1-A (Nociones y Problemas de La Historia)

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UNIDAD 1

a) Nociones y problemas de la Historia. La explicación y la verdad en la


Historia. Historia y sociedad. Historia y memoria. Usos públicos de la
historia. Historia e identidad. La Historiografía: concepto y práctica.

LA HISTORIA COMO CONOCIMIENTO

Marrou

Marrou indica que la historia es conocimiento humano. Es un Conocimiento y


no como muchos afirman que es una narración del pasado humano, ni obra
literaria que pretende describirlo.

Nos demuestra ya que, sin duda, la labor de la historia tiene que conducir a una
obra escrita, pero esta obra escrita trata de una exigencia de carácter práctico
de hecho la historia existe ya perfectamente elaborada en el pensamiento del
historiador incluso antes de que la haya escrito. Indica que es conocimiento y
no investigación porque esto sería confundir el fin con los medios, lo que
importa es el resultado obtenido mediante la investigación: si no hubiese de
alcanzarse con ella no la emprenderíamos.

Cuando hablamos conocimiento, nos referimos por tal al conocimiento valido y


verdadero, la historia se opone así a lo que debería haber sido, a toda
representación falsa o falsificada, irreal del pasado, a la utopía, a la historia
imaginaria.

La verdad del conocimiento histórico es un ideal al cual se aspira que no es


fácil de alcanzar. La historia debe ser al menos el resultado donde vemos que
existe un esfuerzo más riguroso y más sistemáticamente organizado por
acercarse a la verdad.

Marrou nos demuestra que no es tan posible captar tal como fue, ya que el
historiador, en cierto sentido, nos trae nuevamente a la existencia del presente
algunas cosas que, habían cesado de ser o existir. Sin embargo, al convertirse
en historia, es decir, al ser conocido por el historiador a través de y en los
documentos, el pasado no puede ser reproducido sin más tal como fue cuando
era el presente.

Vemos que hay un pasado que está afectado por una cualificación específica
que no se puede cambiar, que es conocido en cuanto que pasado, y no en
cuanto presente, lo que de suyo es imposible. El historiador no se propone
como objetivo reanimar, resucitar o hacer revivir el pasado. Asimismo, hace
referencia a que la historia es la relación establecida, por iniciativa del
historiador entre dos planos de humanidad: el pasado vivido por los hombres
de otrora y el presente en que se desarrolla el esfuerzo por la recuperación de
aquel pasado para beneficio del hombre actual y del hombre venidero.

Según carr

¿Que es la historia?

historia. La historia consiste en un cuerpo de hechos -verificados. Los hechos


los encuentra el historiador. Los documentos. en Las inscripciones, etcétera, lo
mismo que los pescados sobre el mostrador· de -.una pescadería. El
historiador los reúne, se los Lleva a. casa, donde los guisa y los sirve como a él
más le apetece. Acton, de austeras aficiones culinarias~ los prefería con un
condimento sencillo.

Nuestro razonamiento topa con el obstáculo de que no todos los datos acerca
del pasado son hechos históricos, ni son tratados como tales por el historiador.
¿qué criterios separa los hechos históricos de otros datos acerca del pasado?

¿Que es un hecho histórico? Según el punto de vista común existen hechos


básicos que son los mismos para todos los historiadores y que constituyen la
espina dorsal de la historia. Estos llamados datos básicos que son los mismos
para los historiadores, más bien suele pertenecer a la categoría de materias
primas del historiador que a la historia misma. La necesidad de fijar estos datos
básicos no se apoya en ninguna cualidad de los hechos mismos sino en una
decisión que formula el historiador a priori. Se solía decir que los hechos
hablan por sí solos, esto es falso, los hechos hablan cuando el historiador
apela a ellos, es quien decide a que hechos se da paso y en que orden y
contexto hacerlo. El historiador es selectivo.

Vemos como nuestra imagen ha sufrido una selección y una determinación


previas antes de llegar a nosotros, no tanto por accidente como por personas
consciente o inconscientemente imbuidas de una óptica suya peculiar, y que
pensaron que los datos que apoyaban tal punto de vista merecían ser
conservados. Por ejemplo, cuando leemos una historia contemporánea de la
edad media que la gente era profundamente religiosa, me pregunto cómo
sabemos si es cierto. Los que conocemos como hechos de la historia medieval
han sido casi todos seleccionados para nosotros por generaciones de cronista
que por su profesión se ocupaban de la teoría y la práctica de la religión y que
por lo tanto la consideraban como algo de suprema importancia y recogían
cuanto a ella atañía. Y así lo observamos con las diferentes épocas.

Le incumbe la doble tarea de descubrir los pocos datos relevantes y


convertirlos en hechos históricos, y de descartas los muchos datos carentes de
importancia por ahistóricos. Estos datos hayan sido encontrados o no en
documentos, tienen que ser elaborados por el historiador antes de que él
pueda hacer uso de ellos: y el uso que hace de ellos es precisamente un
proceso de elaboración. Estos documentos no nos dicen que ocurrió sino tan
solo lo que creyó que había ocurrido. Claro que datos y documentos son
esenciales para el historiador. Pero hay que guardarse de convertirlos en
fetiche por sí solo no constituyen historia.

¿Así de esta manera entra la pregunta que es la historia? Vemos que para los
intelectuales del siglo XIX fue un periodo cómodo que mostraba confianza y
optimismo. Los hechos eran satisfactorios y la inclinación a plantear y contestar
preguntas molestas acerca de ellos fue por tanto débil. Tenemos a Ranke que
creía piadosamente que la divina providencia se encargaría del significado de
la historia. Vemos que no había detrás filosofía de la historia alguna, los
historiadores británicos se negaron a dejarse arrastrar no porque creyesen que
la historia carece de sentido, sino porque creían a este implícito y evidente.

Tomando de Alemania el país que tanto iba a contribuir a perturbar el reinado


del liberalismo decimonónico, salió en los últimos decenios del siglo XX le
primer desafío a la doctrina de la primicia y la autonomía de los hechos en la
historia. Tenemos en este caso a Dilthey quien tendrá reconociendo en gran
bretaña. En Italia tendremos a Croce que empezaba a abogar por una filosofía
de la historia. Declaro que toda la historia es historia contemporánea,
queriendo decir que la historia consiste esencialmente en ver el pasado por los
ojos del presente y a la luz de los problemas de ahora, y que la tarea primordial
del historiador no es recoger datos sino valorar, porque si no valora.

Crose ejerció un gran influjo sobre el filósofo e historiador de Oxford.


Collingwood, el único pensador británico de este siglo que habrá realizado una
aportación seria a la filosofía dé la historia. La filosofía de la historia no se
ocupa del pasado en sí ni de la opinión quede él en sí se forma el historiador»,
sino '"de ambas cosas'-relacionada~ entre sí». (Esta aseveración- refleja los
dos significados en curso de la palabra historia, la investigación llevada a cabo
por el historiador y la serie de: acontecimientos del pasado que investiga. «El
‘pasado que estudia el historiador no es un pasado muerto, sino un pasado
que. en cierto modo vive aún. en el presente"'. Mas un acto pasado está
muerto, es decir, carece de significado para el historiador, a no ser que éste
pueda entender el pensamiento que se sitúa tras él. Por eso, «toda la historia
es la historia del pensamiento», y «la historia es la reproducción en la mente
del historiador del pensamiento cuya historia estudia.

La historia nunca nos llega en estado pura siempre veremos una refracción al
pasar por la mente de quien los recoge. Solo podemos captar el pasado y
lograr comprenderlo a través del cristal del presente. El historiador pertenece a
su época y eta vinculado p0or las condiciones de su existencia. El historiador
no pertenece al ayer sino al hoy. Nos dice el profesor Trevor Ropper que el
historiador debe amar el pasado. El amor al pasado puede fácilmente
convertirse en manifestación de una añoranza romántica de hombres y
sociedades que ya pasaron, síntoma de la perdida de la fe en el presente y en
el futuro. Por esto la función del historiador no es ni amor el pasado ni
emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo, como clave para la
comprensión del presente.

Pero tras este pensamiento de Collinwgood se oculta un peligro aún mayor. si


el historiador ve el periodo histórico que investiga con ojos del presente y si
estudia los problemas del pasado como clave para la comprensión de los
presentes, no caerá en una concepción puramente pragmática de los hechos
de ser su adecuación a algún provisto de ahora? Según esta hipótesis los
hechos de la historia no son nada y la interpretación lo es todo.

