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LITERATURA LATINOAMERICANA

Bajo esta denominación se conoce a todo el cúmulo de obras literarias producidos por el ingenio
humano en el nuevo mundo. La existencia de producción literaria en el continente antes de la llegada de
los españoles es discutida. Para muchos la literatura, como obra, está signada por la escritura. Sólo existe
literatura cuando está plasmada en obras o libros, los cuales pueden ser leídos y apreciados. En cambio,
otros, manifiestan que la literatura primigeniamente se da a conocer a través de la palabra sea ésta oral
o escrita. Como sabemos la primera manifestación de comunicación lingüística se dio a través de la
palabra oral, y mediante la cual el hombre puede hacer llegar sus sentimientos, su mundo imaginado y
la concepción personal que tiene del mundo y el universo. Estas manifestaciones se hacen colectivas, las
cuales se transmiten por tradición oral de generación a generación, formando parte del bagaje del folclore
literario.

CAPÍTULO I

LITERATURA PRECOLOMBINA

LAS LITERATURAS ABORÍGENES: SUS PRINCIPALES DISQUISICIONES.

La literatura latinoamericana, según algunos críticos y en sentido estricto, es la literatura escrita


en lengua española y otras de origen románico como el portugués, en tierras americanas, aseveración
que se basa en el enfoque de carácter lingüístico, en donde el castellano y el portugués fueron las lenguas
que dieron unidad a la mayor parte del territorio americano. En consecuencia, las literaturas aborígenes
no formarían parte de la literatura americana, debido a que no forman parte del conglomerado latino.
Otra de las interpretaciones que se da a la literatura es como el elemento configurador de una
determinada cultura nacional o regional, por ser reflejo de la historia íntima de los pueblos y los hombres,
por lo tanto, las literaturas indígenas necesariamente deben estar inmersas en las letras latinoamericanas.
En el actual territorio denominado como Latinoamérica, en tiempo precolombinos florecieron
muchas culturas de grado cultural heterogéneo, sim embargo existieron tres áreas culturales donde
floreció el arte de la palabra: la altiplanicie del centro de México o literaturas nahuas; la región de la
península del Yucatán conjuntamente con el istmo de Tehuantepec y parte de Centroamérica, o
literaturas mayas; y por último, en la región andina de Sudamérica, la literatura quechua o incaica. Es
posible que dentro de ellas hayan subsistido restos de otras culturas que sirvieron de cimiento para la
formación cultural de las anteriores.
Empero, algunas obras no tienen el carácter estrictamente literario, esto por la presencia
combinada de temas como la religión, historia, filosofía, didáctica y poética. Sin embargo, por la presencia
de elementos de gran imaginación en sus mitos y leyendas, por los rasgos estéticos en sus expresiones
lírica, por las manifestaciones del ser o del espíritu empleando una diversidad de formas de expresión
como la prosa, el verso y el diálogo, todo ello se constituyen suficiente argumento para determinar que
hubo expresión artística de carácter literario.
Ángel M. Garibay nos dice: “Todo pueblo, por rudimentario que sea su progreso, piensa y habla.
Entre los que hablan, unos lo hacen mejor que otros. Piensan más alto, sienten más hondo y hablan más
claro... Así nace el acervo que formará el núcleo de una literatura”.
Luis Alberto Sánchez, crítico peruano, manifiesta: “Casi todas las historias literarias hasta hoy, y
todas las de hace poco, adolecieron de idéntico defecto: partían del advenimiento ibérico, olvidando
inmerecida e incomprensivamente lo indio”.
Otro factor de negación de la existencia de literatura aborigen, es la falta de documentos escritos
en lenguas en estado fonético y, en otros casos, su carácter meramente oral, por esta razón muchas de las
manifestaciones del espíritu a través de la palabra fueron consideradas como parte del folclore, pero no
literatura. Estas afirmaciones han sido superadas en la actualidad por la ciencia literaria, que otorga
condición artística tanto a lo oral como a lo escrito.
En esta polémica se pueden apreciar las grandes divergencias entre el pensamiento europeo y el
latinoamericano. Se nota a la distancia la intención de demostrar que los civilizadores del territorio
precolombino fueron los europeos y que dieron la luz de la cultura y la ciencia a esta parte del mundo.
De esta manera demostrar que la literatura latinoamericana se inicia con la llegada de los íberos.
Aun cuando algunas escrituras aborígenes no se han descifrado todavía, la maya por ejemplo, y
a pesar de que ciertos pueblos no conocieron la escritura y sólo tuvieron arte oral, muchas expresiones
de las culturas indígenas sobreviven en nuestros días. Esta perduración por tres vías principales: 1)
mediante y traducciones al español efectuados por testigos coetáneos de la colonización y evangelización
con versiones aportadas por informantes; 2) a través de traducciones posteriores al castellano escritas
por descendientes mestizos; 3) por recopilaciones recogidas de la tradición oral, aún en nuestros días,
como sucede principalmente en Centroamérica y México y en la región de los andes sudamericanos. En
el territorio de Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile no quedan vestigios de las literaturas aborígenes,
pues allí habitaban pueblos ágrafos, pero ha sido posible recoger de labios de los descendientes, versiones
de cantos y leyendas primitivos, pese a las deformaciones probables operadas a lo largo de quinientos
años.

DESLINDE ENTRE LO FOLCLÓRICO Y LO LITERARIO

Para deslindar los conceptos de estas dos manifestaciones humanas, tomamos las versiones de
Loprete, quien nos manifiesta: Los especialistas distinguen ahora entre folclore literario y literatura
folclórica. El folclore literario es una parte del folclore total de un pueblo. Son las manifestaciones
literarias primitivas, populares, indígenas o hispánicas, de origen remoto, que la tradición ha conservado.
Dentro del folclore literario se consideran los cantares, cuentos, adivinanzas, oraciones, diálogos que se
dan en los bailes, dichos, refranes y otras formas más. No se conocen sus autores ni su antigüedad, y a
veces ni siquiera su procedencia. Sólo se conocen gracias a los cancioneros y recopilaciones.
La literatura folclórica, en cambio, está constituida por obras personales de autores identificados,
posteriores a la Conquista, de jerarquía artística, escritas en todo tiempo. Estas obras generalmente toman
temas que se dan en el folclore de un pueblo, región o nación. En el caso de Hispanoamérica existe el
folclore literario y la literatura folclórica.

APORTES LITERARIOS PRECOLOMBINOS

Dentro del contexto histórico de Latinoamérica, hay gran presencia de elementos culturales
precolombinos; por lo tanto, dentro de la literatura se hace notorio tales elementos, incluso en los tiempos
actuales. Estos componentes han sido señalados por la crítica, bajo la forma lingüística de vocablos y giros
idiomáticos incorporados al español y portugués de nuestros países (americanismos, mexicanismos,
peruanismos); formas poéticas como el yaraví y el huayno; ciertas particularidades fonéticas regionales;
temas míticos y legendarios. Pero de todos ellos el más destacable es la presencia del espíritu aborigen, la
cosmovisión, los sentimientos e ideas que subyacen en el fondo de muchas obras como es el caso del
panteísmo generalizado de algunas culturas, el dolorismo de los pueblos vencidos, la tristeza india y el
contexto geográfico de una naturaleza exuberante y maravillosa.
En cuanto a la contribución literaria en sí, ha sido menor por el estado ágrafo de muchas culturas
prehispánicas. En cuanto a lingüística y retórica, hay referencias en el uso de la oratoria, el énfasis
cuidadoso puesto en las lenguas empleadas en ritos y ceremonias, la preferencia por el empleo de los
sinónimos y frases repetitivas, así como el empleo de expresiones semipoéticas y simbólicas en ciertas
ocasiones.
Aunque el mestizaje con la cultura ibérica ha atenuado el alma indígena en determinados
aspectos, conviene estar advertidos contra el esquematismo crítico que ha menoscabado el perfil cultural
indígena, atribuyéndole una elementalidad e intelectualidad incompatible con las ideas religiosas o
filosóficas europeas. Hispanoamérica no puede explicarse sin indios, mestizos o mulatos, de la misma
manera que sin europeos e inmigrantes. A la par de manifestaciones de guerras floridas, los sacrificios
humanos, la grandeza militar y política, “existió también la otra posición, fundamentalmente
espiritualista, representadas por figuras como Nezahualcóyolt... y otros muchos señores y sabios, los
célebres tlamatinime”.
Los casos culturales maya e incaico han merecido análogas opiniones. No todo ha sido elemental
y tosco. “Los incas no eran unos primitivos, en la acepción de minusvalía... Ellos eran hombres de visión
realista, se les podría llamar hombres prácticos, mas eso no quita que tuviesen muy arraigadas sus
creencias religiosas, y vigentes los procedimientos mágicos”, ha dicho el especialista Luis E. Valcárcel,
destacando que percibían lo sobrenatural, los mundos de la naturaleza y de lo sagrado; en definitiva, lo
simbólico, sin que hubiera entre ellos una ruptura. A esto hay que agregar la gran figura del inca
Pachacútec y la labor de los haravicus y amautas en la cultura andina de los incas.
Penetrar en ese conglomerado de culturas requería el conocimiento de la extensa variedad de
lenguas regionales, tarea que fue cumplida en un principio por los misioneros. González Peña recuerda
que los frailes anotaban las palabras que iban conociendo en su trato con los niños, las traducían en
romance castellano, y así, poco a poco, llegaron a componer vocabularios y, luego, gramáticas
elementales, hasta que aparecieron los primeros filólogos. Este fue el primer eslabón lingüístico entre
España y América. Los misioneros no realizaban estas ingentes tareas siguiendo métodos científicos, sino
por experiencia y con sentido común. Cuando se introdujo la imprenta, comenzaron a imprimirse en
todo el continente, y constituyeron la base que con los años alcanzó un gran desarrollo.
Motolinía, el predicador franciscano, narra los recursos de los frailes cuando no conocían ni
ellos ni los indígenas las lenguas ajenas y se valían de carteles donde estaba dibujado los pecados, y los
naturales se confesaban señalando con un puntero el dibujo pertinente.
El fenómeno de la mezcla cultural ha ocurrido en todos los tiempos y lugares de la historia.
Cuando el pueblo invadido o conquistado tiene un elevado nivel de evolución, su influencia es inevitable:
lo nuevo y beneficioso es aprendido por los sometidos, y lo mismo sucede en sentido inverso. El gran
medio es siempre la lengua, pues no se conoce imperio sin unidad verbal.
México, Centroamérica y Perú, sedes de valiosas civilizaciones aborígenes, influyeron más sobre
la cultura española que los países del sur del continente, algunos en estado de salvajismo o barbarie en
los tiempos de la Conquista, como los de la cuenca rioplatense. Los traspasos de América a la metrópoli
son suficientemente conocidos y se han producido en el ámbito literario por incorporaciones en la lengua,
algunas formas y temas vernáculos, y la promoción de una literatura de las Indias. En el espiritual ha
influido sobre todo en la creación de una sensibilidad específica por lo americano, y en una más amplia
visión del mundo, caracterizada fundamentalmente por el asombro y el compromiso evangélico.

LITERATURA MAYA

Los mayas se establecieron en el continente americano por los años 2000 a 15000 antes de
Cristo, mucho antes que los mexicanos. Su territorio ocupaba la península de Yucatán, Guatemala,
Honduras y El Salvador. Se les conoce con el apelativo de los “griegos de América Antigua”, debido a su
gran desarrollo alcanzado en la astronomía, las matemáticas (inventaron el cero), calendarios y artes. Su
origen así como el abandono intempestivo de sus ciudades siguen siendo un misterio en la actualidad. Su
centro cultural fue la región de Petén, en el norte de Guatemala.
Llegaron a conocer la escritura. Consistente en un sistema de dibujos simbólicos y
convencionales, y que hasta ahora sólo se ha podido interpretar algunos de ellos. Fue el primer sistema
de escritura desarrollado en América. Escribían sus libros en una especie de papel fabricado a base de
fibras vegetales, siendo los volúmenes largas tiras, dobladas varias veces sobre sí mismas, que debían
desplegarlas para la lectura.
En cuanto a su producción literaria, los mayas escribieron gran
cantidad de obras, pero que muchas de ellas se han perdido y otras fueron
destruidas por los españoles en su nefasto proceso de extirpación de
idolatrías. En su generalidad, los pocos libros conservados son de difícil
interpretación, especialmente por su contenido mítico, religioso o histórico,
ignorado por los tratadistas modernos.

En estas obras, los mayas muestran su profunda inspiración poética


e imaginativa, un profundo sentido patriótico, y a cada paso aluden a sus
dioses y antepasados, la ciencia y convicciones del pueblo y la época. De la
diversidad de naciones mayas, los quichés de Guatemala y sus vecinos
cakchiqueles, en el siglo XV, son quienes han legado mayor cantidad de
muestras literarias.
Según el padre De las Casas, los indios de México y Guatemala tenían cronistas e historiadores
conocedores de los orígenes y la religión, la fundación de las ciudades, los hechos memorables de los
señores y los pueblos, formas de gobierno y demás asuntos de interés público.

OBRAS: Algunos de los textos conservados están escritos con jeroglíficos, por lo que no permiten una
interpretación al pie de la letra. Pero otros provenientes de la tradición oral, corren el riesgo de haber
sido distorsionadas por diferentes razones; pero las obras existentes permiten por lo menos conocer la
conciencia espiritual del pueblo maya.
Anales de los cakchiqueles, es un libro escrito en lengua maya con caracteres latinos, en el cual
se refiere a la historia de ese pueblo con datos religiosos y mitológicos mezclados. Los Libros de Chilam
Balam, son una serie de libros muy importantes en la historia de la literatura indígena maya. Fueron
redactados después de la Conquista por frailes españoles que adaptaron la fonología maya a la lengua
latina, y sus hojas en papel europeo están cubiertos en algunos casos, por tapas de vaqueta. Contienen
una miscelánea heterogénea de textos de carácter religioso, histórico, médico, astrológico, cronológico,
ritual, y también meramente literario, en conclusión, esta obra se constituye en un repertorio de la
sabiduría maya. Debido a que esta obra fue escrita por sacerdotes conocedores de la obra y de la lengua
maya, existen varias versiones de ellas. Siendo las más conocidas el Chilam Balam de Chumayel y el
Chilam Balam de Maní. Estos libros tenían el carácter de sagrados y eran leídos en ciertas ocasiones
especiales.
El Popol Vuh, libro sagrado de los quichés de Guatemala, en el cual se expresaba el origen del
mundo y de la raza maya, con la historia de los reyes. Contiene una mezcla de cosmogonía, religión,
mitología e historia. Se le conoce gracias a la traducción al castellano que hizo el sacerdote dominico
Francisco Ximénez a principios del siglo XVIII. Se ignora el nombre del autor indígena, pero por algunas
referencias históricas mencionadas en el libro, se presume que el original indígena se terminó de escribir
alrededor del año 1544.
El libro trata tres asunto principales: una narración de la creación del mundo y el origen del
hombre, que después de varios intentos fueron hechos de maíz; las aventuras de dos jóvenes, Hunahpú e
Ixbalanqué, cuya narración equivale casi a una novelita o cuento gracioso y termina con el castigo de los
malvados; y por último, una historia analítica de los pueblos indígenas de Guatemala, sus migraciones,
sus guerras y el triunfo del pueblo quiché sobre las otras tribus, antes de la llegada de los españoles, al
tiempo que hace una relación de la serie de reyes que gobernaban el territorio y sus guerras con los
pueblos que no aceptaban someterse a sus dominios.
Adicionalmente, incluye referencias a la raza tolteca, que venida de México invadió la península
de Yucatán, bajo el mando de Quetzalcoalt, en el siglo XI de nuestra era. Por su contenido puede ser
considerada como una Biblia Indígena, la cual ha sido comparada a las más célebres teogonías de la
literatura universal.
Rabinal Achí, de todas las obras teatrales que los mayas hayan dejado, sólo esta obra casi
completa ha llegado hasta nosotros. Es una historia danzante, con poca acción y abundantes parlamentos
entre los protagonistas, y donde las mujeres no hablan. Su tono es épico, solemne y heroico, cuyo tema es
el enfrentamiento entre dos guerreros importantes. El guerrero de Achí (Rabinal Achí) se impone en una
batalla al guerrero de Quiché (Quiché Achí), lo hace prisionero y los conduce delante de su padre. El
señor le concede al prisionero primero varios favores y luego lo hace ejecutar, según las leyes de la guerra.

