D. Clase Seis y Siete
D. Clase Seis y Siete
D. Clase Seis y Siete
CLASE 6 Y 7.
En ser humano, en una edad muy temprana, reconoce su imagen en el espejo. Este acto, una
vez adquirido, rebota en seguida en el niño en una serie de gestos en los que experimenta
lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente
reflejado, y de ese complejo virtual a la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y
con las personas, incluso con los objetos, que se encuentran junto a él.
Este acontecimiento puede producirse, desde la edad de seis meses, y su repetición ha atraído
con frecuencia nuestra meditación ante el espectáculo impresionante de un lactante ante el
espejo, que no tiene todavía dominio de la marcha, ni siquiera de la postura en pie, pero que, a
pesar del estorbo de algún sostén humano o artificial (lo que solemos llamar unas andaderas),
supera en un jubiloso ajetreo las trabas de ese apoyo para suspender su actitud en una postura
más o menos inclinada, y conseguir, para fijarlo, un aspecto instantáneo de la imagen.
Esta actividad conserva para nosotros hasta la edad de dieciocho meses el sentido que le
damos, y que no es menos revelador de un dinamismo libidinal, hasta entonces problemático,
que de una estructura ontológica del mundo humano que se inserta en nuestras reflexiones
sobre el conocimiento paranoico.
Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno
que el análisis da a éste término: la transformación producida en el sujeto cuando asume una
imagen.
El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en
la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el hombrecito en ese estadio
infans, nos parecerá por lo tanto que manifiesta, en una situación ejemplar, la matriz simbólica
en la que el yo [je] se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de
la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de
sujeto. Esta forma por lo demás debería designarse como yo-ideal. Esta forma sitúa la instancia
del yo, aún desde antes de su determinación social, en una línea de ficción, irreductible para
siempre por el individuo solo.
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simboliza la permanencia mental del yo [je] al mismo tiempo que prefigura su destinación
enajenadora.
Que una Gestalt sea capaz de efectos formativos sobre el organismo es cosa que puede
atestiguarse por una experimentación biológica, a su vez tan ajena a la idea de causalidad
psíquica que no puede resolverse a formularla como tal. La imagen especular pasa ser el
umbral del mundo visible.
La función del estadio del espejo es establecer una relación del organismo con su realidad o,
Innenwelt con el Umwelt.
Este cuerpo fragmentado, término que he hecho también aceptar en nuestro sistema de
referencias teóricas, se muestra regularmente en los sueños, cuando la moción del análisis toca
cierto nivel de desintegración agresiva del individuo. Aparece entonces bajo la forma de
miembros desunidos y de esos órganos figurados en exoscopia, que adquieren alas y armas
para las persecuciones intestinas. Pero esa forma se muestra tangible en el plano orgánico
mismo, en las líneas de fragilización que definen la anatomía fantasiosa, manifiesta en los
síntomas de escisión esquizoide o de espasmo, de la histeria.
La formación del yo [je] se simboliza oníricamente por un campo fortificado, o hasta un estadio,
distribuyendo dos campos de lucha opuestos donde el sujeto se empecina en la búsqueda
interior. Y parejamente, en el plano mental, encontramos realizadas estas estructuras de
fábrica fortificada para designar los mecanismos de inversión, de aislamiento, de reduplicación,
de anulación, de desplazamiento, de la neurosis obsesiva.
El método de reducción simbólica instaura en las defensas del yo un orden genético y sitúa la
represión histórica y sus retornos en un estadio más arcaico que la inversión obsesiva y sus
procesos aislantes y estos a su vez como previos a la enajenación paranoica que data del viraje
del yo [je] especular al yo [je] social,
Este momento en que termina el estadio del espejo inaugura, por la identificación con la imago
del semejante y el drama de los celos primordiales, la dialéctica que desde entonces liga al yo
[je] con situaciones socialmente elaboradas.
El término "narcisismo primario" con el que la doctrina designa la carga libidinal propia de ese
momento, revela en sus inventores, el más profundo sentimiento de las latencias, de la
semántica. Pero ella ilumina también la oposición dinámica que trataron de definir de esa
libido a la libido sexual, cuando invocaron instintos de destrucción, y hasta de muerte, para
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explicar la relación evidente de la libido narcisista con la función enajenadora del yo [je], con la
agresividad que se desprende de ella en toda relación con el otro.
Estos enunciados se opone toda nuestra experiencia en la medida en que nos aparta de
concebir el yo como centrado sobre el sistema percepción-conciencia, como organizado por el
"principio de realidad" en que se formula el prejuicio cientificista más opuesto a la dialéctica
del conocimiento, para indicarnos que partamos de la función de desconocimiento que lo
caracteriza en todas las estructuras.
