Negatividad. ¿Pero de Qué Negatividad Se Trata? Esta Es Una Pregunta Que

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Byung-Chul Han, uno de los filósofos más leídos hoy

Nacido en 1959 en Corea del Sur, donde las duras exigencias de un capitalismo
especialmente vinculado al desarrollo tecnológico ubican al país entre aquellos
con las tasas de suicidio más altas del mundo, las sospechas de Byung-Chul
Han ante internet no son un producto del oportunismo ni del azar.

Formado en Alemania, donde aprendió el idioma mientras estudiaba filosofía,


literatura y teología en las universidades de Friburgo y Múnich, y hoy docente
en la Universidad de las Artes de Berlín, donde vive, para comenzar a entender
su éxito tal vez sea necesario, primero, prestar atención a cómo se expresa. De
hecho, una de las razones por las que Han ha logrado colocar el dedo de sus
ideas sobre muchos de los puntos críticos de nuestra Modernidad está en su
estilo.

Como filósofo, Han procede casi como un aforista. Es decir, alguien que apela a
ideas simples que, al explicarse por escrito, se presentan en frases concisas en
libros que, además, no superan las 150 páginas. La primera paradoja de Byung-
Chul Han, por lo tanto, es también uno de sus méritos. Al abordar un presente
que casi no tolera formas de tiempo que nos permitan "la experiencia de la
duración" y una web que privilegia entornos que nos atrapan en "el infierno de
lo igual", como denuncia en su obra, Han se las ha ingeniado para capturar con
originalidad el interés en peligro constante de dispersión de miles de lectores.

El filósofo se destaca por su capacidad de aforista. Su lenguaje es una clave de su


éxito
Ahora bien, el núcleo del pensamiento de Byung-Chul Han es la
negatividad. ¿Pero de qué negatividad se trata? Esta es una pregunta que
conviene analizar despacio. En principio, al observar una cultura de escala
planetaria cuyos mayores horizontes económicos, políticos, sociales y también
sexuales se proyectan hacia la potencia de internet, lo que Han afirma es que, en
realidad, hoy desarrollamos nuestras vidas sobre pantallas cuyo máximo
sentido está en la aprobación vacía del "Me gusta" (tal como aparece en
Facebook, pero también en los "corazones" que se intercambian en Instagram,
Twitter y otras redes sociales semejantes).
En ese contexto, la negatividad, que en su versión más simple podría imaginarse
como la imposible oportunidad de presionar el botón de "No me gusta",
representa no solo la opción de decir "no", sino la opción de "oponerse" a lo
dado, de manera tal que sea posible alcanzar una conciencia más reflexiva acerca
de lo que somos, pensamos y hacemos. ¿Acaso no deberíamos ser capaces de
confrontar lo que "no nos gusta" para entender lo que realmente "nos gusta"?

A su modo, con esta interrogante Byung-Chul Han repite bajo la lógica digital
del siglo XXI lo que el gran filósofo alemán G. W. F. Hegel afirmó en el siglo
XIX: es absoluto el espíritu que reconoce la negatividad del otro. "Donde reina lo
puramente positivo, el exceso de positividad, no hay ningún espíritu", escribe
Han en La agonía del Eros. Por lo tanto, donde no puede haber un espíritu,
donde lo positivo no puede contrastarse con lo negativo, no hay oportunidad para
el entendimiento. Con este eje como centro de su obra, entonces, lo que Han
lleva adelante en cada uno de sus libros es la tarea de discutir desde la sospecha
filosófica de qué manera la ausencia e incluso la estigmatización de la
negatividad —a la que el discurso de la corrección política nos ayuda a percibir
como inoportuna, agresiva, cínica y hasta violenta— hunde nuestras vidas en un
sistema de aspiraciones y rendimientos dentro del cual terminamos incapacitados
para entender a los otros y para entendernos a nosotros mismos. "La depresión es
la enfermedad de una sociedad que sufre bajo el exceso de positividad", escribe
Han en La sociedad del cansancio.

