La Riquesa de Las Naciones
La Riquesa de Las Naciones
La Riquesa de Las Naciones
Hoy nadie duda que Adam Smith es el padre de la economía moderna y creador del sistema económico dominante: el
liberalismo económico o capitalismo. Se ha dicho, con bastante certeza, que antes de Adam Smith existían discusiones
económicas y, tras él, se discutía de economía.
El libro basa buena parte de sus teorías en la realidad de una naturaleza humana innata y la máxima expresión de
esta: la libertad individual. Smith postulaba que la tendencia primaria de todo ser humano es el amor a sí mismo y la
búsqueda del bienestar y la felicidad en la vida. Dentro del ámbito del ser humano, la propiedad más sagrada es el
trabajo, pues es el fundamento común para todas las demás propiedades.
Representante de lo que se ha dado en llamar “individualismo optimista”, Smith defiende que la persecución del interés
individual propio redunda en el interés común. ¿Cómo? Buena parte de la moral establecida, incluso hoy, está influida
por el pensamiento cristiano que establece que es nuestro deber vivir para los demás, esperando que estos, a su vez,
vivan para nosotros. Suena bien, pero tristemente se aleja bastante de la realidad, pues esa cadena suele romperse,
surgiendo entonces las tensiones cuando constatamos que no recibimos el producto de nuestro esfuerzo y trabajo, que
no recibimos lo que damos. Esto se traduce, como la historia demuestra, en que la tendencia se vuelve en sentido
contrario: se tiende a dar (trabajar) menos, resultando un colapso que afecta a todos los integrantes de la sociedad.
Frente a la célebre cita de Marco Aurelio “lo que no es bueno para la colmena no puede serlo para la abeja”, Smith
replica que es al revés: lo que no es bueno para el individuo no puede ser bueno para la sociedad.
Smith postula que el ser humano, como cualquier otro animal, no tiene otro motor que su propia supervivencia, su
propio interés, sin más límite para lograrlo que su propia capacidad. Por tanto, cada individuo ha de ser responsable de
sí mismo, no pudiendo culpar de sus desgracias, ni de sus éxitos, a nadie más que a él. De esta manera, todo el mundo
trata de alcanzar sus metas dando lo mejor de sí. En esta visión de la vida cada uno recoge el fruto de su propio
esfuerzo, mentalidad que, defiende, es mucho más productiva. Un trabajador que sabe que, a más rendimiento, más
ganancia y más “premio” para él, lo hará más motivado. Todo esto redunda en una mayor producción de riqueza y, con
ella, mayores posibilidades para los demás de beneficiarse de la misma. La riqueza genera riqueza, y si se permite a los
hombres ser libres para alcanzarla, finalmente se traduce en una mejora no solo para el individuo, sino para toda la
sociedad de la que forma parte.
¿Cómo se logra esa libertad? Limitando las interferencias del estado y su poder. “Dejad hacer, dejad pasar” (laissez
faire, laissez passer) es el lema del liberalismo. El estado no debe intervenir en el flujo dinámico de la economía, sino
que su labor ha de ser únicamente la de crear las condiciones para que se produzca adecuadamente. Debe legislar y
resolver conflictos judiciales, garantizar el orden interno y externo, proteger a los ciudadanos de robos y agresiones y
crear las infraestructuras para que el intercambio comercial siga fluyendo. Nada más.
Por todo esto se ha acusado a Smith de ser un egoísta. Pero precisamente su intención es la de crear un sistema que
mejore la vida de todos, algo que la historia, desde entonces, demuestra. Smith no dice que haya que dejar de ayudar a
nuestro vecino, sino que el receptor de la ayuda no tiene derecho a exigirnos lo que es nuestro (que es la definición de
robar, que te quiten aquello que no quieres entregar). Nada hay de malo en proporcionar ayuda, pero esta no es tal si se
ejerce bajo coerción, si no se ejerce de manera voluntaria.
Las situaciones comerciales han de surgir del acuerdo y el beneficio mutuo, pues la riqueza no es un juego de suma cero
en el que, necesariamente, uno gana para que otro pierda. La riqueza no es una parcela privada al alcance del primero
que llega, sino que crece en función de la productividad. A mayor riqueza, más posibilidades de que esta aumente y otro
participen de ella.
Adam Smith es el primero que aplica a la economía los principios de la investigación científica, siendo La riqueza de las
naciones el primer libro de economía moderna. Antes de él, sus tesis no se habían planteado tan claramente, mientras
que hoy forman parte del ABC económico de todas las naciones desarrolladas y con alta calidad de vida del mundo. Y de
todas aquellas en vías de desarrollo que mejoran su nivel de vida.
Smith explica en este libro las principales características o reglas que ha de seguir la economía política, que no es otra
cosa que el arquitecto que ha de dirigir el camino hacia la prosperidad pública.
