Ccc-T-3-Arts-724-Y-725 Id Quod Interest
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Derechos personales
Título I
Obligaciones en general
Capítulo 1
Disposiciones generales
(1) Moisset de Espanés, Luis, Curso de obligaciones, Advocatus, Córdoba, 1993, t. I, ps. 15 y ss.
(2) Breccia, Umberto, “Le obbligazioni”, en Trattato di Diritto Privato, a cura di Giovanni Iudica e
Paolo Zatti, Giuffrè Editore, Milano, 1991, ps. 36 a 56.
(3) Breccia, Umberto, Le obbligazioni, ob. cit., p. 67.
(4) Díez-Picazo, Luis, Fundamentos del Derecho Civil patrimonial II, Las relaciones obligatorias,
6a ed., Aranzadi, Navarra, 2008, p. 141; Bueres, Alberto, El objeto del negocio jurídico, Hammurabi,
Buenos Aires, 1986, p. 33; Lacruz Berdejo, José L., Elementos de derecho civil. Derecho de obligaciones,
Dykinson, Madrid, 1999, vol. I, p. 17.
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(5) Alguer, José, “Ensayo sobre varios temas fundamentales de derecho civil”, Revista Jurídica de
Cataluña, Aranzadi, Barcelona, 1931, ps. 99 y ss.
(6) Roca Sastre, Ramón M. - Puig Brutau, José, Estudios de derecho privado, Aranzadi, Madrid,
2009, vol. I, ps. 167 y ss.
(7) Véase nuestro desarrollo en Calvo Costa, Carlos A., Derecho de las obligaciones, 3a ed., 1a re-
impr., Hammurabi, Buenos Aires, 2019, ps. 64 y 65.
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Es más, sin perjuicio de que luego volvamos a referirnos sobre el tema, estimamos
necesario manifestar que a nuestro entender el id quod interest no es otra cosa más que
el sustitutivo de la prestación específica expresado en dinero: es decir que, cuando
exista prestación convenida y esta no pueda ejecutarse por vía forzosa, siempre habrá
id quod interest. Ello al margen, claro está, del derecho que pueda asistirle al acreedor
para reclamar al deudor como adicional de la prestación incumplida la reparación de
los mayores daños que ha sufrido con motivo del incumplimiento (cfr. art. 730, inc. c],
Cód. Civ. y Com.).
Debe quedar claro, pues, que cuando el deudor no ha ejecutado la prestación asu-
mida y ha frustrado de tal modo el cumplimiento de la obligación, el acreedor podrá
acudir a la ejecución forzada o por otro de dicha prestación (cfr. art. 730, incs. a] y b],
Cód. Civ. y Com.). Pero, si no fuera ello posible, la obligación se resuelve mediante la
prestación sustitutiva en dinero o id quod interest, que es —reiteramos— el equiva-
lente pecuniario de la prestación debida in obligatione. Ello no obsta a que el acreedor
pueda reclamar además el resarcimiento por los daños sufridos (si es que los sufrió) con
motivo de dicho incumplimiento.
Es decir, no debe confundirse el id quod interest (contravalor dinerario de la pres-
tación debida que algunos autores —como Díez-Picazo(8)— también denominan aesti-
matio rei asignándole a ambos términos idéntico significado) con la indemnización de
los daños y perjuicios que puede reclamar el acreedor con independencia del contra-
valor dinerario de la prestación.
Mayo, con singular agudeza y contribuyendo con sus ideas a esta distinción que
formulamos, destaca en cuanto a ello que para el id quod interest solo es necesario
acreditar la existencia del vínculo obligacional y el incumplimiento de la obligación,
sin requerirse la prueba del “daño” en sí porque no se trata más que del sucedáneo de
la prestación originaria, del valor originario; lo único a probar sería la diferencia entre
el valor actual y el originario. El id quod interest se configura, de tal modo, como un
daño in re ipsa ya que deriva de la falta de la prestación debida y no requiere de otra
prueba más que el incumplimiento de la prestación debida, mientras que los mayores
daños que sufra el acreedor con motivo de la falta de cumplimiento de la prestación
requieren que dé este una prueba efectiva de los perjuicios, de la relación causal y del
factor de atribución(9). Ello no obsta a que el deudor pueda probar la inexistencia del id
quod interest alegando que el acreedor se ha beneficiado con la frustración.
(8) Díez-Picazo, Luis, Fundamentos del Derecho Civil patrimonial II, Las relaciones obligatorias,
ob. cit., ps. 138 y ss.
(9) Mayo, Jorge, “Comentario a los arts. 505, 519 y 520”, en Belluscio, Augusto (dir.) - Zannoni, Eduardo
(coord.), Código Civil y leyes complementarias. Comentado, anotado y concordado, Astrea, Buenos Aires,
1979, ps. 580 y ss.; también en “Reparación de los daños: el ‘id quod interest’”, LL 1989-D-549.