LITERATURA NAHUA O AZTECA

La escritura nahua fue sucesivamente pictográfica, ideográfica o


simbólica, y más tarde fonética o casi fonética. La escritura nahua estaba en esta
última etapa de elaboración cuando llegaron los españoles.
La literatura nahua es conocida en la actualidad por la documentación
primitiva que ha subsistido a través de los años, consistente en códices pintados
en la época por los tlacuilos o escribanos pintores en hojas de piel de venado
raspada o en corteza de amate artesanalmente preparada, y que se doblaban a
manera de biombos y se extendían en el suelo para ser explicados o comentados.
Queda una veintena de ellos, pues fueron destruidos en su mayor parte por los
conquistadores para erradicar la idolatría y no perturbar su obra de
evangelización. Como su contenido era pictórico y estaba condicionado por la
palabra del comentarista, su valor textual es incierto.
Se dice que entre los nahuas llegaron a formarse verdaderos grupos de
escritores, de estos destacaron tres grandes centros culturales: Tenochtitlan, Tezcoco y Tlaxcala. En el
primero de ellos, que fue la capital, existió un verdadero movimiento intelectual, además de bibliotecas,
archivos y museos importantes. Los poetas y prosistas formaban verdaderas hermandades dedicadas al
cultivo del canto y otras especies artísticas. Lo escritores eran personas seleccionadas de acuerdo a su
conocimiento y calidad.

LA POESIA: este género estaba designado para el canto, no había poesía declamativa. En sus orígenes la
poesía se acompañó de un instrumento musical a semejanza de los griegos. Se dice que el corrido
mexicano actual tendría sus orígenes en las poesías cantadas de los nahuas. Según estudios últimos los
mexicas cultivaron la poesía netamente lírica y la narrativa.
La lírica de los nahuas versaba sobre asuntos religiosos como los himnos de reverencia y
adoración, ruegos, celebraciones, elogios. Como ejemplo se tiene el canto al nacimiento de
Huitzilopochtli. Fueron frecuentes también los de asunto filosófico, que servían al poeta para manifestar
su angustia frente al misterio cósmico y el fatalismo de tener que vivir una vida destinada a perecer, así
como toda la naturaleza.
Como recursos estilísticos hicieron uso del difrasismo, consistente en la expresión de un mismo
concepto, mediante dos o más términos sinonímicos con la finalidad de dar énfasis o perfeccionar la idea.
Ej. Estoy ebrio, lloro, sufro, sé, digo, pienso... Otro recurso es el paralelismo, procedimiento de repetir el
mismo pensamiento de un enunciado con frases de refuerzo para completar la idea. Ej. Que allá donde
hay muerte, allá donde se vence, allá vaya yo. El estribillo que consiste en repetir un verso al final de
ciertas estrofas, también fue de su predilección.
En cuanto al contenido y tono, la poesía nahua era reflejo de una tensión vital y vuelo metafísico,
hubo una delicadeza en la elección de imágenes como las flores, las aves, piedras preciosas, el sol, la luna.
Utilizaron la metáfora y las alusiones referidas al entorno de Anáhuac. Asimismo la suavidad y tersura
fonética de la lengua completaban el prestigio de la poesía mexicana aborigen. Como máximo
representante de los poetas nahuas se tiene a Nezahualcoyolt.

LA PROSA: gran parte de la literatura nahua está escrita en prosa, destacando los géneros de la historia,
la didáctica moral y la oratoria. Las obras históricas ocupan la mayor cantidad de las obras en prosa,
porque la historia, como en todos los pueblos, se constituye como la memoria colectiva de los sucesos y
personajes del pasado, desde la sencilla forma de los anales escritos para consignar los hechos año por
año hasta las piezas monumentales de “historia general” con preocupaciones científicas y artísticas,
pasando por biografías, genealogías, panegíricos, relaciones y otras modalidades. La literatura
concerniente a los hechos de la Conquista, las hazañas y sufrimientos de los indios, es de particular
importancia entre las obras de este ciclo, los cuales fueron publicados bajo el título de Visión de los
vencidos: Relaciones indígenas de la Conquista.
Entre las obras de didáctica moral se tienen las pláticas antiguas o discursos de los viejos, que
resumían la sabiduría de la raza con la finalidad de conservarla en la memoria de los jóvenes. Esta
literatura moral ha llamado la atención de críticos y lectores, ya que por su contenido recuerda a los
proverbios de varios libros del Antiguo Testamento. Estos son refranes, consejas, máximas, discursos de
instrucción de los ancianos a la juventud.

LITERATURA QUECHUA

Los quechuas o incas carecieron de un sistema de escritura


ideográfica o fonética. No se conservan rastros o fuentes de su
idioma original, por lo tanto, tampoco quedan documentos literarios
escritos. Sólo se disponen de supervivencias orales, muy
probablemente deformadas por el tiempo. El Inca Garcilaso, que
como mestizo de sangre real pasó la primera parte de su vida en el
seno del pueblo inca, y nos dice que “es una lástima que se pierda o
se corrompa una lengua tan galana”. Las únicas fuentes escritas
disponibles son los libros redactados por los españoles o por mestizos
bilingües de tiempos de la Conquista.
La poesía incaica se caracteriza por el panteísmo o adhesión
a la tierra, propio de una civilización agrícola – militar, en la que los animales, plantas y flores ocupan
un lugar importante. El espíritu de la mentalidad indígena es a veces difícil de comprender por el hombre
occidental, ya que los valores de ambos mundos son muy distintos.
Además del panteísmo, es perceptible en la poesía incaica una tristeza típica del indígena, que,
sin embargo, no tiene el mismo sentido que le da el hombre moderno. Por otra parte, casi no existe
diferencia para el alma indígena entre los conceptos de tiempo y espacio. Otra característica es un cierto
“franciscanismo” o amor especial que el indio siente por los animales que comparten el hogar casi en
calidad de hermanos.
Curiosamente la poesía quechua no exalta, sino por excepción a los grandes hombres del imperio
tahuantinsuyano. Como en otras civilizaciones antiguas, la poesía se acompañaba de la música y la danza.
Hubo dos clases de poetas: el poeta oficial de la corte, llamado amauta, y el poeta popular, profano, lírico
y bucólico, llamado haravicuc. El primero componía poesías rituales, de mayor valor literario y más
exquisita técnica literaria; mientras que el segundo era un vate popular, de menos dominio técnico y
compromisos en los temas a desarrollar.
Igualmente hubo dos clases de literatura: la oficial, que abarcaba los himnos del culto y
pensamiento filosóficos; y la popular, consistente en la poesía amatoria y de temas sociales y humanos.
La poesía religiosa fue transmitida por la tradición oral y complementariamente restaurada por los
quechuistas. Son frecuentes los himnos, las invocaciones y las alabanzas de los dioses, de intenso espíritu
religioso y una concepción superior de la divinidad. El cronista indio Santa Cruz Pachacuti ha transcrito
varias de esas poesías que en los tiempos actuales han sido reconstruidas por autores nacionales como
José María Arguedas.
Entre los géneros cultivados están: la poesía lírica donde se manifestaba el hondo sentimiento
provocado ya sea por la fertilidad de los campos, la bondad de los dioses, el desarraigo de la tierra natal,
generalmente expresados colectivamente y con música. Entre las especies líricas se tienen el aymoray,
canto destinado para celebrar la siembra y la cosecha; el haylli, canto jubiloso dedicado a las victorias
guerreras, a la grandeza de los dioses y a los trabajos colectivos; el harawi, canto de amor, de tristeza, de
separación; el aya taki, canto elegíaco de la muerte; el huancaylli, himno religioso; el waka taki, canto
pastoral para la fertilidad del ganado.
En cuanto a la narrativa, la épica fue el género preferido para exaltar los hechos heroicos del
pueblo, exaltar alegóricamente el origen de sus pueblos, caracterizado por su carácter histórico y
fantástico, en este género están los mitos y leyendas. Igualmente, dentro de este género están los cuentos
y las fábulas.
En lo referente al género dramático, el teatro fue una de las manifestaciones artísticas del pueblo
quechua. Ante esto, El Inca Garcilaso nos dice que se representaban comedias y tragedias en las grandes
festividades: las comedias tenían un carácter familiar y agrario, en tanto que las tragedias servían para
representar hechos guerreros y heroicos. Las representaciones teatrales solían hacerse delante del Inca y
su corte.
La obra más conocida y difundida del teatro quechua es el drama Ollantay, de carácter heroico.
Sobre su origen hay varias hipótesis, entre las que destacan: la incásica, que sostiene que su origen es
enteramente incaico y que fue conservado gracias a la tradición oral. Son sus defensores: Von Tschudi,
Barranca y Pacheco Zegarra. La hispanista, que dice que el drama fue elaborado durante la Colonia y
que tiene elementos técnicos y lingüísticos propios del teatro español. Son sus defensores: Mitre, Riva
Agüero y Vidal Martínez. La ecléctica, que manifiesta que el argumento es inca y que la técnica teatral es
española. Defienden esta tesis: Luis A. Sánchez y Ricardo Rojas. Este drama es una de las escasas
composiciones auténticas de la América incaica escritas en lengua originaria con signos latinos.

EL MITO DE INKARRÍ

Era un tiempo en que no existía el sol, y moraban en la tierra hombres cuyo poder era capaz de
hacer marchar a voluntad las rocas, o convertir las montañas en llanuras, con el solo disparo de sus
hondas. La luna irradiaba en la penumbra, iluminando pobremente las actividades de aquellos seres
conocidos con el nombre de “ñaupa-machu”.
Un día, el Roal, o espíritu creador, Jefe de los Apus, les preguntó si querían que les legara su
poder. Llenos de soberbia, respondieron que tenían el suyo y no necesitaban otro. Irritado por tal
respuesta, creó el sol y ordenó su salida. Aterrados los “Ñaupa” y casi ciegos por los destellos del astro,
buscaron refugio en pequeñas casas, la mayoría de las cuales tenían sus puertas orientadas hacia el lugar
por donde haría de salir diariamente el sol, cuyo calor los deshidrató, paulatinamente, convirtiendo sus
músculos en carnes resecas y adheridas a los huesos. Sin embargo, no murieron, y son ahora los “soq’as”
que salen de sus refugios algunas tardes, a la hora en que el sol se pone en el ocaso, o en oportunidades
de luna nueva.
La tierra se volvió inactiva y los Apus decidieron forjar nuevos seres. Crearon a Inkarrí y Qollari,
un hombre y una mujer llenos de sabiduría. Dieron al primero una barreta de oro y a la segunda una
rueca, como símbolos de poder y laboriosidad.
Inkarrí había recibido orden de fundar un gran pueblo en el lugar en que, arrojada la barreta
quedara inhiesta. Probó la primera vez y ella cayó mal. La segunda fue a clavarse entre un conjunto de
montañas negras y las orillas de un río. Cayó oblicua y sin embargo, decidió levantar un poblado que fue
el de Q’ero. Las condiciones no eran muy propicias y en la misma creyó conveniente alzar su capital,
empeñándose afanosamente en la construcción de la que hoy son las ruinas de “Tampu”. Fatigado de su
labor, sucio y sudoroso, quiso bañarse, pero el frío era intenso. Decidió entonces hacer brotar las aguas
termales de “Upis”, construyendo unos baños que aún existen.
Inkarrí levantaba su ciudad contraviniendo el mandato de los Apus, y éstos, para hacerle
comprender su error, permitieron que los “Ñaupa”, que observaban llenos de envidia y rencor a Inkarrí,
cobraran nueva vida. Su primer deseo fue el de exterminar al hijo de los espíritus de las montañas.
Tomaron gigantescos bloques de piedra que los hicieron rodar por las pendientes, en dirección al lugar
en que él trabajaba. Aterrado Inkarrí, huyó despavorido hacia la región del Titicaca, lugar cuya
tranquilidad le permitió meditar. Volvió de nuevo con dirección al Vilcanota, y deteniéndose en las
cumbres de La Raya, lanzó una barreta por tercera vez, y esta fue a clavarse vertical en el centro de un
valle fértil. Aquí fundó el Cuzco, radicando en él por largo tiempo.
Q’ero no podía quedar olvidado, y el primogénito de sus hijos fue enviado allá para poblarlo.
Sus demás descendientes se esparcieron por diferentes lugares, dando origen a la estirpe de los Incas.
Cumplida su labor, decidió salir nuevamente en compañía de Qollari, para enseñar a las gentes su saber,
y, pasando nuevamente por Q’ero, se internó en la selva, no sin antes dejar testimonio de su paso en las
huellas que se ven en “Mujurumi” e “Inkaq Yupín”.
Versión del informante Carmen Pholores, recogida en Q’ero, Paucartambo, Cuzco, en 1955, publicada con el texto quechua en
Ideología mesiánica del Mundo Andino, Antología de Juan M. Ossio A., Lima, Edición de Ignacio Prado Pastor, 1973, pp. 277-279.

OTRAS LITERATURAS DE PUEBLOS AMERICANOS

La Guarania, actual Paraguay y parte de Brasil, es una región selvática,


cuyos primeros habitantes tampoco tuvieron escritura. Este pueblo
comprendía dos grandes etnias: los tupis y los guaraníes, quienes vagaban por
la selva o vivían en tolderías de pocas personas. No eran belicosos y recibieron
en general con hospitalidad a los españoles, quienes se mezclaron con sus
mujeres, conformando el actual pueblo paraguayo. La lengua aborigen ha
sobrevivido hasta nuestros días y es hablada a la par del castellano.
Su literatura estaba reducida a letras de cantos y danzas, poesías
narrativas, himnos, oraciones ceremoniales y mágicas, poemas didácticos,
adivinanzas, piropos, chanzas. En prosa tenían sus cuentos y leyendas. Las numerosas recopilaciones
rastreadas muestran la peculiar sensibilidad de esos pueblos, religiosos, de una dulzura típica y
conversadores.
Los araucanos habitantes de la Araucania, hoy Chile, fueron, por el contrario, el pueblo más
belicoso de Sudamérica. Vivían en toldos de cuero, peleaban y guerreaban con fiereza, eran muy
orgullosos de su raza y tenían predilección por las narraciones y los discursos. Fueron famosos por su
memoria. Su literatura, como ágrafos que fueron, se mantuvo en el campo de la oralidad, que ahora
pervive en el campo del folclore de su país. En esencia, lo que queda de los araucanos es poco, comparado
con los indígenas de México o el Perú, por lo que muchos críticos señalan que estos pueblos no llegaron
a ese alto grado de desarrollo intelectual y emocional.
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CAPÍTULO II

LITERATURA COLONIAL
EL SIGLO XVI: CRONISTAS, ANTICUARIOS E HISTORIADORES

En el siglo XVI nace la nueva literatura americana


conjuntamente con la historia y la crónica. De igual modo surge un
torrente de escritores con un nuevo enfoque del mundo y con distinta
sensibilidad debido a la visión maravillosa que tienen del nuevo
continente.
Entre dichos escritores hubo importantes diferencias, según la
naturaleza de sus obras. Los cronistas, se ocuparon de narrar los sucesos
del descubrimiento y la Conquista de las nuevas tierras en los que
intervinieron como actores, testigos o informantes de primera fuente.
Entre estos tenemos los que integran el ciclo mexicano: Hernán Cortés,
Bernal Díaz del Castillo. El ciclo peruano: Pedro Cieza de León. El ciclo
rioplatense: Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Ruy Díaz de Guzmán. El ciclo
antillano: Cristóbal Colón.
Casi simultáneamente con los cronistas actuaron los historiadores, que sin haber intervenido
directamente en las campañas, recopilaron materiales escritos de la época. Recogieron testimonios
verbales de actores y testigos y escribieron, en España o en América, obras históricas sobre el nuevo
continente. Entre estos se tienen: Francisco López de Gómara (1511 – 1557) con su obra Historia general
de las India y conquista de México. Antonio de Herrera (1549 – 1625) con su obra Historia general o
Décadas. Gonzalo Fernández de Oviedo (1478 – 1557), el primer autor de una historia general con
preocupación por la naturaleza y el hombre en su Historia general y natural de las Indias, y el jesuita
José de Acosta (1539 – 1599), que recogió en su Historia natural y moral de las Indias que es una valiosa
información proveniente de su acción apostólica.
En ciertos casos estas obras fueron compuestas como una obligación de las funciones de cronistas
oficiales que cumplían en la península. Al lado de las obras generales que versaban sobre todas las tierras,
se escribieron historias regionales sobre un determinado país.
Una tercera clase de autores ha sido incluida en la categoría de anticuarios, ya que sin haber
intervenido en las gestas se dedicaron a estudiar y describir los pueblos aborígenes, sus costumbres,
naturaleza, civilización, religiones y otros aspectos particulares de las culturas nativas.

