Bogotá

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EN ESTA

PARTE
DEL MUNDO Antología de poemas
sobre Bogotá (1926-2022)

Ramón Cote Baraibar


Colección Bogotá
LEER
PARA LA
VIDA
Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia

Vidales, Luis, autor


En esta parte del mundo : antología de poemas sobre Bogotá (1926-2022)
/ Luis Vidales [y otros] ; presentación y selección, Ramón Cote Baraibar. --
Bogotá : Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte, [2023].
336 páginas. -- (Colección Bogotá. Leer para la vida)
ISBN 978-958-5125-60-5
1. Poesía - Siglos XX-XXI - Colecciones 2. Bogotá - Poesías I. Cote Baraibar,
Ramón, 1963-, autor de contenido textual suplementario, compilador
CDD: 808.81 ed. 23  CO-BoBN– a1131734

EN ESTA PARTE DEL MUNDO Corrección de estilo


Colección Bogotá «Leer para la vida» Jesús Goyeneche Wilches

Autores y herederos, por los poemas incluidos Diseño de la colección


2023, de esta edición: Secretaría Distrital Camila Cardeñosa Echeverri
de Cultura, Recreación y Deporte
Diagramación
Ramón Cote Baraibar, por el prólogo
Camila Cardeñosa Echeverri
y la selección
Leonardo Fernández Suárez

Montaje de la cubierta
Alcaldía Mayor de Bogotá
Leonardo Fernández Suárez
Claudia López Hernández
Alcaldesa Mayor Comité editorial
Ramón Cote Baraibar
Catalina Valencia Tobón
María Osorio Caminata
Secretaria Distrital de Cultura,
Andrés Ospina
Recreación y Deporte
ISBN: 978-958-5125-60-5
Rafael Eduardo Tamayo Franco
Director de Lectura y Bibliotecas Esta obra es una publicación para la
Biblioteca Digital de Bogotá y está bajo
Línea de Proyectos Editoriales
una licencia de Creative Commons.
Javier Beltrán
María Lucía Ovalle Pérez Atribución-NoComercial-SinDerivadas.
Santiago Villalba Hernández 4.0 Internacional (CC BY-NC-ND 4.0)
EN ESTA
PARTE DEL
MUNDO
Antología de poemas
sobre Bogotá (1926-2022)

Ramón Cote Baraibar


Imagen de la cubierta
«Ciudades invisibles 7», de Juanita Carrasco.
Juanita Carrasco
NOTA DEL ANTÓLOGO
Para la realización de esta antología se tuvie-
ron presentes dos libros de gran importancia
para el tema que se trata. En primer lugar,
Rostros y voces de Bogotá (2004), un valioso
trabajo realizado por un grupo de investiga-
dores coordinado por la profesora Carmen
Neira Fernández de la Universidad Nacional.
Y, en segundo lugar, Bogotá en verso (2007), una
brevísima muestra de poemas sobre Bogotá
hecha por Federico Díaz-Granados que incluye
poemas, aparte de poetas nacionales, de poetas
extranjeros que escribieron sobre la capital
de Colombia. Resulta importante aclarar que
estos no se incluyeron en la presente antología
por la dificultad de conseguir los respectivos
derechos de autor, pero sí es cierto que para
un futuro sería sumamente valioso contar con
una publicación específica sobre este apar-
tado, ya que autores tan importantes como
Jorge Guillén, José Emilio Pacheco, Francisco
Cervantes, Philippe Soupault, Rodolfo Häsler,
José Ángel Leyva, Jorge Ariel Madrazo, entre
muchos otros, dejaron buena cuenta y amplia
muestra de su paso, fascinados o no, desilu-
sionados o no, por Bogotá. Para finalizar,
conviene a su vez destacar el trabajo hecho por
Rosa Jaramillo en Oficio de poeta. Poesía en Bogotá
(1978) y la recopilación realizada por el gran
poeta nadaísta Jaime Jaramillo Escobar sobre
la ciudad en la que vivió toda su vida, en su
libro Medellín en la poesía (2006).
De amores
y espantos
RAMÓN COTE BARAIBAR

I
Existen muchas maneras de compren-
der una ciudad. A partir de sus revisiones
históricas, de sus estudios políticos, de
sus análisis sociales, de sus monogra-
fías arquitectónicas o urbanísticas se nos
da una visión particular que nos permi-
te entender mínimamente ese organismo
vivo, dinámico y cambiante que no para
nunca de sorprendernos. Pero también
existe otra manera de apropiarse y de
entenderla, y es por medio de la literatu-
ra, ya que esta viene a ser, entre muchas
otras cosas, una síntesis de muchos aspec-
tos tratados en los diversos campos antes
mencionados. En el caso de Bogotá, por
su amplia difusión, la novela y el cuen-
to forman parte de ese necesario relato
de la ciudad que ya muchos conocen, a
través de libros clásicos como Sin remedio,
de Antonio Caballero; Opio en las nubes,
de Rafael Chaparro; Satanás, de Mario
Mendoza, o Perder es cuestión de método,

7
En esta parte del mundo

de Santiago Gamboa, para mencionar


tan solo algunos ejemplos de los últimos
cuarenta años. Pero existe otro relato,
menos conocido, quizás, por algunos o
definitivamente ignorado por otros, que
es el que ha venido realizando la poesía.
Ambas corrientes vienen a ser como una
piel transparente que envuelve la ciudad,
como un espejo que permite a sus habi-
tantes reconocerse o como un mapa que
traza las señales de su destino.

El tema que da origen a este libro es tan


apasionante y a su vez tan extenso que,
desde un principio, se trazaron unas
coordenadas con el propósito de poder
«
dar una mínima muestra de la produc-
...
ción de poemas dedicados a Bogotá o en se trazaron unas
los cuales Bogotá fuera el lugar preme-
ditado de la acción poética. Por ello,
coordenadas con
para la presente antología se ha querido el propósito de
reunir una serie de poemas que tuvieran
unas características particulares, como la
poder dar una
mención directa a Bogotá, o que alberga- mínima muestra
ran los nombres específicos de sus calles,
montañas, plazas, mercados, almace-
de la producción de
nes, personajes, para que fuera esta y no poemas dedicados
otra ciudad. Por otra parte, se puso espe-
cial atención en la producción poética
a Bogotá o en los
del siglo XX , en su mayoría de la segunda cuales Bogotá
mitad en adelante, incluyendo algu-
nos ejemplos anteriores como serían los
fuera el lugar
casos —ineludibles por otra parte— de premeditado de la
Luis Vidales o de León de Greiff, hasta
llegar a los jóvenes poetas que han escri-
acción poética.
to sobre Bogotá en el siglo XXI . Como el »

8
De amores y espantos

material, a pesar de tener las restricciones «


ya expuestas, era por obvias razones muy ...
diverso, se creyó conveniente reunir los
se creyó
poemas que compartieran determinados
aspectos en común, para armar con ellos conveniente reunir
varias secciones.
los poemas que
De esta manera, la presente antología
compartieran
se divide temáticamente en varios capí-
tulos, a saber: «Galería de retratos», determinados
«Algunas calles y tres plazas de mercado»,
aspectos en
«Almacenes y oficios», «Buses a todos los
barrios», «Transeúntes», «Los cerros y las común, para armar
lluvias», «Septimazo», «Bogotá fechada»
con ellos varias
y «Nostalgia bogotana». El resultado fue
una ciudad poliédrica. secciones.
«Galería de retratos», como su nombre »
lo indica, reúne una serie de poemas
sobre determinados personajes conoci-
dos ampliamente, como José Asunción
Silva, Luis Tejada, José Eustasio Rivera,
la visitante ilustre Rita Hayworth (de
paso por Bogotá), la novelista Helena
Iriarte o el librero y poeta Guillermo
Martínez González, así como a persona-
jes anónimos a quienes se les rinde su
particular homenaje: «Dalila, Moraima,
Zulena. / Sus nombres suenan como
agua derramada en aldeas ardientes / de
extrañas geografías. Van frescas y ruido-
sas / alumbrando el domingo bogotano
/ como soles inversos». («Día libre»,
Piedad Bonnett).

Hasta finales del siglo XIX , las calles de


Bogotá tuvieron un nombre específico,

9
En esta parte del mundo

tal como se había empleado desde la


Colonia. Fue hacia principios del siglo
«
XX cuando cambió su nomenclatura por
...
los números actuales, de amplio uso «Galería de
en Estados Unidos, pero quedaron, eso
sí, algunos de esos nombres a modo de
retratos», «Algunas
recuerdo, como se puede apreciar, parti- calles y tres plazas
cularmente, en La Candelaria. «Algunas
calles y tres plazas de mercado» reúne
de mercado»,
algunos poemas que aluden a determi- «Almacenes y
nada vía, como los dos poemas sobre la
calle 17, de Edmundo Perry o de Fátima
oficios», «Buses a
Vélez, o la avenida Centenario, de Henry todos los barrios»,
Alexander Gómez. Sus tres mercados
serían el de la carrera Décima («tengo
«Transeúntes»,
una especial predilección / por esta gran «Los cerros y
plaza de mercado / de la Carrera Décima
/ que ya NO existe», Alfredo Ocampo
las lluvias»,
Zamorano); la plaza de Paloquemao «Septimazo»,
(«hoy quiero manosear yo mismo una
lujuriosa coliflor / y escoger dos libras de
«Bogotá fechada»
tomate para la oxidada balanza», Óscar y «Nostalgia
Torres Duque) y San Victorino, que
aunque hoy en día es una zona comer-
bogotana». El
cial, en sus inicios fue un gran mercado resultado fue una
de abastos.
ciudad poliédrica.
El poema del embolador de Nelson
Osorio Marín («Plaza de Las Nieves 10
»
a. m.»), que acaba siendo una denun-
cia social, forma parte de la sección
«Almacenes y oficios», en la cual se mues-
tra un retrato de algunos de ellos, como el
anticuario, el librero, el contabilista, los
vendedores ambulantes, entre otros que
pueblan la ciudad.

10
De amores y espantos

«Buses a todos los barrios» fue original-


mente un cartel que tenían determinados
buses y busetas que se contrataban para
llevar o devolver completamente gratis a
las personas que quisieran asistir a cier-
tos eventos que se realizaban en la Bogotá
de los años 60, 70 y 80, como la lucha
libre en el barrio Restrepo o en el Coliseo
Cubierto El Campín, o también para faci-
litar el transporte a los circos ambulantes
de la ciudad, como el Egred Hermanos
« el de los Hermanos Gasca. Más tarde,
... este mismo nombre se hizo más cono-
cido por la canción que compusieron
En los poemas Eduardo Arias y Karl Troller, incluida en
aquí incluidos su disco Transite bajo su propio riesgo, de
1999, en la cual ellos —con voz distorsio-
aparecen algunos nada y acompañados por un destemplado
barrios como sintetizador— enumeraban los nombres
de los barrios que llevaban esos desapa-
Teusaquillo, recidos carteles de madera y que estaban
La Soledad, La ubicados en el vidrio panorámico: «Santa
Lucía. Pablo VI . Galerías. / Española.
Candelaria, Suba, Tunjuelito. Cerritos. Margaritas», dando
Santa Isabel, cuenta a su vez del apabullante creci-
miento de Bogotá en todas las direcciones
Pablo Sexto, de la sabana. En los poemas aquí inclui-
Las Nieves, dos aparecen algunos barrios como
Teusaquillo, La Soledad, La Candelaria,
Chapinero Alto, Suba, Santa Isabel, Pablo Sexto, Las
entre otros. Nieves, Chapinero Alto, entre otros.

» «Como los gatos, con las cuatro patas y


afiladas garras, cae la noche sobre estas
terrazas de los barrios de Usme… En el
sur sobrevivimos los más fuertes. Los que
vivimos siempre al día. Los que morimos

11
En esta parte del mundo

siempre abrazados. Los que llegamos


siempre de noche». («La noche en los
barrios del sur», Fredy Yezzed).

«Transeúntes» da cuenta de aque- «


llos paseantes que transitan por sus ...
calles en cualquier día de la semana y se
encuentran con alguien o con algo que
aquellos paseantes
los conmueve, o tienen de repente una que transitan
revelación sobre el lugar que habitan
y su destino, como sucede en el poema
por sus calles en
de Luis Fernando Afanador: «no olvi- cualquier día de
des ante todo / que en esta pobre ciudad
sin abolengo / en una oscura tienda con
la semana y se
música de tangos / te regaló el amor, el encuentran con
único, el memorable / el que te justificará
a la hora de los inventarios». («Santa Fe
alguien o con algo
de Bogotá»). que los conmueve,
«Los cerros y las lluvias». Era ineludi- o tienen de repente
ble hacer una sección sobre este tema.
Es como hacer una antología de la poesía
una revelación
de Groenlandia sin mencionar la nieve. sobre el lugar que
Parecería un lugar común, y lo es, eviden-
temente, pero era inevitable. La frase
habitan y su destino
lapidaria de García Márquez según la ...
cual Bogotá era una ciudad en la que no
paraba de llover desde el siglo XVI 1 sigue
»
siendo vigente, pero también es cier-
to que sale el sol de vez en cuando. Y sus
cerros, tan amados y castigados a la vez,

1 «Bogotá era entonces una ciudad remota y


lúgubre donde estaba cayendo una llovizna
inclemente desde el siglo XVI ». Gabriel García
Márquez. (20 de octubre de 1981). El País.
Bogotá 1947.

12
De amores y espantos

a los que alude Darío Jaramillo Agudelo:


«el verde del cerro es el verde verdadero».
(«Bogotá mía»).

Si era imposible no hablar de los cerros y


las lluvias, como constituyentes propios
de Bogotá, tampoco lo era soslayar el
famoso «Septimazo». La antigua tradi- «
ción bogotana permanente hasta hoy en
día de pasear por su calle desde la plaza
La antigua
de Bolívar hasta la calle 26 también ha tradición
dejado su huella en la poesía, como lo
atestiguan las famosas «Visioncillas de la
bogotana
carrera Séptima», de Luis Vidales, publi- permanente
cado en Suenan timbres (1926), o el propio
Jotamario, quien afirma sin discusión
hasta hoy en día
alguna: «He andaregueado por medio de pasear por
siglo la carrera Séptima de Bogotá y no se
me han acabado los zapatos ni el pie. Más
su calle desde la
bien se ha deteriorado el cemento de los plaza de Bolívar
andenes» («Septimazo»).
hasta la calle
En «Bogotá fechada» se hace un recorri-
do desde 1935, con el alucinado poema de
26 también ha
Darío Samper («Nocturno en Bogotá»), dejado su huella
pasando, por supuesto, por el 9 de abril
de 1948, por el conocido poema de María
en la poesía
Mercedes Carranza («Bogotá, 1982»), por ...
la celebración de sus 450 años en 1987
(«Bogotá 450 años», Armando Orozco),
»
por la toma del Palacio de Justicia, de
Luz Mary Giraldo («Edificio en ruinas:
1985»), hasta el reciente de Amparo
Osorio («Bogotá 2022»), entre otros, que
trazan un arco por su historia reciente.

13
En esta parte del mundo

«Nostalgia bogotana» está teñida por la


« bruma del recuerdo, por esa ciudad que
fue y que ya nunca será o que pudo llegar
La ciudad como a ser, llena de oportunidades perdidas, de
materia literaria reencuentros y deseos imposibles, como
lo atestigua el inicio del hermoso poema
empezó siendo de Jaime Manrique Ardila: «Regresaré
realzada por y habrá cambiado / como cambian las
cosas, / pero las calles que anduve / mis
Baudelaire en sus casas en La Candelaria, en Palermo, esta-
Pequeños poemas en rán allí» («Bogotá»).

prosa y, gracias a esa II


puerta que abrió, la La ciudad como materia literaria empe-
poesía cambió para zó siendo realzada por Baudelaire en sus
Pequeños poemas en prosa y, gracias a esa
siempre de signo puerta que abrió, la poesía cambió para
siempre de signo, y lo que en un principio
... eran elogios al campo y a la naturale-
» za (el famoso topos de «Menosprecio
de corte y alabanza de aldea» de fray
Antonio de Guevara) se volcó, gracias al
autor de Las flores del mal, hacia una visión
de sus calles, de los banales sucesos de los
barrios, de lo que no tiene importancia y
de los habitantes anónimos que estaban
relegados por la Historia, con mayúscu-
la. Y la poesía sobre Bogotá no fue ajena
a esa transformación radical de la líri-
ca moderna.

El cambio de Bogotá en un siglo ha sido


de considerables proporciones. De una
ciudad de doscientos mil habitantes en
1920 ha pasado a una de nueve millo-
nes en 2022, sin contar con las ciudades

14
De amores y espantos

satélites que la rodean, fruto de una «


migración del campo a la ciudad por el ...
fenómeno de la violencia, la inseguridad
en diversas zonas del país o la posibili-
si en una parte
dad de encontrar un mejor futuro. Por de la ciudad
otra parte, su temperatura se ha visto
expuesta al cambio climático y no es un
está lloviendo a
dato menor decir que Bogotá ha alterado cántaros, en la otra
en un grado su temperatura en el último
siglo. Pero a una ciudad que, como dice
parte luce un sol
el refrán, tiene las cuatro estaciones en radiante. Eso hace
un solo día hay que añadirle, entre tantos
otros aspectos que la diferencian de otras
que la relatividad
capitales, el significativo hecho de que sea una de las
en los últimos cien años el centro de la
ciudad y su periferia más próxima ha
mayores constantes
cambiado de color, pasando del amari- de esta ciudad, con
llo de la piedra muñeca al anaranjado del
ladrillo; que la ciudad se ha expandido en
lo cual nada es una
las cuatro direcciones de la sabana, cuyas verdad absoluta.
localidades más pobladas (Suba, Usme o
Kennedy) superan en número de habi-
»
tantes a ciudades como Cúcuta, Ibagué
o Bucaramanga, o que hoy en día el PIB
de Bogotá es superior al de Uruguay. O
también, por añadir un aspecto curioso
a esta brevísima enumeración de trans-
formaciones, el hecho de que si en una
parte de la ciudad está lloviendo a cánta-
ros, en la otra parte luce un sol radiante.
Eso hace que la relatividad sea una de las
mayores constantes de esta ciudad, con lo
cual nada es una verdad absoluta. Quizás
exista una tregua y en algo en lo que
están de acuerdo todos sus habitantes:

15
En esta parte del mundo

que en diciembre y en enero el cielo es


azul para todos, y que los atardeceres
se prolongan un poco más, como si de
repente dejara de pertenecer en esa época
al estricto régimen tropical.

A diferencia de tantas ciudades latinoa-


mericanas, Bogotá —según se mire— no
tiene hermosas avenidas ni monumentos
espectaculares, como sucede en Ciudad
de México o en Buenos Aires. Tiene
lo que tiene y punto. Por eso es que su
lectura debe realizarse desde otro lugar
y compararla con otras urbes condu-
ce inevitablemente a la frustración,
por un lado, o al elogio desmedido, por
otro; dos resultados que son tan errados

« como viciosos y tristemente recurrentes.


Sus poetas, o los poemas escritos sobre
Es una poesía, Bogotá, entonces, han sabido encontrar
su lugar, sin grandilocuencia ni ostento-
más bien, como sos versos ni experimentos formales. Es
sus habitantes: un una poesía, más bien, como sus habitan-
tes: un tanto contenida, severa, cruda
tanto contenida, en su testimonio, pero al mismo tiempo
severa, cruda en su conmovedora, un tanto brutal, directa al
mentón, que ha sabido encontrar lo origi-
testimonio, pero nal y único, lo extraordinario dentro de
al mismo tiempo lo cotidiano.

conmovedora, Es que no se necesita entonces tener


una gran ciudad para tener una gran
un tanto brutal, poesía. Basta con que exista para que
directa al mentón haya poesía. Resulta curioso observar
que el tiempo no pasa en la poesía. Es
... decir, las mismas quejas por las basu-
» ras, la contaminación, los trancones o

16
De amores y espantos

las lluvias interminables ya son patrimo- «


nio inmaterial de la ciudad. Ese carácter
ciertamente melancólico y desconfia-
Ese carácter
do, esa falta de seguridad, en todos los ciertamente
sentidos del término, por saber qué clima
hará hoy o mañana también afecta a la
melancólico y
poesía, con lo cual esa incertidumbre desconfiado, esa
se transparenta en sus palabras. Eso en
cuanto al presente y al futuro. En cuanto
falta de seguridad,
al pasado, una cierta sensación de catas- en todos los
trofismo, de desasosiego, una sensación
de oportunidad perdida, es inherente a su
sentidos del
visión e interpretación. Basta con revisar término, por saber
mínimamente la ciudad antes y después
del 9 de abril o de la llamada «época de
qué clima hará hoy
la Violencia», que ha ido variando de o mañana también
nombre según las décadas o la impor-
tancia de los fenómenos como la lucha
afecta a la poesía
contra el narcotráfico y la pobreza extre- ...
ma. Y el miedo. No deja de ser diciente
que uno de los mejores libros de poemas
»
de María Mercedes Carranza lleve preci-
samente por título Tengo miedo (1983), en
el que incluye su famoso poema «Bogotá,
1982», que aparece en esta compilación.
O el singular caso de ser denominada
como la Atenas Suramericana, que se
acabó convirtiendo en una dudosa fuen-
te de orgullo y de sarcasmo a la vez, como
lo advierte Carolina Bustos en «Lecciones
de urbEnidad (conversación de un poeta
alejandrino sobre la L A tenaz)»2. En una
entrevista realizada por el poeta Henry

2 Carolina Bustos Beltrán. (2022). Lecciones de


urbEnidad. Nueve Editores.

17
En esta parte del mundo

Luque Muñoz a Héctor Rojas Erazo, el


autor de Celia se pudre cuenta algo al respec-
to: «Yo llegué a Bogotá en los años cuarenta
a una ciudad amable, con cierto espíritu
parroquial, más acogedora que hermosa,
donde todas las cosas estaban en su sitio.
En los cafés señalaban, con un orgullo casi
pueril, a sus intelectuales: León de Greiff,
Jorge Zalamea altivo, casi imperial, y José
Mar, ese sí comunicativo e inquieto, ejem-
plo de periodistas. No era una ciudad triste.
Era una aldea alegre con pretensiones
capitalinas. A veces tan culta que algunos
académicos se permitían el lujo de salu-
darse de una acera a la otra en latín. Así los
sorprendió el nueve de abril, el desconcer-
« tante Bogotazo. Había una proliferación
de tertuliaderos, que de verdad eran agra-
Esos cerros, esas dables. Se podía ir indistintamente, al café
lluvias, su propia Asturias, al Molino, al Automático. Los
periódicos fomentaban la conversación
vegetación, en sus salas de redacción. Conversar era
el desorden entonces un oficio muy grato»3.

urbanístico y Pero esa misma visión desvalida, descreída,


ese escepticismo medular, esa incertidum-
la segregación bre tanto climatológica como política y
social son los personal, le da ese sabor propio, le otor-
ga su propio sello. Esos cerros, esas lluvias,
condicionantes su propia vegetación, el desorden urba-
pero no su nístico y la segregación social son los
condicionantes pero no su explicación.
explicación. En la contracubierta de Bogotá. El libro de
» las horas, de Eduardo Galindo, el poeta

3 Colcultura. (1995). Revista Gaceta. 29, 36

18
De amores y espantos

Edmundo Perry se refiere explícitamen-


te al poeta bogotano y a su poesía al decir
que: «Y la realidad bogotana que es toda
la realidad para el poeta, a estas alturas
de su vida le dicta una mirada escépti-
ca llena de humor que no la aligera sino
que la agrava pero le permite aceptarla.
La vida no es más que lo que en ella cante
aunque a veces la música disuene».
Y añade: «Pero la realidad bogota-
na es toda la realidad, no porque no
salga de Bogotá sino porque se lleva
a Bogotá cuando se viaja, de manera
que uno puede encontrar a Monserrate
en Girardot, en Villa de Leyva o en La
Guajira, lo cual emparenta a Bogotá con «
la Alejandría de Kavafis»4.
Poemas tan dicientes como «Parque
Poemas tan
Nacional», escrito hace cincuenta años dicientes como
por Mario Rivero, se pueden leer como
si fueran de hoy mismo, y los poemas
«Parque Nacional»,
escritos en el siglo XXI podrán ser leídos escrito hace
con la misma seguridad de ser enten-
didos dentro de cien años. Con esto se
cincuenta años
quiere decir que existe cierta intempora- por Mario Rivero,
lidad en sus resultados. Pero, al mismo
tiempo, existieron en Bogotá ciertas
se pueden leer
cosas que forman parte de esa nostalgia, como si fueran
como los tranvías, los trolleys, el anti-
guo aeropuerto de Techo, el hipódromo,
de hoy mismo
o determinadas costumbres o alimentos ...
que ya no se encuentran. Las demoli-
ciones también han hecho de las suyas,
»

4 Eduardo Galindo Pérez. (2007). Bogotá. El libro


de las horas. Corporación Monserrate.

19
En esta parte del mundo

porque Bogotá es una ciudad que, fruto


de su descontrolado crecimiento, de la
emigración y de la especulación inmo-
biliaria, siempre se está demoliendo, de
manera que el pasado de muchos de sus
habitantes ha desaparecido: la tienda de
barrio, la casa de la esquina, los bailade-
ros y las discotecas, la panadería, lo que
constituía un referente visual y vivencial,
en la mayoría de los casos ya no existe,
con lo cual prima cierto espíritu arqueo-
lógico, cierto afán de concebir el poema
como un sitio de necesaria fijeza ante la
inminencia de la piqueta del olvido. Por
« eso hay que buscarla cada día, porque la
ciudad de ayer no es la misma a la de hoy
De allí que ante y ni mucho menos a la de mañana.
tanta desaparición No es un tema menor decir que siem-
haya una necesidad pre se habla y se nombra a Bogotá con un
halo de nostalgia, de insalvable y rabio-
de consagrar el sa melancolía, o con una inocultable
instante, de vivir orfandad. Estas no son unas circunstan-
cias negativas. Es un hecho comprobable
el momento, de con el que vivimos todos. De allí que
concebir al poema ante tanta desaparición haya una nece-
sidad de consagrar el instante, de vivir el
como un territorio, momento, de concebir al poema como un
una fundación, territorio, una fundación, un lugar donde
se pueda vivir o que refleje lo que se está
un lugar donde se viviendo. Son estos poemas, en definiti-
pueda vivir va, una suerte de «ciudades invisibles»,
o mejor, como si fueran un capítulo
... apócrifo de ese magistral libro de Italo
» Calvino. Los poemas se acaban parecien-
do a las ciudades donde fueron escritos.

20
De amores y espantos

Piensen, por ejemplo, en la Nueva York


de García Lorca.

III
No deja de ser curioso el hecho de que
muchos poemas, ya de Jorge Gaitán
Durán o de Rogelio Echavarría, Fernando
Charry Lara, Fernando Arbeláez o el
mismo Nicolás Suescún, por citar solo
algunos poetas, no nombren específica-
mente a Bogotá. Quizás la explicación a
esto se deba a que una especie de prurito,
de ley no escrita, aseguraba que nombrar
a la ciudad le quitaba cierta «univer-
salidad» a la que aspiraba el poema,
temiendo el hecho de que al nombrar-
la fueran a ser juzgados por sus pares en
particular y por la literatura en general
como «provincianos». Los nadaístas, tan
rupturistas en sus posturas literarias y
sociales, resultaron un tanto tímidos al
hacerlo. Hablan de «calles», «esquinas»,
«plazas», «bares» sin atreverse del todo
a nombrarlas. Por supuesto que algu-
nas veces lo hacen, como son los casos de
Jotamario Arbeláez en su extenso poema
«Santa Librada College» o «Septimazo»,
o «Un recuerdo de Óscar Gil», de Eduardo
Escobar, ambos poetas aquí incluidos.
Sin lugar a dudas, fue Mario Rivero quien
no tuvo miedo al hacerlo y gracias a él,
así como a los poetas de la generación
sin nombre, eso que se consideraba como
un dato innecesario que le «mermaba»
su calidad por llegar a ser tachado como
«localista», abrieron las puertas y los ojos

21
En esta parte del mundo

de los poetas quienes, a partir de enton-


ces, llamaron las cosas por su nombre. Ya
le perdieron el miedo a nombrar. Gracias
a ellos, la calle dejó de ser la calle anóni-
ma para ser la «calle 17» (Edmundo
Perry, Fátima Vélez); el parque ya fue
el parque Simón Bolívar, el bar fue el
San Moritz, Quiebracanto (Juan Manuel
Roca, Stefhany Rojas, Carolina Bustos);
la pensión del centro fue la pensión «El
cuerpo de Laura» (Fredy Yezzed); los «
edificios se nombraron como las Torres
Blancas, las Torres de Fenicia, las Torres
Ubicar, señalar,
del Parque (Óscar Torres, Robinson le da un anclaje
Quintero); los barrios fueron ya específi-
cos: Suba, Santa Isabel, Chapinero Alto,
particular al
La Macarena (Guiomar Cuesta, Alejandro poema, le otorga
Cortés, Fernando Denis, Eugenia Sánchez
Nieto); las cafeterías perdieron su anoni-
una categoría
mato y pasaron a ser Yanuba, pastelería específica que
Metropol (Juan Gustavo Cobo Borda,
Federico Díaz-Granados). Y así un largo
escapa para siempre
etcétera. Ubicar, señalar, le da un anclaje de lo genérico para
particular al poema, le otorga una cate-
goría específica que escapa para siempre
lograr la conquista
de lo genérico para lograr la conquista de de lo particular
lo particular, haciendo eco a esa ya lejana
afirmación de León Tolstói, quien decía
...
«pinta tu aldea y serás universal». »
Es por todos sabido la relación de amor/
odio con la capital colombiana, lo que
de alguna manera la emparenta con esos
famosos versos de Borges, a quien en
un soneto dedicado a su ciudad de naci-
miento no le tembló la mano al decir que

22
De amores y espantos

«No nos une el amor sino el espanto; / «


Será por eso que la quiero tanto». Esos ...
versos podrían aplicarse perfectamente
a la sensación que tienen sus habitantes
una antología
con Bogotá, pero también con estos otros de poemas sobre
del mismo poema: «Aquí el incierto ayer
y el hoy distinto / me han deparado los
Bogotá que sirviera
comunes casos / de toda suerte huma- como puerta de
na; / aquí mis pasos urden su incalculable
laberinto»5.
entrada hacia los
He querido, entonces, hacer una antolo-
múltiples poetas
gía de poemas sobre Bogotá que sirviera que la conforman
como puerta de entrada hacia los múlti-
ples poetas que la conforman, a la vez
...
que un vehículo con el cual sus lecto- »
res se pudieran identificar, asombrar o
conmover por las situaciones o lugares a
los que aluden. En muchos de ellos hay
una necesidad de ahondar en determi-
nados comportamientos y situaciones,
sean estos de orden personal o social y,
en el porqué para un poeta es importan-
te esa calle y no otra, ese bar y no otro,
esa tienda de discos y no otra. Y si para la
poesía las circunstancias climatológicas
y geográficas no son meros accidentes, la
cantidad innumerable de sucesos histó-
ricos (el 9 de abril, la toma del Palacio de
Justicia, las manifestaciones sindicales y
las marchas sociales, entre tantos otros),
hay que añadirle la propia interpretación

5 Jorge Luis Borges. (1989). Obras completas


(Tomo II ). Emecé Editores, 325.

23
En esta parte del mundo

de esos hechos, a los cuales se les suma


el de las circunstancias personales.

Quienes viven en Bogotá saben que una


de las aficiones más frecuentes de sus
habitantes es renegar diariamente de ella.
Es un deporte capitalino por excelencia,
pero también es una soterrada forma de
amarla, de aprender a quererla. Por eso
es esta antología: para seguir quejándose
de ella y para seguir queriéndola, pasan-
do de esos dos extremos a la velocidad del
sonido. Y para volverla poema, habitable
en la palabra.

24
De amores y espantos

En esta parte del mundo,


triste y pobre mundo,
es el mediodía de un sábado.
MARÍA MERCEDES CARRANZA,
«UN BUEN MARTINI SECO»
29 Galería
de retratos

69 Algunas calles
y tres plazas
de mercado

105 Almacenes
y oficios

135 Buses a todos


los barrios
163 Transeúntes

193 Los cerros


y las lluvias

224 Septimazo

248 Bogotá
fechada

282 Nostalgia
bogotana
GALER
DE
RETRA
RÍA

ATOS
En el velador
un vaso de agua

Leer tu continente no era fácil


hace 35 años,
la escritura de tu boca y tus pasos,
la poderosa palabra de tu modo de ser,
por culpa, solamente, del muro que habitamos.
Ahora veo tan solo una sencilla cosa:
ese vaso de agua sobre la mesa
y de repente digo: «tú», no más que eso.

Ignoraba que eras este viento de las 11 y media de la mañana


o en el inmenso naufragio del camino, a lo lejos,
la lucecilla batallando por ayudar a la noche.
Ahora estas luces completan su retrato:
tu mano de escritor educaba a los hombres
crecidos desde párvulos como tus letras más gruesas,
y hoy son muchedumbres, países
—quién pudiera creerlo— esas páginas tuyas
sobre las transformaciones de la madera, la danza,
el traje azul, la última rana,
la oración para que no muera el hombre,
y más amplio el espacio ocupado por los barcos
con su sirena.
Te ibas de polizón por el río;
fumabas en la ciudad cigarrillos de hoja de eucaliptus

31
En esta parte del mundo

de tu propia invención,
y recomendabas la tibia dama de «Espectadores» y «Tiempos»
contra las excesivas noches bogotanas, saturadas
del frío que transita desde las constelaciones.
Aún estoy viendo las palmeras que había en tu peculiar
modo de andar,
aún recuerdo tu sombrero
con cierto arriscado de órbita,
¡oh! tú, habitante de tu sombrero de anchas alas
para imponerle al cielo su equilibrio,
tasarle su crudeza
y darle graduación a su intranquilo vuelo.

Saber la poesía es como ser niña,


tener 14 años y el himen en suspenso.
La sabes tú, que en el aroma reconocías
la sombra transparente de la rosa,
y en su envoltura misma la danza, el signo de esa danza
remota y muy cercana de nosotros.

Caminos cruzados te habían cruzado la frente,


la brasa del ojo izquierdo
y la mano del corazón
porque la otra quedó intacta para el correo de la escritura.
La insomne catarata fluyendo hacia los luchadores tenaces,
hacia los patrulladores de los más duros sueños.
Por ti todo estará igual y como antes:
se sentirá la sangre, al soslayo, golpear hacia la muerte
tal como pasa el río y deja sus imágenes.

Seguiremos mirando las cuatro paredes de la luna,


y como si no te hubieras ido, en la casa
el ángel de los vientos golpeará los cerezos.

Por virtud de tu propia maravilla


—del pensamiento que se apoyó un día en tu pared
de huesos—

32
Galería de retratos

de tu lengua, que al fin conoció el sabor del frío,


oías los golpes del artista
como el corazón de la escultura erguida
en que el sonido es ya mudez de piedra.

Amigo, muerto pero no interrumpido,


con siete en vez de cinco sentidos, contando la escritura
y tu aureola magnética ceñidora del mundo.

Regreso a ti, pan de remota espiga.


Por tu implícita fuerza,
era una fruta cósmica la piedra,
aeropuerto de aves, el naranjo, en el patio
y más que el sol de agosto calentaban
los días del recuerdo.

Por ti parecía volar, de estación a estación,


el jet de la hoja,
y a zaga de tu sueño serán lentas las naves estelares.
Porque tú lo eras todo, y puedo pintarte si te digo:
«despreocupado árbol;
tarde del Bajo Magdalena;
uso del sol para el discurrir pausado de la yerba
entre la revolución sideral y el paso tarde del ganado».

En los pulmones del reloj oíamos tu marcha.


En la maquinilla rizada de los cogollos;
en el cambio de batuta de los días del trópico,
nadie, evidentemente, podrá silenciarla.

Te llamábamos, tal como eras, te llamábamos:


Luis Tejada
para diferenciarte del calor y del frío,
de la lluvia,
del ave de tibio pecho,
del perro de estrecho círculo de vida y larga mirada.

