Mackinon y Petrone Los Complejos de La Cenicienta
Mackinon y Petrone Los Complejos de La Cenicienta
Mackinon y Petrone Los Complejos de La Cenicienta
Es casi un lugar común en la lit erat ura acerca del populismo comenzar señalando la
vaguedad e imprecisión del t érmino y la mult it ud het erogénea de fenómenos que
abarca. " A la oscuridad del concept o empleado se une la indet erminación del
fenómeno a que se alude" (Laclau, 1986:165) sint et iza la opinión de muchos. Es,
parece, la inexact it ud t erminológica crónica lo que aqueja al t érmino populismo pues
sirve para referirse a una variedad de fenómenos: movilizaciones de masas (de raíces
urbanas o rurales) elit ist as y/ o ant i -elit e, a part idos polít icos, movimient os, ideologías,
act it udes discursivas, regímenes y formas de gobierno, mecanismos de democracia
direct a (referéndum, part icipación), dict aduras, polít icas y programas de gobierno,
reformismos, et c. Académicos, polít icos de diversas orient aciones, religiosos y
periodist as echan mano al t érmino para salvar el vacío cuando el objet o referido (una
polít ica, un régimen, un gobierno, una act it ud) es de difícil det erminación y no ent ra
en ninguna cat egoría convencional. En el lenguaje periodíst ico act ual, los gobiernos
que siguen polít icas económicas iliberales afirman con frecuencia que no est án
dispuest os a aplicar y/ o volver a polít icas “ populist as" . En est e caso, ut ilizan el t érmino
como sinónimo de un Est ado int ervent or y asist encialist a que cont rola los servicios
públicos, es dueño de empresas, alient a el proceso de indust rialización a t ravés de
regulaciones, subsidios y prot ección aduanera, y usa el gast o público con fines
polít icos. Es decir, t odo lo cont rario de lo que el neoliberalismo propone. Ot ras veces,
en el uso cot idiano, el populismo aparece como la negación de los valores element ales
de la democracia represent at iva al poner el énfasis en la cuest ión del liderazgo
“ demagógico” , las relaciones client elist as y la “ manipulación de las masas" .
También en el plano polít ico genera fuert es adhesiones y rechazos. El populismo como
fenómeno polít ico ha sido t emido, crit icado y condenado t ant o por las izquierdas
como por las derechas. Drake (1982: 240) afirma que “ entre 1920 y 1970, en forma
repet ida los conservadores host igaron a los populist as acusándolos de ser agit adores
demagógicos que impulsaban expect at ivas excesivas en las masas, foment aban la
inflación, ahuyent aban los capit ales nacionales y ext ranjeros y ponían en peligro la
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est abilidad polít ica. Al mismo t iempo, los sect ores de izquierda los han vit uperado
calificándolos de charlat anes que embaucaban a las masas, llevándolas a apoyar
reformas paliat ivas que sut ilment e preservaban las jerarquías existent es del poder y el
privilegio” . Est as crít icas de derecha y de izquierda se han acompañado, con
frecuencia, por un lament o sobre la capacidad movilizadora de los polít icos populist as.
Por ot ro lado, exist en cient íficos sociales que le niegan st at us científico al término ya
sea porque alegan que no exist e un mínimo común que fundament e la exist encia de
una cat egoría analít ica como “ populismo” , ya sea porque sost ienen que la definición
no se adecua a la realidad económica, social y polít ica que el concept o pret ende
ordenar y explicar. Aquellos que usan el t érmino saben int uit ivament e lo que significa
pero parece haber ciert a dificult ad para const ruir el concept o, explicar su cont enido,
est ablecer las relaciones ent re los element os component es del mismo, la jerarquía, los
vínculos.
Denost ado por cient íficas sociales, condenado por polít icos de izquierda y de derecha,
port ador de una fuert e carga peyorat iva, no reivindicado por ningún movimient o o
part ido polít ico de América Lat ina para aut odefinirse, el populismo –esa Cenicient a de
las ciencias sociales– es, en resumidas cuent as, un problema. A pesar de t odo, el
concept o muest ra una gran resist encia a ser pasado a ret iro; más bien se obst ina en
perdurar, ronda el lenguaje cot idiano, asoma con frecuencia en los t rabajos
académicos, señalando quizás, la exist encia de una zona de experiencia polít ica y social
part icularment e import ant e y a la vez muy ambigua[1], cuyo nombre, hast a puede no
ser “ populismo” .
Est e rasgo de ambigüedad encuent ra sus razones en varias fuent es. Por un lado, en la
relación ent re el concept o y aquellos que lo const ruyen. Se ha dicho que, en realidad,
los est udios sobre el pasado revelan más sobre los aut ores y su present e que sobre ese
pasado invest igado. Est o parece part icularment e ciert o en el caso del populismo.
Como t odos sabemos, no exist en “ populismos” (ni “ naciones” , ni “ clases” , ni siquiera
“ sociedad” ) deambulando al azar, a la espera de que algún cient ífico social se int erese
por est udiarlos. Los concept os deben ser const ruidos y est e punt o es part icularment e
relevant e para el populismo porque una de las cuest iones recurrent es en est e t ema es
la problemát ica relación ent re la masa y la elit e, incluyendo dent ro de ella a la elit e
int elect ual a la que pert enecen los académicos. Las dificult ades aument an cuando
est os movimient os manifiest an host ilidad hacia los int elect uales como lo han hecho
muchos movimient os populist as; cuando la gent e común expresa sus opiniones, con
frecuencia ést as result an opuest as a los sesgos liberales y progresist as de los
int elect uales. “ En est e sent ido” , sost iene Canovan (1981:11), “ las int erpret aciones del
populismo han est ado fuert ement e influenciadas por los resquemores de algunos
int elect uales hacia lo popular y t oda su progenie repulsiva, y por el idealismo de ot ros
que han exalt ado al hombre común y sus simples virt udes” .
A raíz de la relevancia personal que t ienen para los int elect uales los t emas populist as,
las int erpret aciones académicas de est e fenómeno han sido polémicas al punt o de que
muchas veces result an irreconocibles los mismos movimient os en las dist int as
descripciones. Por ejemplo, “ algunos académicos han considerado a los populist as de
Est ados Unidos como neurót icos ret rógrados de t endencias peligrosament e fascist as
mient ras ot ros los han ret rat ado como heroicos combat ient es por la democracia,
luchando en desvent aja cont ra fuerzas imbat ibles” (Canovan, 1981:11). Est as
int erpret aciones cont rapuest as (que pueden hacerse fácilment e ext ensivas a los
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est udios sobre el fenómeno en América Lat ina), opina Canovan, revelan en ciert a
medida los punt os de vist a de los académicos sobre su propia sit uación polít ica y las
relaciones ent re la elit e y las masas. Se sigue, ent onces, que cuando la perspect iva
polít ica predominant e en círculos académicos varía (por ejemplo, desde la
desconfianza de las masas al ent usiasmo sesent ist a por la democracia part icipat iva) las
int erpret aciones del populismo t ambién varíen, creando un est ado de perplejidad.
La t ensión ent re el populismo y sus analist as en el mundo int elect ual debe mucho
t ambién a que apareció como fenómeno polít ico en el cont ext o de la profunda crisis
de la democracia liberal después de la primera guerra, bajo la expansión del fascismo y
la vict oriosa revolución rusa con sus efect os disrupt ivos –aunque en direcciones muy
diferentes– sobre el orden inst it ucional formado en las fuent es liberales.[2] En un
escenario semejant e, en que el populismo osciló ent re la demagogia y la prot est a, la
concepción liberal fue radicalment e ant ipopulist a y su reacción expresó el t emor y la
repulsión de las elit es t radicionales ant e la nueva alianza ent re el 'poder irracional de
las masas' y el est ilo groserament e personalist a de ciert os líderes de t endencia
demagógica (Taguieff, 1996: 47-8). Por otro lado, el populismo como fenómeno
hist órico, afirma Weffort , t uvo siempre un impact o considerable sobre las ideologías
modernas en cualquiera de sus t endencias. Una de las razones de ese pot encial
pert urbador “ fue su especial capacidad de conciliar aspect os esencialment e
contradi ct orios en la perspect iva de las leyes que rigen una sociedad capit alist a y un
est ado moderno” ; por ejemplo, afirma, ciert os gobiernos populist as son ant iliberales y
ant isocialist as al mismo t iempo y sin embargo, son capaces de ‘usurpar' los objet ivos
que ‘normalment e' podrían at ribuirse unos a los liberales y ot ros a los socialist as t ales
como la lucha cont ra la oligarquía, la formación de una burguesía urbana y la
int ensificación del desarrollo indust rial, la expansión del sindicalismo y el liderazgo del
comport amient o obrero, et c.
Podríamos concluir, como Canovan, que al est udiar al populismo es necesario ser
conscient es de la relación ent re el fenómeno y sus int érpret es, revisar las cat egorías y
los cambios en el clima académico que influyeron e influyen sobre los est udios y las
evaluaciones del populismo (“ los cont enidos ideológicos subyacent es” en palabras de
Weffort ), examinar las relaciones que puede haber ent re las supuest as “ act it udes
reaccionarias desde abajo” y “ visiones progresist as” de los círculos académicos y
t ambién las idealizaciones int elect uales de la part icipación de los sect ores populares
en polít ica.
Hecha est a advert encia sobre la relación ent re el populismo y los int elect uales, nos
int eresa llamar la at ención sobre ot ra peculiaridad del concept o en la acción polít ica
que t ambién refuerza su cont enido de ambigüedad. Si bien el t érmino fue ut ilizado por
los populist as nort eamericanos para designarse a sí mismos, en América Lat ina,
aquellos que los observadores llaman populist as, no se consideran a sí mismos
populist as. Worsley afirma que el vocablo ruso narodnichest vo se t radujo como
‘populist a', pero que est a t raducción consist e en sí misma en una imput ación de
significado, y no una equivalencia simple y 'neut ral', cosa que nunca puede ser una
t raducción, dado que debe recurrir a las cat egorías disponibles en la lengua (Worsley,
1970: 265). Uno podría pregunt arse si t iene algún peso el hecho cíe que los
prot agonist as se refieran a sí mismos como populist as, como en Est ados Unidos, o que
no lo hayan hecho nunca, como en América Lat ina, donde, además, el t érmino t iene
una fuert e carga peyorat iva y es más bien rechazada por aquellos que la reciben. La
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designación “ comunist a” o “ socialist a” es subjet iva y propia de los mismos
part icipant es, como t ambién de sus oposit ores y no una mera at ribución analít ica. A
diferencia de socialist as y comunist as, el populismo no es part e de una t radición
compart ida más amplia a lo cual se relaciona el uso del t érmino, su st at us t ipológico es
sólo analít ico (Worsley, 1970: 265). Uno de los problemas o las consecuencias de una
sit uación como ést a es que al no haber nadie que aut odefina el t érmino, lo definen los
de afuera (Canovan, 1981: 5).
Una t ercera fuent e de ambigüedad del t érmino populismo es la het erogénea realidad
hist órica a la que se refiere. Pero ant es de recorrer algunas de los diversos fenómenos
que han sido denominados populist as y las dist int as maneras en que ha sido abordado
el t ema en América lat ina, señalemos rápidament e que ést a es una compilación para
est udiant es y que razones de espado y de int ención nos llevan a una elección de
prioridades (se desarrollan los crit erios de selección de los t rabajos en la sección IV):
no nos referiremos a algunos t emas que suelen ser t rat adas en relación al populismo
como: pueblo, nación, bonapart ismo, fascismo, cesarismo. Tampoco nos det endremos
en caract erizaciones de la est ruct ura económica aunque est e t ema est á desarrollado
en algunos de los art ículos compilados. M ás bien, nos int eresa en primer lugar,
recorrer los populismos originarios (el ruso y el est adounidense) y la emergencia del
t érmino; en segundo lugar, present ar un panorama de los enfoques de la lit erat ura
sobre el populismo lat inoamericano y, por últ imo, examinar algunas cuest iones
epist emológicas y plant ear, lo más clarament e posible, al menos los perímet ros y los
ejes del problema.
En est e sent ido, nos int eresa cent rar la at ención en los problemas relacionados con la
const rucción del concept o de populismo. La pregunt a que orient a est a int roducción es
la siguient e: el así llamado “ populismo” , ¿es un fenómeno hist órico singular que se
manifest ó en un t iempo y espacio det erminado, que represent a una et apa part icular
del desarrollo de una sociedad?; ¿o es una cat egoría analít ica que puede aplicarse a un
fenómeno “ populist a” más amplio que se manifest ó en diferent es sociedades y
épocas?; ¿o es un fenómeno hist órico y una cat egoría analít ica a la vez?
Para abordar est a pregunt a det engámonos previament e en una sint ét ica
reconst rucción de las experiencias hist óricas que han sido englobadas bajo el t érmino
populismo.
I. El populismo en la historia
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nueva act it ud de humildad hacia el pueblo, que llevó a los narodnikí a sost ener que los
int elect uales no deberían conducir al pueblo en nombre de ideas abst ract as,
ext ranjeras y sacadas de los libros sino adapt arse ellos al pueblo tal cual es,
foment ando la resist encia al gobierno en nombre de las necesidades cot idianas reales.
En el segundo caso, el t érmino populismo se ut iliza para referirse a t odo el movimient o
revolucionario ruso no marxist a desde los escrit ores pioneros hast a la década de 1890
y aun más allá; en ot ras palabras narodnicbest vo denot a un socialismo agrario de la
segunda mit ad del siglo diecinueve, que post ula que Rusia podía evit arse la et apa
capit alist a de desarrollo y proceder a t ravés del art el (cooperat iva de obreros o
art esanos) y la comuna campesina direct ament e al socialismo[3].
Veamos ahora quiénes fueron los populist as rusos.[4] En la Rusia de fines del siglo XIX,
la vast a población rural t rabajaba penosament e en condiciones de miseria y sujeción
sin paralelo en Europa, bajo un est ado aut ocrát ico y represivo. Ent re el est ado y los
campesinos se encont raba una t ercera fuerza, una elit e inst ruida, pequeña pero de
vit al import ancia, cada vez más orient ada hacia las formas occident ales de
pensamient o. Según M argaret Canovan, est a minoría privilegiada, const ernada por la
injust icia de su sociedad e incapaz de soport ar el sent imient o de culpa al verse
beneficiada por est e est ado de cosas, alent ó y t rabajó para la revolución. Sin embargo,
no se proponían seguir ciegament e las formas e inst it uciones occident ales, sino que
const ruyeron una visión específicament e rusa del fut uro. Haciendo una sínt esis ent re
las ideas de los eslavófilos conservadores que valoraban las t radiciones de las comunas
cam pesinas y las ideas frat ernales del socialismo europeo, post ularon la posibilidad de
const ruir una nueva sociedad socialist a sin pasar por las mismas et apas europeas de
capit alismo y expropiación.
Hacia principios de 1870, el impulso de hacer sacrificios por el pueblo se volvía
predominant e en círculos int elect uales. Se ent endía que el desarrollo de la civilización
para unos pocos privilegiados se había logrado gracias al t rabajo y al sufrimient o de la
masa del pueblo y que, por lo t ant o, las 'clases cult as' debían reconocer que t enían una
enorme deuda moral con el pueblo. Luego de lit eralment e “ ir al pueblo” (khozhdenie i
narod) en 1874, los que part iciparon de la avent ura volvieron con una nueva
conciencia de las dificult ades que implicaba hacer la revolución y, sobre t odo, de las
diferencias ent re la perspect iva de los int elect uales y la de los campesinos. Sin
embargo, su compromiso con un fut uro socialist a seguía en pie y en 1876 emergió un
part ido llamado Zemlya i Volya (Tierra y Libert ad).[5] El ideal de los populist as rusos
era una Rusia socialist a, despojada del est ado aut ocrát ico y sus iniquidades sociales y
económicas, en la cual reinaran la hermandad y la armonía. Creían que esa armonía y
hermandad est aban profundament e enraizadas en ¡as t radiciones de la aldea rusa, en
part icular en la práct ica de la t enencia comunal de la t ierra en virt ud de la cual no
exist ía la propiedad absolut a y exclusiva de la t ierra dent ro de la aldea y los lot es se
reasignaban equit at ivament e en forma periódica a t ravés de la repart ición.
