Ccc-T-3-Arts-724-Y-725 Id Quod Interest

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Libro tercero

Derechos personales

Título I
Obligaciones en general

Capítulo 1
Disposiciones generales

Art. 724.— Definición. La obligación es una relación jurídica en virtud de la


cual el acreedor tiene el derecho a exigir del deudor una prestación destinada
a satisfacer un interés lícito y, ante el incumplimiento, a obtener forzadamen-
te la satisfacción de dicho interés.

Por Carlos A. Calvo Costa

I. Concepto jurídico de obligación


El derecho de las obligaciones se encuentra enmarcado en el ámbito de los dere-
chos personales o creditorios, por lo cual le son aplicables los principios y caracteres
que rigen a estos; sin temor a equivocarnos, estimamos que actualmente el derecho de
las obligaciones constituye el eje sobre el cual giran casi todas las relaciones jurídicas
de índole patrimonial. En él quedan comprendidas todas las actividades comerciales,
industriales, profesionales, de prestación de servicios, etcétera, que generalmente
poseen origen convencional; pero, tal como lo estudiaremos más adelante, también
abarca a aquellas relaciones jurídicas que son originadas en hechos ilícitos y que
obligan al deudor a indemnizar los daños causados en razón de un delito o de un cua-
sidelito. Con ello denotamos que el contrato y los hechos ilícitos se erigen en las dos
fuentes más importantes de las obligaciones, aunque no son las únicas, tal como lo
veremos también seguidamente.
El derecho de las obligaciones, pues, es la parte del derecho que regula el naci-
miento, la vida y los modos de extinción de las relaciones jurídicas entre los acreedores
y los respectivos deudores. Sin embargo, no se agota únicamente en el derecho civil,
sino que la teoría general de las obligaciones resulta aplicable a casi todos los ámbitos
del derecho privado, sobre todo en el derecho comercial. El derecho de las obliga-
ciones constituye el eje sobre el cual giran casi todas las relaciones jurídicas de índole
patrimonial. En él quedan comprendidas todas las actividades comerciales, indus-
triales, profesionales, de prestación de servicios, etcétera, que generalmente poseen
origen convencional.
532 Código Civil y Comercial de la Nación Art. 724

En cuanto al concepto jurídico de obligación, podemos decir que se trata de una


relación intersubjetiva reglada por el derecho y que provoca consecuencias jurídicas:
queda claro que la obligación es todo y solo lo que media entre quienes la contraen, de
modo tal que el cumplimiento la extingue.
Dicha interrelación entre los sujetos, como dijimos, se erige en una relación jurí-
dica, que es aquella en virtud de la cual determinados supuestos de hecho son consi-
derados por el legislador aptos para satisfacer ciertos intereses dignos de tutela, reco-
nociéndose, en consecuencia, una tutela estable y organizada, que se plasma en los
correlativos derechos y deberes(1). De tal modo, y en razón de esta relación jurídica,
algunas personas quedan amparadas y protegidas por la ley que le brinda tutela jurí-
dica (derecho subjetivo), mientras otras son sometidas al cumplimiento de los deberes
impuestos por la norma en interés de las primeras (deber jurídico).
Así, en la relación jurídica obligatoria, se establecen dos posiciones jurídicas bien
diferenciadas:
a) La posición del acreedor, que posee la facultad de exigir al deudor una con-
ducta determinada —prestación debida—, ya que por ser titular de un derecho subje-
tivo se le concede ese poder de exigencia(2).
b) La situación del deudor, quien tiene el deber jurídico de realizar una prestación
en favor de otro sujeto quien detenta el poder de exigírsela. Ambos sujetos, sin embargo,
poseen un deber en común que es el de actuar con lealtad y buena fe durante toda la
vida de la relación jurídica obligatoria.
Todos estos elementos han sido recogidos por el legislador en el Código Civil y
Comercial de la Nación, el que, en su art. 724, que aquí comentamos, brinda el con-
cepto jurídico de obligación. De tal modo, y en virtud de esta relación jurídica a la cual
alude la norma, algunas personas quedan amparadas y protegidas por la ley que le
brinda tutela (derecho subjetivo), mientras otras son sometidas al cumplimiento de los
deberes impuestos por la norma en interés de las primeras (deber jurídico).
Así, en la relación jurídica obligatoria, se establecen dos posiciones jurídicas bien
diferenciadas: a) por un lado, la posición del acreedor, que posee la facultad de exigir
al deudor una conducta determinada (prestación debida), en razón de ser titular de
un derecho subjetivo que se concede ese poder de exigencia, y b) por otro lado, la
situación del deudor, quien tiene el deber jurídico de realizar una prestación en favor
de otro sujeto quien detenta el poder de exigírsela.