33
En esta parte del mundo

Luis Tejada te llamábamos para no confundirte


con el río y el hombre,
las selvas, las multitudes,
los florecientes capullos,
todos los Luises Tejadas, en fin, luchadores de la tierra.

Leerte todo esto fue difícil hace 35 años.


Ahora, cuán sencillo y claro:
veo sobre el velador ese vaso de agua.
La noche límpida lo dora suavemente;
y digo, no más que eso digo: «tú, Luis Tejada».
Eso tan solo digo, insistente claridad del mundo.

Luis Vidales. (2019). Suenan timbres (Antología poética 1926-1986).


VISOR, PP. 265-268.

34
El capitán siembra
una espada
A Dionisio Ridruejo

… El Capitán Gonzalo Jiménez de Quesada


en negro potro de la Andalucía
a galope recorre el campo, ante
el friso inmóvil de los españoles.
Luego, alzando la espada y desafiando
a quien se oponga, toma posesión
del Reino que llamó Nueva Granada,
en el nombre del César.
Centelleaba la grupa del caballo.
Esto fue el seis de agosto
del año mil quinientos treinta y ocho
del Señor Jesucristo.
(Hay que tener en cuenta que Quesada
significa lo mismo que Quijote).
Y recordemos que el Emperador
se hallaba en Roma.
Volvía de la hazaña luminosa de Túnez;
en tapices cantaba y en romances.
Y que por esos días desafiaba
—ante el Papa y hablando en español—
(«armado o desarmado o en camisa
con espada y puñal,
en una isla o ante sus ejércitos»),
a Francisco Primero por traidor
a la cristiandad.
A la su diestra estaba Garcilaso,

35
En esta parte del mundo

ya transparente:
un soneto entreabriéndose en la mano
y el alma sobre el hombro como un águila.

Luego Quesada declaró fundada


en lo más alto de la primavera
a Santa Fe de Bogotá.
Allí sembró su espada, su semilla.
Allí puso un cimiento a la esperanza,
y el trémulo cimiento del amor.
Allí fundó la piedra y el rocío.
Allí erigió una cruz contra la muerte.
Y doce chozas erigió en memoria
de los apóstoles. Y sembró algunas
palabras españolas que han tenido
una larga y hermosa descendencia
constelada de sueños y de música.
(Cruzando el océano que es la luna de España,
llegaba al corazón del español
el aroma desnudo de su Alhambra:
o, más sencillamente: aquel aroma
salía desnudo de su corazón
hacia el campo de rostro iluminado
por los maizales de los indios).

Al recordar este momento pienso


en el abuelo de la barba gris
llena de años, naufragios y batallas,
llena de sueños y constelaciones.
Y toco en ese instante mis orígenes:
mi orgullosa raíz americana
de indio y río,
y mi raíz de piedra castellana:
piedra que ha sido y sigue siendo alma…

Eduardo Carranza. (1975). Los pasos cantados. INSTITUTO


COLOMBIANO DE CULTURA – COLCULTURA, PP. 179-180.

36
Rivera vuelve
a Bogotá

Acaso al final vino a saber que su destino


No era el de aquel abogado vagante por la ciudad
Y a caballo o canoa cuando rural más silencioso
Sino el de hombre soleado que solo al juntar palabras
Poblaba de sueño y de seres sus días
Sin confusión ni fárrago a su encuentro
Como a la sombra creciente de las noches
Que por allá llenaban
Musarañas árboles rabiosas aguas
Ruidos que nunca se precisa de dónde
Y el calor en espesas olas que no cesan

Mas entonces
El trozo de papel el lápiz
Los lentos taciturnos ocios mudos
Sin la duda de para qué ni para quién se escribe
Sino la obstinación de un torrente verbal inundando
Llegando con historias que eran de carne y hueso
Mientras podía ansioso seguir su corazón
La llamarada oculta tras un frío ademán

No intenta escapar de su recuerdo la casa familiar


Un vasto cielo azul crepúsculos llameando
La niñez en calles que después no querrá pisar jamás

37
En esta parte del mundo

Los años de estudiante con avidez solitaria


Más turbios por la pobreza el desgano la ausencia
Solo deslumbrados hacia el atardecer
Por un vuelo de muchachas que cruzan al lado
Su andar adentrándose con ardor soñoliento
Pero apenas furtivamente a veces
La presurosa intimidad sin que lo llague
Rozando lenta
La quemadura de un cuerpo

Tiene también la debilidad de más de un joven


La desazón inasible de vislumbrar
Cercano un paraíso de populoso esplendor
Aunque se transaría por una migaja de poder
Porque ensimismado le atrae la codicia
De que su aptitud no es la sabiduría
Sino la acción
Y es de veras inepto para la humanística en boga
De sus amigos poetas con muchas lecturas
Pero según sus obsesivos cálculos
Él puede sin embargo lo que algunos de ellos
Satisfechos hicieron por su mutilación
Asegurándose también un sitio en la política
Que da renombre y subsistencia sin penurias
Y como varonil e ingenuo
Después de infortunios primerizos
Guarda aún ilusiones de su provincia
Ignorando la lugareña soledumbre
Cree que allí sabrá imponerse a rivales
Alcanzar honores y auditorio que le escuche
Cuánto le enardece la deshonra
Que encuentra cada vez en toda parte
Y temerario se lanza a denunciar
Asegurando así la frustración de su esperanza
«Y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido
La pérdida del reino que estaba para mí»

38
Galería de retratos

Los días tramposos gastándole van sueños y años


Si bien en recompensa
Le dejarán por fin libre de intrigas

Terca llovizna la mañana en que viaja


La desilusión corroe el rostro imperturbable
Pero seguro de sí mismo y sus creaciones
Tiempo después en tierra lejana
Apenas recordar la mueca
Con que engreídas bocas de la tertulia periodística
Hablaron de su folletín o relación de viajes
Condenándole en nombre de incuestionables principios
Como en todo caso son los suyos
E importa poco a él entonces
En riquezas también porfiadamente iluso
Lo que cuando menos sinfín llegue a decirse
En su elogio o desdén

Persistirá voraz el buitre de la melancolía


Un antiguo terror rondándole al acecho
Y será por diciembre el breve término
Cuando entrañables
Manos
Deban dar las monedas
Para que el joven cadáver que no dejan salir
Escape ya sin deudas del hospital neoyorkino
Hacia el barco que también sufragan
A falta del apoyo que no llega
De ese gobierno amigo de las letras
Tal es costumbre aquí decir
Y la tarde en que logran regresarlo
A la ciudad que amó
Bajo
La dulce montaña indescifrable
Un niño que no ha visto un muerto
Y lo ve en un salón entre voces y lámparas

39
En esta parte del mundo

Un niño que contempla turbado


Borrosas nubes
Eternamente solas por aquella frente
Es el extraño que ahora
Cuando han pasado tantos años
Trae efímeras al recuerdo estas cosas

Fernando Charry Lara. (2012). Vida y obra de Fernando Charry


Lara (Tomo i). INSTITUTO CARO Y CUERVO, PP. 202-205.

40
Hoy es navidad

Hoy es navidad.
Como todos los años, la señorita Betty se ha acordado,
esta mañana me llega, escrita a mano,
su tarjeta de siempre.

La señorita Betty lleva casi ochenta años,


en el mismo balcón,
inclinada sobre su tejido de agujas.
Es una mujercita vestida con una bata de
terciopelo, enlutado,
y un sombrero de fieltro negro
decorado con cerezas de celuloide.

Su casa es vieja aún para este viejo barrio


de La Candelaria,
un barrio pobre, al que su misma pobreza
le presta su encanto,
con casas de vecindad semidestruidas a cuyas puertas
los labios maquillados de las puticas palidecen.

La señorita Betty vive aquí,


en once habitaciones encaladas,
de techos altos, con artesonados barrocos.
En su patio, engalanado con mirtos y
jaulas de pájaros,
hay dos ángeles de piedra negra,
inmovilizados en una pose «noble».

41
En esta parte del mundo

Sobre la cara se les deslizan las babosas,


dejando una huella de plata…
Si existen buenas condiciones de tiempo,
la señorita Betty recorre este patio,
con ojos vidriosos y amables,
encomendándose a la Divina Providencia.

Con una vocecita de campanilla, casi cantándolo,


ella habla muy triste de las cosas, a las
que aspirara alguna vez,
y uno piensa que es una lástima, que no
las hubiese realizado.
Habla así del «bel canto», de la
educación de la voz,
de los buenos tiempos del Teatro Colón,
con la Compañía de Díaz de Mendoza y de María Guerrero.

La señorita Betty es un ser importante,


aunque su valía debe ser apreciada
de acuerdo a una escala de valores, en
inminente decadencia.
A lado y lado de su abstraída mirada
hoy como ayer se alinean las mismas fotografías,
de novias extravagantemente floridas
y pájaros emperchados sobre manzanos…
La señorita Betty permanecerá allí,
contemplándolos solitaria,
como alguien que ha perdido para
siempre aquello que buscaba…

En tanto que, afuera de su puerta,


intentando salvarla,
gentes listas y rudas, gentes despabiladas,
y enseñadas a subir sin la ayuda de nadie,
atronarán por la escalera, y en la habitación
que la señorita Betty llama aún «el despacho»…

Mario Rivero. (2009). Poesía completa. SIBILINA S. L. U., PP. 76-77.

42
Un vagabundo

Esa noche pasé por su lado otra vez


y le oí decir que nada tenía
sino el duro asfalto.
Hablaba de sí mismo en tercera persona,
un largo recitado de amarguras,
ese guiñapo humano de piernas tumefactas
que dormía en la calle
a dos cuadras de mi casa,
y pintaba también a una sensual mujer
en eróticas escenas a la orilla del mar,
que parecía, como Venus, nacer de la espuma.
Eran dulces baladas de amor
cantadas por una momia chibcha,
bajo un letrero que decía
CARNETS DE SALUD
con grandes letras rojas.
Y como un bisturí, el viento de Cruz Verde
se hundía en su cuerpo
y ahondaba la herida de la memoria.
Esa noche quise soñar sus mismos sueños
en ese momento, otra vez,
en otra cama, en otro tiempo.

Nicolás Suescún. (2000). La voz de nadie. CASA DE POESÍA


SILVA, P. 56.

43
Un recuerdo
de Óscar Gil

A veces sin darme mucha cuenta de lo que hago


ni por qué me sucede
después de tantos años de habernos conocido
y de tantos que no nos vemos
resulto acordándome de Óscar Gil
un amigo mío de la juventud
a quien los periodistas que se ocuparon de él apellidaron
el Hombre de la Llama
por razones
que se irán viendo

Óscar era un muchacho amarillento, desgarbado y miope


recién llegado de Medellín a Bogotá
Y andaba por esas calles de entonces
con ropa prestada, y a veces robada
balanceando los largos brazos
Se desplazaba a punta de zancadas tristes
y a veces iba hablando solo
y los anteojos ahumados de lechuza le daban el aire ausente
que le servía de rostro

Óscar vivía en Rincón Santo


un inquilinato de pobres extremos
en un recodo colonial
del Parque de los Periodistas

44
Galería de retratos

que allí sigue


asentado sobre las mismas piedras
que contempló el virrey Sámano
y se hizo famoso
dando saltos de mono sobre techos y balcones
y alféizares
y terrazas, zancajeando
con una tea encendida
mientras hacía llover panfletos
sobre las cabezas de los transeúntes

Panfletos financiados con los productos de sus atracos


a mano armada —diatribas contra los ricos
y de injurias al capitalismo
en los cuales
a veces se negaba a reconocer la independencia de Panamá
y exigía al Gobierno colombiano que revisara con el Perú
el asunto del trapecio amazónico
que en su opinión había dejado tan mal compuesto
el general Vásquez Cobo

Yo recuerdo que los panfletos


muy pocas personas los leían
con sus argumentos escritos
con una corrección deplorable
y que descendían como palomas desmayadas
sobre los viandantes
que a veces aplaudían sus acrobacias
y las celebraban a grito herido
sin tomarlas demasiado en serio

Pero los policías detestaban a Óscar, allá, inaccesible


e irrazonable e indignado
profeta de un dios ya obsoleto
lleno de las esperanzas en un futuro hecho de
reparos al pasado

45
En esta parte del mundo

parapetado en las cornisas de los edificios


gubernamentales
y las gárgolas de los bancos que odiaba
porque los obligaba a traer escaleras
y a perseguirlo por los tejados
perdiendo el kepis y los bastones
mientras él saltaba sobre los caballetes como un demente

Y como era, sobredesgarbado


torpe como el dios que servía
al fin era alcanzado y cazado

Y los policías lo golpeaban en gavilla


y le quebraban la antorcha en los magros costillares
y lo encerraban
Pero tenían que soltarlo
pues él alegaba que solo era un hombre de teatro
que había montado una obra a favor
de las gallinas asesinadas
y un novelista que escribía historias
sobre las falacias del periodismo
moderno

Pero antorcha, voz de probable origen occitano,


es mucha palabra para el palo de escoba
que mi amigo esgrimía
rematado con un mechón de trapos
embebidos en petróleo

Un día, la policía lo mató al fin


mientras asaltaba una casa de cambios con un revólver
viejo
robado a un vigilante nocturno en el barrio Bosque
Izquierdo
Fue en la carrera Séptima, antigua Calle Real
al caer de una tarde lluviosa de hielo

46
Galería de retratos

Porque si odiaba el capitalismo, también tenía necesidad


de sus dólares,
me dijo una vez con el dejo de amargura
de los que viven en la inopia
Y como el largo cadáver que dejó
no tenía en los bolsillos
un documento creíble de identificación
ni una señal que permitiera atribuirle una familia
una dirección conocida
y un nombre en firme
las autoridades sanitarias lo metieron en una cajita
donde no hubiera cabido un enano y ni siquiera su
hermanito menor
que nunca supo si lo admiraba o lo amaba
o le tenía miedo
y le atribuyeron
a falta de un apelativo
para cumplir con el formalismo
el de un tal Avelino Holguín
Hasta que un redactor de la crónica roja
del periódico El Tiempo
que lo conocía bien
vino a corregir el error onomástico

Al velorio de caridad asistieron


una pareja de novios universitarios
que no tenían más que hacer
y siete curiosos, los conté:
cuatro desconocidos, ni uno menos,
y tres pelagatos
Es decir, diez personas
contando conmigo

Y en la lánguida ceremonia vimos


sus piernas escuetas encogidas en el cofre
dispensado por la Alcaldía

47
En esta parte del mundo

como si le estorbara la muerte


tanto como le había estorbado el vivir con ropa ajena
O como si se esforzara por revertir su condición
horizontal
—Rebelde como era, como era obstinado

Y también recuerdo que le dejaron


las gafas verdes puestas, gafas de farmaceuta
y que le impusieron una corbata de pobre
para el último viaje
Y un columnista de mucha fama
entonces y que también lo quiso
lo comparó con un ladrón de repollos
injustamente

Pusieron su cuerpo
cerca de la tumba del excervecero masón
que hace milagros
de alemán muerto,
en el cementerio de la 26,
sobre cuya puerta,
contra la fama de irreversible de la parca,
estaba ya escrito, como se puede leer todavía:
expectamus resurrectionem mortuorum.

Eduardo Escobar. (2021). Insistencia en el error. Antología personal.


SÍLABA EDITORES, PP. 142-146.

48
Al conquistador Gonzalo
Ximénez de Quesada

Antes de rodear la cadera triunfante de Isabel


tu padre debió pagar
el anticipo de diez mil maravedíes,
para que vinieras al nuevo mundo,
para que pisaras tierra firme.
Tu acierto fue habernos intuido
y fracasar como abogado.
Sin embargo, olvidaste
pedirle a tu abuelo, el tintorero,
la fórmula para teñir el Nuevo Reino de Granada
de otro color y no de sangre.
Nos trajiste como ofrenda
armas de fuego, feroces perros
adiestrados para olfatear el oro y el indio.
Estás en el cielo por haber pacificado,
pero no te dejan dormir las almas
que sucumbieron bajo tu espada.
En el corazón de Bogotá te hemos levantado
el monumento
—que estorba el tránsito— y una avenida
donde el aguacero orina con inundaciones.

Henry Luque Muñoz. (1991). Libro de los caminos (1978-1988).


FUNDACIÓN SIMÓN Y LOLA GUBEREK, PP. 153-154.

49
Rita Hayworth
(de paso por Bogotá)
A María Cristina y Luis Fernando Peláez

De repente el avión disminuye la velocidad


y comienza a sobrevolar la sabana,
los campos cultivados, los techos de las casas.
Una lluvia menuda golpea el cristal de la ventanilla
y yo veo, allá a lo lejos, carcomida por una luz gris,
borrosa, a la ciudad.
Nunca oí hablar de Bogotá, y casi sentí miedo en venir,
de hallarme de repente en un lugar extraño,
trivialmente incivilizado, enfrentada a mí misma.
Hoy estoy llena de ansiedad y presentimientos,
y las pastas en lugar de darme un respiro,
un poco de sosiego, han alterado por completo mis nervios.

A ratos, para distraerme,


he echado un vistazo a los periódicos
y a los titulares con que se anuncia mi visita,
mi estadía por unas horas en la ciudad,
ahora cuando quisiera que nadie me viera o me recordara.
Nunca debí venir.
Y ahora es tarde, y mientras el avión desciende,
un pequeño río, el ganado espantado,
pasan abajo vertiginosamente.
Allí, abajo, en las salas del aeropuerto,
aguardarán los periodistas con las mismas

50
Galería de retratos

preguntas estúpidas de siempre.


Allí, abajo, mientras me apresuro por largos corredores,
tratando de escapar a la curiosidad de la gente,
vuelta mi propia enemiga,
volveré a sentirme vieja y desdichada.
Allí abajo, allí abajo, la vida es otra cosa.
Al verme, pensarán en los años que tengo
y sonreirán burlonamente,
y se encenderán los flashes,
y mis ojos, mi piel ajada, mis labios que tiemblan
se fijarán para siempre.
Nunca debí venir a Bogotá,
a esta ciudad opresiva donde tanto bárbaro
se sentirá con derecho a todo,
a asediarme como a una imbécil perdida
en el corazón de la selva.
Nunca debí venir.
Pero ahora es tarde, siempre es tarde.

Elkin Restrepo. (2006). Amores cumplidos: antología.


HOMBRE NUEVO EDITORES, PP. 31-32.

51
Poeta urbano

Aquel poeta de Bogotá


que no conoció en la infancia
el olor de la tierra húmeda
ni el contacto revelador de los animales
ni ha visto al río llevándose la vida…

Para compensar tantas ausencias


suelta un pájaro en cada poema
y nubes van y nubes vienen
y el mar en cada amanecer
lleva mareas a su olvido

Aquel poeta
que calla cuando le escribo
que la tragedia más actual del hombre
es su guerra a la naturaleza
se escribe unos largos poemas
a una amada de papier maché

No eres contemporáneo de las flores


Tus estrellas son de hojalata
Tu mar de escenografía
ni trae ni inaugura recuerdos

52
Galería de retratos

Poeta
A la naturaleza hay que ir
A contemplarla
A defenderla

Raúl Gómez Jattin. (1995). Poesía 1980-1989. GRUPO EDITORIAL


NORMA, PP. 63-64.

53
Monólogo de José
Asunción Silva

La ciudad que me rodea


y se duplica en los charcos de la lluvia
tiene un ropaje de sombras.
El viento que viene de Cruz Verde
con su negro levitón nocturno
rasguña los vitrales de la casa,
se cuela en los campanarios,
golpea
los aldabones de bronce de La Candelaria.
Ese viento, mi alma es ese viento.
Entre cercanos silencios
resuenan las guerras del país
mientras tintinea el quinqué
con el que alumbro mis confusos libros de comercio.
Ese viento, mi alma es ese viento.
Los corrillos de seres embozados
murmuran a mi paso. Figuras fijas al paisaje,
estatuas de nieve a la entrada de una iglesia,
maniquíes
apenas movidos por el frío del páramo.
Ese viento, mi alma es ese viento.
¿Quién dibuja en mi blusa un mapa del corazón?
¿Quién traza un centro a la ruta de mi fiebre?
La hermana muerta atraviesa el patio:

54
Galería de retratos

Su voz ya pertenece
a las construcciones secretas del vacío.
Ese viento, mi alma es ese viento.
La aldea despereza su piel de adormidera,
filtra una luz en los costados de la plaza
a una hora en que la ciudad parece viva.

Hablo de su lentitud, de su pasmosa fijeza:


mientras concluye el gesto de un hombre
que lleva de la mesa a la boca su pocillo,
cruza la eternidad, el mundo cambia de estaciones,
pasan las guerras, hay futuros en fuga
y el hombre no termina el ademán
que funde sus labios a la taza de café.
Todos parecen tocados de embrujo,
acaso miren en su quietud
el pájaro invisible
que les señala un oculto retratista.
Y de nuevo, el viento.
Ese viento, mi alma es ese viento.
Un disparo más, dirá el vecindario,
un disparo más en las eternas guerras del olvido.
La vida es feroz bancarrota.

Juan Manuel Roca. (2004). Rostros y voces de Bogotá (Neira


Fernández, Carmen, ed.). UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA,
PP. 170-171.

55
En Bogotá

En Bogotá
llamada de ordinario
Atenas Suramericana y
ciudad más insegura del mundo
es corriente decir
cuándo almorzamos
dame tu teléfono
que te llamo esta semana o
llámame o déjate ver
viejo qué milagro
entre el palmoteo
que inunda sus espaldas y
ahora sí no nos perdemos
anoto en mi agenda
una cita contigo y
más o menos así
en la fundamentación de esta nueva metafísica
de las costumbres
los bogotanos ríen su soledad

Santiago Aristizábal. (1986). Panorama inédito de la nueva poesía


en Colombia: 1970-1986 (Mutis, Santiago, ed.). NUEVA BIBLIOTECA
DE CULTURA – PROCULTURA, P. 359.

56
J. A. S.

Un cigarrillo turco, un té chino,


Los versos de Baudelaire
Y todo ello en la ciudad conventual
Que tirita de frío.

Cuánta amabilidad fingida


En estos bogotanos untuosos y relamidos.

Y se encerrarán en sus casas


Y murmurarán pasito:
«Allí va José Presunción, el niño bonito».

En esto ocuparán sus días.


Y en hablar de política.
Al final, inseguros,
Recordarán antepasados
A los cuales, cómo no,
El rey de España ennobleció sin límites.

Por esa raza menguante y cínica murió Bolívar.

Silva, entre tanto,


Con pluma de oro y fina caligrafía,
Compone su «Nocturno».

Juan Gustavo Cobo Borda. (1991). Dibujos hechos al azar de lugares


que cruzaron mis ojos. MONTE ÁVILA EDITORES, P. 61.

57
Página roja

En la fotografía del periódico veo el rostro desconocido,


tan desconocido como puede serlo el de un hombre de
campo
para el que Bogotá era apenas una imagen remota.
Arriba el titular de la masacre. Abajo los detalles:
las manos amarradas a la espalda, el incendio del caserío,
la huida mansa de los vivos.
La frente es amplia. En sus veinte años
seguro que algún sueño la habitaba.
Milton era su nombre, y puedo estar segura
de que lo ignoró todo sobre el poeta ciego.
Los ojos perspicaces, la piel tersa, el óvalo aniñado.
Y alumbrándole el rostro, la risa poderosa, como barril de
pólvora.
Con esos dientes sanos habría podido romper lazos más
fuertes
que los de sus muñecas.
La muerte mancha ya de caries su blancura
y escarba hasta encontrar la fría luz del hueso.

Piedad Bonnett. (2004). Las tretas del débil. PUNTO DE


LECTURA, P. 71.

58
Retrato, o «para
contribuir a la
confusión general»
A Henry Luque Muñoz

Vienes del centro con tus botas amarillas de caminar.


Tu boca se llena de dientes para dentro con herejes,
torturas y bardos medievales
pero tu abrigo de lluvia te delata.
Veo en ti la Jiménez,
el calor bochornoso de las busetas al mediodía
y las manos sucias, casi negras de smog;

las uñas bien cortadas, brillantes.


Los dedos largos y morenos. Elegantes.

Estamos en un puerto a casi tres mil metros de altura


y a ti todo te pasa por las manos:
poemas, libros oaxaqueños y recibos de Ulan Bator.
Pero igual tus botas muestran los rasgos de la batalla
cotidiana.
Pisotones, charcos, grasa y manchones de buseta.
Las uñas bien cortadas, brillantes.
Los dedos largos y morenos. Elegantes.

Juan Pablo Roa. (1997). INÉDITO

59
Bogotá, después de una
visita a Helena Iriarte

No hay relación entre las cosas


y aquello que las encarna.
La realidad acaso es un vacío
y su copia en el espejo
la evidencia de su precariedad.
Los nombres van por el mundo
retratando la angustia de no ser lo que nombran.
La gente corre afanada
hacia el vagón del metro o el autobús
porque la vida depende de un concepto.
Tampoco la puntualidad corresponde a su palabra,
pues no se puede llegar con retraso al destino.
¿Es posible que convivan alma y cuerpo?
¿No serán un binomio inseparable,
una sola cosa que no sabemos nombrar aún?
En estos temas, como en tantos otros,
me atropella la retórica,
y vuelvo a preguntarme si será posible
nada más vivir.

Lauren Mendinueta. (2008). La vocación suspendida.


POINT DE LUNETTES, P. 28.

60
Jueves de poesía
en Trilce 2016
A la memoria de Guillermo Martínez González
(1952-2016)

En las ramas de un sauce


el día cuelga
el último de sus afanes

Cada jueves
la poesía pasaba frente a nuestras narices
Maestro del anticuario de libros
Poeta que canta el aire de los bosques de loto
Amigo que te reflejas en los vidrios de tu librería

Donde tantas veces pusimos carteles de programación


hoy 26 de septiembre
pusieron avisos exequiales

Informan de tu muerte sin velación


De tu cuerpo cremado
por un fuego lejos del nuestro

Hay un hombre hincado frente a la librería


y luego llega otro
y otro
hasta que somos muchos
Un duelo de plañideros que entierran versos
por no tener un cuerpo donde llorar de tierra
Para velar a un poeta hay que inventar un rito
Y anochece

61
En esta parte del mundo

y te vemos
ahí estás terminando de servir el café
con la humildad de tu escoba
a quien llamaste «huerfanita del árbol»
Con el mundo de jabón
que la lavandera regaba en tus camisas
Con la sonrisa transparente
de quien le declaró su amor a las ventanas

Ahí te vemos
con todos tus poemas y sueños de agua
Sales un momento a tomar aire
y no resisto las ganas de acercarme a hablar

—Guillermo
suena el jazz de bienvenida
son las siete y treinta
¿Comenzamos ya?

Todos ven cómo tu reflejo entra


a uno de nuestros antiguos Jueves de poesía en Trilce
y ven también cómo yo te sigo

—Sean bienvenidos a una nueva sesión de


Jueves de poesía en Trilce.
Como cada jueves, todos los libros tienen el
20 % de descuento.

Pueden reírse

Guillermo
desde su ventana más amada
y sin ganas de hacer descuentos
también se ríe.

Alejandro Cortés. (2019). Almanaque Bristol 1987.


EDITORIAL PIEDRA DE TOQUE, PP. 29-31.

62
Páramo
A María Mercedes Carranza

Cuerpo accidentado
fracturado
inmerso
geografía extensa
preguntas.

En el altiplano, tu mente
fría, ingrávida
como un frailejón mudo.

Tu cuerpo accidentado
sin articulaciones vivas
golpea los nervios.

Recuerdas niña
ese lugar mágico
detrás de los cerros
gélido como una medusa lunar
donde nos paseábamos desnudas
inmersas en una geografía densa
—preguntas—.

Pá ra mo (rir)

63
En esta parte del mundo

La neblina oscura circunda


se cuela por el alféizar llevándose tus cabellos negros
la cuesta empinada, la de la Agonía, la del Palomar
del Príncipe
o esa que ayer lleva tu nombre.

De esas calles tan tuyas como mías


de ese suelo con ruido de lluvia que acaricia las casas.
Bogotá extraña, brumosa y solitaria
nos abandona hoy como a las hijas parias.

Pá ra mo (rir)

La voluntad de las sombras:

Piedra y cielo.

José Asunción y un hueco en el techo.

Carolina Bustos Beltrán. (2018). Polifonías dispersas. UNIVERSIDAD


EXTERNADO DE COLOMBIA, PP. 54-55.

64
policía que espera
(en la Plaza de
Bolívar)

nos gritan cerdos cerdos apenas a unos metros de distancia


y son cientos o miles nosotros apenas unos cuantos
pero son ellos los que temen cerdos cerdos
miro el reloj sudo debajo de mi casco se me empaña
la visera llevamos hora y media esperando alguna orden
cerdos cerdos me miro con mi compañero nos reímos
le grito cerdo cerdo y saltamos al mismo ritmo de ellos
sus insultos nos divierten

ahora cambian las arengas qué triste debe ser


reprimir al pueblo para poder comer me deja
pensando si es triste reprimir al pueblo
y no
no me parece
sería más triste no poder comer
así que acaricio
mi bolillo y le agradezco a dios por mi trabajo
qué triste debe ser me acuerdo de que comí poco al almuerzo
reprimir al pueblo mi capitán estaba putísimo y apuró
para poder comer qué hambre

hace calor y esta gente ni avanza ni se va


solo saltan bailan gritan sus arengas dan discursos
uno que otro se me acerca me pregunta qué pienso
yo no pienso esa es mi arenga frente a ellos

65
En esta parte del mundo

para que no me jodan tanto pero obvio que sí


tan diferente no soy de todos ellos
cerdos cerdos mi jefe de civil ha dicho
que todos son bandidos por supuesto que no
si aquí hay gente buena y estudiada a veces
siento envidia pero siento más calor
acaricio el bolillo cerdos cerdos
creo que hoy los golpearé un poco más fuerte
porque el capitán nos ha hecho esperar

alerta alerta que camina la lucha de estudiantes


en América Latina yo me aburro miro de nuevo el reloj
me apoyo contra la pared bajo el escudo al piso
alerta alerta el casco me tapa el sol cierro los ojos
que camina siento el cuerpo flojo relajado
la lucha de estudiantes en América Latina
me estoy quedando dormido anoche no dejaron
descansar nos tiraron línea hasta tarde

cerdos cerdos
erre me copia erre oigo a lo lejos
al parecer ya dieron la orden lo de siempre
nos formamos nos despabilamos marchamos
en línea recta
golpeando los escudos asesinos asesinos
yo nunca he matado a nadie pero son gajes del oficio
algunos compañeros se encarnizan
es normal asesinos asesinos quién les manda
es que la carne es débil
la nuestra y la de ellos
pero son dos debilidades diferentes
una a cada lado del bolillo asesinos asesinos
además los jefes civiles dicen que todos son bandidos
así es más fácil desquitarse

ya estamos tirando los gases las aturdidoras


nuestra arenga es pum pum pum qué calor

66
Galería de retratos

corro persigo a unos cuantos ya no gritan


pum pum pum más bien se quedan calladitos detrás de las
paredes
esquivo algunas piedras otras pegan al escudo
quiero que se calmen pum pum pum ya me quiero ir a casa

hay muy pocos que se quedan tienen capuchas


la verdad son muy valientes pum pum pum
nosotros avanzamos ellos hacen hogueras queman un auto
no entiendo para qué
me parecen estúpidos
haciéndose matar por la política pum
a mí por lo menos me pagan
claro que no mucho teniendo en cuenta todo esto
pum pum pum será que saben algo que yo no?
hijos de puta

erre me copia me dan una orden diferente


lo busco lo persigo alcanzo a ver su escondite
estoy cansado estoy harto
acaricio mi bolillo tengo hambre

qué triste deber ser recuerdo su arenguita

creo que él está más triste que yo


ahora que lo tengo agarrado
ahora que nos miramos a los ojos

Juan Camilo Lee. (2021). País en línea recta. JÜBILO EDITORIAL,


PP. 20-22.

67
ALGUNA
CALLES
PLAZAS
MERCAD
AS
Y TRES
DE
DO
He dirigido a la
calle mis versos

He dirigido a la calle mis versos…


Esta es la nueva Oda que presento a la calle,
dura, hormigueante, color de zozobra,
en donde con la ropa del verano,
o con la ropa del invierno,
vive la vida, sueña la vida, sufre la vida…
Con los ojos y con los oídos, y con el olfato,
amo la calle…
Donde se precipitan y se cristalizan
los gestos de lo cotidiano, del progreso, de lo útil,
bochornosas, apresuradas calles —las del combate—,
lugar distinto, separado, en el que sufrí
la prueba de estar solo,
entre las multitudes,
anodinas,
ni alegres ni tristes,
de hombres que poseen un nombre y que,
sin embargo, no son persona alguna.

Calle que presenta los colores de los ojos del hombre,


según el cristal con que se miren…
Para cantarlas, es necesario conocer el significado
de algunas palabras esenciales como
lluvia, sol, sudor, tierra,

71
En esta parte del mundo

porque el hombre que ha caminado sobre


las callejuelas,
y sentido el ruido de sus pasos, tap-tap,
resonando sobre las piedras húmedas,
deja de pensar y comienza a sentir
y a contar lo que ha visto…

Calles de hierro y hormigón,


prolongación de las fábricas y de los escritorios,
prolongación de los negocios —tanto
como las guerras—
por donde anduve, en suicidio permanente,
en lechos de hotel de un solo día.
Brillantes avenidas, ensanchadas, espaciosas
donde entona sus himnos la civilización.

Calles angostas, desfiladeros entre dos


moles oscuras…
Callejuelas de la noche…
Calles desembocando en callejones
donde andan a tientas los juerguistas y las putas,
gente vocinglera, que lleva en los ojos la
llama del vino o el deseo…
Calle aulladora…
Callecitas recubiertas de adoquines o de piedras…
Calle que soporta los latigazos de la
lluvia chorreante,
que lava la arena de lo sucio, de lo vivo.
Viejas calles gastadas que no tienen nada
nuevo que ofrecer, sino un recuerdo,
un recuerdo muy antiguo,
la luz fosforescente, luz-de-droga de una luna
que vivió en un tiempo de poetas…

Sí, solo nosotros, los poetas,


hemos fabulado y cantado como cisnes
de la época,

72
Algunas calles y tres plazas de mercado

el arder y el fluir lívido de la vieja camarada,


pálida y ojerosa,
que no había perdido aún su virginidad.
Aquella luna,
vuelta hoy muchacha pública, especie de muerta,
cuando al regreso de «El Automático»
engullidos por una neblina lechosa
(hablo de otra hora, otras costumbres),
íbamos por calles húmedas de luna y blancas estrellas…

¡Calle veloz y ardiente!


En el verano llena de agujas de oro,
alegremente hueles a sudor,
a hamburguesa, a café.
¡A actividad, a fiebre de humanidad hacedora!
Calle lodosa, vapuleada por el viento…
Calles de Bogotá, con eterno invierno,
con frío y con esmog…
¡Calles que se rindieron hace tiempo!
El progreso borró los nombres: Calle del Embudo,
Calle de los Chorritos, Calle del Molino del Cubo,
de La Cajita de Agua, Calle de Venera.
Calles que se extienden… se extienden…
Con casitas de paredes de adobe o de tierra cruda…

Calles recorridas paso a paso,


contadas y medidas en la rigurosidad de la experiencia,
deambulando solitario, contento de estar solo,
sin nada más que fumar y callar, y caminar…
bajo el sol opalino, entre fachadas de ceniza.
Avenida Jiménez, carrera Séptima…
Calles por las que pasan corriendo
mojados paraguas,
calles con letreros como Restaurante y Bar,
calles bochornosas, de apresuradas multitudes,
que se dividen en dos zonas de

73
En esta parte del mundo

emociones distintas,
los que se apresuran y los que se quedan…
¡Calles de desesperanza y desaliento!
Calles solitarias, sosegadas, canales de
los que ha desaparecido,
el agua que les dio la vida,
que te catapultan al hogar, para la espera
de otro día.
Un hormiguero que se rompe y hierve,
en mil instantes de vidas distintas…

Calles que he recorrido como mi calvario,


pero apuntando la sonrisa,
para dispararla en el encuentro…
Prisionero entre tantos,
a lo largo de días y noches, a lo largo de los años,
en tu vientre,
en tu jadeo,
en tu soledad,
yo me pierdo…

Mario Rivero. (2009). Poesía completa (Díaz-Granados,


Federico, ed.). SIBILINA S. L. U., PP. 84-87.

