Para Siempre Contigo - Jennifer L. Armentrout
Para Siempre Contigo - Jennifer L. Armentrout
Para Siempre Contigo - Jennifer L. Armentrout
Estaba claro que iba a llevarme a Nick a casa conmigo esa noche, no
solo eso sino que iba a hacerle toda clase de cosas malas y
divertidas en pelotas, de esas que deberían hacer que me pusiera
colorada como un tomate. O, por lo menos, que sintiera vergüenza,
porque me estaba imaginando hacer todas esas cosas en un lugar
público.
Pero no era el caso.
En absoluto.
Tenía un caso grave de lujuria instantánea. Ese chico me atraía a
un nivel puramente físico, y tenía suficientes ovarios como para
admitirlo.
Sus ojos color musgo se cruzaron con los míos una vez más. Bajó
entonces sus tupidas pestañas y ocultó esos extraordinarios luceros
verde claro. Madre mía, siempre me habían gustado los chicos
morenos de ojos claros. Era un contraste tan espectacular que me
hacía sentir cosas muy poco sanas en todos mis puntos de pulso
interesantes. Nunca había visto a nadie con unos ojos de su color.
Eran definitivamente verdes, pero cada vez que se alejaba de las
luces brillantes que cubrían la barra y se sumía en las sombras, el
color parecía volverse turquesa.
Esos ojos le sumaban muchos puntos.
—Me puede tanto la curiosidad que tengo que preguntártelo. ¿Qué
diablos te trae a Plymouth Meeting, Steph?
Al oír esa conocida voz, me giré en el taburete y alcé la vista para
encontrarme mirando los ojos azul cielo que pertenecían a Cameron
Hamilton. Cuando había entrado en el Mona’s, había flipado al ver a
unas cuantas personas con las que había ido a la universidad.
Seguía estupefacta por el hecho de que Cam y los demás estuvieran
ahí, a varias horas de distancia de su territorio habitual, que era la
Universidad de Shepherd.
Los había saludado y enseguida me había dejado caer en el
taburete de la barra, a pesar de haberme dado cuenta de que tenían
un montón de preguntas, pero, la verdad, verlos me había
descolocado. No esperaba encontrarme a nadie que conociera y,
desde luego, no esperaba ni de coña que fuera, no uno, sino dos
chicos con los que había… bueno, había intimado mucho en un
momento dado.
Era algo incómodo, si tenemos en cuenta que nunca había sabido
muy bien si las novias de Cam y de Jase Winstead me tenían en alta
estima. Había descubierto, hacía mucho tiempo, que a muchas
chicas no les caían bien las demás mujeres con las que sus novios
habían estado, sin importarles lo seria que hubiera sido esa relación
anterior o que no hubiera habido ninguna. No todas las chicas eran
así, pero la mayoría… sí, la mayoría lo era.
Era algo que me resultaba… bueno, estúpido de cojones, la
verdad.
La mayoría de chicas eran la ex de algún chico en algún momento
de su vida. Así que realmente a quien odiaban era a sí mismas.
Por eso había procurado mantenerme alejada de ellos cuando
estábamos todos en Shepherd, y la cosa funcionó la mar de bien
hasta la noche que me había encontrado a Teresa, la novia de Jase y
hermana pequeña de Cam, gritando como una histérica tras haber
encontrado el cadáver de su compañera de habitación en la
residencia de estudiantes. Desde entonces, a pesar de que Jase y yo
habíamos seguido quedando durante un tiempo, Teresa había estado
decidida a ser amiga mía. Me ponía de los nervios, y me recordaba a
una chica de la que me había hecho amiga en mi primer año en
Shepherd: Lauren Leonard.
Uf. Con solo pensar en su nombre me daban ganas de tirarle mi
bebida a alguien a la cara. Lauren había fingido ser mi amiga
cuando, en realidad, no me tragaba porque el chico con el que salía
me había besado un año antes de que se conocieran siquiera.
Y el beso no había sido nada del otro mundo; desde luego, no era
merecedor de todo el drama que Lauren me había montado.
—Yo podría haceros la misma pregunta —dije, por fin, alzando la
copa.
Cam se apoyó en la barra con una sonrisa relajada en los labios y
los brazos cruzados delante del pecho.
—Conoces a Calla Fritz, ¿verdad?
—He oído hablar de ella. —Dirigí la mirada hacia donde estaba la
bonita chica rubia con el brazo alrededor de la cintura de un chico
que llevaba «Ejército» escrito en la cara. Si alguien podía notarlo era
yo. Mi padre tenía ese aspecto. El aspecto que gritaba: «Sé cómo
romperte todos los huesos del cuerpo, pero tengo un fuerte código
moral que me impide hacerlo… a no ser que amenaces a uno de los
míos». Aquel chico con el cabello rojizo y ondulado tenía ese
aspecto.
—Su novio, Jax, es el dueño de este bar. Solía ser de la madre de
Calla, pero eso es una larga historia. —Cam hizo una pausa y
prosiguió—: El caso es que Teresa es muy amiga de Calla y, cuando
ella viene a verla, los demás nos apuntamos. Y como está tan cerca
de Filadelfia, es una buena escapada.
—Oh —murmuré. El mundo era un pañuelo—. He encontrado
trabajo en la Lima Academy y he alquilado un piso no muy lejos de
aquí.
—¿En serio? —soltó Nick, lo que atrajo nuestra atención e hizo que
el estómago me diera un vuelco agradable—. ¿Trabajas para el
entrenador de Brock Mitchell, La Bestia?
Hice una mueca al oír la evidente admiración que rezumaba la voz
de Nick. Cada vez que se mencionaba el nombre de Brock, esa era la
reacción habitual. Brock era un luchador de artes marciales mixtas y
era de la zona. Todo el mundo parecía adorarlo.
—Sí. Pero todavía no he conocido a La Bestia. Ahora mismo está
en Brasil, según tengo entendido.
Nick apoyó los codos en la barra y sus ojos se deslizaron por mi
cuerpo sin el menor disimulo.
—Entonces ¿eres luchadora de artes marciales mixtas?
Eché la cabeza atrás y solté una carcajada.
—Uy, no. Voy a trabajar en las oficinas como asistente ejecutiva.
—Genial —respondió Cam—. Es en lo que te especializaste,
¿verdad? ¿Administración de empresas?
Asentí con la cabeza, sin que me sorprendiera del todo que se
acordara. Habíamos sido amigos, y Cam era un buen chico. Lo
mismo que Jase. Y, hablando de él, cuando eché un vistazo hacia
donde estaban todos reunidos alrededor de una mesa de billar, me
dio la impresión de que Jase tenía a Teresa… ¿atrapada en una llave
de cabeza?
Vale.
Sonreí.
—¿Cuánto tiempo vais a quedaros aquí? —pregunté, dando un
sorbo a mi bebida mientras una barman con gafas de montura rosa
pasaba a toda velocidad por delante de Nick y le lanzaba una mirada
que no acabé de entender.
Nick la ignoró.
—Regresaremos el domingo. —Cam se separó de la barra—. No
seas antipática —añadió con una sonrisa cuando puse los ojos en
blanco—. Levanta el culo del taburete y ven a vernos, ¿vale? —
Cuando asentí de nuevo con la cabeza, miró a Nick—. Vendrás
mañana por la noche a casa de Jax, ¿no?
—Dependerá de la hora a la que salga de aquí, pero lo intentaré.
Interesante. Así que Cam y Nick eran colegas. Me alivió saberlo. A
Cam se le daba muy bien juzgar a las personas, y yo ya sabía que
Nick era encantador y servicial, pero me pareció que ahora podía
asegurar, sin lugar a dudas, que no era ningún asesino en serie.
Acaricié mi copa mientras Cam volvía tranquilamente a las mesas
de billar. Todavía no estaba preparada para ir a verlos. Tal vez lo
hiciera. Tal vez no.
—¿Otra copa?
Mis labios esbozaron una sonrisa al oír la voz profunda y melosa
de Nick. Habíamos estado charlando intermitentemente desde que
me había sentado y parecía contento de que yo estuviera ahí.
Todo eran puntos a favor para este chico.
—Estoy servida, pero gracias. —Lo último que quería era pillarme
un pedo. Le sonreí encantada cuando volvió a bajar los ojos—.
¿Soléis tener tanto jaleo los fines de semana?
Me di cuenta de que hablar de cosas sin importancia era algo que
se le daba de maravilla a Nick, lo que tenía sentido dada su
profesión. Era un auténtico ligón. Las mujeres se agolpaban a su
alrededor en la barra. La otra barman, la chica con las gafas rosas,
parecía tomárselo con calma.
—No estoy seguro de que pueda decirse que esto sea mucho
jaleo, pero los sábados suele venir más gente. —Nick bajó la vista
hacia la barra antes de seguir—: ¿O sea que fuiste a la universidad
con ellos? —preguntó, señalando con el mentón la dirección en la
que se había ido Cam.
—Sí. —Me incliné hacia delante y apoyé los codos en la barra—.
No tenía ni idea de que tuvieran relación con este sitio. Ha sido toda
una sorpresa.
—El mundo es un pañuelo —dijo, haciéndose eco de lo que yo
había pensado antes—. Pero no tienes demasiada amistad con ellos.
Era una afirmación, no una pregunta.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Bueno, si la tuvieras, supongo que estarías allí con ellos. O…
Nick era observador.
—¿O qué?
Esbozó media sonrisa mientras cruzaba los brazos delante del
pecho. El movimiento captó mi atención. Soy de las que se fijan
muchísimo en el físico. Aunque nadie podría haberme culpado en
ese momento. La camiseta negra que llevaba se le ajustaba
alrededor de los bíceps bien definidos.
—O es que prefieres pasar el rato conmigo.
El estómago me dio un vuelco.
—¿Tan transparente soy?
—De la mejor manera posible. —Cogió una botella—. Me alegra
que te hayas pasado por aquí. Cada vez que se abría la puerta ayer
por la noche, alzaba los ojos y esperaba que fueras tú.
—Ah, ¿sí?
—Así es. —Su sonrisa era ociosa—. ¿Has acabado de abrir las
cajas?
—Sí.
—¿Hubo alguna combinación más con «hostia puta»?
—Unas cuantas más —respondí con una carcajada.
—Me da rabia habérmelas perdido.
—Todavía estás a tiempo. —Jugueteé con mi vaso mientras le
sostenía la mirada—. Dime, Nick, ¿tienes apellido?