A mediados del siglo xx, ¿cómo hemos. ¿De definirlo pues, las obligaciones del
historiador hac4t los hechos? tratar con demasiada-ligereza: documentos y
hechos. El deber de. Respeto a los hechos. que recae sobre el historiador no
termina en la obligación; dé verificar su exactitud. Tiene que intentar que no
falte en su cuadro ninguno de los datos conocidos o susceptibles de serio que:
sean relevantes en un sentido u otro. Pero a su vez, no significa que pueda
ironizar la interpretación que es la savia de la historia.

Nuestro examen de la relación del historiador con los hechos históricos nos
coloca, por tanto, en una situación visiblemente precaria, haciéndonos navegar
sutilmente entre el Escila de una insostenible-teoría de la historia como
compilación objetiva de hechos de una. Injustificable del hecho sobre la'
interpretación, Y él. Caribdis de otra teoría igualmente insostenible de la
historia como producto subjetivo de la mente del historiador! quien-fija los
hechos históricos y los domina' merced al proceso interpretativo; entre una
noción de la historia con centro gravedad en el pasado y otra con centro de
gravedad en el presente. La tarea que le incube al historiador es reflexionar
acerca de la naturaleza del hombre. La relación entre el historiador y sus datos
es de igualdad de intercambio, es imposible la primacía de uno u otro termino.

El historiador empieza por una selección provisional de los hechos y por una
interpretación provisoria la luz de la cual se ha llevado a cabo dicha selección,
sea esa obra suya o de otros. Conforme vi trabajando, tanto la interpretación
como la selección y ordenación de los datos van sufriendo cambios sutiles y.
acaso _parcialmente inconsciente tes, consecuencia de la acción Recíproca
entre ambas. Y esta misma acción recíproca entraña reciprocidad entre el
pasado y el presente, porque el historiador es parte del presente, en tanto que,
es hechos pertenecen al pasado. El historiador y los hechos de la historia se
son mutuamente. necesarios. Sin sus hechos, el historiador carece de raíces y
es huero; y tos hechos, sin el historiador, muertos y falsos de sentido. Mi
primera contestación a la pregunta de qué. es la Historia, será pues la
siguiente: un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus hechos,
un diálogo sin fin entre el presente y el pasado

La explicación de la verdad en la historia

Según Iban Jablonka

¿Que es la historia?

La historia es una novela que ha sido; la novela es la historia que habría podido
ser señalaran ñ Gon Ccourt un siglo antes de que Paul Veyne califique la
historia de novela verdadera.

Los efectos de la verdad

La historia no solo cuenta, no solo representa acciones, sino que además


recurre a efectos de presencia que, al abolir toda distancia entre el objeto y el
lector, ponen directamente a este en contacto con la realidad en una prodigiosa
operación de hacer ver/hacer creer. En ese concepto la historia es plenamente
realista la vocación de la historia no es reflejar lo real sino explicar como dice
platón en la república.

En el fondo existe el realismo en la historia, pero ni necesario ni suficiente, no


constituye un elemento de reflexión pertinente. Existe una divulgación el cual la
información nunca es un problema sabe todo y dice todo, en tanto el novelista
sabe todo, pero destila y sugiere su saber. Cuando el historiador echa luz sobre
la experiencia de los hombres del pasado siempre lo hace crudamente desde el
faro del presente.

Para contar y hacer comprender debe construir un relato, jerarquizar los


hechos dejar de lado los detalles no significantes.

De la mimesis a la Gnosis

El razonamiento histórico consiste en trata de comprender y por lo tanto en


darse instrumentos para hacerlo. En esto tenemos este razonamiento histórico
que es el corazón de la historia. Una afirmación de considerable alcance, nos
lleva a relativizar el objeto mismo que se asigna el estudio: el valo0r de la
historia no reside en tal o cual periodo, o personaje sino en la calidad de las
preguntas que un investigador se hace. En cuanto es un razonamiento, la
historia ejecuta operaciones universales: buscar, comprender, explicar,
demostrar. Pertenece a todos y todo humano es apto para ella. Si aceptan
valerse de un razonamiento participan en la democracia historiadora.

Comprender lo que hacen los hombres

La historia admite varias acepciones puede definírsela como el espejo de la


vida humana, una narración continua de cosas verdadera grandes y públicas.

El autor platea otra definición: hacer historia como ciencia social es tratar de
comprender lo que hacen los hombres, esta definición tiene varias
implicaciones.

Un método para comprender: su método se basa en la idea de que no es


fácil comprender, de que el saber no es un bien inmediato, sino el fruto de una
reflexión al que se llega mediante la formulación de las preguntas adecuadas y
el esfuerzo cabal por responderla.

Un proceder más que un contenido: la historia es una actividad intelectual


definida por un proceder. Como la historia es ante todo un razonamiento admite
toda clase de soportes: películas, exposiciones etc. El género académico-
modo objetivo, notas a pie de página, digresiones cultas etc.

Una ética capabilista: el historiador se asigna por objeto la humanidad plural y


voluble, las personas en su infinita diversidad y no el hombre en singular, las
leyes de la historia o la obra de la providencia. El hombre es dueño de su
destino. La historia es humana y por consiguiente humanista

Los hombres en el tiempo: la historia se fija otro limite que la humanidad.


Como el historiador hace profesión de comprender las mil y una manera de ser
humano, no hay razón alguna para que tome como punto de invención la
escritura unos tres mil años antes de cristo. La historia engloba necesariamente
la prehistoria.

La historia hasta el día de hoy: suele decirse que la historia estudia el


pasado. La asociación no es falsa, pero amenaza erigiré una barrera entre
ellos, capturados en su otro y nosotros, el historiador estudia el pasado a través
de lo que queda de el sobre la base de huellas que existen: ese pasado que
estudian vibra a un en su presente, en el nuestro, bajo la forma de palabras,
instituciones, obras, paisajes etc. El pasado gobierna el presente. en efecto
casi no hay rasgo de la fisonomía rural.

Al hacer historia, examinamos nuestra propia historicidad. Nos proyectamos en


una reflexión siempre en movimiento, donde el presente, unido al pasado que
lo aspira, es una etapa antes de otros puntos de fuga. Los hombres que
estudiamos fueron como nosotros, hombres del semestre, modernos. Por eso
un historiador trata de emprender lo que los hombres hacen, no lo que hicieron
allá lejos y hace tiempo.

La historia no es en primer lugar una disciplina académica sino un conjunto de


operaciones intelectuales que apuntan a comprender lo que los hombres hacen
de verdad.

Explicación causal y compresión

¿Que hace falta para que la historia sea una ciencia?, muchos pensadores, de
Platón a Toynbee pasando por Comte intentaron revelar leyes de la historia. En
el siglo XIX, la historia-ciencia de los metódico es hostil cualquier filosofía de la
historia, pero algunos historiadores tienen la esperanza de poner de manifiesto,
experimentalmente, leyes análogas a las que gobiernan la naturaleza. Los
durkenianos comparten esta concepción nomológica, pero excluye de ella a la
historia: solo la sociología es capaz de establecer leyes, es decir proponer una
explicación científica.

Hempel, por su parte pone la historia y las ciencias naturales en un mismo


plano: una y otras subsumen un acontecimiento bajo leyes, hipótesis de forma
universal convalidadas por la experiencia.

El covering-lawmodel modelo (modelo de cobertura legal) como dice William


Dray, es más interesante si ser consideran los vínculos de causa a efecto que
establece. Es evidente que el valor de un relato histórico se asienta en parte en
su capacidad explicativa. Las causas están en el origen de todo, mientras que
el inicio solo viene a continuación.

Pero la búsqueda de las causas apunta menos a enunciar generalidades que a


explicar el acontecimiento en su singularidad mas intima. El papel del
historiador es presentar y jerarquizar una serie de causas, y ese trabajo puede
asimilarse de una encajera. Lo cierto es que la explicación causal no es el alfa
y el omega de la actividad historiadora.

C0ntra los positivistas, la tradición hermenéutica afirma que la historia es una


ciencia, pero no como las demás: una ciencia del espíritu. Aspira a comprender
a los humanos, en tanto que las ciencias de la naturaleza explican las
moléculas y las galaxias. Sigamos a Dilthey weber y Marrou, podremos decir
que la historia no es una ciencia no es una ciencia experimental en busca de
leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de sentido.