74
La calle Diecisiete

Nadie cambia en la calle Diecisiete,


nadie existe de una manera
que no diré;
trazar su cauce fomentó
tantos casos desiguales,
tantos meandros,
tanto permanecer en sueños
donde hay una llegada,
que sus habitantes teníamos
que encontrarnos en las bocacalles,
en donde las calles recibían a las calles
para aprender que para vivir
hay que moverse;
había campanas tan tempranas
que las noches no tenían tiempo
de irse con ellas,
y se quedaban para darle
a la calle Diecisiete la condición desprotectora
de un pueblo construido por la sal
que traían a puñados los parientes
que llegaban y se quedaban,
llegar convierte en pariente a quien llega
y los transeúntes que la recorren
por primera vez

75
En esta parte del mundo

sienten que los invade un déjà vu,


que ya ha sentido esto, por primera vez,
y lo mismo le pasa a los taxistas
y le pasa a nuestros padres,
nadie cambia en la calle Diecisiete
a no ser que yo lo diga,
y no lo voy a decir.

Edmundo Perry. (2002). El mundo sobre la mesa. ESTORAQUES


EDICIONES, PP. 202-203.

76
Bogotá

I
Aquí voy yo, sin metas y sin rumbos,
odiándome en tu esquina sin sorpresas,
en el mezquino barrio donde habito,
en el precario verde que embellece
tu triste fealdad de puta vieja.
Aquí voy contra ti en la roja tarde,
sola voy, sola voy, entre ti, sola.
Ciudad hecha de trucos y azares,
inconsistente juego de escondrijos.
Necesito inventarte, recorrerte,
encontrarme en tus calles innombradas;
mirarme en la nostalgia de un postigo
que a la rudeza de tu luz se cierra;
enredarme en tus noches pederastas,
en el temblor de todas tus mañanas.
Pero te siento ajena y enemiga,
y yo sin asideros, yo perdida
y para siempre sola en tus entrañas.

77
En esta parte del mundo

II
En el pálido vendedor de cabeza encerada.
En cien mujeres que amamantan a las puertas de un hospital.
En la ventana que me pertenece
por haberla soñado antes de verla.
En esta luna recia y barrigona que solapadamente se
escabulle,
en tus custodias y tus incensarios,
en la parálisis de tus letrinas,
en el patio de ropas extendidas
que desde mi balcón yo veo hundirse
donde un hombre cansado grita ¡perra!

En ti me reconozco, reconozco mis días


y mis incertidumbres
y mis precariedades,
y ese algodón de dulce que llaman alegría,
y los días futuros (que quizá ya no existan).
Mosaico de zaguanes y de tardes rosadas,
y de calles mezquinas que exhiben sus colores,
ávida y estruendosa
con las fauces heridas.

Piedad Bonnett. (1989). De círculo y ceniza.


EDICIONES UNIANDES, PP. 14-15.

78
Tanguito para una
calle bogotana

En esta ciudad que agota


casi todos los adjetivos del horror
hay todavía una calle a la que amo
Es tan tenue su hermosura, tan precaria
pero yo hago lo que puedo: la evito
no la gasto, casi nunca voy
Es frágil la pobre calle mía
como la dicha de esos bellos años

Luis Fernando Afanador. (2003). Extraño fue vivir. PLANETA, P. 74.

79
Calle 72 con carrera 24
(Lamento por los troles)

Malheridos
como vientres apagados
como animales cansados
yacen los troles su abandono.
No esperan nada
quizá que el tiempo pase
y se apague definitivamente el cielo
no los toca la herrumbre
ni los toca el viento
no puede nada contra ellos
la ingratitud o el desaliento infinito de los hombres
porque son seres que la ciudad sigue viendo pasar
en el inevitable episodio del recuerdo.
Pero sufro su ausencia de esta vida
me duele verlos opacos, casi yertos
ocultos entre muros altísimos
solos para siempre solos.
Mi infancia está llena de esos seres enormes
yo esperaba feliz su eléctrica hermosura
su sonido de ballena en el aire
su paso de gigante ingrávido
yo era dichoso con solo presentir su llegada
puedo ver a mi madre levantando el brazo
y yo en medio de la gente

80
Algunas calles y tres plazas de mercado

con los oídos llenos de electrones magníficos.


¡Oh insensatez humana!
devolved al mundo estas formas enormes
para saber la talla exacta
de la muerte que espera.

Juan Carlos Bayona. (1999). La isla era el tesoro (Tres poetas


bogotanos). COOPERATIVA EDITORIAL MAGISTERIO, PP. 33-34.

81
La Plaza de Bolívar
no está tranquila

La Plaza de Bolívar no está tranquila,


les cambian de sitio a los próceres,
inventan corrupciones y amantes
que alteran los libros de historia.

Los fusilados y los árboles y el tranvía


extinguidos
resucitan en las fotos del museo.

Las cenizas del Palacio de Justicia


arden bajo el hielo del recuerdo.

Nada es seguro:
ni la plaza
ni Bolívar
ni el pasado.

Néstor Raúl Correa. (2019). El crecimiento del vacío.


LETRA A LETRA, P. 50.

82
19

Santa Fe de Bogotá es ciertas calles


que nacen en el sur de los mapas viejos,
vienen del oriente del único sol
y se cruzan, esquina por esquina,
como espejos de las manos
o encrucijadas para ofrecerle el alma al diablo
(otro sultán sin nombre: otro agujero).

Santa Fe de Bogotá es cualquier ventana,


pues todas las ciudades son fachadas,
y no hace falta un guía indiferente,
o mil novelas sin comienzos ni tragedias,
para entender que Bogotá,
como mis manos,
es parte de un mundo que gira desde el sur
hasta el oriente.

Ricardo Silva Romero. (2004). Terranía: 1994-2003.


EDITORIAL PLANETA, P. 61.

83
A las seis en mi casa

Se baja en la Sesenta y Ocho, en la esquina de la


droguería,
y camina hacia el norte.

¿Puede ver los ojos sin niños en la tienda de


videojuegos?
¿Los dedos golpeados sobre el mostrador de la
ferretería?
¿El bostezo hambriento del horno de la pizza?
¿La peluquería y su alfombra de amputaciones?

Ahora cruce la cancha de fútbol


hasta que los arcos tropiecen con las campanas de
la iglesia.
Avance por el callejón que hay entre ellos.

En la primera casa de la cuadra,


un expolicía viudo le habla a un loro
sobre su esposa muerta.

En la casa del frente,


un perro viejo olvidó cómo atacar
y lo oculta con ladridos.

Fíjese en los niños de la casa de al lado,


los que rompen materas con balones,

84
Algunas calles y tres plazas de mercado

en la niña que recoge la tierra,


en la abuela que teje el cuadro de un loro,
en el desocupado que le hace muecas al perro.

Sí. Cuelgue.
Esa es mi casa.
Ese soy yo.

Alejandro Cortés. (2012). Pero la sangre sigue fría.


EDITORIAL KIMPRES, PP. 71-72.

85
Me emociono y me
pongo cursi mientras
ustedes vomitan
sobre los charcos
Para mi madre con toda la tristeza del mundo

1. Calle 4 con Jiménez. Esta ciudad es el hígado descompuesto


de un ángel dormido entre las ramas de los árboles. Esta ciudad
es un cenicero hambriento de dudas y fastidios. El hambre
destruirá la vida y la voz descompuesta de la madre rezongará
plegarias mal cantadas a la noche.

2. Pulsa la memoria del cansancio: el anular humedecido con el


que masturba sus peores días. Una calle y un fantasma dormido
en la esquina de esa calle: el esqueleto de aquel ángel murmu-
rando bajo los árboles que presagian el vértigo del olvido. El
infinito en lágrimas que forman charcos. Estoy dentro de los
ojos de mi madre. Olvidar es quererse.

3. Calle 45 con 13. La ciudad desde la ventana: Lo muy peque-


ño traza una ciudad de enjambres, diagonales inconclusas. Mi
ventana no es de vidrio y, sin embargo, el amor dibuja corazo-
nes con el frío.

4. Caracas con Cuarenta: los fantasmas. Los corazones macha-


cados contra el paisaje desfigurado, yo no sé por qué los

86
Algunas calles y tres plazas de mercado

amantes se besan a escondidas, migran sus caricias de su piel


hacia mi piel. Soy un hombre cursi: alguna vez fui la sombra
en la garganta que regurgita el asco: esto no soy yo, una nega-
ción, una palabra marginada para invocar la muerte. Esto soy
yo. Mírame. Visto camisetas negras para velar las borracheras
y asaltar a quienes llevan vómito en los bolsillos. Para excluir-
me de toda vanidad. No hay nada bajo esta piel que ignora
la belleza.

5. El Carro muestra a un hombre con síndrome de Down vestido


de domingo. Un pájaro muerto sobre la autopista. Supongo una
ciudad en espera de la muerte. Mi plan de hoy es beber hasta
aparecer desnudo en Copenhague. Imagino que el hambre es
un tarot de la desgracia. Que cruza por regiones desoladas. Que
imagina y pliega y combustiona y tose.

6. Centro 2:00 a eme. Mamá: hay pájaros volando bajo. Mamá:


esta ciudad es un baile sordo. Un travesti hermoso que sutura el
corazón de un niño antiguo. Ese niño es el reflejo de aquel ángel
ebrio que lava su rostro en los charcos que dinamitamos con el
sueño. Un ángel roto que remienda sus párpados y sus dedos
sobre la ventana de vidrio inexistente y que luego recorre prade-
ras grises tras las sobras de los mendigos. Un carro demasiado
lujoso. Un cementerio de postes sin luz.

7. Una casa en la montaña a 423.9 km. Lo que tú ignoras de mí


se indigesta con todos mis desvelos: estoy muerto es real, pero
tengo un corazón: el mar no contesta ninguna de mis preguntas
y esta loma tiene nombre de mujer.

John F. Galindo. (2018). Termodinámica para pobres.


CULO DE GUAYABO EDITORES, PP. 34-35.

87
Observar cómo
hierven las cosas

ahora alimentamos al perro


con hígados de pollo
de reojo
dentro de la olla
son pulpitos desollados
y tenemos miedo de la manera como unas cosas
se vuelven otras
cuando se las observa desde la renuncia de lo cierto

sabemos sin embargo que alimentan


y que su infame proteína produce cierta aversión

alimentamos al perro
y escuchamos tras la ventana
en la carrera novena
el edificio que se alza
33 pisos que se inundarán de humanidad
de música que no queremos escuchar
fiestas a las que jamás asistiríamos
pequeños ruidos familiares
y discusiones acerca de la bondad de las proteínas
y de la lama que crece en el estómago
si solo se alimenta a los hijos con legumbres

88
Algunas calles y tres plazas de mercado

el perro devora los pulpos y en su lengua brilla


la metáfora del hambre saciada
en su lengua la voluntad de lo que siempre puede ser otra
cosa

pero el edificio que se alza


seguirá siendo un disoluto centro de pequeños secretos
familiares
que siempre producen tanta repulsión

desde la ventana el edificio anuncia que la vida se repite


ciegamente
así que mejor se recoge uno en el ojo de la olla
en los hígados de pollo que son pulpitos desmembrados

Camila Charry. INÉDITO.

89
Calle 17

la calle 17 desde el quinto piso


se debate entre serpiente
río de aguas turbias
y un movimiento destemplado
de dientes limándose en una acera

desde acá
seis de la tarde
una vista panorámica del ring:
en sus respectivas esquinas
los dos guardianes
el uno, el pirata, que a veces se llama Carlos y a veces
Pedro
tiene una infección tan viva en el ojo izquierdo que está
a punto de perderlo
quiere ayudarme a cargar las bolsas del mercado
a abrir la puerta del edificio
quiere ayudarme hasta con mis hijos
yo no lo dejo
cuando se acerca inclino la cabeza
y el suelo me habla del contagio, de la impureza, de los
agujeros negros, del aullido
de los perros, de la compasión

90
Algunas calles y tres plazas de mercado

busco entre mis bolsillos


encuentro una moneda y se la entrego
sin mirarlo
con mucho cuidado de no tocarlo
de que él no vaya a tocarme

el otro guardián no evoca descripciones


envuelto en una bandera de Colombia satinada
aúlla un partido entre Santa Fe y Millonarios
que se extiende por la calle 17
y asciende hasta el quinto piso

donde

a las seis de la tarde la pastelería despliega su olor


y una no tiene más remedio que respirar
la frescura condensada de la harina
entonces se suspira
se piensa en lo que no se hizo
ahora que la tarde va cayendo sobre los antojos
sobre lo que produce el olor a pan sin el pan
y de pronto
se estrella contra el vidrio
o contra el corazón
nunca se sabe
la sensación de ser un pájaro estrujado por un gigante
el gigante no quiere hacerle daño pero el pájaro no lo sabe

cuando parece que el cambio de luz está emitiendo señales


una palabra intenta cruzar el umbral
y aparece de nuevo la calle 17

que hace de la poesía prosa


que no permite imágenes de cuando los paisajes transmitían
belleza
por muy feos que fueran

91
En esta parte del mundo

desde esta vista la realidad es sólida


y la guardo en bolsas ziploc
las bolsas cambian de color y de estado de ánimo
abro la ventana
algunas se escapan
el aire las hace alborotar el cielo
hasta que caen
en la calle 17

los transeúntes no las recogen


los guardianes se acercan
y al abrirlas
una esperanza en la garganta
una pluma entre las manos

Fátima Vélez. (2015). Casa paterna: antología poética 2003-2015.


UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA, PP. 22-24.

92
Carlos Rojas

En la avenida El Dorado una ventana rectangular, para


encuadrar el ascenso de las montañas.
Años después movieron la escultura, cuando ocurrió la
ampliación de la avenida.
La ventana no encerró otra cosa sino un corte transversal
de los cerros,
y un alcaparro encendido en medio del ladrillo de los
edificios.
Talaron el árbol, hasta que solo se vio la desnudez de los
ladrillos:
la ventana encerró por un momento el extravío de los
pájaros.
Después los ladrillos también desaparecieron. Y los
reflejos
de los autos en los enormes edificios de cristal.
Y la arena que en secreto construye
y destruye las ciudades.
Hasta volver al corazón
de la montaña.

Santiago Espinosa. INÉDITO.

93
Brotar de la nada

Hay que ser paciente hasta para dejarse aturdir por la 63


al fondo,
y por el caos malsano de ciertas cosas que a veces se
acumulan y comprueban
lo digno que es sobrevivir.
Cosas de, digamos, un jueves por la mañana,
horas antes de un eclipse,
pelotitas de incienso derretidas sobre un carbón que no
terminó de prender.
Una bola de pelos ensurullada con las medias debajo de
la cama.
Un pedazo de salmón nominado a ser el trofeo congelado
en este día húmedo.
Dos perras que saltan con la urgencia de una vida instantánea
que no se agota.
Un tobogán de todas las cosas por el que se desliza mi mirada
porque hasta para sentirse mal hay que tomar distancia.
Es latente que se pudre todo, no importa,
el espíritu puede ser semilla,
actuar propositivo,
brotar de la nada.

Natalia Mejía. INÉDITO.

94
Calle 45

Cuando no estabas tuve que hacerte como a una ciudad.


Te puse callejones para guardar los secretos y parques sin
niños para mostrar tus crueles maneras.
Una avenida vacía donde se arrastran invisibles las
frustraciones.
Un poste de luz en la madrugada que sobrepasa tus
alegrías.
Eras un semáforo en rojo para despedirme.
La turbulencia de mil bocinas pitando para anunciar que
llegabas.
Te hice como a una metrópoli contaminada en la boca de
los otros.
Un lugar hecho de recuerdos en los rincones de tu cuerpo.
Eras un sitio. Uno que se apaga todos los días.
Otras veces, eras calles rotas. El asfalto hundido por las
cosas que no sé de ti.
Eras personas distintas y pasos cada vez más rápidos porque
no vas a ninguna parte.
Cuando no estabas, eras el único árbol húmedo en la
autopista, aún allí después del diluvio.
Un día fuiste aquel grafiti violento, porque siempre emerges
de las manos del arte.

95
En esta parte del mundo

Eras el túnel que escupe a la gente desde el ‘De profundis’.


Eras un caos. El lugar que recorro, la vida que se va.
Cuando no estabas, solo tuve que hacerte.
Tomé fuerza y te hice como a esta ciudad.

Yulieth Mora Garzón. INÉDITO.

96
La Plaza de Mercado
de la carrera Décima

Tengo una especial predilección


por la Plaza de Mercado
de la carrera Décima
me atrae enormemente

Es como si fuese
una mujer campesina
en medio de esta ciudad
gesticulando con sus brazos de queso
y sus labios
de moras frescas

sentada jovial sobre una caja de legumbres


para contarnos de los males de su «yerna»
y de la hermosa yegua
de su compadre Juan

Tengo una especial predilección


por cada una de sus galerías
donde se expenden los ajos frescos
y donde se cuelga la carne apetitosamente
en grandes chuzos de hierro negro

donde aún huelen las frutas al árbol


donde la algarabía
se asemeja al silencio del campo
luego de la cosecha

97
En esta parte del mundo

Tengo una especial predilección


por esta gran Plaza de Mercado
de la carrera Décima
que ya NO existe

Alfredo Ocampo Zamorano. (1974). Poemas reunidos.


TALLER LITOGRÁFICO UNIVERSIDAD LA GRAN COLOMBIA. BOGOTÁ.

98
Paloquemao

Vengan a ver este laberinto de puestos de mercado flotando


entre lodazales
vengan a ver este maremágnum de frutas y de hierbas,
de animales despellejados y por despellejar,
de colores y olores,
de mugrientas personas que hacen sentir la sapidez de un
fruto
con solo tocarlo y ofrecerlo.

Esto es la naturaleza
—si ella en esta ciudad no vive—,
—la negación más fértil de cualquier paisaje:
—no existiría si el barro no toca los costales
si la tierra no amenaza la tela de las ropas,
si la verdulera no te tira sus palabras y te sonríe
muecamente.

Hoy quiero manosear yo mismo una lujuriosa coliflor


y escoger dos libras de tomate para la oxidada balanza.
—¡Mira!—. Es bello compartir los descubrimientos
y ser adelantado al borde de un arrume de ciruelas
gigantescas.
También la decepción: ¿quién pica la papa criolla,
Dios, el bicho o la ley natural?

99
En esta parte del mundo

que queda para mazacote de empanadas,


yo busco otro tendedero.

Y qué decir del sangriento espectáculo de las carnicerías,


metáfora del sacrificio natural que siempre impuso
la evolución de las especies:
aquí surge escuálido un sonrosado costillar, allí gotea un exu
berante centro de cadera;
casi me mancho con el mucilaginoso hígado, mientras diez ás
peras lenguas amenazan con lamerme, como en cual
quier círculo dantesco, urgidas por su propia fuerza.
Algo mareado por el hedor natural de semejante exhibición,
me detengo en un pasillo y se me aparece la Víscera
lo nacional, el de este país amado que millones de ve
ces pronuncia la palabra «Paz» en el día, y por cuyos
ríos de sangre escurren, sobreaguan otras carnes menos
comibles.

¡Oh Sacra Víscera que enseñas al mundo tu herida, tu luz y tu


fuego!: haz que también esta muscular orgía,
ávida de hachuelas y cuchillos,
simbolice algo así como la paz, la riqueza interior, la salvación,
aunque tanta bendición sea a costa de tu sacrificio,
de tu sangre derramada para el más sabroso banquete.
Y que el muñón del quesero y su ojo de vidrio y su bigote
sigan siendo imagen de una pulcra y rica destreza
a la hora de recibir yo sus dádivas en queso campesino
y jamón de cordero
… Y que no sea otro el cordero.
Amén o en fin.
Que la carne no sea carne de sacrificio
sino dulce carne para asar, soasar, fritar o sudar.
O dulce carne fría.

Dicha la plegaria,
las bolsas pesan arrobas en el interior de la talega
grande.

100
Algunas calles y tres plazas de mercado

Llamamos a un niño cargador y,


para mi asombro,
intenta con todos sus cojones echarse el bulto a las
espaldas
(ecce homo, es este el sacrificio).
Medido su límite se aleja en busca de un «carro»
y pronto está de regreso para conducir nuestra carga-tesoro.

Hay que volver


siempre hay que volver a una plaza de mercado.

Óscar Torres Duque. (2004). Rostros y voces de Bogotá (Neira


Fernández, Carmen, Ed.). UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA,
PP. 228-229.

101
San Victorino

Las palabras
tienen su medida,
un peso,
cierta longitud.
Somos hombres y mujeres
que padecemos el mundo en sus centavos,
mercaderes ambulantes
en esta plaza de largas vigilias.
Comerciamos con palabras como se comercia
con la sangre,
aunque tengamos poco plasma que ofrecer.
La palabra reloj, arete, sábana,
perfume, pulsera, calcetín.
Estas palabras sudan,
dan vueltas,
retozan,
vuelven a la garganta como pájaros
que saltan de sus nidos sin alcanzar el vuelo.
Cigarrillo, camisa, juguete, tela, sandalia.
Es la ausencia dicha en voz alta
para que el hambre de los globos y la escarcha
alcancen el centro de la fiesta
y estén limpias las tinieblas.
Hay acá un mensaje cifrado que glorifica la ciudad,

102
Algunas calles y tres plazas de mercado

un lenguaje canonizado por la música


y que astilla las manos de sus habitantes
con el brillo negro de la tierra.

Henry Alexander Gómez. INÉDITO.

103
ALMAC
Y OFIC
CENES
CIOS
Feria de
antigüedades
Museo «Art Deco» de Bogotá

Miras estos objetos


que tienen mucho tiempo
de existencia.

Y de repente
encuentras el espejo
donde se reflejaron
tu rostro de veinte años,
la boina
de terciopelo azul
con una V de la victoria
hecha de estrellas
y la capa roja
que te hacía sentir
soldado de Montgomery
(eran los tiempos
de la Segunda Guerra Mundial).

Pero ¿quién es la anciana


que ahora te mira?
No la conoces.
Dile que intente sonreír.
Tal vez así
podrás saber quién es…

107
En esta parte del mundo

La anciana no sonríe
y la muchacha de veinte años
que vive al otro lado del espejo
se marcha, con su capa roja
y su boina azul.

Maruja Vieira. (2010). Tiempo de la memoria. Antología personal.


CAZA DE LIBROS, P. 71.

108
Un poco más abajo
por esta calle

Un poco más abajo por esta calle


que ostenta un nombre lleno de engolamiento
«Calle del Palomar de San Miguel del Príncipe»
está la tienda del anticuario.

Es una especie de pequeño museo


de piezas amarillentas, muertas,
honrado por la presencia de gentes,
a quienes la existencia de este comercio
les reveló una forma personal de la melancolía,
la de las cosas que no están más:
las ortofónicas de corneta,
los deslomados libros con el dorso fechado,
las desvaídas fotografías
tan impregnadas de «la decencia»,
o de las formas de la decencia…

Aquí es frecuente descubrir alguna


imagen de la Virgen,
de trenzas rígidas, o con un corazón de
seda, arrugado,
o el Cristo archisabido,
rodándole como lágrimas, una para cada ojo,
pedacitos de espejo…

109
En esta parte del mundo

En el lugar de honor de la habitación


hay un «San José», de Figueroa,
el cielo de un azul-de-seda ha sido hecho
como especialmente para él,
el anticuario dice que es la imagen
más valiosa de su colección,
la «más hermosa», añade.

La cara del anticuario es breve y


arrugada, y su piel morena,
pero la mano que por afinidad o por
vocación retoca los objetos
parece que pudiera, en algún momento,
hacerse enteramente blanca, y desaparecer…

Mario Rivero. (2009). Poesía completa (Díaz-Granados,


Federico, ed.). SIBILINA S. L. U., PP. 78-79.

110
Plaza de Las
Nieves 10 a. m.

Hoy por hoy uno se levanta, don,


y sale a enfrentar el día
armado solo de valor
porque ya no se consigue
con qué comprar una empuñadura para ponérsela
al filo que mantenemos diariamente
y así formar un cuchillo que nos dé una mano
en la lucha por conseguir la yuca de los hijos
aunque por eso tengamos que pagar guandoca.

Y fíjese que la cárcel tiene sus ventajas


pues por lo menos hay comida para ratas,
pero ni modo, también hay militares
y yo no los puedo ver ni cadáveres:
muertos también huelen a gobierno
y esa es la tragedia, don,
soy liberal de la violencia
y he aprendido que por algo
el voto también recibe el nombre de sufragio:
los que han subido a reemplazar a Bolívar
nos vienen matando de miseria
despacio, muy despacio
porque si no se quedarían sin país.

111
En esta parte del mundo

Es que son unas águilas para el negocio,


en las plazas se sacan los cueros al sol
y terminan por la noche de pipicogido
contando las ganancias del discurso
y lo único que nos dan a cambio
es una beca para estudiar con resignación y olvido
como si la vida
fuera el título de un bolero arrugado.

Dígamelo a mí que he votado


en casi todos los eventos patrios
(como llaman ellos)
sin que me dé pena confesarle
que la última vez mojé el dedal
por una botella de ron malo
y cuatro carones de cien pesos
… vea este betún de ahora
es pomada podrida pero eso sí, más caro
y detállese los cepillos: una sopladita uffff
y vuelan pelos al zarzo…

Hablando de zarzos, don,


noto que usted tiene cabeza de estudiado,
por eso voy a pedirle una opinión y me perdona:
si usted soy yo con siete hijos y le dicen
convenza a los del barrio
para que apoyen al doctor
y le damos la cuota inicial de un taxi
usted qué haría… ¿ah?
Claro, yo hice lo mismo hace años y véame
conduciendo todavía esta caja de embolar,
sin embargo la necesidad es tanta
que si mañana
me llegan con otra propuesta parecida
a lo mejor les paro oreja
… a ver, suba ahora el izquierdo

112
Almacenes y oficios

y tenga la prensa de hoy, siempre la compro


para saber qué mienten las letras de molde.
Por ejemplo, píllese esa noticia
aquí en la pura derecha de la página:
dizque los autodenominados
Ministros del Despacho
afirman que estamos en guerra patricida
porque Colombia es la que muere desangrada
¿pero sabe? Qué va, eso es en ranchera de la falsa,
haga usted el ensayo
de echar la paz de ellos a la olla
y verá que el sancocho
sigue brillando por su ausencia
y conste que uso
las palabras maquilladas con que ellos nos enredan.

Aunque al final, yo creo que es el hambre misma


la que no me deja perder las esperanzas
de que salga un gallo
destapado, joven y de pico honrado
para ponerle en las espuelas
este filo que mantenemos diariamente.

Qué tal la lustradita… ¿ah?


Ni porque se los hubiera acabado de comprar,
le quedaron como espejos casi transparentes.
¡Y oiga! ¡don! porque usted se carga una pinta
de gente que sabe lo que hace
le cobro 25 barras no más
y le encimo una pregunta:
¿qué se siente tener durante 10 minutos
a un hombre arrodillado brillándole los pisos?

Nelson Osorio Marín. (1988). Bogotá 450 años. UNIVERSIDAD


DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS, PP. 329-331.

113
Salón de té

Leo a los viejos poetas de mi país


y ninguna palabra suya te hace justicia.
Ni nube, ni rosa, ni el nácar de tu frente.
El pianista estropeará aún más
la destartalada melodía
pero mientras te aguardo,
temeroso de que no vengas,
Bogotá desaparece.
Ya no es este bazar menesteroso.
Ni la palabra estrella, ni la palabra trigo
logran serte fieles.
Tu imagen,
en medio de aceras desportilladas
y el nauseabundo olor de la comida
que fritan en la calle,
trae consigo algo de lo que esta tierra es.
En ella, como en ti, conviven el esplendor y la zozobra.

Juan Gustavo Cobo Borda. (1983). Todos los poetas son santos
e irán al cielo. EL IMAGINERO, P. 21.

114
Ya nadie usa
sombrero

Una luz marchita llueve sobre ciertos objetos


La nieve y el tiempo cubren suavemente
las cosas que más nos pertenecen
las que nos acompañan
aquellas que comparten un secreto

La luz del tiempo


se queda entre la casa
suplanta atemoriza
y nos cubre con su arena

Un objeto
Ensimismado en otra edad (el sillón
terminó pareciéndose a mi abuelo)
o mi habitación un lugar o algo
—una presencia una aparición—
alumbra como un animal fosforescente
feliz extraviado en la noche
de sus pensamientos

Los objetos adquieren raras propiedades


como sucede en los olvidados
almacenes de sombreros
reunidos como viejos amigos
en una calle del Centro

115
En esta parte del mundo

de Bogotá donde abrieron quizás


por primera vez sus puertas al público

Ya todo a su alrededor se ha ido


solo quedan ellos y en sus vitrinas los sombreros
de fieltro, para caballero, dignos, elegantes
de ala amplia, inclinada: sombra repentina
como el vuelo de un pájaro en la soledad

donde ya nadie usa sombrero

En los grandes, viejos, sonoros edificios de los bancos


en las quietas, sombrías y aún amables oficinas de gobierno
en los restaurantes silenciosos con paragüero y puertas de
vaivén
en la abandonada Biblioteca Nacional donde todo muere
más lentamente
en la estación del tren, en los interminables corredores
repetidos de la Alcaldía
en la amplia agencia de escaleras doradas del Correo…
nadie usa sombrero, antiguo objeto
que alumbra con una voz familiar
desde el otro lado del tiempo
Una íntima extrañeza —teñida de piedad y maravilla—
deja caer su fantasmagórico brillo
sobre la vida y sus objetos
Que se hunden en los días
en el relámpago sagrado de la vida
empañada por las voces de los recién llegados

Santiago Mutis Durán. (1990). Afuera pasa el siglo. SEIX BARRAL,


PP. 89-90.

116
La vendedora
de frituras
A Ligia, en esa esquina de La Candelaria

Inundando la esquina con el olor de sus guisos se anuncia en


las noches. Sabe que en ese olor que se expande está su susten-
to y por eso atiza la llama una y otra vez, para que el humo
pregone por el barrio la sazón de sus frituras. Ella hace cuen-
tas, repasa en la cabeza y mientras doran las carnes sobre los
carbones, espera paciente, espera a todos, espera a uno. A veces
la acera es un confluir de gente y entre corrillos y risas la vende-
dora suma la ganancia del día. Pero esta noche la lluvia cae,
nadie llega a rodear su fogón, y en la esquina desolada solo se ve
la mujer que, cerca del resplandor de los carbones, calienta sus
manos frías.

Robinson Quintero. (2007). Bogotá en verso. Revista de Poesía.


IMPRENTA PATRIÓTICA DEL INSTITUTO CARO Y CUERVO, PP. 27-28.

117
Bogotá, asfalto
y denuncia
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil
FEDERICO GARCÍA LORCA

La calle hierve en sus sales de humo y aceite.


No hay más espacio para el ruido,
el olor metálico, la desconfianza,
la guerra de los autos y los pies en el asfalto.
No hay ojos sino cuerpos que chocan,
piernas que huyen,
un coche tras otro disputándose el aire,
aguantando las ganas de matar.
En el desfile de la cólera y la prisa
una luz, un breve brillo,
una alucinación frente a un local comercial
que ofrece jaulas con aves cautivas.
Un colibrí a ras del cemento hace su vuelo ritual,
intenta atravesar la vidriera
una y otra vez, una y tantas veces ante mi asombro
va y viene del suelo a la vitrina.
Su inútil búsqueda, su angustia y mi dolor.
No es un juego macabro.
Es la ciega terquedad de la vida
contra el acero y el espejismo del cristal.
No me duele el extravío del picaflor
en medio de un campo de concreto.
Es su magnífico aleteo de imposible tornasol
el que hiere los ojos.

118
Almacenes y oficios

No es el destierro, es la tienda de pájaros.


Es la raíz rompiendo el pavimento,
el vuelo del colibrí en el infierno.
Federico lloró la patita del gato quebrada por el automóvil
y hoy escucho su voz al mediodía,
ante la indolencia de esta ciudad
que llueve la aniquilación maquinada
del verde que te quiero verde.

Luz Helena Cordero Villamizar. (2019). Eco de las sombras.


EDICIONES EXILIO, PP. 100-101.

119
Premonición en
San Librario
Para Álvaro Castillo

Esta mañana me llamaron para avisarme


que estaban a la venta un buen número de libros
pertenecientes a la biblioteca de un joven
fallecido hace más de ocho años.

Revisando las columnas en las que estaban


dispuestos, con asombro y cierto pavor descubrí
que la mayoría de esos cientos de ejemplares
eran semejantes a tantos de los míos.

—De qué te extrañas —me dijo el librero


como si me leyera la mente—, si al fin y al cabo
ustedes pertenecieron a la misma generación.

Pero no era comprobar la similitud de gustos


o ediciones o preferencias comunes lo que más me perturbaba
en ese momento, ni tampoco el tiempo verbal
tan involuntariamente hostil
empleado por el librero. Era más bien
la inquietante sensación de saber
que basta un mínimo descuido para que el tiempo
disperse todo lo que la soledad y el amor han reunido,
era la desoladora sensación de saber
que el tiempo no perdona lo que la vida ordena,
era, también, sobre todo, la culpable sensación de saber
que mi codicia colaboraba con la extinción
de su memoria.

120
Almacenes y oficios

Salí de allí con apenas un par de libros


firmados con su nombre —Aurelio, Bogotá
1983— llevando entre las manos el más claro anuncio
de mi muerte anticipada.

Ramón Cote Baraibar. (2021). Temporal. Obra reunida.


FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, PP. 393-394.

121
Bogotá

Pasa la moto como una cigarra en celo,


las vendedoras levantan en racimos de dolor sus frutas
para regocijo de los niños
cuando la policía las persigue.
El medio hombre arrastra cabeza y tronco
en un carrito de madera.
Un bebé cubre su frío con la libertad de prensa.

Rondan las damas de desamor inclinadas contra el muro


como garzas expectantes.
El mendigo en la calle se siente rey poderoso
al dar comida a los pájaros de su mísero alimento.

Pasa orando un lotero prometiendo a todos


que su suerte está a punto de cambiar.

Por los barrios las casitas anuncian


se remallan medias y forramos botones,
se cortan cuellos y hacemos sufragios,
se escriben cartas de amor y de las otras.
La calle metafísica advierte
favor no parquear en lo absoluto.
Una ferretería amenaza una
liquidación total de la existencia.

Y las sombras se desvanecen en la tarde


como alegorías de lo que se nos escapa.

Mauricio Botero Montoya. (2006). Revista Casa Silva, 19, PP. 45-46.

122
Subjetivismo
bogotano
De un título de Eduardo Castillo

Un canto en el que se mezcle el sonido de puertas que se


abren y cierran para nadie.
La lejana espera de un mundo en el que parezca tener
sentido taconear con alma.
El estruendo que produce el hombre que se pelea con su
mujer.
Dolorosa cantilación de inanes fechas bajo una lucernaria
que podría estar en el techo de una tienda de comida
rápida.
¿Para qué tanto desprecio si la vida es mejor que este
acodarse tremebundo en cualquier bar?
¿Y si no existiera algo distinto al treno?
¿Si al final fuera preferible el naufragio?
A los que desean salvarse, el dolido acento repite:
«No busques en medio lo que tu contentamiento no conoce
como propio.
Déjate caer en una esquina.
Olvida».
Y la música sigue faltando en esta comarca que perece,
Pues no hay dolor igual al del que conoce su corazón.
Así y todo se siguen repasando las calles
y los volatineros no saben nada del tedio.
Solo vuela en medio una carraca que se aleja.

Juan Felipe Robledo. (1999). De mañana. LIBROS DE CHIAPAS, P. 34.

123
Pastelería Metropol
Yo vengo sin idiomas desde mi soledad
LUIS GARCÍA MONTERO

Miro en la vitrina
el reflejo de mi cuerpo
Sobre el vidrio
Y me veo gordo, cansado, sobre aquellos pasteles de
vainilla.

Y pienso en los amigos que no volví a ver


¿y qué sabían ellos de este corazón caduco
donde no cabe ni un centímetro del mundo?

