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REALA-1993, núm. 258. LEGUINA VILLA, JESUS. NOTAS SOBRE LOS PRINCIPIOS DE COMPET...

Notas sobre los Principios de


Competencia y de Prevalencia en
la Legislación Compartida
Jesús Leguina Villa
Catedrático de Derecho Administrativo
Universidad de Alcalá de Henares

El modelo español de descentralización política se define, en lo


esencial, por las reglas constitucionales y estatutarias que regulan la
distribución del poder legislativo y las relaciones entre el ordenamiento
estatal (general) y los ordenamientos autonómicos (singulares).
Aunque el sistema autonómico español ofrezca otras muchas pecu-
liaridades en comparación con otros Estados descentralizados (por
ejemplo: diferentes vías de acceso a la autonomía política; amplio re-
pertorio tipológico de Comunidades Autónomas; elevado grado de vi-
gencia del principio dispositivo; diferentes títulos constitucionales de
las competencias autonómicas: Estatutos, derechos históricos; etc.),
son en definitiva aquellas reglas las que determinan el ubi consistam de
la opción del constituyente español y las que, en consecuencia, marcan
las diferencias que distancian tal opción de otros tipos o modelos de
Estados territorialmente descentralizados. El objeto de estas breves no-
tas no es dar cuenta de tales diferencias entre unos y otros modelos
constitucionales de organización territorial del Estado, vistas desde la
perspectiva del poder de legislarl y de las relaciones entre las distintas
fuentes normativas territoriales , sino más modestamente, ofrecer una
sucinta reflexión sobre el control de los conflictos normativos que se
suscitan en el ámbito de las competencias legislativas compartidas en-
tre el Estado y las Comunidades Autónomas. Al hilo de dicha reflexión
se aludirá, no obstante, a algunas de aquellas diferencias.
El criterio constitucional predominante en la distribución de com-
petencias normativas entre el Estado y las Comunidades Autónomas es
el criterio de la compartición. Predominante, aunque no único, pues,
como es notorio, la Constitución reserva a la competencia exclusiva del

1
Un excelente estudio de los principales modelos que ofrece el Derecho Comparado, su-
brayando las peculiaridades de cada uno y sus diferencias con el sistema autonómico es-
pañol, en A. BAYONA ROCAMORA, El derecho a legislar en el Estado Autonómico, Ed.
Tecnos, Madrid 1992.

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REALA 258 (ABRIL-JUNIO, 1993)

Estado (de todas las funciones o, al menos, de la función legislativa) un


buen número de materias, entre ellas todas las que tradicionalmente
simbolizan la soberanía nacional (relaciones internacionales, defensa,
sistema monetario, hacienda general, etc.), al tiempo que autoriza a
que por vía estatutaria las Comunidades Autónomas asuman la potes-
tad de legislar en exclusiva sobre otro grupo de materias, ciertamente
menos numeroso y de menor importancia política. Tampoco es com-
pletamente desconocido al modelo autonómico español el criterio de la
legislación concurrente (konkurrierende Gesetzgebung), característico
de los sistemas federales, aun cuando, a diferencia de éstos, el lugar
que tal criterio ocupa en el esquema competencial sea marginal y poco
significativo 2.
El eje del sistema de producción normativa, su modalidad más pe-
culiar y característica, lo constituye, pues, la legislación compartida en-
tre el Estado y las Comunidades Autónomas, en virtud de la cual aquél
aprueba las normas básicas de una determinada materia y éstas dictan
las normas complementarias o de desarrollo, de manera que el régimen
jurídico resultante es compartido por las normas estatales en lo básico
y por las normas autonómicas en lo no básico o complementario. El
sistema se vertebra, por tanto, sobre el principio de competencia que es
el que traza la línea divisoria entre unas y otras normas en razón de la
distinción de los aspectos básicos y no básicos en la regulación de una
determinada materia 3, operando de este modo dicho principio como
canon de su validez constitucional.

