Tau Anzoategui HD132 2024

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Serie Historia del Derecho

Travesías en la Historia del Derecho argentino:


tributos a Víctor Tau Anzoátegui,
forjador de puentes historiográficos

DYKINSON
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO
Tributos a Víctor Tau Anzoátegui, forjador de puentes historiográficos

Edición de Sergio Angeli y Jorge Núñez


The Figuerola Institute
Programme: Legal History

The Programme “Legal History” of the Figuerola Institute of Social Science History –a part of
the Carlos III University of Madrid– is devoted to improve the overall knowledge on the history of law
from different points of view –academically, culturally, socially, and institutionally– covering both
ancient and modern eras. A number of experts from several countries have participated in
the Programme, bringing in their specialized knowledge and dedication to the subject of their expertise.

To give a better visibility of its activities, the Programme has published in its Book Series
a number of monographs on the different aspects of its academic discipline.

Publisher:
Carlos III University of Madrid

Book Series:
Legal History

Editorial Committee:
Manuel Ángel Bermejo Castrillo, Universidad Carlos III de Madrid
Catherine Fillon, Université Jean Moulin Lyon 3
Manuel Martínez Neira, Universidad Carlos III de Madrid
Carlos Petit, Universidad de Huelva
Cristina Vano, Università degli studi di Napoli Federico II

More information at www.uc3m.es/legal_history


TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO
Tributos a Víctor Tau Anzoátegui, forjador de puentes historiográficos

Edición de Sergio Angeli y Jorge Núñez

dykinson
2024
Historia del derecho, 132
ISSN: 2255-5137

© 2024 Autores

Editorial Dykinson
c/ Meléndez Valdés, 61 – 28015 Madrid
Tlf. (+34) 91 544 28 46
E-mail: info@dykinson.com
http://www.dykinson.com

Preimpresión: TallerOnce

ISBN: 978-84-1070-252-3

Versión electrónica disponible en e-Archivo


http://hdl.handle.net/10016/43800

Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 España


ÍNDICE

9 Presentación: Sergio Angeli y Jorge Núñez

11 Breve semblanza biográfica de Víctor Tau Anzoátegui (1933-2022):


Sergio Angeli y Jorge Núñez

25 El uso forense de literatura jurídica y teológica en un contexto lego de la


periferia colonial. Córdoba del Tucumán, siglo XVIII: Alejandro Agüero

59 La historia del derecho en las aulas de la Facultad de Derecho de la Uni-


versidad Nacional de Córdoba: Marcela Aspell y Ramón Pedro Yanzi
Ferreira

121 Tau, el ingeniero. Rutas, caminos, puentes y edificios para orientar el


desarrollo iushistoriográfico: Darío Barriera

145 La cuestión de la imputabilidad penal del indígena en la codificación


boliviana (1831-1972) y la formación de un concepto dogmático: José
Daniel Cesano

175 Contra el demasiado aprecio de la opinión. Casuismo moral, disputas teo-


lógicas y razones antiprobabilistas en Córdoba del Tucumán durante el
siglo XVIII. Bibliotecas, constituciones, juramentos: Esteban Llamosas

209 Proyecciones de una exhortación al estudio del derecho local. De la jus-


ticia de proximidad a la función de policía en clave jurisdiccional (con-
sideraciones desde el caso mendocino): Eugenia Molina

235 Los naturales de América frente al derecho peninsular. Las posibilida-


des interpretativas que proponen el casuismo y la costumbre: María
Cecilia Oyárzabal

7
ÍNDICE

263 Repensar la “cultura del código”. Código y ley en los primeros comenta-
ristas del Código Civil: los comentarios de Manuel Antonio Sáez y José
Olegario Machado a los títulos preliminares y al título complementario
del Código Civil (Argentina, fines del siglo XIX, principios del siglo XX):
María Rosario Polotto

287 Acerca de la intromisión de la mujer en materia de petróleo. Argentina,


primera parte del siglo XX: Claudia Somovilla

307 Tau Anzoátegui en el encuentro. Dos experiencias del “giro jurídico” en


la historia social: Gabriela Tío Vallejo y Luis González Alvo

321 Un breve recuerdo del Dr. Víctor Tau Anzoátegui: Laura Volkind

325 Historia, costumbre, justicias y derechos. La campaña de Buenos Aires


durante la segunda mitad del siglo XIX: Melina Yangilevich

353 Oeconomica y derecho local. La importancia de la casa y de la autoridad


del padre de familia para la comprensión del derecho local: Romina
Zamora

379 Nota de autores

8
PRESENTACIÓN

La partida de Víctor Tau Anzoátegui el 11 de junio de 2022 nos conmovió


y consternó, y sin poder recuperarnos, asomaron las desapariciones físicas de
Paolo Grossi en julio y Bartolomé Clavero en septiembre del mismo año. Si
a ellas se suma la prematura muerte de Antonio Manuel Hespanha en julio
de 2019, podemos afirmar que una generación que consolidó y expandió la
historia crítica del derecho se inmortalizó definitivamente.
Es difícil pensar a Víctor Tau en soledad, porque siempre fue un intelec-
tual que, además de forjar puentes historiográficos, auspiciaba y gestaba en-
cuentros entre colegas de múltiples disciplinas. Al ser un lector voraz y un
crítico sesudo, medido y gentil en cada palabra que expresaba, las jornadas
o congresos a los que asistía tomaban siempre un cariz irremediablemente
complementario en sus alocuciones. Incluso en los descansos, y gracias a su
formación integral en diversas áreas culturales, desde la literatura hasta el arte
y la música, las charla con él siempre enriquecían el momento compartido.
Su actividad intelectual como investigador estaba complementada con el
dictado de clases en la Universidad de Buenos Aires y la dirección del Ins-
tituto de Historia del Derecho entre el año 2001 y el 2019. En esta última
institución, que quiso y sintió como su propia casa, se realizaron múltiples
encuentros, jornadas nacionales e internacionales, presentaciones de libros
y, sobre todo, las infaltables charlas a la hora del té con “el Dr. Tau”, como
cariñosamente lo llamábamos todos. Hoy se extraña que el Instituto no esté
activo tanto como la ausencia de Víctor.
El libro que editamos, junto a un grupo de notables investigadores que
supieron apreciar y estimar al Dr. Tau, es un pequeño tributo por todo lo que
él supo dar a la disciplina de la Historia del Derecho y a las generaciones que
estimuló y acompañó en su trayecto formativo. Su recuerdo, sus enseñanzas
y su afecto siempre ocuparán un lugar destacado en aquellos que supimos
compartir con él lo grato de la actividad científica y académica.
Agradecemos a “Manolo” Martínez Neira, amigo, colega y compañero de
Víctor Tau Anzoátegui, por la generosidad, celeridad y eficiencia en la publi-
cación de esta obra.

Sergio Angeli – Jorge Núñez

9
BREVE SEMBLANZA BIOGRÁFICA DE VÍCTOR TAU ANZOÁTEGUI
(1933-2022)

Sergio Angeli (CONICET-UBA)


Universidad de Buenos Aires - CONICET
orcid id: 0000-0002-2718-8520

Jorge Núñez (CONICET-UBA)


Universidad de Buenos Aires - CONICET
orcid id: 0000-0003-4810-1356

El 18 de septiembre de 1933 fue una mañana fresca –8 grados– y hacia el


mediodía la temperatura siguió en ascenso hasta llegar a los 15 grados. El dia-
rio La Nación, en su portada, daba cuenta del próximo viaje a Brasil del pre-
sidente argentino, el General Agustín P. Justo, quien asumió mediante fraude
electoral en 1932 luego de realizarse en Argentina el primer golpe de Estado
a cargo del Teniente General José Félix Uriburu el 6 de septiembre de 1930.
El matutino porteño también reseñaba varios hechos internacionales de im-
portancia: la vasta obra de restauración que llevaba adelante el presidente
norteamericano Franklin D. Roosevelt; la investigación sobre el incendio del
Reichstag en Alemania, ocurrida seis meses atrás y una serie de conflictos
político-sociales que tenían lugar en Cuba.

La Nación, 18 de septiembre de 1933

11
SERGIO ANGELI / JORGE NÚÑEZ

Aunque obviamente la noticia no apareció en ningún periódico del país,


ese mismo día nació, en la Ciudad de Buenos Aires, Víctor Tau Anzoátegui,
hijo del despachante de aduana Víctor Enrique Tau y de María Emilia Anzoá-
tegui. Dos años antes había nacido su hermano Carlos.1

Víctor Tau de pequeño2

Luego de realizar la Educación Primaria en el colegio de los Padres Jesui-


tas de El Salvador, ubicado en el centro de la Ciudad de Buenos Aires (entre
las calles Callao, Lavalle, Tucumán y Riobamba), Víctor continuó sus estudios
secundarios en la misma institución educativa.3 El analítico de sus materias
secundarias nos muestra excelentes calificaciones en las asignaturas Litera-
tura y Dibujo, buenas notas en Religión, Historia y Matemática y discretas en
Música y Geografía (aunque luego fue mejorando en esta asignatura).4 Según
referencias del propio Víctor Tau, durante sus estudios secundarios tuvo un
profesor de Literatura que lo estimuló para toda su vida: el Padre Jesuita
Guillermo Furlong.

1 En diversas charlas mantenidas con Estela Somoza Bosch, esposa y compañera de


Víctor por casi 70 años, nos indicó que Raúl Aráoz Anzoátegui –tío materno de Víctor– y
el juez Ignacio Braulio Anzoátegui, tuvieron una gran influencia intelectual sobre él desde
la juventud, hecho que tal vez influyera en su elección profesional posterior.
2 Todas las fotografías familiares de Víctor Tau Anzoátegui fueron provistas por
Alexandra Tau Anzoátegui, a quien agradecemos su tiempo y generosidad.
3 Según el legajo de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Víctor vivía en la calle
Canning (hoy Scalabrini Ortiz) al 1900, a unas 35 cuadras del colegio.
4 Véase, Analítico Víctor Tau Anzoátegui, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Universidad de Buenos Aires. Serie A, n°1840, Copiador III, Folio 859-860.

12
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Víctor Tau en el colegio secundario

Analítico de Víctor Tau Anzoátegui del Colegio El Salvador

En 1951, luego de finalizar sus estudios secundarios, solicitó al Dr. Carlos


María Lascano, decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires, el ingreso a la carrera de Abogacía.5 El 30 de
mayo de 1951 se inscribió en la Facultad, rindió el examen de ingreso y lo
aprobó.

5 Según nos indica su legajo de alumno en la mencionada facultad, el 22 de mayo


de 1951 tramitó el certificado de salud y fue considerado “Apto”. Días después, obtuvo el
certificado de buena conducta –valido por seis meses– que expedía la Policía Federal Ar-
gentina. La solicitud fue firmada por Víctor y su madre María Emilia.

13
SERGIO ANGELI / JORGE NÚÑEZ

Examen de ingreso a la Facultad de Derecho de Víctor Tau Anzoátegui

Luego de cursar los dos primeros años de estudios generales, fue de-
signado Auxiliar de Docencia en la Facultad, percibiendo una suma men-
sual de 400 pesos por dicho cargo. Sin embargo, a finales del año 1953 fue
sorteado para realizar el servicio militar y le tocó el número de orden 851.
Como estaba estipulado, solicitó tres días para realizar la revisación médica
en la Avenida Santa Fe al 4800 de la Capital Federal (sede en la actualidad
de la Dirección de Bienestar del Ejército Argentino).6 Desconocemos duran-
te cuánto tiempo realizó el servicio militar obligatorio, y su legajo no nos
permite despejar esas dudas. Quedó registrado que el 26 de julio de 1954,
solicitó licencia “a partir del 9 de octubre y por todo el tiempo que perma-
nezca incorporado a las filas del Ejército”.7
El 22 de octubre del mismo año se reincorporó en sus funciones de ayu-
dante de docencia al ser dado de baja en el Ejército, y unos días después, el
31 de octubre, volvió a ser designado auxiliar de docencia en la facultad con
el mismo salario de 400 pesos.

6 El 26 de noviembre de 1953 envío una carta a Pedro Enrique Falcón, Jefe de la


Oficina de Personal de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales indicando que tuvo
que asistir por tres días al examen del servicio militar y por esa razón no pudo concurrir
al Instituto de Historia del Derecho. Véase, Analítico Víctor Tau Anzoátegui, Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires. Serie A, n°1840, Copiador
III, Folio 859-860.
7 Véase, Analítico Víctor Tau Anzoátegui, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Universidad de Buenos Aires. Serie A, n°1840, Copiador III, Folio 859-860.

14
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

En 1955 se realizó, en una casa quinta de la localidad bonaerense de


Adrogué, una fiesta de disfraces. Víctor Tau fue disfrazado de “muchacho”,
con un pañuelo colorado en el bolsillo del traje y Estela (su futura esposa y
compañera de vida) se disfrazó de pirata. De acuerdo al testimonio de Es-
tela, a los dos días Víctor la llamó y la invitó a merendar en el porteño café
El Águila, ubicado en Callao y Santa Fe, cercano a ambos domicilios. Desde
aquel momento, la historia de amor y sincero cariño entre ambos, perduró
ininterrumpidamente.

Víctor y Estela de vacaciones

Durante el año 1955, el país atravesó profundas tensiones políticas, que


tuvieron impacto en la vida de Víctor Tau. En mayo de ese año fue exclui-
do de la nómina donde figuraba como ayudante de docencia en Historia del
Derecho (lo había designado el destacado historiador del Derecho Ricardo
Levene), y en septiembre del mismo año fue nombrado Jefe de investigación
del Instituto de Historia del Derecho en reemplazo del Dr. José María Mariluz
Urquijo. En diciembre de 1955, luego de dos meses y medio del golpe de Es-
tado al presidente Juan Domingo Perón, Víctor Tau envió una carta a Alberto
Padilla, interventor de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, solicitando
su reincorporación al cargo de Ayudante del que fue removido por causas
políticas.8 Asentada la autodenominada Revolución Libertadora, eufemismo

8 Véase, Analítico Víctor Tau Anzoátegui, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.


Universidad de Buenos Aires. Serie A, n°1840, Copiador III, Folio 859-860.

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SERGIO ANGELI / JORGE NÚÑEZ

para denominar la dictadura del General Pedro Eugenio Aramburu, Víctor


señalaba que “…restaurado el orden jurídico y el imperio del derecho, espero
que mi pedido sea complacido”.9
En 1957, con 24 años de edad, Víctor Tau se graduó de abogado en la Uni-
versidad de Buenos Aires. Ese mismo año se anotó en el doctorado en el Ins-
tituto de Historia del Derecho y publicó su primer artículo intitulado: “Un re-
glamento para el Supremo Poder Judicial en 1813”. 10 También fue designado
Agente Judicial de Obras Sanitarias de la Nación (en la sección Comisión y
Honorarios) y ejerció tareas docentes en la Escuela de Comercio N° 20. Allí
fue profesor de tres asignaturas: Instrucción Cívica, Derecho Administrativo y
Economía Política. Al año siguiente, en 1958, Víctor fue designado como Sub-
Encargado del ciclo de Enseñanza Básica para la materia Historia de las Insti-
tuciones Argentinas en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Univer-
sidad de Buenos Aires.

Víctor y Estela de vacaciones

El 30 de abril de 1959, Víctor fue designado –por concurso– encargado de


la asignatura Historia de las Instituciones Argentinas. Pocos días antes, el 12
de marzo de 1959, había muerto Ricardo Levene, uno de sus maestros intelec-
tuales y a quien siempre recordaba con afecto y gratitud.
9 Tiempo después inició un reclamo para que le fuesen abonados los días que había
sido removido de su cargo de Ayudante de docencia del Instituto de Historia del Derecho.
10 Su trabajo fue publicado en la Revista del Instituto de Historia del Derecho. Cabe
señalar que a lo largo de su vida Víctor publicó más de 120 artículos científicos, decenas de
capítulos de libros y veinte libros académicos y de divulgación.

16
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

El 7 de mayo de 1959, Víctor y Estela contrajeron matrimonio en la Iglesia del


Santísimo Sacramento, ubicada en la Plaza San Martín de la Capital Federal11.
Estela recuerda ese día con mucha alegría y que llovió a cántaros. La fiesta se
realizó en el Plaza Hotel, y a posteriori se embarcaron rumbo a Montevideo para
pasar su luna de miel. Antes de subir al buque, Víctor se percató del olvido de
su sobretodo y tuvieron que volver a buscarlo ante la sorpresa de los invitados.
En julio de 1960, Tau Anzoátegui envió una carta al Dr. Francisco Lapla-
za, decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, presentando a su
consideración el tema de tesis para aspirar al título de doctor. El tema trataba
sobre el gobierno de la provincia de Buenos Aires y su intervención en los
asuntos nacionales entre 1820 y 1852. Pocos días después, el Dr. Laplaza dio
el visto bueno al tema de tesis y lo mismo hizo el Dr. Ricardo Zorraquín Becú,
director del Instituto de Historia del Derecho. En abril de 1961, Tau Anzoáte-
gui fue designado Ayudante de primera, Jefe de investigaciones e informacio-
nes del Instituto que dirigía Zorraquín Becú.

Presentación del tema de tesis de Víctor Tau Anzoátegui

11 Según indica la partida de matrimonio, los testigos fueron: Dora María Somoza
(51), soltera, empleada, domiciliada en Azcuénaga 942; Raquel Carmen Anzoátegui (49,
empleada, Vicente López 2305); Adolfo Horacio Somoza (49 años, casado, empleado,
Azcuénaga 942) e Ignacio Braulio Anzoátegui (53 años, casado, abogado, Laprida 1863).

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SERGIO ANGELI / JORGE NÚÑEZ

El 8 de noviembre de 1962, tal como indicaba el reglamento, Víctor Tau


envió al decano Laplaza los cinco ejemplares de su tesis para aspirar al título
de doctor en Derecho por la Universidad de Buenos Aires. La misma se tituló:
“La intervención del gobierno de la provincia de Buenos Aires en los asuntos
nacionales (1820-1852)”.
El 27 de marzo de 1963, Tau Anzoátegui defendió su tesis ante un tribu-
nal integrado por Ricardo Zorraquín Becú, Francisco M. Bosch y Samuel W.
Medrano, obteniendo la calificación de “Sobresaliente”. La pieza doctoral fue
recomendada al Premio Facultad.12

Víctor Tau Anzoátegui flamante doctor

En septiembre de 1963, Víctor fue designado al frente del ciclo de Enseñan-


za Básica en la asignatura Historia de las Instituciones Argentinas. Dos años
después publicó su primer libro -parte de su tesis doctoral-, titulado Forma-
ción del Estado Federal Argentino (1820-1852). La intervención del gobier-
no de Buenos Aires en los asuntos nacionales.13
En el año 1967, Tau Anzoátegui dictó un curso sobre “Enfoques de His-

12 Véase, 22-4-1963 Libro de tesis 2, folio 234. Ese mismo día, Víctor solicitó al de-
cano Marco Aurelio Risolía la expedición del diploma de Doctor en Derecho y Ciencias
Sociales. Agradecemos la referencia sobre el tribunal de tesis y el acceso a los legajos de
Víctor Tau Anzoátegui a la Licenciada María del Carmen Maza, encargada del Archivo de
la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
13 En septiembre de 1966 fue designado Profesor Adjunto interino ad honorem de
Historia del Derecho Argentino.

18
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

toria del Derecho indiano”, y fue designado miembro fundador del Instituto
Internacional de Historia del Derecho Indiano. También ese año publicó, jun-
to con Eduardo Martiré, el célebre Manual de Historia de las Instituciones
Argentinas (reeditado en numerosas ocasiones) y que se utilizó y utiliza como
referencia obligatoria en las universidades argentinas y en las facultades de
Derecho.
En 1968, Víctor quedó a cargo de la cátedra de Historia del Derecho Ar-
gentino (por licencia de Ricardo Zorraquín Becú) y participó en reuniones
científicas en el extranjero y en la provincia de Córdoba, asistiendo a las II
Jornadas de Historia del Derecho Argentino.14
En 1970, Víctor Tau contaba con 37 años y fue designado miembro de nú-
mero de la Academia Nacional de la Historia, ocupando el sitial 40. Por otro
lado, envió una carta al decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales,
el Dr. Roberto Durrei, a fin que contemplase la situación de los integrantes de
la cátedra de Historia del Derecho Argentino, interinamente a su cargo. Víc-
tor, de manera efusiva, indicó que había un solo cargo remunerado, el de pro-
fesor Adjunto, que él desempeñaba. No estaba rentado el cargo de titular, que
ocupaba interinamente, y solicitó que remuneren también el cargo de profe-
sor adjunto que ocupaba Abelardo Levaggi y el de Jefe de Trabajos Prácticos,
que desempeñaba Marcelo Urbano Salerno. Desconocemos si las gestiones
surtieron efecto, pero su legajo nos indica que el 19 de noviembre de 1970, fue
designado como Profesor Ordinario Asociado en Historia del Derecho.

14 Véase, carta al Decano Roberto Fleitas informando sobre la participación en dos


reuniones científicas para las cuales pidió licencia para: a) Del 14 al 19-10 para participar
en el Congreso “Grandes escalas marítimas”, realizado en Bruselas, en la Sociedad Jean
Bodin, donde presentó un informe sobre las escalas marítimas en el siglo XIX en América
Latina; 2) Participar el 30 y 31-10 en Córdoba, en la mencionada reunión científica.

19
SERGIO ANGELI / JORGE NÚÑEZ

Víctor Tau Anzoátegui

En 1973, Víctor Tau ingresó al Consejo Nacional de Investigaciones Cien-


tíficas y Técnicas de la República Argentina (CONICET). La sede del lugar de
trabajo fue el Instituto de Historia del Derecho “Ricardo Levene”, radicado en
la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
La pasión, el cariño y la devoción que sentía por pertenecer al CONICET lo
acompañó hasta el último de sus días.
En mayo de 1973, luego de siete años de una dictadura que comenzó en
1966 al mando del General Juan Carlos Onganía, se produjo el regreso del
peronismo al poder, tras dieciocho años de exilio, proscripción y represión.
En esa Argentina convulsionada, con el auge de ideas de izquierda y de un
proclamado “socialismo nacional”, las universidades e institutos de investi-
gación fueron intervenidos y removidas las autoridades provenientes de la
dictadura. En solidaridad con Ricardo Zorraquín Becú, director del Instituto
“Ricardo Levene”, Víctor Tau y otros colegas, renunciaron a sus cargos de
investigación. Así nació, precisamente en el año 1973, el Instituto de Inves-
tigaciones de Historia del Derecho (INHIDE), del que Víctor fue miembro
fundador.15

15 Sobre el complejo contexto en la Universidad de Buenos Aires, específicamente en


Historia del Derecho, véase, Núñez, Jorge-Hernán Olaeta: “Una disciplina en tiempos de
revolución. La Historia del Derecho en la Universidad de Buenos Aires (junio-agosto de
1973)”, en Revista Electrónica del Gioja, n°21, pp.56-113.

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TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

El 25 de julio de 1976, y tras producirse el más feroz golpe militar en


la Argentina que dejaría miles de muertos y desaparecidos liderado por el
General Videla, el Almirante Massera y el Brigadier Agosti, Tau Anzoátegui
fue repuesto en el cargo de Profesor Asociado Ordinario de Historia del
Derecho por el delegado militar de la Facultad de Derecho y Ciencias So-
ciales, el Capitán de Fragata Julio Santoianni. Poco después, Víctor obtuvo
el Premio Nacional de Arqueología e Historia (período 1974-1977), por su
obra La codificación en la Argentina 1810-1870. Mentalidad social e ideas
jurídicas.16
En 1978, la Universidad de Sevilla lo invitó a dictar cursos y clases en la
cátedra de Historia del Derecho Indiano, disertando sobre “La proyección
de las instituciones indianas en el período nacional en la Argentina”.17 Luego
viajó a Ecuador para participar en el V Congreso Internacional de Historia
del Derecho Indiano con una ponencia intitulada “La ley se obedece pero no
se cumple”, trabajos que comienzan a focalizar el interés de Víctor Tau en el
Derecho Indiano y sus usos locales.
Cuando regresó a Buenos Aires, retomó sus labores en la universidad
porteña y elaboró un informe para el decano de la Facultad de Derecho,
dando cuenta de sus actividades de investigación histórico-jurídicas en ar-
chivos y bibliotecas de España. En dicho informe apuntó que “…la labor
realizada en el orden de la investigación se volcará también en el campo de
la enseñanza…el derecho indiano nos ofrece un campo notable para pro-
fundizar el estudio de nuestro pasado y llegar, por su intermedio, a obtener
una precisa imagen de nuestra tradición jurídica, sólida base para conocer y
mejorar nuestro derecho actual”.18

16 Véase, Analítico Víctor Tau Anzoátegui, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.


Universidad de Buenos Aires. Serie A, n°1840, Copiador III, Folio 859-860.
17 Véase, Analítico Víctor Tau Anzoátegui, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Universidad de Buenos Aires. Serie A, n°1840, Copiador III, Folio 859-860.
18 Véase, Analítico Víctor Tau Anzoátegui, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Universidad de Buenos Aires. Serie A, n°1840, Copiador III, Folio 859-860.

21
SERGIO ANGELI / JORGE NÚÑEZ

Víctor Tau en una estancia de investigación en Europa

Informe de Víctor Tau a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires

22
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

En 1982, Tau Anzoátegui fue ascendido a la categoría de Investigador Su-


perior en el CONICET y en 1984 se le otorgó una licencia con goce de sueldo
por un año para realizar una estancia de investigación en Sevilla y en Madrid.
Además, participó en el Congreso Internacional de Ciencias Históricas cele-
brado en Stuttgart.19
En 1994, Víctor obtuvo el Premio Konex, que reconoce a las más destaca-
das personalidades de nuestro país, en la categoría “Historia”.20 Fue designado
también como presidente de la Academia Nacional de la Historia, cargo que
ocupó durante dos mandatos consecutivos.21 Para coronar ese año, Víctor Tau
fue designado Profesor Titular Regular de Historia del Derecho en la Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. 22
En 1995, Tau Anzoátegui fue designado como vicedirector del Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho, hasta el año 2001, cuando asumió el
cargo de Director,23 permaneciendo en el mismo hasta el año 2019.24

19 Véase, Analítico Víctor Tau Anzoátegui, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.


Universidad de Buenos Aires. Serie A, n°1840, Copiador III, Folio 859-860.
20 Su hermano Carlos ganó el mismo premio unos años antes, en la categoría Aspec-
tos Teóricos. Véase, https://www.fundacionkonex.org/b1733-carlos-tau-anzoategui
21 Tau Anzoátegui fue miembro Correspondiente de la Real Academia de la Historia
(Madrid); de la Academia Chilena de la Historia; del Instituto Histórico y Geográfico del
Uruguay; de la Academia Nacional de la Historia del Paraguay; de la Academia Nacional
de la Historia de Perú, de la Academia de Historia y Geografía de México; de la Academia
Nacional de la Historia de Venezuela; del Instituto Histórico y Geográfico Brasileño;
Miembro de Mérito de la Academia Portuguesa da Historia.
22 Víctor Tau Anzoátegui fue miembro del Consejo Científico de las siguientes re-
vistas: Anuario de Historia del Derecho Español. Madrid; Revista Chilena de Historia del
Derecho; Res Gesta (U.C.A Rosario, Argentina); Revista de Estudios Histórico-Jurídicos.
Valparaíso, Chile; Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Latein-
amerikas, (Hamburg. Alemania); Boletín de la Academia Chilena de la Historia; Población
y Sociedad. Revista regional de estudios sociales (Tucumán, Argentina); Revista de His-
toria del Derecho Privado (Santiago, Chile); Revista del Instituto Histórico e Geográfico
Brasileiro; Anuario Mexicano de Historia del Derecho; Quaderni Fiorentini per la Storia
del Pensiero Giuridico Moderno (Firenze).
23 En el año 2001 fue designado Miembro titular de la Academia Nacional de Derecho
y Ciencias Sociales de Buenos Aires.
24 Entre 1999 y 2007, Tau Anzoátegui se desempeñó como Profesor Titular de His-
toria del Derecho Público en el curso de doctorado en Ciencias Jurídicas, Facultad de
Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Católica Argentina. Por otro lado, entre
2008-2009, gozó de una “Cátedra de Excelencia” para investigadores conferida por la
Universidad Carlos III de Madrid. También fue Profesor visitante en universidades argen-
tinas y extranjeras. (Hamburgo, Autónoma de Barcelona, Oviedo).

23
SERGIO ANGELI / JORGE NÚÑEZ

El 31 de diciembre de 2003, luego de treinta años de desempeño científico


al más alto nivel en el CONICET, comenzó a percibir sus haberes jubilatorios.
No obstante, quedó vinculado a la prestigiosa institución que, en el año 2013,
lo honró con la designación de investigador emérito.25
El 11 de junio de 2022, a la edad de 88 años, Víctor Tau Anzoátegui, maes-
tro de abogados, historiadores y juristas, dejó este mundo. Nos quedan para
siempre sus enseñanzas, su obra y principalmente su afecto.26 Este volumen
es un mínimo homenaje de algunos y algunas de aquellos que hemos sentido
a Víctor como nuestro impulsor académico, alguien que nos forjó, no solo
académicamente, sino también humanamente.
Esperamos que este libro devuelva, al menos, una pequeña parte de todo
lo que Víctor nos brindó a lo largo de tantos años.

25 Véase, https://www.conicet.gov.ar/el-conicet-honra-a-24-investigadores-con-la-
distincion-de-emeritos/
26 Hermosos recuerdos escritos para Don Víctor por algunos de sus mejores con-
tinuadores. Véase, Alejando Agüero: https://ahila.eu/noticias/in-memoriam-victor-
tau-anzoategui/, Darío Barriera:https://www.conicet.gov.ar/el-conicet-lamenta-el-fall-
ecimiento-de-victor-tau-anzoategui/, Agustín Casagrande: https://www.lhlt.mpg.
de/2873226/699-80_newsletter_june-22.pdf. El impacto de la obra de Víctor en el reci-
ente trabajo editado por Thomas Duve y Tamar Herzog: https://www.cambridge.org/core/
books/cambridge-history-of-latin-american-law-in-global-perspective/84400843A1F-
D996E81772FF29AD806A7
Véase también el sentido recuerdo de José María Díaz Couselo: https://www.boe.es/
biblioteca_juridica/anuarios_derecho/abrir_pdf.php?id=ANU-H-2022-10076800770,
de Ezequiel Abásolo: https://revistas.ufpr.br/historiadodireito/article/view/86749, Vivi-
ana Kluger:https://vivianakluger.com/wp-content/uploads/In-memoriam-Tau-Anzoate-
gui.pdf y Andrés Botero Bernal: https://www.andresboterobernal.com/2022/06/home-
naje-al-prof-victor-tau-anzoategui.html

24
EL USO FORENSE DE LITERATURA JURÍDICA Y TEOLÓGICA
EN UN CONTEXTO LEGO DE LA PERIFERIA COLONIAL
Córdoba del Tucumán, siglo XVIII

Alejandro Agüero
Universidad Nacional de Córdoba-CONICET
orcid 0000-0002-8902-8610

SUMARIO: 1. Introducción: la doctrina de los autores, entre casuismo y derecho


local. 2. La circulación de saberes en contextos legos de la periferia colonial. El
caso de Córdoba del Tucumán. 3. El uso de la literatura jurídica en la jurisdicción
criminal de Córdoba del Tucumán. 4. La praxis de Paz y la Suma de Villalobos
como fuentes de saber normativo. 5. Reflexiones finales. 6. Bibliografía.

1. Introducción: la doctrina de los autores, entre casuismo y derecho local

En un señero trabajo publicado en 1989, Víctor Tau Anzoátegui se ocupó


del papel de la “doctrina de los autores como fuente del derecho castellano-
indiano”. En aquellas páginas, advertía Tau que el estudio del tema se había
visto condicionado por la “clasificación dogmática de las fuentes impuesta
en el siglo XIX, en donde la ciencia jurídica quedó subordinada a la ley”. As-
piraba entonces a que su trabajo contribuyera a sacar a la historiografía ju-
rídica de aquel “encierro” derivado de la estrechez conceptual e histórica de
la referida “clasificación dogmática”. Con estas premisas, procuró demostrar
que dentro de la jurisprudencia casuista dominante por entonces la doctrina
“tuvo un papel clave en la estructura jurídica de los siglos XVI a XVIII”1. De
esta manera, Tau adelantaba algunas conclusiones que serían integradas en
el desarrollo de su libro Casuismo y sistema, publicado en 1992. En esta obra,
esencial para el estudio del derecho castellano en las Indias, Tau reafirmaba
la premisa acerca de que la doctrina de los autores había constituido un “ver-
dadero depósito de saber jurídico, en donde los letrados encontraban apoyo
para la decisión de los casos”, insistiendo en que la doctrina habría tenido
incluso una “función directiva” con relación a las demás fuentes del derecho2.

1 Tau Anzoátegui, “La doctrina de los autores”, pp. 351-354. Este trabajo fue incluido
posteriormente en Tau Anzoátegui, El jurista en el Nuevo Mundo, cap. V, pp. 97-146.
2 Publicado aquel año por el Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho de
Buenos Aires, el libro ha sido objeto de una reedición reciente, por donde lo citamos ahora,
Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 428.

25
ALEJANDRO AGÜERO

A partir de la importancia de la doctrina en el horizonte cultural del ius


commune, dentro del cual se inscribe la tradición jurídica castellana, se ha-
bían comenzado a cuestionar los enfoques legalistas. En el ámbito español,
Bartolomé Cavero había destacado el carácter determinante de la doctrina
en la formación del derecho común, incluyendo en dicha categoría literaria
no solo la producción de los juristas, sino también obras “cuya apariencia
pudiera juzgarse hoy poco jurídica” como los confesionarios o sumas de con-
fesores que alcanzaron “una importancia decisiva en la divulgación y efectiva
aplicación del ius commune”3. La labor de la historia jurídica podía pensarse,
desde esta perspectiva, como una tarea de interpretación de la composición
intertextual de la tradición literaria romano canónica4.
Más recientemente, profundizando la senda abierta por estos enfoques
culturalistas, Thomas Duve ha desarrollado una perspectiva que sugiere con-
cebir a la historia del derecho como una historia de los saberes normativos,
como procesos de traducción cultural desarrollados en diversas comunidades
epistémicas y comunidades de prácticas5. Si, ya para los puntos de vista an-
teriores, la crítica a la noción dogmática de las fuentes del derecho implicaba
reconsiderar el valor de la doctrina frente a la ley, esta nueva mirada plantea
incluso la necesidad de matizar la excesiva centralidad asignada a la figura de
los juristas, o al “derecho de los juristas”, en las diferentes tradiciones de la
historiografía del derecho6.
En ese sentido, con independencia del tipo de normatividad en cuestión,
adquieren especial relevancia las formas de circulación de los saberes norma-
tivos y los procesos de traducción cultural mediante los cuales una comunidad
pone en práctica un determinado régimen de normatividad. De esta forma,
el valor heurístico de la literatura doctrinal para el análisis histórico jurídico
habrá de centrarse en su condición de vehículo de saberes normativos. Como
sugería Clavero con los confesionarios o sumas para confesores, más allá de la
producción erudita de los juristas, las obras de la literatura práctica, de índole
forense, religiosa o teológico-moral, adquieren entonces un especial interés por
su mayor alcance y difusión, por su papel en la transmisión de saberes hacia
diversas comunidades epistémicas distantes de los centros de saber académico
de la época, incluyendo remotas ciudades y áreas rurales7.

3 Clavero, Historia del Derecho, pp. 25-28.


4 Hespanha, “Una historia de textos”, pp. 190 ss.
5 Duve, “Historia del Derecho”, pp. 5-6; 22-24.
6 Duve, “Historia del Derecho”, pp. 13 ss.
7 Duve, “Pragmatic Normative Literature”, p. 27; Danwerth, “The Circulation of Prag-
matic Normative Literature”, pp. 103-116.

26
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Cuando Tau escribió aquellas páginas que hemos evocado al comienzo,


además de destacar la auctoritas de la doctrina frente a lo que por entonces
se consideraba un “derecho legal”, necesitaba señalar la persistencia de dicha
autoridad en el siglo XVIII, período en el que irrumpían críticas alentadas por
una “ideología antijurisprudencial”8. Se detenía entonces a analizar indicios
que demostraban la persistente autoridad de los doctores en la “actividad de
abogados y jueces”. Las bibliotecas de los letrados, las obras destinadas a la
formación académica o los mismos estatutos universitarios podían servir de
indicadores para ponderar aquella persistente autoridad9. De alguna mane-
ra, el contexto historiográfico con el que Tau dialogaba parecía signado por
aquella centralidad del mundo letrado. Con el tiempo, las reflexiones sobre
el casuismo, así como las interacciones con la nueva historiografía jurídica
europea, lo llevaron a dar un giro orientado hacia una comprensión no es-
tatalista de los poderes locales y sus órdenes normativos. Esto se tradujo en
una serie de contribuciones vinculadas con el fenómeno del derecho local en
contextos periféricos10.
Es, precisamente, en este tipo de escenarios periféricos donde el análisis
de los registros forenses puede contribuir a la comprensión del valor de la
literatura práctica como vehículo de saberes normativos, especialmente, en
ambientes carentes de abogados. Como ha señalado Otto Danwerth con re-

8 Tau Anzoátegui, “La doctrina de los autores”, pp. 382 ss.; Tau Anzoátegui, El jurista
en el Nuevo Mundo, pp. 124-133; Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, pp. 476 ss. Hoy
sabemos que más allá de la auctoritas de la tradición medieval, nuevos criterios relativos a
la utilidad y estilo se impondrían como factores aceptación y éxito de determinadas obras
doctrinarias, Beck Varela, “The Diffusion of Law Books”, pp. 203-213.
9 Tau Anzoátegui, “La doctrina de los autores”, pp. 393-399.
10 Si en Casuismo y Sistema, Tau había cuestionado la anticipación del modelo sis-
temático en el estudio histórico jurídico del derecho indiano, sus críticas hacia el enfoque
estatalista se plantearían con toda claridad en su contribución al Tomo II de la Nueva His-
toria de la Nación Argentina publicado en 1999, véase Tau Anzoátegui, “La Monarquía.
Poder central y poderes locales”, pp. 233-235. La preocupación por el derecho local estaría
presente en buena parte de su producción a lo largo de la primera década del actual siglo.
Véase Tau Anzoátegui, “Una visión historiográfica del Derecho Indiano provincial y local”,
pp. 309-336; “El estudio del Derecho Indiano provincial y local”, 83-96; “La configuración
del Derecho Indiano Provincial y Local”, I, pp. 231–253; “El derecho local en el proceso
recopilador”, I, pp. 31-49. En el marco de un proyecto de investigación originalmente ini-
ciado junto a Thomas Duve, Víctor Tau lideraría un grupo de estudios sobre el tema, cuyos
principales resultados se plasmaron en un libro colectivo publicado en 2013, Tau Anzoáte-
gui y Agüero (coords.), El derecho local en la periferia de la Monarquía.

27
ALEJANDRO AGÜERO

lación a la literatura pragmática normativa, mientras una rica historiografía


ha constatado la intensa circulación de libros en Hispanoamérica, es poco lo
que se sabe sobre sus formas de lectura y su utilización como recurso para la
implementación de conceptos normativos europeos11.
En estas páginas procuramos mostrar cómo un conjunto de actores legos
utilizaba determinados textos de referencia como fuente de saberes y valida-
ción de enunciados articulados en el marco de procesos judiciales. En primer
lugar, recuperaremos algunos trabajos que han llamado la atención sobre las
formas de circulación del saber jurídico en contextos legos para pasar des-
pués a la caracterización del espacio y al análisis de los registros documen-
tales producidos en una jurisdicción de ese tipo, situada en el extremo sur
de los dominios coloniales hispanos en la América meridional. Buscaremos
entonces discernir entre diversas formas de usar la literatura pragmática en
este tipo de contexto, en el marco de procedimientos criminales de primera
instancia.

2. La circulación de saberes en contextos legos de la periferia colonial. El


caso de Córdoba del Tucumán

Hacia finales del siglo pasado, la historiografía crítica del derecho llamó la
atención sobre las distancias que podían advertirse en la práctica del derecho
entre los espacios centrales y las periferias, incluso dentro de un mismo territo-
rio metropolitano12. En la deconstrucción del paradigma estatalista, la imagen
de un orden institucional uniformemente aplicado por una burocracia letrada
se desdibujaba ante la evidencia de unas formas de gestión de tipo corporativo,
en manos de agentes locales que interactuaban con los oficios letrados de la
monarquía13. Sin negar la relevancia que tuvo el estamento de los letrados en
el desarrollo cultural e institucional de la edad moderna, se comenzó a advertir
que la presencia de juristas era más bien escasa a medida que la observación se
orientaba hacia las jurisdicciones distantes de los centros de poder.
Si la ausencia de letrados en las periferias del espacio colonial había sido
tempranamente señalada en algunos trabajos pioneros como los de Ricar-

11 Danwerth, “The Circulation of Pragmatic Normative Literature”, pp. 114, 117.


12 Hespanha, Vísperas del Leviatán, pp. 154-167; 363-377. Hespanha, La Gracia del
Derecho, pp. 17-60; 123-150.
13 Hespanha, Vísperas del Leviatán, pp. 154-167; 363-377. Hespanha, La Gracia del
Derecho, pp. 17-60; 123-150.

28
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

do Levene14, entre finales del siglo pasado y comienzos del actual, se asumió
aquella ausencia como un rasgo característico y compartido por la gran ma-
yoría de las jurisdicciones ordinarias de primera instancia en las Indias espa-
ñolas. Una serie de estudios mostraron entonces que el número de letrados
en las colonias hispánicas era más bien bajo y que el incremento de los estu-
dios universitarios, junto con el aumento del número de Audiencias reales en
las últimas décadas del siglo XVIII, no lograron alterar sustancialmente la
situación en las periferias15. En esta línea, un análisis comparativo realizado
por Víctor Uribe mostró que el número de abogados en las colonias hispa-
noamericanas era de 6 a 30 veces menor al que se podía encontrar en las
colonias británicas de Norteamérica, entre finales del siglo XVIII y principios
del XIX16.
La ausencia de abogados y la correlativa presencia de magistrados legos,
carentes de asesores, no eran, necesariamente, rasgos exclusivos del espacio
colonial17. No obstante, es probable que en la inmensidad de los dominios
americanos fuera más difícil acceder a letrados de jurisdicciones colindantes
o de instancias superiores, acentuándose los desafíos derivados de aquellas
carencias. En tales contextos, los requerimientos de saber normativo para
llevar adelante las funciones esenciales de gobierno y justicia pendían de la
experiencia de los notarios, de la formación de los eclesiásticos y, en buena
medida, de la circulación de libros. La presencia de obras doctrinarias, de
práctica forense, sumas teológicas y manuales de confesores, en bibliotecas
particulares y corporativas, aun en jurisdicciones de frontera e incluso en re-
giones rurales, es un fuerte indicio del valor y alcance de este recurso para el
acceso a los saberes normativos18.

14 Levene, Historia del Derecho Argentino, II, pp. 435-466.


15 Para Nueva España, los trabajos de Charles Cutter, publicados en la década de
1990, destacaron especialmente este aspecto, Cutter, “La magistratura local”, pp. 29-39;
Cutter, The Legal Culture, pp. 2-4; Cutter, “The Legal Culture of Spanish America”, pp.
8-24. Véase también, McKnight, “Justicia sin abogados”, pp. 597-610. Para el Río de la
Plata, además de Levene, Pugliese, De la justicia lega, p. 9; Agüero, Castigar y perdonar,
pp. 110-116; 294-297. Para la periferia neogranadina, Velasco Pedraza, Justicia para los
vasallos, pp. 149-167.
16 Uribe, “Colonial Lawyers, Republican Lawyers”, pp. 25-48.
17 Hespanha, La gracia del derecho, pp. 17-60; Agüero, “El testimonio procesal”, 46.
18 Para contextos de frontera, McKnight, “Justicia sin abogados”, pp. 600-601; McK-
night, “Law Books on the Hispanic Frontier”, pp. 74-78; Cutter, “Comunity and the Law”,
pp. 472-473; Cutolo, “Bibliotecas jurídicas”, pp. 116-179; Luque Colombres, Libros de de-

29
ALEJANDRO AGÜERO

La ciudad de Córdoba del Tucumán ofrece un interesante ejemplo de lo


que acabamos de decir. Situada en la frontera meridional de la provincia del
Tucumán, en la región central del actual territorio argentino, su jurisdicción
lindaba por el sur y el noreste con pueblos nativos que nunca fueron some-
tidos al orden colonial. Durante largos períodos, ningún abogado residió en
ella, al menos hasta finales del siglo XVIII. La distancia que separaba esta
jurisdicción de los centros de poder colonial, como la Real Audiencia de Char-
cas (1700 km hacia el norte, en la actual Bolivia) o la sede de la gobernación
provincial en Salta (900 km), dificultaba en extremo la posibilidad de alcan-
zar instancias superiores donde se pudiera contar con asesoramiento letrado.
Las funciones de justicia eran desempeñadas habitualmente por los alcaldes
ordinarios elegidos por el cabildo, así como por un defensor de pobres ca-
pitular y por defensores y fiscales designados ad hoc entre los vecinos más
ilustrados. A pesar de su carácter lego y de no contar con asesores letrados,
los registros judiciales muestran que estos actores eventuales procuraban ob-
servar las formalidades procesales y fundar sus decisiones según los flexibles
estándares de la cultura jurídica de su tiempo19.
En dicho desempeño, más allá de la experiencia de los escribanos y de los
saberes adquiridos en la práctica cotidiana de los oficios de gobierno y justicia,
los recursos culturales vinculados al saber normativo hispano jugaban un papel
decisivo. Además de un centro de estudios superiores que ofrecía grados en
teología -solo a partir de 1791 incorporaría estudios de leyes-, la circulación de
libros jurídicos, recopilaciones y doctrinas, proporcionaba un recurso esencial
en dicho sentido. Entre los estudios recientes, Esteban Llamosas ha analizado
y catalogado la presencia de esas obras en cuatro bibliotecas corporativas reli-
giosas, entre las que se destaca la del Colegio Máximo de la Compañía de Jesús,
y en más de una treintena de bibliotecas particulares perteneciente a vecinos
principales, oficiales y eclesiásticos que testaron en la ciudad20.

recho; Llamosas, La literatura jurídica, 371-461. En general, sobre la temprana circu-


lación de libros en el Perú colonial, Hampe, Bibliotecas particulares, pp. 29-63 y sobre
la circulación de la literatura jurídica en Indias, siguiendo de cerca los planteamientos
de Tau Anzoátegui, Luque Talaván, Un universo de opiniones, pp. 86-106; 151-190. Del
mismo autor, sobre bibliotecas particulares novohispanas, Luque Talaván, “De los libros
surgen las leyes”, pp. 95ss. Con especial referencia a la literatura pragmática religiosa,
Danwerth, “The Circulation of Pragmatic Normative Literature”, pp. 103 ss.
19 Agüero, Castigar y perdonar, 294-320.
20 Llamosas, La literatura jurídica, 25-32, véase, además, sobre historiografía rela-
tiva a la cuestión, pp. 32-35.

30
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

La presencia de estas obras en una jurisdicción tan apartada da cuenta


de la importancia de la literatura normativa y parenética en la formación de
las elites coloniales21. Por otra parte, algunos estudios enfocados sobre la ju-
risdicción eclesiástica han evidenciado el uso de obras teológicas y prácticas
en los procedimientos canónicos llevados adelante en Córdoba22. Con rela-
ción a los procedimientos en el fuero secular, ha dominado la impresión de
que, dada la simplicidad de las cuestiones tratadas y la poca formación de
los sujetos del proceso, no habrían de esperarse demasiadas citas eruditas ni
alegaciones basadas en autoridades doctrinales23. La afirmación resulta esta-
dísticamente correcta, más aún para las causas criminales en las que, por lo
general, se procedía contra sujetos de escasos recursos y en las que los rigores
formales solían ceder ante el mayor arbitrio de los jueces24. Sin embargo, cabe
observar que cuando por algún motivo las causas adquirían un nivel de com-
plejidad mayor al habitual, el uso de la doctrina emergía como referencia de
validación en los argumentos esgrimidos por las partes.
En el siguiente punto analizaremos una serie de casos en los que se pueden
apreciar escritos con referencias a obras doctrinarias articuladas por actores
legos, actuando como defensores o fiscales ad hoc, en causas criminales. To-
dos los testimonios pertenecen a un período en el que ningún abogado residía
en la ciudad, sin perjuicio de que un grupo de hombres familiarizados con la
práctica forense pudieran asesorar o, eventualmente, participar en los proce-
sos, demostrando un conocimiento aceptable de leyes y doctrinas25.

3. El uso de la literatura jurídica en la jurisdicción criminal de Córdoba del


Tucumán

En línea con lo que hemos dicho, las referencias doctrinarias no abunda-


ban entre los registros judiciales conservados en el fondo de causas criminales
del Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba. En una muestra aleatoria
de 300 causas criminales, entre finales del XVII y comienzos del XVIII, he-

21 Para el caso de Córdoba, Peña, Los sistemas jurídicos en la enseñanza del Dere-
cho.
22 Peña, “Fuentes del Derecho Canónico Indiano”, pp. 145-160; Dellaferrera, “Fuen-
tes escriturísticas, legales y doctrinales”, 77-102.
23 Luque Colombres, “Abogados de Córdoba del Tucumán”, p. 16; Llamosas, La lite-
ratura jurídica, pp. 355-356.
24 Agüero, Castigar y perdonar, pp. 266-272.
25 Agüero, “Saber jurídico y técnica procesal”, pp. 311-332.

31
ALEJANDRO AGÜERO

mos detectado referencias a obras doctrinales en apenas 21 procesos, siendo


mucho más común encontrar referencias a leyes en general, desde las Siete
Partidas a las recopilaciones o reales cédulas puntuales, a ordenanzas y ban-
dos de buen gobierno26. De aquellos 21 procesos, cinco corresponden al pe-
ríodo posterior a la instauración de las Intendencias (1782), cuando ya ejercía
un teniente letrado como asesor del gobernador, primer oficio permanente de
condición letrada en la historia de esta jurisdicción, y cunado la universidad
local había comenzado a otorgar los primeros grados en leyes (1795). Nuestro
análisis se centrará, en cambio, en los casos anteriores, cuando incluso las
partes hacían constar que la carencia de abogados podía afectar la adecuada
formulación de sus peticiones.
Algunos testimonios son indicativos de una silenciosa labor de asesora-
miento desarrollada por personas que tenían acceso a obras eruditas de la
tradición castellana. Sus nombres no quedan en los escritos, aunque podrían
identificarse indagando más en profundidad en el ambiente intelectual de la
ciudad. No es este nuestro objetivo ahora. Nos interesa más bien señalar al-
gunos indicios de ese tipo de actuaciones. Podemos inferir, por ejemplo, que
tal es el caso de un escrito presentado por la madre de un mulato condenado
a muerte en 1776, solicitando probar el estado de embriaguez de su hijo al
momento del hecho para evitar su ejecución. Con este fin, María Rosa Garay,
se presentó el 4 de febrero de 1777 ante el alcalde ordinario de Córdoba, ofre-
ciendo demostrar aquel extremo fáctico. Para entonces, la condena a muerte
había sido confirmada en vista y revista por la Real Audiencia de Charcas27.
Asumiendo que el pedido era extemporáneo, el escrito de María Rosa Garay
sostiene que en estos casos las defensas del reo deben ser admitidas incluso
después de pronunciada la sentencia, como lo enseñan “Antonio Gómez en
el tomo tercero de sus Varias capítulo trece número treinta y res y treinta y
uno, el Sr. Gregorio López en la Ley 137, glosa 3ª, tít. 18, partida 3, con otros
muchos de que no es preciso hacer mención”28.
La cita a Antonio Gómez es precisa, pues, en el citado párrafo 34 del ca-

26 La muestra está tomada de los fondos de escribanías y, principalmente, del fondo


“crimen” del Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba [en adelante AHPC]. Las citas
a los documentos se indican, de acuerdo con la organización de este archivo, mediante la
identificación del fondo, número de legajo, número de expediente y año. Cuando es posi-
ble, se indica también número de folio.
27 Para los detalles del caso, su particular gravedad y comprender por qué llegó hasta
la Audiencia de Charcas, véase Agüero, “Ley penal y cultura jurisdiccional”, pp. 13-45.
28 AHPC, Crimen, leg. 31, expte. 11, 1776, s/f.

32
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

pítulo XIII, luego de haber tratado de la apelación en el número 31, el jurista


salamantino contempla la posibilidad de demostrar la inocencia del reo aun
después de pronunciada la sentencia definitiva, cuando así se pudiere hacer
constar “per evidentiam facti”29. La precisión de la cita a las Variae Resolu-
tiones de Gómez contrasta con la imprecisa referencia a las glosas de Grego-
rio López, donde quizás se han deslizado algunos errores -en el número de ley
y título- que hacen muy difícil determinar cuál ha sido el fragmento que se
quiso citar. Aunque el argumento de autoridad doctrinal podía ser un factor
persuasivo, el alcalde consideró que la condición de embriaguez ya había sido
valorada durante el juicio y confirmada la sentencia en revista por la Audien-
cia, motivo por el cual denegó lo solicitado, ordenando se notificara al reo la
confirmación de la sentencia30.
Sabemos que en la biblioteca jesuítica se encontraban ejemplares de las
Siete Partidas glosadas por Gregorio López y de la citada obra de Antonio
Gómez. De esta última, también se existía un ejemplar el convento de Santo
Domingo31. Por otra parte, ejemplares de las Siete Partida podían encontrar-
se, para estas fechas, en al menos dos bibliotecas particulares de vecinos de la
ciudad32. Sin dudas, el texto alfonsino y las glosas de López constituían un re-
curso muy frecuente en las alegaciones del mundo colonial33. La jurisdicción
de Córdoba no era la excepción.
En 1736, un vecino de la ciudad, absuelto en una causa por injurias, puso
cargos en juicio de residencia contra el alcalde ordinario, por no haber este
aplicado las penas correspondientes a quien lo había acusado. El vecino en-
tendía que el alcalde debía haber impuesto la pena prevista para “el acusador
que no prueba plenamente su acusación”. A este respecto, citaba la ley de las
Partidas (ley 26, tít. 1, part. 7) e invocaba la autoridad de “Gregorio López
inlib [sic]13, glosa 3, t. 9, p. 4”, para sostener que si bien la pena de talión
prevista para el acusador no estaba en uso “por general costumbre del Rey-
no”, se debía imponer pena “extraordinaria y arbitraria según la acusación y
delito…”34. Aunque la última ley y glosa citadas se referían a la acusación de
adulterio no probada por el marido, ubicándose en sede relativa al matrimo-

29 Así, en la edición de 1701, Gómez, Variae Resolutiones, III, cap. XIII, n. 33, p, 538,
col. 1, in fine.
30 AHPC, Crimen, leg. 31, expte. 11, 1776, s/f.
31 Llamosas, La literatura jurídica, pp. 388, 390.
32 Llamosas, La literatura jurídica, p. 377.
33 Tau Anzoátegui, “La doctrina de los autores”, p. 401.
34 AHPC, Crimen, leg. 4, expte. 27, 1736, f. 30v.

33
ALEJANDRO AGÜERO

nio, la doctrina expresada en ellas bien valía para cualquier procedimiento


por acusación en materia criminal. Nuestro vecino querelloso era capaz de
seguir las remisiones internas que el glosador hacía entre unas y otras leyes
y tomar incluso la expresión sobre el desuso de esa práctica por “costumbre
general del reino”35. Pese a estos argumentos, el juez de comisión encargado
de la residencia absolvió de los cargos al alcalde, condenando a nuestro que-
rellante a las costas causadas, decisión que apeló ante el gobernador, pero
cuyo resultado desconocemos36.
Junto con las glosas de Gregorio López, señalaba Víctor Tau que la Curia
Filípica de Hevia Bolaños era otros de esos “libros con auctoritas” que fija-
ban jurisprudencia37. Si la afirmación era válida para el mundo erudito de
abogados y magistrados, también resulta adecuada para el ambiente lego que
aquí analizamos. Así, por ejemplo, en 1746, un vecino ejerciendo de fiscal se
refería a ella para pedir al alcalde ordinario de Córdoba que se desestimara
una recusación interpuesta después de la sentencia. Respondiendo a la vista
que se le dio del recurso, el fiscal sostuvo que la recusación era extemporánea,
dado que la misma debía interponerse antes del término de la publicación de
la sentencia “como se halla prevenido por Leyes Reales en el cuerpo del dere-
cho de la Curia Filípica […]”38. A pesar de este argumento, el alcalde ordinario
hizo lugar a la recusación, lo que llevó a la revisión de la sentencia por dos
jueces acompañados designados por el cabildo39.
Más allá de la infructuosa invocación del fiscal, es significativa la expresión
utilizada para calificar a la obra de Hevia Bolaños como “cuerpo del derecho”.
Se trataba, sin dudas, de uno de los textos con mayor difusión y utilización
práctica en los tribunales castellanos40. En Córdoba, la Curia se encontraba

35 El escrito judicial remitía a la “glosa 3”, refiriéndose así al texto de la glosa “A pena
de talión”, que, en efecto, es la tercera que aparece en el texto de la ley citada, advirtién-
dose allí, sobre la pena de talión contra el acusador fallido, que “de consuetudine in isto
regno non fit ista inscriptio…”. Véase Lopez, glosa “A pena de talión”, ley 13, tít. 9, part. 4.
La propia glosa alude también a la citada ley 26, tít. 1, part. 7. Sobre el desuso de la pena al
acusador, véase Agüero, “Acusaciones & Inquisiciones”, 5-10.
36 La sentencia del juez comisionado y el trámite de la apelación, en AHPC, Crimen,
leg. 4, expte. 27, 1736, ff. 61r y ss.
37 Tau Anzoátegui, “La doctrina de los autores”, pp. 397, 401. Sobre la auctoritas,
véase ut supra nota 8. Sobre el particular éxito de la Curia, véase infra, nota 40.
38 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 3, 1746, f. 43r.
39 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 3, 1746, f. 49v-50r.
40 Se trata de la obra con mayor número de ediciones en la historia de la literatura

34
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

presente, para el período anterior a 1785, en las bibliotecas particulares de


siete vecinos, además de hallarse también en la biblioteca de la universidad
y en las de los conventos de Santo Domingo y San Francisco41. Analizando el
uso forense de la literatura jurídica en el Perú de los Austrias, Renzo Hono-
res ha comparado recientemente la temprana circulación e importancia de
la Curia Filípica (1603), como “manual de procedimiento”, con la relevancia
que tuvo también la conocida Instrucción Política de Alonso de Villadiego
(1612)42. Sabemos que la Instrucción de Villadiego se encontraba en la colec-
ción de la Compañía de Jesús de Córdoba y en tres bibliotecas particulares de
vecinos cordobeses antes de 178543.
Los registros judiciales de Córdoba conservan testimonios de la utiliza-
ción de la Instrucción Política de Villadiego en el foro local. Eventualmente
aparecía su nombre citado como referencia de autoridad, sin mayores preci-
siones, como lo hacía el defensor nombrado en una causa contra un ladrón
reincidente, en 1751, aludiendo a la necesidad de que los delitos que se le
atribuían a su defendido fueran probados de acuerdo con las reglas del juicio
plenario “según Paz y Villadiego”44. La mención de Paz habría de referirse,
muy probablemente, a la Praxis ecclesiastica et saecularis de Gonzalo Suárez
de Paz, obra cuya utilización en el foro local, durante esos años, analizaremos
en detalle más adelante. Veamos ahora un ejemplo más enjundioso de la uti-
lización de la Política de Villadiego en la Córdoba de ese tiempo.
En una causa tramitada en 1753, por robo de unas alhajas pertenecien-
tes a una capilla particular, el defensor argumentó en contra del pedido de
pena muerte formulado por el fiscal. Aunque el reo había confesado el delito,
el defensor alegó diversas razones por las que consideraba inaplicable dicha
pena para este caso. Entre sus argumentos, citó un extenso fragmento de la
Instrucción de Villadiego, en el que el jurista castellano se refería al modo en
que debían proceder los pesquisidores cuando la parte ofendida había desis-
tido de su acusación y, no obstante, el pesquisidor continuaba de oficio. Sin
atender a este supuesto, el defensor del caso que analizamos expresó:

El Doctor Villadiego en su Política, Capítulo 3, folio 38, número 34, resuelve así, cuyas
palabras son estas: y en caso que la parte esté satisfecha no puede el juez dar pena

jurídica española, Corona González, “Hevia Bolaños y la Curia Philippica”, p. 77. Véase
también, Casagrande, “Curia Philippica”, pp. 156-158.
41 Llamosas, La literatura jurídica, pp. 390-391.
42 Honores, “Presence and Use of Pragmatic Legal Literature”, pp. 137-140.
43 Llamosas, La literatura jurídica, p. 413.
44 AHPC, Crimen, Leg. 5, expte. 5, 1751, f. 79v.

35
ALEJANDRO AGÜERO

corporal al delincuente, sino fuese el delito tan enorme y calificado, que fuera de la
pena corporal y aun en algún caso fuera de la capital, ninguna otra satisfara [sic] a
la república, apoyándolo con la Ley 8 del tít. 11, libro 6 de la glosa y la ley 8 del libro 6
título 24 de la recopilación de Castilla, cual nota parece estar errada, pues el libro 6 no
tiene mas que 20 títulos. Por lo que hallándose la ley que cita en el libro 8. tít. 11. ley 8
la traslado aquí para mejor inteligencia […]45.

Más allá de la tácita alteración del supuesto sobre el que versaba el frag-
mento citado de Villadiego -en cursiva en el original-, como se puede apre-
ciar, el defensor se permite señalar un error en las referencias legales que
servían de sustento al autor, haciendo gala así de su conocimiento de las leyes
recopiladas, pues transcribe inmediatamente la referida norma que ordenaba
conmutar las penas ordinarias por pena de galeras en casos de hurtos califi-
cados, robos, salteamientos y otros delitos graves46. Por el número de folio
que se menciona en el pasaje citado (“folio 38”), podemos inferir que, muy
probablemente, nuestro defensor está utilizando la edición de 161747. Si bien
la transcripción del fragmento es casi literal (hay un leve cambio en el co-
mienzo de la frase), el lego defensor malinterpreta las citas a la Nueva Reco-
pilación que hace Villadiego. En efecto, en la correspondiente nota marginal,
introducida con la letra b, además de remitir al Digesto, a las glosas de Gre-
gorio López y al tomo tercero de las resoluciones de Antonio Gómez, el prác-
tico castellano añade en apoyo de su afirmación las siguientes referencias:
“l.8.tit.11.l.6.tit.24.lib.8 Recop.”. En la siguiente imagen se puede observar el
fragmento citado y la nota marginal b, tal como figuran en el folio 38v de la
edición de 1617.

45 AHPC, Crimen, leg. 7, expte. 15, 1753, ff. 30v-31r. Subrayado en el original. La
ortografía se ha actualizado para facilitar la lectura. Valga esta aclaración para todas las
citas documentales.
46 N.R. ley 8, tít., 11, lib. 8: “Mandamos que ansí en los hurtos calificados, y robos, y
salteamientos en caminos, o en campo, y fuerzas, y otros delitos tan calificados y graves
que convenga a la republica no diferir la ejecución de la justicia y en que buena mente pue-
da haber lugar conmutación, sin hacer en ello perjuicio a las partes querellosas las penas
ordinarias les sean conmutadas en mandarlos ir a servir en nuestras galeras por el tiempo
que pareciere a las nuestras justicias según la calidad de los dichos delitos”.
47 Villadiego, Instrucción Política, cap. 3, n. 34, f. 38v.

36
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Con aquella notación que aparece al final de la nota b, Villadiego aludía a la


ley 8, título 11 y a la ley 6, título 24, ambas del libro 8 de la Nueva Recopilación.
Sin embargo, el defensor cordobés había interpretado equivocadamente los ca-
racteres “l.6.tit.24”, entendiendo que se referían al “libro 6, título 24”, causan-
do su perplejidad al comprobar que dicho libro “no tiene más que 20 títulos”.
Por tal razón, luego de señalar el pretendido error, solo menciona la primera
de las leyes citadas, no advirtiendo que también la ley 6, tít. 24, del mismo libro
8, contenía una disposición relativa a la conmutación de penas que le hubiera
servido a su argumento y que estaba correctamente citada en el pasaje de Villa-
diego48. A pesar de malinterpretar la nota marginal, el defensor parecía tener
un manejo adecuado de la Instrucción Política, pues volvería a transcribir li-
teralmente dos pasajes más, referidos esta vez a la obligación de los jueces de
“consultar al príncipe” en caso de duda sobre la pena legal aplicable49.
No era habitual que un defensor lego mostrara un conocimiento tan deta-
llado de la doctrina y las leyes, al punto de permitirse señalar un pretendido
error en la obra que estaba citando. Tal alarde de sabiduría produjo, no obs-
tante, un efecto práctico: el alcalde ordinario, intimidado tal vez por los sabe-
res aparentes de un defensor que “no siendo profesor del derecho cita leyes
que en su inteligencia se debe considerar no ser capaz”, según lo expresó en
su breve resolución, aceptó una recusación formulada durante el trámite de

48 N.R. ley 6, tít. 24, lib. 8: “Ordenamos y mandamos que en todos los casos y delitos,
donde ha de haber pena arbitraria, en que conforme a la calidad del caso, y de las personas,
les había de ser puesta pena corporal, aquella se conmute en vergüenza pública, y servicio
de galeras, por el tiempo que pareciere, según la calidad del caso y delito”.
49 AHPC, Crimen, leg. 7, expte. 15, 1753, f. 31v. En este caso, los fragmentos transcrip-
tos por nuestro litigante aparecen correctamente indicados con los números 40 y 42, f. 39,
en correspondencia con la citada edición de 1617.

37
ALEJANDRO AGÜERO

la causa y decidió acompañarse por un regidor del cabildo para pronunciar


sentencia50. Aunque por el estilo característico de las sentencias no podemos
conocer los fundamentos del fallo, ni establecer una correlación directa entre
doctrina y decisión51, quizás los argumentos de aquel defensor incidieran para
que los jueces acompañados desestimaran la petición de pena capital del fis-
cal, condenando al reo en pena de azotes y presidio52.
Ese dominio poco habitual de la doctrina y las leyes pueden explicarse, en
este caso, por el perfil del defensor nombrado. Se trababa de Nicolás García Gi-
lledo, un personaje de la elite local que por aquellos años obtendría en almone-
da el cargo de Alguacil Mayor. García Gilledo se había ganado para entonces el
mote de “tinterillo”, término con matiz peyorativo, pero igualmente indicativo
de su familiaridad con los procedimientos del foro53. Nuestro tinterillo parecía
conocer la importancia que tenía la literatura jurídica para quienes aspiraban
a desempeñar oficios de república. Por su testamento, sabemos que al morir
poseía una biblioteca particular que incluía algunas piezas esenciales para la
práctica del derecho, como la Curia Filípica, la Política de Bobadilla, las “con-
sultas y resoluciones de Paz” y diversas ediciones de leyes recopiladas54. Puede
decirse que García Gilledo era todo un “práctico”, un sujeto sin formación aca-
démica, pero con conocimientos que le permitían mediar entre el saber letrado
y el contexto lego en el que se desempeñaba55.

50 AHPC, Crimen, leg. 7, expte. 15, 1753, f. 273v.


51 Siguiendo la opinión dominante en la tradición del ius commune, la doctrina cas-
tellana aconsejaba no expresar los fundamentos de la decisión en los fallos, habiéndose
llegado a imponer esta pauta como prohibición en el siglo XVIII. Para el derecho indiano,
Levaggi, Abelardo, “La fundamentación de las sentencias” pp. 45-73; en general, Garriga y
Lorente, “El juez y la ley”, 97-113
52 AHPC, Crimen, leg. 7, expte. 15, 1753, ff. 276v.-277v.
53 El mote de tinterillo lo conocemos por los trabajos de Ana Inés Punta, quien recoge
una nota enviada por el gobernador provincial al Tribunal de Cuentas, en 1755, en la que se
quejaba porque los cabildos no le daban noticia sobre los remates de los oficios públicos.
En dicha nota, sobre Córdoba, el gobernador expresaba: “[…] actualmente se proveyó la
Bara de Alguacil Mayor de Córdoba en un sujeto que ademas de su pobreza es tan revolto-
so que teniendo por apellido Gilledo apenas le conocen que por Tinterillo de apodo […]”.
Punta, Córdoba borbónica, p. 244; Punta, “Medio siglo de tensiones”, p. 61.
54 Luque Colombres, Libros de derecho, 21. Con la expresión “consultas y resolucio-
nes de Paz” el testamento hacía referencia a la obra de Juan de Paz, Consultas y resolu-
ciones varias, theologicas, jurídicas, regulares y morales, véase Llamosas, La literatura
jurídica, pp. 308, 415.
55 Sobre la figura de estos prácticos, Luque Colombres, Abogados, p. 19; Bouwsma,
“Lawyers and Early Modern Culture”, pp. 305; Hespanha, La gracia del derecho, 48-49;
Cutter, The Legal Culture, pp. 99-101; Agüero, Castigar y Perdonar, pp. 116-117.

38
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

La intervención de este tipo de sujetos idóneos en el manejo de la litera-


tura jurídica no siempre era directa, como en este caso. Algunos testimonios,
como el de María Garay antes mencionado, nos indican que también solían
actuar en las sombras. En el siguiente punto analizaremos en detalle un caso
en el que concurren algunos indicios para pensar que hay un asesoramiento
oculto detrás de los escritos de las partes. El caso nos permite evidenciar, ade-
más, el uso de dos obras de literatura práctica, una de carácter forense, la otra
de teología moral, que servirían, a su vez, como fuentes para otras referencias
de autoridad, generando así la impresión de un dominio doctrinal mayor al
que probablemente se poseía.

4. La Praxis de Paz y la Suma de Villalobos como fuentes de saber normativo

Los registros analizados en este punto pertenecen a un extenso caso tra-


mitado en los primeros meses de 1746. Un comerciante chileno que hacía la
ruta entre Potosí y Santiago de Chile sufrió un robo de dos mil pesos de plata
durante el paso de su caravana por la jurisdicción de Córdoba. Denunciados
los hechos, tras una breve información, la víctima puso acusación contra dos
de los peones que lo acompañaban en el viaje. A partir de los primeros inte-
rrogatorios, uno de los acusados declaró que el robo había sido acordado con
un campesino de una hacienda local. Interrogado bajo tormentos, el tercer
sospechoso expresó que había participado en el robo por orden de su amo,
don Vicente Moyano, un poderoso vecino de la ciudad, propietario de las tie-
rras donde habían ocurrido los hechos. A partir de este momento, el caso
tuvo la peculiaridad de enfrentar a dos hombres de alto nivel social: Miguel
de Aristegui, comerciante forastero, víctima del robo, y don Vicente Moyano,
miembro de la elite local, acusado por los dichos de Tomás Cruz, su criado.
En ese marco, aun dejando constancia de la ausencia de letrados, las partes
exhibieron alegaciones cargadas de referencias doctrinarias. También hizo lo
propio el protector de naturales, quien asistió a la defensa de Tomás Cruz,
con una estrategia que parecía coordinada para beneficiar al amo de su de-
fendido56.
Las particulares circunstancias de la causa probablemente incidieron en el
inusual despliegue doctrinario que quedó registrado en su tramitación. Ade-
más, es posible que un sujeto del estado eclesiástico contribuyera como asesor
oculto en la redacción de los escritos defensivos de don Vicente y del protec-

56 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746.

39
ALEJANDRO AGÜERO

tor de naturales57. Pero más allá de estas conjeturas, lo que nos interesa ahora
es mostrar la forma en que determinadas obras de la literatura pragmática
eran aprovechadas para proyectar una apariencia de saber jurídico elevado
mediante la utilización implícita de su aparato erudito. Comencemos por un
testimonio que nos permite constatar el escenario completamente lego en el
que se tramita el caso y el valor de las obras prácticas para este contexto. Ante
la complejidad de la causa y la calidad de la partes involucradas, el alcalde
ordinario, en otro giro poco habitual para esta jurisdicción, decidiría remitir
el proceso a un asesor letrado de Buenos Aires, a costa de las partes. Ante esta
medida, entre otras cosas, don Vicente Moyano respondió que no era:

[…] de su culpa el no haber quien entienda la causa, siendo de la obligación de los


escribanos reales tener bien sabidas y estudiadas las practica criminales que están cla-
ramente en su favor principalmente la de Paz, de Herrera, Curia Philica [sic] y Política
de Villadiego58.

Más allá de darnos a entender la responsabilidad que asumían los escri-


banos en la tarea de llevar adelante un procedimiento formal en este tipo de
contextos, el fragmento menciona cuatro obras pertenecientes al género de las
prácticas forenses como referencias esenciales para dicha labor. Ya nos hemos
referido a la Curia de Hevia Bolaños y a la Instrucción Política de Villadiego.
Junto a ellas aparecen dos expresiones relacionadas con la Práctica Criminal
de Fernández de Herrera de Villarroel y con la Praxis ecclesiastica et saecula-
ris de Gonzalo Suárez de Paz. Ambas obras podían localizarse en la biblioteca
jesuítica de la ciudad, aunque la segunda también se hallaba en cuatro biblio-
tecas particulares y en la colección del Convento de Santo Domingo59. Esta ma-
yor presencia y el hecho de que fuera la primera que aparece mencionada, se
condicen con la relevancia que la Praxis de Suárez de Paz parece haber tenido
en este pleito.

57 Se trata de Joseph de Ávila, cura y vicario de la capilla de Sumampa y Río Seco,


en las tierras de don Vicente Moyano. Con autorización al Vicario General, a pedido de
Moyano, Ávila declaró en términos muy favorables sobre la conducta de Moyano. AHPC,
Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, fs. 175r. Joseph de Ávila aparece mencionado como “cura
doctor” en una causa tramitada pocos años después, AHPC, Crimen, leg. 7, expte. 5, 1751
s/f. Sobre el recurso a los eclesiásticos como asesores legales, a veces de manera explícita,
otras de forma solapada (por las restricciones en materia criminal), véase lo que apunta-
mos en Agüero, “Saber jurídico y técnica procesal”, 315, notas 16 y 17; 318, nota 27.
58 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, f. 170v.
59 Llamosas, La literatura jurídica, 408, 412.

40
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Publicada originalmente en Salamanca, en 1583, la Praxis fue una de las


obras más exitosas en toda la historia del derecho procesal castellano, según
Alonso Romero60. Los testimonios del caso que analizamos muestran que se
trataba de un texto bien conocido por quienes frecuentaban el foro de la re-
mota Córdoba del Tucumán a mediados del siglo XVIII. En la etapa plenaria
de este proceso, el capitán Marcos Luján de Medina, protector de naturales
en ejercicio de la defensa de Tomás Cruz, siguiendo una estrategia que bene-
ficiaba también a don Vicente Moyano, atacó de nulidad la ratificación que
Cruz había hecho de su confesión, alegando que, al hacerlo, se encontraba
todavía bajo los dolores del tormento. Citó entonces a Paz y a otros autores
para sostener que:

[…] en la ratificación del cholo [apelativo étnico con el que se refiere a Tomás Cruz] to-
davía le duraba el dolor de los tormentos, porque hasta los ocho días estuvo impedido,
y dice la Práctica de Paz fol. 162 núm. 29 que entonces es nula la ratificación, porque se
presume hecha por miedo al tormento y así lo sienten Cyno y Baldo, y Sifuentes en la
ley 79 del Toro, Simancas en el Título 95, número 71[…]61

Si analizamos el pasaje citado de la obra de Suárez Paz (fol. 162, núm. 29),
en la edición de 1661, veremos que las referencias que el defensor hace a los
grandes comentaristas como Cino de Pistoia y Baldo de Ubaldi, a la Glosa de
Miguel de Cifuentes sobre las Leyes de Toro y a la obra de Diego de Simancas,
están tomadas casi literalmente de aquel fragmento de la Praxis. Consultan-
do la edición de 1661, en el lugar indicado (p. 162, núm. 29) por el protector
de naturales, encontramos el punto referido a la ratificación de la confesión
cuando aun persisten los dolores del tormento. Allí, observa Paz que:

[…] quando dolor tormentorum duraret, praesumeretur ratificatio factam fuisse metu
tormentorum, ut cum Cyno & Bald. resoluit Cifuentes in d. l. 79 Tauri […] & Simancas
in dict. titul. 95, numer. 71.62

Por esta vía, a partir de la Praxis de Paz, el protector de naturales incorpo-


raba citas que posiblemente no tenía a su alcance, trasladando literalmente
las referencias de autoridad que el jurista salamantino hacía en su obra. Pero
veamos un segundo ejemplo que, además, nos sirve para confirmar que la

60 Alonso Romero, Salamanca, escuela de juristas, p. 41


61 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, f. 134r.
62 Suárez de Paz, Praxis ecclesiastica et saecularis, p. 162, núm. 29.

41
ALEJANDRO AGÜERO

estrategia del protector de naturales era convergente con la defensa de don


Vicente Moyano, pues ambos citaron el mismo pasaje de la Praxis para im-
pugnar el acto del tormento por haber estado presente quien, en ese momen-
to, había asumido la defensa de Tomás Cruz, infringiendo el carácter secreto
que debía tener ese acto según las leyes del reino. Así, en otro fragmento de
su alegato, el protector de naturales dijo:

Lo segundo porque a los tormentos del Cholo que fue señalado por Protector Don Ja-
vier [en referencia a Don Javier Ponce de León, quien intervino por ausencia circuns-
tancial de Luján de Medina] tengo noticia que el dicho asistió no solo a verlo juramen-
tar como es de derecho si no también en todo el tormento a verlo confesar, y esto es
contra la ley 3, tit. 30, part. 7 y lo dice Paz fol. 166, núm. 83 y 84[…] 63

Nuevamente, como veremos, en el texto de Paz encontramos la misma re-


ferencia a la ley 3, título 30 de la de la Partida Séptima, relativa al modo de
ejecutar el tormento. Pero antes, veamos cómo se refiere Moyano, ejerciendo
su propia defensa, a este mismo punto:

[…] y dice la práctica // de Paz fol 166. nº 84 que consta de la ley, 3. tít. 30 part. 7 que
no debe asistir a tormento otro que el juez escribano reo y ejecutor y lo notan Gregorio
López y Simancas […] 64

En este caso, el escrito de Moyano reconoce que está citando la ley de las
Partidas a partir de la obra de Paz, pero añade como propias otras referencias
de autoridad, Gregorio López y Simancas, que están igualmente tomadas del
referido pasaje de la Praxis. Veamos cómo se expresa en este punto el jurista
salamantino, en la pág. 166, números 83 y 84:

83 […] nec permittere debet iudex, procuratorem vel advocatum / 84 / rei, aut alias
personas praesentes esse: nam licet apud alias nationes publice delinquentes tor-
queantur: tamen in hisce regnis in loco secreto torqueri debent, nec quispiam praesens
debet esse, nisi iudex, tabellio, & tortor, ut probatur in l. 3 titulo 30, part. 7 & ibi notat
Gregorius Lup. verbo, Non otro. & Simancas […]65

La apropiación de las referencias de autoridad no solo se advierte en la


coincidencia de los nombres, sino también en la expresión usada para in-

63 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, f. 134r.


64 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, 140v-141r.
65 Suárez de Paz, Praxis ecclesiastica et saecularis, p. 166, núm. 83 y 84.

42
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

troducirlas: “y lo notan”, dice el escrito de Moyano donde Suárez de Paz es-


cribe “& ibi notat”. En otras ocasiones el uso de referencias tomadas de esta
misma obra no responde a una transcripción tan literal, sino que se expresa
mediante una secuencia de nombres seguidos que, en la Praxis, aparecen dis-
tribuidos a lo largo de todo un párrafo. Así, Moyano agrega en su alegato una
objeción al modo de interrogar al reo, afirmando:

[…] y dize la Practica de Paz fol. 147 nº 12 y 13 que entonces pregunta el juez rectamen-
te y con derecho cuando se le leen al reo los indicios y probanzas que ay contra el y de
este sentir es Santo Thomas, Cayetano, Soto, Navarro, Gregorio López, en la ley 4 tit.
29 part. 7. de la Glosa magna […]66

Remitimos al lector, por evitar extendernos demasiado con este tipo de


ejemplos, a la lectura de los párrafos 12 y 13, página 147, de la Praxis de Suá-
rez de Paz, edición citada, para que compruebe cómo los nombres que nues-
tro litigante reunió en una línea, Santo Tomás, Cayetano, Soto, Navarro y
Gregorio López, aparecen distribuidos a lo largo del argumento desarrollado
por el jurista en dichos puntos, relativos a la correcta forma de interrogar al
reo. Desde luego que, además de este uso autoritativo para los litigantes, la
Praxis de Paz también ofrecía una fuente de formularios y modelos que los
escribanos parecían seguir en las formalidades más rigurosas del proceso. Un
claro ejemplo de ello se puede apreciar en la relación textual que se advierte
entre el acta de la tortura sufrida por Tomás Cruz, el 28 de marzo de 1746, y el
modelo de “ejecución de la sentencia del tormento” que proporciona Suárez
de Paz en su Praxis.67
Tanto el protector de naturales como don Vicente Moyano apoyan tam-
bién algunos argumentos en la “práctica de Herrera”, demostrando un ma-
nejo preciso de la conocida Práctica Criminal de Jerónimo Fernández de
Herrera Villarroel, una auténtica guía del procedimiento criminal publicada
en Madrid, en 1672, con diversas ediciones en los siglos XVII y XVIII68. No
obstante, por su estilo eminentemente práctico, las modestas referencias de

66 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, f. 137r.


67 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, ff.123r-125r; Suárez de Paz, Praxis ecclesias-
tica et saecularis, pp. 166-167.
68 Ejemplos de citas a la “práctica de Herrera”, en el caso que analizamos, en AHPC,
Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, ff. 115r, 120r, 136v, 140v, 141r, la ya mencionada referencia
en f. 170r. Un ejemplar de la obra podía localizarse en la biblioteca jesuítica, Llamosas, La
literatura jurídica, p. 408.

43
ALEJANDRO AGÜERO

autoridad que aparecen en esta obra -más vinculadas a las leyes del reino que
a la opinión de los doctores- no permiten un juego de apropiación de citas
como el observado con la Praxis de Suárez de Paz. Un segundo ejemplo de
utilización de este tipo lo hemos encontrado, sin embargo, en un libro que
formaba parte de la literatura pragmática relativa a la teología moral, un ge-
nero que eclosionó en el siglo XVI y que trascendió, como sabemos, los pro-
blemas del fuero interno para convertirse en un canal de saber normativo con
incidencia el ejercicio práctico de la justicia69.
En el caso que venimos analizado aquí, aparecen varias referencias a la
Suma de Teología Moral y Canónica del franciscano Enrique Villalobos,
publicada en dos volúmenes, con varias ediciones a lo largo del siglo XVII.
La obra se encontraba en Córdoba, para el período que nos interesa, en seis
bibliotecas particulares y también en la del Convento de San Francisco70. Al
igual que ocurría con la Praxis de Suárez de Paz, se trata de una autoridad
citada tanto por el protector de naturales, en defensa de Tomas Cruz, como
por don Vicente Moyano, ejerciendo su propia defensa. Las citas son precisas
y atañen a distintos aspectos, especialmente relacionados con el valor de la
prueba testimonial y con el juramento del reo durante la confesión judicial71.
Veamos solo dos ejemplos en los que se reproduce la dinámica de apropiación
de referencias de autoridad ya advertida en el uso de la Praxis de Paz.
En uno de sus escritos, don Vicente Moyano intentó justificar la informa-
ción que había realizado para demostrar que no estaba en su estancia el día
del crimen, respondiendo a la impugnación del querellante sobre la calidad
de los testigos de dicha información, todos vinculados a la casa del acusado.
En esa réplica, Moyano sostuvo que los testigos que presentó, aun cuando
fueran sus “familiares” debían ser aceptados:

[…] como testigos aptos en esta causa, como delito clandestino, para defensa del reo,
como expresamente lo dice el Padre Villalobos, fol. 267, nº13 y Antonio Gómez, en el
argumento del texto en la ley literas de presumcion. y otros con Julio Claro, en ellas un
solo testigo, idóneo, con otro, menos idóneo hace plena probanza porque la idoneidad,

69 Sobre este género como expresión de saber normativo, Duve, “Pragmatic Norma-
tive Literature” pp. 16-20.
70 Llamosas, La literatura jurídica, p. 434.
71 Así, por ejemplo, en el escrito de apelación a la sentencia de tormento, presentado
por el protector de naturales, el 3 de marzo de 1746, AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746,
f. 122r y en el alegato de Moyano tras la publicación de pruebas, fechado en 19 de abril de
1746, AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, f. 140v.

44
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

del uno suple la falta del otro como expresamente lo siente con Baldo, Villalobos, nº 14
y lo infieren de la ley si quis ex arjentariis §1º ff de addendo […] 72

La cita que hace Moyano en este pasaje al “Padre Villalobos”, remite al fol.
267 de la segunda parte de su Suma de Teología Moral, dentro del Tratado
XVII, “Del testigo”. Hemos podido comprobar que la paginación citada coin-
cide, en este caso, con en la edición de 1682. Allí, en los párrafos 13 y 14, el
teólogo franciscano afirma:

13. Hase de advertir, que todos los que no pueden testificar, salvo el que perdió el seso,
deben ser admitidos, cuando se presenta para defensa, según la común, que refiere
Antonio Gómez (m), y lo prueba el derecho, lo cual entiende Claro […] 14. Lo segundo
se advierte, que si un testigo es fidedignísimo, y muy aprobado, aunque el otro sea in-
hábil, y menos idóneo, hacen plena probanza, porque lo que falta a uno, suple el otro,
como dice Baldo (n), por una ley.73

Como se puede apreciar, el texto de Villalobos ya contiene las referencias a


Antonio Gómez, Julio Claro y Baldo. Y en las notas marginales, identificadas
con la letra “m” y “n”, se detallan las especificaciones que nuestro litigante pa-
rece citar de manera independiente. Así, en la primera nota, además de remi-
tir al lugar preciso de la obra de Antonio Gómez, Villalobos añade la siguiente
referencia: “arg. text., in l. literas, de praesumpt.”, lo que en el escrito de Mo-
yano se transcribe como “en el argumento del texto en la ley literas de pre-
sumcion”. En la forma moderna de citar, con esta expresión se está aludiendo
al canon contenido en el cap. XIV, del libro 2, título XXIII de las Decretales74.
Incluso, en la misma nota marginal se añade “cum alijs Clar.”, lo que en el
texto forense aparece trasliterado como “y otros con Julio Claro”. Por otra
parte, en el registro documental también parece que se estuviera citando de
manera independiente lo que Baldo y Villalobos infieren de la “ley si quis ex
arjentariis §1º ff de addendo”. En rigor, esa cita la hace Villalobos en la nota
marginal “n”: “Bal. in l. Siquis, ex argentarijs, § 1, ff. de adendo” y con ella se
está refiriendo al comentario de Baldo sobre proemio de Ulpiano contenido
en Digesto, 2, 13 (De edendo), pár. 6, según la nomenclatura moderna75.

72 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, f. 139v.


73 Villalobos, Suma de la Teología Moral, p. 267, núm. 13 y 14. Hemos enfatizado en
cursiva las referencias de autoridad que aparecen mencionadas en el escrito judicial antes
citado.
74 X, 2, 23, 14, Corpus Iuris Canonici, v. 2, Col. 357
75 Digesto, 2, 13, 6, disponible en https://droitromain.univ-grenoble-alpes.fr/
Corpus/d-02.htm#13.

45
ALEJANDRO AGÜERO

Un último ejemplo nos sirve para ilustrar cómo se articulaban una serie
de referencias de autoridad, desde los textos bíblicos hasta las obras prác-
ticas, pasando por la Suma de Santo Tomás, a la hora de abordar un tópico
central en materia procesal como el de la calidad de las pruebas para conde-
nar. A este respecto, leemos en el mismo alegato defensivo de don Vicente
Moyano que:

[…] en las causas criminales deben ser las probanzas, contra el Reo, mas claras que la
luz; consta de la ley sciant cuncti c. de Testibus; ni basta solo un testigo, aunque sea
mayor de toda excepción, y no embustero vario, y vil, para condenar al reo, consta del
Deuteronomio cap. 17 y 19 ( séame licito alegar así en defensa de mi derecho) y del cap.
18 de San Matheo, consta también del derecho en el cap. Quod vero 2 q. 4 y del cap.
in omni negocio, de testib., esta y esto es de derecho natural, porque si el reo, como
yo, dice que no ha cometido el delito (es docta ilación de Villalobos, con Bañes) y un
testigo dice que si, son balanzas iguales y precisamente, se ha de favorecer al reo, que
está en posesión de su derecho […]76

Como se puede ver, la cita a Villalobos es apenas tangencial, sin precisión


de página, introducida mediante un giro retórico (“es docta ilación de Vi-
llalobos, con Bañes”). Sin embargo, si miramos en la Suma, encontraremos
todas las referencias que nuestro pleiteante hace a los textos bíblicos, a los
pasajes del Derecho Romano y del Derecho Canónico, así como la mención
al teólogo dominico, Domingo Bañes, y algunas otras más, esparcidas a lo
largo de un fragmento, con sus respectivas notas marginales, ubicado en
la página 263 de la edición citada, como se puede apreciar en la siguiente
transcripción77:

76 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, 143r. Hemos enfatizado en cursiva las refe-
rencias que estarían tomadas de la Suma de Villalobos.
77 Villalobos, Suma de la Teología Moral, II, Tratado XVII “De la justicia del testigo”,
p. 263. La ortografía ha sido actualizada en la transcripción.

46
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

c) l. sicant cuncti, C. de 1. Primera conclusión. En las causas criminales han de ser las
testib. & c. sciät probanzas más claras que la luz, como dice el derecho (c) y han-
cuncti, 2, se de ponderar aquellas palabras: Sciant cuncti, que tiene gran
q. 8 énfasis. Más hase de advertir, que el decir, que han de ser mas
claras que la luz, es manera de hablar hiperbólica por vía de en-
carecimiento que en las probanzas de testigos no hay más que
certidumbre probable, como dice S. Tomás (d) y no evidencia.
d) D. Th. 2-2 q. 70 ar. 2 2. Segunda conclusión. No basta solo un testigo para condenar
al reo, como consta del Deuteronomio (e) y en S. Mateo, se
e) Deut. 17 & 19. Mat. dice: In ore duoroum, vel trium stet omne verbum. Y consta
18 c. quod vero, 2 q. 4 del derecho, y es porque un testigo fácilmente se podriá co-
c. in omni negotio de rromper, aunque algunas veces se corrompen dos, y tres […] Y
testi & alijs iur. dice Bañes, que el no bastar un testigo, es de derecho natural
porque si el reo dice que no cometió el delito y un testigo dice
que sí, son balanzas iguales, y hase de favorecer al reo que está
en posesión de sus bienes.

El escrito forense genera así la impresión de un saber normativo erudi-


to, tomando de Villalobos todas esas referencias, incluida la metáfora de las
“balanzas iguales” que el franciscano atribuye al derecho natural, siguiendo
a Bañes78, así como la interpretación muy difundida por la teología moral de
la época que relacionaba el deber de favorecer al reo, en caso de duda, con el
principio relativo a la mejor condición del poseedor79.
Un indicio más, por si fuera necesario, nos permite confirmar que el frag-
mento del escrito judicial está realizado sobre la lectura del citado pasaje de la
Suma de Villalobos. Siguiendo al teólogo, el redactor del escrito forense cita
la ley Sciant Cuncti como si estuviera ubicada en el título “de Testibus” del
Codex (“la ley sciant cuncti c. de Testibus”), cuando, en rigor, dicha norma se
ubicaba en el título anterior, “de Probationibus”80. En la nota marginal iden-

78 Villalobos parece referirse implícitamente a este pasaje de Bañes: “In causis gravi-
bus quando agitur de condemnatione alicuius: iure naturae requititur binarius testium”,
Bañes, Decisiones de Iure & Iustitia, Quaestio LXX, Art. II, Tertia Conclusio, fol. 245.
79 El principio tenía base textual en un pasaje del Diegsto (50, 17, 128). Sobre su
importancia durante los debates teológicos del probabilismo, Tutino, Uncertainty in Post-
Reformation, 63-76; 87-126
80 En la nomenclatura moderna, la ubicación correcta sería Codex, libro 4, título 19,
ley 25, “Sciant cuncti accusatores eam se rem deferre debere in publicam notionem, quae
munita sit testibus idoneis vel instructa apertissimis documentis vel indiciis ad probatio-
nem indubitatis et luce clarioribus expedita”.

47
ALEJANDRO AGÜERO

tificada con la letra “c”, Villalobos cita la referida ley, tanto en versión romana
(con el mismo error de ubicación) como canónica, mediante la siguiente nota-
ción: “l. sicant cuncti, C. de testib. & c. sciät cuncti, 2, q. 8”. Recordemos que
la misma norma se hallaba tanto en el Codex como en el Decreto de Graciano
(Parte II, Causa II, cuestión 8, c. 2).
Más allá del traslado del error, que evidencia la relación intertextual entre
la obra de Villalobos y el escrito forense, es significativa la secuencia de refe-
rencias de autoridad que se articulan en ambos fragmentos. Además de las ya
señaladas, comparecen también, en la nota marginal “d” otras citas al dere-
cho canónico, en la expresión “ca. Quod Vero, 2, q. 4 & cap. in omni negotio,
de testib.”, con la que se remitía al Decreto (Parte II, Causa II, Questio 4 Quod
vero) y a las Decretales (Lib. II, tit. XX, de testibus et atestationes, Cap. IV,
In omni negotio), junto con las citas bíblicas (Deuteronomio y San Mateo)
para afirmar la necesidad de probar mediante dos testigos. Igualmente, la
nota marginal “e”, explica la referencia a la Suma Teológica de Santo Tomás
(2-2, q.70, art. 2), completando así el cuadro de autoridades aprovechadas
por nuestro litigante.
No podemos saber si quien escribió el alegato de don Vicente Moyano
comprendía las remisiones que Villalobos hacía con aquellas formas abre-
viadas que aparecen en las notas marginales. En cualquier caso, parece claro
que buscaba un efecto de aparente erudición que tendría sus consecuencias
prácticas. Por una parte, el apoderado del comerciante, víctima del robo, ha-
bía manifestado su malestar por aquellas expresiones de saber aparente, se-
ñalando que Moyano alegaba

[…] leyes, citas, autores, capítulos y parágrafos, pretendiendo en el perturbar la clari-


dad y fuerza de mi alegato y obligándome e introduciéndome a Asesoría cuando esta
ciudad carece de abogados de profesión y si ay algunos no serán de los que puedan sitar
leyes, por no ser públicamente aprobados […]81

La frase refleja la perplejidad que podía generar, en un ambiente lego,


aquel inusual despliegue de referencias doctrinarias. También el vecino que
ejercía como alcalde ordinario pudo verse intimidado por esas exageradas
manifestaciones de saber, pues, considerando “la entidad y gravedad de la
causa y no haber en esta ciudad abogado de profesión para su determinación
[…]”, decidió remitir el proceso a un letrado de Buenos Aires, con costas para

81 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, f. 214r.

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TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

las partes, como lo hemos adelantado al comienzo de nuestro análisis82. Esta


medida, también inusual para la mayoría de los casos cotidianamente trami-
tados en este foro, implicó, junto con otras dilaciones, una demora perjudicial
para el querellante forastero, obligado a continuar con su viaje a Chile. El
dictamen del letrado resultó favorable a la defensa de don Vicente, dando un
argumento determinante para su absolución por parte de la autoridad local83.
El caso continuaría con otras diligencias, pero eso es asunto que queda fuera
de los intereses de este trabajo.

5. Reflexiones finales

En el trabajo que hemos recordado al comienzo de estas páginas, Víctor


Tau destacó el papel de la doctrina como “depósito de saber jurídico” al que
la jurisprudencia casuista acudía para fundar sus decisiones. En su análisis,
consideró inadecuado “buscar una rigurosa separación y jerarquización en-
tre las distintas fuentes en un Derecho de textura casuista, como lo era el
castellano-indiano”. Cuando Tau escribía estas palabras, dominaba todavía
la imagen de un derecho indiano de base eminentemente legal. Sin embargo,
sus reflexiones iban más allá de cuestionar la supuesta tensión entre ley y
doctrina; sugerían también el carácter inescindible de las diferentes fuentes
de “saber jurídico” evidenciando así la alteridad de aquella experiencia. Nue-
vos enfoques vendrían a constatar estos planteamientos. Tau no hablaba de
“intertextualidad diacrónica”, pero su intuición se acercaba a dicho concepto
cuando intentaba explicar el funcionamiento de la doctrina:

La manera de operar de esta fuente del Derecho pertenece a una técnica difícil de com-
prender para nosotros, pues se ha perdido la tradición, transmitida generacionalmente
de jurista a jurista, de la misma manera que se pierden los secretos artesanales. Su
reconstrucción puede hacerse pacientemente, sobre las huellas dejadas, con una labo-
riosa interpretación84.

El análisis de Víctor Tau se enfocaba sobre el mundo de los juristas. A

82 AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, f. 168r. Véase la respuesta a esta resolución,
que hemos transcripto más arriba, en texto vinculado a nota 58. El trámite completo, en
AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, ff. 171v-172r.
83 El dictamen del asesor, en AHPC, Crimen, leg. 5, expte. 5, 1746, ff. 176r-177r; la
sentencia del alcalde ordinario en ff. 177r-179r.
84 Tau Anzoátegui, “La doctrina de los autores”; p. 359.

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ALEJANDRO AGÜERO

través de estudios historiográficos y otras fuentes, consideró el papel de la


doctrina en la “actividad de abogados y jueces”. Con la prudencia que carac-
terizaba su prosa, se animó a señalar cuatro obras generales que habrían te-
nido una destacada y prolongada presencia en el mundo indiano: la Política
de Solórzano Pereira, la Política para Corregidores de Castillo de Bobadilla,
la Curia Philippica Hevia Bolaños y las glosas de Gregorio López a las Siete
Partidas85.
Tomando estas enseñanzas como punto de partida y apoyándonos en es-
tudios posteriores, hemos procurado analizar el papel de la literatura jurídica
como vehículo de saber normativo en un contexto carente de abogados. He-
mos analizados testimonios de una jurisdicción periférica, registros de una
justicia criminal de primera instancia ejercida por alcaldes capitulares, veci-
nos de la ciudad sin formación académica, al igual que los defensores y fisca-
les designados para cada caso. Estos testimonios nos han permitido observar
de qué manera la función de la doctrina desbordaba la esfera del estamento
letrado y se convertía en un canal de comunicación de saberes que llegaba a
los distritos más remotos del imperio.
Sabemos que la circulación de libros tuvo un papel clave en el proceso de
imposición y reproducción de la cultura jurídica castellana en el horizonte
colonial. Los testimonios relativos al uso forense de la literatura pragmáti-
ca, bajos las condiciones contextuales señaladas, ofrecen una prueba más de
dicha relevancia, junto con los estudios sobre embarques, tráfico y adquisi-
ción de libros, así como los que han analizado la composición de bibliotecas
particulares o corporativas. En nuestro caso, hemos constatado que buena
parte de las obras que aparecían eventualmente citadas en los pleitos con-
servados en el archivo de Córdoba podían localizarse en bibliotecas de la
ciudad. Algunas de estas obras servían, a su vez, de fuente para la apropia-
ción de otras referencias eruditas que no necesariamente estaban al alcance
de las partes.
Debido al característico estilo de las sentencias de la época, escueto y
carente de fundamentación normativa, no es posible establecer una rela-
ción directa entre obras doctrinarias y decisiones judiciales. El uso forense
debe rastrearse entonces en los escritos de las partes, aquellos que contie-
nen peticiones fundadas o alegaciones de derecho, donde las referencias
doctrinarias se invocan para respaldar la fuerza retórica de los argumentos.
En este sentido, hemos visto diferentes formas de implementar este recurso

85 Tau Anzoátegui, “La doctrina de los autores”, p. 401.

50
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

discursivo. En ocasiones, solo se menciona el nombre del autor o la obra;


en otras, se ofrecen especificaciones sobre la ubicación del pasaje citado,
incluyéndose a veces transcripciones literales de un fragmento. Por último,
hemos visto también cómo se aprovechaba el aparato erudito de algunas
obras para incorporar referencias aparentemente independientes, buscan-
do generar así un mayor efecto persuasivo. Aunque no podemos medir ese
efeto en las sentencias, sí podemos intuirlo con relación a algunas decisio-
nes inusuales, como la de aceptar una recusación de manera extemporánea,
o la de enviar la causa a una ciudad distante a más de 700 km para que fuera
dictaminada por un abogado.
De las cuatro grandes obras que mencionaba Tau, nos hemos referido al
uso de dos de ellas: la Curia Filípica y las glosas de Gregorio López a las Sie-
te Partidas. En nuestra muestra de procesos criminales hemos encontrado
también referencias a la célebre Política de Bobadilla que han quedado al
margen de este estudio86. Junto a ellas, nos hemos detenido en algunas men-
ciones a las Variae Resolutiones de Antonio Gómez y a la Práctica Criminal
de Fernández de Herrera. Hemos podido comprobar un uso preciso, salvando
algún malentendido, de la Instrucción Política de Villadiego. Por último, por
el efecto multiplicador de sus referencias eruditas, dos obras parecen haber
tenido un lugar destacado dentro de la literatura pragmática a la que recu-
rrían los prácticos de esta jurisdicción de frontera: la Praxis ecclesiastica et
saecularis de Suárez de Paz y la Suma de la Teología Moral de Enrique de
Villalobos. A través de los documentos judiciales, hemos podido observar una
dinámica de “apropiación creativa” de la literatura pragmática que trascendía
el mundo de la respublica iurisconsultorum87, que exhibe el vínculo entre el
texto libresco y el registro documental, entre el mundo del saber letrado y la
práctica lega de la justicia en la periferia imperial.

86 AHPC, Crimen, leg. 19, expte. 12, 1765 y leg. 19, expte. 16, 1765. Véase Danwerth,
“Política para Corregidores”, pp. 144-148.
87 Sobre la noción de “apropiación creativa” en el marco de la respublica iurisconsul-
torum, Beck Varela, “The Diffusion of Law Books”, 201-210.

51
ALEJANDRO AGÜERO

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Crimen, legajo, 4, expediente, 27, 1736
Crimen, legajo, 5, expediente, 3, 1746
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Crimen, legajo, 7, expediente, 15, 1753
Crimen, legajo, 7, expediente, 5, 1751
Crimen, legajo, 19, expediente, 12, 1765
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in the Atlantic World c. 1500-c. 1850. Essays in honor of Horst Pietschmann,
Colonia, Weimar, Viena, Böhlau Verlag, 2005, pp. 83-96.
Tau Anzoátegui, Víctor, El jurista en el Nuevo Mundo. Pensamiento. Doctrina.
Mentalidad, Frankfurt am Main, Max Planck Institute for European Legal
History, 2016.
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del XV Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano.
Córdoba (España), Diputación de Córdoba – Universidad de Córdoba, 2005,
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vincial y local”, en José de la Puente Brunke y Jorge Armando Guevara Gil
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Tau Anzoátegui, Víctor y Agüero, Alejandro, El Derecho local en la periferia de
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Probabilism, Oxford, Oxford University Press, 2017.
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titutions in Nineteenth-Century Latin America, Londres, Institute of Latin
American Studies, 1999, pp. 25-48.

56
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Velasco Pedraza, Julián Andrei, Justicia para los vasallos. La configuración de


la administración de justicia en la Villa de San Gil (Nuevo Reino de Grana-
da), 1689-1795. Tesis para optar por el grado de Maestro en Historia, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 2015.

57
LA HISTORIA DEL DERECHO EN LAS AULAS
DE LA FACULTAD DE DERECHO
DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA

Marcela Aspell
Universidad Nacional de Córdoba-CONICET

Ramón Pedro Yanzi Ferreira


Universidad Nacional de Córdoba

Sumario: 1. El inicio de los estudios histórico jurídicos; 2. Ponciano Vivanco; 3.


Juan Carlos Pitt; 4. Tomás Miguel Argañaráz; 5. Hipólito Montagné; 6. Roberto
Ahumada; 7. Donato Latella Frías; 8. Ricardo José Nicasio Smith; 9. Roberto Ig-
nacio Peña; 10. Alfredo Velázquez Martínez; 11. Los Programas para la enseñanza
de la Historia del Derecho Argentino.