CRISTÓBAL COLÓN (1451? – 1506). Cronológicamente considerado como el primer escritor en lengua
española en América. Se conservan diversos escritos de él, en particular su Diario de viaje, escrito durante
el primer viaje de descubrimiento, que es, por esta razón, la primera obra escrita en la literatura
hispanoamericana. No se conserva el texto original de esta obra, pero figura compendiada en la Historia
de las Indias, escrita por el padre Bartolomé de las Casas. Día por día la hazaña del descubrimiento es
descrita por su autor. En algunas partes dicho Diario no es textual pues sólo presenta un resumen de los
que decía el original transcrito por las Casas. Pero en los pasajes importantes el sacerdote compilador
reproduce fielmente, entre comillas, lo que decía el original colombino. Hasta ahora, este documento se
considera auténtico y única reproducción del original.
El Diario es un documento histórico y lingüístico, pues aparte de mostrar el idioma de la época
y el estilo colombino revela el concepto de la aventura, la actitud psicológica frente a las eventualidades
de la expedición y, particularmente, el sentido cristiano que adjudicaba a su misión de cristianizar a los
aborígenes y someter las nuevas tierras al imperio de los Reyes Católicos.
Todo es narrado con minuciosidad: la desconfianza de los marinos, y el temor a lo imprevisto;
su estratagema de no mencionar exactamente las distancias recorridas; la aparición de restos de vegetales
al aproximarse a la costa; el premio ofrecido a quien viera por primera vez la tierra; el desembarco; su
trato con los aborígenes; las expediciones en las Antillas para reconocer el máximo posible de tierras; la
actitud de sorpresa de los indios que los consideraban venidos del cielo; el sistema de rescate establecido
para obtener oro a cambio de cuentas de vidrios, collares, sonajas, cascabeles, sortijas de latón y otras
pequeñeces; el desconocimiento de la lengua para comunicarse con los naturales; las órdenes estrictas
dadas a su tripulación de no atacar ni robar ni dañar; el cambio de comidas con los indios; su
desconfianza por los aborígenes que se mostraban tan sumisos; la sorpresa ante la fauna y la botánica
desconocidas en Europa; la magnificencia de la exótica naturaleza americana, los ríos, las montañas, los
puertos; el aire suave; la desobediencia, codicia y ambición de los hermanos Pinzón; la pérdida de una
carabela; la construcción de un fuerte, y el regreso a Europa con indios y objetos de la región.
Colón tiene un lugar en la historia de la literatura hispanoamericana, no por escritor ni por
“descubridor de América”, sino por haber sido el primero que escribió sobre el Nuevo Mundo. Su
admiración por el continente es de todos conocida: “... Certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo
que no hay mejor gente ni mejor tierra...”

HERNÁN CORTÉS (1485 – 1547). Considerado como el típico héroe español de la Conquista. Militar
arriesgado que fue al mismo tiempo, un elegante y vívido cronista de su propia hazaña. Vino al Nuevo
Mundo en busca de aventuras y éxito. Estuvo en Santo domingo y Cuba, y desde allí partió a Tierra Firme
malquistado con su gobernador. Con unos seiscientos hombres y la ayuda de una joven de sangre
indígena llamada Malinche, conquistó el fabuloso imperio azteca.
Cortés despachó cinco Cartas de relación al emperador
Carlos V, entre 1519 y 1526, en las cuales rendía informes sobre la
marcha de la Conquista de las nuevas tierras y las decisiones tomadas
en materia de colonización y administración. Estas cartas, que
fueron publicadas mucho más tarde, son interesantes documentos
por las revelaciones que contienen y permiten apreciar el complejo
mundo espiritual de este héroe conquistador, hombre capaz de
oscilar en su comportamiento entre la dulzura comprensiva y la
represalia ejemplarizadora más cruel. La primera de las cartas no se
ha haladlo, y se la reemplaza con una relación enviada al emperador
por la Justicia y Regimiento de la villa Rica de la Vera Cruz.
La más notable por su valor histórico y literario es la segunda (1520), en la cual relata el
desembarco en México y las luchas que condujeron a la toma de Tenochtitlan, actual ciudad de México.
El contenido de las cartas es complejo y en ellas se transparenta Cortés, mezcla de místico, héroe
y artista. Por supuesto, tratándose de informes dirigidos al rey, Cortés deja a salvo su propia persona y
justifica sus actos contra los aborígenes y contra los propios españoles rebeldes. Asimismo revela su
acendrado catolicismo y fe en la providencia divina, a la que considera de parte de ellos.
Desde el punto de vista literario, Cortés reveló ser un diestro escritor de epístolas, casi al estilo
de los humanistas de la época. Este epistolario es terso, ameno y sobrio. No hay desmesura ni exageración,
ni tampoco vanidad. No hace alarde de las propias hazañas, que fueron ingentes, y narra los hechos y
sucesos con una serenidad casi burocrática y un estilo puro y simple. Si la prosa histórica de Cortés no
reflejara atributos peculiares y personales, el olvido se habría apoderado de sus Cartas como de tantas
otras crónicas escritas.
Cortés fue el historiador de su propia hazaña, y esto le confiere a sus Cartas de relación una
seducción especial. Sorprende por las revelaciones que efectúa. Con una naturalidad y razonamientos
superados por las posteriores ideas de la civilización, declara las atrocidades de la guerra emprendida, la
piedad por las víctimas inocentes, los actos de heroísmo por una y otra parte, la indecisión de la conducta
de Moctezuma acorralado en sus propias convicciones contradictorias; el heroísmo y la fidelidad de
Cuauhtémoc a su pueblo, el ajusticiamiento penoso de algunos señores para afirmar el escarmiento
mortal como recurso de guerra; la toma increíble de Tenochtitlan, su firmeza inconmovible en la
represión de la traición entre propios y extraños, las astucias en los campos de batalla y de la diplomacia;
las luchas internas contra Velásquez (gobernador de Cuba) y sus adictos; las rogativas continuas a Dios
para que proteja a sus tropas del desastre; las intrigas palaciegas en la Corte de España entre sus opositores
y sus partidarios, las penurias en la expedición a las Hibueras, la codicia de oro entre sus hombres, la
recepción gloriosa en su primer viaje a España y el consiguiente ocaso de su fama; en fin, la condición
dramática de un hombre en guerra por la posesión de un territorio y la propagación de una nueva fe.
Cinco fueron las cartas que envió a la Corona: la primera (1519), enviada a la reina doña Juana
y al emperador Carlos V, donde relata los acontecimientos en Tierra Firme. La Segunda (1519), donde
manifiesta sus primeros contactos militares y su fidelidad a la Corona. La tercera (1522) donde relata la
retirada de Tenochtitlan en la “noche triste” y su decisión de tomarla al asalto. La cuarta (1524) donde
comunica su decisión de organizar el estado conquistado. Y la quinta (1526) en la que narra su penosa
expedición a las Hibueras (Honduras).
Las epístolas de Cortés se distinguen por la destreza estilística en que están redactadas, por algo
había estudiado dos años en la Universidad de Salamanca, no levanta el tono a niveles encomiásticos y
oratorios y oratorios, pero tampoco deja de decir su mensaje defensivo, dentro del estilo de respeto
monárquico y reiterada declaración de absoluto sometimiento a la autoridad real. Consideradas con
criterio crítico moderno, por momentos serían objetables las reiteraciones temáticas y la longitud de las
oraciones y párrafos.

FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS (1484 – 1566)


Fraile dominico español, cronista, teólogo, obispo de Chiapas (México) y gran defensor de los
indios. Nació en Sevilla. De sus primeros recuerdos sobre el Nuevo Mundo, retenía en la memoria la
imagen de aquellos siete indios, que acompañaban a Colón en 1493 en Sevilla, "los cuales yo vide en
Sevilla y posaban junto al arco que se dice de las imágenes, situado junto a la iglesia de San Nicolás.
Llevaban papagayos verdes, muy hermosos y coloreados y guaizas, que eran unas carátulas hechas de
pedrería de huesos de pescado".
Se ha especulado mucho acerca de sus estudios. No consta que acudiera a la Universidad ni que
poseyera el título de licenciado cuando se embarcó para las Indias en 1502. Más probable es que estudiara
en algún colegio de Sevilla latinidad y humanidades.
A principios de 1502, Bartolomé de Las Casas, se embarcó a América con fines económicos.
Actuaba como un colono más: fue minero y encomendero en La Española, además de colaborador en las
guerras de Jaraguá y del Higüey. Tuvo hacienda e indios en las orillas del río Janique y hasta 1514 siguió
siendo estanciero.
Entretanto, en 1507, regresó al Viejo Mundo y marchó a Roma, donde recibió las órdenes
sacerdotales. Participó en la conquista de Cuba como capellán de los conquistadores, y recibió una buena
encomienda que atendió hasta 1514. Más tarde renuncia a los indios de su repartimiento por razones de
conciencia. Estaba convencido de que debía "procurar el remedio de estas gentes divinalmente ordenado".
Se sentía predestinado para esta misión. Viaja a España con la finalidad de denunciar la encomienda y sus
abusos. Se le nombró "procurador o protector universal de todos los indios de las Indias". Tenía un proyecto
de colonización pacífica, para lograr la evangelización y reconocimiento de los naturales al Rey de España
como su soberano.
Un año después, Las Casas decidió ingresar en la orden de predicadores. La vida conventual le
proporcionó a fray Bartolomé tiempo para el estudio y la iniciación de sus primeras obras escritas. Además
de algunos memoriales que había redactado ya haciendo denuncias y proponiendo remedios, dio entonces
comienzo a su Historia de las Indias, que habría de prolongarse hasta 1552, por lo menos.
A partir de 1531 comenzó a predicar en Puerto de Plata contra los colonos españoles, los cuales
consiguieron que sus superiores lo trasladaran a Santo Domingo. En esta capital, en 1533, consiguió la
rendición del cacique Enriquillo, sublevado desde 1519. A finales de 1534, fray Bartolomé y otros tres
dominicos emprendieron un viaje al Perú para trabajar en defensa de los indios y fortalecer también las
actividades de su orden. Una serie de dificultades impidió a Las Casas llegar a su destino. En lugar de ello,
estuvo en Panamá, Nicaragua y México (1536).
De allí pasó a Guatemala, en donde residió poco menos de dos años. En ese lugar escribió otra de
sus obras más importantes, la intitulada De unico vocationis modo, conocida en español como Del único
modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión. En ese largo tratado la tesis central era que la
única forma de promover la conversión de cualquier ser humano no era otra que la vía de la persuasión y
jamás valiéndose de las armas o de cualquier otra manera de violencia. Proceder así sería actuación
"temeraria, injusta, inicua y tiránica". En paralelo con lo que escribía, acometió entonces el proyecto de
penetración pacífica en la región de Tezulutlán, considerada hasta entonces como tierra de guerra en
Guatemala. La entrada en la que se llamaría la Vera Paz, implicaba la prohibición de que ningunos otros
españoles podrían pasar a ella en tanto que allí se efectuaba la conversión de los indígenas en términos del
único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, por medio del diálogo y la persuasión.
Por el año de 1540, Las Casas obtuvo que se expidieran varias reales cédulas que favorecían los
trabajos de su misión en Tezulutlán. Por ese tiempo escribió su célebre Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, así como la obra que se conoce como Los dieciséis remedios para la reformación
de las Indias. Residiendo en Valladolid, estuvo en contacto con el emperador Carlos V (el rey español
Carlos I), al que había conocido veinte años antes. Éste, prestando oídos a las demandas de Las Casas,
convocó a las que se conocen como Juntas de Valladolid en las que fray Bartolomé, según se dice, presentó
su Brevísima relación de la destrucción de las Indias y los ya mencionados Dieciséis remedios.
Consecuencia de lo que allí se discutió, fue la promulgación el 20 de noviembre del mismo 1542
de las que fueron conocidas como Leyes Nuevas. En ellas se prohibía la esclavitud de los indios, se
ordenaba además que todos quedaran libres de los encomenderos y fueran puestos bajo la protección directa
de la Corona. Se disponía además que, en lo concerniente a la penetración en tierras hasta entonces no
exploradas, debía participar siempre dos religiosos que vigilarían que los contactos con los indios se
llevaran a cabo en forma pacífica dando lugar al diálogo que propiciara su conversión.
Consagrado obispo en Sevilla, se embarcó en julio de 1544 con rumbo a La Española de donde se
dirigió a su diócesis en una travesía que lo llevó a desembarcar en Campeche. Establecido ya en Ciudad
Real de Chiapas, quiso enterarse desde un principio acerca de la conducta de sus feligreses con los
indígenas.
Redactó entonces los doce puntos de su Confesionario que publicaría más tarde con el título de
Avisos y reglas de confesores. Al percatarse de la situación imperante en Chiapas, dispuso que nadie
pudiera absolver a quienes tuvieran indios esclavos. Esto provocó reacciones extremadamente adversas.
Las Casas excomulgó a los encomenderos y a quienes se oponían a lo dispuesto por él. Viajó nuevamente
a España a principios de 1547. Residiendo en Valladolid continuó la redacción de su Historia de las Indias.
En una junta de teólogos, expertos en derecho canónigo y miembros de los
consejos de Castilla y de las Indias propuso discutir las formas de cómo debía
procederse en los descubrimientos, conquistas y población en las Indias. Participaron
en la Junta, además de Las Casas, Juan Ginés de Sepúlveda, fray Domingo de Soto,
fray Melchor Cano y fray Bartolomé Carranza. Tanto fray Bartolomé como Sepúlveda
expusieron allí sus ideas. Escritos muy diferentes se derivaron de esa Junta. Uno fue
el texto que redactó Sepúlveda como apoyo de otro trabajo suyo escrito poco antes,
intitulado Demócrates alter, en el que sostenía que los indios, como seres inferiores,
debían quedar sometidos a los españoles. El otro escrito de fray Bartolomé fue la
Apología, texto clave en las discusiones. La Junta quedó inconclusa y por ello volvió
a convocarse el año siguiente.
Renunció a su obispado de Chiapas para consagrarse más libremente en
España a la terminación y publicación de sus obras, así como a la obtención de cédulas
reales en favor de los indios, de modo especial de los que habitaban en Tezulutlán. Así, en 1552, obtuvo el
envío de otros misioneros a las Indias; además logró la publicación de una serie de tratados entre ellos la
Brevísima relación de la destrucción de las Indias, el Confesionario, El tratado sobre esclavos y otros que
aparecieron en Sevilla en el mismo 1552. Residiendo allí tuvo a su alcance la llamada Biblioteca
Colombina, en la que pudo consultar libros y manuscritos que le permitieron avanzar en la redacción de su
Historia de las Indias. Fue también entonces cuando, como trabajo complementario, inició la redacción de
la que se conoce como Apologética historia sumaria, verdadero tratado de antropología comparada en el
que, poniendo en parangón a las culturas indígenas con las de la antigüedad clásica, subraya las virtudes y
grandes merecimientos de los habitantes del Nuevo Mundo.
Los últimos años de su vida los pasó en Madrid. Había concluido ya para entonces la Historia de
las Indias. Todavía escribió varios memoriales, así como la obra que intituló De thesauris, en la que
cuestionaba el supuesto derecho de propiedad, tanto de los tesoros derivados del rescate del inca Atahualpa,
como de aquellos otros encontrados en los sepulcros o guacas de los indígenas. En febrero de 1564 hizo
su testamento y todavía pudo escribir un memorial al Consejo de Indias reafirmándose en todo lo que había
expresado en defensa de los indios. El 17 de julio de 1556 murió fray Bartolomé de Las Casas. Este
religioso dedicó su vida a la defensa de los pueblos indígenas, es hoy reconocido universalmente como uno
de los precursores en la teoría y en la práctica de la defensa de los derechos humanos.
El libro del escándalo: Brevísima relación de la destrucción de las Indias, considerado como su
obra más importante a pesar de su brevedad, es válido literariamente como el primer ejemplo del ensayo
del indigenismo, que en su proyección artística adoptaron prosistas y líricos de las generaciones posteriores.
Es una denuncia contra los conquistadores, capitanes y encomenderos, no mencionados por sus
nombres, aunque algunas veces identificables por los lugares de su actividad, que el padre de Las Casas
presenta al Rey para que tome conocimiento de las iniquidades que se cometen, les ponga remedio y se
castigue a los culpables. Afirma que hace esto para que las almas redimidas por la sangre de Cristo no
perezcan y se salven, para evitar el castigo divino por los grandes pecados cometidos, y por amor a su
patria, Castilla. Las calamidades denunciadas comprenden a las Antillas, Tierra Firme, Guatemala,
Honduras, Florida, Río de la Plata, Perú y Nueva Granada, y constituyen una inimaginable repertorio de
atrocidades, desde las matanzas realizadas en las más increíbles formas, a fuego, espada y horca, hasta las
menos truculentas consistentes en agobiar a los indios con “infernales tributos”.
Refiere casos demostrativos en abundancia, región por región, y saca a la luz todos los tipos de
crímenes: robos de oro correspondiente al Rey, impedimentos a los religiosos en sus misiones de
conversión, entradas en procura de esclavos para el servicio personal de los encomenderos, trampas en los
repartimientos de indios.
Para Las Casas los indios son “vivos de entendimiento, muy capaces y dóciles para toda buena
doctrina, aptísimos para recibir nuestra santa fe católica y ser dotados de virtuosas costumbres”. La prédica
del dominico impresionó a Carlos V, quien constituyó una comisión para estudiar el caso y, mediante
nuevas leyes, prohibió los excesos, ordenó pagar sus servicios y estableció que debía tratárselos como
vasallos de la Corona y no como esclavos. Su hijo Felpe II, comprendiendo que no podía prescindir del
trabajo indígena en la gigantesca obra de la colonización, dispuso que fueran “repartidos” en aldeas y
predios y “encomendados” a hombres distinguidos de la colonia, quienes estaban obligados a protegerlos,
educarlos, instruirlos en la religión y hacerlos trabajar. De Las Casas, sostuvo una polémica con Sepúlveda,
quien consideraba a los indios representantes de una raza inferior y sostenía el derecho de los españoles a
conquistarlos y convertirlos por la fuerza. En cambio, aquel sostenía que los indios eran seres racionales
que no debían estar sujetos a la sumisión, y en las luchas de la conquista no podían considerárseles rebeldes
y castigarlos, porque no es rebelde si antes no ha sido súbdito.
Por tales razones se le culpa de ser gestor de la “leyenda negra” de la conquista., porque las cifras
millonarias de víctimas proporcionadas por el fraile son exageradas, que dramatizó en exceso los abusos
cometidos, quizás para impresionar a las autoridades, y que el despoblamiento de las Indias se debió
también a las epidemias, de viruela en particular, la miseria, la disminución de la agricultura, la falta de
comercio y comunicaciones, y el alcoholismo. Pero también que los principales cargos del padre de Las
Casas serían difíciles de negar. Muchos estudios recientes han reivindicado las glorias pasadas de España,
así como la legitimidad del derecho de los naturales a guerrear contra los conquistadores, y la figura de este
apóstol de los indios se ha ido depurando de sus antiguas imputaciones de fanático y perturbado.