Frente a las ciencias del espíritu, Hempel responde que el método de


compresión en un procediendo heurístico, no una explicación. Em términos
más generales las humanidades y las ciencias de la naturaleza comparten la
misma epistemología, consistente en resolver problemas. La historia, en
consecuencia, puede ser una ciencia por diversos motivos: produce
explicaciones causales, describe objetivamente el mundo, es comprehensiva.
En el fondo, lo único que cuenta es que la historia explicita y valida sus
enunciados, es decir que demuestra conforme a un método y un razonamiento.

Los fenómenos estudiando por el historiador pueden comprenderse por la vía


de una descripción -explicación que integre modos de inteligibilidad bastante
dispares: intenciones, motivos, causas circunstancias, interacciones, azares. la
narración efectúa a continuación la síntesis de lo heterogéneo. Contar un
acontecimiento es, inseparablemente te, explicarlo y comprenderlo responder a
n como y porque que lo hacen apropiable desde un punto de vista intelectual.
Un relato, es pues en sí mismo, una explicación. A la inversa, una historia
enrevesada, sin pies ni cabeza, que se lanza en todos los sentidos, no es un
relato. La narración no es por el yugo de la historia, su mala necesario,
constituye, al contrario, uno de sus recursos epistemológicos más poderosos.

Ciencia social, instrumento de comprension-explicacion, discurso del método,


la historia introduce inteligibilidad en la vida de los desaparecidos, en nuestras
existencias llenas de ruido y de furia, a fin de que el mundo sea menos confuso
y la realidad menos opaca.

Historia y memoria

Según Traverso

La memoria parece hoy invadir el espacio público de las sociedades


occidentales gracias al museo conmemoraciones o, premios literarios etc. De
esta manera el pasado acompaña nuestro presente y se instala en el
imaginario colectivo. Hoy todo se transforma en memoria desde los estudios
profesionales hasta las emisiones televisivas, albinos de familias entre otras
cosas

Así la memoria se transforme en un tema historiográfico, tenemos como afirma


Walter Benjamín en el cual considera a la primera guerra mundial como el
momento culmínate para empezar a convertirla a la memoria en un interés
historiográfico.

También tenemos este interés por la memoria la vemos debido a que en todas
partes las sociedades humanas han poseído una memoria colectiva y la han
mantenido a través de ritos, ceremonias, incluso con políticas. Las estructuras
de estas memorias, se podrá decir con Leví-Strauss residen en la
conmemoración de los difuntos. Estos ritos y monumentos funerarios
celebraban la trascendencia cristiana –la muerte como pasaje más allá- y
confirmaban las jerarquías sociales terrenales. A partir del siglo XIX veremos
como esos monumentos conmemorativos consagran valores laicos (la patria),
definen principios éticos y políticos, se presentan acontecimientos
revolucionarios, fundadores etc. La memoria se fue transformando en una
suerte de religión civil en donde se hacen presentes otras cuestiones como ser
políticas y sociales. Que fue avanzado con las guerras napoleónicas, esas
primeras guerras democráticas del mundo moderno, se profundizo después de
la guerra cuando entre los 1914 y 1918 los monumentos a los muertos
comenzaron a marcar el espacio público de cada pueblo.

Pero veremos en el cambio de siglo como se empieza a instalar una figura


nueva que es la del testigo, todo esto viene de la segunda guerra mundial con
los sobrevivientes de los campos de nazis. Tomando las palabras de Annette
Wiewiorka hemos entrado en la era del testigo en el cual su recuerdo se
prescribe como un deber cívico. Veremos cómo empieza a ver una disimetría
del recuerdo en donde hay una glorificación de las víctimas y el olvido de los
héroes antes idealizados indica el anclaje de la memoria colectiva en el
presente. Esta presencia y utilización de la memoria colectiva serian factores
que llevarían a los historiadores a plantear interrogantes llevando así de a poco
a que se convierta en un tema historiográfico la memoria.

Una pareja antinomia

Según Traverso las diferencias que existen entre historia y memoria son las
siguientes: observa que ambas son dos esferas distintas que se entrecruzan
constantemente, pero esto no debe ser interpretado en un sentido radical ya
que nacen de una misma preocupación y comparten un mismo objeto la
elaboración del pasado.

Para él la historia es una puesta en relato, una escritura del pasado, una
escritura del pasado según las modalidades y las reglas de un oficio dicho en
comillas una ciencia que constituye por parte el uso de la memoria.

En la memoria observamos que es inminentemente subjetiva, queda anclada a


los hechos que hemos asistido, de los que hemos sido testigo, incluso actores,
y a las impresiones que ellos han grabado en nosotros. Observamos que es
cualitativa, singular, poco cuidadosa con las comparaciones, de la
contextualización, no tiene necesidad de prueba para quien la transporta. La
memoria está fijada; se asemeja más bien a una cantera abierta en
transformación permanente. Se olvida esta siempre filtrada por conocimientos
posteriormente adquiridos, por la reflexión que sigue al acontecimiento. Esta
memoria siempre será individual o colectiva, es una visión del pasado siempre
mediada por el presente.
En cambio, en la historia que a pesar que en el fondo no es más que una parte
de la memoria, como diría Ricoeur, se escribe siempre en presente, aunque
pase por otras mediaciones. La historia para ella poder existir debe así
emanciparse de la memoria poniéndola a distancia, en donde el historiador
debe trabajar en ella.

Otra diferencia que observa entre historia y memoria está en sus


temporalidades cuando que se entrechocan constantemente sin llegar a
identificarse. La memoria vemos que es portadora de una temporalidad
cualitativa que tiende a poner en cuestión el continuum de la historia. El tiempo
de historia es lineal que la memoria de los oprimidos protesta contra este
tiempo de la historia.

La tarea que va tener el historiador frente a la memoria es la siguiente: afirma


que la historiografía nos exige una toma de distancia, una ruptura con el
pasado al menos en la conciencia de sus contemporáneos, esto será la
condición esencial que proceder a una hostilización, es decir una puesta en
perspectiva del pasado. Este trabajo no consiste en suprimir a la memoria la
personal, individual y colectiva, sino en inscribirla en un conjunto histórico más
vasto. Por esto observamos que en su trabajo como historiador hay sin duda
una parte de transferencia que orienta la elección, y la aproximación, el
tratamiento de su objeto0 de investigación y de lo cual el investigador debe ser
consciente.

El historiador al ser un participante en la sociedad civil el contribuye a la


formación de una conciencia histórica, y entonces de una memoria colectiva
(una memoria no monolítica, plural en inevitablemente conflictiva, que recorre
un conjunto del cuerpo social. Este trabajo que realiza el historiador con la
memoria contribuya a forjar tal como afirma Habermas denomina un uso
público de la historia.

Historia y memoria

según cataruzza

Según Cattaruzza los factores que llevan a la memoria a que se convierta en


un tema historiográfico podría instalarse en torno en un movimiento
historiográfico que desde mediados de los años setenta, se inclinó a examinar
las representaciones colectivas, los fenómenos culturales, las estrategias de
los actores y sus perspectivas, luego de la preocupación por los temas
estructurales abordados en escala macro, hegemónica en las décadas
anteriores; estas grandes orientaciones se desarrollaron en la misma coyuntura
que el proceso que se estudia aquí. Así, el interés por la memoria puede ser
visto como uno de los productos de las transformaciones ocurridas en el seno
de la profesión.

A pesar de ello, sin embargo, los propios historiadores han recurrido con
frecuencia a procesos que se desplegaban fuera de sus instituciones, incluso
en climas culturales amplísimos, al momento de buscar las causas del
crecimiento de este interés. La memoria comenzó a conquistar voluntades en el
mundo de los historiadores, acelerándose el proceso a comienzos de los
ochenta para llegar hasta la actualidad.

Veremos como factor en toda Europa un gran desarrollo del ciclo memorial se
produjo luego de la Segunda Guerra Mundial; “tras una fase de ‘amnesia’” se
“iniciaría una recuperación de la memoria, desembocando finalmente en una
auténtica ‘efervescencia memorial’, en la que se multiplicaría el uso de la
palabra pública por actores y víctimas de toda clase y condición, rindiendo
testimonio de su experiencia personal”; en esa escala, del olvido se pasó a la
cultura de la memoria.