II. Estructura institucional de la obligación


Esta definición denota la existencia de una estructura institucional de la obligación
compuesta por dos aspectos o fenómenos que son la deuda o débito y la responsa-
bilidad (schuld y haftung para los alemanes, devoir y engagement para los franceses,
duty y liability para los anglosajones, debito e responsabilitá para los italianos(3)). De tal
modo, no existen dos relaciones jurídicas distintas en ambos tramos o aspectos de
la obligación, sino que hay una única relación jurídica ya que ambas fases —deuda y
responsabilidad— son inseparables(4). En esta línea de pensamiento se enrola una cali-

(1) Moisset de Espanés, Luis, Curso de obligaciones, Advocatus, Córdoba, 1993, t. I, ps. 15 y ss.
(2) Breccia, Umberto, “Le obbligazioni”, en Trattato di Diritto Privato, a cura di Giovanni Iudica e
Paolo Zatti, Giuffrè Editore, Milano, 1991, ps. 36 a 56.
(3) Breccia, Umberto, Le obbligazioni, ob. cit., p. 67.
(4) Díez-Picazo, Luis, Fundamentos del Derecho Civil patrimonial II, Las relaciones obligatorias,
6a ed., Aranzadi, Navarra, 2008, p. 141; Bueres, Alberto, El objeto del negocio jurídico, Hammurabi,
Buenos Aires, 1986, p. 33; Lacruz Berdejo, José L., Elementos de derecho civil. Derecho de obligaciones,
Dykinson, Madrid, 1999, vol. I, p. 17.
Art. 724 Disposiciones generales 533

ficada doctrina nacional y extranjera, pudiéndose mencionar —entre otros— a Breccia,


Di Majo, Larenz, De los Mozos, Ferrara, Castán Tobeñas, Díez-Picazo y Bueres.
El derecho subjetivo del acreedor que nace al momento de crearse la obligación
no se encuentra limitado únicamente a exigir un comportamiento determinado al
deudor, sino que también se extiende a la posibilidad de que su titular pueda acudir a
los mecanismos legales destinados a agredir el patrimonio del deudor a fin de forzar
el cumplimiento de la prestación en caso de que este voluntariamente no lo haga. De
darse este último supuesto, es cuando se ingresa en el tramo de responsabilidad que le
permitirá al acreedor ver satisfecho su interés en especie por una vía compulsiva, o, en
su defecto, por equivalente (id quod interest), como lo refiere la parte final del art. 724,
Cód. Civ. y Com.
No obstante, debemos destacar que existen autores —sobre todo españoles—
que se han expedido por la postura contraria, al afirmar que existe una escisión entre
débito y responsabilidad, al revestir cada uno de ellos situaciones jurídicas distintas,
aunque la responsabilidad del deudor adquiere el carácter instrumental respecto de la
relación jurídica obligatoria (Alguer(5), Roca Sastre y Puig Brutau(6), entre otros).
Rechazamos esta última posición. A nuestro entender, deuda y responsabilidad
constituyen tramos inseparables de la obligación, puesto que ambos hacen a la esencia
misma del vínculo obligacional: si ellos se escindieran, este último se distorsionaría.
Ello así, puesto que la responsabilidad posibilita que el incumplimiento del deudor no
quede impune: en el caso de la obligación, la sanción hacia el deudor tendrá como
finalidad la satisfacción del crédito del acreedor; de tal modo, observamos que, sin res-
ponsabilidad, el deber del deudor sería solo moral o social, pero con ella queda claro
que el deudor ha asumido un verdadero deber jurídico(7).
Así, apreciamos que el derecho subjetivo del acreedor, que nace al momento de
crearse la obligación, no se encuentra limitado únicamente a exigir un comporta-
miento determinado al deudor, sino que también se extiende a la posibilidad de que
su titular pueda acudir a los mecanismos legales destinados a agredir el patrimonio del
deudor a fin de forzar el cumplimiento de la prestación en caso de que este volunta-
riamente no lo haga. De darse este último supuesto, es cuando se ingresa en el tramo
de responsabilidad que le permitirá al acreedor ver satisfecho su interés en especie por
una vía compulsiva, o, en su defecto, por equivalente (id quod interest).
Queremos insistir, puesto que sobre ello existen fuertes discrepancias doctrina-
rias, en que a nuestro entender tanto la ejecución forzada como el id quod interest
son etapas o tramos de la misma obligación, ya que estamos siempre en presencia
del mismo derecho subjetivo del acreedor y del mismo deber del deudor; únicamente
en caso de tener que efectuarse la ejecución indirecta y obtenerse la satisfacción del
interés a través de una indemnización en dinero, el derecho del acreedor sufrirá un
cambio en su objeto. Pero, entendemos, no nacen a partir del incumplimiento del
deudor nuevas obligaciones derivadas de él (algunos autores afirman lo contrario,
pregonando la existencia de una novación objetiva en tal caso), así como tampoco
constituye una obligación accesoria diferente de la originaria el pago mediante una
indemnización dineraria.