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orientado a la satisfacción de un interés lícito suyo. Estos dos extremos deben mante-
nerse siempre a fin de que la obligación subsista, puesto que si ellos llegaran a fusio-
narse, la relación jurídica se extinguiría —total o parcialmente— por confusión (v. gr.,
arts. 931 y 932, Cód. Civ. y Com.).
3.2. Patrimonialidad
Puede afirmarse que esta también es una característica muy importante de la obli-
gación, puesto que se trata de una relación jurídica eminentemente patrimonial: no
debemos soslayar que los derechos de crédito son una especie dentro de los derechos
subjetivos patrimoniales, puesto que confieren a su titular (el acreedor de la obliga-
ción) la facultad de exigir al deudor la realización de una determinada prestación —de
dar, hacer o no hacer— susceptible de apreciación pecuniaria o económica.
3.3. Atipicidad
A diferencia de lo que ocurría con ellas en el derecho romano, en donde las obli-
gaciones revestían el carácter de figuras típicas (se consideraban tales a aquellas que
estuvieran expresamente reguladas por el Ius Civile), en el derecho moderno tal requi-
sito de la tipicidad no existe, pues solo puede hablarse de una categoría universal y
general de la obligación, comprensiva esta de innumerables supuestos. El sistema
jurídico no crea figuras rígidas de obligaciones, sino que —por el contrario— brinda
normas que son en su mayoría supletorias de la voluntad de las partes y no impera-
tivas. En razón de ello, podemos decir que dichas figuras podrán ser catalogadas como
obligación en la medida en que contengan los elementos esenciales y estructurales
que exige la relación jurídica obligatoria.
3.4. Temporalidad
La relación jurídica obligatoria no es perpetua, sino que es temporal, ya que posee
un tiempo limitado de vida. De tal modo, podemos decir que el derecho del acreedor
que emana de una obligación no es eterno, ni tampoco lo será el débito del deudor.
Por el contrario, el derecho de crédito debe ser ejercido en un tiempo determinado,
so pena de que, en caso de inactividad de su titular, pueda declararse la prescripción
liberatoria que extingue la acción para exigir su cumplimiento.
Sin embargo, estimamos por nuestra parte que los únicos elementos esenciales de
la obligación son los sujetos (acreedor y deudor), el objeto y el vínculo jurídico.
Los sujetos están compuestos por el acreedor (sujeto activo) y por el deudor
(sujeto pasivo), quienes deben ser personas distintas y determinadas o determinables.
El objeto de la obligación consiste —como lo define Díez-Picazo(1)— en ese plan de
conducta que el deudor deberá realizar orientándolo hacia la satisfacción del interés
del acreedor, que es su finalidad en la relación jurídica.
El vínculo jurídico, por su parte, es el elemento que genera el enlace entre los
sujetos, al dotar al acreedor del poder de exigir al deudor el cumplimiento de la con-
ducta prometida (y en caso de incumplimiento, para sustituirla), y al colocar al deudor
en una situación de débito que es correlativa y contrastante con el derecho o facultad
que le asiste al acreedor.
Con relación al objeto de la obligación, al que alude el art. 725, Cód. Civ. y Com.,
debemos destacar que está compuesto por el interés del acreedor que procura obtener
a través de la relación jurídica obligatoria y por la conducta que debe desempeñar el
deudor a fin de satisfacerlo.
Por ello, estimamos que el concepto de objeto de la obligación no se agota ni en
el mero comportamiento del deudor considerado en forma aislada, ni en la utilidad o
interés del acreedor en sí mismo considerado. En cuanto al interés al que aspira obtener
el acreedor en la obligación, debemos destacar que debe ser lícito, debiendo mante-
nerse la licitud durante toda la vida de la relación jurídica obligatoria, constituyendo
ello una de las principales condiciones de su validez.
(1) Díez-Picazo, Luis, Fundamentos del Derecho Civil patrimonial II, Las relaciones obligatorias,
ob. cit., ps. 322 y ss.
(2) Alterini, Atilio - Ameal, Oscar - López Cabana, Roberto, Derecho de Obligaciones. Civiles y co-
merciales, 4a ed., reimpr., Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2010, ps. 55 y ss.
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ducta del deudor, es decir, mediante una ejecución forzosa directa o indirecta de la
obligación (art. 730, Cód. Civ. y Com.). Ello así, puesto que no resulta posible separar in
obligatione la conducta del deudor del interés que espera ver satisfecho el acreedor, ya
que el fin último perseguido por el accipiens no puede ni debe ser desestimado por el
deudor al momento de proyectar su conducta a prestar, ya que de otro modo se difi-
cultará el cumplimiento de la obligación. Es esa proyección de actividad que realiza el
deudor la que integra el objeto de la obligación, y no la conducta efectivamente pres-
tada por este, dado que esta última constituye una materialidad consumada, ingre-
sando definitivamente en el ámbito de análisis del cumplimiento o no de la obligación.