—Blanco —respondió tras vacilar un momento—. ¿Y tú?
—Keith. —Sonreí mientras él descruzaba los brazos—. Tengo otra
pregunta para ti.
—Dispara —dijo acercándose y apoyando las manos en la barra.
—¿Tienes novia? —Contuve un poco la respiración cuando se
inclinó de repente hacia mí. Nuestras bocas estaban tan cerca que
respirábamos el mismo oxígeno—. ¿O novio?
—Ninguna de las dos cosas —contestó sin pestañear—. ¿Y tú?
¡Explosión de puntos a favor!
—Tampoco —aseguré, alegrándome del cosquilleo que me recorría
la espalda al sentir la calidez de su aliento en mis labios.
Nick ladeó la cabeza para alinear sus labios con los míos a tan solo
unos centímetros de distancia. Empecé a sentir que me ruborizaba
un poco.
—¿Tienes planes esta noche, Stephanie Keith? —preguntó con la
voz más profunda y más ronca.
Sacudí la cabeza mientras mi pulso se tropezaba consigo mismo
en una pequeña danza de felicidad.
La sonrisa de Nick se ensanchó de un modo que debía dejar un
rastro de mujeres desmayadas a su paso, sin duda.
—Pues ahora sí.
2
Espérame, ¿vale? —dijo con una sonrisa lenta a la vez que recogía
dos vasos vacíos mientras yo me levantaba del taburete—. Salgo a la
una. Estaré ahí en veinte minutos como mucho.
Me alejé de la barra sin responder, saludándolo con la mano. No
tenía la menor duda de que se presentaría, y un entusiasmo pícaro
me repiqueteaba en las venas. Me di la vuelta sonriendo para mí
misma.
La chica con las gafas rosas estaba justo delante de mí, tan cerca
que casi choqué con ella. Tras la barra parecía mucho más alta, pero
yo, con mi metro setenta y cinco, destacaba sobre ella. Un mechón
rosa hacía juego con sus gafas, pero eso no fue todo en lo que me
fijé. De cerca, vi que también tenía un ojo ligeramente morado.
¿Pero qué…?
—Hola, soy Roxy. —Me alargó la mano.
—Hola. —Se la estreché—. Yo me llamo…
—Steph. Ya lo sé. Tus amigos me lo han contado todo sobre ti —
explicó, y me esforcé al instante en poner cara de póquer, aunque
me había puesto tensa. Solo Dios sabía qué le habrían contado—.
Fuiste a la universidad con ellos.
—Sí. —Lancé una mirada rápida por encima de ella hacia donde
estaban Teresa y Jase con Jax y Calla. Avery y Cam ya se habían
marchado—. Me ha sorprendido verlos aquí.
—Ya me imagino. —Roxy me miraba con una sonrisa cálida y
sorprendentemente auténtica—. Bueno, como me han dicho que
acabas de mudarte aquí, quería saludarte y decirte que espero que
esta no sea tu última visita al Mona’s.
Vale. Esa frase era rara.
—Me gusta el… ambiente del local, así que probablemente sí
vuelva.
—Me alegra muchísimo oír eso. —Le brillaron los ojos castaños
tras las gafas—. Tiene que ser un asco mudarse a un sitio nuevo y
no conocer a nadie.
—Ya te digo —asentí con la cabeza—. No te das cuenta de lo
importantes que son tus amigos hasta que estás lejos y ninguno de
ellos está ahí contigo.
Su cara reflejó compasión.
—A lo mejor suena un poco raro, pero los domingos, Katie, que es
una chica genial, aunque un poco excéntrica, y yo quedamos para
desayunar. Eres más que bienvenida a formar parte de nuestro
grupo de tres y, a veces, de cuatro. Así no estarás en un sitio donde
no tienes ningún amigo —concluyó con otra amplia sonrisa.
Vaya. Era realmente… simpática, pero, por algún motivo, tuve la
sensación de que se me estaba escapando algo. Como si hubiera
llegado en medio de una conversación.
Antes de tener ocasión de pensar cómo responder a esa oferta,
Roxy prosiguió:
—Y, por cierto, Nick es muy buen chico.
Mi semblante estaba empezando a perder parte de su
inexpresividad. ¿Tenía que ver algo con Nick su acogida
exageradamente simpática? Obvio. A lo mejor le gustaba y nos había
visto charlando y haciendo planes juntos para después. También
estaba lo de esa mirada extraña que le había visto dirigirle. ¿Era algo
tipo «mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos… o
competidores»? Parte del entusiasmo que había estado sintiendo se
desvaneció.
Dios mío, qué cínica era. Tendría que echar la culpa a mis
experiencias del pasado.
—¿Estás interesada en él? —pregunté, porque, aunque no la
conocía, era nueva en el pueblo, y lo último que quería hacer era
pasar por encima de nadie.
Roxy se me quedó mirando un momento y, después, echó la
cabeza hacia atrás y empezó a reírse a carcajadas mientras la coleta
se le balanceaba.
—Nick está para mojar pan, pero ya tengo a un hombre al que
quiero muchísimo, así que no. Nick y yo somos amigos. Solo quiero
que sepas que es un buen chico y, bueno… —Se le apagó la voz y
sacudió un hombro—. Solo quería decir eso.
La verdad es que no tenía ni idea de qué decir al respecto.
—Vale. Me… esto, me alegra saberlo. —Volví la cabeza y vi que
Nick nos estaba mirando. Me giré de nuevo hacia Roxy—. Bueno,
voy a marcharme. Me ha encantado conocerte.
—Igual —respondió con alegría, sonriendo encantada—. Espero
verte pronto.
La rodeé, sonriente, saludé con la mano hacia donde estaban
Teresa y Jase, y salí cagando leches de allí. Fuera, el aire era tan frío
que hasta tuve que poner la calefacción en el coche. No había duda
de que el otoño ya había llegado y el invierno no le iba demasiado a
la zaga.
En el corto trayecto hasta mi casa, mi cabeza no podía parar de
pensar en el encuentro imprevisto con todos los de Shepherd, en la
rápida e inesperada charla con Roxy o en lo que era muy probable
que pasara esa noche.
No sabía qué pensar de la conversación con Roxy. Seguía teniendo
la sensación de que se me escapaba algo, y, la verdad, no estaba
acostumbrada a que una total desconocida fuera simpática o
amable, especialmente conmigo. Más de una vez me han acusado
de ser distante y de tener mala leche.
Lo cierto era que no se trataba de que fuera mala o antipática.
Simplemente era que, por lo general, se me daba mal entablar una
conversación con gente que no conocía y, lo que era más
importante, tenía un caso grave de cara de pocos amigos.
Si me dieran un dólar por cada vez que alguien me ha dicho que
sonriera, tendría más dinero que la reina de Inglaterra.
En cuanto entré en mi piso, recogí las cajas que había junto a la
puerta y las llevé enseguida al gran contenedor que había detrás del
edificio. Mientras las tiraba, eché un vistazo al jardín con el césped
bien cortado. No había demasiado terreno libre porque los altos
árboles eran gruesos y se elevaban hacia el cielo nocturno con unas
ramas desnudas que me recordaron unos dedos esqueléticos. Me
giré y me apresuré a cruzar a toda prisa el aparcamiento. De noche,
con el ruido lejano del tráfico, este sitio asustaba un poco.
Cuando regresé, miré el reloj del horno y enfilé el pasillo dando
brincos hacia el cuarto de baño. Tenía tiempo para arreglarme;
siempre había que tener tiempo para arreglarse.
Con una sonrisa, cogí una cuchilla limpia del armario de debajo del
lavabo y me puse manos a la obra mientras unos nudos muy
agradables comenzaban a formarse en mi estómago. Me sentía un
poco ida mientras me preparaba, como si me hubiera bebido una
caja entera de bebidas energéticas.
Una excitación nerviosa me revoloteaba por el cuerpo como un
insistente colibrí. No tenía dudas sobre lo que estaba haciendo.
Joder, había conocido gente que se había enrollado habiendo pasado
incluso menos tiempo desde que se habían saludado por primera
vez. En cuanto a lo de esa noche, no iba a andarme con
estupideces. Si llegábamos al punto en que nos quedábamos sin
ropa o necesitábamos un condón, ya lo sacaría yo si él no tenía.
El nerviosismo se debía a que me atraía muchísimo a un nivel
puramente físico. Nada más.
Un rollo de una noche te podía dejar con una sensación de vacío si
esperabas más, y yo no esperaba nada más allá de que me dejara
con una sonrisa en la cara. Para ser sincera, ni una sola vez en toda
mi vida había querido nada más de un chico salvo las cosas
necesarias, como el respeto mutuo, la seguridad y, a veces, la
amistad.
Jamás había estado enamorada.
No era que no creyera en el amor. Y tanto que creía en él. Pero
quería la clase de amor que mis padres habían sentido el uno por el
otro, esa clase de amor duradero, hasta el final, y todavía no me
había acercado siquiera a experimentarlo.
Y hasta que lo hiciera, no tenía ningún problema en ir probando
aquí y allá. Porque, a ver, ¿te comprarías un coche sin conducirlo
antes para probarlo? Diría que no. Me reí como una tonta de mí
misma.
Volví a ponerme los vaqueros y, sin calzarme, me decidí por un top
de tirantes con sujetador incorporado. Tras dejarme el pelo suelto,
regresé a la cocina y cogí un mechero de la encimera. Encendí una
vela que había puesto en la mesita auxiliar. El olor a pumpkin spice
impregnaba el ambiente cuando volví a entrar en la cocina y dejé el
encendedor en la cesta.
Un motor rugió fuera, y me di la vuelta para echar un vistazo al
reloj del horno. La una y cuarto. ¿Podía ser ya él? Salí disparada
hacia la ventana y aparté con mucho cuidado la cortina para mirar
fuera, como una auténtica pervertida.
—¡Qué bueno está! —susurré.
Era Nick.
Era Nick en moto.
Recordé haberla visto aparcada fuera el jueves, pero lo había
olvidado por completo. Aparcó allí mismo, cerca de la puerta
principal, y, al bajar de la moto, se quitó el casco. Subió un brazo y
se pasó los dedos por el pelo. Observé cómo se volvía hacia la parte
trasera, detrás del asiento. Empezó a levantar algo, y fue entonces
cuando me obligué a mí misma a alejarme de la ventana.