Ahora bien, desde el momento en que el Tribunal Constitucional


sostuvo la tesis de que la legislación básica del Estado pudiera consistir
no sólo en un conjunto de principios sin eficacia directa, destinado al

2 El supuesto más destacado —para muchos autores el único— que la Constitución ofre-
ce de legislación concurrente es el que se contiene en el art. 149.2 relativo a la materia
«cultura». Y aun en este caso hay quien opina que tampoco la concurrencia legislativa
del Estado y de las Comunidades Autónomas es perfecta o indistinta, pues no siempre ni
necesariamente la ley estatal posterior desplaza a la ley autonómica anterior. Ver en tal
sentido las atinadas reflexiones de BAYONA, op. cit., pág 132 y ss.
3
Considera el Prof. BALAGUER CALLEJÓN en su excelente obra Fuentes del Derecho,
vol. II, Ordenamiento general del Estado y ordenamientos autonómicos, Ed. Tecnos, Ma-
drid 1992, que más que de una división competencial sobre dos partes de una misma ma-
teria debe hablarse de una distinción en la propia competencia normativa del Estado y
de la Comunidad Autónoma, ya que «la competencia no recae sobre la materia, sino so-
bre una fase específica del tratamiento normativo de esa materia» (pág. 243). Sin embar-
go, el resultado a que se llega es el mismo, háblese de materia compartida por la legisla-
ción básica del Estado y complementaria de la Comunidad Autónoma, o de competencia
legislativa compartida entre el Estado y las Comunidades Autónomas, limitada la de
aquél a la regulación básica y la de éstas a la regulación complementaria.

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NOTAS SOBRE LOS PRINCIPIOS DE COMPETENCIA Y DE PREVALENCIA EN LA LEGISLACIÓN COMPARTIDA

legislador autonómico, sino también —y principalmente— en normas o


preceptos inmediatamente aplicables que establecieran4 «la regulación
normativa uniforme y de vigencia en toda la Nación» , la legislación
en régimen de compartición, eje central del sistema de producción nor-
mativa en el Estado Autonómico, adquirió de golpe un elevado grado
de complejidad, haciendo sumamente difícil tanto la función delimita-
dora entre normas básicas y complementarias que ha de cumplir el
principio de competencia, como su control jurídico por el Tribunal
Constitucional, dado que lo que haya de entenderse por regulación
«básica» es por fuerza una noción relativamente indeterminada o
abierta, cuyo alcance habrá de ser distinto en cada materia y cuya de-
terminación puede sufrir variaciones según las circunstancias concu-
rrentes en cada momento o, simplemente, según las oscilaciones que
sufra la mayoría parlamentaria 5.
Ha sido, pues, inevitable que, sin tradición en este modo de legislar
(la Constitución republicana desconocía esta figura de reparto compe-
tencial) y careciendo el Senado de todo protagonismo en este campo,
dadas su actual composición y funciones, se haya producido un eleva-
do número de conflictos entre el Estado y las Comunidades Autónomas
en el ámbito, precisamente, de las materias que la Constitución y los
Estatutos han entregado a la legislación compartida entre ambas fuen-
tes territoriales. Junto a ello, y al cabo de casi quince años de ejercicio
por el Estado de sus potestades normativas básicas, empiezan a no ser
infrecuentes los supuestos en que el legislador estatal, al modificar su
legislación básica, entra en colisión con la vigente legislación autonó-
mica complementaria. ¿Cómo se resuelve esta colisión? ¿Qué princi-
pios constitucionales deben aplicarse? Y sobre todo: ¿cabe residenciar
el conflicto normativo ante los tribunales ordinarios o tal cometido es,
por el contrario, función exclusiva de la jurisdicción constitucional?
Las respuestas que se han venido dando a tales cuestiones dependen
directamente del modo de entender el alcance del principio de preva-
lencia del Derecho del Estado que el art. 149.3 de la Constitución con-
sagra. Veamos, pues, cuáles son las principales posiciones doctrinales
al respecto. ¡

4
Doctrina reiterada en múltiples ocasiones desde la STC, 1/1982, pero matizada, en lo
que concierne a la Comunidad Autónoma Vasca y a la Comunidad Foral de Navarra, que
ostentan competencias derivadas de sus derechos históricos amparados por la Disposi-
ción Adicional primera de la Constitución, en las Sentencias 214/1989 y 140/1990.
5
Algún autor ha llegado a negar que haya criterios jurídicos para juzgar sobre opciones
acerca de lo básico que son de naturaleza estrictamente política. Así, por ejemplo, I. DE
OTTO, Derecho Constitucional. Sistema de fuentes, Ed. Ariel, Barcelona 1987, pág. 280.