¿Qué ve el bebe cuando mira el rostro de la madre?Winnicott sugiere que por lo general se ve
a si mismo. En otras palabras, la madre lo mira y lo que ella parece se relaciona con lo que ve
en él. No se debe dar por supuesto lo que las madres que cuidan a sus bebes hacen bien con
naturalidad. Se puede expresar lo que se quiere decir yendo al caso del bebe cuya madre
refleja su propio estado de ánimo o ,peor aún, la rigidez de sus propias defensas. En ese caso,
¿Qué ve elbebe?
Muchos bebes tienen una larga experiencia de no recibir de vuelta lo que dan. Miran y no se
ven a si mismo. Surgen consecuencias. Primero empieza a atrofiarse su capacidad creadora, y
de una u otra manera buscan en derredor otras formas de conseguir que el ambiente les
devuelva algo. Es posible que lo logren con otros métodos, y los niños ciegos necesitan
reflejase a si mismos por medio de otros sentidos que no sean el de la vista. En segundo lugar,
este se acomoda a la idea de que cuando mira ve el rostro de la madre. Este, entonces, no es
un espejo. De modo que la percepción ocupa el lugar de la apercepción, el lugar de lo que
habría podido ser el comienzo de un intercambio significativo con el mundo, un proceso
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bilateral en el cual el autoenrequecimiento alterna con el descubrimiento del significado en el
mundo de las cosas vistas.
Si el rostro de la madre no responde, un espejo será entonces algo que se mira, no algo dentro
de lo cual se mira.
Lo que se mencionó, en términos del papel de la madre, de devolver al bebe su persona, tiene
la misma importancia para el niño y la familia. Es claro que a medida que el primero se
desarrolla y los procesos de maduración se vuelven más complicados, y las identificaciones se
multiplican, aquel depende cada vez menos de la devolución de la persona por el rostro de la
madre y el padre, y por los rostros de otros que se encuentren en relaciones de padres o de
hermanos. Pero cuando una familia está intacta y marcha hacia adelante durante un periodo,
todos los niños se benefician gracias a que pueden verse en la actitud de los miembros de la
familia o en la de toda esta.
Si todas estas se interrogan sobre este acontecimiento es porque acuerdan que es el teatro por
excelencia de la hominización y humanización del hombre. Espacio-tiempo también del
encuentro con el otro. Teatro que se presenta como el ámbito donde nuestra imaginación se
desplaza entretejiendo significaciones yresignificaciones. ¿Cómo fuimos esperados? ¿En qué
orden de filiación nacimos? ¿Qué representó nuestro nacimiento para nuestros padres?.
La antropología describe este acontecimiento como rito de pasaje, como pasaje simbólico y al
mismo tiempo material, diferenciando dos tiempos del mismo. Nos ofrece a través del estudio
de mitos, cuentos y creencias una lista de fantasías universales presentes durante el embarazo
y una vez nacido.
Knibiehler, una historiadora, señala que todas las sociedades humanas inventaron ritos y gestos
para expresar las expectativas y calmar angustias frente a la aparición de un nuevo ser
humano. Revisa los cambios de significación del nacimiento en diferentes épocas. En la Antigua
Grecia, el padre tenía la prioridad como creador de todas las criaturas, éstos dominaban el
nacimiento, había un desconocimiento del cuerpo de la mujer.
Durante la era cristiana, el monoteísmo transformó los valores modificándose las relaciones
entre hombres y mujeres. Surge una nueva forma de maternidad, aunque el padre sigue
teniendo prioridad como creador de las criaturas. El bautismo es para los cristianos el
verdadero nacimiento humano, marca el pasaje de la carne al espíritu, de la naturaleza a la
cultura.
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Entre los judíos, la circuncisión practicada al octavo día después del nacimiento marca el
recibimiento de un nuevo ser y la renovación de la unión con dios. La marca en el cuerpo
confirma la participación en la alianza con Abraham y la afiliación a la comunidad.
Husserl (filósofo) realizó una distinción entre nacimiento biológico (fáctico) y el simbólico. Este
último lo definió como nacimiento a sí mismo señalando que precede al primero como
condición de posibilidad. Este revela la preocupación por una cuestión que podríamos
sintetizar en: ¿qué es nacer en condición humana? ¿Cuál es la condición de posibilidad?
Levinas, piensa al hijo como producto de la relación con el otro. Es la fecundidad, que no es
reproducción de lo mismo, sino el producto de la relación con otro, pero a su vez es otro
(producción de otro diferente). El hijo es alguien que se tiene con otro, con todo el peso en la
noción de otro.