La cuest ión era cómo t rabajar hacia est e objet ivo. Según Canovan, la pregunt a t uvo
dos respuest as ent re las cuales se dividió el movimient o: a) una elit ist a y conspirat iva
que sost enía que la única posibilidad de const ruir un amplio movimient o popular
residía en la organización de un part ido est rechament e cohesionado que golpeara al
gobierno de la única manera posible para un grupo pequeño –con act os de t errorismo
individual– cuyo objet ivo final era t ornar el poder y const ruir una sociedad socialist a;
b) la ot ra respuest a fue populist a en el sent ido est rict o del t érmino: la nueva polít ica
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de narodnicbest vo o ‘populismo' significaba abandonar el aire enrarecido de la elit e
int elect ual y sus t eorías abst ract as y adapt arse a las necesidades, las perspect ivas y los
int ereses del pueblo. En 1879 el part ido finalment e se dividió en moderados y
radicales. Un sect or llamado Cherny Peredel (Repart ición Negra) para significar su
demanda primordial de redist ribución igualit aria de la t ierra ent re los “ negros” o “ clase
servil” se quedó a t rabajar con el pueblo, dirigidos por Plekhanov (quien
post eriorment e se convirt ió al marxismo). La fracción más fuert e, Narodnaya Volya (la
Volunt ad del Pueblo), decidió concent rarse en la lucha t errorist a cont ra el est ado
aut ocrát ico. Luego de muchos fracasos, asesinaron al zar Alejandro II en marzo de
1881.
Resumiendo, ent onces, el populismo ruso, en su uso convencional amplio, abarca
aproximadament e desde 1870 hast a 1917 e incluye una amplia variedad de
pensadores y act ivist as; por lo t ant o, es difícil est ablecer un conjunt o de proposiciones
que t odos los populist as hubieran acept ado. Pero en el caso de los narodnikide la
década de 1870 el significado es más claro: el énfasis est á puest o en “ ir al pueblo”
acat ando sus deseos y luchando por defender sus int ereses, en part icular la t ierra
campesina y la libert ad respect o de los t errat enient es y el est ado. Canovan afirma que,
mient ras que en su sent ido más amplio, el populismo ruso mant enía un núcleo de
compromiso con el socialismo agrario basado en la comuna campesina, el t érmino
t ambién incluye ot ros element os relacionados hist órica aunque no lógicament e con
est o, como el t errorismo revolucionario y el desdén hacia la reforma polít ica gradual y
las medias t int as liberales, la oposición al det erminismo hist órico y un énfasis en la
posibilidad de caminos hist óricos alt ernat ivos y en el rol de las ideas y las acciones
individuales en su producción; y, last but not least , un t remendo compromiso y
conciencia moral. Aunque est os element os no const it uyen una ideología t ot alment e
coherent e, sí const it uyen un est ilo de pensamient o caract eríst ico que va a ser muy
dist int o al populismo de Est ados Unidos. Por la misma época pero en forma
independient e, aparent ement e sin siquiera saber que muy lejos había ot ros grupos a
los que se denominaría populist as, en Est ados Unidos[6] los agricult ores del M íddle
West unieron sus voces para prot est ar cont ra los polít icos y los banqueros de la Cost a
Est e. El apoyo del movimient o populist a provino de los est ados occident ales y de los
sureños y en su enorme mayoría est aba int egrado por farmers (granjeros) que
demandaban int ervenciones socializant es más amplias por parle del gobierno. Los
problemas de los farmers est adounidenses de fines del siglo pasado eran los
siguient es: a) las corporaciones ferroviarias cobraban precios monopolices pues los
farmers eran client es caut ivos, dependían de ellos para obt ener equipos y provisiones
y para enviar sus granos al mercado. El poder de las compañías se veía aument ado
porque do minaban la polít ica est adual del Oest e: t omaban cuidadosos recaudos para
mant ener cont roladas las legislat uras y asegurarse, a t ravés de sobornos y corrupt elas,
de que sus int ereses serían prot egidos; b) la sujeción a los acreedores era una pesadilla
permanent e. Los farmers necesit aban capit al para comprar maquinaria y alambrar,
pero cuando la cosecha era abundant e, el mercado se sat uraba y los precios caían, a lo
que se sumaban las pérdidas de cosechas en los períodos de sequía. Por ot ro lado,
est aban en manos de los comerciant es locales, quienes les vendían a crédit o obligando
a las familias a hipot ecar la cosecha del año venidero sin siquiera haberla sembrado. El
endeudamient o y la experiencia de somet imient o y humillación que implicaba el
endeudamient o const it uía un vivencia frecuent e para los farmers, quienes formaron la
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espina dorsal del movimient o populist a; c) ot ro problema era la reducción del
circulant e que forzó una baja en los precios de sus product os a la vez que un
increment o en el valor del dól ar, aument ando de est a manera el endeudamient o de
los farmers.
Hacia principios de 1880, con la consigna de que la unión hace la fuerza y la ilusión de
volver a ser libres e independient es, los farmers int ent aron crear cooperat ivas de
compra y vent a para defenderse frent e a los acreedores. Sin embargo, la mayoría de
las cooperat ivas fracasó gracias a la oposición enconada de comerciant es y banqueros
locales y t ambién porque su base financiera era demasiado endeble, sus
pat rocinadores, demasiado pobres. El int ent o de obligar al gobierno a hacer por ellos
lo que no podían hacer por sí mismos, los forzó a ent rar en la polít ica a la vez que
convirt ió a su movimient o en populist a. Pero ent rar en polít ica no era una cuest ión
simple. Aunque fueron creciendo alianzas en varios est ados, los disensos variaban
ent re líneas moderadas y ot ras radicales, y divisiones en t omo a la cuest ión racial
debido a la act it ud ambigua de la Alianza hacia los farmers negros; por ot ro lado, no
pudo llevarse a cabo la idea de una gran coalición ent re el Sur y el Nort e, una unión de
farmers y t rabajadores, de product ores cont ra monopolist as y financist as del Est e
plut ocrát ico. Ent rar en polít ica t ambién significaba que el cont rol del movimient o
pasaría inevit ablement e de los farmers a los polít icos profesionales hacia quienes los
farmers manifest aron una permanent e host ilidad y, por ot ro lado, que se t ensionaba el
problema de las lealt ades part idarias. Const ruir un t ercer part ido era una t area hart o
difícil.
Se siguieron dist int as est rat egias según las circunst ancias y t radiciones polít icas de
cada est ado. Aunque finalment e emergió un part ido de caráct er nacional en 1892,[7]
el camino fue difícil y muchos abandonaron sobre la marcha. El fracaso cíe las
cooperat ivas cobraba sus bajas, pero las t ensiones que implicó romper con viejas
lealt ades part idarias alejó a muchos más. De t odas maneras, hast a el sur formó un
Part ido del Pueblo (People's Part y) y dio, además, el dramát ico paso de incluir a
miembros negros en sus filas. Finalment e, en 1896 se produjo una fusión a nivel
nacional ent re el Part ido del Pueblo y el Part ido Demócrat a, que nombró un candidat o
de est ilo y posiciones populist as e incluyó varias demandas de est e grupo en su
plat aforma, pero perdió las elecciones y los populist as descubrieron que habían
dest ruido su part ido inút ilment e. Con post erioridad a 1896, cuando lo que quedaba
del Part ido del Pueblo se perdía en el olvido, se produjo un auge de prosperidad
económica causado por aquello mismo que los populist as habían est ado reclamando:
un aument o en el volumen de la base monet aria al descubrirse nuevos campos
mineros y procesos ext ract ivos.
Ambos populismos se enfrent aron al desafío “ del indust rialismo, el urbanismo, la
grandiosidad, la cent ralización, la jerarquía; ambos t rat aron de resist ir est as
t endencias y de descent ralizar lo social...” (Worsley, 1970: 271) y se opusieron al
avance del capit alismo y a uno de sus result ados principales: la dest rucción o el severo
agot amient o de la pequeña propiedad y la producción en pequeña escala (Vilas,
1994:34). Aunque los dos son “ populismos agrari os” , los populist as rusos, con su
desprecio hacia la reforma const it ucional liberal y “ la adopción del t errorismo como
opción ét ica” , ofrecen un fuert e cont rast e con el compromiso de los populist as
est adounidenses con los procesos polít icos y la búsqueda de leyes e inst it uciones para
prot eger sus int ereses.
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Ambos idealizaron al pueblo y aspiraron a un cont rol de la sociedad desde abajo pero
result a obvia la diferencia ent re un impulso como ést e que proviene del pueblo mismo
y aquel que proviene de una int elligent sia sacudida por sus remordimient os de
conciencia (Canovan, 1981: 96).
Por ot ro lado, mient ras el populismo de Est ados Unidos cont aba con una base rural de
masas, los rusos no cont aban con nada por el est ilo; mient ras los ideólogos del
populismo de Est ados Unidos provenían del “ pueblo” (eran edit ores de periódicos
dest inados a los agricult ores, predicadores o hijos de predicadores de t endencia
fundament alist a), los populist as rusos provenían de las ciudades y de sect ores sociales
dist int os de los campesinos. El populismo ruso proponía como element o cent ral de su
diseño reformist a el fort alecimient o de la propiedad comunit aria y el apoyo a
federaciones y cooperat ivas; muchos de los narodniki fueron socialist as y la ideología
fue un ingredient e import ant e. El populismo est adounidense, en cambio, fue siempre
un firme defensor de la propiedad individual o familiar y su socialismo más bien una
cuest ión de int erpret ación ext erna y a posleríori y la ideología y las t eorizaciones
jugaron un papel menor (Vilas, 1994: 35). M ient ras en el populismo ruso aparece la
t ensión ent re “ pueblo” e int elect uales, en el est adounidense se manifiest a la t ensión
ent re “ pueblo” y polít icos profesionales; ambos rasgos cíe los populismos
lat inoamericanos de est e siglo.
El t érmino “ populismo” , en fin, ent ró a la lit erat ura desde Rusia y los Est ados Unidos
para hacer referencia a movimient os de base rural y con un fuert e cont enido ant i -elit e.
Pero hay ot ro populismo en el mundo t an famoso como los primeros: el
lat inoamericano.
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movimient os se aut opercíbían como cohesionados por el fin de la reforma social a
favor de los t rabajadores, la democracia elect oral y el nacionalismo cont inent al
(indoamericano) cont ra el imperialismo y el fascismo (est as posiciones fueron
expresadas en el primer Congreso Lat ino Americano de Part idos cíe Izquierda
organizado en Chile en 1940 por los socialist as chilenos; los principales part icipant es
incluyeron al APRA, la AD, y el of icialist a Part ido Revolucionario de M éxico). Según
Drake, el populismo const it uyó una respuest a coherent e a los procesos de aceleración
de la indust rialización, la diferenciación social y la urbanización. Los populist as
promet ieron medidas de bienest ar y crecimient o indust rial prot egido. Aunque el
est ablishment sin duda prefería los arreglos ordenados del pasado sin la int rusión de
est os movimient os de masa, a los ojos de muchos líderes reformist as y aun de algunas
elit es del est ablishment , cont inuar excluyendo a las clases medias y a los t rabajadores
urbanos pront o pareció represent ar un precio más alt o que permit ir su incorporación
gradual. Hacia los cincuent a y sesent a las perspect ivas del populismo policlasist a
declinaron. Import ant es populist as cont inuaron apareciendo en escena, incluyendo a
Paz Est enssoro en Bolivia, Vargas, Quadros, Brizola y Goulart en Brasil, Ibáñez y
algunos demócrat as crist ianos en Chile y Velasco Ibarra en Ecuador. Sin embargo, se
enfrent aron a graves problemas económicos: el proceso de indust rialización por
sust it ución de import aciones (ISI) comenzó a encont rar obst áculos, se produjo un
relat ivo est ancamient o indust rial y una inflación aguda. Además, afirma Drake
adopt ando una perspect iva germaniana, la proliferación de act ores polít icament e
relevant es que habían mot ivado la aparición del populismo y las demandas de
t rabajadores, campesinos, migrant es urbano- rurales y mujeres comenzó a desfajarse
del proceso de inst it ucionalización. Ant e las condiciones cambiant es, algunos
populistas como Haya y Bet ancourt se volcaron a la derecha y de est a manera se
volvieron más acept ables para las elit es nat ivas y ext ranjeras. Ot ros, sobre t odo en
Perú y Venezuela, se volcaron hacia la izquierda del part ido mat riz y hast a formaron
fracciones guerrilleras.
Los populist as t ardíos de los set ent a incluyen, para Drake, a Echeverría en M éxico y
Perón en Argent ina. Fue muy difícil para ellos revit alizar las alianzas y los programas
populist as de épocas ant eriores que aparecían como inadecuados para lidi ar con el
pluralismo social y los conflict os que años de modernización y polít icas populist as
habían aliment ado. A medida que la red de int ereses se mult iplicó y solidificó, el
espacio de maniobra en la arena polít ica se redujo. Las elit es percibían que el precio
que se debía pagar por la inclusión de las masas -aument os de sueldos, inflación,
t ransferencias de recursos y aun el desplazamient o social, el fant asma de Cuba y Chile-
ahora parecía ser mayor que los riesgos de una exclusión forzada. En consecuencia,
hacia mediados de 1970, bajo severas presiones económicas y sociales, las fuerzas
armadas proscribieron al populismo en la mayoría de los países de América Lat ina.
Cient íficos sociales, t ant o nat ivos como ext ranjeros, han int ent ado descifrar los
enigmas de est os populismos lat inoamericanos desde dist int as perspect ivas. Aunque
algunos sost ienen que el t érmino alude a una variedad t an grande de fenómenos que
es imposible encont rar rasgos en común que just ifiquen el uso cient ífico del concept o
–“ la t esis negat iva” , como la llama M ouzclis (1985:329) –, la mayoría de los aut ores ha
int ent ado pensar el fenómeno desde las ciencias sociales, si bien generalment e hacen
de la carencia su rasgo fundament al. Exist en, por lo t ant o, dist int as formas de clasificar
los enfoques con los que se ha abordado al populismo; en realidad, casi t ant as como
9
art ículos sobre el t ema. Desde un punt o de vist a met odológico podemos decir que
exist en proposiciones sobre su nat uraleza, proposiciones sobre su emergencia y
proposiciones sobre sus efect os. A cont inuación present amos una sínt esis de algunos
enfoques que han ejercido influencia sobre los est udios del populismo en América
Lat ina, ordenada en t orno a las siguient es pregunt as: ¿cuándo, cómo y por qué
aparece? ¿Qué hace el populismo? Dejaremos la discusión sobre su nat uraleza (¿qué
es?; ¿cuáles son sus rasgos fundament ales?) para el final.