Giré sobre mí misma, inspiré hondo y esperé con el corazón
acelerado, bailando claqué en mi pecho. Ni siquiera había pasado un
minuto cuando llamaron a la puerta. Me acerqué lentamente y eché
un vistazo por la mirilla para asegurarme de que era él antes de
abrirla.
—Hola —me saludó esbozando una sonrisa con los labios. De una
mano le colgaba una bolsa de plástico azul, y llevaba el casco bajo el
otro brazo.
—Dijiste a y veinte —solté retrocediendo.
Él me siguió y cerró la puerta con el pie al entrar.
—Como mucho. Has olvidado esa parte.
—Ah, pues sí.
Nick levantó la bolsa al pasar por delante de mí hacia la cocina.
—He traído algo. —Dejó la bolsa en la encimera y metió la mano
dentro para sacar dos botellas—. ¿Tienes abridor?
Encendí las luces del techo, me acerqué al cajón que estaba cerca
de los fogones y saqué un abridor.
—¿Cerveza Apple Ale? Me gusta. ¿Cómo lo sabías?
Me quitó el abridor de las manos y destapó las botellas con
pericia.
—Me imaginé que te gustaría algo dulce. —Me pasó una botella.
Noté el cristal frío en la palma de la mano.
—También me gusta empalmarlas… —Me dirigió una mirada
penetrante, y yo sonreí—. Unas bebidas con otras, quiero decir.
—¿En serio has dicho eso? —dijo Nick tras soltar una risita.
—En serio. —Sonreí antes de llevarme la botella a los labios y dar
un sorbito.
Nick se quitó la chaqueta de cuero y la lanzó a la encimera, al lado
de la bolsa.
—Creo que me gustas.
—Tienes que eliminar la palabra «creo» de esa frase —le advertí
—. Para que sea exacta.
Soltó otra carcajada ronca mientras alzaba su botella.
—Bueno, ya que estamos siendo totalmente sinceros el uno con el
otro, no era que tuviera la esperanza de que te presentaras en el
bar.
—Ah, ¿no? —Bajé la botella con una ceja arqueada.
—No. —Se le movió la nuez al dar un trago—. Es que sabía que
vendrías. Era inevitable.
—¿Inevitable? —repetí—. Esa es una palabra muy rotunda.
Su mirada penetrante se encontró con la mía, y noté que ese
vuelco del estómago se repetía con fuerza.
—Bueno, es la verdad —insistió.
—Vas un poco de sobrado, ¿no?
—¿Y tú, vas de sobrada?
—Puede —dije apoyándome en la encimera frente a él con una
carcajada.
—Me gusta. Veo que eres la clase de persona que no se anda con
rodeos.
Crucé las piernas por los tobillos mientras acariciaba mi bebida.
—¿Ya puedes ver todo eso?
Asintió con la cabeza.
—En cuanto tus ojos se encontraron ayer con los míos, vi que eras
el tipo de chica que sabe que puede parar el puto tráfico con solo
salir a la calle. Y no te importa demostrarlo —comentó—. No tienes
ni un pelo de vergonzosa o tímida.
—¿Y descubriste todo eso con tan solo mirarme a los ojos? —
resoplé.
—Bueno, lo descubrí al ver esos pantaloncitos cortos que llevabas
ayer —respondió para mi sorpresa—. No hay una sola mujer ahí
fuera con unas piernas tan largas como las tuyas que no sepa que
cualquier chico con el que se encuentre se las está imaginando
rodeándole la cintura.
Parpadeé, me había vuelto a descolocar. Tardé un instante en
recuperarme.
—¿Así que te gustan mis pantalones cortos?
—Joder, me encantaron esos pantalones cortos. —Sonrió y se llevó
la botella a los labios.
Tal vez tendría que habérmelos puesto esta noche.
—Bueno, parece que ya me tienes totalmente calada después de
dos breves conversaciones, pero yo no soy tan observadora como tú.
No sé nada de ti.
—No es verdad —me reprendió en voz baja—. Sabes mi nombre y
mi apellido. Y dónde trabajo.
—Madre mía. Podría escribir tu biografía. —Observé cómo sus
labios esbozaban de nuevo una media sonrisa—. ¿Y si jugamos a
algo? Una pregunta por otra.
Ladeó la cabeza con los labios fruncidos.
—Creo que puedo hacerlo. Las damas primero.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté apartándome el pelo del
hombro antes de dar otro trago.
—Veintiséis.
—Todavía eres un crío, entonces.
—¿Cuántos años tienes tú? —dijo con el ceño fruncido.
—Veintitrés —respondí.
—¿Qué? —Al reírse, se le formaron unas arruguitas alrededor de
los ojos—. Eso no tiene sentido —dijo, y tras una pausa, añadió—:
¿A no ser que te vayan los hombres mayores?
—No es tu turno todavía —dije tras soltar un chasquido suave—.
Me toca a mí. ¿Has vivido aquí toda tu vida?
—Voy y vengo. Nací cerca de aquí. —Le brillaron los ojos—.
Contesta mi pregunta.
—Normalmente no me van los hombres mayores, pero, para serte
sincera, no creo que haya algo concreto que «me vaya».
—¿No haces distinciones, entonces?
—Me da que no entiendes cómo va este juego, Nick.
—Culpa mía —dijo con una sonrisa satisfecha.
—¿Has ido o vas a la universidad? —pregunté.
—¿No son eso dos preguntas? —soltó con una ceja arqueada.
—Ahí me has pillado. Elige una.
—He ido a la universidad, sí. ¿Es la primera vez que vives lejos de
casa? —me preguntó con la cabeza gacha.
Di un trago mientras observaba cómo movía el pulgar por la
botella.
—Vivía en una residencia de estudiantes cuando estaba en la
universidad, pero esta es la primera vez que salgo del estado. Y tú,
¿te graduaste?
—Sí —dijo asintiendo con la cabeza.
La pregunta tomó forma en la punta de mi lengua. Quería saber
por qué trabajaba de barman. Sentía curiosidad, pero no para
criticarlo, porque ser camarero no tenía nada de malo. Seguramente
ganaba más dinero que yo, pero decidí desechar la pregunta. Era
demasiado… personal para mí. Di unos golpecitos en la botella con
un dedo y busqué otra que fuera buena:
—¿Tienes algún hobby?
—¿Aparte de follar? —soltó con la mirada oculta tras sus tupidas
pestañas.
Noté un vació en el estómago. Madre mía, eso sí que era ir de
frente, y algunos puntos susceptibles de mi cuerpo se excitaron de
muchas formas distintas al oírlo.
—Sí, ¿y aparte de eso?
—Mmm… —Dirigió la mirada al techo con los labios fruncidos y,
acto seguido, la concentró en mí—. Si tuviera que elegir uno, me
decantaría por trabajar con las manos.
Me inundó una oleada de placer.
—Por alguna razón, creo que eso tiene doble sentido.
Levantó un hombro y dio un trago.
—¿Y tú? ¿Algún hobby?
—¿Aparte de follar?
La carcajada de Nick fue grave, pero su mirada ya no era ociosa.
—Sí, aparte de eso —dijo, repitiendo mis palabras.
—Pues… —Nick deslizaba el pulgar arriba y abajo por el cuello de
la botella, y no pude evitar imaginarme esa mano en mi cuerpo
mientras ese pulgar se movía de la misma manera. Se me secó la
boca, y mis pensamientos empezaron a dirigirse de nuevo hacia
lugares sucios, muy sucios. Alcé la vista—. Supongo que ver
películas. Habré visto cientos de ellas.
—Interesante. —Me miró por encima de la boca de la botella.
Dejé mi cerveza a un lado y me sujeté a los bordes de la
encimera, con las manos a cada lado de mis caderas, a la espera de
su siguiente pregunta. Se estaba tomando su tiempo.
—¿Sabes qué? —Dejó también su botella, se separó de la
encimera y yo me incorporé, apartando las manos de ella—. No he
venido aquí a jugar a las veinte preguntas.
—¿No me jodas? —solté ladeando la cabeza. Sonreí con dulzura a
pesar de que notaba pesadez en los pechos y parecía habérseme
espesado la sangre.
Nick volvía a esbozar esa media sonrisa.
—Y tú tampoco me quieres aquí para contestar preguntas.
Encontré su mirada y él avanzó hasta detenerse justo delante de
mí. Todas las células de mi cuerpo fueron superconscientes de su
proximidad.
—Si digo no me jodas otra vez, ¿me estoy repitiendo?
—Solo un poco —murmuró, se inclinó hacia mí y colocó sus manos
en mis caderas—. Así que a la mierda las preguntas y las respuestas,
pasemos a lo que los dos estamos deseando.
Sentí un cosquilleo en el pecho que fue bajando lentamente hacia
el vientre.
—No eres la clase de chico que se va por las ramas, ¿verdad?
—No. —Sus manos se aposentaron en mis caderas, y mis ojos se
dirigieron directamente hacia los suyos. Él me sostuvo la mirada—. Y
tú tampoco. Sabes muy bien que estás harta ya de las preguntas.
—Ah, ¿sí? —Contuve la respiración al notar que me sujetaba las
caderas con más fuerza.
—Sí, y tanto. —Agachó la cabeza hasta dejar su boca cerca de mi
oreja—. ¿Quieres saber cómo lo sé? Has empezado a excitarte en
cuanto he dicho que mi hobby era follar —dijo. Alzó una mano sin
dejar de mirarme a los ojos y me puso un pulgar en la punta del
pecho, encontrando y acariciando hábilmente el pezón—. Y estos se
te han estado poniendo más duros a cada minuto que pasaba.
Ay, Dios. El estallido de placer que se originó en mi pecho se
propagó por todo mi cuerpo, encendiendo todos mis nervios. Me
quedé sin palabras, algo que era nuevo para mí.
—Y quiero darte las gracias por llevar esta camiseta. —Nick volvía
a tener las dos manos en mis caderas—. Me gusta casi tanto como
esos pantalones cortos.
Puse las manos en su tórax y las deslicé hacia abajo por su
abdomen, siguiendo de cerca con la punta de mis dedos los
pronunciados contornos de sus abdominales.
—Pues me da que te gustará lo que tengo debajo de estos
vaqueros.
Emitió un sonido grave mientras sus manos descendían por mi
zona lumbar y seguían hacia abajo hasta rodearme el culo.
—No puedo esperar a averiguarlo.
—Pues no lo hagas. —Tiré de su camiseta, y la risita que soltó fue
ronca. Alcé la mirada y le solté la camiseta—. Esto solo será cosa de
una noche.
