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Vida y doctrina de los grandes economistas
Robert Heilbroner
Cap. 3: El mundo maravilloso de Adam Smith
Apéndice 1
Adam Smith escribió La riqueza de las naciones en los años inmediatamente
anteriores a la Revolución norteamericana. Fue, en parte, un ataque a la filosofía mercantilista en la que se apoyaba la política británica en las colonias; y, en parte, la articulación del mecanismo, aún mal comprendido, de una nueva sociedad. Smith, que era escocés, ocupaba la cátedra de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow y, estando en ejercicio de la misma, publicó La teoría de los sentimientos morales. Esta obra, que apareció en 1759, consideraba cómo el hombre puede elevarse por encima de su propio interés al formular juicios morales y cómo su egoísmo puede ser transmutado a una esfera superior. Ésta fue una idea que desarrolló más tarde en La riqueza de las naciones. El libro dio a Smith ocasión de viajar por el continente, donde mantuvo contacto con Quesnay, el pensador económico más destacado de Francia. En oposición a la teoría ortodoxa de su época, Quesnay mantenía la idea de que la riqueza de una nación procedía de su capacidad para producir, y no de la cantidad de oro y plata que poseyera. Smith desarrolló esta idea en el ataque que dirige en La riqueza de las naciones a la política restrictiva y proteccionista del mercantilismo. «La riqueza no consiste en dinero ni en oro, sino en lo que se adquiere con el dinero, el cual solamente es valioso para comprar», escribía Smith argumentando a favor del libre cambio. Smith disentía de los fisiócratas en la importancia que éstos atribuían a las clases agricultoras como fuente de toa la riqueza real, pero compartía con ellos su actitud crítica hacia las sociedades que concedían una importancia primordial al privilegio y no a la productividad. Adam Smith se sentía preocupado por dos grandes problemas: cómo se mantiene ensamblada una sociedad y hacia dónde va la sociedad. La respuesta al primer interrogante está en las leyes del mercado y en la interacción del interés individual y la competencia. He aquí cómo funciona el mercado: Supongamos que tenemos cierto número de fabricantes de guantes. Cada fabricante tratará de cargar por sus guantes un precio tan elevado como pueda, pero si alguno de ellos eleva sus precios por encima de lo que exige su coste de producción, entrarán en el negocio de guantes otros fabricantes, quienes tratarán de abrirse paso en el mismo vendiendo a un precio más bajo, lo que forzará a los demás a bajar sus precios o a quedarse sin vender sus guantes. De esta manera se realizarán a la vez dos cosas: primera, el fabricante se ve obligado, por las fuerzas de la competencia, a vender sus mercancías a un precio próximo al coste de producción (si carga un precio excesivo por sus mercancías, habrá otros que irrumpan gustosos en el negocio); segunda, se ve obligado a ser lo más eficiente posible, para mantener sus costes bajos y permanecer en condiciones competitivas. En este sentido, el mercado es un distribuidor de tareas tan severo como cualquier conjunto de leyes o reglamentos que la sociedad pueda imponer, a condición de que –y esto es importante– el mercado sea competitivo. La «mano invisible» del mercado también dirige a las personas en su elección de ocupación y hace que se tengan en cuenta las necesidades de la sociedad. El carnicero, el cervecero y el panadero entran en su profesión porque esperan ganar en ella. No hay nada en esto que sea inmoral o antisocial, porque ellos no hacen más que responder a las señales de los precios que emite el mercado; a medida que una sociedad necesita más carniceros, se eleva el precio que está dispuesta a pagar por los carniceros (es decir, su salario), y más personas se sienten tentadas a entrar en esa profesión. Como consecuencia de ello, los salarios de los carniceros vuelven a bajar o, al menos, quedan nivelados. De la misma manera, el mercado regula cuáles son las mercancías que han de producirse. Si los consumidores quieren más zapatos de los que se producen a un precio dado, tenderán a pagar más, al tener que competir por el calzado escaso. En consecuencia, los productores se verán impulsados a producir más zapatos. La esencia de la economía de mercado es que en ella todo se convierte en mercancía con un precio y que la oferta de estas mercancías es sensible a los cambios de precio. Hay que tener una idea clara de la importancia revolucionaria de esta doctrina. El mercado es impersonal y no conoce favoritos; se acabaron las prerrogativas especiales de la nobleza. Esta idea debe ser contrastada con los medios anteriores de organizar la sociedad, en los que cada uno tenía asignado su lugar y en él permanecía. El mercado no solamente da por supuestos el interés individual y la competencia, sino que requiere la existencia de movilidad, en virtud de la cual una persona puede perseguir su egoísmo. Así, la doctrina de Smith es a la vez democrática y dinámica. Smith escribió tanto lo que sucedía en su sociedad como lo que debería suceder. Sin embargo, como descripción de la realidad, su teoría se ajustaba con mucha más exactitud a la sociedad de finales del siglo XVIII que a la de la segunda mitad del siglo XX. Una condición previa para el funcionamiento eficaz del mercado era que ninguna de las piezas del mecanismo productivo, ya sea del lado de los trabajadores o del de los capitalistas, sea tan grande que interfiera las fuerzas de la competencia. Los enemigos del sistema eran los monopolios. Pero hay que recordar que Smith escribió antes de la revolución industrial y del advenimiento de la producción en gran escala. Hoy día la economía está dominada por gigantes económicos que tienen a su ervicio millares de personas, tienen invertidos miles de millones de dólares y tienen un volumen de ventas y de producción de ámbito mundial. En 1965 había en Estados Unidos sesenta empresas cuyas ventas sobrepasaron los mil millones de dólares, y más de quinientas empresas con ventas superiores a los 100 millones de dólares. Partes del mercado de trabajo están también controladas por poderosos sindicatos obreros. ¿Son éstos monopolios? Sí o no. Esta cuestión volveremos a plantearla en el capítulo X. Pero estas vastas aglomeraciones de poder constituyen manifiestamente una desviación de la «competencia atomizada» considerada por Adam Smith. A Smith también le interesaba hacia dónde va la sociedad. Al responder a esta pregunta, Smith subraya los efectos beneficiosos de la acumulación de los beneficios por los empresarios. Estos beneficios, suponía Smith, serían reinvertidos y utilizados para comprar maquinaria nueva, la cual permitiría mayores posibilidades de división del trabajo y de aumento de la productividad y, por tanto, conduciría a una mayor riqueza. En su famosa descripción de una fábrica de alfileres, observaba Smith que al concentrarse cada hombre en una tarea, podía producir más que si hubiera tenido que manejar por sí solo cada una de las fases del trabajo. También observaba que los hombres que le rodeaban y que estaban haciendo grandes fortunas no las derrochaban en una vida de lujos, sino que las ahorraban, las acumulaban y las reinvertían. Se establecía así una tendencia hacia la introducción de máquinas nuevas y hacia una mayor productividad. Smith veía en esta acumulación el motor que pone en movimiento el mejoramiento de la sociedad.