Lo que Han nos dice en esos términos es que "el exceso de positividad", esto es,
nuestra incapacidad técnica para tratar con la negatividad tal como la
experimentamos en las redes, conlleva una sutil violencia que es "inmanente al
sistema". Y condicionada por la lógica de esos mismos entornos digitales, esa
inmanencia ejerce sobre nosotros una "violencia neuronal" —que puede
desembocar en la depresión— generada por la imposibilidad de enfrentarnos a
quienes no son —es decir, quienes no opinan, no piensan, ni viven— como
nosotros. En consecuencia, dice Han, "el colapso del yo" es el inevitable
desenlace de una "sobreabundancia de lo idéntico".

Trasladado al uso cotidiano de las redes sociales en internet, lo que Byung-Chul


Han señala es que cada vez que "bloqueamos", "silenciamos" o "dejamos de
seguir" a ese otro que no se adecua a nuestra mirada del mundo, el mundo se
vuelve menos colorido y nosotros, como sujetos incapaces de experimentar
"sentimientos negativos", nos volvemos más frágiles.

"Si el pensamiento mismo fuera una 'red de anticuerpos y de defensa


inmunológica natural', entonces la ausencia de negatividad transformaría el
pensamiento en un ejercicio de cálculo", escribe Han para discutir las posiciones
del filósofo francés Jean Baudrillard. Y así llega a otra de sus preocupaciones
sobre el presente tecnológico: "Quizás la computadora hace cálculos de manera
más rápida que el cerebro humano y admite sin rechazo alguno gran cantidad de
datos porque se halla libre de toda otredad".

Incapacitados para admitir la negatividad que posibilita el entendimiento, los


individuos no solo se encuentran inmersos en un falso bienestar digital vaciado
de antagonismos, sino que se condenan a un rendimiento marcado por la
"autoexplotación". Esta es la hipótesis de su libro Psicopolítica, en el que Han
explica que "quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí
mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al
sistema".

Lo que en este punto le interesa destacar a Han es que, tal como afirmó el
filósofo alemán Martin Heidegger en el siglo XX, si "la ciencia no puede
pensar" —porque su tarea es satisfacer un régimen de rendimiento que no
prioriza la pregunta por su sentido—, entonces el vínculo entre las personas y la
web se ha alineado alrededor de un sistema que borra las contradicciones entre el
proletariado y la burguesía —como las entendía Karl Marx— y transforma al
trabajador en empresario. "El neoliberalismo, y no la revolución comunista,
elimina la clase trabajadora sometida a la explotación ajena. Hoy cada uno es un
trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y
esclavo en una persona. También la lucha de clases se transforma en una lucha
interna consigo mismo".

Internalizado en el discurso de gobiernos que privilegian neologismos como el


"emprendedorismo" —que limita el éxito y el fracaso económico a la voluntad
propia— y valores como la "transparencia" —que aumenta la dominación
ideológica "al delegar a cada uno su propia vigilancia"—, Byung-Chul Han
indica que el poder actual se sostiene mediante una "psicopolítica". ¿Y esto qué
significa? Confrontando una de las ideas mejor difundidas del filósofo
francés Michel Foucault, que entendía el poder como un ejercicio de control
sobre los cuerpos de los ciudadanos —la "biopolítica"—, Han asevera que,
gracias al triunfo tecnológico de internet, ahora el poder es un ejercicio de control
sobre las psiquis. "El smartphone no es solo un eficiente aparato de vigilancia,
sino también un confesionario móvil. Facebook es la iglesia, la sinagoga global
(literalmente, la congregación) de lo digital". Y los gobiernos invierten muchos
recursos para registrar lo que ocurre en esa "congregación".
La trampa, insiste Han, es confundir una existencia sin negatividad con una
existencia feliz, y confundir un poder atento a nuestras preocupaciones con un
poder dispuesto a cambiar lo que las provoca. Escéptico ante las pantallas que
rodean nuestra vida, Han también ha pensado el impacto de la tecnología al
"profanar el amor y convertirlo en sexualidad, alejando el rasgo universal del
Eros de él". Desarrollada en La agonía del Eros, tal vez allí sintetice su lectura
más sensible y profunda del presente: mientras que los objetos sexuales
permanecen siempre "iguales a sí mismos", como los muestra la pornografía
online que exacerba nuestra "dosis narcisista del yo", el amor, nos recuerda Han,
pertenece al orden de lo que es capaz de "hacer que comience algo por completo
diferente".

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