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Resumen: Desde una perspectiva hermenéutica, como construcción de horizontes de sentido, el artículo
presenta dos concepciones de educación: una que la asocia con la individuación y otra que la vincula a la
socialización. Se discute el que ambas concepciones converjan en un lugar común desde el cual se
configura una visión afirmativa y universalista del sujeto; por el contrario, se plantea la posibilidad de
una educación que pueda formar un ciudadano comprometido con su propia formación, con la
transformación de su saber y con la comprensión de las necesidades y problemáticas del contexto. Se
concluye con una reflexión sobre la educación contable y cómo, desde el abordaje de unas preguntas
provocadoras, se puede empezar a transitar a una educación como expresión de una cultura contable,
que se corresponda con los ideales de una formación integral y humanista, sensible al mundo de la vida
en todas sus expresiones.
Palabras clave: individuación, socialización, educación superior, educación contable, cultura contable.
Abstract: From a hermeneutic perspective, as a construction of horizons of meaning, the article presents
two conceptions of education: one that associates it with individuation and another that links it to
socialization. It is discussed whether both conceptions converge in a common place from which an
affirmative and universalist vision of the subject is configured; on the contrary, the possibility of an
__________________________________
* Artículo derivado del macroproyecto de investigación “Estado actual de la educación contable en Colombia en
perspectiva curricular”, dirigido por ASFACOP y realizado en cooperación académica interinstitucional entre
profesores de varias universidades colombianas.
** Licenciado en Español y Literatura (Universidad de Antioquia); Especialista en Matemática Aplicada y
Pensamiento Complejo (Corporación Universitaria Remington); MSc. en Educación (Universidad de San
Buenaventura sede Medellín). https://orcid.org/0000-0002-7724-3057. E-mail: gustavoruizrojas@gmail.com
*** Contador Público (Universidad de Antioquia), MSc. en Administración (Universidad EAFIT). Profesor
Departamento de Ciencias Contables, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Antioquia. Miembro del
Grupo de Investigaciones y Consultorías Contables GICCO. https://orcid.org/0000-0002-1342-2400. E-mal:
carlos.bustamante@udea.edu.co.
Citación: Ruiz Rojas, G. A., & Bustamante García, H. C. (2023). La educación contable como expresión de la cultura contable.
Elementos para una interpretación. Revista Colombiana De Contabilidad - ASFACOP, 11(22).
https://doi.org/10.56241/asf.v11n22.11221
education that can form a citizen committed to his own formation, to the transformation of his knowledge
and to the understanding of the needs and problems of the context is proposed. It concludes with a
reflection on accounting education and how, from the approach of some provocative questions, it is
possible to begin to move towards an education as an expression of an accounting culture, which
corresponds to the ideals of an integral and humanistic education, sensitive to the world of life in all its
expressions.
1. Introducción
Esta línea recta se convierte en un ir y venir entre dos orígenes posibles de la palabra
educación. Varios autores, muchos, han reiterado que el concepto deriva de educare
que significa cultivar, adaptar al medio, y educere que significa llevar hacia afuera,
extraer. Ambos remiten a ideas distintas del sujeto: “sometido al otro a través del
control y la dependencia, y sujeto: atado a su propia identidad por conciencia o el
conocimiento de sí mismo” (Ospina, Gómez Villegas, & Rojas Rojas, 2014, p. 193).
Con el Renacimiento surge la idea de individuo y con ello la búsqueda de una educación
que apunte a la autoformación, a la virtud como resultado y a la vida en sociedad (Rojas
Osorio, 2020). El humanismo grecolatino despojado de las interpretaciones religiosas
de la Edad Media fortalece el individualismo como una reacción a la masificación y
1
El concepto individuación es bastante problemático y problematizado. No es objetivo de este trabajo
abordar tales discusiones. Temporalmente asumiremos el término como el proceso mediante el cual el ser
humano se autodetermina.