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REALA 258 (ABRIL-JUNIO, 1993)

Hay quien sostuvo tempranamente que la regla de la prevalencia


del art. 149.3 de la Constitución es pura y simplemente una norma
de competencia favorable al Derecho estatal que debe aplicarse a to-
dos los conflictos que se susciten entre las normas estatales y las
normas autonómicas en las materias compartidas del art. 149.1 de la
Constitución 6.
La mayor parte de los autores considera, sin embargo, que la regla
de la prevalencia es estrictamente una norma de conflicto. ¿Pero qué
conflictos debe resolver? ¿En qué casos de colisión normativa se ha
de dar preferencia a las normas del Estado sobre las normas autonó-
micas? Aquí las respuestas varían mucho, casi tanto como los autores
que se han pronunciado sobre el asunto, pero en términos generales
pueden reducirse a dos: 1) la de quienes entienden que la regla de la
prevalencia debe utilizarse cuando se haya apurado sin éxito la apli-
cación del principio de competencia, lo que podría ocurrir en tres su-
puestos: a) en materias de competencias concurrentes; b) en materias
de competencias compartidas entre la legislación estatal y la legisla-
ción autonómica conforme al binomio «bases-desarrollo»; y c) en ma-
terias en las que se produzca un entrecruzamiento o superposición de
títulos competenciales estatales y autonómicos sobre un mismo obje-
to. Y 2) la de quienes sostienen que el alcance de la primacía de las
normas estatales sólo es constitucionalmente posible en los limitados
supuestos de colisión normativa que se produzcan en las materias
susceptibles de la legislación concurrente del Estado y de las Comuni-
dades Autónomas 7.
Para esta última posición doctrinal, que me parece sólidamente fun-
dada, la regla de la prevalencia sólo puede operar cuando la ley estatal
y la ley autonómica que entran en conflicto se ajustan al orden consti-
tucional de distribución de competencias, es decir, cuando ambas nor-
mas son válidas pero incompatibles entre sí, lo que únicamente puede
ocurrir en los escasos y marginales supuestos de concurrencia compe-
tencial que nuestro ordenamiento constitucional admite, puesto que,
como hace notar con toda claridad Fernández Farreres, «si la colisión

6
Es la pionera posición mantenida por L. PAREJO ALFONSO, La prevalencia del Dere-
cho estatal sobre el regional, Madrid, 1981. Aunque con un razonamiento distinto y lle-
gando a conclusiones muy diferentes, recientemente califica también como norma de
competencia a la regla de la prevalencia BALAGUER CALLEJÓN, op. cit., págs. 237-239.
7
Puede verse una detallada exposición de las diferentes opiniones doctrinales sobre el al-
cance del principio de prevalencia en I. LASAGABASTER HERRARTE, Los principios de
supletoriedad y prevalencia del Derecho estatal respecto al Derecho autonómico, Ed. Civitas,
Madrid 1991.

