mentos de ia más extraña caridad. No se les ha em- felices. Y me voy: tengo que ir a la Escuela de
pleado para m a t a r a sir Aaron, sino para^salvarlo. Sordomudos.
— ¡Para salvarlo! — exclamó Gilder. — J Y de A.1 salir por entre el césped mojado, un conocido
qué? de Highhate lo detuvo para de-
— De sí mismo — dijo el padre cirle;
Brow^n. — Era un maniático — Acaba de llegar el médi-
suicida. co. Va a comenzar la averi-
—- ¿Qué? — gritó Merton guación.
con tono incrédulo.— ¿Y — T e n g o q u e i r a l a Escue-
su í<elig¡óii de la Ale- la de Sordomudos—dijo el
gría?... padre Brown, — Siento
— Es una religión muy mucho no poder asistir
cruel — dijo el sacer- a la averiguación.

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