Lectura - Actividad N°2
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Huertas Juan-Antonio
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J.A. HUERTAS.
1.1.- Definición.
Una acción está, por tanto intrínsecamente motivada cuando lo que interesa es la
propia actividad, que es un fin en sí misma, no un medio para otras metas. El interés se
centra entonces en lo novedoso o revelador de la tarea. Son actividades que se llevan a cabo
en ausencia de contingencia externa aparente, sin ninguna recompensa que la regule
claramente.
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En cualquier caso, cuando una acción se encuentra regulada intrínsecamente, ésta
se fundamenta principalmente en tres sentimientos y características (Deci y Ryan, 1991):
Esta perspectiva que abre White, posee orígenes teóricos diversos. Por un lado tiene
que ver con la idea de algunos psicoanalistas americanos (Hartmann, 1958; Rapaport, 1959)
de una energía independiente del yo. Pero sus fuentes también se encuentran en una tradición
teórica distinta que tiene, en el análisis de necesidades de Murray de 1938, un momento
histórico clave, sobre todo en aquellas necesidades que no están guiadas por el impulso,
como la tendencia a la autonomía. Posteriormente, estas necesidades encuentran un acomodo
distinto dentro de la perspectiva humanista, por ejemplo en lo que Godlstein (1939) y
Maslow (1943) llamaron necesidades innatas de auto-actualización.
En todo caso, la figura de White sirve de síntesis de estas tres corrientes y de una
cuarta más, que es la que abre la posibilidad de buscar apoyos empíricos a esta forma de
concebir la motivación humana. Nos queremos referir a algunos trabajos de aprendizaje con
animales que se salen del rígido marco del drive (ver. Butler, 1954; Montgomery, 1953). El
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trabajo más señero es el de Harlow de 1950 que demostró una disminución en la motivación
de los monos para completar rompecabezas después de haber recibido un refuerzo. El estudio
de este curioso efecto demoledor del refuerzo en cierto tipo de conductas es el campo en el
que se inicia la experimentación de los grandes autores de esta corriente por ejemplo, De
Charms (1968), Leeper, Greene y Nisbett (1973) y Deci (1971).
Como decíamos, desde este marco se defiende que lo básico que organiza y determina
el comportamiento voluntario humano reside en una necesidad que tiene que ver con la
agencialidad. Cada uno de los autores más señalados de este modelo se referirá a esta
necesidad con un término distinto, aunque de significación parecida. Así, White (1959)
hablará de necesidad de efectancia o de competencia. De Charms lo denominará causalidad
personal, término implícito, por otra parte, en Heider (1958). Por último, Deci y Ryan se
referirán a la autodeterminación y a la competencia como componentes principales de la
motivación intrínseca.
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han ocupado un lugar regulador esencial ciertas características de los estímulos
ambientales que estaban presentes en cada situación. Como decíamos en el capitulo anterior,
todas las funciones psicológicas y todas sus habilidades proceden de un complicado
proceso en donde el aprendizaje y el papel que cumplen en él los aspectos que son
regulados externamente nunca son desdeñables. Cuando la finalidad de la acción, la meta, el
propósito tiene que ver con una contingencia externa, con una promesa de un beneficio
tangible y exterior, se suele hablar de motivación extrínseca.
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El incentivo, hace referencia a cualquier objeto o contingencia exterior a la que se le
atribuye un determinado valor y que, en esa medida, da energía a una conducta que se inicia.