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oscurantismo propio del Medioevo. Surge así el rechazo a toda forma de coacción y se
propugna por la liberación del pensamiento, la búsqueda del saber, la innovación y la
inventiva (Correa, 2019). Desde una perspectiva marxista, Aníbal Ponce hace casi un
siglo sostuvo que este humanismo tuvo dos vertientes:
Por un lado, un humanismo letrado impulsado por los nobles venidos a menos que lo
cultivaron para poder vincularse a la monarquía como funcionarios o palaciegos; y por
otro lado un, lo llamaremos así, humanismo científico estimulado por los burgueses
comerciantes, más interesado en los números, la observación y la indagación de la
naturaleza que, en la argumentación, la dialéctica y las bellas artes. “En síntesis formar
hombres de negocios que fueran al mismo tiempo ciudadanos cultos y diplomáticos
hábiles, no otra cosa se propuso el Renacimiento. Una lengua universal, un tipo
uniforme de cultura y la paz perpetua, esas fueron las aspiraciones de Erasmo (1467-
1536) y de su tiempo” (Ponce, 2014, p. 136).
De este modo Rousseau propuso una concepción de la educación que debe “ayudar a la
naturaleza humana a que alcance su máximo desarrollo en oposición con las
convenciones sociales, y de aquí la necesidad de acudir a la naturaleza esencial del
hombre” (Citado por Luzuriaga, 1968, p. 77). Esta perspectiva sugiere una educación
que ha de fundamentarse en el espíritu natural del ser humano, en el deseo y la
búsqueda como motor del conocimiento y en la razón como fuente de verdad: “si
sustituís alguna vez en su espíritu la razón por la autoridad, no volverá a razonar: no
será más que el juguete de la opinión de los demás” (Rousseau, 1762, citado por
Luzuriaga, 1968, p. 83).
Con el desarrollo de la ciencia, los últimos rezagos de la nobleza feudal ceden al empuje
de la burguesía, y el auge dado a la observación es un reflejo de los intereses
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En su texto “sin fines de lucro” Martha Nussbaum alerta sobre la “crisis silenciosa” en
la que se halla la educación superior, cuando desde diversos ámbitos se crea la cultura
del ingreso económico como el fundamento de toda educación. De esta forma se
desalienta a los jóvenes a desarrollar estudios en el campo de las humanidades. Por
esta razón, aboga por una educación en la cual las humanidades sean el epicentro de la
formación en tanto estas contribuyen al desarrollo crítico y a “la capacidad de
trascender lealtades nacionales, de afrontar las dificultades como ciudadanos del
mundo, y por último la capacidad de imaginar con compasión las dificultades del
prójimo” (2010, p. 26).
Lo que me asusta del humanismo es que presenta cierta forma de nuestra ética
como modelo universal para cualquier tipo de libertad. Me parece que hay más
secretos, más libertades posibles y más invenciones en nuestro futuro de lo que
podemos imaginar en el humanismo (Foucault, 1991, p. 15).
2
Es de aclarar que estas ideas son extraídas del texto “Antología pedagógica” de Lorenzo Luzuriaga; en él se
dedica un capítulo a cada autor, iniciando con una síntesis del pensamiento de cada uno, para después
entregar fragmentos amplios de su obra. Cada vez que se utilice esta fuente, deberá tenerse en cuenta esta
aclaración.
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Justamente son los universalismos los aspectos que han contribuido a la crisis del
Humanismo soportada en la desconfianza hacia las ideas abstractas del ser humano. La
primera es el antropocentrismo que opone hombre a naturaleza y ve en ella un recurso
para ser controlado y explotado a placer (Rojas Osorio,2020). La segunda es el
androcentrismo que semánticamente ha incorporado la condición humana en la
palabra hombre. La tercera es el individualismo que podría estar estimulado por un
concepto de autonomía en el cual se privilegie el cuidado de sí, descuidando el cuidado
del otro (Foucault , 1994).
Por esta razón Dewey desconfiaba de la educación basada en grandes autores, porque
reemplazaba el intercambio intelectual por la simple mención de algunos nombres y
obras. Se oponía a que el estudiante se acercara a los libros sin estar provisto de una
inquietud intelectual, pues según él “La dependencia abyecta con respecto a los libros,
paraliza el vigor del pensamiento y la curiosidad” (Citado por Nussbaum , 2010, p. 96).
Es posible entonces afirmar que la secularización del mundo a partir del Renacimiento
no escapó a la lógica redentora propia del cristianismo. De esta forma la educación
establece sus fines sobre la base de la superación de las carencias de aquello que se
estableció como la norma. Así el hombre culto, el erudito, surge en oposición al
ignorante y necio. El hombre culto se redime de la incultura salvaje y del sentido común
que lo aquejaba. En síntesis, la crítica al humanismo occidental se resume en lo dicho
por Foucault: “El “humanismo” del Renacimiento, el “racionalismo” de los clásicos han
podido dar muy bien un lugar de privilegio a los humanos en el orden del mundo, pero
no han podido pensar al hombre” (1968, p. 309).