CRÓNICAS LITERARIAS

BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO (1495-1584), conquistador español y célebre cronista de Indias,
participó y narró la conquista de México. Nació en Medina del Campo (Valladolid). Pasó al Nuevo Mundo
acompañando a Pedro Arias Dávila en 1514. Al parecer estuvo con éste
algún tiempo en Nombre de Dios, Panamá. De allí viajó a Cuba, donde
gobernaba Diego Velázquez, que le ofreció, al igual que a otros
españoles, indios en encomienda, lo que nunca se cumplió. Deseoso de
aventuras, se unió a la expedición de Francisco Hernández de Córdoba,
emprendida en febrero de 1517. Fue en ese año cuando tuvo sus
primeros contactos con el gran país que más tarde se llamaría Nueva
España. De hecho en esa expedición pudo percatarse de la existencia de
ciudades en el ámbito de Yucatán. De regreso en Cuba, un año más
tarde, volvió a salir esta vez en compañía de Juan de Grijalva.
Su entrada definitiva en México tuvo lugar en 1519 cuando se embarcó en la expedición
capitaneada por Hernán Cortés. Hallándose bajo las órdenes directas de Pedro de Alvarado, tomó parte en
no pocos de los principales hechos de la conquista. Hombre dotado de una memoria extraordinaria, habría
de recordar muchos años después todos esos episodios y decidió ponerlos por escrito. Ello ocurrió cuando
se hallaba ya en Guatemala, en donde contrajo matrimonio en 1544 con Teresa Becerra, hija de quien había
sido conquistador y alcalde ordinario de Guatemala. Bernal hizo dos viajes a España en demanda de
mercedes, en el segundo de los cuales participó en las juntas que, sobre la esclavitud de los indios,
perpetuidad de encomiendas y tributos, se celebraron en Valladolid en 1550. De regreso en Guatemala, al
no lograr que el presidente de la Audiencia satisficiera lo que pretendía haber obtenido en España, prosiguió
en su lucha por los que creía ser derechos inherentes a sus méritos de conquistador.
Hay indicios para afirmar que hacia 1557 había empezado a escribir su crónica sobre la conquista
de México. Elegido regidor, Bernal concurría a las sesiones de Cabildo según lo muestran las actas suscritas
por él. Revisando su obra una y otra vez, la dio al fin por concluida en 1575. Intitulada Historia verdadera
de la conquista de la Nueva España, incluye un vívido relato de los principales acontecimientos de ella,
desde su comienzo hasta la caída de México-Tenochtitlán y otros aconteceres que a ella siguieron. La
Historia es una obra excepcional de la narrativa histórica colonial, Bernal Díaz transmite sus experiencias
visuales con nitidez y en sus mínimos detalles, y ellas permiten reconstruir imaginativamente importantes
trozos de aquella civilización: los templos, las calzadas, palacios lugares públicos, embarcaciones,
vestimentas. Similar atractivo ofrecen sus vividas narraciones de las costumbres y usos de los rivales, sobre
todo los impresionantes sacrificios, las torturas de los prisioneros, las peleas cuerpo a cuerpo y las batallas;
los descansos y estratagemas de los combatientes, las reparticiones del botín. Instintivamente el autor las
enriquece con la reproducción de los diálogos y el esclarecimiento de los pensamientos de los actores.
Todo está dicho con la rudeza de un estilo natural e inocente, desaliñado muchas veces, despojado de todo
artificio como sucede en un diálogo cotidiano. Si la conquista puede conocerse mediante unas buenas
páginas históricas, la mejor manera de vivirlas es en este libro.
No en vano ha despertado tantos encomios en todos los tiempos. Es seguramente uno de los libros
más rescatables de toda la literatura colonial, que participa de varios géneros sin pertenecer propiamente a
ninguno de ellos, porque es al mismo tiempo crónica, novela, autobiografía, epopeya, confesión. “Obra
maravillosa y única en su género en todas las literaturas”, se ha dicho de ella.
ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA (c. 1490-c. 1557), explorador español, nacido en Jerez de la
Frontera (Cádiz). En 1527 fue nombrado tesorero de una expedición real compuesta de 300 hombres y
capitaneada por Pánfilo de Narváez, cuyo objetivo era la conquista y colonización de la península de
Florida. La expedición llegó a la bahía de Tampa hacia el mes de abril de 1528, desde donde inició el
recorrido por tierra hasta la bahía de Apalachee, en un intento de llegar a México. Durante los dos años
siguientes murieron más de la mitad de los hombres y Cabeza de Vaca se convirtió en el cabecilla de la
expedición. Con el pequeño grupo de supervivientes llegó a una isla, probablemente la de Galveston, a la
altura de la actual Texas, donde fueron capturados por los indígenas. A principios de 1535, Cabeza de Vaca
y otros tres supervivientes lograron huir y emprendieron un largo viaje a través de lo que es ahora el
suroeste de los Estados Unidos y el norte de México. En el año 1536 consiguieron llegar a un asentamiento
español en el río Sinaloa, en México. En 1537 Cabeza de Vaca regresó a España, y como recompensa fue
nombrado gobernador del Río de la Plata, en el extremo meridional de Sudamérica.
Entre 1541 y 1542 estuvo al frente de una expedición que recorrió 1.600 km, a través del sur de
lo que es hoy Brasil, hasta Asunción, la capital de Río de la Plata. Tomó posesión
como gobernador de la provincia en 1542, pero dos años después, como resultado
de una revuelta, fue expulsado. En 1544 tuvo que volver a España bajo la orden
de arresto y, poco después, fue desterrado a África, hasta que en 1556 obtuvo el
perdón y una pensión. Su relato de la expedición de Narváez, Relación (1542), y
sus narraciones sobre la ciudad de Zuñi y sus pobladores, una de las legendarias
Siete Ciudades de Cibola, sirvió de aliciente para otras expediciones al continente
americano, en especial las de los exploradores Hernando de Soto y Francisco
Vázquez de Coronado.
Los relatos de esas aventuras, primero por la península, en seguida por
las costas del golfo de México y finalmente por Tierra Firme, a través de selvas,
praderas y montañas constituyen la primera parte del libro Naufragios. Los
sucesos referidos tienen el encanto de una novela de aventuras y muestran al protagonista esclavo de los
indios, después como mercader internado en los pueblos indígenas durante seis años, comerciando con
ellos, y curando con oraciones a los enfermos que le atribuían poderes mágicos. Finalmente, el aventurero
se reúne con algunos sobrevivientes españoles y un negro africano que encuentra en el camino; emprende
en su compañía la marcha hacia el oeste, rodeado de una multitud de indígenas que los veneran y agasajan
como seres sobrenaturales. Esta cautivante odisea es un muestrario de penurias, hambre, enfermedades,
costumbres bárbaras, fugas, robos y hechos menudos que valen como cuentos intercalados. Esta primera
parte circuló en un principio, en España, en diversas formas.
Cuando Álvar Núñez le agregó, con los años, el relato de las hazañas posteriores que desarrolló
en el Río de la Plata, Comentarios, el libro alcanzó la forma definitiva con que se le conoce. La difusión
por el país y el extranjero fue rápida y la obra se convirtió en el libro más estimado dentro de la copiosa
bibliografía sobre las Indias, que excitara la curiosidad de los europeos. Los dos nuevos mundos, el del
norte y el del sur, referían inimaginables aventuras para los lectores y en algunos casos se puso en tela de
juicio su veracidad.
Álvar Núñez fue un hábil narrador, quizás con experiencias anteriores de exteriores de escritor,
cautivante en sus descripciones y relatos. Hay en toda la obra capítulos y pasajes con valor autónomo: la
tormenta y el naufragio de los navíos en el norte frente a la costa, la recepción de los indios, la conversión
de Álvar Núñez en mercader, la curación de los enfermos indígenas, la antropofagia de los guaraníes, un
alboroto de los cristianos y salvajes a causa de un tigre, el incendio del villorrio de Asunción, las rencillas
por el poder entre los colonizadores, amén de un número crecido de incidentes menores.
CERVANTES DE SALAZAR, FRANCISCO (1514-1575), humanista y
cortesano español, traductor y comentarista de Luis Vives, inquisidor, cronista
de la ciudad de México, adonde llegó en 1551. En 1553 asistió a la fundación de
la Real y Pontificia Universidad de la que fue rector durante breves periodos en
1567 y 1572. Publica el Túmulo Imperial (1560) con motivo de las honras
fúnebres de Carlos V en México; escribe una incompleta Crónica de la Nueva
España (c. 1557-c. 1564), publicada en 1914; su obras más conocida es México
en 1554. Tres diálogos en latín, traducidos al español (1875) por el historiador
mexicano Joaquín García Icazbalceta; en ellos los caballeros Zamora y Zuazo, y
Alfaro, cabalgan por la ciudad de México y la describen con minuciosa
admiración.
Como historiador, fue autor de una Crónica de la Nueva España, compuesta por encargo del
ayuntamiento de la ciudad de México, la cual se dio por perdida al ser remitida a España, pero luego fue
redescubierta en el siglo pasado. La habría escrito como una crónica general de las Indias, a imitación de
la de Gómara en España, basándose en las Cartas de Relación de Hernán Cortés, a quien conoció y trató
en España, como lo había hecho el mismo López de Gómara.
En México se puso de moda el género de los Diálogos por su amenidad e instructividad.
Aprovechando esto, Cervantes de Salazar ya como catedrático de la universidad de México procedió a
imprimir los Diálogos de Luis Vives pero con sus propios comentarios, además de escribir otros siete de
su propia creación, los cuales consolidaron su fama de eximio latinista y ocupan un lugar eminente en la
historia de la literatura mexicana. Tres de ellos todavía se leen con placer, a pesar de la rigidez del estilo
académico. Versan sobre su visión de la ciudad levantada sobre las ruinas de Tenochtitlan, sus lugares más
celebrados, calles, plazas, fortalezas, acequias y canales, los poblados vecinos: Tacuba, Chapultepec,
Coyoacán y otras curiosidades, y las descripciones son presentadas en forma tal, que el “no parece que
describe, sino que pone las cosas a la vista”.
En ocasión de las exequias del emperador Carlos V, celebradas en la iglesia de San francisco,
erigióse un magnífico túmulo, el cual tomó Cervantes como tema para un opúsculo en verso titulado Túmulo
imperial de la gran ciudad de México a las obsequias del invictísimo César Carlos V.
Los escritos de Cervantes de Salazar, pese a su condición de español transplantado al Nuevo
Mundo, están impregnados de una gozosa mexicanidad fusionada con un evidente voluntarismo latinizante.
Luis Alberto Sánchez, erudito peruano, lo ha llamado “el cronista más letrado”.