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NOTAS SOBRE LOS PRINCIPIOS DE COMPETENCIA Y DE PREVALENCIA EN LA LEGISLACIÓN COMPARTIDA

normativa surgiese como consecuencia del ejercicio por una de las par-
tes de una competencia que viola o infringe el orden competencial
constitucionalmente establecido, es obvio que a la prevalencia ninguna
función correspondería, ya que una de las normas en colisión incurrirá
en inconstitucionalidad por vicio de incompetencia» 8. Quiere ello de-
cir que la prevalencia del Derecho estatal no altera el orden constitu-
cional de competencias ni juega en contra del principio de competen-
cia sino sólo en su defecto, lo que impide que sea aplicable tanto a los
casos de colisión normativa que se produzcan en el ejercicio de compe-
tencias legislativas compartidas, como a los supuestos de superposi-
ción o entrecruzamiento de títulos competenciales ratione materiae,
conflictos normativos todos ellos que deben resolverse sin excepción al-
guna, cualquiera que sea la dificultad que ello ofrezca, mediante la
aplicación del principio de competencia.
Volviendo ahora a los poderes de control de la jurisdicción ordina-
ria, no es dudoso que, en caso de colisión entre una ley estatal y otra
autonómica, válidamente dictadas en la regulación de una materia de
competencia legislativa concurrente, los jueces deberán hacer uso de la
regla de la prevalencia para aplicar la ley estatal válida e inaplicar la
también válida ley autonómica. Sobre este punto la opinión doctrinal
es unánime. Pero ¿cabe sostener lo mismo respecto de los conflictos
que se produzcan, en materias de competencia normativa compartida,
entre una ley básica estatal y una ley complementaria autonómica? La
cuestión reviste una extraordinaria importancia constitucional, pues se
trata nada menos que de mantener intacto, como hasta ahora, el mo-
nopolio del control de constitucionalidad de todas las leyes posteriores
a la Constitución en el Tribunal Constitucional o, por el contrario, de
dar paso a un sistema de control judicial difuso en lo tocante a la cons-
titucionalidad de las leyes autonómicas complementarias de la legisla-
ción básica del Estado.
Como antes indicaba, las respuestas doctrinales que a esta grave
cuestión se han dado están muy condicionadas por el alcance que se
otorgue a la regla de la prevalencia. Dicho en otros términos, si se ad-
mite la aplicación de dicha regla constitucional en el ámbito de la legis-
lación compartida, la respuesta será afirmativa; por el contrario, si se
rechaza tal aplicación y se entiende que ésta sólo es posible en el limi-
tado campo de la concurrencia legislativa, la respuesta será forzosa-
mente negativa.

8 «Colisiones normativas y primacía del Derecho estatal» en Estudios sobre la Constitu-


ción española. Homenaje al Profesor Eduardo García de Enterría, vol. I, Ed. Civitas, Ma-
drid 1991, pág. 541.

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REALA 258 (ABRIL-JUNIO, 1993)

Los partidarios del control judicial sostienen que la ley básica estatal
es una ley superior a la ley autonómica, tiene «más valor» normativo, y
por ello, en caso de conflicto, el juez ordinario está más fuertemente vin-
culado a la ley básica estatal que a la ley autonómica complementaria,
razón por la cual deberá aplicar aquélla y desconocer e inaplicar esta úl-
tima. En defensa de esta postura se matiza, para evitar equívocos, que la
superioridad de la ley básica estatal no es jerárquica o de rango sino sólo
funcional: es superior la función que la Constitución encomienda a la ley
del Estado —crear una regulación uniforme que asegure, en aras de los
intereses generales, un denominador común normativo en todo el terri-
torio nacional— que la que cumple la ley autonómica al expresar y ga-
rantizar los intereses propios de la Comunidad Autónoma. Ello bastaría,
según esta opción, para asegurar la prevalencia de la ley básica estatal en
caso de conflicto con la ley autonómica complementaria, mediante la
utilización de la regla del art. 149.3 de la Constitución. Tal superioridad
funcional permitiría al juez ordinario, con apoyo en la regla de la preva-
lencia, aplicar la ley básica estatal e inaplicar la ley autonómica comple-
mentaria que la contradiga 9. Es cierto que el juez ordinario podría en tal
caso promover la correspondiente cuestión de inconstitucionalidad ante
el Tribunal Constitucional, pues a ello le autoriza el art. 163 de la Consti-
tución, pero no estaría obligado a hacerlo, pues, según esta posición doc-
trinal, la superioridad funcional de que goza la ley básica estatal permite
también al juez decidir por sí mismo el conflicto normativo en favor de
esta última mediante la aplicación pura y simple de la regla de la preva-
lencia del Derecho estatal sobre el Derecho autonómico. En definitiva,
según esta tesis, la Constitución ofrece dos posibilidades a los jueces y
tribunales ordinarios: plantear la cuestión de inconstitucionalidad para
que decida el Tribunal Constitucional; o resolver por sí mismos el con-
flicto normativo mediante la aplicación de la regla de la prevalencia
(arts. 163 y 149.3 de la Constitución, respectivamente).