(5) Alguer, José, “Ensayo sobre varios temas fundamentales de derecho civil”, Revista Jurídica de
Cataluña, Aranzadi, Barcelona, 1931, ps. 99 y ss.
(6) Roca Sastre, Ramón M. - Puig Brutau, José, Estudios de derecho privado, Aranzadi, Madrid,
2009, vol. I, ps. 167 y ss.
(7) Véase nuestro desarrollo en Calvo Costa, Carlos A., Derecho de las obligaciones, 3a ed., 1a re-
impr., Hammurabi, Buenos Aires, 2019, ps. 64 y 65.
534 Código Civil y Comercial de la Nación Art. 724

Es más, sin perjuicio de que luego volvamos a referirnos sobre el tema, estimamos
necesario manifestar que a nuestro entender el id quod interest no es otra cosa más que
el sustitutivo de la prestación específica expresado en dinero: es decir que, cuando
exista prestación convenida y esta no pueda ejecutarse por vía forzosa, siempre habrá
id quod interest. Ello al margen, claro está, del derecho que pueda asistirle al acreedor
para reclamar al deudor como adicional de la prestación incumplida la reparación de
los mayores daños que ha sufrido con motivo del incumplimiento (cfr. art. 730, inc. c],
Cód. Civ. y Com.).
Debe quedar claro, pues, que cuando el deudor no ha ejecutado la prestación asu-
mida y ha frustrado de tal modo el cumplimiento de la obligación, el acreedor podrá
acudir a la ejecución forzada o por otro de dicha prestación (cfr. art. 730, incs. a] y b],
Cód. Civ. y Com.). Pero, si no fuera ello posible, la obligación se resuelve mediante la
prestación sustitutiva en dinero o id quod interest, que es —reiteramos— el equiva-
lente pecuniario de la prestación debida in obligatione. Ello no obsta a que el acreedor
pueda reclamar además el resarcimiento por los daños sufridos (si es que los sufrió) con
motivo de dicho incumplimiento.
Es decir, no debe confundirse el id quod interest (contravalor dinerario de la pres-
tación debida que algunos autores —como Díez-Picazo(8)— también denominan aesti-
matio rei asignándole a ambos términos idéntico significado) con la indemnización de
los daños y perjuicios que puede reclamar el acreedor con independencia del contra-
valor dinerario de la prestación.
Mayo, con singular agudeza y contribuyendo con sus ideas a esta distinción que
formulamos, destaca en cuanto a ello que para el id quod interest solo es necesario
acreditar la existencia del vínculo obligacional y el incumplimiento de la obligación,
sin requerirse la prueba del “daño” en sí porque no se trata más que del sucedáneo de
la prestación originaria, del valor originario; lo único a probar sería la diferencia entre
el valor actual y el originario. El id quod interest se configura, de tal modo, como un
daño in re ipsa ya que deriva de la falta de la prestación debida y no requiere de otra
prueba más que el incumplimiento de la prestación debida, mientras que los mayores
daños que sufra el acreedor con motivo de la falta de cumplimiento de la prestación
requieren que dé este una prueba efectiva de los perjuicios, de la relación causal y del
factor de atribución(9). Ello no obsta a que el deudor pueda probar la inexistencia del id
quod interest alegando que el acreedor se ha beneficiado con la frustración.

III. Caracteres de la obligación


La obligación —como relación jurídica compleja— presenta los siguientes caracteres.