DÍAZ DE GUZMÁN, RUY (c. 1558-1629), cronista y conquistador español, primer escritor nativo del
Río de la Plata. Nació en Asunción (Paraguay). Después de llevar a cabo acciones militares en el río Paraná
y en Santa Fe (1580) y ser designado alguacil mayor de la ciudad de Salta,
fundó diversas ciudades. Llegó a ser alcalde de primer voto de su ciudad
natal. Su nombre es famoso en las letras coloniales del sur por haber escrito
una Historia del descubrimiento y conquista del Río de la Plata (1573), la
primera escrita por un hijo de la tierra, “la primera en la que se emplea en
esa región la palabra patria y la primera que refiere una historia con sentido
nacionalista”. La crónica abarca los hechos desde el descubrimiento del Plata
por Solís, hasta la fundación de la ciudad de Santa Fe (Argentina). Se le
conoce con el título simplificado de La Argentina o La Argentina
manuscrita. El manuscrito permaneció inédito hasta 1835.
Muchos de los sucesos narrados son auténticamente históricos, en los cuales participó Ruy Díaz,
pero otros son legendarios, recogidos por el autor de fuentes orales, producto de la fantasía colectiva, como
el de la Maldonada y el de Lucía Miranda. Es posible que La Argentina manuscrita, haya sido compuesta
fragmentariamente entre los azares de las luchas en que participó el autor. Aunque Ruy Díaz se movió por
varias ciudades de la zona, la crónica no puede tomarse como documento histórico seguro, pues los
cronistas de aquellos tiempos no disponían en la cuenca del Plata que por entonces era muy primitiva, de
medios técnicos ni científicos para estas tareas.
En la dedicatoria al duque de Medina Sidonia, encarece Ruy Díaz a su ilustre destinatario que
la acepte “como fruto primero de tierra tan inculta y estéril y falta de educación y disciplina...”. La prosa
carece de ornatos literarios, es fría e impersonal, y su valor consiste en haber fundado la historiografía
argentina.
SAHAGÚN, BERNARDINO DE (1499-1590), eclesiástico y escritor español, considerado
el padre de la antropología en el Nuevo Mundo. Nacido en la localidad de Sahagún (León).
Este ilustre franciscano aprendió lenguas mexicanas con ardor y se ocupó casi cincuenta años
en trabajar sus diversas obras, gran parte de ellas incógnitas todavía, redactadas en español,
latín o nahua. Su Historia general de las cosas de la Nueva España (1570) es un monumento
enciclopédico sobre toda la civilización mexicana, hombres, costumbres, creencias, leyes y
artes. Un “tesoro inagotable de noticias” sobre una de las principales razas indígenas. Para
componerla recorrió pueblos, habló con ancianos indios, tomó notas con ayudantes, corrigió
y repasó muchas veces los escritos, y después de varios manuscritos logró la obra final.
Sahagún dedicó casi cincuenta años de su vida a recoger informaciones, escribir,
corregir y ampliar sin descuidar su misión apostólica. Recorrió gran parte de México y su
período más productivo ocurrió durante su permaneció en el Colegio de Santa Cruz de
Tlatelolco, donde enseñaba latín a los indios de familias importantes. Ocupó muchos años de
su vida en la elaboración de sus obra maestra, asistido por ocho o diez naturales conocedores
de las lenguas nahua y castellana, al mismo tiempo que de las antigüedades de su raza. La monumental
enciclopedia tiene una curiosa tradición. Comenzó con un manuscrito primigenio y poco a poco fue
ampliándose con los años. Una vez concluida la obra, la sometió al juicio de algunos colegas, quienes
dieron su aprobación a lo hecho y recomendaron su continuación, si bien algunos expresaron su idea
contraria por los gastos en amanuenses. La publicación propiamente dicha tuvo también sus vicisitudes;
Sahagún deseaba entregar al conocimiento público sus investigaciones históricas y estudio de la lengua
nahua, para justificar en una dedicatoria al comisario general de la orden de frailes menores, que “... fuera
mejor no estar hechas, que después de gastado trabajo caer en el sepulcro del perpetuo olvido”.
En materia filológica, la bibliografía de Sahagún registra gramáticas y vocabularios y se completa
con otros escritos de género religioso en consonancia con sus funciones de evangelizador: manuales de
doctrina cristiana, reglas para los casados, impedimentos para los matrimonios, pláticas para después del
bautismo, doctrina para los médicos, etcétera.
Por otro lado, puede afirmarse que con el paso del tiempo, Sahagún llegó a interesarse
directamente, y por su propio valor intrínseco, por la cultura indígena. Eso lo da a entender en varios
lugares de su obra, como en uno en el cual expresa que de un discurso de los sabios indígenas aprovechará
más que de los sermones que predican los frailes.
Anciano ya, incluso más que octogenario, Sahagún no escapó a otros problemas, resultado de los
conflictos internos entre algunos franciscanos de la provincia del Santo Evangelio de México. Todavía en
los últimos años de su vida continuó revisando los papeles que a pesar de todo pudo conservar. El 5 de
febrero de 1590 falleció en Tlatelolco.
Por la metodología que diseñó y puso en práctica para el conocimiento de una cultura, por los
testimonios que allegó tomando siempre en cuenta el modo de proceder indígena a base de las pinturas de
sus libros y las lecturas o comentarios de ellos, por haber procedido con un enfoque crítico confrontando
una y otra vez esos testimonios y, en suma, por haber propiciado una doble presentación de ellos, la original
en lengua náhuatl y otra en español para comprensión de los europeos, fray Bernardino fue en verdad
iniciador de las investigaciones antropológicas en el Nuevo Mundo.
DIEGO DE LANDA (1524-1579), monje franciscano que llegó a ser obispo de Chiapas, escribió Relación
de las cosas de Yucatán (1560) sobre la base de libros mayas, aportaciones de indios y una acuciosa
observación, ilustrada con dibujos y glifos. El pueblo indio es expuesto al vivo en su vida social y cultural,
dentro de un perspicaz marco de interpretación del carácter indígena. Curiosamente, ordenó quemar en
Maní viejos manuscritos por supersticiosos, pero él mismo se encargó de rescatar y defender los valores de
esa cultura. Se le ha criticado a la obra un cúmulo de errores, y a pesar de todo no invalidad los aciertos del
libro.
Junto a los datos puramente etnográficos, naturalísticos e históricos, Landa interpola opiniones
como alegato en defensa de los naturales, pues no sólo describe sino que opina más allá de la “historia
natural”.: “Que los indios recibían pesadamente el yugo de la servidumbre, más los españoles tenían bien
repartidos los pueblos que abrazaban la tierra, aunque no faltaba entre los indios quien los alterase, sobre
lo cual se hicieron castigos muy crueles que fueron causa de que se apocase la gente. Quemaron vivos a
algunos principales...”.
Los misioneros no tenían un criterio uniforme sobre su misión evangelizadora, hubo quienes la
entendieron como una obligación exclusivamente religiosa y así actuaron (Motolinía). Otros concibieron
su apostolado con pureza, pero le añadieron, como sabios o eruditos, actividades de investigadores
culturales y escritores (Sahagún ). Un tercer grupo de religiosos ejerció su misión combinándola con
menesteres críticos, alegatos jurídicos, cargos administrativos y demás; en otras palabras, cumpliendo a un
tiempo funciones misionales y colonizadoras (de Las Casas). Fray Diego de Landa perteneció a esta tercera
condición. El investigador ruso Yuri Knorosov encontró en dicha Relación una 'piedra roseta' para el
desciframiento de la escritura maya.
MOTOLINÍA (TORIBIO DE PAREDES, O DE BENAVENTE) (?-1569), misionero y cronista
franciscano español en México. Nació en Benavente (Zamora). Llegado a la Nueva España en el célebre
grupo de los doce, encabezado por fray Martín de Valencia, adoptó el nombre náhuatl de Motolinía que
significa 'el que es pobre', debido a que los tlascaltecas lo veían vestido con humildes rotas. Fue un decidido
defensor de los indios además de predicador y escritor. Llegó de España con los doce primeros misioneros
franciscanos que vinieron con Fray Martín de Valencia en 1524 y se consagró como sus compañeros a
aprender la lengua mexicana, evangelizar y proteger a los indígenas. Es muy conocido su libro Historia de
los indios de la Nueva España, fascinante crónica por la naturalidad y humildad con que relata y comenta
los hechos. No falta en la obra el alegato discursivo al narrar los acontecimientos referidos sobre todo a las
peripecias de la evangelización, perturbada a menudo por encomenderos, burócratas y beneficiarios de
prebendas, reacios a suavizar y humanizar las conversiones.
Relata y analiza, con prudencia y serenidad, la religión, ritos y
sacrificios de los aztecas; explica más adelante los procedimientos y normas
empleadas en la catequización cristiana y la dificultosa modificación de las
creencias y costumbres por la diferencia de lenguas, la mentalidad
subyacente y los impedimentos preexistentes para el cambio de vida; por
ejemplo, invitarlos a practicar la monogamia cuando algunos indios
convivían desde antes con varias esposas, y así otras situaciones. La renuncia
de los soldados españoles a someterse a la caridad y despojarse de sus
privilegios económicos, frutos de la conquista guerrera, le causaban fuertes
y pertinaces oposiciones.
Harto divulgada es su tesis de las diez plagas con que “hirió Dios y
castigó esta tierra”: las viruelas; la muerte de naturales y españoles; el
hambre después de tomada la ciudad de México; los caplixques o extranjeros y los negros entre quienes se
repartió la tierra; los pesados tributos y servicios que debían satisfacer los indios; las minas de oro; la
reedificación de la ciudad de México ordenada por Cortés después de la toma; la esclavitud; el servicio de
las minas; y finalmente las divisiones y bandos que hubo entre los españoles, sobre todo durante la ausencia
de Cortés en las Hibueras.
No faltan tampoco escritores de Indias en lenguas extranjeras. Antonio Pigafetta , que acompañó
a Magallanes en su viaje de circunnavegación de la tierra, lo hizo en idioma bávaro-véneto (Relación del
primer viaje alrededor del mundo); Ulrico Schmidl, que asistió a la primera fundación de Buenos Aires
(1536) como soldado, escribió en alemán (Derrotero y viaje a España y las Indias) , mientras que Pedro
Mártir de Anglería redactó sus páginas en Latín (Tierra del Mundo). El trabajo de Motolinía ha sido
publicado como dos obras distintas, los Memoriales y la Historia de los indios de Nueva España.

EL INCA GARCILASO DE LA VEGA


A pesar de que la biografía del insigne Inka Garcilaso de la Vega es proficua en nuestro medio, no
está demás decir que nació en el Cusco en 1539 y que fue hijo del capitán español García Lasso de la Vega y
de la princesa nativa Isabel Chimpu Oqllo, descendiente directa de Pachakuteq.
Abandonada su madre por el capitán, decide embarcarse el joven Garcilaso para España en 1541 con
el objeto de reclamar la herencia de su padre que injustamente había sido desheredado. No habiendo
conseguido sus propósitos, se alistó en la milicia, sirviendo a las órdenes de Juan de Austria. Fijó su residencia
en Andalucía y se hizo sacerdote ya en sus años maduros. Este mestizo se hace célebre por haber escrito
varias obras, siendo las más famosas La florida del Inca y los Comentarios reales.
De los Comentarios reales diremos que apareció en Lisboa cuatro años después que publicase La
florida del Inca. La obra está dividida en dos partes, de nueve y ocho
libros respectivamente, trata en ellos del origen de los incas, de sus
idolatrías, leyes, gobiernos e instituciones pacíficas y bélicas, su vida,
sus conquistas, y “todo lo que fue aquel imperio y su república antes
que los españoles pararon a él”. La segunda parte, titulada Historia del
Perú se ocupa del descubrimiento, “cómo lo ganaron los españoles, las
guerras civiles que hubo entre Pizarros y Almagros sobre la pastrija de
la tierra, castigo y levantamiento de los tiranos y otros sucesos
particulares”. El relato termina emocionalmente con la ejecución –por
orden del virrey español- del príncipe Inca, “legítimo heredero de aquel
imperio por línea recta de varón desde el primer inca, Manco Cápac, hasta él”. Es el célebre y sencillo pasaje
que comienza: “Al pobre príncipe sacaron en una mula con una soga al cuello y las manos atadas y un pregón
delante, que iba pregonando su muerte y la causa de ella, que era tirano, traidor contra la corona de la majestad
católica”.
Los Comentarios fueron redactados a base de las memorias personales, los recuerdos de la infancia
y los testimonios que el Inca tomó de diversos autores. La primera parte está dominada por sus recuerdos, y
describe su casa de Cusco, las caballerizas, los patios y salas de los palacios, el abigarrado desfile de trajes y
fiestas de los indígenas. En la segunda, el haber vivido sólo veinte años en América –los veinte primeros-
conoce la historia de fuentes escriturarias; sigue principalmente a Gómara, Agustín de Zárate y al padre Valera
sobre todo, que fue mestizo como él. El estilo brillante del Inca ha hermoseado la narración hasta el punto de
convertirla más en novela que en historia. Pese a la educación humanista que recibió, pese a su existencia
constante en España, a través de las páginas de los Comentarios Reales se advierte un tinte nostálgico de la
tierra americana, del Cusco materno. En cada línea, en cada capítulo, se nota el peso dejado en sus ojos de
niño por los paisajes de su tierra, por las cosas de su país.
Aunque el Consejo de Indias prohibió la publicación de los Comentarios, por considerarlos fuente
de peligrosas sugestiones para los indígenas del virreinato del Perú, lo cierto es que el Inca era partidario de
la conquista española, como más de una vez demuestra; y aunque critica a los expedicionarios en más de una
ocasión, su censura es discreta, resignada, leve; carga más el peso de su ideología en el lado contrario, es decir,
en el elogio, la disculpa y la explicación de las diversas posturas, formas de vida y reacciones de sus
coterráneos. Un poco desmitificado como valor histórico, el libro es una muestra de una literatura de tipo
exótico también con gentes distintas, naturales y circunspectas, según el retrato que de ellas nos ha dejado el
Inca.
Los Comentarios reales aparecen así más que como una historia de la civilización incaica al estilo
anterior, como un extremo ensayo sobre el mundo americano. En su perfil histórico, la obra de Garcilaso se
distingue por su sentido docente, su providencialismo, la intención de salvar del olvido y del error a un pueblo,
y la aceptación del destino y de las pasiones humanas como parte constitutiva de la vida universal. Por su
perfil literario inaugura el americanismo intelectual y sentimental, el principio del buen gusto y la belleza en
el manejo de la materia literaria, y la concepción de las bellas letras como una forma respetable de la vocación
humana.

ÉPICA HEROICA

La épica fue un género traspasado desde España casi intacto, con sus excelencias y deficiencias. Pero
no fueron los antiguos cantares de gesta medievales, que yacían sepultados en las cátedras universitarias y en
los estudios de los eruditos por su condición de poesía agotada, sino los nuevos ejemplos reelaborados por el
Renacimiento europeo con su carga de fantasía, leyendas, mitología, imitación clasicista, maravillas increíbles
y alarde de destreza retórica. Los poemas épicos cultivados en Hispanoamérica fueron una continuación de la
línea proveniente de Homero y Virgilio y los humanistas de la edad moderna, sobre todo los italianos, Ariosto,
Tasso, Pulci, el portugués Camoens y otros poetas menores.
De ninguna manera fue un género popular, ni por la condición cultural de sus autores ni por la
difusión de sus obras. Gran parte de las obras se enviaron a España para su publicación y más parecen escritas
para el público peninsular que para su lectura en América. Por lo menos es el caso de La Araucana de Ercilla,
el Bernardo de Balbuena, o la La Cristiada de Hojeda, consideradas las tres obras principales de la épica
hispanoamericana.
La proliferación de poemas épicos en la época se explica por las mismas razones que la poesía sacra
y el teatro religioso. Los autores se aseguraban así de no transgredir las expresas disposiciones de la Corona
en cuanto a peligrosidad de las obras y, al mismo tiempo, de evitar la censura de la Inquisición. La cautela y
el interés de los escritores los llevaba además a presentar sus obras prologadas, con recomendaciones y elogios
de importantes figuras del mundillo intelectual, y dedicarlas a los gobernantes y miembros de la aristocracia
con el secreto designio de obtener el patrocinio económico para pagar los gastos de edición en España. Esta
clase de vida intelectual fue particularmente activa en México y Perú, donde había cortes virreinales desde
tiempos muy tempranos, y se realizaban frecuentes concursos literarios con motivo de las festividades
religiosas y acontecimientos políticos y palaciegos. No ocurrió así en la parte sur del continente donde fueron
elevadas a esa categoría política doscientos años después.

ALONSO DE ERCILLA. Nacido en Madrid, de familia noble, entró a servir en la corte como paje del
entonces príncipe, Felipe II. En 1556 llegó a Perú con el virrey Hurtado de Mendoza y en 1557, cuando el hijo
del virrey, García Hurtado de Mendoza, fue nombrado Gobernador de Chile, Ercilla lo acompañó y participó
en la expedición contra los araucanos. La campaña duró un año y medio y le supuso tal experiencia que se
referirá después a ella como “los más floridos años de mi vida”. Y es que la contemplación del heroísmo y del
espíritu indómito de los indígenas araucanos y de los soldados españoles le inspiró el poema épico La
Araucana. Publicada la primera parte en 1569 y las dos partes restantes en 1578 y 1589, La Araucana es la
gran obra épica culta de la literatura americana acerca de la conquista de La Araucania, que formó parte del
virreinato del Perú. En la obra también se habla de intrigas y disputas entre los españoles. En una de ellas,
según el texto, rompió su relación con Hurtado de Mendoza y tuvo que regresar a España en 1562, lo que no
significa que perdiera los favores reales. Prueba de ello es que en 1564 fue nombrado duque de Lerma.
La Araucana es la epopeya más famosa del renacimiento español y el
primer poema épico americano. Sobre ella se ha escrito mucho y se han
extendido numerosas leyendas, como que Ercilla la escribió en el campo de
batalla o en descansos nocturnos y que usaba cuero cuando no tenía papel. En su
época se consideró una obra historiográfica, casi una crónica, y no se cuestionó
en absoluto nada de lo que en ella se decía. Durante mucho tiempo se tuvo al
autor como un gran humanista y erudito, aunque la crítica actual, al rastrear las
influencias que pueden descubrirse en La Araucana, concluye que aun tratándose
de un hombre culto, su espíritu humanista se formó a su regreso a España.
Sin embargo, las mayores discusiones sobre esta epopeya se deben al
juicio sobre la intencionalidad del autor. Hay quienes consideran que, a pesar de estar concebido como un
canto nacionalista, se lo dedicó a Felipe II. Sin embargo, el protagonista real es el pueblo araucano y sus
caudillos, sobre todo Lautaro y Caupolicán. Por otra parte, al exaltar el valor y la grandeza de los araucos,
podría incluso ser considerado un texto indigenista. Otro punto de vista es considerar el poema, según las
convenciones del momento, como una glorificación de la gesta conquistadora española, tanto mayor, cuanto
más fuertes, aguerridos y valerosos fueran sus enemigos. Lo cierto es que las páginas más emotivas y brillantes
son las dedicadas a los araucanos y sus caudillos, bien porque el autor quedó prendado del exotismo de todo
lo nuevo que veía, o bien porque el descubrimiento de una civilización diferente de la europea renacentista se
prestaba para aplicar a ella los tópicos característicos de la epopeya clásica.

