Los Ungidos - Profetas y Reyes-278-289

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 12

Capítulo 35—La condenación inminente

Durante los primeros años del reinado de Joaquim fueron dadas


muchas advertencias referentes a la condenación que se acercaba.
Estaba por cumplirse la palabra que expresara el Señor por los pro-
fetas. La potencia asiria que desde el norte había ejercido durante
mucho tiempo la supremacía, no iba a gobernar ya las naciones. Por
el sur, Egipto en cuyo poder el rey de Judá había puesto en vano
su confianza, iba a ser puesto pronto decididamente en jaque. En
forma completamente inesperada, una nueva potencia mundial, el
Imperio Babilónico, se levantaba hacia el este, y con presteza iba
sobrepujando todas las otras naciones.
Dentro de pocos y cortos años el rey de Babilonia iba a ser
usado como instrumento de la ira de Dios sobre el impenitente Judá.
Una y otra vez Jerusalén iba a quedar rodeada y en ella entrarían
los ejércitos sitiadores de Nabucodonosor. Una compañía tras otra,
compuestas al principio de poca gente, pero más tarde de millares
y decenas de millares de cautivos, iban a ser llevadas a la tierra
de Sinar, para morar allí en destierro forzoso. Joaquim, Joaquín* y
Sedequías, esos tres reyes judíos iban a ser por turno vasallos del
gobernante babilónico, y cada uno a su vez se iba a rebelar. Castigos
cada vez más severos iban a ser infligidos a la nación rebelde, hasta
que por fin toda la tierra quedase asolada, Jerusalén reducida a ruinas
chamuscadas por el fuego, destruído el templo que Salomón había
edificado, y el reino de Judá iba a caer para nunca volver a ocupar
su puesto anterior entre las naciones de la tierra. [312]
Aquellos tiempos de cambios, tan cargados de peligros para la
nación israelita, fueron señalados por muchos mensajes enviados
del Cielo, por medio de Jeremías. Así fué cómo el Señor dió a
los hijos de Judá amplia oportunidad de librarse de las alianzas
con que se habían enredado con Egipto, y de evitar la controversia
con los gobernantes de Babilonia. A medida que se acercaba el
peligro amenazador, enseñó al pueblo por medio de una serie de
* Acerca de estos nombres, véase la nota al fin del capítulo.

273
274 Profetas y Reyes

parábolas en actos, con la esperanza de despertarlos, hacerles sentir


su obligación hacia Dios y alentarlos a sostener relaciones amistosas
con el gobierno babilónico.
Para ilustrar cuán importante era rendir implícita obediencia a los
requerimientos de Dios, Jeremías reunió a algunos recabitas en una
de las cámaras del templo, y poniendo vino delante de ellos los invitó
a beber. Como era de esperar, le contestaron con reprensiones y
negándose en absoluto a beber. Declararon firmemente los recabitas:
“No beberemos vino; porque Jonadab hijo de Rechab nuestro padre
nos mandó, diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros
hijos.”
“Y fué palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: Así ha dicho
Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Ve, y di a los varones de
Judá, y a los moradores de Jerusalem: ¿No recibiréis instrucción
para obedecer a mis palabras? ... Fué firme la palabra de Jonadab
hijo de Rechab, el cual mandó a sus hijos que no bebiesen vino, y no
lo han bebido hasta hoy, por obedecer al mandamiento de su padre.”
Jeremías 35:6, 12-14.
Con esto Dios procuraba poner en agudo contraste la obediencia
de los recabitas con la desobediencia y rebelión de su pueblo. Los
recabitas habían obedecido a la orden de su padre, y se negaban a
transgredirla. Pero los hombres de Judá no habían escuchado las
palabras de Jehová, y en consecuencia habían de sufrir sus más
severos castigos.
Declaró el Señor: “Y yo os he hablado a vosotros, madrugando
y hablando, y no me habéis oído. Y envié a vosotros a todos mis
siervos los profetas, madrugando y enviándolos a decir: Tornaos
[313] ahora cada uno de su mal camino, y enmendad vuestras obras, y no
vayáis tras dioses ajenos para servirles, y viviréis en la tierra que di a
vosotros y a vuestros padres: mas no inclinasteis vuestro oído, ni me
oísteis. Ciertamente los hijos de Jonadab, hijo de Rechab, tuvieron
por firme el mandamiento que les dió su padre; mas este pueblo
no me ha obedecido. Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de los
ejércitos, Dios de Israel: He aquí traeré yo sobre Judá y sobre todos
los moradores de Jerusalem todo el mal que contra ellos he hablado:
porque les hablé, y no oyeron; llamélos, y no han respondido.” Vers.
14-17.
La condenación inminente 275