1. El inicio de los estudios histórico jurídicos

Muy vinculados a la labor de las cátedras universitarias de enseñanza del


Derecho, cuya Facultad de Jurisprudencia comenzó a impartir sus clases en la
tarde del 22 de agosto de 1791, en una Universidad que desde el alba del Siglo
XVII enseñaba Derecho, se desarrollaron entonces en Córdoba las primeras
líneas locales del cultivo de la Historia del Derecho.
La incorporación de la disciplina en las Carreras de Abogacía de las Univer-
sidades de todo el mundo, es hoy una realidad que no admite género de duda
alguna.
Multitud de autores y entre ellos, Abelardo Levaggi, han demostrado la im-
periosa necesidad del estudio histórico del Derecho “... para conocer y aplicar
el derecho actual, para prever los cambios futuros, para saber, en definitiva,
que es el derecho”1
A comienzos de los años 2000 Bartolomé Clavero afirmaba:

Sin historia no hay ciencia del derecho. Sin derecho no hay conciencia de la historio-
grafía. Vaya también, si se me admite una propina de metodología. Seamos utilitaris-

1 Abelardo Levaggi: Manual de Historia del Derecho Argentino. Hay varias edicio-
nes.

59
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

tas. Hay que aprender a leer la deficiencia e incluso la carencia de fuentes e interpretar
los silencios.2

En nuestra Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, la


materia se enseña desde 1895, perfilando los alcances de una estrategia discipli-
nar que investiga el pasado para desentrañar como ha sido el sistema jurídico
de los tiempos pretéritos, no para abordar su exégesis, sino para conocer los
mecanismos de su andadura, su adaptación a las pautas sociales, su evolución y
su grado de certeza y eficiencia en la resolución de conflictos y ello no por pura
apetencia intelectual, sino como parte sustancial de la Ciencia Jurídica que aspi-
ra a la formulación de un derecho más justo.
En nuestra Córdoba, la incorporación de nuevas disciplinas, superando el
criterio exegético dominante, evolucionando hacia el modelo de las ciencias
sociales, abrió nuevos y fértiles campos para el cultivo de las disciplinas jurí-
dicas.3

2 Bartolomé Clavero: Guaca Constitucional. La historia como yacimiento del dere-


cho. En Istor Revista de Historia Internacional. México Año IV. Numero XVI. Historia y
derecho, historia del derecho pág. 194.
3 El tema fue inicialmente estudiado por Marcela Aspell y Ramón Pedro Yanzi Ferrei-
ra en: “Los Estudios de Historia del Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba”.
Editorial El Copista. Córdoba, 1994.Tambien en Ramón Pedro Yanzi Ferreira: “Importan-
cia de los Estudios de Historia del Derecho en la conformación de la planificación curri-
cular de la Carrera de Abogacía. El caso de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
de la Universidad Nacional de Córdoba”. En Actas del IV Encuentro de la Asociación
Argentina de Profesores e Investigadores de Historia del Derecho. Rosario, 2013.Idem “El
Cultivo de la Historia del Derecho en la Cátedra Universitaria entre tres Siglos. El Caso
de la Universidad de Córdoba”. En Actas del V Encuentro de la Asociación Argentina
de Profesores e Investigadores de Historia del Derecho. Buenos Aires, 2015. Ídem: “La
Reforma de 1918 en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de
Córdoba. Su impacto y proyección en los Planes de Estudio con especial detenimiento
en la Enseñanza de la Historia del Derecho.” En Actas del VII Encuentro Nacional de
Profesores e Investigadores de Historia del Derecho. Ídem: “La Historia del Derecho ante
el proceso de acreditación de la Carrera de Abogacía de la Facultad de Derecho de la
Universidad Nacional de Córdoba”. En Actas del VIII Encuentro Nacional de Profesores e
Investigadores de Historia del Derecho. Ídem: “La Enseñanza de la Historia del Derecho
en Córdoba (1894-1985)”. Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.
Instituto de Historia del Derecho y de las Ideas Políticas. Cuadernos de Historia Tomo
III. Córdoba, 1993. Ídem: “Un Siglo de Historia del Derecho en la Universidad Nacio-
nal de Córdoba”. En Revista de Estudios Histórico-Jurídicos XVII (1994-1995). Ediciones
Universitarias de Valparaíso. Universidad Católica de Valparaíso. Valparaíso, Chile. Ídem:

60
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

De este modo, el 7 de junio de 1894, el senador Felipe Yofre se dirigía


al señor Rector de la Universidad Nacional de Córdoba, a la sazón Telasco
Castellanos, informándole que, en la sesión del Senado del día de la fecha,
por moción del suscripto, y tras la lectura del despacho de comisión, que él
mismo había elaborado se había: “...considerado y sancionado el decreto del
Poder Ejecutivo creando en esta Universidad la cátedra de Historia del De-
recho y Filosofía que ustedes tanto me recomendaron...”.
Fue así como el Plan de Estudios de la Facultad de Derecho y Ciencias So-
ciales de la Universidad Nacional de Córdoba, que el Consejo Superior aprobó
en la sesión académica del 15 de noviembre de 1895, incluyó por primera vez
en los planes de estudio, la materia Revista de la Historia, antecedente de los
estudios de Historia Jurídica, disciplina que ingresaba a la planificación uni-
versitaria junto a Introducción al Estudio del Derecho, Filosofía y Literatura
General.4
Meses más tarde este plan volvió a ser reformado. El 29 de abril de 1896 el
Consejo de la Facultad introdujo nuevas materias que modificaban la distri-
bución de las disciplinas. No obstante, ello “Revista de la Historia” continua-
ba dictándose en primer año, donde la integración de las asignaturas no había
sido alterada en modo alguno.
En la sesión del Consejo Superior de la Universidad, celebrada el 17 de
junio de 1896, dicho Plan fue aprobado con todas las modificaciones propues-
tas por la Facultad de Derecho. El 30 de mayo de 1894 la Facultad enviaba al
Rectorado de la Universidad las respectivas ternas para la designación de los
titulares en las materias de Filosofía y Revista de la Historia.
En lo relativo a esta última, la terna estaba integrada por los Profesores
Ponciano Vivanco, Nicolas Garzón Maceda y Demetrio B. Pereyra.
Dieciocho días más tarde, la Universidad elegía como Catedrático a aque-
llos profesores cuyos nombres encabezaban las ternas. En “Revista de la His-
toria”, la designación recayó entonces sobre Ponciano Vivanco.

“Cinco Juristas Destacados en la renovación del Plan de Estudios de 1907 en la Facultad


de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba” Anuario XIV.
Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales de la Facultad de Derecho y Ciencias Socia-
les de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2013.
4 Todo el material documental que aquí se cita proviene del Archivo Histórico de la
Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba “Victorino Rodriguez” creado
en el primer Decanato del Doctor Ramón Pedro Yanzi Ferreira.

61
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

2. Ponciano Vivanco

Ponciano Vivanco nació el 9 de agosto de 1865 en la ciudad de Bell Ville,


Provincia de Córdoba. Realizó sus primeros estudios en la ciudad de Córdoba,
egresando con el título de Bachiller del Colegio Nacional de Monserrat, más
tarde habiendo ingresado previamente a la Facultad de Derecho de la Univer-
sidad Nacional de Córdoba, obtiene a los veintiún años de edad su graduación
como Abogado.
Fue Diputado Provincial, Ministro de Hacienda y de Gobierno, en cuyos
cargos realizó una extensa labor, organizó las finanzas e introdujo una serie
de reformas en la enseñanza de las escuelas, implantando el trabajo manual.
Fue Diputado Nacional durante varios períodos a partir de 1896; ocupó du-
rante varios años la presidencia de la Comisión de Presupuestos.
En el año 1901 fue llevado al Consejo Nacional de Educación como vocal,
luego ocupó la presidencia del Cuerpo por fallecimiento del doctor José María
Gutiérrez. Fue fundador de las primeras escuelas nacionales en las Provin-
cias. En su obra se destaca la creación de 1.586 escuelas nacionales, erigidas
en el período de los años 1904 a 1906, la fundación de numerosas bibliotecas
populares, la construcción de estadios y centros de educación física, la im-
plantación en la Provincia de las Escuelas Láinez, (Ley del 30 de septiem-
bre de 1905), etc. Siendo el Presidente del Consejo Nacional de Educación,
dispuso que fuera izada diariamente y durante todo el periodo escolar en el
frente de los edificios donde funcionaba una escuela, la bandera de la Patria
“para advertir al pueblo que allí se realizaba la trascendental tarea de la
educación”
Impuso el sistema de los concursos universitarios, como un medio de es-
timular la labor de los profesionales hacia su perfeccionamiento. Participó
activamente en la fundación de la Escuela de Archivistas y Bibliotecarios, etc.
Asimismo, formó parte del círculo de los hombres más ilustres y califica-
dos que rodearon al General Roca, distinguiéndose por su capacidad y acción
de hombre público y llegó hasta ser considerado como un ministro sin carte-
ra en los gobiernos presidenciales del General Roca, del Doctor José Evaristo
Uriburu y del Doctor Manuel Quintana.
Fue Profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universi-
dad Nacional de Córdoba en las cátedras de: Derecho Civil, Economía Política
y Revista de la Historia, siendo el primer profesor universitario de Revista de
la Historia en 1895, presentando su renuncia el 18 de mayo de 1897.

62
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Ponciano Vivanco se convirtió entonces en el primer profesor de Revista


de la Historia. Ejerció la titularidad de la Cátedra en estos primeros años
con frecuentes interrupciones. En el uso de las licencias que la Facultad, a su
solicitud le acordó, el 1 de mayo de 1896 fue reemplazado brevemente por el
Doctor Juan Carlos Pitt, a quien se le encargó la Catedra el 6 de junio de 1896.
El 7 de diciembre de ese mismo año retornó el Doctor Ponciano Vivanco a
sus tareas de Titular de Cátedra, pero otros compromisos lo llevaron nueva-
mente a abandonar la Catedra de “Revista de la Historia” y el propio territo-
rio de la Provincia.
El 30 de abril de 1897 era nuevamente encargado de la Cátedra el Doctor
Juan Carlos Pitt. De estas alternativas, informaba el Ministro de Instrucción
Pública estar impuesto, el 8 de mayo de 1897.
Finalmente, el Doctor Vivanco se alejó definitivamente de la Facultad. Su
renuncia fue presentada y elevada por la Facultad de Derecho al Rectorado el
18 de mayo de 1897.
El Doctor Ponciano Vivanco no dejó producción bibliográfica atinente a la
disciplina. Falleció el 11 de enero de 1929.
El 8 de julio de 1897 el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública comu-
nicaba haber designado en reemplazo del dimitente al Doctor Juan Carlos
Pitt.
La terna, enviada entonces por el Decano, Doctor Roque Funes el 16 de
junio de 1898 al Rectorado de la Universidad estaba encabezada por el nom-
bre del Doctor Pitt. La integraban asimismo los Doctores Benjamín Otero Ca-
pdevila y Félix J. Molina. El orden de prelación fue explicado entonces por
el Decano, Doctor Funes argumentando: “El Doctor Pitt figura en primera
línea en virtud del derecho que el acuerda el artículo 73 de los Estatutos Uni-
versitarios y de haber reemplazado al titular en el desempeño de la Cátedra
durante dos años consecutivos”

3. Juan Carlos Pitt

Juan Carlos Pitt nació en la ciudad de Córdoba el 26 de octubre de 1869.


Hijo de una distinguida familia, recuerda Martinez Paz, “su niñez transcurrió
en un ambiente de refinada cultura social e intelectual”. Su inclinación por
los estudios literarios despierta tempranamente en las páginas de “Loreley”,
una fantasía poética, escrita en su niñez
Realizó sus estudios en el Colegio Nacional de Monserrat, graduándose

63
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

luego como Abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Uni-


versidad Nacional de Córdoba en 1891, cuando contaba apenas con veintidós
jóvenes años.
Obtuvo posteriormente el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.
Su Tesis Doctoral titulada “La ebriedad como factor de los delitos de san-
gre en la Argentina”, ha sido juzgada

uno de los primeros frutos universitarios de la enseñanza positiva y científica del maes-
tro Moyano Gacitúa, a quien tanto debe la cultura intelectual de Córdoba, por haber
iniciado a la juventud en los rumbos modernos a tal extremo, que su Cátedra ha sido en
nuestra Universidad, por mucho tiempo, el único ventanal abierto hacia el mediodía,
por donde la luz ha llegado a iluminar algunas aulas sombrías.5

Mas tarde, el doctor Pitt inició su carrera política tomando parte activa en
la vida pública, primero en el periodismo y luego como Fiscal de Gobierno y
Tierras Públicas. Su actividad en la política no lo apartó de la actividad docen-
te y académica, siendo designado Profesor de Revista de la Historia el 6 de
junio de 1896. En el ejercicio de la Cátedra imprimió a la materia una cierta
vertiente filosófica, utilizando como textos favoritos los: “Estudios sobre la
Historia de la Humanidad” del luxemburgués François Laurent (1810-1887),
y el texto de su contemporáneo, el bostoniano Ralph Waldo Emerson (1803-
1883) acérrimo abolicionista: “La Ley de la vida”.
Un discípulo distinguido lo recordaría así:

Los que hemos tenido el honor de ser discípulos de aquella Cátedra, recordamos toda
la ciencia y la pasión que supo poner en sus enseñanzas y trasmitir a sus discípulos. La
filosofía de la historia, un tanto maltrecha ya, por las críticas de los sociólogos, adqui-
rió para nosotros nuevo interés bajo la sugestión de la palabra profunda y sincera del
Maestro, y en la lectura de la prosa ardiente y revolucionaria de Laurent, nuestro texto
favorito. Era para nosotros, la clase del Doctor Pitt, después del especialísimo científico
de la enseñanza secundaria, la primera gran perspectiva que se abría ante los ojos y que
nos permitía comprender la vida de los pueblos en la historia.6

Su dedicación docente la acompañó con el ejercicio de numerosos cargos


públicos. Fue presidente del Consejo Provincial de Educación y Director de

5 Enrique Martinez Paz: “Doctor Juan Carlos Pitt”. Córdoba, 24 de junio de 1914. En
Anales de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba. Año 1915. Tomo
II. Pag 977 a 979.
6 Ídem.

64
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Escuelas de la Provincia; Intendente Municipal de la ciudad de Córdoba; Mi-


nistro de Gobierno en la administración de José Vicente de Olmos; Diputado
Nacional; varias veces Diputado Provincial y Convencional Constituyente.

En sus últimos años su autoridad intelectual había llegado a hacerse indisputable: re-
tirado un tanto de la actuación política militante, aunque siempre fiel al credo político
nacionalista, al que perteneció durante toda su vida, sin desmayar un solo instante, se
había dedicado a su estudio de abogado y a las labores universitarias a las que estaba
llamado por condiciones intelectuales y por sus cargos de profesor, académico, Decano
de la Facultad de Derecho y Miembro del Consejo Superior, para los que había sido
designado.7

Siendo Miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho y Cien-


cias Sociales, resulto elegido Decano de la misma en 1913 cargo en el que lo
sorprendió la muerte el 1° de noviembre de 1914, sin dejar producción biblio-
gráfica sobre la materia. Así lo recuerda su biógrafo más sentido:

La Facultad de Derecho debe al Doctor Pitt progresos e iniciativas fundamentales po-


demos decir que fue ella la gran preocupación de sus últimos años. Elegido Decano
en 1913, se propuso estrechar los vínculos de solidaridad universitaria con los demás
institutos del país, resolviendo en 1914 realizar una visita oficial a la Facultad de Cien-
cias Jurídicas y Sociales de la Universidad de La Plata, en donde pronunció una serie
de conferencias justamente alabadas. Sus fuerzas físicas comenzaban justamente a fa-
llarle, a tal extremo que en muchas ocasiones la fatiga lo obligaba a interrumpir su
exposición, la lucidez intelectual de sus primeros días lo acompañaba, sin embargo,
fielmente, el fuerte espíritu que había animado sus grandes trabajos… no le abandono
un solo instante, hasta su último día. Ya con la visión de la muerte ante sus ojos, el
nombre orgullo del cumplimiento del deber, más fuerte que sus males lo levanto del le-
cho al profesor Cárpena, en sus conferencias de Antropología, y después en el prólogo
de presentación con que quiso auspiciarlo en la velada del Circulo Español. El mal lo
tronchó por fin aquella noche, cayo para no levantarse más hasta el día de su muerte.

Las honras fúnebres tributadas al Doctor Pitt enlutaron Córdoba durante


dos días. Su muerte provocó hondo pesar en los círculos universitarios, polí-
ticos y en los de la misma sociedad cordobesa.
Lo despidieron Juan B. González, en nombre del Poder Ejecutivo de la
Provincia, Luis Achával por el Consejo Superior de la Universidad Nacional
de Córdoba, Eufrasio S. Loza en representación de la Facultad de Derecho,

7 Ídem.

65
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Félix Garzón Maceda en nombre de la Facultad de Ciencias Médicas, Pedro


León por la Federación Universitaria, Mario Bialet Laprida, representando a
sus discípulos y Arturo Orgaz que tradujo, con rendido sentimiento, el pesar
del Centro de Estudiantes de Derecho:

Ya nada habría que decir, consumada la hazaña, porque la muerte usa un gesto defini-
tivo cuya inflexibilidad desconcierta y anonada. Nada habría que decir ante lo irreme-
diable, que entrega la materia inerte a los secretos designios de la evolución, si no fuera
por sobre la filosofía de la serenidad y del estoicismo, vuelcan los dolores del corazón
con sus ímpetus incontenibles, en las horas de las largas noches para los afectos y de
los hondos desastres para las esperanzas. Ya nada habría que decir, junto a la fosa,
boca pequeña de la inmensa eternidad, donde viene a estrellarse débilmente toda pu-
janza de los hombres si no fuera que hay que atraer hasta ella, el mensaje último de las
sinceridades, cuya voz privilegiada quiere encerrarse en los misterios de los sepulcros,
para quedar resonando por siempre, como un lamento perdido en las tinieblas de una
noche infinita.
El Doctor Juan Carlos Pitt era un hombre ejemplar. Así se llama al espíritu caballeres-
co, ecuánime y liberal, a la inteligencia brillante que ilustró la cátedra y el foro y orientó
en diversas oportunidades los intereses públicos, a la voluntad enérgico que aniquiló
los obstáculos sembrados por la mano implacable del destino, el corazón generoso cu-
yos afectos llenaban el hogar doméstico y el más amplio de la amistad, alcanzando
hasta la inquieta falange estudiantil, cuyos legítimos intereses antes siempre fueron
desconocidos y hasta contrariados, el hombre que, en fin es capaz de singularizarse por
su valimiento, atesorado en leal moneda, sin necesidad de contemporizar y transigir
con los errores y los perjuicios, que si abren las puertas fáciles de los intereses mun-
danos y de los honores efímeros, cierran las nobles puertas de los corazones y de las
conciencias.
La muerte ha arrebatado a nuestro maestro y amigo en actitud de lucha, más aún en
actitud de triunfo. Fue talentoso y bueno. Que falsamente se ha dicho esto mismo de
muchos que fueron un simple engranaje de equilibrios mal guardados… Pero mientras
unas veces las palabras nada valen, porque prohíjan la mentira piadosa, otras como
hoy, valen todo un homenaje. En nombre de mis compañeros y en el mío, lo ofrezco.8

El Plan de Estudios para este año de 1898 respetaba la integración y distri-


bución de asignatura de Primer año, sin variar su contenido.
El 23 de marzo de 1907, el Consejo Directivo de la Facultad de Derecho
resolvió incorporar al Plan de Estudios las nuevas Cátedras a las que ya he-

8 Arturo Orgaz: “Honras fúnebres presentadas por el Señor Arturo Orgaz en nombre
del Centro de Estudiantes de Derecho” en Anales de la Facultad de Derecho de la Univer-
sidad Nacional de Córdoba págs. 991-992

66
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

mos referenciado, creadas por el Congreso Nacional: Sociología e Historia


del Derecho, Legislación Industrial y Agrícola, Derecho Público Provincial
y Municipal, Estadística y Geografía Económica e Historia de las Institu-
ciones Representativas. La reorganización del Plan de Estudios determinó
que Sociología e Historia del Derecho se estudiasen en primer año, conjun-
tamente con Introducción al Estudio del Derecho, Derecho Público General
y Filosofía General, en tanto en segundo año se estudiaba Historia de las
Instituciones Representativas y en cuarto año Historia General del Derecho.
Como se observa, es notable en el Plan de 1907, la preocupación por la ense-
ñanza y el estudio de la disciplina. Tres materias, ubicadas respectivamente
en primero, segundo y cuarto año desarrollaban programas de contenido his-
tórico e histórico jurídico.
El Plan fue aprobada y puesto en vigencia el 4 de abril de 1907, durante el
Decanato del Doctor Justino Cesar.
Entre los años 1907 a 1918, el dictado de la asignatura Historia de las Ins-
tituciones Representativas estuvo a cargo del Doctor Santiago Felipe Diaz.9

9 Santiago Felipe Diaz Nació el 1 de mayo de 1879, en la ciudad de Córdoba, hijo de


Alejandro Díaz y Agustina Díaz. Contrajo matrimonio con Helima Bialet Laprida -hija de
Zulema Laprida y nieta de Francisco Narciso de Laprida, diputado por la provincia de San
Juan y presidente del Congreso de Tucumán cuando se declaró la independencia en el país
el 9 de julio de 1816.
De esa unión nacieron nueve hijos: Santiago, Helima, Agustín, Alejandro, Alberto, Zu-
lema, Beatriz, Juan Carlos y Susana. Cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacio-
nal de Monserrat. Egresó con el título de Abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. Más tarde, obtuvo el grado de Doctor en
Derecho y Ciencias Sociales en esa Casa de Trejo. Esa unidad académica y la Universidad
Nacional de Córdoba le otorgaron el Premio Universidad con la entrega de una Medalla de
Oro Fue Profesor de las materias Geografía y Filosofía en el Colegio Nacional del Monse-
rrat, durante el periodo 1905-1920.El 17 de abril de 1907 fue designado Profesor de Dere-
cho Comercial en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de
Córdoba. Además, fue Catedrático de Historia de las Instituciones Representativas, creada
por el Congreso Nacional al incorporarse por el plan de estudios el 23 de marzo de 1907
para el cursado de Segundo año en esa misma Unidad Académica durante el Decanato
del Doctor Justino César. Más tarde, el 1 de octubre de ese año fue designado Profesor de
Derecho Comercial Marítimo y Legislación Aduanera, convirtiéndose en el primer cate-
drático de esa asignatura y elaborando el primer programa para el estudio de la misma. Su
desempeño docente en el ejercicio de la titularidad de esa cátedra se extendió con algunas
interrupciones hasta el 31 de mayo de 1923.
Fue Miembro del Honorable Consejo Directivo de la Facultad de Derecho y Ciencias So-

67
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

En 1909, cuando la titularidad de la Cátedra era ejercida por el Doctor


Tomas Miguel Argañaraz, volvió a elaborarse un nuevo Plan de Estudios que
resultó aprobado el 19 de abril de 1909.
En este Plan, Historia del Derecho se encontraba en primer año, junto
con Filosofía General, Derecho Público General, Introducción al Estudio del
Derecho y Derecho Romano, en tanto en segundo año, se estudiaba Historia
de las Instituciones Representativas.
El 18 de mayo de 1909, un proyecto presentado por los Doctores Nicolás
Berrotarán, Julio Rodríguez de la Torre y Juan Carlos Pitt, que distribuía el
Plan de Estudios de la Facultad de Derecho en siete años, incluía la enseñanza
de la Historia del Derecho en el último año, pero con la novedad de subdi-
vidirlo en dos asignaturas: Evolución del Derecho Privado y Evolución del
Derecho Público.
En este séptimo año se enseñaban también Filosofía y Sociología del De-
recho, Estadística e Instituciones Económicas, Psicología Experimental y
Latín.
El proyecto importaba la novedad de acordar el título de “Licenciado en
Derecho y Abogado” a los alumnos que aprobaran, de conformidad con los
reglamentos vigentes, las materias de primero a sexto año y superaran asi-
mismo un examen general de la Carrera, en tanto el cursado y posterior apro-
bación de por lo menos cinco de las seis materias del último año, habilitaba
para obtener, después de la presentación de la Tesis de rigor, el diploma de
“Doctor en Derecho y Ciencias Sociales”.
El título de “Doctor” se convertía en un requisito indispensable para ser

ciales de la Universidad Nacional de Córdoba. En 1915 fue nombrado Académico de la Facul-


tad de Derecho y Ciencias Sociales, en el acto de incorporación pronuncio una conferencia
magistral sobre La Universidad y la Ciencia Política. El 18 de agosto el 1944 fue nombrado
Miembro de Número de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba,
ocupando el Sillón del doctor Jerónimo Cortés. Se desempeñó como Juez de primera instan-
cia, y posteriormente, como Camarista Civil y Comercial, con asiento en la ciudad de Córdo-
ba. Como Presidente de esa Cámara integró la entonces Cámara de Justicia, alcanzando su
presidencia en varias oportunidades, elegido por sus pares. Ejerció el cargo hasta 1923, al
entrar en vigencia el 13 de octubre la reforma constitucional que dispuso la creación del Tri-
bunal Superior de Justicia (Artículo 123). Una vez jubilado como Juez, ejerció la profesión
de abogado. Entre su producción bibliográfica, se destacan: Hijo del Obrero, Conferencia
leída en homenaje a Monseñor Zenón Bustos, Lisandro Segovia comercialista. Instituto de
Derecho Civil. Córdoba.1941; La Universidad y la Ciencia Política. Tipografía Cubas. Córdo-
ba.1925. Falleció el 28 de mayo de 1969, en la Ciudad de Córdoba, a sus 90 años.

68
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Académico, titular o suplente, Profesor titular o suplente o Padrino de Tesis.


En 1915, al inaugurar los cursos correspondientes a dicho año, Eufrasio
S. Loza presentó para su consideración, un Plan de Estudios que reformaba
el vigente “para que la enseñanza se dicte de acuerdo a las exigencias del
momento actual”, incorporando “las nuevas conquistas realizadas por las
ciencias jurídicas y sociales en su dilatada región de sus múltiples investiga-
ciones, consultando siempre las necesidades de nuestro medio y las moda-
lidades inconfundibles que diseñan y perfilan nuestra propia nacionalidad”
Se organizaban los estudios jurídicos en dos grados, los correspondientes
a los ciclos de Abogado y Doctor basándose en el principio que no era posible

exigir racionalmente la misma preparación al Abogado, cuya misión será aplicar las
normas de la ley en su patrocinio profesional o como juez, que al que, dirigiendo sus
aspiraciones a más altos destinos, prueba ser mañana el creador de esas leyes o el
encargado de dilucidad altas cuestiones de orden económico o social, y esa diferencia
substancial en ambos grados, debe conducirnos a la distinción de la que debemos exi-
gir, respectivamente, al Abogado y al Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.

La división del Plan de Estudios en dos ciclos, el primero destinado a la


enseñanza puramente profesional, que alcanzaría cinco años de duración y el
segundo, dirigido a la más alta capacitación, ceñido a dos años, “aumentan-
do la extensión e intensidad de los estudios en la medida correspondiente
a la mayor ilustración y a la formación de actitudes superiores” se funda-
mentaba en la creencia que el grado superior no podía resolverse con la sola
presentación de la Tesis Doctoral, “que por sí solo no alcanzaba a demostrar
una mayor suficiencia a la ya adquirida en los cursos de seis años que se le
exige al Abogado”
En este diseño, Historia del Derecho se ubicaba en los ciclos superiores
del Doctorado, subdividió su contenido en dos Cátedras: Historia del Dere-
cho e Historia de las Instituciones Representativas.

Caracterizando la primera, limitando su concepto a la historia del derecho privado, en


sus relaciones con el derecho argentino, para darle mayor amplitud, ofrecería el gra-
ve inconveniente de la imposibilidad de abarcar la materia en toda su extensión y de
descuidar tal vez, la parte que más nos interesa, como es la relativa a los antecedentes
de nuestro propio derecho privado … Respecto de la Historia de las Instituciones Re-
presentativas debe referirse, asimismo, especialmente a los antecedentes de nuestro
propio Derecho Constitucional o como se dicta actualmente y ampliarse con el estudio
de la jurisprudencia constitucional.

69
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

El Plan de Loza no fue aprobado. Entretanto la sucesión de la Catedra de


Historia del Derecho se había resuelto en la persona del Doctor Tomas Miguel
Argañaraz.

4. Tomás Miguel Argañaráz10

Tomás Miguel Argañaráz nació en 1856 en la ciudad de Córdoba, hijo de


Pablo Argañaráz y Lucinda Espinosa.
Egresó de la Universidad Nacional de Córdoba con el título de Abogado.
En 1898 obtuvo el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales en la Uni-
versidad.
Su Tesis Doctoral titulada: “Problema Social, su solución”, fue defendida
el 5 de agosto de 1898 durante el Decanato del Doctor Roque C. Funes.
El Tribunal Examinador, presidido por el Decano Funes, estaba integrado
en segundo, tercer, cuarto y quinto lugar respectivamente por los Doctores
José del Viso, Rodolfo Ordoñez, Juan Carlos Pitt y Samuel Silva. Como Padri-
no de Tesis se desempeñó Pedro N. Garzón.
En su “Problema Social…” el autor sostenía que: “La clase pobre o me-
nesterosa” es la que precisamente constituía la llamada cuestión social. Para
buscar una solución al problema planteado, el autor analizaba los postulados
doctrinarios de las doctrinas en boga que pretendían resolverlo a saber: el
comunismo, el movimiento socialista de Europa y América y el anarquismo.
En relación al primero dice que es

un verdadero sofisma político y económico que volviendo contras las leyes de la natu-
raleza y violando lo más sagrado que el hombre puede poseer, pretende imponer un
régimen severo de asociación bajo la base de una mentida igualdad, es decir rompien-
do los vínculos de familia y hasta arrebatando al hombre el legítimo goce de su trabajo.

10 El tema fue inicialmente estudiado por Ramón Pedro Yanzi Ferreira en: “Tomás
Miguel Argañaraz: Primer Profesor de Historia del Derecho de la Universidad Nacional
de Córdoba”. Publicado en Atenea. Cuestiones de Derecho. Año I Tomo II. Córdoba, no-
viembre de 1993. Ídem: “Tomás Miguel Argañaraz. Primer Profesor de Historia del De-
recho en la Universidad Nacional de Córdoba y sus continuadores. 1907-1953”. En Junta
Provincial de Historia de Córdoba. Córdoba, 1994. Ídem: “Tomás Miguel Argañaraz y
la primera planificación académica para la enseñanza de la Historia del Derecho de
la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba” En
Cuaderno de Historia 17. Instituto de Historia del Derecho y de las Ideas Políticas Roberto
I. Peña. Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba. Córdoba, 2008.

70
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Y luego de una serie de reflexiones sobre este sistema finiquita la cuestión


afirmando “El comunismo es pues el suicidio de la humanidad, es la huma-
nidad contra la humanidad”.
Con relación al segundo, después de una profunda crítica contra este siste-
ma salda el planteo: “No hemos de hacer una sola consideración por ahora,
sino cuando proponga la única solución forzosa, impuesta por la naturaleza
misma y de la cual imposible será separarnos”.
Y en cuanto al anarquismo el autor encuentra que es un sistema que des-
truye la sociedad, renegando del principio de autoridad, pretendiendo la
proscripción del gobierno y proclamando el gobierno de cada uno y para cada
uno, exigiendo la abolición de la propiedad, porque como afirman dice, sus
doctrinarios: “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”.
Finalmente, Argañaraz propone en su trabajo de Tesis Doctoral como defi-
nitivo colofón al “problema social”, la búsqueda misma de la ley natural, para
ello se debe seguir “el curso natural de la ley superior que rige las relaciones
de los hombres, clave para resolver todos los problemas”.
Fue Diputado constituyente en 1900 y 1912. Fue elector para elegir Presi-
dente de la República en 1913.
Desempeñándose como Catedrático de la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, por su iniciativa se cambió la
denominación y el contenido de la materia, que pasó a llamarse Historia del
Derecho en los nuevos planes de estudios a partir del 23 de marzo de 1907,
por resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales.
Fue justamente en la sesión del 1 de julio de 1914, cuando el Consejo Di-
rectivo de la Facultad de Derecho, reunido bajo la presidencia del Decano
Juan Carlos Pitt, aprobó el programa de Historia del Derecho preparado por
el Profesor Tomás Miguel Argañaraz.
El inicial dictamen de la Comisión respectiva del Consejo integrada por los
Doctores Justino César, Enrique Martinez Paz y Santiago Diaz el día 1 de julio
de 1914 sostenía:

La Comisión considera que la enseñanza de la Historia del Derecho debe orientarse deci-
dida y precisamente hacia el estudio del desenvolvimiento de nuestra legislación actual,
no solo porque tal fue el concepto que la Honorable Academia tuvo de esta materia, al
disponer su incorporación al plan de estudios de la Facultad, sino también porque ello
viene a ser la resultante necesaria de su lógica aplicación, teniendo en cuenta que existe
asimismo, la enseñanza de la evolución del Derecho Público Argentino en la Cátedra de

71
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Historia de la Instituciones Representativas, y que entre ambos deben presentar, en sus


grandes líneas, por lo menos el cuadro completo de nuestras instituciones.

Resuelto en la sesión del Consejo el tratamiento sobre tablas, el Doctor


Santiago Diaz alegó la extensión del Programa, recomendando una fuerte re-
ducción “pero no obstante esto, aconseja su aprobación, por la necesidad que
hay de el al presente, con recomendación “que, al proyectar el programa
para el año venidero, se ajuste a las ideas y principios que expresa el dicta-
men” alternativa que finalmente se impuso en la consiguiente votación
Fue precisamente el Doctor Argañaraz quien modificó la orientación a los
estudios de la disciplina al insistir en la necesidad de que la enseñanza debía
orientarse hacia el estudio histórico del Derecho Argentino, incorporando el
estudio del Derecho Español Antiguo, las transformaciones del Derecho, la
evolución en el Derecho Civil, Penal, Procesal e Internacional.
En síntesis, por el definitivo rumbo que impuso a la enseñanza universi-
taria de la disciplina creemos justo considerar al Doctor Tomás Miguel Arga-
ñaraz como el primer Profesor que, en las aulas cordobesas de la Facultad de
Derecho de la Universidad Nacional, enseñó Historia del Derecho Argentino.
Esta es su valoración de la disciplina:

Resulta hoy indiscutible la necesidad del estudio histórico del derecho, tanto por el
orden doctrinario, como el legislativo, porque da el concepto y conocimiento y funda la
teoría, porque sirve de base para la formación de la ley, su interpretación y práctica en
la exegesis y jurisprudencia”11

Su desempeño docente, ejerciendo la titularidad de la Cátedra, se extendió


con algunas interrupciones desde junio de 1907 hasta febrero de 1919.
En 1918, en pleno estallido de la Reforma Universitaria el Ministro de Jus-
ticia e Instrucción Pública de la Nación enviaba a la Universidad Nacional de
Córdoba un nuevo Plan de Estudios.
Decía el Ministro:

La reforma de los planes de estudio vigentes en las distintas Facultades se impone


como una necesidad impostergable a fin de colocarlos a la altura de las exigencias cien-
tíficas de la época y en concordancia con los progresos cultu8rales de la enseñanza
universitaria moderna.

11 Tomas Miguel Argañaraz: Contribución al estudio de la Historia del Derecho.


Córdoba, 1919. pág. 134.

72
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

La enseñanza de nuestra disciplina se impartía conforme con este Plan


en sexto año, conjuntamente con Derecho Civil Comprado, Derecho Inter-
nacional Privado, Practica Procesal, Ética Profesional, Cultura Forense y
Sociología.
El Catedrático que dictó la materia desde entonces fue Hipólito Montagñé,
que desde 1914 venia impartiendo clases en la Facultad de Derecho.

5. Hipólito Montagné

Hipólito Montagné nació en Córdoba el 22 de noviembre de 1885. Hijo de


Juan Montagné y de Delfina Ladrón de Guevara.
Cursó sus estudios primarios en el Colegio Santo Tomás de Aquino 12 cuan-
do el establecimiento ahora dirigido por los Reverendos Padres Escolapios se
instaló en Córdoba.
Muy joven se recibió de Maestro Normal Nacional. Obtuvo luego su título
de Abogado, concluyendo sus estudios antes de cumplir veinticinco años.
La recepción de su diploma coincidió con la colación de grados del Cen-
tenario de la República, doctorándose luego en la Universidad Nacional de
Córdoba.
Su Tesis Doctoral que coronaba sus estudios universitarios se refirió a “La
Ley del Estado y capacidad de las personas en el Código Civil Argentino y
en Derecho Internacional Privado”. Le valió la obtención de una beca para
perfeccionar sus estudios de Derecho en la Universidad de La Sorbona.
Vuelto al país, ejerció la docencia en todos los niveles. A sus juveniles ho-
ras de maestro primario sumaría luego sus cargos de Profesor en la Escuela
Normal Provincial “José Vicente de Olmos” y de la Escuela Superior de Co-
mercio “Jerónimo Luis de Cabrera”, cuya dirección ocupó en 1920.
Durante 23 años hasta sorprenderlo la muerte se desempeñó en calidad de
Profesor de Derecho Civil, Segundo Curso.

12 El Colegio Santo Tomás de Aquino se fundó el 10 de junio de 1883 por la Sociedad de


la Juventud Católica de Córdoba colocándose la piedra fundamental el 1 de junio de con la
bendición del Vicario Jerónimo Emiliano Clara. Los planos se encargaron al arquitecto espa-
ñol Mariano Güell. La primera dirección del colegio le fue encargada a los Padres Lacorde-
ristas en 1890, quienes llevaron a cabo la inauguración, presidida por el obispo de Córdoba,
monseñor Fray Reginaldo Toro, regentando el Colegio hasta diciembre de 1892. Es entonces
cuando Monseñor Toro ofrece la dirección del Instituto a los Padres Escolapios, que a la sa-
zón se encontraban desde 1891 en Buenos Aires y que ya habían abierto el Colegio Calasanz.
En marzo de 1894 vuelve a reabrirse el Colegio bajo el rectorado del Padre Isidro Marsal.

73
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Fue asimismo Profesor de Derecho Público en 1918 y Profesor Titular de


Historia del Derecho desde 1914 hasta 1921, en la Facultad de Derecho y Cien-
cias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba.
En el ejercicio de la Cátedra de Historia del Derecho se preocupó por otor-
gar más espacio e importancia en la planificación curricular de la materia, al
estudio de la historia jurídica colonial y argentina, reduciendo a una breve
síntesis los trayectos de historia jurídica anterior a la España visigótica.
Fue Profesor de Derecho Civil en la Facultad de Ciencias Económicas;
Consejero de la Facultad de Derecho y Vicedecano de la misma.
Delegado ante el Consejo Superior de la Universidad Nacional de Córdoba.
Fue designado Miembro de Número de nuestra Academia de Derecho, in-
tegrando el grupo de los primeros Académicos designados el 18 de agosto de
1941, conjuntamente con los Doctores Henoch D. Aguiar, Santiago Beltrán,
Carlos Ernesto Deheza, Julio B. Echegaray, Enrique Martinez Paz, Sofanor No-
villo Corvalán, Raul A, Orgaz, Luis J. Posse, Guillermo Rothe y Félix Sarria.
Curiosamente, en el ajetreo de estos primeros tiempos, tiempos de ajustes
y de zozobras, cuando la misma asignación de sillones académicos no era aún
definitiva, 13 no se le adjudicó Sillón Académico.
Presidió la primera Sección de Derecho Privado de la Academia integrada
por los Doctores Henoch D. Aguiar, Carlos Ernesto Deheza, Enrique Martinez
Paz, Sofanor Novillo Corvalán y Luis J. Posse.
Ocupó importantes cargos en la administración del estado provincial. Fue
vocal del Consejo General de Educación de la Provincia; Diputado Provincial,
Fiscal de Gobierno, Senador por el Departamento de Río Seco, cargo al que
renunció para ocupar la Cartera de Gobierno.
En la administración del Doctor Ramón J. Cárcano se desempeñó en una
vocalía del Superior Tribunal de Justicia de Córdoba, para luego acceder a la
presidencia del Cuerpo.
Dejó una viva producción bibliográfica en el campo del Derecho Civil, en-
tre ellas: su magnífica conferencia: “El contrato de Adhesión” 14 pronunciada
en 1931, en oportunidad de entregarle al joven Doctor Pedro León su Diploma
de Doctor, a quien consideraba:

13 Carlos A. Luque Colombres. “Reseña Histórica de la Academia Nacional de Dere-


cho y Ciencias Sociales de Córdoba 1941-1991” Córdoba, 1998 Segunda Edición pág. 27.
14 Hipólito Montagne: “El Contrato de adhesión” Publicado en el Numero 5-6 corres-
pondiente a los meses de julio agosto de 1931 de la Revista de la Universidad Nacional de
Córdoba.

74
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

que por título legítimamente conquistado, revista ya en el brillante profesorado joven


de la Facultad, y que bajo la seria responsabilidad de haber reemplazado a uno de los
maestros de más profunda e ilustrada labor docente, el doctor Henoch D. Aguiar, ha
acreditado calidades excelentes y ha sabido mantener los prestigios de una de las cáte-
dras de mayor rango e importancia en nuestro plan de estudios.15

Razonaba Hipólito Montagné:

Vamos a ocuparnos del contrato de adhesión, tema complejo y a nuestro juicio de in-
terés creciente, respecto del cual tenemos la enorme desventaja de haber sido tratado
en esta misma sala por el eminente profesor francés Monsieur René Demogue, en una
de sus conferencias del año 1926. Desde entonces la materia continúa en formación.
Presenta aún aspectos vacilantes; pero ha logrado mayor caracterización ….

Al término de la conferencia se preguntaba:

¿Corresponde al Código Civil, la reglamentación inclusive para los casos de servicios


privados de utilidad pública, a prestarse por individuos o empresas concesionarias del
Estado, el cual fija en la ley o instrumento de concesión reglas de contralor y garantía
para los particulares o estos contratos que se refieren a servicios, son materia del de-
recho administrativo?

Inclinándose por el primero de los supuestos.


Escribió, asimismo: “El Autocontrato o contrato consigo mismo”; “El ré-
gimen del consentimiento en el proyecto de Reforma del Código Civil Ar-
gentino de los contratos”, 1938; La enseñanza práctica en la Facultad de
Derecho – Su sentido y desarrollo y José Olegario Machado, 1944.
Falleció el 25 de marzo de 1944.
Lo despidió el Presidente Sarria con sentidas palabras. Dijo:

Desaparece inesperadamente y en edad temprana todavía, cuando su espíritu en plena


madurez, podía ofrecernos, acaso, sus más fecundas creaciones. Profesó la ciencia del
derecho con vocación y amor. La cátedra, la magistratura, el foro principales escenarios
de su vida perfilaron su figura de jurista, modelada en las severas disciplinas del Derecho
Civil, su ciencia predilecta, en cuya hondura su fino talento, supo cultivar el arte sutil de
la interpretación que orienta la fría fórmula legal hacia la realidad viviente y el concepto
de lo justo. Concebía el derecho como principio rector de las relaciones humanas, con un
claro sentido de adaptación práctica, sin dogmatismo rígidos, porque no era un teorizan-

15 Ídem.

75
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

te encerrado en el espacio de las puras abstracciones. Por eso su labor jurídica revelo en
todo momento la amplitud de su mente y la rectitud de su carácter. Fue también político
y ministro y más que eso, fue consejero de gobernantes y de políticos, que en sus horas de
graves decisiones acudían a él, seguros de encontrar la reflexión serena, el juicio exacto,
la razón oportuna. Se ha ido con el Doctor Montagne un noble espíritu, un digno ciuda-
dano, un grande amigo, que supo conquistar con el supremo don de la bondad, que el
poseía, el afecto de todos, el respeto de sus conciudadanos.16

Años más tarde un discípulo dilecto del Doctor Montagné, recordaba de


este modo a su Maestro:

La vida le había descubierto “los otros”, y el derecho la manera de ordenar su diálogo.


Su persona y su cátedra vivían plenamente la dimensión dialéctica de lo jurídico vuelto
a la “alteridad”, al contorno humano a los intereses y a los arraigos del hombre.
Montagné nos entregó una imagen existencial del Derecho, coloquialmente lograda en
el protagonismo silencioso de sus alumnos, que advertíamos la permanente incitación
de sus lecciones sencillas a ubicarnos en el problema, hacerlo nuestro, darle respuesta
y definir solución. Él debía enseñar la estructura de coordinación del derecho, como
forma de la justicia conmutativa del negocio jurídico, donde las relaciones de persona
a persona se ajusten en pie de igualdad. Pero logro algo más difícil: elevar esa coordi-
nación a una integración conciliadora de todas las tensiones que el hombre expresa en
la vida y procura ordenar por el Derecho.17

La materia Historia de las Instituciones Representativas quedó en 1918


suprimida.

En 1919 la integración del único Tribunal conjunto de las materias de De-


recho Constitucional, Derecho Público Provincial y Municipal e Historia del
Derecho Argentino reunió a los profesores Guillermo Rothe, Hipólito Mon-
tagne y Luis Eduardo Molina en sus respectivos caracteres de presidente el
primero y vocales el segundo y el tercero de la mesa de Examen.
En 1923 obtiene la Catedra Roberto Ahumada.
La terna propuesta por la Facultad de Derecho al Rectorado el 31 de agos-
to de 1923 incluía su nombre en primer término. Lo acompañaban Hipólito
Montagne y Miguel A. Aliaga.

16 Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba. Anales Año II.


Córdoba, 1944. pág. 257
17 Pedro J. Frías “Civilistas de Córdoba. Montagne” En La Nación, jueves 18 de fe-
brero de 1988.

76
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

6. Roberto Ahumada

Roberto Ahumada nació en la ciudad de Córdoba en 1896. 18


Egresó del Colegio Nacional de Monserrat con el título de Bachiller.
Se graduó luego en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Uni-
versidad Nacional de Córdoba.
Fue Miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho y Profesor
Titular de Historia del Derecho Argentino desde 1923 hasta 1927.
Su aporte a la disciplina lo constituye su estudio monográfico titulado: “El
Derecho Indiano en el momento de la Revolución”.
El Doctor Ahumada falleció en San Jaime de la Frontera, Provincia de En-
tre Ríos el 19 de junio de 1931.
Diez años más tarde fue nuevamente modificado el plan de estudios de la
Facultad de Derecho, modificación que no llegó empero a alterar sustancial-
mente el contenido del Plan de 1918; Historia del Derecho Argentino conti-
nuó impartiéndose en sexto año, conjuntamente con las materias que inte-
graban el último curso del año anterior. Por entonces y a partir de 1927 ocupo
la titularidad de la Catedra, el Doctor Donato Latella Frías.
Pero el Doctor Latella Frías fue encarcelado el 24 de diciembre de 1930
acusado de conspiración y sedición. Juzgado por autoridad militar y luego
civil fue sobreseído después de casi seis meses de prisión.
Esta circunstancia motivó su destitución de la titularidad de la Cátedra,
medida contra la cual recurrió, obtenido ya su sobreseimiento.
Finalmente, Latella Frías fue reincorporado al ejercicio de la docencia.
En 1938 el Consejo Superior de la Universidad Nacional de Córdoba se
dirigía al Poder Ejecutivo Nacional, pidiéndole otorgara pronto trámite “a la
terna que le envió para la provisión de la Cátedra de Historia del Derecho
Argentino, en la que figura en primer término Donato Latella Frías, quien se
halla a cargo de la Cátedra desde hace más de doce años”.
Las sucesivas licencias que gestionó y obtuvo en 1936 y 1937 determinaron
su reemplazo por los docentes Hipólito Montagne y Ricardo Smith respecti-
vamente.
En 1946, Donato Latella Frías volvió a alejarse de la Facultad de Derecho,
retornando diez años más tarde.

18 La información aquí condensada fue proporcionada a Ramón Pedro Yanzi Ferreira


por el Doctor Honoris Causa Post Mortem de la Universidad Nacional de Córdoba Juan
Filloy, dilecto amigo de Roberto Ahumada.

77
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

6. Donato Latella Frías

Donato Latella Frías nació en la ciudad de Tucumán el 22 de enero de


1894.19 Fueron sus padres José Latella y Ana Frías.
Enviado por sus progenitores para cursar estudios secundarios en la ciu-
dad de Córdoba, ingresó al Colegio Nacional de Monserrat, egresando del
mismo con el título de Bachiller.
En el mes de diciembre de 1920 se graduó en la Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba como Abogado y en
1929 obtuvo el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Su Tesis Doc-
toral se tituló “Doctrina histórica. Conceptos fundamentales de la Historia”.
Ejerció la titularidad de la Cátedra de Historia del Derecho Argentina des-
de 1927 hasta 1946 con algunas interrupciones y desde 1957 hasta 1962.
Fue Director del Instituto de Historia del Derecho Argentino.
Ocupó varios cargos públicos, entre ellos: fue Subsecretario de Hacienda
durante la gobernación de doctor José A. Ceballos y más tarde abogado del
Banco Hipotecario Nacional de Córdoba
Militó en las filas del Unión Cívica Radical de Córdoba, presidiendo el Co-
mité Capital e integrando el Comité Provincial.
El 5 de diciembre de 1935 fue elegido Intendente Municipal de la ciudad
de Córdoba, venciendo en dicha oportunidad en la puja electoral, al candida-
to que presentaba el Partido Demócrata por 3.304 votos.
Llevaría a cabo sus funciones durante dos períodos comprendidos entre
los años 1936 y 1943, porque vuelve a ser reelecto en 1940 aunque el golpe
militar de 1943 dejaría trunco su segundo mandato.
Acompañaría desde la intendencia el mandato del gobierno provincial del
radical Amadeo Sabattini, un porteño afincado en Córdoba en 1910 donde se
graduó de médico y farmacéutico en su Universidad Nacional, alcanzando la
primera magistratura de la provincia el 17 de mayo de 1936.
Entre los años 1952 a 1955, durante el segundo gobierno del General Juan
Domingo Perón nuestro biografiado registró un activo servicio en calidad de
Diputado Nacional por Córdoba, integrando las difíciles filas de la oposición
política en las Cámaras del Congreso Nacional.
Tras la revolución de 1955 se desempeñó también como Embajador Pleni-
potenciario en Arabia Saudita (1955), Holanda (1956) y Egipto (1957).

19 Toda la información contenida le fue proporcionada a Ramón Pedro Yanzi Ferreira


por la familia del Doctor Donato Latella Frías

78
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

En el ejercicio de este último cargo recibió la condecoración de la Gran


Cruz de la Orden Orange Nassau del Gobierno de Holanda.
Estos tiempos fueron recordados siempre por Latella Frías como suma-
mente gratos y en conversaciones con amigos y familiares solía evocarlos,
deteniéndose en los recuerdos amables que tornaban más placenteros los úl-
timos trechos de su vida.
Fue Miembro de Número de la Junta Provincial de Historia y de la Acade-
mia Belgraniana de Buenos Aires.
El 2 de agosto de 1960 fue propuesto como Académico de Número de la
Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.
Suscribieron la nota respectiva, elevada a quien ocupaba por entonces la
Presidencia de la Academia, el Doctor Félix Sarria, los Académicos de Núme-
ro Doctores Carlos Rito Melo, Jorge A. Núñez, José León Schwartz, Carlos A.
Tagle y Emilio Baquero Lazcano.
Resuelta favorablemente la presentación el 11 de agosto por decisión uná-
nime del Cuerpo, fue incorporado en la sesión académica del 26 de agosto,
estando la presentación a cargo del Académico Jorge A. Núñez, adjudicándo-
sele el Sillón Alejo del Carmen Guzmán.
Unos años después, el 9 de noviembre de 1979 durante la Presidencia del
Doctor Alfredo Poviña se llevó a cabo una selecta ceremonia académica, du-
rante cuyo transcurso el doctor Donato Latella Frías donó un cuadro al óleo
de Juan Bautista Alberdi que fue colocado en la cabecera del Salón de Sesio-
nes donde aún permanece.
En dicha oportunidad el académico donante dijo:

Queda aquí su imagen severa en la Sala de Sesiones de esta Honorable Academia. Como
lo he manifestado al Señor Presidente de la misma, Doctor Alfredo Poviña al efectuar la
donación, no puede estar en mejor lugar la efigie del que tuvo primordial preocupación
en su vida dar normas de derecho, de conducta social y de instituciones democráticas
y libres a su pueblo. Me permito sugerir que se formen una de las dependencias de la
casa, la bibliografía completa de sus obras, así como la de los autores que trataron su
vida, expresaron sus juicios postergaron para los tiempos, sus profundas afirmaciones
y doctrinas. El corazón cálido del “Santo de la Espada” nos dejó en su lema “Valor y pa-
triotismo” una herencia inmortal. El cerebro claro y vital de Juna Bautista Alberdi nos
ha dejado en sus libros y en su vida el mandato de nuestros días y para siempre. Oiga-
mos su voz y su enseñanza: Alberdi el sabio conductor institucional, tiene la palabra.20

20 Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba. Anales. Tomos


XVII-XVIII Años 1979-1980 Córdoba, 1980 pág. 157

79
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Para agradecer la donación hizo uso de la palabra el titular del Sillón Juan
Bautista Alberdi, quien era a su vez el Vicepresidente de la Academia Nacio-
nal de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.

Alberdi pertenece a muchas generaciones de argentinos, pero hay algunos a los que no
pertenece: ni a los violentos a los cuales repudió en “El crimen de la guerra”, ni a los
facciosos a quienes pulverizó con las Bases; ni a los colectivistas de la nueva usura esta-
tal que empobrece a todos, a los cuales denunció en “El sistema rentístico y económico”
ni a la simplificación centralizadora para la cual editó en Valparaíso hace 126 años sus
“Elementos de Derecho Público Provincial”. Usted Doctor Latella, deja este retrato en
la Academia cuando hace falta un nuevo ciclo alberdiano, donde nuestro sistema de
valores se reencarne en la línea de la Constitución con mucho pragmatismo: ese que
no triunfa en la coyuntura difícil sino a través del valor mismo. Ojalá seamos sensibles
a este retrato como a su signo.21

El Doctor Latella Frías colaboró con artículos en revistas, diarios y publi-


caciones periódicas.
En las páginas de los Anales de la Academia dejo un enjundioso estudio
de la personalidad que encabeza y da nombre a su sillón académico, el doctor
Alejo del Carmen Guzmán.
Fue prácticamente el primero de los docentes cordobeses que registra pu-
blicaciones atinentes al cultivo de la disciplina Historia del Derecho Argenti-
no en el marco doctrinario de la Escuela de Ricardo Levene.
Entre ellas se destacan los siguientes libros:
“Leyes de Indias. Estudio crítico sobre el contenido Político y Económico
de la Recopilación de 1680”. Córdoba, 1926.
“Doctrina Histórica. Conceptos fundamentales de la Historia”. Córdoba,
1929.
“Orígenes jurídicos argentinos” Córdoba, 1949.
“El Cabildo de Córdoba. Precedente Democrático (Origen Histórico – Le-
gislación municipal)”, Córdoba 1981.
Entre sus artículos y publicaciones monográficas merecen ser menciona-
das:
“Función administrativa del Estado”.
“El análisis histórico de la Sociología. La relación jurídica”.
“La esclavitud en América. Doctrina. Legislación”, 1962.
“El derecho positivo en la Historia Jurídica”, 1961.

21 Ídem pág. 159.

80
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

“La Corte Suprema de Justicia de la Nación y la Legislación Colonial”.


1963.
“Separación de la Iglesia del Estado”.
“Reforma Constitucional”.
Su actividad como historiador no redujo su producción académica solo a
la historiografía jurídica.
También hubo espacio para los desvelos juveniles de la literatura.
A edad temprana, como lo recordaba Efraín U. Bischoff, escribió una pieza
teatral “Los culpables”, que ofreció para su representación a los hermanos
Podestá.22
Pero la obra no pudo subir a escena y quedó en los anaqueles de su biblio-
teca todavía aún sin estrenar.
Falleció en Córdoba el 2 de julio de 1982 durante la presidencia del Doctor
Alfredo Poviña, a quien le cupo la triste misión de despedirlo.
El Doctor Poviña en tal ocasión señaló:

Los títulos que llevaron a la Academia al Doctor Latella Frías fueron obra de su capa-
cidad y de su talento, conseguidos a través de una digna y fecunda existencia, durante
muchos años. Las dos fuentes, que fueron también los dos grandes quehaceres de su
vida, fueron la Universidad y la vida política. Hizo de ellas una obra fecunda y prove-
chosa, que se recuerda con justicia. En la Universidad ocupó muchos cargos directivos
en la Facultad de Derecho teniendo a su cargo, como profesor titular la Cátedra de His-
toria del Derecho Argentino, con gran erudición histórica. Era un profesor de prestigio
reconocido, simple y amable. Un espíritu liberal, cordial y universitario. Por otra parte,
participó de modo activo en la vida política cordobesa tanto en la política de partido,
como en su actuación en el orden nacional y diplomático, llegando a ocupar el cargo
de Embajador de la Argentina en países de medio Oriente, lo que siempre recordaba
con emoción. Quizá el momento más culminante de su carrera política, fue durante
el periodo en que ocupó la Intendencia de nuestra ciudad de Córdoba, en la que rea-
lizado una labor de permanencia y de eficacia en el orden turístico y cultural, que se
mantiene hasta nuestros días. En la Academia el doctor Latella fue una “joven figura”
a pesar de sus años, con una presencia permanente y activa en nuestras reuniones en
las que intervenía, con sus opiniones, su experiencia y sus colaboraciones de expositor
y conferenciante. Hizo de la Academia una reunión de amigos, y encontró en ella calor
y amistad… Doctor Latella Frías: Las medias palabras y las palabras sencillas son las
que brotan del corazón, al mismo tiempo que traducen la emoción y el sentimiento.
También la Academia quiere expresar su pesar por tu partida de esa manera, porque
siempre habrá que repetir que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Por

22 Conforme Vera de Flachs óp. cit pág. 6.

81
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

eso, en nombre de la Academia traigo la triste misión de unir nuestro dolor por tu
ausencia para siempre, y darte, como recuerdo de tu presencia y de tu labor, el adiós
postero. Descansa en paz.23

Proyectos y diseños de planes diversos presentados espontáneamente por


los Catedráticos de la Casa de Trejo reordenaron la oportunidad de la ense-
ñanza de la disciplina en diferentes años, en tal sentido, es digno de mención
el proyecto de modificación al Plan de Estudios presentado en 1941 por el
Profesor Raúl A. Orgaz, que ubicaba la enseñanza de la Historia del Derecho
en el primer año de la Carrera.
Sostenía Orgaz:

No necesito dejar constancia de que este cambio no obedece en mi a una subestimación


de la trascendencia de esa disciplina: es indudable, en efecto, que todas las materias
son importantes -de otro modo no se explicaría la inclusión o la permanencia de cada
una en el Plan de Estudios- y aquí solo se trata de establecer los mejores resultados de
la enseñanza. Con esta inspiración, considero que trasladada a primer año la Historia
del Derecho Argentino, antes de iniciar el estudio de la legislación vigente, y reducida
en su excesivo contenido actual a los periodos colonial y patrio (o derecho intermedio)
ha de prestar mayores servicios que con la ubicación y contenido que ahora tiene.

Por las razones expresadas, al constituir, pues, Historia del Derecho Ar-
gentino una presencia que a juicio del Doctor Ogaz conformaba una “orienta-
ción a la legislación”, juzgaba que correspondía su ubicación en los primeros
años de la Carrera de Abogacía.
En 1944 fue aprobado un nuevo Plan de Estudios, que en lo atinente a
nuestra disciplina ni ofreció variante alguna.
Dos años después, la Ordenanza 120/46 volvía nuevamente a modificar el
Plan de Estudios. En él, Historia del Derecho Argentino continuaba enseñán-
dose en sexto año sin alterarse el diseño de su programa.
En esa época se desempeñaba como Profesor Titular por Concurso de títu-
los, méritos y antecedentes el Doctor Ricardo Smith, cuya designación por el
Poder Ejecutivo Nacional databa del 13 de mayo de 1947. Previamente entre
los años 1927, 1938, 1939, 1942, 1944 y 1945 había sido designado parcial-
mente, a cargo de los Cursos Teórico Prácticos dictados sobre la disciplina:
Historia del Derecho Argentino

23 Ídem, pág. 204.

82
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

8. Ricardo José Nicasio Smith24

Ricardo Jose Nicasio Smith nació en la ciudad de Córdoba el 11 de octubre


de 1909.
Ingresó al Colegio Nacional de Monserrat egresando con el título de Ba-
chiller.
El 27 de agosto de 1933 obtuvo en la Facultad de Derecho y Ciencias Socia-
les el título de Abogado.
Cinco años después, el 27 de octubre de 1938, alcanzó el grado de Doctor
en Derecho y Ciencias Sociales. Su Tesis Doctoral se tituló: “El descubrimien-
to y la colonización en el Derecho Indiano. Primeras instituciones jurídicas
de la penetración española en Indias”.
Fue Profesor Adjunto de Historia del Derecho Argentino durante el dece-
nio 1937-1947, designado luego de la prueba individual de competencia de
acuerdo con el régimen oficial de concursos el 26 de agosto de 1937.
Durante los años 1937, 1938, 1942 y 1945 se desempeñó como Profesor
Encargado de la Cátedra de Historia del Derecho Argentino en la Facultad
de Derecho y a partir del 13 de mayo de 1947, luego del concurso respectivo
de títulos, méritos y antecedentes y hasta el 31 de octubre de 1955 ejerció la
titularidad de la misma.
Durante los años 1945, 1946, y 1947 ejercido en forma continua la direc-
ción del Seminario de Historia del Derecho Argentino de la Facultad de Dere-
cho de la Universidad Nacional de Córdoba, organizando y desarrollando los
cursos de “Teoría histórica del Estado. Los supuestos históricos del Estado
de Derecho Argentino” (1945); “Teoría histórica del Derecho Social. Los su-
puestos históricos del sistema de Derecho Social Argentino” (1946) y “Teoría
histórica del Derecho Civil. Los supuestos históricos del Derecho Privado In-
dividualista” (1947)
Fue Profesor Adjunto y Encargado de la Cátedra de Sociología en la Facul-
tad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, de-
signado el 27 de diciembre de 1947, luego de ganar las instancias del concurso
de oposición respectivo.
Fue asimismo Profesor Encargado de la Cátedra de Derecho Político en la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Del mismo modo, se desempeñó en calidad de Profesor Titular de Filosofía

24 Toda la información que aquí se presenta le fue proporcionada a Ramón Pedro


Yanzi Ferreira por la familia del Profesor Ricardo Jose Nicasio Smith.

83
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Política de la Facultad de Filosofía y Humanidades.


Fue Miembro Correspondiente del Instituto de Historia del Derecho Ar-
gentino y Americano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos
Aires y Miembro Correspondiente del Instituto Argentino de Filosofía Jurí-
dica y Social.
Fue Presidente de la Junta Provincial de Historia de Córdoba en el período
1942-1943.
Fue Director Honorario fundador del Archivo Histórico de Córdoba 25 crea-
do en 1941. Un año después se le encargaba la misión honoraria de estudiar
la organización y funcionamiento de los Archivos Históricos de los Estados
Unidos del Brasil, en ocasión del viaje de estudios de una delegación de pro-
fesores y estudiantes universitarios llevada a cabo en el mes de julio de 1942.
La materia no le era desconocida, pues en 1928, cuando aún era muy joven
pues contaba con apenas 19 años de edad, se había desempeñado en calidad
de Archivero de la Honorable Cámara de Senadores de Córdoba.
Fue Miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales.
Ejerció en 1947 la Dirección ad honorem del Boletín de la Facultad de De-
recho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba.
Fue Miembro de Número de la Academia Argentina de Sociología. Fue
Subsecretario de Instrucción Pública de la Provincia de Córdoba en 1936 y
Prosecretario de la Municipalidad de Córdoba en 1930.
Vocal de la Excelentísima Cámara Correccional de Córdoba en 1940 y Vo-
cal de la Excelentísima Cámara Tercera en lo Criminal de Córdoba en 1942.
Fue Director del Colegio Nacional Deán Funes y Decano de la Facultad de
Derecho Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, cargo que
asumió en 1951.
Colaboró con numerosos artículos monográficos, recensiones críticas y
testimonios bibliográficos, prólogos y palabras preliminares en textos, revis-
tas, diarios y publicaciones periódicas de la especialidad y publicaciones de
interés general

25 El Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba establecido en 1941 por Ley 3.967


y organizado por Ricardo Smith resguarda desde su fundación documentos públicos pro-
venientes del estado provincial. Los más antiguos se remontan a 1574, recién fundada la
ciudad. Está considerado el segundo archivo en importancia del país, ya que alberga cerca
de cuarenta mil documentos históricos, entre manuscritos, gráficos, cartográficos, fotográ-
ficos y audiovisuales, además de otros archivos particulares provenientes de donaciones.

84
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Su obra fue comentada por Jorge Basadre, Silvio Zabala, Luis Recasens Si-
ches etc y citada por Ricardo Levene, Carlos Cossio, Juan Francisco Linares,
Luis Jiménez de Asúa, Cesarino Juniors etc.
Entre su producción bibliográfica en el cultivo de la materia, se destacan:
“El descubrimiento y la colonización en el Derecho Indiano. Primeras
instituciones jurídicas de la penetración española en Indias”, (Tesis Docto-
ral), Córdoba, 1938.
“Régimen legal de la Metrópoli para el hombre americano”, Córdoba,
Imprenta de la Universidad, 1937
“El historicismo dogmático”, Córdoba, Imprenta de la Universidad, 1940.
“Momento histórico de la autonomía del Derecho obrero en Argentina”.
Edición del Instituto del Trabajo. Con advertencia preliminar del Doctor Dar-
do Rietti, Córdoba, 1940
“Función de la Historia del Derecho Argentino de las Ciencias Jurídicas”
Edición del Instituto de Historia del Derecho de la Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Con Palabras Prelimi-
nares del Doctor Ricardo Levene, Buenos Aires, Imprenta de la Universidad,
1942.
“Un humanista al servicio del imperialismo. Juan Ginés de Sepúlveda
1490-1573”. Publicado inicialmente en Córdoba en 1942 y luego en La Ley
Tomo XXVI, Buenos Aires, 1942.
“Aportaciones al estudio de la Historia del Derecho en la Argentina”, Cór-
doba, Imprenta de la Universidad, 1942.
“Sobre los estudios histórico - jurídicos en Argentina. Premisas de un his-
toriador contemporáneo del Derecho”, Córdoba, Imprenta de la Universidad,
1941.
“La Constitución debe ser reformada” Edición de la Conferencia pronun-
ciada en el Salón de Grados de la Universidad Nacional de Córdoba, el 28 de
octubre de 1948 iniciando el Ciclo sobre la Reforma de la Constitución. Cór-
doba, Imprenta de la Universidad. 1948
“La conciencia histórica argentina y la Sociología contemporánea”, Cór-
doba, Imprenta de la Universidad. 1950.
“La conciencia histórica argentina y la Historiografía”. En “A propósito
de un libro de Juan Antonio Villoldo”, Córdoba, Imprenta de la Universidad.
1950.
“La conciencia histórica argentina y la Historia del Derecho”, Córdoba,
Imprenta de la Universidad. 1950.

85
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

“Líneas históricas y perfiles jurídicos”, Córdoba, Imprenta de la Univer-


sidad.1952.
Parte de esta producción monográfica fue reunida en 1942 en un volumen
impreso por la Universidad Nacional de Córdoba titulado: “Aportaciones al
estudio de la Historia del Derecho en la Argentina”, donde el autor opinaba
sobre la disciplina que ocupaba sus desvelos:

La viva peripecia contemporánea que protagoniza la historia jurídica, no es extraña


a una comprobación. Esta ella, como otras disciplinas culturales de su contorno, en
deserción del estricto campo del derecho y menester es –para su lozana vida científi-
ca– su ingreso al hogar de las ciencias jurídicas. Disciplina en formación, en el ámbito
intelectual de Argentina, muy necesitada está de laboratorios dedicados a investigar
sus problemas, algunos de los cuales apasionan ya, nuestro ser intelectual.26

La síntesis de su pensamiento se encuentra en unas reflexiones finales,


publicadas por la Universidad de Buenos Aires en 1943, que tras repasar los
principales aportes y propuestas metodológicas de la disciplina confesaba:

Los historiadores del derecho han comprendido la necesidad de encontrar un criterio


estrictamente jurídico, que tome en consideración el derecho en su unidad y en sus
intimas transformaciones, capte la estructura interna del ordenamiento legal de cada
época y lo estudie en sus causas, sus factores históricos y sus consecuencias. Es nece-
sario alcanzar una purificación del concepto lógico de la historia del derecho, esto es
saber que a cada época o periodo corresponde un mundo o clima propio de conceptos
jurídicos que debe ser captado con el instrumental de un método que no desvirtúe su
autenticidad.27

Y concluía:

Si logramos en las aulas el conocimiento de las formas totémicas de la juridicidad entre


algunos indígenas precolombinos, el derecho privado y público vigente en Indias, el
orden jurídico de la Revolución de Mayo, el caudillismo y la dictadura de Rosas, o el
estado de derecho que instaura Caseros, la cultura argentina cobrará nuevo sentido a

26 Ricardo Smith: “Aportaciones al Estudio de la Historia del Derecho en Argenti-


na”. Córdoba, Imprenta de la Universidad, 1942, página V.
27 Ricardo Smith: “Función de la Historia del Derecho Argentino en las Ciencias
Jurídicas”. En Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Instituto de Historia del Derecho Argentino. Conferencias Y Comunicaciones IV. Buenos
Aires, Imprenta de la Universidad, 1942

86
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

través de la clara razón histórica de maestros y discípulos. Dirigidos nuestros estudios


a la educación de los juristas para avecinarlos con el alma de la nación, en la cual el
derecho se forma y vive serán al mismo tiempo, instrumento de acción iluminada y
fecunda.28

Ricardo Smith falleció en Córdoba el 13 de octubre de 1976.


El 3 de septiembre de 1942 la Comisión de Enseñanza del Honorable Con-
sejo Directivo de la Facultad de Derecho integrada por los Doctores Carlos A.
Tagle, Víctor N. Romero del Prado y Ricardo Smith presentaban un proyecto
de Ordenanza de un nuevo Plan de Estudios, que no ofrecía innovación algu-
na en la estructuración del sexto año de la Carrera de Derecho.
En la extensa nota de presentación, sostenían los autores la imperiosa ne-
cesidad de apuntalar la formación de los estudiantes de Derecho con conoci-
mientos históricos, ciñendo el dictado de la materia, para ahondar en profun-
didad y sentido crítico al inmediato pasado colonial y patrio. Argumentaban:

Esta materia, en efecto, respecto a la exigencia de la ciencia jurídica de contar con las
luces de la tradición para el esclarecimiento de sus problemas, en orden a la mejor
interpretación, aplicación y reforma de las normas legales. Si se tienen en cuenta los
problemas de la materia, referidos al conocimiento de los factores teóricos y prácticos
en la ciencia y la legislación, en los diversos sistemas que han regido antiguamente en
lo que hoy es el territorio de nuestra República, tendremos un auxiliar para la memoria
jurídica de nuestra cultura, indispensable para un conocimiento racional, profundo y
crítico de nuestro Derecho. Por ello y por las dificultades de un estudio de carácter uni-
versal del pasado jurídico, se lo limita a nuestra Nación, a fin de propender al conoci-
miento de los tres siglos coloniales y del desarrollo jurídico duran te la independencia y
la organización nacional, buscando desentrañar en el examen de los sistemas a que ha
respondido toda esa legislación, lo que haya de propio o de universal ,en el fenómeno
jurídico de nuestro pasado inmediato y remoto; de ahí la denominación de Historia del
Derecho Argentino y la ubicación al final de los estudios jurídicos, de una rama que,
si ha de dirigir su atención a los sistemas, a la orientación de la legislación, requerirá
como antecedente el examen de nuestro Derecho en sus diferentes manifestaciones.
Según lo dicho, deberá ser coronación cultural de los estudios y no iniciación de ellos
en nuestra Facultad.

En 1949 se aprobó un nuevo Plan, esta vez regulado por la Ordenanza


145/49 que tampoco modificaba la estructura y ubicación de Historia del De-
recho Argentino.

28 Ídem.

87
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Pero en 1953, cuando la materia registraba ya 46 años de cursos continuos


e ininterrumpidos de dictado anual en la Facultad de Derecho de la Univer-
sidad Nacional de Córdoba, fue suprimida del Plan de Estudios y reempla-
zada por la asignatura Historia Constitucional, cuya enseñanza se ubicó en
el segundo año de la Carrera de Abogacía, siendo designado Encargado de la
misma al Doctor Horacio Seghesso.
Este Plan, regulado por la Ordenanza 207/53 se mantuvo entre los años
1953 a 1956.
En este último año y mientras la Universidad Nacional de Córdoba se
encontraba intervenida, se vuelve a introducir, en virtud de la Ordenanza
104/56 Historia del Derecho Argentino en la Programación del sexto año de
la Carrera de Derecho.
Con precisos matices que denunciaban mayor preocupación por la ense-
ñanza de la historia, el nuevo Plan incluía en primer año la materia Historia
Diplomática Argentina y en sexto año Historia de la Cultura.
En 1962, 1963 y 1969 ejerció la titularidad de la Catedra de Historia del
Derecho Argentino el Doctor Roberto Ignacio Peña.

9. Roberto Ignacio Peña29

Roberto Ignacio Peña Peñaloza nació en la ciudad de Córdoba el 23 de


abril de 1913.Era el segundo hijo del matrimonio formado por la señora Julia
Peñaloza y el ingeniero Roberto Ignacio Peña.
Realizó sus estudios secundarios en el tradicional Colegio Nacional de
Montserrat, atesorando gratos recuerdos de su paso por las aulas cordobesas,
recuerdos juveniles que lo acompañarían toda su vida y que solía evocar con
nostalgia en reuniones de amigos.
Más tarde inició sus estudios de derecho en la vecina Facultad de Derecho
y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, donde se graduó
de abogado el 11 de abril de 1940.

29 Un estudio inicial se encuentra en Marcela Aspell y Ramón Pedro Yanzi Ferreira:


“Roberto Ignacio Peña. Recuerdos de nuestro Maestro”. En Cuaderno de Historia. Insti-
tuto de Historia del Derecho y de las Ideas Políticas de la Academia Nacional de Derecho
y Ciencias Sociales de Córdoba. Tomo X. Córdoba 2000. Asimismo, Ramon Pedro Yanzi
Ferreira: “Más de veinte años de trabajo del Instituto de Historia del Derecho y de las
Ideas Políticas Roberto I. Peña de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales
de Córdoba” Anuario XIII. Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales. Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba, 2012.

88
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Su formación universitaria culminó el 23 de marzo de 1952, cuando ob-


tuvo el grado de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales al defender su Tesis
Doctoral titulada El pensamiento político de Deán Funes, publicada por la
Universidad Nacional de Córdoba en el mes de junio de 1953.
Entre los meses de diciembre de 1947 a agosto de 1948 se desempeñó
como Becario en España del Instituto de Cultura Hispánica, realizando tra-
bajos de Investigación Histórica en los Archivo: Nacional de Madrid, Archivo
de Indias de Sevilla y Archivo Secreto del Vaticano.
En 1949 presenta su primer trabajo de investigación al Congreso Internacio-
nal de Filosofía celebrado en la ciudad de Mendoza. Su ponencia se tituló: Noti-
cias sobre la enseñanza de la filosofía en la universidad jesuítica de Córdoba.
1614-1767, inicia el camino del que luego sería uno de los campos de exploración
preferido por el Doctor Peña, la historia de la Universidad de Córdoba.
El 25 de marzo de 1952 fue designado miembro del Instituto Belgraniano
de Buenos Aires. En junio de 1952 fue nombrado miembro del Consejo de
Asuntos Argentinos del Primer Congreso Interamericano de Historia y Arte
Religioso.
El 7 de marzo de 1953 la Junta de Estudios Históricos de Santiago del Es-
tero lo designó Miembro Correspondiente.
En 1953 el Dr. Ricardo Levene lo incorporó al Instituto de Historia del
Derecho de la Universidad de Buenos Aires en calidad de miembro corres-
pondiente por la provincia de Córdoba. En la respectiva ceremonia de in-
corporación leyó su ponencia sobre: “Labor institucional del gobernador de
Córdoba, General Juan Bautista Bustos”.
Al año siguiente, en 1954, la División de la Cooperation en Culturelle In-
ternationale de la Unesco, con sede en París, lo invitó a participar en la reen-
contre que se realizó en Ginebra, dedicada a estudiar las relaciones culturales
entre el antiguo y el nuevo continente.
En 1959, la Institución Alberdi de Buenos Aires lo designó miembro co-
rresponsal en Córdoba. En 1959, fue nombrado miembro de la Comisión Di-
rectiva del Instituto Sanmartiniano de Córdoba.
Fue designado en 1977 Miembro de Número de la Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, en 1978 Miembro Correspondiente
en Córdoba de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia Chilena
de la Historia.
En 1981 se incorporó como Académico Correspondiente en Córdoba, de la
Academia Nacional Sanmartiniana.

89
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

En 1966 fundó el Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano,


donde se desempeñará como miembro de número y activo organizador de sus
primeros congresos internacionales. Fue, asimismo, desde el 11 de octubre
de 1973, Miembro fundador y de número del Instituto de Investigaciones de
Historia del Derecho.
El Doctor Peña, llevó a cabo en la Casa de Trejo una destacada, brillante,
rica, multifacética y profunda labor docente, que ejerció con carisma y entu-
siasmo singular, prácticamente, hasta el inicio de su enfermedad, en el mes
de septiembre de 1999.
Desde sus tempranas Cátedras como Profesor de Castellano, en el Cole-
gio Montserrat y Profesor de Historia Argentina en la Facultad de Filosofía
y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba desde 1947 a 1956
hasta sus últimas clases brindadas a los centenares de alumnos de la Facul-
tad de Derecho que cursaban estudios de Historia Jurídica en los Seminarios
Anuales que organizaba la Cátedra “B” de Historia del Derecho Argentino, se
cubren varias décadas de abnegada labor docente.
Recuerdo el entusiasmo con que Roberto, abría la clase inicial en el semi-
nario anual, aún conservamos las fotos que lo muestran, con sus trajes claros,
hablando pausadamente, inclinado sobre el micrófono, aferrado al mismo y
preocupado porque su voz, que había empezado a menguar con los años, lle-
gara claramente a todos los jóvenes.
En 1958 fue nombrado Profesor por Concurso, en el Liceo Militar General
Paz.
En 1962 alcanzaría, también por concurso, la plaza de Profesor Titular de
la Cátedra de Historia del Derecho Argentino en 1962, 1969, 1973, 1976 hasta
el 14 de abril de 1986.
En su calidad de Profesor Titular modificó la orientación a los estudios de
Historia del Derecho, logrando que el programa de la materia contuviera un
meditado equilibrio, estudiando tanto el derecho castellano como el indiano
y el patrio. El 11 de marzo de 1971 fue, asimismo, designado Profesor Titular
por concurso en la especialidad Historia de América en la Facultad de Filoso-
fía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.
En 1981, después de un ejercicio docente continuo, de más de cuarenta
años en la cátedra de Historia del Derecho, su Carrera docente culmina con
la designación de Profesor Emérito de la Universidad Nacional de Córdoba.
Pero el doctor Peña llevó también su ejercicio docente a universidades y
centros de estudio extranjeros. En el mes de junio de 1973 pronunció en el

90
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Instituto de Estudios Superiores del Centro Paraguayo Argentino de Asun-


ción un ciclo de conferencias sobre Las grandes cuestiones americanas en
Francisco de Vitoria (teólogo), Juan López de Palacios Rubios (jurista) y
Juan Ginés de Sepúlveda (humanista); La concepción geopolítica en la crea-
ción del Virreinato del río de la Plata; La doctrina jurídica de la Revolución
de Mayo y su proyección institucional.
Cinco años más tarde, en el mes de febrero de 1976, dictó un seminario
sobre la Formación institucional de la República Argentina en la cátedra del
profesor Francisco Tomás y Valiente de la Facultad de Derecho de la Univer-
sidad de Salamanca.
Más tarde, unió a la docencia universitaria la gestión académica de insti-
tutos y centros de investigación científica sobre la especialidad que cultivaba
y, en esta tesonera actividad, al frente de grupos de trabajo, guiando y alen-
tando a la labor comunitaria se destaca particularmente la faceta creativa y
profundamente humana del doctor Peña.
En 1982 fue designado Director del Centro de Investigaciones de Historia
del Derecho Argentino de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la
Universidad Nacional de Córdoba.
La gestión propia de la Universidad contó asimismo con el concurso del
Doctor Peña. Fue Vice-Rector (1970-1971) y Decano de la Facultad de De-
recho y Ciencias Sociales de esa Alta Casa de Estudios entre los años 1970 a
1973.
Intervino en un sinnúmero de congresos nacionales e internacionales de la
especialidad. Entre los primeros, era un participante asiduo de las Jornadas
de Historia del Derecho Argentino organizadas por el Instituto de Historia
del Derecho Ricardo Levene, cuya celebración continuó luego el Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho.
Entre los congresos internacionales solía concurrir a los Congresos del
Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, que contaron con
su participación desde el II, celebrado en Lima del 31 al 6 de octubre de 1971
hasta el Congreso del mismo Instituto, realizado entre el 19 y el 21 de octubre
de 1998 en Toledo y organizado en el bellísimo complejo de San Pedro Mártir
por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Castilla
La Mancha y que constituyó la última vez que Roberto estuvo en España.
También registraron su periódica asistencia la serie de los Congresos In-
ternacionales de Historia de América, desde el primero al que acudió, el V
Congreso, celebrado en la ciudad en la ciudad de Lima entre el 31 de julio y el

91
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

5 de agosto de 1971, en conmemoración del sesquicentenario de la Indepen-


dencia del Perú.
Colaboró con numerosos artículos en revistas y publicaciones periódicas,
las cuales reunieron también sus extensas y meditadas críticas bibliográficas.
Supo crear el clima de trabajo amable y eficiente que permitió iniciar las
primeras tareas de investigación y profundización de los estudios ius históri-
cos en el Centro de Estudios de Historia del Derecho en la Facultad, Centro
que luego, por los incomprensibles azares de la política universitaria fuera
cerrado y más tarde refundado por el doctor Peña en la Academia de Derecho.
Todavía conservo el papel que pasó debajo de la puerta del estudio de Pe-
dro Yanzi, cuando el 19 de abril de 1989 comunicó alborozado la noticia de la
nueva fundación del Instituto por la que tanto había luchado: “Gringo: sigo
sin teléfono. En la sesión de ayer la Academia creó el Instituto de Historia y
de las Ideas Políticas y me designó director. Hay que trabajar mucho. Salu-
dos, Peña”.
En su calidad de Director del Instituto de Historia del Derecho y de las
Ideas Políticas de la Academia de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba,
trabajó y dirigió la publicación de nueve volúmenes de Cuadernos de His-
toria, donde se divulgaron investigaciones sobre diversos temas de historia
jurídica e historia de las ideas políticas, construidas por profesores nacionales
y extranjeros con trayectoria académica y también iniciales trabajos de jóve-
nes investigadores que hacían, de este modo, sus primeras contribuciones a
la disciplina.
Su obra medular como profesor universitario la llevó indudablemente en
la Cátedra de Historia del Derecho Argentino en la Facultad de Derecho de la
Universidad Nacional de Córdoba, ejerciendo allí, ininterrumpidamente, la
docencia durante más de 40 años.
Era un profesor severo, pero al mismo tiempo divertido. Sabía combinar
las dificultades de un riguroso análisis ius histórico con la oportunidad de un
recuerdo grato. Sus vastas lecturas enriquecían sus clases con las cuidadas
citas de los clásicos latinos.
Pedro Yanzi Ferreira fue discípulo de Roberto, Martha suele decir que fue
también el hijo que nunca tuvo.
Pedro aún recuerda como en 1967 lo conoció, al disfrutar lo que considera-
ba un verdadero privilegio: ser parte del grupo de 25 alumnos que asistieron
al curso intensivo dictado en ese año por Roberto Peña.
Pedro Yanzi Ferreira suele evocar cómo, al concluir las clases de grado,

92
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

caminaban juntos hasta sus respectivos domicilios, pues vivían en la misma


vecindad, naciendo entonces entre ellos una relación de profunda admiración
y respeto que disparó la vocación de Pedro por los estudios ius históricos, una
relación que perduró y creció con el correr de los años y se prolongó en el aco-
tado e intenso espacio de muchas jornadas de trabajo compartido, al asumir
Roberto la dirección de la Tesis Doctoral “La Regulación Jurídica del Estado
de Sitio (1810-1930)”, que Pedro defendiera cum laudem en la Universidad
Nacional de Córdoba en el año 2004
A este precioso entramado de respeto y afecto me sumé yo misma, cuando
en 1986 vine ya a vivir a Córdoba definitivamente.
Roberto dedicó toda su vida al cultivo de la Historia del Derecho. Lo evoco
en su mesa de trabajo acristalada que alberga sus fotos familiares más que-
ridas y bonitas estampas de Santa Teresa de Ávila, rodeado de sus ficheros
Thompson y de los colmados estantes de sus muebles bibliotecas de madera
lustrada, que la familia decidió, luego, donar a la Facultad de Derecho, su-
mergido en sus pilas de papeles, buscando entre las prolijas cajas de cartón,
donde se acumulaban sus transcripciones documentales, producto de muchí-
simas horas de labor en los archivos, la cita indispensable para sostener sus
conclusiones.
Recuerdo con emoción sus últimas palabras cuando lo fuimos a ver a su
habitación del Hospital Privado y le indicó a su esposa Marta, que le quitara
la máscara de oxígeno.
Ella así lo hizo y entonces Roberto le dijo a Pedro: “Gringo, cuide al Insti-
tuto y saquen rápido los Cuadernos”.
Se refería al número IX, que estaba entonces atravesando su última faz de
impresión.
El Instituto ha logrado publicar luego 20 números más, tenemos pues la
tranquilidad que la última preocupación de nuestro Maestro se ha cumpli-
do. Hoy mientras repaso estas páginas, se encuentran en prensa los números
XXIV, XXV y XXVI.
Pero Roberto Peña sigue aun con nosotros, porque ¿quién ha dicho que la
voz de los Maestros se acalla con la muerte?
En la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba, que Betin
tanto amaba y a la cual le dejo el tesoro de sus libros, Roberto aparece, en
algunas tardes doradas, con tanto silencioso sigilo como gracia, a través de
papelitos que dejó olvidados en viejos textos que consultaba sentado en sus
amplias mesas de trabajo.

93
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Y aun hoy, revisando lecturas, que no sospechaba eran compartidas, me


emociona descubrir su bella letra en el dorso de boletas, avisos comerciales
o páginas de agendas agotadas, como este que guardo bajo el vidrio del es-
critorio y que encontré hace cinco años y que dice: “No hay que confundir
criterios prácticos con verdades absolutas, lo más grave del pensamiento
contemporáneo es su agnosticismo y su relativismo.”
Era un hombre culto y curioso, le acompañaba además una finísima y agu-
da ironía, que amenizaba ingeniosamente cualquier charla, desde las científi-
cas hasta las domésticas y que es propia de una personalidad sutil y brillante.
En su vasta y prolífica producción intelectual se destacan las líneas de tra-
bajo dedicada al estudio del pensamiento y la obra de los juristas vinculados a
la Universidad de Córdoba, su Casa de Estudio a la que Betín amaba profun-
damente y a la que dedicó sus mejores afanes.
Principia este género de estudios sus iniciales estudios sobre historia de
las ideas jurídicas en Córdoba y el plexo ideológico que aquilató su influencia
en nuestro medio. “El Pensamiento político del Deán Funes y la Revolución
de Mayo”. 1951.
“Vitoria y Sepúlveda y el problema del indio en la antigua Gobernación
del Tucumán” 1951.
“El Deán Doctor Gregorio Funes. Ideólogo de la Revolución de Mayo”.
1953 investigaciones pioneras que se coronan en su magnífica Tesis Doctoral
dedicada a analizar el pensamiento del Deán Funes: “El Pensamiento Político
del Deán Funes” publicada por la Universidad Nacional de Córdoba en 1953.
La obra estructurada en catorce capítulos y un interesante apéndice docu-
mental, traza una completa biografía intelectual del Deán Funes sustentán-
dola en el tejido ideológico de los tiempos que le tocó protagonizar.
Fue el doctor Funes una recia figura que atraviesa a lo largo de sus 80 ple-
tóricos años de vida, la segunda mitad del siglo XVIII; había nacido el 25 de
mayo de 1749 en la ciudad de Córdoba, y las tres primeras décadas del siglo
XIX. Su formación en la Universidad Jesuítica, donde se graduaría de doctor
en teología bajo la regencia franciscana, expulsada ya la Compañía, y a su
paso posterior de cuatro años en la Universidad de Alcalá, donde a juicio del
autor rehace su formación mental y alcanza una visión universal, son estu-
diadas por el Dr. Peña, con especial dedicación en el análisis de las lecturas,
que el Deán proyectaría, más tarde, en su labor institucional.
Los sucesos revolucionarios de Mayo de 1810, a los que anticipa, en las
páginas iniciales de la obra, un breve estudio del ambiente intelectual del Vi-

94
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

rreinato del Río de la Plata en el siglo XVIII, la revolución en Córdoba, su


oposición a Mariano Moreno, los episodios del 5 y 6 de abril, la política del
Triunvirato y el Directorio, el enfrentamiento político entre unitarios y fede-
rales, la definición de las posturas monárquicas y republicanas, la proyección
americana de la revolución emancipadora y los conflictos planteados por el
gobierno eclesiástico, son nudos vitales de nuestra historia patria, utilizados
por el autor para iluminar los aspectos definitorios del pensamiento político
y filosófico de su biografiado.
En esta línea de análisis de las corrientes de pensamiento filosófico polí-
tico a través de figuras paradigmáticas o de tiempos neurálgicos en nuestra
historia se inscriben, asimismo:
“Juan Bautista Bustos y el Federalismo doctrinario de Córdoba”, Córdo-
ba, 1980
“El Deán Gregorio Funes. Teólogo de Córdoba y jurista de Alcalá de He-
nares (1749-1829)”, 1991.
“Los Derechos Naturales del Hombre en la Ideología del Siglo XVIII Rio-
platense”.1992.
“La Teoría teocrática de Fray Bartolomé de las Casas O.P. (1474-1566) y
el Regnun lndiarum”. 1989.
“Utopía y Realidad de la Antropología de Fray Bartolomé de las Casas.
(1474-1566)”. 1994.
“La Escuela Teológica Jurídica de Córdoba: El Dr. José Roque Funes
(1782-1862): Sus estudios universitarios”.1994.
“Fuentes del Derecho Canónico indiano: Los autores Anacleto Reiffens-
tuel y el Jus Canonicunt univcrsum”, 1988.
“La República de los Indios y el Derecho Común”, 1989.
“Las ideas jurídico-políticas de Domingo de Soto y el Derecho Indiano”.
(1996)
“La Biblioteca del Obispo de la diócesis de Córdoba del Tucumán Dr. Ro-
drigo Antonio de Orellana (1810)”. 1997
La historia de nuestra Universidad fue otro caro motivo de su preocupa-
ción intelectual. Publicó:
“Noticias sobre la enseñanza de la Filosofía en la Universidad Jesuítica
de Córdoba”, 1614-1767, 1949
“Conclusiones jurídicas defendidas en la Universidad de Córdoba a fines
del siglo XVIII”. 1952
“La Universidad Jesuítica de Córdoba del Tucumán 1613-1767”.

95
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

“El P. Domingo Muriel s.j. 1718-1795”, 1996.


“La visita a la Universidad Mayor de San Carlos efectuada por el Doctor
don Manuel Antonio de Castro, Gobernador intendente de Córdoba”. 1980-1981
“El Doctor Manuel Antonio de Castro y el Colegio Universitario de Mon-
serrat”. 1982.
“La Facultad de Jurisprudencia de Córdoba. (1791—1807)”, 1985
“Las teorías pactistas vistas desde la Universidad de Córdoba del Tucu-
mán (1613-1810)”. 1997.
” La escuela teológico-jurídica de Córdoba. El doctor José Dámaso Xige-
na 1767-1847. Sus estudios universitarios”. 1998
Eruditas investigaciones que concluyeron en su obra cumbre: “Los siste-
mas jurídicos en la enseñanza del derecho en la Universidad de Córdoba
1614-1807”, editada en 1986, por esta Academia y que muchas veces me con-
fió, pensaba reeditar.
Esta es una obra singular que culmina un largo proceso de estudio sobre
la Universitas Cordubensis Tucumanae y que aborda la reconstrucción del
ordo juridicus a través del estudio de las proposiciones jurídicas que se ense-
ñaron y se sostuvieron en las aulas universitarias en sus primeros doscientos
años de vida.
Tres partes componen un armonioso conjunto: “La Universidad Jesuítica
(1614-176), La Universidad Real bajo la regencia franciscana (1767-18072)
y 2La Facultad de Jurisprudencia2, estudiada en su período inicial, a partir
de su creación en 1791 y hasta 1807, tiempos de fundamentales cambios de
planes de estudio.
En la sección primera es minuciosamente analizada la doctrina de Fran-
cisco Suárez los tratados De Legibus y Defenso Fidei, los conceptos de ius,
fas, equidad, potestas el ordo juridicus inserto en el ordo theologicus, las dos
potestades, la espiritual y la temporal, la teoría del pacto social, la teoría del
cuerpo político, el tiranicidio, la obediencia civil
Lúcidamente, el doctor Peña, al estudiar en este libro la influencia de Suá-
rez en nuestra universidad afirma:

Las doctrinas expuestas por Francisco Suárez(1548-1617), al reelaborar la gran síntesis


escolástica del siglo XVI, constituyen elementos para formar una Teoría del Poder Po-
lítico y han configurado un cuerpo de doctrina, enseñado en las universidades jesuitas
y conocida después del extrañamiento de la Compañía de Jesús, como doctrina de los
expulsos, condenada por los órganos del gobierno español y proscripta su enseñanza
en las universidades hispanas. Con Suárez ingresó en la Universitas Cordubensis Tu-

96
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

cumanae el concepto de equidad que iba a dar nacimiento a una riquísima casuística
moral y jurídica. Los jesuitas crearon una admirable jurisprudencia interpretativa de
la ley que se proyectó particularmente en el derecho canónico y en el derecho penal”.

Tres figuras claves: Diego de Avendaño, Pedro Murrillo Velarde y Domin-


go Muriel, con especial dedicación a los Rudimenta Iuris Naturae et Gentium
de este último, complementan este primer segmento.
La segunda parte, dedicada como anticipamos a la universidad bajo la re-
gencia franciscana analiza la nueva orientación de los estudios tras el destie-
rro de la doctrina de los expulsos, la decisiva influencia de Melchor Cano O.P.
y Daniel Concina O.P., además de la utilización de la obra de Santo Tomás en
la enseñanza de la teología. Sostiene Peña que la Suma Teológica del Doctor
Eximio, discípulo de San Alberto Magno, fue rigurosamente enseñada en las
aulas cordobesas, al analizar los fundamentos ontológicos del derecho y el
tratado de las virtudes morales en una admirable recapitulación que ensam-
blaba la tradición del humanismo grecolatino.

El fin, a que debe aspirar la pública sociedad humana consiste en vivir conforme a la
virtud, lo cual no podría conseguirlo el hombre aislado, de suerte que el fin propio de la
sociedad humana es el de conseguir una vida virtuosa (Libro I Capítulo XIV).

La tercera sección estudia la creación de la Facultad de Jurisprudencia en


la Universidad Real, con el establecimiento de la Cátedra de Instituta que
adopta el texto de Arnold Vinnius (1588-1657) como libro esencial para la
enseñanza del Ius Commune, hecho que significó el ingreso del método histó-
rico jurídico del derecho natural racionalista en la Casa de Trejo, del mismo
modo como se organizaba la enseñanza del derecho romano en las más afa-
madas universidades europeas de la época.
Este es pues el riquísimo horizonte que ofrece la obra de Roberto Peña,
iniciando la rotura de la tierra para echar la primera semilla de una siembra
que debe imperiosamente continuar sobre los espacios del siglo XIX, en el
escenario jurídico cordobés.
Hasta su último estudio, publicado póstumamente, en el número IX de los
Cuadernos del Instituto “La Escuela teológico-jurídica de Córdoba. El doc-
tor José Dámaso Xigena 1767-1847. Sus estudios universitarios”, demuestra
acabadamente su inquebrantable voluntad de trabajar hasta el último aliento
Sus afanes se orientaron, asimismo, al estudio de los aspectos singulares
de la vida político- institucional cordobesa.

97
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

En tal sentido se destacan sus investigaciones referidas a:


“Los Jueces Pedáneos de la Provincia de Córdoba (1820-1856). Algunos
aspectos de sus atribuciones”, 1974.
“El Federalismo Doctrinario de Córdoba y el Pronunciamiento de Are-
quito” (1956-1957).
“Contribución a la historia del derecho patrio en Córdoba: Labor institu-
cional del Gobernador Bustos (1820-1829)”, 1960.
“Notas sobre los orígenes institucionales argentinos. 1964.
“Córdoba, en el Plan Político de Pavón (1852-1863)”,1966.
“El Doctor Manuel Antonio de Castro: Gobernador de Córdoba (1817-
1820)”.1978.
“Aporte Documental pan el estudio de la Villa de la Concepción del Río
Cuarto. (Intendencia de Córdoba del Tucumán)”.1982.
Otra línea cultivada por el Doctor Peña fue el minucioso estudio de piezas
documentales de singular valor, tales como:
“Breve noticia sobre archivos cordobeses con fondos documentales para
una investigación de la historia del Derecho Argentino”, 1967.
“La aplicación del Derecho Castellano- indiano por los tribunales judicia-
les de Córdoba (1810-1820)”,1967.
“Notas para un estudio del Derecho Canónico Matrimonial Indiano”,
1971.
“Cartas de Concierto en el Derecho Castellano - Indiano a fines del siglo
XVI. Córdoba de las Nueva Andalucía”. 1980.
El Derecho Penal Castellano-Indiano: Un caso jurisprudencial de homi-
cidio 1981.
“Juicios de Declaración de Nulidad de Matrimonio en Córdoba del Tucu-
mán (Siglo XVIII): Un caso jurisprudencial”, 1986.
“Archivo de la Curia Eclesiástica de Córdoba. Legajo 194. Divorcios y
Nulidades de Matrimonio. (1688-1745. Tomo 1. Expediente 3 Juana Cabrera
y Felipe de León. Nulidad de Matrimonio. Fuerza y Temor. Falta de Licencia
Eclesiástica”, 1987.
El Doctor Peña fue incorporado a la Academia de Derecho y Ciencias So-
ciales de Córdoba, el día 2 de julio de 1977, ocupando el sillón Nicolás Ave-
llaneda.
Participó con entusiasmo singular en las actividades de la Academia hasta
la fecha misma de su repentino fallecimiento, ocurrido el 31 de octubre de
1999.

98
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Su vasta e interesante Biblioteca de más de ocho mil títulos, fue donada


por su esposa Marta Fábregas a la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacio-
nal de Córdoba.
Esta era la explícita voluntad de Betín quien la había manifestado, más
de una vez a familiares y discípulos. Los volúmenes fichados y clasificados se
han incorporado ya a los fondos especiales de la Biblioteca. Pero hay apro-
ximadamente cuatrocientos de sus libros, seleccionados entre las obras más
representativas para el cultivo de la Historia del Derecho, y la colección de su
Enciclopedia Hispana-Americana con el precioso mueble que la contiene,
que han sido cedidos por Marta a la Biblioteca del Instituto que hoy lleva su
nombre.
Me ha dejado su archivo completo, tal como estaba en su escritorio-biblio-
teca de la planta alta de la bellísima casona construida por su padre en calle
Poeta Lugones 350 de la ciudad de Córdoba, que ya no existe, cuyas ventanas
se abrían a una terraza, donde Roberto cultivaba con dedicación sus flores de
lis, buscando con paciencia infinita la perfecta simetría entre el tallo y la flor,
como me lo explicara una mañana de octubre en que acudí a su casa a llevarle
alguna contribución para su publicación en Cuadernos y lo encontré abocado
a su trabajo de exquisita jardinería, entre los tomos suarecianos del Tratado
de las leyes y de Dios Legislador.
El recuerdo de la bella flor de lis que llevaba Juana de Arco en su estan-
darte en su combate heroico contra los ingleses, lo impulsó a regalarme esa
mañana, la perfecta y fresca flor que acaba de nacer. 30
Me dijo sonriendo que lo hacía en homenaje a mis ancestros irlandeses por
tantos años de lucha homérica y sobrehumana.
Tiempo después, cuando ya Roberto había partido, Martha me regaló sus
macetas con la maravillosa flor de lis que ahora cultivo junto a mis verdes tré-
boles en la terraza de la piscina en mi casa del Cerro de las Rosas y cuando el
portentoso milagro de una o dos flores de intenso color rojo sangre brotan en
la primavera, se a ciencia cierta, que es el regalo que Roberto me envía, todos
los años desde el cielo.

30 Más tarde supe que la flor de lis tiene su propia leyenda que cuenta como un ángel
la regaló a Clodoveo I, el rey Merovingio de todos los Francos, (481-511) por su conversión
al cristianismo abandonando el arrianismo. En el siglo XII, los Luises usaron la flor-de-lis
en su escudo. La Iglesia Católica Romana utiliza el lirio como un emblema de la Virgen
María. Debido a sus tres pétalos la flor-de-lis también ha sido adoptada para representar
la Santísima Trinidad que en Erin simboliza invariablemente el trébol. En mi jardín, la flor
de lis crece siempre junto a mis tréboles.

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MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Aquí, también en mi casa tengo su archivo que alberga cientos de cartas


mantenidas con colegas y amigos, con observaciones agudas e ingeniosas, con-
sejos, notas, recomendaciones, alguna fina ironía deslizada con prudencia.
Es un verdadero placer recorrer sus papeles escritos en todo tipo de plie-
gos, reutilizando en ocasiones otros textos, utilizando pluma fuente con letra
abierta y fresca embellecidos con citas elegantes, enriquecidos a veces con
recortes de periódicos, transcripciones literarias, comentarios, apuntes, re-
cuerdos, memorias, que por algún motivo habían suscitado su curiosidad o
su interés, todo lo cual nos habla elocuentemente de su pasión cotidiana por
el trabajo intelectual.
Su estilo detallista y metódico se traduce en los varios miles de fichas que
todavía conservan su orden inicial, con transcripciones documentales en letra
pequeña y ordenada.
También es muy significativo la cantidad de más de un centenar de tesis
doctorales, tesinas, trabajos de licenciatura, monografías de cursos, jornadas
y seminarios, trabajos prácticos y trabajos de iniciación en la investigación,
orientados, dirigidos, evaluados y corregidos minuciosamente por el Doctor
Peña a lo largo de su vida. Gran parte de los actuales historiadores de nuestro
medio fueron formados por él.
Sus laboriosos y personalísimos índices documentales sobre el material
documental existente en el Archivo Histórico de Córdoba y en el Archivo del
Arzobispado de Córdoba son un exponente de las muchísimas horas dedica-
das al examen prolijo del material documental.
Estoy a cargo del inventario de esos papeles, trabajo en el que avanzo len-
tamente y espero algún día concluir.
Como Secretaria del Instituto, todos los jueves por la mañana nos reunía-
mos en la Academia para despachar la correspondencia del Instituto y or-
ganizar las reuniones semanales. Eran estas sesiones de trabajo entrañables
donde se pasaba repaso a la labor del Instituto y se proyectaban las tareas
futuras, pero también eran reuniones donde el doctor Peña comentaba con
una amenidad que hoy tanto extrañamos, el avance de sus investigaciones y
la superación de los obstáculos que encontraba en su trabajo cotidiano.
Le preocupaba el crecimiento y la formación de jóvenes, a quienes alenta-
ba, corregía y cuidaba. Acompañaba pacientemente los infinitos trámites de
becas, subsidios, proyectos, etc. presentados a las agencias, que sustentan el
trabajo de los investigadores y que se transforman, en ocasiones, en un ver-
dadero vía crucis.

100
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Nos deja un rico legado: líneas de investigación cultivadas con pasión y eru-
dición infinitas, un ejemplo ético de una conducta intachable al servicio de la
educación y de la investigación científica, el insobornable espíritu de un caba-
llero cristiano, la memoria luminosa de un hombre entrañablemente humano.
Nos deja sus consejos, el recuerdo de su afecto, de su inquebrantable vo-
luntad de trabajo, del tesón con que subía las áridas escaleras del Archivo
Histórico de la Provincia para espigar en sus fondos documentales en busca
de una partícula preciosa del pasado. Pero también nos deja un tesoro concre-
to para cuidar y multiplicar: el Instituto de Historia del Derecho y de las Ideas
Políticas que fundara en 1991 y al cual le dedicara tantas horas de trabajo, y
preocupación, esmero y dedicación y cuya joven lozanía es imperioso cuidar.