3.1. Alteridad o bipolaridad


En la obligación existen dos extremos contrapuestos: por un lado, el derecho sub-
jetivo de crédito del acreedor, y por el otro, el deber jurídico del deudor, los cuales
quedan sujetos a través del vínculo que reviste el carácter de elemento esencial de
la obligación como veremos posteriormente. Ese derecho de crédito le confiere al
acreedor la facultad de lograr que el deudor realice un determinado comportamiento

(8) Díez-Picazo, Luis, Fundamentos del Derecho Civil patrimonial II, Las relaciones obligatorias,
ob. cit., ps. 138 y ss.
(9) Mayo, Jorge, “Comentario a los arts. 505, 519 y 520”, en Belluscio, Augusto (dir.) - Zannoni, Eduardo
(coord.), Código Civil y leyes complementarias. Comentado, anotado y concordado, Astrea, Buenos Aires,
1979, ps. 580 y ss.; también en “Reparación de los daños: el ‘id quod interest’”, LL 1989-D-549.
Art. 724 Disposiciones generales 535

orientado a la satisfacción de un interés lícito suyo. Estos dos extremos deben mante-
nerse siempre a fin de que la obligación subsista, puesto que si ellos llegaran a fusio-
narse, la relación jurídica se extinguiría —total o parcialmente— por confusión (v. gr.,
arts. 931 y 932, Cód. Civ. y Com.).

3.2. Patrimonialidad
Puede afirmarse que esta también es una característica muy importante de la obli-
gación, puesto que se trata de una relación jurídica eminentemente patrimonial: no
debemos soslayar que los derechos de crédito son una especie dentro de los derechos
subjetivos patrimoniales, puesto que confieren a su titular (el acreedor de la obliga-
ción) la facultad de exigir al deudor la realización de una determinada prestación —de
dar, hacer o no hacer— susceptible de apreciación pecuniaria o económica.

3.3. Atipicidad
A diferencia de lo que ocurría con ellas en el derecho romano, en donde las obli-
gaciones revestían el carácter de figuras típicas (se consideraban tales a aquellas que
estuvieran expresamente reguladas por el Ius Civile), en el derecho moderno tal requi-
sito de la tipicidad no existe, pues solo puede hablarse de una categoría universal y
general de la obligación, comprensiva esta de innumerables supuestos. El sistema
jurídico no crea figuras rígidas de obligaciones, sino que —por el contrario— brinda
normas que son en su mayoría supletorias de la voluntad de las partes y no impera-
tivas. En razón de ello, podemos decir que dichas figuras podrán ser catalogadas como
obligación en la medida en que contengan los elementos esenciales y estructurales
que exige la relación jurídica obligatoria.

3.4. Temporalidad
La relación jurídica obligatoria no es perpetua, sino que es temporal, ya que posee
un tiempo limitado de vida. De tal modo, podemos decir que el derecho del acreedor
que emana de una obligación no es eterno, ni tampoco lo será el débito del deudor.
Por el contrario, el derecho de crédito debe ser ejercido en un tiempo determinado,
so pena de que, en caso de inactividad de su titular, pueda declararse la prescripción
liberatoria que extingue la acción para exigir su cumplimiento.

3.5. Autonomía de su causa fuente


Se pregona este carácter afirmándose que la causa fuente no es un elemento
estructural de la obligación, sino que —sin perder el carácter de esencial— resulta ser
un elemento externo a ella (por ejemplo, es así como se suele distinguir a la obligación
del contrato que le da origen). Sin embargo, la doctrina mayoritaria ha advertido sobre
los riesgos de estudiar a la obligación aislada de su fuente (sobre todo en materia con-
tractual), puesto que la gran mayoría de los remedios contra el incumplimiento tienen
su origen en el contrato fuente de la obligación.

IV. Método del Código Civil y Comercial


El método en un Código Civil adquiere una singular importancia, puesto que per-
mite agrupar a las instituciones tratadas según su naturaleza, esbozar los conceptos
generales de cada una de ellas para luego definir los particulares, y, finalmente, analizar
las figuras más importantes dentro de cada institución tratada.
536 Código Civil y Comercial de la Nación Art. 725