Cuando los corazones de los hombres estén enternecidos y sub-


yugados por la influencia constreñidora del Espíritu Santo, escucha-
rán los consejos; pero cuando se desvían de la amonestación al punto
de endurecer su corazón, el Señor permite que los conduzcan otras
influencias. Al rehusar la verdad, aceptan la mentira, que resulta en
una trampa para destruirlos.
Dios había suplicado a los de Judá que no le provocasen a ira,
pero no le habían escuchado. Finalmente pronunció la sentencia
contra ellos. Iban a ser llevados cautivos a Babilonia. Los caldeos
serían empleados como instrumento por medio del cual Dios iba a
castigar a su pueblo desobediente. Los sufrimientos de los hombres
de Judá iban a ser proporcionales a la luz que habían tenido, y a
las amonestaciones que habían despreciado y rechazado. Durante
mucho tiempo Dios había demorado sus castigos; pero ahora su des-
agrado iba a caer sobre ellos, como último esfuerzo para detenerlos
en su carrera impía.
Sobre la casa de los recabitas fué pronunciada una bendición
perdurable. El profeta declaró: “Porque obedecisteis al mandamiento
de Jonadab vuestro padre, y guardasteis todos sus mandamientos,
e hicisteis conforme a todas las cosas que os mandó; por tanto, así
ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No faltará varón de
Jonadab, hijo de Rechab, que esté en mi presencia todos los días.”
Jeremías 35:18, 19. Dios enseñó así a su pueblo que la fidelidad y la
obediencia reflejarían bendición sobre Judá, así como los recabitas [314]
eran bendecidos por la obediencia que rendían a la orden de su
padre.
La lección es para nosotros también. Si los requerimientos de un
padre bueno y sabio, que recurrió a los medios mejores y más efica-
ces para proteger a su posteridad de los males de la intemperancia,
eran dignos de ser obedecidos estrictamente, la autoridad de Dios
debe tenerse ciertamente en reverencia tanto mayor por cuanto él es
más santo que el hombre. Nuestro Creador y nuestro Comandante,
infinito en poder, terrible en el juicio, procura por todos los medios
inducir a los hombres a ver sus pecados y a arrepentirse de ellos. Por
boca de sus siervos, predice los peligros de la desobediencia; deja
oír la nota de advertencia, y reprende fielmente el pecado. Sus hijos
conservan la prosperidad tan sólo por su misericordia, y gracias al
cuidado vigilante de instrumentos escogidos. El no puede sostener
276 Profetas y Reyes