Si el recuerdo de los hombres virtuosos alienta con su trascendente ejemplaridad el


trabajo silencioso y cotidiano de quienes han participado en estos mismos afanes, el
Doctor Roberto I. Peña está aún con nosotros, y así lo sentimos todos los que hoy
nos hemos reunido, sabiendo que nuestro entrañable Profesor permanece aquí con su
obra, con su insobornable ejemplaridad ética y su sonrisa.

En 1968 fue parcialmente modificado el Plan 104 en la distribución de las


materias de cuarto, quinto y sexto año.
Historia del Derecho continuó dictándose en el sexto año, al cual se le
adicionó el estudio de Derecho de la Navegación.
Este Plan continuó, sin modificación alguna, aun cuando en 1974 se creó
e implementó el sistema de Cursos Teórico Prácticos y se modificó el sistema
general de correlatividades.
Un año después, en 1975 la Ordenanza 1/75 volvió a modificar, esta vez
sustancialmente, el Plan de la Carrera de Derecho.
Historia del Derecho Argentino continuaba en sexto año, pero acompa-
ñada de Sociología e Historia de la Cultura, Derecho Internacional Privado,
Derecho Agrario y Minero, Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social,
Derecho Administrativo, Filosofía del Derecho, Registros e Instrumentos
Públicos.
Finalmente, una Comisión Especial, designada por la Ordenanza 113/85,
con el propósito de estudiar y efectuar una propuesta sobre futuros planes de
estudio y régimen de correlatividades, elaboró un nuevo Plan que el Consejo
Directivo de la Facultad aprobó el 11 de marzo de 1985.
Historia del Derecho Argentino quedó ubicada entonces en el cuarto año
sin régimen especial de correlatividades.

101
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Entretanto, el 2 de agosto de 1976, por Resolución Rectoral Numero 1902


se aprobaba el desdoblamiento de la Catedra de Historia del Derecho Argen-
tino, ejerciendo la titularidad por concurso de la Catedra “A” el Doctor Ro-
berto Ignacio Peña y de la Catedra “B” el Doctor Alfredo Velázquez Martinez.
En 1982 vuelve a unificarse la Catedra, esta vez bajo la dirección del Profe-
sor Doctor Roberto Ignacio Peña

10. Alfredo Velázquez Martínez

El Doctor Alfredo Velázquez Martínez nació en Catamarca el 21 de sep-


tiembre de 1911. 31
En 1922, a la temprana edad de once años, se radicó en Córdoba y en esta
misma ciudad cursó sus estudios de Derecho, graduándose en 1942 de Aboga-
do en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional
de Córdoba.
Veinte años después obtendría el título de Doctor en Derecho y Ciencias
Sociales.
La defensa de la Tesis Doctoral se llevó a cabo en el Salón de Grado de la
Universidad Nacional de Córdoba el día 17 de noviembre de 1962.
Su Tesis Doctoral fue calificada como Sobresaliente y se tituló “Federalis-
mo y Montonera”.
En el voto respectivo, suscripto por el doctor Donato Latella Frías, Miem-
bro del Tribunal que juzgó el trabajo de Tesis, se consigna:

El autor de esta Tesis pertenece al grupo de los investigadores, ya que su “Federalismo


y Montonera” es un claro exponente de la preocupación moderna de asentar las bases
nacionales del estado en la historia, la evolución y el orden jurídico preexistente a la
Constitución de 1853. Con amplia versación y desde su primer capítulo se preocupa el
autor de asentar el concepto etimológico, practico y comparativo de Federalismo y su
aplicación a los municipios, prov9incias y poder nacional. Asimismo, la muy útil dife-
renciación entre “Estado Federal”, “Confederación” o “Estado Confederado” que tra-
tadistas autorizados confundieron en determinado momento y que queda plenamente
asentado en lo a que a nuestro sistema respecta.32

31 Marcela Aspell: “Alfredo Velázquez Martínez y la Historia del Derecho en la Uni-


versidad Nacional de Córdoba”. Publicado en Revista de la Junta Provincial de Historia
de Córdoba. Volumen XXIII. Junta Provincial de Historia de Córdoba. Córdoba, 2006.
32 La Voz del Interior. Ejemplar del 17 de noviembre de 1962.

102
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

La Tesis, dedicada afectuosamente a su esposa Ilda y a su hija Cristina,


“estímulo y justificación de mis tareas” fue publicada en 1963, por la Univer-
sidad Nacional de Córdoba.
Al prologarla, Donato Latella Frías escribió sobre el autor:

El Dr. Velázquez Martínez ha demostrado en efecto, relevantes condiciones y perma-


nente dedicación por las ciencias jurídicas y toda su carrera ha sido una ratificación de
su particular empeño, que lo ha llevado a la profundización de temas fundamentales y
sobre todo a la especialización de las ciencias histórico jurídicas.33

Al mismo tiempo que trazaba sobre la obra el siguiente juicio crítico:

Aborda el autor en esta obra el tema siempre actual y palpitante de nuestro Federalis-
mo en su ascendencia histórica y en su motivación institucional y jurídica. Ese funda-
mental asunto de nuestra organización política ha sido tratado en diversas épocas con
criterio y finalidades distintas, arribando por tanto a conclusiones diversas y haciendo
más interesante la consideración actual de esta cuestión para dilucidar, con criterio
científico, la raíz federalista de nuestra Constitución y de nuestras leyes fundamenta-
les”. 34

“Federalismo y Montonera” es un ensayo de historia política argentina.


Después de precisar los conceptos de federalismo y de definir su filiación po-
lítica y jurídica, a la par de su raíz histórica y geográfica comparando los con-
ceptos de estado federal, confederación de estados y pactos interprovincia-
les recíprocos, el autor se detiene en el estudio del concepto de democracia, su
origen histórico, el ideal aristotélico, la democracia y los sistemas federativos,
para concluir con un horizonte del proceso americano y especialmente patrio.
Pero el nudo de la obra está constituido por un recorrido de la praxis ju-
rídica del federalismo en la historia argentina desde sus orígenes lejanos en
los consejos castellanos y en los mismos cabildos indianos, el caudillismo y
la irrupción de las montoneras, iniciado ya el movimiento emancipador de
1810, rudas formaciones bélicas incipientes, que a juicio del autor, sin pro-
ponérselo, asegurarían los principios básicos de un derecho público provin-
cial que luego consagraría la Constitución Nacional, para continuar con el
análisis del régimen de las autonomías provinciales, disueltas las autoridades
nacionales tras la batalla de Cepeda en 1820, el sistema pactista que aseguro

33 Alfredo N. Velázquez Martínez Federalismo y Montonera. Universidad Nacional


de Córdoba, Dirección de Publicaciones, Córdoba, 1963.
34 Idem

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MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

una suerte de precaria convivencia, hasta lograr la constitución del estado


nacional en 1853, el enfrentamiento entre unitarios y federales, porteños y
provincianos en el lenguaje del autor, investigando las bases históricas de
nuestro derecho público provincial y su raíz genética castellana indiana, para
concluir con el origen de los partidos políticos, los órganos representativos
de las soberanía popular y su vehículo mismo de acción, estudiando su rol y
naturaleza, estableciendo además, la imperiosa necesidad de reglamentar los
aspectos sobresalientes de su actividad pública.35
Estos temas que encuentran su máxima expresión en las páginas de “Fede-
ralismo y Montonera” serian recurrentes en toda su obra ius histórica.
Desde distintos abordajes y enfoques, deteniéndose en aspectos diversos
o privilegiando variadas ópticas, el doctor Velázquez Martínez mantendría la
misma preocupación a lo largo de toda su producción escrita, que trasmitió
también en la Cátedra universitaria, porque nuestro biografiado ejerció in-
tensamente la docencia universitaria en la Universidad Nacional de Córdoba
por más de 30 años.
Amable, afectuoso, ocurrente, dueño de un señorío innato y de una cor-
dialidad cálida y cómplice, fue un Profesor al que sus alumnos y discípulos
recordarían con invariable afecto.
Se desempeñó en la Universidad Nacional de Córdoba en calidad de profe-
sor adjunto de Historia del Derecho Argentino durante el período comprendi-
do entre los años 1956 a 1964.
Más tarde, tuvo a su cargo la titularidad interina de la Cátedra de Historia
del Derecho Argentino entre los años 1956-1957.
Fue Profesor encargado de la Cátedra de Historia del Derecho Argentino
hasta 1982, año en que se unificaron las dos Cátedras de Historia del Derecho.
Durante su permanencia en la Facultad de Derecho fue jefe de Investiga-
ciones del Instituto de Historia del Derecho Argentino de la Universidad Na-
cional de Córdoba, desde el 1° de diciembre de 1955 al 28 de febrero del 1963
y más tarde Director del mismo, alternándose en la dirección del Instituto,
con el Doctor Roberto Ignacio Pena, titular de la otra Cátedra de Historia del
Derecho Argentino con que contaba la Facultad de Derecho.

35 Donato Latella Frías, a la sazón Profesor Titular de Historia del Derecho Argentino
en la Universidad Nacional de Córdoba, al prologar la obra escribió: “Obras como la pre-
sente prestigian a su autor y benefician la Institución universitaria en que actúa. Pero,
además, hacen bien a la democracia, porque la fortalecen y consolidan así las institucio-
nes libres que son herencia y debe ser legado de nuestro pueblo” Idem, pag 11.

104
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

El periodo del Profesor Velázquez Martínez como Director del Instituto


de Historia del Derecho Argentino de la Universidad Nacional de Córdoba se
extendió entre los años 1975 a 1981.
Asimismo, ejerció la docencia en la Escuela de Comercio “Jerónimo Luís
de Cabrera” y en la Escuela Provincial de Turismo de Córdoba.
Fue Miembro Fundador del Instituto de Investigaciones de Historia del
Derecho cuya acta fundacional suscribió en 1973, en la grata compañía del
distinguido grupo de discípulos de Ricardo Levene.
Precisamente, en una de sus periódicas reuniones bianuales, las Jornadas
de Historia del Derecho Argentino que organiza el Instituto y constituyen ya
un clásico en el cultivo de nuestra disciplina, conocí al Doctor Alfredo Veláz-
quez Martínez en la bellísima ciudad de Salta en la primavera de 1976.
Por entonces me acababa de recibir de Abogada y guiada por el doctor
Eduardo Martire iniciaba mis estudios de Doctorado en la Facultad de Dere-
cho de la Universidad de Buenos Aires y en este Congreso de afamados his-
toriadores e investigadores del derecho, no sin temor, hacia yo mis primeras
armas, presentando un aporte documental, un curioso registro de contratos
de trabajo de la primera mitad del siglo XIX, encontrado en un lugar insólito,
como era los altos de la Comisarios VII de la Capital Federal.
Velázquez, acompañado por la dulce presencia de su hija Cristina, con-
curría a las Jornadas y sus comentarios incisivos, personales e irónicos pro-
vocaron más de una polémica, que concluyó de buen grado, circunstancia a
la que alentó el excelente clima brindado por los anfitriones y un exquisito
torrontés.
Recuerdo especialmente los consejos que en esa oportunidad me brindó,
con sencilla llaneza y gran generosidad, propios de un historiador jurista con-
sagrado, un profesor universitario con muchos años de experiencia, cuya po-
sición ganada en las aulas y en los foros académicos, no le impedían detenerse
a orientar, con paciencia y genuino interés, a quien comenzaba a espigar un
campo compartido.
Dos años más tarde volví a compartir con él y con Cristina las Jornadas de
Historia del Derecho celebradas, esta vez, en la ciudad de Corrientes.
Todos los participantes nos alojamos en un cómodo y viejo hotel, cuyas
largas y frescas galerías, dueñas de una vista privilegiada al poderoso Paraná,
invitaban a la plática entre los ius historiadores que nos reuníamos allí para
confrontar en un ambiente de cordial amistad y recíproco respeto los resulta-
dos de nuestros trabajos.

105
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Pero además de estos infatigables periplos por todo el país, que aun hoy
convocan a los historiadores del Derecho, allí donde existan Cátedras del área
disciplinar, el Doctor Velázquez mantenía en Córdoba una prolífica actividad.
En 1957, cuando se encaró el proceso de reorganizar nuevamente la Junta
Provincial de Historia de Córdoba lo que efectivamente ocurrió por decreto
del 26 de enero de dicho año, bajo la Presidencia don Arturo G. De Lazcano
Colodrero, quien por entonces se desempeñaba como Director del Archivo
Histórico de la Provincia fue incorporado en calidad de Miembro de Número
y Fundador de la Junta Provincial de Historia de Córdoba, junto con los pro-
fesores Efraín U. Bischoff, Carlos Luque Columbres y Juan Luís Hogan.
Años más tarde, elegido por sus pares ejercería durante dos periodos con-
secutivos (1963-1965 y 1965-1967) la Presidencia de dicha institución.
Integró también diversas asociaciones y centros académicos, culturales y
científicos.
Fue Miembro de Número de la Asociación de Amigos de las Letras.
Miembro de Número del Instituto Drago de Cultura Americana. Miembro
Correspondiente de la Junta de Historia y Letras de La Rioja y de la Junta de
Estudios Históricos de Tucumán.
La actividad judicial ocupó también un considerable espacio en su des-
empeño laboral. Fue Fiscal de la Cámara Primera del Crimen de la ciudad de
Córdoba y Fiscal de las Cámaras Civiles desde 1956 hasta 1982.
Entre sus publicaciones, atinentes al cultivo de iushistorigrafia, se desta-
can, amén de su ya mencionada Tesis Doctoral publicada en 1963, “Federalis-
mo y Montonera”, cuatro libros que se mencionan a continuación:
“Los cabildos coloniales (en la Independencia y Organización Nacional)”,
Córdoba, 1956.
“Derecho Patrio”, Córdoba, 1965, 36
“Curso de Historia del Derecho Argentino”, Cuaderno I, Córdoba, 1978, 37
“Ensayos constituyentes Patrios”, Córdoba, 1995. 38
En esta misma orientación se inscriben, asimismo:
“Las instrucciones orientales”, Córdoba, 1958.

36 Alfredo N. Velázquez Martínez: Derecho Patrio, Córdoba, 1965. Edición del autor.
37 Alfredo N. Velázquez Martínez: Curso de Historia del Derecho Argentino. 1. Uni-
versidad Nacional de Córdoba, Dirección General de Publicaciones, Córdoba, 1978, 97
págs.
38 Alfredo N. Velázquez Martínez: Ensayos Constituyentes Patrios. Cuadernos de
Historia Número 55. Junta Provincial de Historia de Córdoba, 1995, 86 pags.

106
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

“Democracia y Falsas Democracias”, Córdoba, 1963. 39


El “Curso de Historia del Derecho Argentino”, planificado en forma de
Cuadernos fue el inicio de un proyecto para publicar un texto de Cátedra que
quedó interrumpido en esta sola publicación, que corresponde a 1978.
Su contenido se ajusta estrechamente al programa de la materia vigen-
te entonces, recorriendo las nociones de historia e historia del derecho, sus
fuentes y perspectivas metodológicas, la historiografía y la historia de la his-
toriografía jurídica, para seguidamente abordar el estudio de la Revolución
de Mayo, la situación política y el sustento ideológico de la Revolución y sus
principales intérpretes, que el autor ciñe a las figuras de Mariano Moreno, el
Deán Funes y Juan Ignacio Gorriti y el inicio del Derecho Intermedio.
“Derecho Patrio” es también un libro de indudable interés didáctico, pen-
sado por el profesor Velázquez Martínez para uso de la cátedra universitaria,
que ya entonces integraba.
En una edición de autor, que alcanza la luz en 1965, se estudia la Revolu-
ción de Mayo como núcleo disparador del proceso de formación institucional
y jurídico de nuestro país como origen mismo de la construcción del derecho
intermedio, en la primera mitad del siglo XIX, que analiza por su parte en el
transcurso de los capítulos segundo y tercero dedicados respectivamente a
estudiar el desarrollo del derecho público y privado, enfatizando, en el último
aspecto el proceso de supervivencia y superación del derecho castellano in-
diano, su lenta transformación y desarrollo hasta desembocar en los procesos
de codificación nacional en el campo del Derecho civil, comercial, penal y de
minería cuya aproximación concluye la obra.
Dos preguntas puntualizan el porqué de la obra y su aporte a la historio-
grafía jurídica: ¿Qué es el Derecho Intermedio? y resuelto este interrogante:
¿Existe un Derecho Intermedio Argentino?
El autor luego de debatir los aspectos que pudieron otorgar o negarle ori-
ginalidad a la creación del derecho patrio argentino operada tras la Revolu-
ción de Mayo, cuestión que relativiza al insertarla, como parte de una lenta
creación que importaba, al mismo tiempo, condensar una experiencia univer-
sal, concluye:

39 Democracia y Falsa Democracia fue publicada en el número 73 de Cuadernos


de los Institutos. Instituto de Historia del Derecho Argentino. Universidad Nacional de
Córdoba. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Córdoba, Dirección General de Publi-
caciones, 1963. pags 47 a 67. Anos mas tarde fue vuelto a publicar por su autor en forma de
impresión independiente, en el mes de Mayo de 1997.Eudecor SRL Córdoba, 1997.

107
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

A nuestro criterio el derecho intermedio señalado por Alberdi es el mismo Derecho


Patrio que iba modelándole de la experiencia anterior y de las disputas futuras, como
el advenimiento de las instituciones que le darían existencia y solidez necesitaran el
esfuerzo y participación colectiva para rendir frutos mejores y perdurables. No importa
que en el pasado hubieran existido esas mismas instituciones. Lo que importa es que
en el país se formaran atendiendo a modalidades y exigencias propias. Difícil resultaba
en pleno siglo XIX descubrir nuevas instituciones o crearlas de la nada.40

En el prólogo de la obra Alfredo Orgaz, analizando el trabajo expresaba:

Es sabido que nuestro derecho público fundamental reconoce como fuente casi exclu-
siva el derecho norteamericano, en el campo del derecho privado, las instituciones ar-
gentinas han sido moldeadas en sus diversas ramas por el derecho europeo continen-
tal. Aun así esto no bastaría para negar al derecho argentino autenticidad si aquellas
instituciones y tradiciones hubieran sido asimiladas y, por lo mismo incorporadas a
la vida nacional con sus indispensables transformaciones. Paúl Valery señalaba a este
respecto “el león este hecho del cordero asimilado”, y aunque no corresponda, des-
de luego, desconocer la gran importancia de la colaboración del cordero, nadie podrá
negarle autenticada al león. ¿Puede afirmarse del llamado derecho argentino una tal
asimilación de los aportes recogidos de fuera o, al contrario, no está aún demasiado
visible en él, como insuficientemente asimilado o digerido, el cordero original?41

En “Ensayos constituyentes Patrios”, publicado en 1995 en el volumen


55 de la Serie Cuadernos de Historia de la Junta Provincial de Historia de
Córdoba, 42 presidida entonces por el doctor Alberto J. Marcellino, el autor
volvió a reflexionar sobre los temas que había estudiado al abordar su trabajo
de Tesis Doctoral.
El texto de apretadas 86 páginas, propone un recorrido exegético por los
reglamentos del 24 y 25 de Mayo de 1810, el Reglamento de las Juntas Provin-
ciales y Subordinadas, el Reglamento Orgánico del 22 de octubre de 1811, el
Estatuto Provisional del 22 de noviembre de 1811, los proyectos presentados a
la Asamblea General Constituyente del año XIII, las Instrucciones Orientales,
la labor cumplida por el Congreso de Tucumán deteniéndose en forma espe-

40 Alfredo N. Velázquez Martínez: Derecho Patrio, Córdoba, 1965, pág. 46.


41 Alfredo N. Velázquez Martínez: Derecho Patrio, Córdoba, 1965. pag 8
42 Una primera versión de la obra había sido publicada en Alfredo N. Velázquez Mar-
tínez: Ensayos Constituyentes Patrios. Cuadernos de los Institutos Numero 57 Universi-
dad Nacional de Córdoba. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Dirección General de
Publicaciones. Córdoba, 1962, pags 57 a 110.

108
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

cial en los textos del Estatuto de 1815 y la Declaración de la Independencia


para concluir con la Constitución de 1819 cuyo análisis cierra el trabajo. 43
En 1970 publica “Historia y Jurisprudencia”, 44 un breve opúsculo de 59
páginas donde retoma los temas tratados en el Curso de Historia del Dere-
cho Argentino sobre el concepto y naturaleza de la Historia del Derecho, el
tratamiento de las fuentes y especialmente el de la Jurisprudencia a la cual
Velásquez Martínez atribuye la virtud de constituir el molde físico o material
del derecho, confiada a la sabiduría y prudencia de los magistrados con la cual
este nunca envejece.

Hay quienes siguen pensando todavía que la función del juez se agota en la interpre-
tación dogmática de la ley. Que en la ley está todo el Derecho, y para interpretarla fiel
y diríamos servilmente basta indagar la voluntad del legislador y aplicarla automáti-
camente. Esta interpretación, mejor dicho, este criterio convierte al juez en esclavo de
la voluntad presunta del legislador y no de la voluntad de la ley, que no puede ser otra
cosa que alcanzar la justicia. Que la justicia sea el resultado natural y consciente de la
aplicación de la ley, debiera ser el desideratum de todo ordenamiento jurídica. Pero
las fórmulas legales o lógicas de la ley nada significarían si carecieren del dinamismo y
equidad que solo el magistrado puede insuflarles.45

Entre los escritos literarios que su pluma inquieta, bella y curiosa produjo,
se encuentran Samay Huasi, La Tebaida del Arte, El Poeta, Heraldo de la
Libertad, Tierra Heroica. Por sus méritos literarios fue distinguido, en 1949
con el Premio Provincial de Literatura.
Además, escribió, “Por la revisión histórica de Facundo”, Córdoba, 1952.
“José de San Martín, Paladín de la Libertad”, Córdoba, 1981, y “Mariano
Moreno y la Doctrina Democrática de Mayo”, Córdoba, 1997. 46
En 1995, desglosado del conjunto de su tesis doctoral publica en forma de
separata “Las Montoneras Argentinas” 47 donde intenta explicar el origen de
las montoneras y su vinculación al proceso de la independencia nacional y el
enfrentamiento de porteños y provincianos que el autor atribuye a un

43 Alfredo N. Velázquez Martínez: Ensayos Constituyentes Patrios. Cuadernos de


Historia Número 55. Junta Provincial de Historia de Córdoba, 1995.
44 Alfredo N. Velázquez Martínez: Historia y Jurisprudencia. Córdoba, R.A. 1970.
Edición del autor.
45 Alfredo N. Velázquez Martínez: Historia y Jurisprudencia cit, pag 24.
46 Estos dos últimos estudios integrarían a su vez, sendos capítulos de: Alfredo N.
Velásquez Martínez Arquetipos. Córdoba Ediciones Eudecor, marzo de 2001.
47 Alfredo N. Velázquez Martínez: Las Montoneras Argentinas. Córdoba, 1995. pag 17.

109
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

desigual tratamiento, ese egoísmo y menosprecio con que la capital señalaba a las ciu-
dades y hombres del interior, considerados en inferioridad de cultura, ese distancia-
miento consciente o inconsciente estimulado por el Puerto en todo lo que no fuera
convocatorias a congresos o reclutamientos de tropas, gabelas y bastimentos …

Circunstancia que a juicio del autor “disminuía y agraviaba a sus conna-


cionales” 48
En 2001 publicó Arquetipos, 49 un libro de indudables méritos literarios
donde con sentida pluma, evoca la obra de diez distinguidos hombres arque-
tipos de la historia argentina.
En el exordio inicial, inspirándose en Ricardo Rojas y en su aserto: “el ar-
quetipo humano de un continente nuevo, con nuevas sociedades e institucio-
nes” el autor define a los arquetipos que había elegido como tales a aquellos
hombres a quienes explica ha seleccionado

porque representan valores de una nacionalidad autentica que no quiso ni necesito


copiar modelos ni envanecerse de glorias pretéritas, porque ya contaba con el acerbo
legitimo de la obra de sus fundadores. Arquetipos, insiste por modelos de conductas,
por decisión insobornable por vocación de libertad, arquetipos porque representan las
mejores calidades individuales, hechos de abnegación y sacrificio, de amor a la tierra
que los vio nacer y de respeto pos sus semejantes.50

Bajo estas premisas evoca las figuras de Mariano Moreno y la Doctrina


Democrática de Mayo, Bernardino Rivadavia, Arquitecto de un Estado
Político ideal, Domingo Faustino Sarmiento, el Hombre y el Genio; Juan
Bautista Alberdi, El Abogado de la Constitución; Martín Fierro, El Poema
de la Patria; Esteban Echeverría, el Dogma de Mayo; General José de San
Martín, Paladín de la Libertad; Martín Miguel de Guemes, Antemural de la
Patria; Joaquín V. González, El Místico de Samay Hiuasi. Doctor y Poeta;
Fray Mamerto de la Ascensión Esquiu. Orador de la Constitución.
Su último libro fue “Tres Poetas Heraldos de la Libertad”, 51 contiene, en
una cuidada edición, tres estudios sobre destacados poetas que nacieron en
este extremo de América y cuya obra además de los indudables méritos lite-

48 Alfredo N. Velázquez Martínez: “Las Montoneras Argentinas” Córdoba, 1995.


49 Alfredo N. Velázquez Martínez. Arquetipos. Córdoba Ediciones Eudecor, marzo
de 2001.
50 Ídem, pág. 7.
51 Alfredo N. Velázquez Martínez: “Tres poetas heraldos de la Libertad”. Córdoba,
Ediciones del Copista, 2004.

110
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

rarios trasunta una recurrente preocupación por los temas de la nacionalidad


americana.
El texto reúne dos disertaciones del autor pronunciadas sucesivamente en
el Teatro Coliseo de la ciudad de Bell Ville de la provincia de Córdoba el 27 de
octubre de 1952 y en la Casa Radical de la ciudad de Córdoba el 29 de julio de
1958 que corresponden a las evocaciones de las figuras de Arturo Capdevila
y Ricardo Rojas y un estudio concluido en la ciudad de Montevideo en el mes
de diciembre de 1955 sobre Juan Zorrilla de San Martín.
Los capítulos respectivos recrean con estilo cuidado y elegante el mundo
íntimo y personalísimo y la obra de los poetas, e insisten en las composiciones
tomadas como paradigmas de la creación literaria de cada uno de los evocados.
En este sentido, al estudiar al cordobés Arturo Capdevila se presenta Mel-
pómene, escrita en 1912, ¿para detenerse luego en “Quien Vive? La Libertad”
a la que Velásquez Martínez define como “voz de alerta de la Patria en trance
de alumbramiento definitivo” para concluir: “¿Quién vive? La Libertad es
la crónica amena y sabrosa de lejanías patricias, que encuentran rimado
pendant en esa joya de Romances de ¿Quién vive? La Patria. Gemelos en las
honras y reconocimientos al heroico pasado, ambos reviven los esfuerzos de
tres generaciones por darnos una patria libre, engarzada en la esmeralda
que encontró Colón” 52
Cuando recuerda al segundo de los poetas elegidos Ricardo Rojas, lo hace
con inspirado acento. Dice:

retoño autóctono de las tierras ubérrimas de los valles calchaquíes, cuyas frondas
perfumadas de lapachos y cebiles y de los soles que tuestan a bronce la carne sufrida
de sus hijos son testimonio de su dureza y de la resistencia de esas tierras que vieron
llegar a la marcha de conquista el orgulloso ejército de Tristán y regresar humillado;
que velaron insomnes el sueño de la patria naciente y despertaron libres al conjuro
de la Independencia americana. De este rincón privilegiado por la naturaleza nació y
por la historia surgió la voz de este autentico artista argentino… Ensayista ilustrado
y profundo; filólogo erudito, periodista ágil, ameno y observador; orador elocuente
de palabra suelta y armoniosa, sin estridencias ni rebuscamientos, político ciudada-
no de austeridad y firmes convicciones; diplomático, historiador, escritor y poeta.
Esa es, apenas diseñada, la personalidad de este ilustre argentino que durante más
de medio siglo de vida fecunda, ha de ofrecer a la cultura argentina y americana, su
infatigable tarea de creación y docencia”.53

52 Ídem pág. 23.


53 Idem, pag 31-32.

111
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

La obra que resulta elegida es La Argentinidad definida por Velázquez


Martínez como “compendio del alma de la patria en su difícil y heroica ges-
tación” 54 cuyo minucioso estudio el poeta encarara en su clásica Historia de
la Literatura Argentina, obra pionera en su género, premiada por Ley del
Congreso de la Nación.
Por último, el tercero de los poetas heraldos de la libertad señalados, es
el oriental Juan Zorrilla de San Martín “cuya elocuencia brilla y se difunde
como un rayo, dilatando sus fulgores en la profunda y vasta ilustración de
su inteligencia” 55 y la obra elegida: Tabaré.
Al presentar Tres Poetas Heraldos de la Libertad, el doctor Pedro José
Frías reflexionó:

Solo un poeta puede hablar como Alfredo Velázquez Martínez lo hace en sus diserta-
ciones sobre Capdevila, Rojas y Zorrilla de San Martín, Solo un poeta puede demostrar
esta sensibilidad, este lenguaje y esta visión lírica de los sentimientos, Sentimientos
hacia la patria esta vez, porque no en vano – y lo explica bien- los heraldos de la liber-
tad... Estas alocuciones están exaltando la libertad, pero algo más: la prudencia y la
ética en el uso de la libertad.

En los últimos tiempos ya había reducido sus visitas a nuestra Junta, pero
aun vino en alguna ocasión especial a compartir alguna sesión dedicada a
homenajearlo, como cuando se presentó en el la casa Museo del Marqués de
Sobremonte, junto al decano de nuestra institución nuestro querido profesor
Efraín U. Bischoff el tomo XX de la Revista de la Junta Provincial de Historia
de Córdoba dedicado a ambos. 56
El Doctor Alfredo N. Velázquez Martínez falleció en la ciudad de Córdoba,
en el mes de diciembre del 2005.
Córdoba ha contado además con dos eximios Historiadores del Derecho.
Son los Doctores Carlos Antonio Luque Colombres y Padre Nelson Carlos De-
llaferrera.
No se evoca aquí su relevante y destacada memoria pues ambos desarro-
llaron su labor académica y científica fuera de nuestra Facultad de Derecho.
El primero lo hizo en la Facultad de Filosofía, en tanto el Padre Dellaferre-

54 Idem, pag 38.


55 Idem, pag 52.
56 Revista de la Junta Provincial de Historia de Córdoba Numero XX. Homenaje a
los Miembros Fundadores Prof. Efraín U. Bischoff y Dr. Alfredo N. Velázquez Martínez
Segunda Época. Córdoba, 2002.

112
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

ra llevó a cabo su trabajo en la Facultad de Derecho Canónico de la Universi-


dad Católica Argentina “Santa María de los Buenos Aires”.

11. Los Programas para la enseñanza de la Historia del Derecho Argentino

Los primeros Programas de las materias con contenido histórico, incorpo-


rados a los planes de estudio de la Carrera de Derecho de la Facultad de Dere-
cho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba privilegiaban
los estudios de la Historia de la Filosofía o doctrinas filosóficas de los pueblos
de Oriente, Grecia, Roma, Medieval, Moderna y Contemporánea, de la His-
toria de la Cultura y de la Historia Política y como también de contenidos de
Historia General, antes que material histórico jurídico.
Identificadas como “Revista de la Historia”, las primeras planificacio-
nes correspondientes a los años 1895 y 1898, elaboradas por los Profesores
Ponciano Vivanco y Juan Carlos Pitt, el segundo quizá con un mayor grado
de elaboración teórica, constituyen fundamentalmente, una planificación de
enseñanza de historia general, con especial énfasis en los temas de historia
política.
No obstante primar esta coloratura, el desarrollo aislado de algunas uni-
dades insistieron en el análisis de ciertos temas de historia jurídica, pero el
tratamiento general impuesto a los mismos, se insertó en las características
denunciadas.
El tránsito de la materia por distintos Catedráticos, que cultivaban nuevos
enfoques, hizo posible la incorporación de renovadas vertientes.
Fue Tomás Miguel Argañaraz quien en 1907 imprimió el definitivo rumbo
a los estudios de Historia del Derecho, al definir el concepto científico de la
disciplina y señalar, dentro del estudio de las instituciones del mundo anti-
guo, medieval, moderno y contemporáneo los estadios más significativos de
la evolución histórica del derecho.
Se inició, asimismo, con el Programa de Historia del Derecho, el estudio
del derecho por ramas o especialidades, incluyéndose la historia política y
jurídica indiana y patria en sus aspectos más sobresalientes.
Los Programas fueron el reflejo de los aspectos distintivos que los catedrá-
ticos imprimieron al estudio de la disciplina.
En el Programa de 1914, la evolución del derecho, anterior a la España
visigótica se redujo a una breve síntesis, intensificándose la historia colonial y
nacional, con especial dedicación al movimiento codificador argentino.

113
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

La Reforma de 1918 significó una verdadera renovación del diseño curri-


cular, y el comienzo de una nueva mirada crítica sobre los estudios de dere-
cho, insuflando otras perspectivas al diagrama ortodoxo vigente.
Desde 1920, con el Programa de la materia diseñado por el doctor Hipólito
Montagné, se excluyeron de su contenido el análisis de la evolución jurídica
del mundo antiguo y los contenidos de derecho romano. El estudio de la ma-
teria comenzó ahora con el mundo visigodo.
Durante los años siguientes, los programas mantuvieron un perfil pareci-
do, con el agregado de las bolillas correspondientes al estudio del concepto de
la historia, y de la historia jurídica, contenido y alcances de ambas disciplinas
e historia de la historiografía jurídica, que impusieron los doctores Ricardo
Smith y Donato Latella Frías.
Pese al avance metodológico que la novedad importaba, todos estos pro-
gramas le otorgaron una excesiva extensión a los derechos canónico, caste-
llano e indiano, con mengua del Derecho Nacional, a pesar de presentarse ya
como programas de “Historia del Derecho Argentino”, situación que mantu-
vo, prácticamente hasta 1962, época en que el programa logra un equilibrio,
estudiando tanto el derecho castellano como el indiano y el patrio.
Durante el periodo investigado, estuvieron vigentes en la Facultad de De-
recho y Ciencias Sociales de Universidad Nacional de Córdoba, veinte pro-
gramas, aprobados por su Consejo Directivo, con excepción de la época de
vigencia del Plan regulado por la Ordenanza 207/53, que se mantuvo hasta
1956, en que fue suprimida la asignatura del Plan de Estudios, para ser reem-
plazada por Historia Constitucional.
La nueva materia, con un distinto diseño curricular, elaborado por su pro-
fesor titular, el doctor Horacio Seghesso en 1953, privilegiaba el estudio de la
evolución constitucional, con breves desarrollos atinentes al Derecho indiano.
Seis, de las diecisiete bolillas que componían el programa del doctor Seghesso,
estaban dedicadas al estudio de la doctrina política del partido gobernante.
Los programas de ambas cátedras desde 1986 mantienen ciertos perfiles
parecidos, enfoques metodológicos e ius historiográficos sobre la disciplina,
se analizando los segmentos del derecho castellano, derecho indiano y dere-
cho patrio precodificado y codificado, asimismo se han dedicado espacios al
estudio de la organización política social hispano-indiana y patria, para con-
cluir con el estudio más detenido de la evolución histórica de las principales
ramas del derecho público y privado, desde sus orígenes castellanos hasta los
tiempos de la codificación y sus reformas posteriores.

114
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Esta fue en breve síntesis pues, la orientación que registró la materia crea-
da en el plan de estudios, aprobado en 1895, que desarrollaba el siguiente
diseño: Primer año, Introducción al Derecho, Revista de la Historia, Filoso-
fía General y Literatura General. Segundo año: Derecho Romano, Derecho
Civil, Derecho Constitucional y Derecho Internacional Público. Tercer año:
Derecho Romano, Derecho Civil, Derecho Penal y Economía Política. Cuarto
año: Derecho Civil, Derecho Comercial, Derecho Público Eclesiástico y Fi-
nanzas. Quinto año: Derecho Civil, Derecho Comercial, Derecho Adminis-
trativo, Procedimientos y Práctica Forense.
Este Plan apenas alcanzó a vivir un año. En la sesión académica del 29
de abril de 1896 se pergeñó un nuevo Plan de estudios que sólo mantuvo el
diagrama del primer año.
Segundo año incluía: Derecho Romano, Derecho Civil, Derecho Interna-
cional Público y Minería. Tercer año significaba el estudio de Derecho Ro-
mano, Derecho Civil, Economía Política y Derecho Penal. Cuarto año incluía
el estudio de Derecho Civil, Derecho Comercial, Derecho Constitucional y
Derecho Público Eclesiástico. En quinto año se estudiaba Derecho Civil, De-
recho Comercial, Finanzas, Procedimientos y Práctica forense.
Por último, el sexto año agrupaba el estudio de Derecho Administrativo,
Derecho Internacional Privado, Filosofía del Derecho, Procedimientos y
Práctica Forense.
Dos meses después el Plan fue nuevamente modificado. La reforma llevada
a cabo el 17 de junio de 1896 sustituía en segundo año Minería por Economía
Política y en tercer año Derecho de Minas por Economía Política, a la par que
en cuarto año Práctica forense era sustituida en el nuevo Plan por Procedi-
mientos Civiles y en quinto año Práctica forense por Procedimientos Penales.
El 23 de marzo de 1907, el Consejo Directivo de la Facultad de Derecho
resolvió incorporar al Plan de estudios las nuevas cátedras creadas por el
Congreso Nacional: Sociología e Historia del Derecho, Derecho Público Pro-
vincial y Municipal, Estadísticas y Geografía Comercial, Legislación Indus-
trial y Agrícola e Historia de las Instituciones Representativas. Este Plan fue
aprobado y puesto en vigencia el 4 de abril de 1907 durante el Decanato del
Dr. Justino César.
El nuevo Plan, reorganizaba los estudios de Derecho de la siguiente ma-
nera: primer año, Introducción al Estudio del Derecho, Filosofía General,
Historia del Derecho y Derecho Público General. Segundo año: Derecho Ro-
mano, Derecho Civil, Derecho Internacional Público, Economía Política e

115
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

Historia de las Instituciones Representativas. Tercer año: Derecho Romano,


Derecho Civil, Derecho Penal, Derecho de Minas y Legislación Industrial
y Agrícola. Cuarto año: Derecho Civil, Derecho Comercial, Derecho Cons-
titucional, Derecho Público Eclesiástico y Sociología, Historia del Derecho
Argentino. Quinto año: Derecho Civil, Derecho Comercial, Finanzas, Pro-
cedimientos Civiles y Derecho Público Provincial y Municipal. Sexto año:
Derecho Administrativo, Derecho Internacional Privado, Filosofía del Dere-
cho, Procedimientos Penales y Geografía Comercial.
Dos años después, el 19 de abril de 1909, el Plan de Estudios de la Carre-
ra de Derecho quedaba formulado del modo siguiente: primer año, Filosofía
General, Derecho Público General, Historia del Derecho, Introducción al
Estudio del Derecho y Derecho Romano. Segundo año: Derecho Civil, Dere-
cho Romano, Derecho Internacional Público, Historia de las Instituciones
Representativas y Economía Política. Tercer año: Derecho Civil, Derecho
Penal, Legislación de Minas, Legislación Industrial y Agrícola, Estadística
e Instituciones Económicas. Cuarto año: Derecho Civil, Derecho Comercial,
Derecho Público Eclesiástico, Derecho Constitucional y Sociología. Quinto
año: Derecho Civil, Derecho Comercial, Derecho Público Provincial y Mu-
nicipal, Procedimientos Civiles y Finanzas. Sexto año: Derecho Administra-
tivo, Derecho Internacional Privado, Filosofía del Derecho, Procedimientos
Penales e Instrumentos y Registros Públicos y Práctica Correlativa.
Desde entonces la disciplina ha permanecido en los Planes de estudio de la
Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba.
Las actuales planificaciones de la enseñanza aprobadas por el Consejo Di-
rectivo de la Facultad de Derecho luego de la Reforma del Plan 2000 apuntan
a una estructura, que aspira a lograr el cumplimiento de los objetivos pro-
puestos a través del tratamiento de los diversos temas que componen el Progra-
ma de la disciplina.
Hemos elegido, para el cumplimiento de nuestros objetivos, estructurar el
programa sobre la base de ejes temáticos, procurando siempre que los alumnos
cuenten con un marco teórico de referencia, lo suficientemente acotado, para
que puedan comprender el trasfondo de la evolución histórica del derecho, es
decir la esencia misma de nuestra disciplina. Este marco teórico que propone-
mos, no lo queremos lograr por acumulación de información sobre distintos
temas iushistóricos, sino por la comprensión de los problemas centrales y los
modos de resolución de los mismos.
Por ello el marco de referencia requerido, permite al alumno el abordaje del

116
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

análisis del tema de la evolución del derecho del punto de vista del escenario so-
cial que lo contiene y del marco ideológico que acompaña al fenómeno jurídico
lo perfila y lo alimenta.
El propósito general, que el Programa de la Cátedra se ha impuesto, es ins-
trumentar teóricamente al futuro abogado para que adquiera conocimientos
que amplíen su formación general y le permitan acceder a una perspectiva criti-
ca de la evolución histórica del derecho.
Se trata, indudablemente de favorecer la formación intelectual y profesional
del alumno a través de la enseñanza del instrumental teórico y metodológico de
la Historia del Derecho.
Se pretende, asimismo, introducir al alumno en la estrategia del análisis ius-
histórico, a través del conocimiento de aspectos teóricos de la investigación his-
tórica y su participación en ejercicios prácticos, orientados a la producción del
conocimiento de la historia del derecho.
Por último, el programa pretende la cabal comprensión de la realidad jurí-
dica, definida esta última como la estructura resultante de un proceso, cuyas
consecuencias pueden ser interpretados a partir de fenómenos sociales.
Nos hemos propuesto, asimismo:Presentar la disciplina Historia del Derecho
como una ciencia analizando su interrelación con las demás ciencias jurídicas y
sociales. Conocer y analizar los principales conceptos y categorías analíticas
de la metodología de la historia del derecho, que permitan al estudiante ana-
lizar y comprender críticamente las investigaciones iushistóricas. Aprender a
utilizar el aparato conceptual que maneja la historia del derecho con precisión
y al mismo tiempo flexibilidad. Distinguir las distintas perspectivas y orienta-
ciones iushistóricas y aplicarlas al análisis de los textos. Identificar la influen-
cia que, en la evolución histórica del derecho, han operado tanto factores ju-
rídicos como extrajurídicos que afectan desde sus contenidos hasta la eficacia
y cumplimiento de los mismos. Capacitar al estudiante de Derecho para que
adquiera una conciencia histórica de la realidad socio-jurídico de su país, con
especial relación en el contexto hispanoamericano.
En especial, se trata de acentuar el estudio y la comprensión de la compleja
interacción existente entre el derecho y la sociedad, en lo que apunta al eje del
problema: la evolución de los cambios sociales, el precioso entretejido de las
ideas que los alimentan y su impacto en el Derecho.
Como los textos reconocen una riquísima profundidad “arqueológica” que
se hunde en los tiempos pasados. Ciudades sobre ciudades, costumbres sobre
costumbres, leyes sobre leyes, constituciones sobre constituciones.

117
MARCELA ASPELL / RAMÓN PEDRO YANZI FERREIRA

En una página memorable, por su exquisitez literaria y su hondura concep-


tual Bartolomé Clavero señalaba:

Las constituciones no son textos planos, sino palimpsestos arqueológicos, verdade-


ras guacas. Necesitan, no del miramiento ingenuo del jurista, sino de la malicia ex-
perimentada de la historiografía… El Derecho, sin embargo, permanece ciego, sordo
y mudo mientras que la historiografía, por su parte, extendiéndose con perspectiva
hasta el presente, puede estar en condiciones de mirar y ubicar, analizar y explicar,
contribuir a conciencia. Para las cosas decisivas del constitucionalismo en definitiva
solapado, funciona realmente mejor el silencio que la mención. Tomen nota, por lo que
les toca, la historiografía y el derecho. Hágalo por lo que nos interesa a todas y a todos,
el constitucionalismo, algo que, con su equipaje de libertades, no sobra por supuesto,
pero que frente a lo que presume, tampoco basta ni mucho menos. Es una parte de la
multilateralidad obligada. Debiera ser participe sensible en el multiculturalismo exis-
tente de hecho y necesario de derecho.57

Sin historia no hay derecho, porque el Derecho es Historia.


La titularidad de las Cátedras “B” y “C” de Historia del Derecho de la Facul-
tad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba fueron luego ocupadas
por quienes suscriben este texto los Doctores Marcela Aspell y Ramon Pedro
Yanzi Ferreira.
Aunque excede el marco de este trabajo, quisiéramos agregar que la labor de
investigación disciplinar en el escenario universitario de Córdoba, se ha llevado
a cabo en el Centro de Investigaciones de Historia del Derecho de la Facultad
de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, en el cual el Doctor Ramón
Pedro Yanzi Ferreira se desempeñara como Secretario durante muchos años, y
actualmente en el Instituto de Historia del Derecho y de las Ideas Políticas “Ro-
berto I. Peña” de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Cór-
doba, creado por el Doctor Roberto Ignacio Peña, luego que desaparecieran los
Institutos de Investigación de la Facultad de Derecho el 13 de marzo de 1985. El
Instituto está actualmente dirigido por el Doctor Ramón Pedro Yanzi Ferreira,
Director asimismo de su órgano de expresión: la Revista Cuadernos de Historia
con 23 números publicados hasta el presente, encontrándose en preparación los
números 24, 25 y 26.58

57 Bartolomé Clavero óp. cit. pág. 193. También “Entre la historia y el derecho, la
historiografía y el constitucionalismo”. “Multiculturalismo constitucional con perdón de
veras y en frio”. En Revista Internacional de Estudios Vascos, Tomo XLVII pág. 35-62.
58 Ver Ramón Pedro Yanzi Ferreira: “Más de veinte años de trabajo del Instituto de
Historia del Derecho y de las Ideas Políticas Roberto I. Peña de la Academia Nacional de

118
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Destacamos además que gran parte de los profesores que actualmente in-
tegran las cátedras son Miembros del mismo, como asimismo del Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho Unidad Asociada Conicet, del Instituto
Internacional de Historia del Derecho Indiano y la Asociación Argentina de
Profesores e Investigadores de Historia del Derecho, creada por el Doctor Yanzi
Ferreira en el año 2005, Presidente de la misma desde entonces, la cual organiza
periódicamente sus encuentros de profesores e investigadores, publicando las
Actas respectivas.59
Toda una trayectoria de investigación y docencia en el campo disciplinar de
la Historia del Derecho Argentino, que acredita al presente 128 años de trabajo
ininterrumpido.

Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba” Anuario XIII. Centro de Investigaciones Jurídi-


cas y Sociales. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Córdoba.
Córdoba, 2012.
59 Se han publicado ya “Nuevos Horizontes en la Enseñanza y en la Investigación de
la Historia del Derecho Argentino” Asociación Argentina de Profesores e Investigadores
de Historia del Derecho. Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cuyo. Men-
doza 2013. ISBN 978-987-575-114-9. 333 páginas. “Perspectivas y Desafíos de la Historia
del Derecho Argentino” Asociación Argentina de Profesores e Investigadores de Historia
del Derecho. Editorial Advocatus. Córdoba. 2010. ISBN 978-987-551-169-9. 575 págs. Ac-
tas del VII Encuentro Nacional de Profesores e Investigadores de Historia del Derecho.
Organizado por la Asociación Argentina de Profesores e Investigadores de Historia del
Derecho y la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia
de Buenos Aires. Se llevo a cabo en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de
Córdoba durante los días 4, 5 y 6 de diciembre del 2019.

119
TAU, EL INGENIERO
Rutas, caminos, puentes y edificios
para orientar el desarrollo iushistoriográfico

Darío G. Barriera
ISHIR (CONICET-UNR)
ORCID ID: 0000-0003-3708-8301

SUMARIO: 1. Introducción; 2. Bases; 3. Rutas y caminos; 4. Puentes; 5. Edificios

1. Introducción

No pude ni quise negarme a participar de esta obra que se prepara con


tanto compromiso, admiración y cariño por el maestro que, hace unos meses
ya no está físicamente con nosotros. Sin embargo, para honrar una de las
virtudes cardinales del talento al que rendimos homenaje –su minuciosidad
paciente– no tenemos por delante esos tiempos largos, imprescindibles para
aquilatar semejante legado. Vaya entonces esta aclaración no solicitada para
justificarme –no ante su segura indulgencia, sino ante mí mismo–, seguida
de mi gratitud con los organizadores, que me permitió poner en un solo texto
algunas ideas que hasta ahora estaban desparramadas en varios1. Por último:
desde luego, Tau es don Víctor Tau Anzoátegui. Para muchos de nosotros, no
hay confusión posible, ni falta de respeto alguna: al contrario, así le llamába-
mos y, con el cariño y la admiración de siempre, así lo seguiremos haciendo.
Este artículo está dedicado a Estela, su compañera de toda la vida.

2. Bases

En su manera de construir se advierte la manera en que aprendió los ofi-


cios. Porque junto con el de jurista y el de historiador del derecho parece ha-
ber aprendido –o inventado– también el del ingeniero. En esto mucho tuvo
que ver quien Tau reconoció como su maestro: el abogado historiador Ricar-
do Levene2.

1 Los lectores de Historia y justicia reconocerán muchos de estos párrafos, a los que,
en esta ocasión, intenté dotar de unidad. Además, amplié, rectifiqué y reelaboré todo
aquello que me pareció que lo ameritaba.
2 Buenos Aires, 1885-1959, doctorado en jurisprudencia y leyes en la Universidad de
Buenos Aires en 1909.

121
DARÍO G. BARRIERA

Levene se hizo cargo de la cátedra de Introducción a las ciencias jurídicas


y sociales de la Facultad de Derecho de la UBA el 16 de abril de 1918 y en 1919
ha había asumido como profesor titular3. Presidió la Junta de Historia y Nu-
mismática Americana entre 1927 y 1931, y luego nuevamente a partir de 1934.
El modelo en quien Tau vio a su maestro y mentor no solamente representó
una manera profesional de hacer historia del derecho tanto como historia a
secas4, sino también alguien con talento para la creación y dirección de insti-
tuciones, así como para la formación de discípulos.
Durante enero de 1937, en el tercer piso del magnífico –y por entonces
inconcluso– edificio gótico de calle Las Heras de la Facultad de Derecho de
la Universidad de Buenos Aires, comenzó a funcionar el Instituto de Historia
del Derecho Argentino5. Levene soldó bajo su égida la constitución disciplinar
de la historia del derecho –que puede considerarse completa a partir de la
publicación de la Revista de la Facultad de Derecho (1946) y de la Revista del
Instituto de Historia del Derecho (1949)–, que también dirigió hasta su dece-
so6. En 1938, dos años después de la creación del Instituto, la Junta de Histo-
ria y Numismática Americana mutó para inagurar la Academia Nacional de la
Historia, también presidida por Levene hasta su fallecimiento en 19597. Antes
de 1940 Levene ya ocupaba un lugar central en la profesionalización de la

3 Tau Anzoátegui, “De la sociología al derecho indiano”, p. 384.


4 Los proyectos encarados por Levene recibieron apoyo económico e institucional
de los gobiernos argentinos y que oficiaron como interlocutores del “Estado español que
buscaba reivindicar el papel de la Metrópoli imperial.” Gabriela Dalla-Corte Caballero, “La
historia del derecho”, p. 140.
5 Creado por ordenanza 198 del 4 de noviembre de 1936, bajo el decanato de Agustín
N. Matienzo. José María Mariluz Urquijo, “Ricardo Zorraquín Becú”, p. 25 y José María
Díaz Couselo, “Fundación y consolidación”.
6 La actividad editorial del instituto había comenzado no obstante en 1939, con colec-
ciones de documentos y obras clásicas. Alejandro D. Míguez, “La actividad”. Sobre el rol
que jugaron las revistas jurídicas en la profesionalización de la disciplina, desde finales del
siglo XIX, véase María Rosa Pugliese, “Las Revistas Jurídicas”.
7 Con una breve interrupción de dos años entre 1953 y 1955. En 1924 Levene publicó
su Introducción a la Historia del Derecho Indiano –objeto elaborado desde el curso de
1916 y también en colaboración con Bunge, que había esbozado las primeras bolillas de
esta materia para su programa en 1917–. Víctor Tau Anzoátegui, “De la sociología...”, p.
384. Sobre la operación que supone la adopción del término “derecho indiano” por parte
de Levene, véase Gabriela Dalla-Corte, “La historia...”, pp. 136-144. Sobre los propósitos
del derecho indiano, la misma, p. 149 y 150. Una evaluación actualizada y más ajustada, en
Duve y Pihlajamäki, New Horizons, intro.

122
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

historia del derecho y de la historia (nuevamente “a secas”) y, entre tormentas


políticas e intelectuales, mantuvo algo o bastante de esa centralidad –que no
era indiscutida– hasta su muerte.
En la entrevista audiovisual que le realizó Alejandro Agüero, Tau puso de
relieve justamente “...su calidad de maestro [tanto] como de creador de insti-
tuciones...” y destacó que en los años 1930, mucho antes de la existencia del
CONICET, Ricardo Levene era una de las figuras que planteaba con mayor
claridad la necesidad de relacionar institucionalmente docencia e investiga-
ción8. En este sentido, Levene fue un buen discípulo de Ernesto Quesada,
quien animó el perfil universitario científico de las Humanidades9 e influyó
como formador de sociólogos desde su cátedra en Filosofía y Letras de la
UBA, donde impartió docencia entre 1925 y 1942.
En la misma entrevista, Tau señala también la importancia de un dispositi-
vo particular dentro de la producción de conocimiento científico: el congreso.
Lo hace refiriéndose a uno en particular: el Primer Congreso de Derecho In-
diano, celebrado en Buenos Aires en 1966, a instancias de Ricardo Zorraquín
Becú10. Este tenía como propósito difundir las ideas de García Gallo sobre la
historia del derecho en general, pero, sobre todo, con la promoción de la his-
toria del derecho indiano en particular, algo que entroncaba perfectamente
con la línea que había promovido Ricardo Levene, fallecido en 1959, seguida
luego por el abogado y doctor en jurisprudencia Ricardo Zorraquín Becú, su
reemplazante en la conducción del Instituto de Historia del Derecho11.

8 Alejandro Agüero, “Entrevista al Dr. Víctor Tau Anzoátegui”, Buenos Aires, 23 de


agosto de 2013, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=YSjZz7Tb1Y0 En el
diálogo, Agüero había adelantado ya su juicio acerca de que Levene condensa, como pocos,
al historiador y al jurista.
9 Fue decano de la Facultad del mismo nombre en la Universidad Nacional de La
Plata y dirigió la revista homónima.
10 Mariluz destaca que su creación, “...otro proyecto que Levene había deseado re-
alizar sin poderlo conseguir por falta de fondos...” fue asumida por Zorraquín, Ávila Martel
y García Gallo, se concretó en paralelo a la celebración del IV Congreso Internacional de
Historia de América (organizado en Buenos Aires por la Academia Nacional de la Historia
con motivo del sesquicentenario –de donde surge la financiación obtenida–), durante la
cual el Instituto de Historia del Derecho de Buenos Aires y la Fundación Internacional Ri-
cardo Levene “...convocaron a la primera reunión de historiadores del Derecho Indiano.”
Mariluz Urquijo, “Ricardo Zorraquín”, p. 30.
11 Gabriela Dalla-Corte, “La historia del derecho”, p. 144 y ss. Alejandro Agüero, “En-
trevista a Víctor Tau...”, cit. Zorraquín había sido designado miembro permanente del
Instituto, a propuesta de Ricardo Levene, el 29 de abril de 1948. J. M. Mariluz Urquijo,
“Ricardo Zorraquín”, p. 25.

123
DARÍO G. BARRIERA

Esta articulación manifestaba una continuidad con la línea Octavio Bunge-


Ricardo Levene en lo que concierne a la dirección que debía tomar la historia
del derecho como disciplina: Gabriela Dalla-Corte cita con precisión la inter-
vención del jurista español en el 3er Congreso Internacional de Derecho India-
no donde vincula íntimamente la historia del derecho con la ciencia jurídica12.
Nuestra autora encuentra que los historiadores del derecho en la Argentina
delimitaron “...su ámbito de influencia a los cuerpos académicos jurídicos,
convirtiéndola en un nicho de especialistas del Derecho [...y consensuaron…]
que la investigación, la enseñanza y la transferencia de los resultados de la
Historia del Derecho queden en los ámbitos jurídicos y para personas dedica-
das al Derecho, no a la Historia.”, juzgando en definitiva que se trataba de un
área “superespecializada”, lo cual la dejaba fuera de las convocatorias de los
grandes congresos nacionales que se realizaban en nuestro país, por ejemplo,
desde 198513.
Sintetizando la lectura que planteó Dalla-Corte en 1999, la continuidad
institucional de la que gozaron Levene y sus colaboradores desde los años
1920 fue acompañada por la configuración definitiva de unas prácticas aca-
démicas que ayudaron a consolidar una tradición historiográfica que, al con-
trario de lo que sucedía en Europa con la Historia –que se abría al resto de
las ciencias humanas– paulatinamente fue cerrando su inicial apertura hacia
las ciencias sociales y las humanidades. En la Argentina de los años 1960, los
abogados se sintieron progresivamente más cómodos definiendo la historia
del derecho como un campo de estudios donde ellos mismos se reconocían
formados y, por este motivo, consideraban tener mayor competencia para
hacer su propia retrospectiva que quienes se habían formado en el oficio de
hacer historia, pero que no habían pasado por las aulas de Derecho.
Esta interpretación del proceso es certera, pero no lo agota. Viene a cola-
ción porque ayuda a perfilar con claridad algunos de los trazos fuertes en los
que se formó el joven Víctor Tau Anzoátegui. Entre ellos se destacan la institu-
cionalidad y la internacionalidad constitutiva que pudo experimentar durante
el proceso de profesionalización de una disciplina (la historia del derecho),
pero también la proximidad de esa misma disciplina con la historia política o

12 Configurada por opiniones en el mismo sentido que van desde las de Carlos Octavio
Bunge en los años 1910 hasta algunas vertidas por Tau Anzoátegui en sus Ideas jurídicas
en la Argentina, de 1987, pasando por Levene y Zorraquín Becú–. La cita de García Gallo
es de Estudios de Historia del Derecho Indiano, Madrid, 1972, en su artículo ya citado.
13 Gabriela Dalla-Corte, “La historia del derecho”, cit., p. 154.

124
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

la historia a secas –aún cuando estuviera atravesada por fuertes polémicas–14


en un período durante el cual se tomó una decisión corporativa de cerrar la
disciplina alrededor de lo jurídico y reservar su práctica para quienes se for-
maron en las aulas de Derecho. Aquí espero demostrar que durante su trayec-
toria, Tau consiguió acentuar las tres primeras características de la disciplina
–institucionalidad, internacionalidad y proximidad con la historia– pero se
rebeló enjundiosamente contra la última, invirtiendo no pocas energías en la
faena de sacar a la historia del derecho de su aislamiento disciplinar.

3. Rutas y caminos

Entre las pretensiones a las que debe renunciarse para hacer un inventario
de las rutas y caminos abiertos por Tau, la primera es la de exhaustividad.
Por lo tanto voy a referirme apenas a algunas de las grandes rutas que ayudó
a rectificar y, haciéndolo, también a un puñado de caminos que abrió en dife-
rentes momentos de su carrera.
Una de las cuestiones que se achacaron a la historia del derecho tal y como
era practicada hasta los años 1990 (aunque algunos de sus cultores siguieron
haciéndolo después) es la de haber travestido las normas en hechos: es decir,
no en haberlas estudiado como hechos jurídicos –lo cual fue y sigue siendo
muy deseable– sino en haber utilizado la producción normativa como una
fuente de información que daba por buena la metamorfosis de la voluntad
legisladora en una realidad consumada, como si del dicho al hecho no hubie-
ra trecho. Otro tanto sucedió con aquello de hacer historia del derecho “en
la tradición” –sin percibir que podía hacerse la historia “de la tradición”–15.

14 Zubizarreta lo dice de manera más precisa: “...los integrantes de la ‘Nueva Escuela


Histórica’ compartían ciertos presupuestos metodológicos pero tenían divergencias sig-
nificativas, lo que nos habla de una diversidad bien distante de lo que comúnmente se
entiende por el restringido termino de ‘historia oficial’, mote con el que fue calificada por
parte de los revisionistas su obra paradigmática, la Historia de la Nación Argentina dirigi-
da por Ricardo Levene (1942).”, Zubizarreta, “Unitarios en Argentina”, p. 78.
15 En 1992, Tau escribió (del otro lado de la cañada), lo siguiente: “Durante las últimas
décadas se difundió como tópico historiográfico la existencia de dos mundos separados,
sin conexión entre sí: el de las leyes de una parte y el de los hechos sociales y económicos,
de otra. [...] Se supuso entonces que las leyes carecían de efecto sobre esa vida cotidiana y
por lo tanto fueron expulsadas del horizonte del historiador de la economía y de la socie-
dad. [...] En fin, el mundo de las leyes quedó asimilado a un universo ideal, opuesto al real,
en una contraposición sin matizaciones”. Víctor Tau Anzoátegui, La ley, p. 3.

125
DARÍO G. BARRIERA

Estos rasgos explican, en buena medida, unos cuántos párrafos de los manua-
les de historia americana escritos por juristas notables como Ots Capdequí
o Richard Konetzke, entre otros, publicados durante las décadas de 1960 y
1970 y dominantes en los programas de formación superior de profesores
e investigadores de Historia en institutos y universidades argentinas16. Y en
este punto –que no es de los menos importantes para la rectificación de las
rutas que traía la historia del derecho, menos aun para la apertura de nuevos
caminos– Tau tenía muy claro que era un rumbo a rectificar (como lo ha-
bía señalado también tempranamente Rafael Altamira y Crevea)17. Desde las
primeras ediciones del Manual de Historia de las Instituciones Argentinas
(1967), coescrito con Eduardo Martiré, que en esto estaban en sintonía con la
obra coetánea de Luis García de Valdeavellano, Curso de Historia de las Ins-
tituciones españolas (1968)18, Tau hablaba de las normas como horizontes,
como actividad del legislador, como lo pretendido por la Corona, por ejemplo,
evitando caer en la trampa de travestir las intenciones de unas Cortes o de un
Monarca en un hecho consumado. Lo interesante es que nunca lo hizo aleján-
dose de una herencia disciplinar de la que no renegaba, sino agregando, corri-
giendo, reorientando. Estos gestos de gratitud y educación en la rectificación
de un rumbo no siempre son percibidos por los coetáneos.
Para corregir la ruta, entonces, Tau se valió de sus propias intuiciones, de
sus propios métodos, pero también se abrió a los nuevos aires que llegaban
desde la Península Ibérica. Desde allí provenían los trabajos seminales de la
historia crítica del derecho que, durante los tempranos años 90 del pasado
siglo XX –no hace falta recordar a los especialistas que se trata, sobre todo, de
las aportaciones de Francisco Tomás y Valiente (Universidad Autónoma de
Madrid) y de los por entonces (¿y todavía?) revulsivos planteos de Bartolomé
Clavero (Universidad de Sevilla) y de António Manuel Hespanha (Universi-
dad NOVA de Lisboa)–19 no tenían ninguna presencia en la enseñanza de la
historia del derecho en la Argentina, sin embargo no tardaron en aparecer en
los trabajos de Tau, quien enseguida advirtió el valor teórico, metodológico
y heurístico que podían tener estos planteos, por caso, en la renovación de la

16 Me ocupé con algún detalle de esta cuestión en Historia y Justicia, cap. II.
17 A quien desde luego admiraba y en quien reconocía uno de los socios intelectuales
de su maestro, Ricardo Levene. Tau, “Altamira y Levene”.
18 Víctor Tau Anzoátegui y Eduardo Martiré, Manual, p. 27.
19 Vísperas del Leviatán (Hespanha) es de 1989 y Antidora (Clavero) de 1991.

126
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

historia del derecho indiano20. En este sentido –como lo hizo de manera pa-
ralela y desde la docencia, por los mismos años, María Inés Carzolio desde sus
cátedras de las Universidades nacionales de Rosario y de La Plata– Tau fue no
el único pero sí el más autorizado vector que introdujo en la disciplina plan-
teos que traían consigo efectos colaterales –como la discusión de la utiliza-
ción ahistórica de la categoría de estado, la puesta en jaque de la categoría de
“estado moderno”, la puesta en duda sobre la natural recepción del derecho
común en los territorios americanos que Castilla incorporaba por conquista o
la consideración de elementos de la oralidad y de la tradición entre los com-
ponentes del derecho a toda regla, asuntos sobre los cual dejó dos tremendos
edificios21– que no todos estaban dispuestos a enfrentar tranquilamente.

4. Puentes

De estos construía muchos el ingeniero, y para ordenar voy a señalar so-


meramente solo dos tipos de ellos. Los que tendía dentro de la misma disci-
plina, pero entre tradiciones “nacionales” y los que tendía entre disciplinas
–dentro de una misma nación–.
Trazar vectores de comunicación entre equipos de la misma disciplina y de
diferentes naciones siempre fue su fuerte. Esto se le daba bien a Levene, pero
se le dio mejor a Tau: a las sólidas relaciones con los centros más tradiciona-
les de historia del derecho en España y Chile, países con los cuales la historia
del derecho y sus integrantes mantuvieron fuertes vínculos desde sus horas
fundacionales, sobre todo articulando alrededor del proyecto de Historia del
Derecho Indiano de Altamira y Levene, –plasmado en los años 1960 por el
“triunvirato” conformado por García-Gallo, Zorraquín Becú y Ávila Martel22–
Tau agregó puentes con centros de punta en lo que concierne a la innovación
disciplinar, lo que quizás pudiera ser comprendido en una fórmula breve afir-
mando que facilitó la metamorfosis de la historia del derecho en iushistoria.
Permítaseme ser tan breve como injusto, y me disculpo por las seguras
omisiones. Lo que pasa es que aquí no hay botón de muestra que valga. El vín-

20 El texto capital es Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes, versión ampliada y pulida


de su conferencia inaugural al XI Congreso de Derecho Indiano celebrado en Buenos Aires
(1995). Véase Duve y Pihlajamäki, New Horizons, p. 2.
21 Véanse Casuismo y sistema y El poder de la costumbre.
22 Luego continuada por Bernardino Bravo Lira y Antonio Dougnac Rodríguez, entre
otros.

127
DARÍO G. BARRIERA

culo con del IIHD con Helmut Coing se formalizó después de una visita que el
iushitoriador alemán hizo a Buenos Aires en 1981. Y esta fue la relación clave
en la transformación científica del Instituto a corto, mediano y largo plazo,
ya que –lógicamente desde una mirada retrospectiva– también ahí echan sus
raíces el inicio de una fértil relación con el Max-Plank Institut für Europäis-
che Rechstgeschichte (lo había dirigido hasta 1980). Esa institución se con-
solidó como centro de recepción de historiadores argentinos (y no sólo de
iushistoriadores) a partir de 2008 y hasta la actualidad –bajo la dirección de
Michael Stölleis primero y de Thomas Duve después, con quienes Tau man-
tuvo una fluida y fertilísima relación científica23. Tau tuvo también diálogo y
muy buena relación con otros centros, entre ellos del de Köln y Hamburgo, a
través de la persona de Horst Pietschmann, un americanista de primera línea
con el cual evidentemente mantenía algunas diferencias conceptuales siem-
pre respetuosamente expresadas.
En 1994, el Instituto y la Facultad de Derecho de la UBA recibieron al
iushistoriador italiano Paolo Grossi, quien expresaba por entonces una de las
corrientes más vitales en la historiografía mundial. Fundador de Quaderni
Fiorentini per la Storia del Pensiero Giurídico Moderno en 1972 y del Centro
di studi per la storia del pensiero giuridico moderno en la Universidad de
Firenze (1980) y otros historiadores vinculados a la revista, como su discípu-
lo Pietro Costa o el agudísimo Mario Sbriccoli, mantuvieron con el Instituto
en general y con Tau en particular una estrecha relación, cuya incidencia ha
sido puesta en perspectiva en diferentes trabajos24. Otros notables iushisto-
riadores italianos, como Paolo Prodi, Luca Mannori o Pietro Costa, también
formaron parte de los colegas de ese país que dialogaron con Tau, le rindieron
homenaje y cuya producción él introdujo entre nosotros.
Durante el año 2000 el Instituto de Historia del Derecho de Buenos Aires
recibió la visita de historiadores europeos del derecho que estaban marcando
agenda desde hacía una década: en junio fue el turno del portugués António
M. Hespanha (catedrático de historia del derecho en la Universidad Nova de

23 Este instituto fue, además, colaboró en la 2da edición de Casuismo y sistema, a


treinta años de su aparición. La versión electrónica de esta obra puede descargarse aquí:
http://hdl.handle.net/10016/32572
24 Casagrande, “La historia conceptual y la hermenéutica de la historia del Derecho”,
Revista Electrónica del Instituto de Investigaciones Ambrosio L. Gioja, 2016, Año X, Núme-
ro 16, pp. 40-62 y las de Costa en otro trabajo en colaboración con Osvaldo Barreneche,
“New Paths” El trabajo de Sbriccoli ha sido muy inspirador. Puede consultarse mi “La tierra
nueva”, publicado originalmente en 2010 e incluido en Historia y Justicia, pp. 577-601.

128
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Lisboa) y en septiembre el de Marta Lorente, Jesús Vallejo y Carlos Garriga.


Entre los generalistas, la obra del primero era a la sazón la que más había cir-
culado: tanto Vísperas del Leviatán como La Gracia del Derecho –editados
en Madrid en 1989 y 1993 respectivamente– habían ingresado de la mano
de los debates por “la cuestión del estado moderno” en algunos programas
de enseñanza universitaria de mediados de los años 199025 y varios colegas
“generalistas” asistieron a los seminarios, que fueron abiertos y gratuitos. No
fueron los únicos. Javier Barrientos Grandón (chileno luego instalado en Ma-
drid), Carlos Petit (desde Huelva) y Julia Solla (Madrid), entre otros, conti-
nuaron esta circulación que se debe básicamente a las gestiones de Tau y que
tanto nos enriqueció.
Pero “el ingeniero” no se limitó a trazar puentes internacionales. Si estos
fueron obviamente relevantes, no menos importantes y disruptivos fueron los
que tendió entre disciplinas dentro de su propio país.
Cuando en 1999 Gabriela Dalla-Corte publicó su trabajo diagnosticando
una indeseable incomunicación entre la historia jurídica y la historia a secas,
retratando un estado de cosas que los cultores más autonomistas de la histo-
ria del derecho no hubieran discutido, al mismo tiempo, esa situación comen-
zaba a transformarse. Numerosos indicios editoriales y académicos obligaban
a poner en suspenso la hipótesis del mutuo aislamiento o la incomunicación
entre la historia del derecho y la historia generalista –muchas veces llamada
social o socioeconómica sin faltar a la verdad, pero, en rigor, a falta de mejor
adjetivo–.
Una reseña sin firma –todo hace presumir que es de Tau– publicada en
el número 27 de la Revista de Historia del Derecho (1999) sobre un artículo
de Dalla-Corte acerca de Jaume Alsina y la justicia colonial resume bien el
instante: la autora aclaraba en su texto que no planteaba “...la discusión sobre
las disposiciones normativas y la gestión institucional, es decir la fase legis-
lativa de creación de ley, o la judicial de aplicación de la norma legal, campos
de estudio de la ‘Historia del Derecho’” y el comentarista le pregunta “...si
no hubiese sido mejor integrar ambas cuestiones, para permitir en todo caso
saber hasta qué punto ese ‘sistema de recomendación’ [el artículo versa sobre
la recomendación como instrumento judicial] tenía una aplicación efectiva o
eran simples ‘juegos de relaciones sociales’”26. Mientras que la historiadora

25 Como ya llevo dicho, María Inés Carzolio fue pionera en la introducción de estos
materiales.
26 RHD, 27, 1999, pp. 587-588.

129
DARÍO G. BARRIERA

generalista27 muestra una preocupación por aclarar, con prudencia, aquello


que no dominaba y un reconocimiento de la separación de los campos, el his-
toriador del derecho (y no uno cualquiera) le tiende un puente y le invita
a cruzarlo respondiendo una pregunta relevante, alertándola sobre (y hasta
felicitándola por) la importancia del problema que se plantea. Pero el diálogo
a través de comentarios escritos no es dinámico, incluso quizás no sea bioló-
gicamente un diálogo. Si como quiere Humberto Maturana, la ciencia es una
“red de conversaciones”, el carácter clave no lo jugaron tanto las discusiones
escritas como las orales, sostenidas en seminarios, jornadas y congresos.
El Instituto de Historia del Derecho figuró entre los auspiciantes del II
Congreso Internacional Historia a Debate (Santiago de Compostela, 1999),
donde un joven Ezequiel Abásolo, expuso sobre historia del derecho militar y
se animó a discusiones ideológicas en un ámbito abierto, menos confortable
que el de los seminarios entre colegas y, a priori, nada favorable ideológica ni
metodológicamente para el ponente. El 24 y 25 de septiembre del mismo año,
el mismo instituto organizó el primer coloquio para la formación de jóvenes
historiadores del derecho, antecedente directo de las Jornadas de Jóvenes
Historiadores que, años más tarde, también comenzaron a comportarse como
espacio de confluencia. Pero el hecho central fue, sin dudas, la concreción en
Mar del Plata de unas Jornadas de reflexión sobre la fuente judicial organi-
zadas por la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, que
registró la participación de un alto número de historiadores que habían co-
menzado a trabajar con fuentes judiciales y que, por curiosidad o por necesi-
dad de cruzar lecturas, expusieron en ese ámbito sus indagaciones o reflexio-
nes28. Entre ellos se destacaban dos grupos de investigadores: los de La Plata
(donde tenía y tiene sede el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires
“Dr. Ricardo Levene”, que aloja los expedientes judiciales y en cuya Universi-
dad Nacional enseñaba historia colonial Carlos Mayo) y los de la Universidad
Nacional de Luján, donde un conjunto de jóvenes historiadores participaba
del proyecto dirigido por Raúl Fradkin titulado “La experiencia de la justicia.

27 Tomo la expresión de Pio Caronni. Como lo expliqué en Historia y Justicia, me


parece mucho más honesta que “historiadora social” o “historiador social” para referirse
a historiadores formados en esa disciplina y que no se formaron de las aulas de Derecho
–porque lo que define al conjunto es la oposición, o el principio del tercero excluido: lo
importante aquí es la utilización de un adjetivo para designar a un historiador(a) que no es
del conjunto “historiadores del derecho”.
28 Me extiendo sobre el valor de las actas de estas Jornadas y el activo papel que jugó
en todo este proceso la Dra. María Angélica Corva en Historia y Justicia, pp. 104-106.

130
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Poder y sociedad en la campaña bonaerense (1730-1830)”. También partici-


paron de ese encuentro colegas que luego desarrollaron sus investigaciones
sobre diferentes recortes de la historia judicial como Pablo Cowen, Sergio
Cercós, Carlos van Hauvart, Diana Duart, María Angélica Diez, Juan Manuel
Palacio, Mónica Blanco, María Angélica Corva, Horacio García Bossio, Enri-
que Mases, Carlos Sorá o Edgardo Dainotto. El cierre estuvo a cargo de una
mesa redonda durante la cual Carlos Mayo, Silvia Mallo, Osvaldo Barreneche
y Raúl Fradkin manifestaron sus entusiasmos y sus reservas sobre el uso de
las fuentes judiciales por parte de la historia social, dejando páginas que no
se pueden omitir en una reflexión sobre la materia29.
La novedad que traían estos historiadores no era la del uso de expedientes
judiciales. Esta práctica no era ajena en absoluto a los historiadores del dere-
cho –Tau Anzoátegui, Eduardo Martiré, Abelardo Levaggi y Mariluz Urquijo
los utilizaron siempre y hasta los confrontaron con la normativa–. Lo que era
diferente era la manera en que estos historiadores universitarios, preocupa-
dos por otros temas diferentes del derecho, interrogaban esos expedientes:
su uso era problemático, iba más allá de la búsqueda de la virtuosidad de una
técnica jurídica, de la buena administración de justicia, en fin, de la búsqueda
de corroboración o transgresión. Lo que emergía de estas corajeadas de histo-
riadores metidos a tratar de interpretar (con pocas herramientas) documentos
judicialmente producidos era un conjunto de intuiciones que rápidamente co-
menzaban a rendir frutos: la acción de juzgar clasifica y produce identidades;
los que van a pedir justicia saben más de lo que parece que debieran saber
(saben hacer cosas ante un juez, incluso si no saben leer ni escribir); tienen
una idea de lo que les toca; la justicia distribuye mucho más que recursos ma-
teriales y castigos; la acción de justicia es una acción de gobierno...
Desde la historia algunos empezaban a mostrar que la experiencia de la
justicia permitía revelar en el pasado colonial, por ejemplo, nuevos signifi-
cados (políticos) del derecho: había mucho que aprender sobre el derecho,
pero también podían abrirse algunas ventanas que desde el derecho no eran
visibles30. De este primer universo de trabajo, por ejemplo –y pienso sobre

29 VVAA, La fuente judicial, pp. 583 a 602.


30 Los grupos de investigación con sede en Rosario, Santa Fe y Córdoba, por entonc-
es, comenzábamos a realizarnos preguntas similares –cfr. mis propios trabajos publicados
en Varia História (1998) y Avances del Cesor (1999), donde, a partir del análisis de ex-
pedientes judiciales, hago algunas preguntas generales sobre la cuestión de las relaciones
sociales y su impacto en los testimonios judiciales tanto como en la actividad del juez.

131
DARÍO G. BARRIERA

todo en los trabajos de Gelman, Garavaglia y Fradkin; también de un pionero


trabajo de Judith Farberman que fue luego el capítulo II de su libro– surgió
una imagen de la justicia rural muy diferente a la que proporcionaban los tra-
bajos de Abelardo Levaggi o los de Carlos Storni, que era correcta pero sobre
todo normativa y desaprensiva de cualquier otro sujeto que no fuera el juez o,
en el mejor de los casos, alguno de sus asistentes.
Tau advirtió este clima. Pensaba que ese acercamiento de los historiadores
a lo jurídico se había dado en el marco de “una reacción contra el determinis-
mo económico y contra la estrecha técnica cuantitativa, que ha llevado a una
ampliación de horizontes, entre ellos la revalorización de la historia cultural
y política.31” Pero saliendo del nivel analítico distante, viendo lo que hizo en
el campo, es notable el hecho de que escuchaba tanto como podía y leía a
quienes no había escuchado. Desde luego tenía una inteligencia tan refinada
como sus modales y percibió enseguida que, aunque jamás iba a alentar la
hibridación desde la historia del derecho, del diálogo entre las disciplinas solo
podían esperarse ganancias para todos. O para casi todos.
Los gestos de acercamiento del Instituto con los generalistas se dejan ver
durante los años 1990, son más nítidos desde 1999, durante los dos últimos
años de ejercicio de la presidencia de Mariluz Urquijo32 y muy decididamente
desde 2001, cuando Tau asume su dirección. Desde entonces, el Instituto no
solamente experimentó aggiornamiento teórico y metodológico disciplinar –
alimentado por las redes internacionales antes mencionadas– sino que avan-
zó sobre una apertura que se manifestó en tres espacios.
Uno es el espacio físico del propio Instituto, donde fueron invitados –con
respuesta desigual, puesto que algunos, en todo su derecho, no aceptaron el
convite– colegas de extracciones académicas por fuera del círculo habitual de
los historiadores que hablaban en los seminarios que se realizaban en la sede
de Avenida de Mayo 1480 de la ciudad de Buenos Aires. El segundo espacio

31 Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes, p. 18. Desde mi perspectiva, como ya lo he dicho


en Historia y Justicia, 146-147, lo que explica aquel interés fue una saludable preocupación
de nuestra parte por los contextos (sociales y sobre todo institucionales) de producción de
las fuentes así como la búsqueda de las voces de los sujetos subalternos, todo esto marcado
por una agenda de historia social que, y acá sí coincido con la explicación que ofrece Tau, se
explica sobre todo por una revaloración de los sujetos frente al peso de las estructuras.
32 El Instituto fue presidido por Zorraquín Becú hasta 1995, cuando dejó de hacerlo
activa- mente y fue nombrado director honorario (hasta su deceso en el año 2000). Desde
1995 y hasta 2001 el director fue José María Mariluz Urquijo, siendo Víctor Tau Anzoáte-
gui el vicedirector primero y Eduardo Martiré el vicedirector segundo.

132
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

donde se advierte esta tendencia son las Jornadas de Historia del Derecho.
Si se revisan sus programas, desde el año 2000 se verifica una creciente par-
ticipación de historiadores generalistas que, hasta entonces, no habían sido
asociados a esta disciplina y que provenían de universidades con las cuales
el Instituto no había tenido un contacto fluido33. Y el tercero, sucedáneo de
ambos, pero sobre todo del segundo –puesto que existió una íntima relación
entre las jornadas y lo que el Instituto publica a través de su órgano editorial–
es la Revista de Historia del Derecho. En sus índices, además de verificarse
la participación de los colegas mencionados, desde el número 30 se incluyen
de manera progresiva y creciente reseñas sobre libros que no solamente pro-
venían desde fuera de la historia del derecho, sino que la interpelaban desde
diversos ángulos34. Puede decirse, por un lado, que desde el comienzo crono-
lógico del siglo XXI la participación de historiadores universitarios genera-
listas que llegábamos “desde afuera” del conjunto de la historia del derecho,
como la inclusión de reseñas sobre libros cuyos autores revisten la misma
condición, no solamente no se interrumpe, sino que no deja de crecer35 y, por

33 En las jornadas de 2000 participó Oreste C. Cansanello y el número 29 de la RHD


incluyó su ponencia como artículo. En las que se realizaron en Rosario (en la sede de la
Universidad Católica Argentina) durante septiembre de 2002 participaron Judith Farber-
man, Eugenia Molina, Lila Caimari y yo mismo –algunas de estas ponencias integran el
número 31 de la RHD (2003).
34 El núm. 29 (2001) incluyó una reseña de Sandra Díaz sobre el libro de Pilar
González Bernaldo de Quirós, Civilite et politique aux origines de la nation argentine.
Les sociabilités á Buenos Aires 1829-1862 y el 30 (2002) una de Tau Anzoátegui al libro
de Dalla-Corte sobre Alsina, una de Romina Zamora sobre el libro de Enciso Contreras
Zacatecas en el siglo XVI. Derecho y sociedad colonial, otra de Rubén Darío Salas sobre
La máscara de Fernando VII de Marco Antonio Landavazo, que intersectaba bien con la
especialidad de Salas sobre el discurso y un comentario sobre la reedición de La formación
de los latifundios en México..., de François Chevallier. El 31 (2003) incluye un comentario
de Heikki Pihlajamäki sobre Crimen y castigo en la historia del derecho penal de América
Latina, la entonces flamante compilación de Salvatore, Aguirre y Gilbert.
35 Por supuesto que pueden identificarse colaboraciones previas: en la publicación
del quinto volumen de los Cedularios de Charcas (1999) colaboró Mónica Adrián –auxiliar
de Historia Americana colonial en la UBA y en la Universidad Nacional de Luján–, y el
número 27 de la RHD incluyó trabajos de historiadoras de la región de Cuyo –Olga Salinas
e Inés Sanjurjo, aunque esta última era miembro del Instituto desde al año 1996 y colaboró
asiduamente en la revista. Al contrario, es subrayada por los mismos miembros del insti-
tuto la escasez de contribuciones de “...autores provenientes de las ciencias jurídicas sin
dedicación habitual a los estudios históricos.”, El Instituto de Investigaciones..., cit., p. 32.

133
DARÍO G. BARRIERA

otro lado, que se tradujo durante los últimos quince años en la progresiva
incorporación de historiadores e historiadoras generalistas de todo el país
como miembros del Instituto36.
Para 2003, Tau tenía un panorama muy completo de lo que se hacía con
expedientes judiciales antiguorregimentales fuera de la historia del derecho37.
Dedicaba mucho tiempo a saber lo que hacíamos esos “otros” historiadores,
los generalistas, y no perdía ocasión de ofrecer generosamente sus puntos de
vista, que siempre comenzaban por un elogio y terminaban con alguna obser-
vación y varias recomendaciones, todas certeras.
Pero mientras entre los generalistas había una conciencia historiográfica-
mente consolidada sobre la renovación experimentada por la propia disciplina
(la historia) en las últimas décadas del siglo XX38, casi nadie advertía que la
historia del derecho había transitado una transformación igualmente produc-
tiva durante los años 1990. Como no podía ser de otra manera, Tau también se
había dado cuenta de esto muy tempranamente y, tan temprano como en 1997,
escribió que quienes todavía pensaban que su disciplina “...se ocupaba sólo de
aspectos formales, con prescindencia de los hechos sociales” solamente busca-
ban “excusas para explicar el alejamiento, sin ánimo de buscar conexiones”39.
Lo desapercibido que pasó para los historiadores generalistas el libro donde
Tau escribió esto es algo tan lamentable como difícil de explicar.
Hace algunas líneas maticé la cuestión de las ganancias en el diálogo inter-
disciplinar. Y escribí, sin ampliar, que ganarían “casi todos”. En efecto, pienso

36 Un antecedente de este rol de bisagra entre ambientes académicos refractarios o,


como escribió Tau, “divorciados”, puede encontrarse en el mundo académico peninsular,
donde António Manuel Hespanha, desde Lisboa, no sólo impulsó la convergencia entre
historiadores de lo político y social con los historiadores del derecho, sino que además
proponía la superación de distancias entre historiografías nacionales (la portuguesa y la
española) tanto como “...un cierto ajuste de cuentas con una historia política que aparecía
dominada por el relato estatal construido por la historiografía nacionalista del siglo XIX”,
www.metahistoria.com, 2014.
37 Seguro que tenía claras muchas cosas más. Pero esto es de lo que yo puedo hablar,
porque sobre eso conversábamos.
38 Una importante cantidad de artículos hacían balances de fin de siglo y pondera-
ban las transformaciones de la disciplina en diferentes aspectos después de la “vuelta a la
democracia” en 1984.
39 Tau, Nuevos horizontes, p. 19. Lo desapercibido que pasó para los historiadores
generalistas la aparición de este libro es en sí mismo un síntoma de la desatención de la
que hablo.

134
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

que probablemente fue el propio Tau el que menos ganó –o, si no nos pone-
mos puristas, el que además de hacer ganar lectores e interlocutores a su dis-
ciplina se ganó unos cuántos dolores de cabeza con los propios...–. Como ya
lo tengo dicho en Historia y Justicia, su política científica, desde luego, bien
podía ser la de “perder para ganar”. Hay que reconocer que el hecho de que la
iniciativa haya sido suya es algo también bastante lógico: lo hacían posible la
claridad que tenía en el diagnóstico tanto como sus bases de formación. Tau
Anzoátegui, discípulo de Ricardo Levene, ha manifestado explícitamente que
admiraba en su maestro su capacidad para moverse entre ambas aguas (el
derecho y la historia) así como su talento para dialogar incluso con aquellos
con quienes discrepaba en extremo.
A este ensayo le falta algo, que no tendré tiempo de completar, pero que
lo dejo como tarea. Además de tender puentes, Tau cruzó algunos que le ten-
dieron. Tengo muy presente uno: en mayo de 2006 Orieta Zeberio y Andrea
Reguera le invitaron a participar del lanzamiento de la red Marc Bloch en una
mesa sobre cuestiones históricas y jurídicas. Allí Tau presentó una comuni-
cación –que luego no integró el volumen de actas publicadas, hasta donde yo
recuerdo, por su propia decisión– en una mesa que integraban Raúl Fradkin,
Orieta Zeberio, Tomás Mantecón (Cantabria, España), Alejandro Tortolero y
yo mismo. Sería importante ampliar este otro aspecto que, intuyo, permitiría
completar este panorama de relaciones.

5. Edificios

No se trata, evidentemente de construcciones materiales, pero sí de otras


dos: institucionales e intelectuales.
Entre las primeras, debe destacarse una en la que tuvo una parte activa
tanto como una presencia duradera: después de la tumultuosa salida de la
UBA iniciada con la intervención de los institutos y centros de investigación
de la Facultad de Derecho el 29 de junio de 197340, los investigadores del
Instituto dirigido desde 1960 por Ricardo Zorraquín Becú –José María Ma-
riluz Urquijo, Víctor Tau Anzoátegui y Eduardo Martiré–, el abogado, doctor
en ciencias sociales e historiador Abelardo Levaggi y otros 19 investigado-
res, crearon el actual Instituto de Historia del Derecho bajo la forma de una

40 Me ocupo de las circunstancias, con algún detalle, en Historia y Justicia, pp. 77-
87. Sin embargo, el artículo mejor documentado sobre este proceso es el de Jorge Núñez y
Hernán Olaeta, “Una disciplina en tiempos de revolución”.

135
DARÍO G. BARRIERA

asociación civil, sostenida con el aporte particular de sus miembros. Fuera


de la Universidad de Buenos Aires –y de la dependencia de la Facultad de
Derecho– su director planteaba que contaba ahora con mayor independencia
para “...actuar más libremente y reunir en una única agrupación a todos los
historiadores del derecho en la Argentina.” La reunión tuvo lugar en Buenos
Aires el 8 de agosto de 1973 y, con algunos pocos cambios y reemplazos, los
nombres que compusieron la primera comisión directiva son los que rigieron
la vida del Instituto “durante dos décadas”41.
Entre las segundas se cuentan esos otros edificios cuya construcción da
lugar a un objeto físico –el libro– cuyo tamaño pocas veces expresa la enorme
tarea previa a su alumbramiento. Tau dejó varios edificios intelectuales que
podremos aprovechar por muchos años –y algunos, seguramente, resistirán
más allá de nuestra generación–. Sin embargo, y tanto por mor de brevedad
como por una economía de la relectura que de lo contrario me anotaría al
tope de la morosidad para la entrega de este texto, voy a señalar apenas al-
gunos que (será opinable, desde ya) no deben dejar de visitarse. La secuencia
presenta un decrescendo en cuestión de centímetros de lomo en biblioteca,
pero un in crescendo en lo que concierne a su potencial, esto es, en propor-
ción a lo que su posible aprovechamiento futuro se avizora.
Primero, uno colectivo: hacia finales del siglo pasado, Tau ejercía como
profesor titular de Historia del Derecho Argentino en la UBA, era vicedirector
del Instituto de Historia del Derecho y Presidente de la Academia Nacional de
la Historia cuando, en esta última calidad, se le encargó coordinar la Nueva
Historia de la Nación Argentina, cuyos 10 volúmenes fueron publicados por
editorial Planeta entre 1999 y 2004. Ya he formulado mis opiniones sobre
ciertos aspectos de este edificio42, pero hoy quisiera detenerme en otro: con-
tiene puentes. Para esta obra de alta divulgación, Tau diseñó sus trazos grue-
sos conforme a cronologías y títulos ajustados a sus convicciones sobre la his-
toria nacional. Esta versión –puede verse desde el título de la colección y en
la periodización– está inspirada en un nacionalismo católico que, frente a la
historia social que se hacía desde las universidades nacionales, y que tenía su

41 IIHD, A cuarenta años... cit., p. 15. El piso de Avenida de Mayo 1480 donde fun-
cionaba y funciona todavía el Instituto fue adquirido por la Asociación Civil con fondos
provenientes de una donación que realizó Zorraquín Becú. En “Ricardo Zorraquín...”, cit.,
p. 33, Mariluz Urquijo subraya que entre los 24 investigadores reunidos el 8 de agosto de
1973 se incluyeron “...en calidad de miembros titulares a historiadores del interior”.
42 Cfr. mi Historia y Justicia, pp. 162-164.

136
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

expresión en la Nueva Historia Argentina publicada a la sazón por editorial


Sudamericana bajo la dirección de Juan Suriano, se presentaba claramente
como conservadora. Sin embargo, Tau convocó a colegas especialistas en di-
ferentes temas que no provenían de los elencos de la Academia Nacional de
la Historia (y sus correspondientes provinciales), del Instituto de Historia del
Derecho o de las prolíficas filas de la historiografía militar. Dicho más clara-
mente, convocó y dejó convocar a colegas que no necesariamente compartían
la mirada general que él tenía sobre la historia “de la nación” argentina. “El
ingeniero” tendió (y dejó tender a los directores de cada volumen) algunos
puentes para que historiadores e historiadoras de universidades (nacionales
o extranjeras) y del CONICET participaran del proyecto. Así fue posible que
este monumento albergara participaciones de Daniel Santamaría, Jorge Gel-
man, Lila Caimari, Juan Carlos Korol, María Inés Barbero, Roberto Schmit,
Karin Grammatico, Sergio Gallana, María Silvia Leoni, Juan Llach, el antro-
pólogo Eduardo Archetti. También lo hicieron Fernando Devoto o Eduardo J.
Míguez –que ingresaron a la ANH varios años después, lo mismo que Beatriz
Moreyra, Hernán Otero y Andrés Regalsky–. En el ámbito internacional, las
conexiones apuntaron a Frédéric Mauro, Herbert Klein, Robert Potash, Otto
Solbrig (ecólogo argentino radicado en EEUU), Zacarías Moutoukias y Dia-
na Quattrocchi-Woisson (estos últimos, argentinos radicados en Francia) y
hasta Tulio Halperin Donghi –por entonces en Berkeley, California–. En el
volumen 2 de este monumental edificio, incluyó dos trabajos de su autoría
que son una síntesis extraordinaria de las innovaciones que la iushistoria ha-
bía experimentado (en todo el mundo): en ellos, Tau volcó con sencillez las
nuevas tendencias que habían conseguido hablar de la organización política
y jurídica de la monarquía sin pasar por el concepto de “estado moderno” ni
por el de “estado colonial”. Hacen su aparición para el gran público –y para
estudiantes de varias universidades– las ideas de ordenamiento jurídico, mo-
narquía agregativa, indisponibilidad del derecho, organización provincial, en
fin, varias de las claves del jurisdiccionalismo43.
Segundo44, un edificio monumental que construyó en soledad. Uno cuya

43 “La Monarquía: poder central y poderes locales” y “Órdenes normativos y prácti-


cas socio-jurídicas: la justicia,” ambos en Período Español: 1600-1810, Tomo 2 de Nueva
historia de la nación argentina, Planeta, Buenos Aires, 1999.
44 En mi plan original el segundo era la historia de las instituciones que coescribió
a cuatro manos con Eduardo Martiré. Sigo pensando que es indispensable consultarla y
que sus criterios son identificables. Pero el análisis de la obra (para la valoración de su
contribución) se va muy largo y es complejo a causa de las casi 30 ediciones de la misma,

137
DARÍO G. BARRIERA

ingesta comenzó para mí por indicación de Carzolio en 1997 y su digestión


todavía continúa. Casuismo y sistema, posiblemente uno de los textos más
difíciles de resumir, un giochi di pazienza, un monumento a la minuciosidad
justificada. Tau desecha la opción de contar una historia lineal gobernada
por la retrospectiva y, para lo que concierne al “derecho indiano” o al período
anterior a la cultura del código, se abandona al casuismo, tratando de expli-
carlo hermenéuticamente –tanto como dejándose contaminar por su propia
gramática–. El momento del sistema parece no llegar nunca. No lo hace acon-
tecimentalmente, no es impuesto por la revolución. ¿Es la historia la que lo
ha impuesto a la historia? –la pregunta, claro está, no está tan clara como
en los planteamientos de Bartolomé Clavero o los que más tarde hizo Carlos
Garriga, pero ya se adivina–. Estudiar el casuismo con la cabeza puesta en la
dogmática “deforma”, advierte casi al comienzo. Para los jóvenes estudiantes
que, en los 1990, hacíamos historia a secas y tratábamos de entender algo del
mundo de los juristas del Antiguo Régimen, o distinguir en qué podía diferen-
ciarse el derecho indiano del castellano, o para saber por qué los juristas no
le llamaban “colonial”, la lectura del libro se nos representaba como “una de
cal y una de arena”: tanto te doy, tanto te quito. En busca de claridad, lo único
que nítido era que todo aquello no estaba claro para nada. El mejor comenta-
rio que se ha escrito sobre este libro viene de la pluma de Carlos Petit quien
ha explicado como nadie este edificio repleto de paradojas. Respecto de la
más importante –cómo un hombre nutrido de los planteos más tradicionales
llega a escribir un libro que hace estallar al derecho indiano hacia direcciones
que no había oteado– escribió: “la formación que acredita Tau Anzoátegui
es sólidamente tradicional, mas ya lo sería menos su mismo pensamiento”45.
Por fin, uno pequeñito, trabajado y contundente. Nuevos horizontes...
En este, bien que no tanto en su arquitectura como en su contenido, se pre-
sentan los detalles finos de los disensos que Tau mantenía con la tradición
del derecho indiano fundada por su maestro –un derecho al que encuentra
nada sistemático y, en todo caso, unificado sobre todo por la mirada legalista
de sus comentaristas pero no por la acción de sus productores– en un estilo

que incluyen en varias ocasiones giros sutiles que definitivamente le pertenecen. Queda
para otra ocasión, si se presenta, el análisis de esta en particular. Lo mismo vale para Los
Bandos de Buen Gobierno del Río de la Plata, Tucumán y Cuyo (época hispánica), IIHD,
Buenos Aires, 2004, extraordinario aporte al derecho local sobre el cual también habría
que hacer algo aparte. Pero todo no se puede.
45 Petit, “El caso”, p. 671.

138
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

que nadie ha definido mejor que Luigi Nuzzo: “nunca estridente, nunca per-
sonal, al contrario, susurrante, disimulado por una investigación constante
de soluciones que permitan alcanzar un punto de encuentro o mantener las
convergencias”46. Habría que agregar que ese estilo, además, incluia muchas
veces el don de la ubicuidad. Cuando fue invitado a publicar en el Anuario de
Estudios Americanos con ocasión del 75 aniversario de la revista, su inter-
vención puso de relieve las conexiones entre los estudios de derecho indiano
y la escuela sevillana sin deslizar una sola de estas disidencias47.
En este libro, Tau escribió también algunas páginas luminosas sobre la
situación de la disciplina

El debate sobre la ubicación de nuestra disciplina entre la Historia y el Derecho alcanzó


intensidad y tuvo validez científica especialmente en una época en que la Dogmática se
mostraba vigorosa en el campo del Derecho y en que la dimensión jurídica era relegada
por los historiadores.
Esta relación bipolar entre Derecho e historia, tensa y casi contrapuesta, se fue
modificando a medida que se introdujo una mayor ‘libertad metodológica’ que buscó
la conexión e incorporación de otros saberes –antropología, literatura, lingüística, teo-
logía, etc.– y concibió amplias posibilidades a las tareas interdisciplinarias.48

Allí Tau planteaba la visible ignorancia que los generalistas teníamos de


la renovación en de la historia jurídica tanto como auguraba resultados pro-
misorios para el intercambio con el resto de las disciplinas. Esta breve obra
contiene una enorme cantidad de diagnósticos, de indicios (un recorrido por
las citas de autoridad para ver qué configura la historia social para Tau es
revelador de cuáles son sus inspiraciones)49 y de propuestas de trabajo, en el
lenguaje de esta artículo, nuevos caminos: efectivamente, allí señaló la ne-
cesidad de atender las cuestiones jurídicas vinculadas con las comunidades
indígenas, la vida social de los letrados o la cuestión del libro jurídico, sobre
las cuales se han hecho desde entonces enormes avances en varios países.

46 Nuzzo, “De Italia a las Indias”, 97.


47 Tau, “Instituciones y Derecho Indiano”.
48 Tau, Nuevos, p. 18.
49 La referencia para la “historia social” es, para él, la “escuela de Annales” (aunque
incluya a Georges Duby) y demuestra una inocultable simpatía –que comparto– por los
trabajos de Marc Bloch, Jacques Le Goff, Roger Chartier y Bernard Lavallé. Entre los es-
pañoles menciona a un compañero de ruta de “los Annales”, José Antonio Maravall, cuya
obra –Estado moderno y mentalidad social... – había sido defenestrada unos quince años
antes por Bartolomé Clavero, “Estado moderno”.

139
DARÍO G. BARRIERA

Palabras finales

El Instituto de Historia del Derecho argentino –así como la cátedra de


Levene en la Facultad de Derecho–, el Instituto de Historia del Derecho fun-
dado en 1972 y la Academia Nacional de la Historia fueron tres de los disposi-
tivos institucionales cultivados por Levene a los que Tau dio continuidad pero
imprimió su marca50. A ellos, desde 1982 Tau agregó su condición de Investi-
gador CIC de CONICET –institución a la que apreciaba mucho y donde llegó
a la máxima categoría posible, como investigador superior, luego emérito– y,
desde luego la de miembro de numerosos institutos, academias y redes inter-
nacionales vinculadas con el derecho, la historia y la jurisprudencia con sede
en Alemania, Italia, España, México, Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay,
Brasil, Puerto Rico, Guatemala, Colombia y Portugal.
En la Argentina de finales de los años 1990, los historiadores generalistas
que pretendíamos hacer historia con expedientes judiciales (y luego, más osa-
damente, hacer historia de la justicia) teníamos claro que existía la necesidad
de dialogar con los historiadores del derecho.
Esto requería de iniciativas, de espacios y, aparentemente –porque no
es natural que así sea– hasta de una autoridad, de un “gesto autorizado”. El
tránsito por la superficie de la grieta entre ambas disciplinas no se produjo
sencillamente, sino que fue el producto –incluso no por todos deseado– de
actitudes y decisiones. Los crudos hechos dicen que las primeras piezas las
movió el conjunto de los juristas, más concretamente, que las acciones fue-
ron promovidas por Víctor Tau Anzoátegui desde el Instituto de Historia del
Derecho, espacio que había definido y defendido la autonomía de esa disci-
plina51.
A partir de entonces, en lo que concierne a la sólida e íntima asociación
entre historia del derecho y los abogados y juristas, Tau representó al mismo
tiempo su consolidación y la promoción de un cambio transformador: si bien
nunca negó el papel decisivo que los juristas debían tener en el cultivo de la
historia del derecho, trabajó mucho para que esa asociación no fuera exclu-

50 No se me escapa que tuvo activa participación e incidencia en el Instituto de His-


toria del Derecho Indiano así como en la Academia de Derecho y Ciencias Sociales de
Buenos Aires (donde también participó Levene), pero menciono las tres donde, para mí,
su impronta es más visible y significativa.
51 María Rosa Pugliese, “El Instituto después de Levene. La obra de Ricardo Zorra-
quín Becú”, en RHD, 54, dic. 2017, disponible en http://ref.scielo.org/ zq32q6

140
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

yente. Al contrario, es en este punto donde puede decirse, de la mano de los


sociólogos de la ciencia, que fue el promotor de nuevas intersecciones, de la
acumulación de conocimientos producidos en ellas y, por supuesto, el que
tendió puentes para que ocurrieran las hibridaciones –lo que no le resultó
gratuito–52.Tau fue quien amortiguó el choque de constelaciones analógicas y
le dio forma de amables diálogos entre elementos (que hasta entonces pare-
cían) irreconciliables, y lo hizo con menos apoyos que resistencias.
Si, como dice Marta Lorente, “las disciplinas no tienen que tener barreras;
te dan instrumentos pero no tienen por qué establecer barreras”, Tau hizo
mucho por bajar las que tenía a mano. Y en esto también era una rara avis,
porque al contrario de la regla general, hacía más de lo que decía. Lo vamos a
extrañar mucho, aunque paradójicamente, el tiempo que nos quede –incluso
si fuera mucho– tampoco nos va a alcanzar para terminar de metabolizar su
descomunal legado.

Bibliografía final

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Barriera, Darío, Historia y Justicia. Cultura, política y sociedad en el Río de la
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Clavero, Bartolomé “Institución política y derecho. Acerca del concepto historio-
gráfico de «Estado Moderno»”, Revista de Estudios Políticos, 19 (1981).

52 Sobre los procesos de especialización, acumulación, fragmentación, intersección e


hibridación en historia de las ciencias véase Dogan y Pahre, Las nuevas ciencias sociales.

141
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Dalla-Corte Caballero, Gabriela, “La historia del derecho en Argentina o la Histo-


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143
LA CUESTIÓN DE LA IMPUTABILIDAD PENAL DEL INDÍGENA
EN LA CODIFICACIÓN BOLIVIANA (1831-1972)
Y LA FORMACIÓN DE UN CONCEPTO DOGMÁTICO1

José Daniel Cesano


Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba
ORCID 0000-0002-8252-4339

SUMARIO: 1. Introducción; 2. La cuestión del indígena en la codificación penal


boliviana (1831-1972); 3. La evolución de la cultura jurídica boliviana y el concepto
dogmático de imputabilidad penal antes de 1972; 4. Antecedentes del Código de
1972; 5. Reflexiones conclusivas.