En materia de obligaciones, que es el ámbito que nos ocupa, existen discrepan-


cias en torno a cómo se las ha tratado en los diferentes ordenamientos jurídicos del
derecho continental.
En el derecho comparado, el Code francés ha dado tratamiento a las obligaciones
dentro del Libro III referido a los diferentes modos de adquirir el dominio, método que
también siguió el Código Civil italiano de 1865.
Sin embargo, a diferencia de ellos, el Código Civil español ha destinado un libro
entero a las obligaciones —el Libro IV, titulado “De las obligaciones y contratos” que
abarca los arts. 1088 a 1975— lo cual ha sido considerado como un acierto por la
mayoría de la doctrina ibérica, que, sin embargo, cuestiona la excesiva amplitud temá-
tica que contiene.
No obstante, el BGB alemán, siguiendo el plan trazado por Savigny, luego de
dedicar el Libro I del Código a la Parte general, ha reservado el Libro II a las obliga-
ciones, dándole, pues, específico y particular tratamiento.
En la Argentina, Vélez Sarsfield ha decidido apartarse del método utilizado por el Code
francés, puesto que manifestaba que en él se confundían los contratos con las obliga-
ciones convencionales, desde el momento en que dentro de ese Libro III existía un título
denominado “De los contratos o de las obligaciones contractuales en general” (título III).
Es así como nuestro codificador expresaba en la nota al Libro II de nuestro Código Civil
que “...este primer vicio causa una mezcla de las ideas más incoherentes, nace de haber
olvidado que una cosa es el contrato que da nacimiento a la obligación, y otra la obli-
gación convencional, que no es sino el efecto del contrato. Ha resultado de esto que no
hay un título de las obligaciones en general que nacen de tan diversas causas, y que, al
tratar de los efectos de las obligaciones y de las causas de ellas, se trate únicamente de
los efectos y causas de los contratos, que solo son una de las fuentes de las obligaciones”.
A raíz de esta postura, Vélez Sarsfield decidió seguir el método del Esboço de Fre-
itas, por lo cual en nuestro Código Civil el derecho de las obligaciones recibió un tra-
tamiento específico, el que está contenido en la sección I (“Obligaciones”) del Libro II
(“De los derechos personales en las relaciones civiles”), sin perjuicio de que encon-
tremos algunas normas que contactan con esta materia en el Libro IV referido a las
disposiciones comunes de los derechos reales y personales, sobre todo cuanto se trata
la cuestión de la prescripción de las acciones y de los privilegios.
El Código Civil y Comercial de la Nación mantiene similar criterio metodológico,
ya que trata a las obligaciones en general en el título I del Libro Tercero (“Derechos
personales”), destinando los restantes títulos de ese libro al tratamiento de las distintas
fuentes de las obligaciones. Dentro de ese título I, están contenidas las disposiciones
generales del instituto, los mecanismos de tutela satisfactiva y conservatoria del cré-
dito, las distintas clases de obligaciones y sus modos extintivos.

Art. 725.— Requisitos. La prestación que constituye el objeto de la obliga-


ción debe ser material y jurídicamente posible, lícita, determinada o determi-
nable, susceptible de valoración económica y debe corresponder a un interés
patrimonial o extrapatrimonial del acreedor.

I. El objeto como elemento esencial de la obligación


Existen discrepancias doctrinarias en torno a cuáles son realmente los elementos
constitutivos de la obligación. Así, suelen mencionarse como tales —según los dife-
rentes autores que han tratado este tema— a los sujetos, al objeto, al contenido, a la
compulsión, a la causa fuente y a la causa fin.
Art. 725 Disposiciones generales 537

Sin embargo, estimamos por nuestra parte que los únicos elementos esenciales de
la obligación son los sujetos (acreedor y deudor), el objeto y el vínculo jurídico.
Los sujetos están compuestos por el acreedor (sujeto activo) y por el deudor
(sujeto pasivo), quienes deben ser personas distintas y determinadas o determinables.
El objeto de la obligación consiste —como lo define Díez-Picazo(1)— en ese plan de
conducta que el deudor deberá realizar orientándolo hacia la satisfacción del interés
del acreedor, que es su finalidad en la relación jurídica.
El vínculo jurídico, por su parte, es el elemento que genera el enlace entre los
sujetos, al dotar al acreedor del poder de exigir al deudor el cumplimiento de la con-
ducta prometida (y en caso de incumplimiento, para sustituirla), y al colocar al deudor
en una situación de débito que es correlativa y contrastante con el derecho o facultad
que le asiste al acreedor.
Con relación al objeto de la obligación, al que alude el art. 725, Cód. Civ. y Com.,
debemos destacar que está compuesto por el interés del acreedor que procura obtener
a través de la relación jurídica obligatoria y por la conducta que debe desempeñar el
deudor a fin de satisfacerlo.
Por ello, estimamos que el concepto de objeto de la obligación no se agota ni en
el mero comportamiento del deudor considerado en forma aislada, ni en la utilidad o
interés del acreedor en sí mismo considerado. En cuanto al interés al que aspira obtener
el acreedor en la obligación, debemos destacar que debe ser lícito, debiendo mante-
nerse la licitud durante toda la vida de la relación jurídica obligatoria, constituyendo
ello una de las principales condiciones de su validez.

