Cduquejamaica,+mavae 9 1 Editorial
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Editor invitado
Desde el punto de vista de la vida que se vive por fuera de los circuitos especializados o de
consumo suntuario, el arte es elitista. Este malestar se afinca en un fenómeno típico de la
tradición artística de Occidente: dado que la producción de una obra de arte, a lo largo de la his-
toria, ha exigido el esfuerzo de personas altamente preparadas, y el consumo de cantidades
importantes de riqueza, su posesión, disfrute y sentido ha sido privilegio de los poderosos.
El arte, tal como aparece en los discursos institucionales, reclama esfuerzos interpretativos,
cuyas claves son conocidas por una minoría de especialistas (artistas, críticos, galeristas,
marchantes, coleccionistas) y personas instruidas por educación de élite. Como con el vino
costoso, en el ámbito museístico el disfrute o la comprensión de las obras de arte requiere
preparación, la educación o refinamiento del gusto, la aplicación de métodos y saberes ante-
riores al encuentro con las obras y también competencias evaluativas para distinguir el buen
y el mal arte.
En la base de los supuestos que hacen posible o promueven la visión autoservil de grandes
masas humanas, se encuentran estructuras epistémicas ancladas a lo que hemos aceptado
llamar historia universal: relato de la unificación, consolidación territorial y posterior expansión
* Profesor del Departamento de Artes Visuales, Facultad de Artes, Pontificia Universidad Javeriana.
ARTE E HISTORIA: PELIGROS QUE SUBYACEN EN LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL PENSAMIENTO ARTÍSTICO | Ricardo Toledo Castellanos 9
colonial de Europa central, relato que oculta su marca de origen, en el sentido de asumirse
como narración del Estado y la tendencia del mundo entero. Este olvido de origen, en su as-
pecto epistemológico, universalizó sus condiciones espacio-temporales para determinar toda
forma de enunciación que aspire a la validación institucional.
Tal como lo planteó Karl Marx, la modernidad tiene su origen y fundamento en el proceso de
expansión y explotación iniciado en el siglo XVI que absorbió territorios coloniales como fuen-
tes de riqueza bruta. Tanto la enajenación territorial como la consecuente instrumentalización
de quienes han sido enajenados consolidaron la estructura de explotación al establecer vec-
tores de jerarquía y control sobre seres, lugares y flujos. En este sentido, el análisis marxista
deja planteado que tanto en los inicios como en el desarrollo del proyecto moderno, la domina-
ción depende de un orden espacio-temporal basado en el distanciamiento entre las regiones
de explotación (tercer mundo) y las de consumo (primer mundo), que la hace higiénica y viable
mediante la implementación de mecanismos de instrumentalización del otro.
Según el teórico uruguayo Ticio Escobar, el arte moderno occidental, condicionado por las
razones particulares de su historia, reclama de la obra de arte el cumplimiento de ciertos re-
quisitos como: “la autonomía formal, […] la genialidad individual, la renovación constante, la
innovación transgresora y el carácter único y original” (Escobar, 2011, p. 33). Estos principios
de producción, según el filósofo alemán Walter Benjamin, se fundan en el espíritu del fascis-
mo, que, por su parte, el mercado burgués vinculó estrechamente a cualidades excepcionales
de la personalidad del artista, transferibles a sus poseedores.
El artículo de Miguel Huertas interroga modos en que, a partir del siglo XIX, los discursos
institucionalizadores nacionales de Colombia establecieron una relación entre arte y poder
legitimada por una visión histórica y basada en el “proyecto civilizatorio”. En medio de un
El artículo evidencia las formas y circunstancias en que el abandono del proyecto de nación,
y la elección de otro, reclamó un correlato de progreso por vía de las élites en tanto estaban
encargadas de incorporar el gusto de los centros de poder mundial, para distribuir sus índices
clasificatorios en el país, de tal modo que la visión de avance hacia la civilización quedó en sus
manos y ya nunca más en las de la clase trabajadora. Esto tuvo como consecuencia efectiva
la llegada de la enseñanza de las bellas artes a la Universidad Nacional de Colombia (y luego a
otras) y la expulsión definitiva de la enseñanza de las artes y oficios de los estudios superiores
universitarios.
En el contexto de un encuentro internacional que tuvo como eje la pregunta “¿Es global la
historia del arte?”, la investigadora macedonia Suzana Milevska reclama ciertas precisiones.
Una de ellas es la difícil superación de límites o fronteras entre historias del arte nacionales
o regionales, que no se prestan como parte de una definición global, porque ya pertenecen a
pequeñas entidades culturales cuyos miembros temen ser devorados por una única disciplina
global. Otra de ellas es la inevitable y problemática dicotomía a la que conduce hacer una
distinción entre una historia del arte occidental y una no-occidental. Cerca de ésta, señala la
autora cómo, al interior de espacios académicos, la historia del arte empieza a aparecer como
innecesaria frente al surgimiento de espacios que abordan problemas históricos disfrazados
de formas no-históricas consolidadas en problemas (y ya no periodos históricos).
ARTE E HISTORIA: PELIGROS QUE SUBYACEN EN LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL PENSAMIENTO ARTÍSTICO | Ricardo Toledo Castellanos 11
La aptitud explicativa de la historia del arte ha resultado precaria cuando se le presentan pro-
blemas relacionados con las diferencias culturales, étnicas o de género, ya que sus límites
disciplinares han abordado el arte como fenómeno aislado de actividades culturales que le dan
forma, como la cultura popular, los medios masivos y las políticas culturales.
Ligado a esta condición, siendo un punto de referencia para trazar itinerarios y tendencias glo-
bales, la historia del arte occidental, en tanto relato escrito en un idioma del mundo hegemó-
nico, al exigir traducción a otros idiomas para incorporarse al saber y a las discusiones locales,
produce efecto de retraso. Asimismo, la traducción lingüística exige una traducción cultural
que la contextualice, pero si esto sucede (como ha solido) en una sola dirección, achata e in-
visibiliza aspectos de la producción cercana, imponiendo, a través de los sistemas educativos
(discutidos fuertemente en la teoría poscolonial), sus cánones universales en detrimento de
la consolidación de fuerzas culturales cuyo sentido expresa los problemas y preocupaciones
de su contexto. Milevska termina proponiendo que la historia del arte global puede ser enri-
quecedora si demuestra aptitud para traducir e incorporar el conocimiento local a la mano,
acercando a la vez a éste ciertos tópicos vigentes en las discusiones mundiales, proponiendo
discursos “glocales”.
De esta manera, el grupo de artículos abre matices de una preocupación cada vez más vigente
en un mundo que reclama la participación de los excluidos en los debates y las decisiones
sobre el rumbo colectivo. Las reflexiones aquí presentadas plantean situarnos en una región
del mundo, para impugnar miradas universalizantes y excluyentes que aplanan las discusiones
o polarizan las opiniones en blanco y negro, para ganar, a través de ellas, el el color que el
territorio propio aporta a la imagen de un mundo posible para todos.