1. Introducción

Hace ya algunos años señalábamos que uno de los usos posibles de la his-
toria del derecho para los juristas se podía concretar a través de la historia
de la formación de los conceptos dogmáticos, mostrando su evolución y sus
problemas de fijación terminológica; una suerte –decíamos– de Begriffsge-
chichte del derecho2.
Pero ¿Qué es un concepto dogmático?
Que un concepto pueda ser así calificado depende de dos propiedades: una
relativa a su origen, y la otra relativa a su contenido. Respecto a su origen,
podemos calificar como dogmáticos a aquellos conceptos que han sido for-
mulados por los estudiosos del derecho. Es decir, “no han sido formulados ni
por el legislador ni por la jurisprudencia, sino que son obra de la doctrina”3.
Por su parte, y en relación a su contenido, éstos se caracterizan porque “hacen
referencia a comportamientos que son calificados jurídicamente […], explí-
cita o implícitamente, en el ordenamiento jurídico en que se formulan”4. Si

1 Agradezco a los pares evaluadores por la atenta lectura del presente texto.
2 Cesano, José Daniel, “Metodología de la ciencia jurídico penal”, en Guillermo La-
riguet (Comp.), Metodología de la investigación jurídica. Propuestas contemporáneas,
Córdoba, Brujas - Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales, Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Córdoba, 2016, p. 463.
3 Núñez Vaquero, Álvaro, “Los conceptos dogmáticos como normas apócrifas (o
sobre la creación dogmática del derecho): una primera aproximación”, en Guillermo Lari-
guet (Comp.), Metodología de la investigación, p. 390.
4 Núñez Vaquero, Los conceptos dogmáticos, p. 390.

145
JOSÉ DANIEL CESANO

bien el sistema científico de conceptos del dogmático y el sistema normativo


del legislador no deben confundirse (el preimero está compuesto por todos
aquellos elementos que el dogmático considera pertinente introducir para la
construcción de aquél; en tanto que el segundo se integra exclusivamente de
elementos que satisfacen los criterios de validez del sistema jurídico), no es
menos cierto que entre ambos se pueden encontrar espacios de relación; es-
pecialmente a partir de la consideración de una de las funciones normativas
que se adjudica a los conceptos dogmáticos. Nos referimos, en concreto, a lo
que se ha dado en llamar función modelo de los conceptos dogmáticos; en
tanto éstos son útiles como modelo o esquema para la legislación. Es decir:

los conceptos dogmáticos son constitutivos de la cultura jurídica de una comunidad y,


por decirlo de algún modo, son el límite de aquello que se puede pensar y regular. […]
Además, los encargados de redactar los documentos normativos suelen ser juristas
formados en aquella misma cultura jurídica, estando su formación jurídica frecuente-
mente basada en el aprendizaje de conceptos jurídicos, por lo que su forma de concebir
el derecho o partes del ordenamiento jurídico viene generalmente determinada por ta-
les conceptos. Es más, en ocasiones se encarga directamente a estudiosos del derecho
positivo la redacción de los textos normativos, quienes normalmente presuponen sus
propios esquemas o sistemas conceptuales o dogmáticos, plasmándolos en la legisla-
ción5.

Partiendo de estas precisiones conceptuales nos proponemos analizar el


concepto dogmático de imputabilidad penal en la cultura jurídica boliviana
previa a la promulgación del código de 1972. Con esa finalidad, nos detendre-
mos particularmente en el tratamiento que en aquélla se hiciese de la cues-
tión de la responsabilidad penal (capacidad de culpabilidad) del indígena;
concentrándonos en ella en la medida que especializa esa noción (imputa-
bilidad). Con la indagación sobre la formación de este concepto dogmático
pretendemos dilucidar sí, la cultura jurídica, se concretó (o no) en aquella
reforma legislativa de 1972. Este cometido, desde la perspectiva metodológi-
ca, es tributario de dos presupuestos. El primero, nos advierte que en cual-
quier tema de historia de las ideas –y el de la codificación es uno de los más
complejos—“los matices constituyen elementos fundamentales, las tenden-
cias no son absolutas, los acuerdos nunca son totales, la disparidad de ideas

5 Núñez Vaquero, Álvaro, “Realismo jurídico y conceptos dogmáticos”, en Revista de


Derecho (Coquimbo. En línea), 25(2), 2018, p. 259.

146
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

aparece en una frase o en una palabra en el momento menos pensado”6, con


lo cual deben atenderse estas situaciones sino se quiere simplificar el proceso
histórico7. El segundo, se vincula, con la necesidad de que este estudio invo-
lucre –siempre en la medida de la razonable extensión que se nos impone– el
perfil social de la codificación; esto es pensar en el código como derivado o
producto de una sociedad concreta, que sólo puede ser examinado desde esa
realidad8. Ambas perspectivas se corresponden con ideas de nuestro querido
homenajeado, Víctor Tau Anzoátegui, cuya ausencia nos llena de dolor.
En forma previa a este desarrollo es indispensable aclarar que este traba-
jo es de corte historiográfico (aunque, por sus características, exige induda-
blemente una sensibilidad jurídico penal) y no supone una valoración políti-
co criminal del autor respecto de las soluciones que se describen y analizan
en el texto; aspecto valorativo que, en otros trabajos hemos ya realizado9 y

6 Taú Anzoátegui, Víctor, “La codificación en la Argentina. 1810 – 187. Mentalidad


social e ideas jurídicas, 2ª edición revisada, Buenos Aires, Librería Histórica, 2008, p. 26.
7 Es que, la codificación, como proceso cultural que es, debe ser pensada tanto desde
la perspectiva de la historia del campo intelectual en el que se inscribe (esto es, el derecho;
encarnado aquí en las formulaciones normativas y en la doctrina) y, al mismo tiempo, en
sus relaciones con las otras creaciones intelectuales (en este caso, especialmente, las con-
cepciones antropológicas) y con otras prácticas (sociales, políticas, etcétera) contemporá-
neas a ella. Sólo así podremos concretar la importante recomendación que señalara Carl
Schorske, Fin–de–siècle Vienna. Politics and Culture, New York, Cambridge University
Press, 1979, p. XXI-XXII, en el sentido de destacar la importancia de “localizar e interpre-
tar el artefacto temporalmente en un campo en el que se intersecan dos líneas. Una línea
es vertical, o diacrónica, y con ella [se] establece la relación de un texto o de un sistema
de pensamiento con expresiones previas en la misma rama de actividad cultural […]. La
otra es horizontal, o sincrónica; con ella [se] afirma la relación del contenido del objeto
intelectual con lo que aparece al mismo tiempo en otras ramas o aspectos de la cultura”.
8 Como lo recordó Tau Anzoátegui, en su nota titulada “Pio Caroni, Pensador de la
Codificación”, en Revista de historia del derecho, N°48, Buenos Aires, Instituto de Inves-
tigaciones de Historia del Derecho, 2014, p. 196.
9 Al respecto, cfr. Cesano, José Daniel, Los encuentros de la Antropología con el
saber jurídico penal, Montevideo/Buenos Aires, editorial B de F, 2015, pp. 54-78. En ese
trabajo hemos postulado que la solución al problema de la diversidad cultural debe re-
solverse de dos maneras: por una parte, con el reconocimiento, por parte del estado, del
derecho consuetudinario de los pueblos originarios, en la medida que éste no afecte un
derecho humano fundamental (vida e integridad corporal y libertad sexual); y, en casos
de situaciones de aculturación parcial, merced al funcionamiento de una causal de in-
culpabilidad, por vía del error culturalmente condicionado. Sobre los múltiples aspectos
que presenta la diversidad cultural en la actualidad, cfr. Ríos Vega, Luis Efrén – Ruggiu,

147
JOSÉ DANIEL CESANO

que no podemos reiterar aquí por la especificidad del enfoque (histórico)


desarrollado.

2. La cuestión del indígena10 en la codificación penal boliviana (1831 - 1972)

El proceso de codificación de la República de Bolivia comenzó, poco tiem-


po después de su independencia (1826). En efecto, por decreto de fecha 28 de
octubre de 1830, el Mariscal Andrés de Santa Cruz promulgó, con vigencia a
partir del 1° de enero de 1831, el primer código penal. Por sus características,
este texto se basó en el código español de 1822, con algunas reformas locales
introducidas, que empeoraban la estructura de su modelo. Al poco tiempo se
dispuso la revisión de aquél texto, entrando en vigor, el 3 de noviembre de
1834, uno nuevo; el cual no se apartó del modelo español11. Ambos códigos
se caracterizaron por no establecer una regulación expresa en relación a la
capacidad penal del indígena; con lo cual es posible afirmar que el indígena
no solo era un gran ausente en las constituciones decimonónicas, sino que
también fue una figura fantasmal en los códigos del siglo XIX12.

Ilenia – Spigno, Irene, Justice and Culture. Theory and Practice concerning the use of
culture in courtrooms, Napoli, Editoriale Scientifica, 2020. Sobre la aplicación del dere-
cho consuetudinario de los pueblos originarios en Bolivia, cfr., Chivi Vargas, Idón Moisés,
“El largo camino de la jurisdicción indígena”, en Boaventura de Sousa Santos y José Luis
Exeni Rodríguez (Editores), Justicia indígena, plurinacionalidad e interculturalidad en
Bolivia, Quito, Ediciones Abya-Yala, 2012, pp. 275-379.
10 Se impone aclarar que en el texto se respetan las manifestaciones lingüísticas que
emplean las fuentes que utilizamos (“indios”, “indígena”, “salvaje”, “inadaptado”, etcéte-
ra), sin que esto signifique, en modo alguno, ni solidarizarnos con las denotaciones idio-
máticas que en la actualidad adquieren estas expresiones ni desconocer que modernamen-
te la denominación de este colectivo es la de pueblos originarios. Como el idioma no es algo
neutro, nos vemos necesitados a realizar esta precisión.
11 Al constituirse, en 1836, la Confederación Perú-Bolivia, Santa Cruz, declarado Su-
premo Protector del Perú, dispuso que rigiesen en el territorio peruano, el código bolivia-
no de 1834. Este cuerpo legislativo tuvo vigencia en Perú hasta 1863, año en el que entró
a regir otro código; el cual tuvo por modelo al código penal español de 1850, que no era
más que el de 1848, con una leve reforma. El código de 1863 fue sustituido por uno nuevo,
redactado por Víctor M. Maúrtua, cuya vigencia comenzó en 1924.
12 Así lo dice Ramos Núñez, Carlos, “La Ley Penal y el Indio: de la Realidad del Discur-
so al Discurso de la Realidad”, Forum historiae iuris, Artikel vom 14. 03. 2019, N° 40. Lo
mismo sucedería en Perú, cuyo Código de 1863 no incluyó ninguna cláusula al respecto; de-
biéndose esperar hasta el Código de 1924 para que el tema mereciera tratamiento específico.

148
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

La situación continúo así de lege lata hasta 1972, en donde el Decreto Ley
N° 10.426, aprobó un nuevo código penal; el cual empezó a regir, a partir del
2 de abril del año siguiente, abrogando el Código de 1834.
¿Cuál fue la regulación que, respecto de esta materia, realizaba este
documento legislativo?
El artículo 17 del nuevo Código13 disponía: “Son inimputables: […] 5. El
indio selvático que no hubiere tenido ningún contacto con la civilización.”14.
Por su parte, el párrafo 2° del artículo 18, al regular la semi-imputabilidad,
que comprendía el grupo de casos que definían las situaciones de inimputabi-
lidad, pero que no hubiesen excluido totalmente la capacidad de comprender
o de querer del agente, si no que la disminuían notablemente, establecía que
el juez atenuaría la pena conforme al artículo 3915 o decretaría la medida de
seguridad más conveniente. De igual forma procedería el juez cuando el agen-
te fuese un indígena cuya incapacidad derivara de su inadaptación al medio
cultural boliviano y de su falta de instrucción.
Verificada la situación de inimputabilidad (y, con ella, la absolución del
acusado), la consecuencia jurídica posible –no obligatoria sino facultativa,
según el artículo 80, párrafo primero16– era el internamiento, que podía ser
en manicomios o casas de salud (para los enajenados mentales), en un es-
tablecimiento educativo adecuado, en una casa de trabajo o de reforma, o
en una colonia agrícola (art. 79, inciso 1°). Este internamiento duraba todo
el tiempo requerido para la seguridad, educación o curación; aunque la ley

13 El Código de 1972 fue objeto de profundas modificaciones, en 1997, por la ley 1768.
Entre estas enmiendas se destaca la derogación de los preceptos que vamos a transcribir
en el texto.
14 Los otros casos de inimputabilidad eran: 1) quien, en el momento de cometer el he-
cho, no hubiese podido comprender la criminalidad del acto o inhibir sus impulsos delicti-
vos, a causa de enajenación mental; 2) el intoxicado crónico por alcohol o estupefacientes,
cuando se hallare en el estado a que se refiere el número anterior; 3) el sordomudo y el cie-
go de nacimiento sin instrucción; y 4) el ebrio, cuando la embriaguez sea plena y fortuita.
15 El artículo 39 se refería a las “Atenuaciones especiales”, previendo las siguientes:
“En los casos en que este Código dispone expresamente una atenuación especial, se proce-
derá de la siguiente manera: 1. La pena de presidio será substituida por la de reclusión. 2.
La de reclusión, por la de prestación de trabajo. 3. En los demás casos, la escala será dis-
minuida de una tercera parte a la mitad, sin que en ningún caso la pena pueda ser inferior
al mínimo legal.”.
16 El internamiento era una medida de seguridad, distinta de la pena. La posibilidad
de aplicar la medida surgía si, por causa de su estado, existiere el peligro de que el imputa-
do se dañe a sí mismo o dañe a los demás.

149
JOSÉ DANIEL CESANO

establecía, con carácter oficioso y en forma bianual (sin perjuicio de poderlo


hacer en cualquier momento), que el juez la mantuviese, modificase o hiciese
cesar, requiriendo previamente, y en todo caso, los informes pertinentes y
el dictamen de peritos. Para los casos de semi-imputabilidad, se disponía la
posibilidad de que el acusado fuese sometido a un tratamiento especial, si así
lo requería su estado, o se dispusiera su transferencia a un establecimiento
adecuado. La internación, en estas situaciones, no podía exceder del término
de la pena impuesta, salvo el caso en que por razones de seguridad fuese ne-
cesario prolongarla. El tiempo de internación se computaba como parte de la
pena impuesta17.
¿Cómo y porqué se llegó a esta regulación?
A dar respuesta a este interrogante destinaremos los próximos apartados.

3. La evolución de la cultura jurídica y el concepto dogmático de imputa-


bilidad penal antes de 1972

Junto al desastre militar (con la consiguiente pérdida de vidas) la derro-


ta de Bolivia en la Guerra del Chaco (1932-1935) produjo una serie de con-
secuencias, de distinta índole, para la república. En efecto, con el fin de la
guerra, se puso en crisis un sistema político que venía gobernando, a través
de la alternancia de los partidos políticos tradicionales (conservadores y li-
berales), desde la década de 1880. Las ideas que antes habían elaborado un
reducido círculo de intelectuales radicales se volvían, ahora, la preocupación
de gran parte de los jóvenes y de los ex combatientes con conciencia política.
La cuestión indígena, la cuestión laboral, la cuestión de la guerra y la de-
pendencia económica de los mineros privados se volvieron temas nuevos de
debate nacional; discusiones que condujeron a la creación de nuevos partidos
y movimientos revolucionarios a finales de las décadas de 1930 y 1940. Este
contexto resultó propicio para la actuación de la izquierda radical que se vol-
vió una importante fuerza ideológica en el período de posguerra, al interpelar
a las élites políticas anteriores, ofreciendo una reinterpretación de la realidad
boliviana. Para estos grupos de pensadores radicales, entre los que se encon-
traba Tristán Marof, el problema del indio

17 Según el artículo 80, párrafo 4°, el juez también podía disponer la transferencia del
internado a un establecimiento penitenciario, si consideraba innecesario que continuase
la internación, previos los informes del director del establecimiento y el dictamen de los
peritos.

150
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

en realidad era un problema de explotación y tierra; que los españoles y sus seguido-
res habían saqueado las tierras a los indios e intentado destruir su cultura para poder
explotarlos, y que la pasividad y el atraso de los indios se debía, de hecho y de manera
exclusiva, a su explotación. La única manera de terminar con ella era destruyendo las
haciendas y devolviendo las tierras a sus trabajadores indios18.

El socialismo militarista de los presidentes David Toro (1936-1937) y Ger-


mán Busch (1937-1939) representó, a pesar de sus contradicciones, una fase
progresiva en la orientación nacionalista emprendida en el país; echando los
cimientos para cambios de mayores alcances. Esto se evidenció a través de
algunas medidas tomadas por ambos gobiernos; tales como la expropiación
de las riquezas minerales y petrolíferas, la sindicalización, el código laboral de
1939 y la constitución de 193819. Quizá en ningún sitio se expresó mejor este
potencial que en la nueva convención constitucional de 1938; que sustituyó
la ley fundamental de 1880 –que claramente se adhería a un modelo deci-
monónico– por un nuevo texto que respondía al constitucionalismo social,
caracterizada por un rol del Estado activo en materia de educación y bienes-
tar de toda la ciudadanía, aún con mengua a los derechos de propiedad del
individuo20.

18 Klein, Hebert S., Historia mínima de Bolivia, México, Ed. El Colegio de México,
2015, pp. 230/231.
19 Ortega, Juan, “Orígenes y evolución del nacionalismo boliviano”, Revista de estu-
dios políticos, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Nº 167, 1969, p.
197.
20 Klein, Hebert S., Historia mínima…, op. cit., p. 239. Explicando estas característi-
cas, el autor analiza la labor de la convención señalando: “Los debates surgidos en la con-
vención también proveyeron de un foro legitimador para la diseminación de la corriente
ideológica más radical en la nación. Aunque las propuestas más radicales de reforma agra-
ria, legalización del ayllu y nacionalización de las minas fueron finalmente rechazadas por
la Convención, la Constitución misma limitó los derechos de propiedad individuales de
manera rigurosa. La propiedad ya no debía tomarse como un derecho privado inalienable
de los individuos, sino como un derecho social cuya legitimidad se definía por la utilidad
social. A la vez, se responsabilizó al Estado por el bienestar económico del individuo, la
protección de las mujeres, los menores y la familia, y por proveer educación libre y univer-
sal. La meta esencial de la Convención en todos estos artículos era comprometer al Estado
a ostentar la responsabilidad total por la salud, la educación y el bienestar de toda su
ciudadanía. El clásico gobierno liberal tipo laissez-faire, con un mínimo de intervención,
quedaba ahora remplazado por el concepto de un Estado activo, interventor en todas las
áreas de la vida privada de la ciudadanía, para poder proveer el bien colectivo”.

151
JOSÉ DANIEL CESANO

Es en este clima socio político en que podemos encontrar los primeros in-
dicios concretos en orden a la preocupación, por parte de las élites intelectua-
les bolivianas, en relación a la cuestión indígena en general y, en particular,
respecto su responsabilidad penal. Esto se advierte, por ejemplo, en la signi-
ficativa visibilidad que tuvieron esos temas, en el Primer Congreso Nacional
de Facultades de Derecho de Bolivia que, aunque preparado a partir de 1938,
tuvo lugar en Cochabamba, entre el 21 y el 29 de junio de 1939. En efecto,
dentro del temario establecido, en la comisión de Derecho del Trabajo, se
trató el tópico “El problema del indio”; en tanto que, en la de Derecho Penal
se abordó el asunto de si era conveniente adoptar, respecto de este colectivo,
un régimen tutelar.
Las ponencias publicadas dentro de la primera comisión fueron desarro-
lladas por Abelardo Villalpando21, catedrático de Derecho del Trabajo en Po-
tosí, Arturo Urquidi Morales22, catedrático de Sociología en Cochabamba, y
Oscar Frerking Salas23, Catedrático de Legislación Social en Sucre.
Por su parte, en la comisión de Derecho Penal se publicaron dos ponen-
cias: “Las reformas de la Legislación penal en América Latina”24, de José Val-
divieso, catedrático de Derecho Penal en Cochabamba, y la de José Medrano
Ossio, delegado por Potosí, y catedrático de la misma asignatura en la Uni-
versidad Autónoma “Tomás Frías”, bajo el título de “Bases para un proyecto
de código penal boliviano”25.
El trabajo de Villalpando concluía que el problema social del indígena re-
quería de una radical transformación de la estructura económica. En tal sen-
tido, el autor afirmaba que el sometimiento del indio hay que buscarlo en la
estructura feudal del suelo; era el hecho de la apropiación privada de éste,
sea bajo formas feudales o bajo formas capitalistas, “la que ha determinado
su condición de clase dominada. Por consiguiente, la solución del problema
agrario, es pues, incuestionablemente, la solución del problema indígena”26.
El autor sostenía que dichos cambios debían estar inspirados “en los princi-

21 Villalpando R., Abelardo, “El problema del indio”, en Congreso Nacional de Facul-
tades de Derecho, sin pie de imprenta, pp. 91/103.
22 Urquidi Morales, Arturo, “Etnografía boliviana”, en Congreso Nacional…, op. cit.,
pp.104-117.
23 Frerking Salas, “Aspectos sobre el problema indigenal del Oriente (Proposiciones
relativas al indio selvícola)”, en Congreso Nacional…, op. cit., pp. 118-124.
24 Publicada en Congreso Nacional…, op. cit., pp. 127-166.
25 Publicada en Congreso Nacional…, op. cit., pp. 167 - 179.
26 Villalpando R., Abelardo, “El problema…”, op. cit., p. 103.

152
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

pios del materialismo dialéctico”27. Sin embargo, hasta tanto se concretaran


estas trasformaciones, Villalpando reclamaba algunas medidas concretas;
entre las que destacaban: la nacionalización del suelo, la efectividad del artí-
culo 17 de la Constitución de 1938, en el sentido que la propiedad, en función
social, crea obligaciones de servicio colectivo para el propietario; la expropia-
ción de los latifundios, para dar lugar a granjas de explotación colectiva, con
técnicas modernas y por cuenta del Estado; la instrumentación de un crédito
agrario integral; la implementación de escuelas rurales y de enseñanza siste-
mática de la agronomía; y la colonización científica, dirigida y orientada por
el Estado, y una política de inmigración racional que no afectase la economía
ni la soberanía nacional.
El trabajo de Urquidi Morales parte de una división etnográfica de Bolivia
en cuatro razas: indígena, mestiza, blanca y negra; aclarando que cuantita-
tivamente, según datos estadísticos de 1929, la indígena es la que tiene una
mayor representatividad. La raza indígena se integra, a su vez, por dos gru-
pos: los ando-bolivianos y los orientales, destacando el autor que el “grado
de evolución [de estos últimos] corresponde, por término medio, al estadio
inferior de la barbarie según la clasificación de Luis H. Morgan”28. En su opi-
nión “el pensamiento indígena acusa […] una facultad meramente potencial,
originaria o poco desenvuelta”29; explicando que, en razón del sometimiento
de que son objeto los pueblos autóctonos, éstos carecen de tiempo y de me-
dios para dedicarse a otro género de actividades, con lo cual “su influjo es casi
nulo desde el punto de vista intelectual”30. En la conclusión de su ponencia,
y en sintonía con las ideas de Villalpando, Urquidi Morales reclamaba “un
cambio radical de nuestra orientación social, económica particularmente; de
tal suerte que indios, mestizos, blancos y negros, se coloquen en un plano de
equivalentes condiciones, que anulen o hagan imposible el privilegio de los
unos frente a la miseria de los otros”31.
Por su parte, el trabajo de Frerking Salas se detuvo en una problemática

27 Villalpando R, Abelardo, “El problema…”, op. cit., p. 102. Como parte de la ar-
gumentación que trascribimos en el texto el autor expresaba: “reconocemos en la evolu-
ción y transformaciones de la propiedad, el comunismo primitivo, la propiedad privada
contemporánea y el retorno inevitable al comunismo, síntesis maravillosa y superada del
principio de dominio”.
28 Urquidi Morales, “Etnografía boliviana”, op. cit., p. 109.
29 Urquidi Morales, “Etnografía boliviana”, op. cit., p. 108.
30 Urquidi Morales, “Etnografía boliviana”, op. cit., p. 108.
31 Urquidi Morales, “Etnografía boliviana”, op. cit., p. 116.

153
JOSÉ DANIEL CESANO

más puntual al analizar la situación de los indígenas de la zona selvática; a


los que caracterizó el autor como grupos étnicos que habían superado “las
simples condiciones del Salvajismo para alcanzar los primeros matices de la
Barbarie”32. El ponente se refirió a las políticas de reducción de estos grupos,
describiendo cuatro vías: el régimen de colonización, la catequesis misional,
la iniciativa privada y los núcleos educacionales. Su trabajo concluía con la
necesidad de resguardar sus condiciones jurídicas; debiéndose velar:

por su nivel de derechos y por la reglamentación de sus obligaciones y no únicamen-


te por un criterio humanista, sino antes que nada por un concepto legal, pues como
miembros integrantes del Estado Boliviano, no pueden permanecer al margen de la
legislación. Es imprescindible, así, que la legislación los enfoque como casos particu-
lares, ya que… mentalmente son débiles y, por tanto, con mayor razón, no pueden ser
íntegramente considerados como sujetos de derecho33.

Las dos ponencias de la comisión de Derecho penal no tuvieron un desa-


rrollo tan específico sobre esta temática. Así, el trabajo de Valdivieso cons-
tituyó una descripción de la codificación penal latinoamericana que com-
prendía una sucinta exposición respecto de las legislaciones de Perú, México,
Uruguay, Colombia, Ecuador, y Cuba; así como de los proyectos de Chile,
Argentina y Brasil. En su trabajo el autor reclamaba que la reforma debía
aspirar a la defensa social; para lo cual no era suficiente contar con un código
perfecto, monopolizado por juristas, sino que era menester convocar, para
esa tarea, a todas las ciencias penales (biología, sociología, psicología, etcéte-
ra), al mismo tiempo que el Estado debía realizar las asignaciones presupues-
tarias para concretar a la misma. La ponencia concluía afirmando que, dada
la impracticabilidad actual para realizar esta reforma integral, encausándola
por los postulados de la Escuela Positiva, era necesario que el gobierno adop-
tara, por lo menos, algunas medidas urgentes; entre las cuales reclamaba una
“legislación tutelar para indígenas y salvajes delincuentes, con colocación en
colonias agrícolas y el propósito de asimilarlos a la vida civilizada y adaptar-
los al medio jurídico del país (siguiendo el Código Peruano)”34. Finalmente la

32 Frerking Salas, “Aspectos sobre […]”, op. cit., p. 121.


33 Frerking Salas, “Aspectos sobre […]”, op. cit., p. 124.
34 Valdivieso, “Las reformas […]”, op. cit., p. 166. El Código Penal peruano de 1924
(utilizamos la Edición Oficial, Lima, Librería e Imprenta Moreno, 1924) contenía dos dis-
posiciones respecto al indígena. Conforme al artículo 44 si el delito fuese cometido “por
salvajes, los jueces tendrán en cuenta su condición especial, y podrán sustituir las penas

154
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

ponencia de Medrano Ossio, tras analizar el proceso codificador boliviano, se


detuvo en la enunciación de una serie de bases, inspiradas en los postulados
positivistas, en donde propugnaba la consideración del delito, no como una
simple entidad jurídica abstracta, sino como una manifestación de la conduc-
ta peligrosa del delincuente; así como también el diseño de medidas de defen-
sa social, conformadas por penas y medidas de seguridad; previendo entre las
últimas aquéllas establecidas “como tutela, especialmente tratando de ino-
cuizar al delincuente indio, mujer, niño, defectuoso en general o incapaz”35.
Dos años después de la presentación de esta ponencia, Medrano Ossio pu-
blicó un opúsculo específico sobre la cuestión, bajo el título Responsabilidad
penal de los indígenas; el cual se originó en un trabajo que postuló al Segun-
do Congreso Latinoamericano de Criminología, realizado en Santiago de Chi-
le en enero de 1941, patrocinado por el Instituto de Ciencias Penales de aquel
país. El folleto36, que tuvo como prologuista a Luis Jiménez de Asúa – quien
no emitió juicio sobre el mérito del trabajo37 -, adscribía, en sintonía con su

de penitenciaría y de prisión por la de colocación en una colonia penal agrícola, por tiem-
po indeterminado que no excederá de veinte años. Cumplidos dos tercios del tiempo, que
según la ley correspondería al delito si hubiere sido cometido por un hombre civilizado,
podrá el delincuente obtener libertad condicional si su asimilación a la vida civilizada y
su moralidad lo hacen apto para conducirse. En caso contrario, continuará en la colonia
hasta que se halle en esta situación o hasta el vencimiento de los veinte años. […]”. Por su
parte, el artículo 45 se refería a la situación de un delito perpetrado por indígenas semi-
civilizados o degradados por la servidumbre y el alcoholismo, caso en el cual los jueces
“tendrán en cuenta su desarrollo mental, su grado de cultura y sus costumbres, y procede-
rán a reprimirlos, prudencialmente, conforme a la regla del artículo 90 [facultad judicial
de disminuir la pena hasta mínimos inferiores al mínimum legal]. Podrán asimismo, en
estos casos, sustituir las penas de penitenciaría y de relegación por la de colocación en
una colonia penal agrícola por tiempo indeterminado no mayor que el correspondiente al
delito, señalando el plazo especial en que el condenado está autorizado a obtener libertad
condicional con arreglo al Título VII. Podrán también reemplazar la pena de prisión según
el procedimiento permitido en el art. 42”.
35 Medrano Ossio, “Bases […]”, op. cit., p.178.
36 Medrano Ossio, José, Responsabilidad penal de los indígenas, Potosí, Tipográfica
P. Magne M., 1941.
37 Luis Jiménez de Asúa fue cauteloso con relación a emitir juicios de valor sobre el
texto prologado. Lo dijo al inicio al señalar: “Ocuparse de él a la distancia, o después de
un breve o apresurado tránsito por el país donde mora habitante aborigen, me parece, al
menos para mí, empresa incalculable, o remedo de preocupación para un asunto descono-
cido. Cuanto voy, pues, a decir está escrito bajo el signo de múltiples reservas y con tales

155
JOSÉ DANIEL CESANO

ponencia en el Congreso Nacional de Facultades que acabamos de analizar, a


un pensamiento claramente positivista. En efecto, la propuesta, en “Bases”,
respecto de la sentencia indeterminada, las referencias constantes a la noción
de peligrosidad y la aludida necesidad de la previsión de penas y medidas de
seguridad como medios de defensa social, constituían elementos que, más
allá de la explícita adhesión discursiva, conformaban categorías conceptuales
propias de aquella concepción criminológica, que fue objeto de recepción en
Bolivia, como en otros países de la región.
Desde luego que aquella adhesión también se observa en el opúsculo que
ahora nos ocupa38. Así advertimos que, para el autor, el indígena “debe ser de-
clarado antes que un ser responsable, ya sea en su forma absoluta o atenuada,
un ser únicamente peligroso, cuando ocurre el hecho de que éste hubiera co-
metido un delito, para evitar las reincidencias”39. Para Medrano Ossio la psi-
cología del indígena es diferente a la del blanco o a la del mestizo, al haberse
estancado el crecimiento de sus actividades psicológicas y sociales: “Arranca
desde el subconsciente y como un efecto inmediato de éste, una tristeza y una
timidez congénitas, sin darse cuenta de ello”40. Poco más adelante el autor
insiste en estas ideas al señalar que:

sus facultades mentales [del indígena] han quedado paralizadas relativamente […] La
coca y el alcohol han hecho extragos [SIC] en su organismo y han debilitado sus fun-
ciones psíquicas, en especial su inteligencia y su voluntad, han perturbado su memoria
y su atención, perturbaciones que son en él de carácter permanente.41

Esta grave crisis psicológica es la que, en su concepto, determinaría al


indígena al delito, es decir, “los actos que comete el indígena son asimila-

caracteres de provisionalidad que me hallo dispuesto a rectificar al primer reparo que se


me oponga” (p. 1). Y lo vuelve a reiterar el prologuista al epilogar su tarea expresando que:
“Insisto en que no me atrevería a pronunciar juicio por miedo a errar” (p. 7).
38 Coincide con esta opinión Villegas Díaz, Myrna, “La responsabilidad penal de los
indígenas en el pensamiento de José Medrano Ossio”, Revista Criminalia, Año LXXXVIII,
Número 1, Abril, México, Academia Mexicana de Ciencias Penales, 2021, p. 153.
39 Medrano Ossio, Responsabilidad […], op. cit., p. 19.
40 Medrano Ossio, Responsabilidad […], op. cit., p. 24.
41 Medrano Ossio, Responsabilidad […], op. cit., p. 25; agregando el autor: “También
estas especiales circunstancias psicofisiológicas y orgánicas influyen y son causa para cier-
tas alteraciones de sus funciones sexuales que lo impulsan a cometer delitos de esta natu-
raleza y a transmitir estas taras por medio de la herencia fisio-psíquica a las generaciones
posteriores” (pp. 25-26).

156
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

bles a los cometidos por un maníaco depresivo (como tiene una timidez y
tristeza congénitas) o por un neurótico o alguien con serios trastornos de la
personalidad”42, y es por ello que concluye el autor que “por esta imposición
del inconsciente sobre el yo superior queda eliminada toda imputabilidad,
el indígena es por esta razón naturalmente irresponsable ya que sus delitos
están motivados por causas determinantes ajenas a él mismo”43 Sobre la base
de estos argumentos es que Medrano Ossio sostuvo que, por los antecedentes
psicológicos, por la inferioridad en que se debate en competencia con las de-
más clases, por la realidad social en el que está inmerso, para el indígena que
hubiese cometido un delito, la pena resulta infecunda y “debe ser sustituida
por medidas psicopedagógicas, psiquiátricas y otras que hagan [de él] […] un
ser inocuo”44.
Si de la doctrina pasamos ahora a las propuestas legislativas coetáneas
en esta materia es necesario detenernos en el proyecto de Código Penal que,
el 25 de febrero de 1935, el gobierno encomendara a Julio Salmón. Este do-
cumento, que no llegó a ser tratado por el congreso boliviano, se caracterizó
también por su orientación positivista45. Entre sus fuentes, el proyectista in-
dicó al código penal argentino de 1921, al italiano de 1932, al proyecto cubano
del mismo año y al código penal peruano de 192446; siendo este último texto
el que inspiró la regulación que realizara Salmón con respecto al tratamiento
jurídico del indígena. Según lo indica el autor:

el indio ha perdido su personalidad psíquica, moral y económica. Siendo […] al mo-


mento un elemento nulo en la sociedad y la democracia; es preciso que la recupere,

42 Villegas Díaz, “La responsabilidad […]”, op. cit., p. 158.


43 Medrano Ossio, Responsabilidad […], op. cit., pp. 26-27.
44 Medrano Ossio, Responsabilidad […], op. cit., p. 34. El autor, en esta misma pá-
gina, señala que el indígena debe ser considerado inimputable. No deja de ser paradójica
esta afirmación en la estricta lógica de la Scuola Positiva. Lo decimos así porque, concep-
tualmente, la escuela italiana reemplazó esta categoría (imputabilidad) por la de peligro-
sidad (Cfr. Mantovani, Ferrando, “El siglo XIX y las ciencias criminales”, p. 29). De hecho,
Medrano Ossio también lo había reconocido así cuando, por ejemplo, en la página 13 de
su opúsculo había señalado que “la imputabilidad y la responsabilidad, no pertenecen al
positivismo penal puro, porque se oponen a los fundamentos filosóficos de dicha escuela”.
Lo que sí está claro, en la tesis de este autor, es que, para él, el indígena era un débil mental
y que, por tanto, resultaba socialmente peligroso.
45 Así lo indica Villamor Lucía, Fernando, La codificación penal en Bolivia, La Paz,
Ed. Popular, 1977, p. 172.
46 Villamor Lucía, La codificación […], op. cit., p. 174.

157
JOSÉ DANIEL CESANO

mediante un sistema bien meditado y ejecutado, de modo que su orientación y medi-


das, estén dirigidas al mismo fin. El Código Penal es uno de esos medios, y por eso el
proyecto establece el artículo 147 para protegerlo de cualquier servidumbre47.

De cuanto venimos exponiendo es posible formular algunas conclusiones.


El clima de ideas de este período se caracterizó por su adhesión a concepcio-
nes positivistas; las que se proyectaron no sólo respecto de las valoraciones
jurídicas sino también en las concepciones antropológicas. En efecto, el evo-
lucionismo cultural –uno de cuyos representantes más importantes fue Lewis
Henry Morgan (1818-1881), autor de Ancient Society (1877)48– fue receptado
explícitamente en algunas de las ponencias que hemos analizado (Urquidi
Morales y Frerking Salas)49. Esta constatación es relevante porque la opinión
de algunos de los autores a que nos referimos, no parece responder al darwi-
nismo social, sino que, más bien, parten de teorías monogenistas que desem-
bocaban en la creencia de una especie humana única, en donde, las variacio-
nes observadas entre las distintas razas son consideradas como producto de
desigualdades ambientales y, por tanto, susceptible de ser superadas gracias
a los avances de las sociedades en el camino de la civilización50. Por su parte,

47 Salmón, Julio, Proyecto de Código Penal Boliviano, La Paz, Librería e Imprenta


Arnó Hnos., 1936, pp. 18 – 19.
48 Morgan, en Ancient Society, realizó una subdivisión de la historia humana en tres
grandes períodos étnicos; los dos primeros de los cuales, a su vez, se subdividían en eta-
pas que se definían por una secuencia de innovaciones culturales. El autor distinguía así:
Salvajismo, dividido en inferior, medio y superior; Barbarie, dividida en inferior, media
y superior; y Civilización. Un análisis de pensamiento de Morgan puede encontrarse en
Harris, Marvin, Evolución de la teoría antropológica, México, Siglo Veintiuno Editores,
1997, pp. 156/159.
49 Este fenómeno también se advierte para el caso del código peruano de 1924. En
efecto, cuando Maúrtua, distinguió entre “salvajes” y “civilizados” estaba reflejando aque-
llas concepciones antropológicas europeas y norteamericanas de fines del siglo XIX. Así lo
reconoce Hurtado Pozo, José, La ley importada, Lima, Cedys, 1979, p. 72, al señalar: “En
cuanto a la terminología empleada y a la escala progresiva establecida (salvajes, semicivi-
lizados y civilizados), el código se acerca a la concepción evolucionista del siglo XIX, justi-
ficando así y en cierta medida la necesidad de las técnicas asimilacionistas o civilizadoras
que adoptaba”.
50 Esto se advierte, por ejemplo, en la ponencia de Urquidi Morales, “Etnografía boli-
viana”, op. cit., p. 117, cuando expresaba: “La raza, simple variedad humana, resultante de
la acción combinada de los medios geográfico y social y conservada por la herencia, pero
que no afecta la identidad fundamental de la especie, aun cuando se entremezclen unas

158
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

en orden a las concepciones jurídicas, también parece clara la recepción de


la Scuola Positiva, común en otros países de américa, como sucediera en el
caso de Perú, en donde encontramos distintas tesis sobre esta temática51. Esta
recepción discurrió tanto en su vertiente más biológica (como ocurre con la
concepción de Medrano Ossio que, en cierta medida, se aproxima a la teoría
del atavismo de Lombroso) como de la perspectiva de Ferri, al incluir el con-
texto socio ambiental como factor generador de la debilidad mental de algu-
nos grupos aborígenes, en especial los de la zona selvática, caracterizados por
su marcado aislamiento. Es claro que, la aludida debilidad, cuando se proyec-
taba sobre el análisis jurídico de la responsabilidad penal, terminaba por dar
sustento a la tesis de la peligrosidad del indígena y a postular la necesidad de
ser sometido a medidas; tal cual como sucedía con el enfermo mental.
Esta concepción, sin embargo, comenzó a ser interpelada. La interpelación
provino de la recepción, en Bolivia, de nuevas concepciones científicas que,
alejándose del positivismo criminológico imperante, volvía su atención a un
concepto del delito entendido jurídicamente. Nos referimos, concretamente,
a la introducción de la teoría jurídica del delito. Esta teoría fue el producto del
método dogmático, cuyo origen y primeros desarrollos se ubican en Alemania a
partir de los últimos años del siglo XIX y durante las primeras décadas del giro
de siglo, con las elaboraciones de Franz Von Liszt (1851 - 1919) y Ernst Beling
(1866 - 1932), representantes del causalismo naturalista. Partiendo de la ley,
la dogmática penal ordenó y sistematizó bajo las categorías de acción, tipici-
dad, antijuridicidad y culpabilidad, todas las reglas jurídicas que condicionan
la responsabilidad; precisando – en una posición mayoritaria para entonces
– que la imputabilidad era un presupuesto de la culpabilidad; nutrido por dos
condiciones: la madurez mental del autor y la inexistencia de una enfermedad
mental52.¿Cómo y a través de quién se introdujeron, en Bolivia, estas ideas?

variedades con otras, no representa una categoría biológicamente irreductible, tampoco


un índice para medir la capacidad cultural de individuos y pueblos, ni menos entraña el
principio de desigualdad humana desde el punto de vista histórico y sociológico”
51 Al respecto, cfr. Cesano, José Daniel - Muñoz, Dora Alejandra, “Population indi-
gène et criminalité dans la codification pénale hispano-américaine et dans la doctrine: Les
cas du Pérou et de la Bolivie (1924 - 1974)”, en Cuaderno de Derecho Comparado, N° VI,
Buenos Aires, IJ Editores, 2023, p. 3 y siguientes.
52 Por eso, Lizst señalaba la necesidad, para poder ingresar al análisis de la culpabi-
lidad, de la constatación de la previa normalidad psíquica del autor (Tratado de Derecho
Penal, Vol. II, p. 375); en tanto Beling expresaba que la imputabilidad “sólo lo adquiere el
hombre en el curso de su desarrollo individual; y en los individuos desarrollados puede ser

159
JOSÉ DANIEL CESANO

Sin duda hubo varias vías de penetración. Sin embargo, dos de ellas nos
parecen, en especial, significativas; concretamente: la actividad desarrollada
en el país, entre fines de la década del treinta e inicios de la siguiente, por par-
te de un exilado español que se radicó en Bolivia, Manuel López Rey y Arrojo;
y, por otra, merced a un curso de largo aliento que dictara, en el año1952, en
la Universidad de La Paz, el catedrático español, también en el exilio, Luis
Jiménez de Asúa. De ambas cuestiones nos ocuparemos seguidamente.
Como consecuencia de la Guerra Civil Española, como muchos otros ju-
ristas republicanos53, Manuel López-Rey y Arrojo54 (1902-1987), tuvo que
exilarse; radicándose en Bolivia entre 1940 a 1946. Antes del exilio, y cuando
se encontraba en su patria, muy joven aún, opositó la cátedra de Derecho
penal en la Universidad de La Laguna, accediendo a la misma. Tras su doc-
torado, realizó diversas estancias de investigación, destacando, entre ellas, la
continuidad de sus estudios en Alemania, con Edmund Mezger. Apuntamos
estos datos porque son demostrativos de su formación dogmática; orienta-
ción académica que profesaría, durante su permanencia en Bolivia, en donde
fue designado Catedrático de Derecho Penal y Criminología en la Universidad
Mayor de San Andrés, en la Paz, a instancias del rector de la misma, Héctor
Ormaechea Zalles. También, durante ese período, fue contratado por el go-
bierno del presidente Enrique Peñaranda del Castillo para redactar la nueva
codificación penal, procesal y de menores.
En 1943, la Comisión Codificadora Nacional de Bolivia, publicó, bajo el
título Proyecto oficial de Código penal, el texto redactado por López-Rey.
El presidente Peñaranda Castillo, elevó el texto al Senado de Bolivia, el 10
de noviembre de 1943; el que finalmente fue archivado, sin obtener trata-
miento parlamentario. Sin embargo –y de ahí que también no detengamos
en él– dicho documento tendría incidencia en los trabajos preparatorios de
posteriores reformas. La tarea de López-Rey no estuvo exenta de críticas; las
que provenían de algunos sectores de la élite boliviana que veían con desagra-
do que se hubiese adjudicado a un extranjero una tarea de tanta magnitud,

excluido por alteraciones de su vida psíquica” (Esquema de Derecho Penal. La doctrina


del Delito-Tipo, Reedición Librería El Foro, Buenos Aires, 2002, p. 65).
53 Al respecto, cfr. Cesano, José Daniel, Los juristas republicanos españoles en la
formación de la cultura penal argentina (1939 / 1966): Entre viajes académicos y exilios,
Córdoba, Alción Editora, 2021.
54 Sobre este autor, cfr. Cesano, José Daniel, Repensando la cuestión criminal. Es-
pacios culturales y políticos (1905-1947). Una perspectiva historiográfica, Córdoba, Ed.
Brujas, 2022, pp. 101 - 134.

160
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

cuál era la modernización de la legislación penal. Por esta razón, López-Rey,


siempre enfatizó que su labor estuvo precedida de un amplio estudio de la
realidad boliviana; cosa que, los codificadores y reformadores anteriores, ha-
bían ignorado por completo. Al recibir el encargo –dirá López-Rey– “indiqué
[que] deberían dárseme facilidades para recorrer el país, visitar instituciones,
dialogar con autoridades de toda suerte y recoger tantos datos [como] sea
posible”55. Pareja tarea investigativa, describe el autor, para con el antepro-
yecto de Código Procesal Penal56. Justamente, esta preocupación por indagar
la realidad de la sociedad en donde se insertarían los textos legales proyecta-
dos, se evidencia en sus indagaciones sobre la cuestión de la población indí-
gena y mestiza de Bolivia, a la cual, López-Rey prestó particular atención. En
sus palabras: “[e]n nuestras visitas a las ‘cárceles’ de Bolivia y valiéndonos,
cuando ello fue necesario, de un intérprete, pudimos personalmente compro-
bar que la mayor parte de los indios recluidos no tenían la menor idea de lo
que en sí era el mecanismo judicial ni el procedimiento […]”57.
En lo estrictamente académico, durante su estancia en el país, López-Rey
fundaría, en 1945, la Revista Anales de Criminología y Derecho Penal58, de
vida efímera. Asimismo, consciente de la necesidad de recabar datos estadís-
ticos locales, organizó la investigación criminológica en la población penal del
vetusto Panóptico, con un grupo seleccionado de sus alumnos; propugnando,
además, una serie de Seminarios sobre esta disciplina59.
¿Cuál fue el pensamiento del jurista republicano sobre la responsabilidad
penal del indígena?

55 Así lo recordaba López-Rey y Arrojo, Manuel, Estudios penales y criminológicos,


Nº. 3, 1978-1979, Universidad de Santiago de Compostela, p. 146.
56 Dirá el autor: “Nuestra tarea codificadora se basó, en todo caso, en un constante
empeño de conocer el país, residiendo en él y estudiando el funcionamiento de sus juzgados
y tribunales y la actuación de los abogados y conocer su legislación y su producción procesal,
en verdad escasa. El encargo que recibimos no fue nunca estimado como una tarea pura-
mente especulativa, sino como algo que, aun pudiéndose no considerar perfecto, se había
intentado basar en la realidad” (cfr. López-Rey y Arrojo, Manuel, “La reforma procesal penal
en Bolivia”, Revista de Derecho Procesal, II, Ed. Ediar, Buenos Aires, 1947, p. 115).
57 López-Rey y Arrojo, “La reforma…”, op. cit., p. 150.
58 Así lo señala Villalón-Galdames, Alberto, Bibliografía jurídica de América Latina,
1810-1965, Volumen 1, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1969, p. 436.
59 Así lo recordaba el propio López-Rey, años más tarde, en su Criminología. Teoría,
Delincuencia Juvenil, Prevención, Predicción y Tratamiento, Ed. Aguilar, Tomo I, Ma-
drid, 1973, p. 57.

161
JOSÉ DANIEL CESANO

El análisis de su parecer exige que nos detengamos tanto en su tarea como


proyectista cuanto en su labor doctrinaria.
En el Anteproyecto presentado diseñó una regulación bastante pormeno-
rizada de la situación. Así, en el artículo 20, consignó:

Son Inimputables: […] 2. El indio que por haber pasado toda su vida o la mayor parte
de ella en un medio cultural notoriamente inferior al que deba estimarse como mundo
configurador de la realidad empírico cultural boliviana, no pueda racionalmente con-
siderársele como formando parte integrante de dicha realidad. Quedará sujeto a las
medidas de seguridad oportunas. Si la integración fuere parcial deberá considerársele
como semi imputable, sometiéndosele a medidas de seguridad si no fuere susceptible
de pena. El indio notoriamente selvático, será considerado en todo caso, como inimpu-
table y sometido a las medidas de seguridad adecuadas60.

Por su parte, para los casos de error (esencial e invencible, que operaba
como eximente o, cuando no tuviese aquellas características, en que se con-
sideraba un atenuante), el texto autorizaba al juez a imponer una medida de
seguridad facultativa cuando el sujeto activo fuese un indio. Finalmente, en
el artículo 23, López-Rey, al proyectar las circunstancias que atenuaban la
responsabilidad previó: “Para el indio, a más de las anteriores [en referencia
a las eximentes de los numerales 1 y 2, 1° párrafo], regirán exclusivamente la
ignorancia debidamente acreditada de la ley y la notoria incultura”.
En 1945, López-Rey y Arrojo publicó su libro Introducción al estudio de
la criminología61. Todo un capítulo de la obra se ocupó de esta cuestión; po-
lemizando, en particular, con el opúsculo (ya analizado) de Medrano Ossio62.
Señalaba el jurista republicano que la tesis de la peligrosidad se corresponde

60 Proyecto Oficial de Código Penal, Publicaciones de la Comisión Codificadora Na-


cional de Bolivia, La Paz, 1943.
61 López-Rey y Arrojo, Manuel, Introducción al estudio de la Criminología, Buenos
Aires, Ed. El Ateneo, 1945.
62 Tan es así que, según expresa Villegas Díaz, “La responsabilidad […]”, op. cit., p.
150, Medrano Ossio trató, a su vez, de refutar a López-Rey en un artículo titulado “Res-
puesta y objeciones a un penalista”, intentando aclarar que la inferioridad del indígena
a que aludía era de tipo jurídico y social debido a la posición que ocupaba el indígena en
la sociedad, y no se trataba de una inferioridad biológica. Ciertamente, por lo que hemos
desarrollado en el texto, esta defensa no empaña, las conclusiones del folleto que criticara
López-Rey, en la medida que, sin mengua de aquella inferioridad (jurídica y social), es
indudable que las argumentaciones de Medrano Ossio se vinculaban con cierto déficit psi-
cológico; sobre el cual pretendió fundar la peligrosidad del indígena.

162
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

con la concepción propia de un positivismo penal clásico; que no repara en


“la nueva evolución técnico – jurídica del Derecho Penal”63. La posición po-
sitivista - dice López-Rey y Arrojo - parte de que el indígena es algo distinto,
por inferioridad, respecto a los demás, lo cual no es cierto porque se confunde
inferioridad social con una suerte de inferioridad biopsicológica inexistente.
Aquella inferioridad social, que hunde sus raíces en la explotación del indí-
gena, no conduce a “una incapacidad general intelectual del mismo y me-
nos aún, a creerle natural y normalmente una persona peligrosa”64. Según
la opinión del autor, la cuestión de la responsabilidad penal del indio, aun
siendo una de índole singular, como puede serlo la del sordomudo o el ciego,
“no es más que un aspecto de los múltiples que puede ofrecer la imputabili-
dad en materia penal genéricamente considerada”65. Sobre tal base entendía
que dicha cuestión debía “ser resuelta dentro de esa imputabilidad genérica,
incluyendo en ésta aquellos preceptos que se refieran a la singularidad que
representa la imputabilidad del indio”66. Para ello -pensaba- no era necesario
incurrir en casuismos sino que lo más conveniente era reconducir las excep-
ciones a la imputabilidad a una fórmula común, cuya flexibilidad permitiría
captar todos los casos posibles que puedan presentarse como de inimputabi-
lidad. Señalaba el catedrático que aquella fórmula general podría concretarse
en la exculpación de quien, en el momento del hecho concreto, a causa de una
enfermedad mental o trastorno mental, o por una evidente insuficiencia inte-
lectual fuese incapaz de comprender lo antijurídico de su conducta o de obrar
conforme a dicho conocimiento67. De allí que a tal estado (inimputabilidad)
se podía llegar

Tanto siendo blanco, negro, amarillo o indio y el hecho de que por diversas razones, la
misma pueda manifestarse más frecuentemente en uno de esos colores, no autoriza el
que se redacte un precepto singular y menos aún, una legislación especial, de la misma
manera que el hecho de que ciertas enfermedades mentales, den un contingente mayor
de inimputables, no autoriza a redactar una legislación penal especial, basándose en la
singularidad o peligrosidad que las mismas representan68.

63 López-Rey y Arrojo, Introducción…, op. cit., p. 265.


64 López-Rey y Arrojo, Introducción…, op. cit., pp. 267/268.
65 López-Rey y Arrojo, Introducción…, op. cit., p. 268.
66 López-Rey y Arrojo, Introducción…, op. cit., p. 268.
67 López-Rey y Arrojo, Introducción…, op. cit., p. 269.
68 López-Rey y Arrojo, Introducción…, op. cit., p. 270.

163
JOSÉ DANIEL CESANO

Para López-Rey y Arrojo la condición social inferior en que se encontraban


los indígenas, en razón de su explotación por parte de las élites dominantes
(integradas por blancos), constituía un factor que incrementaba las probabi-
lidades de un mayor estancamiento y, así, de “desarrollar una menor capaci-
dad intelectiva y volitiva”69. Por eso, el autor concluía su desarrollo afirmando
que:

Ser indio no es por consiguiente ser algo inferior, sino sólo eso: indio, un hombre igual
a otro hombre cuya inimputabilidad, aún más frecuente por su mala situación socio-
cultural, no debe llevar a la conclusión de una incapacidad general del indio y menos
aún a su normal peligrosidad70.

La segunda vía de ingreso del pensamiento dogmático se concretó a través


de la figura de Luis Jiménez de Asúa. Aunque este autor era ya conocido en
Bolivia (repárese que había prologado el opúsculo de Medrano Ossio; que
Valdivieso, en algunos de sus trabajos, ya mencionaba la obra de este jurista71;
y que fue escuchado en el marco del II Congreso Nacional de Facultades de
Derecho, realizadas en 1941); es recién en 1952, cuando dictó un cursillo más
sistemático, de cinco conferencias, en la Universidad Mayor de San Andrés,
en La Paz, entre el 23 de septiembre al 3 de octubre de 195272. El mismo tuvo
por tema de exposición “El sujeto del delito (El hombre imputable, culpable
y peligroso)”. La invitación para esta actividad provino del propio Valdivieso,
quien fue el encargado de la presentación del disertante. Señalaría Jiménez
de Asúa que, por sus características, el cursillo sería “de muy ceñida técnica,
y en la mayor parte de [las conferencias], sobre todo en las consagradas a la
culpabilidad, [habría] una serie de problemas enteramente nuevos o que se

69 López-Rey y Arrojo, Introducción…, op. cit., p. 275.


70 López-Rey y Arrojo, Introducción…, op. cit., p. 285.
71 Así lo hizo en “Las reformas […]”, op. cit., p. 151, en donde recuerda el trabajo de
Luís Jiménez de Asúa, de 1931, titulado La teoría jurídica del delito; también lo haría en
su ponencia en el Segundo Congreso Latinoamericano de Criminología, que tuvo lugar en
Santiago de Chile en 1941, y en donde Valdivieso fue designado como expositor del tema
98 - 99 sobre libertad condicional, según surge de Valdivieso, José, Libertad condicional,
Imprenta Universitaria, Cochabamba, 1941, p. V. En esta ponencia Valdivieso citó diver-
sos trabajos del catedrático español en las pp. 13, 21, 30 y 39. En el mencionado congreso
intervinieron Luis Jiménez de Asúa y López-Rey y Arrojo.
72 Sobre la figura de Luís Jiménez de Asúa, sus viajes y sus aportes para la cultura
jurídica en general, de obligada referencia es el libro de Enrique Roldán Cañizares, Luis
Jiménez de Asúa. Derecho penal, República, Exilio, Madrid, Ed. Dykinson, 2019.

164
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

están debatiendo en los días que corren, en Alemania, o que [habían sido] por
[él] entrevistos”73. En lo que concierne a la cuestión de inimputabilidad, Ji-
ménez de Asúa, la considero presupuesto de la culpabilidad y le dio un conte-
nido esencialmente psicológico; definiéndola como “la capacidad de conocer
y valorar el deber de respetar la norma y de determinarse espontáneamente”
en ella74. De tal manera, para el disertante, lo central en esta categoría jurídica
era el problema del conocimiento; “de poder conocer la norma”75. Junto a la
imputabilidad, y como su par opuesto, también se ocupó de la inimputabili-
dad y sus causales, explicando la fórmula del viejo código boliviano76; en par-
ticular: la edad (madurez mental), el estado de delirio (situación que el autor
relacionó con ciertos estados fisiológicos extremos, como una fiebre alta) y
la enajenación; expresión que Jiménez de Asúa prefería al de demencia, que
empleaba el viejo Código Santa Cruz.
Aun cuando en esas conferencias el autor no efectuó un desarrollo puntual
de nuestro tema, resulta de interés señalar –porque hace al contexto de la
recepción–, cuál era el desarrollo, por entonces, de dichas cuestiones en la
dogmática alemana; que era, justamente, la perspectiva que se introducía. Sin
duda, en aquel espacio cultural, el tema no tuvo gran relevancia en las obras
generales, sin perjuicio de que, algunos juristas, tangencialmente se refirie-
ran a él. En este sentido, es posible observar, que algunos teóricos germanos
proponían la solución de estos casos77, a través de la aplicación analógica del

73 Jiménez de Asúa, Luis, “El sujeto del delito (El hombre imputable, culpable y pe-
ligroso)”, en El Criminalista, Tomo 4, Ed. Víctor P. de Zavalía, Buenos Aires, 1960, 54.
74 Jiménez de Asúa, “El sujeto […]”, op. cit., p. 80.
75 Jiménez de Asúa, “El sujeto […]”, op. cit., p. 80.
76 En lo que aquí interesa, el Código Penal de Bolivia, antes de la reforma de 1972,
establecía, en su artículo 13, las circunstancias que “destruyen la criminalidad o culpabi-
lidad de un acto”; previendo, entre los que hoy consideraríamos causas de inimputabili-
dad, las siguientes: a) ser menor de diez años; b) el “estado de demencia”; y c) estado de
“delirio” o privación del uso de la razón por cualquier otra circunstancia; excluyendo de
esta categoría a la embriaguez voluntaria. Hemos consultado este texto en: Código Penal
Santa - Cruz. Para el régimen de la República Boliviana. Edición con notas y suplemento,
publicada con licencia del Supremo Gobierno por José Manuel Gutiérrez, Cochabamba,
Tipográfica de Quevedo, 1862.
77 Que, en rigor, como bien lo señala Núñez, Ricardo C., La culpabilidad en el código
penal, Buenos Aires, Ed. Depalma, 1945, p. 49, no se referían expresamente a los pueblos
originarios, sino a la posibilidad de aplicar las disposiciones vinculadas sobre la inimputa-
bilidad, que establecía el Código Alemán, “a los sujetos pertenecientes a pueblos primiti-
vos que en Alemania cometan acciones punibles a causa de su bajo nivel de cultura”.

165
JOSÉ DANIEL CESANO

§ 58, del Código Penal –vigente a la época de estas afirmaciones–, norma


que declaraba la inimputabilidad del sordomudo que careciese de la inteli-
gencia necesaria para conocer la punibilidad de la acción78 o, directamente,
argumentando a partir del § 51, precepto que preveía la inimputabilidad por
inconciencia o perturbación morbosa de la actividad del espíritu79.
También es importante recordar que el propio Jiménez de Asúa, cuan-
do prologó el opúsculo de Medrano Ossio –más allá de los reparos que tuvo
(como ya lo indicamos) para opinar sobre el tema– introdujo un lógico ma-
tiz diferencial, para atemperar el crudo determinismo del autor, cuando dis-
tinguía “al indígena del campo, que huye de la civilización […] [de aquéllos]
que conviven en las ciudades –como criados muchos y bastantes en más alto
rango social– con mestizos y blancos occidentalmente cultos. Para ellos no
hay inconveniente en aplicar las normales leyes punitivas, con la igualdad
democrática”80.

4. Antecedentes del Código de 1972

Otro aspecto relevante para explicar la codificación de 1972, con la regu-


lación específica del tema que analizamos, está dada por los cambios socio
políticos que se produjeron en Bolivia como consecuencia de la denominada
Revolución de 1952. Hay cierto consenso historiográfico en orden a que, entre
los objetivos perseguidos por la Revolución se encontraba “la incorporación
del indio a la vida nacional mediante la redistribución de tierras”81; aspec-
to que encontraría concreción normativa a partir del decreto, de fecha 2 de
agosto de 1953, de reforma agraria82.

78 Tal fue la postura, por ejemplo, de August Finger, Lehrbuch des Deutschen Stra-
frechts, Berlín, Carl Heymanns Verlag, 1904, p. 219.
79 Como era el caso de Von Liszt, Tratado…, op. cit., Tomo II, p. 393.
80 Jiménez de Asúa, en Medrano Ossio, Responsabilidad penal […], op. cit., p. 6.
81 Ortega, “Orígenes […]”, p. 199.
82 Una muestra de la importancia de esta cuestión puede observarse en el siguiente
pasaje de un libro que publicara, en 1960, uno de los ponentes en aquel Congreso Nacio-
nal de Facultades de 1939, Abelardo Villalpando cuando, con prosa elegante, refirió: “Los
indios bolivianos, del gélido altiplano andino, del valle fecundo y del llano feraz, inferiori-
zados hasta hace poco por la servidumbre, la miseria y el atraso, llevan hoy en sus rostros
la lozanía de una nueva juventud, la llama de una nueva fe, que conjugada con la educación
social y política, los conducirá hacia planos de superación y dignidad jamás conocidos.
Yo veo en el espejo de los indios bolivianos a los campesinos latinoamericanos, y confío

166
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Es con este reverdecer de la cuestión indígena, cuando el tópico de su res-


ponsabilidad penal vuelve a animar los debates jurídicos. Por eso no resulta
extraño que, cuando en 1962, el poder ejecutivo decidió renovar la legisla-
ción del país, nombrando a una comisión destinada a proyectar un nuevo
código penal, en el trabajo finalmente elevado en 1964, este asunto adquirió
una atención particular; que contrastó con el largo silencio que representó
el código de 1834. Así lo expresaban los comisionados a quienes se les enco-
mendara la tarea, al criticar el digesto vigente – basado en modelos foráneos
(como vimos, el código español de 1822)–

muy distinto al nuestro en cuanto a su composición étnica, su tradición y su cultura.


Esto explica perfectamente el hecho harto elocuente de no haber sido tomado en cuen-
ta para nada el indio, no obstante constituir la mayoría de la población y la que mejor
fisonomiza la nación boliviana. El indio fue sencillamente ignorado y marginado del
Código, como si no existiera83.

Nos detendremos especialmente en este documento pues los textos del


Código de 1972, constituyen una reproducción fiel de los que allí se proyec-
taron84. La comisión de reformas estuvo integrada por Manuel Durán, Hugo
César Cadima, Manuel José Justiniano y Raúl Calvimontes Núñez del Prado.
Lo primero que llama la atención es cierta incongruencia entre las Bases
publicadas por los proyectistas y las normas finalmente diseñadas. En efecto,
más allá de la crítica hacia la legislación vigente que quedó plasmada en el
pasaje recién trascrito, los autores del proyecto señalaron, entre las causas
de inculpabilidad, al error; especificando que éste también disculpa cuando
es de derecho, “con particular referencia al indígena”85. Sin embargo, el pro-
yecto terminó por resolver este tema a través de la inimputabilidad o de la
semiimputabilidad (tal cual finalmente se sancionó en el Código de 1972). No

en que sus fuerzas creadoras, unidas en indisoluble alianza a las fuerzas de la clase obre-
ra, realizarán la ingente tarea histórica de libertar un continente y edificar la verdadera
independencia, soberanía, bienestar, progreso, democracia y cultura de América Latina”
(Villalpando R. Abelardo, El problema del indio y la reforma agraria, Potosí, 1960, p. V).
83 Comisión Codificadora Nacional. Comisión de Código Penal, Bases para la redac-
ción del anteproyecto de Código Penal Boliviano, La Paz, Oficina de Multicopiados de las
Comisiones Codificadoras, 1964, p. 2.
84 Villamor Lucía, La codificación […], op. cit., p. 259: “El Código penal boliviano de
1973 [rectius: 1972] ha sido copiado del Anteproyecto de 1964 […]”.
85 Comisión Codificadora Nacional, Bases […], op. cit., p. 10.

167
JOSÉ DANIEL CESANO

sabemos cuál fue la razón de esta variación porque la exposición de motivos


no se refiere expresamente a ella, limitándose –como veremos– a señalar el
criterio adoptado.
Quizá –y es el segundo aspecto que queremos abordar– esto se haya debi-
do por las fuentes que empleara la comisión reformadora.
¿Cuáles fueron estas fuentes en lo que concierne al tema que nos convoca?
Básicamente dos: el proyecto de Manuel López-Rey y Arrojo (ya analizado)
y, como fuente externa, el proyecto de Código Penal para Venezuela de 1961.
Hemos visto ya los criterios de López-Rey en esta materia. El proyecto
venezolano86, por su parte, fue preparado por el Instituto de Codificación y
Jurisprudencia, interviniendo en el mismo José R. Medina, Ardila Bustaman-
te y José Miguel Tamayo. El artículo 15, que es una copia casi fiel del proyecto
1948 –que tuvo a Jiménez de Asúa como asesor externo–, se inclinó por re-
solver la cuestión sobre la base de la inimputabilidad al disponer: “El tribunal
podrá declarar inimputable al indígena que comete un hecho calificado como
punible, teniendo en cuenta su incapacidad para comprender o querer, deri-
vada de su inadaptación a la cultura”.
Cuando la comisión de 1962, que presidía Manuel Durán, finalmente elevó
el trabajo encomendado, en la exposición de motivos con que se acompañó el
texto, sobre este punto, solamente expresó:

Se prevé, asimismo, la situación especial del indio selvático que no ha tenido ningún
contacto con la civilización, como otra causa de inimputabilidad. Dicho término com-
prende a los miembros de todas las tribus salvajes que pueblan los campos y bosques
del oriente boliviano. En cambio es semiimputable el indígena que teniendo contacto
con la civilización y formando parte de la comunidad, es todavía un inadaptado al me-
dio cultural boliviano y carece de instrucción87.

Dos años después de la presentación de este proyecto, Durán se volvió a


ocupar de esta cuestión. Al igual que lo hiciese López-Rey y Arrojo, el trabajo
de Durán tomó como eje de crítica las concepciones positivistas de Medrano
Ossio; descartando que el indígena, por el sólo hecho de ser tal, debiera ser
considerado peligroso. Según el autor:

86 Sobre los proyectos de reforma venezolanos en esta materia, cfr. Yrureta, Gladys,
El indígena ante la ley penal, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1981, pp. 103-
110.
87 “Exposición de motivos del Anteproyecto de Código Penal para Bolivia”, en Revis-
ta de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, Año VII, Tomo I, Oruro, 1965.

168
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

el indio puede ser frecuentemente inimputable, lo mismo ocurre con otras personas
que, sin ser de tal raza, están en igual o semejante grado de capacidad o comprensión.
Son también numerosos los casos –abonados por nuestra observación personal y la
práctica profesional– de indios que sin haber residido en centros poblados, no se ha-
llan, sin embargo, privados de la facultad de conocer la naturaleza de ciertas acciones
y de saber que su realización pone en movimiento el aparato judicial organizado para
castigarlas. El indio en general posee la capacidad suficiente para darse cuenta de sus
actos y está dotado del sentido ético necesario para apreciar aquellos inmorales o pro-
hibidos y para abstenerse de ejecutarlos88.

Con todo, Durán también era cuidadoso al momento de emitir sus conclu-
siones ya que distinguía, entre los indígenas, situaciones muy diversas –no es
lo mismo el indio que habita en centros urbanos, que convive con el blanco
y el mestizo; que el selvático del oriente y noroeste de Bolivia–, con lo cual
no todos los indígenas están en las mismas condiciones de imputabilidad, o
sea, que no obstante pertenecer todos ellos a una misma raza, hay diferencias
naturales o adquiridas, respecto a su capacidad penal. Por eso, el autor epilo-
gaba su desarrollo expresando que:

No es posible construir una teoría de la incapacidad del indio en materia penal, sino
que su situación en este aspecto, debe ser resuelto dentro del problema de la impu-
tabilidad en general, contemplando –eso sí– su condición especial, conforme a sus
caracteres personales, en cada caso particular89.

Como dijimos el Código de 1972 reprodujo, en esta materia sin ninguna


variación, los textos del proyecto de 1962.

5. Reflexiones conclusivas

Después de un largo silencio normativo, el código penal de 1972 estableció


reglas específicas con respecto a la cuestión de la responsabilidad penal de
los indígenas. Lo hizo a partir de la inclusión de cláusulas vinculadas con su
inimputabilidad penal.
El tratamiento de la cuestión que así concluyó se nutrió, sin embargo, de
largas discusiones que se vinieron desarrollando en Bolivia desde fines de la

88 Manuel Durán P., “El indio ante el derecho penal”, en AA.VV., Estudios jurídicos
en homenaje al profesor Luis Jiménez de Asúa, Ed. Abeledo - Perrot, Buenos Aires, 1964,
p. 557.
89 Durán P., “El indio […]”, op. cit., p. 558.

169
JOSÉ DANIEL CESANO

década del treinta del siglo pasado. Durante aquellos años la doctrina transitó
por dos grandes momentos.
El primero se caracterizó por elaboraciones que adscribieron, en lo jurí-
dico, al positivismo criminológico; y en lo antropológico, al evolucionismo
cultural. Sobre tal base se postuló que los indígenas, por el sólo hecho de su
condición, debían ser considerados peligrosos, especialmente por una suerte
de estancamiento de su desarrollo intelectual, para algún autor, propio de la
raza; para otros, explicable como una consecuencia de la opresión social en
que vivían; y, para ambos, necesitados, en todo caso, de ser protegidos por
una legislación –que no llegó a concretarse– y, al mismo tiempo, susceptibles
de ser objeto de medidas de seguridad, para conjurar su peligrosidad natural
y satisfacer la defensa social.
El segundo momento, en cambio, se correspondió con la solución que die-
ra, en esta materia, el código de 1972. A ésta se llegó a través de un proceso
cultural que tuvo como presupuesto la recepción de la dogmática jurídica, a
partir de los años cuarenta del siglo veinte. La introducción de la dogmática
en Bolivia se vinculó con los aportes de dos exilados españoles que tuvieron
una gravitación sobre la élite universitaria local: López-Rey y Arrojo y Luis
Jiménez de Asúa. El primero de ellos fue quien, partiendo de una crítica al
positivismo criminológico imperante, trató de dar una respuesta jurídica a la
temática; y aunque no postuló la inimputabilidad general del indígena, ubicó
la cuestión parcialmente entre dos categorías de la teoría jurídica del delito:
la inimputabilidad y el error. La difusión de estos conceptos dogmáticos tuvo
en Jiménez de Asúa, en década siguiente (1950), su principal animador. De
esta forma, la confluencia de estas figuras, en conjunción con un nuevo clima
socio político derivado de la Revolución de 1952, dan el marco explicativo de
la instalación en la agenda científica y legislativa de la cuestión indígena; todo
lo cual constituyó el clima de ideas en que se gestaría el proyecto de 1962; el
cual, diez años más tarde, encontraría concreción en el nuevo código.
Con estas consideraciones generales como eje es posible, además, realizar
otras dos aproximaciones.
En primer lugar se observó cómo los conceptos desarrollados por auto-
res como Medrano Ossio, que respondía a la Suola Positiva, se nutrían de
argumentaciones provenientes de la antropología cultural (o social, según
cual fuese la denominación que se la dé). Se verificó, por tanto, cierto diá-
logo disciplinar de la ciencia social en general –y, en especial, del saber an-
tropológico que componía, también, esa melange– con la ciencia jurídica;

170
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

al utilizar, como estrategia argumentativa, algunas categorías conceptuales


de aquélla.
En segundo lugar también podemos observar otro fenómeno interesante:
el de la localización del derecho. En efecto, situados en la posición de ob-
servadores que epistemológicamente nos corresponde, la tarea prioritaria
de los historiadores del derecho debe ser la reconstrucción de las culturas
jurídicas históricas, esto es: aquel trasfondo de criterios compartidos de los
que el derecho hace parte y en su condición de entramado de reglas depen-
de. Y no parece que haya otra manera de hacerlo que observando la práctica
de los participantes en el acto de reconocer lo que cuenta para ellos como
derecho, que en clave de localización es, podría decirse, el momento social
que evidencia la institucionalización de la cultura en órdenes jurídicos. Si se
observa el caso de Bolivia podrá advertirse cómo, la cultura jurídica local, a
partir de la recepción de la dogmática, fue adaptando conceptos elaborados
por la doctrina europea. En ésta, como viéramos, circunstancias semejantes
al de los pueblos originarios –generalmente conocidas en el léxico de los au-
tores alemanes como primitivos–, fueron tratados directamente como casos
de inimputabilidad, sea postulando la aplicación directa de aquellas disposi-
ciones o, por analogía, a otras situaciones que eran abordadas desde esa mis-
ma categoría (inimputabilidad), cual sucedía con las personas sordomudas.
En Bolivia, con la codificación de 1972, observamos una proyección parcial
de estos conceptos. La realidad etnográfica boliviana de aquel momento hizo
que, en función del menor contacto con la cultura codificadora, se tuviese en
cuenta la particular situación del indígena selvático –llamado también, en la
tradición doctrinaria del país, indígena oriental, por su ubicación geográfica
territorial–; el que fue considerado como inimputable o semiimputable (y por
lo tanto penalmente responsable aunque sancionado de manera atenuada)
a partir de su capacidad (o no) de comprensión. Aquí se puede observar el
proceso de localización de un concepto receptado de la dogmática europea al
relacionar estrechamente esta categoría con la posibilidad de comprender lo
antijurídico, con lo cual, en cierta forma, se independizaba el concepto (impu-
tabilidad) de los criterios biológicos y/o psicológicos que eran, por entonces,
con los que se lo identificaba.

171
JOSÉ DANIEL CESANO

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174
CONTRA EL DEMASIADO APRECIO DE LA OPINIÓN
Casuismo moral, disputas teológicas y razones antiprobabilistas en Córdoba
del Tucumán durante el siglo XVIII. Bibliotecas, constituciones, juramentos1

Esteban F. Llamosas
IDEJUS CONICET-UNC
ORCID ID: 0000-0003-4268-2508

SUMARIO: 1. Relevancia de la opinión para el jurista de Antiguo Régimen. El


casuismo, de la teología al derecho. Tras las reflexiones de Víctor Tau Anzoátegui;
2. Las razones antiprobabilistas. De la crítica al laxismo al problema de la obe-
diencia. Autores opuestos a la benignidad de las opiniones. Repliegue borbónico
sobre regalismo y jansenismo; 3. La Universidad de Córdoba del Tucumán como
laboratorio antiprobabilista. Expurgo de la biblioteca, constituciones defensivas y
fortalecimiento del lazo de obediencia; 4. Conclusiones; 5. Fuentes y bibliografía.

1. Relevancia de la opinión para el jurista de Antiguo Régimen. El casuis-


mo, de la teología al derecho. Tras las reflexiones de Víctor Tau Anzoátegui

Está suficientemente probada la presencia de la doctrina moral del prob-


abilismo en los estudios teológicos cordobeses hasta la expulsión de los je-
suitas; varias investigaciones han dado cuenta de su predominio durante los
siglos XVII y XVIII2. Hasta 1767 el probabilismo fue corriente mayoritaria
en las cátedras de Teología de la Universidad a través de las obras de Fran-
cisco Suárez (especialmente su Tractatus de Legibus); sus máximas guiaron
las lecciones de moral y cánones, como ejemplifican los tratados de Ladislao
Orosz y Fabián Hidalgo3; y la rica biblioteca del Colegio Máximo estaba reple-
ta con los principales escritores de la doctrina, como Busembaum y su contin-
uador Lacroix, Diana, Garau, Caramuel y Escobar y Mendoza4.

1 Este capítulo recupera y renueva, a partir de las sugerencias de Tau Anzoátegui en


Casuismo y sistema, reflexiones previas sobre el valor de las doctrinas de la teología moral
para la historia jurídica.
2 Peña, Los sistemas jurídicos de enseñanza; Benito Moya, La Universidad de Cór-
doba en tiempos de reformas (1701-1810); Llamosas, “Probabilismo, probabiliorismo y
rigorismo”.
3 Orosz, Ladislao, Tratado sobre la Bula de Cruzada; Hidalgo, Fabián, Tratado acer-
ca de los impedimentos de matrimonio.
4 Fraschini, Index Librorum Bibliothecae Collegii Maximi; Llamosas, La literatura
jurídica de Córdoba del Tucumán.

175
ESTEBAN F. LLAMOSAS

Los iushistoriadores preocupados por rastrear el derecho del pasado


donde realmente se alojaba (no solo en los ámbitos estrictamente legales),
hace tiempo hemos aceptado el consejo de abrirnos a la teología y profun-
dizar en la religión. Conscientes de la cultura jurídica trascendental de An-
tiguo Régimen, no nos resulta curioso ni extraño revisar en dichas fuentes
para comprender mejor el razonamiento de juristas y magistrados de aquel
largo tiempo. Manuales de confesores y penitentes, índices inquisitoriales,
sermonarios y catecismos, repertorios de casos morales, ya forman parte de
nuestro acervo cotidiano de instrumentos de trabajo. En este sentido, hemos
tomado prestados, de la teología, los debates casuistas sobre los dilemas mo-
rales y las reglas para decidir, a fin de entender mejor la construcción de la
imagen modélica de juristas y jueces del período.
Aunque muchos nos acercamos con mayor énfasis a las fuentes teológicas
a partir de las sugerencias de la historia crítica del derecho, que en su afán de
aliviar el legalismo de los estudios precedentes ponía el acento en la plurali-
dad de órdenes normativos y en una noción cultural del derecho de preemi-
nencia religiosa, lo cierto es que veníamos predispuestos a este acercamiento
a través de investigadores que ya habían detectado la relevancia de la teología
moral para la comprensión del orden jurídico. En mi caso, había resultado
decisiva la lectura sobre los sistemas de enseñanza en la Universidad de Cór-
doba de R. I. Peña, con capítulos específicos dedicados al probabilismo y lax-
ismo5; y la enorme obra de V. Tau Anzoátegui sobre casuismo y sistema, con
remisiones constantes a la fundamentación teológica del modo de pensar del
jurista antiguo, particular, interpretativo, basado en el contraste de opiniones
diversas6. Sin duda, mi preocupación inicial por las bibliotecas jurídicas y la
doctrina de los autores, reconoce la influencia de Peña; y mi interés posterior
por la formación de los juristas, la enseñanza práctica y la imagen modélica
de abogados y jueces, se debe a la lectura de Tau Anzoátegui.
La obra de Tau Anzoátegui representó un auxilio para consolidar no-
ciones a las que todavía no había dado forma y para sintetizar mejor otras
que encontraba, dispersas, en múltiples textos. Antes (o al mismo tiempo)
que jurídico, el casuismo había sido asunto teológico, y allí había unos pre-
ciosos ejemplos disponibles para conocer el modo en que se argumentaba y
resolvían las disputas en el Antiguo Régimen. La autoridad de las opiniones,
el arte de seleccionarlas y cotejarlas, las respuestas probables como alternati-

5 Peña, Los sistemas jurídicos de enseñanza, caps. I y V.


6 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema.

176
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

vas a la “certidumbre absoluta”, se volvían así un fértil campo de estudio para


los historiadores del derecho.
El casuismo era el nudo más visible que vinculaba teología moral y dere-
cho en el Antiguo Régimen, con notable presencia en los géneros literarios de
ambas ciencias. La tradición jurídica de la tópica; la atención al caso individ-
ual, sus circunstancias y matices; la preferencia por las soluciones particu-
lares (a veces contradictorias), recurriendo a la opinión de los doctores y a la
equidad por sobre las reglas generales y abstractas, encontraba su expresión
correlativa en los tratados morales donde se debatían los casos dudosos en
conciencia. Unos y otros, teólogos y juristas, desde el bajo medioevo present-
aban casos concretos, exponían las razones opuestas avaladas por sus respec-
tivas autoridades, y concluían con una solución individual, según la corriente
a la que adherían.
Por supuesto, pasar de la teología al derecho implicaba para los iushis-
toriadores un ejercicio de deconstrucción. Para la historiografía, “casuista”
era palabra despectiva utilizada para nombrar a aquellos teólogos, que por
flexibles y laxos, justificaban cualquier acción. La acusación que había degra-
dado el término, con raíces en la crítica severa de Pascal a los moralistas de la
Compañía de Jesús, por supuesto, debía contextualizarse. Salir de esa imagen
negativa para abrirse al poderoso y creativo universo del casuismo, necesita-
ba de una buena historia. Y Tau Anzoátegui nos la reveló.
Tau Anzoátegui supo vislumbrar que si el orden de casos dependía de la
habilidad del jurista para argumentar, su aprendizaje se volvía un “sector vi-
tal” del tejido jurídico7. Esta hipótesis le hizo lamentar, a comienzos de los
años noventa, la falta de investigaciones específicas sobre la materia, y ded-
icó buena parte de su tiempo a estimular a otros para enfrentar ese vacío:
las conversaciones con él fueron un aliciente para que muchos nos dedicára-
mos a ello. A falta de bibliografía especializada, en sus propios estudios Tau
Anzoátegui recurrió directamente a la literatura de la época, y encontró en
el Arte legal de Bermúdez de Pedraza, una excelente ventana para observar
cómo se enseñaba el derecho y cómo se resolvía en la práctica la disyuntiva
entre “regla y caso”8.
La enseñanza jurídica, en un orden no legalista, no requería el dominio
exclusivo de los textos legales, sino el desarrollo de unas habilidades interpre-
tativas sobre los mismos. Y requería también un ejercicio de integración con

7 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 231.


8 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 78.

177
ESTEBAN F. LLAMOSAS

otras fuentes que valían tanto como ellos, sean doctrinas, costumbres o liter-
atura religiosa. Teoría y práctica eran indisociables en este tipo de enseñanza,
y aunque en el siglo XVIII para la instrucción de los estilos ante los tribunales
proliferaban las academias forenses, no debemos desconocer que en las uni-
versidades también se educaba a los juristas para la praxis, en el marco de ese
orden tradicional y jurisprudencial. La lógica argumentativa, los secretos del
discurso y la retórica, el razonamiento tópico, el casuismo moral, las virtudes
modélicas de magistrados y abogados, tenían presencia en las aulas.
Esa formación práctica, por lo tanto, no implicaba sólo el dominio de la
legislación real ni el conocimiento de formularios que adiestraran en el estilo
de los tribunales. En un orden jurisprudencial en el que había que seleccionar
opiniones y argumentar a partir de casos concretos, se debían adquirir otras
destrezas que no se suministraban exclusivamente en sede jurídica.
En una universidad como la cordobesa, dirigida por los jesuitas hasta
1767, la cátedra de Teología Moral fue decisiva para esta formación, ya que
más allá de las posiciones estrictamente morales (probabilismo primero; rig-
orismo después de la expulsión), se entrenó a los estudiantes en una forma de
razonar casuista y tópica de gran utilidad para la práctica forense. Decisiva,
además, ya que cuando aún no había Facultad de Jurisprudencia, quienes
se iban a desempeñar en las justicias inferiores recibían allí todo su entre-
namiento. La literatura de casos de conciencia y los manuales de confesores
presentes en la librería universitaria, así como el uso en las aulas de tratados
morales, proveyeron de un catálogo de reglas de argumentación atentas a la
búsqueda de soluciones particulares y las circunstancias del caso, a equilib-
rios y excepciones, que tuvieron gran impacto en la formación jurispruden-
cial del derecho9.
Además de las cátedras teológicas, donde los vínculos resultan elocuentes
a través del probabilismo o el rigorismo, también es posible rastrear dicha
instrucción en los estudios preparatorios. La Facultad de Artes de la Univer-
sidad de Córdoba, por ejemplo, considerada la puerta de acceso a los estudios
mayores de Teología y luego de Jurisprudencia, preparaba filosóficamente a
los estudiantes. En ella, a fines del siglo XVIII, además de física, metafísica
y gramática latina, se enseñaba lógica, dialéctica y retórica, necesarias para
argüir y replicar, especialmente en los debates que se efectuaban en las aca-
demias universitarias. Esa preparación era muy útil para los alegatos y las de-
fensas de conclusiones en los actos públicos que debían hacer los estudiantes.

9 Peña, Los sistemas jurídicos de enseñanza, pp. 97-102.

178
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

También en la Facultad de Artes, a través de la Suma tomista, se expo-


nían las virtudes de prudencia, docilidad, sagacidad y precaución que debían
poseer los magistrados, definiendo así una imagen modélica que engarzaba
perfectamente con la cosmovisión del derecho y el orden social en que se
desenvolvían10.
Tau Anzoátegui encontraba lógico que el éxito del probabilismo moral
hubiera coincidido con el auge del casuismo, y que su decadencia comenzara
con los “arrebatos racionalistas”11. El orden casuista necesitaba de la prob-
abilidad, de una regla flexible que permitiera dominar la incertidumbre de
tantas particularidades enhebradas, de tantas jerarquías diferentes, de tantas
desigualdades naturalmente admitidas. El racionalismo, en cambio, impon-
dría la seguridad de una regla general para todos los casos. Si bien este cami-
no fue más sinuoso de lo que solemos percibir en nuestro afán de simplificar
periodizaciones, la intuición de Tau Anzoátegui invita a la reflexión.
En la obra que analizamos, Tau Anzoátegui buscaba el giro conceptual que
permitía pasar del casuismo al sistema, los “puntos de inflexión” que prepa-
raban el terreno para dicho cambio, y lo encontraba en la nueva orientación
didáctica que aportaba el humanismo jurídico. Ya seguro de que el rol de la
enseñanza era determinante, entendía que la aparición de las institutas hu-
manistas en las aulas, con la recuperación de la dialéctica y sus criterios más
sistemáticos para la organización y presentación de los contenidos, era clara-
mente una piedra de toque en el tránsito hacia otro modo de comprender el
derecho. Tau Anzoátegui le otorgaba una importancia especial a esta corriente
para explicar ese giro conceptual, por lo que no solo le dedicó estudios partic-
ulares12, sino que promovió en otros la investigación del tema. Por supuesto,
y en esto coincidía con las investigaciones previas de Peña sobre la enseñanza
en la Universidad de Córdoba, no consideraba que la novedad de los manuales
panorámicos o institutas estuviera vinculada tanto a la presencia de princip-
ios ilustrados en el contenido de las materias, sino a una nueva racionalidad
metódica. El humanismo, así, a través de la introducción de textos con criterios
sistemáticos para la enseñanza, comenzaba a preparar a los juristas en otra
lógica, que para consolidarse, necesitaría de rupturas de mayor peso13.

10 Peña, Los sistemas jurídicos de enseñanza, pp. 141-146.


11 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 60.
12 Tau Anzoátegui, “¿Humanismo jurídico en el mundo hispánico?” y “El Gobierno
del Perú de Juan de Matienzo”.
13 Tarello, Cultura jurídica y política del derecho; Caroni, Lecciones de historia de
la codificación.

179
ESTEBAN F. LLAMOSAS

Investigaciones como las de Tau Anzoátegui han servido para vislumbrar


mejor ese tiempo en que los reformistas ilustrados denostaban la enseñanza
universitaria y proponían nuevos planes de estudios, mientras los cambios
parecían ocurrir de una manera demasiado lenta para sus aspiraciones. Tam-
bién para contextualizar correctamente la crítica al estancamiento universi-
tario del siglo XVIII. Si la cosmovisión social era aún casuista, y esto deter-
minaba el derecho, las reformas no tenían todavía campo donde germinar. El
desinterés por avanzar más rápido en los cambios, cierta inmutabilidad en la
enseñanza que desesperaba a los reformistas, en última instancia derivaba de
que el derecho era aún “arte problemático de decidir los casos suscitados”14,
y ello precisaba de la vieja enseñanza, apoyada menos en las reglas que en la
interpretación y la disputa.
Este período de transición, que Tau Anzoátegui describe poética y certer-
amente como “un tejido jurídico donde las hebras antiguas coexistían con las
nuevas”15, no fue breve. Según su estimación, el paso del casuismo al sistema,
en América, se habría completado en las últimas décadas del siglo XIX16. En el
cierre de su obra, epílogo para historiadores y juristas interesados en el “pro-
greso jurídico”, propone un diálogo con la tipología de B. Clavero que trata
de explicar el paso de una concepción a otra, aportándole matices y riqueza17.
Maravillosa síntesis para los que conocimos a Clavero más tarde; maravillosa
lección para los que temen la apertura de la historiografía jurídica a otras
corrientes.
En este capítulo, trataré sobre la crítica y oposición al probabilismo en la
Universidad de Córdoba del Tucumán, considerando las razones morales y
políticas que lo volvieron incómodo para la Monarquía, sin descuidar el con-
texto de ideas que sugiere Tau Anzoátegui, referido a su decadencia ante la
aparición del pensamiento más sistematizado del racionalismo.
Así como la corriente había dominado la enseñanza en tiempos jesuitas,
luego de su expulsión la Universidad se convirtió en un claro ejemplo de an-
tiprobabilismo. Su condena y veloz sustitución implicó una variación total de
autores y textos, pero también de estructuras de gobierno, juramentos y con-
troles gubernamentales. Aunque el recurso a las opiniones continuó siendo
relevante, ya que los fundamentos del orden jurídico no se habían reemplaza-

14 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 242.


15 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 576.
16 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 577.
17 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 578.

180
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

do todavía, su utilización flexible y amplia empezó a ponerse en tela de juicio.


El “demasiado aprecio de la opinión” fue cuestionado en constituciones
universitarias, planes de estudios, bibliotecas y tratados morales. ¿Influyó
también en la construcción de una nueva imagen modélica del jurista?

2. Las razones antiprobabilistas. De la crítica al laxismo al problema de


la obediencia. Autores opuestos a la benignidad de las opiniones. Repliegue
borbónico sobre regalismo y jansenismo.

Antes de entrar en las razones por las que el probabilismo se volvió doctri-
na temible, habrá que mencionar los motivos de su largo predominio. Entre
los siglos XVI y XVIII la mayoría de los moralistas (de todas las órdenes)
seguían sus dictados18. A fines del siglo XVII, el capuchino Martín de Torre-
cilla se preguntaba (y respondía) lo siguiente:

“…Si podrá uno, seguir opinión menos probable, y menos segura, dexando la mas pro-
bable, y la mas segura materialiter?... Respondo afirmativamente… Lo I. porque ningu-
no está obligado a obrar lo mejor, y lo mas perfecto: lo 2. Porque como ninguno pueda
tener total certidumbre de las cosas, Dios no nos obliga a ella en manera alguna… Lo
9. Y ultimo, quasi a priori. La opinión menos probable, es razonable: luego obra ra-
zonablemente el que la sigue, dexada la más probable; porque assi como, respecto de
la más probable, no pierde la opinión probable su probabilidad, assi también no obra
irracionalmente el que la sigue; luego en buena Theologia Moral no peca en ello, pues
obra racionalmente, lo qual escusa de culpa, ergo & c.”19

Sus conclusiones eran admisibles porque se adaptaban mejor a la necesi-


dad de conciliar los cambios modernos con los mandatos de la moral cristi-
ana, evitando imponer “a las almas el yugo intolerable de lo más seguro allí
donde hay duda”20. De ese modo, el cristiano podía participar de las nuevas
actividades económicas creadoras de riqueza (préstamo, crédito) sin caer en
el pecado, permitiendo a la conciencia una vía de escape y unos márgenes más
flexibles para obrar. Lo mismo ocurría frente a las normas que se suponían

18 Entre los jesuitas, los más importantes fueron Tomás Sánchez, Fernando de Cas-
tropalao, Juan de Alloza, Pablo Layman, Hermann Busembaum, Francisco Pellizzari, Es-
teban Fagundez, Valére Regnauld, Cristóbal Haunold, Claudio Lacroix, Tomás Tamburini,
Domingo Viva, Andrés Mendo, Francisco Garau y Antonio de Escobar y Mendoza.
19 Torrecilla, Suma de todas las materias morales, pp. 77-78.
20 Delumeau, La confesión y el perdón, p. 118.

181
ESTEBAN F. LLAMOSAS

dudosas, ilegítimas o poco convenientes: ante la carga abrumadora de seguir


siempre la ley, la doctrina de la menor probabilidad permitía flexibilidad,
ajuste a las circunstancias y consideraciones particulares.
Historiar el probabilismo requiere el paso previo de explicar la consoli-
dación de la teología moral como disciplina. En la primera mitad del siglo
XVII, la preocupación por la resolución de casos de conciencia derivó en el
triunfo de un estilo de largo arraigo, ya descripto en párrafos anteriores: el
casuismo21. La complejidad de las nuevas situaciones cotidianas hacía nece-
saria la elaboración de vastos repertorios en los que se pretendían elucidar
casos morales figurados. Uno de los mejores ejemplos son las Resolutiones
del teatino Antonino Diana, que llegó a reunir hasta veinte mil ejemplos22.
La preocupación por resolver las tensiones entre conciencia, libertad y
ley, en aquellos casos en que la obligación de obrar resultaba dudosa, dio na-
cimiento a los llamados “sistemas morales”, que brindaban respuestas para
actuar en el caso concreto. Algunos moralistas, para que la conciencia saliera
de su situación dudosa, opinaban que debía seguirse siempre la opinión más
segura. En ese caso, se debía “obedecer a la ley dudosa con la misma firmeza
que si fuera cierta”23. Este sistema recibió el nombre de “tuciorismo” (tutior,
lo más seguro). Otros moralistas, como vimos, pronto agrupados en la escuela
mayoritaria, argumentaron que este modo de razonar cargaba a las concien-
cias con demasiado peso, y que no siempre en caso de duda era preferible la
solución más segura, siendo posible escoger otra con probabilidades de ser
cierta. Esta posibilidad de elegir la opinión menos probable fue la que se de-
nominó “probabilismo”. Y como reacción a éste, al suponer que debilitaba la
conciencia de obligación, aunque evitando caer en la rigidez del tuciorismo,
otros estimaron que para adoptar una opinión opuesta a la obligatoriedad
de la ley “no bastaba con cualquier probabilidad, sino que se requería que
ese parecer fuera más probable que su contrario”24. Este sistema se nom-
bró “probabiliorismo” (probabilior, lo más probable). A mediados del siglo
XVIII, en las vísperas de la caída de los jesuitas, el redentorista Alfonso de
Ligorio delineó una concepción que sin abandonar el probabilismo lo moder-
aba, aportando las nociones de “justo medio y benevolencia”25. Su “equiprob-

21 Illanes - Saranyana; Historia de la teología, p. 208.


22 Diana, Resolutiones morales (comienza a publicarlas en 1628)
23 Illanes - Saranyana; Historia de la teología, p. 210.
24 Illanes - Saranyana; Historia de la teología, p. 210.
25 Delumeau; La confesión y el perdón, p. 133.

182
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

abilismo” establecía que para acogerse a una sentencia no alcanzaba la simple


probabilidad y que la conciencia siempre debía atender a la honestidad de la
acción. Sólo se podía seguir una opinión probable cuando se la elegía entre
varias “igualmente probables”26.
Ya centrados en el probabilismo, objeto de este capítulo, antes de su for-
mulación definitiva por el dominico Bartolomé de Medina en la Breve in-
strucción de cómo se ha de administrar el sacramento de la penitencia
(1580), podemos reconocer una prehistoria. Autores de la segunda escolásti-
ca salmantina, como Vitoria, Cano y Soto, lo habían preanunciado otorgán-
dole importancia a los doctores como fuente para apoyar una decisión y sugi-
riendo soluciones menos rígidas para los dilemas de la conciencia dudosa27.
Entre fines del siglo XVI y mediados del XVII el probabilismo triunfó en la
literatura, en la práctica del confesionario y en las cátedras universitarias de
moral. Aunque en el siglo siguiente la corriente sería asociada a la Compañía
de Jesús, al punto de recibir la denominación de “escuela jesuita”, está claro
que no fue patrimonio exclusivo de la orden ignaciana.
El problema de esta doctrina menos rígida fue que comenzó a decantar en
soluciones demasiado elásticas, en una moral calificada de “laxa”, que muchos
interpretaron como la consecuencia de admitir la opinión menos probable.
Que el laxismo fuera producto inevitable del probabilismo es discutible, lo
cierto es que pronto alcanzó su apogeo. Muchos moralistas resolvieron los
casos dudosos con excesiva benignidad, siempre a favor de suavizar la ley o
apartarse de la regla. El jesuita Antonio de Escobar y Mendoza, uno de sus
referentes, decía que “de dos sentencias contrarias relativas a un problema
elijo la más benigna y más suave”, y que “la Providencia ha querido en su in-
finita bondad que haya varios medios de salir bien librado en moral y que las
vías de la virtud sean anchas”28.
Fue entonces cuando el término “casuista” comenzó a utilizarse peyorati-
vamente, esgrimido por los enemigos del laxismo para desacreditar una mor-
al que parecía justificarlo todo. Y como suele suceder cuando una doctrina
atemoriza, la réplica que provocó fue excesiva y disolvió los matices. De esta
forma, se empezó criticando el laxismo y se siguió con el probabilismo, pen-
sado como su origen.
La reacción contra el laxismo fue poderosa. Las condenas y las censuras,

26 Illanes - Saranyana; Historia de la teología, pp. 232-233.


27 Delumeau, La confesión y el perdón, pp. 112-115.
28 Delumeau, La confesión y el perdón, p. 118.

183
ESTEBAN F. LLAMOSAS

iniciadas en Francia, tuvieron réplicas en toda Europa. Al principio se con-


denó la obra individual de algunos autores, como el jesuita Ettiene Bauny;
luego algunas universidades, como Lovaina, elaboraron listados de fórmulas
laxistas inconvenientes; pronto aparecieron obras críticas como las de Ar-
nauld y Pascal; hasta llegar a las condenas papales de Alejandro VII (1665-
1668) e Inocencio XI (1679), y la Censura y declaración del clero galicano
de 170029. Quizás la mayor contribución a la debacle del laxismo se debió al
éxito de las Provinciales (1656-1657) de Blas Pascal, que entre la cuarta y la
dieciséis se ocupó de la corriente con mucha ironía, criticando el abuso del
casuismo y la sutileza, por debilitar la conciencia moral de las personas.
El apogeo de la ofensiva rigorista contra la laxitud de opiniones se produjo
con las condenas romanas. Algunos ejemplos de las proposiciones censuradas
nos ayudan a comprender qué se entendía por “moral laxa”. Así, Inocencio XI
condenó aquella que establecía que “está permitido desear de manera absolu-
ta la muerte de su padre, no por el mal del padre, sino por el bien de quien la
desea, porque esa muerte reportará a éste una rica herencia”, y otra que decía
“está permitido robar, no sólo en el caso de necesidad extrema, sino incluso
en el de necesidad grave”30; y Alejandro VII, algunos años antes, había conde-
nado la que fijaba que “cuando las partes adversas tienen a su favor opiniones
igualmente probables, el juez puede aceptar dinero para pronunciarse a favor
de uno con preferencia al otro”31. No parece haber duda sobre la laxitud moral
de estas opiniones, pero las condenas papales también alcanzaron al proba-
bilismo. Así, en el catálogo de Inocencio XI también aparecía prohibida esta
sentencia: “Estimo probable que un juez pueda juzgar siguiendo una opinión
incluso menos probable”32.
Estos ataques, que para combatir la benignidad moral excesiva buscaban
reforzar el rigor y la seguridad, no resultaban ajenos, como veremos luego, a
la acción de los grupos jansenistas.
La crítica al laxismo y al probabilismo produjo una literatura específica,
especialmente difundida después de la expulsión de los jesuitas, utilizada
para reemplazar su doctrina en las cátedras universitarias. Algunos de sus ex-
ponentes fueron célebres, como el dominico Daniel Concina; otros circularon
profusamente, en ediciones enmendadas, como Francisco Lárraga, Faustino

29 Delumeau, La confesión y el perdón, pp. 101-102.


30 Cit. en Delumeau, La confesión y el perdón, pp. 103-104.
31 Delumeau, La confesión y el perdón, p. 124.
32 Delumeau, La confesión y el perdón, p. 124.

184
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Cliquet y Francisco Echarri33; algunos otros titularon sus obras para no dejar
lugar a dudas, como Miguel de San Joseph34.
Daniel Concina, uno de sus más famosos impugnadores, escribía en su
Teologhia christiana dogmatico-moral, que era proposición condenada ad-
mitir que “probablemente juzgo que puede juzgar el juez aún según la opinión
menos probable”35; y otro dominico, Lárraga, a la pregunta sobre si era lícito
seguir las opiniones de tenue probabilidad, respondía en su Prontuario de
la Teología Moral “que no, como consta de la proposición 3. condenada por
Inocencio XI”36. Estos autores tendrían una importancia decisiva en la Uni-
versidad de Córdoba del Tucumán luego de la expulsión de los jesuitas y su
reemplazo por los franciscanos en la dirección de los estudios.
Un caso interesante es el de Miguel de San Joseph (1682-1757), trinitario
descalzo y lector de prima de teología en el Colegio de Alcalá de Henares de su
orden. Su libro, Estudio de la verdad contra el demasiado aprecio de la opin-
ión, fue publicado por primera vez en 1715 y reeditado en Madrid en 1767. Un
título así, en ese año, invalida las coincidencias. La utilidad de la obra para
combatir la “doctrina de los expulsos” resulta evidente. Sin embargo, ya ver-
emos que cuando ingresamos en su lectura y en la sutileza de los “sistemas
morales”, encontramos que sus posiciones no son del todo tajantes.
No se nos escapa, por supuesto, que la doctrina del probabilismo, tan ben-
eficiosa y creativa para permitir respuestas adaptadas al caso concreto, coyun-
turas específicas o dilemas cuya resolución admitía varias posibilidades, tenía
también una gran potencialidad dañina en términos políticos para gobiernos
que pretendían consolidar su autoridad. Aquí radica tal vez el punto central
de los temores que llevaron a no diferenciar la opinión laxa de la menos prob-
able: el miedo a la desobediencia.
No resulta casual que la caída más estrepitosa del probabilismo como me-
canismo de resolución de dilemas, haya quedado vinculada a la de sus prin-
cipales valedores en las aulas, en el ámbito de la Monarquía española: los
jesuitas. En este tiempo, uno de los argumentos larvados que justificó la ex-
pulsión y disolución de la orden tenía que ver con ello.

33 Lárraga, Prontuario de la Teología Moral; Cliquet, La flor del moral; Echarri,


Directorio moral.
34 San Joseph, Estudio de la verdad contra el demasiado aprecio de la opinión.
35 Concina; Theologia christiana dogmatico-moral, Tomo I, Lib. II. Disertación II.
“Del Probabilismo y sus consecuencias”. § 4.
36 Lárraga; Prontuario de la Teología Moral, p. 345.

185
ESTEBAN F. LLAMOSAS

En este sentido, argumentaba Concina:

“¿si este sistema rige... en las sentencias pronunciadas acerca de la ley de Dios, por que
no ha de regir a yunque en las sentencias que se pronuncian sobre las leyes de la Iglesia
y de los soberanos?... ¿Tendrá por ventura mayor fuerza para con vosotros un canon
de un Concilio, una ley de un Soberano, que un mandamiento de la ley de Dios?... En
una palabra, ¿si el probabilismo sabe acomodar la ley de Dios al genio de la conciencia,
no ha de saber torcer al genio de la libertad las leyes de sus vicegerentes en la tierra?” 37

El miedo de las autoridades cobraba así una dimensión concreta, que ya


no remitía a disquisiciones sobre la ética de asuntos privados, si no que se
vinculaba a la posibilidad de la desobediencia política. En tiempos de con-
vulsiones, algunos temores eran evidentes, otros requerían de mayor sutile-
za; pero las causas eran comunes. Las virtualidades jurídicas y políticas del
debate probabilista resultaban mayúsculas. Sobre una cuestión tan directa
como la condena al tiranicidio, que con la expulsión de los jesuitas volvió
a cobrar relevancia, la preocupación real reconocía otras aristas menos evi-
dentes. En un orden social dominado por la religión, las cuestiones de con-
ciencia, especialmente aquellas que ponían en contradicción el fuero externo
y el interno, resultaban centrales. Por lo tanto, las respuestas que a tal con-
tradicción brindaran los diferentes sistemas morales, no eran neutrales para
la Monarquía. Su importancia práctica era fundamental “dada la precariedad
de los aparatos de dominio coactivo disponibles”38. El mismo Concina ad-
mitía, en obra destinada a historiar (para combatir) el probabilismo, que su
principal peligro consistía en aflojar el lazo de obediencia al rey: “¿si, como
dice San Agustín, entendéis la ley de Dios, no como ella es en sí, sino como
vosotros queréis, qué maravilla será, que hagáis lo mismo con las leyes del
Soberano?”39.
La condena de la negativa a pagar los tributos justificada en la duda so-
bre su legitimidad, realizada por el clero francés en 1700, coincidía con esta
preocupación.
¿Qué ocurrió con la enseñanza universitaria de la Monarquía española
después de la expulsión de los jesuitas?: refuerzo del regalismo, censores re-

37 Concina, Historia del probabilismo y rigorismo. Capítulo VII. I. El probabilismo


es contrario á la autoridad de la Iglesia, á la de los Soberanos, y la de los Theologos..., pp.
90-91.
38 Garriga, “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen”, p. 14.
39 Concina; Historia del probabilismo y rigorismo, p. 91.