10
se cent ra en el est udio de la compleja red de alianzas, relacionada a su vez con
procesos socio-económicos que crearon dist int as dinámicas y posibilidades de alianzas
ent re las clases. 4. podríamos proponer una cuart a línea int erpret at iva, definida más
bien desde su mét odo de análisis, que ubica la especificidad del populismo en el plano
del discurso ideológico (Laclau, de Ipola, Taguieff, Worsley). M ient ras Laclau sost iene
que lo que t ransforma a un discurso ideológico en populist a es la art iculación de las
int erpelaciones popular-democrát icas como conjunt o sint ét ico-ant agónico respect o a
la ideología dominant e y que exist e una relación de cont inuidad ent re populismo y
socialismo, De Ipola y Port ant iero argument an, desde la noción gramsciana de
const rucción de una volunt ad nacional y popular, que la relación ent re socialismo y
populismo es, sobre t odo, una de rupt ura.
i. El marco t eórico de Gino Germani –quien escribió los primeros t rabajos
sist emat izados sobre el t ema en la década de 1950– fue la predominant e t eoría de la
modernización y el est ruct ural-funcionalismo. Ut ilizando un modelo dicot ómico,
Germani analizó el período en t érminos del t ránsit o de una sociedad t radicional a una
sociedad desarrollada, product o del desarrollo económico. Aunque el cambio es un
aspect o normal de las sociedades, Germani sost iene que al ser emergent e y rápido,
coexist en en una misma et apa element os que pert enecen a la sociedad t radicional y la
indust rial. Ant e la superposición de dist int os principios básicos de funcionamient o de
la est ruct ura social (acción social t radicional o moderna, la act it ud de rechazo o de
inst it ucionalización del cambio) se producen dist int os t ipos de asincronía de los
procesos de t ransformación, element o fundament al que lo preocupa: a) geográfica (el
desarrollo no se produce al mismo t iempo, creando países o regiones cent rales y
periféricos, y “ sociedades duales” ); b) asincronía inst it ucional (normas cont radict orias
de dist int as et apas pueden regir la misma inst it ución); c) asincronía de grupos sociales
(las caract eríst icas 'objet ivas' y 'subjet ivas' de ciert os grupos corresponden a et apas
“ avanzadas” mient ras las de ot ros a una et apa “ ret rasada” ); d) asincronía mot ivacional
(coexist en act it udes, ideas, mot ivaciones correspondient es a sucesivas épocas diversas
lo que puede originar ideologías peculiares) (Germani, 1977: 12-13).
Caract erizan la asincronía dos fenómenos: el " efect o de demost ración" y el " efect o de
fusión" . El primero result a de la difusión en países menos desarrollados del nivel de
vida alcanzado en los más desarrollados, es decir, que el conocimient o de la exist encia
de det erminado nivel de consumo produce aspiraciones similares y det ermina la
conduct a polít ica t ant o de las clases populares como de los grupos medios y
superiores. El conflict o se produce en t orno a la forma de alcanzarlas. El segundo es un
fenómeno que consist e en la fusión de expresiones ideológicas o act it udes de un
cont ext o avanzado con las act it udes o creencias y ot ros cont enidos psíquicos de
grupos “ at rasados” ; est o refuerza los rasgos t radicionales que parecen adquirir nueva
vigencia o bien los cont enidos t radicionales influyen sobre su significado originario,
moderno. Ot ros dos concept os clave son los de movilización y de int egración. El
primero consist e en el proceso por el cual grupos ant eriorment e pasivos comienzan a
int ervenir en la vida nacional, ya sea en forma inorgánica o en forma canalizada a
t ravés de los part idos polít icos; por el segundo se ent iende aquel t ipo de movilización
que se lleva a cabo a t ravés de los canales polít ico-inst it ucionales vigent es y en el que
el marco de legit imidad del régimen es acept ado implícit a o explícit ament e por los
grupos movilizados, que acept an así las reglas de juego de la legalidad vigent e (Laclau,
1986:172).
11
Con est os concept os, Germani elabora el marco t eórico del proceso de t ransición en
los países que comienzan su desarrollo en forma t ardía y lo compara con la experiencia
hist órica de la t ransición euro pea. En palabras de Germani: “ La diferencia que exist e
ent re el caso de Inglat erra o de ot ros países occident ales y el caso de América Lat ina
depende pues, de un grado dist int o de correspondencia ent re la movilización gradual
de una proporción crecient e de la población (hast a alcanzar su t ot alidad) y la aparición
de múlt iples mecanismos de int egración: sindicat os, escuelas, legislación social,
part idos polít icos, sufragio, consumo de masa, que son capaces cíe absorber est os
grupos sucesivos y de proporciona rles medios de expresión adecuados al nivel
económico y polít ico, como en ot ros t errenos fundament ales de la cult ura moderna”
(Germani, 1977: 25). Así, a diferencia de Europa, donde se produce una consolidación
de la democracia represent at iva en dos et apas (democracia con part icipación limit ada
y luego con part icipación t ot al) en la que las masas son incorporadas sin t raumas al
aparat o polít ico a t ravés de reformas y part icipación en part idos liberales u obreros, en
América Lat ina la rápida indust rialización, la urbanización y la masiva migración int erna
que se acelera desde la década del ‘30 en adelant e, lleva a la t emprana int ervención de
las masas en la polít ica, excediendo los canales inst it ucionales exist ent es, donde los
t rabajadores pueden expresar sus demandas crecient es, sin valorar el sist ema
democrát ico.
Así, para Germani, “ los movimient os nacionales-populares” son “ la forma de
int ervención en la vida polít ica nacional de las capas sociales t radicionales, en el
t ranscurso de su movilización acelerada” (1977: 29), es decir, cuando el grado de
movilización rebasa la capacidad de los mecanismos de int egración. Califica a est os
movimient os como aut orit arios (no fascist as)[8] sobre t odo porque el peronismo “ se
vio obligado a t olerar” ciert a part icipación efect iva.[9] Como los part idos exist ent es no
pueden ofrecer posibilidades adecuadas de expresión u est as masas, se origina una
verdadera sit uación de anomia para est os grupos cuya “ disponibilidad” puede dar
origen a movimient os nuevos (Germani, 1977: 32-4). La t ransición desde una
ment alidad t radicional forjada en una mat riz aut orit aria y pat ernalist a a una moderna
basada en individuos aut ónomos y libres produce un est ado de anomia ant e la falt a de
canales inst it ucionales adecuados. Salidos de la pasividad de la ment alidad t radicional
pero aún incapaces de llevar a cabo ninguna acción colect iva aut ónoma, est as masas
son vist as como pot encialment e explosivas. La rigidez del sist ema polít ico y la
incapacidad de los act ores polít icos de dirigir la crisis favorece la emergencia de una
figura carismát ica, que junt o con dist int as elit es los reclut a y manipula. Est e líder
populist a logra crear vínculos poderosos y direct os con esas masas disponibles –como
apoyo elect oral– pero t ambién logra at raer a los nuevos sectores modernizant es como
el ejércit o y los indust riales (Walt on, 1993). Est as masas son consideradas “ en
disponibilidad” y su comport amient o se int erpret a en t érminos de irracionalidad y de
het eronomía.[10]
Aunque admit e que el populismo surge y se desarrol la en el t ránsit o de la sociedad
t radicional a la moderna, Di Tella pone el énfasis en la necesidad, para una
movilización populist a de masas, de la exist encia de una elit e compromet ida con dicho
proceso de movilización y en la decadencia del liberalismo como mot or de cambio que,
al fracasar, posibilit ará la experiencia populist a. Cree, de t odas maneras, que con t odas
sus limit aciones, el populismo es el único vehículo disponible de reforma –o de
revolución– en América Lat ina. Aquí el esquema de reforma social liberal como en
12
Europa no es posible por la debilidad del liberalismo como alt ernat iva –ya no es una
ideología ant i -statu quo– y porque la clase obrera no pudo plant ear su propia
alt ernat iva (M oscoso, 1990: 83).
Di Tella pone el acent o en la “ revolución de las expect at ivas” : “ el deseo de t enerlo
t odo de una vez sin esperar que se consoliden los mecanismos que lo proporcionan...
[es] lo que hará difícil el funcionamient o de la democracia ya que se pedirá más de lo
que ella puede dar” . Est os grupos crecient es formarán una masa disponible
numéricament e import ant e que no ha vist o en la alt ernat iva liberal-democrát ica la
forma de sat isfacer sus expect at ivas. Se disponen, ent onces, a seguir su propia guía,
guía que le será ofrecida por una elit e dispuest a a acept ar el proceso de movilización.
En consecuencia, la aparición de un líder, que a su vez encabeza la elit e, es
imprescindible para que se origine la experiencia populist a. El enlace “ masa
disponible” -elit e dirigent e se explica por: a) la proliferación de grupos incongruent es
que producirán sus propias elit es para que los represent en; b) por cuest iones de st at us
ent re sus aspiraciones y la sat isfacción de empleo; c) la acept ación por part e de las
masas de esas elit es de clase (M oscoso, 1990: 86-7).
Según Di Tella, “ El populismo, por consiguient e, es un movimient o polít ico con fuert e
apoyo popular, con la part icipación de sect ores de clases no obreras con import ant e
influencia en el part ido, y sust ent ador de una ideología ant i -st at u quo. Sus fuent es de
fuerza o 'nexos de organización' son: a) una elit e ubicada en los niveles medios o alt os
de la est rat ificación y provist a de mot ivaciones ant i -st at u quo; b) una masa movilizada
formada como result ado de la 'revolución de las aspiraciones', y, c) una ideología o un
est ado emocional difundido que favorezca la comunicación ent re líderes y seguidores y
cree un ent usiasmo colect ivo” (Di Telia, 1977: 47-8).
Germani y Di Tella compart en un enfoque similar: las t ransiciones para ambos son
moment os de t ensión est ruct ural que llevan a la emergencia cíe fenómenos como el
populismo. Est as t ensiones del cambio acelerado generan dos act ores import ant es: las
masas, de las que se ocupa en mayor medida Germani, y las elit es con las que
complet a el cuadro Di Tella. También podríamos ubicar dent ro de est a línea de
int erpret ación a St eve St ein (1980), quien considera que el populismo const it uye la
principal forma polít ica de cont rol social en la América Lat ina moderna, product o de
una cult ura polít ica pat rimonialist a heredada del pasado iberoamericano. Según est e
aut or, la alt a concent ración del poder en manos de elit es reducidas cont ribuyó a crear
un sist ema pat rimonial de valores e inst it uciones que sost enía la desigualdad y
desact ivaba la prot est a de las masas. Como ideología producida originalment e por los
sist emas coloniales semi -feudales de España y Port ugal y reforzada por el cat olicismo
oficial y popular, el pat rimonialismo enfat iza la jerarquía y el organicismo. De est a
forma, para St ein, la dinámica cent ral de los movimientos populist as han sido los
vínculos part icularist as y personalist as ent re líderes poderosos y seguidores
dependient es. Cont ribuyendo direct ament e a socavar los part idos obreros aut ónomos,
los populist as const ruyeron coaliciones mult iclasist as que int egran a las m asas sin
cambiar demasiado el sist ema exist ent e. A t ravés de la dist ribución de concesiones
mat eriales y simbólicas por part e de líderes alt ament e carismát icos y personalist as,
est os movimient os t uvieron éxit o en int egrar números cada vez más amplios de
element os de clase baja en la polít ica, impidiéndoles “ subvert ir” el proceso de t oma de
decisiones a nivel nacional y, al mismo t iempo, funcionando como válvula de seguridad
para disipar presiones pot encialment e revolucionarias, provenient es de la clase obrera
13
sin compromet erse con cambios est ruct urales o con la expulsión de las elit es
est ablecidas (St ein, 1987).
ii. En la década de los '60, la crecient e influencia de los est udios sobre la dependencia y
el marxismo selló la suert e de la t eoría de la modernización y la explicación del
populismo como result ado de la capacidad de convocat oria demagógica y emocional
de un líder carismát ico y/ o de la ceguera de las masas. El conjunt o de los t rabajos
surgidos de est a confluencia, que hemos llamado hist órico-est ruct ural, ya no puso el
énfasis en las t radiciones pre-modernas sino que viró su at ención hacia las condiciones
hist óricas que hacían posible el surgimient o de la coalición populist a.
El punt o de part ida de Cardoso y Falet t o (1969) para pensar las distint as t rayect orias
hist óricas de los países lat inoamericanos es la ident ificación de dos t ipos de economías
de export ación que se formaron durant e una primera fase que denominan
“ crecimient o hacia fuera” y que se ext endió aproximadament e durant e el últ imo
cuart o del siglo XIX: economías con cont rol nacional de la producción (Argent ina,
Brasil) y economías de enclave (mineras o de plant ación) (M éxico, Chile, Perú). En est a
const rucción de t ipos ideales, la dependencia –concept o socio-polít ico que se ent iende
como un modo part icular de relación ent re lo ext erno y lo int erno, ent re grupos y
clases sociales “ periféricas” y “ cent rales” y que implica una sit uación de dominio que
conlleva est ruct uralment e la vinculación con el ext erior– es un concept o cent ral para
caract erizar la est ruct ura de las dist int as “ sit uaciones de desarrollo” .
Para Cardoso y Falet t o las formas que adopt a el “ populismo desarrollist a” (que se
ext endería aproximadament e ent re 1930 y 1960) van a depender de las alianzas de
poder realizadas durant e la “ fase de t ransición” , que se ext iende a lo largo de las
primeras t res décadas del siglo XX. Según los aut ores, la presencia y part icipación
crecient e de las clases medias urbanas y de las burguesías indust riales y comerciales en
el sist ema de dominación se expresan en las polít icas de consolidación del mercado
int erno y de indust rialización, que consist en, sobre t odo, en una polít ica de acuerdos
ent re sect ores muy diversos (clases medias ascendent es, burguesía urbana, sect ores
del ant iguo sist ema export ador-import ador, incluso sect ores de baja product ividad)
que debían compat ibilizar la creación de una base económica para sust ent ar a los
grupos nuevos con oport unidades de inserción económico-social para los grupos
populares cuya presencia en las ciudades podría alt erar el sist ema de dominación. Est o
supone la const it ución de una “ alianza desarrollist a” ent re fuerzas cont radict orias,
reservándose el papel de grupo dominant e el sect or empresarial. El Est ado es vist o en
conjunción como agent e económico de desarrollo int erno y de la dependencia
ext erna. Como el populismo desarrollist a variará según los países, los aut ores señalan
la exist encia de t res formas de populismo (aunque t ambién clasifican a la alianza
desarrollist a en dos: una versión nacional pop ulist a, varguismo, peronismo, y ot ra
est at al desarrollist a, M éxico): el populismo y economía de libre empresa (Argent ina);
populismo y desarrollo nacional (Brasil) y el Est ado desarrollist a (Chile).
Ianni plant ea que uno de los problemas de la polít ica lat inoamericana es la forma en
que las masas desaparecen del escenario polít ico de cada país o pasan a ocupar un
segundo plano. Sost iene que ya se ha est udiado sat isfact oriament e de qué manera
surgieron est as masas: los procesos de urbanización e indust rialización, las
t ransformaciones t ecnológicas y sociales en el mundo agrario, la revolución de las
expect at ivas y la explosión demográfica son los principales fact ores señalados (1977:
83). No t iene dudas de que las experiencias nacionales son diferent es unas de otras
14
pues en cada caso las masas revelaron madurez polít ica especial, conquist ando
posiciones polít icas en diferent es grados. Sin embargo, afirma que las experiencias
populist as t ienen element os en común. Uno de ellos es que ocurren durant e la época
en que se conforman definit ivament e las sociedades de clase cuando quedan
superadas las relaciones est ament ales o de cast as de la época colonial. Ot ro es que las
manifest aciones del populismo aparecen en la fase crít ica de la lucha polít ica de las
clases sociales surgidas de los cent ros urbanos y cent ros indust riales cont ra las
oligarquías y las formas arcaicas del imperialismo. Así, afirma que “ en varios aspect os,
el populismo lat inoamericano corresponde a una et apa det erminada en la evolución
de las cont radicciones ent re la sociedad nacional y la economía dependient e” (1977:
85). El gobierno populist a es ent onces el reflejo de una nueva combinación ent re las
t endencias del sist ema social y las imposiciones de la dependencia económica. Ahí es
donde las masas asalariadas aparecen como un element o polít ico dinámico y creador
que posibilit a una reelaboración de la est ruct ura del Est ado que revela una novedosa
combinación de grupos y clases sociales, t ant o int erna como ext ernament e.