Sus propuestas para distribuir la riqueza
Smith realiza en este libro una teoría integral de la distribución de la riqueza, analizando la división del trabajo, los
salarios, el uso del dinero, el precio de los bienes, los beneficios de los accionistas, las rentas de la tierra, etc. Existen dos
puntos clave que determinan el desarrollo de la prosperidad: uno de ellos es la división del trabajo, y el otro, el valor
como consecuencia de la ley de la oferta y la demanda. Para Smith, la riqueza de un país no procede de sus recursos,
sino del trabajo que en él se desarrolla.
La división del trabajo fue uno de los puntos decisivos de la economía, al permitir una mayor productividad que si una
misma persona hiciera todas las labores necesarias. Por un lado, esta modalidad de trabajo aumenta la destreza del
operario en cuestión y, por otro, ahorra tiempo que perdería en saltar de una labor a otra.
En cuanto a las finanzas públicas, Smith reinventó el principio clásico de los impuestos, creando unas reglas que debían
seguirse de cara a la aplicación de estos:
Justicia: los ciudadanos deben contribuir a los gastos del gobierno en proporción a las rentas de que disfrutan.
Veracidad: la contribución impuesta a cada ciudadano debe ser cierta, no arbitraria. Debe seguir unas reglas en
cuanto a la época, el modo de pago, la cuota, etc.
Comodidad: toda contribución ha de ser recaudada del modo más conveniente para el contribuyente.
Economía: el gobierno ha de velar por retirar de los bolsillos del ciudadano tan poco como sea posible.
No son estos los únicos temas a los que hace referencia Smith, detallando, por ejemplo, el concepto de valor, o cuáles
son los aspectos que determinan el salario (facilidad de ejecución, limpieza, continuidad, honorabilidad o desprecio que
reporta al trabajador, probabilidades de éxito, etc.).
Pero por encima de todo, la idea que sobresale de la obra es la teoría de Smith de que existe un orden en los fenómenos
naturales referentes a la economía y que, para poder ser eficaz y beneficiosa, toda la organización social debía hacerse
adaptándose a dichas normas naturales. Dentro de estas normas naturales de que habla Smith puede que la más famosa
de todas sea aquella que dice que la organización de la economía de una manera provechosa se logra espontáneamente,
dejando a los hombres actuar bajo su impulso natural de buscar su interés personal. Es aquí donde aparece la famosa
“mano invisible de la competencia”, que es la manera que usa el autor para denominar a la capacidad autorreguladora
que tiene el mercado.
La mano invisible
Ejemplo
Cuando la demanda es inferior a la oferta, el industrial cesa de fabricar la mercancía que vende con pérdidas. La oferta,
entonces, disminuye hasta equilibrarse con el precio de mercado, de manera que este sea mayor que el coste
producción del bien en cuestión. Llegado a ello, el interés personal incitará a quien produce a fabricar más mercancía
que le aporte mayores ganancias, por ser la oferta inferior a la demanda. Es decir, una abundancia de materias hace que
estas tengan poco valor, mientras que la escasez de las mismas hace que su valor aumente. Es a través de esta “ley de la
oferta y la demanda de interés personal” por lo que las sociedades pueden adaptarse y organizarse armoniosamente.
En lo referente al traslado del trabajo y el capital, funciona del mismo modo. Las empresas tenderán a situarse en
aquellos lugares en donde la producción pueda ser más barata y la ganancia final, mayor. Lo hemos observado en
nuestra historia, especialmente en las últimas décadas. Muchas empresas llegaron a países como España –en los 60–
donde el coste productivo era menor que en sus lugares de origen. Tras la caída del telón de acero, dicho capital se
trasladó a ellas, repitiendo el proceso. En los últimos años, ha ocurrido en Asia y ya empieza a verse el traslado comercial
a África. De este modo, el capitalismo hace que la riqueza se mueva y se reproduzca por todas partes, pues, cuando el
coste ya no es beneficioso, se traslada a donde sí puede serlo, generalmente países más pobres que se ven enriquecidos
con la llegada de las inversiones y lo producción. Es la llegada de riqueza y el libre comercio a esos países que vivían en la
pobreza más extrema lo que ha revertido todas las gráficas.
Si la realidad es el juez último que verifica la falsedad o no de una teoría, no puede menos que concluirse que esta obra
ha hecho más por la mejora de la vida y el progreso de la humanidad que la mitad de los filósofos y pensadores de la
historia juntos. Y todo ello defendiendo una idea: que el ser humano es libre y que esa libertad es la principal
característica de su naturaleza. No vivimos para otros y no tenemos derecho a exigir que ellos vivan para nosotros.
Somos responsables de nuestra vida y, cuando todos buscamos mejorarla en función de nuestra voluntad, el resultado
es mejor para todos.