186
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

gios, reforma de planes con control de textos, juramentos de vinculación más


severos, reemplazo de autores peligrosos. El problema era la obediencia.
Justamente, a fin de fortalecer el vínculo que unía al súbdito con las au-
toridades, en este período tuvo un gran avance la doctrina del regalismo. La
obligación del pase o exequatur para los documentos de la Santa Sede, la im-
posición del tomo regio para señalar los temas a tratar por el concilio, el jura-
mento universitario de defensa de las regalías, las limitaciones al derecho de
asilo en las iglesias, la proliferación de los recursos de fuerza contra la juris-
dicción eclesiástica, y el nombramiento de censores regios para controlar las
doctrinas difundidas en las casas de estudios, son ejemplos en este sentido.
Las reformas universitarias de Carlos III, en este contexto, no impusieron
un único plan para todos los centros de estudios, sino que las modificaciones
fueron individuales y graduales. La unidad de las reformas estuvo garantiza-
da por el triunfo del regalismo. En las Facultades de Teología se propusieron
estudios y autores de filiación jansenista. Se enseñaron Lugares Teológicos,
Instituciones, Historia de los Concilios generales y nacionales, Historia de la
Iglesia, y se hizo hincapié en la Teología Práctica (Moral, Pastoral y Escrit-
uras), con clara tendencia rigorista. Fue marcada la influencia de los estu-
dios propuestos en 1774 para la Universidad de Viena40. En las Facultades
de Cánones, que se separaron de las de Leyes, la orientación fue similar. Se
enseñaron Concilios y legislación eclesiástica anterior al Decreto de Graciano,
Concilios nacionales y disciplina de la Iglesia española, y se redujo el estudio
de las Decretales. El autor emblemático fue el flamenco Van Espen.
Un párrafo especial merece el “jansenismo”, corriente que se enhebró con
el regalismo, cuyos autores fueron punta de lanza para la avanzada rigorista,
antiprobabilista y antijesuita. El vínculo entre regalismo y jansenismo llegó
a España por vía francesa, y se produjo en el siglo XVIII. Originariamente, el
jansenismo hacía referencia a la doctrina herética del obispo flamenco Cor-
nelio Jansenio, cuyo Augustinus, obra póstuma aparecida en 1641, había sido
condenada por sus posiciones sobre la gracia, que según sus censores, la acer-
caban peligrosamente a la Reforma protestante. De este modo, el jansenis-
mo era una doctrina teológica defendida por grupos que proponían mayor
austeridad religiosa y puritanismo, condenada por Roma como heterodoxa41.

40 Álvarez de Morales, La Ilustración y la reforma de la Universidad en la España


del siglo XVIII, p. 110.
41 La condena más famosa está contenida en la Bula Unigenitus de 1713. Tomsich, El
jansenismo en España, p. 28.

187
ESTEBAN F. LLAMOSAS

Sin embargo, el término “jansenista” pronto enlazó con el pensamiento re-


galista y antirromano, y fue utilizado como una acusación contra aquellos
que proponían reformas eclesiásticas. La nueva caracterización del término
está relacionada al enemigo común de los antiguos y recientes jansenistas: la
Compañía de Jesús.
Los jesuitas, que se habían opuesto en la Universidad de Lovaina a la doc-
trina de Jansenio, y se habían enredado en arduas polémicas con miembros
de otras órdenes por la cuestión de la gracia y el libre albedrío, comenzaron
a utilizar el término “jansenista” como un mote despectivo hacia sus nuevos
enemigos del siglo XVIII que intentaban limitar el poder de Roma. Reform-
istas y regalistas, que sólo coincidían con los antiguos jansenistas en el deseo
de restaurar la disciplina y en cierto rigorismo moral, recibieron esta denom-
inación, que pretendía desacreditarlos por el vínculo con la antigua herejía.
La polémica entre jansenistas y jesuitas tuvo varios puntos álgidos,
pero uno de los más notorios se dio con la publicación del Índice de libros
prohibidos de 1747 por la Inquisición española, en ese momento dominada
por la Compañía de Jesús. Los jesuitas incluyeron una lista de obras acusadas
de jansenismo, lo que les valió el enojo de otras órdenes religiosas cuyos au-
tores fueron incluidos en el catálogo. Finalmente, la lucha se inclinó a favor
del grupo jansenista en el que militaban los ministros y consejeros del Rey.
Después de la expulsión de los jesuitas, el pensamiento regalista entró en las
universidades y se difundieron las obras de autores jansenistas como Van Es-
pen y su discípulo Febronio, a pesar de estar incluidos en el Índice romano.
Uno de los datos más sobresalientes del jansenismo del siglo XVIII, fue
así su rechazo al probabilismo, manifestado a través del rigorismo moral. Se
establecía así un lazo con el jansenismo originario, caracterizado por su aus-
teridad, ascetismo y celo por la disciplina.

3. La Universidad de Córdoba del Tucumán como laboratorio antiproba-


bilista. Expurgo de la biblioteca, constituciones defensivas y fortalecimiento
del lazo de obediencia

En la historiografía resultan usuales las referencias al predominio proba-


bilista en la etapa jesuita de la Universidad, pero más allá de la descripción
de su reemplazo en los años posteriores, no se suele indagar con profundi-
dad en las razones que la convirtieron pronto en un laboratorio en sentido
contrario. Esa indagación, que puede apoyarse en numerosas fuentes, sirve

188
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

para explicar, en un espacio específico, el entramado de consecuencias mo-


rales y políticas que se pretendía desterrar con la sustitución de la doctrina,
y también para retomar las preguntas de Tau Anzoátegui sobre la relación
de este abandono con la adopción de criterios jurídicos más sistemáticos. En
pocas décadas, la Universidad de Córdoba expurgó su biblioteca, impuso una
nueva teología moral en sus cátedras, reemplazó autoridades, reformuló sus
constituciones y sus fórmulas de juramento, y erigió una nueva Facultad para
defender las regalías mayestáticas. Todo esto, al amparo de un poderoso dis-
curso antiprobabilista.
Poco después de la clausura del Colegio Máximo, los estudios fueron re-
abiertos bajo dirección franciscana. Esta decisión contrariaba la Instrucción
del Conde de Aranda de sustituir “los directores y maestros jesuitas con
eclesiásticos seculares, que no sean de su doctrina”42. El obispo del Tucumán,
Manuel Abad Illana, hizo gestiones a favor de los franciscanos amparándose
en la parte final de la Instrucción, al considerar que el clero secular cordobés
no podría combatir la doctrina jesuita por haber sido formado en dicha escue-
la. El deán de la catedral de Córdoba, Antonio González Pavón, manifestaba
cómo se había preferido a los franciscanos, “porque había más abundancia
de sujetos hábiles, doctos y ejercitados en impugnar las extravagancias del
probabilismo y demás doctrinas laxas”43.
De la numerosa legislación real, informes y memoriales destinados a ori-
entar la enseñanza, es elocuente el dictamen del Fiscal del Consejo de Indias
de abril de 1768, que indica los autores y libros que debían regir las lecciones.
Ante las presiones para trasladar la Universidad a Buenos Aires, el Fiscal
dictaminó que quedase en Córdoba, debiéndose “desterrar la doctrina de los
expulsos, sustituyéndola por la de San Agustín y Santo Tomás, y colocando
de acuerdo con los reverendos obispos, clérigos seculares de probada doctri-
na y en su defecto, religiosos, por ahora, que enseñen por la letra de Santo
Tomás, el Cano de ´Locis Theologicis´ y la Teología Moral de Natal Alejandro
y de Daniel Concina para desterrar la laxitud de las opiniones morales”44. El
citado González Pavón y otros testimonios corroboran la utilización de estos
autores y confirman el plan de sustitución propiciado por la Monarquía, que
abandonaba así el probabilismo jesuita para adherir al rigorismo moral, con
el sostén de autores dominicos.

42 Cit. por Benito Moya, Reformismo e Ilustración, p. 56.


43 Peña, Los sistemas jurídicos de enseñanza, p. 98.
44 Cit. por Peña, Los sistemas jurídicos de enseñanza, p. 97.

189
ESTEBAN F. LLAMOSAS

En la nueva etapa universitaria, los catedráticos de Teología Moral explic-


aron los principios jurídicos por la Suma Teológica, y los principios políticos
según el De regimine principum de Santo Tomás, juzgado más moderado
frente a la autoridad; incorporaron el tratado teológico de Daniel Concina, ad-
scripto al probabiliorismo; enseñaron la teología positiva e histórica a través
del De locis theologicis de Melchor Cano, que a su prestigio como teólogo de
Trento sumaba la ventaja política de ser considerado adversario de los jesuit-
as; y leyeron la Historia ecclesiastica de otro dominico, Natal Alejandro, que
había figurado en el Index romano por su galicanismo.
La Universidad recibió la Real Cédula de marzo de 1768, luego recogida en
la Novísima Recopilación, fomentando la obra Incommoda probabilismi del
dominico Luis Vicente Mas de Casavalls, que impugnaba la tesis del tirani-
cidio45; y también la Real Provisión de 1769 prohibiendo la enseñanza de los
jesuitas Calatayud, Busembaum y Cienfuegos46. La biblioteca, sometida a fre-
cuentes despojos, fue expurgada. Juan José de Vértiz, en ese momento gober-
nador de Buenos Aires, en noviembre de 1771 mandó a la Junta de Temporal-
idades “se recojan los Libros de Doctrina relajada que los Regulares expulsos
defendian y enseñaban”47, y cuando la biblioteca fue mandada restituir a la
Universidad, quedó claro que debían separarse antes “por personas eruditas
y juiciosas las obras de doctrina relaxada”48. Cuando se compraron nuevos
libros para renovarla, los franciscanos ratificaron esta tendencia sumando las
recopilaciones reales, autores regalistas en materias políticas y rigoristas en
cuestiones morales. Según testimonio del rector Pantaleón García en 1806,
a los “Sanchez, Fagundez, Lacroix, Vivas, y otros Metaphisicos, Asceticos y
espositores”, que representaban la escuela jesuita, la regencia franciscana
sumó a Tournely, Cano, Gotti, Concina, Santo Tomás, Juenin, Marca, Aceve-
do, Solórzano y Natal Alejandro, entre otros49.
El regalismo y rigorismo difundidos desde los estudios teológicos, condu-
jeron inevitablemente a modificar las fórmulas de juramento de los estudi-
antes, que pronto debieron manifestar que detestaban la doctrina del tirani-
cidio condenada por el Concilio de Constanza y también que obedecerían al
rector. Suele repetirse que el poder real, en su afán de controlar y centralizar

45 IEA, Colección documental “Mons. Dr. Pablo Cabrera”, documento 6751.


46 IEA, Colección documental “Mons. Dr. Pablo Cabrera”, documento 6627.
47 IEA, Colección documental “Mons. Dr. Pablo Cabrera”, documento 2616.
48 IEA, Colección documental “Mons. Dr. Pablo Cabrera”, documento 2629.
49 Cit. por Cabrera, “La antigua biblioteca jesuítica de Córdoba”, pp. 184-185.

190
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

las universidades, utilizó las cátedras de Leyes y Cánones. Sin embargo, y el


ejemplo de Córdoba del Tucumán lo demuestra, su interés primario estuvo
en la teología y los contenidos jurídico-políticos que allí se desarrollaban. En
esta tarea coincidieron franciscanos y dominicos, los primeros como ejecu-
tores de las políticas reales, los segundos proveyendo las autoridades que las
justificaban.
El control de ideas no dejó fuera ninguna materia. Meses antes de la refor-
ma de constituciones del obispo San Alberto, el virrey Vértiz, disgustado con
la publicación de unas conclusiones de filosofía moderna, ordenó que

“en lo subcesivo..., para la impresión de iguales actos literarios, ó conclusiones manus-


criptas..., deveran no solo por un efecto de urbanidad sino de obligacion presentarlas
antes al Rector de la Universidad, y colegio, con el fin de que las enmiende, o corrixa,
que es el medio que ha tomado S.M., y es estilo inalterable en todas las Escuelas para
precaver el que no se defiendan doctrinas peligrosas, relaxadas y laxas, inconvenientes
al Estado...” 50

El esfuerzo institucional más relevante para fortalecer la obediencia a las


autoridades y reordenar la Universidad según las nuevas corrientes morales y
políticas, se produjo sin duda con la visita y las constituciones del obispo del
Tucumán, José de San Alberto. A solicitud de Pedro José Parras, rector de la
Universidad, el virrey Vértiz comisionó en noviembre de 1783 al obispo para
realizar una visita a la casa de estudios. Luego de varios meses, este redactó
nuevas constituciones sobre la base de las anteriores, y las elevó al nuevo
virrey, Marqués de Loreto, a fines de abril de 1784. Más allá de la discusión
historiográfica sobre su efectiva vigencia legal o su utilización informal, el
análisis de sus cláusulas resulta revelador del ambiente dominante en la Uni-
versidad. En la constitución 28, dentro del título referido a los grados en la
Facultad de Teología, después de criticar el método de enseñanza de la moral,
mandaba que en el cuarto año se estudiara la misma y que nadie obtuviera
la calidad de pasante “sin que sean aprobados en ella por el compendio de
la moral mas sana”51. Esta referencia nos remite, por oposición, a la moral
“enferma”, “relajada”, de la escuela jesuita. La constitución 93 nos brinda la
clave de la orientación teológica de los estudios, al fijar los autores para la en-
señanza: “y asi mismo los compendios de Gonet para la Theologia, ó la suma

50 Archivo General e Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba (AGHUNC),


Serie Documentos, Libro 3, fs. 179-180.
51 Constituciones de la Universidad de Córdoba, p. 209.

191
ESTEBAN F. LLAMOSAS

de Sto. Thomas; y para el Moral los compendios de Concina, Echarri, Kiclet52,


Ferrer ó Larraga ilustrados todos en estos ultimos años, y reducidos á una
doctrina sana, y segura en todas sus partes...”. Salvo Cliquet, Echarri y Ferrer,
los demás autores pertenecían a la orden de los dominicos. Los moralistas,
adscribían al probabiliorismo y al rigorismo. En este listado resulta notoria
la influencia de Concina, figura central para el estudio de la teología moral en
este período, ya que el examen de las ediciones posteriores a 1767 de los libros
mencionados, revela que fueron corregidos bajo el modelo de su tratado. El
dominico ya había escrito entre 1743 y 1748 su Storia del probabilismo e del
rigorismo, pero el texto utilizado para la enseñanza fue su Theologia christi-
ana dogmatico-moral.
Entre los demás moralistas señalados por las Constituciones, destaca
Francisco Echarri, franciscano, autor de un Directorio moral varias veces re-
impreso, que desde 1769 corría corregido por otro miembro de su orden, Fr.
Antonio López Muñoz53. Sus afirmaciones y citas doctrinales lo ubican sin
duda entre los opositores a la escuela jesuita. Aunque admitía que el proba-
biliorismo muy rígido también era pernicioso, consideraba que era preferible
al uso del probabilismo. Otro de los teólogos mencionados, Faustino Cliquet,
fue un agustino español autor de un tratado moral54 que debió ser expur-
gado para ostentar el título de “seguro”. Al parecer, las primeras ediciones
de la obra estaban plagadas de opiniones probabilistas, y cuando los aires
cambiaron, las sucesivas, además de las enmiendas, adoptaron un curioso
tono de disculpa. Ese tono excusatorio por los “errores” del pasado se percibe
desde el comienzo. Desde las dedicatorias que exaltan al Soberano y atacan
el tiranicidio y la laxitud, hasta la humillante retractación escrita por Cliquet
a los 84 años, en la que anota “assi padece mi animo una grande agitacion,
por haver dado a la estampa algunas opiniones morales, que... pueden ser
perjudiciales en los tiempos presentes”, y “para descargo de mi conciencia,
me retrato (sic) de la opinion que defiendo en el tomo segundo de mi Flor del
Moral, y en el Compendio tratado XVIII de Concienc..., esta es, ´que se puede

52 Se refiere a Faustino Cliquet, teólogo agustino, autor de La flor del moral.


53 La edición consultada es Directorio Moral del Reverendo Padre Fray Francisco
Echarri..., segunda vez ilustrado, reformado, añadido, y corregido... por el R.P.Fr. Anto-
nio López Muñoz...; Madrid: en la Imprenta de D. Pedro Marin, 1783.
54 La edición consultada es La flor del moral, esto es, lo mas florido, y selecto que se
halla en el jardin ameno, y dilatado campo de la theologia moral: Su Autor el M.R.P.Fr.
Joseph Faustino Cliquet..., con las adiciones y correcciones... P.M.Fr. Francisco Belza,
también Agustiniano...; Madrid: Don Pedro Marin, 1784.

192
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

seguir la opinion probable, y menos segura, dejando la mas probable y la mas


segura...´ y digo, que no puede licitamente seguirse: y que esta mi retratacion
debe contraherse a todas las materias particulares en que defiendo las opin-
iones probables y menos seguras”. En la edición consultada, de 1784, en el
prólogo del tomo segundo el probabilismo ya es calificado de “monstruo”. El
último autor ordenado en la constitución 93 es Francisco Lárraga, también
dominico. Su Prontuario de la teología moral55 debió pasar por el expurgo
para adaptarse a los nuevos tiempos, especialmente, tal como sostiene la Ad-
vertencia preliminar, después de que Concina publicara su tratado en 1749
atacando el probabilismo. Una vez realizados los cambios, la orientación del
libro es indudable: se condena el laxismo y el regicidio, y los autores más
repetidos en las citas son los considerados “seguros” y cercanos al rigorismo
(Concina, Antoine, Wigandt y Van Ranst).
Todos estos libros, que marcan la orientación de la teología moral man-
dada enseñar por el obispo San Alberto, tenían en común que eran recientes
(“ilustrados todos en estos últimos años”); que condenaban el probabilismo
y en mayor o menor grado adherían al rigorismo moral; que salvo el de Con-
cina, guía de la mayoría, habían sido reformados para adaptarse a las nuevas
preferencias de la Monarquía; y que casi todos adjuntaban las proposiciones
laxistas y probabilistas condenadas por los Papas Alejandro VII, Inocencio XI
y Alejandro VIII.
Esta preocupación por asegurar la moral a través de los textos, en un or-
den jurídico de tanta impregnancia religiosa, requería también de otros me-
canismos de control. El peso de la conciencia, siempre puesta en juego ante
el riesgo de desobediencia y pecado, determinó la sustitución y el refuerzo de
las fórmulas de juramento. Se establecía así un nuevo anclaje, simbólico pero
sumamente coactivo, para garantizar siempre el cumplimiento de la regla, sin
flexibilidad ni matices.
El juramento universitario, desde el destierro de la Compañía de Jesús,
obró como un mecanismo de apoyo a la tesis del origen divino inmediato de
la autoridad real. Rescatando antiguas condenas del Concilio medieval de
Constanza (1415), antes de recibir los grados, los estudiantes debían jurar

55 La edición consultada es Prontuario de la Teologia Moral, compuesto primera-


mente por el P.Fr. Francisco Larraga..., despues reformado y corregido en algunas de
sus opiniones..., por el Convento de Santiago del mismo orden..., y ahora..., acabado de
reformar..., por Don Francisco Santos y Grosin...; Madrid: en la imprenta de Collado,
1780.

193
ESTEBAN F. LLAMOSAS

que “detestaban” el tiranicidio. En las Constituciones de 1784 aparecía la fór-


mula “de defender la Concepcion Immaculada de Maria Ssma.: el de asistir á
ciertas funciones de la Universidad: de impugnar, y detestar la doctrina del
Tyranicidio, y Regicidio, de obedecer al Rector de la Universidad...” (con-
stitución 56). Ese juramento, tomado por el Secretario de la Universidad,
abreviaba otro que se venía utilizando en años anteriores, más completo y
contundente:

“Juro también que rechazo y rechazaré mientras viva, e impugnaré en la medida en que
se ofrezca la ocasión, la doctrina acerca del tiranicidio contenida en aquella formula-
ción que dice: ‘Cualquier tirano puede y debe lícitamente y con mérito ser matado por
cualquier vasallo suyo, o súbdito, y también mediante insidias clandestinas y halagos y
adulaciones sutiles, no obstante cualquier juramento o alianza que se hayan hecho con
él, sin esperar sentencia ni mandato de ningún juez’, y abrazo firmemente la doctrina y
la definición del Santo Concilio General de Konstanza... Yo también juro que ni directa
ni indirectamente con ningún pretexto, derecho ni ocasión impugnaré la autoridad real
y las disposiciones reales de nuestro rey católico, que más bien sostendré, promoveré y
defenderé esa misma autoridad regia...”56

Unos años después, en 1793, ya creada la sede legal para la enseñanza


jurídica, uno de los estudiantes de la cátedra de Instituta defendió conclu-
siones en este mismo sentido. Jerónimo de Salguero y Cabrera sostuvo vein-
tidós proposiciones claramente regalistas, y en lo que respecta al tema que
tratamos, defendió el siguiente principio:

“No solo por el derecho natural y las leyes humanas, sino también por la ley divina, está
prohibido a todos y a cada uno de los súbditos tramar con cualquier pretexto o ejecutar
cosa alguna contra los reyes, aun los más crueles, de tal suerte que sea reo de nefario
sacrilegio ante Dios quien quiera que ose profanar las sacrosantas personas de los re-
yes, o la majestad de ellos: por lo qual el regicidio es condenado en el Concilio general
constantinense del año 1415…” 57

Por supuesto, el discurso antiprobabilista, que buscaba garantizar seguri-


dad, y como vimos, se radicaba en distintas sedes, no fue patrimonio exclu-
sivo de la Universidad. En otros espacios educativos sucedía lo mismo.
En el convento dominico de Córdoba funcionaba un Estudio General des-

56 Cit. por Chiaramonte, La Ilustración en el Río de la Plata, pp. 190-191.


57 Cit. por Peña, “Conclusiones jurídicas defendidas en la Universidad de Córdoba a
fines del siglo XVIII”, p. 18.

194
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

de mediados del siglo XVII58, que durante un breve período, a comienzos del
siglo XVIII, otorgó grados en Artes y Teología59. El contenido de su biblioteca
estaba íntimamente ligado a las doctrinas difundidas en la enseñanza. Los
más célebres teólogos de la orden, utilizados por la Monarquía para reafirmar
su autoridad y controlar las disidencias, estaban presentes. La concordancia
no operaba sólo a través de la teología moral rigorista, también hay eviden-
cias de la adhesión en los estudios a la doctrina de Bossuet sobre el origen del
poder. En mayo de 1793, fray Baltasar de Quiñones, General de la orden, re-
alizaba observaciones al decimosexto capítulo provincial celebrado dos años
antes en Buenos Aires, atacando los “errores” de Rousseau e invocando las
autoridades de Santo Tomás y Bossuet60.
En la biblioteca conventual estaba la Política indiana de Solórzano Perey-
ra; la Historia legal de la bula In Coena Domini de Juan Luis López; las obras
de Pedro Frasso, Francisco Salgado de Somoza y Gaspar de Villarroel; los
tratados morales de Cliquet, Lárraga y Echarri; el Tribunal confessariorum,
manual rigorista de Martin Wigandt; los textos regalistas de Campomanes y
Rivadeneyra Barrientos; las Instituciones de derecho eclesiástico de Carlos
Berardi; el Gobierno de los regulares de la América de Pedro J. Parras; y
por supuesto, las obras de Bossuet, Cano y Concina. El predominio del pens-
amiento regalista y rigorista en moral es notorio61.
También identificamos la presencia de otro grupo de autores, más ligados
al jansenismo. Natal Alejandro, el gran teólogo dominico cuya doctrina se
recomendó para suplantar las enseñanzas jesuitas, aparecía con su Theologia
dogmatico-moralis62; de Claude Fleury, amigo de Bossuet, rigorista y epis-

58 González, “Provincia de Argentina”, en VV.AA., La Orden de Santo Domingo en


Córdoba, p. 22.
59 Por la determinación del obispo Manuel Mercadillo y bajo el amparo de la bula
pontificia de Inocencio II de 10 de mayo de 1692, que permitía a los obispos indianos
conferir grados en los colegios dominicos que distaren más de doscientas millas de uni-
versidades oficiales, el Estudio del convento de Córdoba lo hizo desde 1700, hasta que la
Audiencia de Charcas se lo impidió en 1702.
60 Actas del 16to. Capítulo Provincial, Buenos Aires, 1791. Observaciones y aproba-
ciones del General Fray Baltasar de Quiñones, en Carrasco, “Ensayo histórico sobre la
orden dominica argentina”, pp. 515-517.
61 Para un estudio más exhaustivo de este fondo, Llamosas, “Regalismo y jansenismo
en la biblioteca dominicana de Córdoba”, pp. 99-111.
62 Editado en Venecia en 1771, lleva un ex libris de Fr. Lucas Cabrera, quien está pre-
sente en el Convento a fines del siglo XVIII.

195
ESTEBAN F. LLAMOSAS

copalista, figuraban las Instituciones del derecho eclesiástico traducidas por


el español Blas Nassarre a comienzos del siglo XVIII (esta versión adicionada,
publicada en 1730, fue censurada por el Santo Oficio63); también estaban el
Espectáculo de la naturaleza64 del abad francés Noel Pluche, impugnador
de la Bula Unigenitus; y dos obras del teólogo agustino Juan Lorenzo Berti,
su De Theologicis disciplinis, censurada por algunos obispos franceses como
sospechosa de jansenismo por sus opiniones sobre la gracia65, y su Historia
eclesiástica. El flamenco Van Espen, indudable jansenista, condenado por
Roma en 1713 y 1742 por su defensa del episcopalismo, aparecía en la bib-
lioteca con su célebre Jus ecclesiasticum universum66, editado en Madrid en
1778.
En este contexto, puede suponerse una extrañeza que aparezca en la bib-
lioteca el Index librorum prohibitorum ac expurgandorum novissimus pro
universis hispaniarum regnis serenissimi Fernandini VI Regis Catholici,
elaborado por los jesuitas Cassani y Carrasco, publicado en 1747 por el In-
quisidor General Francisco Pérez de Prado. Este catálogo fue muy polémico
por la inclusión de un apéndice de autores opuestos a la Compañía de Jesús,
copia de la Bibliothéque janséniste ou Catalogue Alphabétique des livres
jansénistes, quiétistes, et baianistes, de otro jesuita, el P. Colonia, que había
sido condenado por el Papa Benedicto XIV por su parcialidad. No debemos
pensar que la existencia de este volumen representa una contradicción con la
orientación del fondo, sino que este tipo de catálogos eran de uso indispens-
able en las librerías religiosas coloniales, para controlar el posible acceso de
textos condenados.
La biblioteca dominica contaba con una obra cuyo título resulta revelador
del ambiente de ideas que venimos describiendo. Se trata del Estudio de la
verdad contra el demasiado aprecio de la opinión, del trinitario descalzo Mi-
guel de San Joseph. Ya hemos mencionado su reedición en el mismo año de
la expulsión de los jesuitas y la sutileza con que debemos leerlo, para no sim-
plificar sus conclusiones. El volumen cuenta con un ex libris de José Márquez
de la Plata, fiscal de la Audiencia de Chile, fechado en 1780.
La obra es interesante, porque realiza un breve resumen de las bondades y

63 Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias y Artes.


Tomo XIII.
64 La obra presenta un ex libris de 1805.
65 Diccionario de Ciencias Eclesiásticas. Tomo II.
66 Tiene una anotación de 1805.

196
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

perjuicios de los distintos sistemas morales, para señalar el peligro de buscar


la verdad a través de cualquier opinión. Sin duda, su postura es antiprobabi-
lista y particularmente antilaxista, al criticar con fuerza la elección de la “sen-
tencia benigna” para resolver los dilemas. Así, en la Aprobación del libro por
el Colegio de Trinitarios Descalzos de la Universidad de Alcalá de Henares,
se explica que se trata de una “nervosa” impugnación del probabilismo intro-
ducido por los casuistas desde fines del siglo XVI y admitido por gravísimos
escritores con el pretexto de benignidad67. Al intentar “moderar el aprecio de
la opinión, para que nunca… presuma igualdades con la verdad”, San Joseph
enumera las diversas clases de antiprobabilistas, para tratar de escoger algu-
na doctrina que evite la flexibilidad mayúscula, sin cerrar del todo la puerta
de salida a la conciencia dudosa. Con esa finalidad describe a los probabil-
ioristas; critica a los tucioristas, que por obligar a lo más seguro no dejaban
lugar a las opiniones; y suma a quienes denomina “veristas”, a los que juzga
mejores y propone seguir. Así justifica que para seguir opiniones contra la
ley, al menos hay que tener probabilidad de que no se la quebranta. Para que
la conciencia sea recta se debe buscar la verdad, presentada aquí como algo
opuesto a la mera opinión.
El libro no reprueba entonces las opiniones, sino su demasiado aprecio:
se pueden seguir, con acento en la búsqueda de la verdad, sometiéndolas a
escrutinio, sin adherir a ellas ciegamente, comprobando que no sean falsas.
Si los “benignos” han adherido a cualquier opinión y ello resulta intolerable,
la búsqueda de la verdad requiere de un esfuerzo mayor, ya que la ignoran-
cia muchas veces es vencible. Para los casos de duda, el recurso a la opinión
debería admitirse, y más allá de la crítica a la disparidad de pareceres sobre
los mismos puntos y a la falsedad de algunos argumentos, el objetivo de San
Joseph es buscar la opinión verdadera entre las opiniones contrarias, para
alcanzar “la certidumbre con que debe contentarse el hombre para obrar”68.
Así, cotejando méritos y con apoyo en una larga lista de filósofos clásicos y
teólogos, va señalando las máximas morales universales que guiarían el juicio
hacia la verdad. Si el uso de la probabilidad se había dilatado, debía recondu-
cirse a sus antiguos límites; por eso, más allá de la ostentación de su título y
del fuerte ataque a los laxistas, no se muestra tan severo con algunos jesuitas
a quienes juzga moderados (veristas). Sus palabras son elocuentes, porque
entiende que el excesivo rigor también resulta problemático: “Mi intento en

67 San Joseph, Contra el demasiado aprecio de la opinión, Aprobación.


68 San Joseph, Contra el demasiado aprecio de la opinión, Prólogo.

197
ESTEBAN F. LLAMOSAS

este Libro es moderar el uso de la probabilidad, no extirpar las opiniones


probables, sin las quales apenas pudieran vivir los hombres”69.
Otra biblioteca conventual que podemos tomar como ejemplo, por su vin-
culación a la orden que rigió la Universidad entre 1767 y 1807, es la librería
franciscana. El archivo del Convento menciona un Libro de las oficinas de
Ntro Seráfico Padre San Francisco de Córdoba, en el que se transcriben las
obras presentes en 1727. Allí los temas se clasifican en Escolásticos, Tribuna
de Religión, Predicables Latinos y Romancistas, Historiales, Espirituales,
Gramáticos, de Medicina, Morales, Santos Padres, Expositores, Juristas70.
Aunque no hemos tenido acceso al documento (previo a la expulsión de los
jesuitas, por otra parte), lo que exponemos es el resultado de la revisión de
los volúmenes presentes actualmente en el fondo antiguo, la mayoría con ex
libris u otras notas que los sitúan en el tiempo analizado71.
Durante los cuarenta años de regencia de la Universidad, sin duda la bib-
lioteca conventual funcionaba en relación con aquella. Así, fray Elías del Car-
men Pereyra, profesor de artes, invitaba a sus alumnos universitarios que
quisieran profundizar el tema que dictaba, a visitar el fondo del convento para
revisar las obras de Tosca, Almeida y Bautista72. De todos modos, es posible
analizarlo de manera independiente.
En materia teológica, encontramos el Catecismo histórico de Fleury; la
Historia de las variaciones de las Iglesias protestantes de Bossuet; la Op-
era de Melchor Cano, en la edición comentada por Hyacinto Serry; textos de
Concina, Lárraga y Cliquet; las Praelectiones theologicae del dominico Hon-
orato Tournely, también rigorista; la Historia eclesiástica de Ignacio Amat de
Graveson, dominico enseñado en la Universidad luego de 1767; la Theologia
dogmatica, moralis et scholastica de Francisco Henno; y el Directorio moral
de Echarri. En materia jurídica (especialmente canónica), al igual que en la
biblioteca anterior, aparecen Frasso, Solórzano Pereyra, Villarroel, Salgado
de Somoza, Rivadeneyra Barrientos, Van Espen, y por supuesto, Pedro J. Par-
ras.

69 San Joseph, Contra el demasiado aprecio de la opinión, Prólogo.


70 Patrimonio Artístico Nacional. Inventario de bienes muebles. Iglesia y Convento
de San Francisco de Córdoba, p. 25.
71 Llamosas, “La biblioteca cordobesa de la orden franciscana”; también en el reci-
ente trabajo de Benito Moya, “El diseño normativo de la vida en sociedad. El contenido
jurídico de la biblioteca franciscana de Córdoba del Tucumán (1701-1850)”.
72 Pueyrredón, Alfredo, “Algunos aspectos de la enseñanza en la Universidad de Cór-
doba durante la regencia franciscana”, p. 17.

198
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Este tipo de literatura antiprobabilista y regalista no solo aparecía en los


fondos universitarios y conventuales, sino también en bibliotecas particulares
del último cuarto del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. A modo de ejem-
plo, porque los títulos son numerosos, el obispo Rodrigo de Orellana tenía la
Historia del probabilismo de Concina y el De statu ecclesiae de Febronio; el
obispo Ángel Mariano Moscoso contaba con la Incommoda probabilismi de
Mas de Casavalls y el Jus ecclesiasticum universum de Van Espen; y el obispo
Nicolás Videla del Pino tenía la Política deducida de las propias palabras de
la Sagrada Escritura de Bossuet73.
El último tópico que nos interesa analizar, ya que forma parte de la expli-
cación de Tau Anzoátegui sobre el paso del casuismo al sistema, es la pres-
encia del humanismo jurídico en la Universidad de Córdoba, durante este
período antiprobabilista. ¿Hay alguna conexión?, ¿se puede vincular el aban-
dono del probabilismo jesuita con la lenta sustitución del casuismo por una
doctrina de mayor racionalidad y sistema? Parecería que no.
De todas las expresiones del humanismo jurídico, nos importan aquel-
las que se manifestaron en los tratados de dialéctica, para simplificar el
razonamiento a través de un método sencillo y deductivo (Ramus, Derrer,
Apel)74. A fines del siglo XVII y durante el siglo XVIII, la corriente tuvo im-
portancia cuando las ediciones de las autoridades clásicas del ius commune
empezaron a remitir, sustituidas por obras de “Instituciones” útiles para la
enseñanza universitaria. Entre estas, que buscaban exponer el derecho de
cada territorio con cierto orden, todavía comparándolo con el romano, desta-
caron las de Arnoldo Vinnio y Juan Heineccio.
Cuando se produjo la reforma de los planes universitarios españoles en
1771, el estudio del derecho patrio adoptó dos vías. Por un lado se mantuvo la
tradición del uso de obras como la de Vinnio75, con sus concordancias y dis-
cordancias, y por otro se echó mano a los mismos textos de legislación real,

73 Llamosas, La literatura jurídica de Córdoba del Tucumán en el siglo XVIII.


74 Sobre la importancia de estos tratadistas, Carpintero, “Mos italicus, mos gallicus
y el humanismo racionalista”, pp. 150-163; y en especial para Pedro Ramus, Álvarez de
Morales, La contribución del ramismo a la elaboración de un método jurídico y su di-
fusión en España, pp. 13-28.
75 El texto de Vinnio ya se usaba en la enseñanza jurídica en España. “…Vinnio fue el
oráculo de las escuelas jurídicas durante el siglo, desplazando otras obras de esta índole.
Fue modelo y norma, que apenas encontró enemigo en las aulas”, Peset, “Derecho romano
y real en las universidades del siglo XVIII”, p. 317; ver también la excelente obra de Beck
Varela, Literatura jurídica y censura. Fortuna de Vinnius en España.

199
ESTEBAN F. LLAMOSAS

como la Nueva Recopilación o las Leyes de Toro. De todos modos, predominó


la primera vía, ya que solo se recurría a las leyes propias en la licenciatura.
Así, es curiosa la función que cumplieron los textos de Vinnio y Heineccio, ya
que fueron utilizados como obstáculos para el ingreso definitivo del estudio
de las leyes patrias, en universidades que aún se resistían a abandonar total-
mente el romanismo. Este sistema de concordancias, novedoso más de un
siglo atrás en las universidades del norte europeo, aquí sólo manifestaba una
servidumbre al romanismo. Estos textos, en este momento, actuaron como
moderadores de la tendencia al estudio directo de las leyes reales, y podría
decirse que jugaron un papel conservador.
Al modo de Vinnio, y para cubrir las necesidades cada vez más crecien-
tes de un libro de derecho español para las aulas, algunos juristas hispanos
se dieron a la tarea de confeccionar este tipo de obras. Más allá del lejano
precedente de Pichardo Vinuesa76 a inicios del seiscientos, y de los primeros
intentos en el siglo XVIII de Torres y Velasco77 y Berní y Catalá78, interesan
las obras de José Maymó y Ribes79 y la del pavorde valenciano Juan Sala80
con sus correcciones a Vinnio, que aunque el ingrediente real era todavía
minoritario, fueron bastante utilizadas. Pero en 1771, ya con la reforma de
los planes en marcha, apareció la primera obra de derecho patrio ajena a las
concordancias, y de esta forma, al decir de M. Peset, se posibilitó el ingreso
del estudio panorámico de las instituciones reales a la universidad81. La obra,
titulada Instituciones del derecho civil de Castilla, escrita por los doctores
aragoneses Ignacio Jordán de Asso y del Río y Miguel de Manuel y Rodríguez,
tendría mucho éxito y sería recomendada en los siguientes planes de estudio.
Más adelante, cuando las reformas de Caballero asentaron definitivamente
el estudio del derecho patrio en las universidades, sería otra obra de Sala,
su Ilustración del Derecho Real de España de 1803, la que primaría en la
enseñanza.

76 Antonio Pichardo Vinuesa, Commentaria in tres priores Institutionem Imperato-


ris Iustiniani libros, 1600.
77 Antonio Torres y Velasco, Institutiones Hispanae practico-theorico commenta-
tae, 1735.
78 José Berní y Catalá, Instituta civil y real, 1745.
79 José Maymó y Ribes; Romani, et Hispani Juris Institutiones ad usum scholae et
fori, 1777.
80 Juan Sala, Vinnius castigatus atque ad usum Tironum hispanorum accomodatus,
1779-80.
81 Peset, “Derecho romano y real en las universidades del siglo XVIII”, p. 334.

200
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Si observamos a estos fines la Universidad de Córdoba del Tucumán, debe-


mos considerar el momento de creación de la cátedra de Instituta, en 1791.
Victorino Rodríguez, su primer profesor, debía explicar las Instituciones de
Justiniano por el libro de Vinnio, advirtiendo las concordancias y discordan-
cias con el derecho español. ¿Qué edición se utilizaba? La respuesta sólo ad-
mite presunciones, ya que no circulaba una sola. Desde 1779-1780 existía el
Vinnius castigatus de Juan Sala, editado en Valencia, del que se tiene la segu-
ridad se usó en Córdoba, aunque sus primeros datos aparecen recién en 1816.
¿Es la misma versión que se utilizaba desde 1791? Si bien no hay datos para
comprobarlo, C. Luque Colombres supone que no, ya que en la biblioteca de
la Universidad hay una edición de Vinnio, editada en Lyon en 1747, con ex
libris de discípulos de Victorino Rodríguez, y es la anotada por Heineccio82.
Podría suponerse que la versión utilizada para las clases era está última o bien
se usaban las dos indistintamente.
Ya conocemos, por las conclusiones defendidas en la época, que en térmi-
nos políticos la enseñanza de la cátedra de Instituta era marcadamente re-
galista83. Respecto a las líneas jurídicas predominantes, las ideas del human-
ismo entraron junto con el texto de Vinnio, que había aplicado los principios
de la escuela a sus estudios romanistas. Pero su importancia podría pensarse
secundaria, ya que el objetivo de su utilización era diferente. Al igual que en
la península, el libro se usó para permitir el ingreso del derecho patrio a la
enseñanza de un modo paulatino, aún comparándolo con el romano.
Peña, al historiar la enseñanza jurídica universitaria cordobesa, afirmó que
la ideología que ingresó con la erección de la cátedra de Instituta fue el dere-
cho natural racionalista, que los textos de Vinnio y Heineccio sirvieron para este
fin, y que su acceso se produjo “como un método jurídico y como una ideología
política”84. Si bien compartimos parte de la conclusión, por la cercanía de estos
autores al racionalismo (en especial Heineccio), y porque inevitablemente con
sus textos ingresó un método de mayor anclaje sistemático, sostenemos que su
principal función fue la mencionada: entró como un método de estudio con me-
jor didáctica, facilitada por la ordenación dialéctica de los materiales, pero acom-
pañando la intención real de introducir las leyes patrias por vía comparativa.

82 Luque Colombres, El Doctor Victorino Rodríguez, p. 55-61.


83 Peña, “Conclusiones jurídicas defendidas en la Universidad de Córdoba”.
84 Peña, “Los derechos naturales del hombre en la ideología del siglo XVIII rioplat-
ense”, pp. 196-197. En Los sistemas jurídicos de enseñanza, p. 186, había acentuado más
su papel como método jurídico.

201
ESTEBAN F. LLAMOSAS

4. Conclusiones

La Universidad de Córdoba del Tucumán representa para los historiadores


del derecho un fértil objeto de estudio para comprender las relaciones entre
teología y derecho, las formas de razonamiento jurídico y la justificación de
la obediencia política en el período colonial. En tiempos posteriores, ayuda
a vislumbrar las reelaboraciones doctrinales que permitieron justificar, sin
abandonar del todo los paradigmas tradicionales, el nuevo orden patrio y el
constitucionalismo. Su particularidad jesuita hasta 1767, y la adhesión tan
marcada a las doctrinas de la orden, la volvieron una especial caja de reso-
nancia de los debates jurídico-teológicos de su tiempo. El paso tan abrup-
to, expulsión mediante, del probabilismo al antiprobabilismo, la convierten
en un espacio de investigación muy interesante. ¿Puede servir también para
comprobar el argumento de Tau Anzoátegui sobre el humanismo jurídico
como motor del paso del casuismo al sistema?, ¿se vislumbra en la enseñanza
cordobesa ese cambio, se modela otra imagen del jurista a través de una nue-
va orientación didáctica?
Está claro que en la segunda mitad del siglo XVIII el “demasiado aprecio
de la opinión” fue severamente cuestionado y que el racionalismo humanista
ingresó a los estudios jurídicos. ¿Pero es posible desvincular estos datos del
temor político que despertaba la flexibilidad probabilista y de la utilidad que
reportaba la comparación a través de institutas? Sin duda, son razones cen-
trales para explicar los cambios ocurridos en la enseñanza.
¿Puede haber sido útil la vía indirecta de la racionalidad humanista para
ir pasando de un pensamiento casuista a otro sistemático? Quizás, pero de
un modo muy gradual. Lo que realmente se percibe, en este tiempo de dis-
curso universitario antiprobabilista, es que el abandono del probabilismo
no implicó un tránsito abrupto hacia el razonamiento jurídico sistemático,
sino más bien su reemplazo por otras doctrinas de signo opuesto, también
ancladas en el ancho y complejo universo del casuismo. Así sucedía con el
tuciorismo, probabiliorismo o verismo, que proponían un discurso distinto
sin apartarse de una mirada particular del orden social y jurídico.
De todos modos, no somos ingenuos sobre las razones de fondo, o las
consecuencias que lentamente se van derivando al reemplazar doctrinas
por temores políticos o incorporar textos por utilidad práctica. En ese tejido
jurídico en que coexisten hebras antiguas y nuevas, retomando la cita de Tau
Anzoátegui, el orden de opiniones que permitía enfrentar la incertidumbre

202
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

comenzará a convivir con una nueva razón general. El desbalance hacia esta
última demoraría hasta bien entrado el siglo XIX85.
La tarea intelectual de Tau Anzoátegui, especialmente en su última etapa,
estuvo dirigida por la preocupación de tender puentes entre la historia jurídi-
ca y las otras historias, buscando disolver prejuicios y establecer vínculos que
nos enriquecieran mutuamente. Esa apertura, imposible sin un espíritu hu-
milde y generoso, ha beneficiado a la disciplina y la ha vuelto más atractiva
para colegas de otras especialidades. Este interés, estos nuevos lazos intelec-
tuales, no deben hacernos olvidar otra preocupación también recurrente en
Tau Anzoátegui: el diálogo indispensable que debemos entablar con los juris-
tas, para complementar una visión del derecho que suele ser demasiado dog-
mática o apegada al legalismo. El aporte de los historiadores e historiadoras
del derecho resulta fundamental en las facultades jurídicas, si no se pretende
convertir la disciplina en una colección de curiosidades alejada del presente.
Cualquier interesado por el “progreso jurídico”86 podría encontrar allí reflex-
iones y ejemplos de suma utilidad. Allí está Casuismo y sistema para com-
probarlo, allí están las enseñanzas sobre ese orden interpretativo y tópico,
basado en la desigualdad, pero tan flexible, creativo y original para buscar la
equidad, la justicia de cada caso.

5. Fuentes y bibliografía

Archivo

Archivo General e Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba (AGHUNC),


Serie Documentos, Libro 3.
Colección Documental “Monseñor Dr. Pablo Cabrera”, Facultad de Filosofía y
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Literatura

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se halla en el jardin ameno, y dilatado campo de la theologia moral: Su Au-
tor el M.R.P.Fr. Joseph Faustino Cliquet..., con las adiciones y correcciones...

85 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 577.


86 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 579.

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ESTEBAN F. LLAMOSAS

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Orden de Predicadores: y traducida al español por el Licenciado D. Mathias
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Santa María de la Ciudad de Vitoria, y Abogado de los Reales Consejos. Di-
vidida en dos tomos. Año de 1772. Tomo I. Madrid: En la Oficina de la Viuda
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tomos: Su Autor el M. R. P. Fr. Daniel Concina, del Orden de Predicadores:
Traducida al idioma castellano, y añadida en muchas partes de las obras
del mismo autor, por el P. Don Joseph Sánchez de la Parra, Prepósito de
la Congregación de Presbíteros Seculares de San Phelipe Neri de Murcia, y
Examinador Synodal del Obispado de Cartagena, Madrid, en la oficina de la
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Echarri..., segunda vez ilustrado, reformado, añadido, y corregido... por el
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207
PROYECCIONES DE UNA EXHORTACIÓN
AL ESTUDIO DEL DERECHO LOCAL
De la justicia de proximidad a la función de policía en clave jurisdiccional
(consideraciones desde el caso mendocino)

Eugenia Molina
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad Nacional de Cuyo
ORCID: 0000-0002-2891-5224.

SUMARIO: 1. Por una historia del Derecho indiano provincial y local; 2. Las ver-
tientes de la justicia de proximidad; 3. La función de policía en la maraña juris-
diccional: el caso mendocino; 4. Consideraciones finales.

Que la vasta y fructífera trayectoria de Víctor Tau Anzoátegui alimentó muy


diversas inquietudes intelectuales y estimuló distintas líneas de investigación
conforma un aspecto ya remarcado. Que los interrogantes planteados por él
en las jornadas y seminarios organizados por y en el Instituto de Historia del
Derecho fueron sugerentes acicates para indagar aspectos no atendidos por la
iushistoriografía tradicional también lo ha sido. De hecho, esta obra colectiva
en su homenaje es una clara muestra de ambos1. En esta misma línea, en las
próximas páginas me gustaría detenerme en una exhortación que realizó re-
petidamente en algunos de sus estudios y en sus intervenciones en esos espa-
cios de reunión, conversación y debate: atender a la productividad normativa
del Derecho local y a las modalidades concretas de su aplicación. La respuesta

1 La generosidad intelectual del Dr. Tau Anzoátegui lo llevaba a promover la inves-


tigación entre los recién graduados que, como yo al iniciar una pasantía en el archivo de
la Academia Nacional de la Historia siendo él su presidente (allá por 1997), sólo teníamos
como muestra de nuestra labor la tesis de grado de la carrera. Recuerdo que luego de
solicitarme un ejemplar y leerlo con suma atención, me dio una crítica amable pero pro-
funda, junto con la propuesta de su publicación en la revista de la institución, algo que una
pasante del interior del país, sin ningún vínculo académico en Buenos Aires, ni siquiera
podía imaginar. Sus propuestas de nuevas temáticas para indagar, de fuentes que había
que releer y su recomendación de mantener siempre un estilo de escritura sencillo que, sin
perder la hondura del análisis, fuera amigable en su lectura, se repetían en las visitas que
recibíamos en el archivo o en los cafés que se intercalaban en las Jornadas del Instituto de
Historia del Derecho, donde nunca dejó de alentar a los jóvenes que, con miedo, llegába-
mos a ese ambiente tan especializado de discusión. Un optimismo por la dupla investiga-
ción y noveles generaciones que a veces se hace extrañar.

209
EUGENIA MOLINA

a esta exhortación ha tenido una expresión palpable en el establecimiento del


flamante Grupo de Estudios Interdisciplinarios de Derecho Local, que preci-
samente lleva su nombre, coordinado por la Dra. Romina Zamora2. Y es por
ello que consideramos interesante volver sobre su invitación a focalizar la mi-
rada sobre lo local, atendiendo a las derivaciones que su propuesta generó y a
las relaciones que ha podido tener con la historia de la justicia de proximidad
y la interpretación de la función de policía en clave jurisdiccional.
Intentaremos dar cuenta de estas cuestiones en tres apartados. Por un
lado, buscaremos precisar los aspectos por los cuales Tau Anzoátegui consi-
deró fundamental prestar atención a la versión local del Derecho indiano, a
fin de comprender la trama argumentativa de su exhortación. Por otro lado,
daremos cuenta de algunos de los puntos en común que con ella ha tenido la
problematización de la distancia en el estudio del ejercicio de la justicia para
jueces, justiciables y el elenco de quienes quedaban enredados en sus redes,
iluminando con ello las acciones gubernamentales de la función judicial en
el orden antiguo regimental y aún en las décadas posteriores a la Revolución
de independencia. Finalmente, nos detendremos en las relaciones entre jus-
ticia y policía que ya había remarcado nuestro homenajeado, y que parecen
mostrar un sugerente potencial para comprender cómo se fueron producien-
do los desplazamientos desde formas jurisdiccionales de gobierno a otras de
tipo político-administrativo, conformándose con ellas una cultura estatal.
Para esto último usaremos de mirador el caso mendocino, el cual venimos
indagando, considerando que quizá pueda ofrecer la oportunidad de plantear
alguna hipótesis para seguir analizando esos deslizamientos.

1. Por una historia del Derecho indiano local y provincial

En ocasión del XI Congreso del Instituto Internacional de Historia del De-


recho Indiano, realizado en Buenos Aires en setiembre de 1995, Tau Anzoá-
tegui retomó y sistematizó algunas ideas sobre las que venía reflexionando.3
Propuso allí una agenda de trabajo en la que buscaba promover en el campo
de estudios vinculado a la entidad convocante de la reunión, “nuevas sendas

2 El Grupo tiene sede en el Instituto Superior de estudios Sociales (ISES), perteneci-


ente a CONICET-UNT, reuniendo investigadores pertenecientes a nueve Unidades Ejecu-
toras cuyos directores han avalado la vinculación institucional.
3 Si bien el Congreso tuvo lugar a mediados de 1995, la publicación de los trabajos por
el Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho debió esperar hasta 1997.

210
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

de investigación”4. Dentro del programa de materias que quería estimular, las


cuales consideraba que hasta ese momento habían tenido escaso desarrollo
analítico, se hallaba el abordaje de la dimensión criolla del Derecho indiano.
Insertaba su exhortación en una novedosa y compleja perspectiva sobre el
modo de pensar la circulación de los poderes al interior de la Monarquía, la
cual rebatía las visiones tradicionales con planteos que habían comenzado
ya a renovar el ámbito de la iushistoriografía ibérica5. En este sentido, creía
necesario poner en discusión la imagen “clásica, unitaria” de un corpus legal
impuesto desde la Península, para dar lugar a otra en la que pudiera darse
cuenta de un orden jurídico plural que reflejara la diversidad de situaciones
sociales hispanoamericanas. En clave de relaciones centro-periferia plantea-
ba la potencialidad explicativa de atender a los polos “periféricos” de poder,
en los cuales se resolvían los asuntos locales según las propias necesidades
coyunturales; desde tal perspectiva, afirmaba que “el poder aparece repartido
y no concentrado en el rey”. Al respecto, reconocía que ya otros especialistas
habían intentado relativizar la visión reduccionista y unilineal de una Monar-
quía como “único poder” y de la Recopilación como la máxima referencia del
Derecho indiano6; no obstante, pensaba que en general había predominado
una concepción subsidiaria de la producción normativa del espacio america-
no en tanto desarrollo de la central, mera delegación de ésta, o limitada en su
legitimidad por la autorización superior7.
Frente a esto último, entonces, su propuesta apuntaba a construir una no-
ción densificada del Derecho indiano en la que lo provincial y lo local actuase
como núcleo dinámico a partir de tres consideraciones. Por una parte, focali-
zando en miradas microanalíticas que permitieran ver la capacidad creativa
y reactiva de los poderes periféricos en espacios acotados de “microderecho”.
Por otra, prestando atención a los síntomas de concentración del poder real8.
Y, finalmente, atendiendo al “fenómeno jurídico indiano en vivo”, esto es, su-
perando las miradas estrictamente legalistas para llegar a observar las moda-

4 Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes, pp. 11-12.


5 El impacto de la obra de António Hespanha en una nueva mirada del Derecho de
la modernidad ibérica resulta hoy indiscutible. La trama de fundamentos teóricos de su
propuesta y cómo implicaron una apuesta renovadora de la iushistoriografía sobre las
monarquías antiguo regimentales se puede consultar en Sanjurjo de Driollet, “Nuevas
perspectivas”.
6 Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes, p. 87.
7 Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes, p. 90.
8 Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes, p. 91.

211
EUGENIA MOLINA

lidades de articulación efectiva de las diversas dimensiones jurisdiccionales9.


Su propuesta, de tal forma, no solo implicaba cambiar el foco y la graduación
de la lente, sino que se insertaba en toda una reconceptualización del Derecho
indiano en particular, y del Derecho en general, que considerase su anclaje
social, entendiéndolo no solo en su potencia normativa y performativa sino
en su capacidad adaptativa y reactiva10.
Años después volvería sobre ello. Su formulación sobre el proceso forma-
tivo del Derecho indiano local y provincial evidenciaría en un nuevo texto la
consolidación de una agenda que había incorporado el impacto de las consi-
deraciones sobre la historicidad del espacio y las connotaciones políticas de
su configuración11. En tal sentido, su distinción entre “local” y “provincial”
se vinculaba con la establecida entre espacios naturales (las ciudades) y los
creados por la corona con fines administrativos12, dando cuenta de la eficacia
explicativa de atender a la potencia de los vínculos comunitarios en su re-
lación con el territorio y en la organización de su gobierno, en una tensión/
negociación constante con el poder monárquico que buscaba conservar antes
que controlar13. Estas nociones nutrían su perspectiva en tanto le permitían
superar la dicotomía centro-periferia para construir una mirada transver-
sal y dinámica de la pluralidad jurisdiccional que, si reconocía al rey como
máxima fuente de delegación de poder, también atendía a las modalidades a
través de las cuales los cuerpos urbanos lograron retener, e incluso ampliar
en ciertas coyunturas, su capacidad de legislativa14. No obstante, además, en

9 Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes, p. 92


10 Precisamente, Carlos Garriga insistiría pocos años después en los anacronismos
surgidos como efectos interpretativos del paradigma estatalista y en la necesidad de
abordar el orden jurídico de la modernidad desde una perspectiva respetuosa de su al-
teridad, lo que conllevaba visibilizar su carácter jurisdiccional, plural e indisponible por
ser parte de un orden natural y divino que el monarca debía conservar. Garriga, “Orden
jurídico y poder político”. Para un análisis del paradigma jurisdiccional, atendiendo a sus
notas definitorias y sus fundamentos jurídicos, Agüero, “Las categorías básicas de la cul-
tura jurisdiccional”.
11 Tau Anzoátegui, “La configuración del derecho indiano”.
12 Tau Anzoátegui, “La configuración del derecho indiano”, p.23. En esta misma
línea, Alejandro Agüero ha explicado cómo ciudad y provincia remitían a espacialidades
diversas, implicando tramas jurisdiccionales y relaciones con el monarca también diver-
sas. “¿Provincias o estados?”.
13 Al respecto ver Barriera, “Conjura de mancebos”.
14 Agüero, “Ciudad y poder político”.

212
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

esta ocasión también puntualizó otra cuestión clave para nuestro interés: la
recurrencia de la voz “policía” emparejada con la de “buen gobierno” en los
documentos producidos por el Derecho local y provincial del último cuarto
del siglo XVIII15, un momento en el cual adquirió una fuerza notable el tejido
normativo de las ciudades y los centros intendenciales16. Y esta era una pro-
blemática que ya había abordado para entonces en profundidad en otra obra
anterior, la cual resultó referencial en muchos sentidos.
Se trataba de su libro sobre los bandos de buen gobierno, el cual recupe-
raba un trabajo más acotado anterior17, actualizándolo y ampliándolo en su
variable territorial e introduciendo, asimismo, nuevas aristas a una cuestión
que no había sido un objeto de estudio transitado por la iushistoriografía para
los espacios hispanoamericanos de la Monarquía. A la par de lo fundamental
de su análisis pormenorizado de los caracteres formales, jurídicos y temáticos
de los bandos rioplatenses del siglo XVIII, y de su aporte documental nota-
ble (fruto de una cuidadosa búsqueda y recuperación en colecciones éditas y
originales en diversos repositorios provinciales)18, dos elementos resultaron
especialmente relevantes, uno por su estrategia metodológica (que implicaba
también una posición interpretativa), y el otro por su contribución a pensar
los desplazamientos desde formas jurisdiccionales de gobierno a otras polí-
tico-administrativas (y con estas la conformación de una cultura estatal)19.
En tal sentido, por un lado, resultó importante su perspectiva de articular
lo micro y lo macro, marcando cómo aun cuando lo casuístico conformara
la nota característica de esta producción normativa local, ella no dejaba de
insertarse en la intertextualidad construida por todo un corpus normativo
castellano e indiano (Nueva Recopilación de 1567, Cedulario indiano, Reco-
pilación de 1680, Real Ordenanza de Intendentes de 1782)20. Estos lazos per-
mitían explicar las similitudes en las soluciones dadas a una serie de tópicos

15 Tau Anzoátegui, “La configuración”, p. 75.


16 Tau Anzoátegui, “La configuración”, p. 58.
17 Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno, p. 15. El texto sobre el cual se basa-
ba había sido su intervención en el VI Congreso del Instituto Internacional de Historia del
Derecho Indiano que luego fue publicado en las actas del evento. “Los bandos”.
18 El trabajo de búsqueda, recolección y transcripción estuvo a cargo de Susana Lan-
zillotta, Nelly Porro Girardi y Sandra L. Díaz de Zappia. Los bandos de buen gobierno, pp.
10-11.
19 Una cuestión que viene siendo objeto de estudio y reflexión desde hace algunos
años. Al respecto consultar los estudios reunidos en Agüero, Tradición jurídica.
20 Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno, p. 67.

213
EUGENIA MOLINA

recurrentes en las distintas ciudades del espacio rioplatense. Sin embargo, su


planteo también servía para mostrar cómo la Monarquía otorgaba márgenes
de acción a estas (lo mismo que a otras autoridades intermedias) siempre
y cuando “mantuviesen el reconocimiento y fidelidad a la autoridad política
suprema” del rey21. De esta manera, los bandos, precisamente por su carácter
popular y su alcance comunitario, conformaban una manifestación de la arti-
culación de las “normas legales y jurisprudenciales castellano-indianas, junto
con otras nacidas de la experiencia local o provincial”22.
Pero, por otro lado, a su vez, introducía la cuestión del término y la función
de policía que habría comenzado a fortalecerse durante el siglo XVIII en estos
documentos del Derecho local. Según su análisis, habiendo cobrado impulso
con el título incluido en la referida norma de intendentes de 1782, se repetiría
luego en bandos y reglamentos que apuntaron a regular diversos aspectos de
las comunidades urbanas23. Con ello detectaba una relación estrecha entre
“buen gobierno” y “policía”, y con esto un aspecto que se hallaba en el núcleo
de esta última: la prevención de los comportamientos indeseables y delicti-
vos24. Así, según Tau Anzoátegui, el sentido restringido del primer sintagma
se vinculaba con un matiz novedoso deslizado por el fiscal bonaerense José
Márquez de la Plata en relación con el segundo término, cuando en 1788 sos-
tuvo que ella consistía “más en impedir que se cometan delitos, que en cas-
tigarlos después de cometidos”25. De tal forma, marcó bien cómo los bandos
de “buen gobierno” constituyeron la manifestación más articulada del ramo
de “policía”, cuya expansión se hizo evidente en el último tramo colonial y
seguiría haciéndolo durante la década revolucionaria y el periodo posterior26.

21 Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno, p. 26.


22 Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno, p. 111.
23 Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno, p. 20. Su compulsa de bandos
mostraba cuantitativamente la creciente producción de este tipo normativo, evidencian-
do cómo de 87 de ellos al menos 58 fueron expedidos durante la segunda mitad del siglo
XVIII, revelando el último cuarto secular la mayor concentración. Tau Anzoátegui, Los
bandos de buen gobierno, p. 30.
24 Se ha remarcado que la cuestión de la prevención se halla en el centro de la racio-
nalidad policial, articulándose con la “seguridad” e implicando una actuación anterior a la
consumación de los hechos a fin de garantizar esta última. Esto se planteó en los inicios de
la función de policía en Buenos Aires al discutirse la necesidad de un específico funciona-
rio, distinto de los abocados a la justicia. Galeano, “Réformes de police”, p. 24.
25 Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno, p. 20.
26 Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno, p. 111. Romina Zamora ha insistido

214
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Esta exhortación a profundizar los estudios sobre el Derecho local y pro-


vincial no cayó en saco roto, de hecho, ha atravesado la historiografía social
de las justicias menores para el espacio rioplatense, aun cuando esta se haya
nutrido también de otras referencias teóricas y metodológicas, tal como ve-
remos.

2. Las vertientes de la justicia de proximidad

En efecto, tal como el mismo Tau Anzoátegui había planteado, los histo-
riadores del Derecho no habían prestado demasiada atención a las manifes-
taciones normativas locales dado el predominio de una perspectiva estatalista
que no las consideraba relevantes según el rasero de la codificación decimo-
nónica y la configuración jurídica de los Estados nacionales27. Sin embargo,
en sintonía con lo planteado por él, algunos iushistoriadores no solo habían
considerado importante atender a esas manifestaciones, sino que efectiva-
mente habían abordado ciertos institutos de justicia menor. Así, si José Ma-
riluz Urquijo se había ocupado de los alcaldes de barrio salteños, José Ma-
ría Díaz Couselo lo hizo respecto de los designados en la ciudad de Buenos
Aires28, mientras Carlos M. Storni había analizado la justicia de la campaña
bonaerense durante el periodo hispánico29.
Mientras tanto, en el contexto de renovación disciplinar y en el de una
urgente preocupación por las prácticas de justicia y legitimidad del orden po-
lítico y jurídico de los primeros años de recuperación de la democracia30, los

en el fundamento oeconomico del concepto de “buen gobierno” y en el modo en que se


proyectaba sobre el gobierno de la ciudad la autoridad doméstica de los padres de familia.
Casa poblada, pp. 173-192.
27 Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno, p. 15. Nuevos horizontes, p. 86.
28 Mariluz Urquijo, “La creación de los Alcaldes de Barrio”. Díaz Couselo, “Los alcal-
des de barrio”.
29 Texto citado en Levaggi, “La alcaldía de hermandad”, p. 318. Por su parte, el pro-
pio Levaggi abordaba en este trabajo de 2009 este agente de la justicia menor desde una
perspectiva normativo-institucional.
30 El “Editorial” del número de Prohistoria dedicado a la Historia y la Antropología
jurídicas remarcaba cómo los intereses académicos se conectaban con el propio contexto
de reclamos de justicia que por entonces no solo afectaba a nuestro país sino a otras la-
titudes. “Editorial”. Asimismo, Juan Manuel Palacio y Magdalena Candioti remarcaron
cómo desde los ’90 la agenda para la consolidación de la democracia conllevó reflexiones
e inquietudes acerca del rol de los sistemas judiciales como garantes de los derechos indi-

215
EUGENIA MOLINA

historiadores comenzaron a interesarse por estas problemáticas. El encuen-


tro entre Historia y Derecho, en tal sentido, ha sido ya analizado en balances
minuciosos sobre la producción historiográfica que no solo implicó acerca-
mientos y confluencias temáticas, sino también la creación de espacios de
discusión interdisciplinaria que han resultado por demás fructíferos31. Así,
Darío Barriera ha reconstruido los trayectos institucionales e intelectuales
(atravesados por ciertas coyunturas políticas) a través de los cuales cultiva-
dores de Clío y juristas estuvieron distanciados y luego comenzaron a com-
partir intereses de investigación, opiniones y ámbitos académicos concretos,
contribuyendo a edificar diversas perspectivas en diálogo32. Asimismo, otros
textos han dado cuenta de los desarrollos generados por el descubrimiento de
las fuentes judiciales que nutrió, para los siglos coloniales y el XIX, la historia
social, prestándose atención a los fundamentos teóricos que sustentaron la
vía judicial para acercarse a los sectores subalternos y los riesgos metodoló-
gicos implicados en ella33.
Por su parte, la propuesta de Barriera de una historia social de la justicia
que atendiera a los agentes (esto es, a sus condiciones de actuación en tér-
minos de representaciones, lenguajes, redes relacionales, acceso a resortes
de poder efectivo) sin dejar de tener en cuenta los marcos normativos y la
aplicación institucional, fue acompañada de la problematización de la dis-
tancia como factor que atravesaba de muy diversos modos la experiencia
judicial34. La consideración tanto de la distancia geométrica o física, como

viduales luego de las experiencias dictatoriales latinoamericanas, reconstruyendo las re-


ferencias teóricas y los consensos generales de estos nuevos enfoques interdisciplinarios.
Palacio y Candioti, “Introducción. Justicia, política y derechos”.
31 Diversos textos se ocuparon de marcar los derroteros y las condiciones de estos
encuentros entre Historia (social y política) y Derecho, con especial énfasis en los periodos
tardocoloniales y republicanos tempranos. Entre otros, ver el dossier coordinado por Ba-
rriera y Tío Vallejo, “Historia política e Historia del Derecho”. También se puede consultar
Barriera, “Justicias, jueces y cultura jurídica”. Tío Vallejo, “Los historiadores hacen justi-
cia”. Molina, “Tras los pasos de la justicia”.
32 Barriera, Historia y justicia, pp. 35-213.
33 Mayo, Mallo y Barreneche, “Plebe urbana y justicia colonial”. Fradkin, “Introduc-
ción”.
34 Sobre la implicancia teórica-metodológica de insertar el calificativo social entre
historia y justicia, ver Barriera, Historia y justicia, pp. 163-202. Respecto de la incorpo-
ración de la cuestión de la distancia en sus múltiples dimensiones, Barriera, “Justicia de
Proximidad”. Barriera, “Entre el retrato”.

216
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

de la social, cultural y administrativa permitió visibilizar aspectos que de


otro modo quedaban opacos o directamente a oscuras. De tal forma, si los
kilómetros que debía recorrer un denunciante, sus testigos o un expediente
comenzaron a ser aspectos relevantes para reflexionar en torno de la acce-
sibilidad de la justicia antiguo regimental y decimonónica, también empe-
zaron a tenerse en cuenta las diferencias estamentales de los actores y los
lenguajes usados en tanto parecían generar mayores o menores posibili-
dades de negociación y resistencia según los casos, del mismo modo que
contar con el efecto producido por los vericuetos que los trayectos de una
autoridad a otra podían llegar a tener en la voluntad de exigir justicia o en
los resultados de ella35.
La cuestión de la cercanía o lejanía (en todos esos sentidos) y las intencio-
nes buscadas o no con la proximidad, se convirtió en un aspecto clave para
analizar qué esperaban de los administradores de justicia, tanto funcionarios
superiores como menores, súbditos y ciudadanos, qué ideas de la autoridad
se contribuía a reproducir, qué nociones de lo justo e injusto manejaban unos
y otros36. Es decir, ayudaba a reconstruir la experiencia misma de los suje-
tos enmarañados en las redes de un orden jurídico que, si era indisponible
al comienzo del periodo moderno, luego de la Revolución de independencia
y las décadas posteriores habilitó intersticios y argumentos novedosos para
gestionar denuncias y exigir reparaciones.
Sin embargo, en articulación con la cuestión de la distancia, fueron tam-
bién las conceptualizaciones constructivistas del territorio las que abrieron
nuevas posibilidades a un abordaje enriquecido por las consideraciones de la
experiencia local del Derecho. Así, si la extensión que mediaba entre los jus-
ticiables y los jueces se convirtió en un factor clave a considerar, ella misma
fue pensada en su historicidad, en sus vínculos con la población que allí vivía
y con las instituciones que la convertían en un espacio político37. El concepto

35 Carolina Piazzi ha mostrado, en este sentido, cómo el circuito administrativo, con


sus tiempos, sus instancias institucionales, sus propias distancias geométricas a recorrer,
afectaba a la experiencia de la justicia. “Administración y materialidad”.
36 Para el espacio chileno se han indagado también estas cuestiones, ver Brangier
Peñailillo, “Sentidos de lo ‘justo e injusto’”.
37 En la problematización del espacio han resultado clave los aportes de António
Hespanha respecto de la historicidad de la espacialidad política, su carácter construido y
simbólico, resultado de ciertas relaciones de poder (y, a la vez, performador de otras), y los
vínculos entre territorio y jurisdicción. “El espacio político”.

217
EUGENIA MOLINA

de equipamiento político territorial38 ha servido, entonces, para dar cuenta


de los modos en los que alcaldes de barrio, de hermandad, pedáneos, decu-
riones, subdelegados, jueces de paz, encarnaron esfuerzos institucionales por
acercar la justicia a los pobladores y, a la vez, garantizar la armonía comu-
nitaria actuando como mediadores y árbitros en los conflictos interpersona-
les39. En este sentido, estos estudios han mostrado en la dinámica de la prác-
tica cotidiana cómo justicia y gobierno estaban entrelazados, configurando,
sosteniendo y reproduciendo vínculos comunitarios. Precisamente, aquellos
permitieron evidenciar cómo los procesos de espacialización política no ac-
tuaron desde arriba, imponiendo decisiones sobre el terreno, fragmentán-
dolo, segmentándolo o integrándolo, sino que implicaron negociaciones con
las relaciones construidas entre los habitantes, entre estos y el suelo sobre el
cual (y del cual) vivían y con las autoridades que los regían, es decir, con las
relaciones que habían producido territorialidad40.
De tal forma, las investigaciones que han analizado diversos aspectos de
las justicias cercanas a los habitantes han permitido dar cuenta de ese Dere-
cho vivo en el ámbito de lo local cuyo abordaje reclamaba Tau Anzoátegui,
evidenciando efectivamente ese proceso por el cual el hecho normativo con-
formaba a la vez un resultado social y un productor de otros, en un intenso ida
y vuelta en el cual las sociedades se organizaron y se transformaron:

“En suma, se trata de profundizar el fenómeno jurídico indiano en vivo, más allá de
ciertas apariencias legales. (…) Esto se aprecia sobre todo si se mira al Derecho como
un orden de convivencia social anclado en la realidad concreta, en continua modela-

38 Para una explicación de las implicancias teóricas del concepto de equipamiento


político del territorio ver Barriera, “Conjura de mancebos”, pp. 45-46.
39 Barriera ha realizado detalladas referencias a la creciente producción sobre los
diversos institutos de justicia de proximidad que fueron surgiendo sobre la diversidad del
espacio rioplatense al analizar específicamente algunos de ellos para el caso santafecino.
Ver Historia y justicia, pp. 215-539. Otro balance historiográfico acerca de esta creciente
literatura sobre las justicias menores como campo de estudio en expansión en Gastellu,
Los jueces de paz, pp. 39-45.
40 Un conjunto relevante de estos estudios fue publicándose en una serie de compi-
laciones que ha dado cuenta de la experiencia judicial en muy diferentes espacialidades
rioplatenses, evidenciando las similitudes, pero también las especificidades, de procesos
institucionales locales en clave de una historia social de la justicia. Barriera, Justicias situ-
adas. Barriera, Justicias y fronteras. Barriera, La justicia y las formas de autoridad. Bar-
riera y Fradkin, Gobierno, justicia y milicias. Piazzi, Modos de hacer justicia. Polimene,
Autoridades y prácticas judiciales.

218
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

ción, delicado y flexible, y no, en cambio, como el reinado abstracto y rígido de intere-
ses o normas jurídicas”41.

Una derivación sugerente de las investigaciones sobre la justicia de proxi-


midad ha tenido que ver con las reflexiones en torno de lo que Barriera ha
considerado el desenredo de la trenza de justicia y gobierno, y el rol de la
función de policía en él42. Y esto es interesante porque precisamente en los
trabajos que hemos referido acerca de los bandos de buen gobierno Tau An-
zoátegui había remarcado con insistencia cómo la multiplicación de estos en
el último cuarto del siglo XVIII, y aún durante y después de la Revolución de
independencia, se vinculó con el fortalecimiento de esa causa que, aparecida
en la Real Ordenanza de Intendentes de 1782, comenzaría a tener un inusita-
do protagonismo en el ordenamiento urbano, y luego no solo en él43.

3. La función de policía en la maraña jurisdiccional: el caso mendocino

La cuestión del uso y difusión del término policía durante el siglo XVIII ha
sido objeto de una multiplicidad de estudios en los que se ha atendido a los
diversos procesos semánticos a través de los cuales promovió, acompañó o
legitimó una creciente intervención institucional en las relaciones sociales44.
Mientras el sugerente trabajo de Michel Foucault consideró la doctrina de la
policía como un elemento fundamental de la racionalidad estatal a través de
sus técnicas de individualización45, otros análisis han prestado atención a los

41 Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes, p. 92.


42 Barriera, “Y en el principio, fue la justicia”.
43 Un reciente conjunto de trabajos ha mostrado en diversos estudios de caso lo-
cales ya no solo para el espacio rioplatense sino también, y en clave comparativa, para
el cubano, cómo se desplegaron diferentes estrategias de gobierno de los territorios para
construir un orden público cuya concepción (y las representaciones sociales ligadas a ella)
fueron transformándose entre el último siglo colonial y la configuración de los mundos
republicanos. Godicheau y Barriera (dirs.), Del buen gobierno al orden público.
44 Un balance historiográfico para el ámbito iberoamericano sobre la producción
referida a la cuestión de la policía en sus vínculos con la justicia y los sistemas de vigilan-
cia, seguridad y castigo, en Barreneche, “Las instituciones de seguridad”.
45 Foucault, “Omnes et singulatim”. La herencia foucaultiana ha sido puesta en
discusión respecto de la historia de la policía, al menos en Francia, llegándose a plantear
que habría fungido más bien de obstáculo para su emergencia y desarrollo, que de es-
tímulo. No obstante, se ha marcado también cómo resulta importante diferenciar los
aportes de sus distintos textos y analizar cuál ha sido su impacto en cada momento, pe-

219
EUGENIA MOLINA

usos conectados con la intervención ordenadora a fin de garantizar intercam-


bios mercantiles libres de conflictividad o conectados a la limpieza material
y moral (civilizatoria) de los ámbitos urbanos46, desarrollándose una amplia
y diversificada historiografía de la policía desde la perspectiva de los dispo-
sitivos de control social47. Por su parte, ciertos abordajes desde la Historia
crítica del Derecho han mostrado cómo los discursos de la policía permitieron
fortalecer los recursos del rey para actuar en situaciones en las que la vía judi-
cial obstaculizaba el logro de objetivos urgentes e inmediatos para la conser-
vación del orden público48, volviéndose entonces lo policial una vía proteica
para seguir los desplazamientos desde formas jurisdiccionales de gobierno a
otras político-administrativas49.
En tal sentido, insertar la policía en su inicial trama jurisdiccional ha impli-
cado mostrar cómo, por ejemplo, los alcaldes de barrio50, considerados por la
historiografía corporativa policial como los primeros funcionarios del ramo51,
mantuvieron la estrecha relación entre las funciones de justicia y gobierno,
dentro de las cuales sus labores de ornato urbano, control de la moralidad y
persecución de “perjudiciales” y criminales se hallaban entremezcladas sin

riodizando los efectos de su publicación y sus coyunturas de apropiación. Denis, “L’his-


toire de la police”.
46 Sánchez León, “Ordenar la civilización”. García Monerris y García Monerris, “‘Civ-
ilidad’ y ‘Buen gobierno’”.
47 Los estudios sobre la policía en esta perspectiva que aborda agentes, instituciones,
discursos y estrategias en el marco de la conformación de la estatalidad, focalizando pre-
cisamente en su rol en la configuración del monopolio de la coerción legítima, han delinea-
do un campo de estudios específico. Un análisis de este último teniendo en cuenta el cruce
interdisciplinario entre Historia y Sociología en Cicchini, “La police sous le feu croisé”.
Para un estudio que marca las aristas filosóficas de la policía como objeto de estudio, la
diferenciación entre diversos modelos nacionales y la problematización de sus vínculos
con la administración judicial, ver Galeano, “En nombre de la seguridad”.
48 Vallejo, “Concepción de la Policía”.
49 Garriga, “Gobierno y Justicia”.
50 Un conjunto de trabajos sobre la alcaldía barrial en el espacio de la Monarquía es-
pañola, incluso con posterioridad a su descomposición, ha sido referente para el abordaje
de este instituto en relación con la aparición de una noción de policía en vinculación con
la cual se convertía en dispositivo de control y vigilancia. Ver el dossier coordinado por
Exbalin y Marin, “Polices urbaines recomposées”.
51 La operación narrativa de legitimación realizada por la historiografía de la policía
producida por las mismas instituciones ha sido ya remarcada. Al respecto, Galeano, “El ojo
y la pluma”. Para el caso uruguayo, Duffau, “Pretensiones totales”.

220
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

problemas de distinción ni fisuras52. Así, si el estudio de Agustín Casagran-


de siguió los trayectos de los términos “quietud” y “seguridad” para mostrar
cómo la clave conceptual del segundo de ellos se terminó conectando con el
saber policial a través de la lógica oeconomica reformulada en relación con la
politeia53, el de Barriera sobre esos referidos jueces menores urbanos ha mos-
trado cómo un nacimiento institucional dentro del tejido jurisdiccional fue
seguido luego por la desjudicialización del cargo y el fortalecimiento de sus
notas policiales54. Por su parte, el reciente trabajo de Sofía Gastellu sobre los
jueces de paz porteños entre el periodo rivadaviano y el rosista ha aportado
nuevos elementos para pensar cómo estos funcionarios honorarios (pues no
cobraban salarios) hicieron mucho más que decir justicia, asumiendo múl-
tiples tareas de gobierno local (electorales, militares, fiscales, de control de
las opiniones y gestos políticos) que, lejos de ser una anomalía o un recurso
extraordinario, conformaban una clara expresión del trenzado jurisdiccional
entre justicia y gobierno55. No obstante, la autora también ha mostrado los
estrechos vínculos que cotidianamente mantenían con los comisarios, agen-
tes encargados de la función de policía pero que, por ejemplo, conservaron
una capacidad sumarial que orientaba el destino de los expedientes judiciales
hasta (al menos normativamente) 1830, aunque el proceso de desjudiciali-

52 El problema es más bien de los investigadores que intentan clasificar y distinguir


acciones cotidianas que para los propios agentes no era necesario diferenciar, un reflejo
precisamente de los efectos exitosos de la naturalización de lo estatal en su versión liberal
de separación de poderes. Sobre cómo el Estado ha logrado imponer sus propias cate-
gorías de comprensión de la realidad ver Bourdieu, “Espíritus de Estado”.
53 Así, la matriz disciplinante de la oeconomica, la cual necesitaba de la seguridad y la
prevención, hallaba dentro de la tradición griega del gobierno del oikos una lógica diversa
a la política de la iurisdictio: “la actividad celosa y de vigilancia rompía con la acción de
la justicia pensada en términos altamente procesalizados, con garantías de defensa y una
acción no invasiva de los espacios de los vecinos”. Casagrande, “Por una historia concep-
tual de la Seguridad”, p. 64. La reciente investigación de María Agustina Vaccaroni sobre
la policía de Buenos Aires indaga en su configuración institucional, en el fortalecimiento
de sus atribuciones vinculadas primero al ornato urbano y luego a la vigilancia de la po-
blación, dando un rol clave en su argumentación a la misma experiencia cotidiana de los
sujetos que se desempeñaban en la función y a sus relaciones con los territorios sobre los
cuales actuaban. Los primeros policías.
54 Al tensar aún más la periodización pudo mostrar también cómo una breve y final
recuperación del instituto en el contexto constituyente provincial implicó dotarla de sus
antiguas funciones judiciales. Barriera, “Y en el principio, fue la justicia”.
55 Gastellu, Los jueces de paz, pp. 132-172.

221
EUGENIA MOLINA

zación de sus tareas fue progresivo y esmaltado de conflictos56. Todo ello le


permitió evidenciar cómo y cuánto ambas funciones seguían enredadas para
lograr gestionar la ciudad una vez que el cabildo desapareció de la organiza-
ción institucional de Buenos Aires, y cómo estos jueces de paz se convirtie-
ron en engranajes de un dispositivo gubernamental que Rosas supo usar muy
bien para construir hegemonía en el espacio urbano porteño57.
Ahora, teniendo en cuenta lo dicho, entonces, ¿qué puede aportar el aná-
lisis en curso del caso mendocino? Las indagaciones realizadas hasta aquí en
una perspectiva en diálogo con estos estudios de la policía en clave jurisdic-
cional muestran algunas similitudes con lo planteado para el caso santafecino
estudiado por Barriera y el porteño por Gastellu, pero también algunas espe-
cificidades que resultan sugerentes para pensar cómo las modalidades guber-
namentales fueron aprovechando el discurso y las estrategias de lo policial
según los diversos y propios procesos provinciales.
En tal sentido, la aparición en Mendoza de los alcaldes de barrio para equi-
par políticamente el territorio adyacente al recinto urbano (casi simultánea
al proceso de multiplicación de este instituto en otros ámbitos de la Monar-
quía), implicó proveer auxiliares de justicia para los alcaldes ordinarios, pero
también proveer autoridades próximas a los habitantes. Esto, si habilitaba
una mayor accesibilidad en casos de conflictos y denuncias, asimismo podía
servir para garantizar un mayor control de las relaciones comunitarias58, en
especial, respecto de forasteros y sujetos “sueltos” que, tal como ya lo había
marcado Tau Anzoátegui, se convirtieron en blanco recurrente de los bandos
de buen gobierno y otras medidas adicionales59. De hecho, la miniaturiza-
ción del espacio sobre el cual debían desempeñarse (expresada en la multi-
plicación de nombramientos) evidencia una cuestión ya marcada por Brigitte
Marin y Mathieu Aguilera para el caso madrileño: cercanía y cuadros más pe-
queños de ejercicio debían permitir una mejor vigilancia de los habitantes60.

56 Gastellu, “¿Quiénes administraban baja justicia?”, p. 50. La capacidad sumarial


de los comisarios ha sido remarcada por Osvaldo Barreneche, la cual explicaría la cuota
de poder efectivo que tenían dentro de las relaciones comunitarias. No obstante, también
daría cuenta de la dependencia de las mismas autoridades judiciales que debían proceder
a partir de la información y las pruebas por ellos reunidas, esto ante la escasez de personal
propio y de presupuesto para financiarlo. Dentro de la ley TODO, pp. 103-136.
57 Gastellu, Los jueces de paz, pp. 318-339.
58 Molina, “De los esfuerzos por institucionalizar”.
59 Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno, pp. 85-86.
60 Marin, “Les polices royales”. Aguilera, “Les alcaldes de barrio”.

222
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Sin embargo, la posterior desaparición de estas alcaldías a mediados de


la década de 1780 y su reemplazo por comisionados o, incluso, esporádicos
jueces pedáneos, mostró la persistencia de otras modalidades de gestionar el
gobierno territorial, expresada, por ejemplo, en las estrategias para contar
los pobladores durante el último tramo colonial y los comienzos de la Revo-
lución, por las cuales las espacialidades de conteo fueron delineadas por di-
versos criterios según quienes eran los encargados de realizarlas, vinculando
jueces, jurisdicción y espacialidad de ejercicio61.
Ya con posterioridad, el impacto revolucionario en las estrategias gu-
bernamentales locales se hizo sentir, pues si la justicia seguía estando bien
imbricada en ellas, crecientemente se hincó en la apelación a la función de
policía debido a la urgencia militar. De tal forma, una creciente comparti-
mentación del espacio urbano y rural apuntó a garantizar un más eficaz con-
trol de los vecinos y transeúntes a los fines de contarlos, vigilar sus compor-
tamientos y movilidades, reclutar hombres y recaudar contribuciones para
la guerra, mientras que la gestión sanmartiniana fortaleció el vínculo directo
entre jueces barriales y gobernador intendente, pasando por encima del que
los unía con el cabildo que cada año los nombraba. En este sentido, esos alcal-
des de barrio (designados en Mendoza desde 1811 como “decuriones”) vieron
confirmada su capacidad de juzgar en causas de mínimo monto a la vez que
resultaban cubiertos de tareas múltiples que incluían, además de lo dicho,
otras tantas de cuidado del espacio público desde el punto de vista material y
moral62, sumado a tareas concretas encargadas por San Martín o su sucesor.
Esa estrecha articulación entre funciones de justicia y policía que los decu-
riones aprendieron a sobrellevar cotidianamente no hizo más que consolidarse
en las décadas posteriores, cuando bandos de gobierno, decretos del ejecutivo
y reglamentaciones provinciales, la ratificaron. De hecho, la trama del tejido se
densificó aún más cuando los comisarios, que debían ser sus inmediatos supe-
riores en el ramo de policía según el Reglamento de 182863, fueron equipados
con capacidades judiciales de menor cuantía unos años después. En efecto, el

61 Así, si una matrícula de 1777 del Curato de Mendoza había seguido la espacialidad
eclesiástica, otra de 1778 realizada en las estancias de Uspallata y Canota fue realizada por
el teniente de corregidor y juez de minas, mientras que los padrones del Fuerte y Villa de
San Carlos de 1794, 1795 y 1798 lo fueron por su juez poblador. Ver Molina, “El arte de
empadronar”.
62 Molina, “La función de policía”.
63 Archivo General de la Provincia de Mendoza (en adelante, AGPM), Registro Mi-
nisterial, núm. 58, 12/6/1828.

223
EUGENIA MOLINA

Reglamento de Justicia de 1834 confirmó las funciones de justicia ínfima en de-


curiones y las otorgó a los comisarios, quienes dejaron de ser solamente alzada
de las apelaciones a las sentencias de aquellos para empezar recibir por sí cau-
sas civiles64. Mientras tanto, los subdelegados de las villas de San Carlos y San
Martín, inicialmente designados en los puntos políticos más alejados del casco
urbano al Sur y al Este para ejercer la justicia de primera instancia, con los
años fueron acumulando toda una serie de tareas que incluyeron la vigilancia
de la población móvil contratada temporariamente en las unidades producti-
vas ganaderas, las relaciones entre los hacendados y el cuidado del patrimonio
ganadero privado y público. Así, los Reglamentos de Estancias de 1834 y 1845
fortalecieron su labor de policía rural, la cual apuntaba a apuntalar la que era
por entonces la actividad económica hegemónica de la provincia65.
Sin embargo, en el mismo momento en que se fortalecía esta estrecha ar-
ticulación entre justicia y policía que tanto la normativa como la praxis coti-
diana reproducía en los eslabones medios e inferiores de la cadena de man-
do con la cual se equipaba institucionalmente ciudad y campaña, también se
consolidaba un funcionario que, apoyado en la gestión administrativa de su
propia oficina, ejecutaba las órdenes del gobernador y se movía por los inters-
ticios (muy progresivamente definidos) de una acción política (por tanto, no
jurisdiccional). En tal sentido, el referido Reglamento de Policía de 1828 vino
a ordenar legalmente este ramo cuyo ejercicio venía intentando delinearse
en los años previos, cuando el vaciamiento de atribuciones del cabildo y su
desaparición posterior (1825) había obligado a la élite a ensayar diversas so-
luciones temporarias. En este sentido, si por entonces ya era claro que esta
materia entraba dentro de la esfera del gobernador, y de hecho se lo instó a
nombrar los decuriones anuales para efectivizar ciertas labores que cumplían
en relación con ornato urbano, mantenimiento de acequias, vigilancia y regis-
tro de la movilidad de población66, hubo marchas y contramarchas respecto
de quiénes reforzarían la seguridad urbana y rural, y con qué capacidades lo
harían. Así, a mediados de 1824 se había presentado en la Sala representativa
un proyecto para la creación de un “inspector de policía” y la supresión de los
dos celadores, “rustico” o de “extramuros” y urbano. Pero luego se aprobó la

64 El artículo 14 establecía que los comisarios entenderían en las causas de más de


$20 y que no pasasen de $50 en forma verbal, concediendo apelación al juez civil de pri-
mera instancia. AGPM, Registro Ministerial, núm. 98, 13/9/1834.
65 Sanjurjo de Driollet, Inés, La organización político-administrativa, pp. 48-79.
66 Molina, Eugenia, “La función de policía”.

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TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

eliminación de ambas plazas y se decidió establecer un “juez de policia con ju-


risdiccion ordinaria”, cuyas apelaciones se harían ante el gobierno, estipulán-
dose que sería dotado con $300 “por haora”, durando tres años en el puesto67.
De hecho, en 1825 se le suprimió la jurisdicción ordinaria en el mismo acto
que se aunó el ramo de policía con el de aguas68.
Recién con la reglamentación de 1828 que espacializó toda la provincia en
departamentos a cargo de comisarios (colocándolos bajo la inmediata sub-
ordinación al comisario general de la ciudad y, a través de éste, al jefe de po-
licía), se ordenó un poco la madeja institucional. Por una parte, la precisión
normativa de que la jefatura no tenía jurisdicción y su rol era el de “ejecutor”
dejaba en claro que procedía por vía político-administrativa, cumpliendo
disposiciones y órdenes puntuales del gobernador sumadas a la amplia lista
de comportamientos prohibidos previstos en esa ley y de cuya vigilancia y
castigo se la hacía responsable (por sí o través de sus subalternos). La jefatu-
ra se convirtió en esclavón clave para notificar y exigir pagos a los vecinos69,
colaborar en la definición de los repartos en coyunturas de guerra70, organi-
zar y recibir las composiciones de los abastecedores71, mediar en las excep-
ciones contributivas72, reunir y distribuir los recursos entre las tropas o a
quienes realizaban servicios al gobierno con animales73 u otros elementos74.
Su rol en las medidas fiscales se reflejó asimismo en el otorgamiento y cobro
de patentes e impuestos a las tiendas urbanas75, algo que en las zonas rurales

67 Actas de la Legislatura, pp. 194-195.


68 Actas de la Legislatura, p. 238. En este sentido, debido a la capacidad no jurisdic-
cional del “Juez de Policía y Aguas” y haber derivado a “contencioso” un conflicto en torno
de una acequia, la resolución de aquel fue refutada y debió entregar los autos obrados para
dar el pase a la justicia ordinaria. AGPM, independiente, carp. 100, doc. 38, 26/4/1826.
Esta causa evidenciaba bien la dificultad para definir qué era un asunto de la esfera policial
y cuál judicial dentro de un ordenamiento institucional que, si incorporaba notas políti-
co-administrativas, seguía siendo tramado por el paradigma jurisdiccional.
69 AGPM, Registro Ministerial, núm. 69, 6/1/1830. AGPM, carp. 25, doc. 28,
13/6/1831 y 9/9/1831.
70 AGPM, Registro Ministerial, núm. 79, 14/4/1831.
71 AGPM, Registro Ministerial, núm. 65, 25/2/1829.
72 AGPM, carp. 170, doc. 3, 17/10/1829 y doc. 9, 7/1/1831. AGPM, carp. 25, doc. 28,
17/1/1831.
73 AGPM, carp. 170, doc. 41, 17/12/1833 y doc. 52, 15/3/1834. AGPM, carp. 25, doc.
28, 4 y 5/1/1831.
74 AGPM, carp. 170, doc. 41, 3/10/1833.
75 AGPM, Registro Ministerial, núm. 72, 15/5/1830.

225
EUGENIA MOLINA

fue asumido por los ya referidos subdelegados. Pero además de todo esto, el
jefe policial cumplió órdenes puntuales en materia de elecciones76, para la
indagación sobre noticias77 o el reconocimiento de personas en coyunturas
críticas78.
Simultáneamente, la sede del Departamento de Policía se volvió una ofici-
na que fue consolidando su lugar dentro de la trama gubernamental debido
a su acumulación de información clave (hídrica, fiscal y electoral), el otorga-
miento de documentación oficial (pasaportes y papeletas de conchabo) y la
organización de la prevención y vigilancia urbana de personas y bienes. Esta
consolidación institucional de la cabeza policial en su sede urbana se expresó
también en la creciente disponibilidad de presupuesto para cubrir un cada
vez mayor cúmulo de gastos. Respecto de estos, si el sostenimiento de pique-
tes armados daba cuenta del peso creciente de la cuestión de la “seguridad”
y el “orden público” en las responsabilidades del Departamento, también el
papel y la tinta evidenciaban la relevancia de la gestión administrativa, cuyos
registros escritos comenzaron a nutrir un archivo burocrático que nutría el
capital informacional a disposición del gobierno79.
La consolidación de la vigilancia, represión y castigo de las infracciones a
las normas de policía (muchas de las cuales referían a comportamientos que
intentaban ser disciplinados ya desde los bandos coloniales de buen gobierno
estudiados por Tau Anzoátegui)80 se evidenciaba en el aumento exponencial
de las multas registradas mensualmente desde la década de 1850, lo cual he-
mos podido constatar a partir del análisis de los documentos contables de la
Caja de Policía que se han conservado. En efecto, si entre 1834-1837 aquellas
no llegaban a 10 registros mensuales, e incluso hubo meses sin ellas o con solo
una, el segundo semestre de 1845 pareció evidenciar ya un crecimiento rele-
vante, por cuanto los registros muestran entre 6 y 18 por quincena, mientras
que desde 1852 los infractores aumentaron sin cesar, superando los 30 ó 40
hasta llegar a 90 u 80 entre 1857 y 185881.

76 AGPM, Registro Ministerial, núm. 71, 14/4/30.


77 AGPM, carp. 25, doc. 28, 4/1/1831.
78 AGPM, carp. 171, doc. 50, 20/11/1852.
79 Hemos trabajado estos aspectos en Molina, “La materialidad de la oficina”.
80 Muchas de las “Prohibiciones” que incluía el Reglamento de Policía de 1828 ya
habían sido incluidas en los bandos estudiados por Tau Anzoátegui, Los bandos de buen
gobierno, pp. 66-96.
81 AGPM, carp. 170, doc. 17, 45 y 54. AGPM, carp. 171, doc. 54 y 73. AGPM, carp. 172,
doc. 6, 15 y 30.

226
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Pero, por otro lado, esta consolidación que hemos detectado se refleja
también en el análisis mismo de la correspondencia que delineaba un circuito
que conectaba al jefe policial con comisarios y decuriones, y otro que articu-
laba el Departamento de Policía con la justicia de primera instancia, los cua-
les muestran tensiones, negociaciones y conflictos en la maraña de la praxis
cotidiana a la hora de ir definiéndose qué era contravención y qué delito, y
qué papel le correspondía a cada cual82. En este sentido, y tal como ha mar-
cado Garriga, no podía deslindarse de una vez y para siempre qué era un acto
gubernativo (y en ese ámbito entraba la policía) y qué uno judicial, debiendo
decidirse casuísticamente para, de forma progresiva, delinear áreas de in-
cumbencia83. Una hipótesis a partir de la cual estamos indagando la cuestión
propone que, precisamente, esa diferenciación habría sido uno de los efectos
paulatinos logrado por toda una acumulación normativa sobre materia poli-
cial que se fue dictando entre 1828 y al menos 1860, esto sumado a la acción
administrativa cotidiana cuya producción documental, resguardada en los
archivos institucionales, se convertía ella misma en escenario del deslinde de
los comportamientos a castigar y de las atribuciones con las cuales hacerlo84.

4. Consideraciones finales

La exhortación de Tau Anzoátegui a estudiar la productividad normativa


local y provincial parece no haber caído en el vacío. Por el contrario, la am-
pliación de los estudios al respecto ha ido acompañada, como hemos marca-
do, por una creciente diversificación de intereses de indagación que muestra,
en definitiva, ese Derecho vivo, dinámico, que a la vez performaba las relacio-
nes sociales y era resultado de ellas, a cuyo estudio también había convocado.

82 La distinción entre contravención y delito conforma un complejo tópico de dis-


cusión aún en el campo actual del Derecho penal, en el cual no solo se tocan cuestiones
filosóficas vinculadas a la ontología de la acción a castigar, sino también constitucionales
en relación con la distribución de la capacidad legislativa y punitiva entre Estado federal y
provincias. Ferreira, “Vigencia del debate”. El proyecto de Código Penal de Carlos Tejedor,
presentado entre 1865 y 1867, distinguía entre crímenes, delitos y contravenciones, los
cuales suponían una gradación de las penas, correspondiendo las aflictivas a los primeros,
las correccionales a los segundos y las “de policía” a las terceras. Rosso, Codificando el
derecho, p. 60. No obstante, resulta clave analizar qué ocurrió antes de la codificación y
cómo esta impactó en las representaciones y las prácticas de autoridades y ciudadanos.
83 Garriga, “Gobierno y justicia”, pp. 7-14.
84 Molina, “Justicia o policía”.

227
EUGENIA MOLINA

El guante de ambas preocupaciones ha sido recogido por las investigacio-


nes que, incorporando un marco teórico de referencia interdisciplinar com-
plejo, han indagado en las justicias de proximidad, abordando la experiencia
de jueces y justiciables a ras del suelo para reconstruir cómo se tramaban
las relaciones de poder, cómo estas intervenían a la hora de demandar por
derechos afectados, qué representaciones de lo justo e injusto eran maneja-
das por los actores, qué lenguajes usaban para expresarlas, cómo buscaron
equipar políticamente los territorios y cuáles fueron las autoridades creadas
para gobernarlos (primero dentro de la Monarquía española y luego durante
los gobiernos revolucionarios y posteriores).
No obstante, una proyección concreta de la invitación de Tau Anzoátegui
a mirar las manifestaciones locales del Derecho ha resultado proteica. Así, su
detallado estudio de los bandos de buen gobierno se ha convertido en referen-
cia clave, por cuanto marcó bien cómo el término y la función de policía hincó
dentro del discurso y la práctica jurisdiccional, y fue zanjando sus propios
recorridos hasta convertirse en uno de los elementos basales de acción de la
cultura política estatal. En este sentido, su metáfora de la madeja con hilos
entrecruzados que conformaba el tejido jurídico indiano85, la cual le servía
bien para dar cuenta del pluralismo normativo y el casuismo que lo carac-
terizaba, ha resultado ser muy útil para expresar también cómo la práctica
cotidiana del decir justicia implicaba gobernar, y cómo esta acción comenzó
a apelar al recurso de la policía para decidir y ejecutar por fuera de los límites
jurisdiccionales ordinarios.
Si la grandeza de un intelectual puede valorarse por la generosidad con la
cual acompaña a otros en sus propios trayectos de investigación y reflexión
(y en ello somos muchos los que le debemos inmensas ayudas en los inicios
de nuestras carreras, y mucho tiempo después también), asimismo puede
hacérselo por las proyecciones de sus aportes para generar nuevas líneas de
investigación, proponer nuevas preguntas y ofrecer a la lectura fuentes no
indagadas. Al respecto, la contribución de Tau Anzoátegui ha resultado fun-
damental, y la cuestión de los abordajes de la justicia menor y de sus vínculos
con el ramo policial viene siendo más que ilustrativa en los últimos años den-
tro de las proyecciones generadas por sus exhortaciones a la historiografía
argentina.

85 Tau Anzoátegui, Nuevo horizontes, p. 92.

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LOS NATURALES DE AMÉRICA FRENTE AL DERECHO PENINSULAR
Las posibilidades interpretativas que proponen el casuismo y la costumbre

Dra. María Cecilia Oyarzábal


Instituto de Investigaciones Históricas y Sociales
Universidad Nacional de la Patagonia
ORCID: 0009-0004-4393-7917

SUMARIO: 1 Introducción: un recorrido necesario; 2. Los indígenas y el derecho;


3. Casuismo; 4. Costumbre; 5. Reflexiones desde el estudio de la justicia interét-
nica; 6. Conclusiones: la sensibilidad y el oficio.

La Historia, sobre todo la de aguas profundas, no se construye con hechos


espectaculares. A veces bastan simples indicaciones, aspiraciones, contenidas
en un documento de otro alcance. Son indicios soterrados que el historiador
debe aprovechar para sacarlos a la luz1.

1. Introducción: un recorrido necesario

Hablar de indígenas, es hablar de Derecho porque esta categoría étnica es,


esencialmente, una categoría jurídica creada desde la Corona castellana para
legitimar su dominio sobre América y sus antiguos habitantes. La figura del
indio constituyó un tema de investigación preponderante dentro de los estu-
dios coloniales donde la Historia compartió su metier con otras disciplinas
como la Antropología o la Etnohistoria. En tanto el grueso de la población
indígena no dejó plasmadas sus voces en la documentación, los estudios de-
bieron basarse en fuentes escritas por otros que a ellos se refirieran2. Enton-
ces, la documentación producida por la jurisprudencia y los diversos ámbitos
de justicia cobró un lugar preponderante como fuente. Las posibilidades de
abordaje se abocaron al derecho que se promulgó hacia los indígenas, la jus-
ticia interétnica en sí y las descripciones que los expedientes facilitaban al
estudio de la república de indios en general. Fue así que muchos historiadores
que pensamos nuestro tema de investigación desde otras perspectivas, nos

1 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 337.


2 Si bien, por la naturaleza de los temas abordados en el presente trabajo, nos remi-
tiremos a referenciar la documentación escrita por parte de las autoridades españolas, es
preciso mencionar la vigencia en el período de soportes de memoria tales como quipus y
códices.