II. ¿Es el contenido un elemento independiente del objeto?


El contenido también es incluido por algunos autores como elemento intrínseco
y estructural de la obligación(2), refiriendo que él está constituido por la prestación,
es decir, por el plan o proyecto de conducta del deudor destinado a dar satisfacción
al interés del acreedor. En consecuencia, se lo distingue así del objeto, expresando
que este es aquello sobre lo cual recaerá la obligación (una cosa, un hecho, etcétera).
Para esta postura —que anticipamos no compartimos—, el objeto de la obligación
es el bien o utilidad (la cosa o el hecho sobre el cual recae), mientras que el contenido
es la prestación, es decir, la conducta a realizar por el deudor para dar satisfacción al
interés del acreedor. Así concebido, el accionar del deudor (contenido) es el medio para
procurar al deudor el bien o utilidad que constituye el objeto de la obligación; de tal
modo, el interés del acreedor se verá satisfecho únicamente cuando este obtenga el
bien o utilidad esperados (objeto), y no con la conducta debida del deudor (prestación
o contenido) que puede resultar irrelevante en caso de incumplimiento, dado que el
acreedor puede obtener el objeto esperado al margen de ella (v. gr., a través de la eje-
cución forzada de la obligación o de la ejecución de ella por un tercero).
Estimamos, por nuestra parte, que las nociones de objeto y contenido no pueden
ser separadas, ya que tanto el bien o utilidad esperados por el acreedor como la pres-
tación (plan de conducta del deudor para satisfacer el interés del acreedor) se encuen-
tran amalgamados in obligatione, aun cuando ante la hipótesis de incumplimiento de
la obligación pueda el acreedor obtener anómalamente el objeto al margen de la con-

(1) Díez-Picazo, Luis, Fundamentos del Derecho Civil patrimonial II, Las relaciones obligatorias,
ob. cit., ps. 322 y ss.
(2) Alterini, Atilio - Ameal, Oscar - López Cabana, Roberto, Derecho de Obligaciones. Civiles y co-
merciales, 4a ed., reimpr., Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2010, ps. 55 y ss.
538 Código Civil y Comercial de la Nación Art. 725

ducta del deudor, es decir, mediante una ejecución forzosa directa o indirecta de la
obligación (art. 730, Cód. Civ. y Com.). Ello así, puesto que no resulta posible separar in
obligatione la conducta del deudor del interés que espera ver satisfecho el acreedor, ya
que el fin último perseguido por el accipiens no puede ni debe ser desestimado por el
deudor al momento de proyectar su conducta a prestar, ya que de otro modo se difi-
cultará el cumplimiento de la obligación. Es esa proyección de actividad que realiza el
deudor la que integra el objeto de la obligación, y no la conducta efectivamente pres-
tada por este, dado que esta última constituye una materialidad consumada, ingre-
sando definitivamente en el ámbito de análisis del cumplimiento o no de la obligación.
Adviértase que, ante el incumplimiento por parte del deudor, una vez agotadas
las vías de ejecución directa (ejecución forzada o ejecución por un tercero a costa del
deudor), el acreedor intentará obtener el id quod interest (ejecución indirecta), que no
es más que el mismo interés del acreedor satisfecho por equivalente, es decir, mediante
una indemnización dineraria. En definitiva, es importante destacar que aun satisfecha
la obligación por equivalente, debe quedar en claro que el interés del acreedor se ha
mantenido inalterable durante toda la vida de la obligación.
En cambio, la conducta del deudor —que debe estar presente a la hora de con-
cebirse la obligación, que es cuando se proyecta su desarrollo— puede ser dejada de
lado en caso de incumplimiento, ya sea porque la prestación es fungible o bien porque
se ingresa definitivamente en la etapa de la responsabilidad(3).
En definitiva, el objeto de la obligación está compuesto por el interés del acreedor
y por el plan de conducta del deudor destinada a satisfacerlo, resultando ser ellos inse-
parables. No es posible, pues, a nuestro entender, concebir ontológicamente a la pres-
tación (o contenido) como un elemento diferente del objeto de la obligación.