En mi opinión, no es posible suscribir esta posición, aunque se


comparta por completo el propósito que la anima de buscar en otras

9
Tal es la opinión de R. GÓMEZ-FERRER,«Relaciones entre leyes: competencia, jerar-
quía y función constitucional», RAP 113, 1987. En sentido análogo y aun en términos
más radicales, mantiene también una posición netamente favorable al control judicial or-
dinario de esta clase de conflictos internormativos F. RUBIO LLÓRENTE, El bloque de la
constitucionalidad, Cuadernos Civitas, Madrid 1991, pág. 131: «Las leyes autonómicas
que regulan materias que han sido también objeto de una ley estatal podrán ser pura y
simplemente inaplicadas por el juez ordinario, sin consulta alguna al juez constitucional,
en virtud de la cláusula de prevalencia del art. 149.3, asumiendo así, aunque sólo sea con
referencia al caso concreto, el control de la ley». El razonamiento anterior ha sido desa-
rrollado por J. GARCÍA TORRES, «La cláusula de prevalencia y el poder judicial», en Es-
tudios sobre la Constitución española. Homenaje al Profesor Eduardo García de Enterría,
vol. I, cit., págs. 569 y siguientes.

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piezas del sistema jurídico mecanismos que alivien la agobiante labor


del Tribunal Constitucional, agobio que sin duda lastra la eficacia de
su funcionamiento.
Según creo, no parece que haya suficiente fundamento constitucio-
nal para sostener que la ley básica estatal tiene «más valor» que la ley
autonómica complementaria, que sería siempre una Ley «de menor
valor». La superioridad de los intereses generales cuya salvaguarda es
función de la ley básica estatal no se corresponde, en el plano formal
de las relaciones internormativas, con un mayor valor o una mayor
fuerza normativa (que vincule más fuertemente al juez) de la ley esta-
tal. Ambas leyes —la básica estatal y la complementaria autonómica—
tienen el mismo rango, la misma fuerza y el mismo valor normativo, y
sólo se diferencian por el objeto o la materia que una y otra pueden
regular conforme a las reglas de distribución de competencias legisla-
tivas que se contienen en el bloque de la constitucionalidad (Constitu-
ción y Estatutos, principalmente). Ello explica que el art. 153 a) de la
Constitución atribuya en exclusiva al Tribunal Constitucional el con-
trol de las «disposiciones normativas con fuerza de ley» de las Comu-
nidades Autónomas. Y esa misma razón —la igualdad formal entre
ambas normas— justifica también que el citado art. 163 obligue a los
órganos judiciales ordinarios a plantear la cuestión de inconstitucio-
nalidad cuando consideren que «una norma con rango de Ley» de cuya
validez depende el fallo pueda ser contraria a la Constitución, sin dis-
tinguir entre leyes estatales y autonómicas ni exceptuar los supuestos
de grupos normativos integrados por leyes básicas del Estado y leyes
complementarias de las Comunidades Autónomas, y una vez que «por
vía interpretativa no sea posible la acomodación de la norma al orde-
namiento constitucional», como se ocupa de precisar el art. 5.3 LOPJ.
Aceptar, por tanto, la vía auxiliar del control judicial ordinario en
este tipo de colisiones normativas significa pura y simplemente admi-
tir la posibilidad de sustituir el principio de competencia por el princi-
pio de prevalencia, dando más valor preceptivo al art. 149.3 que a los
artículos 153 a) y 163 de la Constitución, pues según ello el juez ordi-
nario podría aplicar la ley básica e inaplicar la ley complementaria,
con independencia de que la primera pudiera ser inválida por haber
incurrido en vicio de incompetencia. De otro lado, aunque en la tesis
que aquí se combate se declare lo contrario, dar más valor o fuerza
(pues tal cosa es la prevalencia) a la ley básica estatal que a la ley com-
plementaria autonómica supone integrar aquélla de facto en el bloque
de la constitucionalidad, no ciertamente para sancionar la invalidez de
la ley autonómica y expulsarla del ordenamiento, potestad ésta vedada
al juez ordinario, pero sí para inaplicarla y privarla de eficacia norma-
tiva por su presunto contraste con una ley «superior» (aunque, he aquí