Se puede tomar un factor que será de gran influencia para que se convierta en
un tema historiográfico es con el derrumbamiento del bloque soviético, entre
1989 y 1991, produjo lo que algunos autores concibieron como una “liberación
de la memoria”, por efecto del fin de la censura estatal. Los estados de Europa
oriental habían desplegado varias operaciones para controlar las memorias
grupales, étnicas, nacionales, religiosas, de clase en alguna ocasión que
podían contribuir a la impugnación del régimen por la vía de legitimar
disidencias presentes, dotándolas de un anclaje en el pasado; también la
producción erudita sobre el pasado había sido objeto de censura. Sin ninguna
duda, en los Estados europeos o americanos con regímenes constitucionales
también habían tenido lugar, desde el siglo XIX intentos estatales de
intervención en torno a las representaciones del pasado, a su uso y a la
memoria colectiva, pero sus mecanismos solían estar notoriamente más
mediados que en Europa oriental durante la Guerra Fría. La crisis del bloque
comunista europeo, y luego la de la Unión Soviética, llevó entonces a que los
productos de aquellas memorias y las acciones

A partir de aquí como hay un gran impulso para recuperar las memorias se
observará mediante la publicación de libros de historia, la filmación de películas
que reinterpretaban el pasado reciente o lejano, la recuperación de
denominaciones urbanas tradicionales y hasta la de los viejos símbolos, entre
tantas otras – pudieran circular y desarrollarse con mayor facilidad en el
espacio público, superando la transmisión privada que las había alimentado
hasta entonces.
Los historiadores, por último, señalan que otro factor, más modesto y menos
espectacular, pero más continuado, tuvo relevancia para los temas de la
memoria, al menos en condición auxiliar. Durante los últimos 150 años, “la
fotografía, la fonografía, el cine, la radio, la televisión, el video crearon en forma
conjunta una nueva memoria colectiva objetivada bajo la forma de imágenes,
discos, filmes, bandas magnetofónicas, cassettes, accesible a un público que
se amplía al ritmo de la baja de los precios y de los progresos técnicos que
vuelven cada vez más fácil el manejo de aparatos de registro y reproducción”,
ha sostenido Ponían. Es claro que, por una parte, ese movimiento torna menos
complicada para el historiador la creación de fuentes a través de las
entrevistas, acción privilegiada en la historia oral y vinculada potencialmente,
en consecuencia, al estudio de la memoria. Por otra, puso a disposición de
muchos más individuos, entre ellos miembros de los grupos subalternos,
mecanismos para conservar imágenes y huellas de su propio pasado; un
pasado íntimo, personal, familiar, cuyos vestigios sin embargo constituyen un
precioso material documental para indagar procesos más amplios. Así, estos
cambios técnicos han tenido un efecto en cierto sentido democratizador, ya que
han ampliado sustantivamente el rango de testimonios que la gente corriente,
voluntariamente o no, deja de sus vidas; quizás ellos hayan contribuido en algo,
como señalaba Jim Sharpe sobre la historia desde abajo, a que quienes no han
“nacido con una cuchara de plata en la boca” se convenzan “de que tenemos
un pasado, de que venimos de alguna parte”

Observamos como esto hay un cambio de clima social y cultural ocurrido


durante la segunda mitad de la década de 1970 y comienzos de la siguiente, en
razón del fin de las tres décadas de crecimiento sostenido en el mundo
capitalista, de la crisis de ciertas políticas públicas propias del Estado de
bienestar y de la desestabilización de algunas grandes interpretaciones de la
realidad que hallaban en el pasado la clave para vislumbrar los futuros posibles
y trabajar por ellos. Los procesos de transformaciones aceleradas en las
formas de organización social, las identidades colectivas en crisis, las
dificultades para articular pasado y presente, luego las inquietudes ante un
futuro sin certidumbres, que su vez aparecía desligada del pasado, eran rasgos
de esa coyuntura que habrían contribuido a dotar a la memoria de Significativa.

Cattaruzza observa como factor en la Argentina es a partir de la segunda mitad


de los años setenta y comienzos de los ochenta, se vivían en los tiempos de la
dictadura iniciada con el golpe militar de 1976, que se extendió hasta fines de
1983, este proceso generara influencia para que la memoria se convierta en un
tema historiográfico.

El final de la dictadura y la restauración democrática significaron un cambio de


etapa en la vida política y cultural argentina. El fin del riesgo permanente de ser
encarcelado o muerto por el delito de opinión, que existió durante la dictadura,
fue un dato crucial para el mundo de los intelectuales; para las ciencias
sociales y la historiografía, el clima de apertura cultural permitió el
restablecimiento de relaciones con autores, bibliotecas de referencia y centros
de investigación hasta entonces prohibidos o ajenos al interés de las corrientes.

Veremos que habrá una primera etapa de circulación pública y masiva de la


información disponible que aparecía fragmentaria, parcial, oculta o destruida en
parte se produjo en una etapa que incluyó un importante juicio a las cúpulas
militares responsables en 1985, pero también una presencia todavía
amenazante de la fuerza militar y algunos conatos de rebelión de oficiales en
los años siguientes.

En la etapa previa al juicio se presentó un informe con testimonios y


documentos, titulado Nunca más, y en las sesiones orales del juicio
sobrevivientes y testigos dieron sus propias versiones de los procesos de
secuestro y reclusión clandestina; los desaparecidos que habían logrado
sobrevivir hablaban ahora, junto a otros testigos, en un claro ejercicio público
de memoria.

Otra característica que adoptó en la Argentina este fenómeno obedece a una


forma peculiar de articulación entre el campo historiográfico y climas político-
culturales que lo exceden. Entre los movimientos internos se cuenta la
circunstancia de que historiadores miembros de una generación formada
académicamente en tiempos de la democracia está desarrollando una
producción que ha alcanzado visibilidad, exhibiendo actualización en la
biblioteca de referencia y vínculos con el exterior que alientan las
investigaciones de la historia del tiempo presente y de la historia oral, entre
otras, impactando en el terreno de los estudios de la memoria. Al mismo
tiempo, es evidente la existencia de un compromiso político y existencial
diverso de aquel que las generaciones anteriores de historiadores tenían con
los procesos de la violencia política y la dictadura. Los estudios sobre estas
cuestiones tienen entonces, aquí, un cierto tono generacional.

Según Aroztegui

HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA: LOS FUNDAMENTOS

difícil encontrar palabras más apropiadas que las del historiador francés Henri
Berr, que figuran en el frontispicio de este capítulo1 para comenzar un libro en
el que se aborda el problema de la adecuada formación científica del
historiador.

El historiador «escribe» la historia, en efecto, pero debe también «teorizar»


sobre ella. Sin teoría no hay avance del conocimiento. Sin una cierta
preparación teórica y sin una práctica metodológica que no se limite a rutinas
no es posible la aparición de buenos historiadores. Pero ¿qué quiere decir
exactamente teorizar sobre la historia y sobre la historiografía? En este primer
capítulo se pretende, justamente, presentar de forma introductoria tal asunto,
mostrándolo en lo que sea posible en el contexto de lo que hacen otras
ciencias sociales y empezando desde el problema mismo del nombre
adecuado para la disciplina historiográfica.

LA HISTORIA, LA HISTORIOGRAFÍA Y EL HISTORIADOR

En el intento de fundamentar una nueva práctica de las formas de investigar la


historia hay dos cuestiones que conviene dilucidar previamente, aunque no sea
más que para exponer los problemas sin la pretensión de encontrar una
solución definitiva. Uno es el del nombre conveniente para la «disciplina que
investiga la historia», cuestión que se ha discutido más de una vez. La otra es
el «perfil» universitario que debería contener la formación y preparación
cultural, profesional, técnica, del historiador. Veámoslas sucesivamente.

Historiografía: el término y el concepto

La palabra historia es objeto de usos anfibológicos de los cuales el más común


es su aplicación a dos entidades distintas: una, la realidad de lo histórico, otra,
la disciplina que estudia la historia. Veamos la importancia que para una
práctica como la investigación de la historia tiene la precisión del vocabulario.

Por regla general, las ciencias al irse constituyendo van creando unos
lenguajes particulares, llenos de términos especializados, que pueden llegar a
convertirse en complejos sistemas de lenguajes formales. La ciencia, se ha
afirmado a veces, es, en último extremo, un lenguaje.

las llamadas ciencias sociales poseen en mayor o menor grado ese


instrumento del lenguaje propio, ciertamente con importantes diferencias en su
desarrollo según las disciplinas. Pero todas ellas poseen un corpus más o
menos extenso y preciso de términos, de conceptos, de proposiciones precisas
que son distintas de las del lenguaje ordinario.