Ot ra caract eríst ica import ant e, según est e aut or, es que el populismo corresponde a la
et apa final del proceso de disociación ent re los t rabajadores y los medios de
producción; corresponde a la época en que se const it uye el mercado de fuerza de
t rabajo a causa de la formalización de las relaciones de producción de t ipo capit alist a
avanzado. En est a et apa las masas t rabajadoras abandonan los esquemas sociales y
cult urales creados durant e el est ado oligárquico y adopt an paulat inament e valores
creados en el ambient e urbano indust rial. Pero el caráct er de clase del populismo no
aparece inmediat ament e en los análisis. Para comprender dicho caráct er es preciso
dist inguir dos niveles: a) el populismo de las elit es burguesas y de la clase media, que
usan t áct icament e a las masas t rabajadoras, al mismo t iempo que manipulan las
manifest aciones y posibilidades de su conciencia; y, b) el populismo de las propias
masas (t rabajadores, emigrant es de origen rural, baja clase media, est udiant es
universit arios, int elect uales de izquierda). En sit uaciones normales parece exist ir una
armonía t ot al ent re los dos populismos. “ Sin embargo, en los moment os crít icos,
cuando las cont radicciones polít icas y económicas se agudizan, el populismo de las
masas t iende a asumir formas propiament e revolucionarias. En est as sit uaciones
ocurre la met amorfosis de los movimient os de masas en lucha de ciases” (1977: 88).
En un art ículo de 1988, Carlos Vilas se cent ra en las condiciones mat eriales del
populismo y desarrolla la t esis de que “ el nivel de desarrollo alcanzado por la
economía en una sociedad y el t ipo dominant e de relaciones de producción ofrecen la
mat riz de significado que explica la posibilidad y modalidades del populismo. Desde
est a perspect iva, lo que se denomina populismo es una específica est rat egia de
acumulación de capit al, una est rat egia que hace de la ampliación del consumo
personal –y event ualment e ciert a dist ribución de ingresos– un component e esencial" .
Es, por lo t ant o, la est rat egia de acumulación de una ciert a fracción de la burguesía en
la primera et apa del crecimient o de la indust ria nacional y la consolidación del
mercado int erno (Vilas, 1988:234). Recient ement e est e primer enfoque ha sido
variado y enriquecido. Vilas (1995) afirma que aunque desde una perspect iva
est ruct ural los fenómenos populist as est án est rechament e ligados a det erminados
niveles de desarrollo de la sociedad y la economía, es indudable que el populismo en
cuant o ideología y proyect o de la sociedad ha sobrevivido a esas condiciones
originarias, y se present a como una recurrencia polít ica en varios países de la región.
15
Sost iene que, en t odo caso, lo que permit e caract erizar a un régimen como populist a
es la art iculación, en una experiencia part icular, de un conjunt o de rasgos
det erminados suscept ibles de art iculación. En est e sent ido, el populismo, t ipo de
régimen o movimient o polít ico, enmarca el proceso de incorporación de las clases
populares a la vida polít ica inst it ucional, como result ado de un int enso y masivo
proceso de movilización social que se expresa en una acelerada urbanización; en el
impulso a un desarrollo económico de t ipo ext ensivo; en la consolidación del Est ado
nacional y en la ampliación de su gravit ación polít ica y económica” (Vilas, 1995:37-38).
Ot ros aut ores, que compart en algunos rasgos generales de los aut ores ant eriores,
cent ran su análisis del populismo en la crisis de hegemonía. Aquí ubicamos a M urmis y
Port ant iero, Weffort y Torre. Dent ro de un cont ext o de revalorización del peronismo
desde la izquierda, M urmis y Port ant iero recuperaron la racionalidad del
comport amient o de los obreros, fenómeno que est aba opacado por las
int erpret aciones que hacían hincapié en la anomia y el caudillismo. Según Adelman, se
propusieron explicar la permanencia del peronismo como fenómeno de masas
cent rándose en dos procesos subyacent es: la indust rialización t ardía y una crisis de
hegemonía burguesa que permanecía irresuelt a desde el quiebre inst it ucional de 1930.
Como t ambién lo afirmaban los est udios sobre la dependencia, la crisis del orden
comercial int ernacional en 1930 disparó la indust rialización por sust it ución de
import aciones. El crecimient o del sect or manufact urero no fue el result ado de un
t riunfo de int ereses urbanos indust riales por sobre int ereses rurales propiet arios; no
se produjo una revolución indust rial sobre la base de la reconsolidación de un nuevo
bloque hegemónico. Int ensificándose hacia mediados de la década del '30, est a
“ indust rialización sin revolución indust rial” fragment ó la clase dominant e en lugar de
reconsolidarla sobre fundament os nuevos, más burgueses. Así, los países de la región
se enfrent aron a una crisis de hegemonía que debilit ó los pat rones est ablecidos de la
represent ación inst it ucional. Las clases dominant es no lideraron un proyect o de
indust rialización nacional, en su lugar lo hicieron dist int os grupos que det ent aban el
poder del Est ado.
Rechazando el marco dicot ómico de la t eoría de la modernización y poniendo el
énfasis en la racionalidad de las masas, en el int erés de clase de los t rabajadores,
M urmis y Port ant iero volvieron su mirada hacia una base est ruct ural alt ernat iva de las
relaciones sociales: la const rucción y deconst rucción de alianzas en la sociedad civil.
Así, en Argent ina y en dist int o grado, en América Lat i na, capit alist as indust riales
débiles y clases t rabajadoras marginadas fueron canalizados en movimient os nacional-
populares más que en movimient os de base clasist a. El problema radicaba en la
peculiar disposición de la clase capit alist a indust rial y en un movimient o sindical
cercado por gobiernos ilegít imos, despreocupados por el pot encial elect oral de una
clase obrera descont ent a. A medida que est as clases flot ant es convergieron en una
nueva alianza vert ical const it uyendo un nuevo bloque hist órico, desafiaron la
decadent e hegemonía de la vieja elit e t errat enient e (Adelman, 1992: 246-8).
Cent rándose en el papel que jugó la vieja guardia sindical en el acercamient o de las
masas a Perón, Torre (1990) se propone recuperar la problemát ica de la doble realidad
de la acción de masas, ampliando el concept o de racionalidad en el comport amient o
obrero ya avanzado por M urmis y Port ant iero en el campo social, para incluir t ambién
en el análisis el campo de la polít ica. Por un lado, desde la perspect iva del int erés de
clase, el crit erio de racionalidad est á basado en la maximización de los beneficios en el
16
plano mat erial; por ot ro, para comprender la ident ificación polít ica con Perón es
necesario, afirma, int roducir ot ro crit erio de racionalidad: el del reforzamient o de la
cohesión y la solidaridad de las masas obreras. De est a manera, la acción polít ica
deviene no un medio para aument ar las vent ajas mat eriales, sino un fin en sí mismo: la
consolidación de la ident idad polít ica colect iva de los sujet os implicados.
Par a Weffort (1968b), que aborda el fenómeno desde el proceso de crisis polít ica y
desarrollo económico que se abre con la revolución de 1930 en Brasil, el populismo fue
la expresión del período de crisis de la oligarquía y el liberalismo, del proceso de
democrat ización del est ado, y una de las manifest aciones de las debilidades polít icas
de los grupos dominant es urbanos al int ent ar sust it uir a la oligarquía en las funciones
de dominio polít ico. Pero, sobre t odo, el populismo fue la expresión de la irrupción de
las clases populares en el proceso de desarrollo urbano e indust rial de esos decenios,
única fuent e social posible de poder personal aut ónomo para el gobernant e y, en
ciert o sent ido, la única fuent e de legit imidad posible para el propio Est ado. Post ulando
la noción de “ Est ado de compromiso” , Weffort sost iene que la derrot a de las
oligarquías no afect ó de manera decisiva el cont rol que ellas mant enían sobre los
sect ores básicos de la economía. Est o llevó a que el nuevo gobierno, luego de la
rebelión de 1930, t uviera que moverse dent ro de una complicada red de compromisos
y conciliaciones ent re int ereses diferent es y a veces cont radict orios. Ninguno de los
grupos part icipant es –las clases medias, los grupos menos vinculados a la export ación,
los sect ores vincul ados a la agricult ura del café– ejercía con exclusividad el poder ni
t enía aseguradas las funciones de hegemonía polít ica. El aut or aduce que est e
equilibrio inest able ent re los grupos dominant es y, básicament e, est a incapacidad de
cualquiera de ellos de asumir, como expresión del conjunt o de la clase dominant e, el
cont rol de las funciones polít icas, const it uye uno de los rasgos not orios de la polít ica
brasileña del periodo. Así, est e " Est ado cíe compromiso" , que es al mismo t iempo un
Est ado de masas, es expresión de la prolongada crisis agraria, de la dependencia social
de los grupos de clase media, de la dependencia social y económica cíe la burguesía
indust rial y de la crecient e presión popular.
Para t erminar est e segundo grupo, nos referiremos a Touraine (1987). En su análisis,
est e aut or part e del supuest o de que en América Lat ina exist e una “ confusión” –que se
habría corregido con los regímenes act uales, según art ículos recient es– ent re est ado,
sist ema polít ico y act ores sociales en virt ud del cual: 1) los act ores sociales no pueden
ser definidos por su función socioeconómica; 2) el sist ema polít ico no const it uye un
sist ema de reglas de juego como la democracia, sino un espacio de fusión ent re est ado
y act ores sociales; y, 3) el est ado no es un príncipe soberano con esfera propia sino un
act or complejo y múlt iple permanent ement e incorporado a fuerzas polít icas y dividido
por conflict os polít icos. Est a concept ualización lleva a dos consecuencias: a) la
sobredet erminación de las cat egorías polít icas sobre las sociales, y, b) la ausencia de
diferenciación ent re el sist ema polít ico y el est ado.
M ient ras en Europa las fuerzas sociales son import ant es en cuant o represent an
adecuadament e a act ores y movimient os sociales, en América Lat ina, sost iene est e
aut or, las clases sociales no son element os básicos de la organización social, no se
definen sino como respuest a a una int ervención del est ado. Los grupos o movimient os
sociales son dependient es y se encuent ran permanent ement e amenazados por una
rupt ura int erna ent re la incorporación corporat iva del Est ado y la formación de
part idos y sindicat os independient es, con función de represent at ividad. La polít ica
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nacional popular no es represent at iva y, por lo t ant o, no es democrát ica, afirma
Touraine. Sobre est a base, propone que el element o clave del populismo es,
just ament e, la fusión de los t res element os en un conjunt o que es a la vez social,
polít ico y est at al. La forma de int ervención social del est ado más caract eríst ica del
modelo lat inoamericano es la polít ica nacional popular que combina t res t emas:
independencia nacional, modernización polít ica e iniciat iva popular. El populismo es la
ident ificación del movimient o con el est ado y por eso se define mejor como una
polít ica. Sobre la base de la presencia de t res di mensiones —part icipación polít ica,
poder de est ado nacional, presión popular— Touraine propone dist inguir ent re
part idos populist as, est ados populist as y movimient os populist as.
Ahora bien, más allá de los aspect os nuevos, originales y enriquecedores que t uvieron
est os enfoques en su moment o, t ant o las int erpret aciones funcionalist as como las
hist órico-est ruct urales, con sus dist int os énfasis, compart en por lo menos dos formas
de caract erizar al populismo: en primer lugar, ambos lo vinculan más o menos
direct ament e a det erminado est adio de desarrollo del capit alismo lat inoamericano
(para unos el populismo es el result ado de acelerados procesos de migraciones a las
ciudades, urbanización e indust rialización; para ot ros, se vincula al moment o de la
indust rialización por sust it ución de import aciones). Asimismo, ambos enfoques, desde
dist int os lugares, piensan desde un pat rón normat ivo de desarrollo del cual América
Lat ina se desvió, ya no porque el periodo español y post-independent ist a forjó
est ruct uras y t radiciones de las que los lat inoamericanos no podían escapar, sino
porque la fuerza del boom de export aciones ant erior a 1930 ret rasó la indust rialización
y la reconsolidación de un bloque hegemónico. Una vez más, las causas del populismo
descansan en un pat rón est ruct ural dist orsionado del desarrollo. No se ha t rascendido
el paradigma de la modernización, ést e ha sido invert ido: la het eronomía ya no se
localiza en la clase t rabajadora, sino en las burguesías (Adelman, 1992: 248).
En segundo lugar, compart en una perspect iva negat iva sobre el populismo: la
manipulación por part e de un líder personalist a y aut orit ario, la movilización fuera de
los cauces inst it ucionales apropiados y masas sin conciencia en disponibilidad son
concept os clave del primer grupo; la falt a de “ claridad” y por lo t ant o de aut onomía, la
falsa conciencia, la subordinación al est ado y la het eronomía, la burocrat ización de los
sindicat os, ciert a polarización ent re el Est ado y la sociedad civil, lo son para los
segundos (aunque habría que relat ivizar est a afirmación en el caso de M urmis,
Port ant iero, Torre y Weffort ).
iii. En la década de los ochent a aparecen est udios monográficos cuyos aut ores
desarrollan t ext os con miradas crit icas –que t ambién profundizan y expanden
cuest ionamient os colocados por aut ores revisionist as– hacia t rabajos ant eriores
cuest ionando la versión clásica de la supuest a pasividad y anomia de los t rabajadores y
present ando un cuadro de sit uación bast ant e alejado de las int erpret aciones que
caract erizaban a los sindicat os como est ruct uras burocrát icas subordinadas al est ado a
t ravés de la manipulación y la coopt ación. También había cambiado el ambient e
polít ico e ideológico en que se debat ían est os t emas: ya había aparecido la crisis de los
paradigmas y t ambién la t eoría del discurso.
Seguimos a Adelman (1992) para present ar al t ercer grupo denominado los
coyunt uralist as (Adelman, 1992; Doyon, 1978; Horow it z, 1990; James, 1988;
M at sushit a, 1987; Tamarin, 1985; French, 1989; Faust o Boris, 1988). Est e afirma que
en los últ i mos años se ha publicado un conjunt o de t rabajos que cuest ionan los
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enfoques “ desarrollist as” ya sea pert enecient es a la corrient e de la t eoría de la
modernización o a la de los revisionist as radicales y las explicaciones est ruct urales
profundas de los orígenes del populismo. Conscient es de las falacias t eleológicas de los
primeros aut ores, Doyon, James y ot ros señalan las oport unidades y las rest ricciones
para la acción de los t rabajadores en coyunt uras part iculares: a cada moment o los
t rabajadores se enfrent an a un conjunt o de opciones y sólo al moverse de decisión
colect iva en decisión colect iva pueden los hist oriadores reconst ruir los pasos de las
vict orias populist as. Cualquiera sea la forma en que se reconst ruya la secuencia, est os
aut ores afirman que las condiciones del populismo y las formas de las vert icales
alianzas policlasist as no pueden ser ant icipadas ant es de su emergencia; en ot ras
palabras, no pueden ser encont radas en el pasado pre-populist a, como si América
Lat ina se inclinara nat uralment e hacia est e t ipo de fenómeno (Adelman, 1992: 248).