El otro es el que hace que surja la dimensión de lo infinito y esto es una experiencia: la
alteridad del otro. El hijo es producto, y al mismo tiempo, soporte de la alteridad.
El problema es que si un hijo no se tiene con otro, ¿cómo puede constituirse como otro para la
madre o padre (o sea, para alguien que no tiene experiencia de alteridad)?
Según Arendt, el nacimiento no es un momento de la naturaleza, sino que aquello que
interrumpe el proceso de la naturaleza. Cada nuevo nacimiento es un nuevo inicio que adviene
al mundo, un nuevo mundo que adviene al ser. De esta forma el hombre introduce lo nuevo no
solo por sus iniciativas originales sino también por su venida al mundo. También el nacimiento
introduce la pluralidad, porque ningún hombre es igual a otro.
¿Qué es nacer en condición humana? ¿Qué operaciones mentales por parte de los padres y la
sociedad son necesarios para que el nacimiento fáctico se transforme en simbólico? ¿Cómo
interviene la ciencia en ambos nacimientos?
Freud liga el nacimiento con su noción de trauma. Ubica la angustia automática en el mismo
acto de nacimiento. Lo considera como el primero de todos los peligros mortales, así como el
arquetipo de losposteriores. Freud cita a Rank quien consideró que volvía neurótico el sujeto
que no lograba abreaccionar, descargar totalmente el trauma de nacimiento.
Rodriguézplanteó que la atención puesta sobre el trauma del nacimiento llevó a darle cada vez
más importancia a la relación madre bebé (hasta 1920 el foco estaba en la función paterna y la
madre era fuente de deseo sexual).
Winnicott, siguiendo estos lineamientos, señalaba que la cualidad del hecho del nacimiento
dependía del modo en que el bebé era recibido por la madre. Comienza a hablar de
experiencia de nacimiento, y no de trauma. Esta experiencia posee diferentes cualidades:
- El contacto de la madre con el bebé en la vida intrauterina
- La experiencia del nacimiento, o sea el esfuerzo que se le exigió al bebé
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- Las posibilidades de la madre de cuidar el bebé
- La responsabilidad de ambos padres para realizar este cuidado
- La cualidad del marco social para ofrecer sostén a esos padres y al bebé
Desde el punto de vista macro un profundo cambio de produjo como consecuencia del quiebre
civilizatorio por el que estamos pasando. Se caracteriza por la caída del estado nación, la caída
de la sociedad patriarcal, las nuevas organizaciones familiares, el nuevo rol de la mujer, etc.
Variaron enormemente los modos de producción de material humano, y los modos para
visualizar el feto y prever sus posibles dificultades. Se perfeccionaron medios técnicos para
ayudar a la madre durante el parto.
Estos procesos técnicos tienen dos facetas: una que implica un avance científico y por eso a nos
fascina y nos aterra a veces.
Se nos presenta la paradoja de que hoy se posee una serie de herramientas que facilitan la
concepción y el nacimiento fáctico, pero se nos presentan muchas dificultades para significarlas
complicando el nacimiento simbólico (el lugar que ocupa el niño en la pareja). No es sencillo
pensar en una forma de reproducción donde el otro no tiene rostro, ni entidad visible, cuando
apenas es un número en un catálogo. “Un número en un catálogo” inclina el pensamiento
hacia un mundo totalmente calculable, donde un bebé puede ser calculable, sin un punto de
alteridad. Como se presenta calculable, pero no lo es, lo peligroso es que lo no calculable sea
desestimado, desestimando de esta forma la singularidad del niño y el factor sorpresa que
todo nacimiento entraña.
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Los esfuerzos que hacen los países para estimular los nacimientos, hablan de las claras de un
deseo de hijo que parece extinguirse.
En algunos grupos sociales cuando aparece un deseo de hijo este se encamina a constituirse en
expresión del narcisismo de los padres que en la donación al hijo de ese narcisismo.
Hay niños que no llegan a ser rey en ninguna circunstancia. Siempre son mendigos no solo
porque mendigan por mendicidad social sino por el hecho de que nunca tuvieron un lugar. La
angustia producida en el nacimiento parece no tener fin. Estos niños deben hacer un enorme
esfuerzo por nacerle a la madre y padre.
Los que nacen y son investidos como su majestad, no necesitan justificar su existencia ni
imponer a la madre su existencia. En cambio, los que no son investidos de ese modo necesitan
justificar su existencia frente a sus padres y a la sociedad.
Estos últimos son los que nacen sin un lugar como seres humanos, son los que nacen sin una
mirada que los reconozca ni marcas simbólicas.