Anfibología del término «historia»

La «historiografía» es una disciplina afectada en diversos sentidos por el


problema del lenguaje en que se plasma su investigación y su «discurso» Por
ello es preciso tratarlo ahora.

La palabra, historia, ha designado tradicionalmente dos cosas distintas: la


historia como realidad en la que el hombre está inserto y, por otra parte, el
conocimiento y registro de las situaciones y los sucesos que señalan y
manifiestan esa inserción. Es verdad que el término istorie que empleó el
griego Heródoto como título de la mítica obra que todos conocemos significaba
justamente «investigación». Por tanto, etimológicamente, una «historia» es una
«investigación». Pero luego la palabra historia ha pasado a tener un significado
mucho más amplio y a identificarse con el transcurso temporal de las cosas.

Fue el pensamiento positivista el que estableció la necesidad de que las


ciencias tuviesen un nombre propio distinto del de su campo de estudio. Tal
necesidad parece obedecer a la idea típica del positivismo clásico de que
primero se descubren los hechos y luego se construye la ciencia, o, lo que es lo
mismo, que la ciencia busca, encuentra y relaciona entre sí, «hechos». Existe
una ciencia de algo si hay un hecho específico que la justifique, identifique y
distinga. Toda ciencia debe tener un nombre in confundible y de ahí que no se
dudara en acudir a todo tipo de neologismos para dárselo.

Cuando hablamos de historia es evidente que no hablamos de una realidad


«material», tangible. La «historia» no tiene el mismo carácter corpóreo que, por
ejemplo, la luz y las lentes, las plantas, los animales o la salud. La historia no
es una «cosa» sino una «cualidad» que tienen las cosas. Por lo tanto, es más
urgente dotar de un nombre inequívoco a la escritura de la historia que heno
con las disciplinas que estudian esas otras realidades, que, por lo demás,
tienen nombres bastante precisos: óptica, botánica, zoología o medicina. Es
primordial dejar, desde la palabra misma que lo designa, qué quiere decir
«investigar la historia”. Han hablado de una «ciencia de la historia».

La palabra historia tiene, pues, como se ha dicho, un doble significado al


menos. Pero, a veces, se han introducido palabras o giros especiales para
expresar sus diversos contenidos semánticos. Así ocurre con la clara distinción
que hace el alemán entre Historie como realidad y Geschichte como
conocimiento de ella, a las que se añade luego la palabra Historik como
tratamiento de los problemas metodológicos. Jerzy Topolsky ha señalado que
la palabra historia, aunque sea sólo usada para designar la actividad
cognoscitiva de lo histórico, encierra ya un doble significado: designa el
proceso investigador, pero también el resultado de esa investigación como
«reconstrucción en forma de una serie de afirmaciones de los historiadores
sobre los hechos pasados».

En definitiva, Topolsky acaba distinguiendo tres significados de la palabra


historia: los «hechos pasados», las «operaciones de investigación realizadas
por un investigador» y el «resultado de dichas operaciones de investigación».
En algunas lenguas, añade Topolsky, el conocimiento de los hechos del
pasado ha sido designado con otra palabra, la de historiografía. Y es
justamente en tal palabra en la que queremos detenernos aquí con mayor
énfasis.

Afirma también Topolsky que la palabra en cuestión tiene un uso


esencialmente auxiliar, en expresiones como «historia de la historiografía», a la
que podríamos añadir otras como «historiografía del tomate» o «historiografía
canaria», por ejemplo. Ese sentido auxiliar, que señala Topolsky, no empaña, a
nuestro juicio, la ventaja de que la palabra historiografía tiene una significación
unívoca: «sólo se refiere al resultado de la investigación». Y ello respeta su
etimología. Sin embargo, continúa este autor, al no indicar ningún
procedimiento de investigación, el término no ha encontrado una aceptación
general, «ni siquiera en su sentido más estricto». Por ello «la tendencia a
emplear el término historia, más uniforme, es obvia, a pesar de que supone una
cierta falta de claridad»

Historiografía»: investigación y escritura de la historia

Topolsky ha señalado de forma precisa, sin duda, el problema, pero no ha


propuesto una solución. Nos parece hoy plausible que una palabra ya bien
extendida como historiografía sea la aceptada. La palabra historiografía sería,
como ya sugiere también Topolsky, la que mejor resolviera la necesidad de un
término para designar la tarea de la investigación y escritura de la historia,
frente al término historia que designaría la realidad histórica. Historiografía es,
en su acepción más simple, «escritura de la historia». E históricamente puede
recoger la alusión a las diversas formas de escritura de la historia que se han
sucedido desde la Antigüedad clásica.

Tal es la significación que le dio a la palabra uno de los primeros teóricos de


nuestra disciplina en sentido moderno, Benedetto Croce, en su Teoría e historia
de la historiografía; en italiano Historiografía tiene el sentido preciso de
escritura de la historia. Ese es el uso que le atribuye también Pierre Vilar en
sus más conocidos textos teóricos y metodológicos.

Por su parte, J. Fontana ha utilizado la palabra en su acepción enteramente


correcta, al hablar en un texto conocido de «la historiografía (esto es, la
producción escrita acerca de temas históricos)»10. En el mundo anglosajón,
esta palabra fue introducida con la misma acepción que le damos nosotros por
el filósofo W H. Walsh, autor de una obra básica en la «filosofía analítica» de la
historia11, y es de uso común en lengua inglesa.

Jean Walch ha hecho unas precisiones sumamente interesantes a propósito


del uso de las expresiones historia e historiografía14. Para Walch, el recurso a
los diccionarios antiguos o modernos en cualquier lengua no nos resuelve el
problema de la distinción entre estas dos palabras. Señala como muy sutil la
ayuda que buscó Hegel en el latín res gestae, historia rerum gestarum- para
distinguir entre las dos facetas. Pero la epistemología debe proceder con
principios más estrictos que el lenguaje ordinario. Por lo tanto, propone Walch
que, en todos los casos en que pueda existir ambigüedad, se acepte el término
«historia» «para designar los hechos y los eventos a los cuales se refieren los
historiadores» y el de historiografía cuando se trata de escritos -«celui
d'historiographie lor que il s'agit décrits»-. Esto ilumina con gran claridad el
modo en que dos palabras distintas pueden servir, efectivamente, para
designar dos realidades distintas: historia la entidad ontológica de lo histórico,
historiografía el hecho de escribir la historia.

Ahora bien, los «malos usos» de la palabra historiografía son también


frecuentes. Ciertos autores, especialmente de lengua francesa, han atribuido a
la palabra «historiografía» significaciones que su sencilla etimología no autoriza
y que complican de forma enteramente innecesaria y hacen equívoca su
originaria significación. Naturalmente, tales errores de los franceses han sido
de inmediato aceptados por sus imitadores españoles. Existen al menos dos
usos impropios de la palabra historiografía y algunas otras imprecisiones
menores no difíciles de desterrar, en todo caso. El primero es el uso de
historiografía en ocasiones como sinónimo de reflexión sobre la historia, al
estilo de lo que hacía Ortega y Gasset con la palabra historiología. El segundo
es la aplicación, como sinónimo y apelativo breve y coloquial, para designar la
historia de la historiografía, cuando no, como se dice en alguna ocasión
también en medios franceses, la historia de la historia.

El hecho de que estos usos, cuya misma falta de univocidad denuncia ya una
notable falta también de precisión conceptual en quienes los practican, hayan
sido propiciados por algunos historiógrafos de cierto renombre hace que hayan
sido repetidos de forma bastante acrítica. Tan celebrado autor como Lawrence
Stone llama «historiografía», por ejemplo, a un conjunto variopinto de
reflexiones sobre historia de la historiografía, el oficio de historiador, la
prosopografía y otras instructivas cuestiones. Un caso algo llamativo también
es el presentado por Helge Kragh que para diferenciar los dos usos de la
palabra historia acude a fórmulas como H1, el curso de los acontecimientos, y
H2, el conocimiento de ellos. En cuanto a la palabra historiografía reconoce
que se emplea en el sentido de H2, pero que «también puede querer decir
teoría o filosofía de la historia, es decir, reflexiones teóricas acerca de la
naturaleza de la historia», en lo que lleva razón y nos facilita una muestra más
de la confusión de la que hablarnos.