Rechazando la t endencia a est udiar el populismo como un fenómeno pat ológico y
disfuncional que explica y/ o ilust ra el desvío del camino normal de la modernización,
Daniel James (1990) analiza las experiencias populist as desde una perspect iva que
desmenuza las condiciones subjet ivas del movimient o social, la const it ución de los
sujet os, los sent idos que t ienen para los act ores sociales las experiencias vividas. James
subraya la necesidad de ent ender los movimient os populist as desde la ópt ica de los
act ores involucrados como un moment o crucial para la part icipación y act uación social
en el sist ema polít ico, un moment o en que los act ores deciden const ruir sus propias
alt ernat ivas. El aut or sost iene que est o no significa rest ringirse a los aspect os psico-
sociales, t ambién se deben vincular est as experiencias subjet ivas con aspect os
est ruct urales que caract ericen al est ado, la cult ura y la hist oria. Siguiendo a Laclau,
James afirma que en cualquier práct ica polít ica exist e un moment o populist a que se
conviert e en una est rat egia de int erpelación a los act ores sociales y polít icos (y que
puede desembocar en experiencias que apunt en en diferent es direcciones). En ot ras
palabras, exist e un moment o necesario donde se recurre al populismo como
int erpelación para reart icular el sist ema polít ico y equilibrarlo, int egrando a las masas.
Cualquier proyect o ant ihegemónico de t ransformación t ot al, si no t iene su moment o
populist a, est á condenado a ser una experiencia ineficaz sin ninguna influencia en las
masas. John French (1992) afirma que si bien Weffort sost uvo que el concept o más
adecuado para ent ender las relaciones ent re las masas urbanas y los populist as es el
de una alianza t ácit a ent re las dist int as clases sociales, los t rabajos subsiguient es se
han revelado incapaces de moverse más allá de imágenes de dominación corporat iva,
manipulación de elit e o coopt ación insidiosa en sus esfuerzos por explicar el acert ijo
populist a. El aut or post ula que un modelo int eract ivo de clase social provee la clave
para vincular realidades económicas objet ivas con fenómenos polít icos t ales como el
populismo y que, en últ ima inst ancia, la explicación del result ado polít ico en el ABC
brasileño de la posguerra sólo puede encont rarse est udiando la t ransformación radical
de la nat uraleza de t odas las clases sociales generada por el proceso de desarrollo
económico desde comienzos de siglo. Según French, el fenómeno populist a en Brasil
fue modelado por los imperat ivos que se derivaron de la alt eración de las reglas y
normas básicas de la part icipación y compet encia elect oral. Una vez est ablecidas, est as
formas elect orales democrát icas proveyeron el medio ambient e ideal para una amplia
gama de int eracciones ent re t odas las clases y est rat os sociales. Así, la relación ent re
t rabajadores y populist as debe ser concept ualizada en t érminos de “ alianza” , concept o
dinámico que reconoce que cada part e t iene un rol que jugar, por más desigual que
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sea, en la definición de los t érminos del acuerdo. French sost iene que si se juzga al
populismo a la luz de una int erpret ación unilat eral o exclusiva del conflict o de clase, no
se comprenderá la polít ica en t iempos elect orales ni que las luchas ent re las clases
sociales sólo pueden desplegarse a t ravés de una compleja red de alianzas vinculada, a
su vez, con los procesos socio-económicos que cambiaron no sólo a la clase obrera sino
t ambién a las clases medias y a los indust riales y gerent es de fábricas, creando nuevas
posibilidades de alianza para los t rabajadores,
iv. Ot ros aut ores, como Ernest o Laclau y Emilio de Ipola, descart an las int erpret aciones
del populismo que lo vinculan a una det erminada et apa del desarrollo como la
indust rialización o a una base social específica como la clase t rabajadora y lo analizan
desde una perspect iva diferent e. Sit úan la especificidad del populismo en el plano del
discurso ideológico. Para Laclau (1978), la única forma de concebir la presencia de las
clases es afirmando que el caráct er de clase de una ideología est á dado por su forma y
no por su cont enido. La forma de una ideología consist e en el principio art iculat orio de
sus int erpelaciones const it ut ivas, y el caráct er de clase de un discurso ideológico se
revela en lo que llama su principio art iculat orio específico (el nacionalismo, por
ejemplo, puede est ar art iculado a dist int os discursos ideológicos de clase, feudal,
burgués o comunist a). Laclau afirma que los discursos polít icos de las diversas clases
consist en en esfuerzos art iculat orios ant agónicos en los que cada una de ellas se
present a como el aut ént ico represent ant e del “ pueblo” , del “ int erés nacional” , et c.
Una clase es hegemónica no t ant o en cuant o logra imponer una concepción uniforme
del mundo al rest o de la sociedad, sino en t ant o logra art icular diferent es visiones del
mundo en forma t al que el ant agonismo pot encial de las mismas result e
neut ralizado.[11] De forma similar, las ideologías de las clases dominadas consist en en
proyect os art iculat orios que int ent an desarrollar los ant agonismos pot enciales
constitutivos de una formación social det erminada. Las t radiciones populares
const it uyen el conjunt o de int erpelaciones que expresan la cont radicción
pueblo/ bloque de poder como dist int a de una cont radicción de clase; pueblo ent onces
const it uye un polo de una cont radicción específica. Pero lo que t ransforma a un
discurso ideológico en populist a es una peculiar forma de art iculación de las
int erpelaciones popular-democrát icas al mismo. La t esis de Laclau es que el populismo
consist e en la art iculación de las int erpelaciones popular-democrát icas como conjunt o
sint ét ico-ant agónico respect o de la ideología dominant e. El populismo comienza
cuando los element os popular-democrát icos se present an como opción ant agónica
frent e a la ideología del bloque dominant e. Bast a que una clase o fracción de clase
requiera, para asegurar su hegemonía, una t ransformación sust ancial del bloque de
poder para que el populismo sea posible. En est e sent ido, puede exist ir un populismo
de las clases dominant es (por ejemplo si el bloque dominant e est á en cri sis, un sect or
de ella puede hacer un llamamient o direct o a las masas para desarrollar su
ant agonismo frent e al est ado como en el nazismo) y un populismo de las clases
dominadas (en la cont ienda ideológica, la lucha de la clase obrera por su hegemonía
consist e en lograr el máximo posible de fusión ent re ideología popular-democrát ica e
ideología socialist a; por ejemplo, los movimient os de M ao, Tit o, el PC it aliano, et c.).
Laclau se pregunt a: ¿por qué a part ir de 1930 en América Lat ina los discursos
ideológicos de movimient os polít icos de orient ación y base social muy dist int as
debieron recurrir crecient ement e al populismo, es decir, a desarrollar el ant agonismo
pot encial de las int erpelaciones popular-democrát icas? Responde primero que en la
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Argent ina ant erior a la crisis de 1930 la clase hegemónica dent ro del bloque de poder
era la oligarquía t errat enient e, y el principio art iculat orio fundament al de su discurso
ideológico era el liberalismo. A diferencia de Europa, poder parlament ario y
hegemonía t errat enient e se t ransformaron en sinónimos en América Lat ina. Est e
proceso hist órico, sost iene, explica el campo al que la ideología liberal est uvo
art iculada: a) el liberalismo en sus comienzos t uvo poca capacidad de absorber la
ideología democrát ica de las masas: democracia y liberalismo est uvieron enfrent ados;
b) durant e est e período, el liberalismo est aba connot at ivament e art iculado al
desarrollo económico y al progreso mat erial como valores posit ivos; c) la ideología
liberal est uvo art iculada al “ europeísmo” , es decir a una defensa de las formas de vida
y los valores ideológicos europeos como represent at ivos de la " civilización" . Frent e a
ello hubo un rechazo radical de las t radiciones populares nacionales que fueron
consideradas sinónimo de at raso, oscurant ismo y est ancamient o; d) fue una ideología
consecuent ement e ant ipersonalist a recelosa de los caudillos que est ablecieron
cont act o direct o con las masas prescindiendo de las maquinarias polít icas locales de
base client elíst ica. El posit ivismo fue la influencia filosófica que sist emat izó en un t odo
homogéneo est os dist int os element os.
Ant e la crisis mundial y la depresión económica, y la crisis del t ransformismo, la
oligarquía no puede t olerar más las generosas polít icas redist ribut ivas de los gobiernos
radicales y debe cerrar a las clases medias el acceso al poder polít ico; la escisión ent re
liberalismo y democracia llega a ser complet a. Ant e la crisis del discurso ideológico
dominant e, part e de una crisis social más general, result ado de una fract ura en el
bloque de poder o de una crisis del t ransformismo (es decir, una crisis en la capacidad
del sist ema para neut ralizar a los sect ores dominados), el populismo consist irá en
reunir al conjunt o de int erpelaciones que expresaban la oposición al bloque de poder
oligárquico -democracia, indust rialismo, nacionalismo, ant iimperialismo-, condensarlas
en un nuevo sujet o y desarrollar su pot encial ant agonismo enfrent ándolo con el punt o
mismo en el que el discurso oligárquico encont raba su principio de art iculación: el
liberalismo.
Basándose en Gramsci, de Ipola y Port ant iero (1994) part en de la noción de lo
nacional-popular como la const rucción de una volunt ad colect iva nacional y popular,
ligada con una reforma int elect ual y moral. Capt ado en su t ot alidad, est e proceso es el
de la const rucción de hegemonía, definida como una act ividad de t ransformación. El
t erreno donde lo nacional-popular se produce es un campo de lucha cont ra ot ra
opción hegemónica, el ámbit o het erogéneo y cont radict orio de la cult ura, del “ sent ido
común” como efect iva manifest ación de un proceso de const it ución de cada pueblo-
nación.
Respect o de la relación ent re populismo y socialismo, a diferencia de Laclau, post ulan
que ideológica y polít icament e no hay cont inuidad ent re ellos sino rupt ura: la hay en
su est ruct ura int erpelat iva, en la forma en que sus respect ivas t radiciones se acercan al
principio general del fort alecimient o del est ado y en la forma en que ambas conciben
la democracia. M ient ras el populismo const it uye al pueblo como sujet o sobre la base
de premisas organicist as que lo reifican en el est ado y le niegan su despliegue
pluralist a, enalt eciendo la semejanza y la unanimidad sobre la diferencia y el disenso,
el socialismo t iene una concepción pluralist a de la hegemonía.[12] Aunque reconocen
el papel hist óricament e progresist a de algunos populismos y que t odo discurso de los
dirigent es es recibido creat ivament e por el saber popular que funciona como un
21
universo de descifre condicionado por las circunst ancias y las práct icas económicas de
los act ores, los aut ores sost ienen que el component e nacional-est at al jugó siempre un
papel dominant e, es decir que no se puso realment e en t ela de juicio la forma del
poder y con ella la relación de dominación/ subordinación propia del peronismo, la
crít ica que le hacen a Laclau es que al definir el concept o de populismo como un
element o ideológico cuya caract eríst ica const it ut iva sería art icular los símbolos y los
valores popular-democrát icos en t érminos ant agónicos respect o a la forma general de
dominación, éste pierde de vist a la mencionada dimensión proest at al ínsit a
hist óricament e en t oda experiencia populist a conocida.
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de sus cont rincant es; al exist ir un solo movimient o y no part es, el movimient ismo se
vuelve ant it ét ico al pluralismo democrát ico. El aut or sost iene que est a lógica, que se
desplegó como el modo predominant e de art iculación ent re Est ado y sociedad civil en
la larga duración, explica mejor que nuevas denominaciones como neopopulismo o
democracia delegat iva, los rasgos de las nuevas democracias lat inoamericanas.
Su hipót esis cent ral es que en la mayoría de los países lat inoamericanos la lógica
movimient ist a de la art iculación polít ica ha impedido la diferenciación est ruct ural
ent re el est ado, el sist ema polít ico y la sociedad civil y t ambién ha det erminado, en
gran part e, su nat uraleza peculiar. El Est ado se ha ident ificado con la conducción del
movimient o en el poder o con las fuerzas ant i -movimient o que lo derrot aron, y el
sist ema polít ico nunca ha avanzado más allá de una et apa embriónica a raíz de la
lógica hegemónica del modo movimient ist a de hacer polít ica. Como consecuencia, la
sociedad civil ha permanecido horizont alment e débil y ha sido incorporada
vert icalment e en forma segment ada. El aut or afirma que la lógica movimient ist a
polít ica de expresión, agregación, art iculación y lucha de ident idades e int ereses ha
llevado ya sea a la fusión (Garret ón, 1983, Touraine, 1993) ent re Est ado, sist ema
polít ico y segment os de la sociedad civil en una t endencia algo t ot alit aria (lo que
Germani llamó ‘regímenes nacional-populares') desnat uralizando al Est ado, sist ema
polít ico y sociedad civil, ya sea a la represión del sist ema polít ico y a la desart iculación
de est ado y sociedad civil. Ést as son las condiciones est ruct urales que no sólo
bloquearon la inst it ucionalización de t odo régimen desde la crisis oligárquica sino que
t ambién dificult aron cada int ent o nuevo de inst it ucionalización debido a la progresiva
expansión de la arena polít ica y la proliferación de rivales por el poder, cada uno de los
cuales seguía la misma lógica movimient ist a.
Otra forma de enfocar los fenómenos recient es que algunos han llamado
“ neopopulismo” es la de Lazart e (1992), quien, analizando el caso boliviano, sost iene
que el surgimient o rápido de nuevos liderazgos con fuert e apoyo social (sobre t odo en
el sect or informal), es a la vez, result ado de las fallas de los part idos en t ant o
est ruct uras de mediación y de las reorient aciones de la población. Como no se t rat a
únicament e de los movimient os, sino de una forma de hacer polít ica, en lugar de usar
el t érmino “ neopopulismo” , preferirá referirse al conjunt o en t érminos de
“ informalización de la polít ica” , ent endiendo como t al el proceso que se desarrolla al
margen y en cont ra de la polít ica t radicional pero t ambién de la inst it ucionalidad
democrát ica, con la cual mant iene vincul aciones ambiguas. En la t radicional
desconfianza de la población a t oda forma de represent ación indirect a, sost iene que
han jugado t ant o t radiciones cult urales como experiencias polít icas pasadas y
present es expropiat orias de la volunt ad colect iva.