Esto contrasta con el camino emprendido por las ciencias naturales que, al no contar
con un método establecido para su abordaje en las universidades, siguió su camino del
lado de los intereses de la revolución industrial (Dewey, 1995). A pesar de que, según
Dewey, la ciencia es hija del humanismo, varios aspectos contribuyeron a la separación
entre la formación científica y la humanista. El primero radica en la mencionada
asimilación del espíritu humanista a la tradición escolástica y a las disputas teológicas
de la época. El segundo, en el hecho de que las ciencias naturales partieron de la
oposición entre hombre y naturaleza. Francis Bacon, por ejemplo, despreciaba las
inútiles disputas retóricas propias de la época en beneficio de la interpretación de la
naturaleza. De esa manera las luchas por el dominio de otros hombres serían
reemplazadas por el esfuerzo por dominar la naturaleza. Pero en su pretensión de
superar el dominio de una clase sobre otra, entregó el dominio de la naturaleza a la
clase dominante, con lo cual los privilegios feudales en vez de ser sustituidos por un
humanismo social fueron reemplazados por el capitalismo. Ello contribuyó a que las
ciencias humanas acusaran de grosero materialismo a las ciencias naturales, con lo cual
se instaló la idea de que lo humano “estaba más allá de la producción, el ahorro y el
empleo del dinero y la lengua y la literatura alegaban representar los ideales morales e
ideales de la humanidad” (Dewey, 1995, p. 238).
Por último, surgió la dualidad filosófica entre espíritu, propio de lo humano, y materia,
inherente a la naturaleza, sumada a la visión mecanicista de la condición humana
expresada en el positivismo y la naturalización de la vida social, con el énfasis en la
medición cuantitativa en detrimento de las dimensiones cualitativas, con lo cual la
naturaleza carece de variedad significativa, dando lugar a una filosofía mecanicista.
Tal dualidad se expresa en la propia educación de las clases altas en la época del
naciente capitalismo industrial. Estas se reservaban una doble educación: una
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el camino que lleva a la universidad, y por lo mismo a las altas posiciones del
gobierno, supone un tipo de instrucción tan alejada del trabajo productivo que
apenas si se diferencia de la que impartían los jesuitas en tiempos del Rey Sol, y
tan inaccesible a las grandes masas que sólo pueden entrar en ella los que no
tienen que pensar para nada en su propio sustento (Ponce, 2014, p. 194).
Según Lukács, “La reificación limita la capacidad de autodefinición humana, así como su
campo de acción y reflexión” ( citado por Wulf , 2002, p. 149) y se intensifica debido a
los mecanismos de control propios de la administración burocrática conducentes a una
separación entre el mundo de lo abstracto y el de lo concreto, con lo cual el sujeto se
incluye dentro de lo general y su acción se concibe como algo inferior a lo abstracto,
algo adocenado y carente de sentido trascendente. Todo lo cual se fortalece con el
positivismo y su énfasis en la adquisición de saberes orientados a las decisiones
(Luckásc, citado por Wulf, 2002, p. 149).
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Pero también se evidencia en posturas como la Teoría Critica. En sus inicios, dicha
corriente proponía la primacía de la teoría sobre la práctica social, debido a que la
sociedad burguesa transformó todo en un valor de mercancía. En este contexto se hacía
necesaria esta teoría para concebir las contingencias principales de esa práctica social
(Wulf, 2002). Se entiende entonces el alejamiento de la práctica como resultado del
proceso de alienación derivado de ella; hay una resistencia para abordar la realidad “y
esa resistencia induce a que el conocimiento bajo sus condiciones sociales dadas no
permita más la realización de una práctica social” (Wulf, 2002, p. 159). Ese alejamiento
devino en elementos dogmáticos y a-históricos en los cuales se expresa “una especie de
debilitamiento del factor subjetivo; que conduce a la apatía y a la desmovilización del
sujeto para la acción” (Wulf, 2002, p. 158).