Adviértase que, ante el incumplimiento por parte del deudor, una vez agotadas
las vías de ejecución directa (ejecución forzada o ejecución por un tercero a costa del
deudor), el acreedor intentará obtener el id quod interest (ejecución indirecta), que no
es más que el mismo interés del acreedor satisfecho por equivalente, es decir, mediante
una indemnización dineraria. En definitiva, es importante destacar que aun satisfecha
la obligación por equivalente, debe quedar en claro que el interés del acreedor se ha
mantenido inalterable durante toda la vida de la obligación.
En cambio, la conducta del deudor —que debe estar presente a la hora de con-
cebirse la obligación, que es cuando se proyecta su desarrollo— puede ser dejada de
lado en caso de incumplimiento, ya sea porque la prestación es fungible o bien porque
se ingresa definitivamente en la etapa de la responsabilidad(3).
En definitiva, el objeto de la obligación está compuesto por el interés del acreedor
y por el plan de conducta del deudor destinada a satisfacerlo, resultando ser ellos inse-
parables. No es posible, pues, a nuestro entender, concebir ontológicamente a la pres-
tación (o contenido) como un elemento diferente del objeto de la obligación.
(3) Bueres, Alberto, El objeto del negocio jurídico, ob. cit., ps. 32 y 33; Pizarro, Ramón D. - Va-
llespinos, Carlos G., Instituciones de derecho privado. Obligaciones, 2a reimpr., Hammurabi, Buenos
Aires, 2006, t. 1, p. 143.
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3.2. Lícita
El objeto de la obligación debe ser lícito (art. 725, Cód. Civ. y Com.), es decir, no
debe ser contrario al ordenamiento jurídico considerado en su integridad, y debe ajus-
tarse a los dictados de las leyes, la moral y las buenas costumbres. Estimamos que la
discordancia que pueda presentar el objeto de la obligación con los dictados de la
moral y las buenas costumbres solo quedará librada al arbitrio judicial frente a cada
caso en concreto, aunque utilizando para ello criterios de moral objetiva. Estamos en
presencia, pues, de un concepto mucho más amplio que el de la imposibilidad jurídica;
en este último caso, el hecho se encuentra impedido, mientras que cuando se habla de
ilicitud del acto, este está vedado y sancionado.
Existen muchos supuestos en los cuales puede existir ilicitud en el objeto de la
obligación, tales como: a) aquellos casos en los cuales la prestación sea ilícita en sí
misma (cometer un delito, v. gr., homicidio); b) aquellos en los que la ilicitud se da en la
prestación y en la contraprestación (v. gr., pagar una gratificación a un magistrado para
que éste dicte una sentencia contraria a derecho).
Pero, por sobre todas las cosas, podemos generalizar la cuestión afirmando que
habrá ilicitud cuando el objeto de la obligación consista en prestaciones que tengan
por objeto una cosa que está fuera del comercio (v. gr., compraventa de un bien de
dominio público, como un río o un mar territorial), o que consistan en hechos ilícitos
como los que mencionamos precedentemente, o bien, que tengan por finalidad per-
judicar a terceros.
Por último, debemos destacar que la alegación y prueba de la ilicitud del objeto de
la obligación estará a cargo de quien la invoca.
(4) Alterini, Atilio - Ameal, Oscar - López Cabana, Roberto, Derecho de Obligaciones. Civiles y co-
merciales, ob. cit., p. 57.
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la decisión de la determinación ha sido conferida a una persona, que puede ser uno de
los sujetos de la obligación o un tercero).
Art. 726.— Causa. No hay obligación sin causa, es decir, sin que derive de algún
hecho idóneo para producirla, de conformidad con el ordenamiento jurídico.
Art. 727.— Prueba de la existencia de la obligación. Presunción de fuente legíti-
ma. La existencia de la obligación no se presume. La interpretación respecto de
la existencia y extensión de la obligación es restrictiva. Probada la obligación,
se presume que nace de fuente legítima mientras no se acredite lo contrario.
(1) Bueres, Alberto J., “Las fuentes de las obligaciones (algunas reflexiones de política jurídica)”,
en Ameal, Oscar (dir.) - Tanzi, Silvia (coord.), Obligaciones y contratos en los albores del siglo XXI.
Homenaje al profesor Dr. Roberto M. López Cabana, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2001, ps. 81 y 82.
(2) Alterini, Atilio - Ameal, Oscar - López Cabana, Roberto, Derecho de Obligaciones. Civiles y co-
merciales, ob. cit., ps. 63 a 65; Pizarro, Ramón D. - Vallespinos, Carlos G., Instituciones de Derecho Pri-
vado. Obligaciones, ob. cit., t. 1, p. 163; Ghersi, Carlos, Obligaciones civiles y comerciales con análisis
económico y constitucional, Astrea, Buenos Aires, 1994, ps. 19 y ss.