Estos niños viven luego al margen del mundo simbólico, ensayando estrategias de
supervivencia y teniendo como casi única vía de comunicación los actos y no las palabras. Está
clausurada la posibilidad de construir aquellas dos preguntas que nos constituyen como seres
humanos: como nacen los bebés y hacia dónde vamos, es decir, qué es la vida y qué es la
muerte.
La autora va a tratar de diferenciar lo que puede suceder en los duelos más tempranos de lo
que suele suceder en los duelos más tardíos.
Entendemos que, en los duelos más tempranos, el posicionamiento simbólico adecuado de los
adultos a cargo del niño puede actuar impidiendo que esa conmoción desmorone categorías ya
adquiridas o altere su construcción. También implica contener ciertas manifestaciones de
inquietud o desborde emocional y pulsional. Este desborde se puede poner en evidencia en
alteraciones pasajeras de conducta, por ejemplo, en el incremento de demandas, o en ciertos
trastornos de las funciones corporales (trastorno de alimentación, sueo, etc).
Es cierto que el duelo por el que transita el adulto, puede incluir, exacerbar u obstruir
determinados procesos, y más aun en un niño que carece de capacidades simbólicas. Puede
dificultar la necesaria libidinizacion del niño debido a la depresión de lo que lo rodean, o a la
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distancia que ya la enfermedad de su madre, su padre o su hermano había producido entre el
niño y sus familiares.
En otros casos, el adulto coloca al niño en el lugar de victima favoreciendo el desarrollo de
tendencias masoquistas y/o la plasmación de beneficios secundarios. En otras situaciones, se
ubica al bebe en el lugar de un hermano muerto con anterioridad, o el muerto se convierte en
un rival invencible en la mente de su madre o de su padre, con lo cual no queda ningún espacio
para el bebe. Esto origina demandas muy intensas o pone las primeras semillas de conductas
temerarias que aparecerán en el futuro. En otras condiciones, la sobreprotección impide el
despliegue de impulsos hostiles.
Todas estas situaciones hacen que los analistas se preocupen cada vez más por comprender de
que manera la pérdida vivida por un niño muy pequeño depende de la modalidad de
elaboración del duelo de los adultos que lo rodean,
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“Introducción”.- NASIO
Existe una visión congelada del complejo freudiano (el varón está enamorado de la madre y
quiere apartar al padre; la niña enamorada del padre, quiere alejar a la madre). Esto no es así.
El complejo de Edipo no es una historia de amor y de odio entre padres e hijos, es una historia
de sexo, es decir, de cuerpos que experimentan placer al acariciarse, al besarse, morderse,
exhibirse y mirarse, en suma, de cuerpos que sienten placer tanto tocándose como
provocándose dolor. No es un asunto de sentimiento y ternura sino de cuerpos, deseos,
fantasías y placer. Padres e hijos se aman tiernamente y pueden odiarse pero en el fondo está
el deseo sexual.
El Edipo es una inmensa desmesura: un deseo sexual propio de un adulto vivido en la cabecita
y cuerpecito de un niño de 4 años cuyo objeto son los padres. El niño edípico es un niño alegre
e inocente que sexualiza a sus padres, los introduce en sus fantasías como objetos de deseo e
imita sus gestos sexuales adultos. Es la primera vez en la vida que se experimenta un
movimiento erótico de todo su cuerpo hacia el cuerpo de otro. Ya no se trata de una boca que
busca un pezón sino de un ser completo que quiere estrechar todo el cuerpo de su madre
Este niño está feliz por desear y obtener placer pero también lo atemorizan porque los siente
como un peligro. Un peligro de que el cuerpo enloquezca en el ardor de sus impulsos, el temor
de no poder dominar mentalmente su deseo, de recibir el castigo de la Ley de prohibición del
incesto por haber tomado como pareja sexual a uno de sus padres. Excitado por el deseo, feliz
con sus fantasías pero angustiado, el niño se siente perdido y desconcertado.
La crisis edípica es una insoportable tensión entre el placer erótico y el temor entre la
exaltación de desear y el temor de desaparecer en las llamas del deseo.