Para Paulo Freire la educación debe enmarcarse en la reflexión crítica acerca de los
contextos propios del estudiante, del reconocimiento de sus saberes y de su propia
cultura. En su texto “Pedagogía de la Autonomía”, establece una relación dialéctica entre
comprensión y acción que parte del reconocimiento de la lectura y la escritura en los
procesos de asunción de la identidad cultural. Sostiene que la lectura no sólo es
producción de su autor, sino que como lector el estudiante debe entregarse al texto.
Para lograr esto, todo educador debe partir de reconocer los saberes del estudiante y
discutir con ellos la razón de esos saberes y su vinculación con los contenidos. Más
adelante afirma:
El propio discurso teórico, necesario a la reflexión crítica, tiene que ser de tal
manera concreto que casi se confunda con la práctica. Su distanciamiento
epistemológico de la práctica en cuanto objeto de su análisis debe “aproximarlo”
a ella al máximo. Cuanto mejor realice esta operación, mayor entendimiento
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Entonces, es posible ir afirmando que una teoría desligada del mundo y de las preguntas
fundamentales del estudiante, estará condenada a la esterilidad fruto de una
imposición dogmática y ahistórica. En tanto una teoría que ilumine la práctica, que le
dé sentido y contribuya a la transformación de la acción, permitirá según Freire que el
estudiante logre una conciencia y voluntad para cambiar, en cuyo proceso se hace
necesariamente sujeto y no objeto del proceso educativo (2004).
Estamos inmersos en una época que algunos han llamado postmodernidad, otros tardo
modernidad y otros, capitalismo tardío. No es objetivo de este texto detenerse en estos
matices. Para bien y para mal, la dimensión de la individualización cobra vital
importancia en los tiempos que corren. Por una parte, el culto a la individualidad,
soportado por la idea de una sociedad globalizada hiperconectada e hiperproductiva,
ha sustituido el concepto de ciudadano por el de consumidor y ha transformado el
consumo en el depositario de la constitución de los procesos identitarios. La
fragmentación de las luchas sociales expresadas en demandas específicas por el
reconocimiento de identidades sexuales, culturales y étnicas, así como el vértigo
comunicacional de las nuevas tecnologías de la información, la naturalización de la
desigualdad y la acumulación de capital como ethos social, han socavado la idea de
democracia, racionalidad y verdad que fueron la base de la modernidad. En el contexto
de una modernidad líquida, en la cual las construcciones sociales se difuminan y la
ubicuidad de la libertad gobierna la existencia, el sentido de la emancipación pierde
piso, la crítica se convierte en un valor reproductivo inherente a esa libertad
conquistada y pierde su capacidad transformadora; en síntesis, una libertad concebida
ya no como destino, sino como obligación, una libertad que llega cuando ya no importa
(Bauman , 2003) .
Resulta difícil en este contexto apuntar por procesos formativos orientados a la verdad,
la razón, la democracia y la solidaridad. Resulta tentador abrigar el escepticismo y
ahogar cualquier idea de formación orientada a una sociedad distinta, a unas
subjetividades diferentes. Resulta muy atractivo concebir la educación como una
preparación de las nuevas generaciones para adaptarse y sobrevivir a las nuevas
realidades del mundo. Pero en términos de Giroux, esa multiplicidad de perspectivas es
la que debe guiar una verdadera consolidación de procesos de democratización.
Superar la idea del currículo como cultivo de habilidades y destrezas se torna urgente,
pues “es preciso que nos confrontemos y confrontemos al estudiante con lo que puede
considerarse una sociedad justa”, por lo cual es necesario darle voz a esas diversas
posturas que prevalecen en los escenarios educativos, superando la voz del maestro
como la única forma legítima de interpretación de los textos que circulan en las aulas y
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dando la posibilidad de otras voces que se conecten con las experiencias sociales y
culturales de los estudiantes (Citado por Rojas Osorio, 2020).
No es posible ampliar más esta discusión. Este es un campo con muchas cuestiones por
explorar abordadas desde diversos enfoques teóricos y concepciones del mundo, en un
crisol de ideas cuya articulación requiere un proyecto a gran escala. Eso sin mencionar
el reto de la inteligencia artificial que pone en cuestión muchas de las prácticas
tradicionales implementadas en la educación y los grandes proyectos de humanización
emprendidos hasta ahora. Aun así, es necesario mantener el compromiso con la
educación a pesar de la pérdida de algunos de los referentes que le daban sentido.