Y cuando no te reconoces en los pasos del hijo, ni en el


espejo
harto de esquivar malos presagios
viendo de lejos el esplendor de las pérdidas
lo indescifrable y lo desconocido.

Callo: mi silencio alcanza ese cuerpo que no entiendo,


desmancho mi corazón de su último incendio.

Y sigo extranjero en ese vidrio,


gordo y cansado
y atrás de mí
algunas sombras, gestos de abuelos y tíos muertos
sobre los pasteles de vainilla.

Federico Díaz-Granados. (2012). Hospedaje de paso. VALPARAÍSO


EDICIONES, P. 39.

124
El halcón negro

En la Bogotá de los ochenta existía el Palacio Deportivo


del Sur
(lo sabes bien),
un gimnasio que solía hundirse en la soledad
como un resignado más ante lo inevitablemente perdido.
Allí se alza ahora
(lo sabes bien)
la iglesia universal pentecostés del buen samaritano
que es,
en ocasiones, Dios.
En el Palacio, Luis Humberto Pardo, mi padre, era El halcón negro
y Víctor Pradera El poeta de la noche.
Estabas enamorada del poeta de la noche,
aunque solo lo veías en la tarde
(por cosas de la abuela),
así que para ti él era El poeta del día.

Del ring saltaba la sangre de El halcón negro.

Mi padre, decías, no era muy diestro en la lucha libre,


caía con el pensamiento
y hacía dar largos bostezos al auditorio,
pero empezaste a amar sus ojos de pastor,
su aire irrespirable de tabaco con nombre de animal extinto.

125
En esta parte del mundo

Un pantano crecía en tu boca


y El poeta de la noche dejó de ser el poeta de la noche
o el poeta del día.
El poeta dejó de ser poeta.
Empezó a escribir cuentos esperando olvidar el cuadrilátero
y tus pezones de mandrágora.
Ahora es mercader en el arte de la metalurgia,
torpe funambulista en la edad de hierro.

En el Palacio Deportivo del Sur


El halcón negro le rompió el alma a El poeta de la noche:
empezó a incinerar con causas perdidas
tu corazón desollado.

Hellman Pardo. INÉDITO.

126
El vendedor
de minutos
Al hombre de la 53
que ha dejado parqueada
su sombra en el tiempo

El viento se mete por el botón suelto de la camisa del vendedor


de minutos, da media vuelta por la espalda, sube por la colum-
na vertebral y lo hace estornudar sobre el rostro del día

En las noches, se cubre con un gorro negro y unos guantes de


lana que guarda cerca de los paquetes de papas de dos mil

Es el mejor amigo de borrachos y ansiosos, y cuando llueve,


se convierte en el salvavidas de los despistados que no saca-
ron sombrilla

Sus manos conocen el sonido del fuego


los dedos ligeros de los que van tarde al trabajo
las llamas del sol cuando en las mañanas las nubes se esconden
detrás del mundo

Una silla con cojín rojo sirve de colchón para su cuerpo de 53


años y el techo, construido con plástico blanco, lo protege los
lunes en la tarde cuando estalla el grito celeste del granizo en los
huesos de la calle

El vendedor de minutos tiene bigote, grandes ojeras y la voz


ronca por el humo que escupen sobre la Séptima los buses que
van a las Lomas

Siempre está en la misma esquina, transcribiendo el silencio


que se evapora de las hojas, siguiendo con los pulgares el juego

127
En esta parte del mundo

infantil de dos perros con un hueso, dibujando en su pequeña


libreta los gestos de las mujeres cuando se hurgan desesperada-
mente las orejas

A veces come galletas, y al lado de la chaza, siempre cuelga una


bolsa negra para la basura mientras canta tangos de Gardel o
boleros de Julio Jaramillo

Este pobre corazón que no la olvida repite mientras abre con los
dedos hinchados una caja de Pielroja y luego, con un palillo,
destapa las cañerías obstruidas de sus dientes

A su lado suele estar la vendedora de jugos de naranja, los dos,


en la mañana, hablan de las ventas del último mes, del vien-
to en agosto que rompe las ventanas y de los productos que
intercambian cuando nombran sus viejos amores

Reconoce en la distancia a un fumador; sabe quiénes son aque-


llos que compran chicles con centro líquido; puede diferenciar,
por el color de las manos, a los que prefieren los chocorramos a
las chocolatinas y distingue, con precisión, a las oficinistas que,
cansadas de sillas y papeles, quieren romper la dieta con unas
papas de limón o un paquete de Doritos

Hace varios meses que nadie lo ve y en la esquina donde vendía


bocados de dulce, mentas de doscientos, tocinetas empaqueta-
das, cigarrillos por unidad, todavía llegan en las tardes algunos
pájaros ciegos y dos niños sin dientes a preguntarle por su desti-
no a las sombras tatuadas en las últimas voces del polvo

Nicolás Peña Posada. Cáscaras de mandarina bajo el sol (INÉDITO).

128
Para Elisa

En el transporte público de Bogotá


se repite Para Elisa

entre codos
miradas
que alguien afila con rabia
y los minutos empujados

la música

es una manera
de tranquilizar al usuario

dice un estudio
del Banco Mundial.

La melodía así parece un algodón


de azúcar

ofrece calma
ameniza
ablanda
se derrite en la boca.

Aunque los dulces no quitan el hambre


solo retrasan una urgencia

129
En esta parte del mundo

el cuerpo
y sus abolladuras.

Esta es la misma canción


que acercan los domingos
los carritos de helado
con su timbre
quebradizo.

El ruido tan sabroso


y desafinado.

Hay sonidos libres


que no se pueden repetir
se escabullen y se pierden
entre las cosas del mundo.

Otros se empacan
y terminan
de esta forma procesados

llegan más lejos


emigran
y con su paso
no cambian la vida
ni el ánimo
de los incontables pasajeros.

Juan Afanador. (2023). Algo blando en cada trámite. LA JAULA


PUBLICACIONES, P. 44.

130
pan nuestro
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.
EUGENIO MONTEJO

la gente no sabe el nombre de este pan lo digo y no lo saben

la corteza que suena pero no demasiado se quiebra suave


pregunto si tiene otro nombre si en otra parte también lo
comen
pan de pobres

pan de cien pan de doscientos es decir pan de poco


sacia rápido y se remoja en el café hasta que queda
empapado
esponja del hambre y se envuelve

para prepararlo hay que estirar la masa y enrollarla se deja


levar
antes o después se abren
bocas de aire que buscan su camino en la masa

burbuja que se desprende

un pez que se desliza contenido en una pecera que crece habla


un pez dos peces

la contención se tensa burbuja que se expande

y la verdad es que nunca me había preguntado cómo se llama


un pan blandito en otra parte, si acaso existe, si se come, cómo
se come. Doy por sentado que todas las panaderías son como

131
En esta parte del mundo

las de Bogotá. No hay una sola panadería tradicional en Bogotá


que no tenga pan blandito. Ahora hay panaderías donde
ningún pan se paga con menos de lo que cuesta un bus. Aunque
ya no sé cuánto valen los buses. Me parece que me he ido hace
mucho y hago pan blandito en mi casa para ir al tiempo en que
lo comprábamos con mi abuela, una rutina de ir por una bolsa
de pan, cuánto aire contenido
entre el aire
el trozo que se mueve en el agua salada

del caldo empujado a la boca con una cuchara la


concavidad del abrazo
un cuenco

es una figura fácil dos manos que recogen esta hostia


mi abuela no me deja comprar peces en la plaza de merca-
do porque dice que se me van a morir y voy a llorar y los voy a
sostener así entre las palmas antes de tener que tirarlos a la taza
y yo insisto: abuela, no se me van a morir. Veo los peces cuan-
do vamos a la plaza. Peces vivos. Peces que no saben que están
vivos y no se preguntan con qué los alimentan solo van hasta la
superficie y se comen las migajas

piedras pequeñas en la costa cualquier costa


piedras redondas que voy guardando en un bolsillo como
peces que no saben que son piedras piedras que no saben
que son panes

ablandadas por el agua salada caldo del principio de los


tiempos
del que ya brotamos y en el que ya nos hundimos aunque
no juntos
porque nunca lo hemos estado

Laura Garzón. (2023). Pan piedra. LUNA LIBROS Y CARDUMEN,


PP. 79-81.

132
BUSES
TODOS
BARRI
SA
S LOS
OS
Contaminación

Hoy solo me asomo


al balcón y contemplo
el habitual paisaje
del Valle de los Alcázares

Y aquellas colinas de Suba


de esta mi ciudad
—Bogotá—
que ha sido por años
sangre en mi piel
verde y canción en mi retina

Hoy solo distingo


un edificio en construcción
que se interpone
entre mi ventana
y las bellas colinas
de celaje y espuma

Veo a los obreros


en su afán por finalizar
el edificio
empeñados en contaminar
esta deslumbrante visión

137
En esta parte del mundo

Bajo el sol o el agua


de esta mi ciudad
—catedral de la lluvia—
aquellos hombres con casco
quisieran adoquinar mis palabras

Y en su estructura de metal
aprisionar el beso
en tu ausencia
cuando la tarde se despide

Y mis ojos sufren


y mi voz desea gritarles
que no soporto

esa mancha de cemento


sobre mi Sabana

Es una ofensa
y es un taladro
para mis oídos
y el firmamento

¿Cómo recuperar
mis colinas y el esplendor
de los atardeceres?

¿Y al arcoíris
que cumple su ciclo
en una extraña piedra
de aquellos cerros?

En ese preciso lugar


del Altiplano
se rompe la roca
por donde ahora
se precipitan el crepúsculo
y mis lágrimas

138
Buses a todos los barrios

Mientras suenan
flautas y tambores
quisiera detener
lo inevitable
y contemplar de nuevo
esa comarca arrebatada
al Infinito

Alcázar de mi palabra

Guiomar Cuesta Escobar. (2019). Al ritmo de los manglares


en tiempo de jazz. APIDAMA EDICIONES, PP. 47-48.

139
El señor Alfonso

El señor Alfonso (ese es su apellido, no su nombre)


no se siente cómodo amando a las mujeres;
a veces compone una añoranza que lo lleva
a unos brazos sin piernas reconocibles
y lo hunde en una noche cuyo barullo siempre
le parece erróneo al día siguiente.

Pero no se crea que es viejo; lozanas células


van con él durante sus incursiones por diversas esquinas
del barrio Santa Fe, a desgastarse poco;
a veces en el guayabo le parece ver salmones
desovando en un río muy preciso cuyo descenso
lo estaba aguardando para hacerlo un hombre
más claro, así que nunca ha dejado de caminar
erguido si siente la corriente,
y como su corazón se desdobla con facilidad,
sus visitas furtivas a Nuestra Señora de Fátima
al mediodía
ayudan de madrugada, de manera que si alguien
le menciona muñones, él seguramente pensará
que están hablando de alguna clase de frutas.
Y, sin embargo, el señor Alfonso
es el padre del alguien.

Edmundo Perry. (1983). Once poetas contemporáneos. CENTRO


COLOMBO AMERICANO, P. 55.

140
Teusaquillo

Del mismo
artesano

el cerco
del jardín

la silla

la reja
de la ventana

Gustavo Adolfo Garcés. INÉDITO.

141
Pablo Sexto

Algunos despiertan
pero permanecen tendidos en sus camas.
Abren los ojos sin luz. Sin mirada.

Algunos como tú
no quieren levantarse y mirar por la ventana
porque saben que un bloque
de nubes estará oscureciendo a Monserrate.

Porque saben que en el parque


las gotas estarán brillando entre los pinos
y deslizándose sobre las hojas púrpuras de los eucaliptos.

Y no quieren mirar eso al despertar.

Entonces no se levantan. Hay mujeres como tú


que no se levantan porque sienten sus vidas
como fardos.

Tú. A quien quiero llamar. Nombrar ahora.


Adelaida por ejemplo.
Bebiendo agua en la cocina oscurecida.

No has querido mirar la tarde


dura del domingo. Solo bebes agua como todos
al despertar. Descalza sobre el baldosín. Desnuda
bajo la bata blanca. Con los mechones claros

142
Buses a todos los barrios

y largos de pelo sobe la espalda


y a los lados de la cabeza.

El lunes por la noche cuando la vecina te encuentre


la luz del alumbrado entrará por la ventana.
Tu rostro se verá morado o gris.
Tendrás las manos
sobre el pecho y las piernas un poco separadas.

Adelaida, tendrás los labios cerrados


con fuerza. Secos. Sin color.

Afuera seguirá lloviendo, Adelaida. El agua


caerá incesantemente
bajo el polvo blanco y silencioso de las lámparas.

Gonzalo Mallarino Flórez. (2011). Morada de tu canto (antología).


UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA, P. 42.

143
Demasiadas
cervezas

Parece que ascienden en espirales de fuga las torres de Salmona,


parece que las cúspides giran persiguiendo el dibujo de
sus líneas:

debo tenerme en pie, no sea que me ponga a girar con sus


salientes, que ascienda con sus terrazas y balcones, no sea que
levite sobre el parque.

Robinson Quintero. INÉDITO.

144
El virus en
Chapinero

Cuando pase la pandemia te amaré como un virus


Te comeré como una bacteria
Te consentiré como el zorro que llegó a mi puerta
escapado de los bosques
Tan rápido como el domiciliario de Rappi al que le
anuncié propina cuando solicité aspirinas
y tan lento como el presidente Duque que se demoró en
aislarnos
y tan ruidoso como el megáfono de la alcaldesa Claudia López
Para cuando pase la pandemia
habrá tantas promesas tantas
como caminar por la carrera Séptima
la calle del Pan y la avenida Chile
cogidos de la mano
Y sin aislarnos atajaremos
la velocidad del covid,
las mismas con que acariciamos el viento
Manos que aprendimos a lavarnos 19 veces al día
y que a veces sirven para ayudarte a quitar la ropa.

Francisco José González. Cosas de casa y otras cosas (INÉDITO).

145
Cementerio
de Suba

En la esquina del cementerio de Suba que da a la carretera asfal-


tada hay un pequeño lugar donde queman grandes coronas
de flores. Solamente lo hacen dos veces al mes, por las tardes,
cuando el viento cansado de agitar sus brazos no puede desenre-
dar esa gruesa masa de humo, amarilla y sofocante, que se cruza
y se golpea y se debate en un espacio que apunta al monte de la
Virgen, donde se recalientan los motores y mueren atropellados
los ciclistas. Las flores secas ya ceniza, ya dolor al aire, ya reco-
nocimiento, saltan la tapia y manchan carteles que anuncian
alguna misa de aniversario. (Algo que no quiere parecerse al
olvido arranca cada día los nombres). La tarde despide hacia la
noche un olor distinto, como a complacencia, a labor cumplida.

Ramón Cote Baraibar. (2021). Temporal. Obra reunida. FONDO DE


CULTURA ECONÓMICA, P. 47.

146
El mirador de la Paloma
A
Yolanda Guzmán Ortiz,
justo al cumplir los 23 en 1985,
mientras corría por el barrio Bochica.
En su mochila,
la lista de nombres de su grupo de teatro
y las llaves que ya no existen.

Paso al frío, justo en el valle


que separa una teja de la otra.
El agua se desliza por las crestas
y se siente cómo absorbe los sonidos de la casa.

He logrado sortear la primera pieza de este techo


hecha para tapar la vista de los pájaros.
Avanzo hacia la pendiente
inclinando el cuerpo
y guardo silencio.

El rodillo pasa por la placa


y comienzan a hablar todas las palabras.
El estruendo de la imprenta
y la puerta que se rompe,
hacen estremecer el tiempo.
Las manos son extendidas
en el muro,
mientras un bermejo y espeso color
toma forma en el asfalto.

147
En esta parte del mundo

En la calle del Sol,


salen a pasear las torturadas sombras.
La noche amenaza llegar a su fin.

Los muchachos con


sus bolsas de leche,
escapan por los altos de la iglesia,
dejando cuajos a su paso.

Abajo,
guardianes escondidos
en su sombra
apuestan por cuál de ellos se partirá las piernas.

Todos salen en la madrugada,


incluso aquellos que jamás regresan…

Yirama Castaño. INÉDITO

148
La ciudad, tú

La ciudad que se levanta por las orillas, que ilumina


primero sus montañas
Y luego tus cabellos,
La misma que bajo el crespúsculo de sangre y belleza
Me mira con tus ojos negros,
Y escribe el poema de la noche que la habita, su mar
muerto.
Bogotá se esconde en un laberinto de nubes, en la
topografía
De tu cuerpo esparcido junto al río,
En una lluvia antigua, en el fuego que se consume al alba
Debajo de tu almohada.
Abres tu mano y ves las calles solitarias que se pierden
Como nervaduras.
Un día te encontré en un verso, llorando en un verso
Del siglo XIX ,
Y pensé que ya te había perdido.
Te busqué en el cristal de los suburbios, en el mapa del
amor
Y del sueño,
Y por fin hallé tus palabras en una estación que iba
A Chapinero Alto, hasta tus sienes.

Fernando Denis. (2007). Palabra Capital. Bogotá develada.


MONDADORI, P. 195.

149
El Cuerpo
de Laura

Cuando llegué al Cuerpo de Laura nunca me imaginé que jamás


escaparía de él. Era una de esas casas antiguas del barrio Las
Nieves que funcionaban como «motel de parejas» y que en su
último intento por mantenerse en pie se ganaban el título de
«residencia para estudiantes». Era de dos pisos, con altos techos
y dos balcones. Esbozaba en su fachada afrancesada el abati-
miento de un árbol tieso. De vez en cuando me asomaba al
balcón y sorprendía a alguna mujer apuntando hacia él con su
Kodak. En primer plano el árbol, en segundo los arabescos de
las columnas, en plano de fondo los edificios que hacían sentir
la casa anacrónica y peligrosa.

Me gustaba pasar las tardes en El Cuerpo de Laura: sus


puertas largas de madera me trasportaban a una pequeña
Checoslovaquia antes de la guerra, sus desvencijados pisos de
mármol soltaban aún la música de un vals delicado y secreto,
los pasamanos de sus escaleras se comportaban a la altura de
un mayordomo inglés. Pero no todo guardaba el aire penetran-
te de la sensualidad y el recato. El Cuerpo de Laura fue víctima
de sucesivas reformas para atender mejor a sus clientes: lo que
era antes la amplia sala fue después innumerables cuartos sepa-
rados por tabiques, algunas puertas fueron clausuradas, una
misteriosa parte está deshabitada y los tubos del agua recorren
las paredes como las dolorosas várices.

150
Buses a todos los barrios

En el Cuerpo de Laura se compartía una cocina de 2 m2


con veinte pasajeros, el agua caliente escaseaba y las paredes
dibujaban las flores grises de la humedad. En los cuartos cada
habitante dejaba su impronta: un retrato de Rimbaud, una
línea de rencor en las tablas de la cama, las quemaduras del
cigarrillo olvidado sobre la mesa, una gota sideral de semen
en las paredes.

El Cuerpo de Laura con su erotismo pobre nos dejaba ser


felices en sus entrañas. De un cuarto a otro se oían los gemi-
dos de placer de las parejas que se conocían en sus corredores,
se escuchaban con agrado los acordes del jazz de una guita-
rra, se olía la yerba que fumaban los cinéfilos, se sentía en la
madrugada el crujir de la madera de los solitarios y también,
suavemente, en la noche, el llanto de una mujer.

Nadie sabía quién había llamado de esa forma esta casa


de la ausencia. Ni siquiera la anciana que la había hereda-
do y de la que todo el mundo conjeturaba que era la verdadera
Laura. Nuestro barco del placer, gritábamos con furor.

El Cuerpo de Laura fue demolido en el 2003 para dar


paso al progreso del barrio. Ese hospital del delirio fue desmem-
brado por dentro en cuestión de meses. Lo único que saben
los vecinos es que en El Cuerpo de Laura siguen habitando sus
fantasmas, es decir, nosotros, sus eternos pasajeros.

Fredy Yezzed. INÉDITO.

151
La noche en los
barrios del sur

Como los gatos, con las cuatro patas y las garras afiladas, cae
la noche sobre estas terrazas de los barrios de Usme. El cielo
nocturno del sur es un lote baldío del que emerge un ave enfer-
ma. En el sur sobrevivimos los más fuertes. Los que vivimos
siempre al día. Los que morimos siempre abrazados. Los que
llegamos siempre de noche.

A la noche del sur solo llegan los destartalados buses;


conducen como acosados por la peste y llevan en sus vísceras el
cuerpo de una mujer cansada. Aurora es la viuda de Cornelio,
el marmolero, y tiene cuatro hijos y la menor está embarazada.
Si hay una mujer que soporta toda la noche del sur es Aurora.
Las manos de ella saben del fuego paciente de pelear contra
la ciudad.

Aurora se levanta asustada en la madrugada y sube a la


terraza a ver la noche del sur. Su casa está trepada en una coli-
na. Se queda un instante mirando el pesebre de luces que es la
ciudad a esa hora. En la calle se escuchan los pasos de Adriana
que corre a su trabajo en el norte, la tos de Andrés enfermo o la
prisa de Marcela que no alcanzó a desayunar y mientras camina
memoriza una cifra.

¿De dónde le salen esas raíces a Aurora para resistir-


lo todo? ¿Qué cielo único la vio nacer y renacer? ¿Adónde van

152
Buses a todos los barrios

a parar sus huesos tan santos y tan dulces? ¿Qué lengua de


«buen vecino» la citará a la hora de hablar de sus hijas? ¿Es la
noche del sur la que le abre la boca y la alimenta o es la sal que
se le cae del pecho la que la empuja a caminar?

A la noche del sur nos acostumbramos desde el vientre.


Y la luna no es más que un escupitajo en el negro pelaje
de un gato.

Fredy Yezzed. INÉDITO.

153
Tabogo
Oda sin pretensiones
poéticas

Brincaba yo entre calles llenas de polvo,


tratando de imaginar cómo era el mundo
más allá de las marcas que dejaban las suelas de mis
zapatos
(unos tenis blancos, marca Croydon, comprados en el sur).

El planeta en el extremo occidente giraba a otro ritmo.


Era la Atenas abandonada al albedrío de los dioses más
borrachos.
Un suspiro casi helénico en un continente extenso,
Latinoamérica: el buen vecino pobre.

Y así la crearon, un marasmo urbano cocido con tuétano


de indio,
algo raro que sugería la idea de ciudad; síntesis de
nuestro mundo.
Tabogo, una planicie colorida y turbia,
microcosmos del gran cosmos; diáfana y vulgar; resquicio
en los Andes.

De buseta en buseta, sin visa ni aprobaciones de Estado,


viví, vivimos, creé y creamos la urbEnidad
añorada y lejana, a veces tierna, el centro de mis recuerdos.
Tabogo de risas, colectivos peligrosos y aroma a fresas
con crema.

154
Buses a todos los barrios

Crecí en Venecia sin canales ni bienales,


recorrí Lisboa sin azulejos manuelinos,
giré hacia Egipto sin pirámides ni turistas japoneses,
entrevisté al Uncle Sam en Casa Blanca, sintiéndome en
Marruecos,
me sumergí en La Coruña creyendo llegar a Vigo,
pero no encontré calamares, almejas, nécoras ni merluzas,
quizás algunos hombres con aspecto de molusco
y una que otra vieja encorvada en su caparazón, cual
crustáceo de agua dulce.

Don Quijote batalló por Castilla sin molinos ni gigantes


Roma ¡Oh, Roma! La ruina estética después de César
Fátima, con María la Virgen en porcelana, protegía al ladrón
de Colmotores,
Niza, sin Mediterráneo ni playa, ostentaba un feo e
incipiente Bulevar
Marsella sin Costa Azul ni moros a la vista
Pontevedra sin una bahía salada y próspera
Argelia igual de polvorienta, aún sin magia.
Tabogo, la cosmopolita de miserias y olvidos:
Kennedy, Las Cruces, el Quiroga, el 7 de Agosto,
La Candelaria, La Soledad, Palermo, Chapinero, La Merced,
La Guaca sin tesoro, y nosotros con Jimena honrando a
Dionisio.

Esa fue, es y será Tabogo, un croquis urbano, un proyecto


fallido,
una insignificante placa de madera mostrando un recorrido:
vasto periplo,
millones de cédulas deambulando a través de calles rotas,
líneas montañosas erosionadas, diafragma encendido.

La cité de la indiferencia en la mirada del niño,


de gente desplazada mendigando un suspiro,
de frutas expuestas al sol, ahogadas en plástico al vacío,
de bicicletas reclamando libertad los domingos.

155
En esta parte del mundo

En el otro hemisferio: (yo)


el frío, las noches largas,
las flores hechas doncellas
y los árboles envejecidos

En el otro hemisferio: (tú)


sugiriendo instantes dóciles
para mentar pactos sencillos,
para ser nosotros, aún con tanto brillo.

Cerca del trópico, el tímido páramo coqueteando al cerro


gélido
se perpetuaba en la piel como una estalactita de hierro.
En Tabogo la niebla se detenía y se pegaba a los vidrios,
la princesa se levantaba sigilosa en punta de pies y escribía
con orgullo:
«Cuando sea grande, de ti me olvidaré».

No conocimos el tren de cercanías, el metro, ni el vagón


del último trolley.
Cualquier artefacto era suficiente para darnos a probar esa
modernidad anhelada.
Tropecé por rieles corroídos, invoqué al fantasma de
Alexander von Humboldt,
sonreí al bobo de la Jiménez e imaginé a Gaitán guarachar
en su tumba.

Pérfida ciudad asesina de líderes, de mentes ilustres


y de canallas dirigentes.

Pero nada ni nadie se enredó en la página amarillenta del


libro de Historia.
En ese entonces el sueño del progreso era solo eso: un
sueño,
y Tabogo, un centro comercial, un eslabón perdido, un
escombro.
Carolina, como un millón de otras C, buscando un verso en
medio del ruido.

156
Buses a todos los barrios

Quería yo ver a lo lejos mi ciudad en ruinas,


los túneles de la 26 eran el despojo de varios mendigos,
entre picos y hachazos los gamines de papá Jaramillo
sobrevivían.
Mi triciclo azulado se lo llevaba en hombros el hampón de
la Isla del Sol,
ojalá hubiera sido la de Stevenson, para soportar que a mi
perro lo convirtieran en salchicha.

Las viejas panaderías de la Séptima aún guardaban en el


olfato
el calor del pan blandito y del tamal con chocolate.
En el Restrepo, la papaya, la patilla y la granadilla se
mezclaban con
la crema fresca de las ensaladas de la antigua galería.
Los talleres de Paloquemao se camuflaban con el olor
rancio de aceite
y la sonrisa opaca de la modelo paisa de tetas albinas.
Y el Divino Niño del Veinte de Julio siempre intacto,
vestidito de rosado,
gracias a la novena, nos vendía el milagrito.

«En vos confío», dije en mi Primera Comunión


y aun así a Garzón lo borraron.
Rogad por nosotros que recurrimos a vos.
Tabogo sin Minuto de Dios: sesenta segundos desperdiciados
y día a día, año tras año, fueron asesinados.

Pérfida ciudad asesina: de líderes, de mentes ilustres


y de canallas dirigentes.

Abandonamos el luto para refugiarnos en festivales


internacionales,
nunca tuvimos memoria, siempre fuimos unos burdos
apostándole a la cultura.
El teatro y la algarabía cubrió sus calles y la alejó de
las sombras,

157
En esta parte del mundo

el fantasma perenne y anónimo de nuestros muertos.

¡Baggg! ¡Baggg! ¡Splashhhh! ¡Boom, boom!

Las bombas, los disparos y el odio explotaron.

¿Quién me dice si Tabogo resistió dejando pedazos


de personas regadas en los escollos de nuestro olvido?

¡Oh, reyes sin palacio!


pereced sin nombre.
El Canal 1 anuncia el ataque del grupo insurgente y el enano
Sr. Presidente dice:
pereced sin nombre.
N.N., funcionarios; N.N., padres; N.N., abogados, N.N.,
hombres y mujeres:
pereced sin nombre.

«Colombianos, las armas os han dado la independencia,


las leyes os darán la libertad».

¡Ataquen!

¡Listos!

¡Fuego!

Crecí en medio del tufo de un río envenenado.


Tabogo se hizo noche con el canto de las sirenas de una
vil epopeya,
Monserrate me arrulló con sus estrellitas fluorescentes
y La Candelaria onírica me enseñó a comerme la vida.
Una vez hice amigos de mentiras,
cambié los Croydon por unos Converse;
llevé punteras y fumé mi primer porro en un ascensor
marciano.
Los Priscos de La Santa flipaban hilarantes al ritmo de
Primus
hasta que un día la muerte nos hizo zancadilla y se llevó
a Krusty.

158
Buses a todos los barrios

Pablo VI , Nicolás de Federmán, La Esmeralda y el Centro


Nariño
eran territorios oscuros que colindaban con el clan
enemigo.
Ningún forastero venía con la guía Lonely Planet
porque «ellos» los fulminaban o los hermanos «B» los
acribillaban.

Nos educaron a patadas; en revancha nos permitieron


drogarnos con televisión.
La música nos salvó, los libros que robamos del sótano
del colegio
hicieron de madres sustitutas mientras las maestras cuidaban
nuestra virginidad,
y nosotros amándonos desmedidamente, como cualquier joven
amamantado por Ovidio.

Saltamos por varios prados, esos donde la gente ES feliz en


la Nacional.
Me dejé sorprender por el sol en la pausa del mediodía
mientras los chicos de Artes y Humanas pateaban el balón.
Allí, la Copa «La Amistá» nos dio trofeos y sancochos de
aguardiente.

En el otro hemisferio: (yo)


les tartes tantin y la champagne
las rosas en la mesa
y las nalgas de Marie Antoinette ardiendo en la chimenea.

En el otro hemisferio: (tú)


sugiriéndome que vuelva
para mentar pactos sencillos,
para ser nosotros, aún con tanto brillo.

Quisimos a nuestro equipo financiado por narcos,


lo sostuvimos más en las malas que en las buenas.
El estadio coronó por única vez al equipo nacional
y vimos a Escobar cobrar el autogol de su vida.

159
En esta parte del mundo

Tabogo esdrújula, aguda y gravemente violenta


vibraba al ritmo del rock, de la salsa, de la angustia
nuestra.
Pero todo desaparecería… Se lo llevaría el viento.
Un día fue la Quinta y luego la 82, una zona rosa
desteñida la reemplazó.

Bailaba sin excusa cada viernes


pues el baile nos conectaba con el otro.
Quiebracanto, El Antifaz, El Goce Pagano, El Parqueadero,
Escobar Rosas
conocieron el sudor de nuestros cuerpos «zanahorios».

Así era yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos, conjugando


el verbo
Infinit (iv) o SER sin temores o seres sin remedio.
Aun así, partí de ti, Tabogo, cumpliendo la promesa de
olvidarte.
Aún me pregunto si tengo palabra y si esta oda tiene
pretensiones.

Ayer, un largo ayer en el que fuimos tú y yo en un solo


hemisferio,
una bala indeleble que atravesó el tejido vital del destino.
Y ellos, mis amigos de mentiras se hicieron de carne y
hueso
herederos del rastro que cubre el manto etéreo de la sutil
memoria.

Tabogo soy, eres, es, somos, sois, son…


Verbo conjugado en tiempo presente indicativo
de SER ES tá ti ca men te ateridos al momento.
Incurriendo, gerundio pretencioso sin pretérito.

Carolina Bustos Beltrán. (2022). Lecciones de UrbEnidad. Tabogo


y otras ciudades recorridas. NUEVE EDITORES, PP. 15-21.

160
TRANSE
EÚNTES
En el Parque
Nacional

¿Qué va pues a buscar la gente


cuando se decide a estar tan confortablemente allí
tendidos sobre una colcha de verde césped?
Con el aspecto de prisioneros que hubiesen logrado evadirse
aunque la cadena no existe, la evocarán en cierto modo
como si no lograsen desprenderse de ella.

La pareja de enamorados que avanza lánguidamente,


apoyados el uno en el otro
como empujados por el aire dulzón y tibio.

La vendedora de crispetas con el vientre puntiagudo


y la boca desdentada,
el rentista que trae esa frescura de la ducha, la afeitada
y la colonia,
viendo pasar la vida desde el balcón del observador,
como quien se sabe al abrigo de la calamidad.

O ese casi buen burgués con la guayabera a cuadros y la


cachucha
en deportiva actitud.
El estudiante que vaga con un libro en la mano
y ensoñaciones del género de «paseante solitario».
El vagabundo, amodorrado, estático,
la pareja de soldados

165
En esta parte del mundo

o el hombre cualquiera, el individuo mínimo


que acaba de sentarse.
El pobre pero orgulloso jefe de familia,
al frente de su prole, aceptándolo todo, con un espectro
de sonrisa,
dispuesto a pasar la mejor de las tardes posibles.

O esa niñita armada de un gran «ringlete» de papel,


con sus ojos azules, bizcos,
que parecen estar lanzándose el uno al otro
una larga mirada de congoja.
O estas sirvientas demasiado rozagantes, como sirenas
«camp»,
comprimidas dentro de sus pantalones
demasiado ajustados y demasiado nuevos.

Ellos simplemente habitan el mundo,


en la pausa del domingo,
simplemente buscan arrojar su cuerpo en la hierba.
Entre cartones de yogur, cáscaras de naranja,
papas fritas, botellas de cerveza.

Disfrutarán del sol, antes de volver a sumergirse


en la abyección de la vida desfavorable y larga,
de nuevo en la prisión de su casa ciudadana
debatiéndose en la búsqueda oscura de algo diferente,
soñando otra vez con el domingo…

El solo hecho de estar al aire libre


de poder respirar a sus anchas el aire puro,
que puede muy bien no ser más que el vapor,
de tierra y de orina que sube de los prados,
tornará sus trabajos menos pesados.

La mayoría sabe cómo permanecer de pie,


o andar al trote usando las manos, durante toda la semana.

166
Transeúntes

Una pelota atraviesa sobre la grama


seguida de una voz en la que transparece
una insistencia terca, infantil.
El niño hace preguntas sobre esto y aquello.
El padre le contesta evasivamente, quizás no sabe nada
sobre próceres
o quizás ya no cree en ellos.
¿Había visto él, con sus propios ojos, al General Uribe,
asesinado?
¿Había visto él, su cabeza rajada por el hacha?

En lo más remoto del parque 2 o 3 parejas se destacan.


Varios ancianos siguen sentados en los bancos,
carraspeando flemas en esa cita mañanera
del sufrimiento con el sol.

Una chica en pantaloncitos calientes toma fotografías,


un reguero de sudor le oscurece la blusa debajo de la
axila.
Un mariquita pasa con la chaqueta al brazo
y el aire nervioso de estar buscando a alguien.
Arde una chispa bajo las gafas del buen burgués,
una llama que devuelve por algunos momentos
la imagen del alto cuerpo esbelto del muchacho,
su espalda de pájaro que huye.
Ese fulgor instantáneo y agudo, del jugador de póker
que calcula la apuesta.

La cabellera verde del césped ha sido cortada


recientemente.
Las flores, el agua que trepa por el surtidor,
el quiosco, los eucaliptos, todo brilla lustrado por el
sol.
¡Bendecido por el sol que nos anestesia a todos!
Una mosca aterriza en esas flores azules llamadas
agapantos.

167
En esta parte del mundo

A la hora en que el sol enfría,


queda en el cuerpo una pereza, un sopor,
que parecería que el alma no quiere volver a entrar en el
cuerpo
¡y flota lejos!…

Devueltos a su identidad,
mientras que corre en torno la prisa de la hora,
son como una horda sorprendida que emprende la huida,
el mismo jadeo de marcha, el mismo rostro, el mismo tedio.
En la luz que quedó sola y pura cesó el ruido.
Holgazanea la eterna canción susurrante del viento.
De paso, desde los autos, a la orilla de la ruta,
observan todavía, como si comprendieran,
el collar de burbujas que repta y va a extinguirse.
Ese brazo de «La quebrada del Arzobispo»
asesinada, en su lecho mismo,
el hilo tortuoso que reaparece de trecho en trecho,
entre condones, latas oxidadas, ratas blancas y zapatos
sin dueño.

Mario Rivero. 2009. Poesía completa (Díaz-Granados,


Federico, ed.). SIBILINA S. L. U., PP. 170-173.