El niño reacciona sin transigir. Escindido entre el regocijo y la angustia, solo tiene una salida:
borrarlo todo. Si el niño edípico, rechaza las fantasías y la angustia, deja de tener como pareja
sexual a su padre o madre y queda disponible para conquistar nuevos y legítimos objetos de
deseo. Progresivamente, va descubriendo el pudor, desarrolla el sentimiento de culpabilidad, el
sentido moral y afirma su identidad sexual de hombre o mujer. Después de una relativa calma
pulsional, en la pubertad se producirá una segunda conmoción edípica y tendrá que ajustar el
ardor de sus impulsos a su nuevo cuerpo en plena metamorfosis puberal y a las nuevas
solicitaciones sociales. Para un joven ese ajuste nunca es fácil ya que este no sabe cómo
apaciguar sus ímpetus como los había calmado al final de su etapa edípica sino que atiza su
deseo volviéndose rebelde y a veces lo reprime de tal modo que se vuelve inhibido y
completamente tímido. Este volcán edípico no se extingue en la adolescencia. En la edad
adulta, como consecuencia de un conflicto afectivo, puede volver a hacer erupción adquiriendo
forma de sufrimientos neuróticos tales como la fobia, histeria y obsesión. Otra reactivación del
Edipo puede darse en el escenario analítico en el seno de la neurosis de transferencia. La
transferencia entre paciente y psicoanalista es la repetición en acto del complejo de Edipo.
La esencia de la crisis edípica es aprender a canalizar un deseo que nos desborda. Es como si le
dijéramos a nuestro deseo “cálmate y aprende a vivir en sociedad”. El Edipo es un doloroso
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paso de iniciación de un deseo salvaje a un deseo socializado, y la aceptación de que jamás
podremos satisfacer totalmente nuestros deseos.
Además de una crisis sexual de crecimiento, la fantasía de esa crisis modela en el inconsciente
infantil. La experiencia vivida se graba en el inconsciente del niño y perdura a lo largo de toda
la vida como una fantasía que habrá que definir la identidad sexual del sujeto, que habrá que
determinar numerosos rasgos de su personalidad y que fijar a su aptitud para manejar los
conflictos afectivos futuros.
Por ejemplo, un niño que experimentó durante la crisis edípica un placer demasiado precoz,
intenso e inesperado, hubiera resultado traumática, la fantasía resultante constituye la causa
segura de una futura neurosis.
El Edipo es también un concepto. Para los psicoanalistas, el conjunto de sentimientos que vive
el niño durante esta experiencia sexual (complejo de Edipo), conforma el modelo que nos sirve
para concebir el adulto que somos (al igual que el niño edípico, experimentamos un aumento
de deseo hacia otro, nos fijamos fantasías, obtenemos placer con nuestro cuerpo y el de otro,
etc.).
Es también un mito, esta crisis real y concreta que se da en un niño de 4 años es una alegoría
del combate entre las fuerzas impetuosas del deseo individual y las fuerzas de civilización que
se le oponen. La mejor manera de resolver el combate es un término medio llamado intimidad
y pudor.
¿Cuál es la condición del Edipo? ¿Es una realidad una fantasía un concepto o
mito?
El Edipo es realidad, fantasía concepto y mito al mismo tiempo. Es ante todo fantasía y una
doble fantasía. Es por un lado está la fantasía infantil que obra en el inconsciente del paciente,
y por otro, la misma fantasía reconstruida por el analista. Para comprender el sufrimiento de
los pacientes adultos debemos suponerles deseos, ficciones y angustias que habían vivido en la
etapa edípica y que están hoy presentes, ocultas bajo la apariencia de los tormentos de la
neurosis por los que se queja el paciente.
Ejemplo: Sarah, una anoréxica grave de 26 años. El analista ve una niña que era, desmembrada
entre el deseo de ser un varón de cuerpo chato como el de su hermano, hijo preferido del
padre, y el deseo de ser la mujer amada por el padre. Para influir en la enfermedad de Sarah,
debe dirigirse a la niña que está en su interior.
¿Quién garantiza que esta hipótesis del analista no es una construcción errada? Cada vez que
trata a la paciente con él a priori teórico del Edipo y la fantasía que se desprende de él, el
paciente mismo valida las intervenciones, es pertinentes. También la escucha es ágil, maleable
y capaz de armonizar al mismo tiempo el sufrimiento actual del paciente y la fantasía del niño
que alguna vez fue.
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La crisis edípica
se da en dos
grandes etapas:
¿Qué es el Edipo?
- Una llamada de sexualidad vivida por un niño de 4 años en el corazón de una relación con los
padres
- Una fantasía sexual forjada inocentemente por el niño para calmar el ardor de su deseo.
- La matriz de nuestra identidad sexual como hombre/mujer, porque en la crisis edípica el niño
experimenta por primera vez un deseo masculino o femenino, respecto del padre del sexo
opuesto.
- Una neurosis infantil modelo de todas nuestras neurosis de adultos.