Según est e aut or, una de las vías de legit imación del sist ema polít ico democrát ico es la
acción de sus act ores cent rales, los part idos polít icos, que deben producir legit imidad
del sist ema y de ellos mismos ant e la sociedad. Est a producción de legit imidad
depende a su vez de que los part idos cumplan su función de mediación ent re la
sociedad civil y el sist ema polít ico, función imprescindible, t ant o o más que el
mecanismo elect oral o la universalización ciudadana que define la t it ularidad del
poder. El problema principal de los part idos en un país en el que la fuent e de
legit imidad elect oral con frecuencia ha sido subsidiaria a ot ras (como por ejemplo, la
legit imidad que emanaba de la revolución de 1952), el problema que los inhabilit a para
realizar adecuadament e est a función cent ral reside en que no pueden abandonar la
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pura lógica del poder con la que siempre funcionaron; es decir, que se han dejado
ganar por el juego int erior al sist ema polít ico y han dejado de represent ar. Ent onces, la
sociedad queda a la deriva sin cont ención part idaria y surgen líderes de nuevo cuño
que t ienden a recoger las demandas y expect at ivas de la población, desoídas por los
part idos. Lazart e argument a que, en t odo caso, se comprenderá mal a est os
movimient os si sólo se t iende a descant earlos y no se explica su surgimient o como una
respuest a funcional a det erminadas demandas sociales no cubiert as; ent re ellas las
que provienen de las fallas en el sist ema de represent ación y las de servicio y de
bienest ar para una población afect ada profundament e por la crisis. Los aut ores
ant eriores llaman la at ención a los problemas relacionados con el debilit amient o de los
órdenes int ermedios, la lógica ant i -inst it ucional, y los problemas de la función
mediadora de los part idos. A est os t emas, Robert s agrega ot ro element o. Est e aut or
post ula que a pesar de que previos t rabajos han sost enido que populismo y
neoliberalismo son ant it ét icos porque el populismo se asocia con polít icas est at ist as y
redist ribut ivas y con el derroche fiscal, neoliberalismo y popul ismo t ienen
sorprendent es simet rías y afinidades. A t ravés de la present ación del caso peruano,
afirma que la emergencia de nuevas formas de populismo puede complement ar y
reforzar al neoliberalismo en ciert os cont ext os aunque adopt e una forma diferent e del
populismo clásico de Perón, Vargas y Haya de la Torre. Est a nueva variant e liberal del
populismo (en oposición a una forma est at ist a) est á asociada a la desint egración de las
formas inst it ucionalizadas de represent ación polít ica, que ocurre con frecuencia
durant e períodos de t rast ornos sociales y económicos. Robert s post ula que en lugar de
represent ar el eclipse del populismo, el neoliberalismo podría ser un component e
necesario de su t ransformación, a medida que el populismo se adapt a a las est ruct uras
cambiant es de rest ricciones y oport unidades. Para est e aut or, el populismo, que debe
desvincularse de cualquier fase o modelo de desarrollo socioeconómico, es un rasgo
recurrent e de la polít ica en América Lat ina at ribuible a la fragilidad de la organización
polít ica aut ónoma ent re los sect ores populares y la debilidad de las inst it uciones
int ermedias que art iculan y canalizan las demandas sociales dent ro de la arena
polít ica. El nexo t eórico ent re el populismo y el neoliberalismo t iene su fundament o,
afirma, en la t endencia recíproca a explot ar –y exacerbar– la desinst it ucionalización de
la represent ación polít ica. En últ ima inst ancia los dos fenómenos se refuerzan
mut uament e.
24
cat egorías más amplias, y aquellos que t ienden a det ect ar las diferencias, los
cont rast es, los at ribut os singulares ent re fenómenos aparent ement e similares
(Roxborough, 1981: 82). Ést e es un dilema int rínseco al conocimient o organizado (y,
además, de t ípica aparición en ámbit os académicos donde t rabajan junt os
hist oriadores y sociólogos). Uno de los peligros que acechan a los split t ers es at omizar
los procesos hist óricos, volviéndolos fragment ados y cont ingent es, impidiendo la
capt ación de su sent ido y dirección más amplios. Por ot ro lado, el peligro que acecha a
los lumpers es la posibilidad de dist orsionar la información empírica para forzarla a
encajar en las cat egorías de su análisis concept ual.[13]
Podemos ilust rar est as diferencias de perspect iva epist emológica con el debat e ent re
aquellos que sost ienen que el concept o " populismo" como t ipo ideal no sirve para
pensar ciert os fenómenos y procesos hist óricos de América Lat ina y aquellos que
consideran que es posible, aun recomendable, conformar un modelo t eórico general y
cont rast arlo con los casos concret os. Veamos algunos ejemplos. lan Roxt aorough,[14]
por ejemplo, sost iene una posición cont raria al uso del concept o " populismo" . Se basa
en la no adecuación de la definición con la realidad económica, social y polít ica que el
concept o pret ende ordenar y explicar. Al mismo t iempo, el aut or t iende a most rarse
cont rario a la const rucción de modelos o t ipos ideales ant e el riesgo de simplificación
de la realidad y de reificación de los pat rones y dicot omías que con frecuencia implican
(como en el caso de los debat es sobre el populismo, de la reificación de la supuest a
dicot omía de la economía en un polo marginal y un sect or manufact urero dinámico y
del “ pat rón modal” [15]). Sost iene que en lugar de const ruir rápidament e t ipos ideales
o modelos t eóricos, sería de mayor ut ilidad proceder con mayor precaución vía
int ent os de definir variables aisladas. Ent onces quedaría abiert a la cuest ión de cómo
las variabl es se combinan en la realidad para formar modelos concret os. Los cient íficos
sociales se han movido demasiado direct ament e desde la realidad empírica a los
const ruct os t eóricos y, por lo t ant o, est os t ipos ideales deben ser deconst ruidos y las
variables const it uyent es t rat adas en forma separada mient ras se acumula un mayor
conocimient o empírico sobre dist int os aspect os del fenómeno. Concluye que lo que
emerge es la necesidad de un enfoque mult idimensional del t ema.
Respect o del t érmino “ populismo” , Roxboro ugh va a sost ener que en la definición que
denomina “ clásica” [16] es import ant e la noción de que el apoyo de las masas a los
movimient os populist as no est á est ruct urado principalment e en t orno a líneas de
clase, a diferencia de la supuest a nat uraleza clasi st a de la polít ica en las sociedades
indust riales avanzadas de Europa occident al. En ot ras palabras, el apoyo a los líderes
populist as no se plasma en una alianza mult i -clasist a con sindicat os independient es
que prest an el apoyo de una clase t rabajadora organizada en forma aut ónoma a una
figura bonapart ist a, sino más bien consist e en un movimient o de masas amorfo o en
una coalición con vínculos direct os ent re los individuos y su líder carismát ico; análisis,
por otro lado –sost iene el aut or–, que surge de ciert a int erpret ación del concept o de
“ carisma” de Weber y la t eoría de la sociedad de masas de Durkheim.
Para que est a definición t enga alguna ut ilidad, se debería demost rar que est amos
analizando sit uaciones donde las clases o est rat os subordinados son incorporados a la
coalición populist a en forma het erónoma. Si ést e no es el caso, argument a
Roxborough, ent onces lo que exist e son alianzas de clase más que “ populismo” . La
evidencia disponible sugiere que t ant o Perón como Cárdenas fueron apoyados por
inst ituciones aut ónomas de la clase obrera, es decir, sindicat os relat ivament e
25
independient es (Argent ina, M éxico y Brasil son los casos sobre los cuales se basan los
aut ores que él crit ica para const ruir el concept o, de allí que t oma esos casos para
refut arlos). Por lo t ant o, est os movimient os pueden ser analizados en t érminos de
alianzas más o menos explícit as y deliberadas ent re la clase t rabajadora e individuos
que det ent an el poder en el Est ado. Para explicar est o sost iene que no sería necesaria
ninguna referencia al concept o de populismo, pues no agregaría nada al análisis. Es
sólo en un moment o post erior que los sindicat os pierden aut onomía y la clase obrera
se subordina al Est ado. Desde una perspect iva empírica ni el primer peronismo ni el
gobierno cíe Cárdenas se adecuan a la definición clásica de populismo en la que las
nociones de clase movilizable y clase t rabajadora het erónoma son cruciales. Vargas
t ampoco sería populist a, según Roxt aorough, porque no apelaba al pueblo y porque
fue un régimen conservado r, aut orit ario y desmovilizant e. Fue sólo después de 1945,
con el advenimient o de la polít ica elect oral, que Vargas apeló en forma más sost enida
al pueblo. Por lo t ant o, afirma que la pregunt a clave es: " ¿Cuánt a falt a de nit idez
respect o de los límit es de un paradigma es suficient e para just ificar su abandono?"
(Roxborough, 1981: 82).[17]
M argaret Canovan t ambién pert enece a est a línea en la medida en que afirma que no
se pueden reducir t odos los casos de populismo a una simple definición ni encont rar
una sola esencia det rás de t odos los usos est ablecidos del t érmino. Sost iene que el
gran número de diferent es enfoques t ermina most rando que se usa el t érmino para
describir t ant as cosas que uno hast a puede pregunt arse si t iene algún significado. De
t odas formas, a diferencia de Roxborough, quien cuest iona la exist encia de la cat egoría
m ism a, ella cree que vale la pena t rat ar de ordenar est e fenómeno t an múlt iple y
confuso en un pat rón medianament e coherent e. En su opinión, los académicos han
abordado al populismo desde dos ángulos diferent es y muchas de las confusiones y
cont radicciones cíe la lit erat ura sobre el t ema se originan en el choque ent re est as
dist int as perspect ivas. Sost iene que se pueden encont rar dos familias de populismos
en la lit erat ura: un populismo agrario que enfat iza el caráct er rural y enfoca de forma
sociológica sus raíces y su relevancia; en general, se dice que el populismo t iene una
base socioeconómica part icular - campesinos o farmers– proclive a sublevarse en
circunst ancias socioeconómicas part iculares, especialment e en períodos de
modernización. Por ot ro lado, cuando el t érmino se aplica a mecanismos de
democracia direct a, a la movilización de las pasiones de las masas, a la idealización del
hombre común o a los int ent os de los polít icos de sost ener precarias coaliciones en el
nombre del “ pueblo” , se est á pensando en un fenómeno polít ico en el cual las
t ensiones ent re elit e y bases ocupan un lugar fundament al (Canovan, 1981: 7-9).
Desde una perspect iva diferent e, De la Torre (1992) crit ica a las que se proponen
eliminar el populismo de la t erminología de las ciencias sociales, y sost iene que más
allá de los malos usos y abusos del t érmino vale la pena preservarlo y redefinirlo. Los
fenómenos que han sido designados como populist as t ienen en común ciert as
caract eríst icas que pueden ser ident ificadas y comparadas a t ravés del uso de est e
concept o. Cit ando a Laclau afirma que el populismo ha exist ido como experiencia
concret a de vida de grandes sect ores de personas que han definido y definen sus
ident idades colect ivas a t ravés de su part icipación populist a. Finalment e, sostiene que
los aut ores que descart an el concept o de populismo a favor de cat egorías objet ivist as
para analizar la realidad social no pueden t omar en cuent a gran part e de la experiencia
populist a t al como la formación de ident idad, los rit uales, los mit os, y los significados
26
ambiguos del populismo para los act ores que se vieron involucrados en est os procesos.
Para est e aut or, el desafío cent ral del est udio del populismo radica en explicar el poder
de convocat oria de los líderes para sus seguidores, sin reducir el comport amient o de
est os últ imos ya sea a manipulación o a la acción irracional o anómica y t ampoco aun
racionalismo ut ilit ario que supuest ament e t odo lo explica. Valoriza sobre t odo el
enfoque de Daniel James, quien, mient ras reconoce el poder explicativo de los
enfoques que enfat izan la racionalidad inst rument al de los t rabajadores, cuest iona la
validez de la visión economicist a de la hist oria común a t ales perspect ivas.[18]
Por ot ro lado, Aníbal Viguera (1993) sost iene que si lo que se busca con el t érmino
“ populismo” es un concept o que dé cuent a efect ivament e de element os generales de
la realidad de América Lat ina en un det erminado período, es evident e que el de
populismo no sirve en ninguna de sus formulaciones vigent es. Ninguna de las
int erpret aciones define algo que se encuent ra en forma paradigmát ica y generalizable
en t odos los países lat inoamericanos. Al designar un t ipo de movimient o o de gobierno
se apunt a a algo demasiado concret o para ser generalizable: las diferencias siempre
serán más import ant es a rescat ar que las similit udes. Ot ro problema es que si el
concept o es t an amplio que engloba a t odas las t ransformaciones económicas, sociales
y polít icas relat ivas a un período o si loma algún element o t an formal como un t ipo de
ideología, pierde ut ilidad porque su alcance es infinit o. Así, el aut or afirma que la
forma de recuperar al concept o populismo no será generalizando hechos que
empíricament e resist en su homogeneización sino como “ t ipo ideal” que, a la manera
weberiana, no pret ende reflejar la realidad sino abst raer de ella ciert os element os
para conformar un modelo t eórico, cuyo fin es cont rast arlo con los casos concret os
para explicar sus caract eríst icas hist óricas específicas. El t ipo ideal debe permit ir
iluminar la realidad como un prisma y observar por cont rast e ciert os element os
present es o no en ella. Su just ificación no est aría dada por su grado de generalidad en
América Lat ina sino porque permit iría medir en cada caso la presencia o ausencia de
element os que aparecen de manera recurrent e pero no necesaria en los dist int os
países.
O'Donnell (1972: 110-111) menciona ot ro problema vinculado con la const rucción de
concept os: cómo relacionar los rasgos cent rales, generales de det erminado fenómeno
con sus manifest aciones más part iculares, delimit adas en el t iempo y espacio de las
unidades de análisis (generalment e casos nacionales). El aut or sost iene que habría dos
niveles de análisis: primero, uno que est ablece t ipos generales dist int os en el cual
predomina el peso de las regularidades o similit udes (por ejemplo, los fact ores que
llevan a la implant ación de regímenes burocrát icos aut orit arios en Argent ina y Brasil).
Un segundo nivel de análisis, en cambio, requeriría una mayor especificidad de dat os y
análisis y permit iría ubicar mejor las diferencias específicament e observables en el
desempeño y grado de consolidación de las unidades (por ejemplo, ident ificar las
diferencias ent re Argent ina y Brasil que pert enecen a un t ipo común de alt a
modernización sudamericana). El aut or adviert e que si no se t iene en cuent a el
problema t eórico de decidir en qué nivel de generalidad es út il manejarse para t rat ar
de indagar y est ablecer diferencias y similit udes ent re las unidades, es fácil caer en un
riesgo inverso al de la simplificación formalist a en que caen presuposiciones del t ipo de
la equivalencia de procesos causales: t erminar haciendo un largo invent ario de las
especificidades ident ificables en cada unidad, sin ningún crit erio que guíe para
est ablecer la relevancia t eórica cíe esos hallazgos ni para la comparación ent re las
27
unidades. En ot ras palabras, el rechazo del formalismo simplificant e puede llevar a un
craso empirismo en el cual cada caso t ermina siendo un t ipo, en el que los crit erios
para definir cada caso-t ipo dejan de ser homogéneos y donde, por lo t ant o, el análisis
se resuelve en un mar de dat os carent es de guías para su int erpret ación t eórica y para
la t area comparat iva ent re las unidades est udiadas. Por el cont rario, el uso de crit erios
en un nivel escogido (con inevit able arbit rariedad, es ciert o) de generalidad permit e la
inclusión de varios casos dent ro del mismo t ipo general.
Volviendo, ent onces, a la pregunt a cent ral en t omo al alcance y la aplicación del
concept o populismo, uno podría pensar en principio que aquellos que t ienden hacia
los lumpers est arían de acuerdo con la const rucción de t ipas ideales o, en t érminos de
Theda Skcopol (1994: 172), con la búsqueda de configuraciones o regularidades
causales que den cuent a de ciert os procesos hist óricos import ant es, est rat egia que,
según la aut ora, evit a los ext remos de la part icularización versus la universalización
que limit an la ut ilidad y el at ract ivo de ot ros abordajes. Es decir, est e grupo podría
est ar de acuerdo con la necesidad de const ruir concept os que t engan una aplicación
relat ivament e amplia en el t iempo y el espacio. Por ot ro lado, aquellos cuyos enfoques
se acercan en mayor medida al de los split t ers, que valoran y realzan el valor de los
cont rast es, de los at ribut os singulares, y defienden la necesidad de la deconst rucción
de los concept os y la profundización de las invest igaciones empíricas ant e el peligro de
simplificación de la realidad y de reificación de los pat rones y dicot omías, t enderán a
argument ar a favor del populismo como fenómeno hist órico, espacial y
tempo ralment e delimit ado.