y guardar a un pueblo que rechaza sus consejos y desprecia sus


reprensiones. Demorará tal vez por un tiempo sus castigos; pero no
puede detener su mano para siempre.
Los hijos de Judá se contaban entre aquellos acerca de quienes
Dios había declarado: “Y vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y
gente santa.” Éxodo 19:6. Nunca, durante su ministerio, se olvidó
Jeremías de la importancia vital que tiene la santidad del corazón en
las variadas relaciones de la vida, y especialmente en el servicio del
Dios altísimo. Previó claramente la caída del reino y la dispersión
de los habitantes de Judá entre las naciones; pero con el ojo de la
fe miró más allá de todo esto, hacia los tiempos de la restauración.
Repercutía en sus oídos la promesa divina: “Yo mismo recogeré el
resto de mi rebaño de todos los países a donde las he echado, y las
haré volver a sus rediles... He aquí que vienen días, dice Jehová, en
que levantaré para David un Vástago justo, el cual reinará como rey,
y prosperará; y ejecutará juicio y justicia en la tierra. En sus días
Judá será salvo, e Israel habitará seguro; y éste es su nombre con el
cual será apellidado: JEHOVÁ, JUSTICIA NUESTRA.” Jeremías
[315] 23:3-6 (VM).
Así las profecías de los juicios venideros llegaban mezcladas
con promesas de una gloriosa liberación final. Los que decidiesen
hacer su paz con Dios, y vivir en santidad en medio de la apostasía
prevaleciente, recibirían fuerza para cada prueba, y serían habilitados
para testificar por él con gran poder. Y en los siglos venideros la
liberación obrada en su favor excedería por su fama la realizada para
los hijos de Israel en tiempo del éxodo. Llegarían días, declaró el
Señor por su profeta, cuando no dirían “más: Vive Jehová que hizo
subir los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive Jehová que
hizo subir y trajo la simiente de la casa de Israel de tierra del aquilón,
y de todas las tierras adonde los había yo echado; y habitarán en su
tierra.” Vers. 7, 8. Tales eran las admirables profecías expresadas
por Jeremías durante los años finales de la historia del reino de Judá,
cuando los babilonios ascendían al gobierno universal, y ya reunían
sus ejércitos sitiadores contra los muros de Sión.
Como la música más dulce, estas promesas de liberación caían
en oídos de aquellos que eran firmes en su adoración de Jehová. En
los hogares de encumbrados y humildes, donde los consejos de un
Dios observador del pacto seguían siendo objeto de reverencia, las
La condenación inminente 277

palabras del profeta se repetían una y otra vez. Los niños mismos se
conmovían hondamente y en sus mentes juveniles y receptivas se
hacían impresiones duraderas.
Fué una observancia concienzuda de las órdenes de la Sagrada
Escritura lo que en tiempos del ministerio de Jeremías dió a Daniel
y a sus compañeros oportunidades de ensalzar al Dios verdadero
ante las naciones de la tierra. La instrucción que estos niños hebreos
habían recibido en el hogar de sus padres los hizo fuertes en la fe y
constantes en el servicio que rendían al Dios viviente, Creador de
los cielos y de la tierra. Cuando, al principio del reinado de Joaquim,
Nabucodonosor sitió por primera vez a Jerusalén y la tomó, se llevó
a Daniel y a sus compañeros, juntamente con otros especialmente
escogidos para el servicio de la corte babilónica; y la fe de los [316]
cautivos hebreos fué probada hasta lo sumo. Pero los que habían
aprendido a poner su confianza en las promesas de Dios hallaron
que éstas bastaban para todo lo que eran llamados a soportar durante
su estada en una tierra extraña. Las Escrituras resultaron ser su guía
y apoyo.
Como intérprete del significado de los juicios que empezaban
a caer sobre Judá, Jeremías se mantuvo noblemente en defensa de
la justicia de Dios y de sus designios misericordiosos aun en los
castigos más severos. El profeta trabajaba incansablemente. Deseoso
de alcanzar a todas las clases, extendió la esfera de su influencia más
allá de Jerusalén a las regiones circundantes mediante frecuentes
visitas a varias partes del reino.
En los testimonios que daba a la congregación, Jeremías se re-
fería constantemente a las enseñanzas del libro de la ley que había
sido tan honrado y exaltado durante el reinado de Josías. Recalcó
nuevamente la importancia que tenía el estar en pacto con el Ser
misericordioso y compasivo que desde las alturas del Sinaí había
pronunciado los preceptos del Decálogo. Las palabras de amones-
tación y súplica que dejaba oír Jeremías llegaban a todas las partes
del reino, y todos tuvieron oportunidad de conocer la voluntad de
Dios concerniente a la nación.
El profeta recalcó el hecho de que nuestro Padre celestial permite
que sus juicios caigan a fin de que “conozcan las gentes que son
no más que hombres.” Salmos 9:20. El Señor había advertido de
antemano así a su pueblo: “Y si anduviereis conmigo en oposición,
278 Profetas y Reyes