En definitiva, la confusión de historiografía con «reflexión teórico-metodológica


sobre la investigación de la historia» (teoría de la historiografía, hablando con
rigor) o con «historia de los modos de investigar y escribir la historia» (historia
de la historiografía), aunque no sea, como decimos, una cuestión crucial en la
disciplina, sí representa, a nuestro parecer, un síntoma de las imprecisiones
corrientes en los profesionales y los estudiantes de la materia.

El lenguaje de la historiografía
La investigación histórica prácticamente no ha creado un lenguaje
especializado, lo que es también un síntoma del nivel de mero conocimiento
común que la historiografía ha tenido desde antiguo como disciplina de la
investigación de la historia. la cuestión del vocabulario específico de los
historiadores no preocupó de manera directa a nadie hasta que se llegó a un
cierto grado de madurez disciplinar, que no aparece antes de la reacción
antipositivista representada arquetípicamente por la escuela de Anales. Fuera
de ello, sólo el lenguaje del marxismo tuvo siempre peculiaridades propias.
Pero sobre la necesidad de un lenguaje especializado nunca ha habido
unanimidad. Los propios componentes de la escuela de los Anales estaban
divididos sobre el asunto. Lucien Febvre llamaba la atención sobre la posición
adoptada al respecto por Henri Berr que propugnaba la permanencia del
«privilegio» de la historia de «emplear el lenguaje común».

sin embargo, que, desde el siglo XVIII para acá, no han faltado los esfuerzos, y
los logros, por parte de historiadores, escuelas historiográficas, investigadores
sociales y filósofos, para la construcción de una disciplina de la investigación
histórica más fundamentada.

La verdad es que la historiografía no ha desterrado nunca enteramente, hasta


hoy, la vieja tradición de la cronística, de la descripción narrativa y de la
despreocupación metodológica. Así ocurre que no pocas veces la producción
teórico-metodológica, o pretendidamente tal, sobre historia e historiografía, la
publicación de análisis sobre la situación, significación y papel de la
historiografía en el conjunto de las ciencias sociales, la «filosofía» de la historia
y de su conocimiento, no es obra de historiadores sino de otro tipo de
estudiosos: filósofos y filósofos de la ciencia, metodólogos, teóricos de otras
disciplinas sociales, etc.

El historiador británico Raphael Samuel se ha referido a esta situación diciendo


que «los historiadores no son dados, al menos en público, a la introspección
sobre su trabajo y, exceptuando los momentos solemnes, como las
conferencias inaugurales, por ejemplo, evitan la exposición general de sus
objetivos. Tampoco intentan teorizar sus investigaciones.

Carlo M. Cipolla lo dijo de manera parecida: «El aspecto metodológico en el


que los historiadores han quedado cojos es el de la teoría... Los historiadores
se han preocupado muy pocas veces de explicar, no sólo frente a los demás,
sino también para sí mismos, la teoría a partir de la cual recomponían los datos
básicos recogidos».

El progreso de la historiografía como disciplina y, lo que no es menos


importante, el progreso de la enseñanza de los fundamentos de esa disciplina
en las aulas universitarias, distan de ser evidentes. Todo lo cual, en definitiva,
justifica la impresión global de que en la historiografía no acaba de desterrarse
definitivamente toda una larga tradición de «ingenuísimo metodológico», que
constituye una de las peores lacras del oficio.

Un texto como este, de introducción teórico-metodológica al conocimiento de la


historia, o manual introductorio a la práctica de la investigación historiográfica,
debe partir, en consecuencia, de dos supuestos básicos como los que siguen:

Primero: toda formación teórica mínima del historiador tiene que basarse en un
análisis suficiente de lo que es la naturaleza de la historia, de lo histórico. El
tratamiento de ese tema tiene que yuxtaponerse inexcusablemente con el de
qué conocimiento es posible de la historia.

Segundo: la articulación de una buena formación historiográfica tiene que estar


siempre preocupada también de la reflexión sobre el método.

El método es considerado muchas veces como poco más que un conjunto de


recetas; en otras ocasiones el historiador es incapaz de poco más que describir
los pasos que sigue en su trabajo o los que siguen los demás. El método,
advirtámoslo desde ahora, debe ser entendido como un procedimiento de
adquisición de conocimientos que no se confunde con las técnicas -cuyo
aprendizaje es también ineludible-, pero que las emplea sistemáticamente.

La formación científica del historiador

Entre los años treinta y ochenta de este siglo la historiografía ha realiza- do


espectaculares y decisivos avances en su perfeccionamiento como
disciplina30. Esos progresos aportaron sus más relevantes contribuciones
entre 1945 y 1970, cuando surgieron y se desarrollaron algunas nuevas ideas
expansivas, orientaciones más variadas de la investigación y realizaciones
personales de algunos investigadores, todo ello de brillantez insuperada. Se
produjo en estos años el florecimiento múltiple de la herencia de la escuela de
los Anales, la expansión general de activas e innovadoras corrientes del
marxismo31, o la renovación introducida en los métodos y los temas por la
historia cuantitativa y cuantificada, mucho más importante de lo que han dicho
bastantes de sus críticos tardíos. Junto a todo ello, una de las dimensiones
determinantes de ese progreso fue el acercamiento a otras disciplinas sociales.

Todos estos avances han creado, sin duda, una tradición historiográfica que,
por encima de modas o de crisis coyunturales, parece difícilmente reversible.
es cierto que la historiografía no ha culminado aún el proceso de su conversión
en una disciplina de estudio de lo social con un desarrollo equiparable. No ha
acabado de completar la creación o la adopción de un mínimo corpus de
prácticas o de certezas «canónicas, cuando menos, o, como paso previo a ello,
no ha culminado la adopción, por encima de escuelas, posiciones, ideologías y
prácticas concretas, de un acuerdo mínimo también sobre el tipo de actividades
teórico-prácticas que conformarían básicamente la «disciplina» de la
historiografía.

Insuficiencias actuales en la profesionalización del historiador

El primer esfuerzo para una eficaz renovación en los presupuestos y las


prácticas historiográficas debería tender a la consecución de un objetivo
pragmático y absolutamente básico: la revisión del bagaje formativo del que se
dota hoy al historiador. La preparación universitaria del historiador tiene que
experimentar un profundo cambio de orientación si se quiere alcanzar un salto
realmente cualitativo en el oficio de historiar. Cuando hablamos de la formación
teórica que se procura hoy en la universidad a un historiador nos estamos
refiriendo, en realidad, a algo que puede decirse sencillamente que no existe.
No es ocioso advertir, sin embargo, que el asunto de la inadecuación de la
formación historiográfica es un caso, tal vez el más extremo, de las deficiencias
estructurales y operativas de la enseñanza y práctica de las ciencias sociales
en España, campo este en el que abundan mucho más los mitos beatíficos, los
ídolos de los medios de comunicación, que los científicos serios. La enseñanza
de la historiografía en la universidad tiende muchas veces a reducirse casi a un
mero verbalismo -no siempre, naturalmente-, a una exégesis de la producción
escrita existente, a una lectura de «libros de historia», de información eventual,
y no a la transmisión de tradición científica alguna.

Un asunto es la narración de eventos, aun cuando sea una narración


documentada -y documentar la narración es el primer requerimiento del oficio
del que hablamos-, y otra es el «análisis social desde la dimensión de la
historia», que es lo que constituye, creemos, el verdadero objetivo de la
historiografía. Por tanto, la formación del historiador habrá de orientarse, en
primer lugar, hacia su preparación teórica e instrumental para el análisis social,
haciendo de él un científico social de formación amplia, abundante en
contenidos básicos genéricos referentes al conocimiento de la sociedad. Y en
modo alguno ello debe ir en detrimento de la formación humanística, como
hemos señalado, puesto que sólo así la formación en la disciplina
historiográfica tendrá un cimiento adecuado y podrá ser transmitida con todo su
valor.

Humanidades, ciencia y técnicas

En primer lugar, la formación humanística, la verdadera formación humanística


y no el tópico de las «humanidades», que es un mero revoltijo de materias «de
letras», debería consistir en el currículum del historiador, como el de cualquier
otro científico social, en un conocimiento suficiente de la cultura clásica, donde
tenemos nuestras raíces.