Ahora bien, hast a aquí hemos plant eado algunos problemas epist emológicos
vinculados con la const rucción cíe concept os: la forma cíe relacionar t eoría y empina,
las bondades y desvent ajas de la elaboración de t ipos ideales, las diferencias y
similit udes en la información empírica en relación con el nivel de generalidad o
diferenciación. Lo que se busca es navegar el difícil camino ent re el peligro de caer en
la 'simplificación formalist a' que cree en la equivalencia de los procesos causales o de
adopt ar un enfoque esencialist a que afirme la exist encia de un principio o una
t radición común que subyace a las hist orias de t odas las repúblicas cíe América lat ina
(dist int as formas de comet er un mismo pecado) y, por ot ro lado, el peligro de un 'craso
empirismo' que nos pierda en el 'invent ario de las especificidades ident ificables en
cada unidad', que reduce la hist oria a pura cont ingencia, sin ningún crit erio que nos
sirva de guía para est ablecer la relevancia t eórica de esos hallazgos ni para la
comparación ent re las unidades.
28
falt a de conciencia de clase y de aut onomía polít ica de los sect ores t rabajadores,
rasgos que present arían en abiert o cont rast e con los países de referencia, at ribuidos
generalment e a la falt a de conciencia de una clase t rabajadora masificada, en est ado
de disponiblidad polít ica, muy dist ant e de la nít ida conciencia de clase y los lazos de
solidaridad int erna que habrían tenido ¡os t rabajadores europeos del siglo XTX.
De los análisis del populismo clásico emergen sociedades de masa, precariament e
cohesionadas, que sobreviven gracias a frágiles e inest ables equilibrios, meros
regímenes de sust it ución para sobrevivir la crisis; de los t rabajos sobre
“ neopopulismo” emergen sociedades anómicas a la merced de gobiernos aut orit arios
e inst it uciones, social y polít icament e fragment adas a la deriva, sin capacidad de
represent arse polít icament e.
A diferencia de est os enfoques, nos int eresa pensar el fenómeno populist a, esa franja
de experiencia polít ica y social t an recurrent ement e ment ada en América Lat ina, en
primer lugar, de manera afirmat iva, ident ificando y dest acando lo que hay y no lo que
no hay. En segundo lugar, a diferencia de algunos aut ores que hacen hincapié en una
sola dimensión, reduciendo un fenómeno rico y complejo a un único element o aislado,
queremos pensar en la dirección de una art iculación de rasgos[19]. Si se quiere ut ilizar
el t érmino “ populismo” y el de " neopopulismo" (aunque la exist encia de
“ neopopulismo” es part e del debat e) para abarcar a los dos moment os hist óricos, es
necesario, en t odo caso, proceder como los lumpers y proponer una “ unidad analít ica
mínima” que t rascienda los dist int os períodos hist óricos y los diversos espacios
nacionales y sust ent e el concept o “ populismo” . Los at ribut os que podrían conformar
est a unidad analít ica mínima son los siguient es: a) la crisis como condición de
emergencia; b) la experiencia de part icipación como sust ent o de la movilización
popular; y, c) el caráct er ambiguo de los movimient os populist as.
a) Desde el plano de las condiciones de emergencia se puede señalar, primero, una
sit uación de crisis y de cambio. Cada vez que aparece el t érmino ‘populismo' (incluso
en los primeros lejanos casos de Rusia y Est ados Unidos) en t rabajos académicos o en
la prensa, América Lat ina t ransit a una coyunt ura de crisis y cambio est ruct ural
profundo: ya sea la que derivó de la confluencia de la crisis del Est ado oligárquico y la
crisis económica int ernacional de 1929, en la que cambiaba no sólo la relación ent re el
Est ado y el pat rón de acumulación sino t ambién la relación ent re Est ado y masas; ya
sea la emergencia económica result ant e de la crisis de la deuda ext erna de los ochent a
que ha conducido a un nuevo “ pat rón de desarrollo” orient ado por las reformas
neoliberales. Las coyunt uras de crisis, los moment os de rupt uras y grandes
t ransformaciones parecen ser campo propicio para los populismos, cuando t odo salt a
por los aires, cuando se despliegan sit uaciones vert iginosas de gran fluidez polít ica y
social con inest abilidad, cambio, problemas de incorporación, et c., aparecen los
grandes art iculadores int egrando a las masas, int roduciendo cambios que reart iculan
el sist ema polít ico y el funcionamient o del Est ado, disminuyendo las zonas de
incert idumbre colect ivas provocadas por las coyunt uras de cambio a t ravés de su est ilo
personalizado y plebiscit ario de gest ión del poder polít ico.
b) Un segundo rasgo fundament al, que se refiere a la nat uraleza del populismo, es la
valoración de la dimensión part icipat iva, sust ant iva de la democracia, por sobre la
dimensión represent at iva o “ liberal” . Se t rat a de una idea que t ambién se puede
conjugar con el coment ario de Germani (1977: 33) de que la originalidad de los
regímenes nacional-populares reside en la nat uraleza de la part icipación: no se
29
produce a t ravés de los mecanismos de la democracia represent at iva, sino que
“ ent raña el ejercicio de ciert o grado de libert ad efect iva, complet ament e desconocida
e imposible en la sit uación ant erior” ; ent raña no sólo un element o de espont aneidad
sino un grado inmediat o de experiencia personal, son “ formas inmediat as de
part icipación” , con consecuencias concret as en la vida personal de los individuos. Los
populismos son experiencias que t ienen que ver con una idea de part icipación, de
democracia direct a y con un énfasis en el het erogéneo conjunt o de sect ores sociales,
en la unidad del pueblo como valor últ imo; pero, aunque son ant i -liberales, no son
anti-democrát icos.
Aunque en general los aut ores acuerdan sobre la exist encia de la part icipación como
caract eríst ica cent ral de los populismos, surgen profundas divergencias a la hora de su
caract erización. Para muchos es una dimensión crít ica porque se desenvuelve a
espaldas de las mediaciones inst it ucionales y est á asociada a una part icipación
het erónoma. Est a visión crít ica es una visión que define la inst it ucionalización en
t érminos de la democracia liberal, y es una definición, uno podría decir, rest ringida
porque no da cabida a ot ras formas de part icipación inst it ucional.
Con frecuencia los analist as del populismo parecen imponer est ándares de liderazgo,
part icipación de masas, coherencia de clase, consist encia ideológica y cumplimient o
programát ico excesivament e alt os a los movimient os populist as de América Lat ina
(Drake, 1982: 197). En est e sent ido, parece necesario, en t odo caso, revisar con
cuidado los dos moment os hist óricos y decidir la forma en que se va a caract erizar al
populismo clásico en est e sent ido, definir lo que significa el t érmino
" inst it ucionalización" y t ambién hacer claros los pat rones hist óricos cont ra los cuales
es medido en cada caso. Hast a Zermeño (1989: 137), hablando de “ neopopulismo” ,
afirma que sería mejor hablar de una relación líder- masas, o popular nacional, que de
populismo, pues en muchos ejemplos de América del Sur, el populismo significó el
fort alecimient o de los órdenes int ermedios de represent ación (a t ravés de part idos y
sindicat os). Robert s (1995: 115) t ambién señala que los populist as clásicos
const ruyeron part idos y organizaciones sindicales para complement ar su capacidad de
convocat oria personal e incorporar a sus seguidores en el sist ema polít ico, algo que la
nueva generación de populist as liberales parece poco dispuest a a hacer.
c) Ot ra caract eríst ica que permanece (y ya hemos señalado) es la ambigüedad hist órica
inherent e del populismo o de los populismos. Como hemos señalado, el populismo
clásico aparece en el escenario con la revolución mexicana y la revolución rusa como
t elón de fondo; en la mirada de algunas elit es est á la conciencia del peligro y la
int ención de avent arlo en lo posible: sofocar el genio popular que, librado a sus
designios, podría hacer est allar el orden burgués. El populismo puede ser pensado
desde la int ención cíe sus promot ores como una operación de coopt ación en gran
escala que deviene en element o conflict ual del orden que quiere preservar. Pero una
visión purament e normat iva de est e t ipo capt a solament e los element os de
coopt ación, de manipulación, de at ronamient o de una posibilidad de aut onomía. Si
uno abandona est e t ipo de perspect iva, se adviert e que los populismos en la realidad
cont ienen un component e de cambio, un element o revulsivo que supera a los
procesos que los líderes populist as han cont ribuido a poner en marcha.
M uchas elit es promot oras son out siders del escenario polít ico. En la plaza pública a
veces no se sabe bien quién dirige la palabra, la figura en el balcón o la mult it ud en la
plaza. Junt o con el component e de dominación, coopt ación y manipulación (donde hay
30
fenómenos más represivos y más incorporadores) encont ramos el movimient o de una
experiencia part icipat iva, liberadora, una experiencia de revulsión y de conflict ualidad.
Una forma de expresar est a ambigüedad es la de Weffort (1968b: 56- 64) quien afirma
que el populismo fue un “ modo det erminado y concret o de manipulación de las clases
populares que no part iciparon en forma aut ónoma pero fue t ambién un modo de
expresión de sus insat isfacciones; una est ruct ura de poder para los grupos dominant es
pero t ambién una forma de expresión polít ica de la irrupción popular en el proceso de
desarrollo indust rial y urbano; un mecanismo de ejercicio de dominio pero t ambién
una manera a t ravés de la cual ese dominio se encont raba pot encialment e
amenazado” . Ot ra manera de expresar est a ambigüedad es la de James (1990: 346),
que señala la exist encia de lo que llama “ la paradójica conciencia de la clase obrera” . El
aut or afirma que “ la lealt ad a un movimient o cuya ideología formal predicaba la virt ud
de la armonía de clases, la necesidad de subordinar los int ereses de los t rabajadores a
los de la nación, y la import ancia de obedecer con disciplina a un Est ado pat ernalist a,
no eliminaron la posibilidad de resist encia de la clase obrera ni del surgimi ent o de una
fuert e cult ura de oposición ent re los t rabajadores” . James señala el doble caráct er de
la conciencia obrera: junt o con la posibilidad de subordinación de los int ereses de clase
a los de la nación y a un est ado pat ernalist a, exist e t ambién la posibilidad de que se
desarrolle conciencia de clase y el caráct er herét ico y plebeyo que t uvo –en est e caso–
el peronismo.
Ahora bien, ést os son algunos rasgos que conformarían esa “ unidad analít ica mínima”
que abarcaría al populismo a t ravés de la hist ori a. Sin embargo, exist en t ambién
import ant es diferencias ent re ambos períodos y ent re los casos nacionales en cada
uno de esos períodos. Cada país t iene mat ices específicos, result ado de una t rayect oria
part icular, de una conformación social diferent e y de t radiciones polít icas propias.
Procediendo ahora, como los split t ers , señalemos algunas de las diferencias que
podríamos organizar en t orno de los siguient es ejes:
a) la base social: ¿quiénes son los sujet os sociales que part icipan de la experiencia
populist a clásica? Uno de los problemas del análisis del populismo, relacionado con el
caráct er social het erogéneo de las coaliciones, es la caract erización de los grupos o
clases sociales y la relación ent re ellos: cómo se vinculan burguesías, t rabajadores
indust riales urbanos, clases medias urbanas y/ o rurales, campesinos y t errat enient es,
según el caso.
Sí se desagrega el est udio del populismo clásico en t érminos de act ores, podríamos
afirmar que exist e más coincidencia ent re el varguismo y el peronismo que con el
cardenismo o la revolución boliviana de 1952 (aunque no t odos est án de acuerdo en
que Bolivia sea un caso populist a). En los dos primeros casos la burguesía local (como
la llama O'Donnell) y el prolet ariado indust rial aparecen como act ores imprescindibles
del populismo lat inoamericano. En el M éxico cardenist a, sin embargo, aparecen unos
prot agonist as nuevos: los campesinos, que ampliaron las bases sociales de la
revolución. En el caso boliviano podríamos pregunt ar: ¿quiénes forman part e de la
alianza o la base social que sust ent a al M NR (M ovimient o Nacionalist a Revolucionario)
en 1952? ¿Incluye o excluye a los campesinos? Por ot ro lado, ¿qué papel juegan las
clases medias en los dist int os casos nacionales? En la discusión de los casos se deberá
prestar at ención, ent onces, a la presencia o ausencia de las dist int as clases (por
ejemplo, es difícil hablar sobre t rabajadores indust riales en el Ecuador de la década del
'40), el papel que juegan en las alianzas o coaliciones y cómo se art iculan en cada país.
31
Por últ imo, ot ro punt o que debe t enerse en cuent a es que en América Lat ina se
superponen relaciones de clase y relaciones ét nicas e int erét nicas.
En general, la lit erat ura recient e sost iene que el populismo clásico se basó sobre t odo
en la clase t rabajadora urbana en ascenso y en los “ sect ores populares” , mient ras que
en los t iempos del “ neopopulismo” , el apoyo principal proviene de los sect ores
urbanos informales y los pobres rurales. Se sost iene que los t rabajadores
const it uyeron una base más est able, menos volát il que los segundos, t enían más
capacidad organizat iva, aut onomía relat iva y, por lo t ant o, una mayor capacidad de
presión y de cont rol sobre la acción del Est ado, y menor suscept ibilidad frent e a las
promesas de líderes populist as. Además, como los sect ores informales no t ienen
vehículos de represent ación est ables, la acción colect iva se at omiza y/ o se t ransforma
en una combinación caót ica de element os que en los hechos delega su unidad en el
Est ado, generando la independización de los aparat os y las dirigencias (Zermeño, 1989;
Robert s, 1995; Weyland, 1996; Garrieron, 1991; Arce, 1996).
b) Incoporación-exclusión: est a díada t an import ant e cíe la t radición polít ica
lat inoamericana parece ser el indicador más claro de las diferencias ent re los dos
períodos populist as. En est a int roducción sost enemos que la dimensión fundament al
del populismo clásico es la capacidad de incorporación no solament e en el nivel social
(a t ravés de la legislación, de los derechos sociales) sino t ambién en el nivel polít i co (a
t ravés de la inst it ucionalización de la part icipación polít ica por part e de Est ado) y en el
plano simbólico (a t ravés de la noción de pueblo y el nacionalismo) de una amplia
franja de sect ores sociales excluidos en los regímenes ant eriores. De t odas maneras,
est a incorporación debería ser referida a cada caso nacional y examinada en mayor
profundidad no sólo respect o de los sect ores sociales incluidos sino t ambién respect o
al caráct er de la incorporación efect uada.
También sost enemos que la coyunt ura clásica por excelencia se ext iende en las
décadas de 1940 y 1950 (salvo en M éxico que se produce en la década del t reint a),
pues es ent onces cuando se produce el pasaje de los part idos y la polít ica de not ables
a los part idos y la polít ica de masas. Es decir, cuando la polít ica orient ada por la
dinámica elect oral se t ransforma por primera vez en la hist oria de América Lat ina en
un fenómeno de masas. El advenimient o de est a democracia elect oral, con la
inauguración de nuevos est ilos polít ico-elect orales, no incorporó a t odos los sect ores
(hay variaciones según los casos nacionales, a veces no se incorpora a los analfabet os,
a los sect ores rurales y a las mujeres), pero implicó el reconocimient o del derecho al
sufragio de las masas en las zonas urbanas y un grado considerable de part icipación
popular, ampliando la ciudadanía social y polít ica. Est a medida, t raducida a la vida
cot idiana de las masas, t iene una import ancia no desdeñable porque implicó que las
conduct as de candidat os y aut oridades est aban más suj et as a los imperat ivos polít icos
de las elecciones, lo cual significó que las masas previament e excluidas pasaron a
gravit ar –aunque a veces en forma indirect a– sobre las condiciones del equilibrio del
poder.[20]
Frent e a la lógica incorporadora universal del populismo clásico, el “ neopopulismo” , en
cambio, llevaría adelant e una incorporación select iva que fragment a a los sect ores
subalt ernos. Gran part e de la int egración durant e el primer período se realizó a t ravés
de la incorporación amplia a sindicat os y part idos y a t ravés de la sanción de legislación
social (legislación laboral, creación de sist emas de salud, vacaciones, jubilación,
aument o del salario real, et c.); el “ neopopulismo” , en cambio, incorporaría a t ravés de
32
programas económicos focalizados en det erminados sect ores de la población,
erosionando los mecanismos inst it ucionales e int egrando en forma fragment ada.