Mantener y reinterpretar algunos de los sentidos que el filósofo y educador
costarricense Jacinto Ordoñez (citado por Rojas Osorio, 2020) le reconoce a la
educación. En primer lugar, el significado social concebido como una acción
intergeneracional recíproca que implica “creencias, lenguaje, política, religión,
costumbres” (pág. 332); en segundo lugar, el significado cultural como una praxis, en el
sentido estricto de la palabra, en la cual las sociedades legan a las nuevas generaciones
las producciones humanas en general (citado por Rojas Osorio,2020), en un proceso
dialéctico de transmisión y transformación.
Como afirman contundentemente los maestros Andrés Klaus Runge y Diego Muñoz:
Según Émile Durkheim, la educación tiene por objeto “el suscitar … un cierto número
de estados físicos, intelectuales y morales que exigen de él tanto la sociedad política en
su conjunto como el medio ambiente específico al que está especialmente destinado”
(citado por Luengo Navas, 2004, p. 33). De acuerdo con Rafael Flórez, Durkheim
encarna las aspiraciones educativas propias de la Revolución Industrial y de la
Revolución Francesa, en tanto se propone orientar la educación “hacia la vida y la
producción sociales, pero con la perspectiva de formar una humanidad única y
pluralista a la vez” (2005, p. 162).
Zambrano desglosa el sentido del concepto de Educación a partir del filósofo Charles
Hadji, quien afirma que la educación se refiere a todo lo digno de ser procurado en favor
del ser humano, por lo cual la Educación es la encargada de salvaguardar la llama de la
ética. Su propósito es facilitar la inserción del ser humano en lo social, en tanto desde el
punto de vista de la individuación es favorecer el pensamiento reflexivo de la persona
para que sea capaz de juzgar su propio ser con respecto a los valores universales que
esa sociedad socorre. De ello concluye Zambrano que toda sociedad se pregunta por el
tipo de persona que se desea educar en consonancia con los procesos de identidad que
la sociedad haya alcanzado con base en unos valores que le dan cohesión e identidad a
esa sociedad (2006, p. 134).
De esta forma, lo individual se reduce a la reflexión sobre las condiciones del sujeto en
cuanto a su capacidad de adaptarse a las exigencias de la sociedad, con lo cual el sujeto
se convierte en objeto de estudio científico con el fin de colonizar su voluntad y
encausarla hacia los fines socialmente determinados.
Desde la praxis, Herrera Montero parte de la necesidad de una estructura que garantice
un orden en el cual los miembros de la sociedad cuenten con una regulación de la acción,
unas posibilidades y unos límites que permitan la cohesión. La cultura así entendida es
una ruptura con el orden natural que conduce a analizar al ser humano más allá de la
especie (2006).
Por su parte, la interpretación Marxista sostiene que los actores sociales están
determinados por la realidad social derivada de los modelos de producción imperantes,
pero susceptible de ser transformada por los sujetos. Desde ese punto de vista es
posible sostener, en consonancia con lo afirmado por Marx, que, aunque el hombre está
condicionado por las circunstancias materiales, son los seres humanos quienes pueden
cambiar esas circunstancias (citado por Herrera Montero, 2006). De allí que autores
como Antonio Gramsci, E.P Thompson y Raymond Williams, hayan hecho grandes
aportes orientados a un humanismo crítico en el cual la transformación de la realidad
social pase por una transformación de valores, acciones, representaciones del mundo y
por el reconocimiento de otras formas de constitución de las subjetividades y de la
sociedad sobre la base de otras formas de entender la racionalidad y el progreso
(Liaudat, 2016). Así, por ejemplo, Thompson plantea que entre la determinación
estructural y la apropiación cultural, económica y política media la experiencia de
sujetos concretos, envueltos en sus vidas plenas de sentido, en tanto Williams,
influenciado por Gramsci como Thompson, cuestiona la visión economicista del ser
humano al comprenderlo desde varios patrones, tales como:
En esa vía, resulta vital la labor intelectual del Educador y su orientación a partir de la
praxis que entiende el orden social como un proceso dinámico en el que la cultura se
estructura y desestructura permanentemente para configurar un nuevo orden. Al
respecto, Paulo Freire insiste en la exigencia de una educación emancipadora que
derive en procesos de transformación cultural sobre la base de escenarios de
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Esto, que podría entenderse como una expresión del pensamiento mítico o religioso, se
materializa en la absolutización de la realidad como condicionante de la acción humana.