—Estamos en el mismo punto, entonces, ¿no? —Dio un paso atrás
y se metió la mano en el bolsillo trasero. Sacó de él la cartera y la
abrió. Cuando vi en sus dedos el envoltorio plateado, no pude evitar
reírme.
—¿Un condón en la cartera? —solté—. ¡Típico!
—Y preparado —contestó guiñándome un ojo. Dejó la cartera y el
condón en la encimera. Tras sujetarse el dobladillo de la camiseta,
tiró de ella hacia arriba y se la quitó. Los músculos de sus hombros y
sus antebrazos se flexionaron y se tensaron cuando tiró la camiseta
donde había dejado la chaqueta.
Cielo santo, no podía quitarle los ojos de encima. El chaval se
cuidaba. Tenía el tórax bien definido, y la cintura, esbelta. Su
abdomen era una obra de arte. Tenía los abdominales marcados,
pero nada exagerado. Me recordó a un atleta o a un nadador, y
quise tocarlo.
—Te toca —dijo.
Se me escapó el aire de los pulmones. No era lo que se dice una
persona vergonzosa, pero, aun así, me temblaron los dedos cuando
rodeé con ellos el dobladillo de la camiseta que llevaba puesta. De
un modo extraño que no entendí, que no nos conociéramos hizo que
me resultara más fácil quitármela. Puede que fuera porque no había
expectativas entre nosotros o porque iba a ser cosa solo de una
noche.
La mirada de Nick se separó despacio de la mía, y dejé de pensar
en general. Ver la firmeza de sus labios y su mandíbula era como
acercarse demasiado a una llama, pero el calor y la intensidad de su
mirada fueron los que prendieron el fuego. Era una mirada
hambrienta, y fue como un puñetazo en el pecho que me dejó sin
aire en los pulmones.
Sin decir nada, levantó una mano y me rodeó el pecho. El grito
ahogado que solté sonó entrecortado. Me pasó el pulgar por el
pezón endurecido y lo sujetó entre sus dedos. Cuando arqueé la
espalda, una media sonrisa engreída le iluminó los labios.
—Eres preciosa —dijo con voz ronca—. Seguro que el resto es
igual de espectacular.
El corazón me latía con fuerza.
—¿Quieres averiguarlo? —solté con voz ronca.
—¿Necesitas hacerme esa pregunta?
Con una sonrisa, alcé la mano y rodeé con ella su muñeca. Hice
descender sus dedos por mi estómago hasta el botón de mis
vaqueros. No necesitó ninguna explicación más. Batió récords de
velocidad a la hora de quitarme los vaqueros.
—Tenías razón. —Sus dedos me recorrieron la fina tira sobre mi
cadera al darme la vuelta, mientras que su mano seguía moviéndose
y se deslizaba por debajo del encaje de la parte central—. Esto
también me gusta mucho.
El tanga era un pedazo de tela finísimo que no supuso la menor
barrera a su calor cuando me puso la mano entre los muslos.
—Dios mío —comentó con un susurro denso—. Estás empapada.
Lo estaba.
Llevaba empapada desde el momento en que me había dejado
claras sus intenciones. Con su mano entre mis piernas, me atrajo
hacia él, y pude notar su pene, fuerte y duro, presionándome a
través de los vaqueros. Arqueé la espalda y se me escapó un gemido
entrecortado cuando sus dedos se pusieron manos a la obra,
deslizándose por debajo de la tela y a través de la humedad que se
acumulaba. Le sujeté el brazo para que no se apartara de mí
mientras que situaba de golpe la otra mano en la encimera. Me
preparé cuando encorvó su cuerpo hacia el mío y pegó su tórax a mi
espalda. La tensión cobró vida cuando moví las caderas contra su
mano, y aumentó de lo lindo al notar su cálido aliento tan cerca de
mi cara.
—Podemos hacerlo aquí si es lo que quieres. Puedo levantarte del
suelo y depositar ese culo tan bonito que tienes en la encimera. O
contra la nevera —dijo rozándome el borde de la oreja con los labios
—. O puedo llevarte hasta la mesa o el sofá y follarte ahí. —Ascendió
una mano por mi costado y, al rodearme con ella el pecho, me
provocó un escalofrío que me recorrió el cuerpo—. O puedo darte la
vuelta, aquí mismo, y follarte desde detrás. —Sus labios se
deslizaron por mi cuello hasta detenerse en el pulso que me latía
alocadamente. Me mordisqueó a la vez que añadía otro dedo, y yo
solté un grito ahogado—. Dime lo que quieres.
«Dios mío…».
Esas palabras casi me llevaron al éxtasis, y estaba cerca, muy
cerca. El chico tenía unos dedos mágicos, y si seguía así, todo habría
acabado antes de que empezáramos.
—Así —solté.
—Cojonudo —gruñó.
Tenía el tanga en los tobillos y, entonces, por encima del estrépito
de los latidos de mi corazón, oí el ligero ruido de su cremallera al
bajar. Nick recogió el condón de la encimera y se lo puso antes de
que tuviera ocasión de impacientarme.
Me sujetó las caderas, me hizo ponerme de puntillas y un segundo
después de que una de sus manos desapareciera, lo noté entre mis
piernas. No tuve que verla para saber que la tenía grande. Y,
entonces, la sentí. Se introdujo en mí, centímetro a centímetro, y tan
despacio que todas mis terminaciones nerviosas reaccionaron
cuando me penetró del todo. La punzada de dolor se desvaneció, y
la presión fue casi abrumadora.
Me rodeó la cintura con un brazo y me atrajo hacia él. Su gemido,
deliciosamente ronco en mi oído, fue como una droga para mí. Nick
empezó a mover sus caderas, balanceándose hacia dentro y hacia
fuera. Era todo lo contrario a lento. Cada embestida era profunda y
rápida, precisa. La cosa iba… la cosa iba de follar, y eso era lo que
hacía; y también lo que hacía yo. Empujé mi cuerpo hacia atrás para
recibir cada embestida con la misma ferocidad.
No tuve oportunidad de contribuir siquiera al clímax. Yo tenía las
dos manos apoyadas en la encimera, y el espacio entre nosotros
aumentó hasta que él encorvó su cuerpo sobre el mío y empujó la
parte superior de mi cuerpo hacia la encimera. Sentí la superficie
muy fría en contraste con la temperatura ardiente de mi piel.
Los sonidos de nuestros cuerpos al unirse, de mis jadeos y mis
gemidos, y de sus gruñidos roncos llenaron la cocina. La tensión
creció y creció, acumulándose hasta que empecé a sentir un
cosquilleo en los dedos de los pies. Nick deslizó una mano por el
centro de mi espalda para sujetarme el pelo mientras me mantenía
ahí inmovilizada y me golpeaba las caderas con las suyas.
Me corrí, y mi orgasmo fue como un estallido, rápido, portentoso y
casi cegador. Grité, y mi cuerpo se quedó quieto como si me
estuvieran dilatando, mientras sus caderas seguían moviéndose,
seguían embistiéndome hasta estar totalmente dentro de mí,
apretujado contra mi cuerpo. El placer me inundó, intensificándose
con cada embestida. Su grito ronco se unió al mío, y su cuerpo se
sacudió antes de quedarse inmóvil.
Sentí nuevas oleadas de placer. Más contracciones. Aturdida, dejé
que el frescor de la encimera calmara la encendida piel de mi mejilla.
Tras lo que pareció una eternidad, abrí los ojos y me encontré
mirando los fogones. Mis labios se curvaron hacia arriba para
esbozar una sonrisa ociosa.
Vaya. Jamás me imaginé que estaría estrenando la cocina tan
rápido.
Nick se separó de mí, su mano descendió por el centro de mi
espalda, remoloneó en mi cadera unos segundos y, después, noté
una ráfaga de aire frío en mi piel.
—¿Sigues viva? —preguntó.
—Todavía no lo sé. —No quería moverme.
Su carcajada hizo que mi sonrisa se ensanchara. Me aparté de la
encimera y me agaché para subirme el tanga.
—Joder —gruñó Nick, y me di cuenta de que le estaba ofreciendo
unas vistas espectaculares—. No tengo palabras —prosiguió—. No
tengo ni una puta palabra.
Me subí el tanga y me volví. Él ya tenía los pantalones abrochados
y estaba tirando el condón a la basura. Alargué la mano hacia mi top
y, cuando volví a agacharme, me sorprendió la cantidad de humedad
que tenía entre los muslos.
Había pasado ya un tiempo desde la última vez que había echado
un polvo, pero, joder, me sentía un poco ridícula.
Me puse la camiseta y me la ajusté bien. Alcé los ojos hacia los
suyos, y me dirigió esa sonrisa torcida.
—Yo tampoco tengo palabras —admití.
—Parece que seguimos en el mismo punto. —Recogió mis
vaqueros del suelo, se acercó a mí, y para mi sorpresa, me ayudó a
ponérmelos mientras sus manos vagaban por mi cuerpo. Cuando
terminó, retrocedió—. Es tarde.
—Sí. ¿Puedes conducir?
Su cara reflejó sorpresa un breve instante.
—Diría que me quedan suficientes neuronas como para llegar a
casa.
—Follar como un loco puede ser peligroso —repliqué—. Estoy
segura de que existe algún tipo de advertencia sobre la conducción y
el manejo de maquinaria.
Nick echó la cabeza hacia atrás y se rio mientras recogía la
chaqueta y se la ponía.
—Joder, me gustas un montón.
—Pues claro.
Sin dejar de sonreír, sacudió la cabeza y cogió su casco.
—Te dejo lo que queda de cerveza —soltó, y se dirigió hacia la
puerta mientras yo lo seguía despacio. Abrió la puerta y se volvió. Su
mirada se cruzó con la mía, y el verde de sus ojos era claro y cálido
—. Esta noche ha sido…
—Esta noche y nada más —terminé por él—. Me lo he pasado
bien.
—Pues claro —me imitó, y yo me reí.
—Ten cuidado —le dije.
Abrió la boca como si fuera a decir algo, pero pareció cambiar de
parecer. Se movió deprisa y, antes de que supiera qué iba a hacer, se
agachó y puso sus labios en la comisura de los míos. El contacto fue
breve y, aun así, totalmente inesperado. Me sacó de mi
ensimismamiento y me dejó ojiplática cuando levantó la cabeza.
—Nos vemos —dijo.