PEDRO DE OÑA. (1570-1643?), primer poeta criollo chileno. Nació en Angol (Araucanía, al sur de Chile).
Hijo de un soldado español, se recibió como licenciado en Leyes en Lima y adquirió allí una considerable
formación humanista (véase Humanismo), leyendo a escritores clásicos y barrocos que lo influirían
notablemente. Si bien ocupó diversos cargos en Perú, donde residió muchos años, pasó a la historia como
escritor. Arauco domado (1596), poema épico que pretendía superar a La Araucana de Alonso de Ercilla y
reivindicar la figura de García Hurtado de Mendoza, casi excluido de aquella obra, es argumentalmente pobre,
pero de gran sensibilidad e imaginación, con tintes líricos, y con buena técnica artística. Es autor, además, de
la hagiografía Ignacio de Cantabria (1639), la crónica El temblor de Lima (1606), Una canción real (1613) y
el poema El Vasauro, sobre hechos de los Reyes Católicos, publicados en 1941 por Rodolfo Oroz. Se ignoran
lugar y fecha de su muerte, probablemente entre 1639 y 1643.

LA ÉPICA RELIGIOSA
La Cristiada es el mejor poema de tema sacro escrito en castellano. Fue
compuesto por fray Diego de Hojeda (1570 – 1615) en el Perú y publicado en
Sevilla cuatro años antes de la muerte de su autor, en tiempos de Cervantes. Se
presume que fray Diego debió estudiar humanidades en su país natal. Con estos
antecedentes vino al Perú, profesó en un convento dominico en Lima, estudió
teología hasta lograr el grado de maestro, fue orador y poeta en latín y castellano,
y llegó a ser prior de un convento. Hacia el final de su vida fue despojado de sus
preeminencias y relegado a un establecimiento de Cusco como simple religioso
por razones muy aclaradas, porque se le reconoció su inocencia dos años después
de su muerte y fue rehabilitado.
Hojeda se inspiró en un poema latino anterior y narró en octavas de endecasílabos el tema de la
redención del género humano por Jesucristo, desde el momento de la última cena y el lavatorio de los pies
hasta la crucifixión, el descendimiento del cuerpo de la cruz y su entierro. Los pasos intermedios de la pasión
son desarrollados en orden sucesivo en vívidas escenas, algunas de un elevado dramatismo, como el de la
mofa y azote de los soldados a Jesús atado en una columna (canto VIII), el del camino al Calvario con la
cruz a cuestas en medio de la horda que lo hostiga (canto XI), el traspaso de manos y pies con clavos:
y alzó el martillo y con horrible estruendo
dio y redobló furioso el golpe horrendo,
pasó la blanda mano el hierro duro,
rompió nervios, fijóse en el madero;
El relato es impresionante y triste, hilvanado en escenas concretas, con lenguaje cotidiano y
sencillo, sin las exuberancias y ampulosidades de los poemas heroicos maravillosos. Sólo por momentos se
alternan estos cuadros con otros apacibles y suaves, como el del lavatorio de los pies que Cristo hace a sus
discípulos (canto 1), la oración que hace Jesús, a su padre en el huerto (canto II), o el aviso consolador que
el arcángel Gabriel hace a María del misterio de la Encarnación, y el anticipo de su futura muerte y
ascensión a los cielos (canto X):
En ésta, pues, aurora deleitable
tu alma pura al cuerpo generoso
será unida por modo inexplicable,
y un nuevo ser le infundirá glorioso:
Hojeda se ajusta estrictamente en su poema al relato evangélico con la fidelidad de un predicador
en Semana Santa. Se percibe fácilmente el afán didáctico y moralizador del orador sagrado, apasionado y
tierno, encubierto en un manto de poesía:
¿Es posible, inmortal noble criatura,
que miras a tu Dios en cruz desnudo
y ofreces luz a aquella gente dura
que sin miedo en la cruz ponerla pudo?
El sereno juicio formulado por Menéndez y Pelayo a principios de este siglo, "sin disputa, el mejor
compuesto de nuestros poemas… el más lleno de color, de elocuencia patética, de afectos humanos… capaz
de arrancar lágrimas al lector menos pío, precisa, además de las bondades de la obra, las limitaciones de la
difusión impuesta por su carácter religioso, de interés más ajustado al lector devoto que al profano. Si no
hubiera sido por esto, agrega el maestro, “no andaría la Cristiada confundida y olvidada en un rincón de la
“Biblioteca de Autores Españoles”.
Luis Alberto Sánchez ha tratado de reivindicar la condición de místico del padre dominico,
apoyado en datos biográficos y en el tono de sinceridad de sus versos. Fray Diego, víctima de una intriga
conventual, después de haber sido degradado a simple conventual del Cusco, fue desterrado al villorrio de
Huánuco, al borde de la selva amazónica, donde falleció en honor de santidad, según se dice. Los dominicos
del lugar, cuando se dispuso el traslado de sus restos a Lima, robaron su cadáver y lo ocultaron por
considerarlo una reliquia. Al fin, recibió sepultura en Lima. En la biografía se relatan episodios de duras
penitencias, ayunos y cilicio que debilitaron el cuerpo del religioso hasta acercarlo a la sordera de uno de
sus oídos. Pertenecía a la misma época y orden de Santa Rosa de Lima y se le consideraba una persona de
gran piedad y resignación por la forma como soportó la incomprensión de sus superiores y adversarios.
Una relectura desprejuiciada de su poema, quizás podría aportar nuevos criterios de interpretación
de este discípulo de Cristo. Como lo autobiográfico está prácticamente ausente del poema, es muy difícil
comparar su poema con las prosas de Santa Teresa de Jesús ni con los versos de San Juan de la Cruz o de
fray Luis de León.

LA NOVELESCA

BERNARDO DE BALBUENA (1568 – 1627). Nació en Valdepeñas, España. Marchó muy joven a México
donde cursó estudios superiores. Regresa a España en 1608, siendo nombrado abad mayor en Jamaica, y en
1619, obispo de Puerto Rico. Parte de sus obras se perdió en el ataque de los holandeses a Puerto Rico, al ser
saqueado el palacio arzobispal.
La obra de temática americana de Balbuena es Grandeza Mexicana que viene a ser un poema
descriptivo de la capital de México de sobrio tono renacentista. La obra está dedicada a Isabel de Tovar y
Guzmán. Está escrito a la manera de un panegírico en tercetos de la capital mexicana,, dividido en nueve
capítulos que tratan los temas siguientes: del asiento de la famosa México; origen y grandeza de sus edificios;
sobre los caballos, calles, trato y cumplimiento; sobre las letras, virtudes y variedad de oficios; sobre los
regalos y ocasiones de contento; sobre la primavera inmortal y sus indicios; sobre el gobierno ilustre; sobre la
religión y el estado; finalmente, el último capítulo es el resumen de las glorias de la real villa.
Balbuena, ofrece un cuadro animadísimo y abigarrado de las calles, jardines y paisaje circundante.
Lo que más destaca es la fuerza del colorido. Balbuena es el primer poeta que observa directamente la
naturaleza americana sin prejuicios mitológicos ni clásicos. Si Pedro de Oña y Ercilla deformaban las cosas,
Balbuena las hace aparecer en sus contornos verdaderos. Menéndez y Pelayo dice sobre la obra “si de algún
libro hubiéramos de hacer datar el nacimiento de la poesía americana propiamente dicha, en éste nos
fijaríamos”.

LA POESÍA LÍRICA PRIMITIVA

FRANCISCO DE TERRAZAS (1525? – 1620). Fue hijo de un conquistador español que llegó con Cortés
y mereció el elogio de Cervantes como un poeta que “tiene nombre acá y allá tan conocido”. Se le juzgaba un
excelente lírico en italiano, latín y castellano. Es posible que haya sido amigo o discípulo de Gutierre de
Cetina, y hasta ahora la investigación ha permitido conocer restos de un poema épico, inconcluso por el
fallecimiento del autor, sobre un episodio de la Conquista – de realización mediocre – y algunos poquísimos
sonetos de gran belleza y perfección, que justifican su prestigio de primer poeta de importancia nacido en la
Nueva España. Uno de ellos titulado Soneto primero, ha merecido el honor de figurar en casi todas las
antologías.

Dejad las hebras de oro ensortijado


Que el ánima me tiene enlazada,
Y volved a la nieve no pisada
Lo blanco de esas rosas matizado.
Dejad las perlas y el coral preciado
De que esa boca está adornada,
Y al cielo –de quien sois tan envidiada-
Volved los soles que le habéis robado

LUIS DE MIRANDA DE VILLAFAÑA. Es el primer escritor que vincula su nombre con la literatura
argentina. Su obra conocida no es extensa ni brillante, pero su condición de primitivo justifica su incorporación
en la historia. Se conocen muy pocos datos de su biografía.
Nació en España, estuvo en las guerras de Italia y en ese país tomó los hábitos sacerdotales. Vino al
Río de la Plata con la expedición de don Pedro de Mendoza, fundador de la primera Buenos Aires. Tuvo una
vida agitada y casi transhumante y fue acusado de blasfemo, conspirador y mal sacerdote. Como la primigenia
aldea que era Buenos Aires fue asaltada por los indios y destruida en 1536, se puede inferir que debe haber
nacido hacia principios del siglo XVI. Murió en América en fecha desconocida. De él ha perdurado un
Romance, casi una crónica en verso, en el cual relata las penurias de los primeros pobladores y el
ajusticiamiento de tres españoles acusados de haber matado a un capitán. En la hambruna que padecían los
pocos soldados supervivientes, alimentados de cardos, estiércol y heces que no podían digerir, algunos
desfallecidos soldados comieron la carne de sus compañeros colgados:

Allegó la cosa a tanto


Que como en Jerusalén,
La carne de hombre también
La comieron.

ROSAS DE OQUENDO. Nacido en Andalucía (1559?), participó también en las guerras europeas
y estuvo en América entre 1586 y 1593. Primero en Lima, luego pasó al Río de la Plata, donde tuvo una
encomienda de indios; más tarde viajó a Lima, donde pasó un tiempo, para trasladarse finalmente a México.
Allí vivía aún en 1612 y se considera posible que haya muerto en la Nueva España.
Algunas de sus composiciones halladas se refieren a las tres naciones donde habitó. Unas y otras
equivalen a una sátira constante sobre todo, sin gran belleza, en especial las que se refieren a Lima. Esa vena
era su habilidad fuerte, y por eso su obra ha merecido cierta consideración:
Vi la grosedad de Lima,
Casi semejante a España,
Lugar que para mi daño
Conocí una temporada.

EL TEATRO COLONIAL
El primitivo teatro colonial, subordinado a las obras de evangelización y de entretenimiento popular,
se abrió paso hacia fines del siglo XVI a un teatro criollo escrito por españoles venidos de América. En sus
formas principales fue un teatro de imitación europea, de menguado valor artístico, comparado con el de los
maestros de la nueva metrópoli. Consistió en titubeantes piezas ligeras, de versificación fácil y corta duración.
Se representaban en tablados callejeros, adentro de los colegios o en templetes adjuntos a las iglesias, y
muchos años más tarde, en casas de comedias hechas a propósito. Entre los jesuitas fue una práctica
generalizada en todo el continente el teatro humanístico, representado por los estudiantes, en latín y castellano,
en las celebraciones religiosas, aperturas y clausuras de cursos.

FERNÁN GONZALEZ DE ESLAVA (1534 – 1601?). A los 24 años llegó a México, donde cultivó las
letras y se ordenó de sacerdote. En México gozó de gran fama. Se conservan de su teatro dieciséis coloquios
espirituales y sacramentales y un Entremés entre dos rufianes. En esas piezas utiliza la lengua culta de su
tiempo sin renunciar a los regionalismos y aztequismos necesarios, por lo que se le considera un auténtico
escritor americano. Muchas comparaciones, modismos y refranes lo son con igual razón. En sus coloquios
combina la prosa y el verso; la acción es muy simple y elemental y se reduce casi siempre a diálogos entre los
personajes. Hay una combinación entre figuras simbólicas teologales con las abstracciones del mundo real;
algunos personajes de la vida cotidiana y determinadas personas históricas, que parlamentan con sencillez, sin
artificiosidad. Aparece la clásica figura del bobo, como contrapersonaje confidente y gracioso. Acompaña a
su teatro con entremeses y intercalados. A pesar del carácter sacro de sus representaciones, Eslava introduce
aspectos graciosos, pícaros y simpáticos, sobretodo cuando interpola alusiones a hechos circunstanciales de
la vida de su nuevo país.
El Entremés entre dos rufianes, divulgado también con el título del Entremés del ahorcado, es un
chispeante contrapunto de amenazas que profieren dos pendencieros con motivo de un bofetón. Uno de ellos
se finge ahorcado para evitar las estocadas del ofendido, escucha sus amenazas como si estuviera muerto y, al
retirarse su adversario; se levanta, retira la soga de su cuello y parodia burlonamente el desafío escuchado.
La valía de Eslava es el haber cultivado escenas con soltura y llena de diversión, con el empleo del
lenguaje callejero, vivaz y picante, llano y sencillo, enriquecido con mexicanismos y nahualismos.
A pesar de ser tan temprano el arte dramático de Eslava, anticipa rasgos de la transición hacia una
dramaturgia más profana, menos erudita y culta, más americanista y menos hispánica. Esta combinación de
prosa y verso, dogmatismo y popularismo, españolismo y mexicanismo, simbología y realidad, literatura de
circunstancia y letras de propia inspiración, lengua culta y lengua popular, solemnidad y burla, diferencian el
arte de González de Eslava de otros primarios autores de la Colonia.

Por estar tan estragadas


Las voluntades hoy día,
Damos las cosas sagradas
Cubiertas con alegría,
Como píldoras doradas.

JUAN RUIZ DE ALARCÓN (1581? – 1639). Es el más alto exponente del teatro colonial cuya gloria
comparten México y España. Vivió casi toda su vida en la metrópoli entre los más grandes dramaturgos de su
época. Sufrió las habituales peripecias de las rencillas literarias pero, sobre todo, debió soportar la burla
punzante de sus rivales a causa de sus defectos físicos. Pequeño de cuerpo, deformado por dos jorobas de
pecho y espalda, de barba bermeja y con una cicatriz de herida en una mano.

Su deformidad corporal le impidió progresar en la vida, y se conjetura, con fundadas razones, que
por ella no tuvo éxito en unas oposiciones que hizo en México durante su temporal regreso para ocupar
cátedras universitarias, ni en España para ocupar plazas en la justicia. Las crueles sátiras que le dirigían, entre
ellos Quevedo y Lope de Vega, conmovieron su ánimo y le provocaron un sentimiento de inferioridad y un
resentimiento evidente, que dejó transparentar en algunas de sus obras. En Las
paredes oyen, una de las protagonistas hace veladamente su defensa:
En el hombre no has de ver
La hermosura o gentileza:
Su hermosura es la nobleza;
Su gentileza el saber.

La producción dramática de Alarcón es poca en comparación a los dramaturgos


españoles de la época. Se calcula en no más de veinte sus obras, versando sobre tipos
humanos, enredos, asuntos elevados y dramas propiamente dichos. Las mejores
corresponden a sus años de madurez: La verdad sospechosa, Los pechos privilegiados, Las paredes oyen.
La nota distintiva de su obra es la presentación de caracteres ejemplares en sus vicios (mentira,
maledicencia, fragilidad en el amor) o en sus virtudes (desinterés, generosidad, resistencia a las pasiones), con
fines moralizantes dentro de una trama ingeniosa de tono sobrio y moderado, sin estridencias ni exageración
y con buena dosis de poesía.
La verdad sospechosa es, según el criterio unánime, su obra maestra. Es una típica comedia de
carácter cuyo protagonista principal, el galán don García recién llegado a Madrid, crea una serie de conflictos
por su natural propensión a mentir, con gran desesperación de su padre. Sus embustes gratuitos y jactanciosos
lo llevan a perder la mano de la mujer que ama y a tener que casarse con una amiga de ella en contra de sus
sentimientos. Aunque la combinación de incidentes está ingeniosamente articulada y la comicidad es delicada
y elegante, el mérito primordial de la pieza consiste en la psicología del mentiroso. No se trata de un
embaucador en busca de intereses bastardos o materiales, sino de un joven de nobles prendas para quien la
mendacidad es una tendencia fatal e irrefrenable que cultiva con entusiasmo e irresponsabilidad. Este prototipo
de fabulador imaginativo llamó la atención en su tiempo y se consideró desde entonces una innovación literaria
en el teatro español: el análisis psicológico que no se había practicado con anterioridad y que luego fuera
imitado por Corneille y Goldoni.