235
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

sumergimos en un ámbito que tradicionalmente había sido de la Historia del


Derecho.
Este acercamiento que, en un primer momento, pudo responder a la nece-
sidad de comprender el contexto de producción de las fuentes, prontamente
se adentró a sondear los conceptos más medulares que lo componían, esos in-
dicios de los que habla la cita que abre el capítulo, aquellos que nos conducen
a las aguas profundas del marco jurídico de la sociedad analizada y que con-
ciernen concretamente a mi objeto de investigación: la justicia interétnica en
el ámbito de la jurisdicción de San Salvador de Jujuy. El tiempo y las lecturas
demostraron que, aunque el estudio de la sociedad indígena no constituyera
un tema específico sobre el que escribiera Víctor Tau Anzoátegui, su aguda
mirada había reparado en variables fundamentales que guiaron el derrotero
de estudios posteriores para pensar en la experiencia de los naturales frente
al derecho peninsular. En el presente estudio, nos proponemos rescatar su
análisis sobre el casuismo y la costumbre, rasgos fundamentales para pen-
sar la justicia de Antiguo Régimen y que resultaron especialmente operativas
para la constitución de una cultura jurídica de la que participaron los sectores
indígenas, medular a la consolidación de la empresa colonial.
Desde sus inicios, la Historia del Derecho se constituyó como un campo
de investigación separado con respecto a la Historia y las demás Ciencias So-
ciales, basando su objeto de estudio en los sistemas jurídicos3. Sus líneas de
trabajo incluyeron variables como los contextos culturales e históricos que
posibilitaron la aparición de esos sistemas, así como la doctrina que formó a
los juristas o las modalidades de aplicación de la normativa, incluido el marco
institucional. En tanto los procesos sociales quedaban relegados al estudio de
los historiadores, el abordaje de las leyes y los sistemas jurídicos, se suponían
ámbito restringido a quienes habían pasado por los claustros de la facultad de
Derecho. La separación de dos ámbitos que, desde el presente, no podemos
más que pensar de forma complementaria, comenzó a unirse gracias a la ini-
ciativa de Víctor Tau Anzoátegui quien promovió la apertura de los canales de
diálogo entre uno y otro4. Las dinámicas que dieron sustento a la sociedad co-
lonial americana, seguirían siendo un espacio reacio a nuestra mirada, si no
contáramos con las herramientas conceptuales para comprender la cultura
jurídica de Antiguo Régimen. Es a partir de la interacción entre Historia Ge-
neral e Historia del Derecho que se hace posible aprehender esos elementos y

3 Barriera & Tío Vallejo, Historia política e Historia del derecho.


4 Barriera, Historia y Justicia.

236
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

volverlos operativos a estudios históricos o etnohistóricos. La profundización


en el análisis de categorías claves por parte de un historiador del Derecho con
una mirada tan amplia como la de Víctor Tau Anzoátegui allana, en buena
medida, ese recorrido. La cultura jurídica de Antiguo Régimen era diversa,
plural, dinámica. Su imposición en América no haría más que multiplicar es-
tos atributos, cualidades que prometen un largo camino de investigaciones.
Casuismo y costumbre son categorías claves en este sentido.
Casuismo y sistema. Indagación histórica sobre el espíritu del Derecho
Indiano, se publicó por primera vez en 1992 y fue reeditada en 2021 con pró-
logo de Agustín Casagrande, Thomas Duve y Jorge Núñez, por la Universidad
Carlos III de Madrid. El libro constituye –según palabras del propio autor- su
obra más representativa. Entrevistado por Alejandro Agüero en 20135 reco-
noce que ese libro fue la respuesta a una inquietud que lo perseguía desde
antaño. El germen había nacido de una reacción, fue la réplica (colmada de
erudición y trabajo, es preciso agregar) a cierto tono despreciativo con que
el término casuismo era pronunciado en el ámbito universitario, una impre-
sión que despertó la necesidad de llevar a cabo ese estudio que indaga en
las formas y las lógicas del Derecho pre moderno. En sus más de seiscientas
páginas la obra discurre a través de la tensión presente entre casuismo y sis-
tema, volviendo sobre las formas casuísticas tan propias del Antiguo Régimen
que procuraron, en alguna medida, ser obviadas por las corrientes legalistas y
dogmáticas que adquirieron hegemonía a finales del siglo XVIII.
En 2001 el Instituto de Investigaciones de Historia Del Derecho de Buenos
Aires, publica El poder la costumbre. Estudios sobre el Derecho consuetudi-
nario en América Hispana hasta la Emancipación, obra que ya contaba con
una versión digital editada por la Fundación Tavera y la Fundación Hernando
de Larramendi en España. La obra recupera una serie de trabajos sobre el
tema que fueron presentados en diversos congresos, algunos publicados con
anterioridad y otros escritos para el volumen. En la entrevista antes men-
cionada, y al responder a quiénes considera sus maestros, Tau Anzoátegui
rememora la participación de Alfonso García Gallo en el 1er. Congreso Inter-
nacional de Historia del Derecho Indiano que se celebró en Buenos Aires en
el año 1966. Según cuenta, hasta ese momento el Derecho Indiano no había
sido un tema de especial interés en su labor, sin embargo, al escuchar la di-
sertación del historiador español sobre la costumbre, una serie de elementos

5 La historia del Derecho. Entrevista a Víctor Tau Anzoátegui por Alejandro Agüero.
Disponible en Youtube.

237
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

“resucitaron” en él. Fue entonces que se vuelca hacia la especialidad, siendo,


precisamente, “La Costumbre en el Derecho Indiano” su primer trabajo den-
tro de la temática, investigación que continuará con los años y cristalizará
en la obra que trabajamos. Ocuparse de la costumbre suponía rescatarla del
lugar subordinado con que frecuentemente se la colocaba respecto a la ley, en
palabras del autor:

No se trataba de mostrar la costumbre como un recurso puntual y aislado utilizado en


ciertas ocasiones para llenar un vacío legal, para cubrir una falta de conocimiento de la
ley, o para hacer frente a la aplicación de un precepto real francamente desfavorable a
los intereses de determinada comunidad6.

La elección de casuismo y sistema como tipos ideales contrapuestos per-


mite al autor exponer a través de una clara mirada lo que, primordialmente,
le ocupa: aquella forma de Derecho de Antiguo Régimen, tan lejana a nuestra
comprensión de la cual también forma parte la costumbre. Esas formas de or-
denamiento, entre otras, tendrán una centralidad fundamental en el mundo
americano y, específicamente, en el ejercicio de la justicia interétnica. Estos
tipos que no dejan de ser categorías analíticas presentes, y que no se dieron
con pureza en la realidad, nos permiten adentrarnos no sólo en las leyes que
se implantaron en América, sino, sobre todo, en cómo se llevó a cabo la prác-
tica jurídica y en qué grado los indígenas pudieron hacerse eco de la misma.
Pero, antes de introducirnos en las especificidades temáticas, veremos un
plano general de la relación entre los naturales y el Derecho.

2. Los indígenas y el derecho

El indio constituye la creación colonial por excelencia, un concepto que,


aunando a las diversas etnias que poblaban el continente, determinó la legi-
timidad del orden castellano en el Nuevo Mundo. La colonización de Améri-
ca consistió en una forma de “asentamiento sin desplazamiento”7, razón que
hizo necesaria la participación activa de la población indígena y promovió la
creación de un marco que los admitiera como sujetos jurídicos coloniales, en
palabras de Carlos Garriga:

En esta clave la colonización aparece como una operación eminentemente jurídica, con

6 Tau Anzoátegui, Casuismo y costumbre, p. 12.


7 Garriga, Como escribir…, p. 329.

238
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

toda su base religiosa, que precisa del derecho no tan sólo para legitimar la situación
colonial, sino también para construir a los sujetos de la relación colonial y el marco
organizativo donde se desempeñan8.

Fue la esencia del Derecho impuesto lo que hizo posible esa conformación
que terminó siendo la sociedad colonial9. Aníbal Quijano10, considera que la
conquista de América fundó una nueva forma de identidad histórica: una idea
de raza que sirvió para legitimar la colonialidad del poder, otorgando a la
pretendida naturaleza de cada grupo humano características que determina-
ban los roles y los lugares en las escalas social y productiva. Es esta una idea
que cuadra cabalmente con la lógica corporativa que dominó la sociedad de
Antiguo Régimen y que la justicia aplicará en la constitución de la república
de indios.
El proceso de colonización de América fue una experiencia signada por la
novedad, pero, para llevarlo a cabo se recurriría a antiguas recetas. Ya en los
primeros años del siglo XVI, en 1504, una Junta de letrados civiles teólogos y
canonistas se reunió para abordar la discusión acerca de la naturaleza de los
habitantes originarios de América, debates que no cesaron ni siquiera cuando
se dictaron las leyes de Burgos en el año 1512 que establecieron la libertad de
los indígenas y por lo tanto su condición de sujetos de derecho. La libertad
allí enunciada, empero, se vio limitada por una serie de rasgos que se atribu-
yeron a los naturales, antiguos status disponibles en el Derecho castellano
que adquirieron nuevo sentido en el contexto americano: los indios serían
invariablemente rústicos, miserables y menores de edad11.
Tradicionalmente, se había aplicado la categoría de rústico a quienes no
detentaban participación en la cultura jurídica letrada12, en tanto, la estima-
ción acerca de la carencia de recursos para desenvolverse socialmente, les
arrogó el dudoso privilegio de atribuirles la condición de personae misera-
bilis, categoría que se ocupaba de quienes eran especiales objeto de caritas13.
La sumatoria de estas condiciones igualaba a los indígenas con los menores
de edad e implicaba la necesidad de ser tutelados resultando de ello “un par-
ticular estatus étnico que implicaba una subjetividad disminuida, sometida a

8 Garriga, Como escribir…, p. 329.


9 Oyarzábal, Ordenar una sociedad mestiza.
10 Quijano, Colonialidad del poder...
11 Clavero, Derecho indígena y cultura constitucional en América, p. 12-13.
12 Hespanha, La gracia del Derecho.
13 Duve, Los privilegios de los indios…; Agüero, Expansión y colonización.

239
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

la tutela perpetua del rey y de la Iglesia. Esta categoría jurídica definida por la
necesidad de protección, tenía la particularidad de constituir un status étnico
y corporativo. 14 Las funciones de resguardo que, tradicionalmente, en el Viejo
Mundo estaban en manos de la familia, se delegaban en América en la esfera
externa, una larga cadena de cuidados paternales que comenzaba en la esfera
celestial y en la figura del Rey para alcanzar a eclesiásticos y encomenderos.
El soberano, como padre que vela por sus hijos, estipula una serie de privile-
gios que se inscriben en la lógica de la gracia, tejiendo la ficción del vínculo
vasallático en el Nuevo Mundo que, en un orden trascendente, se inscribía en
la idea de paternalismo divino. Se construye así, un imaginario de domina-
ción que Carlos Garriga denomina “Colonialismo católico”15.
La evangelización de los indígenas, su entrada en policía cristiana, está en
el centro de todo el discurso colonizador. Entre las múltiples disposiciones
que dan cuenta de ello, resulta emblemática la ordenanza del Virrey Fran-
cisco de Toledo que estipula la creación de reducciones entendiendo que la
dispersión en el espacio es contraria a la acción de los evangelizadores y per-
petúa las idolatrías16. Proceso de conversión sin horizonte, ya que, como bien
marca Germán Morong Reyes, los indígenas “no pueden dejar de ser indios
ya que de lo contrario llegaría a su fin la misión civilizadora y colonizadora, lo
que implicaría un serio problema de disposición de mano de obra gratuita”17.
El Derecho expedido para los naturales se puede reconocer tanto desde la
legislación promulgada a través de leyes y ordenanzas, como de los resultados
de Sínodos y Concilios. La necesidad de ordenar el mundo recién conquistado
y responder a las diversas situaciones que se iban presentando, generó una
abundante normativa, marcada por el casuismo18. Antes de que se alcanzara
la primera mitad del siglo XVI, se dieron pasos determinantes para asegurar
el lugar de la Corona frente a las pretensiones esgrimidas por los conquista-
dores. Las Leyes Nuevas (1542-1543) que abren el camino al accionar de au-
toridades como los virreyes Luis de Velazco en Nueva España o Francisco de
Toledo en los Andes tendrán incidencia directa en el lugar que se le otorgó a la
república de indios, el principal de ellos: se aseguró el rol de la Corona como
intermediaria en la relación entre indígenas y encomenderos, suprimiéndose

14 Agüero, Expansión y colonización, p. 249.


15 Garriga, Como escribir…, p. 329.
16 Lorente, Relaciones de los Virreyes y Audiencias…, p. 13.
17 Morong Reyes, Saberes hegemónicos y dominio colonial, p. 57.
18 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema; Agüero, Expansión y colonización.

240
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

el servicio personal. Claro está, disposiciones que tendrían una trascendencia


relativa más allá de lo escrito. Como comprueba Woodrow Borah, refiriéndo-
se a las Leyes de Burgos: “pese a que en muchas cláusulas se pedía el buen
trato a los indios, no iban mucho más allá de las instrucciones previas”19.
La producción normativa no cesó durante todo el período colonial. Más
allá de los cuerpos de leyes, la experiencia judicial se nutriría de otros ele-
mentos que es preciso destacar, atendiendo los diferentes planos del ejercicio
del Derecho en lo que se refiere a indígenas. A nivel general, se encuentran las
leyes que se hicieron para pautar la república de indios diferenciada de la de
españoles. Los ámbitos en los que aplica la normativa son múltiples, entre las
que se destacan las disposiciones que prohíben expresiones culturales pro-
pias, las que organizan los pueblos y sus autoridades, las relaciones sociales
y la provisión de mano de obra, entre tantos otros puntos. Pero ninguna de
estas disposiciones hubiera alcanzado ningún resultado, si no hubiese sido
por la activación de mecanismos de intermediación que hicieron posible que
esas leyes llegaran a los naturales y fueran acogidas por ellos. Traductores,
intérpretes, protectores de naturales, autoridades étnicas, así como eclesiás-
ticos, jueces pedáneos o visitadores serán algunos entre tantos agentes que
cumplirán ese cometido.
Alcaldes ordinarios, quizás un escribano, el protector de naturales, uno o
más lenguaraces, demandados y demandantes, un número variable de testi-
gos… elementos de la puesta en escena que significó cualquier instancia de
justicia interétnica, ya sea que esta se desarrollara en la ciudad de españoles
o en el pueblo de indios. Un aparato de dominación material e ideológica se
presentaba de diversas maneras: la justicia del conquistador como medio he-
gemónico de resolución de conflictos, el uso de castellano como lengua oficial,
el dominio de la escritura y el uso del papel como testimonio hacia el futuro.
Por otro lado, los elementos de presentación de los indígenas: la admisión de
su categoría de indio y de un nombre impuesto en el bautismo y su posible
condición de ladino en la lengua española. Esta puesta en escena, que rezuma
colonialidad en todos sus gestos es la síntesis, la cristalización de una profun-
da tradición europea que se resignificaría en el contexto americano.
La justicia interétnica comprende todos estos elementos y relaciones. Se
trata de una práctica establecida por una directriz de control social basada en
la desigualdad étnica que, a la vez, es apropiada por los indígenas para des-
envolverse en el mundo colonial ya que admite instancias de negociación, re-

19 Borah, El Juzgado General de Indios en la Nueva España, p. 32.

241
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

sistencia20 y puede convertirse en herramienta de reconfiguración identitaria,


incluso respecto a otros indígenas21. Paradójicamente, este uso de la justicia
consolida el sistema colonial en su conjunto, ya que, al tomar el Derecho im-
puesto, la población indígena acepta y en consecuencia legitima la composi-
ción asimétrica de la sociedad, convalidando su condición de inferioridad y el
poder hegemónico que implicaba la aceptación del Derecho colonial22 en tan-
to “saber autorizado”23. Queda otro plano por exponer, quizás el que resulta
más difícil de rastrear en las fuentes. Se trata de la costumbre indígena, aque-
lla que las autoridades coloniales admitieron y a la que nos referiremos en el
apartado correspondiente. Creemos que el desarrollo de la justicia interétnica
y la cultura jurídica que nace de esa práctica (que en base a nuestro traba-
jo sobre la jurisdicción de Jujuy hemos conceptualizado como andino- colo-
nial) sólo es posible a partir de elementos particulares del Derecho impuesto,
aquellos que dan cuenta de cierta sensibilidad hacía el imaginario indígena.
Es ahí donde casuismo y costumbre adquieren relevancia para nuestro objeto
de estudio. A ellos nos referiremos a continuación.

3. Casuismo

Sostener que el Derecho se compone de un corpus de normas estructu-


rado, que admite todas las posibilidades resolutivas que puedan presentarse
en la vida social, es hablar de sistema. Los casuistas, por su parte, conside-
ran que las normas comparten el Derecho con las decisiones precisas que se
toman sobre los diferentes casos, de acuerdo a las circunstancias específicas
que se abren a partir del tiempo, el espacio y la calidad de las personas. Si
bien, ya desde el título de la obra referida, Tau Anzoátegui nos propone estu-
diar ambos modelos, vemos que la necesidad de pensar el casuismo, aquella
práctica tan ajena a nuestra propia percepción del derecho, cobra cierta re-
levancia, como se específica en el prólogo de la última edición: “de lo que se
trata es de observar al casuismo con la legitimidad de un sistema”24. Y es allí
donde, precisamente, nos interesa situarnos.
Esencialmente, el casuismo abrevaba en una fuente incuestionable: “Dios

20 Oyarzábal, Ordenar una sociedad mestiza.


21 Bahena Pérez, Narrativas de éxito y fracaso…
22 Poloni Simard, Los indios ante la justicia.
23 Morong Reyes, Saberes hegemónicos y dominio colonial, p. 72.
24 Casagrande, Duve & Núñez, Casuismo y sistema, treinta años después, p. IX.

242
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

no sólo vela por la especie humana en general sino sobre cada acción libre
particular del hombre, atendiendo a sus necesidades personales”25 expresión
que el Derecho, como garante del orden divino en la tierra, respetaba. La al-
teridad americana recibirá respuestas del Derecho peninsular, pero, para en-
contrar esas respuestas, no se hizo necesario salir de los marcos conocidos,
ni siquiera saltearlos. Como ya mencionamos en el apartado antecedente:
antiguas fórmulas constitutivas del Derecho peninsular alcanzaron nuevos
resultados en el contexto colonial americano. Como marca Tau Anzoátegui,
el Derecho común y el castellano contenían una fuerte creencia casuista de
tradición romana y medieval. El Derecho romano no se concebía como un
conjunto de principios ordenados, sino como el resultado de la habilidad de
interpretar lo que resultara bueno y ecuánime a la resolución de casos deter-
minados, la decisión de establecer lo correcto en cada situación. El medioevo
tomó esta tradición y colocó el peso y la legitimidad de las resoluciones en el
principio de autoridad, en el razonamiento de los juristas.
El espacio americano presentó todas las particularidades posibles ante la
mirada de los colonizadores. La diversidad geográfica y ecológica se multi-
plicó con la variedad de sociedades que poblaban el paisaje. Los parámetros
eurocéntricos con los que se catalogó a los naturales del continente recono-
cieron las diferencias que mediaban entre sociedades complejas a grupos ca-
zadores y recolectores, así como indicadores tales como la belicosidad, los
sistemas de creencias, las formas de producción o las prácticas culturales que
tuvieran mayor o menor acercamiento a las propias. Novedad y necesidad
llevaron a un exhaustivo proceso de reconocimiento y descripción del espacio
y su gente, proceso que también abrevó en la tradición ya que la experiencia
en el terreno se reconocía como matriz de las leyes y un precepto básico del
casuismo.
El reconocimiento de la sociedad sobre la que se debía legislar contó con
múltiples alternativas. Entre ellas, es preciso destacar el aporte de los hom-
bres de la Iglesia. La necesidad de evangelizar y –para ello– la pretensión de
terminar con las expresiones idolátricas propias de los naturales, llevó a los
miembros del clero a recorrer el espacio, a levantar testimonios y a volcarlos
en Sínodos provinciales dentro de sus obispados, para después ser expuestos
y discutidos en Concilios en las sedes arzobispales. Habitar los pueblos de
indios, dispensar el catecismo y los sacramentos a su población posibilitó una
indudable ventaja comunicativa con respecto a los agentes de la Corona. Vi-

25 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 51.

243
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

sitadores, cronistas e informantes también dejarían plasmadas descripciones


e impresiones con diverso grado de método y ecuanimidad, material que en
conjunto pudo advertir sobre las especificidades que la ley necesitada con-
templar.
La organización del espacio americano contó con unos y otros. Valga como
ejemplo la constitución de la Junta Magna de Indias que se reunió en Madrid
en el verano de 1568 donde se debatió y emprendió el profundo proceso de
organización de los dominios americanos que en el Perú iría de la mano del
Virrey Toledo. La reunión, presidida por el Cardenal Diego de Espinosa, pre-
sidente del Consejo de Castilla e Inquisidor General, contó con la participa-
ción de los presidentes del Consejo de Indias y de la Orden, consejeros de la
Corona, eclesiásticos entre los que se contaban un agustino, un dominico y un
franciscano, y el propio Toledo. La Junta se asesoró con los archivos escritos
sobre Indias de autores como Bartolomé de las Casas y Juan de Betanzos y
de diversos funcionarios reales. A fines del año anterior había llegado a Ma-
drid “El Gobierno del Perú” de Juan de Matienzo, obra que evidentemente
influenció muchas de las resoluciones que allí se tomaron26. De todos modos,
bien sabemos que todo este trabajó se respaldó y completó con la Visita que
el Virrey emprendiera poco después de llegar al Perú y que le demandaría
prácticamente un lustro.
Tau Anzoátegui propone incluir diversidad, mutabilidad y distancia como
nociones diferenciadoras de la sociedad colonial americana. En cuanto al atri-
buto de diversidad, plantea desdoblarlo entre la diversidad existente entre el
Viejo y el Nuevo Mundo y la propia de los diferentes espacios americanos.
Juristas de la época como Matienzo o Solórzano advirtieron sobre las limi-
taciones de las leyes generales ante la variedad de casos que se presentaban.
Era una idea generalizada que cada espacio revestía rasgos singulares a ser
tenidos en cuenta, lo que llevó a una temprana predisposición a admitir las
particularidades de las comarcas. A esto se debe agregar la posibilidad de
aplicación de acuerdo al criterio de quien la ejecutara, conforme apreciara el
caso, razón por la que “se daba así una doble instancia casuista27. Las particu-
laridades geográfico-territoriales serán temas de concreta consideración. Una
concepción muy acabada acerca del determinismo operado por el entorno
natural que rodea a los indígenas se plasmará en testimonios y normas: “el

26 Merluzzi, Gobernando los Andes.; Morong Reyes, Saberes hegemónicos y domi-


nio colonial.
27 Tau Anzoátegui, Casuismo y Sistema., p. 343.

244
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

mundo natural y social no respondía a reglas fijas ni enunciados uniformes.


Estos resultaban impensables en una vida dinámica, presidida por las notas
de variedad y mutabilidad”28. Los textos legales pronto pusieron el acento
en las circunstancias particulares de cada provincia para condicionar la apli-
cación o adopción de una norma, pero, a medida que se fue explorando el
espacio y sus habitantes, fue preciso reconocer que éstas resultaban unidades
demasiado amplias.
En términos generales, se estableció que los indígenas debían habitar en
sus espacios originarios. La experiencia marcaba que el traslado a contextos
ecológicos muy diferentes atentaba contra la salud de los mismos. La perma-
nencia en su hábitat de origen también era garantía de conocimiento de la
tierra y de las técnicas necesarias para extraer sus frutos. Las leyes frecuen-
temente refieren al temple al que los indígenas están acostumbrados, a los
perjuicios que podrían acarrear los traslados. En este sentido, reparemos en
el término “natural” ya que lo veremos actuando de forma polisémica, nom-
brando a las personas y vinculándolas a su espacio original, a su relación con
el suelo29. En el contexto de traslados a los que regularmente se sometía a
los indígenas y la necesidad consecuente de fijarlos a la tierra, visitadores y
gobernadores tenían la prerrogativa de naturalizarlos en circunstancias de
empadronarlos en el nuevo espacio. En los casos estudiados con anteriori-
dad para la jurisdicción de Jujuy, se aprecia claramente cómo la percepción
sobre el temple y las características del suelo original de determinado grupo
y la comparación con los espacios a los que son trasladados varía según los
testimonios y las apreciaciones. Los indígenas se presentan ante la justicia,
haciendo uso de leyes y ordenanzas reclamando retornar a antiguas tierras o
permanecer en lugares donde han sido empadronados. El resultado de estas
disputas, se generará a partir de definiciones puramente casuísticas, compa-
rando las condiciones ecológicas entre unos y otros espacios, diferencias que
pueden establecer los conocedores de una región circunscripta apenas a unas
decenas de kilómetros30..
Otra variable de diversidad que da espacio para la aplicación de resolucio-
nes casuísticas en lo que refiere a los indígenas la constituye la organización
social prehispánica. Los testimonios que hablan de la preocupación de las
autoridades coloniales por conocer las practicas originarias son múltiples. A

28 Tau Anzoátegui, Casuismo y Sistema., p. 67.


29 Oyarzábal, Los caminos de las palabras.
30 Oyarzábal, Ordenar una sociedad mestiza.

245
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

modo de ejemplo, Tau Anzoátegui recoge dos que se proponen recabar infor-
mación sobre espacios medulares del Virreinato del Perú. En primer lugar,
presenta una Real Cédula expedida en 1573 que ordenaba a los oidores de
Quito que se informaran sobre el tributo y las cargas en trabajo que los ca-
ciques imponían a los indígenas de aquella jurisdicción. La Cédula disponía,
además, que si aquellas cargas fueran justas y heredadas de sus antepasados
se permitiesen y, por el contrario, se interviniese en caso de no serlo. El se-
gundo caso analizado data de 1572, cuando se presenta un interrogatorio en
la antigua capital inca, el Cuzco. La finalidad del mismo consistía en averiguar
cómo eran los métodos de administración de la justicia en el Tahuantinsuyo,
poniendo el acento en indagar si las leyes eran homogéneas en todo el impe-
rio o variaban entre una región y otra. Al sopesar si estas pesquisas respon-
dían a un interés intelectual o resultaban un dato esencial para el gobierno de
la sociedad indígena, Tau Anzoátegui no duda en inclinarse por la segunda
opción. Estos desvelos respondían a la preocupación y fundamentos del ca-
suismo que hemos repasado: las averiguaciones procuraban pensar las leyes
más ajustadas a la naturaleza de la sociedad sobre la que se asentaban, tanto
en sus fundamentos como en su diversidad. A pesar de estos esfuerzos, el ba-
lance resultaba desalentador. Tempranamente, en 1554, el licenciado Lebrón
de Quiñones –al procurar dar un diagnóstico sobre las antiguas maneras de
tributar en Nueva España– concluía que la diversidad de formas alcanzaba a
la organización de cada pueblo y la figura de cada cacique31.
A esta pluralidad se le superponía la mutabilidad de las situaciones que
debía contemplar la ley, ya advertida por el padre Acosta: “...las cosas de las
Indias no duran mucho tiempo en un mismo ser, y cada día cambian de esta-
do, de donde resulta que con frecuencia hay que reprobar en un punto como
nocivo lo que poco antes era admitido como conveniente”32. La mutabilidad,
considera Tau Anzoátegui, se profundiza en lo concerniente a los asuntos in-
dígenas, dando a lugar a que las leyes tuvieran una vida tan efímera, cues-
tiones “que debían sorprender a hombres habituados a medir el transcurso
del tiempo con los criterios dominantes en sociedades consolidadas”33. Es
necesario volver a poner el acento en la complejidad del mundo americano,
complejidad a la que el orden colonial supo responder con relativa eficacia.
Claro está, este tipo de intervenciones, no dejaron de ser limitadas y sesgadas

31 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema.


32 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema., p. 110.
33 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema., p. 110.

246
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

a la mirada eurocéntrica de las autoridades y las interpretaciones e intereses


condicionados de los agentes peninsulares.
Más allá de las limitaciones expuestas, debemos reconocer en el impera-
tivo del conocimiento del terreno tan propio del casuismo, un elemento fun-
damental del éxito colonial, a pesar de que no siempre reflejó los resultados
esperados. El proyecto toledano puede resultar, en este sentido, ilustrativo.
En la extensa Visita a la que ya nos hemos referido, el Virrey recorrería vastas
regiones del mundo peruano reconociendo la tierra y sus habitantes. A partir
de ello, apuntó a organizar reducciones que conglomeraran la mano de obra
indígena. Las ordenanzas, finalizadas en febrero de 1574, se preocuparon por
el ordenamiento espacial, un recurso que le serviría al sistema para imponer
el disciplinamiento social y la hegemonía requeridos. Las reducciones tole-
danas procuraron –y lograron en ciertos aspectos– aplicar patrones organi-
zacionales propios de la península sobre las fragmentarias formas andinas
de distribución territorial. Los nuevos pueblos de indios se impusieron sobre
llactas y marcas, condensando lógicas de asentamiento, parentales y sacras
en el concepto castellano de comunidad al que Thierry Saignes definió como
una “ficción jurídica colonial”34. El nuevo ordenamiento conllevó la alteración
de los patrones de verticalidad y la consecuente complementariedad produc-
tiva, así como el vínculo con la tierra ancestral y los antepasados. Estas cir-
cunstancias despertaron una profunda resistencia a la ocupación efectiva de
los nuevos pueblos que, si bien fueron el centro de las festividades, donde se
oficiaban las misas semanales y el lugar en el que se recaudaba el tributo, no
lograron atraer a los indígenas que llegaban a ellos cuando la ocasión lo de-
mandaba, pero siguieron habitando sus lugares de origen.
Lo que subyace en la promulgación de estas normas, en las decisiones
que deben tomar las autoridades es la tensión entre lo que puede permane-
cer y lo que debe imponerse. Como ya se ha señalado, el conocimiento, la
contemplación de los casos brinda la posibilidad de formular normas ade-
cuadas y más plausibles de ser obedecidas. A esto se añade una variable de
organización del aparato colonial. Las pervivencias en cuanto a autoridades
étnicas, formas ancestrales de explotación de la mano de obra y de los recur-
sos o utilización de circuitos reconocidos ancestralmente, allanan la tarea
de los peninsulares sobre el terreno. Del otro lado se sitúa el mantenimiento
del orden colonial y la entrada de los naturales en policía cristiana, generan-
do una tensión que estará en permanente revisión. Los ejemplos apuntados

34 Saignes, Lobos y ovejas, p. 93.

247
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

dan cuenta de estos intentos de articulación entre las prácticas prehispáni-


cas y lo que se pretende imponer. Adentrarnos, a través de la pluma de Tau
Anzoátegui en el estudio de la costumbre, nos ayudará a comprender estos
fenómenos.

4. Costumbre

La costumbre jurídica nace de abajo, se origina en pequeñas situaciones, se abroquela


en círculos restringidos, carece de pretensiones abarcadoras, se muestra opuesta a la
fisonomía del legislador omnipotente y encuentra dificultad para desplegarse dentro
de una mentalidad racional, uniforme y legalista35.

No encontramos mejor definición para abrir este apartado que, justamen-


te, la de Víctor Tau Anzoátegui en el libro que dedica a lo consuetudinario. La
costumbre es el fruto de la capacidad de los pueblos para regular las conductas
colectivas. Un cuerpo de normas que el Derecho reconoció desde los tiempos
romanos, cuando el imperio –al expandirse sobre pueblos diversos– registró
las cualidades intrínsecas de cada grupo por idear las formas de encarnar lo
justo. El reconocimiento de la costumbre de aquellas sociedades contaba con
una cualidad accesoria y con vigor de ley, en algunos casos exigiendo que la
normativa romana se adecuara a la costumbre local y en otros casos situando
a esta por encima de la primera36.
La costumbre debe ser observada en la praxis, ligada a los hechos, aten-
diendo a su versatilidad y dinamismo. Esta flexibilidad, este espacio genera-
do, en parte, por la casuística tuvo en la costumbre otra fuente de posibili-
dades y la sociedad colonial los vio alcanzar dimensiones multiplicadas con
respecto al antecedente peninsular.
Como vimos, el factualismo que caracterizaba al Antiguo Régimen hispa-
no, se acentuó en las distancias y particularidades del Nuevo Mundo y reco-
noció la necesidad de apelar a los marcos culturales propios de los pueblos
a los que aspiraba gobernar. Las costumbres locales ofrecieron un notable
margen de autorregulación a las comunidades, incluidas las de las sociedades
originarias, cuyas antiguas “leyes y buenas costumbres” se mandó respetar en
tanto “no fueran contrarias a la religión ni a las leyes de Indias37. Es preciso
marcar, además, que este privilegio (la posibilidad de aplicar la costumbre) se

35 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 11.


36 Barrientos Grandón, Derecho, sociedad y cultura…
37 Agüero, Expansión y colonización, p. 242.

248
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

contaba entre los que se asignaban a quienes tuvieran la condición de rústico,


como fue el caso de los naturales de América.
Es posible descubrir en los casos expuestos en el apartado anterior ras-
gos consuetudinarios rescatados por la casuística, elementos del Derecho que
iban frecuentemente de la mano. Podemos ver como esto se multiplica a lo
largo de América. Una temática que contó con sensibles diferencias, fue el
debate sobre la posibilidad de que las mujeres pagasen tributo. Mientras que
en Mesoamérica ésta había sido una práctica habitual, no sucedía lo mismo
en el imperio inca. Si bien Juan de Solórzano recomendó mantener las cos-
tumbres de cada espacio, incorporó algunas pautas que se hicieron necesarias
en el contexto colonial. En este sentido, reconocía que las imposiciones a los
indígenas eran difíciles de costear inclusive cuando toda la familia aunaba
su esfuerzo en el pago de lo exigido a un solo miembro: el hombre. A partir
de ello, recomendaba que se contemplase las circunstancias que moldeaban
la situación de las mujeres tributarias evaluando la productividad del medio
ambiente, el estado de viudez y el número de hijos a fin de imponer o exone-
rar de la paga38.
En 1571 Polo de Ondegardo escribe la “Relación de los fundamentos acerca
del notable daño que resulta de no guardar a los indios sus fueros” donde lla-
maba a comprender las leyes de los naturales antes de imponer las castellanas
recordando el precepto de guardar los fueros y costumbres cuando estos “no
repugnasen al derecho natural”39. El antiguo corregidor del Cuzco quien tenía
una amplia trayectoria estudiando las prácticas andinas, encontraba en ello
fines concretos y propicios en el intento de establecer la policía cristiana ya
que creía que la sola imposición obligaba a los indígenas a: “pasar por más
leyes que ni supieron ni entendieron ni vendrían en conocimiento de ellas de
aquí a cien años”40. La predisposición del Derecho peninsular para recono-
cer los ordenamientos propios de las diferentes sociedades fue un recurso de
valía en la conformación de la sociedad colonial. Tau Anzoátegui, al referirse
a la costumbre indígena, remarca: “es allí donde precisamente reluce el fenó-
meno consuetudinario con una fuerza sin igual ni comparación con los otros
componentes del derecho indiano. Un derecho apegado a las cosas, a la tierra,
más del que, mutatis mutandis Grossi visualiza en el medioevo europeo”41.

38 Sánchez Maíllo El pensamiento jurídico de Juan de Solórzano Pereira.


39 Lorente, Relaciones de los Virreyes y Audiencias, p. 7.
40 Lorente, Relaciones de los Virreyes y Audiencias, p. 8.
41 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 78.

249
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

Las pervivencias, como ya lo hemos señalado, eran una necesidad, ya que


allanaban cuestiones organizativas y abonaban cierta recepción por parte de
los naturales hacia el orden impuesto, un orden que, de este modo, no les era
totalmente ajeno.
Una ordenanza del Virrey Toledo, sobre ritualidad es clara al respecto:
“que los caciques y principales alcaldes y regidores coman en las plazas donde
tienen costumbre de juntarse en los pueblos, porque es justo que en esto se
guarde la costumbre antigua del Inca atento a que comen con ellos los indios
pobres, comiendo públicamente” 42. La comida colectiva refrenda los lazos
entre indígenas y autoridades y, como marca el Virrey, asiste a quienes están
en condiciones de pobreza. La costumbre no debe verse como un orden tradi-
cional, inmóvil ya que lo cotidiano opera sobre ella, imponiendo una tensión
constante entre quietud y cambio43. En la ordenanza vemos operando esta
variable de cambio dictada por el contexto colonial: el rol destacado del cu-
raca es compartido por alcaldes y regidores, figuras impuestas por el nuevo
sistema. Podríamos también preguntarnos acerca de los niveles y estándares
de pobreza en tiempos prehispánicos en comparación con el período colonial.
Ciertamente, es posible reconocer que la estructura del ayllu, contenía las ne-
cesidades de sus integrantes, por lo que está individualización de los indios en
condiciones de pobreza puede reconocerse como una contingencia colonial.
De una forma u otra, la Corona está depositando en esta práctica una respon-
sabilidad que podría caberle.
Esta tensión entre quietud y cambio, también puede verse modificada por
acciones que provengan del lado de los indígenas. Resultan ilustrativas, en
este sentido, las disputas que se generaron a partir de la posibilidad de prohi-
bir los taquíes, las danzas rituales del imperio inca. Los bailes ancestrales se
incorporaron tempranamente a las formas de teatro público colonial, acom-
pañando a las autoridades cuando eran recibidas o desfilaban por las ciuda-
des de los Andes44. Esta benevolencia cambiaría en torno al año 1565, cuando
los impulsores del movimiento milenarista Taki Onqoy hicieran su aparición
en escena, amenazando con subvertir el orden colonial. Su denominación
significaba literalmente “enfermedad del baile”45 y gran parte de sus ritos se
centraba en cantos y danzas donde se convocaba al colectivo indígena a aban-

42 Lorente, Relaciones de los Virreyes y Audiencias, p. 210.


43 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre.
44 Estenssoro Fuchs, Los bailes de los indios y el proyecto colonial.
45 Stern, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española, p. 96.

250
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

donar las fragmentaciones prehispánicas y renunciar al dios de los cristianos


en pos de un nuevo mundo que renacería bajo la advocación de una alianza
de dioses andinos. El evidente vínculo entre el movimiento y las danzas que,
hasta el momento, sólo se percibían como potencialmente orientadas a la ido-
latría, llevó a la prohibición de los taquíes.
Desde el Derecho surgieron los primeros reparos al respecto. En 1566 el
Oidor González de Cuenca, prohibiría al Curaca de Jayanca los taquíes, limi-
tando cualquier tipo de danza a que se realizara a la luz del día y que fuera
hecha en presencia del corregidor y las autoridades eclesiásticas. El principal
problema que representaban los taquíes (hasta ese momento) era que, aso-
ciados con la borrachera, podían suponer prácticas idolátricas. Finalmente, la
letra de la disposición redactada por el Oidor García de Cuenca en los albores
del surgimiento del Taki Onqoy se replicará en la ordenanza toledana sobre
el tema:

Ítem mando que los indios e indias comunes no caciques, ni principales no hagan ta-
quíes, ni borracheras y si algunos bailes quisieren hacer sea de día y en lugares y fiestas
públicas con licencia del corregidor y sacerdote a quien se encarga se la den con mode-
ración, con apercibimiento que haciéndolo de otra manera serán castigados46.

Pero la opinión no fue unánime. Si bien el potencial peligro de rebelión no


escapaba a nadie, desde algunos sectores del clero se mantuvo una postura
de tolerancia, basada en la necesidad de otorgar a la sociedad indígena cierto
espacio de libertad y expresión a fin de mantener estable el orden colonial.
En esa línea, el Segundo Concilio Limense de los años 1567 y 1568 se limitó a
exigir a los doctrineros que vigilaran tales prácticas y se prohibiesen sólo las
que fueran una celebración en honor al diablo. El Tercer Concilio Limense,
inaugurado en 1583, evitará el tema en lo formal, pero se expresará encubier-
tamente. Al transcribir las actas del Concilio anterior se altera el texto ori-
ginal para dejar asentado que –supuestamente- aquellos conciliares habían
optado por prohibir los taquíes y borracheras por considerarlos diabólicos47.
La resolución sobre lo que debía prohibirse o admitirse estaba tensionada
por, al menos, dos variables. En primer lugar, la disposición de contemplar
las costumbres de los pueblos conquistados, atendiendo a la necesidad de
darles cierto margen de acción, a fin de morigerar el peso de la imposición

46 Lorente, Relaciones de los Virreyes y Audiencias, p. 207.


47 Duviols, La destrucción de las religiones andinas; Estenssoro Fuchs, Los bailes de
los indios y el proyecto colonial.

251
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

colonial. Sobre esta necesidad, se impone una contingencia de mutabilidad


que se da en dos planos diferentes, pero directamente vinculados: a partir de
la resignificación de los taquíes en el seno del colectivo indígena se modifica
la mirada desde el poder colonial que debe responder ante el peligro que en-
traña un movimiento subversivo del orden.
La vinculación entre las prácticas propias de las sociedades americanas y
la costumbre tal como se la entendió en el Derecho castellano, está atravesada
por alteridades que Tau Anzoátegui no desdeña. En su obra, caracteriza la
costumbre prehispánica como un orden vinculado al imaginario “que organi-
za la vida social y familiar, el ejercicio de la autoridad, el uso de la tierra y que
no se concibe como estructura intelectual separada de esa vida”48. Por otra
parte, reconoce que al ser aplicado en el contexto indígena la voz costumbre
“adquiere un matiz distinto pues responde a un proceso de refracción concep-
tual del pensamiento europeo”49. José de la Puente Luna y Renzo Honores al
estudiar un pleito entre indígenas en la región de Huarochirí reconocen que,
en la segunda mitad del siglo XVI, algunas normas consuetudinarias se apli-
caban desde el espacio del cabildo de naturales del pueblo de San Damián de
Urotambo. La justicia aquí era ejercida por autoridades tradicionales como
curacas o camachicos que tenían también funciones normativas andinas que
se desprendían del mito y del rito, sobre las cuales agregan los autores “lo
cual no significa, por supuesto, que tuvieran que fallar siempre de acuerdo
con ellas”50. Estas autoridades, enroladas ahora en las estructuras coloniales,
se ocuparon de utilizar alternativamente tanto el Derecho europeo como las
costumbres prehispánicas de acuerdo a los intereses que precisaran defender
en cada instancia.
Las leyes que habían determinado el devenir de las sociedades prehispá-
nicas perdieron el sustento y la legitimidad de sus soportes materiales ori-
ginales. Este proceso desaguó en dos vertientes que han sido señaladas por
Caroline Cunill y Rossend Rovira Morgado al estudiar Nueva España. Los
autores demuestran que “por su misma plasticidad, la costumbre se convirtió
en un formidable instrumento de negociación para los pueblos indígenas, que
no dudaron en recurrir a este argumento en los tribunales”51, pero, a la vez, se
volvieron expresiones orales encuadradas en la costumbre tal como la enten-

48 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 78.


49 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 77.
50 De la Puente Luna & Honores, Guardianes de la Real Justicia, p. 38.
51 Cunill & Rovira Morgado, Lo que nos dejaron nuestros padres, p. 300.

252
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

dían los peninsulares en “una operación de reducción del significado”52 que


contribuyó al “proceso de erradicación de los antiguos órdenes normativos y
su sustitución por la policía cristiana”53.
Casuismo y costumbre, entre otros elementos del Derecho castellano da-
rán ese espacio de adaptación tan necesario a la recepción de las imposicio-
nes por parte de los indígenas para consolidar el sistema colonial. Serán fun-
damentales, también, “para absorber el impacto de la novedad americana”54
entre los peninsulares, proceso que Tau Anzoátegui considera que tuvo una
proyección que moldeó además “la mentalidad castellana”55. Esta última
apreciación abre el espacio a pensar una cultura jurídica que se conformará a
partir de múltiples interacciones.

5. Reflexiones desde el estudio de la justicia interétnica

El interés por estudiar cómo el Derecho implantando en la sociedad colo-


nial americana fue accesible a los sectores indígenas y de qué manera éstos
hicieron uso del mismo, supuso abordar dimensiones que exigieron nuevas
reflexiones teóricas que echaran luz sobre los expedientes judiciales, nuestra
materia prima. Como señalamos al abrir el presente trabajo, nuestra propia
investigación, pensada desde la historia y tomando como caso de estudio la
jurisdicción de Jujuy, en los Andes meridionales, buscó insertar la perspectiva
del Derecho con otras posiciones. Ayudó a proyectar nuestra mirada, analizar
la matriz de ese sistema de dominación en términos culturales, entendien-
do que la imposición de un ordenamiento propio de la sociedad peninsular,
ajeno al universo de los naturales, implicaría una forma de disciplinamiento
que abarcaría conjuntamente las acciones y el imaginario. Nuestra línea de
investigación parte de una perspectiva interdisciplinaria que privilegia a la
Historia Social de la Justicia y la Historia Crítica del Derecho en diálogo con
los estudios andinos y los planteos acerca de los mestizajes en el ámbito de la
cultura.
Esta mirada que se abría desde el Derecho hacia las prácticas y las rela-
ciones sociales fue conceptualizada como “experiencia judicial”56, abordada

52 Cunill, & Rovira Morgado, Lo que nos dejaron nuestros padres, p. 303.
53 Cunill, & Rovira Morgado, Lo que nos dejaron nuestros padres, p. 303.
54 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 85.
55 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 85.
56 Barriera & Tío Vallejo, Historia política e Historia del derecho, p. 23.

253
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

por la Historia Social de la Justicia. Tal perspectiva ponía el acento en la ma-


terialidad, es decir, en las condiciones objetivas de la práctica jurídica en el
terreno. La distancia con respecto a los principales ámbitos de justicia, las
divergencias entre lo rural y lo urbano, las condiciones donde se desarrollaba
la práctica jurídica y la circulación de jueces y auxiliares en estos espacios,
ayudaron a esbozar un escenario de la justicia colonial que se proyectó en las
relaciones de poder y la construcción de lo político. Estas relaciones estarán
determinadas por la distancia, variable que incidirá en la tensión entre las
jurisdicciones, y posibilitará u obstaculizará el acceso de los indígenas a los
tribunales. Pero, la distancia no sólo determinó el ejercicio de la justicia sobre
el espacio:

La invocación de esta noción de distancia quedó pronto incorporada no solo al voca-


bulario legislativo de la época, para fundar nuevas medidas, excepciones a las vigentes,
delegaciones e instrucciones, sino también se hizo voz corriente que ayudaba a explicar
la peculiaridad indiana57.

La práctica en el territorio modificaría el Derecho impuesto, proceso que


se puede enmarcar en lo consensuado desde el estudio del campo de los mes-
tizajes: el cambio nunca se da en una sola dirección. De la misma manera que
Tau Anzoátegui lo estableció para la distancia, veremos que un sinnúmero de
rasgos de la práctica jurídica en el territorio, se incorporarán a la normativa,
los argumentos y las resoluciones, creando una práctica novedosa que –a par-
tir de nuestro espacio de estudio– denominamos justicia andino colonial58.
La distancia no se expresaría sólo en los trayectos: las diferencias cultura-
les entre los diversos actores que compondrían la escena judicial, eran otras
cuestiones a salvar. Esta experiencia fue posible gracias a la intercesión de ac-
ciones y agentes que han sido estudiados directa o indirectamente. En primer
lugar, es necesario tener en cuenta las traducciones llevadas a cabo esencial-
mente por religiosos que confeccionaron vocabularios y gramáticas donde se
ocuparon de traducir las principales lenguas vernáculas al castellano. Protec-
tores de naturales, escribanos que ejercían su oficio entre la población indí-
gena59 , traductores60, lenguaraces61 y todo tipo de agentes que recorrieron los

57 Tau Anzoátegui, Derecho local, p. 114.


58 Oyarzabal, Ordenar una sociedad mestiza.
59 Presta, Redes de tinta y poder.
60 Cunill, Un mosaico de lenguas…
61 Jurado, Don Pedro Dueñas, indio lengua.

254
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

pueblos de indios generaron el universo de la justicia que estuvo en contacto


con los indígenas. La norma en este ámbito la constituirían la diversidad y la
pluralidad siempre dentro del marco de la policía cristiana. Las distinciones
vendrían de la mano de las diferencias entre los grupos de naturales que se
multiplicarían en función del lugar que los indígenas ocupaban dentro de su
propio grupo y el manejo que tuvieran de los recursos culturales hegemóni-
cos, así como las posibilidades materiales de solventar los gastos que el acce-
so a la justicia entrañaba.
Desde el lado de los españoles, el estrato de agentes de justicia contaría en-
tre sus filas tanto a letrados como a legos. Los primeros, tradicionalmente to-
mados como los sujetos que tenían instrucción, serían para el siglo XVII, los
abogados y aquellos que manejaban leyes. El prestigio que conllevaba la for-
mación letrada resultó ambiguo en este contexto: “la experiencia constituía
un recurso de valía vinculado al conocimiento del terreno tan propio de la ca-
suística. Este recurso al saber empírico, este modo de aprendizaje práctico”62,
por lo que en muchas ocasiones primaban las aptitudes prácticas de un lego
ante la formación teórica de un letrado. A ello se sumaba cierta desconfianza
hacia aquellos que manejaban con mucha perspicacia el Derecho, que podían
generar “dilaciones maliciosas”63 en las causas, cualidad que, en general, se
les adjudicaba a los letrados. Esta preocupación acerca del aplazamiento en
los procesos se reforzaba en el contexto indígena ya que el ideal propuesto por
la Corona requería que los procesos fuesen breves y sumarios.
Abrir la comprensión de la experiencia de justicia interétnica al contexto,
la acción de los agentes y lo inmaterial precisó dimensionar el fenómeno jurí-
dico castellano en su alteridad.
Para ello, era necesario alcanzar una mirada antropológica de la sociedad
de Antiguo Régimen que hiciera factible encontrar los puntos de contacto con
el orden indígena y poder pensar, así, en las dinámicas que se generaron en
ese contexto. El marco teórico brindado por la Historia Crítica del Derecho,
hizo posible alcanzar esa meta. En esta línea, serán los aportes de António
Hespanha para repensar las variables que estructuraron las relaciones de po-
der en la sociedad de Antiguo Régimen, los que marquen una posición dis-
ruptiva. Obviando los enfoques individualistas que la teoría social constituyó
en el siglo XVIII, Hespanha propondrá volver a la concepción medieval do-
minada “por la idea de la existencia de un orden universal que abarcaba a los

62 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 66.


63 Agüero, Castigar y perdonar…, p. 112.

255
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

hombres y a las cosas”64. Este modelo admitía la concatenación de funciones


diferenciadas por parte de los diversos cuerpos sociales, lo que suponía que el
“gobierno debería, por lo tanto, ser mediato, debería reposar en la autonomía
político- jurídica de los cuerpos sociales y respetar su articulación natural”65.
Tal concepción, supuso rever las relaciones sociales y de poder en aspectos
tales como la separación entre lo público y lo privado, la identificación del
derecho con la ley, y desestimar que ésta constituyese la exclusiva vía de re-
solución de conflictos66. Un cuerpo social que se entiende en estos términos,
no admite un poder central que lo regule, es así como se alcanza la principal
propuesta de este modelo: la ausencia de Estado en la Europa de Antiguo
Régimen. Ese lugar es ocupado por una comprensión corporativa del orden
social, estructurado en torno a la potestad de hacer justicia67. Para el punto
de vista de los juristas, la organización del territorio se identifica con la atri-
bución de jurisdicción, es decir, la asignación de la potestad para gobernar y
hacer justica en el espacio de cada comunidad, bajo subordinación al orden
de autoridades del soberano. Aun así, dicha asignación de jurisdicción podía
concebirse también como cualidad natural de los cuerpos sociales.
La Historia Crítica del Derecho, al intentar comprender las relaciones de
poder pasadas sin los sesgos del orden estatal contemporáneo, puso en evi-
dencia el valor estructurante de una diversidad de órdenes normativos que se
integraban en el campo jurídico, como el orden doméstico, las relaciones de
gracia y las prácticas locales consuetudinarias
Estas formas inmateriales del Derecho serán especialmente propicias en
la experiencia interétnica y compondrán un orden trascendental conformado
por elementos prehispánicos, castellanos y coloniales. La sociedad indígena
entendida como república, a partir de sus atributos jurídicos y étnicos, en-
cuentra en la lógica corporativa su legitimidad y su potencial agencia. Car-
los Garriga considera que despojarse de la idea de Estado Moderno permite
“aflorar la alteridad de Antiguo Régimen, que es condición necesaria para
preguntarse, no ya por las características de la organización política moder-
na sino por las vías para llegar a conocerlas”68, alteridad que nos posibilita
dimensionar las particularidades del ejercicio de la justicia en lo referente a

64 Hespanha, Vísperas de Leviatán, p. 233.


65 Hespanha, Vísperas de Leviatán, p. 235.
66 Hespanha, Cultura jurídica europea.
67 Costa, El problema de la representación histórica política…
68 Garriga, Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen, p. 11.

256
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

indígenas: el rol de las autoridades étnicas, la profusión de agentes legos, la


omnipresencia eclesiástica, la dimensión espacial y la pluralidad normativa
en la que los actores sociales se desenvolvieron.
Casuismo y costumbre constituyen, justamente, algunos de los compo-
nentes del Derecho de Antiguo Régimen que rescata la Historia Crítica del
Derecho. Podemos decir que Tau Anzoátegui, fue el más receptivo de su ge-
neración respecto a los cambios historiográficos que se plantearon en Europa
a mediados de los años ’80 en línea con esa propuesta. En los umbrales del
siglo XXI, en un estudio sobre la Monarquía, el poder central y los poderes
locales, planteará los reparos que se evidencian al estimar la pertinencia del
concepto de Estado Moderno para ser aplicado al modelo castellano. Allí con-
sidera que estimar que la forma de gobierno lo constituía una Monarquía que
ejercía un poder político dominante y exclusivo resultaba una fórmula sim-
plista, aunque veía en el período ciertos elementos que “con el transcurso
del tiempo configurarán la idea de Estado contemporáneo”69 alertando, no
obstante, sobre el riesgo de caer en “una simple proyección anacrónica”70.
Como contraparte, presenta las que por entonces aparecían como “nuevas
corrientes” y desarrolla las posturas que veían en la monarquía “un orden
complejo en equilibrio, con poderes repartidos entre centros de autoridad
reconocidos y sus respectivas periferias, donde el monarca ocupaba una po-
sición preeminente y no dominante”71. Postula, además, que el rol de la ciu-
dad en el Antiguo Régimen y en el mundo colonial americano se desvirtúa
a partir del paradigma estatalista, donde las urbes aparecen sometidas a un
poder exterior y verticalista. En contrapartida, propone un modelo en donde
la horizontalidad y los vínculos centro- periferia determinen la organización
espacial en donde la autonomía determinada por la jurisdicción esté presente
más allá de la incorporación al conjunto de la Monarquía.
Estas ideas se acercan a los planteos de la Historia Crítica del Derecho que
también encumbra los elementos jurídicos pre modernos que tanto interesa-
ron a nuestro autor y a los que nos venimos refiriendo. Justamente, es en la
concepción de casuismo donde Luigi Nuzzo, encuentra esta mirada distintiva
de Tau Anzoátegui respecto a los paradigmas tradicionales del Derecho, re-
conociendo que supo

69 Tau Anzoátegui, Monarquía, poder central y poderes locales, p. 233.


70 Tau Anzoátegui, Monarquía, poder central y poderes locales, p. 233.
71 Tau Anzoátegui, Monarquía, poder central y poderes locales, p. 233.

257
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

percibir la riqueza de las prácticas jurídicas premodernas y la existencia de otros órde-


nes normativos como la moral o la religión, incompatibles con un imaginario estato-
céntrico, pero también irreductibles a un sistema científico fundado en la dialéctica ius
commune-ius proprium72.

En la identificación casuista y la vigencia de lo consuetudinario, Tau An-


zoátegui reconoció el pluralismo propio de la cultura jurídica de Antiguo Ré-
gimen que rescataría la Historia Crítica del Derecho y que resulta vital para
pensar el ejercicio de la justicia interétnica. Esta veta es ponderada por Nuzzo
al referirse, justamente a Casuismo y Sistema ya que considera que pensar
el orden jurídico indiano como un orden casuista, imprime una posibilidad
de diversidad y adaptación que “podía constituir el presupuesto para una re-
flexión más consciente sobre el papel de las posiciones de los nativos en la
sociedad hispanoamericana y, al mismo tiempo, sobre las estrategias de con-
trol empleadas por los juristas para desactivar la radical alteridad indígena”73.
Serán estos elementos pre modernos que Tau Anzoátegui estudia apartada-
mente y que la Historia Crítica del Derecho reconoce como esenciales del De-
recho de Antiguo Régimen los que permitan incorporar la agencia indígena
a la experiencia judicial y abrir nuestro análisis a la conformación de una
cultura jurídica colonial.

6. Conclusiones: la sensibilidad y el oficio

La elección de los ejes de este aporte radicó en su pertinencia para profun-


dizar en mi propio objeto de estudio. Celebro, no obstante, el recorte, ya que
casuismo y costumbre constituyeron temas de especial predilección por parte
de Víctor Tau Anzoátegui y resultaron disparadores de otras investigaciones
e intereses. Volver la mirada sobre los ordenamientos jurídicos pre modernos
en clave de ese “espíritu”74 que nuestro autor reivindica en el título de su libro
es de una trascendencia medular dentro de los estudios del Derecho Colonial.
Casuismo y costumbre constituyen también una excusa válida para permi-
tirnos un ejercicio de reflexión sobre el imperativo académico de nombrar
y catalogar un universo que, por su distancia de nuestra propia mirada, su
pluralidad y su dinamismo, insiste en escapar de las barreras conceptuales
con las que nos empeñamos en reducirlo. Quizás una propuesta conducente,

72 Nuzzo, El lenguaje jurídico de la conquista, p. 30-31.


73 Nuzzo, El lenguaje jurídico de la conquista, p. 31.
74 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema.

258
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

sea volver sobre la validez de ese ámbito de “misterio” 75 que Tau Anzoátegui
vislumbra al referirse a la costumbre. En ese sentido, resulta imprescindible
destacar esa cualidad de lo intangible que se desliza en sus escritos. Desde la
mirada de un historiador del Derecho que se ocupó de normas e instituciones,
de un autor que manejó con tanta precisión las palabras y la documentación,
su reconocimiento de esta dimensión de lo sutil, cobra relevancia no sólo des-
de el punto de vista analítico, sino también en el ejercicio de situarse frente a
las fuentes, como él mismo lo expresó: “Muchas veces, el valor de un testimo-
nio reside en descubrir su espíritu oculto tras las palabras”76.
Más de medio siglo separa esta reflexión de los primeros trabajos de Víctor
Tau Anzoátegui sobre lo consuetudinario. En estas décadas no sólo ha corrido
agua bajo el puente de la Historia del Derecho: historiadores, etnohistoria-
dores y antropólogos se han ocupado de la cuestión colonial reconociendo
y ponderando la agencia indígena, rescatando imaginarios, analizando for-
mas de ocupación y de circulación en el espacio, desentrañando estructuras
e identidades sociales y dimensionado el rol de los colectivos étnicos y las
formas de autoridad. A pesar de la lejanía de los campos de estudio e interés,
y aunque el destino de sus reflexiones estaba puesto en otros horizontes, es
posible vislumbrar indicios, señales, que Tau Anzoátegui fue dejando en sus
escritos y que, de alguna manera tocan aspectos que más tarde o más tempra-
no serían trabajados por especialistas. Las diferentes percepciones del tiempo
entre europeos e indígenas, el estrecho vínculo entre orden y cosmogonía y la
relación que enlaza lo familiar y comunal con el imaginario en las sociedades
prehispánicas se sugieren, casi como al pasar, pero, con un grado de asertivi-
dad que no puede menos que admirarnos.
Personalmente, considero que esa mezcla de erudición e intuición es la
que signa a los grandes autores. Es el fruto de quien tiene oficio, una cualidad
que conjuga el trabajo con cierta sensibilidad innata, cualidad que –quizás–
se parezca más a un don que a un ejercicio intelectual… una hipótesis que
–con certeza– el Dr. Tau desestimaría amablemente y con palabras cuidado-
samente escogidas.

75 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 13.


76 Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema, p. 14.

259
MARÍA CECILIA OYARZÁBAL

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262
REPENSAR LA “CULTURA DEL CÓDIGO”
Código y ley en los primeros comentaristas del Código Civil: los comentarios
de Manuel Antonio Sáez y José Olegario Machado a los títulos preliminares
y al título complementario del Código Civil (Argentina, fines del siglo XIX,
principios del siglo XX)1

María Rosario Polotto


Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho
Pontificia Universidad Católica Argentina
ORCID ID: 0000-0003-1681-9523

SUMARIO: 1. Introducción: El código y la ley en los primeros comentaristas. 2.


En el principio era la ley: los títulos preliminares y complementario del Código
Civil de 1869. 3. Manuel Antonio Sáez y Observaciones críticas sobre el Código
Civil (1883). 4. Olegario Machado. Código: entre necesidades de la nación y om-
nipotencia del legislador. 5. Conclusiones.

1. Introducción: El código y la ley en los primeros comentaristas

Todavía circulaba como proyecto y el trabajo de Vélez Sársfield contaba


ya con elogios, comentarios y críticas, algunas de ellas compiladas por Jorge
Cabral Texo en 19202. José María Moreno decidió incluso introducirlo como
texto para la enseñanza del derecho civil en la Universidad de Buenos Aires3.
Sancionado en 1869 y vigente a partir de 1871, distintos autores emprendie-
ron la tarea de comentar sus disposiciones. Tau Anzoátegui destaca en estos
primeros trabajos la influencia de la escuela francesa, no solo de sus doc-
trinas, sino también del método exegético, que se tradujo en un exagerado
apego al texto de la ley. Se gestó así una verdadera “cultura del Código” que la

1 La investigación se ha realizado en el marco del Proyecto de Investigación Científica


y Tecnológica (PICT 2018 - 01670) financiado por el FONCYT. El mismo se titulado “La
distinción público-privado en la formación de experiencia jurídica argentina (1820-1920).
Sujetos, poderes y derechos”, que dirigido por el Dr. Alejandro Agüero, tiene su lugar de
ejecución en el Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho. Agradezco los co-
mentarios de los evaluadores anónimos que han posibilitado el enriquecimiento de este
trabajo.
2 Cabral Texo, Juicios críticos sobre el Proyecto de Código Civil argentino. Ver Tau
Anzoátegui, La Codificación en la Argentina, 1810-1870, 349-385; Aramburo, Usos del
concepto de igualdad.
3 Leiva, El Código Civil como objeto didáctico.

263
MARÍA ROSARIO POLOTTO

definió como “la concepción que hizo del código el objeto preferente, cuando
no exclusivo, de estudio y que impuso un modo de razonar ajustado a estre-
chas pautas”4. La creación del jurista, para nuestro iushistoriador, quedaba
circunscripta al acto de elaborar el código, en la crítica que eventualmente
conducía a su reforma y, en menor nivel, en la construcción del entramado
entre secciones y artículos de dicho cuerpo legal. Le estaba vedado salirse de
esa órbita, no podía buscar y aceptar otros modos de producción del derecho
y, en fin, no le era permitido hacer una crítica libre de sus preceptos o avanzar
en una comparación entre las normas establecidas y la cambiante vida social.
Estas constituían reglas tácitas de un modelo de pensar que atrapaba, con
fuerza disciplinaria, a jueces, abogados y profesores5. Era una cultura que se
apoyaba en la sanción legislativas de códigos “cerrados” que excluían explí-
cita o implícitamente el recurso a toda otra fuente del derecho que no fuese
la misma ley. Esta caracterización que hace Tau Anzoátegui se encontraba
comprendida en un clima intelectual que enfatizaba la ruptura de la codifica-
ción con la mentalidad jurídica anterior y su predominio casi exclusivo como
fuente del derecho6.
Sin embargo, frente a esta identificación de la “cultura del código” es pre-
ciso hacer observaciones medulares a la luz de nuevos estudios que discuten
su vigencia en la experiencia jurídica argentina. En primer lugar, la organi-
zación federal argentina, el régimen mixto, imprimió características peculia-
res al proceso codificador en nuestro país. Los códigos nacionales7, con su
pretensión de modernidad y uniformidad legislativa, convivieron con otros
ordenamientos provinciales como los códigos procesales y rurales que, como
normas mejor adaptadas a las realidades locales, condicionaron la vigencia
de aquellos. En este sentido, la aplicación del código fue una realidad antes
urbana que rural y circunscripta principalmente en el ámbito letrado. Así lo
reconocía Cabral Texo en 1920 al afirmar que el Código Civil importó “la sa-
tisfacción de una positiva necesidad para los grandes centros urbanos de la

4 Tau Anzoátegui, La ‘Cultura del Código’, p. 539.


5 Tau Anzoátegui, La ‘Cultura del Código’, p. 540.
6 Grossi, Assolutismo giuridico e diritto privato, pp. 1-11; Costa, Discurso jurídico e
imaginación.
7 Conforme el artículo 64, inciso 11 de la Constitución Nacional, texto de 1853, los
códigos civil, comercial, penal y de minería eran sancionados por el Congreso Nacional,
reservándose las provincias los códigos procesales y rurales. Agüero, Autonomía por so-
beranía provincial, pp. 358-361; Cacciavillani, Celebrar lo imposible, pp. 51-92; Rosso,
Codificando el derecho desde la base, pp. 130-172.

264
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

República”, pero frente a una organización judicial dominada por los jueces
de paz y los códigos rurales y la presencia de pueblos indígenas “no tuvo vi-
gencia legal en todo el país ni en todo su contenido”8.
Esta aplicación atenuada, o prácticamente nula dependiendo las regio-
nes, también resultó de la misma organización judicial. Conforme la reforma
constitucional de 1860, el artículo 67, inciso 11 de la Constitucional Nacional
(antes artículo 64, inciso 11), dispuso privilegiar las jurisdicciones locales en
la aplicación de los códigos nacionales, excluyendo así la instancia federal,
solución que trajo aparejada la multiplicación de las interpretaciones que los
tribunales provinciales hacían de estos cuerpos en detrimento de la unifor-
midad que estos buscaban, propiciada esta aplicación local por la ausencia
de un recurso de casación9. A este escenario se suma la subsistencia, a nivel
provincial, de una instancia componedora y lega, encarnada por la justicia de
paz, alejada del paradigma técnico que la codificación expresaba10.
Estas cuestiones nos llevan a coincidir con lo señalado por Garriga en tan-
to que los códigos y la “cultura de la codificación” no fueron realidades coex-
tensivas y entre ambas medió un intenso trabajo de aculturación11. Los nue-
vos códigos quedaron por un tiempo envueltos por el viejo derecho y anclados
en las reglas de interpretación tradicionales12. Esta ultraactividad del derecho
antiguo puede observarse en los comentaristas del Código Civil de 186913. Tau
Anzoátegui señala como principales exégetas, dominados, según él, por una
impronta positivista a Lisandro Vicente Segovia, autor de El Código Civil de
la República Argentina con su explicación y crítica (1881) y El Código Civil
argentino anotado (1894); Baldomero Llerena que publicó dos ediciones de
las Concordancias y Comentarios del Código Civil (la primera edición, en
siete tomos, entre 1887 y 1903, la segunda, en 10 tomos, entre 1899 y 1903)
y por último Olegario Machado, con su Exposición y comentario del Códi-
go Civil, que se analizará en este trabajo. Por el contrario, como reacción al
excesivo apego a aquellas concepciones, ubicaba a Gerónimo Cortés, Lucio

8 Cabral Texo, Historia del código civil argentino, 174-177.


9 Polotto, Unificación jurídica, régimen federal y jurisprudencia; Agüero, Federalis-
mo, derechos e igualdad ante la ley; Abásolo, Los juristas argentinos y el debate en torno
a la casación (1931-1943); Polotto, Geografía del Código.
10 Sanjurjo, Las ‘pequeñas relaciones de derecho’ y la justicia de paz.
11 Garriga, Continuidad y cambio del orden jurídico, p. 92.
12 Garriga, p. 95.
13 Polotto, Saber jurisprudencial, derecho científico y soberanía legislativa, pp. 42-46.

265
MARÍA ROSARIO POLOTTO

V. López y a Manuel Antonio Sáez14. Otros juristas destacados de esta época


fueron Luis V. Varela y sus Concordancias y fundamentos del Código Civil
Argentino (16 tomos, 1873-1875)15 y José M. Guastavino y Notas al Código
Civil Argentino (en dos tomos, 1898)
Sin embargo, una nueva mirada sobre la labor de estos, importa señalar
la dificultad que existe para identificarlos con los postulados del positivismo
jurídico o el legalismo16, como también lo han advertido Hespanha y Halperin
para la llamada Escuela de la Exégesis francesa17. Por el contrario, se constata
entre ellos la pervivencia de una labor jurisprudencial, que lejos de legitimar
el código por su sanción legal, a través de una tópica y de prácticas enraizadas
en el ius commune, fundamentaron la validez de los códigos en el saber de los
juristas18. El nuevo derecho operó sobre el viejo tácitamente, remitiendo a la
jurisprudencia las inevitables tareas de conciliación normativa19. No solo se
apelaba a la “autoridad” de las opiniones doctrinales sino también se buscaba
la integración del texto legal con otros órdenes normativos. De esta manera la
tarea interpretativa del jurista mantenía su antiguo vigor a través del comen-
tario iluminador que explicitaba el contenido de la norma20.
Hechas estas consideraciones, en este trabajo se profundiza estas ideas a
partir del análisis de dos obras: las Observaciones críticas sobre el Código
Civil de Manuel Antonio Sáez y la Exposición y comentario del Código Civil
Argentino de José Olegario Machado. Se aborda específicamente los comen-
tarios que estos juristas hacen de los títulos preliminares y las disposiciones

14 Tau Anzoátegui, Las ideas jurídicas en la Argentina. Siglos XIX-XX, pp. 123-133,
135-140.
15 Parise, Libraries of Civil Codes, pp. 339-344.
16 Polotto, Saber jurisprudencial, derecho científico y soberanía legislativa, pp.
64-66. Tau Anzoátegui señaló la pluralidad semántica que entraña el término positivis-
mo, y en el plano jurídico lo identifica con la “cultura del código” reseñada ut supra, Tau
Anzoátegui, Las ideas jurídicas en la Argentina. Siglos XIX-XX, pp. 125-133. Hespanha
define el legalismo como “la corriente de la teoría del derecho que identifica el derecho
con la ley, dando a las normas jurídicas la naturaleza de mandatos incuestionables, desde
el punto de vista de sus finalidades o de sus valores; reduciendo el saber jurídico a una
actividad intelectual puramente cognitiva, descriptiva, acrítica”, Hespanha, Tomando la
historia en serio, pp. 15-16.
17 Hespanha, Tomando la historia en serio; Halpérin, Exegesis (school).
18 Polotto, Saber jurisprudencial, derecho científico y soberanía legislativa, p. 40.
19 Garriga, Continuidad y cambio del orden jurídico, p. 78
20 Polotto, Saber jurisprudencial, derecho científico y soberanía legislativa, pp. 64-65.

266
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

complementarias del Código Civil, a fin de examinar las concepciones que es-
tos sostienen sobre el código y la ley. La elección de estos trabajos se ha hecho
fundamentalmente por la extensión y profundidad con la que han emprendi-
do esta parte del Código Civil. A ello se suma, que Tau Anzoátegui ubicó am-
bos juristas en las antípodas de lo que él había caracterizado como la “cultura
del código”. El objetivo de este trabajo es advertir la matriz común en la cual
abrevaron ambos juristas, estas imbricaciones entre el viejo y nuevo derecho.

2. En el principio era la ley: los títulos preliminares y complementario del


Código Civil de 1869

La sanción de un código, en especial la del código civil, no se reducía,


en el siglo XIX, a una cuestión puramente jurídica o técnica, sino que tuvo
una destacada dimensión política, coadyuvante al proceso de centralización
que llevaban adelante los estados nacionales21. En los estados latinoameri-
canos esta función política del código civil adquirió un sentido peculiar, en
tanto no solo consolidaba la la independencia política al reemplazar el dere-
cho heredado de España por otro que expresaba la identidad nacional, sino
también establecía un determinado modelo de sociedad, asumiendo el papel
de verdadera “constitución” de la sociedad22. Con su centro en la propiedad
individual y la libertad contractual, este cuerpo normativo delimitaba un es-
pacio privado, autónomo del poder público, que presuponía la construcción
constitucional del sujeto único de derecho, la afirmación del discurso de los
derechos y el principio de igualdad23. En esta diferenciación de la esfera pú-
blica de la privada tendrá un rol relevante la conceptualización de las “leyes
de orden público”24.
Los títulos preliminares que encabezaron gran parte de los códigos civiles
europeos y americanos decimonónicos fueron expresión de la preeminencia
de la ley que encarnaban esos cuerpos normativos. El modelo se encontraba
en el Código civil francés que en sus primeros artículos establecía la ley como

21 Tarello, Cultura giuridica e politica del diritto, pp. 41-57. Para los debates en tor-
no a la organización estatal argentina ver Mariano J. Aramburo, La condición estatal de
Buenos Aires en la década de 1850.
22 Barrientos Grandón, Le Code civil en Amérique espagnole au XIXe siècle, pp. 74, 76.
23 Sordi, Diritto pubblico e diritto privato, pp. 99-100, 107.
24 Sobre los desafíos para el abordaje historiográfico del término “orden público”:
Godicheau, El extraño poder del orden público; Godicheau, Orígenes del concepto de or-
den público en España.

267
MARÍA ROSARIO POLOTTO

precepto promulgado por la autoridad política constituida, precisaba su vi-


gencia territorial, su irretroactividad, la presunción de su conocimiento25.
Esta estructura normativa de un título preliminar encabezando el código se
difundió junto con la circulación del Código Civil francés26. Dalmacio Vélez
Sarsfield la receptó en el Código Civil sancionado en 1869 que principió con
unos “Títulos Preliminares” dividido en dos: el Título Primero, “De las leyes”
y el Título Segundo, “Del modo de contar los intervalos del Derecho”. De
acuerdo a las normas establecidas en el primer título las leyes eran obligato-
rias en todo el territorio de la República a partir de su publicación (artículos
1° y 2°). A esta vigencia espacial de la ley quedaba supeditados especialmente
la capacidad de las personas y los bienes inmuebles (artículos 6° y 10°). Como
contrapartida, las leyes extranjeras carecían de ese valor normativo y su apli-
cación, cuando el Código lo autorizaba, tenía lugar solo a solicitud de parte
interesada (artículo 13). Establecía la irretroactividad de la ley, aunque las de
orden público constituían una excepción a este principio (artículos 3° y 5°)27.
No podía excusarse su ignorancia, salvo cuando esta lo permitía (artículo
20). Carecían de valor tanto la renuncia general de las leyes como los actos
que estas prohibiesen (artículos 19 y 20). Las convenciones particulares no
podían dejar sin efecto aquellas cuya observancia estuviesen interesados el
orden público y las buenas costumbres (artículo 21). Las leyes solo podían ser
derogadas total o parcialmente por otras leyes (artículo 17). El ámbito de las
restantes fuentes del derecho era mínimo y siempre supeditado al texto legal.
La costumbre no creaba derechos sino solo cuando las leyes se refirieran ella
(artículo 17 in fine) y los jueces no podían dejar de juzgar bajo el pretexto de
silencio, oscuridad o insuficiencia de las leyes (artículo 15). Finalmente, el
artículo 22 coronaba esta primacía legal y establecía que lo que no estaba di-
cho explícita o implícitamente en ningún artículo del Código, no podía tener
fuerza de ley en derecho civil, aunque anteriormente una disposición seme-
jante hubiese estado en vigor, sea por una ley general o especial.
Finalizaba el código con un título complementario que establecía los su-

25 Clavero, Ley del Código, p. 84; Cacciavillani, Celebrar lo imposible, pp. 16-22.
26 Clavero, Ley del Código; Rubio Correa, Los títulos preliminares.
27 Se debatió en esta época el alcance del principio de irretroactividad: si tenía rango
constitucional o era una ley susceptible de ser modificada. La Corte Suprema de Justicia
de la Nación se expidió sobre el asunto en la causa “Don José Cafferarena contra Banco
Argentino del Rosario de Santa Fe, por conversión de billetes” (21 de septiembre de 1871)
adoptando la segunda postura Huertas, El modelo constitucional norteamericano, 227-
229.

268
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

puestos de aplicación de la ley nueva. Esta regía los hechos anteriores cuando
solo privaban a los particulares de derechos que fuesen meras expectativas,
pero no podía destruir o cambiar derechos adquiridos (artículo 4044); tam-
bién cuando privaran de facultades propias no ejercidas o que no hubiesen
producido efecto alguno (artículo 4045); asimismo regulaba la capacidad ci-
vil de las personas, aunque abrogaran o modificaran cualidades establecidas
por las leyes anteriores, pero solo para los actos y efectos posteriores (artícu-
lo 4046). Disponía finalmente sobre situaciones particulares como el poder
y facultades de los maridos (artículo 4047), las garantías patrimoniales de
las mujeres casadas, menores e incapaces, hijos y los gravámenes impuestos
a administradores de fondos del Estado (artículo 4048), las acciones resci-
sorias por lesión (artículo 4049), las adopciones y los derechos de los hijos
adoptados (artículo 4050) y las prescripciones (4051).
Si la lectura de estos preceptos evidencia el lugar central que la ley tenía en
el código, ello no tiene que impedir observar algunos matices que muestran
la operatividad de las antiguas categorías jurídicas28. Así, por ejemplo, el ar-
tículo 14 del Código Civil establecía que las leyes extranjeras no se aplicaban
cuando, además del supuesto del derecho público o criminal de la República,
que en definitiva eran leyes nacionales, aquellas se opusieran a la religión del
Estado, la tolerancia de cultos y a la moral y buenas costumbres. Esto es, a
órdenes normativos extralegales, que no nacían de la soberanía del Estado. La
referencia a la “religión del Estado”, expresión que Vélez toma del Esboço de
Freitas29, es interesante en tanto manifiesta una desconexión entre el código
y el texto constitucional sancionado en 1853 cuyo artículo 2° se reduce a reco-
nocer el sostenimiento del culto católico apostólico romano por parte del Go-
bierno Federal apartándose de soluciones que implicaban la confesionalidad
del Estado30. Sin embargo, la fórmula adoptada por el artículo 14 del Código
Civil remite a la dimensión constitucional que la religión mantenía en el orden
político y jurídico del antiguo régimen31: las leyes extranjeras no pueden ir
contra la religión católica en cuanto que ella pertenece, más allá de la fórmula
adoptada por la Constitución, al orden constitutivo de la nación. De ahí que
Vélez aclarase en su nota que sería el caso de leyes “en odio al culto católico, o

28 Abásolo, ¿Expresiones del ius commune en la apoteosis de la codificación?


29 Llerena, Concordancias y comentarios, 1887, p. 28.
30 Ravignani, Asambleas Constituyentes Argentinas, pp. 488-491.
31 Agüero, Las categorías básicas de la cultura jurisdiccional, pp. 25-27; Garriga,
Continuidad y cambio del orden jurídico, pp. 62-63.

269
MARÍA ROSARIO POLOTTO

que permiten matrimonios que la Iglesia Católica condena”32. Congruente con


este precepto, el Código Civil dispuso que el casamiento entre católicos debía
ser celebrado según los cánones y con las solemnidades establecidas por la
Iglesia, cuyas leyes y tribunales decidían también todo lo relativo a impedi-
mentos, divorcio, disolución y nulidad del vínculo (artículos 167, 168, 201, 221
y 225). En la nota al artículo 167, Vélez Sarsfield justificaba esta norma en que
las personas católicas, que eran las que integraban los pueblos de la República
Argentina, no podrían contraer matrimonio civil sin incurrir en un perpetuo
concubinato “condenado por su religión y las costumbres del país”. Agregaba
que las leyes que autorizaran tales matrimonios “en el estado actual de nues-
tra sociedad, desconocería la misión de las leyes que es sostener y acrecentar
el poder de las costumbres y no enervarlas y corromperlas”33. Así, el derecho
canónico mantenía su vigor a partir de este reenvío que el Código hacía en
materia matrimonial. Esta solución fue desarticulada por la ley 2393, de 1888,
que introdujo el matrimonio civil en el ordenamiento juríco argentino y la
derogación de los artículos antes citados del código civil.34
Pero también el artículo 16 del Código Civil abría un interesante horizonte
a la interpretación jurisprudencial y constituyó, a la postre, en un importan-
te resorte creativo frente a la rigidez normativa del código35. Disponía este
artículo que “si una cuestión civil no puede resolverse, ni por las palabras,
ni por el espíritu de la ley, se atenderá a los principios de las leyes análogas;
y si aun la cuestión fuere dudosa, se resolverá por los principios generales
del derecho, teniendo en consideración las circunstancias del caso”36. Preci-
sar el alcance del término “principios generales del derecho”, fue uno de los
cometidos de los primeros comentaristas del Código Civil. Para Llerena, por
ejemplo, era imposible para el legislador prever todos los casos que puedan
presentarse, y en este sentido, los principios generales del derecho jugaban
un rol fundamental. Definía estos como aquellos que habían recibido sanción
universal, “ya por medio de la opinión de los jurisconsultos, ya por medio de
la propia conciencia fundada en el sentimiento íntimo de justicia y equidad
que Dios ha inspirado en el corazón del hombre”37.

32 Nota 3 al artículo 14 del Código Civil.


33 Nota al artículo 167 del Código Civil. El subrayado es propio.
34 Sobre el contexto y debate de la ley de Matrimonio Civil ver la obra de María Rosa
Pugliese, Derecho, estado y religión.
35 Polotto, Saber jurisprudencial, derecho científico y soberanía legislativa.
36 El subrayado es propio.
37 Llerena, Concordancias y comentarios, 1899, 56.

270
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

3. Manuel Antonio Sáez y Observaciones críticas sobre el Código Civil


(1883)

Señala Tau Anzoátegui que Manuel Antonio Sáez38 había hecho sus pri-
meras consideraciones sobre el proyecto de Vélez en 1869. En 1875 empezó
a escribir las Observaciones, con la finalidad de examinar el código civil ya
vigente de manera crítica. El primer tomo, que apareció en 1883, estuvo dedi-
cado a los dos títulos preliminares y al complementario. Su obra quedó trunca
por su repentino fallecimiento en 188739. Si bien esta constituyó un aporte
significativo para el estudio de esta parte del código no parece que en la época
haya tenido un impacto relevante40.
En Sáez se advierten dos argumentos que conectan de sus comentarios: la
necesidad de conciliar un código nacional con las soberanías provinciales con-
forme a la constitución federal de 1853 y la preocupación por delimitar clara-
mente la órbita del derecho privado. Recorriendo transversalmente estas cues-
tiones este jurista desarrollaba un concepto restringido de ley y código, con un
importante apoyo en la literatura tradicional, como podían ser el Digesto o las
Partidas. Si el código civil era “el edificio harmonioso [sic] que debe contener
la reglamentación de las relaciones privadas de los habitantes de un estado”
estaba lejos de reconocer en él un “texto integral, completo uniforme, con valor
absoluto”41. Al comentar el artículo 22, se lamentaba de la derogación que la
norma había hecho del derecho anterior y de querer simplificar la legislación
“reduciéndola a un solo cuerpo” como si el código fuese “bastante para atender
a todas las necesidades, ausiliandolo con la jurisprudencia de los tribunales”42.
Tampoco la ley se reducía a expresar la voluntad sin límites del legislador.
En los pueblos celosos “de la conservación de sus derechos”, la ley constituyó
“expresión genuina de la voluntad del pueblo […] es el vínculo poderoso de
unión social” y el legislador no era más que “un mandatario mas o menos
munido de atribuciones, mirando siempre los intereses de su mandante”43.
En consecuencia, la ley debía fundarse en la razón y en la justicia y no ser una
expresión de la voluntad arbitraria del legislador:

38 Sobre la vida y trayectoria de este jurista: Seghesso de López, El jurista Manuel


Antonio Sáez (1834-1887).
39 Tau Anzoátegui, La ‘Cultura del Código’, pp. 545-546.
40 Tau Anzoátegui, La ‘Cultura del Código’, p. 546.
41 Tau Anzoátegui, La ‘Cultura del Código’, p. 553.
42 Sáez, Observaciones, p. 323, 421.
43 Sáez, Observaciones, pp. 326, 331.

271
MARÍA ROSARIO POLOTTO

Hai una conveniencia positiva en que el pueblo reconozca en la lei la razon i la justicia
que le han servido de base, que no le preste obediencia solo por que es una disposicion
de la autoridad, […] pues entonces hai una obediencia voluntaria i en algunos casos,
coaccionada por la razon, pero que mantiene las relaciones propias del gobierno con
el pueblo44.

Esta dimensión política de la ley tenía una estrecha relación con sus con-
cepciones confederativas45 y cómo ellas determinaban la posibilidad de vi-
gencia de un código para toda la nación conforme el artículo 67, inciso 11
de la Constitución Nacional46. Sáez concebía la constitución como un “pacto
internacional de nuestros catorce estados soberanos e independientes”47. Así,
el código civil no podía “ser nacional sin que desaparezca hasta de derecho
la autonomía de los estados”48. La facultad de dictar los códigos por parte
del Congreso Nacional que establecía aquel artículo “en nada contribuye a la
realización de los propósitos del pacto federal” y los “estados no han podido
cederla, porque el haberlo hecho, habría equivalido a entregar la totalidad o
la [esencia] de la soberanía”49. En todo caso, habrían cedido a la nación la po-
sibilidad de legislar en materia civil y penal “de un modo muy restringido […]
solo para echar las bases generales de legislación, tratando de uniformar en lo
posible la de los pueblos que en un tiempo estuvieron sometidos a una sola”50.

44 Sáez, Observaciones, p. 120.


45 Persiste en Sáez tanto un uso ambiguo de los términos “federal” y “confederal”
como una concepción de la soberanía provincial en términos de “soberanía dividida”.
Sobre estas cuestiones ver Levaggi, Confederación y federación, pp. 11-15; Agüero, Au-
tonomía por soberanía provincial.
46 Dictar los Códigos civil, comercial, penal y de minería, sin que tales Códigos alteren
las jurisdicciones locales, correspondiendo su aplicación a los Tribunales federales o pro-
vinciales, según que las cosas o las personas cayeren bajo sus respectivas jurisdicciones.
47 Sáez, Observaciones, p. 5. Siguiendo sus concepciones confederales Sáez denomi-
na “estados” a las provincias.
48 Sáez, Observaciones, p. 6.
49 Sáez, Observaciones, p. 6.
50 Sáez, Observaciones, p. 7. Esta forma de concebir el código, como lineamientos
generales que luego la provincia podían regular en detalle, circulaba como propuesta antes
de la redacción y sanción de los códigos. En el debate de la ley de la Confederación n° 182
sobre la organización de la justicia federal, el ministro de Justicia e Instrucción pública
intervenía en la sesión sugiriendo que los códigos “solo contendrán grandes principios,
dejando a los poderes de Provincia la facultad de legislar dentro de ellos”. Congreso Nacio-
nal, Actas de las sesiones de la Cámara de Diputados. 1857-1858, pp. 539-540.

272
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Al interpretar la modificación introducida en dicho artículo por la reforma de


1860, afirmaba que la jurisdicción local que los códigos no alteraban corres-
pondía “al ejercicio libre de la autoridad de los estados” y que esos cuerpos
normativos no solo podían ser aplicados por los tribunales provinciales, sino
también podían “no ser para todos los estados”51. Reforzaba esta conclusión
el artículo 107 de la Constitución Nacional que para Sáez autorizaba a las
provincias a “legislar sobre todas las materias de los códigos civil, comercial,
penal y de minería, pudiendo por consiguiente modificar y derogar las dispo-
siciones que se encuentren en los códigos”52.
De ahí concluía que los códigos “no pasan de ser simples bases de legis-
lación, que la nacion entrega a los estados para que sobre ellas edifiquen la
legislación […] meras reglas sin otro destino que el de asimilar, en lo posible,
la legislación de todos los estados”53. En todo caso la sanción por el congreso
es el momento nacional de los códigos que inmediatamente después pasan a
ser provinciales sometidos “de un modo absoluto a la autoridad del estado, en
cuanto a su interpretación, aclaración, abrogación y derogación”54.
En este orden de ideas se entiende también la valoración que este jurista
hacía del fenómeno consuetudinario55 como manifestación de la “verdadera
representación del pueblo en el ejercicio de la autoridad”56. En tanto el go-
bierno era siempre “una creación del pueblo para establecer el imperio de la
justicia” no existía razón

para negarle el derecho de tener la costumbre como lei en ausencia de ella, de hacerla
servir para interpretar la existente, de reconocerle autoridad para derogar la estable-
cida con el no uso de la misma, porque nada mas natural que faltando la lei, antes de
recurrir a una analogía estraña, se decida por la costumbre adoptada por el pueblo57.

51 Sáez, Observaciones, p. 26-27.


52 Sáez, Observaciones, p. 27.
53 Sáez, Observaciones, p. 36.
54 Sáez, Observaciones, p. 37.
55 Tau Anzoátegui, La ‘Cultura del Código’, p. 559-560.
56 Sáez, Observaciones, p. 325.
57 Sáez, Observaciones, p. 335-336. Si bien Sáez desarrolla sus argumentos en un nue-
vo lenguaje constitucional, interesa aquí el resabio tradicional de su concepción y valoración
de lo consuetudinario. Así Agüero explica que en el antiguo régimen: “la estrecha relación
entre pueblo y jurisdicción seguirá siendo la razón para explicar numerosos mecanismos no
sólo relacionados con las magistraturas locales, sino también con alto valor de la costumbre
como fuente normativa local, entendida, así, como acto de jurisdicción de un pueblo que
interpreta”, Agüero, Las categorías básicas de la cultura jurisdiccional, p. 35.

273
MARÍA ROSARIO POLOTTO

La posible dispersión normativa que podía ocurrir al verificarse distintas


costumbres en una misma nación podía salvarse al adoptarse la regla de que
el acto se rija por la ley del lugar en que se ha practicado58.
La segunda preocupación de Sáez es la configuración del derecho priva-
do que el código civil venía a reglamentar. El derecho privado era, para este
autor, “el arreglo de las relaciones de los particulares entre sí” y, su origen
popular lo ponía por encima del derecho público que no debía invadirlo: “las
primeras necesidades del pueblo se atienden o pueden satisfacerse dentro de
la órbita de acción del mismo pueblo”59. Constituía una esfera jurídica la cual
no solo necesitaba de una atención preferente, sino que debía resguardarse
de la política partidaria la cual, sostenía, inutilizaba “a tantos hombres al sa-
carles la posición que les corresponde i en que son útiles para la sociedad”60.
En sus comentarios Sáez distinguía el derecho privado del orden público,
esto es, de “todo lo que se relacione con la sociedad en su carácter de repre-
sentación colectiva de los miembros que la componen”61 y lo definía como “la
efectividad de los derechos individuales”, sosteniendo que “toda disposición
autoritativa que los amague o desconozca, mina por su base los fundamentos
de la sociedad” 62. La esfera privada tenía preeminencia sobre el orden público,
y lo limitaba. En este sentido se entiende su posición crítica a distintos artículos
del código civil que encontraban en las leyes de orden público una excepción
al principio de irretroactividad de la ley y la posibilidad de afectar derechos
adquiridos63. Hallaba este principio como fundamental de la legislación, que
debía tener “toda la estension que el buen sentido i la razón natural indiquen,
como compatible con el progreso general de la sociedad, sin lastimar jamás los
derechos individuales formados al amparo de la lei”64. Como espacio de auto-
rregulación, la costumbre ocupaba un lugar en la configuración del derecho
privado: “No hai tino ni prudencia en negar al pueblo el derecho de la costum-
bre para intervenir directamente en la formación del derecho privado, porque

58 Sáez, Observaciones, p. 344.


59 Sáez, Observaciones, p. 338.
60 Sáez, Observaciones, p. 339-340.
61 Sáez, Observaciones, p. 376.
62 Sáez, Observaciones, p. 172, 203.
63 Sáez, Observaciones, p. 102. Sáez definía los derechos adquiridos como “la facul-
tad de obrar sobre personas o cosas, adquirida por el acaecimiento de un hecho depend-
iente o independiente de nuestra voluntad, al cual la ley existente, atribuye la virtud de
producirla”, Sáez, Observaciones, p. 168.
64 Sáez, Observaciones, p. 115.

274
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

creo que es esta una de las concesiones que puede hacer la autoridad sin peligro
alguno i que debe hacerla aún antes de que le sea reclamada”65.
Su primacía tenía una relevancia particular en la época en que escribe Sáez
caracterizado como “un estado de indecisión, de expectativas de cambios en
instituciones sociales y políticas” donde se corría el peligro de conceder al
legislador “facultades omnímodas” alterando derechos adquiridos66. Con esto
procuraba desalentar cambios precipitados que alterasen sustancialmente el
orden jurídico y social:

no encuentro que en una sociedad bien reglamentada, se presenten a cada momento


necesidades de un carácter tan urgente, que exijan una reforma inmediata; veo por el
contrario, que la precipitación en las reformas, con el desconocimiento de los derechos
adquiridos, en todos o en algunos de los elementos que los constituyen, es una causa
de desquicio con la introducción de la desconfianza, con la paralización producida por
la inseguridad67.

Una de las grandes dificultades que encontraba Sáez en las normas que co-
mentaba, era la indefinición de lo que constituía el orden público y que solo eran
una excusa para avalar la “omnipotencia de la autoridad”68. Esta deficiencia del
código civil no solo afectaba ilegítimamente los derechos adquiridos sino también
garantías constitucionales como la del artículo 19 de la Constitución Nacional69:

el carácter o distinción de órden público en la lei, viene a formarse con una resolucion
judicial, pronunciada después de haber tenido lugar los hechos que han sido practica-
dos durante el ejercicio legítimo de un derecho constitucional, de no obedecer lo que la
lei no manda, ni de estar privado de lo que ella no prohíbe, derecho que no puede ser
limitado o restringido sin un conocimiento previo de la prescripción espresa contenida
dentro de la órbita de los intereses de la sociedad, hoy difícil de reconocer i de deter-
minar en la lei imperativa, que no señala con caracteres especiales, el círculo en que se
encierra el órden público, para dejar abierto el campo del derecho privado70.

65 Sáez, Observaciones, p. 336.


66 Sáez, Observaciones, p. 111, 179.
67 Sáez, Observaciones, p. 203.
68 Sáez, Observaciones, pp. 409, 203.
69 Artículo 19.- Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan
al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y
exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a
hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe.
70 Sáez, Observaciones, p. 377.

275
MARÍA ROSARIO POLOTTO

La solución era determinar previamente el contenido del orden público,


lo que constituía un medio fundamental para “depurar el derecho privado de
todos los elementos que le sean estraños, ya por relacionarse con el derecho
público, sea por vincularse con el interés común”71.

4. Olegario Machado. Código: entre necesidades de la nación y omnipo-


tencia del legislador.

José Olegario Machado72 publicó su primer tomo de Exposición y Comen-


tario del Código Civil argentino en 189873. La obra de Machado se presen-
tó como una contribución madura de la exégesis argentina74. Su objetivo se
centraba en la “explicación del Código Civil […] á exponer sus doctrinas en
una forma sintética y somera […] iluminar cada disposición, para que se la
perciba en toda su verdad, pensando que el comentador debe ser el amigo
leal y sincero de la ley”75. Ello no era óbice para la crítica jurídica, necesaria
para promover la reforma de la ley, crítica que afirmaba haberla ejercido con
prudencia76. No solo recurría a los ya tradicionales aportes de los doctrinarios
franceses, sino también apelaba a las opiniones de juristas argentinos, como
era el caso del trabajo de Baldomero Llerena y, como aclaraba la portada, a la
jurisprudencia tanto de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y las Cáma-
ras de Apelaciones de la Justicia de la Capital Federal.
Para Machado la codificación expresaba el ideal de la igualdad ante la ley,
que se erigía como “evangelio de una nueva religión”77. El Código civil, ejempli-

71 Sáez, Observaciones, p. 377.


72 Sobre la vida y formación de Machado: De Marco, Notas sobre la juventud y años
de formación.
73 La obra consiste en once tomos, publicados entre 1898 y 1903, que abarcan la tota-
lidad del articulado del Código Civil de 1869 e incluye los comentarios a la Ley de Registro
Civil de la Capital de la República Argentina y territorios nacionales (Ley 1565, 1884).
74 No era esta la primera contribución que realizaba para el estudio de este cuerpo
normativo. En publicó junto a Onésimo Leguizamón, Instituta del Código Civil Arjentino
destinado fundamentalmente para la enseñanza del derecho civil, Leguizamón y Machado,
Instituta, p. VIII. En 1903 apareció El Código Civil Argentino interpretado por los tribu-
nales de la República, con el objetivo de completar las glosas realizadas en Exposición y
comentario con la jurisprudencia nacional, Machado, El Código Civil Argentino, pp. V-VI.
75 Machado, Exposición y comentario, p. XII-XIII.
76 Machado, Exposición y comentario, p. XXIII.
77 Machado, Exposición y comentario, p. VII.

276
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

ficado en el francés, respondía “a una idea política de concentración y de uni-


dad nacional” que tomando como fundamento el derecho romano, “dio nueva
vida a las costumbres, especie de derecho popular, creado por el pueblo mismo,
consagrándolas como una ley que toda la nación debía obedecer”78. Era tam-
bién “la reunión de las leyes que una nación ha dictado sobre una determinada
materia” que se caracterizaba por ser “ordenada y metódica” para formar “un
todo completo” que agotaba la materia legislada79.
Esta completitud constituía su principal ventaja si se tenía en cuenta que
de su sanción resultaba cierto freno al “desenvolvimiento del derecho en el
seno de la nación”80. Para este jurista el código era fuente exclusiva del dere-
cho civil81:

cada materia legislada debe abrazar y traducir en forma de leyes las necesidades de la
vida nacional, encerrando en sus disposiciones las relaciones de los individuos entre sí
y su modo de obrar, siendo la única fuente donde deba encontrarse la regla que deter-
mina sus derechos82.

Por ello en una postura opuesta a la de Sáez, celebraba la derogación de las


leyes anteriores, hispánicas y patrias, dispuesta por el artículo 22 del Código
Civil, las cuales quedaban relegadas como meros antecedentes con el objeto
de estudiar el estado de la legislación civil.
Sin embargo, es posible notar en Machado la persistencia de una lógica
tradicional articulada en los postulados del ius commune, donde el comen-
tario doctrinal y la interpretación jurisprudencial completaban el sentido de
la ley83. Es sugerente, en este sentido, su reclamo ante la sanción premurosa
del código civil “sin una exposición de motivos, sin una explicación, sin un
antecedente, que pudiera guiar al magistrado y al jurisconsulto en la inter-
pretación de la ley”84. Congruente con este parecer, al comentar el artículo
16, Machado indicaba, frente a la oscuridad de la ley, pautas para la inter-
pretación jurisprudencial que permitía integrar el código con otros órdenes
normativos. En primer lugar, se encontraban las leyes nacionales que for-

78 Machado, Exposición y comentario, p. X.


79 Machado, Exposición y comentario, p. 56.
80 Machado, Exposición y comentario, p. 56.
81 Machado, Exposición y comentario, p. 56.
82 Machado, Exposición y comentario, p. 56.
83 Abásolo, Expresiones del ius commune en la apoteosis de la codificación?, p. 145.
84 Machado, Exposición y comentario, p. XVII.

277
MARÍA ROSARIO POLOTTO

maban un solo cuerpo de disposiciones lo que permitía su aplicación analó-


gica. También podía recurrirse no solo a los códigos extranjeros que habían
servido de fundamento a las normas argentinas, sino también a la opinión de
sus tratadistas y a las decisiones de sus tribunales. Por último, a la doctrina y
jurisprudencia nacionales, donde la autoridad de Vélez Sarsfield ocupaba un
lugar preferente para explicar la ley85.
Ahora bien, puede percibirse en este jurista una cierta tensión irresoluta
al conceptualizar la ley. Por un lado, prevalecía una definición material de
lo legal como adecuación a un orden establecido. Las leyes, que podían ser
nacionales o provinciales86, se originaban “en las necesidades de una nación y
se traducen en forma de reglas, apoyándolas en el derecho natural, dándoles
la sanción y fuerza que este carece”87. El derecho era la creación del pueblo en
cuyo seno se originaba y donde lo consuetudinario jugaba un papel relevante.
En la glosa al artículo 17 del Código Civil destacaba que si bien la Argentina,
como pueblo nuevo, “no había tenido tiempo de esperar la costumbre, que
es al derecho nacional, lo que el aluvión de los ríos á los terrenos riberanos”,
el Código Civil había reconocido, en ciertos casos, la necesidad de fundar el
derecho en la costumbre y, en este caso, esta tenía “la misma fuerza que la
ley escrita”88. Por el otro lado, al examinar la vigencia temporal de la ley, este
jurista insiste en la voluntad omnipotente del legislador y el valor formal de
lo legal. En este sentido afirmaba que “las leyes pueden abrazar el pasado, el
presente y el porvenir, porque el poder del legislador no puede ser limitado
sino por su propio criterio”89. Destacaba que

la omnipotencia del legislador es la regla, que no puede admitir control de ninguna cla-
se. Nadie puede impedir que el Congreso dicte leyes inconstitucionales, ó contra todas
las conveniencias, violando la justicia y los mas claros principios; esas leyes serán obli-
gatorias para todos los habitantes de la Nación y los tribunales deberán aplicarlas90.

85 Machado, Exposición y comentario, p. 51-52.


86 Machado, Exposición y comentario, p. 3. Esta es una de las pocas referencias a las
leyes provinciales en el análisis de los títulos preliminares, amén del comentario al artículo
2° del Código Civil. Toda la explicación que Machado hace de la ley parece concentrarse
en el ámbito nacional.
87 Machado, Exposición y comentario, p. 1.
88 Machado, Exposición y comentario, p. 47.
89 Machado, Exposición y comentario, p. 7.
90 Machado, Exposición y comentario, p. 8. Ver el contraste con la opinión de Lisan-
dro Segovia en contra de las leyes interpretativas, donde criticaba “el principio europeo de

278
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Para Machado la inconstitucionalidad de la ley no se reducía su falta de


conformidad con la constitución, sino también a un problema sustantivo, el
de su justicia, insistiendo en el valor material de la norma. Por cierto, la posi-
bilidad del control de constitucionalidad que ejercía el poder judicial, consti-
tuía un contrapeso limitado91. Esta tensión entre la validez material y formal
de la ley, además de explicarse a partir de lo resuelto por la Corte en el fallo
“Cafferarena contra el Banco Argentino”, antes citado, puede ser entendida
como la búsqueda de conciliar una teoría de la ley de raigambre tradicional
con una doctrina y práctica constitucional de los poderes del Estado.
De esta manera la ley ocupaba un lugar central en el ordenamiento del
estado como “regla establecida por la autoridad que determina la constitu-
ción y es jurídicamente obligatoria para todos los que habitan el territorio
de la Nación”92. Bajo esta definición dos elementos juegan un papel funda-
mental cuando se definía lo legal: la soberanía y el territorio. La primera era
concebida como “la facultad de someter a la ley en vigor a todos los que pe-
netran dentro del territorio”93. En consonancia la nación era “la reunión de
individuos que bajo un gobierno cualquiera ocupan determinado territorio,
reconocida su soberanía por las demás [sic]”94. La norma codificada y el co-
mentario expresaban la relevancia que tenía el territorio en la construcción
de la soberanía estatal. En este sentido, Machado afirmaba que la soberanía
territorial, expresada en el artículo 1° del Código Civil, era la regla más segura
y la que mejor se ajustaba al principio de igualdad ante la ley: “esa igualdad
desaparecería si á unos les fuera permitido hacerse juzgar por la ley de su país
y a otros por la de la nación donde tienen su domicilio, sometiendo a la ley
nacional solo a los nativos”95.
Con respecto a los efectos temporales de la ley, comentando ya el artículo
3° del Código Civil entendía que la irretroactividad de las leyes, ecnstituía

la soberanía del legislador ú omnipotencia legislativa, principio inaceptable en nuestro


sistema de gobierno libre, que proclama por el contrario que no hay otros soberanos que
el pueblo y la Constitución, y que los tres poderes son limitados”, Segovia, El Código civil
de la República Argentina, p. 2.
91 Machado, Exposición y comentario, p. 8.
92 Machado, Exposición y comentario, p. 1.
93 Machado, Exposición y comentario, p. 2.
94 Machado, Exposición y comentario, p. 1. Estas afirmaciones coinciden con la
adopción que los países americanos, entre ellos la Argentina, del ius soli de gran impor-
tancia, fundamentalmente, frente a los grandes procesos inmigratorios que alentaron.
95 Machado, Exposición y comentario, p. 2.

279
MARÍA ROSARIO POLOTTO

uno “de los grandes principios reconocidos por las legislaciones de los países
más adelantados” y que el principal objeto era “poner á cubierto los intereses
particulares contra las arbitrariedades del poder público, asegurando que los
bienes y los derechos adquiridos bajo una ley existente, no podrán ser cam-
biados ni alterados por nuevas leyes”96. Advertía que si bien la retroactividad
era una gran perturbación que se producía en la sociedad, “hay casos en que
el bien general o las necesidades de la misma sociedad lo exigen como un me-
dio de conservación”97, como era el caso de las leyes sobre curso forzoso o las
de higiene y seguridad. Entonces

siempre que un alto interés nacional, ó la paz y seguridad del Estado, exijan la aplica-
ción inmediata de una ley, es preferible que la sociedad sufra una perturbación, como
consecuencia de un cambio brusco, antes que cruzarse de brazos delante del interés
individual, que en general debe merecernos gran respeto”98.

Con estos argumentos justificaba las leyes de orden público indicadas en


el artículo 5° del Código Civil. Estas leyes constituían una excepción del prin-
cipio de irretroactividad “no en el sentido que se propongan alterar el pasado,
que siempre debe ser respetado, sino en el que tienen una inmediata aplica-
ción, reglando las consecuencias de los actos jurídicos antes”99.
Aquí Machado realizaba un gran esfuerzo argumentativo para definir en
concreto qué era el orden público, sobre todo teniendo en cuenta la limitación
que estas leyes generaban en el ejercicio de los derechos individuales. Reco-
nocía que “era muy difícil comprender en una definición todo lo que pueden
abrazar tales leyes”100 e intentaba conceptualizarlas recurriendo a la oposición
entre lo colectivo y lo privado:

Para distinguir cuáles son esas leyes basta observar, que son dictadas tomando a la so-
ciedad como una vasta unidad, que se mueve y obra como un todo orgánico, mientras
que las demás consideran al individuo en su calidad de tal y determinan sus relaciones
para con los demás”101.