- Una fábula simbólica que pone en escena a un niño que encarna la fuerza del deseo y a sus
padres que encarnan tanto el objeto de ese deseo como la prohibición que lo refrena
- La piedra angular del psicoanálisis, el concepto soberano que genera y ordena todos los
demás conceptos psicoanalíticos y justifica la práctica del PSA.
- El drama infantil que todo analizado vuelve a representar en el escenario de la cura tomando
como pareja a su analista.
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Sexualidad infantil
Los dos tiempos de la sexualidad descubiertos por Freud sugerían una sexualidad originaria,
infantil, perverso polimorfa, organizada alrededor del autoerotismo y el narcisismo y ligada a
los progenitores asimétricamente, y una segunda fase organizada alrededor de la genitalidad y
de la elección de un objeto generacional simétrico. Bleichmar (2006) discute la versión
canónica de la acometida en dos tiempos de la sexualidad humana y sostiene que no se trata
de dos fases de la misma sexualidad sino de dos sexualidades diferentes, ya que la originaria es
derivada de los cuidados adultos sobre el cuerpo del niño, siempre frustrada, que quedará
sepultada a partir del atravesamiento del complejo de Edipo, y una segunda sexualidad de
primacía genital.
La sexualización implícita en los cuidados al infans es ignorada por la madre misma, a partir de
su propia sexualidad infantil reprimida y sublimada, y constituirá la fuerza con la cual el infante
posteriormente investirá el pecho materno. El adulto es responsable de sostener la asimetría y
la diferenciación entre el lenguaje de la pasión y el lenguaje de la ternura y acompañar los
procesos de alienación y separación, siendo el Edipo la operación que permitirá liberar al niño
del cuerpo infantil, sexualizado por los progenitores, hacia una latencia sexual que acompaña el
proceso de subjetivación y hacia una expectativa futura de elección sexual genital.
La irrupción del psicoanálisis y los cambios sociales y culturales en el siglo XX impactaron sobre
los cimientos mismos de las relaciones familiares, sobre los lugares de poder dentro y fuera de
la familia, y ampliaron la libertad del ejercicio de la sexualidad y del placer para hombres y
mujeres produciendo una revolución en las constelaciones familiares.
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conciencia de que los derechos del niño implican preservación de su cuerpo, de su intimidad y
la necesidad de protegerlo de una sobrecarga sexualizante proveniente de una excitación no
tierna por parte del adulto, ya sea dentro o fuera del seno familiar.
Para Laplanche, existe una relación heterogénea más compleja entre la acción afectiva y física
del adulto sobre el cuerpo del bebé y el impacto interno de esa acción en el movimiento de los
impulsos del mismo. No hay un efecto directo entre el mensaje inconsciente de los padres y la
inscripción psíquica en el niño; pero el impacto de las acciones y representaciones del adulto
producen en el niño un movimiento libidinal generado desde el interior de su psique. El
movimiento intersubjetivo entre padres e hijos conduce a una estructura intrapsíquica
específica en el niño y a un modo particular de descarga y de transformación afectiva
interactiva particular.
Autoerotismo-Narcisismo
Freud (1914) introdujo el narcisismo como diferenciación del autoerotismo y como el primer
acto psíquico de auto-unificación del sujeto. Marca la antecedencia del narcisismo parental al
narcisismo infantil. “Su majestad el bebé” debe cumplir esos sueños de deseo incumplidos de
los padres. Bleichmar (1993) denomina “narcisismo trasvasante” a la cesión generosa, por
parte del adulto, de una parte de sí mismo que deviene ajena y de la cual el infans se irá
apropiando. Identidad y alteridad se conjugan.
El primer tiempo de narcisización es fundante del psiquismo y es de alta vulnerabilidad
psíquica para el niño y para el adulto. El descubrimiento de la imagen del niño en el espejo a
partir de la mirada del otro humano deseante conformará un yo ideal, soporte de la
identificación primaria y constituye el punto inaugural de la alienación del sujeto. El yo ideal es
una formación esencialmente narcisista que tiene su origen en la fase del espejo y que
pertenece al registro imaginario.
Laplanche (1980, p. 70) sostiene que el narcisismo es “una relación de sí mismo consigo mismo
por intermediación de una cierta imagen de sí”. Esta relación provee una noción de totalización
que tiene por función delimitar una cierta unidad.