LA POESÍA POPULAR

No todo fue literatura culta o erudita. Los soldados españoles eran en su mayoría hombres rudos y
sin escuela, reclutados entre los pobres de la península y los necesitados. En boca de ellos y de sus capitanes
vinieron a América cantares, romances y otras poesías menores, que quedaron en la memoria del pueblo. Tales
piezas breves conforman un cancionero viviente, rescatado con el tiempo en antologías y estudios
especializados. Un recopilador moderno ha sintetizado el descuido en que se tuvo este valioso material en
estos términos:
Así exactamente así, nos pasó a los hispanoamericanos: nunca supimos valorar lo que fue nuestra
herencia. Por eso lo ignoramos, aunque en parte nos enorgullezcamos de ser criollos, desde México
y Venezuela hasta las pampas argentinas.
Ramón Menéndez Pidal ha constatado la difusión de los romances españoles en Hispanoamérica, y
su fijación por la imprenta del siglo XVI, a veces con variantes introducidas por ingenios cultos. Ese
romancero primitivo fue dignificado por el renacimiento y continuado por los poetas cultos de ese siglo y el
siguiente (Lope, Góngora, Quevedo y otros). En nuestro continente encontramos pluralidad de ejemplos en
sor Juana, romances, villancicos, etc., sin mencionar otros escritores.
En su libro Flor nueva de romances viejos transcribe un romance titulado La amiga del Bernal
francés, que se canta hoy desde Andalucía a Santander, lo mismo entre los judíos de Oriente así como en Chile
o México. Otro muy divulgado es Amor más poderoso que la muerte, del cual existen versiones en toda la
península, América, Marruecos y Oriente.
La poesía tradicional de América no es sola española ni tampoco introducida desde la península,
como el caso de los romances: Tampoco proviene toda de los siglos coloniales, puesto que los indios
americanos han ido creando en sus respectivos lindes nacionales su propia poesía popular, que ha sido recogida
en todas partes en cancioneros locales.

SIGLOS XVII y XVIII

EL BARROQUISMO. La literatura del siglo XVI se caracterizó por ser histórica y crónica y con algunos
atisbos de poesía épica. En el siglo XVII surge el movimiento barroco como oposición a los ideales de la
antigüedad y al renacimiento, coincidiendo con la reacción religiosa de la contrarreforma católica.

El barroco fue mucho más que un simple movimiento artístico, ya que consistió en una visión
espiritual de la realidad, una manera de entender y enfrentar la vida, manifestadas en las artes plásticas, la
arquitectura, la música y las letras. Tuvo predilección por la exuberancia expresiva, la complejidad, el
movimiento, el recargamiento de ornamentos, la combinación de luz y sombra, el arrebato emocional de
las estatuas, los estucos y la profusión de detalles.
La literatura barroca, al igual que las demás artes, se hizo densa y recargada de elementos
ornamentales en contraste con la claridad y armonía de la época clásica; la prosa y el verso se volvieron
más artificiosos, el vocabulario se orientó hacia la exquisitez y la selección, las formas sintácticas se
complicaron, y aunque los perennes temas del amor, la muerte, la guerra, la mujer, la divinidad y la
naturaleza se mantuvieron, se incorporó el de la soledad humana.
Al igual que en España, los movimientos barrocos de preferencia fueron el conceptismo y el
culteranismo. El primero de ellos basaba su técnica en el ingenio, la novedad y la originalidad intelectual
para expresar las ideas, recurriendo a frases con sentido oculto, juegos de palabras, equívocos, retruécanos,
antítesis, metáforas, imágenes, etc., fáciles de leer, pero dificultosas para entender. Era un recurso del
pensamiento, no de las palabras. Ejemplo de una estrofa de Caviedes:
Un arroyo fugitivo
De la cárcel de diciembre,
Cadenas de cristal rompe
Y lima de grillos de nieve.
El Culteranismo, en cambio, buscaba la sorpresa del lector mediante la distorsión de la sintaxis, el
empleo de vocablos y giros de procedencia culta, nombres mitológicos, palabras inventadas, juegos
idiomáticos y otras curiosidades verbales, que obligaban al lector a desenmarañar sus significados mediante
conocimientos culturales y lingüísticos. Era un recurso de palabras y de gramática y no de conceptos o
ideas. Ej. De una estrofa de Peralta y Barnuevo:
De plumas mil los bárbaros vistosas
Coronados, atónitos, valientes,
Turba de aves parecen, en que airosas
Picos las flechas son, alas las frentes…
En España y en América ambas escuelas encontraron de inmediato imitadores, talentosos unos,
mediocres otros, y se cruzaron entre los autores clásicos y los barrocos, invectivas, denuestos y pullas, por
momentos escandalosos e hirientes. Sin embargo, no faltaron intelectuales que se alarmaron ante esta
literatura amanerada.

EL BARROQUISMO AMERICANO

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. Considerada como la figura más importante de la poesía y, al mismo
tiempo, de toda la literatura hispanoamericana del siglo XVII. Nacida en San Miguel Neplanta, pueblo
cercano a la ciudad de México, su nombre verdadero fue Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana. Es
descrita como una mujer de singular belleza y de una inteligencia superior, leía y escribía desde los tres
años. Aprendió el latín tan sólo en veinte lecciones. A los ocho años compuso una loa poética al Santísimo
Sacramento.
Tempranamente manifestó su espíritu curioso, teniendo inclinación a las ciencias, pretendiendo
ingresar a la universidad con ropas de varón para continuar estudios superiores. Al oponerse su familia a
esta pretensión se abocó a leer los libros de la biblioteca de su abuelo.
Enterado el virrey de México de la precocidad de la niña Inés, la incorporó a la corte como dama
de honor. Allí vivió mimada y festejada. En cierta oportunidad deslumbró a más de cincuenta catedráticos
de la universidad, teólogos y hombres de letras, que integraron un tribunal para someterla a
un examen académico y comprobar su ciencia.
Hastiada de la vida mundana y cortesana se consagró a la vida religiosa como monja
en el convento de Santa Teresa y poco después en el de San Jerónimo. Se dice que su celda
estaba colmada de instrumentos matemáticos, cosmográficos y de música, y dotada de una
rica biblioteca. Su sabiduría y sus escritos se difundieron por todo el virreinato y luego por
España. Dominaba la teología, la filosofía, las ciencias y las artes, pero un día vendió sus
libros, se deshizo de todos sus instrumentos, donó el dinero a los pobres y se consagró
definitivamente al servicio de Dios. Falleció durante una epidemia que azotó a la ciudad de
México. La historia la recuerda como la Décima musa.
En cuanto a su obra, está constituida por autos sacramentales, loas, sainetes, comedias,
composiciones en verso, y escritos en prosa. Su temática linda lo profano y lo religioso, tratando temas del
amor auténtico, apasionado y doloroso, la separación de los amantes, los celos, la hermosura y caducidad
de la belleza, la vanidad de la ciencia humana, la necesidad del dominio de la razón sobre los sentimientos
y las pasiones, el dolor ante la muerte del ser amado. La espontaneidad e inocencia con que describe estos
hechos es una de las características principales de su estilo. En este mundo poético de lo profano. Debe
reconocerse un poco de influencia de sus lecturas de los clásicos del Siglo de Oro. Escribía con notable
facilidad, aun cuando a veces adoptara las técnicas amaneradas del gongorismo.
En suma, lo más admirado de la poesía de sor Juana Inés han sido los poemas amorosos y los
villancicos, en los cuales la monja parece cantar con voz de ángel. Según Menéndez y Pelayo considera a
sus versos como los más suaves y delicados que han salido de pluma de una mujer, de valor poético y
duradero.
Sor Juana también incursionó en el teatro, destacando su auto sacramental El divino Narciso,
considerado como la máxima expresión de su talento y religiosidad, y está considerado como una de las
obras más bellas que la literatura española ha producido en este género. Otra obra teatral de carácter profano
es Los empeños de una casa, que es una comedia ágil y entretenida de enredos al estilo de Calderón de la
Barca y de Lope de Vega, en donde se aprecia la versatilidad e ingenio de su autora.
Dentro de su prosa destacan su Carta atenagórica, que es un comentario de carácter teológico a
los tratados de San Agustín y de Santo Tomás, en donde concluye afirmando que: “Cristo no quiso la
correspondencia (beneficio) para sí, sino para los hombres, y que ésta fue la mayor fineza: amar sin
correspondencia.”. Otra de sus epístolas afamadas es la titulada Carta a Sor Filotea de la Cruz,
considerada como “uno de los más hermosos documentos autobiográficos que existen en castellano”. En
esta misiva, sor Juana explica al obispo la naturaleza de su alma, caracterizada por una incontenible
curiosidad de saber, un amor especial a las letras, una precocidad intelectual, una espontánea tendencia a
reducir a pensamientos todo cuanto veía, una instintiva facilidad para expresarlo todo en verso, una
vocación religiosa inquebrantable y una falta total de vanidad o afán de notoriedad.
En segundo lugar, le narra las vicisitudes de su vida intelectual, los esfuerzos y sacrificios hechos
para aprender sin maestros y sin condiscípulos con quienes comentar los temas, la falta de tiempo suficiente
por sus obligaciones religiosas en el convento, la prohibición de sus superiores en alguna ocasión de
estudiar, las incriminaciones injustas de sus adversarios y de los envidiosos, la debilidad ante los insistentes
pedidos de sus amistades para escribir poesías de ocasión y otros pormenores dolorosos.
Pero un tercer contenido de la celebrada carta es el más profundo: su defensa de la libertad de
pensar y escribir dentro del estado monacal que no considera compatible con sus votos, y su alegato a favor
del derecho de las mujeres, aún dentro de la iglesia, para enseñar y tratar los temas teológicos, rebatiendo
así la tradicional opinión indiscutida por esos tiempos de que en la iglesia, las mujeres callen (Mulieres in
Ecclesia taceant).
En tono de respetuosa reverencia de la misiva se conjuga con una ingeniosa habilidad para
protestar ante el obispo por su equivocada sugerencia y advertirlo elegantemente de sus derechos, de su
honestidad espiritual, de su auténtica religiosidad y del criterio tradicional, injusto y no dogmático, contra
las mujeres en la vida religiosa.

LUIS DE TEJEDA (1604 – 1680). Considerado como el más antiguo poeta rioplatense. Su vida estuvo
matizado por amoríos juveniles, cargos virreinales y políticos, participación en las luchas contra los indios
calchaquíes y chaqueños, una condena a prisión por supuestos abusos en la conscripción de vecinos y, por
último, su conversión e ingreso en la orden de los dominicos, donde pasó el resto de sus años.
Tuvo fama de erudito, conocedor del latín, griego y hebreo, y se le calificó como “el oráculo de la
universidad”, por el dominio de las ciencias y la poesía sagrada. Su obra fue descubierta y editada en 1916
con el título de El peregrino en Babilonia, nombre del principal poema de la obra.
Luis de Tejeda no acabó el libro tal como lo había planeado, pero lo que perdura de él permite
atribuirle cierta destreza en la versificación típicamente gongorista, de complicada sintaxis latinizante,
como en su poesía A Santa Rosa de Lima, el primer soneto escrito en tierra argentina y por autor argentino.

JUAN DEL VALLE Y CAVIEDES. De origen andaluz, Porcuna. Vino muy niño al Perú, traído por su
padre, quien parece que se dedicaba al comercio, o por su tío, quien fuera Oidor en Lima. Muchos datos de
su infancia los refiere en sus versos a Sor Juana Inés de la Cruz:
“De España pasé al Perú
tan pequeño, que la infancia
no sabiendo de mis musas,
ignoraba mi desgracia…”

“Heme criado entre peñas


de minas para mí avaras
¿más, cuando no se complican
venas de Ingenio y de Plata…?”
Caviedes nos da a conocer en esos mismos versos de su poca lectura y
de su inspiración exenta de atisbos científicos y de recreos clásicos,
considerando simplemente a la razón como guía de su poesía.
El 15 de marzo de 1671, contrajo matrimonio con Beatriz Godoy Ponce de León, natural de
Moquegua. En 1683, al parecer, sufre grave enfermedad, de la cual sale malquistado con los médicos y con
la medicina en general. De ese año es su testamento en que figuran hasta cinco hijos habidos en su legítimo
matrimonio. Pero ya el propio testamento, indica la mala situación económica en que, junto con el
quebrantamiento de su salud, han de manifestarse en la amarga sátira del poeta, quien comienza por esos
años la producción de sus versos. El terremoto de 1687 influye aún más en la angustiosa carrera hacia la
pobreza que venía llevando Caviedes y en su “romance a la ruina que padeció entonces la ciudad” se reflejan
vivamente los caracteres de su poesía traviesa y amarga a la vez, rebelde y mística, sarcástica y
malhumorada.
Muerta la compañera, enfermo y envejecido, se le vería en la tienducha de la Plaza de Armas,
componiendo sus poemas con espontaneidad genial. El público lo rodearía para oír sus festivos ataques a
la medicina y a las figuras típicas de la sociedad de entonces, dentro de una exposición realista y descarnada
que muestra al escritor popular, ajeno a los salones y a los cenáculos.
Sus versos no se publicaron en vida, ni tampoco después, aunque la gran popularidad de que gozó
permite suponer que circularon en copias sueltas. Denominaba a sus piezas “mordiscos de mi diente” y en
ellas derramaba sus burlas y antipatías contra algunos tipos característicos de la ciudad, mujeres
presuntuosas, doctos pedantes, beatas, hipócritas, figurones y otros. Los más crueles sarcasmos los dirigió
a los médicos, contra quienes guardaba un particular rencor, quizás porque no consiguieron curar su
enfermedad, y hasta la agravaron, o porque se equivocaron en la atención de su joven esposa que falleció.
Su obra Diente del Parnaso lo revela no sólo como un satírico imitador de Quevedo, sino como
un lírico delicado y tierno en unos romances al estilo de Lope de Vega, que en momentos de inspiración
superior alcanzan un tono de sincera religiosidad que “dulcemente encamina sus pasos a Dios”. Tampoco
le fue ajena la vena filosófica que se manifiesta en sus poesías elegíacas sobre la muerte y el arrepentimiento
de los pecados. En la obra, Caviedes intercala moralejas y entretenimientos lingüísticos, piezas de
caprichosa concepción y discordantes con las anteriores, de manera que la obra termina, en definitiva,
convirtiéndose en una extraña mezcla de vitalismo y ascetismo de interesante lectura.
Tan variada gama de temas ha estimulado la diversidad de los juicios posteriores, que con mayor
o menor grado, han señalado las influencias de varios escritores españoles y aun del Villon francés. Algunos
juguetes cómicos dramáticos, breves y de escasa teatralidad, y una carta a sor Juana, de cuya amistad se
jactaba, así como un testamento escrito, permiten comprender la pretensión de independencia y de
universalidad que reclamaba para sí.
No está ausente tampoco de su libro el elemento autobiográfico, según el cual habría sobrellevado
una existencia difícil y pobre, muy afectada por la muerte de su mujer. Ciertas piezas de muy buena factura
contrastan por momentos con otras de inspiración mediocre o de versificación defectuoso. Cuando murió,
endeudado y rodeado de cinco hijos, era dueño de una de las tienduchas en la Plaza de Armas de la ciudad
de Lima, denominadas “cajones de la ribera”, por tal motivo se le conocía con el mote de “El poeta de la
Ribera”.