96 Machado, Exposición y comentario, p. 11.


97 Machado, Exposición y comentario, p. 11.
98 Machado, Exposición y comentario, pp. 18-19.
99 Machado, Exposición y comentario, p. 18.
100 Machado, Exposición y comentario, p. 20.
101 Machado, Exposición y comentario, pp. 22-23.

280
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Siguiendo el trabajo de Jean Baptiste Duvergier entendía que son aquellas


creadas en interés de la comunidad102, que tenían por objeto garantizar la
seguridad de los ciudadanos y conservar la paz del Estado103 y que en su apli-
cación estaba interesado el orden social104.
A pesar de estas expresiones generales debía recurrir a una casuística que
definía el ámbito del orden público105. Concluía pues: “los derechos adquiri-
dos deben ser respetados en los momentos ordinarios de la vida, pero jamás
servirán de valla ante el interés general inmediato, cuando peligra la seguri-
dad común”106.
5. Conclusiones

Los ejemplos de Sáez y Machado aquí analizados abren una ventana a la


complejidad de la cultura jurídica de los primeros comentaristas del Código
Civil argentino de 1869, una experiencia imbricada entre antiguas categorías
y un nuevo texto legal que no sólo es concebido como “cuerpo legal de doc-
trina” sino con sólidos puentes, a través de los recovecos de su articulado, a
concepciones y recursos del viejo derecho, como la invocación de la religión o
el reenvío al derecho canónico.
Lejos de ser figuras contrapuestas, Sáez y Machado comparten un mismo
universo jurídico donde su tarea interpretativa no se reduce al simple apego
al texto de la ley, ni implica una reducción de la tarea del jurista. En ambos,
el comentario “ilumina” el código, expresa el sentido de sus normas a través
de la concordancia o contradicción con otros preceptos o doctrinas. La labor
del jurista sigue comprendiéndose en términos tradicionales como una me-
diación de la ley.
Otras coincidencias interesantes es la persistencia de una concepción ma-
terial de la ley, como la adecuación a un orden indisponible expresado funda-
mentalmente en la costumbre, entendida como el derecho del pueblo o de la
nación, y en contraposición la resistencia, más clara en Sáez, a un legislador
omnipotente que altere o reforme arbitrariamente aquel orden.

102 Machado, Exposición y comentario, pp. 21-22. El escrito de Duvergier, “De las
leyes” publicado en la Revista de Derecho Francés y Estrangero en 1845 fue transcripto
íntegramente por Varela en sus Concordancias y Fundamentos. Varela, Concordancia y
Fundamentos, pp. 52-125.
103 Machado, Exposición y comentario, p. 20.
104 Machado, Exposición y comentario, p. 21.
105 Machado, Exposición y comentario, p. 20.
106 Machado, Exposición y comentario, pp. 19-20.

281
MARÍA ROSARIO POLOTTO

Hechas estas consideraciones, es posible también señalar significativos


contrastes entre estos juristas. Machado propone prácticamente una iden-
tificación de la vigencia espacial del código al “territorio nacional” en tanto
que las referencias a los espacios provinciales son mínimas e irrelevantes. La
definición de lo legal se encierra en las normas del Código Civil y no parece
incidir en ella el régimen federal consagrado en la constitución. Para Sáez,
por el contrario, sus ideas confederales, la lectura articulada entre código y
constitución, y su defensa de la soberanía provincial se traducen en una limi-
tación de la vigencia espacial del código y de la ley nacional.
La distinción entre la órbita pública y privada, y la delimitación del ám-
bito propio del código civil también enseña diferencias significativas en es-
tos juristas. Sáez, sin perjuicio de su discurso con énfasis en los derechos in-
dividuales, revela una veta tradicional al caracterizar el derecho privado y
restringir la intervención del estado a través de las leyes de “orden público”.
Definido este como “la efectividad de los derechos individuales”, supedita lo
público a lo privado en la medida que lo privado constituía el fundamento
de la sociedad. Otro puente sugerente con el antiguo derecho es el lugar que
le otorga a la costumbre, como expresión del pueblo, y no a la voluntad in-
dividual, como fundamento de autorregulación del derecho privado. Por el
contrario, en Machado se observa tanto una exaltación del orden público en
detrimento del espacio privado cuando se afecta “un alto interés nacional, ó la
paz y seguridad del Estado” como una identificación de este con lo nacional,
aunque esta exaltación se desarticula, en cierto modo, de sus concepciones
materiales sobre la ley.

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286
ACERCA DE LA INTROMISIÓN DE LA MUJER
EN MATERIA DE PETRÓLEO
Argentina, primera parte del siglo XX

Claudia Gabriela Somovilla


Universidad del Salvador de Buenos Aires
orcid id: 0009-0005-0584-8224

SUMARIO: 1. Introducción; 2. Sobre el descubrimiento del petróleo; 3. La intro-


misión de la mujer en el mundo del petróleo; 4. Espacios de trabajo; 5. El tema
en el cine; 6. Corolario.

1. Introducción

El adentrarse la mujer en las cuestiones del petróleo –ya sea en los espa-
cios de trabajo propiamente dicho o en los espacios de decisión política-, im-
plica el trazado de un mapa que devela el camino que recorrieron para lograr
la equiparación de sus derechos con los hombres.
Petróleo y derechos de las mujeres fueron dos cuestiones que movilizaron
e inquietaron el debate político en la primera parte del siglo XX en Argentina.
Cuando en 1859 Edwin Drake perforó el primer pozo de petróleo en Pen-
silvania –EE.UU.– comenzaban a esbozar nuevos desafíos para los estados
modernos; al unísono el grupo femenino se despertaba y comenzaba a bregar
por del reconocimiento legislativo de sus derechos y sus espacios en la arqui-
tectura institucional de la sociedad –reclamo que tuvo eco inmediato fuera
del país presidido por James Buchanan–.
En el siglo venidero los hombres que abordaron por primera vez las mis-
mas cuestiones –petróleo y derechos de las mujeres– en Argentina, pertene-
cieron a la llamada generación de 1910 –nacidos entre 1873 y 1887–.
Con atino escribió Víctor Tau Anzoátegui que cuatro fueron los temas cen-
trales que ideológicamente hicieron al desarrollo de la actividad de estos ju-
ristas, a saber: 1.- la crítica y superación del positivismo, 2.- la necesidad de
estudiar la sociedad argentina, 3.- la pretensión de hacer de las escuelas de
leyes centros de cultura jurídica, y 4.- la reforma del orden legislativo recibida
de las anteriores generaciones1.
En la historia de la regulación jurídica puede observarse que el sexo ha

1 Tau Anzoátegui, Las ideas jurídicas en la Argentina, pp. 121 – 125.

287
CLAUDIA GABRIELA SOMOVILLA

sido uno de los factores modificatorio de la capacidad2. Como afirma Abelardo


Levaggi la codificación del siglo XIX se constituyó una reforma trascendental.
Cabe notar la tensión del legislador de la primera codificación con el dere-
cho anterior, lo cual se replica en los juristas y en legisladores de principios
del siglo XX con aquel; ello debido a la tirantez entre el derecho dado y las
nuevas realidades creadas por las interacciones humanas3.
En 1902 el diputado nacional por la provincia de Buenos Aires Luis María
Drago presentó el primer proyecto de reforma al Código Civil que proponía la
modificación al régimen de la sociedad conyugal; y entonces sobre los dere-
chos de la mujer –proyecto en el que insistiría luego en 1907 y 1912–4; dicho
proyecto fue el puntapié de una cantidad de propuestas recurrentes directa
o indirectamente sobre los derechos civiles de la mujer hasta la sanción de
la ley 11.357 en 1926 durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear
conocida como de la “Capacidad civil de la mujer”5.
El hecho del descubrimiento del petróleo en el sur del país suscitó un cam-
po nuevo, que motivó el traslado y establecimiento físico de familias –y en
ellas mujeres–, mujeres que debieron trasladar su responsabilidad primaria
asignada socialmente como “ama de casas”, comenzando a salir del hogar y
adentrarse en áreas primero perimetrales del petróleo, para luego circundarle
y poder abordarle.
Este espacio nuevo generado y la introducción de la mujer en el mismo no
fue una temática que el maestro Víctor Tau Anzoátegui abordara en su fron-
dosa, nutrida y rica producción historiográfica; pero si la misma6 constituye
un base de lectura y estudio necesario para comprender el marco jurídico –de
ideas y desenvolvimiento de factores e instituciones políticas- del tiempo que
nos ocupa, como así también más precisamente del marco donde podía des-
empeñarse la mujer.
He sido testigo y beneficiaria de la generosidad del maestro Táu Anzoáte-
gui. Un 25 de octubre de 2017 tuve la oportunidad de exponer por primera vez

2 Núñez Ruíz Díaz, – Olaza Pallero – Rodríguez López – Somovilla, La dactiloscopía


de Juan Vucetich y el caso Francisca Rojas, pp 97 y ss
3 Núñez Ruíz Díaz …Ob. Cit. pp.108.
4 Núñez Ruíz Díaz …Ob. Cit. pp.109.
5 Núñez Ruíz Díaz …Ob. Cit. pp.110.
6 Resulta imprescindible para comprender la construcción del Estado argentino y su
derecho la lectura de la producción intelectual del maestro Víctor Tau Anzoátegui. Par-
ticularmente las obras, La codificación en la Argentina (1810 – 1870). y Formación del
Estado Federal Argentino 1820 – 1852.

288
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

sobre “La propiedad del petróleo en el debate legislativo argentino de 1927”


en la sede del Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, ante la
presencia atenta y el permanente estímulo del maestro, quien siempre favo-
reció y alentó la apertura de nuevas líneas de investigación. Escribió el maes-
tro: “… el iushistoriador debe contar con el apoyo de los mismos historiado-
res…pues no se trata de una misión que pueda realizar en solitario”7.

2. Sobre el descubrimiento del petróleo

La historia del petróleo en la Argentina se inició con el descubrimiento del


primer yacimiento del hidrocarburo el 13 de diciembre del año 1907, en el
entonces pueblo de Comodoro Rivadavia, Provincia de Chubut.
Dicho descubrimiento dio lugar a una explotación con modalidades dife-
rentes en la minería propiamente dicha8. De allí en más cada presidencia tuvo
su política en materia de hidrocarburos9.
La creciente importancia del petróleo –como consecuencia de la expan-
sión del parque automotor, y su uso como combustible en el sector indus-
trial- lo convirtieron en causa de interés y de debates político jurídicos–, lo
cual se fue acrecentando a medida que se descubrían nuevos yacimientos y se
intensificaba su extracción–10.
Tiempo en que el presidente Luis Sáenz Peña tomó nota de la necesidad
de superar las deficiencias de los hábitos políticos en tiempos electorales y de
las carencias en las prácticas de las instituciones democráticas11. Fue bajo su
mandato que se sancionó la ley 8871 en 1912, que estableciera el voto –mas-
culino exclusivamente, ciudadanos enrolados– obligatorio y secreto, con más
el acceso a las bancas legislativas de la primera minoría.
Con las primeras elecciones nacionales de acuerdo a la llamada ley Sáenz
Peña, triunfa en 1916 la Unión Cívica Radical –primer partido político orgá-
nico nacional nacido desde la oposición–, y llega a la presidencia Hipólito
Yrigoyen12.
El ascenso a la primera magistratura de Yrigoyen marca el inicio de una

7 Tau Anzoátegui, El futuro de la historia jurídica en las aulas.


8 Valls, Código de minería de la República Argentina, p. 21.
9 Somovilla, “La Constitución mexicana de 1917: estudios jurídicos, históricos y de
derecho comparado a cien años de su promulgación”, pp. 449 – 464.
10 Rapoport, Historia económica, política y social de la Argentina, p. 146.
11 Carcano, Sáenz Peña, la revolución por los comicios.
12 Floria y García Belsunce, Historia de los argentinos, p. 812.

289
CLAUDIA GABRIELA SOMOVILLA

nueva etapa, y con él la determinación de una política de nacionalización so-


bre el petróleo como recurso estratégico. Puede leerse ensayos políticos que
calificaron al primer gobierno radical como popular y austero13.
Al tiempo de iniciarse la primera presidencia radical el positivismo se
encontraba aun cumpliendo un destacado papel en el escenario jurídico.
También el eclecticismo cumplía un rol destacado. Y resulta necesario tener
presente la influencia del krausismo –en particular en el primer presidente
radical-.
Fue con Julián Sanz del Río14 que el krausismo llegó a manos de Yrigoyen.
Lo cual facilitó en el radical una lectura espiritual de los acontecimientos po-
líticos.
Envió Yrigoyen en 1919 dos proyectos de ley vinculados al petróleo a la
Cámara de Diputados, los cuales, sin llegar a propiciar la nacionalización de
este, constituyen dos antecedentes notables para la definición de la política
nacional de hidrocarburos, que fuera sostenida por la Unión Cívica Radical.
El primero de los proyectos referidos preveía la creación de la Dirección
General de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) en el ámbito del Mi-

13 Mallea, Eduardo: “…Y una gran conciencia culminó en 1916 con el advenimiento
de un gobierno austero y popular… Lo que nos interesa es ese estado nacional de gentes
serias, profundamente deseosas de ver a su tierra sanamente conducida: era una gran
necesidad civil de decencia contra muchos años de explotación y de fraude...Era una
cuestión de limpieza y honor. Era un movimiento de conciencias…Era un estado de no-
bleza colectiva, de salud nacional”. En, El Sayal y la Púrpura, p. 10.
14 Guy, Los filósofos españoles de ayer y de hoy, pp. 101 – 110. Allí puede encontrarse
una breve referencia al pensamiento del fundador del krausismo español, quien encontró
en el pensamiento del alemán una filosofía de aplicación práctica inmediata. Se destaca que
en El racionalismo armónico de Krause (1781 – 1832), que se designara con el nombre de
panenteísmo, enseñaba un método intermedio entre el sintético de los idealistas alemanes
y el analítico de los empiristas franceses del siglo XVIII. El krausismo e diferenciaba del
hegelianismo y de otras concepciones pos kantianos por el método y por el contenido. Para
Krause el estado es una agrupación de finalidad limitada, su filosofía del derecho rechaza
el absolutismo estatal. El ideal humano debe ser la federación internacional de todas las
agrupaciones universales, la realización de una humanidad verdaderamente unida, donde
cada uno de sus miembros puede participar en la razón y el Bien. Julián Sanz del Río acep-
tó casi todo el krausismo, “lo españalizó” según sus palabras escribe Guy, para hacerlo más
aceptable a los intelectuales hispanos. Destacó el contenido ético el mensaje, mostrando
como la consecución de una Humanidad enteramente racional (vale decir, unida a Dios)
era la función del advenimiento de cada persona humana de la racionalidad pura mediante
el triunfo en ella de la Libertad y de la Ley simultáneamente.

290
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

nisterio de Agricultura. El fundamento era que el hecho de la importancia de


los yacimientos de Comodoro Rivadavia y de Plaza Huincul hacían presumir
la existencia de otros en el territorio del país; hechos que motivaron el dictado
de una ley orgánica en que el Estado realizará dichas explotaciones, y en que
intervendrá en las que más adelante pudieren realizarse.
El segundo de los proyectos presidenciales vinculados al petróleo –ins-
pirado en la legislación de Rumania–, propone el régimen legal, técnico, y
económico financiero de las explotaciones. Asimismo, incorpora el petróleo
al dominio privado del Estado, y reservaba para este el derecho a vigilar toda
explotación de dicho recurso.
Ninguno de los proyectos enviados por el Poder Ejecutivo fue aprobado
por el Congreso de la Nación.
El libro titulado “Confidencias”15 publicado en 2019 que contiene escritos
inéditos y desconocidos cuya autoría se reconoce en Hipólito Yrigoyen16, es un
material que debe estimarse para acercarse al pensamiento directo de aquel.
Si bien los documentos que se lograron reunir no abordan expresamente
la cuestión del petróleo, si conservan el pensamiento político filosófico del
autor, donde volcó sus ideas en las cuales priman las nociones de: renovación
y transformación del Estado imperante17, bien general18, un cambio regene-
rador del medio y de sus elementos19, soy peregrino misionero de una fe de
orden público20, …la patria y las seguridades de su soberanía21, que la misión
del Estado es resguardar el derecho público como condición indispensable al

15 Yrigoyen, Confidencias.
16 De Privitellio, Estudio preliminar Las confidencias de Hipólito Yrigoyen del libro
“Confidencias” se detiene a considerar otros escritos publicados o referidos de Yrigoyen
con anterioridad a dicha publicación. Pág. 27-28. Asiente que ya se conocía dos escritos de
Yrigoyen –originales resguardados por Rodolfo Oyhanarte–, con el título –elegido por los
editores– de “Mi vida y mi doctrina” habían sido publicados por la Editorial Raigal hacia
1957 -escrito hacia 1923. En la obra “El Radicalismo, ensayo sobre su historia y doctrina”
–primera edición de 1951– menciona y hasta cita brevemente unos extensos escritos de
Yrigoyen que habrían quedado sin publicar. DEL MAZO, El Radicalismo, ensayo sobre su
historia y doctrina. Buenos Aires, Raigal, 1983. Tomo 2 p 85 – 86.
17 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 51
18 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 61
19 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 65.
20 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.70 - 267.
21 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 76

291
CLAUDIA GABRIELA SOMOVILLA

destino de la Nación para cumplir los fines de su existencia22, fundamentos


morales del orden público23, civismo24, la integridad moral y material de la
República25, ¡libertad, soberanía, independencia!26, seamos inflexibles27. To-
das apreciaciones circundantes a la política que señaló el radical.
Algunos de sus fragmentos pueden ajustarse a su política en materia petro-
lera. Yrigoyen sostiene la necesaria primacía de lo común sobre los privilegios:

“El principio cardinal de toda estructura pública debe ser el amparo constante y sin
restricciones del derecho genérico y común frente a todos los exclusivismos y predo-
minios. Ese es el concepto que lo llevará a la fórmula verdadera de la justicia para
todos contra la perpetración de todas las detentaciones28”.

También cuando se lee la Nación debe elevarse por sobre todos los intere-
ses parciales para alcanzar la legítima representación que radica en el ejerci-
cio de la propia soberanía29.
Puede observarse en sus líneas la influencia krausista al considerar la in-
teracción grupal:

“La asociación es la coronación de la regularización social en las diversas finalidades


parciales que convergen a la consecución de ideales comunes y solidarios. Todas ellas
tienen igual derecho a ser reconocidas por su personalidad, en orden de su colabora-
ción con el plan general de trabajo, porque ellas son componentes sociales que tienen
asignado un cometido nacional30”.

Brinda un consejo a los políticos sobre que, el hombre de Estado no debe


prescindir jamás del valor del espíritu del tiempo31. Refiere a la soberanía:

22 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 93


23 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p101.
24 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 137.
25 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.156
26 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.242.
27 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.359
28 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 61. Con expresiones semejantes reitera el con-
cepto en la pág. 163 y 312 así: “El principio cardinal de toda estructura política debe ser
el amparo constante y sin restricciones del derecho frente a todos los exclusivismos y
predominios. Ese es el concepto que nos llevará a la fórmula completa de la justicia para
todos contra la perpetración de las detentaciones de unos pocos”.
29 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. pp. 117 – 118.
30 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 70
31 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 84.

292
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

“La soberanía en sus expansiones definidas reclama la política tan notablemente sentida
por el país, que refleja todas las inspiraciones del patriotismo en la aplicación integral de
las soluciones32…La Nación no debe declinar por ninguna consideración la restauración
del ejercicio de su soberanía33….Los atributos institucionales son de los Estados para el
ejercicio de la soberanía de los pueblos y no de los Gobiernos34… La misión del Estado es
resguardar el derecho público como condición indispensable al destino de la Nación para
cumplir los fines de su existencia35…Los Gobiernos pueden labrar la felicidad de los pue-
blos orientando todas las actitudes en el desenvolvimiento integral de sus finalidades36”.

A su criterio su partido no debe elaborar un programa de gobierno sino ba-


sarse en sus principios: “La Unión Cívica Radical… es una definitiva conquis-
ta moral y política de la civilización argentina37”; amplía sus ideas y escribe:

“El día que la Unión Cívica Radical sintetice su obra trascendental en un programa
de partidarias parcialidades, y se concrete a la sucesión de Gobiernos, habrá caído de
sus grandiosos fundamentos a la superficialidad de todos los menguados trajines38”.

Coherente con el krausismo sostiene que los movimientos humanos obe-


decen a reglas inflexibles que presiden la trayectoria histórica39. Para Yrigo-
yen su partido tiene un único fin: “El bien de la Nación debe ser el fin cons-
tante de la Unión Cívica Radical40”.
Yrigoyen para quién “gobernar es perfeccionar41”, y “un hombre de Esta-
do no puede prescindir del estudio teórico y detenido de las ideas y los prin-
cipios que ilustran y guían a las naciones42” considera de la administración
que le precedió: “El régimen no tiene nada que invocar a su favor porque
los progresos que constantemente se atribuye son los que se han realiza-
do por el propio impulso de la vida, por la ley incontrastable del progreso
mismo…43”. Y afirma sobre su gestión:

32 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. pp.223 - 355.


33 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.226.
34 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.306.
35 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.393.
36 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.394.
37 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 140.
38 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. pp. 143 - 238
39 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 373.
40 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.397.
41 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 173
42 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.285.
43 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.281.

293
CLAUDIA GABRIELA SOMOVILLA

“El gobierno que me tocó presidir no fue un período más en la sucesión regular de
los mandatos44…En un breve período de tiempo, simplificamos la administración pú-
blica en todas sus formas …hicimos economía en todo; planeamos y propusimos le-
yes modernas y previsoras, después de haber resuelto fundamentales problemas que
hasta ayer permanecieron indescifrables45…La política que apliqué en el Gobierno
era la que persigue la humanidad como el ideal más supremo de su bienestar46”.

Sobre la economía escribió Yrigoyen que, la igualdad económica entre to-


dos los miembros de una vasta colectividad es un dogma antinatural, ya que
la diferencia de aptitudes y capacidades conspira contra la uniformidad de
compensaciones, que resulta necesario garantizar a todos los hombres el tra-
bajo, y que este sea suficientemente remunerativo para que sus existencias y
la de los suyos puedan ser más compatibles con la dignidad humana47.
Pondera los logros de su gobierno en los siguientes términos:

“Al terminar el período del Poder Ejecutivo de la Nación, por primera vez constitucio-
nal, ejercido en la más absoluta identidad con los preceptos que la fundamentaron y en
las que se afirman cada vez más mis mejores esperanzas patrióticas, me sentí inducido
a exteriorizar algunos juicios de orden público, que las circunstancias de estar todavía
en las funciones del cargo me cohibían para hacerlo, desde que todas mis actividades y
consagraciones son de carácter esencialmente nacional; pero preferí esperar”48.

Historiadores destacan las diferentes personalidades y formación entre


Yrigoyen y su sucesor –también radical- Marcelo Torcuato de Alvear– pa-
sando del particularismo populista al aristocratismo popular-. Cabe también
tener presente que fueron distintas las circunstancias, las influencias del con-
torno, sus percepciones, que les llevaron a responder de modo diverso –con
frecuencia– a situaciones del proceso político49.
Las primeras décadas del siglo XX fueron tiempos de encuentros y desen-
cuentros ideológicos en Argentina. Tiempo en que la definición del moderno
Estado constitucional como Estado de derecho plantea dificultades. Donde el
Estado adquirió un rol protagónico cada vez más importante, esto en el paso
del Estado constitucional del liberalismo al Estado del constitucionalismo

44 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 168.


45 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 167.
46 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. pp.183 - 335.
47 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p. 175.
48 Yrigoyen, Confidencias. Ob. Cit. p.335.
49 Floria y García Belsunce, Historia ….Ob cit. pp.812 y ss.

294
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

social. Época de incertidumbre y de desconcierto, marco en el cual se com-


prende que nuestros juristas tomasen entonces la constitución vigente como
algo más que una norma suprema, y la considerasen un punto de referencia
obligado que condensaba el diseño del Estado liberal –que algunos apoyaban
y otros repudiaban-. Asimismo, y como consecuencia de las grandes guerras
mundiales, comenzaba un proceso de internacionalización de ciertas ramas
del derecho y de formación de algunas estructuras supraestatales50.
No se puede desconocer que el petróleo generó cambios en la economía,
en la seguridad y en la política interna e internacional, todo lo cual fue refleja-
do en la prensa. En un artículo periodístico de la época –1927- se lee:

“…la evolución industrial de estos últimos años ha convertido el petróleo en un ele-


mento primordial para la economía y la defensa de las naciones. Lo menos que puede
hacer cada una de éstas, dentro de su territorio y en ejercicio de su soberanía, es
reservarse el control de los yacimientos para evitar que pasen a manos extrañas51”.

En concordancia a lo destacado en la cita periodística precedente, cabe


detenernos en las conclusiones arribadas por estudiosos de la historia eco-
nómica social. Quienes afirman que la sociedad económica nacional de aquel
entonces –primer período radical– no mostró una actividad industrialista.
Un párrafo especial merece el estudio de Di Tella y Zymelman sobre las eta-
pas del desarrollo económico argentino –citado por Floria y García Belsun-
ce52–; quienes llaman a dicho período –que se extiende hasta 1933– “la gran
demora”, luego de haberse creado condiciones para el “despegue” industrial
de Argentina. Sostienen que la Primera Guerra Mundial puso fin a la euforia
económica del período de preacondicionamiento. Entonces el comercio ex-
terior quedó dislocado, creándose una escasez de productos básicos sin los
cuales la economía no podía funcionar “normalmente”, lo que produjo una
crisis estructural. Sin perjuicio de lo cual, existían en el país esperanzas de
que se volvería a la situación económica anterior a los tiempos de la guerra.
Sin embargo, la aparente prosperidad ocultaba dificultades subyacentes. La
llamada “gran demora” –período que abarca de 1914 a 1933– se caracterizó
por una contracción de la tasa de crecimiento de la inversión - particularmen-

50 Segovia, El Derecho ante el Estado y la comunidad internacional, pp 399 – 405.


51 Diario La Prensa del 22 de Julio de 1927.
52 Floria – García Belsunce, Historia …..Ob cit. Pág.830. Cita en nota 22 a pie de
página el trabajo de Di Tella y Zymelmann, Etapas del desarrollo económico argentino.
p. 177 - 195

295
CLAUDIA GABRIELA SOMOVILLA

te de la inversión extranjera, y por un freno en el crecimiento relativo entre la


agricultura y la industria.
Al tiempo del descubrimiento del petróleo e incluso al tiempo de los pro-
yectos legislativos sobre la materia del presidente Yrigoyen, la cuestión era
alcanzada por las normas del Código de Minería de la Nación Argentina–san-
cionado el 25 de Noviembre de 1886–, que definía la aplicación del Régimen
de la Nación o de las Provincias de los yacimientos de hidrocarburos.
El presidente Yrigoyen fundó Yacimientos Petrolíferos Fiscales, y se de-
signó para la conducción de la misma, al ingeniero general Enrique Mosconi
–1922 a 1932–.
En la doctrina se evidencia un trato respetuoso por la personalidad y pro-
fesionalidad de Mosconi. Tal es el caso de Juan Archivaldo Lanús que escribió
en un capítulo de su obra “Aquel apogeo. Política Internacional Argentina
1910 – 1939” dedicado a “Argentina y los Estados Unidos. La discordancia”,
un punto sobre “Comunicaciones y petróleo”. Allí refiere a la diplomacia y al
General Mosconi, se advierte que para la diplomacia de los grandes países
los negocios privados forman parte del interés nacional, que la diplomacia
de los negocios no fue para Washington una excepción sino una constante de
su política exterior. El general Enrique Mosconi –como director general de
YPF– fue el blanco preferido de las críticas de muchas empresas norteameri-
canas hacia la política argentina. Se lee allí que, según un alto ejecutivo de la
Standard Oil Compañy of New Jersey, el general había dicho lo siguiente en
la ciudad de México D.F. refiriéndose a esa empresa:

“Donde quiera que esta compañía logre una posición firme, viene no solo a ser un
gobierno dentro de un gobierno, sino un gobierno sobre un gobierno”…El general
Enrique Mosconi fue una de las grandes personalidades de la Argentina, no sólo por
su talento profesional sino por poseer una virtud esencial en la política, que es la
honestidad”53.

53 Un trabajo de interés es “La diplomacia del petróleo (1916- 1930)” de Carlos A


Mayo, Osvaldo Andino y Fernando García Molina, que reconstruye la reacción diplomática
de Estados Unidos a las decisiones de gobiernos de las presidencias de Yrigoyen y Alvear.
Informa basarse en documentos del Departamento de Estado norteamericano –deposita-
do en los National Archives de Washington y reproducidos hasta 1929 en series microfil-
madas- También analizan la relación entre Mosconi y la Standard Oil, la estrategia de las
compañías petroleras inglesas; y las posiciones de representantes argentinos de intereses
extranjeros.-

296
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Fue el radicalismo el primer movimiento político argentino que presentó


una solución para el país desde una problemática esencialmente nacional, y
con criterio nacional. En este sentido afirma Tagle Achával que, con la llegada
del radicalismo al poder adquirió plena vigencia la Constitución en cuanto a
la democracia representativa, desplazando del poder a las fuerzas minorita-
rias que preconizaban el fraude electoral. Debía cambiarse entonces la clásica
interpretación de la Constitución, que adjudicaba a ésta la intención de cons-
truir un tipo de Estado indiferente a todo conflicto derivado de la lucha social
–teniendo en claro que aquella primera interpretación había sido correcta,
cuando esas tensiones sociales no se habían manifestado– 54.
En 1916 el radicalismo había sido llevado al gobierno en pos de una reivin-
dicación, la cual le obligaba a intervenir en aquellos conflictos derivados de
las relaciones de trabajo, aún los producidos en el ámbito privado, y que por
su magnitud o bien por su injusticia, hacían de esos problemas privados un
problema nacional. Esta interpretación de la Constitución se advierte en leyes
y actos de gobierno, entre los cuales encontramos: el proyecto de nacionaliza-
ción del petróleo, que el Senado de la Nación se negara aprobar55.
En 1918 se discutió en el Congreso el asunto de la federalización de las
minas. Fueron prestigiosos oradores quienes participaron del debate. Entre
ellos Carlos F. Melo autor del proyecto conjuntamente con Rodolfo Moreno
(h) y Antonio de Tomaso –miembro informante de la Comisión–, y asimis-
mo sostenedor eficaz y entusiasta de la reforma propuesta. Otro fue Sánchez
Sorondo –profesor de la materia en la Universidad de Buenos Aires-. Tam-
bién Arancibia Rodríguez –luego gobernador de la Provincia de San Luis–,
quien se mostró conocedor de la materia, con argumentos eficaces. Los dos
primeros mencionados sostuvieron la idea de la federalización, los segundos
la combatieron.
Durante la presidencia de su sucesor Marcelo Torcuato de Alvear (1922 -
1928) tuvo lugar un extenso y rico debate en el Congreso de la Nación sobre
el Régimen jurídico del petróleo y sobre el Régimen Administrativo de su ex-
plotación. Sosteniendo los representantes del partido Radical los principios
de que las minas de petróleo son bienes privados de la Nación, y que el Estado
Nacional explotará para sí –directa y exclusivamente– las minas de petróleo,
que constituyen sus bienes privados.

54 Tagle Achával, Derecho Constitucional,.p. 336.


55 Tagle Achával, Carlos, Derecho…Ob. Cit. p. 338 – 339.

297
CLAUDIA GABRIELA SOMOVILLA

3. La intromisión de la mujer en el mundo del petróleo

Al tiempo de indagar en el rol de las mujeres en torno a la cuestión del


petróleo, su presencia invisibilizada se encuentra en un abanico de variados
paisajes, cada uno de ellos informa sobre el entorno y las circunstancias, y
permite construir un cuadro del rol social que desempeñaran.
Desde el caso de María Ezcurra –hija Pedro Ezcurra ministro de Agricul-
tura–, quien con motivo de la confirmación del descubrimiento del petróleo
decía en carta de lectores al diario La Nación -reproducida por Díaz Molina
en su libro sobre José Figueroa Alcorta-: “Recuerdo que una noche mi padre
telefoneó a alguien y dijo: “Ha sucedido algo muy auspicioso para el país.
Mañana se sabrá la noticia”56; hasta cuando hacia 1947 se creó la denomina-
da fiesta del petróleo, en cuyo marco se realizaba la elección de la “reina del
petróleo”, práctica que buscaba atraer y generar interés por parte de los me-
dios de comunicación -ya sean radiales, televisivos y gráficos- para publicitar
la actividad petrolera57.
Interesante resulta el análisis que realiza Ciselli a partir de la consulta de
los Registros de Obreros, Registro de trabajos de mujeres y menores, Fichas
de personal femenino de Astra y de YPF, Libros de Actas de la Sociedad Coo-
peradora Escolar y la Escuela Nacional Nº 49 de Astra, los Diarios locales
“El Chubut” y “El Rivadavia”; a partir de lo cual pudo corroborar y contras-
tar la historiografía en torno a la cuestión que nos ocupa. Pudiendo colegir
que la falta de mano de obra en la zona motivó que las empresas contrataran
personal para las tareas de perforación, extracción y destilación. En primer
término, arribaron hombres solos y otros casados cuyas familias permane-
cían en Europa. Con el objetivo de fomentar la migración, el matrimonio, la
instalación de comunidades familiares decidieron las empresas invertir en
la construcción de viviendas. Así es como la inmigración femenina fue pa-
ralela o posterior a la masculina –usualmente llegaba primero el padre o el
esposo, y al poder enviar los pasajes recién podían viajar las mujeres para el
reencuentro–. Ese vínculo familiar constituyó un eslabón útil para encontrar
luego las mujeres un trabajo en las empresas de sus hombres afianzados en
la labor petrolera58.

56 Gadano, Historia del petróleo en la Argentina. , Nota número 22 en p 58.


57 Crespo, Más allá del ritual de belleza: las reinas del petróleo en sus imágenes y
palabra.
58 Ciselli, “Trabajo femenino en la industria petrolera de Chubut (1919-1962)

298
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

La familia obrera petrolera era nuclear, conformada por los padres y los
hijos que residen juntos conformando una unidad doméstica. En ella los roles
estaban marcadamente definidos; donde los hombres tenían a su cargo las
actividades rudas o fuertes y fuera del espacio del hogar, y las mujeres tenían
la responsabilidad del cuidado del hogar y crianza de los hijos. Puede obser-
varse entonces que el radio de influencia de la empresa petrolera se extendía
extramuros de la sede de trabajo y alcanzaba la vida del hogar de los trabaja-
dores y las personas de su familia a su cargo. Así la empresa se constituía en
una oportunidad y opción de trabajo para los hijos del grupo y también para
la mujer59.

4. Espacios de trabajo

La imperceptibilidad de las mujeres puede ser considerada desde distintos


puntos de vista: la epistémica, en cuanto al trabajo propiamente dicho; las es-
tadísticas respecto de la forma en que se mide el empleo y las fuentes brindan
la información; y el sentido común en parte a las percepciones e imaginarios
sociales.
La historiografía local creó una categoría de company town o pueblo indus-
trial, para referirse a los espacios generados por empresas como por ejemplo
YPF o Astra para atraer y conducir a sus trabajadores. Empresas que siendo
empleadoras con sus decisiones y acciones definían las relaciones laborales, y
la vida social y cultural de sus trabajadores.
Las tareas laborales de las mujeres fuera de la casa constituían -en un pri-
mer momento- una extensión de las realizadas dentro de sus hogares: limpie-
za, planchado, cocina; y luego tareas en la oficina o escuela. El producido del
trabajo femenino no tenía como destino enriquecer el mercado, lo facilita de
modo colateral, secundario o periférico60.
En la narración de la historia del petróleo en nuestro país puede observar-
se la ausencia de las mujeres en la actividad. No se la encuentra en la mano
de obra vinculada con el desarrollo de esta industria. Si se encuentran pre-
senten en el cuidado del hogar del trabajador, en sus roles familiares como
esposas, viudas, madres, hijas. Sus opciones de trabajo fuera del hogar podría
ser –replicando las que debía realizar en su hogar– limpieza de las gamelas o

59 Ciselli, La mujer italiana en la industria petrolera del Sur Patagónico.


60 Hiller, y París, “Mujeres en la economía hidrocarburífera de la Cuenca del Golfo
San Jorge, ahora y entonces”.

299
CLAUDIA GABRIELA SOMOVILLA

de las oficinas de la administración, planchadoras, mucamas y cocineras en


las casas del personal jerárquico de las firmas, enfermeras. Su remuneración
resultaba módica. Una oportunidad significó la contratación para tareas ad-
ministrativas o para el ejercicio de la docencia en las escuelas abiertas en esas
comunidades, o en su caso como enfermeras61.
La incorporación de las mujeres al mercado laboral petrolero se inaugu-
ró en actividades que pueden considerarse como una extensión de las tareas
domésticas y para “colaborar” con los ingresos del hombre. En esa extensión
los primeros trabajos eran como mucamas, cocineras, modistas, lavanderas,
planchadoras. Los lugares en los cuales prestaban estas tareas eran en el Ca-
sino de empleados o en la Estancia La Corona propiedad de Astra.
Hacia 1930 YPF primero y luego la empresa Astra hacia 1946, habilitaron
a las hijas de trabajadores para que ingresaran como escribientes y emplea-
das de oficina con tareas administrativas, telefonistas o enfermeras o parteras
también. Las escuelas constituyeron otro ámbito de desarrollo para las muje-
res con preparación. En progreso en el desempeño de tareas por parte de las
mujeres –desde el centro del hogar hacia la periferia– fue paulatino y bajo el
ala de la empresa empleadora del hombre62.
La calidad de vida del personal que trabajaba en YPF era indispensable
para lograr un rendimiento óptimo. Para ello el bienestar de la familia obrera
petrolera resultaba nuclear. Enrique Mosconi era consciente de ello, y en tal
sentido actuó, y a ello se refiere con detenimiento cuando informó sobre la la-
bor que desarrolló entre el 19 de octubre de 1922 y el 9 de septiembre de 1930
cuando presentó su renuncia con carácter indeclinable al cargo de director
general de Yacimientos Petrolíferos Fiscales al ministro de Agricultura del
Gobierno Provisional63.
En el Capítulo IV de su libro Mosconi advierte sobre la necesidad de por
encarar la organización del personal de Y.P.F. con criterio humano, social y
práctico, ello en pos de los intereses generales y del progreso de la Nación,
se detiene a considerar el bienestar del personal, en elevar su “standard” de
vida, puede leerse: “tomando como base el presupuesto de una familia com-
puesta de ocho personas…”64; consideró indispensable abordar la cuestión
de la vivienda –en forma amplia– para todo el personal por medio de la cons-

61 Andújar, Género, historia y política en el mundo del trabajo petrolero


62 Ciselli, Graciela, “Trabajo femenino en la industria petrolera
63 Mosconi, El petróleo Argentino. 1922 -1930, p.22.
64 Mosconi…pp. 77 - 78.

300
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

trucción inmediata de un número adecuado de casas en barrios de distintas


categorías para empleados y obreros, considerando su estado civil casados
o solteros65. Le ocupa la instalación de comedores para empleados solteros
y comedores económicos66, la instalación de baños públicos y gratuitos con
duchas de agua fría y caliente, divididos de tal forma que se estableciera una
separación completa en dos partes destinadas a mujeres y hombres67.
Fomentó la creación de la Asociación Mutual de Empleados de Comodoro
Rivadavia, previendo un fondo de ayuda para la familia del socio fallecido68,
una Caja Mutual de Socorros de Empleados y Obreros Plaza Huincul, como
así también un subsidio para gastos de entierro a fin de auxiliar la familia del
empleado en caso de fallecimiento69. Creó una bonificación de maternidad, si
bien el servicio médico del Hospital Alvear de Comodoro Rivadavia era com-
pleto y gratuito –afirmaba–, se trataba de una suma de dinero por nacimiento
destinada a atender los primeros gastos inherentes a todo recièn nacido70.

5. El tema en el cine

Con los films “Petróleo” y “Plaza Huincul” se abre un espacio en el cine


donde las cuestiones sociales abordadas fueron en torno al descubrimiento
del hidrocarburo en Argentina, y una mujer –en ambos casos– el centro que
moviliza las pasiones.
En 1939 tuvo lugar la filmación de la película “Petróleo” de 88 minutos
de duración realizada por los Estudios San Miguel, con escenas grabadas en
Comodoro Rivadavia y Salta, bajo la dirección de Arturo S. Mom. El guión
–donde la traición es protagonista en una patagonia desolada– de Arturo S.
Mom, Antonio Momplet, Arturo Cancela y Pilar de Lusarreta; música de Ale-
jandro Gutiérrez del Barrio, fotografía por Adolfo W. Slazy; montaje de Ulrico
Stern, escenografía de Luis María Saravi. Fueron sus actores: Sebastián Chio-
la, Carlos Perelli, Luisa Vehil, Iris Marga y Fernando Borel. Se estrenó el 18
de diciembre de 1940 en el cine Monumental71.

65 Mosconi … p. 80.
66 Mosconi … p.81
67 Mosconi…. p. 82.
68 Mosconi…..p.82
69 Mosconi … p.85.
70 Mosconi …p.86.
71 Di Núbila, La época de oro. Historia del cine argentino, p. 302

301
CLAUDIA GABRIELA SOMOVILLA

Aquí puede verse en la imagen recogida –una escena emblemática del


film– con los actores Perelli y Vehil mencionado arriba. En ella puede obser-
varse el contraste forzado de las ropas, en un cine pionero, con un enfoque
nacional 72.
El cine argentino volvió a abordar la cuestión de la explotación del petró-
leo argentino en el filme de Lucas Demare, “Plaza Huincul” (Pozo uno)73. El
guion de Sixto Pondal Ríos, fue producido por la sociedad Selecciones Huin-
cul. Interpretada por Duilio Marzio, Nelly Meden, Juan José Miguez, el actor
brasileño Jardel Filho, María Aurelia Bisutti y Romualdo Quiroga. Narraba
la odisea de un ingeniero por lograr producir petróleo, y los conflictos que se
suscitaron cuando para ello debe integrar su equipo de técnicos con presidia-
rios neuquinos. La misma fue estrenada en el cine Opera el 1 de septiembre
de 196074.

72 https://www.fototecacomodororivadavia.org/index.php/Detail/objects/22794
73 https://youtu.be/TS1HYAXZeg4
74 Manrupe, y Portela, María Alejandra, Un diccionario de films argentinos (1930-
1995, p. 392

302
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

El afiche de época de publicidad de la película “Plaza Huincul” refleja en


gran parte el lugar dado a la mujer como objeto, objeto sagas capaz de mani-
pular con su belleza física para lograr sus objetivos.
Se trata de un cinema cuya historia refiere y se centra en tiempos pasados,
donde convergen personajes condicionados por el contexto socio cultural del
espacio del tiempo de la producción fílmica.

6. Corolario

La intromisión de la mujer en materia de petróleo fue paulatina, desde el


hogar hasta su especialización en la materia. En un primer momento se tras-
ladó a lugar de exploración para acompañar al hombre que trabajaba en los
yacimientos en su rol social de esposa – madre – hija abocada al cuidado del
hogar familiar. Para completar los ingresos económicos comenzó a salir de
su casa para realizar “tareas del hogar” en la casa o espacio de trabajo de los
directivos de empresa o personal jerárquico, sin por ello implicar lo suyo un
aporte menor –espacios extra domésticos–. Solo luego accedieron a trabajos
administrativos o asistencia sanitaria y algunas desempeñarse como maestras.
La concepción tradicional de la fragilidad del sexo femenino aplicada al
ámbito petrolero genero –naturalmente– una discriminación ocupacional
por motivo de género, que se evidencia en la tardanza evidencia primero en
las tareas que podían realizar fuera del hogar y en poder trabajar plenamente
en la cuestión hidrocarburífera.

303
CLAUDIA GABRIELA SOMOVILLA

Casi arribando a la primera mitad del siglo, producto del pensamiento de


su tiempo fue la mujer objeto de uso –de acuerdo al estereotipo de belleza de
la época su belleza– para la difusión de las zonas de exploración y explotación
del petróleo.
Siglo XX – Amanece en Argentina con el descubrimiento del petróleo y
la irrupción de la búsqueda de concretar cambios en la normativa en pos de
reconocimiento de derechos civiles para las mujeres, grupo que deberá espe-
rar hasta avanzado la primera mitad de siglo –ley 13010 de 1947– para tener
el derecho de sufragar –cuando comienzan a ser observadas con intereses
electoralistas75.
La educación fue la llave para franquear la exclusión.

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306
TAU ANZOÁTEGUI EN EL ENCUENTRO
Dos experiencias del “giro jurídico” en la historia social

Gabriela Tío Vallejo


Universidad Nacional de Tucumán - CONICET
ORCID ID: 0000-0002-0024-5724

Luis González Alvo


Universidad Nacional de Tucumán - CONICET
ORCID ID: 0000-0002-2440-8305

SUMARIO: 1. Tau Anzoátegui y el “giro jurídico” en la historiografía social; 2. La


desestatización antes del “giro”; 3. La localización del derecho en la coyuntura
revolucionaria; 4. La historia del derecho y la “localización” de la reforma peni-
tenciaria en las provincias.

1. Tau Anzóategui y el “giro jurídico” en la historiografía social

Hace, al menos, unos 15 años que la historiografía social argentina transita


un camino que, en algunos sectores, experimenta encuentros con la historia
del derecho. Esos puntos de encuentro forman parte de un “giro jurídico de
la historiografía latinoamericanista”, en palabras de Annick Lempérière.1 En
aquel viraje le cupo un papel protagónico a Víctor Tau Anzoátegui, no sólo
por notable producción historiográfica, en la que los campos disciplinares de
la historia del derecho y la historiografía institucional dialogaron siempre,
sino por sus condiciones de liderazgo y capacidad de apertura en ámbitos
de investigación y encuentros académicos en los que, con su generosidad y
amplitud de mirada, acortó las distancias que separaban a historiadores del
derecho de los historiadores sociales/de la política /de la justicia.
En este artículo daremos cuenta de dos experiencias del “giro jurídico”
en la historia social tucumana. Dado que esta obra se trata de un homenaje
al querido Tau, nos permitimos señalar algunos mojones personales de este
encuentro, a través de un recorrido que puede parecer por momentos anecdó-
tico, pero que creemos ilustrativo de una serie de contribuciones académicas
e institucionales de Víctor Tau.

1 En francés original, «tournant juridique» de l’historiographie latino-américaniste.


Lempérière, Annick, “Constitution, jurisdiction, codification. Le libéralisme hispano-
américain au miroir du droit”. Almanack, 2017.

307
GABRIELA TÍO VALLEJO / LUIS GONZÁLEZ ALVO

A nivel personal, comenzamos a detectar los primeros indicios de la conver-


gencia entre campos disciplinares en las IX Jornadas Interescuelas/Departa-
mentos de Historia, llevadas a cabo en Tucumán en el año 2007. En la mesa de
historia política que tradicionalmente coordinaban Noemí Goldman y Marcela
Ternavasio, se presentaron intensas discusiones en torno a la justicia. En aque-
lla mesa, titulada “Lenguajes, tradiciones y conceptos políticos en el Río de la
Plata durante la primera mitad del siglo XIX”, Gabriela Tío Vallejo presentó su
primer trabajo sobre la administración de justicia en la provincia de Tucumán.
Simultáneamente, comunicaron allí también sus avances las investigadoras Eu-
genia Molina y Magdalena Candioti. La mesa contó con los comentarios de An-
tonio Annino quien también coordinó con Ternavasio en esos días un seminario
informal –cuyo primer encuentro había tenido lugar en Rosario en 2006–cuyas
discusiones se centraban en las intersecciones entre justicia, gobierno y repre-
sentación. Concluida la mesa, Molina y Tío Vallejo pasaron a participar de la
mesa que coordinaban Darío Barriera, Juan Manuel Palacios y Osvaldo Barre-
neche, observando allí, por primera vez, que nuestra pertenencia a ese ámbito
de discusión era tan pertinente como la que nos unía a la historia política.
Ese mismo año, Gabriela Tío Vallejo asistió a las Jornadas de Historia del
Derecho organizadas por el Instituto de Investigaciones de la Historia del De-
recho (INHIDE), del cual Víctor Tau Anzoátegui era su director. Allí pudo
discutir sus avances en un ámbito académico diferente, pero con claros lazos,
fomentados por Tau. A partir de entonces, Tío Vallejo permaneció vinculada
a este espacio, coordinando mesas de Interescuelas junto a Alejandro Agüero
y Marta Lorente (Bariloche, 2009), Eduardo Zimmermann y Daniel Cesano
(Catamarca, 2011). En 2011 fue designada miembro titular del INHIDE. En
2012, Tío Vallejo coordinó junto a Darío Barriera un dossier sobre el encuen-
tro entre historia política e historia del derecho. El bosquejo y la convocatoria
de los principales participantes de ese volumen surgió de un “café” –esos que
en otras latitudes llaman coffee break– convocado por Marcela Ternavasio,
durante las Interescuelas de 2011.2 Una soleada vereda catamarqueña alber-
gó entonces, entre otros, a Antonio Annino, Carlos Garriga, Alejandro Agüero
y a los autores de este artículo.

2 Aunque la iniciativa fue de Marcela Ternavasio, no pudo coordinarlo por


razones personales, tarea que encomendó a Darío Barriera y Gabriela Tío Vallejo,
“Historia Política e Historia del Derecho: confluencias, divergencias y resisten-
cias”, p. 23 – 24, http://historiapolitica.com/dossiers/dossiersjusticiaypolitica/
1853-7723.

308
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

En aquella mesa, sentado en silencio, un entonces estudiante de historia,


Luis González Alvo, escuchaba con atención la conversación. Pocas horas an-
tes había presentado un trabajo en la mesa “Cultura Jurídica y Praxis Institu-
cional: entre el orden colonial y las nuevas repúblicas (1785-1921)”, coordina-
da por Tío Vallejo, Zimmermann y Cesano. Eran sus primeros pasos hacia la
historia del derecho, a través de una ponencia sobre la utilización del indulto
en Tucumán entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, que finalmente for-
maría parte de su tesis de licenciatura en historia. Invitado por Jorge Núñez,
González Alvo participó, también en 2011, de las III Jornadas de Jóvenes
Investigadores en Historia del Derecho, donde presentó su proyecto de tesis.
Los comentarios de Víctor Tau a su presentación cambiarían de manera tras-
cendental la orientación de la investigación, virando de una mirada materia-
lista de la reforma penitenciaria hacia una óptica desde la cultura jurídica. El
espacio de las Jornadas de Jóvenes, sería un lugar de permanente encuentro
con una camada de nóveles historiadores en los que año a año, podrían dialo-
gar, como casi en ningún otro espacio académico, con destacadas figuras de la
disciplina, en un contexto de cordialidad y de crítica constructiva invaluables.
Desde entonces, González Alvo continúa ligado a ese espacio, pero actual-
mente como organizador. En 2016, como Tío Vallejo, fue designado miembro
titular del INHIDE.
Es así como el proceso de acercamiento de los autores de este artículo con
la historia del derecho –y con la persona de Víctor Tau– se produjo en esos
años, entre 2007 y 2012. Un compás similar describe también Marcela Terna-
vasio señalando el año 2012 como un momento en que los puentes ya estaban
tendidos, y el dossier fue una muestra de ello.3 Se puede tomar como indica-
dores de la construcción de un campo la organización de espacios comunes
en los encuentros académicos y la publicación en las mismas revistas.4 Pero
cómo distinguir el momento en que las lecturas y el intercambio en los en-
cuentros se condensa en un cambio de perspectiva, un ajuste en las categorías
de análisis, en el enfoque metodológico en la producción de cada quién. Sin

3 Ternavasio, Marcela; “De la deconstrucción del paradigma estatalista a un estado


del debate abierto: comentario al texto de Annick Lempériere”; Universidade Federal de
São Paulo; Almanack; 15; 4-2017; 59-70.
4 Darío Barriera dedica la primera parte de su libro “Historia y Justicia” –un jugoso
recorrido de cinco capítulos– a los encuentros y desencuentros entre los campos académi-
cos de la historia del derecho y la historia de la justicia. Tiene allí un lugar especial la figura
de Tau. Barriera, Darío G. Historia y Justicia. Cultura, política y sociedad en el Río de la
Plata (siglos XVI-XIX), Prometeo, 2019.

309
GABRIELA TÍO VALLEJO / LUIS GONZÁLEZ ALVO

ánimo de entrar en un tema tan complejo como las confluencias en la pro-


ducción de conocimiento, intentaremos ejemplificar este diálogo con algunas
problemáticas de nuestras investigaciones. Reconociendo primero que ese
campo de encuentro llevó a ambas subdisciplinas a repensar los argumentos
y desplazarse en campos de reflexión que no les eran propios.5 Les historia-
dores encontramos un andamiaje conceptual que nos permitía analizar y ex-
plicar procesos de esa sociedad corporativa, territorial y jerárquica que podía-
mos describir a partir de las fuentes pero que no alcanzábamos a comprender
totalmente en sus bases culturales más profundas.

2. La desestatización antes del “giro”

Si los que considerábamos hacer historia política a mediados de los ‘90


pudimos encontrarnos una década después con la historia del derecho fue
también porque en la lectura de algunos procesos históricos las respuestas
comenzaron a asomarse en la confluencia de ambas miradas. Y también,
como retomaremos más adelante, por los propios cambios acontecidos en el
campo de la historia política, desplazamiento de la órbita del estado, amplia-
ción de temas.
A comienzos de los ’90, embarcada en la construcción de su tesis doctoral
en el Colegio de México, Tío Vallejo se propuso reconstruir la historia de un
territorio, el de la jurisdicción de San Miguel de Tucumán, un cabildo subor-
dinado de la entonces intendencia de Salta de Tucumán. La idea era estudiar
este espacio político surcando dos fuertes coyunturas, las reformas borbóni-
cas y el proceso de la revolución y la guerra. Afortunadamente para la vigen-
cia historiográfica de aquel proyecto, contundentes estudios habían avanzado
en una lectura crítica a la hipótesis centralista de la monarquía española. Un
conjunto de investigaciones acerca de funcionarios coloniales y burocracia
y sobre reformas borbónicas, había cuestionado desde los años ochenta, e
incluso antes, la eficacia del poder real en América y las múltiples formas en
que los “poderes locales” fagocitaban las reformas (para usar la expresión
de Barbier, 1972), así como los periodos de “impotencia” del poder español
(Chandler y Burkholder, 1977, ed. en español 1984; Pietschmann, 1992). Vi-
siones que encontraban confirmación en nuestras fuentes capitulares, en las
genealogías y carreras de los magistrados, en los conflictos entre cabildos e
intendentes y subdelegados.

5 Ternavasio, Op. Cit.

310
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

La crítica al paradigma estatalista, tal como se sistematizó a partir de la


difusión de los estudios de Antonio Manuel Hespanha, Bartolomé Clavero
y Paolo Grossi principalmente, vino a darnos argumentos sólidos para com-
prender que nuestros casos no eran rarezas, ni situaciones periféricas, sino
que se explicaban en una cultura jurídica que subtendía todo el universo polí-
tico iberoamericano. Se hablaba por entonces, todavía, de fracaso del absolu-
tismo, de aplicación periférica e imperfecta de las reformas, de la fuerza de los
poderes locales en las ciudades secundarias como si se tratase de anomalías.
Allí es donde la historia crítica del derecho ofreció herramientas conceptuales
para estudiar esos espacios locales que a su vez eran los mejores observatorios
del origen múltiple del derecho, de la localización del derecho. Estos autores
explicitaron las distorsiones que había ocasionado el paradigma estatalista en
la comprensión del pasado y ofrecieron una explicación de la cultura jurídica
de antiguo régimen que permitió dar sentido a las “impresiones” que un con-
junto de lecturas dispersas nos había sugerido respecto de cómo funcionaba
el antiguo régimen americano.
El probabilismo y la suspensión de las leyes que afectaran a derechos par-
ticulares, por ejemplo, que en la historiografía tradicional aparecía como una
particularidad americana signada por la distancia y las dificultades del víncu-
lo con la metrópoli, devenían así en rasgos estructurales del ordenamiento ju-
rídico de antiguo régimen. El rey podía rectificar lo que leyes generales tuvie-
ran de lesivas contra ciertos derechos particulares o inherentes a un estado de
privilegio. Si bien la situación americana agregaba ciertas condiciones, tales
como la distancia, en general, las características del gobierno español en las
Indias no serían muy diferentes de las que podríamos encontrar en cualquier
estado europeo. Básicamente se trataba de un orden jurídico tradicional, plu-
ral, en el que había diversos órdenes que generaban derecho entre los que
prevalecía el poder normativo de la religión y que en la práctica se traducía en
que hubiera tantos derechos como corporaciones en la sociedad y en el que
el poder político existía y se legitimaba en el mantenimiento de ese orden.6
Una de las consecuencias del paradigma estatalista, según Garriga, es que
al considerar el papel del estado como centro monopolizador de la creación
del derecho, deja en sombras la pluralidad de poderes normativos y jurisdic-
cionales desconociendo la estructura misma de un espacio local.7 La localiza-

6 Garriga, C. “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen” en Istor, 16,


marzo de 2004, pp. 13-44.
7 Garriga, cit., Tau Anzoátegui, Victor, “La configuración del derecho indiano pro-

311
GABRIELA TÍO VALLEJO / LUIS GONZÁLEZ ALVO

ción del derecho fue una de las preocupaciones constantes de Tau Anzoategui
y uno de los puntos cruciales que sirvieron para jerarquizar los hallazgos de
quienes tratábamos de reconstruir los procesos comunes a la monarquía es-
pañola desde las ciudades como actores.
A partir de la geografía moderna concebimos el espacio como producto
de una práctica cultural o simbólica, como resultado de una práctica estruc-
turarte del espíritu humano; una vez investido el espacio de sentido éste se
convierte en una realidad significante. El sentido del espacio pasa a confor-
mar la mentalidad social y a participar, junto a otros aparatos culturales, en
una labor de inculcación ideológica, especialmente de difusión de los valores
sociales dominantes y de constitución de una determinada imagen del orden
social, esto en palabras de Hespanha.8 Partiendo de esa conceptualización de
espacio, y usando las palabras de Tau siguiendo a Brunner, nuestro interés
se concentra en “la observación del pequeño espacio local habitado por una
comunidad regida por reglas y tradiciones comunes, formadas a lo largo de
varias generaciones, en estas comunidades”.9 Otto Brunner advertía la con-
vergencia de comunidad, derecho y territorio. Aunque la mirada sobre estos
espacios sufrió cambios en la Europa del siglo XVIII y se empezó a promover
una visión integrada y racionalizada del espacio, el afianzamiento de ese cri-
terio unitario no fue homogéneo en todos los ámbitos de poder.10 Efectiva-
mente si revisamos los copiosos estudios sobre la aplicación de las reformas
borbónicas en Hispanoamérica entre los años 70 y 90, veremos que este crite-
rio unitario del que habla Tau se aplica sobre todo a la fiscalidad y la defensa
del imperio, no sólo porque eran las necesidades urgentes de la monarquía
sino también porque el ámbito de la justicia fue más resistente a esta volun-
tad; esta persistencia del orden jurídico se hará evidente tanto en el momento
de las reformas como en el de la crisis de la monarquía.
Hace ya un cuarto de siglo, la tesis de Tío Vallejo, “La construcción del
espacio político entre la reforma y la revolución, 1767-1820”, planteaba un es-
tudio de la producción de ordenamientos por parte del cabildo de San Miguel
de Tucumán en discusión con un contexto historiográfico en el que aún reso-

vincial y local. Cuestiones metodológicas y desarrollo de sus fases históricas” en Agüero,


Alejandro y Tau Anzoátegui, Víctor, El derecho local en la periferia de la monarquía his-
pana. Rio de la Plata, Tucumán y Cuyo, siglos XVI-XVIII, Buenos Aires, INHIDE 2013.
8 Hespanha, Antonio, La gracia del derecho. Economía de la cultura en la edad mo-
derna, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1993.
9 Tau Anzoátegui, Op. Cit.
10 Tau Anzoátegui, Op. Cit.

312
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

naban los ecos de un supuesto centralismo monárquico. Conclusión principal


de la tesis fue que, entre 1770 y 1810, el cabildo de San Miguel se había con-
solidado como institución que representaba un territorio y como expresión
de poder de los sectores principales. En tensión con la mayor presencia de la
autoridad real, personificada en el intendente con sede en Salta, la actividad
municipal cobró vigor y logró una autonomía cada vez mayor utilizando un
juego de contrapeso de poderes con la nueva capital virreinal en Buenos Ai-
res. Además de la tensión con el centro de poder del Intendente y la relación
con Buenos Aires, un mayor número de sesiones y acuerdos y una serie de
litigios en los que el cabildo logra imponer sus jueces electivos frente a los
comisionados del Intendente o de funcionarios designados por el rey, eviden-
cian este proceso. En la demostración de la hipótesis del fortalecimiento de
este cabildo subordinado y periférico en tiempos de la aplicación de la Orde-
nanza de Intendentes, tuvo un lugar central la reforma de la administración
de justicia en la campaña de 1796.
No se trató de “racionalización administrativa”, como lo interpreté enton-
ces, sino de lo que hoy llamaríamos “miniaturización del territorio” que per-
mitió afirmar el control capitular /notabiliar. El cabildo tuvo que solicitar la
intervención del virrey porque el intendente se negaba a aprobar la reforma.
La reforma de 1796, que en los años ‘90 parecía ilustrar los procesos de la
coyuntura borbónica, mostraba en realidad un comportamiento propio de la
cultura jurisdiccional. El cabildo se basa en las quejas de vecinos como origen
del cambio en la normativa. Si, por una parte, podíamos encontrar en ella
rasgos de “racionalidad administrativa” -al generar un ordenamiento regu-
lar del territorio, con territorios definidos para cada alcalde y al concentrar
el nombramiento de los jueces en el cuerpo capitular- por otra, reforzaba el
principio electivo, consolidando el poder de los notables locales frente al po-
der del Intendente y de los representantes de Rey. En su momento interpreté
la reforma como una respuesta ante el poder del Intendente, sin embargo, si
observamos otras regiones del Río dela Plata encontraremos el mismo proce-
so, quejas de los vecinos que piden mayor control de las campañas, miniatu-
rización del territorio, alcaldes territoriales dependientes del cabildo.
Hoy vemos estos cambios en el “equipamiento del territorio”11 mucho
más cercanos a una práctica jurisdiccional. Los cabildos buscaban las herra-
mientas para enfrentar los problemas de los vecinos. La administracion de

11 Fue Darío Barriera quien instaló esta categoría de análisis en el campo de los estu-
dios de la administración territorial de justicia.

313
GABRIELA TÍO VALLEJO / LUIS GONZÁLEZ ALVO

justicia se resolvía en “ ese pequeño espacio local habitado por una comuni-
dad regida por reglas y tradiciones comunes, formadas a los largo de varias
generaciones”12 aunque la reforma se haya dado en el contexto de tensiones
con el intendente ligadas a una supuesta intención de fortalecimiento del po-
der monárquico.
En una entrevista publicada en la revista Entrepasados en el año 1993,
Antonio Annino convocaba a salirse de la esfera del estado y de las elites para
construir una historia “desde abajo” del liberalismo. Una historia política que
se trasladaba de los textos constitucionales a las prácticas, de los centros po-
líticos a las realidades locales, de la “difusión” y recepción de ideas a la cons-
trucción de significados, también ajustó la lente de la política a los espacios
de poder locales en donde la nueva antropología del derecho tenía mucho que
decir. Pero para que historia política e historia del derecho se encontraran
también había sido necesario que la historia política experimentara ciertos
cambios. Una “nueva historia política” que había ya definido su campo y no
necesitaba reivindicar su autonomía, se acercó a esta concepción del dere-
cho como producción cultural de una sociedad determinada. Podríamos decir
que, en el fondo de la cuestión, lo que acercaba historia política e historia del
derecho fue la desestatización de ambas.13
Los estudios sobre el periodo colonial tardío y la crisis de la monarquía
se beneficiaron especialmente de la crítica al paradigma estatalista. En par-
ticular la publicación en 2007 de “Cádiz, 1812” de Lorente y Garriga marca
también un punto de inicio de este fructífero diálogo que tuvo un impacto
esencial en la relectura de la crisis del imperio y las experiencias gaditanas.
Lempérière afirma que la especificidad del liberalismo hispanoamericano fue
su articulación con el orden jurídico en vigor y la forma en que se construye
un orden jurídico en función de la cultura que hoy todos llamamos jurisdic-
cional. De hecho la misma carta gaditana ha sido llamada constitución juris-
diccional, Garriga y Sleiman hablan de un liberalismo jurisdiccional. Incluso
más allá de la Constitución de Cádiz, las similitudes en las soluciones que las
comunidades locales han dado a los problemas de gobierno de los territorios
en aquellos lugares en que se aplicó la constitución y en los que no demues-
tran la profundidad y ubicuidad de ese sustrato cultural común.

12 Tau Anzoátegui, Op. Cit.


13 Tío Vallejo, Gabriela, “De bosques perennes y jardines tardíos. El encuentro entre
historia política e historia del derecho en las lecturas de una larga transición”. En Dossier
Historia política e historia del Derecho PolHis. Vol. 10.

314
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

A tono con estas lecturas, la propuesta de Lempérière de que en Ibe-


roamérica hubo revolución política sin revolución jurídica permite situar la
importancia del “giro jurídico” y del arsenal conceptual y metodológico de
la historia critica del derecho en la interpretación de los cambios políticos
que trajo aparejada la crisis de la monarquía y los procesos de independen-
cia. Hace años Annino y Carmagnani hablaban de la supervivencia de una
“constitución histórica” o constitución material que referían justamente a
estos componentes sociales y territoriales de las comunidades americanas.14
Fueron estas lecturas las que permitieron que algunas investigaciones de los
años ‘90 puedan leerse hoy sin tanta extrañeza.

3. La localización del derecho en la coyuntura revolucionaria

En el estudio de los primeros procesos electorales desecandenados por la


crisis monárquica resulta evidente desde el primer momento que las reglamen-
taciones que se originaban en el centro revolucionario, en nuestro caso Buenos
Aires, eran discutidas, adaptadas e incluso ignoradas por las comunidades lo-
cales. Esta tradición fuertemente arraigada de la cultura jurisdiccional se ma-
nifestó cuando el gobierno revolucionario introdujo en la normativa electoral la
separación ciudad campo ajena a la idea de jurisdicción de las ciudades.
El caso tucumano muestra no sólo las protestas y cuestionamientos de las
primeras normativas sino la ocurrencia, con anterioridad a las disposiciones
reglamentarias de la dirigencia revolucionaria, de lo que la historiografía ha
llamado “la incorporación electoral de la campaña”. Lo que muestra que ve-
cindad y territorio respondían al concepto de república propio del antiguo
régimen en donde la ciudad es sede del gobierno, pero representa a la totali-
dad de la jurisdicción ciudad y campo. La extrañeza que suscita entre algunos
actores el hecho de que los reglamentos circunscribieran la elección de dipu-
tados para la primera asamblea constituyente en 1813 al ámbito urbano refle-
ja la concepción de los contornos de la vecindad y el territorio internalizada
en la comunidad local. Son entonces los reglamentos revolucionarios los que
pretenden introducir la división ciudad-campo.
De modo tal que, decir que a partir del Reglamento de 1811 los cabildos
abiertos perdieron vigencia o que el Estatuto de 1815 inauguró la participa-

14 Annino, Antonio, “Nuevas perspectivas para una vieja pregunta”, en ANNINO,


Antonio y BUVE, Raymond (dirs.), “El liberalismo en México”, en Cuadernos de Historia
Latinoamericana, No. 1, 1993, pp. 5-13.

315
GABRIELA TÍO VALLEJO / LUIS GONZÁLEZ ALVO

ción de la campaña en las elecciones en el Río de la Plata, es soslayar la ri-


queza de la vida política que se suscita en las comunidades locales a partir
de la revolución. Las normativas electorales producidas por el centro revo-
lucionario eran discutidas, adaptadas o ignoradas por las ciudades. Desde
la revolución se multiplicaron las elecciones para designar diputados a las
juntas y asambleas provisionales y al congreso que finalmente se reuniría en
Tucumán. Una misma elección podía repetirse varias veces. Hubo entre 1810
y 1816 doce procesos electorales. Se trataba de mecanismos nuevos y los ca-
bildos tendían a reeditar las costumbres arraigadas desde la época colonial,
entre las cuales estaba la posibilidad de no aplicar las reglamentaciones del
gobierno por considerarlas inapropiadas para su territorio.15
Ante los eventos de Buenos Aires en 1810 el Cabildo tomó la decisión de
consultar a la capital salteña asumiendo el sumiso papel de ciudad subordi-
nada. El cura Nicolás Laguna había argumentado entonces que debía diferir-
se la respuesta hasta que se consultase a las villas y lugares que debían expre-
sar su voto sobre el asunto. A pesar de que el cabildo no secundó el pedido
de Laguna, la cuestión estaba planteada. En una de las elecciones de 1812,
resultando electo Laguna, se negó a aceptar la diputación si no era avalada
por la población de la campaña; por lo que se sumó al proceso electoral una
especie de “plebiscito rural”, aclamación en realidad.
En los primeros años, como sabemos, la figura del cabildo fue central. No
sólo delimitaba los cuarteles, decidía la formación de las mesas y nombraba
a los alcaldes de barrio que levantaban los padrones y presidían la elección,
sino que además los cabildantes se unían a los electores elegidos por las dis-
tintas secciones, de modo tal que duplicaban su voto. Entre 1815 y 1816 el
cabildo dejó de sumarse a la junta de electores, perdiendo así los capitula-
res el “doble voto”. Al mismo tiempo, por el Estatuto Provisional de 1815, el
gobernador debía retirarse una vez que fuese nombrado el presidente de la
junta, de modo tal que la junta de electores ganaba autonomía. El cambio
era importante desde el punto de vista de la representación política, porque
el Cabildo ya no representaba como cuerpo a la ciudad, sino que ella estaba
representada por los vecinos electos por los jefes de familias.
En el proceso de elección de los diputados para el Congreso, que, como
dijimos, tuvo varias votaciones que fueron anuladas, se produjo un evento

15 El análisis de los procesos electorales de la primera década revolucionaria pueden


verse en Tío Vallejo, Gabriela, Antiguo Régimen y liberalismo. Tucumán, 1770-1830, Tu-
cumán, UNT, 2001.

316
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

extraordinario. El 30 de junio de 1815 se reunió en la Ciudadela una asamblea


con la presencia de 4.000 personas, según las fuentes, de los seis partidos
de la campaña y una “…parte considerable y sana del Pueblo…” La asamblea
denunciaba la alteración del Estatuto por “un corto número de individuos
facciosos” declarando nulo el acto electoral anterior y proclamando otros di-
putados, “…los señores Doctores Don Pedro Miguel Aráoz, Don José Agustín
Molina y Don Juan Bautista Paz…” a quienes se confería un poder amplio y
general que en el documento aparecía supeditado al acuerdo con Bernabé
Aráoz a quien se ratificaba Gobernador Intendente de esta Provincia. Final-
mente el Congreso reunido en Tucumán declararía nulos estos nombramien-
tos por la “forma tumultuosa” en la que se practicaron y hubo una cuarta
elección en la que se designó a los diputados que participaron del congreso.
El Dr. Juan Bautista Paz, al ser elegido diputado en esta asamblea -luego
confirmada por el cabildo y finalmente anulada por el Congreso-, en su re-
nuncia a la diputación hizo notar la cuestión de la naturaleza de la representa-
ción y el doble voto de los cabildantes como privilegio. En la “asamblea” del 15
se reclamaba también la votación de la campaña. A eso se refería el reclamo
por la “alteración del Estatuto” que el primer acto electoral había obviado. A
contrapelo de la concepción de la ciudad colonial, en la que campo y ciudad
conformaban un continuum, la dirigencia revolucionaria había considerado
que los actores políticos eran las ciudades sedes de cabildos de acuerdo a la
jerarquía borbónica de ciudades, razón por la cual Buenos Aires era la “her-
mana mayor”. Sin embargo, en Tucumán, desde el primer momento de la
revolución, se pidió la participación de la campaña.
Hubiese sido sumamente útil, al momento de sacar estas conclusiones el
concepto de localización del derecho que echa luz sobre estos procesos de
revisión y adaptación de las reglamentaciones a las costumbres locales, algo
tan presente en la producción de Tau Anzoátegui. La idea de cotejar las inter-
pretaciones sobre estos procesos antes y después del fructífero diálogo entre
historia política e historia del derecho ha tenido la intención de poner en re-
lieve la importancia de la influencia de Tau Anzoátegui como nexo entre los
dos campos disciplinares.

4. La historia del derecho y la “localización” de la reforma penitenciaria en


las provincias

Retomando un punto del inicio del artículo, la influencia de Tau Anzoáte-

317
GABRIELA TÍO VALLEJO / LUIS GONZÁLEZ ALVO

gui fue fundamental para que las tesis –de licenciatura y doctoral– de González
Alvo, incluyeran ópticas desde la historia del derecho. Las propuestas de Tau,
desde la metodología de su obra La Codificación en la Argentina, 1810-1870,
fueron decisivas para la inclusión de un apartado en su tesis doctoral completa-
mente dedicado a la construcción de la pena privativa de la libertad en las dos
codificaciones penales nacionales (1887 y 1921). Se podría decir que el impulso
de Tau aproximó aquel proyecto inicial hacia la historia crítica del derecho. La
inclusión de una mirada desde las transformaciones de la cultura jurídica con-
tribuyó a la producción de una explicación más abarcativa de la formación del
penitenciarismo argentino y de la forma en la que se llevó a cabo una determina-
da “localización” de la reforma penitenciaria en las distintas provincias del país.
Fue también una forma para poder aproximarse a una explicación acerca de la
relativa “demora” de la introducción de la reforma penal y penitenciaria en la
Argentina y de los rasgos particulares que adquirió con las distintas codificacio-
nes penales. La historia crítica del derecho contribuyó a dar nuevos sentidos al
estudio de lo local en la conformación de la cultura jurídica de fines del siglo XIX
y comienzos del XX. No porque lo local deba confirmar o refutar los procesos
del centro, sino porque permite acceder desde vías alternativas a los procesos
mediante los cuales la institución-prisión fue desarrollándose en el país.
Entre las recomendaciones de Tau, y la guía de Barreneche y Tío Vallejo,
la tesis fue reorientándose hacia un estudio de la localización de la reforma
penitenciaria argentina, en tres provincias (Córdoba, Tucumán y Santa Fe).
Así, lo “local” comenzó a ser abordado del mismo modo que lo hace la histo-
ria crítica del derecho, haciendo de una elección metodológica una postura
epistemológica, ya que lo local no tiene que tener necesariamente un carác-
ter complementario, sino que es justamente en aquellos ámbitos donde debe
poner la lupa el historiador. Ello constituye una hipótesis de partida: lo local,
más que una colección de precariedades, rarezas o desviaciones de lo que se
hace en el centro, cuadra perfectamente en el orden punitivo que se va con-
formando en las provincias junto al Estado en construcción.
Se registra entonces un proceso de reinterpretación local del orden jurí-
dico en general, que se reinventa cotidianamente. Se evidencian procesos de
localización normativa en ámbitos penitenciarios, por ejemplo, cuando las
autoridades administrativas redactan los primeros reglamentos penitencia-
rios, cuando el Poder Ejecutivo regula el trabajo al interior de las cárceles o
cuando decide dejar algunas instituciones en manos de congregaciones reli-
giosas, sólo por citar algunos ejemplos.

318
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Finalmente, la historia del derecho fue también un camino hacia la histo-


ria comparada. Aunque la comparación ha sido tradicionalmente presentada
como un modo de romper los moldes impuestos por las “historias naciona-
les” (al igual que la historia política “desestatizante” y la historia crítica del
derecho) creemos que también es un enfoque que puede servir al interior de
las historias nacionales para enriquecer las explicaciones presentadas desde
estudios de la capital. Así, el contraste capital-interior en materia carcelaria
habría contribuido a pasar por alto procesos históricos que se producen en
las provincias con ritmos y elementos diferentes. Esto no se refiere exclusiva-
mente a la mirada del historiador, sino también, y muy a menudo, la mirada
de los mismos contemporáneos, que interpretaron las reformas penitencia-
rias en las provincias y en los territorios como desviaciones de un modelo
a seguir, es decir, como desarrollos fallidos. Esa operación, que en el fondo
constituye una forma pseudocomparativa, emula hacia dentro del país lo que
los enfoques eurocéntricos hacen respecto de las regiones llamadas periféri-
cas. Por ejemplo, el estudio del surgimiento de los estados- nación latinoame-
ricanos como “estados fallidos”, tomando como referencia de éxito a los casos
de los estados industrializados europeos.
Para no extender más estas reflexiones, sólo nos resta decir que parte de
este camino que dos historiadores han recorrido atravesando sendas de en-
cuentro, se deben en buena medida al papel de Víctor Tau Anzoátegui, no sólo
como historiador del derecho, sino también como creador de lazos –institu-
cionales y humanos–, como maestro generoso y gran persona.

Bibliografía

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Antonio y BUVE, Raymond (dirs.), “El liberalismo en México”, en Cuadernos
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Ternavasio, Marcela Nilda; “De la deconstrucción del paradigma estatalista a un
estado del debate abierto: comentario al texto de Annick Lempériere”; Uni-
versidade Federal de São Paulo; Almanack; 15; 4-2017; 59-70
Tío Vallejo, Gabriela, “De bosques perennes y jardines tardíos. El encuentro entre
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Tío Vallejo, Gabriela, Antiguo Régimen y liberalismo. Tucumán, 1770-1830, Tu-
cumán, UNT, 2001.

320
UN BREVE RECUERDO DEL DR. VÍCTOR TAU ANZOÁTEGUI

Laura Volkind
Laboratorio de Humanidades Digitales (HD LAB)
del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y Crítica Textual (IIBICRIT)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
ORCID ID: 0000-0002-5988-052X

Me honra y agradezco la invitación a participar en este libro. Una obra que


surge del afecto y la admiración profundos de quienes hemos tenido el privi-
legio de conocer y trabajar con el doctor Víctor Tau Anzoátegui.
Allá lejos, en 1991, comencé realizando tareas administrativas menores en
el Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho (INHIDE), época en
que el doctor Ricardo Zorraquín Becú era su Director, hasta que la experien-
cia me permitió ejercer como secretaria administrativa del INHIDE, y luego,
a partir del año 2011, desempeñarme en el área de Publicaciones como Se-
cretaria Técnica de la Revista de Historia del Derecho, hasta agosto de 2023.
Un poco más de tres décadas, un largo trayecto en la labor del INHIDE junto
a Víctor.
Estas tres décadas en el Instituto me permitieron asistir en numerosos
proyectos institucionales y académicos de diversa envergadura, en los cuales
nuestro sólido compromiso con el Instituto hizo que este propósito se con-
virtiera no sólo en un objetivo en común, sino también que, por su presencia
permanente en el Instituto, pasáramos muchas horas de trabajo con todo el
equipo del INHIDE. Un equipo integrado por los innumerables investigado-
res que han colaborado vocacionalmente, especialmente los miembros de la
Comisión Directiva del INHIDE como también los colegas con quienes he
compartido la gestión administrativa durante esos años, con especial recuer-
do de Julia Chinton, Susana Lanzillota, Leandro Lescano, Nélida R. Liparoti,
Inés Lovera, Javier Luna, Nelly R. Porro, Natalia Santana y Daniel Vargas,
entre otros.
Se torna difícil condensar en unas breves líneas tantos años vividos y de
labor en equipo. Muchos, y con ellos también cuantiosos recuerdos queridos.
Evocar a Víctor a la distancia de su partida, luego de la inmensa tristeza que
nos invadió con su ausencia, y que recién ahora me permiten conectarme con
la alegría inmensa de todo lo que hemos soñado y concretado en el Instituto,
con el profundo agradecimiento de su presencia en nuestras vidas, por todo

321
LAURA VOLKIND

lo que hemos aprendido de su ejemplo, en lo académico y en lo profesional,


pero por sobre todo en lo humano. Inmensamente agradecida por el honor
de acompañar y colaborar su recorrido en el Instituto desde el pequeño gran
lugar que me ha tocado.
Cada persona que conocemos deja siempre una huella en nosotros, a ve-
ces diminuta, y a veces, como en esta oportunidad, tenemos el privilegio de
conocer personas que, por su naturaleza, dejan una inmensa, indeleble, y que
se torna en ejemplos a seguir. Aquellos que hemos compartido el equipo de
trabajo con Víctor en el día a día, y que hemos tenido la ocasión de conocerlo
un poco más allá de su erudición en el campo histórico-jurídico, tuvimos la
oportunidad de descubrir a través de la labor diaria muchas facetas que ha-
cían a su esencia como persona.
Son cuantiosos estos recuerdos, en especial su tranquilidad y serenidad,
que mantenía frente a cualquier dificultad que se presentara. Su amabilidad
y cordialidad para trabajar, a veces en jornadas extensas que por alguna fe-
cha límite cercana de presentaciones o convocatorias a proyectos, cafecito
mediante, hacían que nada quebrantara la voluntad de terminar aquello que
habíamos iniciado. Como era costumbre, luego de una revisión minuciosa y
de la corrección de varios borradores, llegar a la presentación definitiva nos
hacía alegrar por el empeño de todo el equipo del Instituto, y la felicidad de
haberlo logrado, a veces en tiempos imposibles o en medio de cortes de luz
o circunstancias inesperadas. Esa alegría de conformar un equipo. Esa ca-
maradería que he vivido a lo largo de muchos años en el Instituto, en el que
el compromiso de todos por un desafío común, nos hacía celebrar los logros
aún más.
En el camino que recorrimos juntos, su persona se convirtió en un ejemplo
cotidiano para mí. Su perseverancia en la labor permanente, su búsqueda de
la excelencia, estar en los pequeños grandes detalles, su habilidad para enta-
blar diálogo con cualquier persona que se acercara, con esa humildad que tie-
nen los grandes de corazón, que pueden explicar a veces lo obvio con una hu-
mildad y sencillez magnífica, siempre interesado en escuchar las opiniones de
todo el equipo, por más diversas que fueran. Su optimismo frente a cualquier
situación adversa, pero sobre todo su fe y esperanza para soñar lo imposible.
Recuerdo con mucha emoción, cada vez que se acercaba con algún pro-
yecto que tenía entre manos, y me presentaba en breves palabras sus linea-
mientos, con su entusiasmo y su férrea fe de que todo era factible, aunque a
veces pareciera imposible por su inmediatez o por parecer muy ambicioso. La

322
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

conversación siempre finalizaba con un silencio impregnado de alegría y con


una mirada llena de esperanza. La frase de cierre para esas presentaciones
era: “Laura para soñar, hay que soñar a lo grande”. Con esa premisa de inicio,
se han concretado muchos proyectos soñados, y que al comienzo parecían
imposibles o muy difíciles de llevar a cabo.
Podría extenderme en numerosas anécdotas. Me gusta recordarlo con la
alegría propia que le invadía siempre que alguno de nosotros materializaba
algún logro académico o personal, que compartía con otros con mucha felici-
dad, sólo con el fin de que también supieran y celebraran ese éxito. Su gene-
rosidad de hacerse siempre un tiempo, aunque le fuera escaso, para conversar
con los interesados en la historia jurídica, aquellos que iniciaban su camino
en la disciplina o los más avanzados, con el júbilo de acompañar vocaciones,
y con el altruismo que lo caracterizaba para crear redes y puentes para que
otros pudieran desarrollar su formación, concretar proyectos o integrar equi-
pos en Argentina o en diferentes países del mundo. Siempre tenía un dato
que podía ser útil o una persona con quien era posible contactar para que
continuasen sus pasos en la investigación. Recuerdo y recordaré siempre su
genuina alegría en su celebración de cada uno de los logros alcanzados por
cada uno de nosotros.
Son numerosas las personas que conozco que pueden dar testimonio de
ello, y afortunadamente me encuentro entre ellas. He contado con su estímu-
lo para presentar mi ingreso a la Carrera del Profesional y Técnico de Apoyo
(CPA) del CONICET en 2010, que finalmente se concretó al año siguiente,
bajo su dirección. Se inició una nueva etapa de trabajo, que bajo su guía y
experiencia me acercaron al campo editorial, que tan de cerca conocía. Así
también, alentó mi capacitación permanente en el área de la edición y ges-
tión de revistas científicas. Nuevamente conté con su respaldo al presentar
un proyecto de trabajo en la convocatoria de Beca Externa en 2018 para los
miembros de la Carrera del Profesional y Técnico de Apoyo del CONICET.
Beca que finalmente se otorgó, y tuvo lugar en el Max Planck Institute for Le-
gal History and Legal Theory (mpilhlt) (Fráncfort, Alemania), bajo la direc-
ción del Dr. Thomas Duve durante un periodo de cinco meses. Nada de ello
hubiere sido posible sin su permanente guía y aliento, y sus sabias palabras:
“Laura para soñar, hay que soñar a lo grande”.
Todos esos pequeños grandes pasos, en los que me ha acompañado junto
a su ejemplo, hicieron posible mi colaboración en proyectos de Humanidades
Digitales en el mpilhlt. En 2022, y luego de finalizar la Diplomatura en Hu-

323
LAURA VOLKIND

manidades Digitales de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales


(UCES), una nueva etapa iniciaba, y que gracias al especial apoyo de los doc-
tores Alejandro Agüero y Ezequiel Abásolo, hicieron posible que concretara
el traslado de lugar de trabajo al Laboratorio de Humanidades Digitales del
IIBICRIT del CONICET. Un largo camino desde 1991, y en el que su impronta
está presente siempre, bajo su guía, como un faro en la búsqueda de la exce-
lencia, tanto en lo profesional como en lo humano.
Víctor permanecerá siempre presente en el recuerdo de cada una de las
personas que lo conocimos, y tuvimos el privilegio de estar cerca, en sus pala-
bras de inspiración constantes, su generoso apoyo, y por sobre todo su ejem-
plaridad.

324
HISTORIA, COSTUMBRES, JUSTICIAS Y DERECHOS.
La campaña de Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XIX

Melina Yangilevich
CONICET/Universidad Nacional
del Centro de la provincia de Buenos Aires
ORCID 0000-0003-2036-2503

SUMARIO: 1. Algunos planteos iniciales: 2. Creando conjuntos y tendiendo puen-


tes; 3. Definiciones en torno a la costumbre; 4. Lecturas cruzadas. Persistencias y
transformaciones en la justicia criminal en la provincia de Buenos Aires, segunda
mitad del siglo XIX; 5. Algunas reflexiones finales.

1. Algunos planteos iniciales

El propósito del presente texto consiste en destacar la relevancia de la obra


del Dr. Víctor Tau Anzoátegui en nuestro trabajo de investigación. Sus escritos
son conocidos en el amplio campo de la Historia del Derecho pero también
sustentaron diversas investigaciones en otros espacios disciplinares, solo de
manera aparente, alejados de aquel. El medio de cumplir el objetivo que en-
contramos más apropiada, consiste en ilustrar de qué manera sus trabajos así
como los diálogos entablados nutrieron las perspectivas y las herramientas que
nos permitieron llevar adelante diversos trabajos de investigación, uno de los
cuales culminó en una tesis doctoral. Estas líneas procuran esclarecer el cami-
no seguido en el marco de la historiografía social de la justicia y de la historia
del derecho disponible durante los primeros años del 2000. No será un recorri-
do exhaustivo ni tiene pretensiones de totalidad, sino simplemente señalar la
relevancia que los trabajos de Tau Anzoátegui tuvieron -en diálogos con otros
textos- para sustentar el problema de investigación que me propuse abordar.
Las lecturas no fueron realizadas de acuerdo al orden de publicación o por cer-
canías del campo. Estas sostuvieron el ritmo de los problemas que plantearon
el trabajo de indagación y la compulsa de las fuentes documentales. No resulta
original afirmar que las dificultades fueron numerosas y de diferente tipo, pero
no opacaron el gusto y el disfrute a lo largo del trayecto de investigación. En
buena medida, esta posibilidad se sostuvo por la oportunidad del contacto con
personas de perfiles divergentes que prestaron su valiosa colaboración durante
este itinerario. El Dr. Víctor Tau Anzoátegui fue una de ellas y seguramente
diferentes colegas pueden dar cuenta de su enorme generosidad.

325
MELINA YANGILEVICH

El recorrido propuesto es el de una lectura de sus textos, seguramente par-


ticular y a partir de las propias inquietudes, entrecruzada con otras produc-
ciones con los que fue posible establecer puntos en común y otros divergentes.
Todas ellas, sirvieron como andamiaje para abordar la pesquisa propuesta.
Esta consistió en indagar la administración de justicia criminal, sus agentes
y sus usuarios, las normas invocadas y las prácticas judiciales durante la se-
gunda mitad del siglo XIX en la campaña sur de Buenos Aires. En las obras
disponibles por entonces fue posible encontrar algunos indicios que sirvieron
para componer un estado del arte y tirar de ese “ovillo” en la búsqueda de
orientaciones entre textos que aparecían vinculados en algunos aspectos. En
otras ocasiones, el diálogo fue compuesto, a modo de un “patchwork”, por mi
propia indagación ante la necesidad de encontrar en la historiografía las con-
tribuciones necesarias que contribuyeran a comprender diferentes aspectos
del funcionamiento de una estructura institucional particularmente comple-
ja, como la judicial. A ellos se sumaba una normativa, en ocasiones inexpug-
nable; un vocabulario extraño y lejano a la par que era necesario reconstruir
quiénes eran las personas que administraban justicia y la demandaban o eran
alcanzados por ella en el tránsito por esos espacios judiciales.

2. Creando conjuntos y tendiendo puentes

En su reciente libro, Darío Barriera dedicó un espacio no menor a trazar las


vicisitudes –o los impedimentos– de un diálogo entre el conjunto de quienes
cultivaban la historia del derecho y aquellos que eran designados como histo-
riadores generalistas. Este último grupo reunía a un vasto número –complejo
y diverso– abocado a diversos campos disciplinares. También eran dispares en
la apelación a métodos y objetos de estudio. A estas diferencias, se sumaron las
“miradas del pasado reciente, sobre las políticas públicas o sobre los derechos
humanos”1 y posturas diferenciadas respecto del impacto que la última dicta-
dura militar tuvo en el desarrollo disciplinar en el marco de las universidades
públicas. En estos espacios, las persecuciones a quienes formaban parte del
amplio colectivo de cientistas sociales (y no solo ellos) alcanzó niveles inéditos.
Por ello, en la opinión de Barriera

las diferencias entre […] una y otra tribu académica, por lo menos hasta finales del
siglo XX, no pasaron ni por el objeto de estudio ni por las metodologías. […] Lo que

1 Barriera. Historia y justicia, pp. 65 y ss.

326
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

sostenía con mayor firmeza esa distancia entre los investigadores era el modo en que
las afinidades científicas y políticas habían configurado ambientes académicos.

Siguiendo el análisis de Barriera, algunas décadas después el encuentro


de un “lenguaje en común” permitió la construcción de ámbitos académicos
de convergencia, debate y colaboración generado por medio “de acciones, de
menciones, de gestos2”.
Este encuentro, que Barriera reconstruyó detalladamente para mostrar su
relevancia, resultó provechoso para quienes nos formamos en la década de
1990 cuando el desarrollo de la historiografía argentina se nutrió de la vuelta
de especialistas formados en el exterior y de un ambiente propicio para la in-
dagación en el ámbito de las ciencias humanas y sociales, que dio un impulso
a un crecimiento significativo del campo disciplinar. A riesgo de hacer este
recorrido excesivamente extenso, creo necesario detenerme en las lecturas de
diferentes especialistas y referentes –lecturas paralelas en algunos tramos con
algunos cruces y citas– que entretejieron un marco de referencias necesarios
para abordar una tarea que en sus inicios pareció muy compleja de abordar.
Al considerar mi espacio de formación en el grado, la carrera del Profe-
sorado y Licenciatura en Historia de la Universidad Nacional del Centro de
la Provincia de Buenos Aires (Tandil, para simplificar referencias) no resul-
ta llamativo que el recorrido comience con las producciones que tuvieron al
Instituto de Estudios Histórico-Sociales, el IEHS, y su Anuario como ámbito
privilegiado de la producción de conocimientos desde mediados de la década
de 1980. En lo personal, el punto de partida ineludible es la memorable polé-
mica publicada en el N° 2 del Anuario IEHS (1987). En ella, confluyeron his-
toriadores de la talla de Carlos Mayo, Samuel Amaral, Jorge Gelman y Juan
Carlos Garavaglia –primer director de la revista3. La discusión se inició en el
marco de las VII Jornadas de Historia Económica realizadas en Tandil (1986)
en las que se analizó, fundamentalmente, la inestabilidad de la mano de obra
en el espacio de la campaña rioplatense. La problemática que resultaba cen-
tral, posiblemente por el peso que esa misma zona tendría en el desarrollo
económico posterior, generó reflexiones sobre las características salientes de
la organización social, política y económica de la campaña a fines del siglo
XVIII y principios del XIX.4 La persistencia en la profundización de los plan-

2 Barriera. Historia y justicia, p. 92.


3 Polémica Gauchos, campesinos y fuerza de trabajo, pp. 21 y ss.
4 Esas reflexiones y aportes al conocimiento sobre la campaña del periodo fueron

327
MELINA YANGILEVICH

teos de cada uno de los autores dio lugar a obras relevantes de la historiogra-
fía argentina y latinoamericana que continúan siendo material de lectura y
consulta permanente.5
Más allá de estos debates, uno de los aportes más relevantes del grupo se
vinculó con las fuentes documentales que utilizaron, así como los interrogan-
tes novedosos que habilitaron. En este sentido, como menciona Barriera, fue
el propio Carlos Mayo entre los primeros que apeló a las fuentes judiciales
para rastrear a los sin voz en sus investigaciones.6 Sin embargo, el acerca-
miento a la documentación existente en diversos repositorios7 vinculados a la
administración de justicia no tuvo como propósito central indagar en el que-
hacer judicial ni en las características que asumió el orden jurídico durante el
dominio de la monarquía hispánica o el que se configuró con fuertes trazas de
continuidad luego del proceso revolucionario en el espacio rioplatense. Los
intereses estaban puestos en demostrar lo erróneo de la tesis postulada lar-
gamente –y afianzada en un sólido sentido común– que sostuvo la existencia
de grandes estancias de poderosos hacendados, por una parte, y un grupo de
gauchos sueltos, por otro. Por ello, se indagó un amplio abanico de registros
que mostraron la existencia de familias, algunas pequeñas propietarias o con
derechos sobre la explotación de las tierras que habitaban. Ello habría permi-
tido alcanzar una movilidad social ascendente, la existencia de condiciones
laborales favorables para los hombres en un contexto de escasez de fuerza
de trabajo y abundancia de tierras, dos caras de la misma moneda. A partir
de los estudios realizados, se corrió el velo de una campaña polarizada que,

fundamentales para comprender la expansión económica producida durante la segunda


mitad del siglo XIX. Ver entre otros, Barsky y Djenderedjian, Historia del capitalismo;
Chiaramonte, Nacionalismo y liberalismo; Garavaglia y Gelman, Capitalismo agrario;
Míguez, La tierra de los ingleses; Sábato, Capitalismo y ganadería; Sesto, Historia del
capitalismo.
5 Gelman, Campesinos y estancieros; Garavaglia, Pastores y labradore, entre otros.
Cabe señalar que la obra de Gelman fue reeditada en 2021.
6 Mayo, Mallo y Barreneche, Plebe urbana; Mayo, Fuentes judiciales y Estancia y
sociedad….
7 Además de las fuentes provenientes del Cabildo de Buenos Aires y de los juzgados
de paz que lo sustituyeron en lo ateniente a la administración de justicia que es posible
encontrar en el Archivo General de la Nación y el Archivo Histórico de la Provincia de
Buenos Aires ‘Ricardo Levene’, este grupo de historiadores indagó exhaustivamente en
diversos repositorios locales. Para un ejemplo magistral de esto ver Garavaglia, San An-
tonio de Areco.

328
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

de acuerdo a las interpretaciones novedosas de este grupo de historiadores,


estaba fundamentalmente poblada por familias campesinas, varias de ellas
de origen migrante.
Paralelamente, los interrogantes se volcaron a reconstruir los entramados
sociales y políticos. De tal modo, interesó saber cómo la sociedad de la cam-
paña se reproducía y organizaba para las diversas tareas, cuáles eran las redes
sociales y políticas que contenían esos vínculos. Los partidos de la campaña,
como muestra el texto de María Elena Barral y Raúl Fradkin, contaban con un
fuerte entramado institucional conformado por juzgados de paz, parroquias,
fuertes y fortines8. Algunas de estas jurisdicciones cuyos contornos de enton-
ces resulta complejo definir quedaban de cara a la frontera, que nunca fue
una línea divisoria con los grupos indígenas que habitaban esas tierras, sino
un espacio de encuentro que no excluyó el conflicto así como la colaboración,
como lo mostraron los trabajos pioneros de, entre otros, Raúl Mandrini, tam-
bién investigador del IEHS9.
La continuidad sobre la indagación de las prácticas políticas que se dieron
en estos espacios locales, que están lejos de ser consideradas como simples,
implicó que este grupo de historiadores10 abordara fuentes y repositorios do-
cumentales donde fue posible encontrar, al decir de Josep Fontana, no nece-
sariamente los argumentos de los “marginados […] pero sí sus conflictos”11.
Para entonces, algunos historiadores caracterizados por su perspectiva ancla-
da en la historia social repararon en la necesidad de indagar en “los cimientos
jurídicos castellanos” para comprender la conformación de un nuevo orden

8 Barral y Fradkin, Los pueblos y la construcción.


9 Remito al texto de Raúl Mandrini Desarrollo de una sociedad indígena, incluido
en el mismo número referenciado del Anuario. Quizás el peso de la polémica opacó otros
trabajos publicados en ese mismo número que permitieron comenzar a pensar otros pro-
blemas como el las poblaciones indígenas que compartieron espacio con los criollos. Sumo
como aportes trascendentes para el estudio de la movilización de los sectores subalternos
el de González Bernaldo, El levantamiento de 1829 y el vinculado con la relevancia del
usufructo y la propiedad de la tierra de Valencia e Infesta, Tierras, premios y donaciones.
10 No resulta posible aquí reseñar el impacto que tuvieron estas indagaciones en el
resto de los espacios académicos existentes en distintos espacios del territorio. Cabe men-
cionar que hacia la década de 1990 el número de historiadores e historiadoras que indagó
estas problemáticas se amplió a partir de la formación de recursos humanos, en algunos
casos productos de las redes que algunos de ellos tejieron en los lugares donde realizaron
sus doctorados en el marco del exilio durante la última dictadura militar.
11 Fontana, Estado, Nación, p. 15.

329
MELINA YANGILEVICH

en la campaña bonaerense debido que aquellos constituían una cultura jurí-


dica y una concepción del mundo ampliamente compartida por la mayor par-
te de la población rural12. Estas reflexiones fueron realizadas por Garavaglia a
partir del texto donde Tau Anzoátegui analizó la noción de ley en la América
hispánica durante los siglos XVI y XVII13. Este mismo texto fue retomado por
Carlos Cansanello en su análisis sobre los cambios y las permanencias que
siguieron a la organización política después del proceso revolucionario. En su
opinión, a pesar de la magnitud de la ruptura política con España no se hizo
“tabla rasa con el pasado”. Se mantuvieron normativas e instituciones espa-
ñolas al tiempo que se introducían innovaciones. Esto se explicaría “Porque
el artificio de las instituciones fue tan necesario al mantenimiento del orden
como a la consolidación de las transformaciones; modificaciones morosas y
hasta poco perceptibles también hicieron que el pasado se tornara irrevoca-
ble”
Además del texto mencionado, Cansanello apeló a otro conjunto de lec-
turas provenientes de la Historia del Derecho para afirmar la vigencia nor-
mativa de la legislación castellana hasta mediados del siglo XIX. Al respecto,
sostuvo que

“En todos los fallos se encuentran las Partidas, las recopiladas de Castilla y hasta el
Fuero Juzgo. […] Creemos que no hubo un corte total con el pasado a partir de la Re-
volución y que las leyes indianas y las prácticas de justicia se mantuvieron con pocas
modificaciones en el orden postindependiente hasta medio siglo después de la Revo-
lución.”

De manera explícita, Cansanello estableció un puente entre los trabajos


de Tau Anzoátegui referidos a la costumbre –profusamente citados en su tex-
to– con los estudios realizados por José Carlos Chiaramonte.14 Este historia-
dor propuso una visión alternativa a la clásica historia política impugnando
el mito del origen de la nacionalidad a partir del proceso revolucionario de

12 Garavaglia, La justicia rural, p. 89.


13 La cita incluida por Garavaglia se referencia en La ley en América hispánica. Las
citas y referencias en el análisis realizado por este autor para reconstruir el marco institu-
cional de funcionamiento de la justicia de paz en la campaña incluyeron textos de Ricardo
Levene, Ricardo Zorraquín Becú y Benito Díaz.
14 Al momento que me encontraba escribiendo estas líneas, el Prof. Chiaramonte fa-
lleció. Su obra contribuyó a renovar la historiografía argentina, especialmente en el ámbito
de la historia política, luego del retorno de la democracia.

330
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

mayo de 1810. En su opinión, durante la década revolucionaria en el Río de


la Plata se estaba lejos de la existencia de un Estado rioplatense. Por enton-
ces, se sucedieron diversos gobiernos transitorios que se establecieron en el
marco de una futura organización constitucional de un nuevo Estado que se
postergaba o fracasaba al definir cartas magnas que fueron rechazadas por las
provincias. Lo que persistió fue una provisionalidad permanente que sostuvo
los vínculos entre los pueblos soberanos y en ocasiones, esto tampoco fue
posible.15 En palabras de Cansanello, “Desde la historia política, una interpre-
tación moderada y actual, también destaca la continuidad de las leyes colo-
niales y la influencia determinante del isunaturalismo, al tiempo que pondera
las innovaciones del ciclo revolucionario”. Y agregó “Tales avances en los con-
sensos parecían hasta hace poco objetivos inalcanzables. […] y ello se debe en
gran parte al interés que despertó el Derecho, a la necesidad de historizar
las normas, a la preocupación por desentrañar los misterios de la política”16.
A principios de los años 2000, un conjunto de historiadores se interesó por
indagar los cambios y permanencias en el marco político y social entre fines
del siglo XVIII y el XIX. Paralelamente, el estudio de las agencias judiciales y
las prácticas de sus usuarios potenciaron un acercamiento que trascendió el
recuento de los cambios en el marco normativo –aunque sin ignorarlo– para
reconstruir el uso que hicieron las personas que intervinieron en los expedien-
tes judiciales desde diferentes roles.17 De tal manera, fue posible examinar la
praxis y la experiencia de letrados y legos –entendidos en las complejidades
de los saberes judiciales– que oficiaron de jueces, fiscales y defensores. Pero
también de quienes demandaban justicia desde su condición de miserables o
rústicos. Como reconstruyeron Hespanha y Barriera para periodos y espacios
divergentes, estos conocían –y ponían en juego– diferentes saberes y modos
de hacer en los procesos judiciales. Tales conocimientos no necesariamente
fueron suficientes para lograr resultados acordes a sus deseos y necesidades,
pero sí los dotaron de herramientas que les permitieron disputar con argu-
mentos sus demandas de que se les “hiciera justicia”.

15 Chiaramonte, El federalismo argentino.


16 Cansanello, De súbditos a ciudadanos. pp. 104-105. El resaltado es nuestro. Ade-
más del texto mencionado, este autor apeló al trabajo de Tau Anzoátegui sobre la vigencia
de la costumbre, así como a obras de Jorge Cabral Texo; Abelardo Levaggi y Ricardo Zo-
rraquín Becú,
17 Entre otros: Barreneche, Dentro de la ley; Salvatore, Wandering Paysanos, Pala-
cio, La paz del trigo, Mallo, La sociedad rioplatense y Fradkin, Historia de una monto-
nera.