y no me quisiereis oir, ... os esparciré por las gentes, y desenvainaré


espada en pos de vosotros: y vuestra tierra estará asolada, y yermas
vuestras ciudades.” Levítico 26:21, 33.
En el tiempo mismo en que los mensajes de la condenación in-
minente eran comunicados con instancia a los príncipes y al pueblo,
su gobernante, Joaquim, que debiera haber sido un sabio conductor
espiritual, el primero en confesar su pecado y en ejecutar reformas
[317] y buenas obras, malgastaba su tiempo en placeres egoístas. Decía:
“Edificaré para mí casa espaciosa, y airosas salas;” y esa casa, cu-
bierta “de cedro” y pintada “de bermellón” (Jeremías 22:15), fué
construida con dinero y trabajo obtenido por fraude y opresión.
Se despertó la ira del profeta, y por inspiración pronunció un
juicio contra el gobernante infiel. Declaró: “¡Ay del que edifica su
casa y no en justicia, y sus salas y no en juicio, sirviéndose de su
prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo! ... ¿Reinarás
porque te cercas de cedro? ¿no comió y bebió tu padre, e hizo juicio
y justicia, y entonces le fué bien? El juzgó la causa del afligido y del
menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿No es esto conocerme a mí?
dice Jehová. Mas tus ojos y tu corazón no son sino a tu avaricia, y a
derramar la sangre inocente, y a opresión, y a hacer agravio.
“Por tanto así ha dicho Jehová, de Joacim hijo de Josías, rey de
Judá: No lo llorarán, diciendo: ¡Ay hermano mío! y ¡ay hermana! ni
lo lamentarán, diciendo: ¡Ay señor! ¡ay su grandeza! En sepultura de
asno será enterrado, arrastrándole y echándole fuera de las puertas
de Jerusalem.” Vers. 13-19.
A los pocos años, este terrible castigo iba a caer sobre Joaquim;
pero primero el Señor informó de su propósito resuelto a la nación
impenitente. El cuarto año del reinado de Joaquim, “habló Jeremías
profeta a todo el pueblo de Judá, y a todos los moradores de Jerusa-
lem,” señalando que durante como veinte años, “desde el año trece
de Josías, ... hasta este día” (Jeremías 25:2, 3), había atestiguado
el deseo que Dios tenía de salvarlos, pero que sus mensajes habían
sido despreciados. Y ahora el Señor les advertía:
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Por cuanto no habéis
oído mis palabras, he aquí enviaré yo, y tomaré todos los linajes
del aquilón, dice Jehová, y a Nabucodonosor rey de Babilonia, mi
siervo, y traerélos contra esta tierra, y contra sus moradores, y contra
todas estas naciones en derredor; y los destruiré, y pondrélos por
La condenación inminente 279

escarnio, y por silbo, y en soledades perpetuas. Y haré que perezca


de entre ellos voz de gozo y voz de alegría, voz de desposado y voz [318]
de desposada, ruido de muelas, y luz de lámpara. Y toda esta tierra
será puesta en soledad, en espanto; y servirán estas gentes al rey de
Babilonia setenta años.” Vers. 8-11.
Aunque la sentencia condenatoria había sido enunciada clara-
mente, era difícil que las multitudes que la oían pudiesen comprender
todo lo que significaba. A fin de que pudiesen hacerse impresiones
más profundas, el Señor procuró ilustrar el significado de las pala-
bras expresadas. Ordenó a Jeremías que comparase la suerte de la
nación con el agotamiento de una copa llena del vino de la ira divina.
Entre los primeros que habían de beber de esta copa de desgracia se
contaban “a Jerusalem, a las ciudades de Judá, y a sus reyes.” Les
tocaría también a estos otros beber la misma copa: “a Faraón rey
de Egipto, y a sus siervos, y a sus príncipes, y a todo su pueblo,” y
muchas otras naciones de la tierra, hasta que el propósito de Dios se
hubiese cumplido. (Véase Jer. 25.)
Para ilustrar aun mejor la naturaleza de los juicios que se acerca-
ban prestamente, se ordenó al profeta: “Lleva contigo de los ancianos
del pueblo, y de los ancianos de los sacerdotes; y saldrás al valle
del hijo de Hinnom.” Y allí, después de reseñar la apostasía de Judá,
debía hacer añicos “una vasija de barro de alfarero” y declarar en
nombre de Jehová, cuyo siervo era: “Así quebrantaré a este pueblo y
a esta ciudad, como quien quiebra un vaso de barro, que no puede
más restaurarse.”
El profeta hizo lo que se le había ordenado. Luego, volviendo a
la ciudad, se puso de pie en el atrio del templo, y declaró a oídos de
todo el pueblo: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel:
He aquí yo traigo sobre esta ciudad y sobre todas sus villas todo el
mal que hablé contra ella: porque han endurecido su cerviz, para no
oir mis palabras.” Véase Jeremías 19.
En vez de inducirlos a la confesión y al arrepentimiento, las
palabras del profeta despertaron ira en los que ejercían autoridad, y
en consecuencia Jeremías fué privado de la libertad. Encarcelado y [319]
puesto en el cepo, el profeta continuó sin embargo comunicando los
mensajes del Cielo a los que estaban cerca de él. Su voz no podía ser
acallada por la persecución. Declaró acerca de la palabra de verdad:
280 Profetas y Reyes