III. Los requisitos de la prestación


Con la redacción del art. 725 queda claro que la prestación que constituye el objeto
de la obligación debe ser:

3.1. Posible (material y jurídicamente)


Esto constituye un principio rector en la materia desde los tiempos del derecho
romano, en donde se disponía en este sentido que “ad imposibilia nemo tenetur, impossibi-
lium nulla obligatio” (la imposibilidad no obliga, puesto que nadie está obligado a lo impo-
sible). La posibilidad de la prestación, pues, significa que esta debe ser realizable, tanto
física y materialmente, como también jurídicamente. Habrá imposibilidad física cuando
la prestación a la cual se intente comprometer al deudor sea materialmente imposible
de llevar a cabo (v. gr., pintar una estrella); en cambio, dicha imposibilidad será jurídica
cuando es el derecho el que no permite su realización (v. gr., hipotecar un auto —dado
que la hipoteca es un derecho real de garantía que sólo puede realizarse sobre bienes
inmuebles—). Además, la imposibilidad puede ser parcial o total, según exista posibilidad
parcial o no de realización. También puede ser originaria (o inicial) y sobrevenida, según
esta esté presente al tiempo de constituirse la obligación o bien que ella se configure con
posterioridad a su nacimiento. Asimismo, la imposibilidad puede ser absoluta (u objetiva)
y relativa (o subjetiva), según se encuentre ella referida a cualquier persona o únicamente

(3) Bueres, Alberto, El objeto del negocio jurídico, ob. cit., ps. 32 y 33; Pizarro, Ramón D. - Va-
llespinos, Carlos G., Instituciones de derecho privado. Obligaciones, 2a reimpr., Hammurabi, Buenos
Aires, 2006, t. 1, p. 143.
Art. 725 Disposiciones generales 539

al deudor de la obligación, respectivamente. La imposibilidad originaria y absoluta de la


prestación, una vez configurada, produce la nulidad de la obligación por falta de objeto.

3.2. Lícita
El objeto de la obligación debe ser lícito (art. 725, Cód. Civ. y Com.), es decir, no
debe ser contrario al ordenamiento jurídico considerado en su integridad, y debe ajus-
tarse a los dictados de las leyes, la moral y las buenas costumbres. Estimamos que la
discordancia que pueda presentar el objeto de la obligación con los dictados de la
moral y las buenas costumbres solo quedará librada al arbitrio judicial frente a cada
caso en concreto, aunque utilizando para ello criterios de moral objetiva. Estamos en
presencia, pues, de un concepto mucho más amplio que el de la imposibilidad jurídica;
en este último caso, el hecho se encuentra impedido, mientras que cuando se habla de
ilicitud del acto, este está vedado y sancionado.
Existen muchos supuestos en los cuales puede existir ilicitud en el objeto de la
obligación, tales como: a) aquellos casos en los cuales la prestación sea ilícita en sí
misma (cometer un delito, v. gr., homicidio); b) aquellos en los que la ilicitud se da en la
prestación y en la contraprestación (v. gr., pagar una gratificación a un magistrado para
que éste dicte una sentencia contraria a derecho).
Pero, por sobre todas las cosas, podemos generalizar la cuestión afirmando que
habrá ilicitud cuando el objeto de la obligación consista en prestaciones que tengan
por objeto una cosa que está fuera del comercio (v. gr., compraventa de un bien de
dominio público, como un río o un mar territorial), o que consistan en hechos ilícitos
como los que mencionamos precedentemente, o bien, que tengan por finalidad per-
judicar a terceros.
Por último, debemos destacar que la alegación y prueba de la ilicitud del objeto de
la obligación estará a cargo de quien la invoca.

3.3. Determinada o determinable


La prestación ha de ser determinada al momento del nacimiento de la obliga-
ción, o al menos determinable, es decir, susceptible de determinación posterior. Caso
contrario, la obligación será inválida por falta de objeto, o bien, porque en tal caso su
cumplimiento quedará librado al arbitrio de la parte que debe llevarlo a cabo, lo cual
es inadmisible y no se condice con los principios generales que imperan en nuestra
materia. Se consideran obligaciones indeterminadas, aunque determinables por medio
de individualización o elección posterior: las obligaciones alternativas, las facultativas,
las obligaciones de dar cosas no fungibles o de género, etcétera. Por otra parte, es
importante mencionar que la prestación puede ser determinable aunque el objeto no
exista materialmente, como el caso de la venta de una cosa futura —v. gr., una cosecha,
la cría de un ganado, etcétera— en donde la prestación está sometida a un hecho con-
dicionante suspensivo —“si llegase a existir”—(4). Es decir que, al momento del cumpli-
miento, la prestación debe encontrarse perfectamente determinada. Finalmente, es de
destacar que los criterios a emplearse para la ulterior determinación del objeto de la
obligación cuando este es determinable, pueden ser clasificados en objetivos (cuando
se hace para ello referencia a una cosa o circunstancia específica), y subjetivos (cuando