Se trata del valor atribuido a un determinado objeto que influye en la orientación de la
acción, la comida que nos gusta, nuestro tipo de mujer o de hombre preferido, etc. son
objetos con un alto valor incentivador. Ese valor no es algo objetivo, que sea propio sólo
del objeto en sí; depende de muchas otras características personales de interpretación y de
percepción mediante las cuales cada persona atribuye al valor de ese objeto una determinada
magnitud y calidad (Pubols, 1960), cinco mil pesetas no tienen el mismo valor al principio
que al final del mes. En esta misma línea el valor de un objeto depende de la facilidad de su
obtención, curiosamente algo tiene menos valor si su consecución es muy fácil, como quedó
demostrado hace años por un cuarteto glorioso para la psicología (Lewin, Dembo, Festinger
y Sears, 1944) y que ha sido corroborado en distintas versiones por muchos autores (por
ejemplo, Atkinson y Litwin (1960).¡Cuánta importancia damos a lo que cuesta! y lo que es
peor, ¡cuántos se aprovechan de esta circunstancia y consiguen valor tan sólo haciendo que lo
suyo sea más difícil!.
La persona interesada en conocer los múltiples desarrollos que han tenido los estudios
sobre motivación extrínseca, sobre el papel del incentivo, el impulso y el refuerzo en la
activación del comportamiento puede dirigirse a cualquier texto de aprendizaje y
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condicionamiento o a grandes manuales tradicionales en motivación (por ejemplo., Bolles,
1978; Cofer, 1984; Mook, 1987; Reeve, 1994, etc.).
En distintos trabajos de Deci, de Leeper y de Green (ver por ejemplo Deci, 1971;
Greene y Leeper, 1974; Leeper y Greene, 1975, 1978) demostraron el efecto dañino del
refuerzo en múltiples condiciones, por ejemplo, con personas de diferentes edades (desde
niños de preescolar hasta adultos) y cuando estaban realizando una tarea que les interesaba,
fuese esta de la naturaleza que fuese (dibujos, puzzles, anagramas, etc.). Como hemos
comentado, en el mismo momento en que los sujetos recibían una recompensa por su acción
solían bajar la calidad y el vigor de la actividad que estaban ejecutando. No obstante, el valor
oculto del refuerzo no era tan claro siempre, había algunas actividades intrínsecamente
motivantes en donde el premio no perjudicaba, incluso hasta ayudaba.
La primera condición del premio que afecta al interés intrínseco es llegar a esperar el
refuerzo. Si la recompensa la recibimos en un momento que podemos predecir, esta
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pierde vigor. Nos empezamos a preocupar entonces más en anticipar la llegada del
refuerzo que en la actividad en sí misma. Es decir, es la expectativa de la recompensa,
más que la recompensa lo que socava la acción (Leeper y Greene, 1978).
Por lo general, las recompensas más sociales o menos tangibles no perjudican una acción
intrínseca; al contrario, los refuerzos más materiales, como los premios en dinero, sí que le
afectan. Las recompensas abstractas y muy simbólicas como los elogios no provocan un
descenso en la motivación (Anderson, Manoogian y Reznick, 1976, Deci, 1972, etc.).
Ahora bien, hay veces que una recompensa material puede facilitar que el sujeto siga con
el interés intrínseco por realizar una tarea, ocurre cuando el valor de indicio de las
recompensas es muy alto (Ross, 1976). Es decir, cuando la recompensa le proporciona
criterios al sujeto sobre su grado de dominio o competencia en una tarea, o lo que es lo
mismo, cuando nos informa, en el sentido que mencionábamos antes, de los progresos
que realizamos.
Quien quiera conocer más sobre las peculiaridades que debe reunir un refuerzo para
rompernos las ganas de hacer algo, le remitimos a la revisión de Morales y Gaviria (1990).
Se puede deducir, como conclusión de todo lo dicho, que cuando el refuerzo tiene unas
características tales que puede dar la sensación de que la tarea empieza a estar controlada
externamente (por ejemplo porque es predecible, destacado, tangible, etc.) es entonces
cuando provoca un descenso en el énfasis y la calidad de la acción. Recordemos, por
cierto, que una de las mejores maneras de definir una tarea aburrida es aquella que se
caracteriza por estar completamente dirigida por otras personas ajenas. En este sentido
podríamos decir que uno de los ejemplos más claros de desmotivación es estar sometido a
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una tarea que otra persona nos la convierte en rutinaria, que no nos deja salirnos del esquema
por él impuesto.