De esta forma se acepta la inexorabilidad social, la negación de utopías, las diferencias
de clase, el individualismo, la felicidad asociada a la acumulación económica, la
corrupción como expresión de viveza, la racionalidad de las normas y procedimientos
burocráticos como garantía de eficiencia y desapasionamiento, el desmonte del Estado
como garante de la justicia social, entre muchas otras atribuciones culturales que se
alimentan en las universidades contemporáneas.
Es en este punto en el que debemos preguntarnos cuál de las dos posturas asumimos
como educadores ¿Estamos en el papel de aceptar la realidad económica y social como
un hecho inexorable frente al cual debemos preparar a nuestros estudiantes? O ¿Es
nuestra misión como educadores, fomentar una actitud de reflexión y transformación
de esas realidades? Si bien es cierto que la educación no es la única responsable de la
conservación o transformación de la realidad, y que las instituciones establecidas
formalmente (escuela, universidad) no son las únicas que educan, es necesario reiterar
el compromiso que se tiene de reconocer el impacto de estas instituciones sobre los
valores, actitudes, acciones y formas de acceder al conocimiento para comprender sus
influencias sobre la subjetividad.
4. ¿Y la educación superior?
En el siglo XIX la universidad estaba marcada por dos tendencias. Por un lado, la
universidad de corte alemán, soportada en la idea de la Bilding (formación) de
Humboldt, que propugnaba por el desarrollo de la cultura y la investigación sobre la
base de dos principios: el de la libertad y el de la soledad, que garantiza una
independencia de los propósitos materiales sin que ello implique
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una abstracción
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Estas dos concepciones empezaron a ceder terreno en las tres décadas finales del siglo
XX y las dos de esta centuria. El modelo de universidad, sobre todo el de corte
napoleónico que por influencia de España fue el implementado en Latinoamérica,
empieza a ser confrontado por las exigencias de mayor competitividad, las necesidades
de masificación y la falta de pertinencia de los modelos decimonónicos para afrontar
los problemas sociales de la época (Martínez Bloom, 2018).
La cita anterior es el reflejo del optimismo desbordado que se presentó ante los retos
de la nueva universidad en la pomposamente denominada “sociedad del conocimiento”,
una universidad que se proyectó como expresión de libertad, investigación y
creatividad, también como sinónimo de innovación y desarrollo, superando todas las
barreras que las jerarquías y viejas estructuras habían impuesto al conocimiento. Un
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Sostener tales ideas en los actuales momentos resultaría ingenuo. Hemos asistido a una
precarización laboral del docente universitario, a un énfasis en la evaluación y el control
del aprendizaje que reemplaza el proceso de formación del ciudadano por el de
producción de “capital humano”. Ya no son los pedagogos, los psicólogos, los científicos
y filósofos quiénes dialogan con los profesores universitarios para pensar el sujeto, la
sociedad y el conocimiento. Ahora son ingenieros industriales, expertos en educación,
quiénes capacitan a los docentes en procesos de estandarización educativa orientados
al desarrollo de competencias y al logro de resultados de aprendizaje. Se impone así el
modelo anglosajón fundamentado en la idea de la masificación y el rendimiento, en el
cual el concepto de “calidad educativa” se convierte en el criterio de legitimación social
de la universidad.
En el texto “Educación para otro mundo posible” Boaventura de Sousa Santos cita a
Moscatti para indicar las tensiones que marcan el devenir de la universidad en la
actualidad. Una de ellas se da entre la producción de la alta cultura, los conocimientos
ejemplares propios de las élites, algo que viene desde la Edad Media, y los
conocimientos requeridos para la transformación social y para la formación de la fuerza
laboral que demanda la Revolución Industrial (2019). Esta dialéctica se materializa en
la tensión Educación-Trabajo, dicotomía que durante mucho tiempo planteó la relación
entre dos mundos con pocas conexiones; “quien pertenecía al primero estaba exento
del segundo, y quien pertenecía al segundo estaba excluido del primero” (De Souza
Santos , 2019, pág. 67). A pesar de los intentos de integración esta dicotomía
permaneció, ya que la educación superior se volvió una educación para el trabajo y el
trabajo, que antes era un trabajo físico, pasó a ser un trabajo intelectual. De tal manera
que se establece una doble dicotomía: “la antinomia alta cultura y formación
profesional y la de trabajo calificado y trabajo no calificado” (De Souza Santos , 2019).
en un pequeño número de disciplinas que traten los primeros principios de todas las
cosas” (Bloom, citado por De Souza Santos, 2019, p. 66).