JUAN ESPINOZA MEDRANO (1632 – 1688). Cura indio natural del pueblecito de la provincia de
Aimaraes. Sobre el año de su nacimiento hay controversias, siendo el más probable 1632. Según sus
estudiosos, sostienen que el apellido paterno fue Chancahuaña, por ser así el apellido de su progenitor, un
indio que se robó a una jovencita india de Calcauso, la razón de sus apellidos de Espinoza Medrano se debe
a la de un vecino español que protegió posteriormente a su madre; o por un cura de la parroquia de San
Cristóbal del Cusco que iba en misión evangélica a la jurisdicción de Antabamba que luego se volvería en
su protector. Lo cierto es que un sacerdote lo trajo al Cusco y pese a su condición de indígena, lo hizo
ingresar al seminario de San Antonio Abad.
En los claustros antonianos hizo brillante carrera gracias a su privilegiado talento, mostrando desde
la infancia una original aptitud para los idiomas, para las artes y para el aprendizaje de la teología. Apenas
púber, ya componía poemas, comedias y autos sacramentales y traduce a Virgilio al quechua. A más del
quechua y castellano, domina a la perfección el latín, el griego y el hebreo. Al mismo tiempo es hábil
ejecutante de diversos instrumentos musicales. Su castellano será uno de los más hermosos y refinados de
su tiempo. Se dice que a los 16 años ya ejercía la cátedra de artes en el seminario de San Antonio Abad,
luego en el de Teología.
Como cura párroco de la Catedral del Cusco, se hace famoso por su oratoria sacra llena de
penetrante sutileza y de castizos giros adornados de elegantes tropos. Ya se ha dicho que unía a
una “pasmosa erudición” una “profundidad del pensamiento” que hacía irrebatible su lógica. Por
tales razones lo apodaron como “el Doctor Sublime”, “Demóstenes Criollo”, pero en la historia
es más conocido por “El Lunarejo”. La multitud se entusiasmaba ante su palabra y llenaba el
templo hasta el atrio. La leyenda pinta a esa muchedumbre agolpada abriendo paso a la menuda
indiecita que es la madre del famoso orador sagrado.
En cuanto a su obra literaria es muy famoso El Apologético en defensa de don Luis de
Góngora, príncipe de los poetas Líricos de España, dedicado al Duque de Olivares. Esta obra
está constituida por una introducción y doce capítulos y secciones en el que el autor rebate los
argumentos y ataques a Manuel de Faría, escritor portugués que había criticado a Góngora. Es
esta obra el mejor exponente en prosa del culteranismo gongórico, y del conceptismo gracianesco, a la vez
que la defensa de los ideales literarios culteranos.
El gran número de sus comentaristas ha calificado de “portentosa” la prosa del Lunarejo en El
Apologético, debido a su lenguaje pulido, elegante, sin caer en el ridículo; por tal motivo se considera como
una de las mejores producciones del castellano del siglo XVII. También extraña que la más acicalada y
tersa prosa del coloniaje se haya escrito en el Cusco y por un cura indígena, al respecto Menéndez y Pelayo
bautizó a El Apologético como: “perla caída en el muladar de la poesía culterana”. El escritor brasileño
Euclides da Cunha sostenía que era la más brillante expresión de la genialidad americana: “el fantástico
Lunarejo –dirá en “Carta a Domicio da Gama”- tal vez el mayor genio de América”.

Entre otras obras de este insigne y maravilloso indígena peruano se tienen: Panegírica declaración
por la Protección de las Ciencias y Estudios, La Novena Maravilla; y sus obras dramáticas El Hijo Pródigo,
El rapto de Proserpina y El amar su Propia Muerte. Ahora leamos este fragmento que a continuación
presentamos con el fin de apreciar la alta erudición del Lunarejo:
“Desnudos venimos a esta vida, de ella hemos de salir desnudos. El viaje lo vamos haciendo. ¿No
será lástima dejar acá lo que con afán adquirimos, y al fin de la jornada hallarnos sin el caudal que
dejamos? Bobería, dijo el Imperfecto, entablar la hacienda en el sitio de donde forzosamente te has de
partir y no despacharla al lugar donde perpetuamente has de habitar; has de tener los haberes donde la
patria tienes, no hay que dejar el tesoro, echarlo por delante dijo el Crisólogo…” “Si hemos de morir más
presto de lo que pensamos, cáiganse las alas del corazón al más confiado en sus tesoros. Estamos
condenados a muerte todos, y nos reímos, ¿y por cuatro maravedises lloramos?...”
“No hay júbilo sin pesar, deleite sin riesgo, flor sin veneno, ni vida sin muerte. Todo lo dije ya,
que amagos de sepulcro ¿a qué robustez no atemorizan? ¿Qué placer no aguan? ¿Qué majestad no
humillan? ¿Qué prosperidad no turban? Universal asombro es la muerte de todo viviente, notable tiranía,
monstruo cruel, y fiera inexorable. ¡Qué poderosa triunfa, qué soberbia procede! Entre las flores de una
felicidad se esconde, de los resplandores de una beldad se disfraza…” “Abeja infausta es la muerte, que
con trágico zumbido de negras alas ronda los huertos, destroza los abriles, estraga las flores, fabrica por
cerca palidez macilenta, por miel mortíferos venenos. Mas ¿todo lo ha de avasallar esta fiera? ¿Sólo la
muerte ha de ser espanto de todas las vidas? ¿No se trocará la vida, y hubiera una vida que fuese asombro
de todas las muertes?”

LA PROSA BARROCA

CARLOS DE SIGÜENZA Y GÓNGORA (1645 – 1700). Nacido en la Nueva España, pariente por parte
materna de Luis de Góngora. Se destacó por su infatigable apego al trabajo y un talento de excepción en lo
científico y humanístico. Sus conocimientos en matemáticas y cosmografía le valieron una invitación del
rey Luis XIV de Francia para integrar su corte versallesca de científicos, pero declinó para proseguir en sus
funciones de catedrático de matemáticas y de cosmógrafo real del virreinato, por encargo de Carlos II. En
su testamento legó su cadáver a la ciencia.
En el campo de la literatura cultivó la poesía, las lenguas clásicas e indígenas, la historia y el relato
las cuales le aseguraron un lugar en las letras de la colonia. En su obra Alboroto y motín de los indios de
México refiere la sublevación de los indios pobres de la ciudad por el abuso de precios con le trigo y el
maíz, ocurrido en 1692, y el consiguiente ataque al palacio real e incendio de los comercios, suceso que le
provocó mucha pena por la represión armada y por la quema inminente de libros, pinturas y otros objetos
de valor del cabildo. Sigüenza en persona acudió a la plaza y con la ayuda de cinco personas, consiguió
rescatarlos de la depredación.
En los Infortunios de Alonso Ramírez, Sigüenza narra en primera persona las vicisitudes que un
náufrago portorriqueño (Ulises hispanoamericano) pasa al llegar a las costas del Yucatán. Alonso Ramírez,
el personaje, se escapa de La Habana a los trece años en una nave, pasa luego a México, donde realiza
tareas para conseguir sustento, se casa y su mujer muere al darle un hijo. Se embarca más tarde en Acapulco
y recorre Malaca, Batavia y Macao y se dedica como proveedor de un presidio de las Filipinas. Allí es
apresado por unos piratas ingleses y debe soportar las fechorías de su capitán, que luego de circundar los
mares lo abandonará con otros cautivos en una barquilla en un puerto del Amazonas. De allí continúan el
peregrinaje y naufragan frente al Yucatán. Alonso Ramírez se salva a nado, funda una pequeña colonia y
se traslada por fin a la ciudad de México, donde le acoge Sigüenza y escucha el relato de sus desventuras.
La valía de Sigüenza está en mostrar la grandeza de México y de América, defender la grandeza
local frente al desdén de los europeos, sostener los valores de la estirpe hispanoamericana, que en esos
tiempos ni se les tomaba en cuenta, y abogar por un mejor trato a los indígenas.
CONCOLORCORVO. Nombre de un personaje incógnito, cuya obra El Lazarillo de ciegos caminantes,
apareció con pie de imprenta en 1773, en Gijón, España, con el discutido nombre de Calixto Bustamante
Carlos Inca y su seudónimo Concolorcorvo que significa “con color de
cuervo”, y que el presunto autor usó para indicar que no era mestizo o
cholo, sino descendiente puro de indio: Yo soy indio neto, salvo las trampas
de mi madre. Dos primas mías coyas conservan la virginidad…Yo me hallo
en ánimo de pretender la plaza de perrero en la catedral de Cuzco para
gozar de la inmunidad eclesiástica…
Concolorcorvo afirma que escribió su libro sacándolo de las memorias
que compuso su jefe, Alonso Carrió de la Vandera, a quien había
acompañado como secretario ayudante en un viaje de Montevideo a Lima, por encargo de la corte, para
arreglar los problemas del correo y postas entre estas ciudades. El visitador real habría compuesto un diario
de viaje, al cual su ayudante amplió con otros materiales para que resultara más amena la guía a los viajeros.

Si existió realmente Concolorcorvo, si acompañó a Carrió en ese itinerario, si el libro lo escribió


el propio visitador y urdió la estratagema de su inexistente secretario para evitar la responsabilidad por las
sátiras incluidas, y si antes se publicó en Lima que en España, son los problemas bibliográficos acerca del
volumen. La mayor parte de los críticos opina, sin embargo, que Concolorcorvo existió realmente, aunque
no se pueda dilucidar la cuestión del verdadero autor.
En cuanto a la obra el Lazarillo de los ciegos caminantes, se publicó como una pretendida guía de
advertencia a los viajeros, con descripciones de los lugares, postas, pueblos y costumbres, además de
consejos para evitar los robos y otros inconvenientes de un recorrido tan largo por tierras inhóspitas. Pero
a esta parte oficial del contenido el autor agrega intercalaciones de interés literario, cuadros de costumbres,
observaciones burlescas, bromas, diálogos, anécdotas, recomendaciones contra asaltantes y tramposos,
burlas incisivas contra ciertas clases sociales, entre ellas los administradores y clero, chistes recogidos del
pueblo, una comparación entre peruanos, mexicanos y españoles, descripciones de fiestas locales, corridas
de toros, observaciones sobre los gauderios e indígenas, vida en las ciudades, características de los negros
e indios, un retrato del propio autor, particularidades idiomáticas de las diversas naciones y otras
amenidades.
Sátiras e ironías salpicadas a lo largo del libro tocan a personas, clases sociales y nacionalidades,
otorgándoles por momentos un carácter crítico y riesgoso para el autor en su época. Los indios y mestizos
son peores que los gitanos, México es el lugar con más enfermos de tabardillo (fiebre tifoidea), los criollos
decaen físicamente a los cincuenta y sesenta años, las mujeres mexicanas son hermosas, las limeñas
expertas en el arte del disimulo, los gauchos cantan mal con sus desencordadas guitarras y son holgazanes.
Los hombres en su mayor parte, locos, y los demás furiosos, graciosos, simuladores y cobardes.
En síntesis, una visión de conjunto de la parte sur del continente, de la sociedad argentina y peruana
del siglo XVIII; su mención es inevitable cuando se trata de Buenos Aires colonial. Está escrito en una
prosa ágil y vivaz, con regionalismos de vocabulario cuando son necesarios, bastante alejada de la pesadez
y los largos párrafos de esos años, sin la abrumadora carga de citas clásicas en latín, con la intención
declarada de rescatar jugando la verdad de la vida en aquellos años.

LOS COSTUMBRISTAS Y SATÍRICOS

ESTEBAN DE TERRALLA Y LANDA. Andaluz que primeramente se estableció en México y llegó


hacia el Perú en 1787, donde publicó un largo poema Lima por dentro y fuera (1794), con el seudónimo de
Simón Ayanque, verdadero libelo que provocó gran escándalo. A pesar de haber escrito varias obras, que
a la fecha faltan publicar, se conocen pocos datos sobre su biografía. Se sabe que vino en busca de fortuna,
fue minero, gozó un tiempo del favor gubernamental, lo perdió y se puso a vivir de la pluma. Se le suele
recordar como un gran pendenciero, tahúr y calavera.
El poema, que para otros es un simple libelo, está escrito en versos fáciles y fluidos, graciosos
algunas veces pero insidiosos y hasta procaces con mayor frecuencia. Arremete a Lima y a sus mujeres sin
piedad, llevado de su mal humor y un desengaño esencial. Desfilan a los ojos del lector los tipos populares
de la ciudad, los vendedores y regateadores de precios en las tiendas, las coquetas, las buscadoras de regalos
y dinero, sus familias, los médicos en mula, los picapleitos y otros ejemplares humanos, enumerados y
descritos con crueldad. De igual modo se refiere a las costumbres, comidas, concurrencias a los cafés y
fondas, demandas judiciales y otros pormenores. El libro se completa con un testamento cerrado y un
testamento codicilo, en los que vierte su escepticismo refiriendo su vida y desengaños: Morir es fuerza, la
muerte/ no me puede ser ingrata,/ muera de una vez un pobre,/ que está muriendo de tantas.

LA LITERATURA HISPANO – INDÍGENA


FELIPE GUAMAN POMA DE AYALA (1532 – 1613). Aparece en el Perú en el siglo XVI. Este autor
tuvo una intensa actividad al lado de los funcionarios virreinales y eclesiásticos y escribió una extensa
Nueva crónica y buen gobierno que él reputaba como “muy útil y provechosa, y es buena para enmienda
de vida para los cristianos e infieles, y para confesarse los dichos indios, y
enmiendas de sus vidas y herronía idólatras”. La obra ilustrada con llamativos
dibujos hechos de su mano y escrita en un español de embrollada sintaxis y
contaminado de vocablos quechuas, aymaras, coyas, incas y otros, desarrolla en
su primera parte (la crónica) una insólita teoría de las edades del mundo andino
que se corresponden paralelamente con las edades europeas, de manera que los
incas resultan ser descendientes de Noé desde los tiempos bíblicos.
En la segunda parte (el buen gobierno), hace una revisión histórica de
la administración del Perú por los incas y españoles, corregidores, tenientes,
jueces, mayordomos, encomenderos, alcaldes y religiosos, señalando sus
errores y prácticas viciosas y reclamando en todo momento la intervención real.
Dedica los últimos capítulos a una descripción de las provincias y ciudades.
Guamán Poma dirigió su extraño libro al rey Felipe II para conseguir el favor real. Al Santo Padre
se lo envía para servirlo “con esta poquita de obrecilla” y suplicándole su bendición. Y a los lectores
cristianos para enmienda de sus pecados.

Como Guamán Poma se consideraba descendiente del inca Huáscar, nieto de un rey del Perú, viejo
de ochenta años, le ofrece al monarca las primicias de sus largos años de esforzada labor literaria, recogida
de boca de los más viejos pobladores y de sus lecturas, sugiriéndole que su hijo pueda ser “rey de Indias”.
En la conquista del Perú, según su criterio, se perdieron los principales señores de casta noble y en su lugar
se eligieron “indios muy bajos”.
A pesar de su repetida profesión de catolicismo, no exime de su denuncia a los evangelizadores,
sacerdotes y religiosos, a quienes considera actores y cómplices en parte del atropello de quitar a los
naturales sus tierras y hacerlas testar a su favor, y de contribuir al despoblamiento del país. Se arroga la
condición de cristiano nuevo y como tal reclama una nueva práctica de la evangelización y la administración
eclesiástica.
Aunque muchos críticos consideran a su obra de poco valor histórico y literario, y más bien parece
estar escrita por un individuo atrabiliario y poco ilustrado que mendiga reconocimiento en su vejez. Con
todo, es una obra interesante como representativa de la literatura hispano – indígena de esta parte del
continente.

EL HUMANISMO JESUITA

FRANCISCO JAVIER CLAVIJERO (1731 – 1787). Sacerdote humanista de la orden de


los Jesuitas. Nació en México. De padres españoles. Destaca en el campo de la historia y la
literatura por su obra Historia antigua de México, obra preferida para los consultores de temas
históricos debido a que sus afirmaciones son de mayor confiabilidad que otros cronistas e
historiadores de la época.
Clavijero vivió su infancia entre los indios a quienes conoció en su vida real, y de
quienes aprendió de primera fuente las tradiciones, la lengua y otros aspectos antropológicos.
Ingresó en la compañía de Jesús. Su personalidad histórica se caracteriza por el conocimiento
y dominio del nahua, de varias lenguas modernas europeas y de las clásicas como el latín,
griego y hebreo, además de una acuciosa consulta directa de códices y manuscritos indígenas y una
preocupación por la reforma de los métodos educativos de la época. Desempeñó proficua labor docente.
Pero, sufrió las consecuencias de la expulsión de los jesuitas. Se estableció en Ferrara (Italia) donde intento
infructuosamente establecer una academia de estudios mexicanos, se trasladó luego a Bolonia, donde vivió
consagrado a los estudios, en medio de la pobreza, hasta su muerte.
Su Historia antigua de México, se circunscribe a la historia, desde los primeros pueblos del
Anahuac (toltecas, chichimecas, acolhuas, etc.) hasta la prisión de Cuauhtémoc y ruina del imperio
mexicano. En una segunda parte, agrega interesantes capítulos sobre los primeros pobladores de América,
los animales, la constitución física de los mexicanos, su cultura, su religión, el origen del “mal francés” y
otros estudios monográficos, en los cuales es notoria su decisión de destruir malentendidos y prejuicios
extranjeros que pesaban sobre su país. El mal gálico (lúes) no proviene de América, sino de algún pueblo
del otro lado del mar; el escritor Paw está científicamente equivocado cuando considera a los mexicanos
un pueblo biológicamente inferior, pequeños, débiles, feos, inútiles e imperfectos, y demuestra que el alma
de los indios no era mentalmente inferior a la blanca europea. Da un catálogo de autores europeos y criollos
que han escrito de doctrina y moral cristiana, describe los reinos y tierras, historia a los reyes del valle, y
muestra un interesante sinnúmero de pormenores sobre la raza y el país.

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