Además se sost iene que acciona en cont ra de los sect ores organizados de la sociedad
civil (t rabajadores, clases medias, empresarios, y –en ot ro nivel– las “ clases polít icas” ),
que pierden peso social, se desart iculan y se conviert en en las víct imas de las nuevas
medidas reordenadoras del mercado.
Por últ imo, señalemos que el objet ivo de est a sección ha sido –luego de ordenado el
panorama de la lit erat ura ident ificando algunos ejes de análisis– plant ear algunos
problemas epist emológicos de la const rucción del concept o para su discusión y
debat e. Aparent ement e, a diferencia del cuent o popular, la búsqueda del príncipe no
ha t erminado aún, y probablement e pase mucho t iempo ant es de que encuent re a su
Cenicient a. […]
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[* ] M aría M oira M ackinnon y M ario Albert o Pet rone, " Los complejos de la Cenicient a" ,
en Populismo y neopopulismo en América Lat ina: el problema de la Cenicient a,
Eudeba, Buenos Aires, 1998. Queremos agradecer a Pat ricia Funes y a Waldo Ansaldi
(Profesora Adjunt a y Profesor Tit ular de Hist oria Social Lat inoamericana, mat eria de la
cual somos docent es), y a Juan Carlos Torre (Direct or del Cent ro de Invest igaciones
Sociales del Inst it ut o Di Telia) por sus coment arios sobre las primeras versiones de est e
t rabajo, y t ambién liberarlos de la responsabilidad de nuest ras obst inaciones. También
agradecemos a Carlos Vilas y a nuest ros compañeros del curso que dict ó (" El
Populismo Lat inoamericano en Perspect iva Comparada" ), con quienes debat imos est e
cont roversial concept o durant e el segundo cuat rimest re de 1997. Damos las gracias
t ambién a St eve Levit sky y a M ark Healey por los coment arios y el alient o, a M arcela
Dabas, por mecanografiar varios de los art ículos, y a Orlando Barrionuevo, por su
valioso apoyo en la gest ación de est a Int roducción.
[1] Casi t odos los regímenes polít icos de América han sido cat alogados como
populist as desde Bat lle en Uruguay, Yrigoyen en Argent ina y Alessandri en Chile a
principios de siglo hast a Fujimori en Perú, M enem en Argent ina, Collor de M elo en
Brasil y Chuauht émoc Cárdenas en M éxico en los ochent a y novent a, pasando por
Perón, Vargas, Cárdenas, Velasco Alvarado, Bolivia con Paz Est enssoro durant e la
revolución de 1952, Guat emala durant e los períodos de Arévalo y de Arbenz, Chile
durant e el Frent e Popular y los gobiernos de Ibáñez, Perú en las primeras et apas del
APRA y el gobierno de Belaúnde Terry, la figura de Gait án y t ambién el gobierno de
Rojas Pinilla en Colombia, el breve período de Bosch en República Dominicana, Cuba
entre 1934 y 1958, etc.
[2] Weffort (1968:68-9), Según est e aut or, los t emas más caros a la sociología y a la
ciencia polít ica inspirados en los valores liberales fueron: la preocupación por la crisis
del ‘público' democrát ico y racional, la t endencia a su sust it ución por las ‘sit uaciones
de masa', cargadas de emot ividad, la crisis del equilibrio de los poderes y la
desmoralización de los parlament os y la t endencia a la hipert rofia de los ejecut ivos, la
emergencia de formas masivas de aut orit arismo polít ico. Ot ro art ículo que se puede
consul t ar sobre la relación ent re int elect uales y pueblo es el de de Ipola y Port ant iero
(1994).
[3] Desde la polémica ent re marxist as y populist as a fines del siglo pasado, ha sido
usual que los marxist as desechen al populismo como la t ípica ideología reaccionaria y
aut oengañosa de los campesinos en cont ras t e con la visión cient ífica y progresist a del
prolet ariado. Quizá la objeción más fuert e que se puede hacer a la visión leninist a del
populismo como ideología del pequeño product or es que ignora el rasgo más
conspicuo del populismo ruso: “ Est o es, el pat hos de la dist ancia ent re los populist as y
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el pueblo, el abismo ent re el pequeño product or y sus supuest os represent ant es y los
efect os que est e abismo t uvo sobre los populist as: el sent imient o de culpa de part e de
los privilegiados; el sacrificio heroico de t ant os jóvenes que ofrendaron su vida, su
libert ad y sus fut uras expect at ivas en aras de lo que ellos creyeron que era la causa del
pueblo; la at mósfera de un idealismo exacerbado y la ausencia absolut a de int ereses
personales que caract erizaron aun sus campañas t errorist as y que vuelve al populismo
ruso, en perspect iva, t an at ract ivo como insólit o” (Canovan, 1981: 93). Para leer con
mayor profundidad sobre est os t emas, se puede consult ar: Andrzej Walicki, 1970: 87-
8; Worsley, 1970: 292 y Canovan, 1970, capít ulo II.
[4] Los párrafos sobre populismo ruso est án armados sobre la base de M argaret
Canovan (1981) capít ulo II, Pet er Worsley (1970) y Andrzej Walicki (1970). También
puede consult arse Carlos Vilas (1994: 25-34).
[5] Las demandas que formulaban fueron las siguient es: la división igualit aria de la
t ierra ent re los campesinos para que ést os organicen sus cult ivos a t ravés de las
comunas rurales, libert ad para los pueblos subordinados del Imperio ruso y gobierno
local aut ónomo para las obshchinas (comunas campesinas).
[6] Est os párrafos sobre el populismo en Est ados Unidos est án armados sobre la base
del t ext o de M argaret Canovan (capit ulo I) y de Pet er Worsley, cit ados. También puede
consult arse Carlos Vllas (1994: 15-25).
[7] Se nominó el primer candidat o y se est ableció el primer programa populist a. Luego
de una descripción de las condiciones miserables a que había sido reducida la gent e
común debido al poder de los plut ócrat as, el preámbulo declaraba que se buscaba
“ rest it uir el gobierno de la república a la gent e común, clase de la cual ese gobierno
habla surgido” . Los populist as declaraban que “ para remediar el sufrimient o de ‘la
clase product ora', los poderes del gobierno debían ser ampliados, que la riqueza
pert enecía a quien la creaba, que los ‘int ereses del t rabajo rural y cívico' eran los
mismos y sus enemigos idént icos" .
[8] Según Germani, la diferencia es que en el caso del peronismo se le dio part icipación
efect iva, aunque limit ada, a los sect ores populares para obt ener su apoyo. En Europa,
en cambio, la part icipación se fundaba en un sent imient o de prest igio social y de
jerarquía, de superioridad nacional y racial; además, en cont rast e, el fascismo europeo
nunca logró realment e el apoyo act ivo de las masas ent re la mayoría de los
t rabajadores urbanos y aun los rurales. Hubo más bien acept ación pasiva (1962: 339-
40). Además, los movimient os nacional-populares nunca alcanzaron la perfección
t écnica del t ot alit arismo (1977: 35).
[9] Para Germani, la originalidad de los regímenes nacional-populares reside en la
nat uraleza de est a part icipación: no se produce a t ravés de los mecanismos de la
democracia represent at iva sino que " ent raña el ejercicio de ciert o grado de libert ad
efect iva, complet ament e desconocida e imposible en la sit uación ant erior" ; ent raña no
sólo un element o de espont aneidad sino un grado inmediat o de experiencia personal,
con consecuencias concret as en la vida personal de los individuos, son " foimas
inmediat as de part icipación" (1977: 33).
[10] La t eoría de los orígenes sociales del populismo de Germani ha sido rebat ida por
varios aut ores, ent re ellos M urmis y Port ant iero, Est udios sobre los orígenes del
peronismo. Buenos Aires. Siglo XXI, 1971; Tulio Halperin Donghi, " Algunas
observaciones sobre Germani, el surgimient o del peronismo y los migrant es int ernos" ,
en Desarrollo Económico, N 9 56, Vol. 14, enero- marzo 1975: y Juan Carlos Torre en la
37
Vieja Guardia Sindical, Sobre los Orígenes del Peronismo, Sueños Aires, Sudamericana.
1990.
[11] El discurso polít ico de la burguesía, por ejemplo, pasa t ambién por la acept ación
de la jornada de ocho horas como demanda " just a" y por una legislación social
avanzada. Est o demuest ra que no es en la presencia de det erminados cont enidos en
un discurso, sino en el principio art iculat orio que los unifica, donde se debe buscar el
caráct er de clase de una polít ica y una ideología.
[12] El caso hist órico que t rat an es el del peronismo que const it uyó a las masas
populares en sujet o (el pueblo), en el mismo movimient o por el cual –en virt ud de la
est ruct ura ¡nt erpelat oria que le era inherent e– somet ía a ese mismo sujet o al Est ado,
corporizado y fet ichizado al mismo t iempo en la persona del jefe carismát ico (1994:
533).
[13] De t odas formas, la información det allada que generalment e proveen los
“ singularizadores” es fundament al para arrojar luz sobre información nueva, generar
nuevas hipót esis y proveer los dat os sobre los cuales se basa cualquier est udio
comparat ivo. Por su lado, los " agrupadores" t ambién cumplen un papel esencial al
sint et izar los det alles present ados en los est udios de caso, vinculando casos
part iculares con cat egorías más amplias, encont rando los rasgos analít icos comunes
que proveen un nivel mínimo sin el cual no se pueden comparar los fenómenos que se
est udian (Collier y Collier, 1991).
[14] Las opiniones de est e aut or han sido t omadas de lan Roxborough, 1981, 1984 y
1987.
[15] El " pat rón modal" consist e en la noción de que varías naciones de América Lat ina
pasaron por un proceso de desarrollo globalment e similar y paralelo que puede ser
descrit o como una secuencia de et apas hist óricas (la fase del “ desarrollo hacia fuera” ,
la de indust rialización por sust it ución de import aciones (ISI) y finalment e, la fase de
“ desarrollo dependient e asociado” , et c. Cada et apa económica, se post ula, t uvo su
correlat o polít ico: parlament arismo oligárquico con un desafío radical de las clases
medias, bonapart ismo con expansión populist a y corporat ivismo aut orit ario con
exclusión aut orit aria, respect ivament e.
[16] Se est á refiriendo a los siguient es aut ores: Germani, O'Donnell, Sunkel. Furt ado,
M alloy, quienes, afirma, sost ienen que el populismo es un movimient o policlasist a,
poco organizado, unificado por un líder carismát ico t ras una ideología y un progra ma
de just icia social y nacionalismo. El vínculo ent re ideología y organización es lo
import ant e de la definición, relaciona ideología con un modo específico de
part icipación polít ica, en cont rast e con la polít ica de orient ación clasist a en los países
indust rializados de Europa occident al (Roxborough, 1987:119).
[17] El aut or sost iene que se podría dar cuent a más ajust adament e de los gobiernos de
Cárdenas, Perón y Vargas est udiando las relaciones ent re la clase t rabajadora, el
Est ado y las clases dominant es. Los result ados finales se podrían explicar post ulando la
prosecución relat ivament e racional de int ereses de clase por los diversos act ores. Las
diferencias en las sit uaciones finales serian el result ado de las diferencias en la
nat uraleza de est as clases sociales en t érminos de su unidad int erna, et c. y las dist int as
relaciones ent re est os act ores sociales y el Est ado. Roxborough afirma que la clase
obrera surgió como fuerza polít ica de peso en forma t emprana en la hist oria de
M éxico, Brasil, Perú, Argen t ina y Chile. Sugiere que un análisis más product ivo se
deberla cent rar en las crisis de incorporación, no de las clases medias (como lo hacen
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Cardoso y Falet t o) sino de la burguesía indust rial y luego de las clases t rabajadoras,
const ruyendo una t ipología compleja y t eniendo en cuent a las reacciones de la clase
dominant e a la amenaza que plant ea el crecimient o de la clase t rabajadora urbana.
Rafael Quint ero t ambién sost iene una posición cont raria a la exist encia del concept o
'populismo' (1980),
[18] Aun cuando el peronismo –por ejemplo, afirma– puede haber respondido a las
necesidades mat eriales de la previament e ignorada clase t rabajadora, est o no explica
por qué ocurrió dent ro del peronismo en lugar de ot ros movimient os polít icos que
t ambién se dirigían a los t rabajadores. Por lo t ant o, lo que se debe examinar –afirma,
cit ando a James– “ es el éxit o de Perón, lo que t enía de dist int o, por qué su
convocat oria polít ica fue más creíble para los t rabajadores, qué zonas t ocó que ot ros
no rozaron. Para ent ender est o es necesario t omar seriament e la at racción polít ica e
ideológica de Perón y examinar la nat uraleza de su ret órica y compararla con la de sus
rivales por la lealt ad de la clase obrera” (De la Torre, 1992: 410).
[19] Un ejemplo de est a manera de pensar una concept ualización de populismo es la
de Drake (1982:219-20), para quien el t érmino ha sido ut ilizado principalment e en
América Lat ina, con mucha amplit ud, para hacer referencia a t res pat rones polít icos
int errelacionados: un est ilo de movilización pol ít ica, una het erogénea coalición social y
un conjunt o de polít icas reformist as. Agrega el aut or que las t res caract eríst icas est án
int errelacionadas y que un movimient o que evidenciara clarament e la conjunción de
los t res element os se correspondería bast ant e bien con una definición descript iva
acept able del populismo. Weffort t ambién propone una concept ualización de
populismo como art iculación de rasgos. Su modelo de populismo se basa en “ una crisis
en curso, una forma de t ransición polít icament e inest able, un int ent o de
modernización, la int egración de nuevos grupos sociales a la esfera polít ica y la
demagogia elect oral de líderes ansiosos por cont rolar masas en crecimient o” , según
Taguieff (1996: 49). Robert s (1992), en una propuest a int eresant e desde la forma,
propone t rat ar al populismo como “ cat egoría radial” que abarque el populismo clásico
y el act ual. Propone una const rucción sint ét ica del t érmino que se base en los
siguient es cinco rasgos que hacen al núcleo del concept o: un pat rón personalist a y
paternalist a de liderazgo polít ico; una coalición polít ica policlasist a, het erogénea,
concent rada en los sect ores subalt ernos de la sociedad; un proceso de movilización
polít ica de arriba hacia abajo, que pasa por alt o las formas inst it ucionalizadas de
mediación o las subordina a vínculos más direct os ent re el líder y las masas; una
ideología amorfa o ecléct ica, caract erizada por un discurso que exalt a los sect ores
subalt ernos o es ant ielit ist a y/ o ant iest ablishment , y un proyect o económico que
ut iliza mét odos redist ribut ivos o client elist as ampliament e difundidos con el fin de
crear una base mat erial para el apoyo del sect or popular. Vllas t ambién propone una
definición en t érminos de una art iculación de rasgos.
[20] Dist int os aut ores han enfat izado algún o algunos de est os aspect os: French, 1992;
Weffort , 1968; De la Torre, 1994.
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