La formación en los fundamentos lógicos y epistemológicos de la ciencia debe


ir acompañada de una formación eficaz en métodos de investigación social de
orientación diversa, y en técnicas que irían desde la archivística a la encuesta
de campo. En lo dicho nadie podría ver una minusvaloración del hecho de que
es, naturalmente, la propia formación historiográfica específica el objetivo
último y central de cualquier reforma del sistema de preparación de los jóvenes
historiadores. En todo caso, una formación humanística, teórica, metodológica
y técnica adecuadas es lo que cabe reclamar desde ahora para establecer un
nuevo perfil del historiador, sin perjuicio de las especializaciones que la
práctica, sin duda, exigirá.

La historiografía está, a nuestro modo de ver, en condiciones de aparecer en el


conjunto de las ciencias sociales sin ningún elemento de distinción peyorativa o
de situación subsidiaria. La definición «científica» de la investigación social se
presenta problemática para todas las ciencias sociales.

La efectiva práctica de las dos recomendaciones contenidas en las


proposiciones anteriores significaría un importante cambio de perspectiva.
Obligaría a aceptar definitivamente que la función básica de la formación de un
historiador es la de inculcar en este no, en modo alguno, el conocimiento de lo
que sucedió en la historia; eso está en los libros..., sino cómo se construye el
discurso historiográfico desde la investigación de aquélla. Todo esto es
plausible, aunque, de la misma manera, deba aceptarse que la función de las
facultades universitarias no sea únicamente la de formar investigadores. La
enseñanza de las prácticas de tipo científico se basa en eso: conocer la
química es saber cómo son los procesos químicos, no qué productos químicos
existen. Es en el curso del aprendizaje de las técnicas de construcción del
discurso histórico como se aprende ese mismo discurso, y no al revés; se
aprenden, ciertamente, los hechos, pero sobre todo cómo se establecen los
hechos.

EL CONTENIDO DE LA TEORÍA Y LA METODOLOGÍA HISTORIO-

GRÁFICAS

Las diversas ciencias sociales que se cultivan hoy, desde la economía, como
más desarrollada, hasta aquellas menos formalizadas y de objeto más
restringido, acostumbran a exponer las diversas cuestiones fundamentales de
su contenido, de su método y del estado de los conocimientos adquiridos en un
tipo de publicaciones que se llaman tratados.
Siempre he soñado con un "tratado de historia-dice Pierre Vilar, en el primer
renglón de un conocido texto sobre cuestiones de vocabulario y método
históricos. casi todos los tratadistas coinciden en desarrollar siempre dos
aspectos:

a) Una exposición de las principales «doctrinas» de la sociedad, o de la


economía o de la política, o de los grandes aspectos de ellas, aportadas por los
principales tratadistas de la disciplina, los «clásicos» y los contemporáneos. A
este tipo de cuestiones podemos llamarlo teoría constitutiva o científico-
constitutiva.

b) Una definición de la disciplina, una descripción de sus partes, un intento de


mostrar que esta es efectivamente una ciencia y la forma en que trabaja. A ello
podríamos llamarle ya teoría disciplinar o formal-disciplinar de una determinada
ciencia.

Los tratados, por tanto, se ocupan de cosas diversas tales como qué es la
disciplina, cuáles son su campo, su objeto y cómo se articulan sus
conocimientos; cuál es su método, cuál es su historia y sus problemas o sus
logros fundamentales. Estos tratados contienen, en mayor o menor grado
«teoría sociológica», «económica» o «politológica» y establecen un panorama
que pretende ser completo de la ciencia en cuestión. En tal sentido los tratados
desarrollan un gran panorama -no exhaustivo, en general- de la investigación y
el estado de los conocimientos de su campo. Penetran, a veces, en subcampos
especiales -sociología de las organizaciones, economía de la empresa, control
político, etc.- y presentan, en definitiva, una determinada «teoría», que puede
limitarse, sin embargo -como ocurre propiamente en los llamados Manuales a
dar cuenta del panorama de las posiciones en competencia, sin pronunciarse
por ninguna de ellas.

Los dos componentes de la teoría historiográfica

¿qué es y cómo se construye una teoría de la historiografía? Pero, en primer


lugar, hora es ya de plantearlo, ¿qué se entiende por teoría? En términos
sencillos, se llaman teorías a aquellos con-juntos de proposiciones, referidas a
la realidad empírica, que intentan dar cuenta del comportamiento global de una
entidad, explicar un fenómeno o grupo de ellos entrelazados.

El conjunto de proposiciones debe tener una explícita consistencia interna y


estar formulada alguna de ellas en forma de «ley» Sobre esta idea habremos
de volver más adelante. Sin embargo, con respecto a lo que ahora estamos
tratando, hay que advertir que no hablamos ahora de teorías sobre
«fenómenos» naturales o sociales, sino que hablamos de fundamentar la
«teoría de un conocimiento», es decir, hablamos del comportamiento de una
entidad como es el «conocimiento», en este caso, de la posibilidad y realidad
del conocimiento de la historia. A esto llamamos en términos generales teoría
de la historiografía.

La teoría de la historiografía, en el mismo sentido que la teoría de cualquier


otra disciplina que se expone, como hemos visto, en un tratado, consta de dos
componentes, el científico-constitutivo y el formal-disciplinar, cuyos respectivos
objetivos conviene tener siempre muy presentes.

Hablaremos sucesivamente de cada uno de ellos.

La teoría constitutiva

la que llamamos la teoría constitutiva de la historiografía es la que trata de


diversos aspectos de un problema único: la naturaleza de lo histórico. Esto
quiere decir que tiene que establecer qué es la historia en la experiencia
humana, cómo se manifiesta lo histórico, qué representa el tiempo de la historia
y cuestiones de ese mismo orden, a las que después nos referiremos con algún
mayor detalle.

La teoría disciplinar

Ahora bien, la teoría disciplinar de la historiografía es otra cosa. Una reflexión


disciplinar es el tratamiento de aquel conjunto de características propias en su
estructura interna que hacen que una parcela determinada del conocimiento se
distinga de otras. La teoría disciplinar será la que intente caracterizar a la
economía, ecología o psicología como materias que no se confunden con
ninguna otra. El meollo de la teoría disciplinar está en mostrar la forma en que
una disciplina articula y ordena sus conocimientos y la forma en que organiza
su investigación, así como los medios escogidos para mostrar sus
conclusiones.

En el caso de la teoría disciplinar de la historiografía es evidente que ha sido


mucho menos cultivada que la constitutiva, puesto que sobre ella
prácticamente no se han pronunciado los filósofos. Fueron los preceptistas de
fines del siglo XIX de los que ya hemos hablado los que más se preocuparon
de la articulación interna, el método y los objetivos del estudio de la historia y
de las peculiaridades de la historiografía.

Ciertas escuelas, como la de los Anales, lo que hicieron en realidad fue teoría
disciplinar, mucho más que teoría constitutiva. Bastante atención se ha
dedicado también a este tipo de teoría disciplinar en sectores específicos de la
historiografía tales como la historia económica, la historia social o la historia de
la ciencia.

La teoría constitutiva

la teoría historiográfica constitutiva o científica tendría que ocuparse, cuando


menos, de los cuatro grandes campos de cuestiones que hemos visto
reflejadas en la primera división del cuadro, cuyo contenido concreto podría
explicarse así:

1. La teoría de la historia. Los historiadores han de pronunciarse sobre la


naturaleza de lo histórico y no limitarse a la investigación de lo que ha sucedido
en el pasado. Pronunciarse sobre la naturaleza de lo histórico es lo mismo que
elaborar un concepto de la historia. El primer contenido de la teoría de la
historiografía será, justamente, el referente a la entidad real historia. Lo
histórico no es, en modo alguno, la «sucesión de acontecimientos», cosa en la
que insistiremos ampliamente en estas páginas. La definición de lo que es la
historia tiene mucho que ver con la categoría de «proceso histórico». La
historia es la confluencia de la sociedad y el tiempo.

2. La naturaleza de la historia general. La definición de la historia general se


enfrenta a dos tipos de problemas, según se atienda a sus dos caracteres
definitorios. Uno, el de representar el proceso de la experiencia humana
completa, de todos los aspectos de lo humano; ese es su carácter sistemático.
Dos, el de representar un proceso que es temporal, que contiene el tiempo en
sí, por lo que la historia general tiene un carácter secuencial que está en la
base del problema de la periodización.

La historia general es la historia de todos los hombres. Sea considerada en su


faceta sistemática o sea en la secuencial, podemos decir que la historia general
se compone del proceso de sociedades diversas, que pueden concebirse como
sistemas, pero de las que es más correcto decir que contienen en su seno
diversos sistemas47.