No respondí, fui incapaz de hacerlo, mientras él se volvía y cerraba
la puerta al salir. Ni siquiera sé el rato que me quedé allí plantada,
pero, en algún momento, me había llevado la mano a la comisura de
los labios. Sentí un cosquilleo en la piel.
Era lo más cerca que un chico había estado de besarme en mucho
tiempo.
3
Estoy bien. Estoy genial. —En el espejo retrovisor, mis ojos azules
parecían demasiado abiertos mientras aferraba el volante hasta que
los nudillos se me quedaron blancos—. Lo tengo controlado. Lo
tengo totalmente controlado.
A pesar de mi charla motivadora, tenía el estómago revuelto. Solté
el volante y alargué la mano hacia mi bolso. Lo abrí y saqué el
frasquito de Tums para tomarme una pastilla para la acidez. La
última vez que había estado así de atacada había sido hacía ocho
años, y acabé potando sobre los zapatos de mi mejor amiga.
Hoy no iba a potar.
No iba a hacerlo el primer día del resto de mi vida.
Vale. Estaba exagerando un pelín. Pero hoy era muy importante
porque era mi primer día como asistente ejecutiva en la Lima
Academy. Lo cierto era que, ahora que había acabado mis estudios,
no tenía ni idea de qué esperar. Podría llegar a hacer el trabajo para
el que había estado años formándome en la universidad o podría
quedarme estancada preparando cafés y llevando prendas a la
tintorería para mi jefe. Si finalmente era lo segundo, sería un asco,
pero lo haría de todos modos. Fuera como fuese, tenía que empezar
en algún sitio. Tenía que tomarme mi tiempo.
Tras inspirar hondo, cerré el bolso de golpe y bajé del coche. Me
pasé una mano por la falda de tubo, volví a tomar aire
entrecortadamente y empecé a cruzar el aparcamiento oyendo cómo
el repiqueteo de mis tacones se hacía eco de los latidos fuertes de
mi corazón.
La Lima Academy estaba en el centro, en un edificio inmenso que,
en su día, había sido una fábrica, pero que ahora estaba totalmente
reformado y se había convertido en una de las mejores instalaciones
de entrenamiento de Estados Unidos.
Ya había estado varias veces en el edificio durante el proceso de
selección, y después para hacerme una idea general. La planta baja
consistía en un gimnasio de lo más moderno, equipado con
prácticamente todas las máquinas de cardio y de pesas imaginables.
En el primer y segundo piso había diversos cuadriláteros, jaulas y
áreas con el suelo cubierto de colchonetas hasta donde alcanzaba la
vista. La Lima Academy no se centraba solo en las artes marciales
mixtas o combates en jaula. En sus instalaciones se entrenaba
boxeo, kick-boxing, kárate, jiu-jitsu brasileño, krav magá, y algunos
días, por la noche, se daban clases de defensa personal al público en
general. El tercer y cuarto piso estaban en obras. Andrew Lima, el
propietario y fundador de la academia, planeaba añadir más
cuadriláteros de entrenamiento. Las oficinas estaban todas en el
quinto piso, salvo por el despacho de Lima, que ocupaba el sexto.
No conocí a Andrew Lima en ningún momento durante el proceso
de selección, ni tampoco a ninguno de los miembros de su familia,
que, al parecer, trabajaban todos en la academia. Solo me había
entrevistado Marcus Browser, de quien sería asistente.
Cogí el ascensor en el vestíbulo del primer piso, que daba al
aparcamiento, hasta el quinto piso. Tenía un fuerte nudo en el
estómago y estaba rebosante de ilusión al salir de él y encontrarme
cara a cara con las puertas de cristal esmerilado que rezaban
OFICINAS DE LA LIMA ACADEMY.
El despacho del señor Browser estaba al fondo, más allá de la
zona de los cubículos de trabajo y los despachos cerrados. Con una
sonrisa en la cara, recorrí el pasillo central, más tranquila gracias al
murmullo de las conversaciones que tenían lugar a mi alrededor.
Antes de que llegara a su despacho, la puerta se abrió y el señor
Browser salió. De mediana edad y en forma, parecía estar como en
su casa, con sus pantalones planchados y su polo con el logo de la
empresa. No estaba solo. A su lado había otro hombre, vestido con
pantalones de chándal de nailon y una camiseta también con el logo
de la empresa.
—Ah, justo a tiempo. —La piel morena alrededor de los ojos del
señor Browser se llenó de arruguitas cuando sonrió—. Esta es
Stephanie Keith, nuestra nueva asistente. Señorita Keith, este es
Daniel Lima. Es el supervisor de las instalaciones de entrenamiento.
Me pasé el bolso a la mano izquierda y alargué la derecha. Su
apretón fue firme y cálido.
—Encantada de conocerlo, señor Lima.
—Llámame Dan. Hay demasiados Lima por aquí como para
andarse con formalidades. —Me soltó la mano con una sonrisa—. Y
Marcus está exagerando.
El señor Browser se mofó, pero su sonrisa no se desvaneció
mientras Dan proseguía:
—Yo solo superviso el entrenamiento de kick-boxing y de boxeo.
—Y Dan es demasiado modesto —explicó el señor Browser
cruzando los brazos—. Ayuda en todas las áreas. Sin él, Andre y
Julio estarían temblando perdidos en algún rincón.
No tenía ni idea de sobre quién estaban hablando, así que asentí
con la cabeza y sonreí. Si tenía que hacer alguna suposición, diría
que Andre y Julio formaban también parte de la enorme familia
Lima.
—Tengo que marcharme —comentó Dan—. Ha sido un placer
conocerte, Stephanie. Buena suerte. —Se pasó una mano por la
cabeza calva—. Trabajando para él, vas a necesitarla.
El señor Browser puso los ojos en blanco cuando Dan se marchó.
—Es el miembro del clan Lima con quien es más fácil trabajar.
Tenlo en cuenta.
—¿Cuántos hay? —pregunté.
—¿Que trabajen aquí? Cinco, incluido Andrew. Hay muchos primos
y sobrinos, y Dios sabe qué más, porque te juro que están
emparentados con media Filadelfia, pero a la mayoría de ellos nunca
los verás. Los hermanos, sin embargo, son los únicos que mandan
más que yo —explicó—. Ahora que eres miembro oficial de la
academia, voy a ir al grano.
Mmm…
—Muy bien —dije parpadeando despacio—. Estoy a favor de ir al
grano.
Sus ojos castaños brillaron divertidos.
—Aquí, lo que los hermanos Lima dicen, va a misa. Aparte de mí,
ellos son los únicos ante los que tienes que rendir cuentas y que
tienen autoridad para encargarte tareas.
Con el rabillo del ojo pude ver que algunas de las cabezas en los
cubículos de trabajo se habían vuelto para mirarnos.
—Los de marketing se meterán mucho contigo, seguro —prosiguió
el señor Browser—. Te van a pedir que hagas chorradas, como hacer
fotocopias e ir a comprar material de oficina. Ese no es tu trabajo.
Ya tienen a alguien para eso. —Miró a nuestra izquierda—. Sí, Will,
estoy hablando de ti y de tu perezoso culo.
Se oyó una carcajada grave que salía de algún lugar tras las
paredes de los cubículos, y supuse que se trataba de Will.
—Bueno, Deanna Cardinali, a quien conociste cuando hiciste el
papeleo, dirige Recursos Humanos. Vas a ser su asistente, y pronto
vendrá para charlar contigo. Esta —dijo señalando el amplio cubículo
de trabajo en forma de U—. Esta va a ser tu nueva casa. Así estarás
cerca cuando te necesite.
Me volví hacia el escritorio y sentí algo de vértigo. Era una
tontería, pero la mesa, el ordenador, el teléfono, la impresora y los
archivadores eran míos. Bueno, vale, pertenecían a la empresa, pero
eran míos.
Desde ahí podría contestar llamadas y tomar notas, preparar
manuales y organizar visitas y viajes de negocios, llevar archivos y,
según el señor Browser, pasar del equipo de ventas y de marketing.
Desde ahí empezaría mi carrera profesional desde lo más bajo e iría
ascendiendo hasta llegar al puesto que ostentaba el señor Browser.
Puede que no ahí, en la Lima Academy, sino en algún otro sitio. Todo
eso era experiencia que algún día lo compensaría todo.
Sonreí de oreja a oreja y dejé el bolso sobre mi mesa.
—Entendido —aseguré.
—Estupendo. —El señor Browser retrocedió, se metió la mano en
el bolsillo y sacó un papelito amarillo—. Bueno, necesito que me
recojas algo de la tintorería.
Costó unos dos días y tres horas que los chicos de ventas le dieran
la razón al señor Browser. Eran dos, y sinceramente, al principio, me
resultaba difícil distinguirlos.
Ambos iban peinados igual, con ese estilo alborotado a propósito
que precisaba utilizar el fijador de una semana en un solo día. Los
dos llevaban polos blancos que eran por lo menos dos tallas menos
de lo que deberían, como si compraran en Baby Gap. Los dos hacían
ejercicio… en exceso. Tenían unos músculos exagerados. Hombros
gruesos, cuellos anchos, bíceps como bolas de billar, y sus manos
eran puños rollizos.
Y los dos se pasaban más rato mirándome las tetas que hablando
conmigo.
No tenía ni idea de lo que pensaban cuando fijaban la vista en mi
pecho. A no ser que tuvieran visión de rayos X, ninguna de mis
blusas enseñaba nada. Y si no me estaban mirando el pecho, se
fijaban en mis piernas o en mi culo. Ni siquiera trataban de disimular.
Cada vez que los pillaba, su sonrisa adquiría un matiz lascivo.
También intentaban que fuera a recogerles prendas a la tintorería,
que les llevara café, que les imprimiera sus informes, que llamara
para organizarles reuniones de ventas, y más o menos todo lo
habido y por haber. Normalmente no habría tenido ningún problema
en llevarles café a ellos o a cualquiera si tenía que ir a buscar ya
alguno, pero siempre esperaban a que regresara a la oficina.
El jueves por la mañana, cuando volví con el expreso doble para el
señor Browser y, además, unas peonías frescas para su despacho,
uno de los Gemelos Hormonados estaba pululando cerca de mi
mesa. Estaba casi segura de que era el que se llamaba Rick.
Fingí no verlo cuando cerré la puerta del señor Browser al salir y
me dirigí a mi mesa. Dejé mi capuchino y lancé una mirada
esperanzada hacia el teléfono. No había ninguna luz parpadeando
que indicara la existencia de un mensaje. Mierda.