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la paradoja, del mismo rango). Lo que equivale asimismo a sustituir,


aunque también se niegue, el principio de competencia por el de jerar-
quía en las relaciones entre uno y otro tipo de leyes, utilizando para
ello inesperadamente el tradicional esquema de relaciones entre la
«ley» y el «reglamento», pues así como el juez, vinculado más fuerte-
mente a la ley, debe inaplicar el reglamento ilegal jerárquicamente su-
bordinado (art. 6.° LOPJ), ese mismo juez, más10fuertemente vinculado
a la ley básica estatal, debe, o al menos puede , según esta tesis, ina-
plicar la «funcionalmente subordinada» ley autonómica de desarrollo
que la contradiga. Todo ello con olvido, de nuevo, de los arts. 153 a) y
163 de la Constitución.
Para rechazar las anteriores objeciones a la tesis del control judicial
no basta, me parece, con advertir que en este caso el juez ordinario no
se pronuncia sobre la validez o invalidez de la ley autonómica, sino que
se limita sólo a negarle eficacia. A diferencia de lo que ocurre en los su-
puestos de legislación concurrente en los que el juez ha de elegir, entre
dos normas válidas en conflicto, la que resulte favorecida por la regla
de la prevalencia, en la legislación compartida la eventual inaplicación
de la ley autonómica implica siempre un juicio previo acerca de su in-
validez por entender que contradice la regulación básica reservada a la
ley estatal. De no advertir contradicción entre las dos leyes o pudiendo
resolver sus aparentes antinomias mediante el uso de las reglas genera-
les de interpretación, el juez ha de aplicar ambas al caso concreto, y ha
de hacerlo porque son válidas y compatibles entre sí, y sobre él pesa «el
deber inexcusable de resolver en todo caso los asuntos de que conozca
(n), ateniéndose al sistema de fuentes establecido» (art. 1.7 Código Civil).
Del mismo modo, si el juez decidiera inaplicar la ley autonómica ello
sólo podría ocurrir porque la considera incompatible —luego inváli-
da— con la ley básica estatal, pero al no estar habilitado para declarar
formalmente tal invalidez, función ésta reservada al Tribunal Constitu-
cional, habría de limitarse a operar en el terreno de la eficacia, dándose
así un evidente paralelismo, también desde este ángulo, con el control
de los Reglamentos ilegales por los jueces y tribunales no pertenecien-
tes al orden contencioso-administrativo, los cuales, una vez comproba-
da la invalidez de una norma reglamentaria por infringir la ley, no pue-
den declarar su nulidad, pero sí negarle eficacia mediante su
inaplicación al caso concreto. Todo lo cual significa que el control judi-

10
El juez ordinario tiene siempre abierta la posibilidad de suscitar la cuestión de incons-
titucionalidad. Por ello, para los partidarios de la tesis de control judicial, no estaría, en
rigor, obligado a inaplicar la ley autonómica contradictoria con la ley básica estatal, sino
sólo facultado a hacerlo, pudiendo en todo caso renunciar a su propio control y plantear
la colisión normativa ante el Tribunal Constitucional.