331
MELINA YANGILEVICH

Desde el conjunto de los historiadores sociales hace décadas se planteó la


necesidad de conocer el derecho vigente en los periodos en los que se inscri-
bían los procesos históricos indagados. En tal sentido, coincidimos con Ba-
rriera en que al interior de los historiadores del derecho quienes propugnaban
por un diálogo o, al menos, consideraban que la historia social y económica
podía brindar un aporte para entender a la sociedad en la que se daba una
determinada forma del derecho, y por tanto también a este, estaban bastante
más raleados. Barriera reproduce las dudas de Eduardo Martiré respecto a la
capacidad de la comunidad de historiadores para comprender el funciona-
miento del derecho, antes y ahora. En opinión de este último, el error atri-
buible a los historiadores llamados “generalistas” residía en que para conocer
a una institución determinada no apelaban a la historia jurídica sino que se
“anima(ba)n” a hacer “historia del derecho, a veces sin saber qué es el dere-
cho, ni tener noticia de su compleja realidad”18.
En tal sentido, resultan esclarecedoras las palabras del propio Tau An-
zoátegui en el prefacio de la reedición de La Codificación en la Argentina.
Allí recuperó el contexto en el que pensó la obra a principios de la década de
1970 pero también retomó algunos de los aportes reflexivos sobre la temática
elaborados entre ese momento y el de la reedición de la obra, a mediados de
la década del 2000. Entre ellos, destacó las críticas al proceso de codificación
realizadas por Paolo Grossi y Pio Caroni, entre otros, en torno al significado
del desplazamiento abrupto del antiguo orden jurídico. Las objeciones estu-
vieron centradas en las condiciones de “creencia” que ese proceso cristali-
zó en relación al derecho y su inmutabilidad, desconociendo la condición de
proceso histórico. Sin embargo, de esas páginas interesa aquí rescatar una
reflexión que sirve de muestra para identificar el derrotero del propio Tau,
que no resultan una novedad en su pensamiento, pero que creyó necesario re-
forzar. Allí expresó que “casi ninguna investigación histórico-jurídica puede
dar por cumplido su recorrido sin precisar las vinculaciones que la unen con
el contorno social”19. En síntesis, las normativas legales, entendidas como el
resultado de un proceso histórico, son algo mes más que la elaboración de un
grupo de juristas desconectados de la sociedad que integran.
Estas lecturas y citas cruzadas abonaron un camino. Entre finales del mi-
lenio y principios del siguiente se generaron diferentes espacios de encuentro
que permitieron tender un puente hacia diálogos más directos e intercambios

18 Citado en Barriera, Historia y justicia, p. 70.


19 Tau Anzoátegui, La Codificación, p. 11.

332
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

que trascendieron las citas en el papel para mostrar la potencialidad del diá-
logo y los intercambios. En esta dinámica creo necesario destacar la iniciativa
de un grupo de jóvenes investigadores e investigadoras que indagaban dife-
rentes aspectos de la administración de la justicia y los ámbitos de encierro
que abrió nuevos espacios de encuentro y debates fructíferos20. Estos encuen-
tros contaron con el apoyo de Tau Anzoátegui desde la dirección del Instituto
de Investigaciones en Historia del Derecho. Sin embargo, la búsqueda de Tau
Anzoátegui por nutrir sus estudios ius-jurídicos con aportes provenientes de
otras perspectivas históricas puede ser reconocida a lo largo de toda su obra y
su práctica al frente de esa institución.

3. Algunas definiciones en torno a la costumbre.

En su libro El poder de la costumbre, Tau Anzoátegui reflexiona sobre


el uso y aplicación de esta práctica en el marco de la dominación hispánica
entre los siglos XVI y XVIII centrándose en la praxis desarrollada en el mar-
co de los cabildos, específicamente, los del Río de la Plata. En el inicio de la
obra sostiene que “La costumbre jurídica nace de abajo, se origina en peque-
ñas situaciones, se abroquela en círculos restringidos, carece de pretensiones
abarcadoras”21. Al mismo tiempo, sostuvo que el “elemento consuetudinario”
no puede indagarse desde un ejercicio teórico, sino que debe ser escrutado en
“su modo de operar, ligad[o] a las cosas, en toda su infinita variedad y versati-
lidad, alejada de estrechos cuadros esquemáticos. Las categorías del Derecho
contemporáneo no parecen aptas para penetrar en este misterioso mundo del
conocimiento”22.
A partir de esta formulación, Tau Anzoátegui explicita la perspectiva desde
la cual procurará indagar en el uso de la costumbre. Y sostiene –con acier-

20 Me refiero a la iniciativa de la organización anual de las Jornadas de Jóvenes In-


vestigadores/as de Historia del Derecho cuya primera edición data de 2008. Desde sus
comienzos, estos encuentros se caracterizaron por la horizontalidad de los intercambios
y el aprendizaje conjunto permitieron la generación de un espacio valioso de crecimien-
to colectivo que potenció la participación como ponentes y comentaristas de un amplio
abanico de estudiantes de postgrado, graduados y graduadas así como de especialistas en
diferentes temáticas. Las actas de las jornadas organizadas en 2019 pueden consultarse en
Beraldi, Calandria y González Alvo (coords.), Avances y nuevas perspectivas iushistorio-
gráficas.
21 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 11.
22 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 13.

333
MELINA YANGILEVICH

to– que esta “aparece reclamando un espacio de análisis que no ha tenido


hasta ahora en amplios sectores de la historiografía jurídica”.23 Más adelante
agrega:

Es precisamente esta cuestión muy difícil de comprender para el jurista actual, que
solo ve la fuerza vinculante de un precepto en el texto legal. Estas consideraciones
aconsejan observar esa relación (entre ley y costumbre) con una mayor libertad que la
derivada de definiciones y clasificaciones estrechas. La costumbre está inmersa en un
movimiento múltiple, esquivo a esquemas y precisiones de orden racional, y solo es
posible aprehenderla en el dinamismo de la vida social de cada comunidad.24

Su fina reflexión no exenta de coherencia incluyó la apelación a diversos


referentes de la historiografía para sustentar su análisis. En las páginas ini-
ciales donde plantea los argumentos y las herramientas teóricas y metodo-
lógicas que sustentan su estudio se sirvió del aporte de otros historiadores
del derecho, pero también de cultores de la historia social y política. Allí es
posible encontrar citas de Paolo Grossi25 pero también de Arón Gurévich26,
Norberto Bobbio27, Jesús Vallejo28, Charles Cutter29 y Edward P. Thompson30,
entre otros. En el texto, buena parte de su argumentación se sostuvo en las
reflexiones del maestro italiano. De este, retoma la noción acerca de que en el
orden medieval no existía la dicotomía impuesta por el “voluntarismo moder-
no” entre lex y consuetudo. Por el contrario, este último era una potencialidad
de la primera y esta tenía una tendencia a flexibilizarse y modificarse. Por
ello sostuvo que frente a la noción de una costumbre inmóvil y tradicional
–impuesta por el racionalismo– resultaba posible contraponer otra acepción
donde aquella estaba inserta en la realidad cotidiana que se modificaba e in-
cluía tendencias renovadoras. Esta caracterización, referida como un elemen-
to retardatario, fue una necesidad del enfoque tradicional para legitimar la
imposición de un nuevo principio de ley –escrita– y sagrada. Según Grossi, el
derecho, así entendido, se redujo a la ley, en tanto la sacralidad descansaba

23 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 45.


24 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 62.
25 Grossi, El orden jurídico medieval.
26 Gurévich, Las categorías de la cultura medieval.
27 Bobbio, Consuetudine.
28 Vallejo, Ruda equidad.
29 Cutter, The legal culture.
30 Thompson, Costumbres en común.

334
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

en “un sistema de reglas autoritarias, de mandatos […] abstractos e inelásti-


cos, incriticable en su contenido ya que su autoridad procede no de su propia
cualidad sino de la cualidad del sujeto legislador.”31
La apelación a un amplio abanico de textos por parte de Tau Anzoátegui
descansó en la necesidad de indagar en la costumbre más allá de los límites
de la historiografía jurídica atendiendo a que aquella, por sus propias caracte-
rísticas conformaba “una segunda naturaleza”.32 Por ello, trascendió y circuló
por fuera de los espacios propios de la administración de justicia, de los textos
normativos y de los letrados para impregnar el mundo de los legos. Especial-
mente, en aquellos corredores que al decir de Barriera, conformaban un ám-
bito donde circulaban lenguajes, portadores de saberes comunes y creencias
compartidas entre esos conjuntos que no pueden pensarse por separado al
indagar las prácticas judiciales en los siglos precedentes33. Por ello, Tau An-
zoátegui rehúye sostener su argumentación en el ámbito de lo estrictamente
jurídico y apela a diversos estudios y análisis que trascienden ese ámbito.
Entre estos resulta inevitable no mencionar el aporte de los trabajos de
Paolo Grossi, Antonio Hespanha y Bartolomé Clavero, que en conjunto con
los Tau Anzoátegui sirvieron para pensar algunos aspectos de la costumbre
que eran invocados en contextos bastante distantes de los que estos autores
analizaron, como el que nos ocupó: la campaña bonaerense durante la segun-
da mitad del siglo XIX. En lo personal, uno de los textos más relevantes para
pensar el uso de la codificación penal en la campaña de Buenos Aires fue el
que Grossi escribió al grupo de estudiantes iniciales de la carrera de abogacía.
Allí sostuvo que el propósito del historiador del derecho consiste en

[…] ser la conciencia crítica del estudioso del derecho positivo, descubriéndoles la com-
plejidad de aquello que en su visión unilateral puede parecerle simple, resquebrajando
sus convicciones acríticas, relativizando certezas demasiado absolutas, insinuando du-
das sobre lugares comunes aceptados sin una adecuada verificación cultural34.

El historiador italiano no ahorró críticas para las posturas simplistas en


las que se reducía sin más, el derecho a la ley. Al mismo tiempo, sostuvo que
la identificación de esta con un aparato autoritario era el resultado de una
elección política y no el desarrollo –no natural, sino– naturalizado de un con-

31 Grossi, Mitología jurídica, p. 34.


32 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 45.
33 Barriera, Historia y Justicia, pp. 663-693.
34 Grossi, Mitología jurídica, p. 15.

335
MELINA YANGILEVICH

junto de normas que se autolegitimó como ley en el marco de la modernidad


política.35 Siguiendo con su argumento, este proceso nada lineal y complejo
aparece simplificado –y por tanto– desprovisto de su condición de construc-
ción nada necesaria, para asumir otra sostenida en la creencia. De esta forma,
la ley considerada sagrada será la escrita y promulgada por el poder político.
Estos enfoques, retomados por Tau Anzoátegui, nos permitieron conside-
rar la formulación de las normativas como el resultado de procesos históricos,
de pujas, conflictos y también de imposiciones a partir de relaciones de fuerza
diferenciales entre grupos, sectores y actores diversos. Y por ello, la indaga-
ción en torno a las transformaciones en las normativas no puede limitarse
al análisis de la letra escrita sin atender al contexto en el que se insertaron y
las dotaron de sentido. Así, la purificación no pareciera ser el mejor camino
posible para explicar la vigencia de las normas y las prácticas en el marco de
las agencias judiciales. El nexo –o puente– entre el texto de Tau Anzoátegui
y el de los historiadores sociales mencionados lo conformaron las agudas re-
flexiones de Edward P. Thompson. Es cierto que uno y otros las utilizaron con
propósitos no necesariamente equivalentes. Sin embargo, puede considerar-
se un punto convergente y fértil para indagar en la vigencia de la costumbre
en diferentes espacios del Río de la Plata durante los siglos XVIII y XIX. Y del
cual, sacamos provecho quienes hurgamos en esos escritos y encontramos
herramientas conceptuales y metodológicas que nos permitieran aprehender
mejor equipados nuestros propios objetos de estudio.
En su análisis, Cansanello hace llegar hasta mediados del siglo XIX la vi-
gencia de las leyes indianas y las prácticas de la justicia que se mantuvieron
con escasas modificaciones hasta entonces. En nuestra propia indagación,
centrada en la administración de justicia criminal, pudimos comprobar no
solo la continuidad del uso de las mismas normativas referidas por Cansa-
nello sino también la de una visión de la justicia y un conjunto de prácticas
sostenidas por letrados y rústicos en las tramitaciones procesales. Tales con-
tinuidades no implicaron la inexistencia de cambios, que se dieron en diver-
sos aspectos, tanto respecto de la legislación como de las normas procesales
en un contexto donde la codificación no se presentó como un proceso acabado
hasta fines del siglo XIX. Y en el cual, podríamos sumar, la persistencia filtró
también a los mismos códigos36. En síntesis, diversas contribuciones com-
probaron que la regularidad en el uso normativo, aunque con modificaciones

35 Grossi, Mitología jurídica, pp. 23 y ss.


36 Zeberio, Un código para la nación y Yangilevich, Leyes antiguas…, pp. 211- 222.

336
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

crecientes, se extendió más allá del aparente parte aguas de mediados del
siglo decimonónico37.
La cita de Thompson realizada por Tau Anzoátegui, se enmarca en la re-
flexión que este realizó acerca de la vigencia de la costumbre, especialmen-
te, en el ámbito rural a partir de la utilización por parte de los sectores más
pobres y marginados. En este marco, aquella “actúa dentro de un contexto
de normas y tolerancias sociales, en el que frecuentemente está en juego el
nivel de subsistencia de esas gentes”38. En síntesis, eran los rústicos quienes
apelaban a la costumbre para sostener una manutención que se alcanzaba sin
holguras. Asimismo, Tau citó la definición de Thompson en la que caracterizó
a la costumbre como “un entorno vivido que comprende prácticas, expectati-
vas heredadas, reglas que determinan los límites de los usos a la vez que re-
velan posibilidades, normas y sanciones tanto de la ley como de las presiones
del vecindario”39. Sin dudas, estas reflexiones sobre la práctica y la vigencia
de la costumbre se vinculan con los estudios realizados por Raúl Fradkin en
torno a la participación de los campesinos y su apelación a la costumbre como
argumento para defender sus derechos frente a los propietarios y autorida-
des que implicaron una concepción del orden legal en tanto justo y moral,
indefectiblemente ligado al del orden católico. Tales prácticas “rutinizadas,
institucionalizadas socialmente” permitieron registrar argumentos compar-
tidos en torno a la llamada “costumbre del pays”40. Fradkin, como Tau, apeló
a las consideraciones de Thompson respecto a sus usos en el marco rural. De
manera paralela, advirtió que tales prácticas no podían considerarse como un
“simple reflejo” de las relaciones sociales dominantes. Estas resultaban más
fructíferas si eran pensadas como un espacio de fuerza en tensión y conflicto,
que al mismo tiempo que limitaban los márgenes de la acción social tam-
bién ofrecían tácticas para ser empleadas en función de las experiencias en
un marco de cierta racionalidad.
Desde miradas diversas, los análisis de Tau Anzoátegui y Fradkin, jun-
to con los de Chiaramonte y Cansanello ya mencionados, se complementan

37 Por cuestiones de espacio, no resulta posible desarrollar aquí la pertinencia sobre


considerar a la coyuntura de mediados del siglo XIX –puntualmente 1852- como una suer-
te de división tajante entre dos periodos divergentes. Ello obviamente, no implica negar
la relevancia de las transformaciones que supuso el fin del gobierno de Juan Manuel de
Rosas.
38 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p. 59.
39 Thompson, Costumbre en común, pp. 122.
40 Fradkin, La ley es tela de araña, p. 124 y ss.

337
MELINA YANGILEVICH

y comparten ciertos elementos que iluminaron diferentes aspectos en torno


a la vigencia de la costumbre. Uno de ellos, consiste en su disposición para
transformarse. Las investigaciones realizadas acordaron en atribuirle una ca-
pacidad dinámica e innovadora que explica su vigencia durante siglos y en
contextos cambiantes, como el que atravesó el Río de la Plata durante las
décadas finales del siglo XVIII y las primeras del XIX. Claramente, también
hay diferencias en las propuestas de investigación, atribuibles a los propósi-
tos de cada una de las indagaciones. Por mencionar algunas, Tau Anzoátegui
estudió la validez de las prácticas consuetudinarias dentro del ordenamiento
vigente hasta el momento de la emancipación, mientras que Fradkin se enfo-
có en la apelación a la costumbre por parte de los sectores más pobres de la
campaña para sostener demandas y derechos en un entorno que les era des-
favorable. Y ese contexto tenía vigencia en un marco donde la ley –escrita–
proponía un nuevo orden social en el que la propiedad privada se constituía
progresivamente en un pilar relevante, sino el fundamental. Y es en torno a
este principio donde se dieron buena parte de las disputas que se zanjaron en
el ámbito judicial.
Según Fradkin, el balance y equilibrio entre la ley, la costumbre y las prác-
ticas sociales fue cambiando con posterioridad al proceso revolucionario y en
relación a la construcción del Estado. No obstante, en esta dinámica hubo una
serie de continuidades jurídicas que se expresaron en la vigencia de normas
promulgadas con anterioridad, en algunos casos con una prelación de varios
siglos. Esta persistencia se dio de manera clara en el ámbito de la justicia
criminal, que también fue escenario, y objeto, de transformaciones institu-
cionales profundas antes que en el plano de las normativas. Estas se hicieron
patentes de manera generalizada a fines del siglo decimonónico.

4. Lecturas cruzadas. Persistencias y transformaciones en la justicia crimi-


nal en la provincia de Buenos Aires, segunda mitad del siglo XIX

Las contribuciones presentadas hasta aquí y de manera acotada fueron


centrales para sostener la investigación que culminó en una tesis doctoral
en Historia elaborada en base a un archivo que hasta los primeros años de la
década de 2000 no había sido trabajado de manera exhaustiva41. La lectura

41 El trabajo de rescate de los expedientes pertenecientes al Departamento Judicial


del Sud fue realizado en el Departamento Histórico Judicial dependiente de la Suprema
Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires durante los primeros años del 2000.

338
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

de los expedientes implicó abrir una puerta a ámbitos tan desconocidos como
complejos. E implicó abordar documentos que daban cuenta de prácticas ju-
diciales que se describían a partir de un lenguaje, en parte, desconocido. Al
inicio del proceso, una de las más acertadas sugerencias provino de mi di-
rector de tesis, Eduardo Míguez. Su recomendación frente a la problemática
que implicaba el abordaje del problema de investigación fue que debía con-
vertirme en una abogada del siglo XIX42. La misma resultó tan certera como
imposible de cumplir. No obstante, buscar tal formación me llevó con cierta
regularidad a la biblioteca del Instituto de Investigaciones de Historia del De-
recho. Allí tuve la enorme fortuna de conocer a Víctor Tau Anzoátegui du-
rante mis primeras visitas. Su curiosidad sobre los motivos de mi asistencia
derivó en varias conversaciones en las que intenté absorber las sugerencias
que tan generosamente me obsequió desde entonces.
El inicio de la investigación se nutrió de los trabajos referidos a la adminis-
tración de justicia que, como mencioné, se encontraban en pleno desarrollo
a principios del 2000. Por entonces, las fuentes judiciales –indagadas para
explorar diversos aspectos del quehacer de los sectores subalternos– fueron
interrogadas para conocer cómo se administraba justicia y cuáles eran los
vínculos entre esta y aquellos. Este aspecto se centraba en que durante si-
glos los modos en los que se ejercía la práctica judicial componía una de las
formas más relevantes en las que se gobernaba a las personas.43 Parte de las
indagaciones se concentraron en la justicia de paz –lega y administrada por
vecinos y por ello a ras del suelo– y que por medio de los jueces, alcaldes y
tenientes alcaldes permitía alcanzar a quienes moraban en la campaña, sus-
tentados en la capilaridad que los encarnaba. Un aspecto central del análisis
consistió en la caracterización de estos hombres. Específicamente, si podían
ser considerados funcionarios en el sentido estricto del término, dado que

Tuve conocimiento del mismo gracias a un encuentro fortuito y afortunado con María
Angélica Corva, quien en ese entonces integraba dicho Departamento. Además de su ge-
nerosidad, agradezco asimismo a Claudia Durán y Juan Carlos Sorá, quienes me prestaron
su valiosa colaboración durante el periodo de consulta de los expedientes.
42 La dirección de la tesis fue compartida entre el Dr. Eduardo Míguez y la Dra. María
Bjerg. Su orientación fue clave para que la misma fuera culminada y defendida satisfac-
toriamente. Agradezco a ambos los múltiples aprendizajes que obtuve de sus recomen-
daciones y sugerencias no solo para la investigación en curso sino también respecto del
aprendizaje del oficio.
43 Entre otros, Barriera, Abrir puertas a la tierra y Farberman, Las salamancas de
Lorenza, especialmente capítulo 2.

339
MELINA YANGILEVICH

eran nombrados por las autoridades de la provincia, pero no cobraban un es-


tipendio, salvo cuando sumaron a ese rol el cargo de comisarios. Se trataba de
una carga en razón de su vecindad. No obstante, cumplían un rol central en la
administración de justicia, entre otras muchas funciones44. Y desempeñaron
un papel esencial en la articulación entre la justicia de paz –lega– y la de pri-
mera instancia en lo criminal –letrada– cuando esta se organizó de manera
definitiva en el territorio provincial45.
Esta instancia de la administración de justicia, su funcionamiento, las nor-
mas que la regían, así como la forma en que eran juzgados los dos delitos con
mayor incidencia –los ataques contra las personas y contra la propiedad–
fueron algunos de los tópicos recorridos en mi trabajo doctoral. Ello implicó
leer un número considerable de expedientes para conocer y reconstruir los
diversos aspectos del funcionamiento de una administración de justicia que
era, al mismo tiempo, tan novedosa como pretérita. Lo primero, porque el
Departamento Judicial del Sud, cuya cabecera estaba en Dolores, se estable-
ció a partir de 1853 junto con el del Norte (en San Nicolás) al que luego se
sumó el del Centro (cuya cabecera se estableció en Mercedes)46. Lo segundo
porque más allá de las novedades institucionales, las normas utilizadas en los
procesos judiciales por los jueces letrados al momento de dictar sentencias,
así como por los defensores y fiscales –para quienes en un principio no se re-
quirió formación universitaria– consistían en disposiciones que por entonces
podrían considerarse antiguas47. Estas eran fundamentalmente la Séptima
Partida, la Recopilación Castellana, la Novísima Recopilación Castellana y la
Curia Filípica como parte de la normativa vigente en el Río de la Plata, como
señaló Cansanello, pero también en otros espacios americanos ocupados por
la corona castellana.48
A este entramado jurídico se sumaron las denominadas leyes patrias, que
consistieron en el conjunto de disposiciones sancionadas a partir de 1810.
En el ámbito de la justicia criminal, las citaciones recurrentes correspondían
al Reglamento Provisorio para la Dirección y Administración del Estado
sancionado por el Congreso Constituyente en 1817, así como otro vasto núme-

44 Ver, entre otros, Gelman, Crisis y reconstrucción; Garavaglia, Poder, conflicto;


Fradkin, La experiencia de la justicia.
45 Yangilevich, La justicia de paz y Justicia de paz y organización del territorio.
46 Corva, Constituir el gobierno.
47 Yangilevich, Leyes antiguas.
48 A modo de ejemplo, ver Bravo Lira, La vigencia de las partidas y Flores Flores,
La justicia criminal.

340
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

ro de decretos y disposiciones sobre vagancia, uso de armas, abigeato, entre


otros tópicos. La centralidad del Reglamento de 1817 consistió en que avaló
la continuidad de las disposiciones vigentes hasta entonces. En el artículo 1°
del capítulo III dedicado a la Administración de Justicia se afirmó que: “La
administración de justicia, seguirá los mismos Principios, orden y método
que hasta ahora se han observado según las leyes y las siguientes disposicio-
nes.” Es decir que lejos de producir innovaciones en materia legal se dio una
persistencia normativa que incluyó el periodo de la codificación.
En este punto, quizás haya logrado clarificar el porqué de la necesidad de
consultar la amplia biblioteca del Instituto en búsqueda de comprender no
solo los fundamentos de la administración de justicia en la provincia de Bue-
nos Aires en la segunda mitad del siglo XIX, sino cómo era posible que luego
de seis siglos una parte considerable de las normativas castellanas aplicadas
durante la dominación castellana continuaran vigentes. Entonces ¿resultaba
posible decir que nada había cambiado en el ámbito de la administración de
justicia? La respuesta a este interrogante, como resulta previsible, es rotun-
damente negativa. Para llegar a esta conclusión, fue necesario indagar en una
amplia bibliografía disponible –para mi suerte– en la biblioteca del Instituto.
No obstante, la posibilidad de comprender la complejidad normativa vigente
durante el siglo XIX descansó, en cierta medida, en los estudios realizados
por Tau Anzoátegui sobre la vigencia de la costumbre, las características del
derecho indiano, las transformaciones en las ideas jurídicas en el espacio del
Río de la Plata que derivaron en el proceso de codificación, así como en el
inicio de la fundamentación de las sentencias a partir de la segunda mitad del
siglo decimonónico.
Con base en estas reflexiones fue posible leer ese cúmulo de expedientes
disponibles durante un tiempo valioso en el Archivo Histórico Judicial de-
pendiente de la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires49 así como de
otros resguardados en el Archivo Histórico Provincial “Dr. Ricardo Levene”,
pertenecientes al Fondo del Crimen. El desafío no era menor en cuanto se
trataba de abordar un conjunto de procesos criminales, todos ellos cautivan-
tes, que obligaron recordar a cada momento las advertencias de Arlette Farge
para evitar caer en la fascinación de perderse en cada caso. El propósito no
era relatar esos trazos de vidas frágiles50 que reconstruían los juicios, sino
restaurar las prácticas que hacían inteligible la articulación de una adminis-

49 Luego de la limpieza y organización el fondo fue remitido a la ciudad de Dolores.


50 Farge, La atracción.

341
MELINA YANGILEVICH

tración de justicia criminal en sus inicios y primeras décadas de funciona-


miento. Nuestra intención era dar cuenta del quehacer de las personas que
intervenían en la tramitación de un juicio criminal. Quizás este sea uno de
los rasgos más notables de estos documentos, el de su condición coral. Más
allá del tamiz que implicó el proceso de volcar al papel las palabras que, se-
guramente, fueron expresadas en otros términos que los consignados, espe-
cialmente en el caso de los legos,51 a partir de las fojas que componían los
procesos judiciales fue posible acceder a los conflictos de los rústicos, como
también referenciaba Fontana52.
Aun cuando a los más estrictos historiadores del derecho les pareciera im-
propio que quienes no cuentan con un título en la materia indaguen en los
laberintos judiciales, no resulta menor señalar que durante siglos una parte
no desdeñable de la administración de justicia estuvo en manos de legos. La
falta de letrados en el ámbito judicial fue un problema persistente y en diver-
sos espacios provinciales aún avanzada la segunda mitad del siglo XIX, y no
solo en Buenos Aires, como lo refirió el propio Tau Anzoátegui53. La escasez
de abogados fue una problemática que no resultó ajena a Valentín Alsina al
momento de redactar el proyecto de organización de los tribunales letrados
en la campaña. Esta fue una de sus obras más trascendentales por el impacto
y la duración de su propuesta, elaborada mientras ejercía como magistrado
del Superior Tribunal de Justicia de la provincia de Buenos Aires y senador54.
En palabras de Tau Anzoátegui, se trataba de un jurista pragmático antes que
teórico, dado que su producción se vinculó con las problemáticas del momen-
to a las que buscaba darle solución con propuestas no carentes de originali-
dad55. Y por ello, en su proyecto estimó que el cargo de letrado solo debía ser
exigible a los jueces letrados, no así a los defensores oficiales o particulares y
fiscales.
Otra de las propuestas innovadoras presentadas por Alsina se vinculó con
una medida referida al dictado de las sentencias por parte de los jueces letra-
dos. Esta iniciativa, también estudiada de manera exhaustiva por Tau Anzoá-

51 Barriera, Historia y justicia, pp. 692-693


52 Fontana, Estado, Nación, p. 15.
53 Lanteri y Piazzi, Actores para un nuevo orden nacional; Tau Anzoátegui, La admi-
nistración de justicia y Zimmerman, Judicial Institutions in Nineteenth-Century
54 Olaza Pallero, Valentín Alsina, p. 120
55 Tau Anzoátegui, Las ideas jurídicas, pp. 58-59. Según el autor la carrera jurídica
de Alsina quedó trunca cuando debió exiliarse en 1835 durante el gobierno de Rosas por
su identificación con el unitarismo.

342
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

tegui, consistió en la necesidad de fundamentar los fallos de los magistrados.


Y aún más, sostuvo la conveniencia que los jueces fundaran sus sentencias,
al tiempo que examinasen y votasen de manera separada y sucesiva las cues-
tiones indagadas en una misma causa56. El estudio realizado por Tau recons-
truyó cómo este principio asociado al racionalismo fue ganando consensos en
el Río de la Plata a partir de su implementación en algunos tribunales. Esta
investigación, junto con las ya mencionadas realizadas sirvieron de sostén
para realizar nuestra propia indagación acerca de las transformaciones que
se institucionalizaron a partir del establecimiento de la justicia letrada en la
campaña de Buenos Aires. Y tales innovaciones estuvieron vinculadas antes
que modificaciones en las normativas, con novedades institucionales y otras
referidas a la tramitación del proceso, como la obligación de los jueces letra-
dos de fundamentar las sentencias57. Este proceso que adquirió característi-
cas distintivas en cada una de las provincias fue rápidamente adoptado por
los magistrados letrados de la provincia. De este modo, los procesos antes de
su revisión o apelación ante el Superior Tribunal de Justicia –hasta 1873- y
luego las Cámaras y eventualmente la Suprema Corte de Justicia provincial,
contienen la sentencia que estaba estructurada en diversas partes. Estas con-
sistían en la Vista –donde se explicitaba el delito y la o las personas procesa-
das–, una segunda vinculadas a los Considerandos –en la que el magistrado
recopilaba la información contenida en el proceso– y el Fallo, donde el juez
letrado establecía la sentencia. La misma podía implicar la absolución, la falta
de mérito, el cumplimiento de la pena con el tiempo pasado en prisión o la
aplicación de una pena de cumplimiento efectivo que podía ser en el servicio
de las armas, el destierro, el presidio con servicios públicos o, en menor me-
dida hasta fines de la década de 1870, la prisión58.
La adopción de la práctica de la fundamentación a partir de la segunda
mitad del siglo XIX no implicó que en el periodo anterior este principio no
fuera considerado. Según Tau, la temática estuvo presente en los fallos del
Tribunal de Recursos Extraordinarios y en la pretensión de que ese mismo
requisito se hiciera extensivo al resto de los tribunales judiciales. Paralela-

56 Tau Anzoátegui, Las ideas jurídicas, p. 60 y Los comienzos de la fundamentación,


pp. 285-287
57 Tau Anzoátegui, Los comienzos de la fundamentación.
58 Caimari, Apenas un delincuente. La pena de prisión comenzó a adquirir importan-
cia de manera progresiva hacia la década de 1870 y cristalizó con la inauguración en 1877
de la Penitenciaría de Buenos Aires.

343
MELINA YANGILEVICH

mente, se presentaron proyectos de ley en este sentido que no prosperaron59.


Tau reconstruyó además, las vías en las que la práctica judicial fue incorpo-
rando esta figura procesal, aunque no sin resistencias debido al rol que se
atribuía –especialmente entre los magistrados de los máximos tribunales– al
papel desempeñado por el juez60. Sin embargo, algunos de ellos comenzaron
a fundar las sentencias, como el cordobés Bernardo Vélez cuando condenó
a la pena de muerte a un hombre por falsificación de billetes en 1830. No
obstante, no fue hasta luego del fin del gobierno rosista cuando en el marco
de una “mayor tecnificación” se reemplazaron los antiguos reglamentos por
leyes de enjuiciamiento consideradas novedosas.
En el caso de la provincia de Buenos Aires fue su Constitución sancionada
en 1854 la que estableció que “las sentencias definitivas como interlocutorias
serán fundadas en el texto expreso de la ley, o en los principios y doctrinas
de la materia”61. Dicho precepto fue ratificado en la reforma constitucional de
1873. Sin embargo, la práctica de la fundamentación de sentencias se adoptó
durante la década de 1850, incluso antes de la sanción constitucional, aunque
convivió con otros principios, como señalamos anteriormente. Esta recons-
trucción realizada por Tau, que es posible ratificar con nuestra propia investi-
gación, lleva a la pregunta si este requisito antes que penetrar la praxis desde
la normativa, recorrió un camino inverso. Es decir si la normativa sancionó
como obligatoria una práctica que la precedió sostenida en el mencionado
Tribunal de Recursos Extraordinarios. Este punto, como otros de la organi-
zación de la administración de justicia letrada de esa década, llevó el sello de
Valentín Alsina. El propio José María Gutiérrez sostuvo que las mejoras en
este aspecto estaban asociadas al nombre de Alsina “todas o la mayor parte de
ellas”62. Tau concluye que Alsina fue quien introdujo la práctica de fundamen-

59 Tau Anzoátegui, Los comienzos de la fundamentación, p. 299. Los proyectos fue-


ron presentados por Agustín Garrigós y Manuel Irigoyen. Este último fue juez de primera
instancia en el Departamento Judicial del Sud entre 1867 y 1874 y luego integró la Cámara
de Apelaciones. Yangilevich, Estado y criminalidad, pp. 79-81.
60 Aún después de la sanción del Código Penal de Carlos Tejedor, el juez letrado del
Departamento Judicial del Sud, Julián Aguirre sostuvo en una sentencia dictada en 1878
que había apelado a su “prudente arbitrio” habilitado por el mencionado Reglamento de
1817 al momento de dictar su fallo. La aceptación del control que implicaba la fundamen-
tación de las sentencias no fue asimilada sin más por la totalidad de los magistrados. Yan-
gilevich, Estado y criminalidad.
61 Leyes y decretos, p. 114.
62 Citado en Tau Anzoátegui, Los comienzos de la fundamentación, p. 361.

344
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

tar las sentencias, lo cual es congruente con su rol en la efectiva organización


de la justicia letrada en la campaña bonaerense, entre otras iniciativas.
Como queda planteado en estas breves páginas, los trabajos de Tau fue-
ron fundamentales para conocer y comprender la forma de organización y
funcionamiento de la justicia letrada en Buenos Aires durante el siglo XIX.
Al mismo tiempo, fue necesario complementar nuestra indagación con otros
aportes relevantes para comprender las prácticas judiciales de otros actores,
además de los magistrados, que también tuvieron relevancia en la tramita-
ción de los procesos. Junto a los magistrados, defensores y fiscales, las per-
sonas acusadas y quienes oficiaron de testigos, así como los jueces de paz y
comisarios, cumplieron papeles centrales que no pueden ser dejados de lado
al momento de procurar comprender cómo se administraba justicia.
A la par de los aportes realizados en el marco de la nutrida producción de
Tau Anzoátegui y que utilicé en la investigación fue necesario sumar otros
que la complementaron y enriquecieron. El diálogo y la lectura cruzada po-
tenciaron los aportes realizados desde la historia del derecho y la historia so-
cial, política y económica centrada en la campaña bonaerense durante el siglo
XIX. Ello no implica desconocer que el intercambio no siempre fue armónico,
constante y posible de ser sostenido cara a cara. En ocasiones, los cruces pa-
recieron componer una urdimbre conformada por hilos de diferentes tramas,
grosor y color, pero todos ellos valiosos y necesarios para conformar un en-
tramado de herramientas y conceptos. Tales aportes pueden ser rastreados y
reconstruidos, y quizás también reivindicados a partir de las potencialidades
que implicó para las generaciones subsiguientes, cuyos felices resultados es
posible comenzar a visualizar63.

5. Algunas reflexiones finales

Este recorrido, arbitrario y personal, por los textos de Víctor Tau Anzoá-
tegui pretendió presentar, aunque fuera de manera esquemática, el derrotero
seguido durante la lectura de su obra. Sus textos fueron anclajes necesarios
en tanto insumos para abordar nuestro trabajo de investigación. Junto a
otros escritos, fungieron como herramientas para poder pasar la vista por un

63 A modo ilustrativo menciono tres tesis doctorales recientes que recogen algunas de
las contribuciones aquí referidas, aunque no necesariamente con los mismos propósitos.
Gastellu, Los jueces de paz; Vaccaroni, Los primeros policías de Buenos Aires y Beraldi,
La construcción de un poder.

345
MELINA YANGILEVICH

conjunto de procesos judiciales tramitados durante la segunda mitad del si-


glo XIX en la frontera sur de la provincia de Buenos Aires. Reconstruir cómo
se administraba justicia, cuáles eran las prácticas que desplegaron jueces
letrados, defensores, fiscales, jueces de paz, comisarios, testigos y acusados
así como las normas utilizadas fue el desafío que Tau Anzoátegui colaboró a
encarar. Este proceso se dio a partir de distintas etapas, primero con el es-
crutinio de sus obras, que saldaron preguntas e inquietudes presentes en el
proceso de investigación. En segundo término, cuando se dio la oportunidad
de conversar a través de las sugerencias de lecturas – que su humildad impi-
dió recomendar las de sus propios trabajos a los que volvimos en reiteradas
ocasiones para encontrar nuevas pistas para la pesquisa.
Sin embargo, más allá de la relevancia de los resultados de sus investi-
gaciones, no resulta posible dejar de destacar otro aspecto estrechamente
ligado con éstas. Y que se vincula con su propia práctica como historiador
del derecho. Un quehacer que no fue lineal y que fue creciendo en compleji-
dad y densidad. El derrotero de los temas investigados por Tau Anzoátegui
ilustra la amplitud de sus intereses y que le permitieron dar cuenta de las
transformaciones del derecho indiano – y luego el argentino en un amplísi-
mo arco temporal. Pero aun cuando la Historia pueda ser considerada como
una disciplina que coloca el foco en los procesos de cambio, también es ne-
cesario atender a las continuidades. Estas que, como sostuvo Tulio Halperín
Donghi, discurren por debajo de las discontinuidades, también requieren de
ser analizadas para contribuir a explicar los problemas de investigación que
nos proponemos indagar. Sin dudas, la capacidad analítica de Tau Anzoáte-
gui le permitió dar cuenta de ambas partes de la dinámica histórica en rela-
ción al Derecho. Como lo expresó en el prefacio a la segunda edición de La
Codificación en Argentina, sus rasgos no pueden ser caracterizados de ma-
nera acertada sin considerar los de la sociedad que lo contiene. Y este recorte
no incluye solo los espacios de formación de abogados, el ámbito legislativo
donde se discutían las normas o el espacio de reflexión de los juristas, sino al
conjunto del “tejido social”, mucho más amplio.
Como mostramos a lo largo del texto, sus aportes fueron centrales para
comprender el proceso de organización de la administración de justicia letra-
da en la campaña bonaerense en la segunda mitad del siglo XIX. Y al mismo
tiempo, nos permitieron profundizar el análisis de problemas que no había-
mos visualizado al principio del proceso, como la relevancia de la fundamen-
tación de las sentencias. Ello no solo para interpretar y explicar las noveda-

346
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

des en la práctica judicial que se implementaron por entonces, sino también


porque a través de las mismas fue posible recuperar el marco normativo a
partir del cual fallaban los jueces. Y este era en gran medida el que provino
del reino de Castilla, reunido en las Siete Partidas. A este cuerpo se le suma-
ron otras disposiciones hasta conformar un conjunto abigarrado y no siempre
coherente, en la medida que la vigencia fue comprobable solo para algunos de
aquellos preceptos. La continuidad de su uso a lo largo de varios siglos estuvo
vinculada a que no solo eran utilizados –y luego citados– por los agentes judi-
ciales, magistrados, fiscales y defensores. Esa permanencia se sustentó en que
también fueron invocadas por las personas acusadas, generalmente hombres
jóvenes pertenecientes a los sectores más desfavorecidos. Estos rústicos, en
ocasiones analfabetos, no pudieron realizar referencias exactas de la normati-
va, sin embargo, conocían el contenido suficiente para explicar conductas que
le fueron reprochadas y buscar una salida beneficiosa del proceso judicial.
Esto no siempre fue posible, algunos pocos fueron condenados a muerte, gran
parte a servir en el ejército o, los menos, a transitar un tiempo en las precarias
cárceles provinciales. Este proceso de organización de la justicia letrada en la
campaña de Buenos Aires no es otro que una parte central de la construcción
estatal. A lo largo de la investigación realizada, y de las lecturas que la susten-
taron, pudimos concluir que aquella no fue la imposición de un poder central,
sino el resultado de una ardua negociación en los espacios locales donde la
administración de justicia desempeñó un rol esencial.
Al recorrer la bibliografía de los textos de Tau Anzoátegui que utilizamos
con mayor frecuencia, no encontramos referencias a aquellos historiadores
generales que sí apelaron a sus investigaciones en la Historia del Derecho
para sustentar sus propios estudios. Sin embargo, cada una de sus obras pue-
de ser leída en conjunto con otras, elaboradas desde el enfoque de la historia
social y del campo más reciente que coloca su mirada sobre las prácticas judi-
ciales. Tal abordaje puede realizarse de manera complementaria o, en deter-
minados aspectos, a modo de un contrapunto, siempre enriquecedor. Desde
mi perspectiva, esta posibilidad, que lo aleja de cualquier purismo, es uno de
los aportes más relevantes de la extensa obra de Víctor Tau Anzoátegui.

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352
OECONOMICA Y DERECHO LOCAL
La importancia de la casa y de la autoridad del padre de familia
para la comprensión del derecho local

Romina Zamora
Instituto Superior de Estudios Sociales- CONICET
ORCID: 0000-0003-0142-6997

SUMARIO: 1. Introducción; 2. Formación y evolución del concepto Oeconomia;


3. La Oeconomica en la mentalidad tardomedieval; 4. La Oeconomica en la tra-
dición religiosa; 5. La Oeconomica y el derecho local; 6. La Oeconomica y el go-
bierno local; 7. Conclusión.

1. Introducción

En un trabajo publicado en 2015, “Provincial and Local Law of the Indies.


A research program”, Víctor Tau Anzoátegui ha llamado la atención sobre
este tema, la importancia de la casa y la autoridad del padre de familia para la
comprensión del derecho local1. Si bien existen ya diferentes líneas dentro del
estudio del derecho en América hispánica que proponen validar una diversi-
dad de fuentes del derecho y una variedad de espacios sociales y culturales
para su comprensión, al incorporar directamente el espacio de la casa como
algo necesario para el estudio histórico-jurídico, Tau Anzoátegui vislumbró
la estrecha relación entre los intereses de las familias, la consuetudo y el de-
recho local2.
De esta manera, llama la atención sobre la antigua tradición del buen go-
bierno, en la medida en que la autoridad paterna para gobernar la casa era el
modelo en que debía gobernarse la ciudad, en tanto y en cuanto esos padres
de familia debían ser, alternativamente, los miembros de la República3. Den-
tro de un orden jurisdiccional, esa capacidad política tenía estrecha relación
con la capacidad jurídica para dictar normas y reconocer usos y costumbres
dentro de su espacio jurisdiccional4. Este mecanismo era parte de la plasti-

1 Tau Anzoátegui, en Duve y Pihlajamäki, New Horizons, pp. 235-255.


2 Levene, El derecho consuetudinario; Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes; Hespan-
ha, La gracia del derecho, Duve y Pihlajamäki, New Horizons.
3 Castillo de Bovadilla, Política para Corregidores; Jean Bodin Les Six Livres de la
Republique.
4 Vallejo, Ruda equidad, ley consumada; Meccarelli, Pensare la legge.

353
ROMINA ZAMORA

cidad del ius commune, en cuya relación entre ius commune–ius proprium
quedaba en evidencia la imposibilidad de pensar el orden de antiguo régimen
como uno solo, antes bien, se trataba de una negociación permanente entre
los intereses de los territorios locales –las familias– y el Rey.
La autoridad paternal es lo que se conocía como oeconomia, oeconomica,
o económica a secas desde la antigüedad hasta los siglos modernos. Consistía
en la capacidad de un padre de regir su casa y de lograr la obediencia y la ar-
monía entre todos sus miembros, cada uno respetando su estatus y su lugar
dentro de la jerarquía hogareña. La autoridad se extendía a todos los miem-
bros de su casa en la ciudad y/o en la campaña, sean familiares, domésticos,
criados, mitayos, peones, esclavos, conchabados o huéspedes, constituyéndo-
se, de esta manera, en el responsable tanto del bienestar como del comporta-
miento de una gran cantidad de personas.
Por otra parte, la oeconomia tenía proyección jurídica en la medida en que
las normas promulgadas por los Cabildos o Ayuntamientos debían favorecer
a las familias de sus vecinos y propender al bien común de sus casas, en tanto
ellos eran el componente principal de la República y a cuyo beneficio debía
estar destinado el buen gobierno. Esto fue un tema que Tau Anzoátegui ilu-
minó en sus estudios sobre la costumbre en América y sobre los bandos de
buen gobierno5.
En este capítulo, el objetivo es presentar la evolución y las múltiples resig-
nificaciones que fue sufriendo el concepto oeconomia en el campo filosófico
europeo y de qué manera ello es útil para reflexionar sobre la conformación
de un derecho local americano para el período preconstitucional, de dominio
hispánico.

2. Formación y evolución del concepto oeconomia

Aún era confuso el estado de las cosas en el mun-


do, en la Era en que se desarrolla esta historia. No
era raro encontrarse con nombres y pensamientos
y formas e instituciones para los que no existía nin-
gún nombre.
Ítalo calvino, Il cavaliere inesistente (1959)

5 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre; Tau Anzoátegui, Los Bandos de Buen


Gobierno.

354
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Para la compresión de esta propuesta teórica dentro de una antropología


jurídica abarcativa de los procesos históricos, es necesario realizar algunos
desplazamientos conceptuales. La antigua oeconomia no tenía nada que ver
con el mercado, ni con el dinero, ni con el Estado y sólo secundariamente con
la riqueza. Aún más, la teoría oeconomica aborrecía la ostentación, ya que
consideraba el lujo como un derroche y el derroche como una vulgaridad.
No se trataba de una forma de pensar la riqueza, sino un concepto que com-
prendía un tipo específico de mando y de una estructura de disciplina, la de
la casa.
Si nos remontamos a su etimología, vemos que deriva del concepto griego
οίκο νομος, oiko-nomos, la ley de la casa. Probablemente haya sido Aristó-
teles, en el siglo IV a.c., quien le haya dado su nombre. El filósofo la incluyó
dentro de la Política, entendiéndola como la capacidad de mando de un padre
de familia y dueño de casa, tanto sobre su esposa como sobre sus hijos y sobre
la servidumbre.
La oeconomía aristotélica comprendía tres formas de potestad diferentes
entre sí, ya que el jefe de la casa –οίκος Βασιλεύς, el oiko basileus de los es-
critos homéricos– no podía mandar de la misma manera a la esposa que a
los esclavos, ya que si sobre éstos debía ejercer una autoridad despótica o
señorial –δεσποτικη–, con aquella debía mantener una relación conyugal –
γαμική–, fundada sobre el amor mutuo, con un alto componente cotidiano
de negociación. Con los hijos, por su parte, debía ejercer la potestad paternal
–πατρικη–, de amoroso cuidado tanto como de formación y de disciplina6.
Este tipo de gobernanza doméstica sobre un grupo heterogéneo de perso-
nas –esposa, hijos, criados, esclavos, parientes y allegados–, también incluía
la administración del patrimonio familiar y la producción, sobre todo agríco-
la. Su desempeño en estas materias se complementaba con la gestión de las
relaciones políticas.
Por su parte, Jenofonte, en el libro llamado Económico, presenta un diá-
logo socrático sobre temas de la educación de los miembros de la familia para
el buen gobierno doméstico, la verdadera significación de la riqueza, el es-
fuerzo dedicado al trabajo y la agricultura. Es probable que, entre Aristóteles
y Jenofonte, hayan definido el contenido de la oeconomia, anudando aquel
significante a un determinado significado.
El uso histórico del término latino oeconomia, para referirnos a la concep-
ción aristotélica griega, se debe en parte a que esa tradición se ha mantenido

6 Burckhardt, Oexle, Spahn, Wirtschaft.

355
ROMINA ZAMORA

a través de los juristas medievales que escribían en latín. Especialmente a


partir del siglo XII, el término había sido recuperado por las escuelas de tra-
ductores ibéricas, que traducían del árabe y de las lenguas romance al latín7.
El uso historiográfico del concepto oeconomia, por su parte, se lo debe-
mos a Otto Brunner, historiador alemán quien, con su estudio pionero sobre
Das „Ganze Haus” und die alteuropäische „Ökonomik”, publicado en 1968 y
traducido al castellano en 1976, fue dando forma a un objeto, la casa grande,
y a una teoría, la Ökonomik, la oeconomica de la vieja Europa8. Además, en
idioma alemán existe una característica con la que no contamos en idioma
castellano, y es que cuentan con dos palabras Ökonomik y Wirtschaft, para
designar los temas y las materias incluidos en la economía. Haciendo uso
de esa ventaja idiomática, más que de la tradición latina, los historiadores
acordaron en llamar oeconomia o economica a la significación de genealo-
gía aristotélica del concepto –Ökonomik–, para diferenciarla de la economía
moderna –Wirtschaft–, especialmente fijada a un significado después de los
desarrollos de los mercantilistas y más aún, de las teorías liberales.
Aristóteles, por su parte, comprendía a la económica –οικονομική, el go-
bierno de la casa– como una forma de potestad junto a la ética –ηθική, el
gobierno de sí mismo– y la política –πολιτική el gobierno de la ciudad–. Así,
la ética, la económica y la política representaban tres niveles de gobierno, or-
denadas de tal manera que uno necesitaba del anterior: sólo podía regir bien
la ciudad quien demostrase ser capaz de llevar exitosamente su casa, en tanto
el control de las pasiones del espíritu era necesario para las otras dos.
La casa –el οίκος– no sólo era el hogar de la familia, sino que era conside-
rado como el principal artefacto organizador del espacio y de las relaciones
sociales. Se trataba de un ámbito de relaciones más menudo que la ciudad
–πολις, la polis–, pero al mismo tiempo la ciudad se organizaba a partir de la
reunión de las casas en una urbe. No porque la cercanía espacial de las casas
fuese suficiente para hacer una ciudad, porque no lo era, (Rubinstein, 2005),
sino porque una ciudad era el cuerpo político compuesto por los jefes de esas
casas agrupadas. Un significado que acercará mucho el concepto de ciudad al
de República, de polis y res-publica.
La asignación la Oeconómica como parte de la Política, fue resultado de
esta comprensión aristotélica de la relación de casa y polis. Eso tuvo conse-
cuencias fundamentales en el pensamiento político moderno.

7 Gargatagli, La escuela de traductores.


8 Brunner, La “casa grande” y la oeconómica.

356
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

La recepción en la Roma clásica del concepto de οικονομική lo asimiló a


un paradigma de gestión. Más que con la autoridad, tenía que ver con las de-
cisiones que tomaba el paterfamilia para lograr el funcionamiento correcto
de una casa9.
El derecho romano daba centralidad al domus –el equivalente latino del
oikos griego–, no sólo como espacio vital sino como ámbito de resolución de
conflictos. El pater familiae era el único hombre que era dueño absoluto de
su voluntad –sui iuris– y de quien dependían los demás miembros de la casa
–alieni iuris–, que excedían largamente a la familia biológica. El hombre de
la antigüedad romana gozaba de un lugar de preeminencia y de exclusividad
superlativos, ya que, como único jefe, juez y sacerdote de la vida familiar, te-
nía potestad sobre la vida y la muerte de los miembros de su familia. No solo
la vida física sino también la vida civil, ya que, por ejemplo, sólo podían ser
considerados como hijos de familia aquellos que el padre reconociera –agna-
tio– ya que no era suficiente el hecho de descender físicamente de la mujer
–cognatio–.
Sin embargo, la antigua oeconomia tuvo su capítulo más brillante, no en
la filosofía de los gentiles sino en la teología cristiana. Por su parte, la teología
pudo encontrar en la oeconomia un operador estratégico para poner en pala-
bras sus principales misterios.
Giorgio Agamben analiza la utilización que hicieron los Padres de la Igle-
sia del término oikonomía. “Oconomian theoû tèn en pístei: la buena activi-
dad de administración que me ha sido confiada por Dios”: San Pablo actuaba
como enviado, como ordenador (dispositio) de la misión para la salvación,
por tanto, la oeconomia no era el Reino de Dios, sino el buen gobierno terre-
nal que encaminaría a los hombres a la vida eterna. El encargado de la admi-
nistración de la gracia (dispensatio) era el propio Dios, que lo hacía según su
propia voluntad.
Como principio de orden, la oeconomia era asumida, en su etimología más
ceñida, como la correcta organización doméstica. Esto tuvo una trascenden-
cia fundamental para la organización eclesial, ya que la comunidad cristiana
fue estructuradas en términos oeconómicos, no políticos. Dios asume así el
lugar del Padre (Deus pater), el Verbo encarnado en el lugar del Hijo (filius),
sus representantes en la tierra son vistos como servidores (diakonos) al ciu-
dado de la familia cristiana, que en su conjunto componía la casa de Dios
(domus Dei).

9 Agamben, El reino y la gloria.

357
ROMINA ZAMORA

3. La oeconómica en la mentalidad tardomedieval

Si bien Aristóteles no había desaparecido durante todos esos siglos, la re-


cuperación del concepto aristotélico de la oeconómica tendrá lugar a partir de
los siglos XII y XIII.
Mientras tanto, algunos autores como Boecio e Isidoro de Sevilla habían
mantenido en sus enseñanzas la división tripartita de la doctrina del indivi-
duo. Ellos seguían proponiendo la distinción entre cura sui y cura republicae
como distintos a su vez de officium rei familiaris. También mantuvieron la
propuesta de ordenar la filosofía en tres ámbitos, de philosophía moralis,
philosophía civilis y philosophía dispensativa (oikonomike),
Esa recuperación fue llevada a cabo tanto por vía directa, de traducción de
la filosofía antigua, como por vía indirecta, a través de los filósofos islámicos,
ya que Averroes fue uno de los pilares de la puesta en valor y circulación de
las enseñanzas aristotélicas en el mundo cristiano. Junto a él, Avicena y Mai-
mónides alimentaron la reflexión sobre sus materias, lo que dio lugar a una
intensa actividad de traducción del árabe y del latín en Toledo, en Tudela y
en Zaragoza, así como en algunos centros italianos. Pero la recuperación de
la Política de los originales griegos fue obra de un traductor alemán, Wilheim
von Moerbeke, recién en 128010.
Las nociones sobre el gobierno de la casa fueron materia de reflexión jurí-
dica en el territorio castellano, manteniéndose dentro de su raigambre aristo-
télica. En las Siete Partidas, ordenadas por Alfonso El Sabio –quien gobernó
Castilla entre 1252 y1284–, la Cuarta Partida estableció el marco doctrinal y
jurídico dentro del cual debían celebrarse la conformación de una casa, quié-
nes estaban incluidos y cuáles eran los deberes del padre y de la madre. A lo
largo de numerosos títulos, con permanentes referencias a los “sabios anti-
guos” e incluso directamente a la Política de Aristóteles, explicaba con preci-
sión qué significaba el casamiento, quiénes podían hacerlo y quiénes estaban
impedidos, tratando de incorporar la mayor cantidad de situaciones posibles
que pudieran significar la nulidad o la anulación del matrimonio. También se
enumeraban las múltiples situaciones que los esposos debían sortear para no
descuidar el cuidado recíproco, que debía ser amoroso y constante.
La Cuarta Partida señalaba todos los casos posibles de quiénes debían ser
reconocidos como hijos legítimos –todo hijo que naciera de la mujer mientras
los esposos vivieran juntos más todos los que el marido además quisiera reco-

10 Burckhardt, Oexle y Spahn, Wirtschaft.

358
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

nocer– y quiénes podían ser incorporados a la casa como criados. En función


de eso, la ley se explayaba para detallar en qué consistían la patria potestad
y la crianza. Indicaba la forma de administrar los bienes de la casa, la dote y
las arras, quiénes eran los siervos y cómo debía mandarlos el señor de la casa.
Alfonso el Sabio señalaba que el hombre debía mandar de manera distinta
a la mujer que a los hijos o a los siervos, adecuando sus modos al cuidado que
le debía a cada uno y a la obediencia que éstos debían brindarle. Al casamien-
to le daba el nombre de matrimonio como un homenaje a la madre, “porque
la madre sufre mayores trabajos con los hijos que no el padre […] por ello es
llamado matrimonio”11.
Los últimos títulos se extendían sobre temas que también estaban inclui-
dos dentro de las materias del casamiento, como las relaciones de dominio,
del feudo y del vasallaje.
También en esta Cuarta Partida se desarrollaba un capítulo sobre la amis-
tad, definiendo quiénes eran los amigos y cómo había que tratarlos. Los ami-
gos eran el bien más preciado de un hombre, ya que en cuanto un hombre
dueño de casa y jefe de familia sea más honrado, más poderoso y más rico,
tanto más va a necesitar de los amigos.
Los estatus generados dentro de la familia demostraron tener mayor per-
durabilidad en el campo de determinación de derechos –naturales, políticos,
civiles, religiosos–.
Massimo Meccarelli llama la atención sobre el espacio de producción del
derecho y de ejercicio del poder político en la ciudad medieval, en el que el
reconocimiento de su potestas statuendi daba visibilidad a su autonomía po-
lítica, que conservaba su matriz consuetudinaria y se confirmaba como co-
munidad12. Esa comunidad no era otra que la compuesta por los padres de
familia, como cabezas de sus casas.
La buena economía doméstica no debía confundirse con la producción de
la riqueza. Económica y crematística –el arte de producir dinero– eran con-
ceptos antitéticos. La buena gestión de los bienes de la casa no se trataba de
producir riqueza sino de administrar el patrimonio con discreción y pruden-
cia, para lucirse de la mejor manera sin ofender a Dios. Un padre de familia
podía interesarse en acrecentar los bienes de la familia, siempre y cuando ello
se hiciera a través de medios virtuosos, especialmente a través del trabajo
agrícola. Un padre virtuoso solamente podía dedicarse al comercio en caso de

11 Alfonso el Sabio, Siete Partidas, Partida Cuarta, Ley 2, tit 2.


12 Meccarelli, Pensare la legge.

359
ROMINA ZAMORA

extrema necesidad y sólo para lograr ganancias moderadas, sin obtener más
lucro que el que necesitara para mantener el bienestar de su familia, ya que
ninguna familia de bien podía fundar su honorabilidad en la usura. La usura
era considerada un pecado y una ignominia, pero esto no significaba que un
buen padre de familia no pudiera prestar auxilios materiales a sus amigos o
dependientes y que éstos, en agradecimiento, se lo devolvieran crecidos13.
El buen gobierno de la casa no consistía en acumular riquezas sino en la
esmerada formación de virtuosos padres de familia, que administraran con
prudencia, que mandaran a su mujer, a sus hijos y a su servidumbre con
amor, que regalaran a sus amigos con liberalidad y que dieran a los pobres
por caridad, además de brindarles el ejemplo inalcanzable de la distinción.
La riqueza, por supuesto, ayudaba a exhibir la buena gestión del patrimonio,
a procurar el bien común para los miembros de la casa y a poder mantener
clientes y huéspedes, lo que le daba aún más protagonismo social en la ciu-
dad, que no tardaba en convertirse en protagonismo político14.

4. La oeconomica en la tradición religiosa

Debemos a Santo Tomás de Aquino la renovación de la reflexión sobre la


oeconomia, enlazando el concepto aristotélico de potestad del padre de fa-
milia con el cristiano de la auctoritate divina dispensatio. De esa manera se
integró el misterio de la economía con la economía como gestión de la casa,
relacionando a su vez a la buena economía con la salvación. Eso equivalía a
reconocer la predestinación de los padres de familia, por providencia divina,
para ocupar ese lugar rector. Ello era una carga al tiempo que una gracia,
ya que implicaba unas obligaciones –la de procurar el bien de todo el grupo
como un siervo fiel y prudente– al mismo tiempo que significaba ser amado
por Dios. Thomas Duve observa de qué manera esa idea se fue desarrollando
a lo largo de los siglos modernos, cuando ese valor providencial se volvió una
autojustificación para las elites de su lugar social, agregando la pauta moral
como fundamento para alcanzar la vida eterna.
En el siglo XIII, en numerosas quaestiones de la Summa Teológica, Santo
Tomás percibió que económica atravesaba las cuestiones sobre la prudencia,
la justicia, las compraventas, la usura y propiamente el derecho. Ello otorga-
ba la centralidad política al gobernator familiae.

13 Clavero, Antídora
14 Marqués de San Adrián, Manual de Economía Doméstica

360
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

En las relaciones hacia adentro de la casa, para lograr el buen gobierno y la


buena disciplina de los miembros de su familia era necesario el arbitrio indis-
cutido del padre, así como para la buena administración de sus bienes15. De
todas maneras, proponía que había que distinguir entre el derecho paternal
y el señorial, porque mandar a los hijos no debía ser lo mismo que mandar
a los sirvientes y a los esclavos16. Por más grande que fuera la casa y por más
amplias que fueran las atribuciones del padre a su interior, lo que dijera un
padre podía tener fuerza de ley indiscutida dentro de la casa, pero tenía fuer-
za de ley fuera de sus dominios17. Del mismo modo, su capacidad para admi-
nistrar justicia dentro de la casa no lo volvía un juez18. Preguntándose sobre
la capacidad de decisión de un padre dentro de la casa, Santo Tomás estaba
limitando sus alcances19.
Santo Tomás dio vuelta el planteo aristotélico de la relación entre la casa
y la ciudad, en tanto el ámbito familiar estaba dentro del orden de la ciudad,
por lo que devolvió el mundo doméstico la reflexión de la Politeia 20. La ciu-
dad estaba compuesta por las familias, es verdad, pero no dependía de ellas
sino de la autoridad correspondiente. Retomaremos este tema más adelante.
Las autoridades de la ciudad, a su vez, estaba sometida al orden del Rey y por
obra del Rey se ordenaba todo el reino con la gracia de Dios21.
La tradición cristiana, no sólo tomista sino tardomedieval en su conjunto,
le fue sumando componentes morales a la familia en sí, y, consecuentemente,
a la potestad del padre como tutor. La familia seguía ocupando el lugar de la
célula básica del orden divino, por lo que el rol del padre se convertía cada
vez más claramente en sustento de la disciplina religiosa y moral, así como él
mismo era el garante del orden trascendente en la relación con sus subordi-
nados y con sus pares, por vía de fe antes que por determinación de derecho22.
Dentro esa estructura cultural de base teológica, probablemente la Refor-
ma haya constituido un hito en el tratamiento filosófico de la administración

15 Summa Theologiae, I-II, q. 97, a. 4, c.; II-II, a. 50, a. 3, c. y ad. 3; q. 80, a. 1, c. y ad.
2; q. 97, a. 4, ad. 3; q. 105, a. 1, c.
16 Summa Theologiae, II-II, q. 57, a. 4.
17 Summa Theologiae, I-II, q. 90, a. 3, ad. 3; q. 105, a. 4, c.
18 Summa Theologiae, II-II, q. 58, a. 7, ad. 2 y 3.
19 Summa Theologiae, II-II, q. 65, a. 2, c. y ad. 2.
20 Summa Theologiae, II-II, q. 47, a. 11, c.
21 Summa Theologiae, I, q. 22, a. 3, c.; q. 105, a. 6, c.; I-II, q. 61, a. 5, c. y ad. 3; q. 65,
a. 2, c.; II-II, q. 26, a. 7, c. y ad. 1; a. 8, c.; a. 9, c.; a. 10, c.; a. 11, c.; a. 13, c. y ad. 3.
22 Frigo, Il padre di famiglia.

361
ROMINA ZAMORA

de esas mismas relaciones de la casa, y su relación con lo divino, lo que modi-


ficaba el rol de la iglesia como vicaria de Dios en la tierra. El valor providen-
cial del padre de familia fue una de las principales fuentes en las que abrevó
el pensamiento protestante para encontrar las justificaciones morales de la
autoridad y, consecuentemente, las formas conexas del derecho natural23.
Martín Lutero puso el foco en la obediencia familiar y en el papel rector
del padre de familia, tanto en la obligación moral del noble como padre de
familia como en la piedad familiar del siervo y su obligación de servicio. En
1529, escribió el prólogo para la obra de Justius Menius, Oeconomia Chris-
tiana. El mismo año publicó su Catecismo Menor, donde daba instrucciones
a obispos y pastores sobre cómo cuidad a la grey, pero también a los padres
de familia, acerca de cómo instruir a sus hijos y a sus sirvientes. Insistiendo
en la piadosa y prudente administración de la casa, ponía énfasis en la buena
oeconomia, pero no tanto como la capacidad de gestión del padre –que tanto
podía ensalzar como hundir a su familia– sino en el deber de cumplir con sus
obligaciones cristianas, como agradecimiento a la providencia que lo hubo
colocado en ese lugar. De esa manera, insistía en el carácter indisponible de
la providencia. Dicho en otras palabras, si un hombre no estaba predestinado
a la salvación, no alcanzaría la vida eterna ni la indulgencia por más bulas que
comprase24.
El luteranismo volvió a recuperar la relación entre familia y oeconomia,
pero no sólo como influencia aristotélica, sino como cambio radical en la re-
lación entre la iglesia y sus fieles. Para ello devolvía a los padres de familia la
potestad económica. Esta relación se explicaba en libros que podían agrupar-
se bajo en nombre genérico de Oeconomia Christiana. Recuperando el título
de la obra prologada por el propio Lutero, en ellos se insistía en el lugar pro-
videncial de los padres de familia y en el orden familiar dentro del que cada
miembro debía cumplir piadosamente con su deber, como forma primigenia
de disciplina.
Al mismo tiempo, la potestad paterna que derivaba del derecho natural dio
lugar a otra extensa tradición literaria, esta vez en materia jurídica, contenida
en publicaciones que podríamos agrupar como Oeconomia Iuris. Este fue el
título de alrededor de una centena de libros publicados durante los siglos XVI
y XVII, que contenían auténticos tratados de derecho civil. Estos tratados se
referían a los campos que versaban sobre la relación de estatus dentro de la

23 Duve, Der blinde Fleck der ‚Oeconomia’?


24 Shaun Price, Luther’s Use of Aristotle.

362
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

sociedad civil, el matrimonio y la familia, la regulación de la filiación, de la


propiedad y de la herencia.
Una tercera tradición literaria puede ser englobada con el nombre gené-
rico de Literatura para padres de familia. Estuvo difundida sobre todo en
territorio alemán –Hausväterliteratur– e italiano –económica–, aunque
también era posible encontrarla dentro de los ámbitos culturales de la mo-
narquía francesa y de la española. Estaba encargada de enseñar a los padres
de familias distinguidas cómo llevar adelante el buen gobierno de la casa para
obtener el mayor lustre y dignidad, pero también de cómo construir buenas
relaciones políticas con los demás padres de familia. Estos libros estaban es-
critos ya no en latín como las precedentes, sino en lenguas romance, para
quedar al alcance de un público letrado pero que no hubiera pasado por los
claustros universitarios. No se trataba solamente de retratos costumbristas o
ensalzadores, sino que componían auténticos tratados sobre el buen gobierno
durante los siglos modernos25.
En estos escritos, además, se fueron distinguiendo dos ámbitos diferentes
en el cuidado de la casa y la familia: uno al que se dedicaba especialmen-
te la madre, referido a la seguridad y el orden de la vivienda, así como a la
exhibición de la piedad y la virtud dentro del matrimonio. El otro ámbito
estaba referido a la administración de los bienes y la riqueza de la casa, que
se fue conociendo como patrimonio, la función del padre. La buena economía
doméstica era el resultante de la conjugación armoniosa de los cuidados del
padre y de la madre26.
Durante el Concilio de Trento, entre 1545 y 1563, lo que podemos con-
siderar como el momento encargado de poner las bases de la nueva iglesia
católica contrarreformista, se desarrolló el valor sacramental de la familia,
pero en ningún momento se relacionó familia con oeconomia. Tampoco la
Segunda Escolástica relacionó familia con oeconomia. Los autores que abor-
daron cuestiones relacionadas con la potestad del padre y su relación con el
gobierno del príncipe, como Francisco de Vitoria (1529), no usaron el término
economía, como tampoco lo hicieron quienes trataron sobre la disciplina de
la casa, la moral familiar o la virtud femenina, como Luis de León en La per-
fecta casada (1584), o Los Manuales para Confesores como el de Martín de
Azpilcueta (1570). La Contrarreforma insistió en mantener restringida la me-
táfora económica a la casa de Dios y el sacerdocio, tanto como al misterio de

25 Frigo, Il padre de famiglia


26 Zamora, Amor, Amistad y beneficio.

363
ROMINA ZAMORA

la trinidad. Esa convicción fue reforzada por libros como De Incarnationes, et


oeconomia verbi (Tanner, 1627), como había señalado en Sacramentum or-
dinis in Oeconomia salutis (1536), incorporado posteriormente en sucesivos
Catechismum Catholicae Ecclesiae.
Autores como Martín de Aspilcueta (1569), Tomás de Mercado (1569,
1571) y Diego de Covarrubias (1554) tampoco relacionaron sus temas de di-
nero, precios o comercio con el término economía, ni en su versión antigua
–oeconomica– ni en su versión moderna –economía, a secas–. Sencillamen-
te, sus estudios pertenecían a otro ámbito que sólo teleológicamente podía
pensarse como económico.
Ellos fueron los primeros pensadores cristianos en tratar temas que po-
drían considerarse dentro de la moderna ciencia de la economía, como el va-
lor del dinero y la formación de los precios, la importancia de la circulación
de los metales o la licitud del cobro de interés, pero ninguno de ellos utilizó
ni siquiera una vez la palabra “economía” –en ninguno de sus libros–, para
referirse a estos temas crematísticos o mercantiles. El campo referido al in-
tercambio comercial y las ganancias devenidas de éste sería conocido poste-
riormente como economía civil.

5. La oeconomica y el derecho local

Durante el siglo XVI, a medida que la teoría política moderna fue edifican-
do su teoría y separándola de la religión, se fue redefiniendo la relación entre
política y oeconomica. Eso iba a significar la secularización de las bases po-
líticas de la República, pero de una República que, paradójicamente, no dejó
de ser entendida como católica y familiar, y de un derecho que era custodiado
por abogados y juristas que debían ser, primero, teólogos.
Todavía la casa representaba la base y fundamento de orden y buen go-
bierno de la sociedad. El gobierno de la casa debía estar a cargo del padre de
familia, esposo, patrón y señor, sin descuidar que, complementariamente y
según las materias, ese lugar rector de la familia también podía ser asumido
por la madre. Esto no era algo menor, ya que implicaba una división conyugal
de las tareas de la casa y, por ende, del lugar rector dentro de ésta.
Las madres de familia fueron las encargadas de la gestión cotidiana de la
casa, de las criadas, la higiene, la salud, la buena alimentación y el cuidado de
los niños. Hacia afuera, las madres debían encargarse de las muestras de la
piedad tanto como de la socialización con las demás mujeres, mediante reu-

364
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

niones en las que debería hacer gala de su buena educación, de su intachable


virtud y su prudencia. Probablemente, esas reuniones dentro de los gineceos
no quedaron reducidas solamente al plano de la sociabilidad mujeril, sino que
en ellas sin duda se trazaron alianzas o enemistades de alcance político y pa-
trimonial, las que tenían trascendencia en las definiciones propias del espacio
político e institucional del gobierno de la ciudad27.
Finalmente, de igual o mayor trascendencia fue la transformación del tér-
mino economía para incluir todo lo que originalmente aborrecía: a la riqueza,
al mercado y al dinero.
La casa y la familia eran centrales para el buen gobierno en tanto reunían
el dominio sobre la tierra y el control sobre la mano de obra. Casa, familia y
dominio eran las condiciones necesarias que daban forma a la figura del suje-
to de derechos políticos, es decir, quiénes tenían la obligación y el derecho a la
carga pública, así como quiénes debían ser los destinatarios de los beneficios
y privilegios otorgados por el Rey
A esas características, aún habría que sumarle dos más: en primer lugar, la
de ser católico. El padre de familia debía ser miembro de la casa de Dios, para
que se reconociera, en él, como señalaba Santo Tomás, la obra la providencia.
En segundo lugar, el padre de familia que debía cumplir la función de gober-
nar a la comunidad constituida por la unión de esos mismos padres, debían
hacerlo con la misma responsabilidad y prudencia con la que regía su propia
casa. De esta manera, estamos ante una percepción de lo político justificado
en lo oeconomico.
Para asumir la carga pública, el vecino de la ciudad debía ser aceptado por
lo demás vecinos. El padre de familia no sólo era distinguido per se sino que
debía ser considerado como tal por el resto de la parte sana y principal de
la sociedad e incluso por el Rey. De esta manera, la corporación urbana res-
guardaba su autonomía política, que alimentaba a su vez la autonomía de un
derecho, legítimamente capacitado de darle forma a su potestas estatuendi
sin interferencias de intereses ajenos a ellos mismos.
No es necesario insistir en que el espacio local era una fuente genuina de
poder y creación jurídica, no de un mero poder delegado28. La producción y
circulación de saberes normativos estaba legítimamente a cargo de las au-
toridades locales, quienes podían optar ante cada situación, por una entre

27 Becker, Gender in the history.


28 Tau Anzoátegui, Los Bandos de Buen Gobierno; Vallejo, Ruda equidad, ley con-
sumada.

365
ROMINA ZAMORA

las múltiples leyes generales o por las costumbres locales reconocidas como
privilegios, bajo el principio general de que lex especialis derogat generalis29.
Así, los Cabildos o Ayuntamientos, a través de bandos de buen gobierno o de
medidas para regular conflictos puntuales, podían establecer principios que
estaban en las antípodas de la normativa originada en niveles superiores de
autoridad30.
El derecho local tenía estrecha relación con los intereses de las familias
principales de ese mismo lugar. Tau Anzoátegui explica el valor de la costum-
bre en este delicado equilibrio local:

La costumbre surgió, sobre todo en una primera época, como expresión rudimentaria
de la vida jurídica para dar solución a los problemas planteados, ya por desconoci-
miento de las normas existentes, ya por insuficiencia de éstas. Pero paulatinamente
fue también patrimonio de una cultura jurídica más desarrollada, que frecuentemente
se apoyó en la costumbre en la búsqueda de soluciones a situaciones o hechos nuevos
no previstos en los rancios ordenamientos castellano y común y en la necesidad de
atender a la variedad regional y a la mutabilidad temporal de los fenómenos indianos31.

La costumbre podía ser considerada como uno de los hechos normativos


dados con capacidad de constituirse en derecho local. Si bien esta definición
todavía es controvertida, es importante resaltar la acción hermenéutica a la
que daba lugar, que se manifestaba en el momento de la sanción de diferentes
tipos de normas por parte de las autoridades presentes en un lugar, con base
en prácticas locales inmemoriales. Ese acto otorgaba validez positiva a una
costumbre local.
La costumbre no necesitaba ser realmente antigua para ser reconocida
como tal, como lo expresa Darío Barriera cuando expone que el Cabildo de
Santa Fe, en la región más austral del reino de Perú, solicitaba el reconoci-
miento de sus costumbres inmemoriales cuando no contaba con más de seis
años de antigüedad32. También podía estar opuesta a leyes, como el propio
Rey lo admitía, al dar potestad a los agentes locales de gobierno a modificar,
añadir, quitar, ejecutar o dejar de ejecutar una ley si ella no era justa o podía
generar descontento en la República33.

29 Garriga, Patrias criollas, plazas militares.


30 Barriera y Godicheau, Del buen gobierno al orden público.
31 Tau Anzoátegui, El poder de la costumbre, p 96.
32 Barriera, Historia y Justicia.
33 Real Cédula del 24 de noviembre de 1601.

366
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

En efecto, si bien estamos viendo diferentes planos de autoridad, era en


las decisiones de Cabildo donde se podía encontrar la expresión de los usos
y costumbres en el plano normativo, ya que la expresión más pequeña de la
capacidad de dictar una norma estaba montada sobre la capacidad jurispru-
dencial de los alcaldes. Ellos eran los encargados de interpretar las leyes a fin
de hacerlas justas en un lugar en particular u optar por usos y costumbres
considerados legítimos y justos.
Si bien el arbitrio judicial era amplio, estaba limitado por la condición de
pensabilidad de las normas y su interpretación34. Por otra parte, como decía
Santo Tomás, la ley que no era justa no era considerada ley, por lo que se vol-
vía indispensable para los administradores de justicia y encargados del buen
gobierno ser racionales y sobre todo, ser profundos conocedores del espacio
local y de lo que en él era considerado justo también en términos oeconomi-
cos para los padres de familia, para quienes debían procurar el bien común.
Como bien lo expresa Carlos Garriga en el trabajo ya citado, ese derecho
municipal promulgado por los Cabildos de las ciudades españolas en América
regía con preferencia al derecho castellano y al derecho común. Aún más, la
Recopilación de Leyes de Indias, terminada en 1636 y publicada recién en
1680, fue un compendio de leyes municipales, en las que, en cada una, estaba
expresada la necesidad y la situación particular de los vecinos de una ciudad y
toda la población bajo su gobierno35. Tau Anzoátegui interpreta que ese hiato
entre el momento de finalización de la recopilación y la de su publicación, es
revelador de algo: que para los miembros del Consejo de Indias, un compen-
dio de leyes no era el único modo de ordenar el gobierno y la justicia –ni la
producción o circulación de saberes normativos– en América hispana.
Se vuelve evidente que, así como el gobierno de la justicia y la elabora-
ción de normas era una cuestión jurisdiccional, el gobierno de las personas
era una cuestión oeconomica. Precisamente, era en la casa española donde
debían ponerse en práctica, adaptarse y recrearse, saberes normativos rela-
cionados con la familia que ya tenían una regulación de antiguo, pero que
debieron sufrir modificaciones en América. Por ejemplo, la herencia, que fue
específicamente modificada; o la relación con la servidumbre y la esclavitud,
cuyos principios podían tener similitudes con situaciones europeas, pero que
eran, básicamente, distintos36.

34 Meccarelli, Pensare la legge, p 153.


35 Tau Anzoátegui, El Jurista en el Nuevo Mundo, p 96.
36 Clavero, El mayorazgo indiano; Cuena Boy, Yanaconazgo y derecho romano.

367
ROMINA ZAMORA

Hubo muchas otras situaciones sui generis que debieron resolverse en


cada caso a medida que se iban presentado, por lo que las soluciones nor-
mativas eran decididas por el padre de familia, para situaciones específicas.
Estas podían ser corroboradas por el Cabildo para ser aplicadas en otras si-
tuaciones dentro de su jurisdicción, pero esa participación institucional no
era necesario para el caso doméstico original, sino todo lo contrario, ya que
el padre decidía qué hacer dentro de su casa, que era un espacio vedado a las
justicias. Antes bien, la potestad pública debía resguardar la intimidad del
espacio casero, sin involucrarse en ella37.

6. Oeconomía y gobierno local

Durante el siglo XVI, a medida que la política moderna fue edificando su


teoría y separándola de la religión, se fue redefiniendo la relación entre políti-
ca y oeconomica. Eso iba a significar la secularización de las bases de derecho
de la República, pero de una República que, paradójicamente, no dejó de ser
entendida como cristiana y familiar, y de un derecho que era custodiado por
abogados y juristas que debían ser, primero, teólogos.
Jean Bodin, en Les six livres de la république (1576), lo expresaba tex-
tualmente en el primer capítulo de su primer libro: “république est un droit
gouvernement de plusieurs ménages, et de ce qui leur est commun, avec
puissance souveraine”. Pero en la versión castellana traducida y enmenda-
da católicamente por el consejero de la infanta Catalina en 1590, ménages
–casa– se tradujo como familia, en tanto puissance souveraine –poder sobe-
rano–, se presentó como autoridad suprema.
Pero eso no era todo. Donde Bodin puso ménage o ménagerie, el traductor
puso económica. Paradójicamente, Bodin buscaba diferenciar oeconomie de
ménagerie, porque la segunda incluía materias que la primera no había te-
nido en cuenta. El traductor Gaspar de Añacastro Isunza las distinguió como
“la económica de Aristóteles” y la de “los legisladores y jurisconsultos que
no entendieron la económica como Aristóteles”. Donde Bodin ponía el peso
en la construcción de lo público como algo que trascendía a las casas y las
beneficiaba, la traducción castellana la devolvía subrepticiamente al ámbito
familiar.
El justo gobierno de la casa era modelo para el gobierno de la República,
insistía Bodin, pero sin confundir una con la otra, lo que sería confundir la

37 Zamora, Casa poblada.

368
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

parte con el todo. Porque si bien la República estaba conformada por familias
y el justo gobierno de éstas fundaba la prosperidad de aquélla, precisamen-
te la novedad estaba en señalar la necesidad de la suprema autoridad (puis-
sance souueraine) por sobre la autoridad doméstica, para el control de las
cosas comunes, “como el patrimonio publico, el tesoro publico, el circuito de
la ciudad, las calles, los muros…: porque no es Republica, sino tiene algo de
publico” (p.9).
Jerónimo Castillo de Bovadilla, en su Política para corregidores (1597),
tomaba la primera parte de la relación de Bodin entre ménages et republi-
que, fundándola además en la palabra de San Pablo y de otros sabios anti-
guos: “Equiparase la Politica a la Economica, que trata del govierno de la
casa, porque la familia bien regida es la verdadera imagen de la Republica,
y la autoridad domestica semejante a la autoridad suprema”. La diferencia
radicaba en que Jean Bodin estaba tratando de crear el ámbito de soberanía
para un reino carcomido por las guerras de religión; mientras que Castillo de
Bovadilla escribía en el contexto del reino más cristiano y más poderoso que
nunca, tratando de advertir a los corregidores del Rey, que debían gobernar
copulativamente con los regidores de las ciudades, para lograr su buen orden
y prosperidad. Donde el filósofo francés usaba la comparación entre familia
y República para presentar la diferencia entre lo público y lo particular, el
letrado de las Cortes de Castilla insistía en equipararlas, resaltando el interés
de ambas en el bien común.
Castillo de Bovadilla establecía además una doble analogía, entre la casa
y la República, por un lado, y entre la República y el reino, por otro, ya que el
gobierno de la familia tanto como el de la República, así como el de la Repú-
blica tanto como el del reino, buscaban asegurar el disfrute del bien común
a sus integrantes. El bien común consistía, en líneas generales, en todas las
ventajas que representaba la vida ordenada localmente. La noción colectiva
de bien común no era contraria al ideal de utilidad individual, porque estaba
haciendo referencia a la administración –pública– de las cosas comunes, al
mismo tiempo que a la gestión de los privilegios –privados y corporativos–.
Su objetivo era lograr el bienestar de todos los padres de familia y sus grupos
domésticos considerados dentro de su propio espacio e imbuidos en su pro-
pia noción de justicia y de bienestar. No se trataba de una oposición entre lo
público y lo particular, sino en el delicado equilibrio entre ambas.
La equiparación entre la política y la económica resaltaba la trascenden-
cia de la potestad paternal y la capacidad vinculante de algunos elementos

369
ROMINA ZAMORA

propios de esa organización familiar. Se trataba de la justificación más cabal


de la disciplina, que podía fundar relaciones de obediencia firmes y durade-
ras. Esto trasladaba a la arena política relaciones vinculantes fundadas en
criterios personales –como el amor– que ni lejanamente podrían confundirse
con principios administrativos. El amor era el principal elemento de unidad,
cohesión y respeto que estructuraba las relaciones de tutelaje y obediencia en
el seno de la casa y la familia, lo que terminó siendo un modelo de disciplina
proyectado al espacio público38.
El amor familiar no se equiparaba al amor romántico, ni siquiera en la
relación marital. El discreto encanto por el amor cortés, aquel que nunca lle-
gaba a consumarse, ponía en evidencia que amor y casamiento eran dos lí-
neas paralelas que muy pocas veces podían cruzarse. Sólo la gente común se
casaba por amor; el Rey y las familias principales sellaban alianzas a través
de acciones sacramentales como el casamiento o el padrinazgo. El amor im-
plicaba, en cambio, una forma de disciplina. Significaba que los miembros de
la familia debían obedecer sin cuestionar las decisiones tomadas por el padre,
ya que éstas sólo podían estar fundadas en el cuidado paternal y en el deseo
de bienestar común.
El buen gobierno de la casa y la buena gestión de las relaciones entre pares
era la justificación económica que los padres de familia esgrimían para poder
asumir el gobierno político de la República. En tanto la casa era el escenario
de todas estas relaciones de poder, el conjunto de ellas era la razón de ser de
la República local, y el gobierno del cuerpo político debía estar a cargo de los
padres que pudiesen demostrar mayores méritos.
La reunión de las familias siguió siendo, en el ámbito hispánico y católico,
la causa y motivo de la organización y buen gobierno de las Repúblicas. La
potestad doméstica –oeconomica– era condición necesaria y excluyente para
que un padre de familia pudiera acceder a la potestad jurisdiccional. Casa y
República local se mantuvieron como dos conceptos inextricablemente uni-
dos: la casa justificaba la existencia de la República, y la República tenía como
finalidad el buen gobierno y el bien común en beneficio de las casas.
Los gastos en regalos eran piezas clave de las alianzas entre iguales y dife-
rentes, con los pares y con la plebe, ya que constituían significantes del pres-
tigio, de la riqueza y la magnanimidad, que juntos conformaban los signos
exteriores del poder. Esa relación, estudiada por Bartolomé Calvero en Anti-
dora. Antropología católica de la economía moderna, consistía en integrar

38 Cardim, “Governo” e “política” no Portugal.

370
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

una red de tratos basada en intercambios naturalmente obligados de agra-


decimientos materiales: la reciprocidad antidoral –la amorosa gratitud que
regía las relaciones entre los padres de familia– era un eslabón fundamental
en la creación de la cadena de vínculos y lealtades políticas. A partir de ellas y
de la buena gestión del patrimonio familiar, es decir, del buen gobierno de la
casa y de la construcción de lealtades, se establecían las jerarquías entre los
padres de familia y su posición basilar dentro de la República.
En ese sentido, la concepción de la economía política en términos anti-
guos había sido, en primer lugar, el vínculo que los padres de familia debían
cultivar entre sí, como si fuera la extensión de la oeconomica por fuera de la
casa. La economía política era una subdisciplina de la “verdadera economía”
doméstica y no una cosa distinta.
Pero en los albores del siglo XVII, había comenzado a florecer otra manera
de entender la economía política, ya no como una relación horizontal entre
pares sino vertical con el monarca. Se trataba de una idea de intervención
de la autoridad suprema contenida en un nuevo género de escritos dirigidos
al Rey, en las que se exponía la situación de decadencia de las ciudades y
se proponían soluciones, con el fin de que el Rey implementara los arbitrios
necesarios para mejorar la situación. Los arbitrios eran medidas fiscales tem-
porales, con un objetivo determinado, impuestos con licencia real. Si bien el
género arbritrista fue común a casi toda Europa, su desarrollo en el marco de
la monarquía de Felipe III fue, al parecer, excepcional39.
Mediante los arbitrios implementados por el Rey, cada padre de familia
podría mejorar su situación para llevar adelante la óptima administración de
su patrimonio. Ante los ojos de la antigua oeconomia eso era una aberración
política, una inversión de los valores que debían sostener la República y el rei-
no, así como un deshonor para ellos mismos. Los padres de familias principa-
les no debían tratar de que el monarca hiciera lo que era una obligación y un
deber propio, porque de esa manera estaban delegando en el Rey su función
de padres y, despojados de ella, no podrían salvar sus almas.
Lo que se estaba produciendo era una metamorfosis de la percepción del
gobierno en clave local relacionado con la función de los padres, extendiendo
hacia el Rey las obligaciones de establecer arbitrios para promover el bien
común de las familias principales. En el fondo, el auxilio a la producción y al
comercio era considerado como una obligación del soberano y siguió siéndolo
por lo menos hasta el siglo XIX, como se comprueba en la recuperación de

39 Dubet y Sabatini, Arbitristas.

371
ROMINA ZAMORA

la tradición arbitrista que hicieran los ilustrados y pensadores de la nueva


economía política, como Campomanes o Sempere y Guarinos. Fueron ellos,
estos pensadores, quienes recogieron y perfeccionaron el modo de hacer un
diagnóstico de la situación productiva que tuvieron los arbitristas del XVII.
Al igual que ellos, proponían las medidas que creían convenientes para ser
aplicadas por el Rey40.
No se trataba de solamente de la consideración del Rey como padre, lo que
no era para nada una novedad sino una tradición sobradamente demostrada,
sobre la que Luca Mannori desarrolló una teoría muy sugerente en Il sovrano
tutore. Se trataba del juego circular capaz de poner otra vez a la oeconomia
en el centro de la escena. Incluso en la compresión más nueva de la economía
política, el amor del padre convertía al Rey en el gran dispensador por potes-
tad económica, no jurisdiccional. Amministrare y guidicare, que se habían
visto fundidas en una única función en el ámbito del soberano, empezaban
a separarse nuevamente, en la medida en que la autoridad administrativa se
volvía el vehículo de la economía política, esto es, capaz de realizar actos uni-
laterales que pudieran sacrificar derechos de los particulares para favorecer
un bien común cada vez más abarcador, en tanto cada vez tenía menos que
ver con la autoridad judicial. El Rey, en función oeconomica, debía ser el gran
dispensador.
Frente a esta nueva comprensión de la economía, complementariamente
se fue desarrollando otra comprensión de la disciplina social. Si la economía
excedía la casa, también lo hacía la disciplina, en tanto ni la producción de
la riqueza ni el control social de toda la población podía hacerse solamente
puertas adentro. Esa nueva concepción de economía política se iba desarro-
llando en lo que se consideraba el campo novedoso de policía: el fomento a la
agricultura, a la industria y al comercio eran causas de policía y no de hacien-
da, porque tenían que ver con las creación de las condiciones necesarias para
el buen gobierno y el bienestar de los propietarios, mercaderes e industriosos
–los padres de familia–, al mismo tiempo que con la disciplina del trabajo
para los segmentos más bajos y desposeídos de la sociedad, que se habían
vuelto también los más numerosos41.
Para disciplinar a esa población libre –y pobre– que se movía por fuera
de las casas y por fuera de la autoridad de un padre o patrón, se extendió la
potestad económica hacia la calle en términos de nueva función de policía.

40 Dubet y Sabatini, Arbitristas.


41 Zamora, sobre la función de policía

372
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

El área de actuación de los comisionados con función de policía –porque


originalmente no era un cuerpo de oficiales sino una función pública que po-
día ser asumida por cualquier vecino, los padres de familia– no incumbía
castigar el delito, sino prevenirlo. Lo más trascendente referido a su potes-
tad económica es que podían castigar sin proceso, en tanto actuaban como
padres. En la misma línea, el castigo podía considerarse, no como abuso de
poder –público– sino como fraternal corrección –privada– cuyo objetivo no
era otro que resguardar la decencia del cuerpo social42.
Por otra parte, el giro semántico que se dio sobre el propio concepto de
economía modificó sus contenidos y su alcance. Desde el siglo XVII y espe-
cialmente en el XVIII se habían ido sumando adjetivos al término para pre-
cisar sus materias, por lo que se diferenciaba a la economía doméstica de la
economía política, y a ambas de la economía civil. Adam Smith en The wealth
of the nations de 1776, así como los mercantilistas antes que él, tuvieron mu-
cho que ver en la mutación semántica. Finalmente, por lo que en un primer
momento puede haber parecido una sinécdoque, la economía –sin adjetivos–
quedó anclada a la economía civil.
En inglés, también se utilizó economy como sinónimo de public police43.
Pero, así como en 1576 Bodin había colocado a la familia en el primer capítulo
de sus Six livres de la république, Blackstone la pondría al final del último de
los cuatro tomos de sus Commentaries on the Laws of England, doscientos
años después. No hace falta insistir en que los tratados sobre gobierno y ad-
ministración fueron alejándose de la familia y reduciendo la económica a una
cuestión de disciplina y control, ya no familiar sino social. La paradoja estaba
en la relación entre la forma y el fondo: la nueva concepción administrativa
del gobierno no cuestionó el lugar de privilegio de los padres de las familias
principales como destinatarios del buen gobierno de la República y del reino.
En sentido contrario, el derecho fue abandonando el ámbito de lo oeconomi-
co y consuetudinario para ser representativo de un nuevo espacio público,
pretendidamente objetivo y limitado por la letra de la ley.

7. Conclusión

Víctor Tau Anzoátegui, en “Provincial and Local Law of the Indies. A


research program”, propuso no solo una forma de abordaje metodológico,

42 Vallejo, Concepción de policía.


43 Dubber, The police power.

373
ROMINA ZAMORA

sino que reforzó desplazamientos conceptuales en la misma dirección, que


no son otros que los que él mismo propuso a lo largo de toda su obra. Se trata
de un nuevo enfoque que considera que los espacios locales pueden ser fuen-
tes genuinas de poder y creación de derecho, que conduce ineludiblemente a
la reconsideración de viejos supuestos –que él mismo fue haciendo a lo largo
de sus estudios– y la consideración real de la influencia de la estructura so-
cial –oeconomica– y política local, así como la naturaleza de los diferentes
saberes normativos que estuvieron presentes, en los diferentes espacios, en
diferentes tiempos y con circunstancias distintas.
Tau Anzoátegui proponía acercarse al fenómeno jurídico local como un
nuevo instrumento para profundizar en el derecho indiano y, en un sentido
más amplio, comprender en profundidad los mecanismos de articulación en
la monarquía hispánica. A lo largo de este trabajo propusimos, a la inver-
sa, que las formas de articulación de la creación jurídica en distintos niveles
pueden arrojar luz sobre los fenómenos sociales, políticos y jurídicos en el
espacio local.
Observando la evolución de la economía, desde su formulación aristotélica
hasta su metamorfosis liberal, vemos como ella ha estado en las bases del or-
den y el gobierno desde la antigüedad clásica y que muchas adaptaciones de
normas globales en el espacio global, o la creación de otras nuevas, de juris-
dicción limitada, están estrechamente relacionadas con las necesidades de las
familias principales para lograr el bien común, es decir, su propio beneficio.

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376
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377
SOBRE LOS AUTORES

Alejandro Agüero es Doctor en Derecho por la Universidad Autónoma de Ma-


drid. Es Investigador Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET) y Profesor de Historia del De-
recho Argentino en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Miembro
del Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho de Buenos Aires y
director de la Revista de Historia del Derecho.

Sergio Angeli se desempeña como Investigador Adjunto del CONICET en


el Programa de Historia de América Latina (PROHAL) del Instituto Ravig-
nani. Se graduó de Profesor, Licenciado y Doctor en Historia en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y obtuvo el título de
Magister en Historia por el IDAES (Instituto de Altos Estudios Sociales) de
la Universidad Nacional de General San Martín. Es Profesor Adjunto de Pro-
blemas de Historia de América en la Facultad de Filosofía y Letras y Jefe de
Trabajos Prácticos en el área de Sociedad y Estado del Ciclo Básico Común de
la Universidad de Buenos Aires. Pertenece también al Instituto de Investiga-
ciones de Historia del Derecho como miembro Titular. Sus investigaciones
están centradas en la actuación social y profesional de los magistrados de la
Audiencia de Charcas durante los siglos XVI y XVII.

Marcela Aspell es Doctora en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad


de Buenos Aires. Profesora Emérita de la Universidad Nacional de Córdoba.
Catedrática de Historia del Derecho Argentino en la Facultad de Derecho de
la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador Principal del CONICET.
Vice Presidenta de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de
Córdoba. Vice Presidenta de la Academia Nacional de la Historia. Ex Presi-
denta de la Junta Provincial de Historia de Córdoba. Autora de más de 60
libros y 300 artículos sobre su especialidad.

Darío G. Barriera es Investigador Principal del CONICET (ISHIR, Rosario,


Argentina) y Profesor de Historia de América Colonial en la Facultad de Hu-
manidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Premio Nacional
de Historia (2022) y Premio Internacional de Historia del Derecho Indiano
(2018). Autor de Historia y Justicia (Prometeo, 2019) y Abrir puertas a la
tierra (Min. Innovación de Santa Fe, 2013).

379
NOTA DE AUTORES

José Daniel Cesano es Miembro de Número de la Academia Nacional de De-


recho y Ciencias Sociales de Córdoba. Miembro correspondiente de la Acade-
mia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Miembro del Instituto de Investi-
gaciones de Historia del Derecho y del Instituto de Historia del Derecho y de
las Ideas Políticas “Dr. Roberto I. Peña” (ANDyCS).

Luis Gabriel González Alvo es Doctor en Historia por la Universidad Nacional


de La Plata. Investigador asistente del CONICET. Docente en la Universidad
Nacional de Tucumán. Es autor de numerosos artículos publicados en revis-
tas científicas nacionales y extranjeras. En 2022 publicó su libro Faros y pan-
tanos. Una historia de las prisiones provinciales argentinas (Córdoba, Santa
Fe y Tucumán, 1853-1946).

Esteban F. Llamosas es Director del Instituto de Estudios sobre Derecho, Jus-


ticia y Sociedad (IDEJUS, CONICET-UNC); Investigador Independiente del
CONICET y Profesor Titular de Historia del Derecho Argentino en la Facultad
de Derecho de la UNC. Sus temas de investigación se refieren a la historia
de las ideas jurídicas; la enseñanza universitaria del derecho; la literatura y
las bibliotecas jurídicas, especialmente en Córdoba durante los siglos XVIII
y XIX.

Eugenia Molina es Doctora en Historia por la Universidad Nacional de La


Plata (Buenos Aires, Argentina), investigadora independiente de CONICET,
titular efectiva a cargo de Historia Argentina I en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina). Su tesis
doctoral recibió mención especial en un concurso de la Revista Estudios So-
ciales (Argentina) y fue publicada como El poder de la opinión pública. La
formación de una cultura política moderna por Ediciones de la Universidad
Nacional del Litoral (2009). Ha realizado estancias cortas en la Universidad
de Chile (2011) y la Universidad de Toulouse (2017). Sus investigaciones se
especializan en los procesos de configuración de la estatalidad entre fines del
siglo XVIII y mediados del siglo XIX desde la perspectiva de la historia social
de la justicia y el gobierno. Tiene artículos y reseñas críticas publicados en
revistas argentinas y extranjeras (Chile, Colombia, México, Perú, Francia, Es-
paña, Alemania) de reconocida indexación y ha elaborado capítulos en obras
colectivas nacionales e internacionales (Francia, España, Chile), accesibles en
Academia.edu.

380
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Jorge Núñez es investigador adjunto del CONICET e investigador asociado


en el Max-Planck Institute for Legal History and Legal Theory (Frankfurt am
Main, Alemania). Es codirector -junto a José Daniel Cesano- de la Revista de
Historia de las Prisiones. Publicó más de treinta y cinco artículos sobre temáti-
cas penitenciarias en revistas nacionales y extranjeras. Es Profesor Adjunto en
la asignatura Historia Social Argentina, de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires. Realiza actividades de difusión del conocimiento
histórico en medios gráficos y audiovisuales y su Instagram es @drjorgenunez

María Cecilia Oyarzabal es Doctora en Historia por la Universidad Nacional


de La Plata, profesora adjunta de Historia Americana II en la Universidad
Nacional de la Patagonia (sede Trelew). Trabaja en temas vinculados a la Jus-
ticia Interétnica en la Jurisdicción de San Salvador de Jujuy en el siglo XVII.

María Rosario Polotto es abogada y doctora en Ciencias Jurídicas por la Pon-


tificia Universidad Católica Argentina. Actualmente se desempeña como pro-
fesora Protitular de Historia del Derecho y Metodología de la Investigación
Jurídica en dicha casa de estudios. También es docente de grado y posgra-
do en la Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional de Lomas de
Zamora, Universidad del Museo Social Argentino y Universidad Austral. Es
miembro del Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho. Desarrolla
su campo de investigación en la historia del derecho privado de fines del siglo
XIX y principios del XX con especial énfasis en el proceso de codificación y la
formación del pensamiento civilista.

Claudia Gabriela Somovilla es Abogada. Profesora en Ciencias Jurídicas. Doc-


toranda U.N.C. Profesora Asociada de Historia del Derecho y de Derecho Ro-
mano USAL. Profesora Adjunta Regular de Historia del Derecho Argentino
UBA. Profesora Asociada de Derecho Romano UB. Miembro del Instituto de
Investigaciones Jurídicas y Sociales “Ambrosio L. Gioja”, del Instituto de In-
vestigaciones de Historia del Derecho (INHIDE), del Instituto Latino America-
no de Historia del Derecho (ILHAD), de la Asociación Argentina de Profesores
e Investigadores de Historia del Derecho Argentino, de la Asociación Argentina
de Derecho Romano (ADRA), del Instituto de Derecho Romano Dr. Agustín
Díaz Bialet de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.C.C. Directora
de la Revista de Derecho Romano “Pervivencia” de la Facultad de Ciencias Ju-
rídicas – USAL. Tiene publicaciones de artículos de su especialidad.

381
NOTA DE AUTORES

Gabriela Tío Vallejo es Doctora en Historia por El Colegio de México. Se des-


empeña como Profesora Titular en las cátedras de Historia de América II y
III en la Universidad Nacional de Tucumán. Es Investigadora Adjunta de
CONICET (INIHLEP-INTEHP). Sus investigaciones se centran en la historia
política y en particular en la administración de justicia durante el periodo
1770- 1860.

Laura Volkind es Licenciada en Artes por la Universidad de Buenos Aires,


con experticia en gestión institucional, especializada en gestión editorial en
revistas científicas. Actualmente integra equipos en proyectos de Humani-
dades Digitales. Asimismo, se desempeña como miembro del Laboratorio de
Humanidades Digitales (HD LAB) del Instituto de Investigaciones Bibliográ-
ficas y Crítica Textual (IIBICRIT) del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET).

Melina Yangilevich es Doctora en Historia por la UNCPBA. Investigadora


del CONICET en el IGEHCS (CONICET/UNCPBA). Directora del IEHS y del
Depto. de Historia de la Facultad de Cs. Humanas (UNCPBA), donde reviste
como Profesora Adjunta de la materia Historia Argentina I. Dirigió diversos
proyectos de investigación cuyos resultados se publicaron en numerosas re-
vistas nacionales e internacionales.

Ramón Pedro Yanzi Ferreira es Abogado y Doctor en Derecho y Ciencias So-


ciales (UNC). Prorrector de Fortalecimiento Institucional de la Universidad
Nacional de Córdoba. Ex Vicerrector de la Universidad Nacional de Córdo-
ba (2016-2022). Ex Decano de la Facultad de Derecho (1997 a 2011 y 2014-
2017). Miembro de número de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias
Sociales de Córdoba. Miembro correspondiente de la Academia Nacional de
Ciencias Morales y Políticas de Buenos Aires. Miembro Titular del Instituto
de Historia del Derecho Indiano. Presidente de la Asociación Argentina de
Profesores e Investigadores de Historia del Derecho. Director del Instituto de
Historia del Derecho y de las Ideas Políticas Roberto I. Peña. Catedrático de
Historia del Derecho Argentino en la Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional de Córdoba.

Romina Zamora es Doctora en Historia por la UNLP y Doctora en Historia de


América Latina por la UPO. Es investigadora adjunta del CONICET. Ha sido

382
TRAVESÍAS EN LA HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

galardonada con los premios José Peña, Miguel Hernández, Virrey del Pino y
Academia Nacional de la Historia. Ha dictado cursos y clases de postgrado en
La Sorbonne, Universidad de São Paulo, Inst. Mora de CDMX, UPO y UNT.
Es miembro del INHIDE, IIHDI, OWSD, RESINPRoD y Columnaria.

383
PROGRAMA HISTORIA DEL DERECHO
PUBLICACIONES
ISSN: 2255-5137

1. Luis Grau, Origenes del constitucionalismo americano. Corpus documental bilingüe /


Selected Documents Illustrative of the American Constitutionalism. Bilingual edition, 3
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3. Carlos Petit, Fiesta y contrato. Negocios taurinos en protocolos sevillanos (1777-1847),
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7. Ramon Llull, Arte de Derecho, estudio preliminar de Rafael Ramis Barceló, traducción y
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8. Consuelo Carrasco García, ¿Legado de deuda? A vueltas con la Pandectística, Madrid
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9. Pio Caroni, Escritos sobre la codificación, traducción de Adela Mora Cañada y Manuel
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11. Pierangelo Schiera, El constitucionalismo como discurso político, Madrid 2012, 144 pp.
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12. Rafael Ramis Barceló, Derecho natural, historia y razones para actuar. La contribución
de Alasdair MacIntyre al pensamiento jurídico, Madrid 2012, 480 pp.
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13. Paola Miceli, Derecho consuetudinario y memoria. Práctica jurídica y costumbre en
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29. Jorge Alberto Núñez, Fernando Cadalso y la reforma penitenciaria en España (1883-
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30. Carlos Petit, Discurso sobre el discurso. Oralidad y escritura en la cultura jurídica de la
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31. Jean-Étienne-Marie Portalis, Discurso preliminar sobre el proyecto de Código civil, Ma-
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32. Cesare Beccaria, Tratado de los delitos y de las penas, Madrid 2015, 87 pp.
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33. Massimo Meccarelli/Paolo Palchetti (eds.), Derecho en movimiento: personas, derechos
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34. Alessandro Somma, Introducción al derecho comparado, traducción de Esteban Conde
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35. A. F. J. Thibaut, Sobre la necesidad de un derecho civil general para Alemania, Madrid
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36. J.-J.-R. de Cambacérès, Discursos sobre el Código civil, Madrid 2015, 61 pp.
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37. Ramon Llull, Arte breve de la invención del derecho, estudio preliminar de Rafael Ramis
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38. F. C. von Savigny, De la vocación de nuestra época para la legislación y la ciencia del
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