168
Bogotá en domingo
Para Oswaldo Osorio Velásquez

Solo provoca irse a los cines,


doblar mil esquinas
en la demencia de brújulas,
amar a la ausente de cabellos cortos…
o suicidarse.

Quiero vivir
y no encuentro los labios
que indiquen la ruta.
No encuentro los brazos
que midan el tedio diciendo caricias.

Bogotá en domingo:
señora de gris
con los ojos sin iris
y los muslos trazando
perspectivas gélidas.

Hasta los gamines


dejan sus camisas de noticias viejas
y se visten de hastío.
Y no van a los cines,
ni aman,
ni pueden matarse

169
En esta parte del mundo

pues no hay automóviles


y los pisos altos están prohibidos.

Bogotá en domingo:
señora anestesia
con los senos bajos
soñando Saharas.

Nelson Osorio Marín. (1963). Cada hombre es un camino.


EDITORIAL CELZA LTDA., PP. 35-36.

170
Poética de los muros

A veces me sorprendo por la Estación de la Sabana, por la igle-


sia de Las Nieves, por el Cementerio Central, parado frente
a un muro.

En alguna pared la palabra perdida da cuerda a una ciudad cuya


belleza se esconde tras un tótem de harapos.

Bajo capas de pintura y en borrosos silabarios una voz esconde


la verdadera historia.

Los muros saben que el nombre de Adán leído en un espejo es


Nada o que el nombre de Eva leído en un espejo es Ave.

Raspo paredes atardecidas y encuentro historias olvidadas.


Celebración de antiguas bodas, escritura de nieve.

Juan Manuel Roca. (2005). Las hipótesis de nadie. UNIVERSIDAD


NACIONAL DE COLOMBIA, P. 116.

171
Bogotá mía

20
Bogotá tiene ángel,
un ángel que no está en las calles desangeladas,
un ángel que no habita en su mezquina arquitectura,
un ángel que no ven los que conducen un monstruo
de dos mil kilos de metal
sin piedad quemando gasolina.
Bogotá tiene ángel,
un ángel que no se funde con las piedras,
un ángel que nunca ha sido de ladrillo,
un ángel verdadero y por eso invisible.
Aunque usted no lo crea,
Bogotá tiene un ángel,
un ángel que la mira desde el cielo azul o gris,
un ángel que seca el aire,
un ángel que refrigera el aire,
un ángel que es de aire,
inasible y presente,
un ángel que solamente sienten
aquellos que han amado esta ciudad sin atributos.

Darío Jaramillo Agudelo. (2018). Poesía selecta. LUMEN, P. 127

172
Lugares y encuentros
A Claire Teeuwissen

fue en la Avenida Ciudad de Lima


algo
una voz
glosa secreta desplegada
entre el imposible silencio de los autos
y el murmullo incoherente de los muros
preguntándome a quemarropa
cómo podría conseguir
ese disco de Violeta Parra
en donde (todos lo saben) la ternura desborda
avanza hacia el reconocimiento y allí espera
me detuve y miré
y así concurrió su rostro
de muchacha algo trotamundos
(blue eyes/blue jean y lo demás)
un día en la vida después de un mediodía

Álvaro Rodríguez. (1981). Recordándole a Carrol. INSTITUTO


COLOMBIANO DE CULTURA - COLCULTURA, P. 33.

173
Nota para un frustrado
homenaje a Pessoa

Supongo que Lisboa se parece a Bogotá.


Con gabardina y paraguas
los contabilistas almuerzan rápido
y alargan el periódico hasta las dos.
Hay demasiada gente
y curas y políticos, por todas partes.
Una ciudad conservadora
donde la pobreza se vuelve mutismo
y un insulto, al pasar.
La única alegría: evadirse, quizá,
llenando crucigramas.

Juan Gustavo Cobo Borda. (1979). Salón de té. INSTITUTO


COLOMBIANO DE CULTURA - COLCULTURA, P. 61.

174
Día libre

Yalila, Moraima, Zulena.


Sus nombres suenan como agua derramada en aldeas ardientes
de extrañas geografías. Van frescas y ruidosas
alumbrando el domingo bogotano
como soles inversos. Son las muchachas negras, en bandada,
que han dejado sus cuartos, sus cocinas,
y van a un baile, al cine,
parloteando alegres mientras fuman Pielroja.
Los viandantes las miran
levemente curiosos,
como a extraños satélites de su blanco planeta,
sin comprender la música sagrada
y montaraz y antigua de sus risas.

Piedad Bonnett. (2004). Tretas del débil. PUNTO DE LECTURA, P. 59.

175
Ciudad de los vientos
Homenaje a Bogotá

Los vientos se toman mi ciudad


recorren el amanecer con el canto de los pájaros
despeinan a las colegialas, levantan sus faldas
el sueño se despereza, huele a pan fresco
transeúntes del día con sus múltiples oficios
el hombre jalado por sus perros
la muchacha y su blanco delantal
la mirada perdida del oficinista
la maestra agobiada por el murmullo infinito de sus
estudiantes
el conductor con su alegre tonada
el ciclista apuesta contra el viento
la modelo en sus tacones haciendo malabares
la amante incansable en busca de su lugar perdido
el guardián abismado en su deseo
el deportista elevando su cometa
calles infinitas recorren los barrios de la Macarena, la
Soledad, Teusaquillo

El viento murmura una canción al oído de los tristes


eleva a los ebrios, los jalona por calles que no conducen
a ningún lugar
el viento los abraza y los deja dormir
mi ciudad insondable con sus secretos profundos
con calles asombrosas

176
Transeúntes

que nos conducen a vértigos desconocidos


calles azules, blancas, grises, rosadas,
puertas falsas, invisibles, puertas abiertas al viento,
puertas sin cerradura

La ciudad de las furias con rostros bárbaros y miradas de


miedo
los visitantes que desdeñan mi ciudad la injurian la
maldicen
y sin embargo siempre se quedan
mi ciudad verde asomada al sol del atardecer
con heridas que lentamente va restañando
en medio de los cerros me elevo recorro la sabana
su verde profundo me abraza
mis deseos más sentidos caen como lluvia
cruzo alucinada por puertas invisibles tejas naranjas,
ventanas al cielo
paseo por lugares perdidos soy de esta ciudad de este clima
de este comportamiento distante, ambiguo, crítico
los amigos de otros días con rostros transformados los
amigos idos, el hilo roto
allí en medio de la plaza jóvenes cantan con sus banderas
al aire
muchachas con su belleza pálida sonríen a hombres enlutados
viajo por mi ciudad me recuesto en el verde jardín
estoy atada a ella por todos los costados
la tierra me jalona, me atrapa
coros inusitados penetran las blancas paredes
jóvenes resueltos tiemblan en su sueño el cielo abierto
los saluda
mi querida ciudad abandonada y plena en busca de la más
propia humanidad.

Eugenia Sánchez Nieto. (2013). Visibles ademanes. UNIVERSIDAD


EXTERNADO DE COLOMBIA, PP. 71-73.

177
Cementerio
Central

Sordo a tantos mensajes de la muerte,


cruzo por esta calle de flores y de mármoles
donde austeros artífices pulen sobre las losas
lúgubres variaciones,
llorados nombres, fechas para el luto.

Aquí acaban preciosos episodios del tiempo


que afligidos cortejos escoltan hasta el límite,
aquí, en lechos de piedra,
cada huésped se entrega
al laborioso abrazo de lo informe.

Veo el dintel que abruma la magra segadora


de costillas desnudas
y tras la verja hileras de cruces victoriosas.

Ánforas, bustos, ángeles…


su lóbrega retórica cautiva a los dispersos
y en su horrible presencia nuestras horas se amparan
de bosques insondables.

Severa arquitectura
donde el polvo se asila
sobre estas breves casas y estos pinos inmóviles
es cegador el cielo
y la plegaria es ínfima.

178
Transeúntes

Pasamos pensativos
y es tan denso el misterio del aire silencioso
que un silencio más denso se repite en los labios
y las palabras yacen oponiendo a lo eterno
su metal de epitafios.

Tal vez por eso, alzándose


sobre los trenos de la mente y del miedo
alguien dice en el alma:
No, esta calle de flores
y estos martillos laboriosos que obstinan
definitivas frases,
solo son adjetivos de la muerte.

Ni la araucaria negra
que crucifica el cielo,
ni esas apasionadas contorsiones de mármol,
ni esa forma retórica
que lleva por los versos su filosa guadaña,
pueden nombrar los últimos palacios,
las costas intocadas por la espuma del tiempo
que solo ven los muertos y los dioses.

Insomnes, vigilantes,
vemos surgir de nuevo las lunas y las calles,
vemos volver la brisa que agrieta las pirámides
y alza nubes de pájaros,
y hora a hora pulsamos las cuerdas misteriosas,
sordos al sauce inconsolable.

Comprendo en esta calle que aún la espera es nuestra,


que recorro otra música,
y más acá del cerco de invisibles murallas
busco cielos esquivos que mi carne conoce,
tardes que te repitan,
azares que me acerquen otra vez al milagro.

William Ospina. (2004). Poesía. 1974-2004.


EDICIONES ARTE DOS GRÁFICO, PP. 53-54.

179
Santa Fe de Bogotá

Cuando al caminar
por sus aceras
te asfixie el desorden
de sus menesterosos habitantes
y te invadan irresistibles deseos
de injuriarla, odiarla y maldecirla
como a una esposa fea
Cuando en el límite de tu hastío
aborrezcas su arquitectura
su llovizna eterna
su caos sin órdenes secretos
y anheles otros lugares
otras ciudades prestigiosas
con catedrales, puentes
y hermosos bulevares
Cuando a los dioses
reclames por tu suerte
no olvides aquel cuarto de hotel
situado en una calle sin historia
donde una noche te revelaron el placer
no olvides esos anónimos cafés
donde supiste
de la amistad sin sombras
del delirio del alcohol

180
Transeúntes

no olvides
que un lejano día de diciembre
sus altas torres
deslumbraron tus ojos provincianos
no olvides ante todo
que esta pobre ciudad sin abolengo
en una oscura tienda con música de tangos
te regaló el amor, el único, el memorable
el que te justificará a la hora de los inventarios
Cuando a los dioses
reclames por tu suerte
no olvides que ella
será la que al final
como una esposa fea
tierna y comprensiva
te acogerá en su tierra húmeda
con tus vanos sueños de otros cielos

Luis Fernando Afanador. (2003). Extraño fue vivir.


PLANETA, PP. 72-73.

181
Cuándo decidí que
esta fuera mi ciudad
A Luis García Montero
*
Nada nos quedará si perdemos nuestras ruinas
ZGNIEW HERBERT

Cuándo decidí que esta fuera mi ciudad


ahora que cae una tormenta en la última semana
de septiembre, y que la niebla avanza
como un ejército sonámbulo desde los cerros
borrándolo todo, con la intención de someterla
al olvido, a la desaparición total,
al amargo exterminio de la memoria.

Uno se va enamorando con resignación de sus montes


y de su milagrosa luz metálica de un martes a mediodía,
y poco a poco se comprende que su desorden y sus basuras,
sus escombros en las calles y sus diarias demoliciones
se van pareciendo al propio corazón.

Cuánto nos parecemos a las ciudades que amamos


y cuánto nos vamos pareciendo a las ciudades que perdimos,
pero también cuánto nos consuela descubrir en ciertos
momentos
que el mundo con todas sus ciudades
está siempre en el sitio donde estamos nosotros.

Observo desde la ventana del autobús las avenidas


inundadas este domingo ausente
y funeral, y con los zapatos y las medias empapadas
pienso en Luis a quien acabo de despedir en el hotel

182
Transeúntes

Tequendama y que en pocas horas partirá a su país,


ya en el inicio de un otoño idéntico,
a la ciudad que también fuera mía
donde a finales de septiembre aún se puede escuchar,
como un dulce augurio que anticipa el naufragio,
el canto de las cigarras escapadas del verano
que se esconden entre los árboles del parque de Olavide.

Pero aquí estoy, sin sol a la vista,


en medio de lo que a la fuerza y por amor
y por costumbre elegí como mío,
sin más remedio que esperar
a que quizás en una calle cualquiera
aparezcan súbitamente todas las derrotas por venir,
y surjan a la vuelta de la esquina
todos los milagros aplazados.

Ramón Cote Baraibar. (2021). Temporal. Obra reunida.


FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, PP. 370-371.

183
Home Sweet Home

Los sábados durante mi último año de colegio, recorría disco-


tiendas en busca de música de Mötley Crüe. En un almacén del
barrio Galerías encontré en acetato Dr. Feelgood, su álbum más
reciente. Anduve las calles del centro, desde la Diecinueve hasta
la Veinticuatro, y conseguí Girls, Girls, Girls también en acetato,
Too Fast for Love y Shout at the Devil en CD, y por encargo, después
de dos meses de trámites de importación, Theater of Pain en
casete. Tan pronto lo tuve en mis manos lo metí al walkman.
La quinta canción del lado A era mi favorita: Home Sweet Home.
Me notó tan feliz el vendedor que me regaló dos afiches de la
banda. Mi papá los vio pegados en la pared de mi cuarto. Vio
los acetatos. Los cedés. No entendió lo del maquillaje glam. No
le gustó eso de gastarse la plata de las onces en música, como
si la ausencia de música no dejara más vacíos que el hambre.
Lo rompió todo, hasta la tarjeta del almacén de Galerías. Pasé
el resto de sábados del bachillerato lavando las paredes de SU
apartamento, escuchando en mi walkman el único casete sobre-
viviente y aprendiendo que Home Sweet Home es una canción de
despedida.

Alejandro Cortés. (2014). Sustancias que nos sobreviven.


UNIVERSIDAD INDUSTRIAL DE SANTANDER – UIS, P. 95.

184
Plaza sin nombre
A los hombres y mujeres que nunca volvieron
a casa en una noche de noviembre

Ruego por vosotros, los desaparecidos, en donde quiera


que estéis.

Huellas digitales hechas ceniza,


rostros desparecidos.

Ruego y desaprendo el mapa de mis coordenadas necias.

Dulce niña de los ochenta,


adoquines de fuego torturan tu memoria
inocencia conducida por una radio que agoniza.

Plaza sin héroe, Libertador humillado,


Plaza(s) macabr(o)as,
Plaza vencida,
Plaza(s) asesin(o)as,
Plaza sin nombre de un palacio sin justicia.

No rogaré por vosotros,


los impunes,
ni por vuestras hybris exacerbadas.

Conciencias rotas.

Carolina Bustos Beltrán. (2022). Lecciones de UrbEnidad. Tabogo


y otras ciudades recorridas. NUEVE EDITORES, P. 35.

185
Doppelgänger

Quien escribe esto es otro,

No el que va por las calles del centro de Bogotá


desandando la lluvia,

No el que se acuesta cada noche en los bares


a escuchar un rock pasado de moda,

No el que registra desesperadamente las bibliotecas


y busca una palabra que lo nombre,

No el que se espanta con las caras de los edificios


arrugados por una oración impronunciable,

No el que vive en medio de un cielo funerario


y saluda a los árboles,

No el que enciende la computadora a diario


y lee viejos e-mails de amores en desuso,

No el que se inmola en los hospitales psiquiátricos


en una súplica de vieja prostituta,

No el que parte hacia las montañas del misterio


custodiando aquello que no tiene un lugar sobre la tierra.

No soy este que se dice adiós a sí mismo.


Escribo con un yo lejano,
con una mano falsa e indefinida.

186
Transeúntes

Se necesitan dos pájaros para completar la vida,


una voz doble para crucificar el vacío.

Es otro
quien se desarma una y otra vez en el mismo poema.

No tengo otro hijo que este yo deshabitado.

Henry Alexander Gómez. (2018). La noche apenas respiraba.


SECRETARÍA DE EDUCACIÓN DEL GOBIERNO DEL ESTADO
DE MÉXICO, PP. 50-51.

187
Todo calla

Todo calla
desde el cable aéreo
y no se sabe
porque no se leen noticias
solo se mira
iletrado
tanta casa de lata.
Se es bruto
no se sube esas lomas en moto
pero se siente
algo late
se es tenaz
pero el pecho
qué le hacemos, se apaga.
Se escucha
a la pareja de enfrente
«qué bueno este sistema de transporte»
toman selfies
pero se es mudo.
No se tiene nada
pero se tiene un poco
aunque
una imagen
sea también una persona

188
Transeúntes

que se va
devorando
a sí misma
se va
enroscando
todo el día
momento
a momento
por la cola.
Abajo una cosa es un vacío
como un cuerpo recién mordido.
Abajo
el sol lava las calles
y hace que las flores
sembradas en materas
de plástico
se estiren.
Pero se sabe, empecinado
una cosa está lejos, una cosa está
difusa
terca
pero ni siquiera es
un poquito de huella ni desierto escapado
es un soplo un vaho una neblina erizada
es la pluma que cae
en el fondo del naufragio
es un roto

(TransMiCable, 2020)

María Paz Guerrero. (2020). Los analfabetas. LA JAULA


PUBLICACIONES, P. 76.

189
Camino a casa
bajo la luna

Tu cadáver se había hundido en mis manos.


Quemé papel de arroz, guardé mis lágrimas en el bolsillo
y dando tumbos la sed me arrojó al San Moritz.
Tu fantasma sumergió el sueño en cerveza y eucalipto,
yo me quedé escuchando a Toña la negra,
moviendo mis brazos de lado a lado
como si no doliera nada.
Ha pasado tanto tiempo; ya sabes cómo es:
te espantas de tener a la víctima adentro,
trenzas su cabello, limas sus dientes,
limpias el plato donde traga y vomita,
esperas hasta que se duerma
y te flagelas con tinta bajo la noche.
Los borrachos silbaban en los huecos de mi cráneo,
me empujaban bajo el humo de sus besos.
Sin embargo, la soledad me aguardaba
en mi cuartucho de dos por dos.
Metí la cabeza en el corazón
y me fui caminando bajo la luna.

Stefhany Rojas Wagner. (2021). Breve tratado de melancolía.


VALPARAÍSO EDICIONES, P. 60.

190
LOS CE
Y LAS
LLUVIA
ERROS

AS
Cancioncilla gama

Llueve tras de los vidrios (bogotana


lluvia, si no en mi corazón):
es la aburrida lluvia cotidiana,
de Bacatá, de Pasto o de Sonsón.
En la tarde, en la noche, en la mañana
llueve con qué insistencia y qué tesón.
Llueve tras de los vidrios (¿Altiplana

lluvia…? ¿Mas no en mi corazón?).


Mi corazón supérstite, liviana
senectud —tras los vidrios— en acción.
Tras los vidrios la alcoba se engalana
con la donina que le brinda el don
de su hermosura prístina y lozana…

Llueve tras de los vidrios (leogreiffiana


lluvia), que es un arrullo, una canción
nupcial, celestinesca antelucana,
nocturna, meridiana, a la oración.
Corazón de León, más tarambana hasta el Nirvana,
ante el nihil total y el colofón,
(sin Réquiem ¡Obvio! Y dobles de campana
y sin la consabida Extremaunción).

195
En esta parte del mundo

Llueve tras de los vidrios…, sigue, hermana


lluvia —tras la ventana— tu son son.
Lilia, Lilienka, Lilith, Liliana
y el viejo fauno —nervio y corazón
y algo de Poesía, limpia, humana—,
miran y oyen llover, pero ellos son
—los cuerpos sanos y la mente sana—
(Juvenal) (como son del Jopecón)
conjugando el Ars Amandi —ufano, ufana—
(Publio Ovidio Nasón), la dona, el don…

Llueve tras de los vidrios (leogreiffiana


lluvia que no en el corazón).
Corazón de León y de Liliana,
corazón de Liliana y de León.

León de Greiff. (1975). Obras completas (Tomo II ).


EDICIONES TERCER MUNDO, P. 404.

196
Un buen
martini seco

En esta parte del mundo,


triste y pobre mundo,
es el mediodía de un sábado:
no hay oficina ni corbata ni dios
ni derrota alguna en la próxima esquina.

Es hora del callado y dulce pensamiento,


que dijera Shakespeare.
Estos sagrados cerros bogotanos
beben el sol lento de la sabana
y del pecho de la ciudad, como un suspiro,
salen los murmullos del amor.

Es el instante
del cristalino martini seco,
duro como el diamante,
diamante líquido en la copa de hongo
o breve seno de mujer.
Espejea en su fondo lo vano
al golpe en la garganta
de la ginebra aceitunada.

María Mercedes Carranza. (2010). Poesía completa.


SIBILA EDICIONES, P. 159.

197
Bogotá mía

1
Tras la ventana del hotel
me sonríe tu aguacero,
me abraza tu penumbra,
Bogotá.
Bogotá lujuriosa,
borrosa Bogotá,
Bogotá bella,
oscilante como un ahorcado.
Bogotá siniestra como un callejón a medianoche,
Bogotá de sol rojo,
luminosa como una muchacha de catorce años,
Bogotá mía.

5
La noche ha sido decretada.
afuera el aguacero oscuro de las tres pe eme,
adentro cortinas corridas, discreta luz y silencio.
El domingo es una fiesta de silencio,
un delirio de silencio
en la penumbra.

198
Los cerros y las lluvias

7
Noche de domingo,
Helado y ventoso.
Ni un alma por la calle,
solo el ruido agitado de los árboles
anunciando la lluvia.
Arriba el cielo negro
y todos encerrados en sus casas.

8
El viento nos cuida, nos limpia, nos alumbra,
azul perfecto el cielo de las cinco,
el verde del cerro es el verde verdadero
y lujosamente el cielo es rojo y brilla sobre los rojos
ladrillos.

13
Bogotá siempre con ganas de llover,
aun bajo el sol amenaza la lluvia o cae,
llovizna o aguacero, siempre a punto,
parte del paisaje,
ciudad de los paraguas,
Bogotá del cielo gris, cielo de mercurio opaco,
Bogotá de velo
de aire sucio purificado por la brizna.

22
Una noche, una noche de luna,
una noche toda llena de blanco,
una luna blanca blanqueando la noche,
luna en la noche contra la oscuridad:
Bogotá mía irradiando en lo oscuro,
Bogotá mía con su olor de luna,
el cielo entero de la luna sola
la sola luna sin las nubes cerca.

199
En esta parte del mundo

Nítida silueta de Monserrate,


clara mi Bogotá de medianoche,
las sombras proyectadas por la luna,
unas sombras asombrosamente claras:
hora de iluminado verso blanco
un destello de luna da la luz al papel,
la muda luna me anuda desnuda
y alunando alucino en la noche.
Alunado alucino con la luna.

Darío Jaramillo Agudelo. (1998). Bogotá mía. EL NAVEGANTE


EDITORES, PP. 67-79; (2018). Poesía selecta. LUMEN, PP. 121-130.

200
Bogotá

I
Cielo frío
traduce su
color gris en
las ventanas.
El asfalto
camina por
los cerros y
la basura
se adueña
de las almas.

II
Todos crean la farsa.
Mimos venidos a menos.
Teatreros de la barriada
más triste,
de la más sórdida
esquina.
Habitantes
de la calle más sucia
de una ciudad sin nombre,
de una ciudad de cartón,
pomposa capital
de un país desgarrado.

Renata Durán. (1981). Muñeca rota. INSTITUTO COLOMBIANO


DE CULTURA - COLCULTURA, PP. 68-69.

201
Bogotá desde
el mirador

I
Vista desde la cumbre Bogotá prolonga su cenicienta deso-
lación, sus matices azulados. Lluvias adustas y recurrentes la
atraviesan de un lado a otro. Bajo la lámina de azogue el cielo es
un mar de brillos en el que emerge un oleaje de azoteas. Nubes
escarlata, púrpura, rosa, ejecutan singulares danzas. Como en la
infancia me extasío de nuevo ante sus variaciones.

II
En lo alto de los cerros la tarde comienza a disolverse. Sus
serenos ámbitos se desvanecen y se manchan de un cobre maci-
lento. Bogotá nace en la distancia. Junto a los árboles sube la
montaña hacia el cielo. Y de tanto en tanto gira el semblante
taciturno hacia su propia extensión. Tres pájaros distantes la
cruzan iluminados por el poniente.

III
Desde aquí me asomo a la bóveda radiante de estrellas. La
ventisca agita las agujas de los pinos. A lo lejos los rayos
presienten en sus resplandores Dios sabe qué sucesos. Me gusta
mucho observar Bogotá en la madrugada como a una mucha-
cha que duerme, ver el modo en que la acaricia su brisa húmeda
de lluvia, cómo la cubre la oscuridad con su abrigo intacto.

Fernando Linero. (2016). Acaso por el canto (Antología).


INSTITUTO CARO Y CUERVO, P. 65.

202
Este invierno

Las columnas de la bóveda


de este invierno se han hundido más
entre los cerros. Hoy lunes ha amanecido
lloviendo en Bogotá. En Kennedy y en Ciudad
Bolívar se están levantando tres
millones de personas.

Esas son cifras. Y es esta


en verdad una forma tenaz de llover. Desde el bus
una muchacha que ya va para el trabajo puede ir
mirando lo que pasa: «Listón machihembrado», «acarreos»,
«huesos de marrano».

Yo saldría corriendo si pudiera


y me echaría en la Avenida Jiménez por ejemplo.

Y abriría bien la boca para que la lluvia


me la llenara de barro.

Gonzalo Mallarino Flórez. (2011). Morada de tu canto (antología).


UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA, P. 43.

203
Bogotá

No hace falta cobija.


Tenaz, la brasa íntima
de mi abatimiento
me guarda del frío
de la madrugada.

Joaquín Mattos Omar. (2019). Las viejas heridas y otros poemas.


LETRA A LETRA, P. 45.

204
Sueña la casa

Subo al muro más alto


y veo el último cielo de la tarde:
el azul se desvanece.
En los tejados de barro,
un suave viento despierta la canción del fuego.

Los verdes de las dos montañas sagradas


regresan al rojo que anuncia la noche.

En la montaña del martirizado,


en su cúspide
contra el azul altísimo,
se eleva el blanco santuario:
un barco del dios abandonado al mar de los naufragios de
la guerra.

Por cada rebelión conjurada, entre cantos e inciensos,


entre pólvora y olores de viandas callejeras,
de su santa blancura desciende el dios sangrante
a las plazas de la ciudad
y celebramos con lechona y aguardiente
el desmembramiento y las matanzas.

En la otra montaña,
la Guadalupe
en su esbelta blancura

205
En esta parte del mundo

canta con sus manos


los cantos del viento
a la luna.

El cerro del venado de oro


y el cerro de la luna niña
dice la voz clara del Mamo
y su mano nombra los cerros en lengua india
y las diecisiete quebradas y arroyos que bajan a la sabana
y los humedales que anegan las mansiones del invierno
y las madres viejas del río
que ahora muere en la peste de los deshechos
y moribundo y maloliente
salta contra las piedras desgarradas.
Y nombra el salto del río
y nombra a Yuma
el río Grande de la Magdalena que lo recibe
abajo
en el valle ardiente
con la algarabía de los nicuros
y los bagres
y los bocachicos.
Y los muertos,
siempre los muertos.

En su palabra que camina


el Mamo celebra la divinidad del amanecer
que rompió con su vara generosa
las piedras del mito
y empezó el tiempo de las siembras
del maíz y el amaranto
de las papas y la quinua.

Treinta milenios de trasiego con este mundo


hacen a la lengua del Mamo
y a su palabra de niebla
a su palabra de agua

206
Los cerros y las lluvias

a su palabra de tierra
de la frescura del agua misma de este alto valle andino
del misterio de la niebla misma de sus montañas dormidas
de la luz de las mismas piedras memoriosas
del canto del mismo viento loco que golpea en lo más alto
de la casa
mi pelo indio
y mi cabeza mestiza
y mis ojos amarillosos
que contemplan esta tarde
y su horizonte enrojecido de memorias.

La voz del maestro filósofo de la palabra acción


susurra con las palabras de sueño del Mamo:
«para habitar esta tierra hay que aprender las
lenguas indias,
quí la palabra india lleva milenios de camino y pensamiento,
de cantos y de muertes.
La palabra india hizo los nombres de la casa grande donde
levantas tu pequeña torre».

Ayer le llamaron al maestro filósofo de la otra realidad


y el maestro caminó al lado del perro guía
el canto de un son, en lengua de la sierra blanca.

En la nuestra ese canto se oiría así:

i o é,
iré, iré,
i o é,
con mi perro guía,
i o é,
iré, iré,
i o é,
y en los ojos
y en los labios, i o é
este zumbar
de pajarito, i o é

207
En esta parte del mundo

en letras indias, i o é
iré iré,
i o é; o é,
o é o é.

Cada tarde sueño la siesta de los cantos del viento


y canto la luz del horizonte de luna en mi atalaya.
Y oigo a Píndaro pensar:
Llega a ser el indio y el negro y el rojo que eres.

La primera noche en la casa


se abre la ventana del sueño
y en los tejados de luz de la mañana
florece un jardín de amarantos
y una huerta de hierbas diversas y sabrosos frutos.

En el cerro del santuario un joven venado de oro


levanta la intención amarilla del sol
sobre la alta arboladura de un barco
abandonado de su dios.
El hermoso venado nos mira
con sus ojuelos de música.

En el cerro de la Guadalupe
una niña juega con la luna y extiende sus brazos a mi
ventana
y a la ciudad blanca cruzada de espejos de agua
y tumbas abiertas.

No estoy solo.
En el tejado una pequeña vaca
pasta en el huerto.
Llevo botas blancas
y en mi mano la cantina del ordeño.

Río y la risa me despierta.


El cielo en la ventana de la mañana
es el cielo azul de los sueños.

208
Los cerros y las lluvias

Ya se levantan las columnas


ya se tienden los artesonados.
Pronto sembrarán el barro cocido de las tejas
y el fuego vendrá a cantar con el viento.
Y el jardín del aire habrá de florecer
como el jardín del sueño.

Duermo y despierto en otro sueño:


la habitación es amplia
y crece como la sabana de los mitos.
Un hermoso conejo blanco mira
en el lago de los ojos
y su pupila roja dice:
«abre la ventana, déjame salir».
Tiene dulces ojos de toro encendido
y cara de perrito bull terrier
con pequeñas orejas nerviosas. Le abro.

Afuera todo es blanco: nieve de las estepas


en la mañana que muere Fiodor Dostoievsky.
Los estudiantes arrastran en su funeral las cadenas de la
prisión en Siberia.
Y blanco sobre el blanco
el hermoso y extraño conejo salta la ventana y sale de
mi cuarto.
La habitación no cesa de crecer.
El conejo corre y corre entre los bosques de altísimos
robles que cubren el cerro.
Se detiene: me mira y sus rojos ojuelos de torito sonríen
mira a la derecha del sueño y vuelve a correr
hasta perderse.

Donde el conejo posó la luz de sus ojos


aparece una mujer india envuelta en una manta blanca.
Al lado de ella, un lobo, hermoso
de inmensas pupilas amarillas
pequeños soles.

209
En esta parte del mundo

Él y Ella son la noche y la tarde, juntas.


Entra —le digo— es muy frío ahí afuera.
El lobo lame mi mano al entrar.
Con el calor de su lengua
despierto.

La mañana es gris.
Mi bufanda en el aire aparta el humo y la niebla de las
calles.
Y al pedaleo memorioso de mi bicicleta vuelven los sueños:
la casa de la montaña guadalupana, la lejanía, el destierro,
lo perdido,
la añoranza del valle, el rumor de las cañas, el sol de
las garzas,
la casa de la infancia, un cielo escrito de jaguares y
colibrís,
de divinidades y música de estrellas:
una música de imágenes y palabras…

Carlos Satizábal. INÉDITO.

210
Bogotana
Ciudad bajo la lluvia repentina
FERNANDO LINERO

I
Ciudad siempre bañada por una lluvia súbita
imborrable ciudad novia del aguacero
prima del arcoíris que nace entre la niebla

luces y sombras bajo esta lluvia eterna


luces y sombras húmedas
arco del alma humana humedecida

II
Debajo de un paraguas se tirita
o se ora a veces
o a veces se maldice
este supo quién es entre las brumas
aquel cómo se llama o dónde está
todo bajo la lluvia repentina

III
Cerros que lanzan vaho de eucaliptos
graves piedras fumando contra el cielo
no es posible estar solo
no es posible no estar
todo se multiplica y se recoge

Silencio:
es ahora el eco de la vida

211
En esta parte del mundo

IV
Silencio dice un murmullo neblinoso
voz de los que duermen escuchando
correr por siempre el agua entre sus sueños

De pronto la ciudad empieza a apagar luces


y a encender el ronquido de sus máquinas
y a abrir escuelas bares y oficinas
fábricas cementerios hospitales
mercados bibliotecas y prostíbulos
todo bajo la lluvia repentina

V
En la mañana fuiste aquel niño que ríe
tarde y noche el que canta enamorado
al otro día un viejo bajo la lluvia súbita
con toda su ciudad por reino en este mundo…

VI
Imborrable ciudad tras de una lluvia eterna
ciudad ensimismada entre aguaceros súbitos
los que saben tu idioma te saludan

Rafael del Castillo. (2007). Bogotá en Verso. INSTITUTO CARO Y


CUERVO, PP. 25-26.

212
Aviso de tormenta
Para Santiago Espinosa

Pasan las horas de la tarde y este gris


acumulado durante semanas no se decide
a ser tormenta.
Por todas partes de la ciudad se siente un presagio
de trueno, por todas las esquinas se huye
de su amenaza de metal,
como de un temible cuchillo.
Quizás eso explique el esquivo
perfil de sus habitantes, el retroceso
de palomas en los parques,
el angustioso pregón de los loteros y hasta la impaciencia
de los vendedores de paraguas.
Sucede que de su veredicto depende
tanto cautiverio. Basta una advertencia,
un tácito relámpago rasgando el cielo
para que Bogotá sea limitada y muda,
y para que los cerros del oriente,
que parecían protegernos,
se conviertan en cómplices de su resonancia.

Así se vive en esta ciudad de las alturas:


esperando que pase lo peor
y llegue el día en que todos
podamos habitar la merecida inmensidad
del azul que desde hace siglos se nos niega.

Ramón Cote Baraibar. (2021). Temporal. Obra reunida.


FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, P. 290.

213
Bogotá

Hay un tiempo pálido de hospital


Hay un padre nuestro que está en los cielos
Hay un muerto en el pasillo
Y un ruido de avión que nos aturde
Hay un dibujo de niño solo con sillas y mesas tortuosas
Hay un sonido de agua persistente
Hay dos mil seiscientos metros de angustia sobre el nivel
del mal
Y asesinatos en parques como ciruelas en el jardín
Hay un frenazo de buseta en todas las esquinas
Hay un tiempo sin pasado y sin futuro
Hay un niño con ojos grandes
Que come pared y sonríe por las tardes
Bogotá que renaces de tus cenizas
Inconstantes y falsas purga mis ojos
Borra la memoria donde la vida se arrebata
Y se besa en constante despedida

Adriana Hoyos. (2009). La torre sumergida. MARCH EDITOR.

214
Desde una
montaña en la
quebrada «La Vieja»

Miramos la ciudad. Vemos desde la altura


tu casa o la mía, donde antes estuvo el mar.

Las voces se sumergen


al fondo del espacio
dejando en su lugar
un rumor desconocido.

Tuvimos que escribir para encontrarle


a los fantasmas su lugar bajo la lluvia.
Tantear su marca en la memoria.

Los amigos se marcharon


a otro punto del horizonte,
buscaban la semilla dispersa.
Aviones y promesas
dividían los años.

Nosotros aprendimos
a esperar lo que regresa.
Viendo bajo las huellas
el movimiento de la tierra.

Santiago Espinosa. INÉDITO

215
Bogotá
(Correspondencia
con María Mercedes
Carranza)
El límite de esta ciudad está en los bordes de la montaña,
un sendero de luces alumbra su extensión,
pequeños astros anclados en la verticalidad de la tierra,
anunciando la fragilidad del risco.
Afuera hace frío, lo sé,
el aire permanece turbio en las calles,
el miedo es un cuerpo que no deja de habitar los rostros,
las avenidas conversan con el tono metalizado del cielo,
los pájaros no pesan en el aire.
Amanece,
la lluvia del cuarto mes
mantiene su golpe
en los tejados.