Dejé el bolso debajo del escritorio, puse en marcha el ordenador e
hice clic en el documento de Word. Estaban tratando de modernizar
el paquete para nuevos empleados, y Deanna me había pedido que
trabajara en la carta de bienvenida y las hojas sobre las políticas de
la empresa. Había que actualizar ambas cosas con la información
que me había dado el día anterior. Repasé mis notas, deteniéndome
en algunas palabras que había garabateado tan deprisa que no tenía
ni idea de lo que había querido escribir.
Unos fuertes pasos se acercaron a mí.
Me concentré más en mis notas y levanté mi capuchino. Se me
erizó el vello de la nuca. Prácticamente notaba su mirada clavada en
la parte posterior de mi cráneo. ¿Cuánto rato tendría que ignorarlo
para que se marchara? Los ojos se me iban desorbitando a medida
que pasaban los segundos. ¿Se notaría demasiado si descolgaba el
teléfono y fingía hacer una llamada?
Rick asomó la cabeza por el otro lado del cubículo, justo delante
de mí.
—Hola, Stephanie.
Estaba claro que ignorarlo no iba a servir de nada. Di un sorbo a
mi delicia de caramelo humeante y me obligué a mí misma a hablar:
—Hola. —No quería ser borde, pero él y su Gemelo Hormonado se
situaban en lo más alto de mi escala de repelús.
—¿Qué haces? —preguntó apoyando sus fuertes brazos en la
pared.
—Estoy trabajando —dije con cara de póquer señalando la
pantalla con el meñique.
—Eso ya lo veo —respondió, impertérrito—. ¿En qué estás
trabajando?
Contuve un suspiro y dejé la taza de poliestireno.
—Estoy trabajando en el paquete de bienvenida para nuevos
empleados.
—Parece aburrido de cojones. —Tamborileó con los dedos en la
pared—. ¿Haces algo después del trabajo?
Oh, no. Alcé los ojos y, efectivamente, no me estaba mirando para
nada a la cara. Tenía la vista fija en mi pecho como si tuviera todas
las respuestas de la vida.
—Tengo que ocuparme de algunas cosas esta tarde.
—Unos cuantos vamos a ir al Saints, está aquí al lado —comentó
sin desplazar la mirada—. Si cambias de opinión, vente.
—Lo tendré presente. —Aguardé otro segundo, y cuando vi que
me seguía mirando el pecho, carraspeé.
Rick alzó rápidamente los ojos, y tuvo la decencia de parecer algo
avergonzado por haberlo pillado comiéndome con los ojos. Sus
mejillas bronceadas se sonrojaron un poco.
—Vale, bueno, ¿en qué has dicho que estás trabajando?
No pude evitar preguntarme qué tal haría Rick su trabajo. Por
suerte, él y su maravilloso gemelo no estaban demasiado en la
oficina. Por lo general, pasaban el día en el gimnasio, consiguiendo
nuevos miembros o levantando pesas o algo.
—Estoy trabajando en el manual para nuevos empleados —le
recordé lanzando una mirada esperanzada al teléfono.
—Ah, sí, aburrido que te cagas —repitió.
Si hubiera podido tener algún superpoder en ese momento, habría
elegido hacer sonar mi teléfono a voluntad.
—No sé por qué te contrataron para trabajar aquí arriba —
prosiguió, y yo arqueé despacio una ceja—. Porque, a ver, estás
buenísima.
Empecé a pensar si sería muy raro que, qué se yo, golpeara el
teclado con la cara.
—Si te tuvieran en la planta baja, conseguiríamos mogollón de
miembros, especialmente entre los tíos —comentó, riendo con una
especie de chillido agudo, y entonces me planteé el método de la
cara en la pantalla del ordenador—. Me parece un desperdicio
tenerte escondida aquí arriba. Es obvio por qué te contrataron.
Parpadeé y alcé los ojos hacia él.
—¿Cómo dices? —pregunté.
Me guiñó un ojo, y yo cerré los puños.
—Cualquiera que tenga ojos en la cara sabe que es por tu
aspecto, así que parece un desperdicio tenerte aquí arriba sentada
haciendo cosas aburridas. Nos vendría bien alguien como tú en
nuestro equipo.
Me quedé de piedra, sin palabras, mirándolo. ¿Acababa de
decirme en serio que el único motivo por el que me habían
contratado era mi apariencia física? En plan, ¿me lo había dicho así
tal cual a la cara?
—Joder, estaba claro por qué la última chica estaba aquí arriba. No
era demasiado guapa, a mi entender. Aunque, coño, espero que no
acabes como ella —soltó y, golpeando la pared del cubículo con la
palma de la mano y separándose de ella, añadió—: Bueno, si
cambias de opinión, estaremos en el Saints. Te invitaré a una copa.
Antes me quedaría atrapada en un aeropuerto durante una
tormenta de nieve.
Rick se marchó despacio, estando, evidentemente, muy orgulloso
de lo que me había dicho, mientras que yo volví a dirigir los ojos a la
pantalla. Veía las palabras borrosas en el ordenador. Era como si el
aturdimiento me hubiera helado la sangre en las venas. Sabía, sin
ninguna duda, que no me habían contratado porque el señor
Browser creyera que era guapa. Me habían contratado porque había
terminado la carrera con las notas más altas. Me habían contratado
porque lo había hecho de coña en la puta entrevista. Me habían
contratado porque estaba cualificada.
Puse la mano sobre el ratón, cliqueé en la pantalla y sacudí la
cabeza para alejar los pensamientos que me había dejado la
conversación con Rick. Bueno, casi todos. ¿Quién era la chica que
había ocupado ese puesto antes y qué coño le había pasado?
4
Soy Nick.
Cuando no le contesté, porque estaba demasiado ocupada
contemplando estupefacta el móvil, este vibró otra vez.
He liado a Roxy para que me diera tu número.
Mis ojos se llenaron de asombro.
Me llegó otro mensaje casi al instante: Básicamente porque imaginé que
en algún momento pedirías el mío. Te he ahorrado la molestia ;)
Oh, por Dios, su arrogancia no conocía límites. No tenía pensado
pedir su número.
Bueno, puede que se me hubiera pasado por la cabeza, pero había
decidido que lo mejor era dejar las cosas como estaban. Sí. Era
obvio que Nick me atraía, lo mismo que yo a él, pero no estaba
segura de que pudiéramos ser solo amigos deseándolo como lo
deseaba, y no estaba segura de poder confiar en que él no tuviera la
misma reacción que tuvo la última vez después de que estuviéramos
juntos.
Me llegó un cuarto mensaje: No te enfades con Roxy, por favor. Le caes
bien. Pero yo también.
Arqueé las cejas. Sentí irritación, pero fue mínima. Había vuelto a
quedar con Roxy y con Katie el domingo anterior para desayunar.
Esa vez no habíamos hablado de Nick, pero a una parte de mí no le
sorprendió que le hubiera dado mi número.
Espero que no estés cabreada. Salí de mi ensimismamiento, cogí el
móvil y le contesté el mensaje: No lo estoy.
Y era verdad. Tampoco es que hubiera hecho nada para que Roxy
pensase que me cabrearía si le daba mi número. Aunque
seguramente tendría que habérmelo preguntado antes, pero eso era
agua pasada a esas alturas.
Genial, respondió. Y, pasado un instante, llegó otro mensaje: Te has
guardado mi número?
Esbocé una sonrisa y le contesté: No.
Eso me valió una cara con el ceño fruncido, seguida de: Me rompes
el corazón, Stephanie. Yo sí que he guardado tu número.
Lo dudo, fue mi respuesta. Pero enseguida guardé su número y alcé
la vista al oír que alguien se reía unos cubículos más allá.
Pasaron unos instantes y Nick me escribió de nuevo: Te has guardado
mi número, a que sí?
Contuve una carcajada y sacudí la cabeza. Pues sí.
Lo sabía. Como apareció la indicación de que estaba escribiendo,
esperé. Bueno, yo te había escrito con un objetivo.
Fruncí los labios y le mandé una respuesta rápida: Ah, sí?
Jaja. Hubo una pausa y, después: Reece va a hacer algo esta noche en su
casa. Algo pequeño. Roxy estará trabajando, pero te gustaría venir?
El estómago me dio un vuelco en lugar de revolvérseme, y no
supe muy bien si me gustaba o no esa sensación. Me invadió la
duda, algo a lo que no estaba nada acostumbrada. Normalmente
sabía lo que quería hacer, pero, por primera vez desde hacía mucho
tiempo, estaba indecisa.
Alcé la mirada y eché un vistazo alrededor de la oficina
mordiéndome el labio inferior. Dudaba que la respuesta a lo que
debería hacer me estuviera esperando en las luces del techo. Dirigí
de nuevo los ojos hacia el móvil y empecé a teclear mi respuesta.
No me encuentro demasiado bien. Era verdad. Pero si estoy bien por la
noche… ¿Qué coño estaba haciendo? No lo sabía, pero lo estaba
haciendo, y muy en serio. … Podría pasarme. A qué hora habéis quedado?
Vi que escribía. Hacia las 8 pm. Estás bien?
Sí, solo el estómago algo revuelto. Es probable que no fuera algo que
Nick necesitara saber. Te escribo más tarde y te digo algo.
Ok. Espero que te mejores.
Gracias.
No hubo más mensajes después de ese, y a medida que los
segundos se convirtieron en minutos, y los minutos en horas, seguía
sin tener la menor idea de lo que estaba haciendo.
Y no sabía si me fastidiaba esa sensación.
O si más bien me gustaba.
El resto del desayuno con las chicas fue borroso. Mi comida quedó
prácticamente intacta y fui incapaz de seguir la conversación. Roxy
me conocía lo bastante bien como para preocuparse. Cuando nos
fuimos, me acompañó hasta mi coche para preguntarme si estaba
bien. Apenas logré murmurar mi respuesta antes de marcharme.
No podía ser.
Tenía que haber otra razón por la que tuviera síntomas parecidos a
los de Avery, y el retraso de mi periodo tenía que ser una
coincidencia. Habían pasado por lo menos seis meses entre la última
vez que había echado un polvo y la noche que pasé con Nick. Es
más, él había usado un condón. Y lo que es más aún, yo tomaba la
píldora.
Pero… santo cielo… sabía que había un par de veces que no la
había tomado porque tenía la cabeza en otra parte. Como no estaba
tirándome a nadie y no había planeado hacerlo hasta que conocí a
Nick, ni me había estresado si me saltaba alguna.