Andrés Runge Peña y Diego Muñoz sostienen, a partir de Ulrich Beck, que en la sociedad
del riesgo las certezas que se conviritieron en el eje de las aspiraciones de realización
personal, han perdido piso. En este contexto es imposible presuponer ideales de
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Destacamos el trabajo auto etnográfico del profesor Freddy León Paime (2011), quien
hace una reflexión acerca de la subjetividad del contador en lo relacionado con las
elecciones y con las motivaciones que lo llevan a tomar ciertas decisiones, ciertos
caminos dentro de su proceso formativo (Citado por Mesa Taborda, 2017, p. 181).
Esta cita evidencia la tensión entre los contadores académicos y los que ejercen la
profesión (como si investigar y enseñar no fuera ejercer la profesión). A los primeros
se les acusa de abordar entelequias teóricas sin ningún asidero en la realidad, sin
aplicabilidad inmediata en el mundo de la empresa. A los segundos se les atribuye una
mirada instrumental, eminentemente pragmática y alejada de las discusiones
científicas propias de cualquier saber que se precie de ser universitario. Incluso dentro
de los propios contadores académicos se presentan diferentes formas de entender la
investigación contable, de concebir el objeto de estudio y de establecer los criterios de
validación del mismo saber.
• ¿Cuáles son los lugares de enunciación desde los cuales se legitiman las
prácticas docentes de los contadores en Colombia?
• ¿Cuáles son los ideales que los docentes contadores asumen como
posibles y cuáles como deseables, pero de difícil ejecución?
• ¿Cuáles son los argumentos que los contadores docentes presentan para
sustentar la validez de la Contaduría Pública en la actualidad?
• ¿Cuáles son los valores que se declaran como esenciales para contribuir
al desarrollo de esa sociedad?
• ¿Cuáles son los perfiles que se definen dentro de esos currículos, los fines
y el impacto social que se declaran?
Todas cuestiones muy en la línea del diseño instruccional propio del currículo
anglosajón, pero que igualmente deben trascender hacia otras formas de enseñar y
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aprender que se orienten a una formación más allá de los intereses de las empresas. En
ese sentido, un campo de investigación en clave didáctico-pedagógica y en función de
una cultura contable, deberá hacerse las mismas preguntas, en todas las categorías,
pero en ambientes mediados por las nuevas tecnologías de la información. Sin olvidar
el gran interrogante que se abre a futuro: ¿Cuál es el impacto que la inteligencia artificial
tendrá en la Educación Contable? Pregunta gruesa que concita reflexiones
antropológicas, epistemológicas, psicológicas, socioeconómicas y didácticas.
• ¿Cuáles son los aspectos más relevantes que se evalúan? (Ruiz Rojas,
2022, p. 32)
6. A manera de conclusiones
A partir de esta revisión general, se postula que pensar en una educación contable como
expresión de una cultura contable exige unos abordajes que comprometan el
pensamiento, el análisis, la interpretación y la construcción de sentido en torno a
categorías como educación, pedagogía, praxis y currículo, didáctica y evaluación. Desde
un ejercicio dialógico y con la participación de los diversos actores sociales
involucrados, será posible tejer una educación contable que no se restrinja a fines
utilitaristas orientados a un estado de cosas, y que en cambio busque la trascendencia
y la perfectibilidad de lo humano.
Estos son apenas unos esbozos que pretenden hacer visibles unos campos abiertos
desde los cuales se puedan orientar procesos investigativos en educación contable,
tendientes a construir una cultura contable que conciba la educación como un proceso
dialógico y que, a su vez, permita superar el pensamiento único y crear encuentros
entre diferentes concepciones de la contabilidad, para potenciar aún más el carácter
social de la misma y su contribución al desarrollo de una auténtica democracia. Por
supuesto, se trata de una sinfonía inconclusa, pues el debate debe continuar.
Referencias
De Souza Santos, B. (2019). Educación para otro mundo posible. Medellín: Cedalc.
Foucault, M. (1968). Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas.
Siglo XXI editores.
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