“Fué en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos,


trabajé por sufrirlo, y no pude.” Jeremías 20:9.
Fué más o menos en aquel tiempo cuando el Señor ordenó a
Jeremías que escribiera los mensajes que deseaba dar a aquellos por
cuya salvación se conmovía de continuo su corazón compasivo. El
Señor ordenó a su siervo: “Tómate un rollo de libro, y escribe en él
todas las palabras que te he hablado contra Israel y contra Judá, y
contra todas las gentes, desde el día que comencé a hablarte, desde
los días de Josías hasta hoy. Quizá oirá la casa de Judá todo el mal
que yo pienso hacerles, para volverse cada uno de su mal camino, y
yo perdonaré su maldad y su pecado.” Jeremías 36:2, 3.
Obedeciendo a esta orden, Jeremías llamó en su auxilio a un
amigo fiel, el escriba Baruc, y le dictó “todas las palabras que Jehová
le había hablado.” Vers. 4. Estas palabras se escribieron cuidado-
samente en un rollo de pergamino, y constituyeron una solemne
reprensión del pecado, una advertencia del resultado seguro que
tendría la continua apostasía, y una ferviente súplica a renunciar a
todo mal.
Cuando se hubo terminado la escritura, Jeremías, que seguía pre-
so, mandó a Baruc que leyese el rollo a las multitudes congregadas
en el templo en ocasión de un día de ayuno nacional, “en el año
quinto de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, en el mes noveno.” Dijo
el profeta: “Quizá caerá oración de ellos en la presencia de Jehová,
y tornaráse cada uno de su mal camino; porque grande es el furor y
la ira que ha expresado Jehová contra este pueblo.” Vers. 9, 7.
Baruc obedeció, y el rollo fué leído delante de todo el pueblo
de Judá. Más tarde, el escriba fué llamado a comparecer ante los
príncipes para leerles las palabras. Escucharon con gran interés, y
[320] prometieron informar al rey acerca de todo lo que habían oído, pero
aconsejaron al escriba que se escondiera, pues temían que el rey
rechazase el testimonio y procurase matar a los que habían preparado
y comunicado el mensaje.
Cuando los príncipes dijeron al rey Joaquim lo que Baruc había
leído, ordenó inmediatamente que trajesen el rollo a su presencia y
que se lo leyesen. Uno de los acompañantes reales, llamado Jehudí,
buscó el rollo, y empezó a leer las palabras de reprensión y amo-
nestación. Era invierno, y el rey y sus asociados en el gobierno, los
príncipes de Judá, estaban reunidos en derredor de un fuego abierto.
La condenación inminente 281