Como si se pudiera planear cuando follar.
Madre mía.
El corazón se me aceleró peligrosamente. ¿Y si… cortaba esa idea
de raíz? No podía permitir que acabara siquiera de tomar forma. Me
horrorizaba. No porque no quisiera tener hijos. Quería tenerlos,
pero, yo qué sé, en unos años, cuando tuviera encarrilada mi carrera
profesional y me hubiera casado. Sí, la parte de estar casada estaría
bien.
Joder. Tener novio estaría bien.
No era así como había planeado mi vida. Tampoco era que tuviera
un plan detallado, pero imaginaba que, tras licenciarme en la
universidad, pasaría un par de años en mi actual trabajo, le dedicaría
tiempo, y sería una de esas chicas tan sofisticadas que viajaban
cuando tenían vacaciones. A la Costa Oeste. A Europa. A Asia.
Quería ver el mundo entero. Con el tiempo conocería a un chico.
Saldríamos, nos prometeríamos y tendríamos una gran boda, y quizá
para cuando llegara a la treintena, me plantearía lo de tener un hijo.
No ahora.
No antes de haber encarrilado mi carrera profesional, haber
viajado por el mundo, haberme casado ni haber tenido mi gran y
ridícula boda.
Por el amor de Dios, aquello no podía estar pasando. Era muy
probable que fuera a vomitarme encima.
Estaba sentada en el aparcamiento de una farmacia. Me dolían los
nudillos de la fuerza con la que aferraba el volante. Contemplaba la
entrada, incapaz de obligarme a mí misma a salir del coche. Tenía
que hacerlo. Tenía que entrar y comprar un test de embarazo,
porque un test de embarazo demostraría que no estaba embarazada
y que solo estaba exagerando. El estrés podía retrasar el periodo.
Cientos de cosas podían retrasarte el periodo, no solo un óvulo
fecundado.
Cielo santo, un óvulo fecundado.
No tenía un óvulo fecundado dentro de mí.
Me armé de valor, cogí el bolso del asiento del copiloto y entré en
la farmacia con un único objetivo. Pasé de largo los pasillos de los
cosméticos y me dirigí directamente hacia la sección en la que la
mayoría de mujeres no quería entretenerse, pasados los tampones y
las compresas y un millón de cosas más para las que nunca he
comprendido por qué necesitamos tantas marcas distintas, hasta
pararme delante de un montón de cajas.
Abrí los ojos como platos.
Me cago en todo, ¿por qué había tantos test de embarazo? Los
examiné petrificada. Test de embarazo Clear Blue. Test de ovulación.
¿Qué coño…? Test de detección temprana de embarazo. ¿Por qué
había tantos? Con manos temblorosas, elegí uno y le di la vuelta.
Veía borroso al leer el dorso de la caja. No podía creerme que
estuviera comprando un test de embarazo.
Nunca había tenido que comprar uno antes.
Aquello no podía estar pasando.
Dejé la caja, elegí otra al tuntún y le di la vuelta. Se me erizó el
vello de la nuca y se me cayó el alma a los pies. Eché un vistazo a
mi alrededor y vi que nadie me estaba mirando. Estaba
asustadísima.
Cogí otra caja, empecé a irme, pero me di la vuelta de golpe y
elegí otra caja. Por si acaso… me equivocaba al hacerme el test.
Me ardía la cara como si hubiera estado bajo una lámpara de
infrarrojos al llevar mi compra hasta la parte delantera, donde
esperaba una mujer delgada con unos surcos marcados en la cara,
alrededor de los ojos y la boca.
Arqueó las cejas cuando dejé caer lo que llevaba en los brazos en
el mostrador y alzó la vista hacia mí con una sonrisa irónica en los
labios, pintados de un color púrpura descolorido. Al coger una de las
cajas soltó una risita gutural.
—Nunca se puede estar segura de estas cosas, ¿eh?
Quise esconderme tras el recipiente de caramelos que tenía
detrás.
—No es nada de lo que avergonzarse, cielo. —Pasó el test de
embarazo por el lector y lo metió en una bolsa—. La mayoría de
gente compra varias cajas la primera vez.
¿Tan claro estaba que era mi primera vez? Espera un segundo.
¿Estaba en serio viviendo mi primera vez? Cuando las cajas
estuvieron en la bolsa y me dijo el total que debía pagar, me di
cuenta, algo aturdida, de que, tanto si estaba preparada para ello
como si no, aquello estaba pasando de verdad.
Podía estar embarazada.
Hablé con Nick esa misma noche cuando salimos a cenar sobre el
día de Acción de Gracias con su abuelo. Al principio no le apetecía
demasiado la idea, y me costó mantener a raya mi decepción y mi
paranoia.
—No sé —dijo, con la luz tenue del restaurante proyectándole
sombras en los surcos de sus mejillas—. No hay ninguna garantía de
que vaya a estar bien ese día.
—Ya lo sé.
Bajó un poco la mirada y sus pestañas le ocultaron los ojos.
—No quiero que te tomes demasiadas molestias y que después se
fastidie todo.
Alargué el brazo por encima de la mesa y le toqué la mano.
—No tenemos que tomarnos demasiadas molestias. Ni siquiera
tenemos que cocinar pavo ni nada de eso. Podríamos preparar la
anti-cena de Acción de Gracias. Hacer algo sencillo y agradable por
si el día no va como habíamos planeado.
—¿Anti-cena de Acción de Gracias?
—Sí. —Sonreí—. Podríamos preparar espaguetis o hamburguesas.
—Eché un vistazo a la carta y me gruñó el estómago—. Mmm…
Hamburguesas. Yo voto por las hamburguesas.
—¿Con patatas fritas?
Asentí encantada.
—Nunca diría que no a unas patatas fritas o a unos tater tots.
—¿Tater tots? ¿Qué tienes, diez años? —soltó Nick con una
carcajada.
—Cállate. —Cogí la servilleta y se la tiré—. Nunca se es demasiado
mayor para los tater tots, especialmente los crujientes, y si crees
que lo eres, es que eres bobo.
—Toma ya. —Se recostó en su asiento y me sonrió—. ¿Tater tots?
¿Bobo? Tengo la sensación de haber retrocedido en el tiempo.
—Vale. ¿Qué tal si te digo que me gusta comer patatas con forma
de cilindro, o sea que vete a la mierda? —Suspiré y lo rubriqué con
una amplia sonrisa.
—Mucho mejor así —aseguró Nick riendo con calidez.
—Gracias. —Hice una pausa—. ¿Qué opinas, entonces? ¿Voy a tu
casa, conozco a tu abuelo si tiene ánimos para ello y preparamos
hamburguesas con patatas fritas? Puede que hasta patatas con
forma de cilindro también.
—Eso es difícil de rechazar —dijo con media sonrisa en los labios.
—Será mejor que ahora no venga un «pero», porque podría
ofenderme.
—¿Por qué ibas a ofenderte? —Me miró rápidamente a los ojos.
—Mmm… puede que porque todavía no he conocido a tu abuelo ni
he ido a tu casa —indiqué—. Ni siquiera sé dónde vives. Solo tengo
una idea general.
—No es nada… personal —aclaró sacudiendo la cabeza—. Quiero
que te quede claro. Me encantaría que conocieras a mi abuelo, pero
hay días en los que no es… fácil estar con él. Hay días que se pasa
todo el rato durmiendo. Otros, no tanto, y no es nada fácil. Es
mucho con lo que lidiar y…
—Yo no soy tu exnovia.
—Ya lo sé —dijo arqueando una ceja.
—No sé si lo sabes. —Lo miré a los ojos—. Porque, si lo supieras,
no supondrías automáticamente que tu abuelo va a ser demasiado
para mí.
Nick abrió la boca, pero la cerró de golpe. Pasado un instante,
frunció los labios.
—¿Sabes qué? Tienes razón. —Daba la impresión de que era
mucho para él decir esas palabras, y no supe muy bien qué sentir al
respecto—. ¿A qué hora quieres que quedemos el día de Acción de
Gracias?
Una parte de mí quería mostrarse arisca, expresar la amargura
que sentía en la boca del estómago y que no tenía nada que ver con
las ligeras náuseas que me daban en algunos momentos del día. No
quería hacerlo si él no quería realmente que lo hiciera, pero ¿no
quedaría muy infantil echar el freno entonces?
No podía hacerlo.
Lo único que podía hacer era conseguir que el día de Acción de
Gracias fuera lo mejor posible y esperar que Nick comprendiera que
no iba a salir por patas cuando las cosas se pusieran difíciles. Que, a
pesar de que él estaba en esa relación para «sacar el mayor
provecho de ella», yo quería que fuera duradera.
24
Una mujer mayor con el pelo castaño sentada en la primera fila del
salón de baile hacía el caballito a la niña de cuatro meses que
soltaba gorgoritos. Sus mechones pelirrojos la delataban.
Ava Hamilton estaba de lo más adorable con su vestidito blanco y
su cinta para el pelo. Había perdido los zapatos, y en algún
momento un calcetín, y no estaba segura de cuánto rato pasaría
antes de que esos ruiditos se convirtieran en llanto, pero me costaba
no acercarme a ella. Quería cargarla en brazos. Sentía una punzada
apagada en el pecho, pero estaba… estaba todo bien.
La mujer que estaba con la niña me recordaba a Teresa, con el
cabello castaño y los ojos brillantes, y me imaginé que sería la
madre del novio, la señora Hamilton.
Contemplé cómo Ava abría y cerraba sus regordetes dedos
aferrándose al aire hasta que un hombre mayor y alto captó mi
atención. Estaba recorriendo el amplio pasillo central que separaba
las dos secciones de sillas con pasos rígidos e incómodos. El corte
del traje negro del hombre y su corte de pelo rezumaban dinero.
Redujo la marcha al acercarse a la señora Hamilton. Ella alzó la
vista, y su semblante reflejó desconcierto antes de sustituir la
sorpresa por una sonrisa. Movió los labios, pero yo no tenía ni idea
de lo que estaba diciendo.
El hombre estaba mirando a Ava, y yo solo podía verle el perfil.
Estaba pálido y su expresión era tensa, con los hombros rígidos
cuando se arrodilló junto a ellas. La señora Hamilton volvió a Ava
hacia él. Dijo algo y el hombre asintió con la cabeza. Entonces le
entregó a Ava.