Laura Castillo. INÉDITO

216
Coordenadas ulteriores
del Cantón Norte

I
Paso por ahí
las tardes de los miércoles, en carro.
Siempre hace bochorno
cuando paso por ahí.
Llevo puestas
las conversaciones del día
—Cordial saludo, Feliz semana—
en jerga institucional
todo justificado, las fechas y los asuntos
con negrilla.

En el tráfico de la intersección
aprovecho para memorizar
la dentadura del cerro,
la forma como el cielo acaba en pez
Y se clava entre los pinos.

Regreso en mí y
Me reprocho lo que tengo que cambiar
antes de los 30
la relación con la autoridad,
el trabajo, la comida.

La cámara del semáforo


no sirve

217
En esta parte del mundo

pero a veces creo que sí


y sospecho que
me descifra como a un libro
de carne.
Me reconoce
y pone a un lado de mi foto
la misma información
de una ecografía:

S: F
A: 1,60
RH +
P: 57
IMC: 25

Reviso la hora
es azul.
Bajo el vidrio
arrojo la mirada sobre el sitio
y recuerdo
la tortura.

II
—La noche
fue sencilla
de reconstruir
en el render.

El sonido se trabajó de manera independiente


los gritos,
del silencio
en 2 canales separados.

—Tomamos 132.000 haces de luz correspondientes al granula-


do del pavimento y los oscurecimos. Con esos pixeles tupimos
el cerro y los camuflamos entre los brazos calvos de acacias y
eucaliptos, lo que nos ahorró el levantamiento de cada una
de las dependencias del edificio. También intensificamos la

218
Los cerros y las lluvias

saturación de la noche para simular de manera realista el esta-


do casi imperceptible de las paredes blancas de la construcción.
No hay que olvidar que en esa década se instalaban únicamen-
te 3 postes de luz por cada 400 m2, así que lo que no era oscuro,
era desaparecido por el verde.

—Si se fijan, al interior de la previsualización todo es blan-


co como de pasta, pues acordamos que lo mejor sería
dejarla limpia
sin semáforos,
ni luna.

El primer render
muestra un punto
avanzando con luz propia
a trayectoria y velocidad constantes
sola, en la noche
como un planeta ensartado en un alambre
sin galaxia.
Después de varios kilómetros recorridos
«el objetivo»
desvía por el occidente
de la pantalla
a la altura de la calle 106
y se le ve andar así
durante un par de minutos, sin rodeos,
como quien se sabe
libre
en toque de queda,
como quien se sabe
muerto.

—La reconstrucción de las caballerizas es inexacta, pero la geolo-


calización es la más acertada que se ha hecho hasta el momento.
Las imágenes de AutoCAD muestran una hilera de casas inter-
conectadas, estacionadas frente a camionetas sin color, con el
cuero raído y la espuma por fuera, en los asientos del medio.

219
En esta parte del mundo

Las convenciones de color azul, amarillo y naranja fueron utili-


zadas para indicar los diferentes tipos de actores presentes en la
escena: equinos, jinetes y centauros; y las convenciones de color
verde, rojo y magenta se utilizaron para resaltar las caras de los
detenidos después de la paliza, la textura vidriosa de los ojos,
así como información de los testimonios escritos, que indican,
modo, lugar y objeto.

Apuesto a que solo aparecen los bebederos porque fueron senci-


llos de geometrizar.
Pero lo que es el equipo de descarga eléctrica y los tocadiscos,
que son volúmenes, no aparecen.

La vista se puede rotar 180 grados:


quedo patasarriba
y la saliva se me escurre.
En el techo rebotan
las escenas del piso
y son absorbidos los charcos de diferentes líquidos
que se devuelven
en forma de precipitación
y llanto.
Ubico mi reflejo entre
cáscaras de fruta y pepas
descartadas sobre el suelo
cuadriculado
del render.

De una viga
de madera laminada
conformada por 300 bits
—astillada—
pende
un caballo
embalsamado en cal, que resiente
el contacto de mi ojo
con su panza y

220
Los cerros y las lluvias

por la gravedad
cae y se rompe.
De su crin
emanan 3 o 4 motas de lana roja
que ascienden
hacia el cielo
componiendo una columna
de luz, casi
una canción.

No hay nadie y sin embargo,


estoy atada.

(El viento corre como si nada)

Escucho en la casa contigua


una grabación en loop,
la nota más alta
de una garganta.
Escucho agua entre las súplicas de
ayuda
y Bach
A lo lejos.
Caigo en cuenta tarde muy tarde,
que aquí
las leyes de la física no aplican
y giro la cabeza
sin el estorbo
de la nuca.
Enfoco una pinza oxidada
apretando con fuerza todavía,
tomo nota de
la lista de casas y pezones
allanados,
y encierro en mi memoria
el sonido del aserrín
apisonado
por los gritos.

221
En esta parte del mundo

Palpo las perforaciones de los muros


tienen hambre,
y todo
cuanto hay
está imantado
por el frío.

Elijo dejar el sitio y regreso


al diálogo.

—Hay quienes critican estos softwares por


su ingeniería de la empatía.
Yo guardo silencio
y en el silencio
no hallo
respuesta,
pero hallo
a mi
madre
y a su amiga
conectada del pezón derecho a la corriente,
descargando en mi memoria, esto:
Hay
caballos
todo el día
golpes
de luz blanca
nunca
se termina
el verde.
El viento corre como agua
empuja el frío,
el dolor cambia de costado
va y
vuelve.
Sopeso
todos

222
Los cerros y las lluvias

los posibles desenlaces


no solo los míos,
el de mi hija
el de matar
el de volar, en parte.
Me veo brillar sobre
los líquidos
del suelo
y recolecto
con esmero
mi contorno,
mi médula
que arde.
En el día
nos hacen daño,
en la noche nos machacan
contra el día
y me pregunto
cuánto
aguanta
cuánto estira,
cuánto
un cuerpo
sin romperse
sin comida?

III
Paso por ahí
las tardes de los miércoles, en carro.
El sitio aún existe
por debajo de la tierra y por encima
la gente cruza la avenida, entra y sale del teatro, la
capilla
nunca vuelve.

Carolina Fandiño. INÉDITO

223
SEPTI
IMAZO
Visioncillas en la
carrera Séptima

1
Yo estaba ante una vitrina
—preocupado—
sacando manos y manos
del escaparate de mi imaginación
y midiéndome a la Venus de Milo.

2
Pasaron dos señoritas
y por primera vez
desde tanto tiempo que venía preocupándome
vi cómo sus piececillos
iban desenvolviendo
el hilo de su andar
que habían dejado amarrado en casa.

3
Supe lo que decora el automóvil fugaz
a la mujer que va por la acera
elegantemente ataviada
y lo que realza una iglesia
a la mujer que pasa por junto.

227
4
Mucho antes
—fue en una visita de amor—
aquella mujer extraordinaria
—que ya no se puede olvidar—
al salir
pasó por todos los espejos
llenando la sala de mujeres.

Pero en este día


con mucha más claridad
vi cómo todas las mujeres
que tiene cada mujer
se iban quedando en las vitrinas.

5
Y tuve unos deseos locos
de llevarme a todas esas mujeres irreales
para formar mi compañía de títeres.

6
Cuando un hombre
pasó envuelto en un abrigo
con cuello de piel.
Y yo me dije
y aún me lo digo.
El Buen Pastor
fue quien introdujo en el mundo
la moda
del cuello de piel.

Luis Vidales. (2019). Suenan timbres (Antología poética 1926-1986).


VISOR, P. 33.

228
Camino ahora

Camino ahora. Siempre he estado en camino.


Voy por la Séptima con una mujer pequeña,
colgada del brazo, y que es mi amor.
Muy pequeña, muy sola, y ya tan marchita,
que es una hazaña el ir colgada de mi brazo.
La plaza está vacía. Don Simón continúa inmóvil,
rodeado por un arrullo de palomas.
Palomas blancas… Palomas grises…
Un cielo azul-de-seda. Tibios rayos de sol, el campanario,
pulido y tocado de luz en su piedra amarillenta…
Hacia él doscientas, quinientas palomas vuelan…
Se alumbran los viejos peldaños de la catedral
de color de almendra.
Distraídamente persiguiendo una palabra perdida
me entrego a la eterna manía de los versos.
No obstante hay un camino que va a donde ella está.
Una fuerza secreta.
Algo que emana de nuestro viaje,
que comenzara aquella mañana, incierto,
de nuestro fraterno tú-a-tú.
De todo aquello que está en su abrigo, tan pobre,
en las aletas de su nariz, en su tristeza…

Mario Rivero. (2009). Poesía completa (Díaz-Granados,


Federico, Ed.). SIBILA EDICIONES, P. 55.

229
Septimazo

He andaregueado por medio siglo la carrera Séptima de Bogotá


y no se me han acabado ni los zapatos ni el pie. Más se ha dete-
riorado el cemento de los andenes.
Y no es porque tenga unos taches inextinguibles, ni un
tarso y metatarso a prueba de tropezones y zancadillas,
sino porque me ha acompañado una fe invencible en el
triunfo de la poesía sobre la muerte, cuyo máximo canto son los
avisos mortuorios en el periódico.
No de mi poesía, que esa la puede hacer cualquiera
que tenga Parker, sino de la poesía de la tribu, que es la que
todos hacemos,
mientras contemplo los quebrantos del ancho mundo
desde las ventanas de marfil de mi biblioteca.

Cuántas veces no me cascaron por hablar así como ahora. Por


decir que estábamos hechos de materiales más resistentes que
los del Hotel Continental y del San Francisco.
Los versículos de los jóvenes poetas de provincias en el
altiplano, por esas épocas, eran apenas balbuceos para los críti-
cos altivos y la Academia.
El reino era de los petimetres de Piedra y Cielo, atra-
gantados con el lexicón del juanramonete y las consignas
falangistas de Primo.
Me limito a Carranza, pero este significaba por derecha
el piedracielismo, como Dalí el surrealismo, como el espiri-
tismo Kardec.

230
Septimazo

Amo a Bogotá como a una novia sin senos en un jacuzzi.


La ciudad de las lluvias más acogedoras del mundo, como
que en ella vivimos todos los pueblerinos con ínfulas de mega-
lopolitanos.
A ella llegué con zapatos blancos, como Gaitán a París.
Con un amor a cuestas y una caja de poemas en borrador.
Acuestas los amores y en vigilia con el poema, que por
más inspirado por el espíritu santo que sea necesita carpintería,
ebanistería y marquetería.
Cepillar, lijar, pulir, taponar y enmarcar rompiendo los
moldes. Eso hacía con esos versos broncos y callejeros que me
había estimulado Ernesto Cardenal desde su seminario de voca-
ciones tardías en La Ceja (Antioquia),
donde se ordenaba de sacerdote para salir a tumbar la
dictadura de Somoza dando pie a la revolución sandinista.
Para que después pasara el Papa a zumbarle su coscorrón.

En el Café Automático de la avenida Jiménez me sentaba a


tomar una cerveza desde otra mesa
mientras escuchaba la perorata galimática de León de
Greiff, Luis Vidales, Jorge Zalamea, Arturo Camacho Ramírez,
Germán Espinosa, Ómar Rayo,
Javier Arias Ramírez, Fernando Charry Lara, Eduardo
Mendoza Varela, Fernando Arbeláez, Daniel Arango,
Mardoqueo Montaña, Augusto Rivera,
incapaz de allegarles mi cartapacio, convencido de que
me iban a poner de patitas en la calle con carcajadas, pues ya
escribía así como ahora, como Cardenal me soplara…
Hoy no queda ninguno de ellos —a todos se los llevó la
verraca—, y aunque asistí a la mayoría de los funerales, lo único
que les heredé fue un paraguas descostillado.

Después pasaba por El Excélsior, donde cogitaban ante un libro


de Bataille o de Sade los adalíderes de Mito Jorge Gaitán Durán
y Eduardo Cote Lamus, Fernando Charry Lara y Hernando
Valencia Goelkel,
quienes brindaban brandy con leche y regalaban Spoon
river a los demacrados aedos municipales,

231
En esta parte del mundo

con tal de que no fueran a desenfundar sus infolios. Hoy


reposan todos en la colina.

Avanzaba al Yanuba, a través de cuya ventana me llamaba el


poeta Mario Rivero para presentarme a su secretaria recién
levantada, musitarme su último tango e invitarme a almor-
zar mañana.
No me dio ocasión de estirarle la carpeta con mis
rapsodias.
Ya también salió Mario de circulación por la Séptima;
el último coup de dés se lo ganó la tramposa. Se hizo a un lado
para darle paso a sus obras completas editadas en España por
Francisco Cruz.
Me enfletaba hacia El Cisne, el paraíso de los espaguetis napo-
litanos, cerca de donde se construía el puente de la 26, en cuyos
socavones dictó Gonzalo Arango su conferencia El nadaísmo en
las catacumbas,
donde iban los macilentos actores y directores de la tele-
visión en blanco y negro, los teatreros de rictus pánicos,
los pianistas de cola y los pintores duchampianos, los
críticos destemplados,
las balas perdidas en busca de una oportunidad de ser
disparadas al éxito, los cacorros empedernidos y los poetas de
vanguardia desprogramados.
En este sitio me esperaban Amílcar Osorio, Darío Lemos,
Diego León Giraldo, Alberto Escobar, Humberto Navarro, quie-
nes hoy están de fiesta en la nada pura.
Después de hacerme estampar mi firma Palmer en el
manifiesto del día y, con tal de que no les fuera a dar a conocer
in situ mis parvas inspiraciones,
me llevaban a alguna rumba de mecenas desconocido de
donde salía al trabado amanecer en busca de cobijo seguro en
la Funeraria Gaviria, fungiendo de deudo. Ya que no lo podía
hacer de difunto.

232
Septimazo

Sigo vagando por la Séptima en busca de que se me acaben estos


benditos zapatos,
o por lo menos el astrágalo se me funda, y ya no veo a
ningún poeta de esos que hicieron mis días.
También se resbalaron Raúl Gómez Jattin, el estruendo-
so, y Jorge Ernesto Leyva, el discreto.

Ahora que al fin logré imponer mi libro Paños menores, con


todos esos poemas a cuestas que son la suma de lo que extra-
je a cada uno de mis maestros, y que ninguno quiso conocer en
sus horas,
ya bajados sus párpados no tengo cómo dárselos a leer.
Le va a tocar hacerlo a usted por ellos, ya que por lo menos está
vivo y me está prestando sus ojos.

Jotamario Arbeláez. Los días contados. INÉDITO.

233
Carrera Séptima
con mendigos

Me duele el hule
de la ciudad castigada
en su centro
en su plaza principal
mugre manchada
por el asco de los mendigos
zurcidos con promesas
mugre, barro aferrado
costra viva
caneca humana
sin cama cierta
dormir envuelto en otra costra
arrimado al quicio
sobre un andén
castigado por periódicos
abandonados.

Manchas humanas
dibujadas en la noche
lejanía, asco
de pieles barnizadas
por días de densa fatiga
sin lluvia.

234
Septimazo

Carrera Séptima
olor a ciudad maldita
sobaco antes del cine
miedo acorralado
en kilómetros de piel.

Eduardo Galindo Pérez. (2007). Bogotá. El libro de las horas.


CORPORACIÓN MONSERRATE, PP. 36-37.

235
Jiménez con
Séptima

La muchacha obesa mira desde una mancha


bajo la cual no parece tener rostro,
y el enano casi pordiosero no se detiene
ni un segundo; si lo hubiera hecho
hubieran tenido un hijo que
trabajaría de día y estudiaría de noche,
nunca lozano y con el vestido desteñido
y cuyo único regocijo sería no deteriorarse más
madrugando sin encrucijadas;
menos mal que el hombre no se detuvo
y la muchacha entró a una droguería
seguramente a esconder su único pétalo,
y ningún futuro de los que abundan
en los recovecos bogotanos
le fue deparado a este niño sobre el humo.

Edmundo Perry. (2002). El mundo sobre la mesa.


Antología 1971-1999. ESTORAQUES EDICIONES, P. 187.

236
Instantáneas de
Jorge Gaitán Durán
A la memoria de Pedro Gómez Valderrama

A Pedro Alejo Gómez Vila

Años sesenta, un día, una mañana.


Gaitán Durán, amable, me indicó que Gonzalo
González, el director del suplemento,
Estaba por llegar. Siéntese, espérelo…

No sabía él que yo conocía Amantes,


Su mejor libro, y que había jurado
Dejarme barba, como él, cuando fuera mayor,
Y ser viajero del mundo, como él,
Revelador de Sade y de asombros perdidos.

Lo vi, noches después, en la librería


La Gran Colombia, de pie, recostado
Sobre estantes con libros que alumbraban
La estancia, indiferente, hojeando un tomo
De poesías de Quevedo, mientras discutían
Estanislao Zuleta y el psiquiatra Socarrás.

Lo vi una tarde en la Biblioteca Nacional,


Con una joven rubia. Lo vi después
Con otra muchachita en una exposición.

Lo vi junto a Eduardo Cote y a Alejandro Obregón


En el Teatro El Búho, callado y expectante,
Rojo, sonriente y contenido, frente a una riña
De brasas de todos los colores verbales
Entre Marta Traba y Oswaldo Guayasamín.

237
En esta parte del mundo

Y lo vi un mediodía caminando de prisa


Por la carrera Séptima, con su gabán azul
Y unas gafas oscuras pequeñas y cuadradas.
Iba con su elegancia descuidada
Repartiendo fulgores invisibles.

Era el emperador de la poesía. Era el rey,


Era el as, era el relámpago
De la eternidad cruzando la ciudad.

Meses después, un día, una tarde,


Manuel, mi hermano, trémulo, agitado,
Me informó que el rey había caído
De una nave sin dios al mar eterno.

En ese instante helado también murió mi infancia.

José Luis Díaz-Granados. (2014). El laberinto. Antología poética,


1968-2008. FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, PP. 149-150.

238
He andado

He andado
tantas veces por la carrera Séptima
que todo me es familiar
puertas almacenes pordioseros
sin embargo cada vez
mi corazón siente el fragor
del camino desconocido.

Pero ayer
una mirada amiga
desde un cuarto piso
logró distinguirme
entre el torrente de hombres y mujeres
que van y vienen
y me entregó
el aroma de su café
el alma de sus palabras.

Hoy siento
que en torno a la luz
de esa mirada
he recompuesto el rompecabezas
de mi camino
colocando en el centro
esa luz que se proyecta

239
En esta parte del mundo

sobre diez metros cuadrados


y allí mi corazón reposa
en plena vía
y después el norte y el sur
oriente y occidente
mientras hombres y mujeres
que van y vienen sin cesar
construyen su destino.

Santiago Aristizábal. (1986). Panorama inédito de la nueva


poesía en Colombia. 1970-1986. NUEVA BIBLIOTECA DE CULTURA -
PROCULTURA, P. 357.

240
La mansa
muchedumbre

Muchacha, paloma de mi barrio


donde ya no hay palomas,

este es mi hombro:

apóyate en él,
no desfallezcas.

Yo también
cruzo
sola

la ancha Séptima,
la mansa muchedumbre.

La estrecha carretera hasta el bombillo de mi cuarto.

Anabel Torres. (1982). Las bocas del amor. EDICIONES ÁRBOL DE


PAPEL, P. 29.

241
Trapecista en ayunas
En el parque Santander 2 p. m.

El hombre de la cuerda subió al árbol


dejó sus pensamientos en las baldosas de cuadritos
y con ellos un monederito grabado con la estampa de
Juan Pablo II

Señoras y señores:
Ya comienza el espectáculo
me puedo quitar el pantalón la camisa
y hacer equilibrio con mi estómago vacío
Aquí arriba todo es diferente:
siento tocar las cartas que llegan a Avianca
y hasta puedo escuchar las conversaciones monetarias del
Banco de la República
No se asusten ustedes no se dan cuenta no es nada
Daré el salto mortal
es más peligroso estar vivo
Al general Santander le da miedo que me vaya a caer
Pero es más fácil que a él lo bajen de su pedestal y que lo
cambien pronto
por un busto de Turbay
El hombre negro —los negros trepan mejor a los árboles—
hace equilibrio pide permiso para respirar
la venia para su otro numerito
y se acuerda de su mulata que lo espera con las manos vacías
La función prosigue mientras llueve sobre su quieto pelo

242
Septimazo

La muchedumbre se aleja camino a sus deberes


solo lo observan
su negrito que cuida el monedero
y el verde oliva que a la bajada
hurtará sus pensamientos

Francisco José González. (1998). Amor y frascos.


EDICIONES BARTLEBY, PP. 15-16.

243
Séptima con Jiménez

La temporada feroz en que nos conocimos


A veces me visita como un dolor nocturno.
En esos tiempos la ciudad moría
Vestida de estertores cada tarde, destrozando
Los sueños improbables de un joven transeúnte,
O el preciso proyecto, dibujado en servilletas,
De una mujer embarazada, de un político.
En las horas sucias, cuando me agobiaba
El querer ser otro en otra parte,
Yo dejaba las aulas de códigos y trajes
Y techos altos donde nuestros miedos
Se alzaban como el helio en fiestas infantiles,
Y, sin ver la sangre allí vertida en otros siglos
Tan atroces como el nuestro, pero nobles,
Sin recordar a los que allí languidecieron
Cuando las aulas fueron celdas gruesas de tortura
Y solo se abrían sus puertas vigiladas
Para que de ellas salieran los rebeldes
(Una costurera espía hacia el fusilamiento,
Un hombre que recogía tizones y pintaba letras griegas),
En esas sucias horas, ¿lo recuerdas?,
Salía del sitio, me perdía entre la gente, me escapaba,
Y en la mejor esquina del mundo,
Como supo llamarla un poeta de otras tierras,

244
Septimazo

Me agachaba para tocar los viejos rieles


De los pálidos tranvías espectrales
Igual que se le toma el pulso a un moribundo,
Igual que se consuela al caballo sudoroso
Que hemos reventado por descuido o por crueldad.
Me sentaba así en la acera,
Dos dedos sobre el riel, mirada al cielo,
Y gritaban entonces las campanas bestiales
De la iglesia vecina con su cristo arrodillado,
Y pasaban aullando sin prisas los mendigos
Cuidadosamente envueltos en trajín y olor a orines.
Yo les pedía silencio, no, les imploraba,
A los mendigos y también a las campanas,
Porque allí, con el dedo corazón y con el índice
Sobre la férrea carótida durmiente,
Estaba (pobre ingenuo) convencido
De que la ciudad podría revelarme sus secretos,
La recóndita intención de asesinarme,
El lugar del hecho, su color, sus coordenadas,
Y el nombre melodioso de mi victimario.
Y yo, con tanto ruido, no lograba entender nada.

Juan Gabriel Vásquez. (2022). Cuaderno de septiembre. VISOR, P. 26.

245
Torre

Viernes
seis de la tarde
nadie parece darse cuenta
la luz número catorce
de la Torre Colpatria está fallando
prende y apaga

el martes leí
que uno de los vigilantes
de ese edificio
golpeó a una mujer trans
le despedazó el rostro

alguien
pensé
está haciendo mal su trabajo

hace dos años un chico


advirtió en un video
que a las siete de la noche
caería de ese edificio

lo cumplió
piso 49

246
Septimazo

ayer el banco
le negó un crédito
a mi hermana
seis meses esperó la respuesta
perdió todo el dinero que invirtió en una casa
hoy me negaron la VISA
una oficina federal
me cerró la ventanilla en la cara

camino por la Séptima


y escribo esto en mi celular
piso una baldosa floja
el agua lluvia moja mis pantalones
y pienso
ahora sí lo veo

alguien
dios
yo
todos
nadie
parece darse cuenta
que está haciendo mal su trabajo.

Yulieth Mora. (2022). Para acabar con los días bruscos. EDITORIAL
HOJA EN BLANCO, PP. 16-18.

247
BOGO
FECH
OTÁ
HADA
Nocturno
en Bogotá

Llovía en Bogotá
en 1935.
Alternos vuelos de cristales
plúmbeos encuentros.
En la noche los pianos y las copas
van entrando en la música.
Armstrong camina por selvas de estaño.
La luna ha caído en el vino
como una tajada de neón.
Al final de la calle
la lluvia moja tus zapatos.
Se abren las profundas salas
de los espejos
y la trompeta desintegra
dibujos de Klee y de Miró.
El ceremonioso rey
de corbata blanca
camina entre minotauros.
Jazz.
Gimen los saxofones
en un aire de búfalos.
Los gringos de la compañía de petróleos
están borrachos.
A veces en la niebla del alcohol

251
En esta parte del mundo

encuentro tu rostro.
La noche acaba de ser inventada.
Entre los rombos de luz
brillan tus dientes.
Las pecas de tu mejilla
son un cuento
de mariposas.
Jazz.
Los gringos beben whisky
y bailan charlestón.
Amanece.
El viento es un activo huésped
y algunos pájaros
serían los acróbatas
en las alcándaras del amanecer.

Darío Samper. (2018). Soy el cantor de esta verde tierra.


UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA, PP. 61-62.

252
Repertorio
de sombras

Hay una ciudad escondida en la ciudad,


En las tardes detenidas de los jubilados,
En sus historias mil veces recordadas
Con cafetales y caballos y bandoleros
Que tocaban armónica al pie de las fogatas.
Hay una ciudad donde siempre
Es un domingo lluvioso de 1940.
En el Café Saint Moritz,
Una y otra vez suena una canción
Que habla del río Magdalena
Mientras la lluvia apaga el golpeteo del billar
Y los ateridos charladores se agazapan
Tras el mercurio de las copas de aguardiente.
En el Pasaje Rivas, baúles de hojalata
Y poltronas de mimbre
Esperan sin saberlo su adopción.
En el Pasaje Hernández
Se levantan los altares de Nadie:
Fotografías de desconocidos en un parque,
Anuncios de clínicas
Para muñecas heridas en el tiempo,
El retrato de una pulcra familia de provincia,
Carteles desteñidos de un cine de barrio
Que anunciaban la revuelta de Espartaco,

253
En esta parte del mundo

La derrota irremediable del general Custer


O la pobre historia de un ladrón de bicicletas.
Hay una ciudad escondida en la ciudad,
En los pequeños hoteles del centro
Donde abandonamos besos y jadeos
Tras llegar a la estación de tren
Poblada de fantasmas.
En la Plaza de los Mártires
Alguien compra el chaleco de uno que fue
Y sonríe ante el espejo
Como si cortejara a una dama.
Al hombre, al pálido funcionario
Que teclea peticiones y demandas,
Le suenan dos grillos en los zapatos
Cuando atraviesa el silencio del juzgado.
Hay una ciudad donde siempre
Es un domingo lluvioso de 1940,
Una ciudad escondida en la ciudad,
En las voces anónimas que cruzan la calle,
En los campos de fútbol de barriada,
En un hipódromo
Abandonado al abuso de la hierba.

Juan Manuel Roca. (2007). Palabra capital. MONDADORI, PP. 11-12.

254
Nueve de abril
de 1948

Para entender el gesto de su brazo


debes haber mirado cómo el niño amazónico
calcula el sitio por el canto
y dirige hacia el cielo de las hojas la cerbatana mágica.

Para entender el modo como decía «patria»


debes haber oído al viejo U’wa
narrando el vuelo de las tijeretas,
sentir un soplo de águilas arcaicas
sobrevolando un territorio eterno,
y saber, como saben el kogi y el sikwani,
que somos estos mares, estas selvas,
que las gentes del agua no son viajeros codiciosos
sino el oro viviente de regiones muy hondas.

Para entender su mente


debes haber oído cómo bajan los ríos,
cómo confunden en la noche sus oscuras riquezas,
y en el amanecer cantan cosas proféticas
que le parecen fábulas al dueño de la orilla.

Para entender esa pasión inmensa


que iba de pecho en pecho, de grito en grito,
debes saber de siglos de vergüenza,
de indios educados por los blancos,
de llagados esclavos que vivieron a solas

255
En esta parte del mundo

sus meses de agonía,


debes saber de dioses vivos que caían,
de dioses muertos que triunfaban,
del cansancio infinito de vivir en el mundo
sin amor por el mundo,
de la torpeza de unas castas tristes
que intrigan, hieren y ebriamente humillan
mas no saben ser dignas de su suelo y su cielo.

Para entender quién era


di quién eres tú mismo,
por qué estrella del cielo de tus noches
darías la vida entera,
por qué trozo del barro en que brotaste
darías la silenciosa gratitud de tus lágrimas.

¿Qué es el amor sino el recuerdo oscuro


de ser parte de un todo?
¿Qué es la fe sino el ansia
de que un sueño divino se confirme?

Para entender su grito debes tener entrañas,


debes sentir en ellas que no hay vileza eterna.

Antes el día era uno,


turbulento, infinito;
después los días se suceden, negándose,
pesa el futuro sobre cada instante
y la vasta amenaza de un fin se llama Historia.

Para entender su causa


debes haber oído las flautas en la niebla,
coros de ancianas negras sobre los litorales,
y gaitas solitarias y la melancolía
que ganó en manos indias la guitarra española.

Por sabanas de Córdoba, por landas de Nariño,


rumbo al Chocó, cruzando el Cauca ardiente,

256
Bogotá fechada

por bosques de palmeras del Sumapaz, o arriba,


donde buscan el cielo que se esfuma las rectas palmas,
o en la pradera hondísima
donde todo se llama lejanías y pájaros,
una esperanza dura como un grito en la noche.

Indios, negros, mestizos, dorados, blancos rostros,


el país más diverso se ha cansado de odiarse,
pero ¿cómo lograr que el azul ame al rojo,
que el verde ame al violeta?

Para entender su sueño


debes pensar en besos en los puertos,
barcas ansiosas por los litorales,
yarumos plateando los generosos pueblos,
tierno rumor de cuerdas en la noche,
encuentros jubilosos de extraños en los montes,
árboles respetados como ancianos,
cantos en lenguas indias por las largas sabanas,
ráfagas de aventura, rojas danzas frenéticas
y unas mestizas frentes altivas como palmas.

Pero alguien piensa ahogar en sangre tantos sueños.


Alguien conspira nuevas centurias de mazmorras.

Vientos de Montería, plata gris de las ciénagas,


roja anaconda de agua que separas las selvas,
luna por los cañones de Tolima,
algo se gesta contra nuestro sueño.

Por calles populosas hay un hombre que avanza con un arma.

Gaitán mira el reloj de San Francisco.

Una paloma asciende a la cornisa.

Ay, Casanare. Ay, Macarena. Ay, Guajira.


No es un balazo, es un soplo de incendios.
Un coro de degüellos, ráfagas rencorosas,
la hora atroz de las decapitaciones,

257
En esta parte del mundo

los dragones concéntricos del odio y de la injuria,


la multiplicación de los suburbios.

Pájaros sepultados en las rotas guitarras.

Donde un pueblo soñó por fin su orgullo


baja un río de sangre con cadáveres.

William Ospina. (2004). Poesía. 1974-2004. EDICIONES ARTE


DOS GRÁFICO, PP. 254-257.

258
Oda a Bogotá
Homenaje 9 de abril de 1950

Hoy que vengo del mar qué bien me huelen


tus pinos y tu acacia florecida;
con qué ansia de verte,
he cruzado el espacio que separa
su espuma de tu hierba campesina.

Traigo mi corazón a tu sabana


henchido aún del rumoroso océano;
como una vela, el alma,
curvada de su propio poderío
viene del mar para cantar tu suelo.

Dame tu aliento de afectuoso silbo


más hondo que el amor y que la sangre;
enséñame ahora mismo
esa escondida voz con que me llamas,
su ardiente letra, su encendida frase.

Tu niebla de palomas simultáneas


quiero cruzar de nuevo, y con mi boca
devorar la manzana
de soledad, caída de tus cerros
con sus hojas de frío, temblorosas.

Amo la rosa de helado viento;


tu límite oriental, más que ninguno

259
En esta parte del mundo

columna de tu cielo,
y el eucalipto de fragante altura
talado por la nube y por el humo.

Amo tus sauces donde está la lluvia


quieta, como acodada entre sus ramas;
y el cerezo de azúcar
con su botón de mieles suspendido
de los gajos más dulces de la infancia.

Deja que me arrodille ante tus trigos


y me santigüe con tu linfa clara,
déjame estar contigo
sobre tu piedra de doradas venas
que sueña en el temblor de las estatuas.

¡Piedra de Bogotá! Celeste piedra


por donde pasa el agua silenciosa
copiando las estrellas,
y suben hasta Dios las catedrales
cuando el cincel y el ruego la prolongan.

Bogotá de la patria madre unánime,


múltiple loba, venerado templo
donde la muerte cae
no en pobre cal, sino en radiantes rosas
sobre los ojos turbios de sus muertos.

Vientre fecundo, conocida sombra,


nodriza secular, altos y lindos
tus dos pechos asoman
de un Cristo y una Virgen decorados
para guardar el sueño de tus hijos.

Nadie te humille, ni te enturbie el llanto


porque el alma sostiene tu estructura,
empeño amurallado
por la sola verdad de tu heroísmo,
más alto que el dolor y que la furia.

260
Bogotá fechada

Quede el ciprés marcando tu destino,


mientras la noble piedra te construye;
y quede el fuego amigo,
rodeando tus armas y tus muros,
no por darte cenizas, sino lumbre
que dore los cuarteles de tu escudo.

Jorge Rojas. (1977). Suma poética. INSTITUTO COLOMBIANO


DE CULTURA, P. 204.

261
Monofonía en do
Santa Fe de Bogotá, años setenta

I
de espaldas a la ciudad
a sus crecientes edificios en torno
al Parque Santander
gira este espacio
/ cemento / vidrios / ascensores/ diminutos árboles
hora temprana de mañana de julio
se barren pisos se trapean orinales
se limpian las ventanas más altas
suspendidos sobre el abismo
—y el pueblo es lo único que existe

raudos buses
recorren la avenida Caracas en sus seis vías
paran en las bocacalles
semáforos sirven para detener el tráfico
también para que raponeros se aprovechen de los relojes
automóviles madrugadores circulan a su destino
se llenan los prados de rocío
por doquier esperan trabajadores
el transporte a fábricas oficinas despachos de cajas
pasan beatas desvaneciendo iglesias
—y el pueblo es lo único que existe

262
Bogotá fechada

a las siete sale el velotax para Cali

renunció el ministro de gobierno


ante nuevos hechos políticos
no de todo el mundo conocidos plenamente
ya hay candidatos representativos
para las próximas elecciones presidenciales
hay que mantener limpios los pasillos del poder
por ellos circulan flamantes quienes serán
los mismos que aquellos que irán a ser reemplazados

todos estos acontecimientos noticiosos son reseñados


por la gran prensa creadora de opinión en letras de molde
salen del cuarto de máquinas algunos linotipistas
en camiones se reparten el tiempo el espectador el siglo
y la república

a todos los expendios y en avión a provincia


hombres mujeres niños gamines se ganan sus centavos
haciéndolos circular
empleadillas y empleaditos los compran para estar enterados
—y el pueblo es lo único que existe

Alfredo Ocampo Zamorano. (1973). Poemas reunidos.


COLCULTURA.

263
Navidad 1980

Son las 12 m., en Bogotá, un viernes


9 días después de la Navidad.
Una vez más hay que desmantelar el pesebre,
desvestir el árbol demasiado brillante,
empaquetar una vez más los decorados en la caja de cartón,
las estrellas frágiles, las luces eléctricas, el papel de
estaño…

Seducidos por esa gran mentira de que los hombres


son capaces de la justicia, de la hermandad,
los mensajes de paz de la Navidad vuelan en lo alto
mientras la tierra está alfombrada de signos de guerra:
El Salvador está que arde, fuerzas iraníes han entrado
al Irak
y Khomeini, el Santón, no ceja.
Ha sonado por primera vez el «teléfono rojo» en el Kremlin.

Es por eso que el niño de plástico —el que debe nacer todos
los años—
se apresta desde ahora, de nuevo, para la noche de la agonía
y se apea delicadamente del pesebre y se va,
boca-abajo al fondo de su cajita.
Los pastores hacen sitio a los animales que se encuentran
fraternalmente.

«Noche de paz» se oye suavemente alrededor del hogar


doméstico

264
Bogotá fechada

«Noche de paz» cantan los ángeles en el cielo


mientras los teletipos en la tierra relampaguean.
El Niño-Dios se encoge en su cajita cubierto de musgo seco.
El buen niño prometedor, que no puede mucho tiempo
guardar su promesa.