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narcisista ha sido pobre, el yo tendrá menos recursos para sostener cierta ilusión de poder para
enfrentar las frustraciones y los duelos de crecimiento
La perspectiva narcisista de los vínculos amorosos significativos está marcada por la polaridad
instituyente amor–odio. Cuando el sujeto infantil vivencia la posible interrupción o alejamiento
del objeto de amor, irrumpe el odio por la regresión a la etapa sádica previa. El odio es anterior
al amor, surge de la repulsa narcisista del reconocimiento de que el objeto amado es exterior al
yo (Freud, 1915). Inferimos que una inscripción de intensas experiencias de dolor por
insatisfacción con el objeto primario de amor o por sus prolongadas ausencias puede dejar una
marcada vulnerabilidad frente a las pérdidas amorosas que se expresaría en un incremento del
odio y la violencia frente a rupturas y cambios, tanto en relaciones de pareja como en
relaciones entre padres e hijos. Esta vulnerabilidad puede dificultar los procesos de duelos
normales durante el ciclo vital.
Estos son duelos para el niño y para los padres ya que implican abandonar el lugar del bebé
idealizado a fin de abrirse a los desafíos de las novedades que le presenta un mundo exterior
incierto. La coagulación de duelos no elaborados puede llevar a construir defensas rígidas
frente a lo desconocido y dificultar los hitos evolutivos como el logro del control de esfínteres,
la adquisición y enriquecimiento del lenguaje y los procesos de aprendizaje en la infancia.
Freud (1925) plantea que en un primer tiempo las teorías sexuales infantiles llevan a que el
varón posea una enérgica convicción de que todas las personas tienen genitales idénticos al
suyo y no puede representarse la falta. Desmiente la diferencia anatómica. El niño ostenta el
dominio adquirido en la fase anal y se produce el apogeo fálico, vía masturbación. Esta
ostentación choca con los límites y exigencias de la cultura intermediados por los padres, así la
diferencia anatómica se resignifica y se hace representable la pérdida del pene por castración.
El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades, una activa y una pasiva. La activa,
identificada con el padre, es desear a la madre y ubicar al padre como obstáculo, y la pasiva, es
sustituir a la madre y hacerse amar por el padre (Freud, 1924)
La amenaza proveniente del padre plantea un conflicto entre el interés narcisista de la zona
genital y el deseo por el progenitor prohibido, y el niño decide renunciar al amor por la madre
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para salvar su pene y su futura virilidad. El yo del niño se extraña del Edipo. Las investiduras de
objeto son resignadas y sustituidas por identificación al padre protector que permite retener
un vínculo tierno con la madre. La bisexualidad constitucional lleva a la coexistencia de
identificaciones maternas y paternas en el llamado Edipo completo (Freud, 1923). Las
aspiraciones libidinosas pertenecientes al complejo de Edipo son resignadas, desexualizadas y,
en parte, sublimadas.
Freud acentúa la idea de choque entre el complejo de Edipo y la amenaza de castración. El niño
debe resolver su posición frente al padre castrador para advenir a la masculinidad. El varón no
sólo debe salvar su pene sino superar una posición pasiva frente a la figura masculina. La
intervención castratoria del padre está en la base de la constitución del superyó. Sin embargo,
Freud (1923) alerta acerca de que el superyó no es simplemente el residuo de las primeras
elecciones de objeto del ello, sino que es una enérgica formación reactiva frente a éstas.
Consideramos que salvar el pene no significa evitar su cercenamiento real, sino preservar la
virilidad futura del niño, ligada al posicionamiento activo o pasivo respecto de situaciones de
acercamiento y competencia tanto con hombres como con mujeres. El complejo de castración
en el varón se juega en la tensión entre activo-pasivo; deseo de poseer/deseo de ser poseído;
aspiración a la completud fálica y una proclividad a la angustia frente a la pasividad y la
amenaza de insuficiencia y minusvalía. Estas posiciones dan cuenta de una trama compleja de
configuraciones fantasmáticas heterogéneas que se construyen en la infancia y se
deconstruyen en el transcurso de un análisis.
Complejo de Edipo en la niña Freud (1908) sostiene que la primera organización sexual de la
mujer es masculina. Luego de un primer tiempo de desmentida de su falta de pene y frente al
descubrimiento de la diferencia anatómica de sexos surge la envidia del pene, el sentimiento
de inferioridad y la cicatriz narcisista (Freud, 1925). La niña empieza a compartir con el varón el
menosprecio por su sexo mutilado y así se iguala al varón.