Pero quizá se haya exagerado las virtudes de la regulación interna sin tener en
consideración que ciertas contingencias externas al sujeto, como el incentivo, se encuentra
también implícito en la tareas intrínsecamente motivantes. Los incentivos cubren su función
de instigadores de la conducta, en cualquier caso, en muchas tareas que se organizan en
virtud de intereses personales. Incluso, se ha visto que las recompensas resultan más
gratificantes cuando se obtienen después de una acción intrínseca o personal que cuando ésta
solo está regulada externamente, el apoyo, el reconocimiento, la recompensa de los demás
por hacer lo que nos gusta es el mejor ánimo para el futuro (Chóliz, 1995; Ettenberg,
Laferriere, Milner y White, 1981).
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3.- ELEMENTOS IMPLICADOS EN LA MOTIVACIÓN INTRÍNSECA.
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Las ideas que acabamos de exponer sobre el papel fundamental que cumple la
regulación interna en la motivación del sujeto han encontrado una amplia evidencia empírica.
En principio, todos los trabajos, que mencionamos en su momento, sobre las condiciones que
debe reunir el refuerzo para no bloquear una acción motivada intrínsecamente sirven como
ejemplo de este apoyo experimental. En ellos veíamos como cuando una contingencia externa
era tal que el sujeto podía considerar que empezaba a controlar su acción, que intimidaba su
autonomía, se producía una caída en la dedicación y calidad de la ejecución de una tarea.
Conclusiones similares se obtienen cuando se ha estudiado el papel de la autonomía en el
mundo escolar. Así, Ryan y Cornell (1989) encontraron que los estudiantes que conseguían
desarrollar en su labor una mayor autonomía y control se divertían más en la escuela y eran
más optimistas y eficaces en sus tareas académicas. Mucho antes, en 1967, DeCharms llevó a
cabo un proyecto de intervención motivacional (el proyecto Carnegie) en el que pretendía
que unos estudiantes de un grupo social típicamente desincentivado (niños negros de
extracción social baja) pudiesen tener opciones de experiencias de control y autonomía. El
proyecto estaba principalmente enfocado a sus profesores, que eran los que podrían
posibilitar esa autonomía. Los efectos de este programa no fueron espectaculares, no hubo un
cambio radical en la actuación ni en el rendimiento académico, sus consecuencias fueron
básicamente motivacionales, provocaron un cambio positivo en la manera de afrontar las
tareas que fue más duradero y generalizado. Los sujetos mostraban dos años después de la
intervención un interés mayor por organizar ellos mismos su trabajo, por buscar metas
realistas de acuerdo a sus posibilidades y, en cierta medida, aumentaron sus aptitudes y
conocimientos académicos (para una revisión del Proyecto Carnegie ver Pardo y Alonso,
1990).
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3.2.- Los sentimientos de competencia.
La idea que tengamos de nuestra propia habilidad, la percepción que nos hacemos de
nuestra competencia es un componente motivacional de primer orden. Está claro que la
percepción de competencia aumenta la motivación intrínseca y que al contrario, la percepción
de incompetencia la reduce (Deci y Ryan, 1985; Vallerand y Reid, 1984). La expectativa de
que se es competente para realizar una acción ha recibido diferentes denominaciones, por
ejemplo se la ha llamado expectativa de autoeficacia (Bandura, 1977) o sentimiento de
efectividad (White, 1959). Nos estamos refiriendo, en cualquier caso, a la sensación de tener
percepciones de competencia, más que a la competencia en sí, porque diversos experimentos
han puesto de manifiesto que cuando al sujeto se les daba informaciones falsas y positivas
sobre sus capacidades, los efectos sobre la motivación intrínseca eran similares a cuando
ponían en marcha capacidades reales (ver Reeve, Olson y Cole, 1985; Harackiewiwicz,
1979). Como siempre, tan importante como valer es creerse válido, siempre y cuando los
demás no nos digan lo contrario.