Mario Rivero. (2009). Poesía completa (Díaz-Granados, F., Ed.).


EDICIONES SIBILA, P. 178.

265
Bogotá, 1982

Nadie mira a nadie de frente,


de norte a sur la desconfianza, el recelo
entre sonrisas y cuidadas cortesías.
Turbios el aire y el miedo
en todos los zaguanes y ascensores, en las camas.
Una lluvia floja cae
como diluvio: ciudad de mundo
que no conocerá la alegría.
Olores blandos que recuerdos parecen
tras tantos años que en el aire están.
Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo
como una muchacha que comienza a menstruar,
precaria, sin belleza alguna.
Patios decimonónicos con geranios
donde ancianas señoras todavía sirven chocolate;
patios de inquilinato
en los que habitan calcinados la mugre y el dolor.
En las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas láminas de
alabastro,
ocurren escenas tan familiares como la muerte y el amor;
estas calles son el laberinto donde he de andar y desandar
todos los pasos que al final serán mi vida.
Grises las paredes, los árboles

266
Bogotá fechada

y de los habitantes el aire de la frente a los pies.


A lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno,
un verde Patinir de laguna o río,
y tras los cerros tal vez puede verse el sol.
La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida;
nos unen el cansancio y el tedio de la convivencia
pero también la costumbre irremplazable y el viento.

María Mercedes Carranza. (2003). Tengo miedo. EL ÁNCORA


EDITORES, PP. 63-64.

267
Edificio en
ruinas: 1985

Los padres de la patria se desploman


como edificio en ruinas.
Todos preguntan cuándo empezó la farsa
quién sembró un pedestal en tierra movediza
cuándo se hundió el sol debajo de la sombra
en qué momento cayó la túnica de ausencia
dónde los dioses paran después de la batalla.

Preguntan por el rey y la reina


por Alicia escondida detrás de los espejos
por héroes de cada una de las gestas
por el palacio y su justicia acribillada.

Preguntan en la Blanca ciudad


en la Plaza del centro
en la calle gris larga de sur a norte
en los ojos con aire púrpura.

Preguntan dónde quedó la paz


quién levantará un pañuelo blanco
quién un ramo de olivos para el último ausente.

Preguntan
y el bufón
sorprendido y gracioso
abraza el pedestal con el señor caído

268
Bogotá fechada

saca una flor de la solapa


y brinda en medio de la tarde
por la historia que pesa
por cien años de historia o cuatrocientos
por la curva del tiempo
por la sombra como una cruz a cuestas.

Luz Mary Giraldo. (2011). Llévame como un verso.


UNIVERSIDAD JAVERIANA, P. 90.

269
Bogotá, 1986

Estoy a 2.600 metros sobre el nivel del mar.


Estoy exactamente a 2.650 metros sobre el nivel del mar.
Bogotá se extiende como un río de ojos blancos
hacia todos los puntos cardinales.
De un lado veo fábricas y largas chimeneas
que emanan humo blanco, gris y negro.
Tras de mí la sabana se extiende tranquila
y se despereza con un bostezo verde.
Por allá entre la niebla de oro solar crece el vértigo
entre millones de seres, entre millares de casas,
de árboles, oficinas, automóviles y sueños de amor.
Y acá veo abultados, bajo los grandes cerros,
los pequeños rascacielos, las moradas
del dinero bien o mal habido, del desempleo fecundo
donde el odio y la sonrisa hacen su agosto en octubre.
Veo la dulce y hosca ciudad de mis amores,
la soberana amada y mil veces poseída,
la agridulce y vasta serpiente dormida y despierta
que ha hecho de mí una escama de ella,
un trozo de sus múltiples pecados como una campana
amarilla,
un fragmento de estrella de su metálica constelación,
una gota de lluvia de su soterrada tempestad,
un inefable capítulo de su inacabable novela irreal.

270
Bogotá fechada

Y hoy piso su asfalto de lluvia desnuda


y respiro su aire que acaricia mi rostro
y vivo y poseo y abrazo y escupo y blasfemo
y me reconcilio con su garra de monstruo divino
y beso su huella de demonio cáustico
y lamo sus llagas de madre hechizante y alada
y alabo su orilla, su cuenco, sus calles,
su prisa, sus pinos y sus eucaliptos, sus vanos lamentos,
y me hundo, bajo su universo de múltiples colores,
entre el pálido aliento del día y su loco alarido.

José Luis Díaz-Granados. (1992). Cantoral. PUBLICACIONES


CONSIGNA, P. 48.

271
Bogotá 450 años
La ciudad te perseguirá.
CAVAFIS

Creces en la risa de los locos


y en el laberinto de sus gestos.
Saltas hacia el firmamento
desde un roto asfalto
heredera de un tiempo de cenizas.
Sombra vaga del viento
en la húmeda pena del recuerdo.
Por todas tus esquinas de geranios
nace un puente tendido a la desdicha.
¿Pero cómo salir de ti si aún eres
la memoria del amor y de los sueños?

Armando Orozco. (1989). Bogotá 450 años. UNIVERSIDAD


DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS, P. 361.

272
Bogotá 400 pasos
50 pesos
1988

Esta es Bogotá mientras el gamín se roba el poema


y pienso en la estudiante con tenis Reebook que me hurta
los sueños
El pordiosero con pinta de León Tolstoi que yo no sé aún
por qué no lo han contratado para un cortometraje de
Focine
La señora del parque Santander que le dicen loca cuando
lanza discursos sobre el golfo de Coquivacoa y que
perfectamente podría ser la tía de un parlamentario
costeño
—Una monedita una esmeralda chicharrón de coco
repuestos para la olla exprés—
Bogotá donde existe gente que no ha montado en las
busetas
y gente que se muere de las ganas por subir a ellas
Donde cada cuatrocientos cincuenta años tenemos buen
teatro y faena cultural y hasta dentro de quinientos
mujer alcalde
Julio César Sánchez se empiyama pide calma la luz ya
viene que se acerquen a los CAI
Monseñor Revollo «qué ofensas» el Festival de Teatro
desempolven a los santos septimazo adelantado
—Hare hare Krisna juéguele a la suerte remate de aduana
los jinetes de la coca—
Bogotá con su Palacio de Justicia que ahora solo se

273
En esta parte del mundo

recuerda por el espectáculo teatrero que nos dio la Mikey


Llueven claveles del cielo no es maná pronto balas otra
vez sepultaron a Gaitán
Sus papeles qué está leyendo por qué corría acompáñeme
no volvemos
Sí volvió domingo a Monserrate y también al norte
Vendo lote en urbanización pirata compro terreno en
Jardines del Recuerdo
—Marlboro le limpio el parabrisas cerveza en lata gol de
Millonarios—
Bogotá es Unicentro y también Ley Amat y Gossaín Santos y
Cano Libre y Candelaria Nacional y Javeriana gamín y policía
Galán y Samper el Congreso y La Picota
Que si hay sol sazón de neblina negros los paraguas gris
la tarde no se ponga el pantalón habano
Hoy no lo puedo atender Se incendian las busetas coja
taxi Trancada la cuarenta y cinco otra manifestación La radio
ordena quedarse en sus casas
—Envuelto de mazorca el afiche del Pibe loritos
australianos bocadillo y queso—
Esta sigue siendo Bogotá mientras los sicarios de las letras
recuperan y asesinan el poema
En una pared se alcanza a deletrear:
Prohibido escribir más de dos cuartillas
A 400 pasos la felicidad, lo que escoja por 50 pesos…

Francisco José González. (1998). Amor y frascos. EDICIONES


BARTLEBY, PP. 79-80.

274
Bogotá, 1994

Era mentira que podía saltar


por la ventana sin hacerme daño,
encontrarme sobre la nieve,
vaporosa y muda,
con la palabra ajena
sobre un papel mojado.

¿Por qué mi debilidad es circular?


¿Por qué ella tiene que silbar
inclinada en mi garganta
como si yo pudiera contenerla
con su canto irremediable?

A la mitad del sendero iluminado


de quien se quiere ocultar
para siempre, tengo veinticinco años
y no sé recoger la lluvia con las manos.

Stefhany Rojas Wagner. (2021). Breve tratado de la melancolía.


VALPARAÍSO EDICIONES, P. 16.

275
Elogio a la pobreza

Ellos le dieron vuelta a la lengua del zapato


cubrieron los agujeros con bolsas,
ignoraron los charcos.
Descubrieron con asombro
que faltaba dinero en sus bolsillos.
Por unos centavos no los llevó el bus.

A la mujer se le escapó una sonrisa intentando persuadir


al conductor.
Pensó en lo inútil de sus ademanes
a estas horas, en estos tiempos.
Su hijo la tomó de la mano, la miró,
siguieron la ruta de estrellas para llegar a casa.

Todos pasamos por el lado en el último transporte


por una avenida larga, peligrosa y deshabitada,
demasiado exhaustos para alentar su caminata
—la pobreza es fea —dijo una pasajera.

La mujer abrazó a su pequeño.


Desde la monótona calma
que le trae la experiencia
de llevar consigo todos los bienes,
le animó a continuar.

276
Bogotá fechada

Sus pasos retumbaron sobre el cristal de las ventanas,


los ojos atentos
sintieron el estruendo y siguieron a los caminantes
por el camino de arena.

(Vía Bosa-La Despensa-León XIII , 2017)

Jenny Bernal. (2018). Llevar el aire. GAMAR EDITORES, P. 39.

277
La confinada
Bogotá, 2021

I
He desgastado mis zapatos y lesionado los dedos de mis pies en
busca de tu centro. Le he dado vueltas a tu cuerpo, que desco-
nozco tanto como al mío, sin hallar si fue en la infancia donde
fuimos lastimadas y lo hemos olvidado; o si esas cicatrices
vienen de antes, cuando desgarraron nuestras faldas e hicieron
torniquetes para sanar las heridas de la guerra.

He olvidado cuándo fue la primera vez que nos tendieron


trampas en el asfalto movedizo, que nos cubrieron los ojos
y asignaron esquinas para probar hombrías. No sé en qué
momento te creciste tanto. Deforme cuerpo, con brazos y pier-
nas extendiéndose hasta las periferias, mil veces troceadas.
Expuestos los retazos desde la pendiente, a punto de caer unos
encima de los otros, siendo el horizonte una sola ladera con sus
aguas y tormentas.

II
La espuma de este río, convertida en veneno inoculado, se riega
por las ramas de tus nervios cervicales. Todavía te queda espa-
cio en el vientre para nacimientos múltiples, aunque a veces los
engullas, los abortes o te niegues a recibir a los que llegan.

278
Bogotá fechada

¿A cuántas madres habrás de responder por sus hijos? ¿Cuántos


cuerpos guardas en tus entrañas y extramuros? ¿A quién escon-
des en tus cerros?, punto cardinal de nuestra brújula. Acecha
el abusador en canales y tugurios. Me pierdo entre tus barrios,
ya no sé qué líneas nos dividen. Largas sombras se apoderan de
tus puentes.

III
El baile de las mujeres solas en la pista y la danza de los sones
con paredes y columnas. La alegría que se da en pocas fies-
tas. Los aleros y balcones. Los parques y las plazas. Las últimas
coperas, la más pequeña de todas las bodegas y los nombres en
las lozas de cerámica. La memoria misma en cada muro.

El azul único de enero. Las letras y su hermoso cuerpo cayendo


en el papel como la misma música. El amor que se va con todas
sus maletas.

La ciudad como montaña, arrastra sus escombros en época de


lluvias. Y recupera en ese caudal de barro y piedra, de alguna
forma, lo perdido.

Yirama Castaño. INÉDITO

279
Bogotá 2022

Cuánto pesas en mí,


ciudad de mi amor-odio,
tierra de ocre y cemento.
Nido de pájaros ausentes
tumba
donde reposan mis amados.

Como heredad sembraste mi mirada


tu lluvia persistente,
y el tumulto de tus atardeceres
hundiendo entre el asfalto
las plegarias inéditas de los abandonados.

Ladrona de mis sueños que se fueron


a ese país del jamás-nunca,
ciudad
ciudad de todos y de nadie.
Ahora que voy en soledad,
por tus calles desiertas recogiendo el olvido
en los pétalos húmedos del tiempo
escucha mi plegaria:

Devuélveme los rostros que perdimos


desde la luz primera de mis ojos
hasta este otoño
que deshojo en las noches

280
Bogotá fechada

como una margarita


mientras un loco Stradivarius
gime desde su arco
melodías de amor.

Si anclado en ti
mi corazón de brújula extraviada
aún persigue tu rostro
de antigua adolescente,
deja que vuelva
en rosa enamorada
a florecer el corazón…

Ciudad; la más mía y extraña.

Cuánto te odio,
cuánto…
¡cuánto te amo!

Amparo Osorio. INÉDITO.

281
NOSTA
BOGOT
ALGIA
TANA
Visión

Aquí en Bogotá, en ese hotel de paso,


cerca de la estación de la Sabana,
en la calle Trece —viajeros—,
perdida en el espejo de un armario,
sin nombre apenas —como un destello—,
viene y desaparece…

En la estancia desierta y el ropero mudo,


la ausencia de un vestido blanco…
¡Blanca columna temblorosa!
—blanco paraíso que hollaba
entre los susurros del miedo—
cuando éramos ella y él,
y yo traía por toda fortuna,
la joven alegría de un paquete de versos.

Todo esto evoca el aviso de neón


en la fachada sucia. La ventana, ahora
completamente abierta.
La desnudez de vidrios,
la desnudez de una blancura en un espejo.

Mario Rivero. (2009). Poesía completa (Díaz-Granados,


Federico, Ed.). SIBILA EDICIONES, P. 451.

285
Bogotá

Qué extravagante amor el que sentía


por ti, ciudad de amortajado encanto,
cuando en noches de culpa y de quebranto
la embriaguez de tus sombras me envolvía.

Qué amor irreflexivo el que pagaba


siempre con desamor tu augural cielo
cuando, al fingir acariciarme, el hielo
de tus albas llorosas me golpeaba.

Mientras yo, pudibundo adolescente,


solemnizaba con absortos ojos
el oro capilar que de tus rojos
crepúsculos fluía lentamente.

Después, dando una tregua a tu perfidia,


compadecida de mi afecto triste,
tú misma mi pasmada mente abriste
a tus trasfondos de brumosa insidia.

Te vi en tu obscena desnudez, ahora


más diáfana en la oscura servidumbre
de tus pecados, que en la falsa lumbre
que en otros tiempos me arrojó tu aurora.

Y llegué a odiarte y a sentir aciaga


y árida como un cráter de la luna,

286
Nostalgia bogotana

moneda equinoccial que la fortuna


puso al revés y que la muerte estraga.

Llegué a serte mudable, a serte falso,


a conducirme como forastero,
y solo hallaba, en tu feral vivero,
desolación, como al pie de un cadalso.

Y soñaba ciudades que dejaran


en la sombra tu nombre; laberintos
de cristal que con ábsides y plintos
y jardines y luces te cegaran.

Mas hoy, cuando en los vértigos del mundo


otros hielos y soles me han herido;
cuando en junglas y en guerras me he perdido
y hecho más problemático y profundo.

Cuando a mi asombro a cada hurtada senda,


a cada río que apremiante corre,
a cada minarete, a cada torre
de orbes y de urbes inmoló su ofrenda.

Hoy, cuando ya te miro sin deseo


y cuando, al lampo de la luna agreste,
sombra y luz contrastadas en tu veste
de cortesana deslucida veo.

Cuando insinuante me hablas al oído,


pero de ti ya poco o nada espero,
hoy, mi ciudad, harapo astral, te quiero
con otro amor, que es compasión y olvido.

Germán Espinosa. (1995). Obra poética. ARANGO EDITORES,


PP. 330-335.

287
Bogotá

Creces en la risa de los locos


y en el laberinto de sus gestos.

Saltas hacia el firmamento


desde un roto asfalto
heredera de un tiempo de cenizas.

Sombra vaga del viento


en la húmeda pena del recuerdo.

Por todas tus esquinas de geranios


nace un puente tendido a la desdicha.

¿Pero cómo salir de ti si aún eres


la memoria del amor y de los sueños?

Armando Orozco. (2010). En lo alto del instante.


UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA, P. 24.

288
El corazón

40 años han dejado nudos y sospechas


y un cielo turbio donde envejecen sin remedio
el sol, la dicha y las palabras.
Lo cruzan calles ahora sin olores ni mediodías;
a veces el esplendor de un nombre
se pudre como saliva o como flor.
Ausencias y desamores son raíces secas,
ya sin rabia ni belleza.
Ha hecho suyas algunas cosas muertas:
las risas, las caricias y las cenizas de una tarde,
el sabor del domingo a los 10 años,
ciertos versos celestinos y necesarios,
algunos cuerpos usados con ternura.
Allí el futuro está de sobra
como el polvo en los muebles de la casa
y solo una certidumbre sobrevive:
el deseo incancelable de estar siempre en otra parte.
Una lluvia bogotana, leve y gris, cae sin parar.
Cementerio de sueños, pobre corazón,
nada inmortal lo habita.

María Mercedes Carranza. (2010). Poesía completa.


SIBILA EDICIONES, P. 88.

289
Bogotá D. E.
A Ernesto Volkening

Presa en la costumbre
rumia su ya largo pasado inexistente
y sobre tanto hollín
y tanta mugre centenaria
fija para siempre su contorno
seguida por la hostilidad y la ausencia
como ventanas y balcones ciegos de súbito a su paso.
Vendrán luego las piedras, perdurables por la inercia,
con inscripciones en latín y fechas vacuas
y luego las palomas zumbando enloquecidas
sobre ese pasado ramplón que en definitiva ya es el nuestro.

Conservaban la tierra casándose entre ellos;


el incesto mantenía así su dominio estricto
y tarados piadosamente ocultos salían a la luz
permaneciendo con los ojos abiertos cual animal al acecho
de la presa.

Largo bostezo cuyo sopor nos une


hemos aprendido a mentir según las circunstancias.

Segrega la araña invisible baba


cárcel de anemia nuestra patria.

Las calles son ahora diferentes


y los sitios de moda duran un mes.

290
Nostalgia bogotana

También las azoteas, perdidas para el juego,


y esos lotes —alta la hierba—
en los cuales se reunía la pandilla
fueron sustituidos por insípidas zonas verdes
de donde igualmente se ausentó el misterio.

Abortan las niñas pero el enemigo continúa vivo;


¿pasaremos de una severidad inexperta
a una benevolencia flexible?
Es superflua la palabra alienación
pero siempre la escoba y el trapo del polvo,
los ruidos de la brilladora y el vapor que exhalan las
ollas,
el murmullo insomne de la nevera
con su único ojo parpadeando en las sombras
me restituyen, como Jonás, a la ballena.
En estas o parecidas hazañas
triunfó una nueva generación
y sus profetas resultaron ser
todos aquellos que aún hoy
hojean el horóscopo.

El país es superior a sus dirigentes


y más cruel que la azarosa suma de quienes lo componen.
La tragedia es privilegio de los europeos
pero no es necesario ser demasiado perspicaz
para reconocer que a nosotros nos tocó el melodrama,
las hermosas películas mexicanas.
Es bueno evocar las cosas viejas
e incluso en ocasiones llorar con desconsuelo
—así dijo el locutor y este bolero borró sus palabras.

Juan Gustavo Cobo Borda. (1974). Consejos para sobrevivir.


EDICIONES LA SOGA AL CUELLO, PP. 64-65.

291
Poema a partir del
exilio con variación
A Ignacio Ramírez y Guido Tamayo

Guardo mis palabras


muy sigilosamente o con descuido.
Caben de una en una en estuches delgados
como pulsos para relojes genuinos o de fantasía
en las vitrinas de una joyería.

O las apilo en cajas gigantescas:

palabras recogidas en distintos tamaños de remesas,


llevadas de un sitio a otro, donde
trapero y trapo en mano,
fieramente batallo por reconstruir un hogar
y poder colgar al sol de nuevo
la soledad soleada de mi propia ventana
brisa y todo incluida,
bogotana,

tan pronto la otra sala


en casa de alquiler
(que nunca dura mucho por A o por B o por Y)
parece como tantas otras veces
que esta vez sí
está armada…

Anabel Torres. INÉDITO

292
Bogotá

Regresaré y habrá cambiado


como cambian las cosas,
pero las calles que anduve,
mis casas en La Candelaria, en Palermo, estarán allí.
Los eucaliptos perfumarán sus lomas,
los colibríes desangrarán sus atardeceres,
las noches seguirán gélidas, neblinosas
y en la neblina pernoctarán mis fantasmas.

Ciudad donde amé como no he vuelto a hacerlo.


Ciudad que vive en mis sueños, como un ser
viviente con voz y aliento.
Regresaré a buscar un idilio desvanecido
tratando de rellenar mis huellas,
lo que conocí, y los cuerpos que amé
que ya no encenderán mi deseo.

Y en el futuro, mi historia se repetirá,


otro poeta partirá a perseguir sus sueños.
Así es esa ciudad, país donde quiero morir
un dorado paraíso perdido
cementerio de mis deseos.

Jaime Manrique Ardila. (2019). El libro de los muertos.


PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA, P. 101.

293
Todo me
invita a partir
Para don Ernesto Volkening
(que habló de ecología cultural)

Bogotá es para mí un milagro


sencillo, imperfecto como todos los milagros
y al mismo tiempo incomprensible
Quiero de esta mi ciudad su niebla matinal
que crucé solo a los cinco años yendo hacia el colegio
Quiero de ella, digo
lo que sus excesivos huéspedes
de hoy detestan: su frío de montaña
que nos despierta los sentidos
en los días privilegiados
y huele a musgo y a agua recién nacida
Quiero la transparencia de su aire
y la intensidad de su luz
que hacen prodigiosa la soledad
y visible la claridad de su silencio
El sol de las cinco de la tarde
que dora el azul matinal de sus cerros
Su cercanía a los páramos de silencio primigenio
de helechos lagunas ascensos lejanías
y frailejones planetarios, indiferentes
a tanto afán moderno
Quiero su sabana generosa en árboles espléndidos
en suaves colinas cuya fertilidad
avergüenza nuestro afán expansionista

294
Nostalgia bogotana

El vigor de su cielo azul en los días mejores


que anuncia siempre lunas crecientes
Sus lluvias, diurnas y nocturnas
que caen entre los grandes árboles
como cascadas, gota a gota
En una época que ha acortado los límites
entre paraíso e infierno
eso es bastante

[…]

No vive así Bogotá


ciudad conventual sin conventos
Éxodo constante que abandona barrios enteros
que desechó su propio centro
Ciudad pacata que cree que los prostíbulos
son el mal y no un remedio triste
Que no sabe qué hacer con los ancianos
ni con el ocio
Sin espacio para los noctámbulos
ni para los domingos ni los paseantes
sin lugares para pensar en nada…
Bogotá no se deja escribir ni pintar ni vivir
porque no existe, siempre va de paso
y se destruye encima de antiguos patios
de casonas de monjas, que son ya fantasmas
Barrios acorralados que serán comprados
para sepultar la vida
que tampoco podrá vivirse
Habitada por extraños
Bogotá no está aquí, ni en ninguna parte

[…]

La ciudad su arquitectura son


la caja de resonancia del alma humana
y del alma colectiva, que también existe
y que Bogotá desdeña porque no quiere envejecer

295
En esta parte del mundo

ella es joven y nueva


entonces destruye oculta ignora
lo que va volviéndose pasado
Una antigua mansión se convierte en restaurante
que abrirá sus estancias a un taller
que más tarde se transformará en hotel
sombrío o en lugar de citas
fugaces
Después será inquilinato, ruinas… nada
Así nacerá otra ciudad, encima de una historia:
por aquí pasaba el tranvía
por aquí vivía mi abuela
por aquí estaba mi escuela primaria…

[…]

Había una vez un parque de altos árboles


y caminos sombreados. En el parque hubo una iglesia
en la iglesia, silencio, y en el silencio
podía escucharse el aroma de los árboles
En Bogotá nadie recuerda la iglesia
ni el silencio ni los árboles ni el parque ni el aroma…
todo duerme bajo edificios enormes
cuadrados estrechos nuevos artificiales…
en donde sus prósperos inquilinos
—venidos de toda Colombia—
no sabrán nunca que ahí bajo sus apartamentos
hubo una vez un parque… Tal vez
por eso en sus ventanas de hoy en un quinto piso
hay tantos pájaros revoloteando, buscando
los antiguos árboles de sus nidos
protegidos por el silencio de aquella iglesia
de aquellos árboles de aquellas casas de aquellos caminos
¿Así les sucederá a los niños de estos multifamiliares?

Santiago Mutis Durán. (1988). Afuera pasa el siglo.


SEIX BARRAL, PP. 99-105.

296
Bogotá

Lejos de las llanuras por donde se deslizan los ríos de


fango,
lejos del mar que se azota contra los muros de la sierra,
lejos del otro mar de gris y de sal que saluda a las
selvas lluviosas,
lejos del hondo país de la nieve que mira abajo los
galeones,
lejos del pueblo de los grandes árboles,
del camino con hojas de la serpiente,
lejos del vuelo de la flecha que lleva el veneno al que
vuela,
reposas tú en la escarcha, te borras tú en la niebla,
alzas tu rostro bajo el hielo del amanecer,
hablas al cielo en nubes espesas con lenguas de hierba,
hablas en la espiral silenciosa de los helechos,
en las hojas lanosas del frailejón de los páramos.
Eres tú olvido, musgo negro bajo la piel del estanque,
viento de cosas calladas que sopla por los cerros,
luna de tardes perdidas que dora las cuchillas sin nadie,
y quiere hablar a veces,
grillo, silbo de viento
dulce voz de tan lejos,
que duermes hace siglos bajo capas de tierra y de sombra,

297
En esta parte del mundo

de espadas oxidadas y de cañones mudos,


bajo un manto de cráneos de héroes y huesos de mujeres
bellísimas,
vienes de las montañas con la invencible persistencia del
agua,
para inventar tu rostro.

William Ospina. (2004). Rostros y voces de Bogotá. UNIVERSIDAD


NACIONAL DE COLOMBIA, PP. 196-197.

298
Palacio Echeverry

Aquí en esta casa hubo niños


corriendo por los corredores.

Hubo un gran piano, cuya música


en círculos flotaba, suave,
y caía desde el salón
hasta los geranios del patio.

Sí. Sí. Así es, aun cuando todo,


todo se esté yendo al olvido.

Aunque hoy los vitrales estén


quebrados en pedazos, hubo
brillo y riqueza en los salones.

Aunque hoy los rosales han muerto,


hubo perfumes y sonrisas
en el claro aire de los patios.

Sí. Sí. Así es, aun cuando todo,


todo se caiga a pedazos.

Hoy la madera se ha podrido.


Las paredes altas se rajan.
Durante un instante un relámpago
ilumina el techo y nos muestra
unas goteras recorriendo

299
En esta parte del mundo

los ojos entornados de los


últimos ángeles de yeso.

Sí. Sí. Es verdad, aun cuando todo…

Gonzalo Mallarino Flórez. (2010). Colombia en la poesía


colombiana. EDICIONES LETRA A LETRA, P. 451.

300
Las tías ríen

Si pudiera hablarte, si se me otorgara ese milagro, diría que


prefiero pensar en ti que estar en ti. El recuerdo te mejora, te
vuelve casi adorable. La memoria edita la ruinosa luz de tus
nubes heladas, el cortejo infinito de los autos y sus manos metá-
licas limpiando la lluvia. Olvido. Cribo, escribo. Llega entonces
la luz nítida de tu azul improbable, la bañera del apartamento
donde nací (detrás de la iglesia de Las Nieves), en ella me habla-
ron del mar a los tres años. Creamos olas, tsunamis, pescamos
el difícil jabón blanco, escurridizo, nuestro primer pez de
verdad. Después algo pasó entre nuestros padres y no volvi-
mos a ver a mamá. Entonces el olvido vino a socorrernos. Sin
embargo me esfuerzo, alcanzo a ver a un niño que corre por los
andenes de la antigua Estación de la Sabana. En la taquilla se
lee: Expreso del sol, el niño pregunta: ¿Este tren llega hasta el
sol? Las tías ríen.

Ya no hay padres, ni trenes, tampoco hay sol esta mañana.

José Zuleta. Memoria inconclusa. INÉDITO.

301
Bogotá

Enero.
Hijos de una generación que desconoce la guerra
y la austera disciplina que imponen las tragedias
colectivas,
salíamos a la calle y dejábamos
que la ciudad nos impusiera su impaciencia.

Ángeles callejeros de alas arrugadas,


fuimos siempre más tristes que los seres tristes.

Esperanzados,
todo lo dimos en busca de una mano abierta,
todo lo apostamos a esa ciudad que se hacía mujer
entre partos dolorosos y rojas invasiones.

Enero.
Comenzaba el año,
la vida era nueva en nuestros ojos.
Creímos en el hombre,
en su mano sabia para trabajar la tierra,
en su alegría.
Yo fui uno de los cegados
por la luz canicular de la ciudad nocturna.
Fui perseguido por los guardianes,
por duendes insolentes que patrullaban las calles

302
Nostalgia bogotana

en busca de la vida,
por los perros de la defensa
que querían robarme la sonrisa.

Pero nunca me alcanzaron.

Bogotá fue mi única mujer,


mi compañera.
Nuestro hijo,
esta paciencia que me protege de los siglos.

Miguel Silva. (1992). La oscuridad no viene desarmada. FUNDACIÓN


SIMÓN Y LOLA GUBEREK, PP. 39-40.

303
Desde un
vigésimo piso

Desde un vigésimo piso


la ciudad ofrece su costado más otro;
escalando las colinas bajas del sureste
el barrio surge como un ghetto marroquí mediterráneo
o como el rincón más olvidado de Jerusalén.

Desde aquí
donde un capital se fragua
y se administra al bestiario
de elementos desconocidos,
vigésimo piso, ventanal de soplo zumbante,
Bogotá imagina otro destino,
deslustra sus calles bélicas
y cae en la nostalgia
de la que nunca fue.

Óscar Torres Duque. (1994). Manual de cultura general.


FUNDACIÓN SIMÓN Y LOLA GUBEREK, P. 88.

304
Correo de la noche
En las noches vacías en que regreso,
todavía, me arrepiento
de haberte arrojado
tan lejos de mi cuerpo.
ISMAEL SERRANO

Bogotá,
el otoño se abre paso a través de la muchedumbre,
es hora del alumbramiento
y un tren herido se aproxima desde una esquina,
un tren —que es mi sombra o mi vacío— silba;
mientras una fina estela de humo
me recuerda tu cuerpo,
altar donde, años atrás,
oficiabas el Ritual de la Luna Llena.

Hoy es lámpara, fuego tibio para los días sin piel.


Esta ciudad siempre fue esquiva y hostil.
Te perdí en ella como quien pierde la infancia
después del primer beso.

En esta hora opaca


el correo de la noche trae noticias tuyas,
noticias que llegan en las voces de mendigos
y de borrachos
los mismos a quienes dabas un pan o una moneda.

Bogotá,
es la hora del deslumbramiento
y tu recuerdo viene a llenarme de preguntas,
a entorpecer mis palabras,

305
En esta parte del mundo

a hacer inútiles la música, el llanto.


El correo de la noche trae noticias tuyas
y una llama arde en el pecho.

Juan Carlos Acevedo. (2020). La casa del invierno.


UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA, PP. 67-68.

306
Avenida
Centenario

Entonces vi la Estación de la Sabana


como un mueble descompuesto
bajo la cubierta de una enorme sábana blanca.

Entonces supe cómo había llegado a la ciudad


en uno de esos vagones que ya no se reflejan en el agua.
Que soy ese apático pasajero
que se bebió todo el vino de la última cena.

Si puedo ver a través de las ventanas


de este tren desteñido por el tiempo
es porque los niños aún mudan sus dientes
y las teclas de las máquinas siguen escribiendo
las partidas de defunción de las muchachas amorosas.
Pero soy viejo y mis labios están cansados.
Y de mi muñeca
emana un hilo de sangre que desciende ensortijado
por entre los rieles que despeñan las grandes cordilleras.

Solo la espera es verdadera, igual al viento


que le respira en la nuca a mis antepasados.

Si puedo decir tu nombre en voz alta


es que aún estoy vivo: sentado en sus orillas,
sueño con las palabras que viajaron
alguna vez en este poema.

Henry Alexander Gómez. INÉDITO.

307
Un plano de una ciudad
construida sobre Bogotá

cuando nos fuimos


de casa
no sabíamos
de qué casa era
que nos íbamos
cuando decíamos
que de casa nos íbamos
no sabíamos
que era de casa
de donde
nos íbamos
el día que
nos fuimos
de qué casa fue acaso
que nos fuimos
sabíamos acaso
qué era casa
qué casa
de casa nos fuimos solo para irnos
para que nadie nos obligara
a comer sentadas a la mesa
a cruzar bien las piernas
para nunca más decirle a mamá
que estábamos en el cine

308
Nostalgia bogotana

mientras nos besábamos


bajo las escaleras
de la casa
nos fuimos
sin saber que nos íbamos
de casa
sin saber de qué casa
sin saber que era de casa
que nos íbamos
el día que nos fuimos
hoy es de casa que en
las estrías de nuestros muslos
vemos el rostro
hambriento de nuestra biografía
que como cualquier historia
es esta piel que nos contiene
como el gesto de la palabra
contiene su objeto
una frágil cicatriz que se quiebra
si la voz tiembla
si el fantasma de una caricia
no mide su fuerza
para regresar a casa
escribimos:
escribimos
buscando regresar a casa
a qué casa
qué casa es cuando escribimos
sentadas a la mesa mientras
en casa mamá nos hace
las trenzas
en casa
las palomas han hecho nido
entre las tejas escribimos
para expropiarlas
esconderles los huevos

309
En esta parte del mundo

volver a tender las camas


con las mismas sábanas
de esa casa desde donde
escribimos:
desde qué casa esa casa
qué casa en esta boca
qué palabra
qué ruina sin historia
qué testamento
sino el huevo
de la paloma

Ramona de Jesús. (2022). Dos metros cuadrados de piel. GOG &


MAGOG EDICIONES, PP. 48-50.

310
Un niño de 3 años
pintó tu nombre en
el papel del cielo

Cuando te conocí eras un pequeño


sueño
enjaulado en una botella de Póker.

Cuando uno es ciego le crecen alas en las manos.

Bogotá no es un buen sitio para el amor;


no porque esté en Colombia,
sino porque el mundo es un gran cementerio,
la fosa común donde dios mete todos sus muertos
descalzos.

Pero todavía me emociono


pensando en ti,
poniéndole punk a mi amigo Hermes,
prendiendo cigarros en los arreboles
encima de nuestras cabezas.

Bostezo y la resaca
ya no tiene sombras en la lengua;
le sonrío a la muerte
en un buen viaje
esperando la hora
del café.

Michael Benítez Ortiz. (2020). Papeles. RUIDO EDICIONES, P. 54.

311
Gotas de luz
All day the stars watch from long ago
My mother said I am going now
When you are alone you will be all right
S. MERWIN

Mi abuelo dijo: ya me tengo que ir.


Mi alma no regresará a otro cuerpo
pero el trueno, al morir, se vuelve parte del viento
y las flores reencarnan en las olas blancas del mar.
Que la lluvia te estreche contra su pecho,
que permanezca la casa que habita en nosotros.
Mira al cielo cuando la luna sale al mediodía,
ella es una semilla que siembra la noche.
Nadie sabrá que fuimos una palabra en llamas
que caminó sobre el agua, una espina
clavada en la respiración de la tierra.
Recuérdame cuando avances entre el zumbido
de las abejas del jardín, gotas de luz
suspendidas en la tarde marítima de Bogotá.

Santiago Ospina. INÉDITO.

312
Índice de poemas

GALERÍA DE RETRATOS Santiago Aristizábal.