Apenas se hubo leído una pequeña porción cuando el rey, en vez


de temblar por el peligro que le amenazaba a él y a su pueblo, se
apoderó del rollo, y con ira frenética “rasgólo con un cuchillo de
escribanía, y echólo en el fuego que había en el brasero, hasta que
todo el rollo se consumió.” Vers. 23.
Ni el rey ni sus príncipes sintieron temor, “ni rasgaron sus vesti-
dos.” A pesar de que algunos de los príncipes “rogaron al rey que
no quemase aquel rollo, no los quiso oír.” Habiendo destruido la
escritura, la ira del rey impío se despertó contra Jeremías y Baruc, y
dió inmediatamente órdenes para que los prendiesen; “mas Jehová
los escondió.” Vers. 24-26.
Al hacer conocer a los que adoraban en el templo, así como a los
príncipes y al rey, las amonestaciones escritas en el rollo inspirado,
Dios procuraba misericordiosamente amonestar a los hombres de
Judá para su propio bien. “Quizá oirá la casa de Judá—dijo—todo el
mal que yo pienso hacerles, para volverse cada uno de su mal camino,
y yo perdonaré su maldad y su pecado.” Vers. 3. Dios se compadece
de los hombres que luchan en la ceguera de la perversidad; procura
iluminar su entendimiento entenebrecido dándoles reprensiones y
amenazas destinadas a inducir a los más encumbrados a sentir su
ignorancia y deplorar sus errores. Se esfuerza por ayudar a los que se
complacen en sí mismos para que, sintiéndose descontentos de sus
vanas realizaciones, procuren la bendición espiritual en una estrecha
relación con el cielo. [321]
No es el plan de Dios enviar mensajeros que agraden o halaguen
a los pecadores; no comunica mensajes de paz para arrullar en la
seguridad carnal a los que no se santifican. Antes impone cargas
pesadas a la conciencia del que hace el mal, y atraviesa su alma con
agudas saetas de convicción. Los ángeles ministradores le presentan
los temibles juicios de Dios, para ahondar su sentido de necesidad,
y para inducirle a clamar: “¿Qué es menester que yo haga para ser
salvo?” Hechos 16:30. Pero la Mano que humilla hasta el polvo,
reprende el pecado y avergüenza el orgullo y la ambición, es la Mano
que eleva al penitente y contrito. Con la más profunda simpatía, el
que permite que caiga el castigo, pregunta: “¿Qué quieres que se te
haga?”
Cuando el hombre ha pecado contra un Dios santo y misericor-
dioso, no puede seguir una conducta más noble que la que consiste
282 Profetas y Reyes

en arrepentirse sinceramente y confesar sus errores con lágrimas


y amargura en el alma. Esto es lo que Dios requiere; no puede
aceptar sino un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Pero el
rey Joaquim y sus señores, en su arrogancia y orgullo, rechazaron
la invitación de Dios. No quisieron escuchar la amonestación ni
arrepentirse. La oportunidad que se les ofreció misericordiosamente
antes que quemaran el rollo sagrado, fué la última. Dios había de-
clarado que si en ese momento se negaban a escuchar su voz, les
infligiría una terrible retribución. Ellos rehusaron oír, y él pronunció
sus juicios finales contra Judá; y el hombre que se había ensalzado
orgullosamente contra el Altísimo iba a ser objeto de su ira especial.
“Por tanto, así ha dicho Jehová, en orden a Joacim rey de Judá:
No tendrá quien se siente sobre el trono de David; y su cuerpo será
echado al calor del día y al hielo de la noche. Y visitaré sobre él,
y sobre su simiente, y sobre sus siervos, su maldad; y traeré sobre
ellos, y sobre los moradores de Jerusalem, y sobre los varones de
Judá, todo el mal que les he dicho.” Jeremías 36:30, 31.
[322] El asunto no acabó con la entrega del rollo al fuego. Fué más
fácil deshacerse de las palabras escritas que de la reprensión y amo-
nestación que contenían y del castigo inminente que Dios había
decretado contra el rebelde Israel. Pero aun el rollo escrito fué re-
producido. El Señor ordenó a su siervo: “Vuelve a tomar otro rollo,
y escribe en él todas las palabras primeras, que estaban en el primer
rollo que quemó Joacim, rey de Judá.” El rollo de las profecías con-
cernientes a Judá y Jerusalén había sido reducido a cenizas; pero
las palabras seguían viviendo en el corazón de Jeremías “como un
fuego ardiente,” y se permitió al profeta que reprodujera lo que la
ira del hombre había querido destruir.
Tomando otro rollo, Jeremías lo dió a Baruc, “y escribió en
él de boca de Jeremías todas las palabras del libro que quemó en
el fuego Joacim rey de Judá; y aun fueron añadidas sobre ellas
muchas otras palabras semejantes.” Vers. 28, 32. La ira del hombre
había procurado suprimir las labores del profeta de Dios; pero el
mismo recurso por medio del cual Joaquim había intentado limitar
la influencia del siervo de Jehová, le dió mayor oportunidad de
presentar claramente los requerimientos divinos.
El espíritu de oposición a la reprensión, que condujo a la perse-
cución y encarcelamiento de Jeremías, existe hoy. Muchos se niegan
La condenación inminente 283