Me quedé sin respiración al ver cómo cargaba a la bebé en brazos
y se la acercaba al pecho como si fuera algo muy frágil. La señora
Hamilton le estaba hablando, pero tuve la impresión de que aquel
hombre solo oía y veía a Ava. Le temblaba la mano al pasársela por
los mechones pelirrojos.
—¿Quién es ese? —pregunté.
A mi lado, Roxy entrecerró los ojos al mirar hacia delante.
—No lo sé —respondió mientras yo me alisaba el dobladillo de mi
falda color lila—. No lo había visto nunca.
Quienquiera que fuera ese hombre, daba la sensación de que tenía
que conocer muy bien a Avery o a Cam. Al final devolvió a la
pequeña a la señora Hamilton y se puso de pie. Después retrocedió
por el pasillo con movimientos menos tensos.
Suspiré mirando de nuevo a la señora Hamilton.
—Quiero coger a la niña —anuncié.
—Estoy segura de que te dejará hacerlo —respondió Roxy,
poniéndose bien las gafas. Hoy eran azules, a juego con su vestido.
—No la conozco, así que me da que queda un poco rarito
acercarme a ella arrastrando los pies y ponerme en plan «¿Puedo
coger a la niña?» mientras alargo las manos hacia la bebé. Lo más
seguro es que le hiciera poner el grito en el cielo.
—Bien visto —rio Roxy.
Hice un mohín, pero antes de que pudiera cambiar de parecer y
hacer el ridículo a lo grande a la vez que traumatizaba a una niña
tan pequeña, los chicos regresaron de lo que quiera que estuvieran
haciendo, lo que sin duda incluía hacérselo pasar muy mal a Cam.
Nick se sentó a mi lado mientras que Reece ocupó su asiento al
otro lado de Roxy. Aunque ya había visto a Nick con su traje, no
pude evitar contemplarlo, porque estaba buenísimo vestido de
etiqueta.
Se recostó en mí, extendiendo el brazo a lo largo del respaldo de
mi silla. Agachó el mentón para susurrarme algo al oído:
—Si no dejas de mirarme así, vamos a perdernos la boda.
—¿Y por qué íbamos a perdernos la boda? —le susurré de vuelta.
Me rodeó el hombro desnudo con una mano.
—Porque vamos a usar esa habitación que hemos alquilado para el
finde en el piso de arriba. O el cuarto de baño de aquí al lado.
También hay un armario pasillo abajo en el que tendremos espacio
suficiente.
Me mordí el labio inferior, tentada más de lo que debería por esa
idea.
—Qué malo eres.
—Y tú… —Me besó en la sien—. Tú estás estupenda con ese
vestido. ¿Te lo había dicho?
Me incliné hacia delante con una sonrisa para rodear su mano con
la mía.
—Sí. Un par de veces.
—Bueno, añade otra a la lista —dijo, apretándome la mano—.
Estás espectacular.
—Me vais a provocar diabetes, parejita —suspiró Reece.
—Cállate. —Roxy pegó un codazo a Reece en el costado—. Tú
eres igual de empalagoso, así que ni se te ocurra disimular.
Solté una carcajada, básicamente porque Reece no lo negó.
Detrás de nosotros empezó a sonar música, y las pesadas puertas
de madera se abrieron. Nos volvimos en nuestros asientos para ver
cómo Cam recorría el pasillo, tan atractivo como siempre. Llevaba el
pelo, normalmente alborotado, bien peinado y estaba guapísimo con
su esmoquin negro con notas azul cielo. Al pasar por delante de
nosotros, Nick chocó los puños con él.
Me giré despacio hacia Nick.
—¿Un choque de puños de boda? —pregunté.
—Me ha parecido oportuno —fue su respuesta.
Sacudí la cabeza con una risita y, después, hubo un momento que
me conmovió un montón, porque Cam se detuvo junto a su madre
antes de dirigirse hacia el arco decorado con rosas azules y
aspérulas, se agachó y dio a su hijita un beso de lo más tierno en su
mejilla regordeta.
—Mierda —murmuró Roxy—. Allá van mis ovarios.
Reece le dirigió una larga mirada.
—¿Qué? —susurró Roxy—. No puedo evitarlo.
Sonriente, observé cómo el cortejo nupcial avanzaba por el pasillo.
Primero iba Jase, el mejor amigo de Cam, y Teresa, la hermana de
Cam, y los dos parecían salidos de una pasarela. No existía una
pareja tan despampanante como ellos dos, y me imaginé que
estarían casados antes de lo que nadie esperaba.
Después estaban Brit y Ollie, y mi sonrisa se ensanchó al verlos.
Con el mismo vestido azul cielo sin tirantes que Teresa, Brit estaba
increíble con su mata de pelo rubio, pero era Ollie quien acaparaba
toda la atención. De algún modo, incluso con esmoquin, lograba dar
la impresión de estar en la playa. Llevaba el pelo más corto que
cuando iba a la universidad, pero seguía teniendo ese aire de
surfista. Se separaron cuando llegaron al arco.
Calla y Jax iban a continuación, y por supuesto, eran la perfección
absoluta. Con el largo pelo rubio de Calla y los rasgos más morenos
de Jax, eran como la noche y el día, complementándose a la
perfección.
Después estaba Jacob, con un aspecto tan maravilloso como
siempre al recorrer el pasillo con su novio. Yo lo había conocido la
noche anterior, y era justo lo contrario de Jacob: callado, algo más
reservado, pero estaba claro que estaban enamorados.
Jacob se unió a la dama de honor, y a pesar de llevar un esmoquin
a juego con el de los chicos, estaba la mar de guapo allí de pie.
El último que incluía el cortejo nupcial era Brock Mitchell, La
Bestia, lo que seguramente hacía que el corazón de fan de Cam se
llenara de alegría. No tenía ni idea de si Cam conocía tan bien a
Brock o de si había sido un favor. Brock ya no llevaba el brazo en
cabestrillo, evidentemente, pero todavía no había vuelto a la
academia a tiempo completo. Había habido complicaciones en su
recuperación.
No reconocí a la chica superbronceada que lo acompañaba, y me
llevé una decepción al ver que no había ido con Jillian. Ni siquiera sé
por qué había esperado algo así. No había visto a Jillian desde aquel
día en el almacén. Hasta donde yo sabía, después de eso nunca
volvió a la Lima Academy.
Una vez el cortejo nupcial ocupó su lugar, se inició la marcha, y
Avery apareció. Era una novia preciosa. Su largo cabello rojo le caía
ondulado alrededor de la cara pecosa, e incluso desde donde yo
estaba sentada, pude ver el brillo de las lágrimas en sus ojos. Su
vestido, de un sencillo estilo griego, le quedaba perfecto.
No podía creerme que hubiera tenido un hijo hacía unos pocos
meses, porque estaba asombrosa cuando alzó la vista hacia el
hombre que tenía a su lado. Era el hombre que había hablado antes
con la madre de Cam y que había cargado después a Ava. Ahora
tenía la respuesta a quién era.
El padre de Avery.
Él la acompañó por el pasillo mientras nosotros nos poníamos de
pie. Antes de llegar a su futuro marido, Avery se detuvo, rodeó la
mejilla de la pequeña Ava y se agachó para darle un beso en la
parte superior de la cabeza. La bebé soltó un gorgorito de felicidad a
modo de respuesta.
—Y allá va mi corazón —suspiró Roxy—. Se marchó. Junto con mis
ovarios.
Fruncí los labios para contener la carcajada que estaba a punto de
escapárseme cuando el padre de Avery se la entregó a Cam. Habría
sido una carcajada extraña, en parte de risa, en parte de llanto.
Mientras miraba cómo la madre de Cam giraba a Ava para que
pudiera ver bien a su madre y a su padre, volví a sentir aquel dolor
atravesándome el pecho, y tuve que recordarme a mí misma que no
pasaba nada. Algún día pasaría.
Nick me apretó la mano, y cuando lo miré, me escudriñó
intensamente los ojos, y supe que sabía el rumbo que habían
seguido mis pensamientos. Le dirigí una sonrisa, y él tiró de mí
contra su costado con el brazo con el que me rodeaba la espalda.
La ceremonia empezó, y las palabras fueron casi ininteligibles
mientras Cam Hamilton y Avery Morgansten formalizaban por fin su
unión. Fue hermoso, y tuve que contener las lágrimas una vez más.
—¿Los anillos? —pidió el oficiante.
Ollie dio un paso adelante, y en sus manos llevaba dos tortugas.
Una tenía una cinta azul cielo alrededor del caparazón, y la otra, una
cinta negra. Las alianzas estaban atadas a ellas. No tenía ni idea de
dónde había tenido las tortugas todo ese rato, y cualquiera sabía
tratándose de Ollie, así que no quise pensarlo demasiado.
—Oh, Dios mío —murmuré con una sonrisa.
Nick soltó una risita.
—Yo me pido tortugas en mi boda —susurró Roxy a Reece.
Alguien, supongo que él, se atragantó.
Los gritos ahogados y las risitas se transformaron en carcajadas
cuando Ollie levantó las tortugas y las acercó donde estaban Cam y
Avery. Ninguno de los dos pudo quedarse serio mientras cogían las
alianzas en medio de las risas, y Ollie regresó después donde
estaban los padrinos del novio. Se agachó para guardar las tortugas
en algo que no alcancé a ver. Después se giró e hizo una ostentosa
reverencia. Al otro lado de él, Brit puso los ojos en blanco.
A Cam le temblaba la mano al deslizar el sencillo aro en el dedo de
Avery.
—¿Estarás conmigo para siempre?
Avery respondió con voz temblorosa mientras le ponía el anillo a
Cam:
—Estaré contigo para siempre.
Los ojos se me llenaron de lágrimas, y eché un vistazo a Nick.
Nuestras miradas se cruzaron y, entonces, se me cayó una lágrima.
Sin decir una palabra, Nick me pasó el pulgar por debajo del ojo
para quitármela, igual que me había quitado todo el dolor y la culpa,
y me había abierto un futuro que no había planeado pero que
esperaba con ansias.
El oficiante habló de nuevo, pero no oí las palabras. Apenas capté
los vítores cuando Nick acercó sus labios a los míos para besarme
con ternura, y ese beso contenía todas las palabras que había tenido
tantas ganas que me dijera todos esos meses.
Nick había dicho antes esas palabras, muchas veces el último par
de meses, pero también me las prometía con ese beso, y esa
promesa era para siempre.
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Índice
Para siempre contigo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Agradecimientos