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cial de eficacia de las normas es inevitablemente un control de validez,


y que por ello mismo la ley autonómica que el juez ordinario inaplicara
quedaría de facto degradada y tratada como si fuera una simple norma
subordinada a la ley básica estatal.
Nada de ello tiene encaje en nuestro sistema constitucional. Como
ya se ha dicho, la ley autonómica no es inferior en rango, valor o fuerza
a la ley estatal ni cabe negarle eficacia normativa sin que medie una
previa declaración de invalidez u , declaración que sólo al Tribunal
Constitucional corresponde hacer a requerimiento del órgano judicial
que suscite la duda de su inconstitucionalidad por infracción de la ley
básica estatal y consiguiente alteración del orden constitucional de
competencias normativas.
Desde la perspectiva del control de constitucionalidad, es indiferen-
te que la ley autonómica se haya producido en el ejercicio de una com-
petencia normativa exclusiva o de una competencia normativa compar-
tida con la ley básica estatal. En ambos supuestos, la norma
autonómica resultante es en todo caso una ley, es decir, una norma cu-
yo control de constitucionalidad, que abarca tanto su validez como su
eficacia (el art. 153 de la Constitución no distingue entre ambos pla-
nos), está reservado en exclusiva, como en todos los demás tipos de le-
yes, al Tribunal Constitucional 12, sin espacio posible para tareas de
«colaboración» por los órganos judiciales ordinarios. Estos pueden y
deben controlar la vigencia de las leyes autonómicas que hayan de apli-
car, pero no pueden ni deben controlar la validez y la eficacia de las le-
yes autonómicas de cuya vigencia no haya duda. Si dudan de su consti-
tucionalidad por una eventual contradicción con las leyes básicas que
complementan o desarrollan, no hay otro camino que el planteamiento
de la correspondiente cuestión.
Este recto entendimiento de la relación que une al juez ordinario
con la ley autonómica —en cuya virtud tiene poder para declarar su

11
La afirmación del texto debe entenderse referida, claro está, a la eficacia definitiva de
la ley autonómica, sin perjuicio de las reglas que regulan su eventual ineficacia temporal
durante el proceso constitucional.
12
Sería, por lo demás, altamente paradójico que los conflictos normativos entre leyes es-
tatales básicas y leyes autonómicas complementarias que hasta el momento el Tribunal
Constitucional ha resuelto siempre mediante la aplicación del principio de competencia,
sin necesidad de utilizar en ningún caso la cláusula de prevalencia del Derecho estatal,
fueran a partir de ahora zanjados por los jueces ordinarios, en su tarea de colaboración
auxiliar con la jurisdicción constitucional que algunos preconizan, mediante la aplica-
ción de esta última regla, la de la prevalencia (que el Tribunal Constitucional ignora en
estos conflictos), en detrimento del principio de competencia.

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falta de vigencia pero no su invalidez o ineficacia— permite reconocer


también con toda naturalidad la potestad de la jurisdicción ordinaria
para aplicar la ley estatal en detrimento13de la ley autonómica en aque-
llos casos, ya señalados por la doctrina , en que la colisión normativa
tiene lugar como consecuencia de modificaciones en la legislación bá-
sica preexistente. Y ello justamente porque en tales supuestos la anti-
nomia no se plantea en términos de validez sino de vigencia de las nor-
mas en conflicto: en la secuencia temporal del contraste normativo, la
ley básica posterior contradice y, por tanto, deroga directamente la ley
básica anterior e indirectamente también la ley autonómica que com-
plementaba o desarrollaba aquélla y que, carente ahora de soporte le-
gislativo básico, queda desplazada y sin vigor alguno por obra de la
nueva (y válida) ley básica estatal. En tal operación de control judicial
no hay, como se ve, juicio alguno sobre la validez de las normas en
conflicto, sino sólo escrutinio de las normas derogadas, según la regla
general del art. 2.2 del Código Civil, y elección de la norma vigente y,
por tanto, aplicable al caso.

13
FERNÁNDEZ F ARRERES, op. cit., págs. 565-566, nota 41; LASAGABÁSTER HE-
RRARTE, op. cit., págs. 145 y siguientes.

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