a escuchar las repetidas amonestaciones, y prefieren escuchar a los


falsos maestros que halagan su vanidad y pasan por alto su mal
proceder. En el día de aflicción, los tales no tendrán refugio seguro
ni ayuda del cielo. Los siervos escogidos de Dios deben hacer frente
con valor y paciencia a las pruebas y sufrimientos que les imponen el
oprobio, la negligencia y la calumnia. Deben continuar fielmente la
obra que Dios les dió y recordar que en la antigüedad los profetas, el
Salvador de la humanidad y sus apóstoles sufrieron también insultos
y persecución por causa de su Palabra.
Dios quería que Joaquim escuchase los consejos de Jeremías y
que, obteniendo así favor en ojos de Nabucodonosor, se ahorrase
mucha aflicción. El joven rey había jurado fidelidad al gobernante [323]
babilónico; y si hubiese permanecido fiel a su promesa, se habría
granjeado el respeto de los paganos, y esto habría dado preciosas
oportunidades para convertir almas.
Despreciando los privilegios especiales que le eran concedidos,
el rey de Judá siguió voluntariosamente el camino que había es-
cogido. Violó la palabra de honor que había dado al gobernante
babilónico, y se rebeló. Esto le puso a él y a su reino en grave aprie-
to. Fueron enviadas contra él “tropas de Caldeos, y tropas de Siros,
y tropas de Moabitas, y tropas de Ammonitas” (2 Reyes 24:2), y se
vió sin fuerzas para evitar que esos despojadores arrasaran la tierra.
A los pocos años, llegó al fin de su reinado desastroso, abrumado de
ignominia, rechazado por el Cielo, privado del amor de su pueblo y
despreciado por los gobernantes de Babilonia cuya confianza había
traicionado,—y todo eso como resultado del error fatal que cometie-
ra al desviarse del propósito que Dios le había revelado mediante su
mensajero designado.
Joaquín,* el hijo de Joaquim, ocupó el trono tan sólo tres meses
y diez días, al fin de los cuales se entregó a los ejércitos caldeos
que, a causa de la rebelión del gobernante de Judá, estaban sitiando
nuevamente la desgraciada ciudad. En esa ocasión Nabucodonosor
se llevó “a Joachín a Babilonia, y a la madre del rey, y a las mujeres
del rey, y a sus eunucos, y a los poderosos de la tierra;” es decir
varios millares de personas, juntamente con “los oficiales y herreros.”
* El nombre de este rey, llamado en otros pasajes Conías y Jechonias, la versión Valera

lo rinde por Joachín y el de su padre por Joacim. La Moderna, más fiel a la pronunciación
castellana, da Joaquín y Joaquim.
284 Profetas y Reyes

Al mismo tiempo el rey de Babilonia se llevó “todos los tesoros de


la casa de Jehová, y los tesoros de la casa real.” Vers. 15, 16, 13.
Se permitió, sin embargo, que el reino de Judá, con su poder
quebrantado y despojado de su fuerza, de sus hombres y de sus
tesoros, subsistiese como gobierno separado. A la cabeza de éste,
Nabucodonosor puso a un hijo menor de Josías, llamado Matanías,
[324] pero cambió su nombre al de Sedequías.

También podría gustarte