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También parece que las reacciones positivas o de apoyo de los demás facilitan un concepto
positivo de la propia habilidad, siempre y cuando estos apoyos sean realistas y merecidos,
que se reciban por la consecución de tareas de cierto grado de dificultad. A nadie le resulta
reconfortante ni aumenta su autoconcepto cuando recibe ánimos por la consecución de una
tarea sencilla o fácil.
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Figura 1 : El modelo de Csikszentmihalyi (1975)del reto óptimo de una actividad
Una de las ventajas prácticas de este modelo es claramente evidente, expuesto así es
fácil predecir cuál será la motivación de cualquiera, conociendo su nivel en estas dos
variables: grado de conocimientos y dificultad. En ese mismo sentido el modelo posibilita
una manera de intervenir para pasar de un estado desmotivado a otro más motivado. En
principio lo más sencillo sería adaptar el nivel de dificultad de la tarea a las posibilidades de
competencia del sujeto. Así, si resulta que no somos capaces de superar una tarea académica,
lo conveniente sería que adaptásemos la labor a un nivel de dificultad asequible a nuestros
conocimientos, de manera que estos se verán aumentados gradualmente si seguimos
complicando, al paso, la tarea. En la realidad, esto no es tan sencillo, por varias razones,
porque la dificultad de la tarea es algo que no depende sólo de la naturaleza de la misma, sino
de la percepción particular que tenga cada sujeto en cada momento. Y, en segundo lugar,
porque intervienen otros factores que también determinan el interés personal y que no
están en este modelo, son, por ejemplo, la curiosidad, la amplitud y el tipo de metas, el
modo de control de la acción, etc., es decir, todos los factores que todavía nos quedan por
revisar.
3.4.- La curiosidad.
Como vimos en el capitulo 3, hoy día en la psicología de la motivación humana se
defiende que el hombre, como todos los mamíferos, viene al mundo predispuesto a
aprender, a mostrar curiosidad, a explorar cada entorno que encuentra. También
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señalábamos que la clave que determinaba que apareciese tal curiosidad era la
moderación en la variedad y en lo imprevisto. Las situaciones que generan cierta
incertidumbre, no absoluta conmoción, y cierta incongruencia o imprevisibilidad suelen
disparar la curiosidad (Berlyne, 1960). Por lo general, el enfrentarse a un objeto o situación
excesivamente novedoso suele generar miedo y ansiedad, que se considera la reacción
antagónica a la curiosidad. En definitiva, que el interés personal que mostremos hacia
una actividad también depende de ciertas características de ésta o de como se nos presente,
como bien saben los encargados de vender imágenes, figuras, productos, ...
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internalidad-externalidad. Al tratarse de un continuo es fácil presuponer que se puede
conseguir pasar de un extremo a otro, que el cambio hacia un control interno, hacia un mayor
interés personal es posible; como lo es lo contrario, también las cosas nos dejan de gustar,
las pasiones varían. Merece la pena que nos detengamos un momento a analizar cómo puede
funcionar este proceso, cómo se puede intervenir para conseguir lo que comúnmente se llama
motivar de verdad.
Para dar respuesta a esta pregunta vamos a seguir las ideas de uno de los maestros en
este campo, Edward Deci, formuladas en lo que se ha conocido como teoría de la evaluación
cognitiva (Deci, 1975), desarrollo teórico que, en su origen, pretendía explicar el efecto
oculto de la recompensa, pero que puede extenderse a la determinación de la modificación de
un motivo en su lugar de internalidad. Según este autor, cuando un refuerzo socava, lo hace
en virtud de que produce primero un cambio en el lugar de causalidad de la acción. En la
medida que la recompensa da a entender al sujeto que esa acción pasa a estar controlada
desde fuera, se pierde el interés por esa tarea. En seguida se genera un cambio en los
sentimiento de competencia y autodeterminación, ese algo nuevo que evalúa la actividad
desde fuera, que decide y que controla consigue, además, que disminuya la activación y el
interés por la tarea.