La niña entra al Edipo a partir del complejo de castración mientras que para el varón la
amenaza de castración produce su sepultamiento. A diferencia del varón, no existe amenaza de
cercenamiento real y sangriento en la niña, sino que la percepción de la diferencia anatómica
es vivida como un perjuicio por omisión “no se lo dieron”
Freud (1925) propone tres destinos para la sexualidad de la mujer, el normativo es aspirar a un
hombre que le done el falo del cual fue privada con el cual obtendrá el hijo que completaría su
falta, como modo de resolver aquello que la naturaleza le denegó. Los otros dos destinos la
mantienen en el predominio fálico: rechazar la feminidad y mantener una posición masculina,
o aceptarla sin gozar de ella (frigidez, proclividad a la histeria). A diferencia del varón, la niña no
padece angustia por la amenaza de castración -pues falta un motivo poderoso para la
demolición de la organización genital infantil-, sino angustia de pérdida de “ser-amada” ya que
es con el amor del hombre que podría resolver su feminidad completándose con el hijo.
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Lacan descentra la presencia o ausencia real del pene como ordenador de la sexualidad y
teoriza la castración como simbólica, marca de la incompletud en el humano y de su condición
de ser de lenguaje. El concepto de sexuación, neologismo introducido por Lacan, refiere a la
acción del significante sobre el sexo biológico: solo hay sexuación si el sujeto se inscribe de
alguna manera respecto de la castración y su significante; en esto se igualan hombres y
mujeres.
Sin embargo, Lacan sostiene un lugar central para la figura del padre, aunque entendido
simbólicamente. Ubica la metáfora paterna como ordenadora alrededor de la concepción del
falo, como significante (Lacan, 1957-8). Lacan identifica al hombre y a la mujer con su modo de
goce desnaturalizado de lo biológico y atravesado por el lenguaje.
Respecto al lugar del hijo para la mujer, se plantea una fuerte diferencia entre Freud y Lacan.
Para Freud el hijo sería el único resarcimiento ante la inferioridad fálica de la mujer y la
maternidad, la única salida normativizante mientras que Lacan sostiene que el riesgo para el
niño es justamente perpetuarse en el lugar de falo que, cual completud imaginaria, produce un
velo en la madre respecto de la castración simbólica de todo humano atravesado por el
lenguaje.
Primer tiempo: El hijo es ubicado como falo de la madre, todo su ser se sostiene en la posición
de falo, completando la falta en la madre. La madre fálica es instituyente; sin embargo, esto no
constituye una relación dual porque aún en el tiempo en que la mujer busca un hijo como
equivalente del falo, lo hace desde su propio Edipo reprimido. La madre clivada (Ich-Spaltung)
reconoce su falta y está atravesada por un orden simbólico.
Segundo tiempo: Una instancia tercera interviene, es nombrada como padre-función y opera
un corte, metáfora del nombre del padre. El padre se interpone entre el hijo y la madre
impartiendo una doble prohibición. El padre priva a la madre de su hijo y priva a su hijo del
goce de la madre. Es el padre terrible que interviene por su propio arbitrio y aparece como
poseedor del falo.
Tercer tiempo: La función de separación, ejercida por el padre, es advertida por el niño, no
como el capricho de una instancia interdictora sino como la transmisión de una ley que a él
también se le administra: es el tiempo de la vigencia simbólica de una ley que también recae
sobre el padre. El falo circula y nadie lo porta definitivamente.
A modo de conclusión
Y sin embargo… el Edipo cuestionado, sigue vigente y reactualizado, en los contextos
socioculturales fluctuantes y con los ideales y modelos de crianza actuales. El Edipo es un
deseo sexual intenso vivido en el cuerpo del niño hacia el cuerpo del adulto que lo libidiniza y
humaniza, y que marca el patrón del deseo humano en el cual la intensidad de excitación tiene
implícita un límite marcado por el borde simbólico que la cultura imperante propone.
El narcisismo trasvasante antecede al Edipo. El adulto sexualiza el cuerpo del infans, lo aloja en
su narcisismo y, a su vez, es destinatario de las intensas pulsiones y deseos que el niño le dirige.
Junto a la necesidad de sostén se inscribe en el infante la potencialidad de ser herido -esto
constituye la base de la vulnerabilidad de la infancia- y necesita adultos implicados,
sostenedores y empáticos pero también atravesados por la alteridad y su propia finitud.
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El Edipo sigue vigente en su entramado con la sexualidad infantil y el narcisismo; conlleva una
circulación libidinal que involucra los cuerpos, en la cual la confusión entre el lenguaje de la
pasión y el lenguaje de la ternura se irá esclareciendo con el crecimiento del niño. Los padres
tienen a cargo la transmisión de una ley humanizante que implica la propia renuncia a la
posesión, al goce del cuerpo y a la subjetividad del hijo; junto con el reconocimiento a su
derecho a la intimidad, a la alteridad, al secreto y a la responsabilidad de ofrecer a la
descendencia una amplitud de modelos identificatorios extrafamiliares en el contexto cultural
singular de la época
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