Luis Vidales. En el velador un En Bogotá, P. 56
vaso de agua, P. 31 Juan Gustavo Cobo Borda.
Eduardo Carranza. El capitán J. A. S., P. 57
siembra una espada, P. 35 Piedad Bonnett. Página
Fernando Charry Lara. Rivera roja, P. 58
vuelve a Bogotá, P. 37 Juan Pablo Roa. Retrato, o
Mario Rivero. Hoy es «para contribuir a la confusión
navidad, P. 41 general», P. 59
Nicolás Suescún. Un Lauren Mendinueta. Bogotá,
vagabundo, P. 43 después de una visita a Helena
Eduardo Escobar. Un recuerdo Iriarte, P. 60
de Óscar Gil, P. 44 Alejandro Cortés. Jueves de
Henry Luque Muñoz. Al poesía en Trilce 2016, P. 61
conquistador Gonzalo Ximénez Carolina Bustos Beltrán.
de Quesada, P. 49 Páramo, P. 63
Elkin Restrepo. Rita Hayworth Juan Camilo Lee. policía
(de paso por Bogotá), P. 50 que espera (en la Plaza de
Raúl Gómez Jattin. Poeta Bolívar), P. 65
urbano, P. 52
Juan Manuel Roca. Monólogo
de José Asunción Silva, P. 54

315
315
En esta parte del mundo

ALGUNAS CALLES Óscar Torres Duque.


Paloquemao, P. 99
Y TRES PLAZAS Henry Alexander Gómez.
DE MERCADO San Victorino, P. 102
Mario Rivero. He dirigido a la
calle mis versos, P. 71 ALMACENES Y OFICIOS
Edmundo Perry. La calle Maruja Vieira. Feria de
Diecisiete, P. 75 antigüedades, P. 107
Piedad Bonnett. Bogotá, P. 77 Mario Rivero. Un poco más
Luis Fernando Afanador. abajo por esta calle, P. 109
Tanguito para una calle Nelson Osorio Marín. Plaza de
bogotana, P. 79 Las Nieves 10 a. m., P. 111
Juan Carlos Bayona. Calle 72 Juan Gustavo Cobo Borda.
con carrera 24 (Lamento por Salón de té, P. 114
los troles), P. 80 Santiago Mutis Durán. Ya
Néstor Raúl Correa. La Plaza de nadie usa sombrero, P. 115
Bolívar no está tranquila, P. 82 Robinson Quintero. La
Ricardo Silva Romero. 19, P. 83 vendedora de frituras, P. 117
Alejandro Cortés. A las seis en Luz Helena Cordero
mi casa, P. 84 Villamizar. Bogotá, asfalto y
John F. Me emociono y me pongo denuncia, P. 118
cursi mientras ustedes vomitan Ramón Cote Baraibar.
sobre los charcos, P. 86 Premonición en San
Camila Charry. Observar cómo Librario, P. 120
hierven las cosas, P. 88 Mauricio Botero Montoya.
Fátima Vélez. Calle 17, P. 90 Bogotá, P. 122
Santiago Espinosa. Carlos Juan Felipe Robledo.
Rojas, P. 93 Subjetivismo bogotano, P. 123
Natalia Mejía. Brotar de la Federico Díaz-Granados.
nada, P. 94 Pastelería Metropol, P. 124
Yulieth Mora Garzón. Calle Hellman Pardo. El halcón
45, P. 95 negro, P. 125
Alfredo Ocampo Zamorano. Nicolás Peña Posada. El
La Plaza de Mercado de la vendedor de minutos, P. 127
carrera Décima, P. 97

316
Índice de poemas

Juan Afanador. Para TRANSEÚNTES


Elisa, P. 129 Mario Rivero. En el Parque
Laura Garzón. pan Nacional, P. 165
nuestro, P. 131 Nelson Osorio Marín. Bogotá
en domingo, P. 169
BUSES A TODOS Juan Manuel Roca. Poética de
LOS BARRIOS los muros, P. 171
Guiomar Cuesta Escobar. Darío Jaramillo Agudelo.
Contaminación, P. 137 Bogotá mía, P. 172
Edmundo Perry. El señor Álvaro Rodríguez. Lugares y
Alfonso, P. 140 encuentros, P. 173
Gustavo Adolfo Garcés. Juan Gustavo Cobo Borda.
Teusaquillo, P. 141 Nota para un frustrado
Gonzalo Mallarino Flórez. homenaje a Pessoa, P. 174
Pablo Sexto, P. 142 Piedad Bonnett. Día libre, P. 175
Robinson Quintero. Eugenia Sánchez Nieto. Ciudad
Demasiadas cervezas, P. 144 de los vientos, P. 176
Francisco José González. El William Ospina. Cementerio
virus en Chapinero, P. 145 Central, P. 178
Ramón Cote Baraibar. Luis Fernando Afanador.
Cementerio de Suba, P. 146 Santa Fe de Bogotá, P. 180
Yirama Castaño. El mirador de Ramón Cote Baraibar. Cuándo
la Paloma, P. 147 decidí que esta fuera mi
Fernando Denis. La ciudad, ciudad, P. 182
tú, P. 149 Alejandro Cortés. Home Sweet
Fredy Yezzed. El Cuerpo de Home, P. 184
Laura, P. 150 Carolina Bustos Beltrán. Plaza
Fredy Yezzed. La noche en los sin nombre, P. 185
barrios del sur, P. 152 Henry Alexander Gómez.
Carolina Bustos Beltrán. Doppelgänger, P. 186
Tabogo Oda sin pretensiones María Paz Guerrero. Todo
poéticas, P. 154 calla, P. 188
Stefhany Rojas Wagner.
Camino a casa bajo la
luna, P. 190

317
En esta parte del mundo

LOS CERROS SEPTIMAZO


Luis Vidales. Visioncillas en la
Y LAS LLUVIAS carrera Séptima, P. 227
León de Greiff. Cancioncilla
Mario Rivero. Camino
gama, P. 195
ahora, P. 229
María Mercedes Carranza.
Jotamario Arbeláez.
Un buen martini seco, P. 197
Septimazo, P. 230
Darío Jaramillo Agudelo.
Eduardo Galindo Pérez.
Bogotá mía, P. 198
Carrera Séptima con
Renata Durán. Bogotá, P. 201
mendigos, P. 234
Fernando Linero. Bogotá desde
Edmundo Perry. Jiménez con
el mirador, P. 202
Séptima, P. 236
Gonzalo Mallarino Flórez. Este
José Luis Díaz-Granados.
invierno, P. 203
Instantáneas de Jorge Gaitán
Joaquín Mattos Omar.
Durán, P. 237
Bogotá, P. 204
Santiago Aristizábal. He
Carlos Satizábal. Sueña la
andado, P. 239
casa, P. 205
Anabel Torres. La mansa
Rafael del Castillo.
muchedumbre, P. 241
Bogotana, P. 211
Francisco José González.
Ramón Cote Baraibar. Aviso de
Trapecista en ayunas, P. 242
tormenta, P. 213
Juan Gabriel Vásquez. Séptima
Adriana Hoyos. Bogotá, P. 214
con Jiménez, P. 244
Santiago Espinosa. Desde una
Yulieth Mora. Torre, P. 246
montaña en la quebrada «La
Vieja», P. 215
Laura Castillo. Bogotá
BOGOTÁ FECHADA
Darío Samper. Nocturno en
(Correspondencia con María
Bogotá, P. 251
Mercedes Carranza), P. 216
Juan Manuel Roca. Repertorio
Carolina Fandiño. Coordenadas
de sombras, P. 253
ulteriores del Cantón
William Ospina. Nueve de abril
Norte, P. 217
de 1948, P. 255
Jorge Rojas. Oda a Bogotá, P. 259
Alfredo Ocampo Zamorano.
Monofonía en do, P. 262

318
Índice de poemas

Mario Rivero. Navidad Jaime Manrique Ardila.


1980, P. 264 Bogotá, P. 293
María Mercedes Carranza. Santiago Mutis Durán. Todo
Bogotá, 1982, P. 266 me invita a partir, P. 294
Luz Mary Giraldo. Edificio en William Ospina. Bogotá, P. 297
ruinas: 1985, P. 268 Gonzalo Mallarino Flórez.
José Luis Díaz-Granados. Palacio Echeverry, P. 299
Bogotá, 1986, P. 270 José Zuleta. Las tías ríen, P. 301
Armando Orozco. Bogotá 450 Miguel Silva. Bogotá, P. 302
años, P. 272 Óscar Torres Duque. Desde un
Francisco José González. vigésimo piso, P. 304
Bogotá 400 pasos 50 Juan Carlos Acevedo. Correo de
pesos, P. 273 la noche, P. 305
Stefhany Rojas Wagner. Henry Alexander Gómez.
Bogotá, 1994, P. 275 Avenida Centenario, P. 307
Jenny Bernal. Elogio a la Ramona de Jesús. Un plano de
pobreza, P. 276 una ciudad construida sobre
Yirama Castaño. La Bogotá, P. 308
confinada, P. 278 Michael Benítez Ortiz. Un niño
Amparo Osorio. Bogotá de 3 años pintó tu nombre en el
2022, P. 280 papel del cielo, P. 311
Santiago Ospina. Gotas de
NOSTALGIA BOGOTANA luz, P. 312
Mario Rivero. Visión, P. 285
Germán Espinosa.
Bogotá, P. 286
Armando Orozco.
Bogotá, P. 288
María Mercedes Carranza. El
corazón, P. 289
Juan Gustavo Cobo Borda.
Bogotá D. E., P. 290
Anabel Torres. Poema a partir
del exilio con variación, P. 292

319
En esta parte del mundo

320
Notas
bibliográficas

León de Greiff. Medellín (1936); Habitante de su imagen


(1895-1976). Algunos libros (1940); Poemas de tierra calien-
de poesía: Tergiversaciones te (1942); Poemas de Venezuela
(1925); Libro de signos (1930); (1973); Soy el cantor de esta
Variaciones alrededor de nada verde tierra (2018).
(1936); Prosas de Gaspar (1937);
Jorge Rojas. Santa Rosa de
Fárrago (1954); Bajo el signo
Viterbo. (1911-1995). Algunos
de Leo (1957); Nova et vetera
libros de poesía: La forma de su
(1973); Libro de relatos (1975);
huida (1939); La ciudad sumer-
Obra completa (2018).
gida (1939); Soledades I (1948);
Luis Vidales. Calarcá (1904- Soledades II (1965); Suma
1990). Libros de poemas: poética (1977); El libro de las
Suenan timbres (1926); La tredécimas (1991).
Obreriada (1978); Poemas del
Eduardo Carranza. Apiay
abominable hombre del Barrio
(1913-1985). Algunos libros de
Las Nieves (1985); Antología
poemas: Canciones para iniciar
poética (1985); El libro de los
una fiesta (1936); La sombra
fantasmas (1986); Cuadrito
de las muchachas (1941); Azul
en movimiento (1987);
de ti (1944); Ellas, los días y
Suenan timbres. Antología
las nubes (1945); El olvidado
poética (2019).
(1949); Alhambra (1957); Los
Darío Samper. Guateque pasos cantados (1973); Hablar
(1909-1984). Libros de soñando y otras alucinaciones
poemas: Cuaderno del trópico (1974); Epístola mortal y otras

321
En esta parte del mundo

soledades (1975); Hablar soñan- Nicolás Suescún. Bogotá


do. Antología (1983). (1937-2017). Algunos libros
de poemas: La vida es (1986);
Fernando Charry Lara.
Tres a. m. (1986); La voz de nadie
Bogotá (1920-2004). Libros
(2000); Este realmente no es el
de poemas: Nocturnos y otros
momento. Obra reunida (2007).
sueños (1949); Los adioses
Jamás tantos muertos y otros
(1963); Pensamientos del aman-
poemas (2008).
te (1981); Llama de amor viva
(1986); Vida y obra (2012). Germán Espinosa. Cartagena
(1938-2007). Algunos
Maruja Vieira. Manizales
libros de poesía: Letanías del
(1922-2023). Algunos libros de
crepúsculo (1954); Reinvención
poemas: Campanario de lluvia
del amor (1974); Libro de conju-
(1947); Los poemas de enero
ros (1980); Obra poética (1995);
(1951); Clave mínima (1965); Mis
Quien se aleja soy yo. 1991-
propias palabras (1986); Tiempo
2000 (2001).
de vivir (1992); Sombra del Amor
(1998); Los nombres de la ausen- Jotamario Arbeláez. Cali
cia (2006); Mis propias palabras (1940-). Algunos libros de
(antología poética) (2006); poemas: El profeta en su casa
Tiempo de la memoria (2010). (1966); El libro rojo de Rojas
(1970); Mi reino por este mundo
Alfredo Ocampo Zamorano.
(1981); La casa de la memoria
Cali (1930-). Algunos libros
(1986); El cuerpo de ella (1999);
de poemas: La savia sin
Mi reino por este mundo. Los
nombre (1975); Elegía Calima
poemas de la vida (2022).
(1997); Desde las mil colinas de
Ruanda (2008). Nelson Osorio Marín. Calarcá
(1941-1997). Libros de poemas:
Mario Rivero. Envigado (1935-
Cada hombre es un camino
2009). Algunos libros de
(1963); Algo rompe la mentira
poesía: Poemas urbanos (1963);
(1968); Al pie de las letras (1976);
Baladas sobre ciertas cosas que no
Alguien recogerá mis remos.
se deben nombrar (1972); Mis
Poesía reunida (2007).
asuntos (1986); Vuelvo a las calles
(1989); Viaje nocturno (2008); Eduardo Galindo Pérez.
Obra reunida (2009). Bogotá (1941-). Libro de

322
Notas bibliográficas

poemas: Bogotá. El libro de las Henry Luque Muñoz. Bogotá


horas (2007); Los colores de (1944-2005). Libros de
Monserrate (en preparación). poemas: Sol cuello cortado
(1973); Lo que puede la mira-
Elkin Restrepo. Medellín
da (1977); Carta a la paloma de
(1942-). Algunos libros de
Picasso (1980); Libro de los cami-
poemas: Bla, bla, bla, bla
nos. 1978-1988 (1991); Polen de
(1968); Memoria del mundo
lejanía (1998); Arqueología del
(1974); La palabra sin reino
silencio (2001); La risa del ahor-
(1982); Retrato de artistas
cado. Antología (2015).
(1983); Absorto escuchan-
do el cercano canto de sirenas María Mercedes Carranza.
(1985); La visita que no pasó Bogotá (1945-2003). Libros
del jardín (2002); Como en de poemas: Vainas y otros
tierra salvaje, un vaso griego poemas (1972); Tengo miedo
(2012); Antología (2018). (1983); Hola, soledad (1987);
Maneras del desamor (1993);
Armando Orozco. Bogotá
El canto de las moscas (1998);
(1943-2017). Algunos libros
Poesía completa (2019).
de poemas: Asumir el tiem-
po (1980); Las cosas en su Raúl Gómez Jattin. Cartagena
sitio (1983); Eso es todo (1945-1997). Libros de
(1985); En lo alto del instante. poemas: Poemas (1980);
Antología (2010). Tríptico cereteano (1988); Hijos
del tiempo (1989); Poesía. 1980-
Eduardo Escobar. Envigado
1989 (1995); El esplendor de la
(1943-). Algunos libros
mariposa (1993); Amanecer en el
de poemas: Invención de la
valle del Sinú. Antología (2004).
uva (1966); Monólogos de
Noé (1967); Del embrión a la Edmundo Perry. Bogotá
embriaguez (1969); Buenos (1945-). Algunos libros de
días noche (1973); Cantar poemas: Con quien oye llover
sin motivo (1976); Escribano (1971); Uno más uno (1977);
del agua (1986); Diván del Circuito cerrado (1984); La
recalcitrante. Antología misma historia (1985); Coser
(2010); Insistencia en el error. y cantar (1989); La dueña del
Antología (2020). laberinto (1994); El mundo

323
En esta parte del mundo

sobre la mesa. Antología 1971- Darío Jaramillo Agudelo.


1999 (2002). Santa Rosa de Osos (1947-).
Libros de poemas: Historias
José Luis Díaz-Granados.
(1974); Tratado de retórica
Santa Marta (1946-). Algunos
(1978); Poemas de amor (1986,
libros de poemas: El laberin-
2013); Del ojo a la lengua (1995);
to (1968); El muro y las palabras
Cantar por cantar (2001); Gatos
(1994); El esplendor del silen-
(2005); Cuadernos de música
cio (1997); La noche anterior al
(2008); Solo el azar (2011); El
otoño (2005); Cita de amor al
cuerpo y otra cosa (2017); Poesía
mediodía (2010); Fulgor de la
selecta (2018).
Calle Grande (2012). La fiesta
perpetua. Obra poética, 1962- Juan Gustavo Cobo Borda.
2002 (2003); El laberinto. Bogotá (1948-2022). Algunos
Antología 1968-2008 (2014). libros de poemas: Consejos para
sobrevivir (1974); Salón de té
Santiago Aristizábal.
(1979); Ofrenda en el altar del
Chinchiná (1946-). Libros
bolero (1981); Roncando al sol
de poesía: Cuando cantes
como una foca en las Galápagos
habré muerto tres veces (1976);
(1983); Todos los poetas son
¡Padre!… me mataron (2014);
santos e irán al cielo (1983);
Unos y otros (inédito).
Dibujos hechos al azar de lugares
Juan Manuel Roca. Medellín que cruzaron mis ojos (1991); El
(1946-). Algunos libros animal que duerme en cada uno
de poemas: Luna de ciegos (1995); Las musas inclementes
(1976); Los ladrones noctur- (2001); Poesía reunida 1972-
nos (1977); Señal de cuervos 2012 (2012).
(1979); Fabulario real (1980);
Álvaro Rodríguez. Bogotá
País secreto (1987); Ciudadano
(1948-). Libros de poemas:
de la noche (1989); Pavana con
Recordándole a Carrol (1982); El
el diablo (1990); La farmacia
viento en el puente (1990); En
del ángel (1995); Las hipóte-
alabanza del tiempo (1993); Para
sis de Nadie (2005); Cantar de
otras voces (1999); El color de lo
lejanía (2005); Biblia de
blanco (2004); Seis libros y un
Pobres (2009); Silabario del
libro menos (2004).
camino. Poesía reunida 1973-
2014 (2016).

324
Notas bibliográficas

Anabel Torres. Bogotá poesía: Mujer América, América


(1948-). Algunos libros de mujer (1981); Bosque de metáfo-
poemas: Las bocas del amor ras (1981); Jaramaga (2001).
(1982); Poemas (1987); Medias
Amparo Osorio. Bogotá
nonas (1992); Poemas de
(1951-). Algunos libros de
guerra (2000); En un abrir y
poesía: Gota ebria (1987);
cerrar de hojas (2003); Agua
Territorio de máscaras (1990);
herida (2004).
La casa leída (1996); Migración
Mauricio Botero Montoya. de la ceniza (1998); Antología
Bogotá (1948-). Libro de esencial (2001); Memoria absuel-
poesía: La lágrima del pez ta (2008); Estación profética
espada (2011) (2010); La caída interior (2017).

Jaime Manrique Ardila. Santiago Mutis Durán. Bogotá


Barranquilla (1949-). Libros (1951-). Libros de poemas: La
de poemas: Los adoradores de novia enamorada del cielo (1981,
la luna (1976); Mi noche con con Roberto Burgos Cantor);
Federico García Lorca (1995); Mi Tú también eres de lluvia (1982);
cuerpo y otros poemas (1999); El Soñadores de pájaros (1987);
libro de los muertos (2016). Afuera pasa el siglo (1998); Dicen
de ti (2003); La esbelta sombra.
Luz Mary Giraldo. Ibagué
Antología (2009); La mala
(1950-). Algunos libros de
parca (2018).
poemas: El tiempo se volvió
poema (1974); Camino de los Piedad Bonnett. Amalfi,
sueños (1981); Con la vida Antioquia (1951-). Libros de
(1997); Postal de viaje (2004); poemas: De círculo y ceniza
De artes y oficios (2015). (1989); Nadie en casa (1994);
El hilo de los días (1995); Ese
Renata Durán. Bogotá
animal triste (1996); Todos los
(1950-). Libros de poemas:
amantes son guerreros (1998);
Muñeca rota (1981); Oculta
Las tretas del débil (2004); Las
ceremonia (1985); Poemas esco-
herencias (2008); Explicaciones
gidos (1993).
no pedidas (2011); Los habitados
Guiomar Cuesta. Medellín (2017); Lo terrible es el borde.
(1950-). Algunos libros de Antología (2021).

325
En esta parte del mundo

Eugenia Sánchez Nieto. Luis Fernando Afanador.


Bogotá (1953-). Algunos libros Ibagué (1958). Libros de
de poemas: Que venga el tiem- poemas: Extraño fue vivir
po que nos prenda (1985); Con la (2003); La tierra es nuestro
venia de los heliotropos (1990); reino. Antología (2008); Amor
Dominios cruzados (2010); Lo en la tarde (2009); Museo del
inasible: poesía reunida (1977- cuerpo (2019).
2017) (2017).
Gonzalo Mallarino Flórez.
William Ospina. Herveo Bogotá (1958-). Libros de
(1954-). Libros de poemas: poesía: La ventana profun-
Hilo de arena (1986); El país da (1995); La tarde, las tardes
del viento (1992); La luna del (2000); Vara de buscar agua y
dragón (1993); ¿Con quién habla nueve retratos (2006); Morada
Virginia caminando hacia el de tu canto. Antología (2011).
agua? (1995); Sanzetti (2018);
Carlos Satizábal. Palmira
Poesía reunida (2022).
(1959-). Libros de poemas: La
Fernando Linero. Santa Marta llama inclinada (2012); La llama
(1957-). Algunos libros de inclinada y otros poemas (2018).
poesía: Sonata del sonámbu-
Néstor Raúl Correa. Medellín
lo (1980); Guijarros (1990);
(1959-). Libro de poemas: El
Palabras para el hombre (1998);
crecimiento del vacío (2019).
Lecciones de fagot (2005); La
risa del saxo y otros poemas Juan Carlos Bayona. Bogotá
(2014); Acaso por el canto. (1959). Libros de poesía: Tres
Antología (2016). poetas bogotanos (1986); Los
lagos del deshielo (1992); La isla
Gustavo Adolfo Garcés.
era el tesoro (1999).
Medellín (1957). Algunos
libros de poesía: Libro de Robinson Quintero.
poemas (1987); Breves días Caramanta (1959-). Algunos
(1992); Pequeño reino (1998); libros de poemas: De viaje
Espacios en blanco (2000); (1994); Hay que cantar (1998);
Libreta de apuntes (2006); Una La poesía es un viaje (2004);
palabra cada día (2015); En Invitados del viento. Poemas
lugar de otros (2020); Tiempo reunidos (2020).
lento (2021).

326
Notas bibliográficas

Joaquín Mattos Omar. Santa oscuridad y la palabra (1991);


Marta (1960-). Libros de Animal de baldío (1999);
poemas: Noticias de un hombre Pirómana. Antología (2002);
(1988); De esta vida nuestra Palabras escuchadas en un café de
(1998); Los escombros de los barrio (2005); Puertas entorna-
sueños (2011); Las viejas heridas das. Antología (2010).
y otros poemas (2019).
Óscar Torres Duque. Bogotá
José Zuleta. Bogotá (1960-). (1963-). Libros de poemas:
Libros de poemas: Las alas Manual de cultural gene-
del súbdito (2002); La línea de ral (1994); Visitación del hoy
menta (2005); Mirar otro mar (1998); Otro (1999); Oda a John
(2006); Las manos de la noche Wayne (Historia personal de
(2009); La mirada del hués- los Estados Unidos) (2010).
ped (2013).
Ramón Cote Baraibar. Cúcuta
Francisco José González. (1963-). Algunos libros de
Bogotá (1960). Libro de poemas: Poemas para una fosa
poesía: Amor y frascos (1998); común (1984); El confuso traza-
Las cosas de casa y otras cosas do de las fundaciones (1991);
(inédito). Botella papel (1999); Los fuegos
obligados (2009); Como quien
Luz Helena Cordero
dice adiós a lo perdido (2014);
Villamizar. Bucaramanga
Temporal. Obra reunida (2021).
(1961-). Libros de poesía:
Óyeme con los ojos (1996); Yirama Castaño. Socorro
Cielo ausente (2001); Por arte (1964-). Libros de poemas:
de palabras (2009); Postal de Naufragio de luna (1990); Jardín
memoria (2010); Eco de las de sombras (1994); El sueño de la
sombras (2019). otra (2019); Memoria de apren-
diz (2011); Malabar en el abismo.
Miguel Silva. Bogotá (1962-).
Antología (2012); En los labios
Libro de poesía: La oscuridad
de la noche. Poesía reunida 1990-
no viene desarmada (1992).
2022 (2022).
Rafael del Castillo. Tunja
Adriana Hoyos. Bogotá
(1962-). Libros de poesía:
(1966-). Libros de poesía: La
Canción desnuda (1985); El
torre sumergida (2009); La
ojo del silencio (1985); Entre la

327
En esta parte del mundo

mirada desobediente (2013); Del manos (2010); Noticias del tercer


otro lado (2017); No es a mí a mundo (2010); Historias alre-
quien lees (2022). dedor de un fogón (2012); Los
huéspedes secretos (2014); Correo
Juan Pablo Roa. Bogotá
de la noche (2018); La casa en el
(1967-). Libros de poesía: Ícaro
invierno (2020).
(1989); Canción para la espe-
ra (1993); Existe algún lugar en Juan Gabriel Vásquez. Bogotá
donde nadie (2011); Este día, este (1973-). Libro de poemas:
momento (2022). Cuaderno de septiembre (2022).

Juan Felipe Robledo. Medellín Federico Díaz-Granados.


(1968-). Libros de poesía: De Bogotá (1974-). Libros de
mañana (2000); La música de poesía: Las voces del fuego
las horas (2002); Luz en lo alto. (1995); La casa del viento (2000);
Antología (2007); Dibujando un Álbum de los adioses (2006); La
mapa en la noche (2009); Días última noche del mundo (2007);
de gratitud (2016). Las horas olvidadas (2010);
Hospedaje de paso (2012); Las
Fernando Denis. Ciénaga,
prisas del instante (2015); Adiós
Magdalena (1968-). Libros
a Lenin (2017).
de poesía: La criatura invisi-
ble en los crepúsculos de William Ricardo Silva Romero. Bogotá
Turner (1997); Ven a estas arenas (1975-). Libro de poemas:
amarillas (2004); El vino rojo Terranía (2004).
de las sílabas (2007); La geome-
Lauren Mendinueta.
tría del agua (2009); La mujer
Barranquilla (1977-). Algunos
que sueña en las murallas (2013);
libros de poesía: Primeros
Diálogos con la escultura secre-
poemas (1997); Carta desde
ta. Antología personal (2013);
la aldea (1998); Inventario de
Las diatribas de un color impo-
ciudad (1999); Donde se esco-
sible (2020); Los alfabetos del
ge el pasado. Antología (2003);
durmiente (2021).
Autobiografía ampliada (2006);
Juan Carlos Acevedo. La vocación suspendida (2008);
Manizales (1973-). Libros Del tiempo, un paso (2011); Poesía
de poesía: Palabras de la tribu en sí misma. Antología (2007);
(2001); Los amigos arden en las Una visita al Museo de Historia
Natural (2021).

328
Notas bibliográficas

Alejandro Cortés. Bogotá inédito del filósofo vienés Ludwig


(1977-). Libros de poesía: Wittgenstein (2012); Carta de
Pero la sangre sigue fría (2012); las mujeres de este país (2019);
Sustancias que nos sobreviven La orilla de los heterónimos.
(2015); Instantáneas domi- Antología (2020).
nicales (2019); Almanaque
Carolina Bustos Beltrán.
Bristol 1987 (2019); El álbum
Bogotá (1979-). Libros de
púrpura (2021).
poemas: Polifonías disper-
Hellman Pardo. Bogotá sas (2018); Estación tropical y
(1978-). Libros de poesía: La otros poemas sinuosos (2020);
tentación inconclusa (2008); Lecciones de UrbEnidad (2022).
Anatomía de la soledad (2013);
Henry Alexander Gómez.
El falso llanto del granizo (2014);
Bogotá (1982-). Algunos libros
Los días derrotados (2016);
de poemas: Memorial del árbol
Reino de peregrinaciones (2017);
(2013); Diabolus in musica
Física del estado sólido (2020).
(2014); Tratado del alba (2016);
John F. Galindo. Georg Trakl en el ocaso (2018);
Bucaramanga (1978-). La noche apenas respiraba
Algunos libros de poesía: (2018); La torre de los caballos
Ventanas de otros días (2008); azules (2022).
Karaoke demon (2010); No hace
María Paz Guerrero. Bogotá
falta que te digan que te quites
(1982-). Libros de poesía:
(2017); Termodinámica para
Dios también es una perra
pobres (2018); Aviones que se
(2018); Los analfabetas (2020);
estrellan contra todo (2020).
Ranura. Antología poética. 2018-
Camila Charry. Bogotá 2022 (2022).
(1979-). Libros de poemas:
Juan Camilo Lee. Bogotá
Detrás de la bruma (2012); El
(1982-). Libros de poesía:
día de hoy (2013); Otros ojos
Ciencias de la mañana (2010);
(2014); El sol y la carne (2015);
Voces de casa (2015); País en
Arde Babel. Antología (2018).
línea recta (2021).
Fredy Yezzed. Bogotá (1979-).
Fátima Vélez. Manizales
Libros de poemas: La sal de
(1985-). Libros de poesía:
la locura (2010); El diario

329
En esta parte del mundo

Casa paterna. Antología (2015); de perros y palomas (2015);


Orillas (2003-2009); Diario del Mi madre es la única que lee
refugio (2012); Diseño de inte- mis poemas (2018); La abue-
riores (2014-2015), y Del porno la nunca llora cuando corta las
y las babosas (2015); Diseño de cebollas (2020); Tardes de
interiores (2019). domingo (2022).

Santiago Espinosa. Bogotá Laura Garzón. Bogotá (1992-).


(1985-). Libros de poesía: Los Libros de poemas: Doméstico
ecos (2010); Lo lejano (2015); El (2020); Pan Piedra (2022).
movimiento de la tierra (2016); Yulieth Mora Garzón. Bogotá
Para llegar a este silencio (2017). (1992-). Libros de poemas:
Natalia Mejía. Manizales Movimientos involuntarios
(1986-). Libro de poemas: Irse (2020); Para acabar con los días
para adentro (2017). bruscos (2022).

Jenny Bernal. Bogotá (1987-). Juan Afanador. Bogotá


Libro de poesía: Llevar el (1992-). Libros de poesía: El
aire (2018). bosque (2022); Algo blando en
cada trámite (2023).
Laura Castillo. Bogotá
(1990-). Libro de poesía: Santiago Ospina. Bogotá
Prolongación de la lluvia (2017). (1993-). Libro de poesía:
Antigua luz del sol (inédito).
Ramona de Jesús. Medellín
(1990-). Libro de poesía: Dos Carolina Fandiño. Bogotá
metros cuadrados de piel (2021). (1993-). Libro de poemas:
Cartílago y nácar (en
Michael Benítez Ortiz. Bogotá preparación).
(1991-). Libros de poemas:
Lo que quería decir es otra cosa Stefhany Rojas Wagner.
(2019); Papeles (2020); El poeta Bogotá (1994-). Libro de
es quien más veces muere (2022). poesía: Breve tratado de la
melancolía (2021).
Nicolás Peña. Bogotá (1991-).
Libros de poesía: Ciudad

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Colección Bogotá
«Leer para la vida»

La Colección Bogotá «Leer para la vida» es un proyecto edito-


rial de la Dirección de Lectura y Bibliotecas de la Secretaría de
Cultura, Recreación y Deporte que rescata y reivindica conteni-
dos de diversos géneros y temas relacionados con la cultura y el
patrimonio bibliográfico de la ciudad.

Además de literatura, esta colección incluye diferentes áreas


temáticas desde las que se ha abordado o comprendido Bogotá a
lo largo de los años —historia, periodismo, música, arquitectura,
urbanismo, narrativa gráfica, humorismo, entre otras—, y pre-
tende ofrecer a los lectores múltiples perspectivas de la ciudad,
como si se tratara de recorrerla a través del tiempo y el espacio.

Junto a Ramón Cote Baraibar, María Osorio Caminata y Andrés


Ospina, nos propusimos seleccionar títulos que permitieran
leer a Bogotá desde distintas esquinas y nos preguntamos sobre
las numerosas maneras de habitar esta ciudad. ¿Cómo son los
bogotanos del siglo XXI ?, ¿cómo conformamos una colección
sin perder la perspectiva histórica?, ¿cómo ha cambiado
Bogotá?, ¿cuántos derrumbamientos y reconstrucciones la
han atravesado?

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Colección Bogotá «Leer para la vida»

En este proceso de búsqueda e investigación, descubrimos obras


valiosas de hace veinte años que ya estaban descatalogadas por
su «antigüedad», títulos que en su momento no contaron con la
difusión que merecían y libros que podían actualizarse y ser aún
(más) pertinentes en la época que vivimos. Nos dimos cuenta de
que esta colección no podía tener la voz de una sola generación,
era necesario que se hiciera polifónica, que hablara del pasado y
del presente; y debía ser ubicable en el espacio, cada libro tenía
que ser una coordenada en el mapa bibliográfico que trazamos.

Como aporte al Plan «Leer para la vida», este proyecto se


suma al propósito de asegurar lecturas diversas y de alta
calidad, y está pensado para que leer sea una experiencia
vívida en cualquiera de sus soportes, digital o impreso. Los
libros digitales, a los que se puede acceder de forma gratuita
y abierta en la Biblioteca Digital de Bogotá, están diseñados
particularmente para optimizar la lectura en la pantalla; y los
impresos, destinados principalmente a fortalecer el acervo de
la Red Distrital de Bibliotecas Públicas de Bogotá, BibloRed,
tienen un cuidado editorial que les da valor especial como
objetos. Por ello, como parte esencial del concepto de diseño,
usamos Avante, una tipografía elaborada por Piedra Tijera
Papel que está inspirada en impresos colombianos de los años
cuarenta. Este tipo de letra crea una particular disonancia entre
sus estilos y transmite una idea de disfuncionalidad fecunda
muy bogotana que va a tono con el espíritu de la colección.

Si Bogotá está viva, es heterogénea y difícil de encuadrar; si


«leer para la vida es construir, desde la empatía, la conciencia
crítica y la curiosidad, los cimientos sobre los cuales podemos
escribir la historia de la ciudad que fuimos, de la que somos y
de la que queremos ser», esta colección es una invitación a que
los lectores interesados en conocerla resignifiquen un espacio
que es de todos y lo recorran desde lo textual, lo visual y lo
experiencial.

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Encuentra aquí todos los títulos de la Colección
colección en la Biblioteca Digital de Bogotá
Bogotá o sus ediciones impresas en las
colecciones de BibloRed. LEER
PARA LA
VIDA
Este libro se terminó de editar en Bogotá,
donde los poetas andan en manada y el
viento del páramo de Cruz Verde les hizo
las tripas coloradas y la piel transparente;
son animales lunares con abrigos hechos de
lluvia. Rogamos para que sus lenguas sigan
redondeando el cerro de Guadalupe y no
desaparezca su saliva como desapareció la
cola blanca del venado en la montaña y el
vuelo lagunero del aguilucho cenizo.
Colección Bogotá
LEER
PARA LA
VIDA

El tema de este libro es tan apasionante y tan extenso


que, desde un principio, se trazaron unas coordenadas
con el propósito de poder dar una mínima muestra
de la producción de poemas dedicados a Bogotá o en
los cuales Bogotá fuera el lugar premeditado de la
acción poética.

Se puso especial atención en la producción poética del


siglo XX, en su mayoría de la segunda mitad en adelante,
incluyendo algunos casos ineludibles como Luis Vidales
o León de Greiff, hasta llegar a los jóvenes poetas que
han escrito sobre Bogotá en el siglo XXI.

Los poemas sobre Bogotá han sabido encontrar su lugar


sin grandilocuencia ni ostentosos versos ni experimentos
formales. Es una poesía como sus habitantes: un tanto
contenida, severa, cruda en su testimonio, pero al
mismo tiempo conmovedora, un tanto brutal, directa
al mentón, que ha sabido encontrar lo original y único,
lo extraordinario dentro de lo cotidiano.

No se necesita tener una gran ciudad para tener una


gran poesía. Basta con que exista para que haya poesía.

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