En el sentido inverso, puede conseguirse que una actividad que empieza bajo el
control de la recompensa, se libere de semejante tiranía. Cuando se consigue cambiar la
situación en la que se realiza una actividad extrínseca y poco atrayente, de manera que la
persona ahora vaya alcanzando ciertos niveles de autonomía sobre sus actuaciones, puede
elegir, decide qué hacer, cuanto tiempo dedicarle, etc. empieza a cobrar interés la tarea
(Swann y Pittman, 1977). Es decir, y respondiendo a la cuestión de qué se puede hacer al
intervenir hacia una mayor motivación, conviene empezar por recurrir a recompensas poco
controladoras y muy informativas, que generen un satisfactorio nivel de competencia, para a
continuación, ir procurando que la actividad se desarrolle en un entorno de mayor autonomía.
Pero este proceso, nunca mejor dicho de internalización, se tiene que dar en un
contexto determinado. Los ambientes que facilitan las relaciones interpersonales, que
proporcionan apoyo y afectividad, suelen ser los lugares en donde se pueden desarrollar
mejor un motivación intrínseca. Todos sabemos que cuando la gente no se siente segura,
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actúa mal. Los entornos que implican independencia entre conductas y resultado, que no
dejan lugar a una autoevaluación relajada o que enfatizan desmesuradamente la competencia
se han encontrado desmotivadores. Por contra, un contexto óptimo es aquel que proporciona
comprensión racional de las metas, bajo control y alto reconocimiento personal (Eghraci y
Deci, 1989). ¡Qué felices somos cuando hacemos lo que queremos en un lugar donde además
se comparten nuestros objetivos sin que haya interés por parte de otra persona en guiar
nuestras acciones y donde se reconoce nuestros logros!, es decir qué felices somos..., nunca.
Todo lo que acabamos de mencionar, en último extremo no son más que nociones de
sentido común ratificadas con demostraciones empíricas (hay algunos que afirman que es así
como mejor se define a la psicología), quizás para salirnos del tópico queremos reseñar que
parece que los contextos neutros son también desfavorecedores para una situación de alta
motivación interna. Un entorno anodino, sin carga emocional, sin revulsivo, carece de lo
necesario para ser motivante, no logra activar al sujeto. De modo que, probablemente, sea
mejor para la motivación una situación de cierta ansiedad y evitación que una situación vacía
y seca.
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simplemente de los juegos de nuestra infancia a los juegos de nuestra madurez. Quizás lo
único que podamos decir es que mucho de nuestros intereses básicos han surgido de los
contenidos y los formatos de los entornos lúdicos pasados. Ahora bien, debe quedar claro que
ante cada situación, ante cada actividad cotidiana, se produce una actualización de metas,
recursos y pautas de acción, la motivación funciona en la acción y en cada acción se da una
nueva síntesis.
De acuerdo con estas ideas no podemos admitir los modelos de desarrollo implícitos
en autores como Deci y Ryan (1990). Para ellos el desarrollo del sujeto se concibe como un
proceso de crecimiento interno y positivo hacia mejores niveles de integración de las
acciones de la persona. Esa integración se produce en un interacción dialéctica con el entorno
del sujeto. Pero sólo ocurre esa integración cuando las acciones que de ella resultan están
autodeterminadas. Como se puede apreciar con facilidad se trata de un esquema optimista de
un desarrollo secuencial hacia la autorrealización, hacia la felicidad, muy parecido al modelo
humanista de Maslow y Rogers.
Este breve capítulo, a parte de servirnos para conocer cómo se entiende y de qué
depende eso tan importante en la vida, y tan deseado, de hacer lo que nos da la gana, nos
sirve de introducción del capítulo siguiente, que trata de las confusas y tortuosas relaciones
entre las funciones cognitivas y motivacionales. Las ideas que hemos visto aquí esbozadas de
tipos de metas, sentimientos de competencias, sensación de control, etc. dependen también de
cómo controlemos y planifiquemos la acción, la función que cumple en cada uno su
conciencia, con ella les dejo.
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