(4) Alterini, Atilio - Ameal, Oscar - López Cabana, Roberto, Derecho de Obligaciones. Civiles y co-
merciales, ob. cit., p. 57.
540 Código Civil y Comercial de la Nación Art. 726

la decisión de la determinación ha sido conferida a una persona, que puede ser uno de
los sujetos de la obligación o un tercero).

3.4. Valoración económica


El objeto de la obligación debe ser de contenido patrimonial, aun cuando el interés
del acreedor pueda ser de índole extrapatrimonial. La patrimonialidad de la presta-
ción, pues, resulta indispensable para posibilitar su ejecución forzada (art. 730, inc. a])
y a fin de poder resolver la obligación por equivalente (id quod interest, art. 730, inc. c]).

3.5. Corresponder a un interés patrimonial o extrapatrimonial del acreedor


No obstante el carácter patrimonial que debe contener la prestación, se aclara que
el interés del acreedor puede ser de contenido extrapatrimonial, poniéndose fin de tal
modo a largas discusiones doctrinarias que se habían suscitado respecto de ello.

Art. 726.— Causa. No hay obligación sin causa, es decir, sin que derive de algún
hecho idóneo para producirla, de conformidad con el ordenamiento jurídico.
Art. 727.— Prueba de la existencia de la obligación. Presunción de fuente legíti-
ma. La existencia de la obligación no se presume. La interpretación respecto de
la existencia y extensión de la obligación es restrictiva. Probada la obligación,
se presume que nace de fuente legítima mientras no se acredite lo contrario.

I. La importancia de la causa fuente


La causa fuente es, según nuestra consideración, un elemento externo de la obli-
gación, ya que ninguno de los acontecimientos susceptibles de dar nacimiento a la
relación jurídica obligatoria —ni siquiera la ley misma— se encuentran en la etapa in
obligatione de ella(1). En razón de esto, estimamos que la causa fuente, aun cuando es el
antecedente inmediato al nacimiento de la obligación, se encuentra por fuera de esta,
siendo un elemento exterior mas no intrínseco de ella.
Apreciará el lector que el art. 726 no efectúa una clasificación de las fuentes de las
obligaciones, sino que tan solo menciona que ellas la constituyen los hechos que poseen
virtualidad para producir su nacimiento, mencionando entre ellos a los actos lícitos y a los
ilícitos, y a otros hechos como las relaciones de familia o las relaciones civiles.
En este mismo sentido, estimamos que la norma anotada no hace más que deter-
minar que la fuente de la obligación está dada por el presupuesto de hecho al cual el
ordenamiento jurídico le asigna virtualidad generadora de obligaciones, por lo cual
su relación con la doctrina del hecho jurídico es evidente(2). Por ende, lo que el art. 726
evidencia es que para que se produzca el nacimiento de una obligación es necesario
que exista un presupuesto fáctico al cual el ordenamiento jurídico lo dote de aptitud
para generarla.

(1) Bueres, Alberto J., “Las fuentes de las obligaciones (algunas reflexiones de política jurídica)”,
en Ameal, Oscar (dir.) - Tanzi, Silvia (coord.), Obligaciones y contratos en los albores del siglo XXI.
Homenaje al profesor Dr. Roberto M. López Cabana, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2001, ps. 81 y 82.
(2) Alterini, Atilio - Ameal, Oscar - López Cabana, Roberto, Derecho de Obligaciones. Civiles y co-
merciales, ob. cit., ps. 63 a 65; Pizarro, Ramón D. - Vallespinos, Carlos G., Instituciones de Derecho Pri-
vado. Obligaciones, ob. cit., t. 1, p. 163; Ghersi, Carlos, Obligaciones civiles y comerciales con análisis
económico y constitucional, Astrea, Buenos Aires, 1994, ps. 19 y ss.

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