3. la caracterización de las historias sectoriales. El problema reside


esencialmente en la definición de lo que debe entenderse por «sectorial».
¿Qué aspecto particular del proceso histórico general tiene entidad suficiente
para ser inteligible por sí mismo? Hoy hablamos normalmente de sectores
históricos como «historia económica», «historia política», «historia cultural», y
de otro que ha dado lugar a los más vivos y fructíferos debates en la
historiografía contemporánea, «historia social», pero existen otros sectores
particulares, como historia de la literatura, de la educación, de la filosofía, de la
física y muchísimos más que presentan problemas comunes.
4. La delimitación de las historias territoriales (o ámbitos historiográficos). Es
decir, de aquellas historias que tienen un contenido general, que agrupan a
todos los sectores de la actividad humana -al conjunto de las historias
sectoriales, pues-, pero que abarcan un ámbito territorial muy delimitado, y esa
concreción de su ámbito es la que da el «título» a la historia de que se trate:
historia de Francia, historia de Galicia, historia de un municipio, etc.

La fragmentación de la historia de la humanidad en sociedades concretas,


también. ¿Dónde está el límite entre las sociedades históricas? ¿Es posible
entender una historia «micro territorial» sin tener en cuenta los conjuntos
globales? Y, ¿cuáles son esos conjuntos globa-les? He aquí otro nudo
problemático de la definición de lo histórico.

Esto es concebible en el plano teórico y hay que decir que los primeros en
concebirlo y exponerlo de forma clara fueron los integrantes de la escuela de
Anales. Pero ¿cómo puede construir esa historia total el trabajo del historiador?
Intentaremos responder a ello en el lugar oportuno. Ahora es preciso dejar
claro que este problema de la historia total es muy peculiar: puede entenderse
como integrado en una teoría constitutiva, pero tiene una relación innegable
con lo disciplinar. Por ello lo dejamos en esta situación «puente», en
interrogante, entre ambas.

La teoría disciplinar

Desde otro punto de vista, la práctica de los historiadores no puede progresar y


perfeccionarse si no se fundamenta en una reflexión simultánea en profundidad
sobre los presupuestos últimos y básicos de la exploración empírica de la
realidad. ¿Cómo podemos dar cuenta de lo histórico?, ¿cómo presenta el
historiador la historia? Estas preguntas tienen que ser respondidas desde la
práctica misma de la investigación histórica y, a su vez, la investigación
histórica no puede progresar sin responderlas.

Todas estas preguntas y sus respuestas son la clave de una teoría disciplinar,
o formal, del conocimiento de la historia. La teoría historiográfica disciplinar es
la encargada de poner a punto unos instrumentos conceptual-operativos que
hagan posible la práctica de la investigación y escritura de la historia. La
progresiva delimitación del ámbito de tal teoría habrá de ir englobando en sus
preocupaciones extremos tales como el objeto de la historiografía, la naturaleza
de la explicación histórica, y la composición y sentido del discurso
historiográfico. Desarrollemos algo más cada uno de estos tres campos:

1. El objeto de la historiografía (u objeto historiográfico). Ello equivale a la


construcción de un «objeto teórico» de la historiografía. Hay que delimitar la
forma en que el historiador se enfrenta a lo que es su campo de trabajo: la
sociedad. En tal campo hay que efectuar una delimitación de la materia, las
cosas, las entidades o los pensamientos, donde el historiador «capta»,
«encuentra», la historia.

La explicación histórica. La «explicación» de la realidad explorada es el objetivo


final de cualquier disciplina científica. Los problemas peculiares de la
explicación de lo histórico han sido ya inventariados por muchos autores y se
les ha tratado de manera amplia, pero con soluciones contradictorias50. Cómo
se explica la historia es un asunto central a dilucidar por la teoría
historiográfica.

El problema de la explicación histórica necesariamente habrá de decidir acerca


de otra también antigua y conocida antinomia: la de si el objetivo posible de las
ciencias de la sociedad, y, en consecuencia, de la historiografía también, es el
de explicar o el de comprender, es decir, la antinomia entre el Erklären y el
Verstehen de la tradición alemana51 y, por ende, la oposición, o no, entre
ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu. Basta también, por ahora, con
estas indicaciones.

3. El discurso histórico. Dicho también en terminología más conocida: cómo se


escribe la historia. La manera en que el historiador «expone» la realidad
investigada -narración, argumentación o alguna forma de lenguaje específico y
codificado-, la manera en que el investigador «escribe» la historia puede
interpretarse como una cuestión de forma. Sin embargo, se trata de mucho
más que eso. El discurso histórico es mucho más que la forma del contenido; la
forma de un discurso sobre la historia revela ya una concepción precisa de lo
histórico.

Si queremos hacer una suficiente fundamentación disciplinar de la


historiografía es preciso que haya una relación cada vez más profunda y
estrecha entre la teoría y la investigación empírica. ¿Es preciso que el
historiador elabore sus propias teorías o está obligado perennemente a acudir
a teorías elaboradas por otras ciencias sociales? Esta última es la situación
actual más común, sin duda. Pero es claro que todo esfuerzo teórico que no
sirva para establecer un conocimiento historiográfico «propio» y autónomo, que
no sirva para dirigir eficazmente la investigación y construir una historia de más
amplio espectro y más explicativa, será un esfuerzo baldío. Por ello, la teoría
historiográfica debe ser cada vez más ajustada al propio trabajo de historiar. La
teoría tiene imperativamente que dotar al historiador de mejores instrumentos
para interrogar a las fuentes.

Las peculiaridades del método historiográfico


El método se construye siempre de manera muy ligada a los objetivos
pretendidos por el conocimiento. Aunque hay unos principios generales
inamovibles para todo procedimiento de trabajo que pretenda llamarse
científico, cada disciplina tiene también peculiaridades de método que la
caracterizan. Conviene, pues, exponer ahora algunas caracterizaciones
fundamentales sobre el método del trabajo historiográfico, El método de la
investigación histórica es, sin duda, una parte del método de la investigación de
la sociedad, El historiador estudia, como lo hacen los cultivadores de esas
otras disciplinas, fenómenos sociales.

Pero existe una peculiaridad que da al método historiográfico su especificidad


inequívoca y es el hecho de que el historiador estudia los hechos sociales en
relación siempre con su comportamiento temporal.

La historiografía es, sin duda, la disciplina social que en la actualidad posee un


método menos formalizado, menos estructurado con una base «canónica». El
establecimiento de una sólida base metodológica tropieza con una muy
arraigada desgana del historiador por la reflexión teórica e instrumental, base
de todo progreso. La «materia» de lo histórico, el fundamento básico acerca de
lo que el historiador tiene que explicar, sigue siendo considerado de forma
demasiado dispersa. No es menos cierto, sin embargo, que, probablemente, la
investigación global de los procesos temporales de las sociedades es la más
difícil de todas las investigaciones. Estamos ante la realidad con el mayor
número de variables que puede concebirse. La especificidad más acusada del
método historiográfico reside indudablemente en la naturaleza de sus fuentes
de información.

Esta falsa idea de que la fuente es todo para el historiador es otra de las que
más han perjudicado en el pasado el progreso disciplinar de la historiografía.
Una fuente de información nunca es neutra, ni está dada de antemano. Por
ello, a pesar de lo dicho, y aunque no lo parezca a primera vista, el historiador
debe, como cualquier otro investigador social, «construir» también sus fuentes,
si bien se encuentra más limitado para ello a medida que retrocede en el
tiempo. Investigar la historia no es, en modo alguno, transcribir lo que las
fuentes existentes dicen... En ese sentido, toda la fuente ha de ser construida.

Un asunto último es la preparación técnica del historiador. La preparación de


un investigador social -ha dicho J. Hughes- «consistirá normalmente en
aprender a dominar las técnicas del cuestionario; los principios del diseño y el
análisis de la encuesta; las complejidades de la verificación, regresión y
correlación estadísticas; análisis de trayectoria, análisis factorial y quizás hasta
programación de computadoras, modelado por computadora y técnicas
similares». Con las matizaciones precisas, ¿sería posible pensar que el perfil
de la formación de un historiador comprendiera tales cosas? Parece elemental
que, en el estado actual de los estudios de historia, una respuesta afirmativa
sería hoy bastante irrealista, pero debemos considerarla como un horizonte
deseable de futuro.

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